Respaldo de material de tanatología

A los niños hay que informarles del cáncer con palabras claras y frases cortas

Fuente: http://www.consumer.es/web/es/salud/psicologia/2008/03/28/175692.php

Sonia Fuentes, unidad de Psicooncología del ICO-Hospital Germans Trias i Pujol (Badalona):

«A los niños hay que informarles del cáncer con palabras claras y frases cortas»

Los afectados por el cáncer deben informar a sus hijos siempre, de forma gradual y teniendo en cuenta su madurez, porque cuando se les deja aparte los niños sufren. La psicooncóloga Sonia Fuentes, de la Unidad de Psicooncología del Instituto Catalán de Oncología (ICO)-Badalona, en el Hospital Germans Trias i Pujol, ofrece en esta entrevista algunas pautas sobre el porqué y el cómo deben actuar los padres que sufren cáncer respecto a sus hijos. Desmitificar la enfermedad y presentarla como un proceso natural es una de ellas.

Autor: Por CLARA BASSI Fecha de publicación: 28 de marzo de 2008

¿Cómo debemos comunicarle a un niño que su madre o su padre tiene cáncer?

Lo primero que hay que tener en cuenta es la edad del niño y su madurez, su capacidad de comprensión; no es lo mismo un niño de 4 ó 5 años que uno de 10 o un adolescente. Antes de llegar a eso a la mujer afectada, por ejemplo, se le encuentra un bulto. En ese momento ya se le puede empezar a explicar a un niño de 5 ó 6 años que su madre debe acudir al médico. Se trata de informarles de forma gradual, con palabras claras y comprensibles, frases sencillas y cortas y, sobre todo, dosificando siempre la información. No debemos olvidar que la comunicación no es un acto, sino un proceso.

¿Por qué es importante considerarla como un proceso?

Decir o no decir la verdad no consiste en emitir mucha información, sino en informar a medida que se saben las cosas. La enfermedad no es un acto sino un proceso, del que se ha de informar poco a poco para que el niño lo vaya digiriendo.

¿Es necesario ser activo cuando se informa a los niños sobre un proceso canceroso?

Sí, creo que sí. Los niños, por su forma de ser, suelen preguntar mucho pero hay que ser conscientes de que puede haber otros que no lo hagan, que sean más callados, como ocurre con los adolescentes, que no se atrevan a preguntar. Es también muy importante informar a los más pequeños, sobre todo si la madre tiene que ausentarse durante la intervención quirúrgica y el tratamiento, porque si no, se angustian. Tenemos que explicarles las cosas, ya que con la imaginación tan grande y desbordante que tienen pueden suponer todo tipo de cuestiones que no se correspondan con la realidad.

¿Quién es el más indicado para informar al niño del proceso: el afectado o el resto de la familia sana?

Pienso que la persona más indicada para informarles es el propio afectado.

¿Por qué?

Una persona enferma proporciona su propia información a su hijo. En cambio, si la información la da otra persona, éste puede pensar que lo que le sucede a su madre es ‘demasiado grande’. Lo que recomendamos a nuestros pacientes es que cuando el afectado tenga pareja les informen juntos, aunque debe ser el enfermo quien comunique la noticia. Pensamos que es bueno hacer partícipe a la pareja y, si la madre es soltera, es recomendable que le acompañe una persona que sea un referente para el niño, puesto que esto le permitirá contrastar la información que reciba con alguien más. Debemos naturalizar la enfermedad al máximo porque forma parte de la vida. Tenemos que hablar a los hijos, a los sobrinos… de enfermedades. Comentarlas es una forma de educar en esta forma de ver las enfermedades como un proceso natural.

Entonces, ¿hay que informarles siempre del cáncer y de otras enfermedades?

Siempre. Siempre se les ha de tener en cuenta y se les debe informar de todo: enfermedades, adopciones, separaciones… Algunas familias no lo hacen y, al dejarles aparte, los niños sufren. Ellos se dan cuenta de todos los cambios en el hogar, sobre todo cuando la afectada es la madre.

Recientemente, el ICO ha emitido un trabajo sobre la mayor prevalencia de la depresión en personas con cáncer. ¿Se ha estudiado este trastorno en el entorno del afectado? ¿Y en los niños? ¿Se deprimen?

Más que deprimirse, podríamos decir que ven alterada su normalidad, principalmente cuando es la madre la principal cuidadora, la que los lleva y recoge del colegio, les ayuda en las tareas y no puede hacerlo por seguir el proceso de quimioterapia. Los niños la echan de menos. Por eso es conveniente encontrar a alguien que tenga un vínculo fuerte con el niño para que, durante esos días, pueda sustituir a la madre. Pero debe quedar claro que no hay recetas para todos. No es lo mismo una mujer recién diagnosticada de cáncer que una en fase terminal.

¿Cómo se debe actuar con los niños ante una fase terminal?

Como he dicho antes, se debe informar a los más pequeños desde el principio; así, cuando la enfermedad se complique, ellos irán viendo que su madre no se encuentra bien y vivirán el deterioro. Esto no quiere decir que no sea doloroso, pero es peor vivirlo en silencio. Por supuesto, todo depende del estilo de comunicación de la familia. Hay familias que se comunican de forma eficaz y otras que tienen dificultades.

Y eso es lo peor en estos casos.

La falta de comunicación es un problema que no ayuda mucho. En las sesiones de psicooncología orientamos a las familias con alguna dificultad y les proponemos el aprendizaje de nuevas formas de comunicación, fomentando una convivencia en situaciones difíciles, mucho más adaptativa.

Supongo que al informar a los niños de manera paulatina se evita el trauma que supondría decírselo de golpe.

Sí. Concienciarse de una mala noticia de golpe es, evidentemente, más traumático y por eso se aconseja dosificar la información. De esta forma se genera un circuito de preguntas y respuestas. Es importante que en ocasiones la respuesta de los padres sea «no lo sé», «no lo sabemos, el doctor nos lo explicará». Decir que no se sabe algo también es dar una respuesta.

Es posible que muchos niños hayan oído hablar del cáncer. ¿Qué se puede hacer para quitarles el miedo a esta enfermedad?

Los niños no tienen los miedos que tenemos los mayores. Pero lo que tenemos que hacer es desmitificar la enfermedad. A veces nos da más miedo la palabra que la propia enfermedad. ¡El lobo no es tan feroz! Y hay enfermedades también difíciles de afrontar que no tienen las connotaciones del cáncer. En principio, los niños no tienen prejuicios ni miedos. Quizás, los que tienen más probabilidades de estar más contaminados por los mayores sean los adolescentes. Lo que hay que explicarles es que el cáncer es una enfermedad crónica, que afecta a mucha gente aunque la mayoría, después de los tratamientos oncológicos, siguen su vida. Seguro que en su clase hay niños y niñas cuya madre o cuyo padre padecen o han padecido cáncer. Lo mejor que podemos hacer para quitarles el miedo a estos niños es ‘naturalizar’ la enfermedad. No sólo el cáncer, sino todo ciclo de la vida.

DÍSELO CON UN CUENTO

Explicarle a un hijo que se padece una enfermedad como el cáncer puede resultar doloroso y muy difícil para muchos progenitores. En torno a los tres años, los niños ya captan que algo sucede a su alrededor y se considera la edad idónea para empezar a informar sobre un caso de cáncer en casa. La psicooncóloga Sonia Fuentes, conocedora de la dificultad de dar este necesario paso, escribió el cuento para niños ‘¿Qué te ocurre…, mamá?’ que obtuvo el premio ‘Jaume Suñol i Blanchart’ en 2006, a la mejora de la información a los pacientes, por la Academia de Ciencias Médicas y de la Salud de Cataluña y Baleares.

El relato es idóneo para niños a partir de los 3 ó 4 años y hasta los 10 años. Las ilustraciones de Meritxell Giralt, directora de una guardería y experta en psicomotricidad, completan la acertada narración del proceso de un cáncer de mama desde su diagnóstico hasta su tratamiento e introducen elementos para desmitificar esta enfermedad y disfrutar del día a día a pesar de ella.

Así es como Pol llega a jugar a los piratas con su madre, que lleva la cabeza cubierta con un pañuelo, y a declarar que su mamá es la mejor del mundo. Junto a él, recorre las páginas del cuento una mariposa que va cambiando de expresión. A veces está triste, otras enfadada y otras contenta. Este elemento permite a los psicooncólogos trabajar con las emociones del niño y lograr que las expresen.

Albert Espinosa: «Perdí una pierna pero gané un muñón»

Fuente:  http://www.ideal.es/granada/20080330/cultura/perdi-pierna-pero-gane-20080330.html

Albert Espinosa: «Perdí una pierna pero gané un muñón»
El guionista Albert Espinosa narra con humor en su primer libro lo que aprendió como enfermo de cáncer durante diez años

EUROPA PRESS

Albert Espinosa, guionista de películas como ‘Planta 4ª’, y ‘Tu vida en 65’, acaba de publicar su primer libro, ‘El mundo amarillo’ (Plaza & Janés/Rosa dels Vents), en el que narra lo que aprendió durante los 10 años que tuvo cáncer y que, lejos de ser un libro de autoayuda, es una «filosofía» que «se puede aplicar a la vida diaria».

«Vale para cualquier momento, no tiene tanto que ver con el cáncer pero para mí eso fue lo que motivó este libro», reconoció Espinosa, quien perdió una pierna, un pulmón y medio hígado por un cáncer óseo que tardó una década en superar. «Perdí una pierna pero gané un muñón, y este libro habla de pérdidas que implican ganancias», explicó con su característico optimismo y sentido del humor.

Entre lo que Espinosa descubrió durante la enfermedad «y que le puede servir a la gente» consta la ‘regla de los 30 minutos’, tal como explica en ‘El mundo amarillo’, que ha presentado en Barcelona. Los médicos le aconsejaban esperar 30 minutos antes de abrir el sobre con los resultados de unas pruebas porque «las ganas cotillas» del primer momento nublan la razón y no ayudan a afrontar una posible recibida del cáncer. «A los 31 minutos ya tienes ganas de resolverlo de verdad», y estás «sereno, sin ansia», un aprendizaje que se puede aplicar al recibir un mail o un mensaje de móvil importante.

Fiesta de despedida

Otra lección que el cáncer le dio y que considera aplicable a la vida diaria para mejorarla es que «las pérdidas son positivas». El día previo a que le amputaran una pierna, el autor organizó una fiesta de despedida a la que asistieron personas que habían tenido un vínculo especial con aquella extremidad: un portero de fútbol, una chica con la que había hecho piececillos por debajo de la mesa y un amigo con el que solía hacer excursionismo.

«Acabé bailando 10 ó 12 veces ‘Espérame en el cielo’ de Machín con una enfermera» y, tras la operación, él mismo enterró su pierna. «Tengo un pie en el cementerio», bromeó, y resaltó que el libro «está escrito con mucho humor» porque quería explicar «cómo se encara una enfermedad pero sin pensar que estás enfermo, porque lo importante es luchar, los héroes están muy sobrevalorados».

«El enfermo tiene la sensación de que su vida se paraliza, pero en realidad empieza una segunda vida», opina. «La primera semana tienes que estar de duelo» para asimilar la enfermedad, «pero lo más complicado son tiempos muertos, eso es lo peor» ya que «los hospitales están pensados para estar en la cama sin hacer nada, pero muchos enfermos se encuentran bien». «Pensé que me moriría, pero de aburrimiento», concluyó. ‘El mundo amarillo’ tiene dos partes: la primera son las 23 cosas que aprendió con el cáncer y que son extrapolables a la vida sin cáncer para optimizarla. La segunda consiste en el descubrimiento de «los amarillos, que son las personas que están entre los amigos y el amor». «Se trata de gente que te marca, que te encuentras en cualquier sitio de repente o conocidos con los que resulta que conectas de una forma especial», explicó.

Después de haber escrito el guión de las películas ‘Planta 4ª’, dirigida por Antonio Mercero y segundo film más taquillero de 2003, ‘Va a ser que nadie es perfecto’, dirigida por Joaquín Oristrell, y ‘Tu vida en 65’, dirigida por María Ripoll, Espinosa se estrenará como director con ‘No me pidas que te bese porque te besaré’, del que también es guionista y actor.

Gibrán Khalil Gibrán – El loco

Gibrán Khalil Gibrán

EL LOCO
(1918)

Me preguntáis como me volví loco. Así sucedió:
Un día, mucho antes de que nacieran los dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que me habían robado todas mis máscaras -si; las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que llevé en siete vidas distintas-; corrí sin máscara por las calles atestadas de gente, gritando:
-¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!
Hombres y mujeres se reían de mí, y al verme, varias personas, llenas de espanto, corrieron a refugiarse en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de pie en la azotea de su casa, señalándome gritó:
-Miren! ¡Es un loco!
Alcé la cabeza para ver quién gritaba, y por vez primera el sol besó mi desnudo rostro, y mi alma se inflamó de amor al sol, y ya no quise tener máscaras. Y como si fuera presa de un trance, grité:
-¡Benditos! ¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!
Así fue que me convertí en un loco.
Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser.
Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón.

DIOS

En los días de mi más remota antigüedad, cuando el temblor primero del habla llegó a mis labios, subí a la montaña santa y hablé a Dios, diciéndole:
-Amo, soy tu esclavo. Tu oculta voluntades mi ley, y te obedeceré por siempre jamás.
Pero Dios no me contestó, y pasó de largo como una potente borrasca.
Y mil años después volví a subir a la montaña santa, y volví a hablar a Dios, diciéndole:
-Creador mío, soy tu criatura. Me hiciste de barro, y te debo todo cuanto soy.
Y Dios no contestó; pasó de largo como mil alas en presuroso vuelo.
Y mil años después volví a escalar la montaña santa, y hablé a Dios nuevamente, diciéndole:
-Padre, soy tu hijo. Tu piedad y tu amor me dieron vida, y mediante el amor y la adoración a ti heredaré tu Reino. Pero Dios no me contestó; pasó de largo como la niebla que tiende un velo sobre las distantes montañas.
Y mil años después volví a escalar la sagrada montaña, y volví a invocar a Dios, diciéndole:
-¡Dios mío!, mi supremo anhelo y mi plenitud, soy tu ayer y eres mi mañana. Soy tu raíz en la tierra y tú eres mi flor en el cielo; junto creceremos ante la faz del sol.
Y Dios se inclinó hacia mí, y me susurró al oído dulces palabras. Y como el mar, que abraza al arroyo que corre hasta él, Dios me abrazó.
Y cuando bajé a las planicies, y a los valles vi que Dios también estaba allí.

AMIGO MÍO

Amigo mío… yo no soy lo que parezco. Mi aspecto exterior no es sino un traje que llevo puesto; un traje hecho cuidadosamente, que me protege de tus preguntas, y a ti, de mi
negligencia.
El “yo” que hay en mí, amigo mío, mora en la casa del silencio, y allí permanecerá para siempre, inadvertido, inabordable.
No quisiera que creyeras en lo que digo ni que confiaras en lo que hago, pues mis palabras no son otra cosa que tus propios pensamientos, hechos sonido, y mis hechos son tus propias esperanzas en acción.
Cuando dices: “El viento sopla hacia el oriente”, digo: “Sí, siempre sopla hacia el oriente”; pues no quiero que sepas entonces que mi mente no mora en el viento, sino en el mar.
No puedes comprender mis navegantes pensamientos, ni me interesa que los comprendas. Prefiero estar a solar en el mar.
Cuando es de día para tí, amigo mío, es de noche para mí; sin embargo, todavía entonces hablo de la luz del día que danza en las montañas, y de la sombra purpúrea que se abre paso por el valle; pues no puedes oír las canciones de mi oscuridad, ni puedes ver mis alas que se agitan contra las estrellas, y no me interesa que oigas ni que veas lo que pasa en mí; prefiero estar a solas con la noche.
Cuando tú subes a tu Cielo yo desciendo a mi infierno. Y aún entonces me llamas a través del golfo infranqueable que nos separa: ” ¡Compañero! ¡Camarada!” Y te contesto:
” ¡Compañero! ¡Camarada!, porque no quiero que veas mi Infierno. Las llamas te cegarían, y el humo te ahogaría. Y me gusta mi Infierno; lo amo al grado de no dejar que lo visites. Prefiero estar solo en mi Infierno.
Tu amas la Verdad, la Belleza y lo Justo, y yo, por complacerte, digo que está bien, y simulo amar estas cosas. Pero en el fondo de mi corazón me río de tu amor por estas entidades. Sin embargo, no te dejo ver mi risa: prefiero reír a solas.
Amigo mío, eres bueno, discreto y sensato; es más: eres perfecto. Y yo, a mi vez, hablo contigo con sensatez y discreción, pero… estoy loco. Sólo que enmascaro mi locura. Prefiero estar loco, a solas.
Amigo mío, tú no eres mi amigo. Pero, ¿cómo hacer que lo comprendas? Mi senda no es tu senda y, sin embargo, caminamos juntos, tomados de la mano.

EL ESPANTAPÁJAROS

-Debes de estar cansado de permanecer inmóvil en este solitario campo- dije en día a un espantapájaros.
-La dicha de asustar es profunda y duradera; nunca me cansa- me dijo.
Tras un minuto de reflexión, le dije:
-Es verdad; pues yo también he conocido esa dicha. -Sólo quienes están rellenos de paja pueden conocerla -me dijo.
Entonces, me alejé del espantapájaros, sin saber si me había elogiado o minimizado.
Transcurrió un año, durante el cual el espantapájaros se convirtió en filósofo.
Y cuando volví a pasar junto a él, vi que dos cuervos habían anidado bajo su sombrero.

LAS SONÁMBULAS

En mi ciudad natal vivían una mujer y sus hija, que caminaban dormidas.
Una noche, mientras el silencio envolvía al mundo, la mujer y su hija caminaron dormidas hasta que se reunieron en el jardín envuelto en un velo de niebla.
Y la madre habló primero:
– ¡Al fin! -dijo-. ¡Al fin puedo decírtelo, mi enemiga! ¡A ti, que destrozaste mi juventud, y que has vivido edificando tu vida en las ruinas de la mía! ¡Tengo deseos de matarte!
Luego, la hija habló, en estos términos:
– ¡Oh mujer odiosa, egoísta .y vieja! ¡Te interpones entre mi libérrimo ego y yo! ¡Quisieras que mi vida fuera un eco de tu propia vida marchita! ¡Desearías que estuvieras muerta!
En aquel instante cantó el gallo, y ambas mujeres despertaron.
-¿Eres tú, tesoro? -dijo la madre amablemente.
-Sí; soy yo, madre querida -respondió la hija con la misma amabilidad.

EL PERRO SABIO

Un día, un perro sabio pasó cerca de un grupo de gatos. Y viendo el perro que los gatos parecían estar absortos, hablando entre sí, y que no advertían su presencia, se detuvo a escuchar lo que decían.
Se levantó entonces, grave y circunspecto, un gran gato, observó a sus compañeros.
-Hermanos -dijo-, orad; y cuando hayáis orado una y otra vez, y vuelto a orar, sin duda alguna lloverán ratones del cielo.
Al oírlo, el perro rió para sus adentros, y se alejó de los gatos, diciendo:
-¡Ciegos e insensatos felinos! ¿No está escrito, y no lo he sabido siempre, y mis padres antes que yo que lo que llueve cuando elevamos al Cielo súplicas y plegarias son huesos, y no ratones?

LOS DOS ERMITAÑOS

En una lejana montaña vivían dos ermitaños que rendían culto a Dios y que se amaban uno al otro.
Los dos ermitaños poseían una escudilla de barro que constituía su única posesión.
Un día, un espíritu malo entró en el corazón del ermitaño más viejo, el cual fue a ver al más joven.
-Hace ya mucho tiempo que hemos vivido juntos -le dijo-. Ha llegado la hora de separarnos. Por tanto, dividamos nuestras posesiones.
Al oírlo, el ermitaño más joven se entristeció.
-Hermano mío -dijo-, me causa pesar que tengas que dejarme. Pero si es necesario que te marches, que así sea. Y fue por la escudilla de barro, y se la dio a su compañero, diciéndole
-No podemos repartirla, hermano; que sea para ti.
-No acepto tu caridad -replicó el otro-. No tomaré sino lo que me pertenece. Debemos partirla.
El joven razonó:
-Si rompemos la escudilla, ¿de qué nos servirá a ti o a mí? Si te parece, propongo que la juguemos a suerte.
Pero el ermitaño persistió en su empeño.
-Sólo tomaré lo que en justicia me corresponde, y no confiaré la escudilla ni mis derechos a la suerte. Debe partirse la escudilla.
El ermitaño más joven, viendo que no salían razones, dijo:
-Está bien: si tal es tu deseo, y si te niegas a aceptar la escudilla, rompámosla y repartámosla.
Y entonces el rostro del ermitaño más viejo se descompuso de ira, y gritó:
– ¡Ah, maldito_ cobarde! no te atreves a pelear, ¿eh?

DEL DAR Y EL RECIBIR

Había una vez un hombre que poseía todo un valle lleno de agujas. Y un día, la madre de Jesús acudió a aquel hombre y le dijo:
-Amigo mío, la túnica de mi hijo se rasgó, y tengo que remendársela antes de que salga para el templo. ¿Quieres darme una de tus agujas?
Pero, en vez de darle la aguja, aquel hombre pronunció un erudito discurso acerca Del dar y del recibir, para que María se lo repitiera a su Hijo antes de que éste saliera para el templo.

LOS SIETE EGOS

En la hora más silente de la noche, mientras estaba yo acostado y dormitando, mis siete egos sentáronse en rueda a conversar en susurros, en estos términos:
Primer Ego: -He vivido aquí, en este loco, todos estos años, y no he hecho otra cosa que renovar sus penas de día y reavivar su tristeza de noche. No puedo soportar más mi destino, y me rebelo.
Segundo Ego: -Hermano, es mejor tu destino que el mío, pues me ha tocado ser el ego alegre de este loco. Río cuando está alegre y canto sus horas de dicha, y con pies alados danzo sus más alegres pensamientos. Soy yo quien se rebela contra tan fatigante existencia.
Tercer Ego: – ¿Y de mi qué decís, el ego aguijoneado por el amor, la tea llameante de salvaje pasión y fantásticos deseos? Es el ego enfermo de amor el que debe rebelarse contra este loco.
Cuarto Ego: -El más miserable de todos vosotros soy yo, pues sólo me tocó en suerte el odio y las ansias destructivas. Yo, el ego tormentoso, el que nació en las negras cuevas del infierno, soy el que tiene más derecho a protestar por servir a este loco.
Quinto Ego: -No; yo soy, el ego pensante, el ego de la imaginación, el que sufre hambre y sed, el condenado a vagar sin descanso en busca de lo desconocido y de lo increado… soy yo, y no vosotros, quien tiene más derecho a rebelarse.
Sexto Ego: -Y yo, el ego que trabaja, el agobiado trabajador que con pacientes manos y ansiosa mirada va modelando los días en imágenes y va dando a los elementos sin forma contornos nuevos y eternos… Soy yo, el solitario, el que más motivos tiene para rebelarse contra este inquieto loco.
Séptimo Ego: – ¡Qué extraño que todos os rebeléis contra este hombre por tener a cada uno de vosotros una misión prescrita de antemano! ¡Ah! ¡Cómo quisiera ser uno de vosotros, un ego con un propósito y un destino marcado! Pero no; no tengo un propósito fijo: soy el ego que no hace nada; el que se sienta en el mudo y vacío espacio que no es espacio y en el tiempo que no es tiempo, mientras vosotros os afanáis recreándoos en la vida. Decidme, vecinos, ¿quién debe rebelarse: vosotros o yo?
Al terminar de hablar el Séptimo Ego, los otros seis lo miraron con lástima, pero no dijeron nada más; y al hacerse la noche más profunda, uno tras otro se fueron a dormir, llenos de una nueva y feliz resignación.
Sólo el Séptimo Ego permaneció despierto, mirando y atisbando a la Nada, que está detrás de todas las cosas.

LA GUERRA

Una noche, hubo fiesta en palacio, y un hombre llegó a postrarse ante el príncipe; todos los invitados se quedaron mirando al recién llegado, y vieron que le faltaba un ojo, y que la cuenca vacía sangraba. Y el príncipe le preguntó a aquel hombre:
-¿Qué te ha sucedido?
– ¡Oh príncipe! -respondió el hombre-, mi profesión es ser ladrón, y esta noche, como no hay luna, fui a robar la tienda del cambista, pero mientras subía y entraba por la ventana cometí un error, y entré en la tienda del tejedor, y en la oscuridad tropecé con el telar del tejedor, y perdí un ojo. Y ahora, ¡oh príncipe! suplico justicia contra el tejedor.
El príncipe mandó traer al tejedor y, al llegar éste al palacio, el soberano decretó que le vaciaran un ojo.
– ¡Oh príncipe! -dijo el tejedor-, el decreto es justo. No me quejo de que me hayan sacado un ojo. Sin embargo, ¡ay de mí!, necesitaba yo los dos ojos para ver los dos lados de la tela que hago. Pero tengo un vecino de oficio zapatero, que tiene los dos ojos sanos, y en su trabajo no necesita los dos ojos…
El príncipe entonces, envió por el zapatero. Y éste acudió, y le sacaron un ojo.
¡Y se hizo justicia!

LA ZORRA

Al amanecer, una zorra miró su sombra, y se dijo:
-Hoy almorzaré un camello. -Y pasó toda la mañana buscando camellos. Pero al mediodía volvió a mirar su sombra, y se dijo: -Bueno… me conformaré con un ratón.

EL REY SABIO

Había una vez, en la lejana ciudad de Wirani, un rey que gobernaba a sus súbditos con tanto poder como sabiduría. Y le temían por su poder, y lo amaban por su sabiduría.
Había también un el corazón de esa ciudad un pozo de agua fresca y cristalina, del que bebían todos los habitantes; incluso el rey y sus cortesanos, pues era el único pozo de la ciudad.
Una noche, cuando todo estaba en calma, una bruja entró en la ciudad y vertió siete gotas de un misterioso líquido en el pozo, al tiempo que decía:
-Desde este momento, quien beba de esta agua se volverá loco.
A la mañana siguiente, todos los habitantes del reino, excepto el rey y su gran chambelán, bebieron del pozo y enloquecieron, tal como había predicho la bruja.
Y aquel día, en las callejuelas y en el mercado, la gente no hacía sino cuchichear:
-El rey está loco. Nuestro rey y su gran chambelán perdieron la razón. No podemos permitir que nos gobierne un rey loco; debemos destronarlo.
Aquella noche, el rey ordenó que llenaran con agua del pozo una gran copa de oro. Y cuando se la llevaron, el soberano ávidamente bebió y pasó la copa a su gran chambelán, para que también bebiera.
Y hubo un gran regocijo en la lejana ciudad de Wirani, porque el rey y el gran chambelán habían recobrado la razón.

AMBICIÓN

Una vez sentáronse a la mesa de una taberna tres hombres. Uno de ellos era tejedor, el otro carpintero, y el tercero sepulturero.
-Hoy vendí una fina mortaja de lino en dos monedas de oro -dijo el tejedor-. Por tanto, bebamos todo el vino que nos plazca.
-Y yo -dijo el carpintero-, vendí mi mejor ataúd. Además del vino, que nos traigan un suculento asado.
-Yo sólo cavé una tumba -dijo el sepulturero-, pero mi amo me pagó el doble. Que nos traigan también pasteles de miel.
Y durante toda aquella noche hubo gran movimiento en la taberna, pues los tres amigos a menudo pedían más vino, carne y pasteles. Y estaban muy contentos.
Y el tabernero se frotaba las manos, sonriendo a su mujer, pues los huéspedes gastaban espléndidamente.
Al salir los tres amigos de la taberna la luna ya estaba en lo alto; iban caminando los tres felices cantando y gritando. El tabernero y su mujer parados a la puerta de la taberna, miraron complacidos a sus huéspedes.
– ¡Ah! – ¡qué caballeros tan generosos y alegres! -exclamó la mujer-. Ojalá que nos trajeran suerte y todos los días fueran así; nuestro hijo no tendría que trabajar de tabernero, ni tendría que afanarse tanto: podríamos darle una buena educación, para que fuera sacerdote.

EL NUEVO PLACER

Anoche inventé un nuevo placer. y me disponía a probarlo por vez primera cuando un ángel y un demonio llegaron presurosos a mi casa. Ambos se encontraron en mi puerta y disputaron acerca de mi placer recién creado; uno de los dos gritaba:
-¡Es un pecado!
Y el otro, en igual tono aseguraba: – ¡Es una virtud!

EL OTRO IDIOMA

A los tres días de nacido, mientras yacía en mi cuna forrada de seda, mirando con asombrada desilusión el nuevo mundo que me rodeaba, mi madre dijo a mi nodriza: -¿Cómo está mi hijo?
-Muy bien, señora -mi nodriza le contestó-, lo he alimentado tres veces, y nunca he visto a un niño tan alegre, no obstante lo tierno que es.
Y yo me indigné, y lloré, exclamando
-No es verdad, madre: porque mi lecho es duro, la leche que he succionado es amarga, y el olor del pecho es desagradable a mi nariz, y soy muy desgraciado.
Pero mi madre no me comprendió, ni la nodriza; pues el idioma en que había yo hablado era el del mundo del que yo procedía.
Y cuando cumplí veintiún días de vida, mientras me bautizaban, el sacerdote le dijo a mi madre:
-Debe usted ser muy feliz, señora, de que su hijo haya nacido cristiano.
Me asombré mucho al oír aquello, y le dije al sacerdote:  -en ese caso, la madre de usted, no está en el Cielo, debe ser muy infeliz, pues usted no nació cristiano.
Pero el sacerdote tampoco entendió mi idioma.
Y siete lunas después, cierto día, un adivino me miró y le dijo a mi madre:
-Su hijo será un estadista, y un gran líder de los hombres.
-¡Falso! -grité yo-. Esa es una falsa profecía; porque yo seré músico, y nada más que músico!
Y tampoco en esa ocasión y teniendo yo esa edad entendían mi idioma, lo cual me asombraba mucho.
Y después de treinta y tres años, durante los cuales han muerto ya mi madre, mi nodriza y el sacerdote (la sombra de Dios proteja sus espíritus), sólo sobrevive el adivino. Ayer lo vi cerca de la entrada del templo, y mientras conversábamos, me dijo:
-Siempre supe que serías músico; que llegarías a ser un gran músico. Eras muy pequeño cuando profeticé tu futuro.
Y le creí, pues ahora yo también he olvidado el idioma de aquel otro mundo.

LA GRANADA

Una vez, mientras vivía yo en el corazón de una granada, oí que una semilla decía;
-Algún día me convertiré en un árbol, y cantará el viento en mis ramas, y el sol danzará en mis hojas, y seré fuerte y hermoso en todas las estaciones.
Luego, otra semilla habló, y dijo: -Cuando yo era joven, como tú ahora, yo también pensaba así; pero ahora que puedo ponderar mejor todas las cosas, veo que mis esperanzas eran vanas.
Y una tercera semilla se expresó así: -No veo en nosotras nada que prometa tan brillante futuro.
Y una cuarta semilla dijo: – ¡Pero que ridícula sería nuestra vida, sin la promesa de un futuro mejor!
La quinta semilla opinó: -.¿Para qué disputar acerca de lo que seremos, si ni siquiera sabemos lo que somos?
Pero la sexta semilla replicó: -Seamos lo que seamos, lo seremos siempre.
Y la séptima semilla comentó: -Tengo una idea muy clara acerca de cómo serán las cosas en lo futuro, pero no la puedo expresar con palabras.
Y luego habló una octava semilla, y una novena, y luego una décima, y luego muchas, hasta que todas hablaban a un tiempo y no pude distinguir nada de lo que decían todas esas voces.
Así pues, aquel mismo día me mudé al corazón de un membrillo, donde las semillas son escasas y casi mudas.

LAS DOS JAULAS

En el jardín de mi padre hay dos jaulas. En una está encerrado un león, que los esclavos de mi padre trajeron del desierto de Ninavah; en la otra vive un gorrión que no canta. Al amanecer, todos los días, el gorrión le dice al león: -Buenos días, hermano prisionero.

LAS TRES HORMIGAS

Tres hormigas se encontraron en la nariz de un hombre que estaba tendido, durmiendo al sol. Y después de saludarse cada hormiga a la manera y usanza de su propia tribu, se detuvieron allí, a conversar.
-Estas colinas y estas llanuras -dijo la primera hormiga- son las más áridas que he visto en mi vida; he buscado todo el día algún grano, y no he encontrado nada.
-Yo tampoco he encontrado nada -comentó la segunda hormiga- aunque he visitado todos los escondrijos. Esta es, supongo, la que llama mi gente la blanda tierra móvil donde no crece nada.
-Amigas mías -dijo la tercera hormiga, alzando la cabeza-, estamos paradas ahora en la nariz de la Suprema Hormiga, la poderosa e infinita Hormiga, cuyo cuerpo es tan grande que no podemos verlo, cuya sombra es tan vasta que no podemos abarcar, cuya voz es tan potente que no podemos oírla; y esta Hormiga es omnipresente.
Al terminar la tercera hormiga de decir esto, las otras dos se miraron, y rieron.
En ese momento el hombre se movió, y en su sueño alzó la mano para rascarse la nariz, y aplastó a las tres hormigas.

EL SEPULTURERO

Una vez, mientras yo estaba enterrando a uno de mis egos, se acercó a mí el sepulturero, para decirme:
-De todos los que vienen aquí a enterrar a sus egos muertos, sólo tú me eres simpático.
-Me halagas mucho -le repliqué-; pero, ¿por qué te inspiro tanta simpatía?
-Porque todos llegan aquí llorando -me contestó el sepulturero-, y se van llorando; sólo tú llegas riendo, y te marchas riendo, cada vez.

EN LA ESCALINATA DEL TEMPLO

Ayer tarde, en la escalinata de mármol del templo vi a una mujer sentada entre dos hombres. Una de las mejillas de la mujer estaba pálida, y la otra, sonrojada.

LA CIUDAD BENDITA

Era yo muy joven cuando me dijeron que en cierta ciudad todos sus habitantes vivían con apego a las Escrituras.
Y me dije: “Buscaré esa ciudad y la santidad que en ella se encuentra”. Y aquella ciudad quedaba muy lejos de mi patria. Reuní gran cantidad de provisiones para el viaje, y emprendí el camino. Tras cuarenta días de andar divisé a lo lejos la ciudad, y al día siguiente entré en ella.
Pero, ¡oh sorpresa! vi que todos los habitantes de esa ciudad sólo tenían un ojo y una mano. Me asombró mucho aquello, y me dije: “¿Por qué tendrán los habitantes de esta santa ciudad sólo un ojo, y sólo una mano?”
Luego, vi que también ellos se asombraban, pues les maravillaba que yo tuviera dos manos y dos ojos. Y como hablaban entre sí y comentaban mi aspecto, les pregunté:
-¿Es esta la Ciudad Bendita, en la que todos viven con apego a las Escrituras?
-Sí, esta es la Ciudad, Bendita -me contestaron. Y añadí-; ¿Qué desgracia os ha ocurrido, y qué sucedió a vuestros ojos derechos y a vuestras manos derechas?
Toda la gente parecía conmovida.
-Ven; y observa por ti mismo -me dijeron.
Me llevaron al templo, que estaba en el corazón de la ciudad. Y en el templo vi una gran cantidad de manos y ojos, todos secos.
-¡Dios mío! -pregunté-, ¿qué inhumano conquistador ha cometido esta crueldad con vosotros?
Y hubo un murmullo entre los habitantes. Uno de los más ancianos dio un paso al frente, y me dijo:
-Esto lo hicimos nosotros mismos: Dios nos ha convertido en conquistadores del mal que había en nosotros.
Y me condujo hasta un altar enorme; todos nos siguieron. Y aquel anciano me mostró una inscripción grabada encima del altar. Leí: “Si tu ojo derecho peca, arráncalo y apártalo de ti; porque es preferible que uno de tus miembros perezca, a que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha peca, córtatela y apártala de ti, porque es preferible que uno de tus miembros perezca, a que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno”.
Entonces comprendí: Y me volví hacia el pueblo congregado, y grité: “¿No hay entre vosotros ningún hombre, ninguna mujer con dos ojos y dos manos?”
Me contestaron: “No; nadie; sólo quienes son aún demasiado jóvenes para leer las Escrituras y comprender su mandamiento”.
Y al salir del templo inmediatamente abandoné aquella Ciudad Bendita, pues no era yo demasiado joven, y sí sabía leer las Escrituras.

EL DIOS BUENO Y EL DIOS MALO

El Dios Bueno y el Dios Malo se entrevistaron en la cima de la montaña.
-Buenos días, hermano -dijo el Dios Bueno. El Dios Malo no contestó el saludo.
Y el Dios Bueno prosiguió: -Estás hoy de mal humor.
-Si -dijo el Dios Malo-, porque últimamente me confunden contigo, me llaman por tu nombre y me tratan como si fuera tú, y esto me desagrada mucho.
–Pues has de saber que también a mi me han llamado por tu nombre -dijo el Dios Bueno.
Al oir esto, el Dios Malo siguió su camino, y se fue maldiciendo la estupidez de los hombres.

DERROTA

Derrota, mi derrota, mi soledad y mi aislamiento: Para mí eres más valiosa que mil triunfos,
Y más dulce para mi corazón que toda la gloria mundanal.
Derrota, mi derrota, mi conocimiento de mi mismo y mi desafío.
Tú me has enseñado que soy joven aún y de pies ligeros y a no dejarme engañar por laureles vanos.
Y en ti he encontrado la dicha de estar solo Y la alegría de ser alejado y despreciado.
Derrota, mi derrota, mi fulgurante espada y mi escudo:
En tus ojos he leído que ser entronizado es ser esclavizado, y que ser comprendido es ser derribado. Y que ser apresado es llegar a la propia madurez Y como un fruto maduro, caer y ser objeto de consumo.
Derrota, mi derrota, mi audaz compañera:
Oirás mis cantos, mis gritos y silencios, y nadie mas que tú me hablará del batir de las alas. De la impetuosidad de los mares. Y de montañas que arden en la noche.
Y sólo tú escalarás mi inclinada y rocosa alma. Derrota, mi derrota, mi valor indómito inmortal. Tú y yo reiremos juntos con la tormenta.
Y juntos cavaremos tumbas para todo lo que muere en nosotros. Y hemos de erguirnos al sol, como una sola voluntad. Y seremos peligrosos.

LA NOCHE Y EL LOCO

Soy como tú, ¡oh Noche!, oscuro y desnudo; camino por la flameante senda que está por encima de mis sueños diurnos, y siempre que mi planta toca la tierra brota de ella un roble.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues aún te vuelves a ver cuán grande es la huella de tus pasos en la arena.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, silente y profundo, y en el corazón de mi soledad yace una diosa en trabajo de parto; y en el ser que de ella está naciendo el Cielo toca al infierno.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues te estremeces aún antes de sentir el dolor, y el canto del abismo te aterroriza.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, salvaje y terrible; pues mis oídos perciben los gritos de naciones conquistadas y suspiros de olvidadas tierras.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues aún consideras a tu pequeño ego un compañero, y no puedes ser amigo de tu monstruoso ego.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, cruel y terrible, pues mi pecho está alumbrado por barcos que arden en el mar, y mis labios están húmedos de sangre de guerreros degollados.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues aún está en tí el anhelo de encontrar a tu alma gemela, y no has llegado a ser ley para ti mismo.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, gozoso y alegre; pues quien mora en mi sombra está ahora ebrio de vino virgen, y quien me sigue va pecando con regocijo.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues tu alma está envuelta en el velo de los siete pliegues, y no llevas en la mano el corazón.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, paciente y apasionado; pues en mi pecho están enterrados mil amantes muertos, envueltos en sudarios de marchitos besos.
Loco, ¿de veras piensas que eres como yo? ¿Te pareces a mí? ¿Puedes cabalgar en la tempestad como un potro salvaje, y asir el relámpago cual si fuera una espada?
-Sí; como tú, ¡oh Noche!, como tú, soy poderoso y alto, y mi trono se asienta sobre montañas de dioses caídos; y también ante mí desfilan los días para besar la orla de mi veste, sin atreverse a mirarme al rostro.
-¿Piensas que eres como yo, tú, el hijo de mi más oscuro corazón? ¿Puedes pensar mis indómitos pensamientos y hablar mi vasto lenguaje?
-Sí; somos hermanos gemelos, ¡oh Noche!; pues tú revelas el espacio, y yo revelo mi alma.

ROSTROS

He visto un rostro con mil semblantes, y un rostro que tenía sólo un semblante, como si estuviera contenido en un molde inmutable.
He visto un rostro cuyo brillo podía ver a través de la fealdad que lo cubría, y un rostro cuyo brillo tuve que apartar, para ver cuán hermoso era.
He visto un viejo rostro lleno de arrugas de la nada, y un rostro lozano en el que estaban grabadas todas las cosas. Conozco todos los rostros, porque los veo a través de la urdimbre que mis ojos van tejiendo, y miro la realidad que está detrás del tejido.

EL MAR MAYOR

Mi alma y yo fuimos a bañarnos al gran mar. Y al llegar a la playa, empezamos a buscar un sitio solitario y escondido.
Pero mientras caminábamos por la playa vimos a un hombre sentado en una roca gris, que tomaba de un saco puñados de sal y los arrojaba al mar.
-Este es el pesimista -dijo mi alma-. Vámonos de aquí, pues no podemos bañarnos en presencia del pesimista. Seguimos caminando, hasta llegar a una caleta; allí vimos, de pie en una roca blanca, a un hombre que llevaba un cofre enjoyado, del que tomaba azúcar para arrojarla al mar.
-Y este es el optimista -dijo mi alma-, tampoco él debe ver nuestros cuerpos desnudos.
Seguimos caminando. Y en otro lugar de la playa vimos a un hombre que tomaba con la mano peces muertos, y los devolvía al agua.
-Tampoco podemos bañarnos enfrente de este hombre -dijo mi alma-, pues este es el filántropo.
Y seguimos nuestro camino.
Luego nos encontramos a un hombre que trazaba el contorno de su sombra en la arena. Llegaban grandes olas y borraban el trazo; sin embargo, aquel hombre seguía una y otra vez dibujando su sombra.
-Este es el místico -dijo mi alma-. Apartémonos de él.
Y seguimos caminando, hasta que en otra calmada ensenada vimos a otro hombre, que recogía espuma del mar y la vertía en un vaso de alabastro.
-Este es el idealista -dijo mi alma-. De ninguna manera debe ver nuestra desnudez.
Y seguimos caminando. De pronto, oímos una voz, que gritaba:
– ¡Este es el mar; el vasto y poderoso mar!
Y al acercarnos vimos que era un hombre que daba la espalda al mar y que aplicaba un caracol a su oído, para oír el murmullo marino.
-Pasemos de largo -dijo mi alma-. Este es el realista; el que da la espalda a todo lo que no puede abarcar de una mirada, y se contenta con un fragmento del todo.
Y pasamos de largo. Y en un lugar lleno de maleza, entre las rocas, un hombre había enterrado su cabeza en la arena. Y le dije a mi alma:
-Nos podemos bañar aquí, pues este hombre no puede vernos.
-No -dijo mi alma-. Porque éste es el más mortífero de todos los hombres; es el puritano. -Luego, una gran tristeza se reflejó en el rostro de mi alma, y también entristeció su voz. -Vámonos de aquí -dijo-. Pues no hay ningún solitario y oculto lugar donde podamos bañarnos. No dejaré que este viento juegue con mi cabellera de oro, ni dejaré que este viento acaricie mi seno desnudo, ni que esta luz descubra mi sagrada desnudez.
Y luego abandonamos aquel mar, para ir en busca del Mar Mayor.

CRUCIFICADO

– ¡Quisiera ser crucificado! -grité a los hombres.
-¿Por qué habría de caer tu sangre sobre nuestras cabezas? -me respondieron.
Y yo respondí:-¿De qué otra manera podríais ser exaltados, sino crucificando a los locos?
Y ellos asintieron, y me crucificaron. Y la crucifixión me apaciguó.
Y cuando pendía entre el cielo y la tierra alzaron la cabeza para mirarme. Y estaban exaltados, pues nunca habían alzado la cabeza.
Pero mientras estaban allí, en pie, mirándome, uno de ellos gritó:
-¿Qué estás tratando de expiar?
Y otro hombre gritó:-¿Por qué causa te sacrificas?
Y un tercer hombre dijo: -¿Crees que a ese precio adquirirás la gloria del mundo?
Y luego dijo un cuarto hombre:- ¡Mirad cómo sonríe! ¿Puede perdonarse tal dolor?
Y yo les contesté a todos, diciendo:
-Recordad sólo que he sonreído. No estoy expiando nada, ni sacrificándome, ni deseo la gloria: y no tengo que perdonar nada. Yo tenía sed y les supliqué me dieran de beber mi sangre. Porque, ¿qué puede saciar la sed de un loco, sino su propia sangre? Estaba yo mudo, y les pedí que me hirieran, para tener bocas. Estaba yo prisionero en vuestros días y en vuestras noches, y busqué una puerta hacia más vastos días y más vastas noches.
“Y ahora, me voy, como se han ido ya otros crucificados. Y no penséis que nosotros los locos estamos cansados de tanta crucifixión. Pues debemos ser crucificados por hombres cada vez más grandes, entre tierras más vastas y cielos más espaciosos.

EL ASTRÓNOMO

A la sombra del templo mi amigo y yo vimos a un ciego, sentado allí, solitario.
-Mira -dijo mi amigo-: ese es el hombre más sabio de nuestra tierra.
Me separé de mi amigo y me acerqué al ciego. Lo saludé. Y conversamos.
Poco después le dije:
-Perdona mi pregunta: ¿desde cuándo eres ciego? -Desde que nací -fue su respuesta.
-¿Y qué sendero de sabiduría sigues? -le dije entonces.   
-Soy astrónomo -me contestó el ciego. -Luego, se llevó la mano al pecho, y dijo:-Sí; observo todos estos soles, y estas lunas, y estas estrellas.

EL GRAN ANHELO

Aquí estoy, sentado entre mi hermana la montaña y mi hermana la mar.
Los tres somos uno en nuestra soledad, y el amor que nos une es profundo, fuerte y extraño. En realidad, este amor es más profundo que mi hermana la mar y más fuerte que mi hermana la montaña, y más extraño que lo insólito de mi locura.
Han pasado eones y más eones desde que la primera alborada gris nos hizo visibles uno al otro; y aunque hemos visto el nacimiento, la plenitud y la muerte de muchos mundos, aún somos vehementes y jóvenes.
Somos jóvenes y vehementes, y no obstante estamos solos y nadie nos visita, y a pesar de que yacemos en un abrazo casi completo y sin trabas, no hemos hallado consuelo. Pues, decidme: ¿qué consuelo puede haber para el deseo controlado y la pasión inexhausta? ¿De dónde vendrá el flamígero dios que dé calor al lecho de mi hermana la mar? ¿Y qué torrentes aplacará el fuego de mi hermana la montaña? ¿Y qué mujer podrá adueñarse de mi corazón?
En el silencio de la noche, en sueños, mi hermana la mar susurra el ignoto nombre del dios flamígero, y mi hermana la montaña llama a lo lejos al fresco y distante dios-torrente. Pero yo no sé a quién llamar en mi sueño.
Aquí estoy sentado, entre mi hermana la montaña y mi hermana la mar. Los tres somos uno en nuestra soledad, y el amor que nos une es en verdad profundo, fuerte, y extraño…

DIJO UNA HOJA DE HIERBA

Dijo una mata de hierba a una hoja de otoño:
– ¡Al caer haces tanto ruido, que espantas a todos mis sueños invernales!
-Ser de baja cuna y de miserable morada -dijo la hoja, indignada-, ser malhumorado y sin canto: ¡tú no vives en la región alta del aire, y desconoces el sonido del canto!
Luego, la hoja de otoño cayó sobre la tierra, y se durmió. Y al llegar la primavera, la hoja despertó nuevamente, y se convirtió en una mata de hierba.
Y cuando el otoño llegó, y la mata de hierba comenzó a adormecerse con el sueño invernal, las hojas del otoño, meciéndose en el viento, iban cayendo sobre ella. Entonces se dijo, enojada: “¡Ah, estas hojas de otoño! ¡Cuánto ruido hacen! ¡Espantan a todos mis sueños invernales!”

EL OJO

Un día dijo el Ojo:
-Más allá de estos valles veo una montaña envuelta en azul velo de niebla. ¿No es hermosa?
El Oído oyó esto, y tras escuchar atentamente otro rato, dijo:
-Pero; ¿dónde está esa montaña? No la oigo… Luego, la Mano habló, y dijo:
-En vano trato de sentirla o tocarla; no encuentro ninguna montaña.
Y la Nariz dijo:
-No hay ninguna montaña por aquí; no la huelo.
Luego, el Ojo se volvió hacia el otro lado, y los demás sentidos empezaron a murmurar de la extraña alucinación del Ojo. Y decían entre sí: ” ¡Algo debe de andar mal en el Ojo!”

LOS DOS ERUDITOS

Vivían en la antigua ciudad de Aflcar dos eruditos que odiaban y despreciaban cada uno el saber del otro: Porque uno de ellos negaba que los dioses existieran, y el otro era creyente.
Un día ambos se encontraron en el mercado, y en medio de sus partidarios empezaron a discutir acerca de la existencia o de la no existencia de los dioses. Y separáronse tras horas de acalorada disputa.
Aquella noche, el incrédulo fue al templo y se postró ante el altar, y pidió a los dioses que le perdonaran su antigua impiedad.
Y a la misma hora, el otro erudito, el que había defendido la existencia de los dioses, quemó todos sus libros sagrados, pues se había convertido en incrédulo.

CUANDO NACIÓ MI TRISTEZA

Cuando nació mi Tristeza, le prodigué mil cuidados, y la vigilé con amorosa ternura.
Y mi Tristeza creció como todos los seres vivientes, fuerte y hermosa y llena de maravillosas gracias.
Y mi tristeza y yo nos amábamos, y amábamos al mundo que nos rodeaba. Pues mi Tristeza era de corazón bondadoso, y el mío también era amable cuando estaba lleno de Tristeza.
Y cuando hablábamos, mi Tristeza y yo, nuestros días eran alados y nuestras noches estaban engalanadas de sueños; porque mi Tristeza era elocuente, y mi lengua también era elocuente con la Tristeza.
Y cuando mi Tristeza y yo cantábamos juntos, nuestros vecinos sentábanse a la ventana a escucharnos; pues nuestros cantos eran profundos como el mar, y nuestras melodías estaban impregnadas de extraños recuerdos.
Y cuando caminábamos juntos, mi tristeza y yo, la gente nos miraba con amables ojos, y cuchicheaba con extremada dulzura. Y también había quien nos envidiara, pues mi Triste za era un ser noble, y yo me sentía orgulloso de mi Tristeza. Pero murió mi Tristeza, como todo ser viviente, y me quedé solo, con mis reflexiones.
Y ahora, cuando hablo, mis palabras suenan pesadas en mis oídos.
Y cuando canto, mis vecinos ya no escuchan mis canciones.
Y cuando camino solo por la calle, ya nadie me mira. Sólo en sueños oigo voces que dicen compadecidas: “Mirad: allí yace el hombre al que se le murió su Tristeza”.

Y CUANDO NACIÓ MI ALEGRÍA…

Y cuando nació mi Alegría, la alcé en brazos y subí con ella a la azotea de mi casa, a gritar:
– ¡Venid, vecinos! ¡Venid a ver! Porque hoy ha nacido mi Alegría: venid a contemplar este ser placentero que ríe bajo el sol.
Pero qué grande mi sorpresa porque ningún vecino mío acudió a contemplar mi Alegría.
Y todos los días, durante siete lunas, proclamé el advenimiento de mi Alegría desde la azotea de mi casa, pero nadie quiso escucharme. Y mi Alegría y yo estábamos solos, sin nadie que fuera a visitarnos.
Luego, mi Alegría palideció y enfermó de hastío, pues sólo yo gozaba de su hermosura, y sólo mis labios besaban sus labios.
Luego, mi Alegría murió, de soledad y aislamiento.
Y ahora sólo recuerdo a mi muerta Alegría al recordar a mi muerta Tristeza. Pero el recuerdo es una hoja de otoño que susurra un instante en el viento, y luego no vuelve a oírse más.

“EL MUNDO PERFECTO”

Dios de las almas perdidas, tú que estás perdido entre los dioses, escúchame:
Vivo entre una raza de hombres perfecta, yo, el más imperfecto de los hombres.
Yo, un caos humano, nebulosa de confusos elementos, deambulo entre mundos perfectamente acabados; entre pueblos que se rigen por leyes bien elaboradas y que obedecen un orden puro, cuyos pensamientos están catalogados, cuyos sueños son ordenados, y cuyas visiones están inscritas y registradas.
Sus virtudes, ¡oh Dios!, están medidas, sus pecados están bien calculados por su peso, y aun los innumerables actos que suceden en el nebuloso crepúsculo de lo que no es pecado ni virtud están registrados y catalogados.
En este mundo, las noches y los días están convenientemente divididos en estaciones de conducta y están gobernados por normas de impecable exactitud.
Comer, beber, dormir, cubrir la propia desnudez, y luego cansarse, todo a su debido tiempo.
Trabajar, jugar, cantar, bailar, y luego yacer tranquilo, cuando el reloj da la hora para ello.
Pensar esto, sentir aquello, y luego dejar de pensar y de sentir cuando cierta estrella se alza en el horizonte.
Robar al vecino con una sonrisa, dar regalos con un gracioso ademán, elogiar prudentemente, acusar con cautela, destruir un alma con una palabra, quemar un cuerpo con el aliento, y luego lavarse las manos, cuando se ha terminado el trabajo del día.
Amar según el orden establecido, entretenerse en lo mejor de uno mismo según cierta manera prefabricada, rendir culto a los dioses con el debido decoro, intrigar y engañar a los demonios diestramente, y luego olvidarlo todo, como si la memoria hubiese muerto.
Imaginar con un motivo determinado; proyectar con consideración; ser feliz dulcemente; sufrir con nobleza; y luego, vaciar la copa, de manera que mañana podamos llenarla otra vez.
Todas estas cosas, ¡oh Dios!¡, están concebidas con preclara visión, han nacido con un propósito firme, se mantienen con esmero y exactitud, se gobiernan según las normas y la razón, y luego se asesinan y se entierran según el método prescrito. Y aun sus silenciosas tumbas que yacen dentro del alma humana, cada una tiene su marca y su número.
Es un mundo perfecto; de maravillas; el más maduro fruto del jardín de Dios; el pensamiento rector del universo.
Pero dime, ¡oh Dios!, ¿por qué tengo que estar allí, yo, semilla de pasión insatisfecha, loca tempestad que no va en pos del oriente ni del occidente, aturdido fragmento de un planeta que pereció en las llamas?
¿Por qué estoy aquí, ¡oh Dios! de las almas perdidas? Dímelo tú, oh Dios, que te encuentras perdido entre los demás dioses…

Antoine De Saint-Exupéry – El principito

ANTOINE DE SAINT – EXUPERY

EL PRINCIPITO

EL PRINCIPITO
A. De Saint – Exupéry

A Leon Werth:

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de entenderlo todo, hasta los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Verdaderamente necesita consuelo. Si todas esas excusas no bastasen, bien puedo dedicar este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. Todos los mayores han sido primero niños. (Pero pocos lo recuerdan). Corrijo, pues, mi dedicatoria:

A LEON WERTH
CUANDO ERA NIÑO

I
Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba “Historias vividas”, una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera.
En el libro se afirmaba: “La serpiente boa se traga su presa entera, sin masticarla. Luego ya no puede moverse y duerme durante los seis meses que dura su digestión”.
Reflexioné mucho en ese momento sobre las aventuras de la jungla y a mi vez logré trazar con un lápiz de colores mi primer dibujo. Mi dibujo número 1 era de esta manera:

Enseñé mi obra de arte a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les daba miedo.
?¿por qué habría de asustar un sombrero?? me respondieron.
Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digiere un elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente boa a fin de que las personas mayores pudieran comprender. Siempre estas personas tienen necesidad de explicaciones. Mi dibujo número 2 era así:

Las personas mayores me aconsejaron abandonar el dibujo de serpientes boas, ya fueran abiertas o cerradas, y poner más interés en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. De esta manera a la edad de seis años abandoné una magnífica carrera de pintor. Había quedado desilusionado por el fracaso de mis dibujos número 1 y número 2. Las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones.
Tuve, pues, que elegir otro oficio y aprendía pilotear aviones. He volado un poco por todo el mundo y la geografía, en efecto, me ha servido de mucho; al primer vistazo podía distinguir perfectamente la China de Arizona. Esto es muy útil, sobre todo si se pierde uno durante la noche.
A lo largo de mi vida he tenido multitud de contactos con multitud de gente seria. Viví mucho con personas mayores y las he conocido muy de cerca; pero esto no ha mejorado demasiado mi opinión sobre ellas.
Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco lúcido, lo he sometido a la experiencia de mi dibujo número 1 que he conservado siempre. Quería saber si verdaderamente era un ser comprensivo. E invariablemente me contestaban siempre: “Es un sombrero”. Me abstenía de hablarles de la serpiente boa, de la selva virgen y de las estrellas. Poniéndome a su altura, les hablaba del bridge, del golf, de política y de corbatas. Y mi interlocutor se quedaba muy contento de conocer a un hombre tan razonable.

II
Viví así, solo, nadie con quien poder hablar verdaderamente, hasta cuando hace seis años tuve una avería en el desierto de Sahara. Algo se había estropeado en el motor. Como no llevaba conmigo ni mecánico ni pasajero alguno, me dispuse a realizar, yo solo, una reparación difícil. Era para mí una cuestión de vida o muerte, pues apenas tenía agua de beber para ocho días.
La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Estaba más aislado que un náufrago en una balsa en medio del océano. Imagínense, pues, mi sorpresa cuando al amanecer me despertó una extraña vocecita que decía:
? ¡Por favor… píntame un cordero!
?¿Eh?
?¡Píntame un cordero!
Me puse en pie de un salto como herido por el rayo. Me froté los ojos. Miré a mi alrededor. Vi a un extraordinario muchachito que me miraba gravemente. Ahí tienen el mejor retrato que más tarde logré hacer de él, aunque mi dibujo, ciertamente es menos encantador que el modelo. Pero no es mía la culpa. Las personas mayores me desanimaron de mi carrera de pintor a la edad de seis años y no había aprendido a dibujar otra cosa que boas cerradas y boas abiertas.

Miré, pues, aquella aparición con los ojos redondos de admiración. No hay que olvidar que me encontraba a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Y ahora bien, el muchachito no me parecía ni perdido, ni muerto de cansancio, de hambre, de sed o de miedo. No tenía en absoluto la apariencia de un niño perdido en el desierto, a mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Cuando logré, por fin, articular palabra, le dije:
? Pero? ¿qué haces tú por aquí?
Y él respondió entonces, suavemente, como algo muy importante:
?¡Por favor? píntame un cordero!
Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer. Por absurdo que aquello me pareciera, a mil millas de distancia de todo lugar habitado y en peligro de muerte, saqué de mi bolsillo una hoja de papel y una pluma fuente. Recordé que yo había estudiado especialmente geografía, historia, cálculo y gramática y le dije al muchachito (ya un poco malhumorado), que no sabía dibujar.
?¡No importa ?me respondió?, píntame un cordero!
Como nunca había dibujado un cordero, rehice para él uno de los dos únicos dibujos que yo era capaz de realizar: el de la serpiente boa cerrada. Y quedé estupefacto cuando oí decir al hombrecito:
? ¡No, no! Yo no quiero un elefante en una serpiente. La serpiente es muy peligrosa y el elefante ocupa mucho sitio. En mi tierra es todo muy pequeño. Necesito un cordero. Píntame un cordero.

Dibujé un cordero. Lo miró atentamente y dijo:

?¡No! Este está ya muy enfermo. Haz otro.
Volví a dibujar.

Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia.
?¿Ves? Esto no es un cordero, es un carnero. Tiene Cuernos?
Rehice nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los anteriores.

?Este es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.
Falto ya de paciencia y deseoso de comenzar a desmontar el motor, garrapateé rápidamente este dibujo, se lo enseñé, y le agregué:

?Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro. Con gran sorpresa mía el rostro de mi joven juez se iluminó:
?¡Así es como yo lo quería! ¿Crees que sea necesario mucha hierba para este cordero?
?¿Por qué?
?Porque en mi tierra es todo tan pequeño?
Se inclinó hacia el dibujo y exclamó:
?¡Bueno, no tan pequeño?! Está dormido?
Y así fue como conocí al principito.

III
Me costó mucho tiempo comprender de dónde venía. El principito, que me hacía muchas preguntas, jamás parecía oír las mías. Fueron palabras pronunciadas al azar, las que poco a poco me revelaron todo. Así, cuando distinguió por vez primera mi avión (no dibujaré mi avión, por tratarse de un dibujo demasiado complicado para mí) me preguntó:
?¿Qué cosa es esa? ?Eso no es una cosa. Eso vuela. Es un avión, mi avión.
Me sentía orgulloso al decirle que volaba. El entonces gritó:
?¡Cómo! ¿Has caído del cielo? ?Sí ?le dije modestamente. ?¡Ah, que curioso!
Y el principito lanzó una graciosa carcajada que me irritó mucho. Me gusta que mis desgracias se tomen en serio. Y añadió:
?Entonces ¿tú también vienes del cielo? ¿De qué planeta eres tú?
Divisé una luz en el misterio de su presencia y le pregunté bruscamente:
?¿Tu vienes, pues, de otro planeta?
Pero no me respondió; movía lentamente la cabeza mirando detenidamente mi avión.
?Es cierto, que, encima de eso, no puedes venir de muy lejos?
Y se hundió en un ensueño durante largo tiempo. Luego sacando de su bolsillo mi cordero se abismó en la contemplación de su tesoro.
Imagínense cómo me intrigó esta semiconfidencia sobre los otros planetas. Me esforcé, pues, en saber algo más:
?¿De dónde vienes, muchachito? ¿Dónde está “tu casa”? ¿Dónde quieres llevarte mi cordero?
Después de meditar silenciosamente me respondió:
?Lo bueno de la caja que me has dado es que por la noche le servirá de casa. ?Sin duda. Y si eres bueno te daré también una cuerda y una estaca para atarlo durante el día.
Esta proposición pareció chocar al principito.
?¿Atarlo? ¡Qué idea más rara! ?Si no lo atas, se irá quién sabe dónde y se perderá?
Mi amigo soltó una nueva carcajada.
?¿Y dónde quieres que vaya? ?No sé, a cualquier parte. Derecho camino adelante?
Entonces el principito señaló con gravedad:
?¡No importa, es tan pequeña mi tierra!
Y agregó, quizás, con un poco de melancolía:
?Derecho, camino adelante? no se puede ir muy lejos.

IV
De esta manera supe una segunda cosa muy importante: su planeta de origen era apenas más grande que una casa.
Esto no podía asombrarme mucho. Sabía muy bien que aparte de los grandes planetas como la Tierra, Júpiter, Marte, Venus, a los cuales se les ha dado nombre, existen otros centenares de ellos tan pequeños a veces, que es difícil distinguirlos aun con la ayuda del telescopio. Cuando un astrónomo descubre uno de estos planetas, le da por nombre un número. Le llama, por ejemplo, “el asteroide 3251”.
Tengo poderosas razones para creer que el planeta del cual venía el principito era el asteroide B 612. Este asteroide ha sido visto sólo una vez con el telescopio en 1909, por un astrónomo turco.
Este astrónomo hizo una gran demostración de su descubrimiento en un congreso Internacional de Astronomía. Pero nadie le creyó a causa de su manera de vestir. Las personas mayores son así. Felizmente para la reputación del asteroide B 612, un dictador turco impuso a su pueblo, bajo pena de muerte, el vestido a la europea. Entonces el astrónomo volvió a dar cuenta de su descubrimiento en 1920 y como lucía un traje muy elegante, todo el mundo aceptó su demostración.
Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: “¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?” Pero en cambio preguntan: “¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?” Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: “He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado”, jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: “He visto una casa que vale cien mil pesos”. Entonces exclaman entusiasmados: “¡Oh, qué preciosa es!”
De tal manera, si les decimos: “La prueba de que el principito ha existido está en que era un muchachito encantador, que reía y quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que se existe”, las personas mayores se encogerán de hombros y nos dirán que somos unos niños. Pero si les decimos: “el planeta de donde venía el principito era el asteroide B 612”, quedarán convencidas y no se preocuparán de hacer más preguntas. Son así. No hay por qué guardarles rencor. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores.
Pero nosotros, que sabemos comprender la vida, nos burlamos tranquilamente de los números. A mí me habría gustado más comenzar esta historia a la manera de los cuentos de hadas. Me habría gustado decir:
“Era una vez un principito que habitaba un planeta apenas más grande que él y que tenía necesidad de un amigo?” Para aquellos que comprenden la vida, esto hubiera parecido más real.
Porque no me gusta que mi libro sea tomado a la ligera. Siento tanta pena al contar estos recuerdos. Hace ya seis años que mi amigo se fue con su cordero. Y si intento describirlo aquí es sólo con el fin de no olvidarlo. Es muy triste olvidar a un amigo. No todos han tenido un amigo. Y yo puedo llegar a ser como las personas mayores, que sólo se interesan por las cifras. Para evitar esto he comprado una caja de lápices de colores. ¡Es muy duro, a mi edad, ponerse a aprender a dibujar, cuando en toda la vida no se ha hecho otra tentativa que la de una boa abierta y una boa cerrada a la edad de seis años! Ciertamente que yo trataré de hacer retratos lo más parecido posibles, pero no estoy muy seguro de lograrlo. Uno saldrá bien y otro no tiene parecido alguno. En las proporciones me equivoco también un poco. Aquí el principito es demasiado grande y allá es demasiado pequeño. Dudo también sobre el color de su traje. Titubeo sobre esto y lo otro y unas veces sale bien y otras mal. Es posible, en fin, que me equivoque sobre ciertos detalles muy importantes. Pero habrá que perdonármelo ya que mi amigo no me daba nunca muchas explicaciones. Me creía semejante a sí mismo y yo, desgraciadamente, no sé ver un cordero a través de una caja. Es posible que yo sea un poco como las personas mayores. He debido envejecer.

V
Cada día yo aprendía algo nuevo sobre el planeta, sobre la partida y sobre el viaje. Esto venía suavemente al azar de las reflexiones. De esta manera tuve conocimiento al tercer día, del drama de los baobabs.
Fue también gracias al cordero y como preocupado por una profunda duda, cuando el principito me preguntó:
?¿Es verdad que los corderos se comen los arbustos?
?Sí, es cierto.
?¡Ah, qué contesto estoy!
No comprendí por qué era tan importante para él que los corderos se comieran los arbustos. Pero el principito añadió:
?Entonces se comen también los Baobabs.
Le hice comprender al principito que los baobabs no son arbustos, sino árboles tan grandes como iglesias y que incluso si llevase consigo todo un rebaño de elefantes, el rebaño no lograría acabar con un solo baobab.
Esta idea del rebaño de elefantes hizo reír al principito.
?Habría que poner los elefantes unos sobre otros?
Y luego añadió juiciosamente:
?Los baobabs, antes de crecer, son muy pequeñitos.
?Es cierto. Pero ¿por qué quieres que tus corderos coman los baobabs?
Me contestó: “¡Bueno! ¡Vamos!” como si hablara de una evidencia. Me fue necesario un gran esfuerzo de inteligencia para comprender por mí mismo este problema.
En efecto, en el planeta del principito había, como en todos los planetas, hierbas buenas y hierbas malas. Por consiguiente, de buenas semillas salían buenas hierbas y de las semillas malas, hierbas malas. Pero las semillas son invisibles; duermen en el secreto de la tierra, hasta que un buen día una de ellas tiene la fantasía de despertarse. Entonces se alarga extendiendo hacia el sol, primero tímidamente, una encantadora ramita inofensiva. Si se trata de una ramita de rábano o de rosal, se la puede dejar que crezca como quiera. Pero si se trata de una mala hierba, es preciso arrancarla inmediatamente en cuanto uno ha sabido reconocerla. En el planeta del principito había semillas terribles? como las semillas del baobab. El suelo del planeta está infestado de ellas. Si un baobab no se arranca a tiempo, no hay manera de desembarazarse de él más tarde; cubre todo el planeta y lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño y los baobabs son numerosos, lo hacen estallar.
“Es una cuestión de disciplina, me decía más tarde el principito. Cuando por la mañana uno termina de arreglarse, hay que hacer cuidadosamente la limpieza del planeta. Hay que dedicarse regularmente a arrancar los baobabs, cuando se les distingue de los rosales, a los cuales se parecen mucho cuando son pequeñitos. Es un trabajo muy fastidioso pero muy fácil”.
Y un día me aconsejó que me dedicara a realizar un hermoso dibujo, que hiciera comprender a los niños de la tierra estas ideas. “Si alguna vez viajan, me decía, esto podrá servirles mucho. A veces no hay inconveniente en dejar para más tarde el trabajo que se ha de hacer; pero tratándose de baobabs, el retraso es siempre una catástrofe. Yo he conocido un planeta, habitado por un perezoso que descuidó tres arbustos?”
Siguiendo las indicaciones del principito, dibujé dicho planeta. Aunque no me gusta el papel de moralista, el peligro de los baobabs es tan desconocido y los peligros que puede correr quien llegue a perderse en un asteroide son tan grandes, que no vacilo en hacer una excepción y exclamar: “¡Niños, atención a los baobabs!” Y sólo con el fin de advertir a mis amigos de estos peligros a que se exponen desde hace ya tiempo sin saberlo, es por lo que trabajé y puse tanto empeño en realizar este dibujo. La lección que con él podía dar, valía la pena. Es muy posible que alguien me pregunte por qué no hay en este libro otros dibujos tan grandiosos como el dibujo de los baobabs. La respuesta es muy sencilla: he tratado de hacerlos, pero no lo he logrado. Cuando dibujé los baobabs estaba animado por un sentimiento de urgencia.

VI
¡Ah, principito, cómo he ido comprendiendo lentamente tu vida melancólica! Durante mucho tiempo tu única distracción fue la suavidad de las puestas de sol. Este nuevo detalle lo supe al cuarto día, cuando me dijiste:
?Me gustan mucho las puestas de sol; vamos a ver una puesta de sol?
?Tendremos que esperar?
?¿Esperar qué?
?Que el sol se ponga.
Pareciste muy sorprendido primero, y después te reíste de ti mismo. Y me dijiste:
?Siempre me creo que estoy en mi tierra.
En efecto, como todo el mundo sabe, cuando es mediodía en Estados Unidos, en Francia se está poniendo el sol. Sería suficiente poder trasladarse a Francia en un minuto para asistir a la puesta del sol, pero desgraciadamente Francia está demasiado lejos. En cambio, sobre tu pequeño planeta te bastaba arrastrar la silla algunos pasos para presenciar el crepúsculo cada vez que lo deseabas?
?¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces!
Y un poco más tarde añadiste:
?¿Sabes? Cuando uno está verdaderamente triste le gusta ver las puestas de sol.
?El día que la viste cuarenta y tres veces estabas muy triste ¿verdad?
Pero el principito no respondió.

VII
Al quinto día y también en relación con el cordero, me fue revelado este otro secreto de la vida del principito. Me preguntó bruscamente y sin preámbulo, como resultado de un problema largamente meditado en silencio:
?Si un cordero se come los arbustos, se comerá también las flores ¿no?
?Un cordero se come todo lo que encuentra.
?¿Y también las flores que tienen espinas?
?Sí; también las flores que tienen espinas.
?Entonces, ¿para qué le sirven las espinas?
Confieso que no lo sabía. Estaba yo muy ocupado tratando de destornillar un perno demasiado apretado del motor; la avería comenzaba a parecerme cosa grave y la circunstancia de que se estuviera agotando mi provisión de agua, me hacía temer lo peor.
?¿Para qué sirven las espinas?
El principito no permitía nunca que se dejara sin respuesta una pregunta formulada por él. Irritado por la resistencia que me oponía el perno, le respondí lo primero que se me ocurrió:
?Las espinas no sirven para nada; son pura maldad de las flores.
?¡Oh!
Y después de un silencio, me dijo con una especie de rencor:
?¡No te creo! Las flores son débiles. Son ingenuas. Se defienden como pueden. Se creen terribles con sus espinas?
No le respondí nada; en aquel momento me estaba diciendo a mí mismo: “Si este perno me resiste un poco más, lo haré saltar de un martillazo”. El principito me interrumpió de nuevo mis pensamientos:
?¿Tú crees que las flores??
?¡No, no creo nada! Te he respondido cualquier cosa para que te calles. Tengo que ocuparme de cosas serias.
Me miró estupefacto.
?¡De cosas serias!
Me miraba con mi martillo en la mano, los dedos llenos de grasa e inclinado sobre algo que le parecía muy feo.
?¡Hablas como las personas mayores!
Me avergonzó un poco. Pero él, implacable, añadió:
?¡Lo confundes todo?todo lo mezclas?!
Estaba verdaderamente irritado; sacudía la cabeza, agitando al viento sus cabellos dorados.
?Conozco un planeta donde vive un señor muy colorado, que nunca ha olido una flor, ni ha mirado una estrella y que jamás ha querido a nadie. En toda su vida no ha hecho más que sumas. Y todo el día se lo pasa repitiendo como tú: “¡Yo soy un hombre serio, yo soy un hombre serio!”? Al parecer esto le llena de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!
?¿Un qué?
?Un hongo.
El principito estaba pálido de cólera.
?Hace millones de años que las flores tiene espinas y hace también millones de años que los corderos, a pesar de las espinas, se comen las flores. ¿Es que no es cosa seria averiguar por qué las flores pierden el tiempo fabricando unas espinas que no les sirven para nada? ¿Es que no es importante la guerra de los corderos y las flores? ¿No es esto más serio e importante que las sumas de un señor gordo y colorado? Y si yo sé de una flor única en el mundo y que no existe en ninguna parte más que en mi planeta; si yo sé que un buen día un corderillo puede aniquilarla sin darse cuenta de ello, ¿es que esto no es importante?
El principito enrojeció y después continuó:
?Si alguien ama a una flor de la que sólo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas, basta que las mire para ser dichoso. Puede decir satisfecho: “Mi flor está allí, en alguna parte?” ¡Pero si el cordero se la come, para él es como si de pronto todas las estrellas se apagaran! ¡Y esto no es importante!
No pudo decir más y estalló bruscamente en sollozos.
La noche había caído. Yo había soltado las herramientas y ya no importaban nada el martillo, el perno, la sed y la muerte. ¡Había en una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, un principito a quien consolar! Lo tomé en mis brazos y lo mecí diciéndole: “la flor que tú quieres no corre peligro? te dibujaré un bozal para tu cordero y una armadura para la flor?te?”. No sabía qué decirle, cómo consolarle y hacer que tuviera nuevamente confianza en mí; me sentía torpe. ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!

VIII
Aprendí bien pronto a conocer mejor esta flor. Siempre había habido en el planeta del principito flores muy simples adornadas con una sola fila de pétalos que apenas ocupaban sitio y a nadie molestaban. Aparecían entre la hierba una mañana y por la tarde se extinguían. Pero aquella había germinado un día de una semilla llegada de quién sabe dónde, y el principito había vigilado cuidadosamente desde el primer día aquella ramita tan diferente de las que él conocía. Podía ser una nueva especie de Baobab. Pero el arbusto cesó pronto de crecer y comenzó a echar su flor. El principito observó el crecimiento de un enorme capullo y tenía le convencimiento de que habría de salir de allí una aparición milagrosa; pero la flor no acababa de preparar su belleza al abrigo de su envoltura verde. Elegía con cuidado sus colores, se vestía lentamente y se ajustaba uno a uno sus pétalos. No quería salir ya ajada como las amapolas; quería aparecer en todo el esplendor de su belleza. ¡Ah, era muy coqueta aquella flor! Su misteriosa preparación duraba días y días. Hasta que una mañana, precisamente al salir el sol se mostró espléndida.
La flor, que había trabajado con tanta precisión, dijo bostezando:
?¡Ah, perdóname? apenas acabo de despertarme? estoy toda despeinada?!
El principito no pudo contener su admiración:
?¡Qué hermosa eres!
?¿Verdad? ?respondió dulcemente la flor?. He nacido al mismo tiempo que el sol. El principito adivinó exactamente que ella no era muy modesta ciertamente, pero ¡era tan conmovedora!
?Me parece que ya es hora de desayunar ? añadió la flor ?; si tuvieras la bondad de pensar un poco en mí…
Y el principito, muy confuso, habiendo ido a buscar una regadera la roció abundantemente con agua fresca.
Y así, ella lo había atormentado con su vanidad un poco sombría. Un día, por ejemplo, hablando de sus cuatro espinas, dijo al principito:
?¡Ya pueden venir los tigres, con sus garras!
?No hay tigres en mi planeta ?observó el principito? y, además, los tigres no comen hierba.
?Yo nos soy una hierba ?respondió dulcemente la flor.
?Perdóname…
?No temo a los tigres, pero tengo miedo a las corrientes de aire. ¿No tendrás un biombo?
“Miedo a las corrientes de aire no es una suerte para una planta ?pensó el principito?. Esta flor es demasiado complicada?”
?Por la noche me cubrirás con un fanal? hace mucho frío en tu tierra. No se está muy a gusto; allá de donde yo vengo?
La flor se interrumpió; había llegado allí en forma de semilla y no era posible que conociera otros mundos. Humillada por haberse dejado sorprender inventando una mentira tan ingenua, tosió dos o tres veces para atraerse la simpatía del principito.
?¿Y el biombo?
?Iba a buscarlo, pero como no dejabas de hablarme?
Insistió en su tos para darle al menos remordimientos.
De esta manera el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, había llegado a dudar de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia y se sentía desgraciado.
“Yo no debía hacerle caso ?me confesó un día el principito? nunca hay que hacer caso a las flores, basta con mirarlas y olerlas. Mi flor embalsamaba el planeta, pero yo no sabía gozar con eso? Aquella historia de garra y tigres que tanto me molestó, hubiera debido enternecerme”.
Y me contó todavía:
?¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡La flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí! ¡No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla”.

IX
Creo que el principito aprovechó la migración de una bandada de pájaros silvestres para su evasión. La mañana de la partida, puso en orden el planeta. Deshollinó cuidadosamente sus volcanes en actividad, de los cuales poseía dos, que le eran muy útiles para calentar el desayuno todas las mañanas. Tenía, además, un volcán extinguido. Deshollinó también el volcán extinguido, pues, como él decía, nunca se sabe lo que puede ocurrir. Si los volcanes están bien deshollinados, arden sus erupciones, lenta y regularmente. Las erupciones volcánicas son como el fuego de nuestras chimeneas. Es evidente que en nuestra Tierra no hay posibilidad de deshollinar los volcanes; los hombres somos demasiado pequeños. Por eso nos dan tantos disgustos.
El principito arrancó también con un poco de melancolía los últimos brotes de baobabs. Creía que no iba a volver nunca. Pero todos aquellos trabajos le parecieron aquella mañana extremadamente dulces. Y cuando regó por última vez la flor y se dispuso a ponerla al abrigo del fanal, sintió ganas de llorar.
?Adiós ?le dijo a la flor. Esta no respondió.
?Adiós ?repitió el principito.
La flor tosió, pero no porque estuviera resfriada.
?He sido una tonta ?le dijo al fin la flor?. Perdóname. Procura ser feliz.
Se sorprendió por la ausencia de reproches y quedó desconcertado, con el fanal en el aire, no comprendiendo esta tranquila mansedumbre.
?Sí, yo te quiero ?le dijo la flor?, ha sido culpa mía que tú no lo sepas; pero eso no tiene importancia. Y tú has sido tan tonto como yo. Trata de ser feliz. . . Y suelta de una vez ese fanal; ya no lo quiero.
?Pero el viento…
?No estoy tan resfriada como para… El aire fresco de la noche me hará bien. Soy una flor.
?Y los animales…
?Será necesario que soporte dos o tres orugas, si quiero conocer las mariposas; creo que son muy hermosas. Si no ¿quién vendrá a visitarme? Tú estarás muy lejos. En cuanto a las fieras, no las temo: yo tengo mis garras.
Y le mostraba ingenuamente sus cuatro espinas. Luego añadió:
?Y no prolongues más tu despedida. Puesto que has decidido partir, vete de una vez.
La flor no quería que la viese llorar: era tan orgullosa…

Alejandro Dumas – El tulipán negro

EL TULIPÁN NEGRO
Alejandro Dumas

I
Un Pueblo Agradecido

El 20 de agosto de 1672, la ciudad de La Haya, tan animada, tan blanca, tan coquetona que se diría que todos los días son domingo, la ciudad de La Haya con su parque umbroso, con sus grandes árboles inclinados sobre sus casas góticas, con los extensos espejos de sus canales en los que se reflejan sus campanarios de cúpulas casi orientales; la ciudad de La Haya, la capital de las siete Provincias Unidas, llenaba todas sus calles con una oleada negra y roja de ciudadanos apresurados, jadeantes, inquietos, que corrían, cuchillo al cinto, mosquete al hombro o garrote en mano, hacia la Buytenhoff, formidable prisión de la que aún se conservan hoy día las ventanas enrejadas y donde, desde la acusación de asesinato formulada contra él por el cirujano Tyckelaer, languidecía Corneille de Witt, hermano del ex gran pensionario de Holanda.
Si la historia de ese tiempo, y sobre todo de este año en medio del cual comenzamos nuestro relato, no estuviera ligada de una forma indisoluble a los dos nombres que acabamos de citar, las pocas líneas explicativas que siguen podrían parecer un episodio; pero anticipamos enseguida al lector, a ese viejo amigo a quien prometemos siempre el placer en nuestra primera página, y con el cual cumplimos bien que mal en las páginas siguientes; anticipamos, decimos, a nuestro lector, que esta explicación es tan indispensable a la claridad de nuestra historia como al entendimiento del gran acontecimiento político en la cual se enmarca.
Corneille o Cornelius de Witt, Ruart de Pulten, es decir, inspector de diques de este país, ex burgomaestre de Dordrecht, su ciudad natal, y diputado por los Estados de Holanda, tenía cuarenta y nueve años cuando el pueblo holandés, cansado de la república, tal como la entendía Jean de Witt, gran pensionario de Holanda, se encariñó, con un amor violento, del estatuderato que el edicto perpetuo impuesto por Jean de Witt en las Provincias Unidas había abolido en Holanda para siempre jamás.
Si raro resulta que, en sus evoluciones caprichosas, la imaginación pública no vea a un hombre detrás de un príncipe, así detrás de la república el pueblo veía a las dos figuras severas de los hermanos De Witt, aquellos romanos de Holanda, desdeñosos de halagar el gusto nacional, y amigos inflexibles de una libertad sin licencia y de una prosperidad sin redundancias, de la misma manera que detrás del estatuderato veía la frente inclinada, grave y reflexiva del joven Guillermo de Orange, al que sus contemporáneos bautizaron con el nombre de El Taciturno, adoptado para la posteridad.
Los dos De Witt trataban con miramiento a Luis XIV, del que sentían crecer el ascendiente moral sobre toda Europa, y del que acababan de sentir el ascendiente material sobre Holanda por el éxito de aquella campaña maravillosa del Rin, ilustrada por ese héroe de romance que se llamaba conde De Guiche, y cantada por Boileau, campaña que en tres meses acababa de abatir el poderío de las Provincias Unidas.
Luis XIV era desde hacía tiempo enemigo de los holandeses, que le insultaban y ridiculizaban cuanto podían, casi siempre, en verdad, por boca de los franceses refugiados en Holanda. El orgullo nacional hacía de él el Mitrídates de la república. Existía, pues, contra los De Witt la doble animadversión que resulta de una enérgica resistencia seguida por un poder luchando contra el gusto de la nación, y de la fatiga natural a todos los pueblos vencidos, cuando esperan que otro jefe pueda salvarlos de la ruina y de la vergüenza.
Ese otro jefe, dispuesto a aparecer, dispuesto a medirse contra Luis XIV, por gigantesca que pareciera ser su fortuna futura, era Guillermo, príncipe de Orange, hijo de Guillermo II, y nieto, por parte de Henriette Stuart, del rey Carlos I de Inglaterra, ese niño taciturno, del que ya hemos dicho que se veía aparecer su sombra detrás del estatuderato.
Ese joven tenía veintidós años en 1672. Jean de Witt había sido su preceptor y lo había educado con el fin de hacer de este antiguo príncipe un buen ciudadano. En su amor por la patria que lo había llevado por encima del amor por su alumno, por un edicto perpetuo, le había quitado la esperanza del estatuderato. Pero Dios se había reído de esta pretensión de los hombres, que hacen y deshacen las potencias de la Tierra sin consultar con el Rey del cielo; y por el capricho de los holandeses y el terror que inspiraba Luis XIV, acababa de cambiar la política del gran pensionario y de abolir el edicto perpetuo restableciendo el estatuderato en Guillermo de Orange, sobre el que tenía sus designios, ocultos todavía en las misteriosas profundidades del porvenir.
El gran pensionario se inclinó ante la voluntad de sus conciudadanos; pero Corneille de Witt fue más recalcitrante, y a pesar de las amenazas de muerte de la plebe orangista que le sitiaba en su casa de Dordrecht, rehusó firmar el acta que restablecía el estatuderato.
Bajo las súplicas de su llorosa mujer, firmó al fin, añadiendo solamente a su nombre estas dos letras: V. C. (Vi coactus), lo que quería decir: «Obligado por la fuerza.»
Por un verdadero milagro, aquel día escapó a los golpes de sus enemigos.
En cuanto a Jean de Witt, su adhesión, más rápida y más fácil a la voluntad de sus conciudadanos apenas le fue más provechosa. Pocos días después resultó víctima de una tentativa de asesinato. Cosido a cuchilladas, poco faltó para que muriera de sus heridas.
No era aquello lo que necesitaban los orangistas. La vida de los dos hermanos era un eterno obstáculo para sus proyectos; cambiaron, pues, momentáneamente, de táctica, libres, en un momento dado, para coronar la segunda con la primera, a intentaron consumar, con ayuda de la calumnia, lo que no habían podido ejecutar con el puñal.
Resulta bastante raro que, en un momento dado, se encuentre, bajo la mano de Dios, un gran hombre para ejecutar una gran acción, y por eso, cuando se produce por casualidad esta combinación providencial, la Historia registra en el mismo instante el nombre de ese hombre elegido, y lo recomienda a la posteridad.
Pero cuando el diablo se mezcla en los asuntos humanos para arruinar una existencia o trastornar un Imperio, es muy extraño que no se halle inmediatamente a su alcance algún miserable al que no hay más que soplarle una palabra al oído para que se ponga seguidamente a la tarea.
Ese miserable, que en esta circunstancia se encontró dispuesto para ser el agente del espíritu malvado, se llamaba, como creemos haber dicho ya, Tyckelaer, y era cirujano de profesión.
Declaró que Corneille de Witt, desesperado, como había demostrado, además, por su apostilla, de la derogación del edicto perpetuo, a inflamado de odio contra Guillermo de Orange, había encargado a un asesino que librase a la república del nuevo estatúder, y que ese asesino era él, Tyckelaer, quien, atormentado por los remordimientos ante la sola idea de la acción que se le pedía, había preferido revelar el crimen que cometerlo.
Pueden imaginarse la explosión que se originó entre los orangistas ante la noticia de este complot. El procurador fiscal hizo arrestar a Corneille en su casa, el 16 de agosto de 1672; el Ruart de Pulten, el noble hermano de Jean de Witt, sufrió en una sala de la Buytenhoff la tortura preparatoria destinada a arrancarle, como a los más viles criminales, la confesión de su pretendido complot contra Guillermo.
Pero Corneille tenía no solamente un gran talento, sino también un gran corazón. Pertenecía a la gran familia de mártires que, teniendo la fe política, como sus antepasados tenían la fe religiosa, sonríen en los tormentos, y, durante la tortura, recitó con voz firme y espaciando los versos según su metro, la primera estrofa de Justum et tenacem de Horacio, no confesó nada, y agotó no solamente la fuerza sino también el fanatismo de sus verdugos.
No por ello los jueces exoneraron menos a Tyckelaer de toda acusación, ni dejaron de pronunciar contra Corneille una sentencia que le degradaba de todos sus cargos y dignidades, condenándole a las costas del juicio y desterrándole a perpetuidad del territorio de la república.
Ya era algo para la satisfacción del pueblo, a los intereses del cual se había dedicado constantemente Corneille de Witt, ese arresto realizado no solamente contra un inocente, sino también contra un gran ciudadano. Sin embargo, como se verá, esto no fue bastante.
Los atenienses, que han dejado una hermosa reputación de ingratitud, cedían en este punto ante los holandeses. Aquellos se contentaron con desterrar a Arístides.
Jean de Witt, a los primeros rumores de la acusación formulada contra su hermano, había dimitido de su cargo de gran pensionario. Así era dignamente recompensado por su devoción al país. Se llevaba a su vida privada sus disgustos y sus heridas, únicos beneficios que consiguen en general las personas honradas culpables de laborar por su patria olvidándose de ellas mismas.
Durante este tiempo, Guillermo de Orange esperaba, no sin apresurar los acontecimientos por todos los medios en su poder, a que el pueblo del que era ídolo le construyera con los cuerpos de los dos hermanos los dos peldaños que le hacían falta para alcanzar la silla del estatuderato.
Ahora bien, el 29 de agosto de 1672, como hemos dicho al comenzar este capítulo, toda la ciudad corría hacia la Buytenhoff para asistir a la salida de Corneille de Witt de la prisión, partiendo para el exilio, y ver qué señales había dejado la tortura sobre el cuerpo de ese hombre que conocía tan bien a Horacio.
Apresurémonos a añadir que toda aquella multitud que se dirigía hacia la Buytenhoff no acudía solamente con esta inocente intención de asistir a un espectáculo, sino que muchos, en sus filas, tenían que representar un papel, o más bien completar un trabajo que creían había sido mal realizado.
Nos referimos al trabajo del verdugo.
Había otros, en verdad, que acudían con intenciones menos hostiles. Para ellos se trataba solamente de ese espectáculo, siempre atrayente para la multitud, con el que se halaga el instintivo orgullo de ver arrastrándose por el polvo al que ha estado mucho tiempo de pie.
Ese Corneille de Witt, ese hombre sin miedo, se decían, ¿no estaba encerrado, debilitado por la tortura? ¿No iban a verlo, pálido, sangrante, avergonzado? ¿No era un hermoso triunfo para esta burguesía, más envidiosa todavía que el pueblo, y del que todo buen ciudadano de La Haya debía tomar parte?
Y, además, se decían los agitadores orangistas hábilmente mezclados en aquel gentío al que esperaban manejar como un instrumento decisivo y contundente a la vez, ¿no se encontrará, desde la Buytenhoff a la puerta de la ciudad, una ocasión para lanzar un poco de barro, incluso algunas piedras, a ese Ruart de Pulten, que no solamente no ha dado el estatuderato al príncipe de Orange más que vi coactus, sino que todavía ha querido hacerlo asesinar?
Sin contar, añadían los feroces enemigos de Francia, que, si se hacían las cosas bien y se mostraban valientes en La Haya, no dejarían siquiera partir para el exilio a Corneille de Witt, quien, una vez libre, tramaría todas sus intrigas con Francia y viviría del oro del marqués de Louvois con su perverso hermano Jean.
En semejantes disposiciones, como es de prever, los espectadores corren más que caminan. Por ello, los habitantes de La Haya corrían tan de prisa hacia la Buytenhoff.
En medio de los que más se apresuraban, lo hacía, con rabia en el corazón y sin proyectos en la mente, el honrado Tyckelaer, jaleado por los orangistas como un héroe de probidad, de honor nacional y de caridad cristiana.
Este valiente facineroso contaba, embelleciéndolas con todas las flores de su alma y todos los recursos de su imaginación, las tentativas que Corneille de Witt había hecho contra su virtud, las sumas que le había prometido y la infernal maquinación preparada de antemano para allanarle a él, a Tyckelaer, todas las dificultades del asesinato.
Y cada frase de su discurso, ávidamente recogida por el populacho, levantaba rugidos de entusiástico amor por el príncipe Guillermo, y alaridos de ciega ira contra los hermanos De Witt.
El populacho se dedicaba a maldecir a aquellos inicuos jueces que con el arresto dejaban escapar sano y salvo a un abominable criminal como era ese malvado Corneille.
Y algunos instigadores repetían en voz baja:
¡Va a partir! ¡Se nos va a escapar!
A lo que otros respondían:
Un barco le espera en Schweningen, un barco francés. Tyckelaer lo ha visto.
¡Valiente Tyckelaer! ¡Honrado Tyckelaer!  gritaba la muchedumbre a coro.
Sin contar  decía una voz  conque durante esta huida de Corneille, Jean, que no es menos traidor que su hermano, se salvará también.
Y los dos bribones se comerán en Francia nuestro dinero, el dinero de nuestros barcos, de nuestros arsenales, de nuestras fábricas vendidas a Luis XIV.
¡Impidámosles partir!  gritaba la voz de un patriota más avanzado que los otros.
¡A la prisión! ¡A la prisión!  repetía el coro.
Y con estos gritos, los ciudadanos corrían más, los mosquetes se cargaban, las hachas relucían y los ojos brillaban.
Sin embargo, no se había cometido todavía ninguna violencia, y la línea de jinetes que guardaba los accesos a la Buytenhoff permanecía fría, impasible, silenciosa, más amenazadora por su flema que toda aquella horda burguesa lo era por sus gritos, su agitación y sus amenazas; inmóvil bajo la mirada de su jefe, capitán de caballería de La Haya, el cual sostenía la espada fuera de su vaina, pero baja y con la punta en el ángulo de su estribo.
Esta tropa, único escudo que defendía la prisión, contenía, con su actitud, no solamente a las masas populares desordenadas y ardientes, sino también al destacamento de la guardia burguesa que, colocada enfrente a la Buytenhoff para mantener el orden, juntamente con la tropa, daba el ejemplo a los perturbadores con sus gritos sedicentes:
¡Viva Orange! ¡Abajo los traidores!
La presencia de Tilly y de sus jinetes era, ciertamente, un freno saludable para todos aquellos soldados burgueses; mas, poco después, se exaltaron con sus propios gritos y como no comprendían que se puede tener valor sin gritar, imputaron a la timidez el silencio de los jinetes y dieron un paso hacia la prisión arrastrando tras de sí a toda la turba popular.
Pero entonces, el conde De Tilly avanzó solo ante ellos, levantando únicamente su espada a la vez que fruncía las cejas.
¡Eh, señores de la guardia burguesa!  les increpó . ¿Por qué camináis, y qué deseáis?
Los burgueses agitaron sus mosquetes repitiendo:
¡Viva Orange! ¡Muerte a los traidores!
¡Viva Orange, sea!  dijo el señor De Tilly . Aunque yo prefiero los rostros alegres a los desagradables. ¡Muerte a los traidores! Si así lo queréis y mientras no lo queráis más que con gritos, gritad tanto como gustéis: ¡Muerte a los traidores! Pero en cuanto a matarlos efectivamente, estoy aquí para impedirlo, y lo impediré  y volviéndose hacia sus soldados, gritó : ¡Arriba las armas, soldados!
Los soldados de De Tilly obedecieron al mandato con una tranquila precisión que hizo retroceder inmediatamente a los burgueses y al pueblo, no sin una confusión que hizo sonreír con desdén al oficial de caballería.
¡Vaya, vaya! exclamó con ese tono burlón de los que pertenecen a la carrera de las armas . Tranquilizaos, burgueses; mis soldados no se batirán, mas por vuestra parte no deis un paso hacia la prisión.
¿Sabéis, señor oficial, que nosotros tenemos mosquetes?  replicó furioso el comandante de los burgueses.
Ya lo veo, pardiez, que tenéis mosquetes  dijo De Tilly . Me los estáis pasando por delante de los ojos; pero observad también por vuestra parte que nosotros tenemos pistolas, que la pistola alcanza admirablemente a cincuenta pasos, y que vos no estáis más que a veinticinco.
¡Muerte a los traidores!  gritó la compañía de los burgueses exasperada.
¡Bah! Siempre decís lo mismo  gruñó el oficial . ¡Resulta fatigante!
Y recuperó su puesto a la cabeza de la tropa mientras el tumulto iba en aumento alrededor de la Buytenhoff.
Y, sin embargo, el pueblo enardecido no sabía que en el mismo momento en que rastreaba la sangre de una de sus víctimas, la otra, como si tuviera prisa por adelantarse a su suerte, pasaba a cien pasos de la plaza por detrás de los grupos y de los jinetes, dirigiéndose a la Buytenhoff.
En efecto, Jean de Witt acababa de descender de la carroza con un criado y atravesaba tranquilamente a pie el patio principal que precede a la prisión.
Llamó al portero, al que, además, conocía, diciendo:
Buenos días, Gryphus, vengo a buscar a mi hermano Corneille de Witt para llevármelo fuera de la ciudad, condenado, como tú sabes, al destierro.
Y el portero, especie de oso dedicado a abrir y cerrar la puerta de la prisión, lo había saludado y dejado entrar en el edificio, cuyas puertas se habían cerrado tras él.
A diez pasos de allí, se había encontrado con una bella joven de diecisiete o dieciocho años, vestida de frisona, que le había hecho una encantadora reverencia; y él le había dicho pasándole la mano por la barbilla:
Buenos días, buena y hermosa Rosa, ¿cómo está mi hermano?
¡Oh, Mynheer Jean!  había respondido la joven . No es por el daño que le han causado por lo que temo por él: el mal que le han hecho ya ha pasado.
¿Qué temes entonces, bella niña?
Temo el daño que le quieren causar Mynheer Jean.
¡Ah, sí!  dijo De Witt . El pueblo, ¿verdad?
¿Lo oís?
Está, en efecto, muy alborotado; pero cuando nos vea, como nunca le hemos hecho más que bien, tal vez se calme.
Ésta no es, desgraciadamente, una razón  murmuró la joven alejándose para obedecer una señal imperativa que le había hecho su padre.
No, hija mía, no; lo que dices es verdad  luego, continuando su camino, murmuró : He aquí una chiquilla que probablemente no sabe leer y que por consiguiente no ha leído nada, y que acaba de resumir la historia del mundo en una sola palabra.
Y, siempre tan tranquilo, pero más melancólico que al entrar, el ex gran pensionario siguió caminando hacia la celda de su hermano.

II
Los Dos Hermanos

Como había dicho la bella Rosa en una duda llena de presentimientos, mientras Jean de Witt subía la escalera de piedra que conducía a la prisión de su hermano Corneille, los burgueses hacían cuanto podían por alejar la tropa de De Tilly que les molestaba.
Lo cual, visto por el pueblo, que apreciaba las buenas intenciones de su milicia, se desgañitaba gritando:
¡Vivan los burgueses!
En cuanto al señor De Tilly, tan prudente como firme, parlamentaba con aquella compañía burguesa ante las pistolas dispuestas de su escuadrón, explicándoles de la mejor manera posible que la consigna dada por los Estados le ordenaba guardar con tres compañías de soldados la plaza de la prisión y sus alrededores.
¿Por qué esa orden? ¿Por qué guardar la prisión?  gritaban los orangistas.
¡Ah!  respondió el señor De Tilly . Me preguntáis algo que no puedo contestar. Me han dicho: «Guardad»; y guardo. Vosotros, que sois casi militares, señores, debéis saber que una consigna no se discute.
¡Pero os han dado esta orden para que los traidores puedan salir de la ciudad!
Podría ser, ya que los traidores han sido condenados al destierro  respondió De Tilly.
Pero ¿quién ha dado esta orden?
¡Los Estados, pardiez!
Los Estados nos traicionan.
En cuanto a eso, yo no sé nada.
Y vos mismo nos traicionáis.
¿Yo?
Sí, vos.
¡Ah, ya! Entendámonos, señores burgueses; ¿a quién traicionaría? ¡A los Estados! Yo no puedo traicionarlos, ya que siendo su soldado, ejecuto fielmente su consigna.
Y en esto, como el conde tenía tanta razón que resultaba imposible discutir su respuesta, redoblaron los clamores y amenazas; clamores y amenazas espantosas, a las que el conde respondía con toda la educación posible.
Pero, señores burgueses, por favor, desarmad los mosquetes; puede dispararse uno por accidente, y si el tiro hiere a uno de mis jinetes, os derribaremos doscientos hombres por tierra, lo que lamentaríamos mucho; pero vosotros mucho más, ya que eso no entra en vuestras intenciones ni en las mías.
Si tal hicierais  gritaron los burgueses , a nuestra vez abriríamos fuego sobre vosotros.
Sí, pero aunque al hacer fuego sobre nosotros nos matarais a todos desde el primero al último, aquéllos a quienes nosotros hubiéramos matado, no estarían por ello menos muertos.
Cedednos, pues, la plaza, y ejecutaréis un acto de buen ciudadano.
En primer lugar, yo no soy un ciudadano  dijo De Tilly , soy un oficial, lo cual es muy diferente; y además, no soy holandés, sino francés, lo cual es más diferente todavía. No conozco, pues, más que a los Estados que me pagan; traedme de parte de los Estados la orden de ceder la plaza y daré media vuelta al instante, contando con que me aburro enormemente aquí.
¡Sí, sí!  gritaron cien voces que se multiplicaron al instante por quinientas más . ¡Vamos al Ayuntamiento! ¡Vamos a buscar a los diputados! Vamos, vamos!
Eso es  murmuró De Tilly mirando alejarse a los más furiosos . Id a buscar una cobardía al Ayuntamiento y veamos si os la conceden; id, amigos míos, id.
El digno oficial contaba con el honor de los magistrados, los cuales a su vez contaban con su honor de soldado.
Estará bien, capitán  dijo al oído del conde su primer teniente , que los diputados rehúsen a esos energúmenos lo que les pidan; pero que nos enviaran a nosotros algún refuerzo, no nos haría ningún mal, creo yo.
Mientras tanto, Jean de Witt, al que hemos dejado subiendo la escalera de piedra después de su conversación con el carcelero Gryphus y su hija Rosa, había llegado a la puerta de la celda donde yacía sobre un colchón su hermano Corneille, al que el fiscal había hecho aplicar, como hemos dicho, la tortura preparatoria.
La sentencia del destierro había hecho inútil la aplicación de la tortura extraordinaria.
Corneille, echado sobre su lecho, con las muñecas dislocadas y los dedos rotos, no habiendo confesado nada de un crimen que no había cometido, acabó por respirar al fin, después de tres días de sufrimientos, al saber que los jueces de los que esperaba la muerte, habían tenido a bien no condenarlo más que al destierro.
Cuerpo enérgico, alma invencible, hubiera decepcionado a sus enemigos si éstos hubiesen podido, en las profundidades sombrías de la celda de la Buytenhoff, ver brillar sobre su pálido rostro la sonrisa del mártir que olvida el fango de la Tierra después de haber entrevisto los maravillosos esplendores del Cielo.
El Ruart había recuperado todas sus fuerzas, más por el poder de su voluntad que por una asistencia real, y calculaba cuánto tiempo todavía le retendrían en prisión las formalidades de la justicia.
Precisamente en aquel momento los clamores de la milicia burguesa mezclados a los del pueblo, se elevaban contra los dos hermanos y amenazaban al capitán De Tilly, que les servía de escudo. Este alboroto, que venía a romperse como una marea ascendente al pie de las murallas de la prisión, llegó hasta el prisionero.
Mas, por amenazante que fuera ese rumor, Corneille despreció informarse ni se tomó el trabajo de levantarse para mirar por la ventana estrecha y enrejada que dejaba entrar la luz y los murmullos de fuera.
Estaba tan embotado por la continuidad de su mal, que ese mal se había convertido casi en una costumbre. Finalmente, sentía con tanta delicia a su alma y a su razón tan cerca de desprenderse de los estorbos corporales, que le parecía ya que esta alma y esta razón escapadas a la materia, planeaban por encima de ella como flota por encima de un hogar casi apagado la llama que lo abandona para subir al cielo.
Pensaba también en su hermano.
Probablemente, era que su proximidad, por los misterios desconocidos que el magnetismo ha descubierto después, se hacía sentir también. En el mismo momento en que Jean se hallaba tan presente en el pensamiento de Corneille, que casi murmuraba su nombre, la puerta se abrió; Jean entró, y con paso apresurado se acercó al lecho de su hermano, el cual tendió sus brazos martirizados y sus manos envueltas en vendas hacia aquel glorioso hermano al que había conseguido sobrepasar, no por los servicios prestados al país, sino por el odio que le profesaban los holandeses.
Jean besó tiernamente a su hermano en la frente y depositó suavemente sobre el colchón sus manos enfermas.
Corneille, mi pobre hermano  dijo , sufrís mucho, ¿verdad?
No sufro ya, hermano mío, porque os veo.
¡Oh, mi pobre, querido Corneille! Entonces, en su defecto, soy yo el que sufre por veros así, os lo aseguro.
Por eso he pensado más en vos que en mí mismo, y mientras me torturaban, no pensé en lamentarme más que una vez para decir: «¡Pobre hermano!» Pero ya que estáis aquí, olvidémoslo todo. Venís a buscarme, ¿verdad?
Sí.
Estoy curado; ayudadme a levantar, hermano mío, y veréis cómo camino bien.
No tendréis que caminar mucho tiempo, hermano mío, porque tengo mi carroza en el vivero, detrás de los jinetes de De Tilly.
¿Los jinetes de De Tilly? ¿Por qué están en el vivero?
¡Ah! Es que se supone  dijo el ex gran pensionario con esa sonrisa de fisonomía triste que le era habitual  que las gentes de La Haya desearán vernos partir, y se teme algún tumulto.
¿Un tumulto?  repitió Corneille clavando su mirada en su turbado hermano . ¿Un tumulto?
Sí, Corneille.
Entonces, esto es lo que oía hace un momento  dijo el prisionero como hablándose a sí mismo. Luego, volviéndose hacia su hermano : Hay mucha gente en la Buytenhoff, ¿no es verdad?  pregunté.
Sí, hermano mío.
Pero entonces, para venir aquí…
¿Y bien?
¿Cómo os han dejado pasar?
Sabéis bien que no somos muy queridos, Corneille  explicó el ex gran pensionario con melancólica amargura . He venido por las calles apartadas.
¿Os habéis ocultado, Jean?
Tenía el deseo de llegar hasta vos sin pérdida de tiempo, y he hecho lo que se hace en política y en el mar cuando se tiene el viento de cara: he bordeado.
En ese momento, el ruido ascendió más furioso de la plaza a la prisión. De Tilly dialogaba con la guardia burguesa.
¡Oh! ¡Oh!  exclamó Corneille . Sois realmente un gran piloto, Jean; pero no sé si sacaréis a vuestro hermano de la Buytenhoff, con esta marejada y con las rompientes populares, tan felizmente como condujisteis la flota de Tromp a Amberes, en medio de los bajos fondos del Escalda.
Con la ayuda de Dios, Corneille, trataremos de hacerlo, por lo menos  respondió Jean . Mas, primero, una palabra.
Decid.
Los clamores ascendieron de nuevo.
¡Oh! ¡Oh!  continuó Corneille . ¡Qué encolerizada está esa gente! ¿Es contra vos? ¿Es en contra mía?
Creo que es contra los dos, Corneille. Os decía, pues, hermano mío, que lo que los orangistas nos reprochan en medio de sus burdas calumnias, es el haber negociado con Francia.
Sí, nos lo reprochan.
¡Los necios!
Pero si esas negociaciones hubieran tenido éxito, nos habrían evitado las derrotas de Rees, de Orsay, de Veel y de Rhemberg; les hubieran impedido el paso del Rin, y Holanda podría creerse todavía invencible en medio de sus pantanos y de sus canales.
Todo eso es verdad, hermano mío, pero lo que es una verdad más absoluta todavía es que si se hallara en este momento nuestra correspondencia con el señor De Louvois, por buen piloto que yo fuera, no podría salvar el frágil esquife que va a llevar a los De Witt y su fortuna fuera de Holanda. Esta correspondencia, que probaría a esas honradas gentes cuánto amo a mi país y qué sacrificios ofrecía realizar personalmente por su libertad, por su gloria, nos perdería ante los orangistas, nuestros vencedores. Así pues, querido Corneille, me gustaría saber que la habéis quemado antes de abandonar Dordrecht para venir a buscarme a La Haya.
Hermano mío  respondió Corneille , vuestra correspondencia con el señor De Louvois prueba que vos habéis sido en los últimos tiempos el más grande, el más generoso y el más hábil ciudadano de las siete Provincias Unidas. Amo la gloria de mi país; amo sobre todo vuestra gloria, hermano mío, y me he guardado mucho de quemar esa correspondencia.
Entonces estamos perdidos para esta vida terrenal  comentó tranquilamente el ex gran pensionario acercándose a la ventana.
No, muy al contrario, Jean, y obtendremos a la vez la salvación del cuerpo y la resurrección de la popularidad.
¿Qué habéis hecho, pues, con esas cartas?
Se las he confiado a Cornelius van Baerle, mi ahijado, al que vos conocéis y que vive en Dordrecht.
¡Oh! ¡Pobre muchacho, ese querido a inocente niño! ¡A ese erudito que, cosa rara, sabe tantas cosas y no piensa más que en las flores que saludan a Dios, y en Dios que hace nacer las flores, le habéis encomendado ese depósito mortal! Pero ¡ese pobre, querido Cornelius, está perdido, hermano mío!
¿Perdido?
Sí, porque o será fuerte o será débil. Si es fuerte, porque por inaudito que sea lo que nos suceda; porque, aunque sepultado en Dordrecht, aunque distraído, ¡éste es el milagro!, un día a otro sabrá lo que nos pasa, si es fuerte, se alabará de nosotros; si es débil, tendrá miedo de nuestra intimidad; si es fuerte, gritará el secreto; si es débil, se lo dejará coger. En uno a otro caso, Corneille, está perdido y nosotros también. Así pues, hermano mío, huyamos de prisa, si todavía estamos a tiempo.
Corneille se incorporó de su lecho y, cogió la mano de su hermano, que se estremeció al contacto de las vendas.
¿Acaso no conozco a mi ahijado?  dijo . ¿Es que no he aprendido a leer cada pensamiento en la cabeza de Van Baerle, cada sentimiento en su alma? ¿Me preguntas si es débil, si es fuerte? No es ni lo uno ni lo otro, ¡pero no importa lo que sea! Lo importante es que guardará el secreto, teniendo en cuenta que ese secreto, ni siquiera lo conoce.
Jean se volvió sorprendido.
¡Oh!  continuó Corneille con su dulce sonrisa . El Ruart de Pulten es un político educado en la escuela de Jean; os repito, hermano mío, Van Baerle ignora la naturaleza y el valor del depósito que le he confiado.
¡De prisa, entonces!  exclamó Jean . Todavía estamos a tiempo, démosle la orden de quemar el legajo.
¿Con quién le damos esa orden?
Con mi criado Craeke, que debía acompañarnos a caballo y que ha entrado conmigo en la prisión para ayudaros a descender la escalera.
Reflexionad antes de quemar esos títulos gloriosos, Jean.
Pienso que antes que nada, mi valiente Corneille, es preciso que los hermanos De Witt salven su vida para salvar su renombre. Muertos nosotros, ¿quién nos defenderá, Corneille? ¿Quién nos comprenderá tan solo?
¿Creéis, pues, que nos matarían si encontraran esos papeles?
Jean, sin contestar a su hermano, extendió la mano hacia la ventana, por la que ascendían en aquel momento explosiones de clamores feroces.
Sí, sí  dijo Corneille , ya oigo esos clamores; pero ¿qué dicen?
Jean abrió la ventana.
¡Muerte a los traidores!  aullaba el populacho.
¿Oís ahora, Corneille?
¡Y los traidores, somos nosotros!  exclamó el prisionero levantando los ojos al cielo y encogiéndose de hombros.
Somos nosotros  repitió Jean de Witt.
¿Dónde está Craeke?
Al otro lado de esta puerta, imagino.
Hacedle entrar, entonces.
Jean abrió la puerta; el fiel servidor esperaba, en efecto, ante el umbral.
Venid, Craeke, y retened bien lo que mi hermano va a deciros.
Oh, no, no basta con decirlo, Jean, es preciso que lo escriba, desgraciadamente.
¿Y por qué?
Porque Van Baerle no entregará ese depósito ni lo quemará sin una orden precisa.
Pero ¿podéis escribir, mi querido hermano?  preguntó Jean, ante el aspecto de aquellas pobres manos quemadas y martirizadas.
¡Oh! ¡Si tuviera pluma y tinta, ya veríais! dijo Corneille.
Aquí hay un lápiz, por lo menos.
¿Tenéis papel? Porque aquí no me han dejado nada.
Esta Biblia. Arrancad la primera hoja.
Bien.
Pero vuestra escritura ¿será legible?
¡Adelante!  dijo Corneille mirando a su hermano . Estos dedos que han resistido las mechas del verdugo, esta voluntad que ha dominado al dolor, van a unirse en un común esfuerzo y, estad tranquilo, hermano mío, las líneas serán trazadas sin un solo temblor.
Y en efecto, Corneille cogió el lápiz y escribió.
Entonces pudo verse aparecer bajo las blancas vendas unas gotas de sangre que la presión de los dedos sobre el lápiz dejaba escapar de las carnes abiertas.
El sudor perlaba la frente del ex gran pensionario.
Corneille escribió:

20 de agosto de 1672
Querido ahijado:
Quema el depósito que te he confiado, quémalo sin mirarlo, sin abrirlo, a fin de que continúe desconocido para ti. Los secretos del género que éste contiene matan a los depositarios. Quémalo, y habrás salvado a Jean y a Corneille.
Adiós, y quiéreme.
CORNEILLE DE WITT.

Jean, con lágrimas en los ojos, enjugó una gota de aquella noble sangre que había manchado la hoja, la entregó a Craeke con una última recomendación y se volvió hacia Corneille, a quien el sufrimiento le había hecho palidecer más, y que parecía próximo a desvanecerse.
Ahora  explicó , cuando ese valiente Craeke deje oír su antiguo silbato de contramaestre, es que se hallará fuera de los grupos del otro lado del vivero… Entonces, partiremos a nuestra vez.
No habían transcurrido cinco minutos, cuando un largo y vigoroso silbido rasgó con su retumbo marino las bóvedas de follaje negro de los olmos y dominó los clamores de la Buytenhoff.
Jean levantó los brazos al cielo para dar las gracias.
Y ahora  dijo  partamos, Corneille.

Las recomendaciones para disminuir el el riesgo del SMSL

RECOMENDACIONES

Las recomendaciones detalladas a continuación  tienen por objetivo disminuir el riesgo del SMSL entre la población general. Según la definición de los especialistas en epidemiología, ?riesgo? es la posibilidad de que algo ocurra en presencia de determinado factor o grupo de factores. Estas asociaciones identificadas científicamente entre los factores de riesgo (características socio económicas, determinados comportamientos, exposición al ambiente) y un hecho final como el SMSL, no siempre implican una relación de causalidad.
Asimismo, las últimas investigaciones relativas al SMSL sugieren la posibilidad de múltiples escenarios o trastornos preexistentes causales del mismo.
Por lo tanto, al analizar las recomendaciones vertidas en el presente informe,  sería erróneo considerar un único factor de riesgo o cuantificar el riesgo de un niño en particular. Por ende,  tras analizar los potenciales riesgo y beneficios, el médico podría realizar una recomendación diferente a la vertida en este informe, si observara en el niño determinada patología.

1. Posición boca arriba: Los niños deben ser acostados a dormir siempre en posición supina  (boca arriba). La posición de costado no es segura y está desaconsejada.
2. Utilice una superficie firme para acostar a dormir al bebé: No debe acostar al niño sobre superficies blandas como almohadas, acolchados o pieles de abrigo. La única superficie recomendada para acostar a dormir a un niño es un colchón duro cubierto por una sábana.
3. En la cuna del niño no debe haber ropa de cama suelta ni objetos blandos, como por ejemplo almohadas, frazadas, edredones, pieles de abrigo, juguetes. En caso de utilizarse chichonera en la cuna del niño, esta debe ser delgada, firme, segura y nunca acolchada. Asimismo, es peligrosa la presencia de sábanas o frazadas sueltas. En caso de utilizarse una sábana, esta debe ajustarse firmemente a la cuna para que el rostro del niño nunca quede al descubierto. Cuando se coloca la sábana en la cuna, los pies del niño deben tocar el extremo de la misma y la sábana sólo debe colocarse hasta la altura de su pecho y ajustarse firmemente al colchón. También se recomienda utilizar una bolsa de dormir especialmente diseñada para el bebé, la cual mantiene su rostro al descubierto y no requiere la utilización de abrigos adicionales. 
4. No fume durante el embarazo. La mayoría de los estudios epidemiológicos demostraron que el hábito de fumar de la madre durante el embarazo constituye un importante factor de riesgo del SMSL. Otros estudios demuestran que el tabaquismo pasivo del niño luego de nacer también constituye un factor de riesgo. No obstante, resulta difícil para los investigadores separar esta última variable del tabaquismo materno durante el embarazo. Es muy importante que el niño no esté expuesto al humo del cigarrillo luego de nacer, no sólo por el SMSL.
5. Se recomienda acostar a dormir al bebé cerca de la madre pero en una cuna separada a la cama.  Hay evidencia de que el riesgo del SMSL es menor cuando el niño duerme en la misma habitación que sus padres. Se recomienda una cuna o moisés que se adecue a las normativas de seguridad  de la Comisión de Seguridad del Consumidor (Consumer Product Safety Commission)  y del ASTM. La cercanía de la cuna a la cama de la madre proporciona una proximidad entre la madre y el niño, especialmente para amamantarlo.
A pesar de que el índice de colecho (cuando el lactante duerme en la cama de sus padres) está en aumento en los Estados Unidos de América y otros países de Occidente por varias causas -entre ellas la proximidad para amamantar al niño- este Grupo de Trabajo afirma que es una práctica que implica mayor riesgo que acostar al bebé en una cuna separada de la cama de los adultos.  Por lo tanto, recomendamos que los niños no duerman en la misma cama que los adultos.  La madre puede llevar al niño a su cama para reconfortarlo o alimentarlo, pero luego debe acostarlo en su cuna cuando los adultos se dispongan a dormir. El niño no debe ser acostado en la cama de los adultos cuando estos se encuentran excesivamente cansados  o cuando consumieron alguna sustancia o medicación que pudiera disminuir su grado de alerta.
Este Grupo de  Trabajo recomienda colocar la cuna del niño próxima a la cama de los padres. Esta cercanía facilita el amamantamiento  y el contacto con el niño.  El bebé tampoco debe compartir la cama con otros niños.
Debe evitarse dormir en un sillón o sofá con el bebé, ya que constituye una práctica muy peligrosa.
6. Considere la posibilidad de ofrecer un chupete al niño durante la siesta o el sueño nocturno.  A pesar de que aún se desconoce el mecanismo causal, existe una disminución en el riesgo del SMSL asociada a la utilización del chupete. Asimismo, no existe evidencia de que el chupete pueda causar un prejuicio en la lactancia materna o problemas dentales en el futuro. Por lo tanto, este Grupo de Trabajo aconseja la utilización de chupete durante el primer año de vida  teniendo en cuanta las siguientes consideraciones:
? Debe ofrecer el chupete al niño cuando lo acuesta a dormir, y no introducirlo forzadamente en su boca cuando el niño ya está dormido. Si el niño rechaza el chupete, no debe obligarlo a utilizarlo.
? No debe embeber el chupete en ninguna sustancia o solución dulce.
? El chupete debe higienizarse con frecuencia y reemplazarse en forma regular.
? Si la madre amamanta al niño, debe ofrecerle el chupete recién al mes de vida, cuando la lactancia esté bien establecida.

7. Evite abrigar al bebé en exceso. La temperatura de la habitación debe ser agradable para un adulto y el niño no debe ser vestido con demasiado abrigo para dormir.  Debe evitarse que el niño sienta demasiado calor.
8. Evite los dispositivos de venta comercial que alegan disminuir el riesgo del SMSL. No existe suficiente evidencia de que los dispositivos para acostar al niño a dormir en determinada posición sean eficaces ni seguros.
9. No utilice monitores domiciliarios para disminuir el riesgo del SMSL. Los monitores respiratorios o cardiacos electrónicos pueden detectar un paro cardiorrespiratorio. Por lo tanto, sólo se aconsejan para aquellos niños que sufren problemas cardiorrespiratorios de gravedad. Sin embargo, no existe evidencia de que estos aparatos disminuyan el riesgo del SMSL. Tampoco existe evidencia de que este tipo de monitores puedan determinar qué niños poseen mayor riesgo de SMSL.
10. Evite la plagiocefalia posicional:
? Coloque a su bebé a jugar boca abajo cuando está despierto y cuando puede ser supervisado por un adulto. Esta práctica estimulará el desarrollo motriz;
? Evite que el bebé pase demasiado tiempo sentado en la silla de paseo, ya que su cabeza presionará siempre sobre la misma superficie. Se recomienda alzar al bebé y mantenerlo en posición erguida.
? Alterne la posición de la cabeza del bebé para dormir. Se recomienda cambiar la posición del bebé en la cuna semanalmente, para que el niño pueda variar la posición de su cabeza cuando observa la actividad exterior;
? Las recomendaciones mencionadas con anterioridad deben analizarse especialmente en el caso de aquellos niños que sufren algún daño neurológico o retraso en el desarrollo;
? En el caso de los niños que presentan una plagiocefalia muy pronunciada, debe derivárselos en forma temprana. En algunos casos, los dispositivos ortopédicos pueden evitar una cirugía.

11. Debemos continuar con la ?Campaña Bebés boca Arriba?. Debemos capacitar a las personas dedicadas al cuidado infantil, a los abuelos, a los padres adoptivos y a las niñeras.  Debe ponerse especial énfasis en las poblaciones de raza negra, en los grupos indígenas, en la población de Alaska, entre otras.  El personal de las maternidades debe implementar estas recomendaciones antes del alta del niño.

Task Force on Sudden Infant Death Syndrome
2005-2006
John Kattwinkel MD, Presidente
Fern Hauck, MD, MS
Maurice Keenan; MD
Michael Malloy, MD, MS
Rachel Moon, MD

Consultora
Marian Willinger, PhD

Staff
James Couto

HACIA UNA TEORIA Y UNA CLINICA DE LOS ALLEGADOS AL SUICIDA

HACIA UNA TEORIA Y UNA CLINICA DE LOS ALLEGADOS AL SUICIDA

?Siento que yo participé en esa muerte?
?Lo que dio impulso a la investigación humana no fue el enigma intelectual ni tampoco cualquier muerte, sino el conflicto sentimental emergente a la muerte de seres amados y sin embargo también extraños y odiados.?
Sigmund Freud, Consideraciones sobre la guerra y la muerte

Por Roberto Urdinola *

En el campo propio del suicida, algo se nombra no nombrándose, algo se muestra como real, un vacío donde desertan las buenas intenciones. El cuerpo muerto del suicida ?por su decisión? deviene cosa inenarrable para los afectados.

Tomamos el término ?afectado? no en un sentido general, sino en el sentido de quien sufre una influencia exterior; es, según Aristóteles, una de las diez categorías del ser. Ciertamente, cualquier muerte nos afecta. Pero la irrupción del suicidio desborda toda comprensión.

Una decisión ciega alumbra pasiones extremas. Así, esa ?máquina de influencia? hace circular en los afectados la figura siniestra (Umheimlich) del doble. Esta figura da pasión al borde de un vacío que llenan con una moral culposa, en silencio y espera. Tal como dice Novalis: ?La acción moral es la gran tentativa en la cual se resuelven todos los enigmas de los innumerables fenómenos?.

Un silencio en espera, de cara a un duelo no resuelto. El eterno presente de un objeto que añoran no puede sostenerse en la palabra: de ahí el recurso del silencio. Y el pasado, como el futuro, serán salvaguardados por las prácticas respectivas de la memoria y la espera, no como recurso mnémico, aquélla, ni ésta como virtud anímica, sino como contemplación moral en tanto algo queda fijado. Los afectados extienden el acto suicida en-el-tiempo, en su silencio, por su espera. ¿Qué elementos orientan a los afectados de forma tal que responden a un no-duelo? Nombramos estos elementos: el enigma, el legado y la participación.

Al tiempo de la muerte de su hija Sofía, el 27 de enero de 1920, Freud escribi ó, en una carta a Pfister: ?Trabajo tanto como puedo y estoy muy agradecido a esta diversión. La perdida de un hijo parece ser una ofensa narcisista, es probable que lo que se denomina duelo no venga sino a continuación?. Este tiempo previo al duelo puede desembocar en la elaboración del duelo o bien encallar fijamente en la espera.

?¿Por qué lo hizo?? ?Me aterra la idea que lo repita mi hijo.? ?Siento que yo participé en esa muerte.? Estos dichos son partes del espacio de un suicidio, pero son partes extra, en tanto se inscriben en los afectados. Se despliegan, se entrecruzan, sin llegar a ser productos de una estructura.

Son determinados por extensión al suicidio, inscribiéndolo, en los afectados, como fenómeno. Al no ser parte de una estructura, no son síntomas. Tienen intención, tiene un sentido pero no son productos de una estructura, por lo tanto no son síntomas.

Si bien tienen una intención, la múltiple significación de un suicidio hace que la intenci ón desvaríe.

Si bien tienen un sentido, el sentido que se den los afectados será un contrasentido en galería de espejos que reflejan ese eterno presente, ese tiempo desbocado por el enigma. Estos elementos se muestran como obstáculo al duelo.

¿Qué es el enigma en el suicidio?: el azar interrogado. Ya sea por esto o por aquello, no hay respuesta que estabilice.

En el suicidio la verdad es un enigma.

El enigma supone una presencia. Sea, en Edipo, la Esfinge. El enigma del suicidio se sostiene en una presencia que no merece ser olvidada. Si el suicidio es, según Jacques Lacan, ?la libertad que enloquece?, a partir del universo de respuestas que desvarían con él encontrarán los afectados, más tarde, quizá, su propia construcción del acto en las verdades del síntoma.

** Coordinador del Servicio de Asistencia al Familiar del Suicida de la Universidad de Tres de Febrero. Fragmento de un trabajo presentado en las I Jornadas Conjuntas en la Universidad Nacional de Tres de Febrero ?Suicidio: prevención, consecuencias y afectados?.

Psicología del Jueves/23-Ene-2003

C.A.F.S. – Centro de Atenci ón al Familiar del Suicida
http://www.familiardesuicida.com.ar/prensa_sientoqueyoparticipe.htm