Respaldo de material de tanatología

FASES DEL DUELO

?Aprende a medir que avanzas,  aprende de instante en instante. Permanece despierto?
Krishnamurti

Ante la pérdida de un ser querido, las reacciones que se presentan son normales y predecibles. La recuperación transcurre por etapas que son muy parecidas al proceso de una herida que evoluciona hasta la cicatriz. Son comunes a todos aquellos que se encuentran en estado de duelo. Pueden presentarse en forma simultánea, solo alguna de ellas por vez, el predominio de una sobre otra y/o la persistencia de algunos síntomas o fenómenos correspondientes a otra fase por un tiempo más prolongado y que pueden interferir o continuar en la siguiente o siguientes fases del duelo. Esto, a su vez, puede verse salpicado o coloreado de oleadas de angustia aguda y/o fenómenos de aniversario (o fechas significativas) que producirán la sensación de un ?retroceso? en el curso del duelo.

Aunque es muy criticado desde el punto de vista científico (mejor, muy mal entendido), el modelo en fases ayuda a entender el duelo como un proceso y no como un hecho. Si se contempla entonces como tal, el conocer por anticipado ?lo que ha de suceder? (a grosso modo, sin detalles finos) con cierta certeza, permitirá a la persona (de forma semejante a como sucede con la aflicción anticipatoria) estar preparada y ?tener a mano? estrategias adecuadas para controlar la situación. Estas fases no son en forma de escalones verticales, en los que se da ?un paso a paso?; más bien, son horizontales, y la persona puede estar en la primera fase o con un pie entre la primera y la segunda, y así. Se avanza sin la necesidad u obligación de tener que resolver por completo todos los elementos de una fase anterior para poder pasar a la siguiente.

Estas fases o etapas son:

1. AFLICCIÓN AGUDA
Se inicia en el momento del fallecimiento y tiene prácticamente todos los elementos de un estado de shock emocional. Sin ser rígidos en la duración de este período, pues cada persona lo hará según su propio tiempo y estilo, su duración aproximada es de uno a tres meses (en algunos puede tardarse más según las circunstncias y entros menos del tiempo señalado). Sus características más sobresalientes son:

Incredulidad
Se trata de una de las primeras respuestas a la pérdida: la persona no cree lo que le está pasando, es una pesadilla; su familiar está trabajando, de vacaciones, en el hospital; esto no puede pasarle a él, es un error. Debido a que no es obligado ni preciso aceptar ?de una vez? tan dolorosa realidad, la persona se moverá entre períodos de aceptación y de negación, según ella considere oportuno o necesario para su nivel de angustia. Por otra parte, la aceptación no es un fenómeno en singular sino en plural, es decir, la persona puede aceptar que el cuerpo está muerto (con lo difícil que ello sea), pero aceptar que no saldrá de la mano con él, que no le abrazará, besará o saldrá a bailar es un proceso muy lento y complejo que precisará de tiempo para su adaptación.

Anulación psíquica
Fenómeno temporal en donde la capacidad de comprensión se ve alterada y la persona, para su interacción con el medio, está sujeta a los estímulos que le aportan sus sentidos (en términos coloquiales ?se cierra el entendedero?, ?no coordina?); de esta forma, la memoria sensorial (particularmente la visual y auditiva) no sólo está bien conservada sino muy activa, y acompañada de una hipersensibilidad a la comunicación no verbal (la que viene de los gestos, postura, tono de la voz, etc.).

Confusión e inquietud
El impacto de la pérdida deja al deudo aturdido y confundido, con sensación de entumecimiento y desorientación: con frecuencia no sabe que hacer, dónde acudir, a quién consultar o dónde estar. Puede moverse de un lado a otro sin sentido, mostrarse inquieto, utilizando el movimiento como estrategia para descargar ansiedad y angustia.

Oleadas de angustia aguda
Se trata de pequeñas crisis de gran angustia que se presentan varias veces al día, duran unos minutos y suelen ser disparadas por recuerdos del difunto: agitación, llanto, actividades sin objeto, sensación de ahogo y de vacío en el abdomen, opresión en el pecho, debilidad muscular, sofocos y preocupación con la imagen del fallecido. Pueden llegar a ser tan dramáticas que la persona tenga sensación de muerte y se vea en la necesidad de buscar asistencia médica. Este fenómeno ayuda a entender el porqué una persona en duelo puede mostrarse en ocasiones aparentemente ?serena? y al momento ?angustiada?, y variar así a lo largo de los primeros días o, más adelante, que una de estas oleadas se presente coincidiendo con una fecha significativa (p.ej., aniversario, cumpleaños, día del padre); al tratarse de una respuesta de los primeros días, su presencia posterior puede sorprender al deudo y a aquellos que le rodean, dándoles la falsa sensación de que se trata de un ?retroceso? en su proceso de duelo.

Pensamientos obsesivos
Repetición mental constante (con funciones adaptativas), a modo de imagen fotográfica, de los eventos que condujeron a la pérdida (p.ej., sus últimas palabras, la forma en que murió, expresión de la cara, heridas sufridas). Al tratarse de un estímulo considerado negativo (doloroso, angustiante), una estrategia que ha mostrado ser útil a los deudos es la de oponerle a éste otro estímulo pero de tonalidad contraria, es decir, muy positivo (una de aquellas imágenes o fotografías que suscitan mucha ternura o una sonrisa sólo al verlas) y que la persona debe llevar con ella para cuando se presente uno de estos pensamientos obsesivos. Cuando el cuerpo del fallecido no es visto, estos pensamientos son sustituidos por ?fantasías obsesivas?, las cuales pueden ser aún más angustiantes que los mismos pensamientos.

Despersonalización-desrealización
Sensación que tienen las personas de que el mundo no es real, que parece falso, brumoso, lejano, o como si lo vieran a través de un velo; otras dicen ver el mundo como si vieran una película; se sienten raros, como si les hubieran cambiado; no comprenden lo que pasa, todo parece extraño, irreal; oyen lo que se les dice y no lo entienden, y sienten todo como lejano; pueden ver las cosas incoloras, desteñidas y lejanas. Es frecuente y suele ser transitorio.

Síntomas físicos
Aunque no son de obligada presencia, si que pueden presentarse uno o más de ellos al mismo tiempo. Se relacionan con la activación de los ejes neural y neuroendocrino. Entre ellos están: sequedad de boca y mucosas, respiración suspirante, debilidad muscular, llanto, temblor incontrolable, perplejidad, trastornos del sueño y del apetito, manos frías y sudorosas, náuseas, aumento de la frecuencia urinaria, diarrea, bostezos, palpitaciones y mareos.

Otras reacciones
Pensamientos negativos sobre el futuro, desesperanza, revisión negativista o pesimista de la vida, fantasías de suicidio, sensación subjetiva de tensión y/o de haber sido sobrepasado por las circunstancias, respuestas explosivas como pérdida de control, dificultades de concentración, incapacidad transitoria para el mantenimiento de las actividades de la vida diaria, imposibilidad para descansar y disforia.

2. CONCIENCIA DE LA PÉRDIDA
A medida que los síntomas y reacciones iniciales pierden su intensidad (en particular la angustia), y la persona acepta intelectualmente la nueva situación, comienza esta segunda fase del duelo. Cuando el funeral termina, y los amigos y conocidos reanudan sus vidas normales, el verdadero significado de la pérdida golpea con fuerza al superviviente. Es un período caracterizado por una notable desorganización emocional, con la constante sensación de estar al borde de una crisis nerviosa y enloquecer. Al disminuir el nivel de angustia inicial, el dolor comienza a sentirse con mayor intensidad; en una palabra, la persona se siente peor. Sus características más importantes son:

Ansiedad de separación
Nerviosismo, protesta y malestar por la separación, sensación de desasosiego, de inquietud interior por no ver al ser querido, y que la persona suele expresar con un angustiante ruego a Dios: ?déjame verlo aunque sea 5 segundos, un segundo?. Es uno de los síntomas más persistentes y angustiantes del duelo, y se asocia a otras expresiones fenomenológicas de la aflicción.

Estrés prolongado
Aunque los deudos dispongan de estrategias de afrontamiento efectivas para enfrentar la aflicción aguda, la situación estresante es intensa y se mantiene, por lo que los efectos de la activación de los ejes fisiológicos iniciales perduran.

Culpa
Se trata de un sentimiento común a todo tipo de pérdida, presentándose en dos variedades: (1) Racional o directamente relacionada con la causa de muerte; se trata de un fenómeno poco frecuente en el duelo, y (2) Irracional, aquella que pretende explicar lo sucedido con preguntas del tipo ?por qué no hice o dije? y los conocidos ?debería? y ?hubiera? de la aflicción: ?debí haberle insistido más en que fuera al médico?, ?en que tomase el autobús?, etc. Una estrategia efectiva para aprender a vivir con este sentimiento, en particular con la culpa la irracional, es el aceptarla como uno más de los fenómenos que se presentan en la aflicción, como un síntoma más del duelo.

Rabia, agresividad e intolerancia
Como fenómenos comunes y naturales en el duelo, suelen crear conflictos con aquellos que rodean al deudo, pues son emociones no bien toleradas por los demás. La persona puede estar muy irritable, con un bajo nivel de tolerancia (al ruido, a las personas, al trabajo diario) y llena de rabia hacia Dios, los médicos, ciertas personas, una institución, el sistema de justicia o los vecinos; se busca un ?cabeza de turco? o ?chivo expiatorio? sobre el cual descargar la frustración, el dolor y la rabia. Debido a estos sentimientos, los miembros de la familia a veces olvidan que la perdida de un ser querido no es un problema ?entre ellos? sino ?de ellos?, llevando a la ruptura en la comunicación y a la pérdida de la estructura de soporte familiar.

Rabia (Ira): Es súbita y no permanente, y dirigida a una persona, objeto, idea, etc.
Rencor: Rabia mantenida, tiende a alojarse en la persona y está a un paso del odio.
Odio: Es universal, irracional, afecta al alma y al cuerpo, y es la personificación de la ausencia de amor.

Comportamiento de búsqueda o de espera
Relacionado con la ansiedad de separación y la aceptación incompleta de lo sucedido, esta conducta es muy frecuente durante el primer año: el deudo tiende a buscar a su familiar entre la multitud, en el autobús, en el metro, en la calle; los niños más pequeños buscarán debajo de las camas o en los armarios. En ocasiones, cuando la persona ve a alguien por detrás,  que es muy parecido al fallecido, puede presentarse el fenómeno conocido como signo del ?stop respiratorio?: se interrumpe la inhalación, el sujeto observa con cuidado, se da cuenta de su error y vuelve a respirar, acompañado de una sensación de tristeza y decepción. Por otra parte, se le puede esperar en los lugares conocidos, a la hora que solía llegar a casa o al trabajo o pasar por un lugar determinado, etc.

Sintiendo la presencia del muerto
Aunque no todos viven este fenómeno, la presencia del difunto puede todavía ser sentida, ante lo cual el deudo puede comportarse como si no hubiese ocurrido la pérdida (p.ej., pone la mesa para dos, prepara su cama, habla con él), o tiende a buscar al muerto en lugares familiares o esperar su regreso. El sentir, ver, oír u oler al ser querido muerto suele ser un tema de discusión interminable, pues casi siempre suelen presentarse posturas encontradas que niegan o afirman una posición u otra; lo importante no es tanto si es verdad o es mentira, sino lo que éste fenómeno en particular produzca en aquella que así lo vive; si esto le produce miedo o pánico, estará indicado buscar ayuda profesional; si, por el contrario, le da tranquilidad al sentirlo y verse acompañado, entonces dejará de ser un problema para ella.

Ensoñación
Aunque muchas personas no recuerdan lo soñado la mañana siguiente, es durante esta fase del duelo que los sueños son más prolíficos, cambian de contenido o calidad, o pueden hacerse más frecuentes. Si bien recordar los sueños a la mañana siguiente depende de muchos factores (p.ej., tiempo transcurrido entre la última comida y el acostarse, uso de alcohol o medicamentos hipnóticos, despertares superficiales de la noche, fase del sueño al despertar, etc.), acusar al deudo de su falta de recuerdos por el nivel de llanto desplazado por este, es, además de injusto y reflejo de la ignorancia de la razón por la cual se recuerdan o no los sueños, es cruel y reprime la expresión de sentimientos por parte de éste.

Otras reacciones
Aunque ya no son tan persistentes, por momentos pueden presentarse incredulidad, cierto grado de negación, frustración, trastornos del sueño, alivio por una situación conflictiva o difícil terminada, miedo a la muerte, añoranza y llanto recurrente.

3. CONSERVACIÓN-AISLAMIENTO
Esta fase es experimentada por muchos como “el peor período de todo el proceso del duelo”, pues es durante ésta que la aflicción se asemeja más a una depresión (ya como trastorno psiquiátrico) o a una enfermedad general. De forma muy característica, y relacionado en parte con el desconocimiento general del proceso del duelo, la relación muerte-aflicción al final del año se pierde, y la mayoría de las personas no relacionan una cosa con la otra. Por ello, esa ?nueva? sensación de tristeza es vivida por muchos como un cuadro depresivo aislado.

Sin olvidar que cada persona elabora su pena según su propio tiempo y estilo, este momento se presenta, en promedio, al cabo de 8-10 meses. Sus características más importantes son:

Aislamiento
La persona prefiere descansar y estar sola por momentos no muy largos, a oscuras y en su habitación. Su cuerpo le pide reposo, está débil y se siente fatigado por tantos meses de estrés. Las personas “molestan” de forma temporal al deudo y busca aislarse.

Impaciencia
Después de tanto sufrimiento, puede llegar un momento en el que el deudo dude de su propia capacidad de recuperación y sienta que debe hacer algo útil y provechoso que le permita salir lo más rápidamente posible de su estado de duelo. En la práctica, los deudos hacen referencia a esta situación con comentarios como que se está ?cansado de tanto dolor?, “que no lo han hecho bien”, “que no pueden con ello”, etc.

Repaso obsesivo
De forma característica, durante esta época la persona empieza a hacer un repaso global de lo sucedido: los hechos en sí, la comunicación de las malas noticias, personas que le han acompañado este tiempo, efectos de la pérdida sobre el propio mundo, situación actual, etc. Este repaso puede ser sólo parcial, referido a un hecho en particular o a varios, y muy reiterativo a los largo de los meses siguientes. Este ejercicio es generalmente mental y pocas veces es comunicado a los demás; para ello, el deudo se aísla por momentos o parece distraído.

Apoyo social disminuido
Durante este período, el deudo ya encuentra poco eco a su dolor, tristeza y sensación de vacío, y la gente le tacha de ?depresivo?, de ?débil?, de ?cansón?, de no estar ?haciendo nada para recuperarse?, asumiendo que ?ya debería estar bien?. La pérdida del apoyo social es ahora vivida con mayor intensidad.

Necesidad de sueño
Tras varios meses de estrés, de manejar tantas cosas al mismo tiempo (las propias de la pérdida y las asociadas a ella), la persona está agotada, física y mentalmente, y su mente le pide también reposo, alivio que obtiene con el sueño; por ello, la persona sentirá más deseos de dormir, por más horas, o en dosis fraccionadas. A veces, esto es vivido por el deudo (y por otros) como una forma de ?evadir la realidad?, cuando en realidad es una necesidad fisiológica muy natural en la aflicción.

Otras reacciones
Desesperación (muy relacionada con la impaciencia y la aceptación emocional de la pérdida), desamparo (en consonancia con el apoyo social diminuido), impotencia (confirmación definitiva de la incapacidad para modificar lo sucedido) e irritabilidad (cualquier cosa que implique un gasto de energía ?energía que no es utilizada en sí mismo- exaspera al doliente).

Estas tres primeras etapas configuran lo que muchos teóricos del duelo llaman la ?fase aguda? de la aflicción (la cual abarca, en general, el primer año). Hasta este momento, lo que el deudo debe hacer, desde la óptica del trabajo de congoja, es expresar lo que siente, trabajar con la emoción más que con la razón, y resolver problemas prácticos instrumentales (domiciliarios, legales, personales). No es el momento de reconstruir, sólo de sentir. Hasta este momento la vida del duedo es “dominada” por el muerto (su vida gira en torno suyo), no obstante, en algún lugar determinado de ese doloroso viaje de la aflicción, el doliente retoma la postura de pensar primero en él desde todos los ángulos o dimensiones de su vivir, piensa ya en términos de reconstrucción, de gobernar su propia vida. Se inicia pues la ?fase crónica? de la aflicción, con los siguientes dos períodos del proceso.

4. CICATRIZACIÓN
Este período de cicatrización significa aceptación intelectual y emocional de la pérdida, y un cambio en la visión del mundo de forma que sea compatible con la nueva realidad y permita a la persona desarrollar nuevas actividades y madurar. Esto no implica que el deudo no vuelva a sentir dolor; por el contrario, podrá vivirlo, pero de forma diferente, sin tanta angustia como al principio, si bien, con períodos de agudización que le recordarán épocas anteriores. Sus características más sobresalientes son:

Reconstruir la forma de ser
Es, esencialmente, un proceso de transformación de “volver a ser” otra persona  , que está lejos de ser completado por el simple hecho de que el individuo haya dejado de llorar. Para ello, el deudo debe hacer un balance (sopesar) entre los conceptos previos al fallecimiento, y los actuales, modificados en mayor o menor cuantía por la tragedia, y utilizar el resultado ? ya como ?renovados? principios – a modo de cimientos para la reconstrucción.

Retomar el control de la propia vida
La muerte de un ser querido, entre todas las cosas que produce en los seres humanos, genera una dolorosa pérdida de control sobre las cosas y la propia vida. Para muchas personas esta situación es terrible, desesperante, generadora de pánico. Tomar de nuevo las riendas de la propia vida es una tarea difícil, llena de incertidumbre y fracasos, a veces asociados a expectativas poco realistas (metas muy altas) o a la falta de apoyo en la consecución de las mismas. Una manera sencilla en la cual los deudos pueden dar los primeros pasos en este proceso es comenzar con su propio cuerpo (p.ej., alimentarse bien, reducir hábitos nocivos, hacer ejercicio, dormir de seis a ocho horas diarias) y sus actividades de la vida diaria (p.ej., estructurar el día y la semana con actividades diversas, planificar los fines de semana).

Abandono de roles anteriores
La pérdida de un ser querido es mucho más que la destrucción de un cuerpo: es la pérdida de ese ser, de lo que él significaba y de lo que aportaba a la relación. En ese dar y recibir, las personas suelen depositar en el otro ciertas funciones o roles, bien porque tiene aptitudes para ello o porque así lo deciden. Cuando la muerte termina de forma abrupta la relación, es inevitable que se produzca cierta resistencia a su abandono; algunas de ellas cederán a la evidencia con más facilidad que otras, si bien, ciertos roles pueden tener una capacidad muy grande para consumirse. Es ahora, como parte del volver a tomar el control de la propia vida, cuando el deudo debe asumir aquellos papeles que antes cumplía el fallecido, proceso difícil y no exento de dolor.

Búsqueda de un significado
Encontrarle sentido a lo sucedido no es fácil, a pesar de lo rápido que surgen las respuestas de la boca de aquellos que desde diferentes posiciones filosóficas o religiosas aportan sus razones. Debido a que los seres humanos aprenden de lo que viven, lo único que la experiencia muestra de la muerte es dolor, angustia, desesperación, tristeza y enojo, y algunas otras cosas más. Por mucho que se diga que la muerte es sólo un rito de paso, que no hay porqué tener dolor ni angustiarse, que se va a un lugar mejor, esto no es más que un acto de fe y no un producto de la experiencia. Ver un enfermo terminal morir, no es ver la muerte, es asistir a una persona todavía viva que está muriendo: aprender de su experiencia de muerte sería tanto como preguntarle, una vez muerto, qué tal fue la muerte para él, y eso no es posible hoy día desde el método científico. Por ello, buscarle un significado a lo sucedido es tremendamente complicado. Tal vez, más adelante, a cierta distancia (en términos psicológicos, existenciales o de tiempo) pueda el deudo darle respuesta a ese agobiante y desesperante ?por qué? de las fases iniciales.

Cerrando el círculo
Como parte del fenómeno de cicatrización (cerrar la herida), el deudo debe emprender la tarea de reconstruir su mundo, en sus tres grandes dimensiones (realidad, sentido de vida y personalidad), logrando con ello completarse como persona con una nueva dimensión del Sí mismo.

Perdonando y olvidando
Esta fase es esencialmente un proceso de aceptación, tanto de la muerte como de los cambios generados por ésta, de las propias falencias, errores del pasado, personalidad del fallecido, viejas heridas, sensación de injusticia (real o fantaseada) y de lo que ya no puede ser. El perdón y el olvido son parte primordial de esta aceptación adaptativa.

Otras reacciones
Disminución gradual de los efectos del estrés prolongado y un aumento de la energía física y emocional; se restaura el patrón de sueño normal.

5. RENOVACIÓN
Una vez que el deudo ha realizado los cambios necesarios en su realidad, sentido y estilo de vida, que ha recuperado su forma de verse a sí misma y a su mundo con un sentido positivo, y que ha logrado encontrar sustitutos y reemplazos para la persona u objeto perdido (éstos pueden ser cualquier cosa que interese al individuo o le dé un sentido y propósito, no necesariamente un rol sustituto), se mueven hacia la fase final del duelo. Sus características más importantes  son:

  • Viviendo para sí mismo
  • Cuando los lazos de apego son rotos definitivamente, gracias a esa renovada
  • concepción del Sí mismo

DURACIÓN DEL DUELO-1329

Existe una creencia común de que el duelo deberá estar resuelto al año de la pérdida. Mientras que algunos individuos ya pueden estar normalmente funcionando en el primer aniversario de la muerte, muchos otros no lo están. A menudo, familiares y amigos llegan a molestarse y a disminuir su compañía y apoyo al superviviente por esta época, a pesar de que la persona continúa afligida activamente, algunas veces por mucho más de un año.

Predecir cuanto tiempo le tomará a un individuo completar el proceso de recuperación es difícil. Algunos podrán hacerlo en unos meses, para otro se requerirán 3-4 años. La cantidad de tiempo invertido depende de muchas variables que interfieren y crean distintos patrones. La intensidad del apego al difunto (tipo de relación), intensidad del shock inicial, presencia/ausencia de la aflicción anticipatoria (cuando la persona tiene tiempo de afligirse previamente a la muerte del ser querido; p.ej., en casos de enfermedad crónica y muerte esperada), crisis concurrentes (problemas graves que se presenten simultáneamente), obligaciones múltiples (crianza de los hijos, dificultades económicas, etc.), disponibilidad de apoyo social, características de la muerte (muerte súbita/muerte anticipada), situación socioeconómica, estrategias de afrontamiento y religiosidad son algunos de los factores que influyen en la duración del duelo.

Aun cuando consideremos la recuperación del duelo como un fenómeno que ocurre dentro de un período de tiempo determinado, hay que reconocer que se trata de un proceso continuo y variable, no necesariamente sujeto a un espacio de tiempo rígido y absoluto, y que puede requerir tanto como 3 4 años, si bien el peor período será durante el primero y segundo año.

El Mito: ?El tiempo lo cura todo?
Un conocido mito afecta de forma notable el desarrollo del duelo es aquél que hace referencia a que ?el tiempo lo cura todo? o que ?todo es cuestión de tiempo? en relación con el proceso de recuperación, dando a entender que el dolor mejorará con el paso de lo días. No obstante, en el duelo este no suele ser el caso; por el contrario, van pasando los días y el dolor va empeorando. Esto se debe a que no todos los tiempos en los que vivimos los seres humanos tienen la misma importancia o presencia durante el transcurso del duelo:

1. El tiempo cronológico: este es el tiempo al que hace referencia el mito de que ?el tiempo lo cura todo?; es el tiempo que medimos con los relojes y los calendarios; es el tiempo que me ayuda a entender que mi ser querido murió hace 3 días, 3 semanas, 3 meses o 5 meses, si bien, cuando se tiene el dolor que produce la pérdida de un ser querido, da igual 3 que 5 meses, pues parece que el dolor ha estado presente siempre y que nunca se quitará, dando la sensación de que no importa el paso del tiempo pues el dolor ?está ahí?: “aunque hallan pasado 6 meses mi dolor es de ayer” (esto es así especialmente en el primer año de la pérdida). Este tipo de tiempo no es pues muy importante durante el primer o segundo año del duelo.
2. El Tiempo Biológico: es el tiempo del organismo, es el tiempo que percibimos cuando le preguntamos a alguien ?¿qué edad tiene? Y ella nos contesta, ¿cuántos me pone? Pues? unos 60? puesto no, tengo 80 (y viceversa)?. Este tiempo no tiene mucha importancia durante el duelo, excepto que la persona pertenezca al grupo de tercera edad por las características peculiares del duelo a esta edad.
3. El Tiempo Subjetivo: es definido como la vivencia que cada uno tiene del paso del tiempo cronológico, y que se entiende cuando, al estar en una fiesta muy felices, decimos: ?¿cómo?, ¿ya han pasado 3 horas?… si parece que fueran 10 minutos?; o, por el contrario, estamos en una reunión muy aburridos, afligidos y adoloridos y decimos: ?Sólo van 10 minutos y parecen 2 horas?. Sabemos que los acontecimientos felices acortan el tiempo cronológico, y los amargos y dolorosos los alargan; y, ¿qué es el tiempo del duelo? Un tiempo de dolor y mucha tristeza, con lo que el paso del tiempo será diferente que en cualquier otro momento de nuestra vida, y nos dará la sensación de parecer una acordeón por ratos se dilatará y por otros se encogerá. Este el tiempo que domina la experiencia del duelo, es personal y diferente en cada uno de nosotros.

El dolor de la pérdida de un ser querido no envejece ni desaparece, se adormece, se hincha por tiempos o momentos y cambia de color. Es más, siempre conserva un color. Es un dolor que en lugar de mejorar empeora y que, además, no tiene perspectiva de mejoría a corto plazo. También se dice que ?no es el paso del tiempo el que cura,  sino lo que uno hace con y en ese tiempo?.

Factores que afectan el resultado del duelo
La pregunta de qué es lo que constituye un buen o mal resultado en el duelo es todavía equívoca en los investigadores y clínicos. En vista de que los patrones de reacción del duelo normal no están todavía bien entendidos, es difícil determinar con precisión los criterios para las reacciones anormales. No obstante, tres resultados posibles del duelo han sido identificados, si bien existe una gran variación entre ellos (ver gráfico en ?Variaciones en la respuesta a la pérdida de un ser querido: el duelo complicado?):

1. Emancipación y crecimiento psicosocial: formación de nuevas y satisfactorias relaciones, adopción de una renovada estructura de identidad personal y retorno al flujo de vida normal. En una palabra, ?ser mejor persona y tener mejores conceptos?.
2. Estancamiento: continuación de los patrones de vida y conceptos previos al fallecimiento. Poco probable pues la muerte siempre nos cambia.
3. Represión: cambios adversos en la salud y/o funcionamiento; no invertir energía en ningún cambio, retirarse y aislarse. En una palabra, ?ser peor persona y tener peores conceptos?.

El resultado escogido depende de diversas variables, incluyendo los inherentes a la personalidad, variables circunstanciales y las características de la muerte. Un factor adicional es la ganancia secundaria obtenida como resultado de moverse hacia una u otra dirección.

Se han identificado varios factores que pueden afectar adversamente el resultado del duelo; los más importantes que se recogen en la literatura incluyen:

1. Características de la relación con el difunto:
El grado de ambivalencia, culpa, hostilidad o excesiva dependencia pueden ser elementos  que causen problemas en la resolución del trabajo de congoja.
2. Personalidad premórbida:
Varios autores confirman una relación positiva entre personalidad premórbida y diferencias en el resultado del duelo, no obstante no hay factores de riesgo específico demostrados. Las variables de la personalidad que pueden afectar el resultado del duelo son: personalidad propensa a la aflicción (ansiedad de separación intensa); antecedentes de pérdidas familiares múltiples; sentimientos de insuficiencia, inferioridad e inseguridad; personalidades ansiosas, ambivalentes y a menudo cuidadoras primarias compulsivas; pobre salud física  y mental; personalidades aprensivas, preocupadas y ansiosas; personalidades ambivalentes y dependientes, incapaces de aceptar la expresión de sentimientos  y de revisar la relación perdida; personalidad histriónica, conducta antisocial; neuroticismo alto y bajo control interno.
3. Características de la muerte:
El duelo en casos de suicidio es considerado como uno de los más difíciles de tolerar debido a los grandes sentimientos de culpa y al estigma social que conlleva. La muerte estigmatizante -p.ej., SIDA- es un factor de riesgo muy importante para el duelo complicado (el superviviente como “portador del virus”, conflictiva sociofamiliar, ausencia de apoyo psicosocial, resocialización difícil, etc.).
4. Apoyo social:
Si el superviviente tiene poco o ningún apoyo social, o lo percibe como insuficiente, el daño sobre la aflicción puede ser profundo y penetrante.
5. Crisis concurrentes:
Depende en parte de las posibilidades individuales y de la disponibilidad de recursos extras;  sin embargo, y debido a que el trabajo de congoja demanda unos recursos energéticos emocionales y físicos de proporciones inusuales, otras crisis coincidentes (previas o nuevas), en un individuo cuya escasez energética no le permite tratar con otra cosa que no sea su supervivencia, la aflicción puede ser inhibida, aplazada o exacerbada.
6. Edad:
Véanse los apartados correspondientes al duelo en la infancia y duelo en el anciano. La edad es un factor atenuante pero no decisivo.
7. Sexo:
Los hombres típicamente reportan menos síntomas físicos y menos estrés afectivo que las mujeres, haciendo que las viudas parezcan así más afectadas que los viudos. No obstante, no parece haber un acuerdo en considerar al sexo como un factor de trascendencia en el resultado del duelo, aún cuando las tendencias en su expresión fenomenológica suele ser diferente.
8. Religiosidad:
No hay estudios concluyentes.
9. Situación socio-económica:
La mayoría de los autores concluyen que un bajo nivel socio-económico se asocia a un pobre resultado del duelo. Por otra parte, una baja situación socio-económica es un factor de riesgo pre-existente para cualquier situación de estrés, y no sólo del duelo.

De la misma forma que puede presentarse una discrepancia entre el tiempo cronológico y el tiempo biológico, lo mismo puede suceder entre el tiempo subjetivo y los demás; de hecho, a diario ocurre entre el tiempo biológico y el tiempo subjetivo: no nos sentimos tan viejos como el tiempo cronológico así nos lo dice. De esta forma, la discrepancia (asincronía) entre el tiempo cronológico (el tiempo que ha pasado desde el fallecimiento) y el tiempo subjetivo (lo que se ha vivido o trabajado el duelo) puede llegar a ser muy notable y crear gran confusión, tanto en la misma persona como en su entorno ?¿por qué me sigo sintiendo tan mal si mi padre ya lleva 2 años??. Antes de emitir un juicio es preciso conocer todos los detalles referentes a la evolución del proceso hasta ese momento; seguramente allí podrá objetivarse la razón o las razones que llevan a esta asincronía: ?aunque el tiempo cronológico es de 2 años, el tiempo subjetivo (lo trabajado del duelo) corresponde sólo a 8 meses?. No es si no pensar, por ejemplo, en lo que diferentes crisis concurrentes pueden hacerle al trabajo del duelo y a los diferentes tiempos involucrados.

FACTORES DE RIESGO DE DUELO COMPLICADO

FACTORES DE RIESGO DE DUELO COMPLICADO
Nuestra sociedad ya no sabe sentir, porque demasiadas historias
permanecen ocultas y jamás serán escuchadas.
Marion Woodman

FACTORES DE RIESGO DE DUELO COMPLICADO
Nuestra sociedad ya no sabe sentir, porque demasiadas historias
permanecen ocultas y jamás serán escuchadas.
Marion Woodman

Se han identificado varios factores de riesgo que pueden hacer que el proceso de recuperación sea más difícil de lo que sería sin la presencia de estos. La experiencia del trabajo con los deudos demuestra que la pérdida de un ser querido suele estar habitualmente complicada por otras circunstancias concurrentes; es decir, reconstruir el mundo puede ser sólo una parte de las muchas dificultades que también pueden presentarse. El que un hecho en particular genere o no un duelo complicado depende tanto de los recursos internos (p.ej., estrategias de afrontamiento, resiliencia) como de los externos (entorno apropiado y facilitador), y muy especialmente del balance dinámico que se establezca entre ambos tipos de recursos.

Un duelo complicado es, como la palabra lo dice, más difícil, tormentoso, angustiante o pesado, y es clasificado en varios tipos: ausente o retardado, inhibido, prolongado o crónico, ambiguo o imposible, no resuelto, intensificado y distorsionado. La variedad enmascarada es más un tipo de aflicción de alto riesgo que una pena complicada en sí.

Algunos de estos factores son:

1. Edad extrema (niños y ancianos)
Se trata de un factor de riesgo muy importante debido a que las características de la aflicción en estas edades son diferentes a las de otros grupos etáreos (ver más en sección correspondiente).

2. Igual edad del difunto a la de otra persona significativa muerta en el pasado
Esta coincidencia cronológica de las dos pérdidas hace que la recuperación sea más difícil.

3. Pérdidas múltiples o acumuladas
La presencia de varias pérdidas en distintos momentos de un mismo duelo (mientras la persona intenta recuperarse de una, viene la otra, y así) o su concurrencia múltiple (varios seres u objetos queridos perdidos al mismo tiempo) hacen que el proceso sea tremendamente difícil.

4. Crisis concurrentes
El hecho de que otro u otros problemas importantes que resolver coincidan con la pérdida actual (p.ej., enfermedad en el deudo principal, obligaciones múltiples, crianza de los hijos, economía familiar, situación socioeconómica conflictiva, etc.), puede hacer que la persona se vea en la necesidad de aplazar el duelo para otro momento, pues su sola presencia puede tener tal prioridad que ella no pueda ocuparse en ese momento de su aflicción.

5. Enfermedad física o psiquiátrica previa o actual
Toda enfermedad crónica previa o aguda grave establece ya un factor de riesgo de complicaciones durante el duelo.

6. Duelo no resuelto de pérdida previa
Si la persona se encuentra recuperándose de una pérdida en particular, y se le añade otra (cualquiera que sea), el proceso puede bloquearse, tornarse más lento o no darse sin ayuda adecuada.

7. Pobres o ausentes sistemas de apoyo emocional y social
Para recuperarse de las pérdidas, los seres humanos acuden a dos fuentes importantes de ayuda: la interna (p.ej., de la personalidad, la experiencia, la edad)  y la externa (las que vienen de otros, sean o no familiares). La persona puede optar por hacerlo sólo con los recursos propios, utilizando muy poco o nada los externos, o viceversa, u optar por emplearles por igual. Los mejores resultados se alcanzan cuando se acude a las dos fuentes, sacándoles el máximo provecho.

8. Relación altamente ambivalente o dependiente con el difunto
Cuando el vínculo que unía al sobreviviente con la persona fallecida fue muy ambivalente, con una mezcla de sentimientos de amor y rechazo (p.ej., cuando el difunto era alcohólico o muy agresivo), o se trataba de una relación altamente dependiente (el otro era quien hacía o decidía todo), el trabajo de recuperación puede llegar a ser más difícil.

9. Muerte repentina e imprevista, incluyendo suicidio
Debido a que este tipo de circunstancias producen una reacción inicial muy intensa, el proceso de recuperación puede complicarse.

10. Aquellos que pueden estar disuadidos de expresar su congoja (dolor) o no tienen oportunidad de hacerlo
Este tipo de comportamiento en el entorno es, desafortunadamente, muy frecuente: los deudos son animados a no expresar su dolor. Algunos de los comentarios más comunes que buscan que la persona no llore son: ?se va a enfermar?, ?la vida debe seguir?, ?no lo deja ir?, ?no lo deja descansar?, ?usted no tiene remordimientos?, ?pone mal a los demás?, ?¿quiere que le pegue para que llore por algo de verdad? (en caso de los niños)?, ?¿por qué se siente así si él o ella ya no está sufriendo??; finalmente, y ante la ineficacia de estos comentarios (pues las lágrimas siguen corriendo), el acompañante opta por irse y deja al deudo con su dolor. Esta actitud sólo lleva a complicar más el proceso de recuperación pues genera en el sobreviviente mayor angustia y soledad, obligando a ésta a dejar de lado el valioso recurso externo que constituye su entorno afectivo.

11. Aflicción aguda inusitadamente intensa
Si la respuesta inicial es muy intensa, tanto como para requerir un servicio médico o psicológico de urgencia (se incluye angustia o ansiedad aguda con o sin pánico), el proceso de recuperación puede verse afectado.

12. Una incierta o no-visualización de la pérdida
Esta circunstancia puede llevar a que el proceso de recuperación no se inicie o se aplace pues no hay evidencia tangible que corrobore la realidad de lo sucedido. Se presenta cuando no se ve el cuerpo muerto, ya sea por  deseo expreso o en casos de ahogamiento, guerra, atentados terroristas, etc.

13. Pérdida social inaceptable (relación homo/heterosexual que era secreta, muerte por asesinato, suicidio, SIDA, etc.) o que es socialmente negada (aborto, homicidio piadoso, etc.)
Debido a las características especiales de la muerte (estigma, rechazo social, incomprensión, ilegalidad), este tipo de fallecimiento pueden llevar a complicaciones serias en el duelo.

14. Negación intelectual/emocional de la pérdida
Esta reacción suele ser muy problemática (se incluye la momificación o conservación de las cosas y del cuerpo como si la persona estuviera aún viva, más allá de las tres primeras fases del duelo) y la mayor parte de las veces exige consulta especializada.

15. Enfermedad terminal de larga evolución
Como hemos visto antes, un cuidado tan prolongado puede cansar demasiado al deudo y  agotar sus energías, reduciendo la disponibilidad de esta para invertir en el proceso del duelo.

16. Síntomas depresivos de diverso grado de intensidad desde el inicio del duelo
Esta reacción es ya, de por sí, una complicación del proceso de volver a vivir tras la muerte.

17. Personalidad pre-mórbida
Todo trastorno de personalidad previo (sujetos cuyas formas de ser nos parecen extrañas y/o conflictivas) puede complicar de forma grave el trabajo del duelo.

Duelo y Enfermedad

DUELO Y ENFERMEDAD
La pérdida de una persona amada produce un estrés desmesurado y un agotamiento físico y emocional intenso, cuyas ramificaciones orgánicas y psíquicas (en el cuerpo y en la mente) han sido objeto de numerosos estudios. Está bien demostrado que el estrés produce cambios en la presión arterial y en la frecuencia cardíaca, además, se ha asociado a enfermedades infecciosas, inflamatorias y auto-inmunes; de igual forma, se sabe que el duelo predispone a exacerbaciones de enfermedades previas y les pone a los deudos en un mayor riesgo complicaciones de enfermedades previas o aparición de nuevas enfermedades.

Al menos cuatro factores intervienen para producir un mayor riesgo de enfermar como consecuencia de una pérdida:

1. Cambios en los hábitos de salud del superviviente (se abandonan los hábitos previos);
2. Negligencia ante signos precoces de enfermedad (el deudo no les presta atención);
3. Manejo inapropiado o descuido de enfermedades previas como diabetes (azúcar en la sangre), hipertensión arterial (presión alta), etc.
4. Ausencia del cuidado que solía ser provisto por el muerto.

En general, hay un aumento en la frecuencia de complicaciones por enfermedades del corazón y mayor frecuencia de enfermedades infecciosas, accidentes, cirrosis, suicidios y trastornos psiquiátricos tipo ansiedad y depresión, así como un aumento del consumo de tabaco, alcohol y fármacos tranquilizantes (aumenta la auto-medicación).

Por ello, la vigilancia médica de los supervivientes, especialmente de nuestros mayores de 60 años y de aquellos con enfermedades previas a la pérdida, es importante a la hora de prevenir este tipo de complicaciones.

Como hemos visto, sabemos que la pérdida de un ser querido es considerada una situación de estrés; es más, es considerada la situación más estresante que podemos soportar. Y hoy día conocemos mejor el estrés. Así, sabemos que en el momento de la pérdida de un ser querido entramos en una situación de ?estrés agudo?, y conocemos bien lo que sucede en estas situaciones:

RESPUESTAS FISIOLÓGICAS DE ADAPTACIÓN GENERAL AL ESTRÉS
Si bien inicialmente se había considerado que la activación fisiológica en condiciones de estrés era genérica e indiferenciada para cualquier situación o estímulo estresante, actualmente se considera que en muchas ocasiones se produce una activación fisiológica específica según sean las diferentes situaciones y, sobre todo, en función de la forma en que la persona percibe y procesa esas situaciones.

En la respuesta orgánica de adaptación general al estrés se distinguen tres ejes fisiológicos:

(1) EJE I (Eje Neural): Este primer eje se dispara de manera inmediata siempre que se percibe una situación de estrés, provocando una activación del Sistema Nervioso Simpático o SNS (sistema nervioso encargado de activar la mayor parte de nuestro organismo de cara a una acción inmediata e intensa; entre sus respuestas más conocidas están el aumento de la frecuencia cardíaca ?palpitaciones o taquicardia-, aumento de la presión arterial, aceleración de la respiración, disminución de la actividad gastrointestinal y liberación de glucosa) y del Sistema Nervioso Periférico o SNP (encargado de regular el nivel de tensión muscular y ejecutar los distintos movimientos del organismo).

La actuación de este primer eje es muy rápida y se pone en marcha pocos segundos después de que el organismo interpreta que hay una situación estresante. Esta activación se irá reduciendo de forma lenta (de 15 a 30 minutos) si la situación de estrés desaparece, pero si ésta se mantiene (como lo es la pérdida de un ser querido), el primer eje no puede funcionar mucho tiempo a niveles tan altos de activación y pasará a activarse el segundo eje. Los problemas más habituales asociados a esta activación excesivamente intensa se deben generalmente a un prolongado mantenimiento de la tensión muscular por activación del SNP.

(2) EJE II (Eje Neuroendocrino): Su activación es más lenta que la del eje I pero de mayor duración, y para que ésta se dispare son necesarias condiciones de estrés más mantenidas. Cuando se produce su activación, se activa la médula suprarrenal (la parte central de las glándulas suprarrenales), con la consiguiente secreción de catecolaminas (conocidas como adrenalina y noradrenalina), produciendo un resultado similar al producido por la activación del SNS vista en el eje I. Dado que la activación más importante provocada por este eje II es la del Sistema Cardiovascular, la mayor parte de las consecuencias a corto plazo de la activación mantenida de este eje son trastornos cardiovasculares (infarto de miocardio, angina de pecho, arritmias, hipertensión).

El que este eje se dispare depende en gran medida de cómo perciba la persona la situación de estrés (o ?primary appraisal?) y de su capacidad para hacerle frente (o ?secundary appraisal?); si percibe que puede hacer algo para controlar la situación, se pondrá en marcha este eje; pero si percibe que no puede hacer nada, más que soportar pasivamente la situación, se activará en su lugar el Eje III. En caso de que la situación, por más aversiva o amenazante que sea, no es percibida como estresante, no se desencadenará ninguna respuesta de activación en ninguno de los tres ejes de respuesta al estrés.

EFECTOS DE LA ACTIVACION DEL EJE II
Aumento de la presión arterial
Aumento del aporte sanguíneo al cerebro
Aumento de la frecuencia cardíaca
Aumento de la cantidad de sangre expulsada en cada latido del corazón
Aumento de la estimulación de los músculos esqueléticos
Aumento de la liberación de ácidos grasos libres, colesterol y triglicéridos en plasma
Aumento de la liberación de opiáceos endógenos
Disminución del flujo sanguíneo renal
Disminución del flujo sanguíneo gastrointestinal
Disminución del flujo sanguíneo cutáneo
Incremento del riesgo de hipertensión
Incremento del riesgo de formación de trombos
Incremento del riesgo de crisis anginosas en las personas predispuestas
Incremento del riesgo de arritmias
Incremento de riesgo de muerte súbita por arritmia letal, isquemia/infarto de miocardio y fibrilación ventricular

La activación de este eje tiene un valor importante para la supervivencia pues prepara al organismo para una intensa actividad corporal con la que responder a cualquier amenaza externa, bien haciéndole frente (lucha), bien escapando de ella. Así, es el eje más directamente relacionado con la puesta en marcha de las estrategias motoras de afrontamiento a las demandas del entorno, siempre que este afrontamiento implique alguna actividad.

(3) EJE III (Eje Endocrino): La activación de este III eje, más lento que los anteriores y de efectos más duraderos, requiere una situación de estrés mucho más mantenida e intensa, y es el eje en el que se incluyen los efectos más crónicos del estrés. Parece dispararse selectivamente cuando la persona no dispone de estrategias de afrontamiento contra el estrés, es decir, cuando no tiene otro remedio que soportar el estrés.

Su activación incluye 4 subejes: el primero y más importante es el subeje adrenal-hipofisiario, con liberación de Glucocorticoides (cortisol y corticosterona) y Mineralcorticoides (aldosterona y de-oxicorticosterona). Los otros subejes implican la secreción de Hormona del Crecimiento, Tiroxina y Vasopresina.

EFECTOS DE LA ACTIVACION DEL EJE III
Incremento en la producción de glucosa
Aumento de la irritación gástrica
Incremento en la producción de urea
Incremento en la liberación de ácidos grasos libres
Aumento de la susceptibilidad a procesos arterioscleróticos
Supresión del apetito
Aumento en la susceptibilidad a necrosis de miocardio no trombótica
Inmunodepresión
Incremento en la producción de cuerpos cetónicos
Exacerbación de Herpes Simple
Desarrollo de sentimientos asociados a depresión, indefensión, desesperanza y pérdida de control

Los efectos negativos más importantes asociados a la activación del III eje son la depresión, el sentimiento de indefensión, la pasividad, la percepción de falta de control, la inmunodepresión y los síntomas gastrointestinales.

Así, las consecuencias biológicas del estrés (de la activación fisiológica) se concretan en aumento de: tensión arterial, frecuencia cardíaca, glucogenolisis, lipolisis, secreción de ACTH, hormona del crecimiento, hormona tiroidea y de esteroides adrenocorticales; disminución de: secreción de insulina y actividad intestinal; dilatación bronquial, vasoconstricción cutánea y vasodilatación muscular. Se trata, pues, de un estado biológico de predisposición al consumo de energía.

Si bien estos cambios son naturales y vitales en ciertas situaciones, y de forma esporádica, el reiterado desencadenamiento de la respuesta de estrés sin dar salida a la energía suplementaria así producida, y los subproductos de tal respuesta, son perjudiciales para la salud.

Por otra parte, los seres humanos ya no precisamos de esta ?activación? para enfrentarnos a la pérdida de un ser querido: nos hemos vuelto ?seres racionales?, es decir, usamos la razón, el pensamiento, para descubrir o planear cómo es que vamos ha hacer para enfrentarnos a tantos problemas que nos genera la pérdida; en una palabra, ?pensamos? en cómo es que nos vamos a recuperar. Es decir, ya no necesitamos de tal activación pues usamos la razón, no la actividad física.

La situación es un tanto paradójica, pues para recuperarnos de la pérdida de un ser querido no precisamos tanto de la actividad física ni de la razón o el pensamiento (de otra forma, la gente más inteligente que uno se recuperaría antes, cosa que no es así), sino del corazón, es decir, del sentimiento. Y esto es algo para lo cual ya no estamos tan acostumbrados.

Así, para recuperarnos de la pérdida de un ser querido ?no hay que pensar tanto, hay es que sentir (y mucho)? pues es allí donde más problemas solemos tener, donde más nos han enseñado a reprimir.

REACCIÓN A ESTRÉS AGUDO
Se trata de un trastorno transitorio de una gravedad importante que aparece en un individuo sin otro trastorno mental aparente, como respuesta a un estrés físico o psicopatológico excepcional y que por lo general remite en horas o días. El agente estresante puede ser una experiencia traumática devastadora que implica una amenaza seria a la seguridad o integridad física del enfermo o de persona o personas queridas (por ejemplo, catástrofes naturales, accidentes, batallas, atracos, violaciones) o un cambio brusco y amenazador del rango o del entorno social del individuo (por ejemplo, pérdida de varios seres queridos, incendio de la vivienda, etc.). El riesgo de que se presente un trastorno así aumenta si están presentes además un factor físico o factores orgánicos (por ejemplo, en el anciano).

También juegan un papel en la aparición y en la gravedad de las reacciones a estrés agudo, la vulnerabilidad y la capacidad de adaptación individuales, como se deduce del hecho de que no todas las personas expuestas a un estrés excepcional presentan este trastorno. Los síntomas tienen una gran variabilidad, pero lo más característicos es que entre ellos se incluya, en un período inicial, un estado de ?embotamiento? con alguna reducción del campo de la conciencia, estrechamiento de la atención, incapacidad para asimilar estímulos y desorientación. De este estado puede pasarse a un grado mayor de alejamiento de la circunstancia (incluso hasta el grado de estupor disociativo) o a una agitación e hiperactividad (reacción de lucha o huida). Por lo general, están presentes también los signos vegetativos de las crisis de pánico (taquicardia, sudación y rubor). Los síntomas suelen aparecer a los pocos minutos de la presentación del acontecimiento o estímulo estresante y desaparecen en dos o tres días (a menudo en el curso de pocas horas). Puede existir amnesia completa o parcial para el episodio.

Pautas para el diagnóstico
Debe haber una relación temporal clara e inmediata entre el impacto de un agente estresante excepcional y la aparición de los síntomas, los cuales se presentan a lo sumo al cabo de unos pocos minutos, si no lo han hecho de modo inmediato. Además, los síntomas:

a. Se presentan mezclados y cambiantes, sumándose al estado inicial de ?embotamiento?, depresión, ansiedad, ira, desesperación, hiperactividad o aislamiento, aunque ninguno de estos síntomas predomina sobre los otros durante mucho tiempo.
b. Tienen una resolución rápida, como mucho en unas pocas horas en los casos en los que es posible apartar al enfermo del medio estresante. En los casos en que la situación estresante es por su propia naturaleza continua o irreversible, los síntomas comienzan a apagarse de 24 a 48 horas y son mínimos al cabo de unos tres días.

Este diagnóstico no debe utilizarse en individuos que tuvieran previamente síntomas que satisfagan pautas para otros trastornos psiquiátricos con excepción de F60.- (trastorno de la personalidad). Sin embargo, antecedentes de trastornos psiquiátricos en el pasado no invalidad este diagnóstico.

Incluye: Crisis aguda de nervios, reacción aguda de crisis, fatiga de combate, shock psíquico.

TRASTORNO DE ESTRÉS POST-TRAUMÁTICO: CRITERIOS DIAGNÓSTICOS
Se trata de un trastorno que surge como respuesta tardía o diferida a un acontecimiento estresante o a una situación (breve o duradera) de naturaleza excepcionalmente amenazante o catastrófica, que causarían por sí mismos malestar generalizado en casi todo el mundo (por ejemplo, catástrofes naturales o producidas por el hombre, combates, accidentes graves, el ser testigo de la muerte violenta de alguien, el ser víctima de tortura, terrorismo, de una violación o de otro crimen). Ciertos rasgos de personalidad (por ejemplo, compulsivos o asténicos) o antecedentes de enfermedad neurótica, si están presentes, pueden ser factores pre-disponentes y hacer que descienda el umbral para la aparición del síndrome o para agravar su curso, pero estos factores no son necesarios ni suficientes para explicar la aparición del mismo.

Las características típicas del trastorno de estrés post-traumático son: episodios reiterados de volver a vivenciar el trauma en forma de reviviscencias o sueños que tienen lugar sobre un fondo persistente de una sensación de ?entumecimiento? y embotamiento emocional, de despego de los demás, de falta de capacidad de respuesta al medio, de anhedonia y de evitación de actividades y situaciones evocadoras del trauma. Suelen temerse, e incluso evitarse, las situaciones que recuerdan o sugieren el trauma. En raras ocasiones pueden presentarse estallidos dramáticos y agudos de miedo, pánico o agresividad, desencadenados por estímulos que evocan un repentino recuerdo, una actualización del trauma o de la reacción original frente a él o ambos a la vez.

Por lo general, hay un estado de hiperactividad vegetativa con hipervigilancia, un incremento de la reacción de sobresalto e insomnio. Los síntomas se acompañan de ansiedad y de depresión y no son raras las ideaciones suicidas. El consumo excesivo de sustancias psicotropas o alcohol puede se un factor agravante.

El comienzo sigue al trauma con un período de latencia cuya duración varía desde unas pocas semanas hasta meses (pero rara vez supera los 6 meses). El curso es fluctuante pero se puede esperar la recuperación en la mayoría de los casos. En una pequeña proporción de los enfermos, el trastorno puede tener durante muchos años un curso crónico y evolución hacia una transformación persistente de la personalidad.

Pautas para el diagnóstico
Este trastorno no debe ser diagnosticado a menos que no esté totalmente claro que ha aparecido dentro de los 6 meses posteriores a un hecho traumático de excepcional intensidad. Un diagnóstico ?probable? podría aún ser posible si el lapso entre el hecho y el comienzo de los síntomas es mayor de 6 meses, con tal e que las manifestaciones clínicas sean típicas y no sea verosímil ningún otro diagnóstico alternativo (por ejemplo, trastorno de ansiedad, trastorno obsesivo-compulsivo o episodio depresivo). Además del trauma, deben estar presentes evocaciones o representaciones del acontecimiento en forma de recuerdos o imágenes durante la vigilia o de ensueños reiterados. También suelen estar presentes, pero no son esenciales para el diagnóstico, des-apego emocional claro, con embotamiento afectivo y la evitación de estímulos que podrían reavivar el recuerdo el trauma. Los síntomas vegetativos, los trastorno el estado de ánimo y el comportamiento anormal contribuyen también al diagnóstico, pero no son de importancia capital para el mismo. Las secuelas tardías de un estrés devastador, es decir, aquellas que se manifiestan décadas después de la experiencia estresante, deben ser clasificadas como ?transformación persistente de la personalidad tras experiencia catastrófica?.

Incluye: Neurosis traumática.

Impacto de la Pérdida en las Relaciones que Tenemos con el Mundo y con Otras Per

EFECTOS DE LA PÉRDIDA SOBRE NUESTRO MUNDO
La muerte parece un ejemplo paradigmático de lo que puede llamarse un “hecho social” Sabemos que la muerte y las pérdidas sensibles tienen lugar en un contexto social, en función de organizaciones, definiciones profesionales de rol social, interacción y significado social, además, diferentes culturas manejan el problema de diferente manera.

Si bien el significado de la muerte se define socialmente, y la naturaleza del duelo y el luto reflejan la influencia del contexto social en donde ocurren, es evidente que las dificultades actuales para enfrentar la pérdida de un ser amado se deben, en parte, a la ausencia de rituales establecidos y patrones estructurados de duelo. Ya no sabemos como manejar ese dolor, es más, no queremos saber nada de ello.

No obstante, si la muerte no fuese más que dolor, no sería tan difícil el recuperarnos, pues sólo nos tendríamos que ocupar de encontrar un médico, brujo, chamán, ?hierbatero?, naturista, bioenergético, homeópata, que nos enviase una ?gotas para el dolor?. Pero la muerte es especialmente difícil no porque duela, sino porque destruye, desbarata, desorganiza nuestro mundo (ese ?castillo de naipes? que tanto tiempo nos costó construir, ese ?rompecabezas? que tanto esfuerzo nos costó armar) en mayor o menor medida según lo que la persona que perdimos participase de éste.

Ese mundo nuestro, constituido por tres gran esferas o dimensiones -nuestra realidad, nuestro sentido de vida y nuestra personalidad-, se verá afectado, individual y colectivamente, según lo que la persona que murió participaba en cada uno de ellos y en la totalidad. A mayor compromiso, mayor destrucción. Puede entenderse que el efecto en cada una de estas dimensiones puede muy bien ser diferente en cada persona y en la misma persona según sea la persona perdida (ver gráfico, por ejemplo).

(1) De forma súbita, la realidad que sirve como base a todas nuestras acciones, interac¬ciones y expectativas (es decir, la rutina diaria, nuestras conversaciones con otros, nuestra forma de reaccionar a las cosas, nuestros proyectos, ilusiones, etc.) se hace pedazos. El caos se apodera de nuestra vida, una vida que hasta ese momento se tenía por segura, y que veíamos reflejada en ese mundo de conocimientos compartidos y acumulados sobre el pasado y sobre el futuro con la otra persona. Un mundo, antes seguro y ordenado, se ha vuelto caótico y poten¬cialmente peligroso. No sólo se ha desbaratado la realidad como se entendía (la forma en que veíamos la vida), sino que aquellas personas con las que antes se contaba para darle continuidad a nuestra vida se vuelven extrañas, confusas en sus respuestas o están muy absorbidas por su dolor y desconcierto. De hecho, el mundo ha dejado de ser confiable y seguro: se ha convertido en un lugar donde puede suceder cualquier cosa.

(2) Si la persona que perdimos era importante para nuestra relación diaria con otros o con el mundo, es proba¬ble que el sentido de la vida se desbarate o se pierda: todas las actividades y conversaciones que teníamos con la persona fallecida, los propósitos del presente y los planes para el futuro ya no vienen al caso, ya no tienen sentido: hasta preparar el sancocho que tanto le gustaba ya no tiene sentido. La vida con la persona fallecida, que tanto tiempo nos constó construirla (muchos años de convivencia), deja de tener sentido cuando la persona ya no existe.

(3) Cuando se convive muchos años con una persona llega uno a tal grado de intimidad que uno no sabe que es de uno y que era del otro: uno u otro cogen ?los vicios del otro? y se confunden las personalidades. Así, cuando el ser querido fallece, es que se puede entender al superviviente cuando afirma que ha perdido una parte esencial de ellos mismos, que se sienten vacíos o huecos, extraños o irreales. Aun cuando lamentemos y aceptemos la muerte de un vecino o familiar lejano, y nos preocupemos por los deudos, nuestro mundo social privado y nuestra identidad (nuestra personalidad) siguen estando protegidos y firmes contra el caos que la muerte desencadena.

De igual forma, supongamos que muere mi padre, y expresamente señalo: ?Bueno, pues mi padre ocupaba de mi realidad (como yo soy médico y estoy todo el día ocupado? además, sólo le veo cada 15 días?), digamos, un 5%; de mi sentido de vida (pues?. mi sentido de vida depende casi por completo de mi carrera, de mis pacientes, mis propios hijos, mi esposa, mi hogar?.), digamos otro 5%, en cambio, de mi personalidad mucho más, casi un 70%, pues mi padre y yo éramos iguales?? . En ese momento salta mi hermana y dice: ?pues mi caso es diferente: yo me quedé soltera para cuidar a mi padre que era muy enfermito, y es lo que he hecho los últimos 40 años: todo el día estaba con él, de un lado para el otro, le hacía la comida, le planchaba la ropa, jugábamos dominó juntos, paseábamos en el parque, etc., es decir, mi padre era toda mi realidad, 100%; respecto a mi sentido de vida, bueno? yo vivía para y por él, aunque a mi me gusta pintar e ir a exposiciones, digamos en mi padre ocupaba un 80%, y en cuanto a mi personalidad, bueno? o tanto, yo soy más parecida a mi madre? digamos un 10%?. ¿Qué significa esto? ¿Qué ella le quería o ama más que yo? No, esto sólo significa que su mundo estaba más comprometido, más absorbido, por ese papá que el  mío, por ende, más comprometido y destruido estará para ella tras su muerte que para mi; además, el esfuerzo por recuperarse será también diferente, y en unas dimensiones más que en otras.

La pérdida de sentido de la vida, de la realidad y la fractura de nuestra personalidad nos obligan a “compensar”,  magnificando, inflando o maximizando lo que queda de cada una de ellas. Muchas veces no es más que darles o devolverles su valor real, pues lo perdido, ?se hincha? temporalmente (ver dibujo).

Recuperar nuestra realidad, nuestro sentido de la vida, nuestra personalidad íntegra y la confianza en el mundo puede llegar a ser una de las tareas más difíciles de la recuperación. Esto significa, entre otras cosas, enfrentarse con la desorganización y la adaptación a un entorno sin el ser querido. Debido a que cada ser humano participa en mayor o menor intensidad de nuestra realidad, de nuestro sentido de la vida, de nuestra personalidad íntegra y de nuestra confianza en el mundo, un primer paso es establecer qué tanto de cada uno de estos elementos (realidad, sentido de la vida, personalidad y confianza) estaba absorbido por o dependía de nuestro ser querido perdido y, por ende, qué tanto estará afectado por la pérdida. Una vez alcanzado este objetivo, debemos entonces utilizar “lo que queda” como elemento o base para su reconstrucción. Más énfasis deberemos poner en aquellos aspectos que más seriamente se vean afectados por su dependencia del ser querido; es decir, nuestra prioridad será retomar el trabajo de reconstruir aquello que primeramente esté más afectado.

Así, la muerte de un ser querido suele trastornar de forma más o menos grave la forma en que nos comunicamos y nos relacionamos con otros; las rutinas de la vida diaria se rompen, y ya nada suele tener sentido, pues se crea un desorden de aquellos canales de comunicación y patrones de interacción que reafirman el sentido de estabilidad y que permiten desarrollar y confirmar la identidad y la autoestima. La intensidad de esta respuesta (de este desorden en nuestro mundo) dependerá del papel que tenía el difunto en una o más áreas de esa vida en común.

Aunque la interacción social parece ser un factor clave que permite que el deudo comience a reconstruir su realidad con un significado e identidad en la vida, las circunstancias de esta interacción con el deudo reciente son notablemente complejas; al parecer los deudos son de lo opinión de que mientras ellos tratan de que su “status” pierda importancia en las conversaciones habituales, los demás creen que están obligados a basarse en tal “status” antes de entablar una conversación común.

Por otra parte, es evidente la considerable dificultad que los deudos tienen para manejar los elementos de su propia situación; como parte de la fase inicial de shock y aturdimiento, frecuentemente no saben reiniciar las actividades de la vida diaria que abandonaron antes de la muerte. Una gran parte de estos problemas deriva de su propio “status”, que les deja libre la posibilidad de ser tratados con demostraciones de pesar, sin importar como haya sido su comportamiento inicial.  Solo con el tiempo pierde este “status” a los ojos de los otros y deja de soportar el tratamiento de “persona de duelo” (tiempo habitualmente muy variable y en parte sujeto a la conducta manifestada por el deudo y las consideraciones particulares del otro). Con frecuencia este momento llega bastante antes de que la persona misma haya dejado de considerarse de duelo.

Habitualmente las personasen duelo, durante una interacción normal, suelen proceder, en primer lugar, a aligerar la presión que su “situación de duelo” impone sobre su interlocutor, lo cual lleva a cabo, generalmente, conversando sobre materias que no se refieran al tema del duelo; cuando el propio deudo quien inicia la conversación del “tema”, la situación es vivida frecuentemente con alivio, siempre y cuando el número de palabras utilizadas en su referencia no sea muy extenso. Así, una de las ventajas de tener personas cerca de ellas, con las que comparten el ?status” de deudo, es la libertad de poder hablar de “otras cosas” no relacionadas con la pérdida. Algunos también señalan la necesidad, a menudo durante un largo período de tiempo después de la muerte del ser querido, de contestar al teléfono con un tono grave para aparecer como el receptor adecuado de las condolencias que el interlocutor le ofrecía, o de querer hablar de sus seres queridos meses después, cuando los demás ya consideran que o debe hablarse de ellos. La anticipación del trato de los otros como doliente mantiene a la persona de duelo dentro de este status, al menos en sus encuentros públicos.

La familia, por otro lado, tampoco escapa a las dificultades de interacción que la situación de duelo crea entre sus miembros. Habitualmente las personas que están asociadas con otras en términos de parentesco se consideran con derecho a enterarse de la muerte de uno de los miembros de la familia de forma directa. El círculo más íntimo, la familia inmediata -aquella serie de personas que tienen derecho al uso no calificado del “mi”, como una manera de describir la relación con el muerto, cuando este uso puede emplearse como un medio de afirmar justificadamente sus derechos de recibir el tratamiento de quien ha sufrido una pérdida- tiene derecho de conocer la muerte del familiar en forma rápida y directa, minutos u horas después de su ocurrencia, esperando ser informados personalmente o por teléfono, considerándose inapropiado el hacerlo por carta o telegrama, a menos que la situación geográfica así lo demande. Así, los miembros de la familia inmediata tratan de transmitir las noticias de la muerte según un orden supuesto de información.

Aquellos que no tienen contacto íntimo con la familia, al igual que los amigos, consideran que hay un “momento oportuno” para encontrarse con el deudo reciente. Al parecer es importante asegurarse de no ser un “intruso” durante la visita de condolencias, evitando en lo posible alguna escena familiar íntima. Por otra parte, en ocasiones de aflicción aguda, suelen surgir individuos que cumplen la función de “organizar” tales visitas.

Si bien la muerte se considera un “asunto de familia”, la ocasión del duelo puede constituir un modo en que se rompen las reglas generales de convivencia; con bastante frecuencia la “casa de los deudos” suele permanecer “abierta” durante los días que siguen inmediatamente a la muerte. Así, uno se encuentra en tales circunstancias tal mezcla de familiares, amigos, conocidos, compañeros y vecinos que, en virtud de la tan extremadamente variable perspectiva que los presentes tienen del difunto, tal reunión se convierte en verdaderos “momentos

Factores que Determinan la Respuesta a la Pérdida de un Ser Querido (actualizada

FACTORES QUE DETERMINAN LA RESPUESTA A LA PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO
Las reacciones a la pérdida de un ser querido varían grandemente entre las personas y entre uno mismo según la edad que uno tiene y las circunstancias en las que se encuentra cuando tiene estas perdidas; esto explica, al menos en parte, las diferencias que uno observa en las reacciones de las personas. Y es que hay muchas cosas que influyen en lo que sentimos ante esta tragedia. Por ello, lo que ?observamos? en otros tras la muerte de un ser querido no es un buen ?elemento? para juzgar la intensidad de su reacción. Hay muchas otras cosas.

Se han identificado varios elementos que explican la diferencia de reacciones que tienen las personas en el caso de pérdida de seres queridos y que es bueno conocer y tener en cuenta antes de ?juzgar? a otros por sus reacciones:

1. Nivel de apego al ser querido fallecido
2. Características de la muerte
3. La personalidad que uno tenga
4. Participación en el cuidado del paciente
5. La duración de la enfermedad
6. Disponibilidad de Apoyo social-familiar
7. Nivel de comunicación entre nosotros y nuestros familiares o amigos y viceversa
8. Crisis concurrentes (problemas que suceden al mismo tiempo)

1. Nivel de apego al ser querido fallecido
Es un primer factor de enorme importancia para explicar el dolor y la tragedia que sentimos por la pérdida del ser querido. El nivel de apego hace referencia a la intensidad y calidad de la relación que se tenía con la persona fallecida. Esto puede explicar, por ejemplo, el que no se sienta lo mismo por la muerte de un hermano con el que se convive a diario, que a la vez era un amigo, compañero, confidente, que perder a ese mismo hermano pero que vive en otro país lejano hace muchos años y del que no tenemos noticias sino cada 2 o 3 años; de igual forma, no es lo mismo perder a una tía que era nuestra segunda madre que a aquella tía que vive en otra ciudad y de la cual tenemos noticias cada 2-3 meses. Los que tienen varios hijos se habrán dado cuenta que hay unos más apegados que otros, y los que son muchos hermanos se habrán dado cuenta que hay unos muy apegados a los padres y otros que hay que estar llamado para poderlos ver.

La respuesta a la pérdida no es dictada solamente por el nivel o grado de parentesco; es decir, no es legítimo ni justo decir que nos dolerá más la pérdida de un hijo que de un hermano o de una madre que la de un esposo. No disponemos de un ?parientómetro? para calibrar esta respuesta, pero si sabemos que la intensidad de la respuesta depende más del nivel de apego que del grado de consanguinidad.

2. Características de la muerte
Sabemos que las muertes súbitas (por enfermedad aguda ?popularmente conocida como muerte ?de repente?-, violencia o accidente), a diferencia de las muertes ?anticipadas? (anunciadas o avisadas por una enfermedad largamente conocida como el cáncer, SIDA, de los riñones, del hígado, del corazón, etc.), no es que duelan más como popularmente se cree (pues tampoco disponemos de un ?dolorómetro? para calibrar eso), pero si trastornan, desbaratan o destruyen más nuestro mundo tal cual lo concebíamos antes que aquellas muertes anticipadas que si permiten cierto tipo de adaptación o preparación. A veces es tal el grado de shock, de aturdimiento y de trastorno inicial que puede darse una respuesta temporal ?plana?, como ?de no sentir nada?, de estar ?bloqueado? o ?pasmado? como popularmente se le llama a esta anestesia emocional temporal producto del estado de shock inicial y que, como el nombre lo dice, sólo será temporal, de unos días.

3. La personalidad que uno tenga
Todos poseemos personalidades distintas, distintos miedos y distintas formas de reaccionar ante sucesos angustiantes. En este sentido, todo duelo es único y no hay dos duelos iguales; es más, nuestra respuesta puede no ser la misma ante diferentes pérdidas. Por otra parte, y aunque se trate de estereotipos, los hombres y las mujeres tenemos tendencias diferentes a la hora de expresar y enfrentar el dolor por la muerte de un ser querido; aunque estos patrones de respuesta no son exclusivos, es decir, hay mujeres con tendencia a responder con estilos más masculinos y hombres con tendencias a responder con estilos más femeninos, si que suelen apreciarse estas tendencias, especialmente ante la pérdida de un hijo, la viudez o la pérdida de uno de los padres.

En los hombres se conoce un patrón de respuesta más o menos bien extendido y definido como el modelo ?Macho Man? por los estadounidenses: control de la expresión emocional para mantener a la imagen pública de fuerza y control, es competidor, protector, solucionador de todos los problemas, regulador de sus emociones y autosuficiente. El hecho de que apreciemos “tendencias” diferentes entre hombres y mujeres para afrontar las pérdidas es, realmente, afortunado, ya que esto nos da la opción de “aprender” unos de otros, de complementar, de aumentar nuestro arsenal para afrontar el dolor; en una palabra, de “globalizar” nuestras respuestas: si los hombres tienen estrategias que son útiles (y que las mujeres no suelen usar), y las mujeres las suyas (que los hombres no suelen usar), nuestra mejor elección ante una pérdida debe ser elegir, indudablemente, ambos tipos de respuestas.

Entender estas diferencias es importante especialmente en caso de la muerte de un hijo: ?no es que el otro no sienta o que uno de ellos sienta más que el otro; la respuesta correcta es que ambos pueden responder con estilos diferentes, y esto no significa que sientan diferente?.

4. Participación en el cuidado del paciente
Si la persona estuvo enferma días o meses antes de morir, y nosotros tuvimos la oportunidad de ayudarle o acompañarle durante la enfermedad, nuestra reacción ante su muerte (muerte que probablemente ya esperábamos) puede llegar a ser menos intensa de lo que esperábamos (aunque no necesariamente) pues al menos nos queda el sentimiento de ?gratitud? (no de felicidad) de haber hecho algo por ella, de haber hecho que sus últimas días fuesen lo menos angustiantes posibles que hubiesen sido sin nuestra presencia; desde luego no pudimos ?morirnos por ella? ni ?curarles de su muerte?, pero si hicimos que sus últimos días fuesen lo menos angustiantes posibles gracias a nuestra presencia, con todos los errores que hayamos podido comer en unos cuidados tan exigentes, agotadores y angustiantes.

5. La duración de la enfermedad
Es un factor importante que puede afectar nuestra reacción a la muerte del ser querido: si la enfermedad que condujo a la muerte fue muy larga (en general, mayor de 12 meses) es probable que afecte nuestra reacción de duelo en un sentido negativo, es decir, podrá sernos más difícil o más lento el recuperarnos; esto se debe, al menos en parte, al agotamiento a que condujo un cuidado de enfermedad tan largo; aquellos que han cuidado de un familiar con una enfermedad terminal muy bien saben de lo agotador y extenuante que es el cuidado continuado en estos casos (agotamiento físico, psíquico, familiar, económico, afectivo, etc.); en ocasiones puede darse una respuesta temporal ?plana?, de ?no sentir nada?, muy semejante a estar ?bloqueado?, simplemente por puro agotamiento. Entre 6 y 12 meses de duración, es probable que no sea muy importante el efecto sobre el proceso de recuperación tras la pérdida. Menos de 6 meses se relacionan con un buen resultado del duelo; es decir, puede sernos ?útil? ese cuidado para nuestro proceso de recuperación pues al menos nos que ese sentimiento de gratitud de ?haber cumplido con una difícil tarea?.

6. Disponibilidad de Apoyo social-familiar
En general, para recuperarnos de la pérdida de un ser querido solemos recurrir a dos tipos de recursos:

a. Recursos Internos: En primer lugar están nuestros recursos internos, los de nuestra personalidad, de nuestro saber, de nuestra experiencia, de nuestra edad.
b. Recursos Externos: En segundo lugar están los recursos externos, aquellos que vienen de otros, sean personas, entidades o grupos.

Es decir, la primera es haciéndolo uno solo, sin ayuda de nadie, y la segunda, es haciéndolo con la ayuda de otros. Debido a que el duelo es un proceso muy dinámico, es decir, nos estaremos moviendo de un extremo al otro según nuestras necesidades particulares en un momento determinado, no siempre la ayuda será necesaria ni la ayuda necesaria será siempre la misma.

El proceso de recuperación puede llegar a ser tan difícil que hacerlo solos puede ser menos que imposible; por ello, lo más aconsejable es permitir que otros nos ayuden en mayor o menor medida en este difícil proceso y según nuestras necesidades en un momento determinado. Habrá personas, como los niños o familiares con algún grado de retraso mental -cuyos recursos internos son más escasos- que precisarán mayormente de nosotros (como su recurso externo) para su proceso de recuperación. Ciertamente si el superviviente tiene poco o ningún apoyo social o familiar, o lo percibe como insuficiente, el proceso de recuperación puede llegar a ser muy difícil.

La experiencia clínica en el trabajo con deudos nos muestra que uno de los factores más importante para la recuperación de la pérdida de un ser querido, quizá el que más, es la presencia de otro ser humano cerca de nosotros, acompañándonos en ese difícil camino de la recuperación.

7. Nivel de comunicación entre nosotros y nuestros familiares o amigos y viceversa:
Uno de los factores que más modifica la expresión del dolor tras la pérdida de un ser querido, y uno de los factores que más trabas nos pone en el proceso de recuperación, es el trastorno en la comunicación que la muerte produce entre nosotros, nuestros familiares, amigos y viceversa: una reacción frecuente que tenemos cuando perdemos un ser querido es la de no ?mostrarle? a otros nuestra angustia para de esta forma no angustiarles, y los otros hacen lo mismo: no se angustian para no angustiarnos. Así, no es raro escuchar frases como:

?Espero a que todos se vayan y me pongo a llorar sola/o?; ?lloro en las noches debajo de las cobijas?; ?lloro mientras me estoy duchando?; ?me encierro en un armario a llorar para no molestar a los demás?; salgo a la calle a llorar y, si vuelo con los ojos rojos, digo que fue que un coche me echó arenilla y tengo una conjuntivitis aguda? (y todos ?inocentemente? nos creemos lo de la conjuntivitis), o, como nos contaba una señora a la que le preguntábamos si la dejaban llorar en su casa: ?si doctor, a mí si me dejan llorar en casa: ¡que bien! y, ¿como es eso? Ah, doctor, estoy en medio de la sala, con mis doce hijos, mis nueras, mis yernos, mis nietos?, somos como sesenta personas, y empiezo a llorar, ¡y todos se van, como si tuviera una enfermedad contagiosa!, y me dejan sola en medio de la sala rodeada de sesenta personas?.

De esta forma, la familia en lugar de cerrarse sobre sí misma se dispersa y cada uno se aflige a su manera. Con esta actitud, lo único que logramos es ?construir? un muro entre ellos y nosotros, una barrera a través de la cual ?pasan algunas cosas y otras no?, perdiendo de esta forma la más valiosa herramienta para poder recuperarnos: una buena comunicación, un ?espacio?, unas personas con las que podemos llorar y hablar libremente de la muerte, el dolor, la ausencia, la angustia, la falta que nos hace, etc. En otras palabras, perdemos una de las funciones de la familia más importantes, la del apoyo y soporte mutuo.

8. Crisis concurrentes (problemas que suceden al mismo tiempo):
Debido a que el proceso de recuperación tras la pérdida del ser querido exige el consumo de energía emocional y física de proporciones inusuales, otras crisis coincidentes (previas o nuevas), en un momento en que se dispone de muy poca, la recuperación puede ser bloqueada o aplazada para otro momento. Así, es comprensible que una persona que pierde un ser querido y presente una o varias crisis concurrentes (problemas económicos diversos, enfermedad grave en la propia persona o en otro familiar, cirugía pendiente, desplazamiento forzado, etc.) no siga expresando lo mismo que venía expresando o no cumpla con las expectativas de otros respecto a sus manifestaciones de dolor.

Como puede verse, existen muchos factores que modifican lo que expresamos cuando perdemos un ser querido y que nos ayudan a entender el por qué las personas responden de una manera u otra; por ello, es muy sano y sensato abstenerse de emitir juicios de valor respecto al por qué una persona lo hace de una u otra manera sin antes conocer o entender la complejidad de la respuesta y las múltiples variables que pueden intervenir para explicar su forma de manifestarse ante el dolor.

La Aflicción Anticipatoria

LA AFLICCIÓN ANTICIPATORIA
Al discutir el duelo de aquellos cuya pérdida es el resultado del cáncer -y probablemente de otras enfermedades crónicas-, es fundamental darle una particular atención al período anticipatorio de la aflicción; esto es importante dado que el cuidado del enfermo con cáncer avanzado en el domicilio, hospital, hospicio o unidad de cuidados paliativos permite la oportunidad de intervenciones con los miembros de la familia antes de que el paciente muera, lo cual puede tener un impacto a largo plazo en la aflicción del superviviente si son elaborados y suministrados por miembros del equipo asistencial que conocen el proceso del duelo, el significado de la aflicción anticipatoria y sus respectivos manejos.

La “aflicción anticipatoria” o “duelo preliminar” se define como el período de tiempo durante el cual -y ante una muerte esperada o que parece altamente probable- el individuo experimenta una serie de sentimientos y emociones semejantes a una aflicción real pero de menor intensidad, como una forma de preparar intelectualmente el duelo real y disminuir así el impacto de la pérdida. Es una forma de retirar lentamente la libido del objeto amado. Como tal, es una respuesta adaptativa a la amenaza de una pérdida real. Es también un período durante el cual el individuo puede intentar la resolución de conflictos previos.

Mientras que para algunos autores la respuesta emocional al duelo real se inicia antes de que el individuo fallece (22,23), para otros la verdadera aflicción (duelo) por la pérdida no empieza hasta que la muerte ha ocurrido (3,24,25). Diferencias culturales pueden en parte explicar esta discrepancia; para aquellas culturas en las que el “mito del cáncer” persiste (cancer=muerte), no debe sorprender que la aflicción anticipatoria se inicio desde el mismo momento del diagnóstico. En otros casos, la incapacidad de la familia para anticipar la aflicción puede tener que ver con una negación de la posibilidad de muerte o a una interpretación errónea de las advertencias.

Algunas circunstancias pueden también alterar la extensión de la respuesta anticipatoria. Cuando el paciente permanece en su domicilio durante la fase terminal de su enfermedad, la familia puede experimentar la realidad de la muerte más íntimamente debido a que ellos participan directamente en su cuidado físico y aprecian los cambios progresivos en el cuerpo del paciente. El cuidado en casa o en una unidad de cuidados paliativos (u otro modelo tipo hospice) permite también el consejo precoz del duelo por parte del equipo asistencial.

En cualquiera de las circunstancias, el estado avanzado de la enfermedad suele ser el tiempo en que a la familia ya se les ha comunicado la gravedad del pronóstico; por otra parte, hoy día las discusiones acerca de “maniobras heroicas” suelen hacerse con la participación del paciente y su familia. Tales discusiones hacen de la muerte inminente un hecho más real. En algunos casos de enfermedad prolongada o dolor continuo, la muerte es vista racionalmente como un alivio de una angustia intolerable, tanto para el paciente como para la familia.

Cuando el enfermo permanece en el hospital hasta su muerte, gradualmente se da por hecho que ya “no está” físicamente en el contexto domiciliario, facilitándose de esta forma la anticipación de la pérdida.

La participación en el cuidado de un niño con enfermedad terminal parece que ayuda a los padres a afrontar las consecuencias de la enfermedad y muerte posterior, como también el hecho de que ellos tuvieran una estrecha comunicación con su hijo acerca de la realidad de la situación (3). Rando (26) señala que los padres que pierden un hijo tienen menos dificultades cuando la pérdida no es repentina y la muerte por cáncer fue seguida a los 6-18 meses de enfermedad.

Quienes son prevenidos con cierta anticipación de que una enfermedad incurable resultará mortal tienen la oportunidad de hacer todo cuanto sea posible en bien del enfermo, evitando así la culpabilidad que puede asociarse con la mala comunicación, relaciones tensas y conducta inadecuada antes de la pérdida; así mismo tendrán tiempo para anticipar cambios en su interacción social y en el desempeño de roles (29). Los efectos sobre el duelo de la conspiración del silencio durante la fase terminal de la enfermedad requieren sin embargo mayor investigación, si bien una buena comunicación paciente-familia parece asociarse con buenos resultados durante el duelo.

Gerber (27) propone que la familia de un enfermo moribundo puede aprovechar la última fase a fin de prepararse para la pérdida. Este autor afirma que “anticiparse a la pérdida puede considerarse como un período de adaptación al papel de afectado”.

La cohesión familiar y la flexibilidad en la adaptación de roles a lo largo del ir-muriéndose, así como su capacidad de adaptación a los inevitables cambios que una enfermedad crónica y avanzada obliga, son elementos importantes que favorecen la presencia de la aflicción anticipatoria. En este sentido también cabe destacar -como elemento fundamental de la cohesión familiar- la sincronía de la aflicción anticipatoria entre los distintos miembros del grupo familiar y su capacidad y confianza de expresar tales sentimientos en el grupo. La presencia de una asincronía en estos sentimientos puede asociarse a resentimiento y culpa durante la fase terminal de la enfermedad y el duelo.

La comunicación mutuamente gratificante entre los miembros de la familia, y entre estos y el enfermo, así como la continuación de las relaciones de apoyo durante la enfermedad avanzada, tienen más probabilidad de facilitar un buen desenlace después de la pérdida. Con base en los datos disponibles, parece razonable suponer que la ayuda y el apoyo ofrecido durante la enfermedad terminal puede no sólo mejorar la situación inmediata del moribundo y sus familiares más cercanos, sino que podrá dejar beneficios a largo plazo al amortiguar el impacto de la respuesta a la pérdida.

En opinión de Bellack y Siegel (28), la aflicción anticipatoria puede ser un fenómeno aún más relevante en casos de pérdidas de individuos ancianos; a medida que el individuo envejece y pierde su salud y capacidad se empiezan a suprimir lentamente los lazos emocionales y a sentir duelo por la pérdida parcial de la persona capaz e importante. Según estos autores, es importante no olvidar este hecho para no confundirlo con la negación o “falta” de trabajo en ello.

MUERTE SÚBITA-MUERTE ANTICIPADA

Si bien existen algunos datos contradictorios que podrían ser explicados por dificultades metodológicas, hay un acuerdo general de que la muerte repentina y no esperada produce un shock de mayor intensidad, a la vez que una mayor desorganización a largo plazo en los supervivientes, y un efecto debilitante que prolonga el duelo y produce excesivo trauma físico y emocional, que aquella que ocurre seguida de una avisada y larga enfermedad terminal (3,10).

Uno de los trabajos más sobresalientes y clásicos en este sentido fue el realizado por Parkes (29); este autor comparó un grupo de supervivientes (viudos y viudas menores de 45 años) con relación a la duración de la enfermedad fatal de sus cónyuges y a la advertencia sobre la muerte inminente. Se llamó grupo de “corta preparación” a los que tuvieron un aviso menor de 15 días de la gravedad de la condición de su cónyuge y un pronóstico menor de 3 días, en tanto que el grupo de “larga preparación” había estado sobre aviso durante más tiempo respecto a la gravedad de la enfermedad de sus cónyuges (2 o más semanas de aviso de la muerte inminente y un pronóstico mayor de 3 días).

En la primera entrevista realizada a las 3 semanas de la pérdida los miembros del grupo de “larga preparación” estaban menos confusos, eran más capaces de aceptar la realidad de su pérdida, no tan propensos a expresar sentimientos de culpa e ira, en contraste con el grupo de “corta preparación”, quienes además permanecieron socialmente más aislados y se reprochaban más durante el primer año del duelo. Durante el segundo año, los miembros del grupo de “larga preparación” tenían más probabilidades de haber logrado un buen desenlace a comparación del otro grupo; la diferencia se mantuvo en el seguimiento realizado a los 2 y 4 años. El grupo de “corta preparación” tenía una mayor incidencia de individuos “atrapados en un círculo vicioso de trastornos emocionales y aislamiento”; casi un 72% tuvo un nivel moderado-grave de ansiedad y dificultades de afrontamiento; únicamente un 28% tuvo una visión positiva del futuro. En oposición, aquellos que anticiparon la pérdida era más probable que viesen la muerte como un alivio de una dolorosa o prolongada enfermedad y encontraron menos causas de autoreproches durante el duelo. A los 4 años, el 90% estaban bien y algunos se habían casado.

Parkes sugiere que una reacción fuerte y prolongada tiene mayor probabilidad de ocurrir si una muerte es percibida como repentina y a la vez inoportuna.

Woolsey y Colb. (30) se refieren al proceso aflictivo en las muertes imprevistas como una súbita aparición de sentimientos intensos, casi intolerables, con intensa agresividad y sentimientos de culpa; la muerte es percibida como una catástrofe que produce gran incredulidad y conmoción durante semanas o meses. Para estos autores el proceso aflictivo en estos casos dura mucho más tiempo que en aquellas familias que han tenido la oportunidad de experimentar la aflicción anticipatoria. Sanders (31) encuentra que aquellos que experimentan una muerte repentina muestran más síntomas de shock y, consecuentemente, más problemas somáticos con el tiempo que aquellos en que el familiar murió de enfermedad crónica. Por otro lado, una larga enfermedad agota a los familiares dejándoles con poca energía para completar el necesario trabajo del duelo, datos que fueron corroborados por Rando (26). Según Sanders, para un mínimo efecto sobre el duelo, la duración óptima de la enfermedad crónica (del ir-muriéndose) para que no afecte el resultado del duelo parece ser de 6 meses. Parkes (29) encuentra también que la forma de morir es un predictor primario del resultado del duelo; las variables asociadas con un pobre resultado fueron una corta duración de la enfermedad terminal, muerte no cancerosa y falta de oportunidad de discutir la muerte inminente con el cónyuge. Además, describe el “Síndrome de la muerte inesperada”, caracterizada por aislamiento social junto a un continuado aturdimiento y protesta. Lundin (32) encuentra también mayores síntomas físicos y psíquicos en estos casos; Blanchard y Colb. (33), en un estudio de 30 viudas jóvenes, de 5 que habían considerado el suicidio ninguna había tenido la oportunidad de aflicción anticipatoria.

Otros autores no han encontrado ninguna correlación entre muerte anticipada y duelo (34,35); Clayton y Colb. (36) concluyen que la única diferencia que alcanza importancia significativa se refería a síntomas de anorexia y pérdida de peso que manifestaron individuos cuyos familiares sufrieron de enfermedades fatales relativamente breves. Schwab y Colb. (37) afirman que las enfermedades incurables prolongadas (mayores de 1 año) se correlacionan significativamente con porcentajes más altos de reacciones de aflicción intensa, comparadas con las enfermedades de menor duración o con decesos no precedidos de enfermedad; Bornstein y Colb. (38) no encuentran pruebas de una relación entre la pérdida repentina y las reacciones de duelo extremas y alargadas.

A pesar de la presencia de una aflicción anticipatoria, cuando la muerte sobreviene es preciso adelantar que se resentirá profundamente el impacto de la pérdida, y habrá caos y una intensa sensación de vacío y de no saber que hacer con “tanto tiempo disponible” no obstante haber pasado por este periodo anticipatorio (carácter de subitaneidad de la muerte).

Respuestas a La Noticia de Muerte

RESPUESTAS A LA NOTICIA DE MUERTE
No hay forma fácil de dar las nuevas noticias, y el personal asistencial recibe  poco o nula instrucción en relación a como manejar tal situación. Usualmente es en la formación y con la experiencia cuando se aprende.

Habitualmente el médico o la enfermera elabora una escueta historia de los hechos que desencadenaron la muerte, no importa en que medida su limitado conocimiento del fallecido pueda restringir el grado de posibilidades, en un intento de reducir parte del shock que causan las muertes repentinas (no olvidemos el carácter de subitaneidad de la muerte) y en lograr un mejor entendimiento de las noticias por parte de los familiares (17). Por otra parte, también se pretende dar origen a algunos significados mediante los cuales el acontecimiento puede ubicarse en una secuencia de sucesos naturales o accidentales; esto es, la muerte como fenómeno inherente al ir-muriéndose.

En el mundo médico, si uno le investiga para encontrar el ajuste donde los médicos parecen actuar menos como médicos y los familiares menos como “familiares de pacientes”, las ocasiones de anuncios de muertes parecen ofrecerse como una situación paradigmática; durante las conversaciones que se siguen a la declaración de la muerte, el interés porque las demostraciones de pena sean adecuadas, por la coherencia de los hechos, por el comportamiento social, por la información suministrada e intercambiada, compiten y prácticamente anulan la competencia de los intereses que gobiernan toda entrevista médica. Mediante su breve intercambio de observaciones, el médico y el familiar, relacionados en tanto que personas, neutralizan efectiva y momentáneamente el carácter radical discrepante de la perspectiva de cada uno con respecto al acontecimiento de la muerte. Cada uno, más allá del respeto por la posición del otro, relega temporalmente a la muerte a una importancia secundaria al acordad mantener un período de “charla social” (17).

Cómo se debe informar
Idealmente, las noticias deberán ser transmitidas por el médico que asistió al paciente durante la enfermedad y que conoce suficientemente bien a los familiares como para ser capaz de expresar las noticias de una manera que anticipe la probable respuesta. Si el médico no está, otra persona, preferiblemente algún otro miembro del equipo asistencial que también conoce a la familia, deberá transmitir la información. No obstante, tanto a nivel hospitalario como ambulatorio, la comunicación de la muerte suele ser un fenómeno simultáneo: habitualmente el médico sólo certifica la realidad de un hecho que la familia ya había apreciado y que sin embargo se resistía a creer.

La importancia de los últimos momentos se debe al hecho de que los pormenores del encuentro serán recordados y referidos en gran detalle, expresando gratitud por la forma cuidadosa o rabia por una insensibilidad percibida.

En el ámbito hospitalario, es importante llevar a la familia a un lugar tranquilo donde la expresión de las emociones no sea embarazoso: también suele ser útil tener a otro familiar presente en el momento de transmitir la información para facilitar la aflicción compartida. Después de que la respuesta inicial ha disminuido, es importante que a la familia se le ofrezca la oportunidad de estar a solas con el cuerpo del difunto: esto puede ser confortante y refuerza la realidad. Posteriormente la discusión deberá responder a cuestiones médicas. Una completa y clara explicación de las circunstancias que rodearon y condujeron a la muerte suele se ya, de forma más tranquila, retomada y repetida. Las respuestas abiertas y la discusión de las preguntas permite al deudo entender intelectualmente las circunstancias que condujeron a la misma y la posibilidad de poder aliviar o resolver interpretaciones erróneas de responsabilidad personal.

La reacción inmediata es usualmente la de un “shock”, e incredulidad, aun cuando se hubiese dado un período de aflicción anticipatoria, reflejando la fase inicial de duelo; el rango de emociones varía desde el estoico y no emotivo al histérico. Ocasionalmente ocurren respuestas patológicas; ellas son generalmente pasajeras, pero algunas pueden llegar a ser extremas y requerir intervención para proporcionar confort y seguridad. El patetismo del momento con frecuencia complica la capacidad para manejar la situación rápidamente; además, problemas psiquiátricos previos pueden verse exacerbados en esos momentos y resultar en una amenaza al propio sujeto o a otros.

Con el anuncio de muerte y la creación del “status” de deudo, sin embargo, la familia goza del derecho temporal de suspender su interés por los requerimientos normalmente forzosos de la conducta, la atención, la amabilidad, la deferencia y el respeto por el entorno. Una compostura apropiada sólo suele exigirse a los familiares más lejanos, amigos o conocidos; si el entorno es apropiado, pueden desbordarse sin miedo a ser sancionados, teniendo el derecho de esperar que otras respeten su posición.

Transmitir las noticias de la muerte es también para el doliente inmediato anunciar su propio estado de duelo, y al hacerlo puede obligar a otro a asumir una expresión de simpatía sin dejar que esta surja de forma natural; no sólo se fuerza una expresión de condolencia al transmitir las noticias, sino que también suele apreciarse una disminución del propio dolor por la pérdida.

Al transmitir las noticias a personas ajenas a la familia, el deudo inmediato confía, por lo general, en lo que Sudnow llamó “efecto bola de nieve”, es decir, que selecciona ciertas personas clave para que estas divulguen la noticia siguiendo un orden natural basado en las relaciones de las personas que rodeaban al difunto.

Cuando ocurre la muerte, la posición de la familia está estrechamente vinculada con el grado de simpatía que le demuestra su entorno de interacción; la situación de la familia en cuanto a logros del difunto, círculo de amistades y conocidos, y el grado de consideración en que otros le tienen son asuntos directamente relacionados con el número de tarjetas de condolencia y llamadas telefónicas, etc. Estos factores, aparentemente vulgares, pueden ser de gran importancia para la familia: una “concurrencia pobre” puede ser en muchas instancias un golpe tan rudo como la muerte misma.

En el entorno hospitalario suele existir una considerable interpretación de las variaciones en las respuestas emocionales de las personas ante la muerte de un familiar; con frecuencia se invocan las propias experiencias con la muerte para elaborar o fundamentar las propias teorías y emitir juicios de valor.

En este mismo contexto, y aunque no existe ninguna preferencia por el orden, en las conversaciones después del anuncio de muerte se recogen los siguientes temas (17):

1. El tema de la causa se incluye como tal aun cuando las referencias del médico a las circunstancias que condujeron a la muerte hayan sido previamente explicadas. Tiene, por otra parte, el propósito de reforzar la realidad.

2. El tema del dolor. El interés acerca de si el muerto sintió dolor antes de fallecer es una preocupación común a toda muerte no accidental. Según Sudnow, el médico siempre responde “no”, y con frecuencia aporta algún tipo de justificación al respecto (“se le administraron analgésicos y sedantes hasta el último momento”); aun cuando la familia pueda de hecho saber que la muerte fue dolorosa, hace sin embargo la pregunta y se va sin discutir la respuesta habitual del médico. Al parecer existe un alivio ante la afirmación negativa del médico respecto a la ausencia de dolor, alivio que, si bien es transitorio, suele ofrecer un cierto consuelo.

3. El tema de la evitabilidad. El tema de la posible prevención y evitabilidad de la muerte no es frecuente en una enfermedad crónica como el cáncer avanzado, si bien puede serlo en casos de neoplasias de evolución rápida y, por supuesto, en las muertes súbitas.

Fundamentos Teóricos (actualizado)

FUNDAMENTOS TEÓRICOS
Los intentos para explicar la fenomenología del duelo normal y sus reacciones anormales han resultado en el desarrollo de diferentes modelos que proporcionan una trama conceptual para entender los síntomas y las reacciones normales de la aflicción; los modelos teóricos se derivan fundamentalmente de estudios empíricos; se suelen solapar unos con otros al describir los mismos fenómenos desde diferentes perspectivas. Los modelos también sugieren una mayor convergencia de conceptos psicodinámicos y cognitivo-conductuales, soportando la aproximación conceptual del duelo no adherida a un punto de vista rígido. Por otra parte, los clínicos a menudo encuentran más fácil usar una aproximación ecléctica al aplicarlos.

Sigmund Freud (1856-1939)
Sigismund Freud, que, a los veintidós años, habría de cambiar ese nombre por el de Sigmund, nació en Freiberg, en la antigua Moravia (hoy Príbor, Checoslovaquia), el 6 de mayo de 1856. Su padre fue un comerciante en lanas que, en el momento de nacer él, tenía ya cuarenta y un años y dos hijos habidos en un matrimonio anterior; el mayor de ellos tenía aproximadamente la misma edad que la madre de Freud -veinte años más joven que su esposo- y era, a su vez, padre de un niño de un año. En su edad madura, Freud hubo de comentar que la impresión que le causó esta situación familiar un tanto enredada tuvo como consecuencia la de despertar su curiosidad y aguzar su inteligencia.

En 1859, la crisis económica dio al traste con el comercio paterno y al año siguiente la familia se trasladó a Viena, en donde vivió largos años de dificultades y estrecheces, siendo muy frecuentes las temporadas en las que, durante el resto de su larga vida (falleció en octubre de 1896), el padre se encontraría sin trabajo. Freud detestó siempre la ciudad en la cual, por otra parte, residió hasta un año antes de su muerte, cuando, en junio de 1938 y a pesar de la intercesión de Roosevelt y Mussolini, se vio obligado, dada su condición de judío -sus obras habían sido quemadas en Berlín en 1933-, a emprender el camino del exilio hacia Londres.

La familia se mantuvo fiel a la comunidad judía y sus costumbres; aunque no fue especialmente religiosa; al padre cabe considerarlo próximo al librepensamiento, y el propio Freud había perdido ya las creencias religiosas en la adolescencia. En 1873, finalizó sus estudios secundarios con excelentes calificaciones. Había sido siempre un buen estudiante, correspondiendo a los sacrificios en pro de su educación hechos por sus padres, que se prometían una carrera brillante para su hijo, el cual compartía sus expectativas. Después de considerar la posibilidad de cursar los estudios de derecho, se decidió por la medicina, aunque no con el deseo de ejercerla, sino movido por una cierta intención de estudiar la condición humana con rigor científico. A mitad de la carrera, tomó la determinación de dedicarse a la investigación biológica, y, de 1876 a 1882, trabajó en el laboratorio del fisiólogo Ernst von Brücke, interesándose en algunas estructuras nerviosas de los animales y en la anatomía del cerebro humano. De esa época data su amistad con el médico vienés Josef Breuer, catorce años mayor que él, quien hubo de prestarle ayuda, tanto moral como material. En 1882 conoció a Martha Bernays, su futura esposa, hija de una familia de intelectuales judíos; el deseo de contraer matrimonio, sus escasos recursos económicos y las pocas perspectivas de mejorar su situación trabajando con Von Brücke hicieron que desistiese de su carrera de investigador y decidiera ganarse la vida como médico, título que había obtenido en 1881, con tres años de retraso.

Sin ninguna predilección por el ejercicio de la medicina general, resolvió adquirir la suficiente experiencia clínica que le permitiera alcanzar un cierto prestigio, y, desde julio de 1882 hasta agosto de 1885, trabajó como residente en diversos departamentos del Hospital General de Viena, decidiendo especializarse en neuropatología. En 1884 se le encargó un estudio sobre el uso terapéutico de la cocaína y, no sin cierta imprudencia, la experimentó en su persona. No se convirtió en un toxicómano, pero causó algún que otro estropicio, como el de empujar a la adicción a su amigo Von Fleischl al tratar de curarlo de su morfinomanía, agravando, de hecho, su caso. En los círculos médicos se dejaron oír algunas críticas y su reputación quedó un tanto ensombrecida. En 1885, se le nombró Privatdozent de la Facultad de Medicina de Viena, en donde enseñó a lo largo de toda su carrera, primeramente neuropatología, y, tiempo después, psicoanálisis, aunque sin acceder a ninguna cátedra.

La obtención de una beca para un viaje de estudios le llevó a París, en donde trabajó durante cuatro meses y medio en el servicio de neurología de la Salpêtrière bajo la dirección de Jean Martín Charcot, por entonces el más importante neurólogo francés. Allí tuvo ocasión de observar las manifestaciones de la histeria y los efectos de la hipnosis y la sugestión en el tratamiento de la misma. De regreso a Viena, contrajo matrimonio en septiembre de 1886, después de un largo noviazgo jalonado de rupturas y reconciliaciones como consecuencia, en especial, de los celos que sentía hacia quienquiera que pudiese ser objeto del afecto de Martha (incluida su madre). En los diez años siguientes a la boda, el matrimonio tuvo seis hijos, tres niños y tres niñas, la menor de las cuales, Anna, nacida en diciembre de 1895, habría de convertirse en psicoanalista infantil.

Poco antes de casarse, Freud abrió una consulta privada como neuropatólogo, utilizando la electroterapia y la hipnosis para el tratamiento de las enfermedades nerviosas. Su amistad con Breuer cristalizó, por entonces, en una colaboración más estrecha, que fructificaría finalmente en la creación del psicoanálisis, aunque al precio de que la relación entre ambos se rompiera. Entre 1880 y 1882, Breuer había tratado un caso de histeria (el de la paciente que luego sería mencionada como «Anna O.»); al interrumpir el tratamiento, habló a Freud de cómo los síntomas de la enferma (parálisis intermitente de las extremidades, así como trastornos del habla y la vista) desaparecían cuando ésta encontraba por sí misma, en estado hipnótico, el origen o la explicación. En 1886, luego de haber comprobado en París la operatividad de la hipnosis, Freud obligó a Breuer a hablarle de nuevo del caso y, venciendo su resistencia inicial, a consentir en la elaboración conjunta de un libro sobre la histeria. Durante la gestación de esta obra, aparecida en 1895, Freud desarrolló sus primeras ideas sobre el psicoanálisis. Breuer participó hasta cierto punto en el desarrollo, aunque frenando el alcance de las especulaciones más tarde características de la doctrina freudiana y rehusando, finalmente, subscribir la creciente convicción de Freud acerca del papel desempeñado por la sexualidad en la etiología de los trastornos psíquicos.

En 1896, luego de romper con Breuer de forma un tanto violenta, Freud empezó a transformar la metodología terapéutica que aquél había calificado de «catarsis», basada en la hipnosis, en lo que él mismo denominó el método de «libre asociación». Trabajando solo, víctima del desprecio de los demás médicos, el tratamiento de sus pacientes le llevó a forjar los elementos esenciales de los conceptos psicoanalíticos de «inconsciente», «represión» y ‘transferencia’. En 1899, apareció su famosa La interpretación de los sueños, aunque con fecha de edición de 1900, y en 1905 se publicó Tres contribuciones a la teoría sexual, la segunda en importancia de sus obras. Estos dos fueron los únicos libros que Sigmund Freud revisó puntualmente en cada una de sus sucesivas ediciones.

Hasta 1905, y aunque por esas fechas sus teorías habían franqueado ya definitivamente el umbral de los comienzos y se hallaban sólidamente establecidas, contó con escasos discípulos. Pero en 1906 empezó a atraer más seguidores; el circulo de los que, ya desde 1902, se reunían algunas noches en su casa con el propósito de orientarse en el campo de la investigación psicoanalítica, fue ampliado y cambió, incluso, varias veces de composición, consolidándose así una sociedad psicoanalítica que, en la primavera de 1908, por invitación de Karl Gustav Jung, celebró en Salzburgo el Primer Congreso Psicoanalítico. Al año siguiente, Freud y Jung viajaron a Estados Unidos, invitados a pronunciar una serie de conferencias en la Universidad Clark de Worcester, Massachusetts, comprobando con sorpresa el entusiasmo allí suscitado por el pensamiento freudiano mucho antes que en Europa. En 1910 se fundó en Nuremberg la Sociedad Internacional de Psicoanálisis, presidida por Jung, quien conservó la presidencia hasta 1914, año en que se vio obligado a dimitir, como corolario de la ruptura fallada por el mismo Freud en 1913, al declarar improcedente la ampliación jungiana del concepto de «líbido» más allá de su significación estrictamente sexual. En 1916 publicó Introducción al psicoanálisis.

En 1923, le fue diagnosticado un cáncer de mandíbula y hubo de someterse a la primera de una serie de intervenciones. Desde entonces y hasta su muerte en Londres el 23 de septiembre de 1939, estuvo siempre enfermo, aunque no decayó su enérgica actividad. Sus grandes contribuciones al diagnóstico del estado de nuestra cultura datan de ese período (El porvenir de una ilusión [1927], El malestar en la cultura [1930], Moisés y el monoteísmo [1939]). Ya con anterioridad, a través de obras entre las que destaca Tótem y tabú (1913), inspirada en el evolucionismo biológico de Darwin y el evolucionismo social de Frazer, había dado testimonio de hasta qué punto consideró que la importancia primordial del psicoanálisis, más allá de una eficacia terapéutica que siempre juzgó restringida, residía en su condición de instrumento para investigar los factores determinantes en el pensamiento y el comportamiento de los hombres.

Propuso la primera teoría intrapsíquica del duelo en su trabajo “Duelo y melancolía”; si bien no tuvo interés particular en el fenómeno mismo del duelo, lo consideró como una respuesta normal en el curso de la vida: “Todos tenemos pérdidas, todos nos afligimos, todos sobrevivimos”.

Para Freud, el duelo es una reacción normal a la pérdida de una persona amada o a la pérdida de alguna abstracción que ha tomado el lugar de aquella, tal como la patria, la libertad o una idea. Si bien es un período especial de la vida, nunca deberá ser considerado como una condición mórbida que requiere tratamiento médico. Además, la interferencia del proceso puede aun llegar a ser peligroso para el deudo.

De los modelos propuestos para explicar las reacciones del duelo, el más completamente desarrollado es el psicodinámico, basado en las teorías psicoanalíticas propuestas por Freud, el cual se enfoca en el proceso intrapsíquico de la aflicción.

De acuerdo a esta teoría, el proceso de la aflicción es acompañado por un retiro gradual de la energía emocional (libido) del objeto amado perdido. Debido a que renunciar a esta unión es emocionalmente doloroso, los síntomas de la aflicción pueden ser entendidos como una negación inicial de la pérdida seguido por un período de preocupación, con pensamientos de la persona muerta, durante el cual los recuerdos son recuperados y revisados, permitiendo así que la unión a la persona muerta sea gradualmente retirada. El trabajo del duelo es completado cuando el individuo ha emocionalmente liberado la energía, estimulándose por nuevas relaciones.

Para Freud, la semejanza entre el duelo y la melancolía reside en la pérdida del objeto amado, siendo en la melancolía el sujeto mismo (su autoestima y autoconfianza) el objeto perdido. El ego llega a empobrecerse y estar vacío; en el duelo normal, por el contrario, no hay pérdida de la autoestima debido a que no existe una relación ambivalente -al menos en la aflicción normal- hacia el difunto. Si existiesen sentimientos ambivalentes, el duelo resultaría en una organización patológica que él llamó “reproches obsesivos” o un “estado obsesivo de auto-denigración” causado por el conflicto de la ambivalencia. Estos “reproches” se presentarían en forma de sentimientos de daño, abandono, desilusión y expectativas delusionales de castigo.

Al valorar la realidad -y reconocer que el objeto amado ya no existe- se requiere que toda la libido sea retirada de su unión al objeto amado (lo cual, de hecho, demanda un gran esfuerzo) y el individuo esté nuevamente libre para reinvertirla en otro sujeto. Debido al rechazo a dejar el objeto amado, este proceso sólo puede ser realizado lentamente, poco a poco con el tiempo. Durante este período de “decathexis” (dejar ir), la persona pierde el interés por todas las cosas, no puede experimentar amor y le invade un sentimiento de desesperanza.

Apuntes en referencia al texto Duelo y Melancolía

A. EL DUELO ES UN PROBLEMA DE LOS AFECTOS, ES ALGO NORMAL Y ES UNA REACCIÓN A LA PÉRDIDA. CIRCUNSCRIPCIÓN DEL DUELO SOLO A LA PÉRDIDA REAL DEL OBJETO.
1. ?… comparándola con un afecto normal: el duelo?
2. ?? El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc.?
3. ?.. Esto nos llevaría a referir de algún modo la melancolía a una pérdida de objeto sustraída de la conciencia, a diferencia del duelo, en el cual no hay nada inconsciente en lo que atañe a la pérdida?
4. ?… Por eso la melancolía puede surgir en una gama más vasta de ocasiones que el duelo, que por regla general sólo es desencadenado por la pérdida real, la muerte del objeto…?

B. A PESAR DE QUE EL DUELO TRAE CONSIGO GRAVES DESVIACIONES DE LA CONDUCTA (ES DECIR, ES NOTABLEMENTE TRASTORNADOR A TODO NIVEL), NO PRECISA ATENCIÓN (ES INOPORTUNA) Y EXIGE CIERTO TIEMPO. EL DUELO COMO UN FENÓMENO BORDELINE
1. ?… En verdad, si esta conducta no nos parece patológica, ello sólo se debe a que sabemos explicarla muy bien?
2. ?? a pesar de que el duelo trae consigo graves desviaciones de la conducta normal en la vida, nunca se nos ocurre considerarlo un estado patológico ni remitirlo al médico para su tratamiento. Confiamos en que pasado cierto tiempo se lo superará, y juzgamos inoportuno y aun dañino perturbarlo?

C. EL DUELO ES UN SÍNDROME, SE VISLUMBRA LA POSIBILIDAD DE ENCONTRAR UN SUSTITUTO
1. ?… la reacción frente a la pérdida de una persona amada, contiene idéntico talante dolido, la pérdida del interés por el mundo exterior -en todo lo que no recuerde al muerto-, la pérdida de la capacidad de escoger algún nuevo objeto de amor -en reemplazo, se diría, del llorado-, el extrañamiento respecto de cualquier trabajo productivo que no tenga relación con la memoria del muerto?

D. EL DUELO ES UN ESTADO, TIENEN UNA CAUSA CLARA Y CIERTAS PRESENTACIONES O VARIANTES.
1. ?? La conjunción de melancolía y duelo parece justificada por el cuadro total de esos dos estados (ver nota). También son coincidentes las influencias de la vida que los ocasionan, toda vez que podemos discernirlas?
2. ?… La mancomuna al duelo este rasgo: pasado cierto tiempo desaparece sin dejar tras sí graves secuelas registrables …?
3. ?? El duelo pesaroso??:

E. FACTORES QUE MODIFICAN LA RESPUESTA A LA PÉRDIDA. SE INTUYE EL APEGO COMO UNO DE LOS DETERMINANTES DE LA RESPUESTA A LA PÉRDIDA
1. ?… Sí el objeto no tiene para el yo una importancia tan grande, una importancia reforzada por millares de lazos, tampoco es apto para causarle un duelo o una melancolía…?:

F. EL DUELO TIENE UNOS FACTORES DE RIESGO. EL DUELO MUESTRA LOS MISMOS RASGOS QUE LA DEPRESIÓN (melancolía), SI BIEN NO SE AFECTA LA AUTO-ESTIMA.
1. ?? A raíz de idénticas influencias, en muchas personas se observa, en lugar de duelo, melancolía (y por eso sospechamos en ellas una disposición enfermiza)?
2. ?? el duelo muestra los mismos rasgos (que la melancolía), excepto uno; falta en él la perturbación del sentimiento de sí. Pero en todo lo demás es lo mismo?

G. EL PROCESO DE RECUPERACIÓN DE LA PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO ES ABSORBENTE Y NO DEJA ENERGÍA PARA OTRA COSA (SE INTUYE YA LA ECONOMÍA DEL DUELO). REFERENCIA A LA DIFÍCIL TAREA, NO EXCENTA DE DOLOR, DE LA ACEPTACIÓN DE LA NUEVA REALIDAD. EL AGOTADOR PROCESO DE RECUPERACIÓN DEL DUELO. EL DUELO COMO TRABAJO QUE CONSUME ENERGÍA SOLO DURANTE UN TIEMPO DE TODO EL PROCESO.
1. ?… Fácilmente se comprende que esta inhibición y este angostamiento del yo expresan una entrega incondicional al duelo que nada deja para otros propósitos y otros intereses?
2. ?… ¿Por qué esa operación de compromiso, que es el ejecutar pieza por pieza la orden de la realidad, resulta tan extraordinariamente dolorosa??
3. ?… En primer término: El duelo normal vence sin duda la pérdida del objeto y mientras persiste absorbe de igual modo todas las energías del yo
4. ?… Podemos imaginar que esa desatadura se cumple tan lentamente y tan paso a paso que, al terminar el trabajo, también se ha disipado el gasto que requería…?

H. EL DUELO COMO UN TRABAJO REAL Y CONSCIENTE. EL TRABAJO DEL DUELO COMO PROCESO QUE  ABSORBE. EL DUELO COMO TRABAJO. EL DUELO COMO UN TRABAJO INTERIOR. EL DUELO COMO TRABAJO VARIADO.
1. ?… Ahí mismo se efectúan los intentos de desatadura en el duelo, pero en este caso nada impide que tales procesos prosigan por el camino normal que atraviesa el Prcc hasta llegar a la conciencia…?
2. ?… En el duelo hallamos que inhibición y falta de interés se esclarecían totalmente por el trabajo del duelo que absorbía al yo?
3. ?… Ahora bien, ¿en qué consiste el trabajo que el duelo opera??
4. ?… Pero esto es, según sabemos, secundario; es la consecuencia de ese trabajo interior que devora a su yo, un trabajo que desconocemos, comparable al del duelo…?
5. ?… Con relación a aquel nos enteramos de que se necesita tiempo para ejecutar detalle por detalle la orden que dimana del examen de realidad; y cumplido ese trabajo, el yo ha liberado su libido del objeto perdido…?
6. ?… y la ejecución de ese quite de libido no puede ser un proceso instantáneo, sino, sin duda, como en el caso del duelo, un proceso lento que avanza poco a poco…?
7. ?… ¿Comienza al mismo tiempo en varios lugares o implica alguna secuencia determinada??

I. CONSECUENCIAS DEL DUELO SOBRE EL PROPIO MUNDO
1. ?… En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío…?

J. SE VISLUMBRA YA UNA TEORÍA SOBRE LA ECONOMÍA DEL DUELO. UN PASO MÁS HACIA LA TEORÍA SOBRE LA ECONOMÍA DEL DUELO. ELEMENTOS PARA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA TEORÍA ECONÓMICA DEL DUELO.
1. ?… Aprobaremos también la comparación que llama «dolido» al talante del duelo. Es probable que su legitimidad nos parezca evidente cuando estemos en condiciones de caracterizar económicamente al dolor (ver nota)?
2. ?… He ahí algo que no puede indicarse con facilidad en una fundamentación económica?
3. ?… Ni siquiera podemos decir cuáles son los medios económicos por los que el duelo consuma su tarea…?

K. SE VISLUMBRAN LAS TAREAS DEL DUELO. EL RECONOCIMIENTO DE LA PÉRDIDA COMO ELEMENTO NECESARIO PARA QUE SE DE EL DUELO. REFERENCIA A UNA DE LAS TAREAS DEL DUELO. BASES DE LA SUPERACIÓN DEL PROCESO A PESAR DE SER NOTABLEMENTE TRASTORNADOR A TODO NIVEL. EL DUELO COMO PROCESO DE ADAPTACIÓN. SE ESTABLECEN DIFERENCIAS ENTRE ACEPTACIÓN INTELECTUAL Y ACEPTACIÓN AFECTIVA. LA ACEPTACIÓN DE LA REALIDAD COMO ELEMENTO PRIMORDIAL PARA QUE SE DE EL DUELO. SE MENCIONA LA IMPORTANCIA DE LAS RESISTENCIAS AL CAMBIO Y SE RECONOCE PLENAMENTE EL FENÓMENO DEL SUSTITUTO DEL OBJETO PERDIDO. EL DUELO COMO FENÓMENO DINÁMICO Y CON ESPERANZA DE SUPERVIVENCIA.
1. ?… y de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto?
2. ?… El examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más…?
3. ?… Cada uno de los recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se consuma el desasimiento de la libido (ver nota)?
4. ?… Y lo notable es que nos parece natural este displacer doliente. Pero de hecho, una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido (ver nota)?
5. ?… Se ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y de energía de investidura, y entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico?
6. ?… Para cada uno de los recuerdos y de las situaciones de expectativa que muestran a la libido anudada con el objeto perdido, la realidad pronuncia su veredicto: El objeto ya no existe más…?
7. ?… A ello se opone una comprensible renuencia: universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni aun cuando su sustituto ya asoma?
8. ?… Así como el duelo mueve al yo a renunciar al objeto declarándoselo muerto y ofreciéndole como premio el permanecer con vida…?

L. ANTECEDENTES DEL DUELO PATOLÓGICO. DURANTE EL DUELO EL YO NO SE EMPOBRECE. GRAN DIFERENCIA ENTRE EL DUELO Y LA MELANCOLÍA: MIENTRAS EN ELDUELO SE EMPOBRECE EL MUNDO, EN LA MELANCOLÍA LOHACE EL YO.
1. ?… Esa renuencia puede alcanzar tal intensidad que produzca un extrañamiento de la realidad y una retención del objeto por vía de una psicosis alucinatoria de deseo (ver nota). Lo normal es que prevalezca el acatamiento a la realidad. Pero la orden que esta imparte no puede cumplirse enseguida?
2. ?… El melancólico nos muestra todavía algo que falta en el duelo: una extraordinaria rebaja en su sentimiento yoico {Ichgefühl}, un enorme empobrecimiento del yo?
3. ?… en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo…?

M. EL DUELO COMO FACTOR DE RIESGO DE PSICOPATOLOGÍA. EL DUELO, EN SÍ MISMO, Y LA PERSONALIDAD PRE-MÓRBIDA COMO FACTORES DE RIESGO DE PSICOPATOLOGÍA.
1. ?… La pérdida del objeto de amor es una ocasión privilegiada para que campee y salga a la luz la ambivalencia de los vínculos de amor…?
2. ?… Y por eso, cuando preexiste la disposición a la neurosis obsesiva, el conflicto de ambivalencia presta al duelo una conformación patológica y lo compele a exteriorizarse en la forma de unos autorreproches, a saber, que uno mismo es culpable de la pérdida del objeto de amor, vale decir, que la quiso…?
3. ?… En esas depresiones de cuño obsesivo tras la muerte de personas amadas se nos pone por delante eso que el conflicto de ambivalencia opera por sí solo cuando no es acompañado por el recogimiento regresivo de la libido?.

Otto Fenichel (1897-1945)
Fue el tercero de tres hijos del Abogado Fiscal del Imperio, Leo Fenichel y su esposa Emma. Nació el 2 de Diciembre de 1897 en Viena, siendo brillante ya como estudiante del Gymnasium y militante revolucionario del movimiento juvenil vienés que era liderado por su compañero de estudios Sigfried Bernfeld. Decidió hacerse un psicoanalista y comenzó su educación mientras era un estudiante de medicina (donde se le dio constancia de su estudio en 1918 a la edad de 21 años). Era una persona de enorme energía y conciencia política y social. Recibió su título de Médico de la Universidad de Viena en 1921 y se trasladó a Berlín en 1922 para completar su educación en el Instituto Psicoanalítico de Berlín.

Pese a su falta de atractivo físico (según Käte Leichter), era centro del movimiento por sus conocimientos de psicoanálisis. Era un movimiento de protesta contra padres y profesores reclamando una “Cultura joven” propia, cuestionadora de la vieja pedagogía y hacia una nueva forma de relacionamiento entre los géneros. El psicoanálisis le brindaba elementos y bases de argumentación. Ya al realizar su primer semestre en la Universidad, entre 1915 y 1916, concurría a las conferencias de Freud. Fue amenazado de expulsión del Gymnasium por promover una estadística acerca del esclarecimiento sexual.

Alentados por Fenichel en 1912, veinte estudiantes activaron la creación de un seminario sobre sexología en la Asociación Académica de Médicos Judíos para compensar las carencias de la formación curricular respecto a esa temática. Estos estudiantes se encontraban durante el semestre de verano y más tarde algunos de ellos pasaron a integrar las tradicionales noches de los miércoles de la Asociación Psicoanalítica Vienesa y formaron la segunda generación del Movimiento Psicoanalítico (Eduard Bibring, Grete Lehner, Wilhelm Reich, Otto Sperling). Poco después de finalizados sus estudios de medicina, Fenichel se dirigió a Berlín para formarse como psicoanalista en la policlínica psicoanalítica y en el Instituto de formación berlinés. En 1924 fue asistente en el equipo de la policlínica y en 1925 analista didacta. En mayo de 1926 comenzó una actividad de enseñanza muy prolífica en el Instituto de Psicoanálisis de Berlín. Las experiencias allí recogidas y su necesidad de sistematización encontraron expresión en sus “Teorías de las Neurosis”, editadas en dos tomos en 1931.
En 1924 creó el “Seminario de niños” que dirigió junto a Schultz-Henke hasta 1933. Así creó una tribuna donde analistas en formación discutían libremente temas de psicoanálisis y política. Fenichel llevó actas de estos encuentros en número de 168. Este foro de discusión creó un lugar para que los jóvenes freudianos orientados políticamente (Edith Jacobson, Erich Fromm, George Gero, Kate Friedländer, Annie y Wilhelm Reich) tomaran posición y discutieran acerca de temas de quemante actualidad. De filiación política de izquierda, compartían el entusiasmo por la creación de la Unión Soviética y fueron a visitarla personalmente. Fenichel escribió acerca de esta experiencia en “La colonia de trabajo abierta de Bolschewo”, de 1931. La proximidad con su compañero de juventud Wilhelm Reich, hacía que ambos compartieran aún en sus escritos las opiniones políticas.

Con el advenimiento del nazismo, un psicoanálisis comprendido políticamente ya no fue más una cuestión intelectual, sino un problema de la vida cotidiana y de sobrevivencia. Los freudianos conscientes políticamente intentaron, en oposición al establishment psicoanalítico, continuar sus procesos reflexivos socio-críticos. Cuando Hitler accedió al poder, inició la persecución de la población judía y se quemaron los libros de Freud. Pero paralelamente, comenzó la política de colaboracionismo de los psicoanalistas. Pese a la represión totalitaria, se realizaban esfuerzos por obtener el reconocimiento de los dueños del poder del discurso censurado del psicoanálisis, hasta que finalmente el mismo zozobró en el “Grupo de Trabajo A”, del Instituto Alemán de Investigación Psicológica y Psicoterapia (conocido como Instituto Göhring de Psicoterapia). Uno de los más tempranos opositores a esta política fue Reich, quien, en una “acción de limpieza” (según Felix Böhm) del Instituto de Berlín, fue separado del grupo (Brecht et al., 1985, 103). Habiendo perdido su hogar tanto política como científicamente, Reich actuó según la divisa “Quien no está conmigo, está en mi contra” y se dedicó a conseguir el apoyo de Fenichel en la oposición. Con la separación de Reich comenzó una correspondencia entre Fenichel y sus amigos y compañeros militantes psicoanalistas, que constituye una documentación única de clandestinidad científica.

En un período de once años, Fenichel envió cerca de 119 circulares (de las cuales la más extensa consta de ochenta págs.) en torno a la lucha contra el psicoanálisis medicalizado y lavado dentro de la IPA, orientada hacia un psicoanálisis subversivo (Jacoby, 1985, 47). A fines de 1935 Fenichel emigró de Oslo a Praga. En contraposición a Reich, quería mentener la discusión científica solo dentro de la institución psicoanalítica. Mantuvo esta posición aunque luego en 1937 aceptó que debería haber seguido la propuesta de Reich de disolver la Asociación Psicoanalítica Alemana a principios de 1933. Con el tiempo las dudas crecieron. Después de su emigración a Los Angeles huyendo de los Nazis (año 1938), empezó a sonar resignado. Todavía en el congreso de Lucerna de 1934, dijo que siempre había pensado que la discusión debía darse en lo interno de la institución puesto que sin organización firme el psicoanálisis se desdibujaría y desaparecería; “…pero acontecimientos últimos me han hecho repensar, ¿será que ya las organizaciones con su congelada orientación medicalizadora bloquean más el desarrollo científico que la propia resistencia del mundo externo?” (Reichmayr, 1988, 93 y sig.).

En 1945 había decidido apartarse de la enseñanza y práctica del psicoanálisis para ser médico asistente en el “Cedars of Lebanon Hospital” que habría de servirle para la reválida de su título de médico en USA. En la lucha contra la medicalización del psicoanálisis, quería de este modo hacerse inatacable. Para algunos, este trabajoso paso resultaba incomprensible, ya que Fenichel estaba a punto de ser admitido como analista didacta y enseñante de psicoanálisis en poco tiempo más. Pocas semanas antes de su muerte, pudo recibir su habilitación como “Enciclopedista del Psicoanálisis” con su libro “La teoría psicoanalítica de las neurosis”. Esto no pudo evitar que su lucha por una enseñanza de la teoría freudiana del psicoanálisis sociocrítica, hubiera fracasado en su oposición dentro de la IPA a la medicalización y escolarización de la trasmisión, dejándolo en un “insilio interno”. El proceso histórico del psicoanálisis desde la monarquía de los Habsburgo hasta el exilio norteamericano, ocasionó quiebres biográficos difíciles de elaborar. Las metas científico-políticas resultaron anticuadas, los viejos vínculos rotos. El movimiento psicoanalítico de su juventud era ya tan solo un recuerdo.

El 14 de julio de 1945 escribió su última y más breve circular, la número 119. Allí describía sus múltiples visitas a los receptores de las circulares en Nueva York. “Estaba curioso de ver si alguien sugeriría un encuentro de nuestra “fracción”. Pensaba secretamente que una tal propuesta sería una señal de que las “circulares” todavía tenían un sentido. (…) Nadie propuso un encuentro” (Jacoby, 1985, 164). Seis meses después, a los 48 años, falleció en Los Angeles preocupado por la evolución del psicoanálisis en los Estados Unidos.

Erich Lindemann
Psiquiatra de la Escuela Médica Harvard, trabajó en el Massachusetts General Hospital en Boston. De este autor proviene el primer estudio sistemático de la aflicción aguda (Symptomology and Managemet of Acute Grief?, 1944), basado en sus observaciones de la aflicción de aquellos que perdieron familiares (101 personas evaluadas) en el desastre del “Coconut Grove Nightclub” en Boston, USA (se trató de uno de los primeros estudios científico-sociales de duelo realizados en los Estados Unidos). Debido a que fue el primero en señalar los síntomas del Síndrome de Estrés Post-traumático, es considerado el padre de la Intervención en Crisis (los modelos de intervención en crisis actuales derivan del tratamiento de estos pacientes). Él y Gerard Caplan fueron quienes mayoritariamente atendieron a las familias de los sobrevivientes.

El 28 de Noviembre de 1942 se reunieron un grupo de estudiantes de las Universidades de Harvard y Yale en el ?Coconut Grove NightClub? del 1410s, en Boston (USA), para celebrar después de haber jugado un partido de fútbol americano entre ambas universidades. Durante tan concurrida reunión, se presentó un incendio en el que 493 personas de los allí reunidos perecieron, la mayoría de ellos estudiantes universitarios. Por aquel entonces fue el peor fuego de un solo edificio en la historia de los Estado Unidos.

Describió el curso clínico del duelo (fue el primero en sugerir que el duelo tenía unas fases o etapas), los síntomas mayores del “estrés somático” (fenómeno que ocurre en “oleadas” de 20 minutos a una hora, y consistentes en sensación de ahogo, opresión, necesidad de suspirar, una sensación de vacío en el abdomen, debilidad muscular y una intensa angustia subjetiva experimentada como tensión o dolor mental; tales oleadas pueden ser desencadenadas al oír hablar del muerto o recibir las condolencias), la preocupación con la imagen del difunto (que puede acompañarse de un ligero sentimiento de irrealidad), presencia de dolor somático, culpa, hostilidad, pérdida de los patrones usuales de conducta, asunción de síntomas o rasgos del difunto y la incapacidad para funcionar competentemente como ellos lo hacían previo a la muerte.

De igual forma, Lindemann describió tres pasos que los sobrevivientes deben realizar en su camino hacia la recuperación (trabajo de congoja): aceptar la pérdida como un hecho definido, adaptarse a la vida sin el difunto y el formar nuevas relaciones en el mundo, y exploró también las desviaciones del duelo, caracterizándolas en lo que el llamó “congoja mórbida o anormal”, describiendo 9 rasgos de reacción excesiva o distorsionada del duelo. Para él, el duelo patológico no es diferente del duelo normal, es sólo una forma torcida del mismo.

Harry Stack Sullivan (1892-1949)
Nació el 21 de Febrero de 1892 en Norwich, N.Y., U.S.A. y murió el 14 de Enero de 1949 en Paris (Francia). Fue hijo único de una familia de inmigrantes irlandeses (un padre retirado y una madre infeliz que había abortado dos veces), católicos en medio de una comunidad protestante anticatólica y con inmensas diferencias sociales entre las familias de sus padres. Su único compañero era un muchacho 5 año mayor que él, de una granja vecina, y quién posteriormente se hizo psiquiatra; a qué grado influenció esto en su opción por la psiquiatría es desconocido. Por otra parte, se especula si todo lo que el vivió en su infancia de algún modo tuvo su expresión en el campo de psiquiatría, pues en este campo él hizo tantas innovaciones que todos los psiquiatras americanos han sentido su influencia. Sullivan completó la escuela secundaria y recibió una beca a la Universidad de Cornell, beca que posteriormente perdió en su segundo semestre en 1909 debido a no cumplir los requisitos. Abundantes rumores señalan que él tenía esquizofrenia, pero nunca se encontró ningún archivo de una hospitalización. En 1911 Sullivan se enrolló como estudiante en la Escuela de Medicina y Cirugía de Chicago y recibió su grado médico en 1916. Siguiendo su graduación, trabajó como un médico para varias empresas y compañías de seguros, la Guardia Nacional, el Ejército y en el futuro Gobierno Federal, mientras se especializaba en el tratamiento de la esquizofrenia. Su primer contacto serio con la psiquiatría ocurrió cuando él era un oficial de enlace entre la Administración de Veterano y el Hospital St. Elizabeths en Washington, D.C. Allí empezó a hablar con los pacientes y a asistir a las conferencias del Dr. William A. White (un importante psiquiatra y psicoanalista americano del momento), quienes le ayudaron a afianzar su trabajo en el Hospital Sheppard y Enoch Pratt, en Baltimore, lo que llegó a ser un punto de cambio en la carrera de Sullivan.

Estableció una muy buena reputación al tratar exitosamente a jóvenes con esquizofrenia; empezó a escribir y publicar, y para 1926, Sullivan tenía sus clases en la facultad, era director de investigación en su hospital, era activo en muchas sociedades psiquiátricas, y se hizo editor asociado del Periódico Americano de Psiquiatría. Por aquel entonces, se encontró con los doctores Edward Sapir, antropólogo cultural en la Universidad de Chicago, y Harold Lasswell, un científico político que enseñaba allí también; ambos doctores, y otros hombres de su época, ejercieron una gran influencia en Sullivan sobre la importancia de la sociología para la psiquiatría. En 1931 se trasladó a la ciudad de Nueva York donde desarrolló una gran consulta ambulatoria, muy lucrativa, y recibió 300 horas de análisis personal de parte de la Dra. Clara Thompson, quien había trabajado con Ferenczi. Sullivan se metió de lleno en el movimiento psicoanalítico, si bien  se desencantó cada vez más de la teoría Freudiana. En 1936, en unión a  William A. White y otros disidentes, ayudó a fundar la Escuela de Psiquiatría de Washington, y el Periódico de Psiquiatría. En este momento, sus ideas sobre la importancia de la sociología en la psiquiatría empezaron a tomar forma y fueron la base para sus formulaciones de la teoría interpersonal. De nuevo en Washington en 1939, a los 47 años, Sullivan se consagró a la práctica privada, a entrenar a los estudiantes y a escribir. Cuando la II Guerra Mundial terminó, pensó que sus puntos de vista sobre las relaciones interpersonales podrían contribuir a evitar los conflictos futuros entre las naciones y el riesgo de una nueva guerra. En colaboración con Dr. Brock Chisholm, psiquiatra canadiense y director posterior de la Organización Mundial de la Salud, puso estas ideas en práctica: así nació la Federación Mundial para la Salud Mental.

Uno puede preguntarse por la fuente de motivación en Sullivan, un hijo único, un joven de quien se decía era homosexual, que no sabía manejar el dinero (pidió prestado a sus colegas en varias ocasiones y se declaró en quiebra dos veces en los años 30), que andaba, según se especulaba, especialmente en sus años tempranos, muy ?suelto con la verdad?, un fracaso en la universidad y un graduado medio que tenía una carrera médica apagada hasta el contacto inesperado con la psiquiatría ocurrido a la edad de 30 años. En los siguientes 27 años, y hasta su muerte, logró que la psiquiatría americana alcanzara un gran estatus nacional e internacional y llego a ser el fundador de la Escuela de Psiquiatría Interpersonal. Decía uno de sus biógrafos: Yo oí hablar primero de este psiquiatra americano a mis padres, quienes habían estado en un grupo de discusión de barrio con uno de sus seguidores, Bob Kvarnes, que se presentó como un psiquiatra, pero ?decía- ?yo no soy un Freudiano, yo soy un Sullivaniano”. Se decía que Sullivan ?había sido amado y odiado con igual intensidad,? que era la cosa más parecida a un genio que alguien hubiera visto alguna vez??. Al final de su vida, Sullivan se volvió de algún modo de nuevo a la Iglesia, intuición que queda de algún modo reflejada en la forma en que él manejó un entierro católico al que se oponían muchos o la mayoría de sus colegas psiquiatras. Pocos psiquiatras pueden poner en tela de juicio el carisma de Harry Stack Sullivan, los salientes rasgos de la vida e historia de este hombre famoso y enigmático que ha influido en la psiquiatría americana de tantas maneras.

Sullivan murió a los 57 años, posiblemente de ataque cardíaco, en un cuarto de un hotel en París, en 1949, mientras asistía a una conferencia relacionada con su trabajo internacional.

Su trabajo
Es considerado el máximo representante de la escuela interpersonal previa a la creación de la IPT. Sullivan construye un modelo especial, pues defiende el paradigma interpersonal, quedándose siempre en el marco de la psiquiatría. Mientras algunos autores suele incluirse dentro del culturalismo americano, Harry Stack Sullivan nunca deja de ser un psiquiatra que se hace preguntas clínicas y que ve las respuestas principalmente en lo psicosocial. Sullivan creía que todo el desarrollo podía describirse exclusivamente en términos de las relaciones con los demás. Los distintos tipos de personalidades, así como los síntomas neuróticos, se explican como resultado del combate contra la ansiedad que nace de las relaciones con los demás, actuando como un sistema de seguridad que se mantiene con el propósito de mitigarla.

Una de sus mayores contribuciones a la psiquiatría fue desplazar el movimiento psiquiátrico fuera del modelo Freudiano de encajar todo las dificultades en un solo modelo de sexualidad perversa. Sullivan, en cambio, veía a su cliente como una persona con problemas, sobre todo en las relaciones interpersonales, problemas como los que todos tenemos, mientras daba énfasis a la naturaleza absolutamente humana de varios tipos de los desórdenes mentales. Como se ha mencionado, fue el primero en trabajar con éxito con esquizofrénicos, y tenía muchas críticas del acercamiento Freudiano a esta enfermedad. Aunque se había especializado en psicoanálisis en los Estados Unidos, pronto se alejó de las creencias psicoanalíticas específicas, no obstante retener muchos de los conceptos centrales de Freud. Debido a que Sullivan se enfocó más en los aspectos sociales de personalidad, así como en las representaciones cognoscitivas, esto lo llevó fuera del desarrollo psicosexual de Freud y más hacia un acercamiento más ecléctico.

Freud creía que la ansiedad era un aspecto importante en su teoría porque representaba el conflicto interior entre la identificación y el superego. Sullivan, sin embargo, solo vio la ansiedad como resultado de las interacciones sociales. Él describió las técnicas -mecanismos de la defensa- que las personas usan para reducir la ansiedad social; la falta de atención selectiva era uno de tales mecanismos. Según Sullivan, las madres muestran su ansiedad sobre niño que crían de varias formas; el niño, mientras no tiene ninguna forma de tratar con esto, siente también la ansiedad de ella. Ante esta situación, la falta de atención selectiva es rápidamente aprendida, y el niño empieza a ignorar o rechazar la ansiedad o cualquier interacción que podrían producir estos sentimientos incómodos; de igual forma, los adultos usamos esta técnica para enfocar a nuestras mentes fuera de las situaciones estresantes.

Sullivan es considerado un neo-freudiano, y durante los 1930 y 40 desarrolló su propia teoría de la personalidad, teoría que se enfocó, como se ha señalado, en las relaciones interpersonales. Para Sullivan, la personalidad se define como ?el modelo relativamente estable de situaciones interpersonales recurrentes que caracterizan la vida de una persona?. Para él, la personalidad siempre es interpersonal, y estas interacciones pueden llevarse a cabo con las personas del pasado como del presente, pueden ser reales o ficticias. Estas interacciones influyen en los pensamientos, sentimientos y conductas de la persona poderosamente. Así, dos de los factores principales en la teoría de Sullivan son el concepto del ego y el papel que la ansiedad juega en el desarrollo y mantenimiento de la personalidad.

Sullivan definió el dinamismo como ?la tendencia básica de la conducta, como un hábito en la contestación a las interacciones sociales particulares?. Un ejemplo de este dinamismo sería la timidez, si la persona permaneciera callada en una gran variedad de situaciones. Sullivan mantuvo que el dinamismo más extenso está en el ser mismo (self), lo que Sullivan llamó el sistema-mismo (self-system). El ego específicamente, y los dinamismos en general, son sistemas de pensamiento e integración de las conductas. El ?self-system? de Sullivan es similar al concepto de Freud del ego y los mecanismos de defensa del ego.  Para Sullivan, su desarrollo en la infancia y la niñez temprana ayudan a mantener la seguridad y reducir la ansiedad. De igual forma que obran los mecanismos de defensa del ego, la función principal del self-system es minimizar la experiencia de ansiedad. Sullivan pensaba que la ansiedad proviene principalmente de las fuerzas sociales externas, más que de los conflictos inconscientes dentro del ego. La ansiedad empieza a formar parte de la relación entre el infante y la madre cuando los sentidos infantiles captan la ansiedad de ésta. El niño empieza entonces el proceso de escudar su self de la ansiedad formando el self-system. Las estrategias en el self-system pueden variar, pero la meta universal es la reducción de ansiedad. Una persona podría escudar su self perfectamente de la ansiedad, pero para hacerlo tendrían que abandonar las relaciones íntimas. Al mismo tiempo, sin embargo, Sullivan también creyó que los humanos se esfuerzan mucho para lograr la intimidad y la sexualidad. De esta forma, una de las tareas del adulto es equilibrar estos dos deseos. Sullivan supuso que los humanos desarrollan otros ?systems? para equilibrar el self-system y reducir la ansiedad. Sullivan llamó a éstos ?personificaciones?, aproximadamente equivalentes al ?mi mismo-como-mi?. Las personificaciones provienen de interacciones entre la persona y otros e incluyen aspectos evaluadores.

Las personificaciones
A través de las interacciones sociales y nuestra atención selectiva o falta de atención, desarrollamos lo que Sullivan llamó ?personificaciones de nosotros y otros?. Mientras los mecanismos de defensas pueden ayudar a menudo a reducir la ansiedad, lo cierto es que también pueden llevar a una mala percepción de la realidad. De nuevo, Sullivan cambia su enfoque fuera de Freud y más hacia un acercamiento cognoscitivo a la comprensión de la personalidad. Estas personificaciones son imágenes mentales que nos permiten entender bien a nosotros mismos y al mundo. Según Sullivan, hay tres maneras básicas en que nos vemos: el mal-yo, el buen-yo y el no-yo.  El mal-yo representa esos aspectos del ego que son considerados negativos y está por consiguiente oculto de otros y posiblemente incluso del propio ego. La ansiedad que sentimos es a menudo el resultado del reconocimiento de esa parte defectuosa en nosotros, como cuando nos revuelca un momento penoso o la culpa por  la re-experimentación de un acto del pasado. El buen-yo es todo lo que nos gusta de nosotros, representa la parte que compartimos con otros y que a menudo ponemos delante pues no produce ningún tipo de ansiedad. La parte final de nosotros, el no-yo, representa todas esas cosas que provocan tanta ansiedad en nosotros que no podemos ni siquiera considerarlas como una parte de nosotros mismos; se llevan nuestro mayor esfuerzo por evitarlas, se entierran en lo más profundo del inconsciente.

Épocas del desarrollo
Una gran similitud entre la teoría de Sullivan y la Freud es la creencia de que las experiencias de la niñez determinan, a un nivel muy grande, la personalidad adulta, y que a lo largo de nuestra niñez la madre juega el papel más significativo. Por su parte, Sullivan llamó las fases en su teoría del desarrollo como ?épocas?; según él, nosotros atravesamos estas fases en un orden particular, no obstante, la oportunidad de que suceda así depende en parte del entorno social. Es más, mucho del enfoque central en la teoría de Sullivan gira alrededor de los conflictos de la adolescencia: ?muchos de los problemas de la madurez se levantan del tumulto de nuestra adolescencia?.

Sullivan teorizó que la personalidad se desarrolla con el tiempo, en fases, como Freud y Erickson: ?Si estas fases se completan con éxito, el individuo ha preparado para formar relaciones más íntimas y complejas en la madurez?. La propuesta de Sullivan de una teoría interpersonal, de fases o estados, se anticipa pues a la teoría de Erickson.

Épocas del Desarrollo según Sullivan

Edad             Conceptos

La infancia: Desde el nacimiento a 1 año          El niño empieza su proceso de desarrollo, si bien Sullivan no le dio el énfasis a los años más jóvenes como si lo hizo Freud.

La niñez: De 1 a 5 años                      El desarrollo del discurso y la mejoría en la comunicación es importante en esta fase del desarrollo.

Edad juvenil: De 6 a 8 años                El enfoque principal es la necesidad por los compañeros de juegos y el principio de la socialización saludable.

Preadolescencia: De 9 a 12 años       Durante esta fase, la habilidad del niño para formar una relación íntima con un par es el enfoque mayor. Esta relación ayudará después al niño a sentirse digno y amable. Sin esta habilidad la formación de las relaciones íntimas en la adolescencia tardía y en la madurez serán más difíciles.

Perspectiva Histórica

PERSPECTIVA HISTÓRICA

“¿Quién podrías mencionarme que valorara el tiempo en alguna cosa, que supiese cuánto vale un día, que entendiera que cada día el hombre muere un poco? Puesto que al considerar que la muerte es algo del futuro, nos engañamos a causa de que gran parte de ella es ya cosa del pasado. Toda la porción de nuestra vida que queda tras nosotros pertenece al dominio de la muerte (carta I). (…) Me maravilla tanto la locura de amar tanto y tanto esta cosa huidiza que es el cuerpo y de temer tanto que podemos morir, siendo así que en todo momento presenciamos la muerte de nuestra condición anterior”.
                                                                                                              Séneca, Cartas Morales a Lucilio, carta LVIII.

Al menos dos aspectos históricos destacan por su interés en los orígenes de la respuesta a la pérdida de algo amado. El primero de ellos proviene de los registros arqueológicos: uno de los primeros datos que ofrecen señalan la existencia de prácticas de enterramiento. Esto, al menos en parte, permite suponer la conciencia de la muerte y el dolor por la pérdida de algo querido. El segundo, mucho más tardío, proviene del desarrollo del concepto de responsabilidad personal y la atribución de la conducta humana a causas totalmente internas; este no aparece hasta aproximadamente el año 500 a.c., en las obras de los dramaturgos griegos: “Por ello, dice el poeta, el hombre pregunta qué divinidad es la que ha causado una determinada enfermedad, guerra, muerte o pérdida”.

El corazón de los dioses sólo se alegraba cuando los hombres cumplían fielmente los múltiples mandatos que ellos les habían impuesto; de no ser así, enviaban sobre los mortales su castigo, habitualmente bajo la forma de infortunios, dolor, angustia moral o enfermedad; no obstante, tal pérdida podía deberse a la lucha o los celos entre los mismos dioses, siendo sus protegidos (y sus familiares) los afectados (duelo).
LA ANTIGÜEDAD: Lo Clásico y lo Mitológico

Por más que se diga de un individuo, desde que nace hasta que muere, que vive y que es siempre el mismo, en realidad no se encuentra nunca en el mismo estado ni en la misma envoltura, sino muere y renace sin cesar en sus cabellos, en su carne, en sus huesos, en su sangre, en una palabra, en todo su cuerpo, y no solamente en su cuerpo, sino también en su alma; sus hábitos, costumbres, opiniones, deseos, placeres, penas, temores y todas sus afecciones no permanecen nunca los mismos; nacen y mueren continuamente.
                                                                                                                                  Platón: Fedón, o de la inmortalidad del alma.

Es en la antiquísima narración babilónica de la aventura del mítico héroe de Sumeria Gilgamesh donde encontramos la más primitiva descripción del proceso del duelo humano (el Poema de Gilgamesh es la epopeya cronológicamente más antigua de la historia del mundo; fue redactada o compilada en 12 tablas de arcilla hace más o menos 4000-5000 años). El mito presenta a Gilgamesh haciendo sobre humanos esfuerzos en búsqueda de su amado amigo muerto, Enkidu (Gilgamesh desciende voluntariamente a los infiernos), con el trágico destino de no poder recuperar a su amigo.

Dice Sócrates a Simmias y Cebes en Fedón (Platón: Fedón o de la inmortalidad del alma): (…) “Muchos hombres, por haber perdido a sus amigos, sus mujeres y sus hijos, han descendido voluntariamente a los infiernos conducidos por la sola esperanza de volver a ver a los que habían perdido y vivir con ellos” (…).

El poema de Gilgamesh se articula en dos bloques bien diferenciados; el primero de ellos – Tablillas I a VII-, ilustra la amistad y aventuras vividas por los dos protagonistas, Gilgamesh y Enkidu; el segundo -Tablillas VIII a XII-, por el contrario, se refiere a la muerte de Enkidu y a la tristeza de Gilgamesh por la pérdida de su amado amigo, tal como se describe en el siguiente resumen:

Tablillas I-VII: Descripción de Gilgamesh y de la llegada de este a Uruk. Creación de Enkidu, presentación ante un cazador y confabulación para dominarle en la que toman parte -por orden de Gilgamesh- el cazador y una ramera. la ramera habla a Enkidu de Gilgamesh. La madre de Gilgamesh habla a éste de Enkidu. La ramera conduce a Enkidu a Uruk. Palabras de un hombre a Enkidu estando éste con la ramera de camino a Uruk; tales palabras asustan a Enkidu. Encuentro de Gilgamesh y Enkidu. Amistad entre Gilgamesh y Enkidu. Expedición contra el monstruo Huwawa (Humbaba). Los dos amigos llegan a la entrada del Bosque de los Cedros donde vive Huwawa. Enkidu enferma como castigo por su escaso entusiasmo en acompañar a Gilgamesh. Después del combate y muerte de Humbaba, la diosa Ishtar declara su amor a Gilgamesh y éste la rechaza. Ishtar pide a Anu que engendre al Toro Celeste, monstruo que mata a centenares de hombres con dos o tres resoplidos. Enkidu y Gilgamesh matan al Toro Celeste. Regreso triunfante a Uruk. Enkidu cuenta a Gilgamesh un sueño en el que anticipa su muerte -la de Enkidu- por un mandato de los dioses.
Tablillas VIII a XII (El duelo de Gilgamesh):
Tablilla VIII: Se describe el duelo agudo de Gilgamesh, con elementos propios que, posteriormente, los clásicos describirán extensamente: llanto intenso, pérdida de interés por el lujo de los ropajes, por la lucha y el valor, recuerdos del recién fallecido, dudas acerca de lo sucedido (“Tienes el rostro inmóvil y no me oyes…”) y violentas expresiones de dolor (“ruge de dolor como un león,/ como una leona a quien se ha quitado su cachorro;/ vierte lágrimas, rasga sus vestidos/ y se despoja de sus adornos”).
Tablilla IX: Miedo de Gilgamesh a morir, rechazo de la realidad de lo sucedido que lo llevan hasta emprender un viaje a los infiernos.
Tablilla X: Primer enfrentamiento de Gilgamesh con la imposibilidad de conseguir la inmortalidad e irritación secundaria que le lleva a destruir a “los de piedra”. Consecuencias físicas de su tristeza y recuerdo de Enkidu. Gilgamesh llora siete días y siete noches la muerte de su amigo. Recuerdos del difunto y de sus últimas palabras. Sensación de impotencia.
Tablilla XI: Ansiedad de Gilgamesh ante la muerte. Disminuye la rabia e irritabilidad de Gilgamesh por la muerte de su amigo.
Tablilla XII: Visiones del espíritu de Enkidu. Gilgamesh hace todo lo que puede por poder volver a ver a su amigo. Gilgamesh habla con el espíritu de Enkidu.