Respaldo de material de tanatología

Goethe W. Johan- Fausto

GOETHE, WOLFGANG, JOHAN

FAUSTO

DEDICATORIA

Os aproximáis de nuevo, formas temblorosas que os mostrasteis hace ya mucho tiempo a mi turbada vista. Mas, ¿intento apresaros ahora?, ¿se siente mi corazón aún capaz de semejante locura? Os agolpáis, luego podéis reinar al igual que, saliendo del vaho y la niebla, os vais elevando a mi alrededor. Mi pecho se estremece ju¬venilmente al hálito mágico de vuestra procesión.
Me traéis imágenes de días felices, y algunas sombras queridas se alzan. Como a una vieja leyenda casi olvidada, os acompañan el primer amor y la amistad; el dolor se renueva; la queja vuelve a emprender el errático y laberíntico camino de la vida y pronuncia el nombre de aquellas nobles personas que, engañadas por la espe¬ranza de días de felicidad, han desaparecido antes que yo.
Las almas a las que canté por primera vez ya no escucharán es¬tos cantos. Se disolvió aquel amigable grupo y se extinguió el eco primero. Mi canción se entona para una multitud de extraños cuyo aplauso me provoca temor, y todo aquello que se regocijaba con mi canto, si aún vive, vaga disperso por el mundo.
Me sumo en una nostalgia, que no sentía hace mucho tiempo, de aquel reino de espíritus, sereno y grave. Mi canto susurrante flota como arpa de Eolo; un escalofrío se apodera de mí. Las lágrimas van cayendo una tras otra. El recio corazón se enternece y ablanda. Lo que poseo lo veo en la lejanía y lo que desapareció se convierte para mí en realidad.

PRELUDIO EN EL TEATRO

DIRECTOR
Vosotros dos, que tantas veces nos apoyasteis en la necedad y la aflicción, decidme qué acogida esperáis para nuestra empresa en estas tierras alemanas. Yo, sobre todo, querría agradar sobremanera al estado llano, porque vive y deja vivir. Ya están colocados los postes, ya se montó el tablado y todos se las prometen felices. Se han sentado allí confiados, con los ojos bien abiertos y deseando que asombren. Aunque sé cómo dar sosiego al espíritu del pueblo, nunca me he sentido tan desconcertado: no están acostumbrados a lo bueno, pero han leído mucho. ¿Cómo conseguiremos que, siendo todo fresco, nuevo y relevar resulte a la vez agradable? Y es que, la verdad, me gusta ver al pueblo llano acercarse en torrente a nuestra carpa y agolparse con insistente afán para pasar por la estrecha puerta de la Gracia, verlo a pleno sol, antes de las cuatro, llegar a empellones hasta la taquilla y casi romperse el cuello por su entrada, como se lo rompen por el pan en tiempos de escasez. Propiciar este milagro en gente tan diversa es algo que sólo logra el poeta, ¡consíguelo hoy, amigo!
POETA
No me hables de esa abigarrada multitud cuyo aspecto panta al espíritu. Presérvame del ondulante flujo que, a nuestro pesar, nos empuja hacia el torbellino. No; llévame a ese sereno rincón del cielo donde sólo para el poeta flo¬rece la auténtica alegría, donde, con mano divina, el amor y la amistad procuran y dispensan bendiciones a nuestro corazón. Lo que de nuestro pecho brotó, lo que los labios empezaron a balbucir, malogrado o tal vez conseguido, queda envuelto por la salvaje violencia del instante. Lo que brilla nació para el instante; lo auténtico permanece imperecedero en la posteridad.
PERSONAJE CÓMICO
Cómo me gustaría dejar de oír hablar de posteridad. Si me pongo a hablar de ella, ¿quién hará reír a nuestra época? Esta quiere y debe disfrutar. Nunca es poco la presencia de un muchacho divertido; el que sabe expresarse con gra¬cia no amargará el humor del pueblo; deseará estar ante un público amplio para conmoverlo con más seguridad. Por eso, pórtate bien y sé ejemplar; haz oír a la fantasía con todos sus coros, a la razón, al entendimiento, a la sen¬sibilidad, a la pasión; pero, eso sí, cuídate de la locura.
DIRECTOR
Pero, sobre todo, ¡que haya acción! Se viene a ver; lo que gusta es mirar. Si ante los ojos ofreces una trama con mu¬chos sucesos, de manera que la gente se quede boquia¬bierta, te habrás ganado a la masa y serás un hombre bie¬namado. La masa sólo puede ser movida por la masa y así cada cual se procurará lo suyo. El que mucho reparte, da un poco a cada uno, y así todos salen contentos de la sala. Si les das una pieza, dásela en piezas, con ese ragú te sonreirá la fortuna: lo representado con sencillez es igual de fácil de imaginar. De nada sirve que lo ofrezcas todo entero, pues el público lo desmenuzará.
POETA
No comprendéis lo innoble que es ese oficio, lo poco se adecua al auténtico artista. Veo que las chapuza esos esmerados señores se han convertido en tu máxima.
DIRECTOR
Semejante reproche me deja indiferente. Aquel que qu obrar correctamente, debe servirse de la herramienta a piada. Piensa que has de partir madera blanda y mira a aquellos para quienes tienes que escribir. Uno viene aburrimiento; el otro llega ahíto de su mesa y, lo que es peor, algunos lo hacen después de haber leído el periódico. Acuden distraídos, como a un baile de máscaras; las damas, para lucirse, se esmeran en su arreglo y represe desinteresadamente su comedia. ¿Qué imaginabas desde tus alturas poéticas? ¿Qué hay de malo en una sala llena? Observa de cerca a esos mecenas: la mitad son frío; la otra, rudos. Uno, después de la función, espera jugar a las cartas; otro pasar una noche de amor al abrigo de los pechos de una fulana. ¿A qué viene, pobre loco, molestar a las amables musas para tal fin? Te lo digo: dales más y más, y mucho más, y así nunca te apartarás del objetivo. Intenta sólo embrollar a los hombres; satisfacerlos es muy difícil… ¿Qué prefieres, el entusiasmo o el dolor?
POETA
Anda y búscate otro esclavo ¿Debe el poeta desaprovechar frívolamente el supremo derecho que la naturales dona? ¿Con qué conmueve él a todos los corazones? ¿Con qué logra vencer todo elemento? ¿No es acaso la armonía la que, saliendo del pecho, anuda el mundo al corazón? Cuando la naturaleza, tejiendo serena, somete en el huzo la longitud infinita del hilo; cuando, provocándonos fastidio, la inarmónica multitud de todos los seres, por entreverarse unos con otros, resuena desordenada, ¿quién, dole vida, divide en intervalos esa serie monótona para que tenga ritmo?, ¿quién atrae lo aislado hacia esa consagración universal en la que tañen magníficos acordes? ¿quién hace que se desencadenen con furor las tormentas y que brille con gravedad el crepúsculo?, ¿quién esparce todas las bellas flores de la primavera por la senda que pisa la amada?, ¿quién trenza insignificantes hojas dándoles la forma de una corona merecedora de todo mérito? La fuerza del hombre puesta de manifiesto en el poeta.
PERSONAJE CÓMICO
Pues usa, entonces, esas fuerzas formidables y emprende tu labor creadora como se emprende una aventura amo¬rosa: uno se aproxima por casualidad, siente y se queda. Poco a poco se ve atrapado y crece la dicha, pero pronto se pelea. Aunque se esté encantado, el dolor viene y, antes de que se repare, se ha acabado la novela ¡Ofrécenos una función de este tipo! Echa mano de la vida en su totali¬dad. Todos la viven, pero no muchos la conocen; cuando les asombre, les parecerá interesante. Poca claridad con mucho color, mucho yerro y una sombra de verdad, así fermenta la mejor bebida, que a todo el mundo refresca y reconstituye. Entonces se reunirá la flor de la juventud ante tu escena y escuchará atentamente tu mensaje, y toda alma sensible absorberá en tu obra el sustento de su me¬lancolía. Ora este, ora el otro se emociona; cada cual ve lo que lleva en el corazón. Ya están dispuestos tanto a reír como a llorar. Todavía alaban el ímpetu; disfrutan con la apariencia. No hay nada que conmueva al ya maduro, pero el que se está haciendo, siempre lo agradecerá.
POETA
Devuélveme entonces ese tiempo en el que yo estaba aún en formación, cuando nacía siempre un manantial de can¬tos que salían en tumulto; cuando la niebla me velaba el mundo y los brotes prometían milagros; cuando cortaba las mil flores que llenaban todos los valles de riqueza. No tenía nada y, sin embargo, nada me faltaba: el anhelo de verdad y el placer por la alucinación. Devuélveme el em¬puje desatado, la profunda y dolorosa alegría, la fuerza del odio y el poder del amor, ¡devuélveme mi juventud!
PERSONAJE CÓMICO
Amigo, sólo necesitarías la juventud si los enemigos te acosaran en los combates; si adorables muchachas se col¬garan con fuerza de tu cuello; si a la cabeza de una carrera de velocidad, te llamara a lo lejos la difícil meta; si, después del torbellino de la danza, pasaras la noche bebiendo. Pero hoy, viejo señor, sólo tienes que interpretar con ánimo y gracia el conocido tañido de la lira y, vacilando en dulce errar, avanzar hacia la meta que tú mismo te ha impuesto; pero no por eso te admiramos menos. No es que, como se dice, la vejez nos haga niños, sino que no alcanza siendo aún auténticos niños.
DIRECTOR
Ya habéis intercambiado suficientes palabras; hacedme ver también los hechos de una vez. Mientras os piropeáis se podría hacer algo de provecho. ¿Para qué hablar tanto de la inspiración? Esta no se le presenta nunca al que vacila. Puesto que te las das de poeta, ponte al mando de la poesía. Ya sabes lo que necesitamos: queremos bebida fuertes, ponlas a fermentar inmediatamente. Lo que hoy no ocurra, no estará hecho mañana y no hay que dejar pasar ni un solo día. Cuando se toma la decisión de crear, tiene que hacerse valientemente y, en lo posible, de inmediato; si no se la deja escapar, esta seguirá haciendo efecto, porque así ha de ser.
Sabéis que en nuestros escenarios alemanes cada cual pone a prueba lo que desea. Por eso, en este día, no escatiméis en decorados ni artilugios. Usad las luces del cielo la grande y la pequeña; podéis derrochar las estrella; que no falte ni agua, ni fuego, ni paredes de roca, ni animales, ni plantas. Que entre en la estrechez del escenario todo el círculo de la Creación y vaya, con moderada rapidez, pasando por el mundo, del Cielo al Infierno.

PRÓLOGO EN EL CIELO

(EL SEÑOR. Las Huestes celestiales. Después MEFISTÓFELE: Se acercan los tres Arcángeles.)

RAFAEL
El Sol templa, a la antigua usanza, el duelo de canto de las esferas hermanadas y culmina con un rayo su prescrito viaje. Su luz da fuerza a los ángeles, aunque ninguno puede dar razón de él. Las nobles y sublimes obras está tan espléndidas como el primer día.
GABRIEL
Y, con una velocidad inconcebible, la hermosa Tierra gira rápida sobre su eje e intercambia el esplendor paradisíaco con la noche profunda y estremecedora. Grandes oleadas de mar rompen en espuma al estrellarse en la honda base de las rocas, y estas y el mar son arrastrados por el rápido y eterno curso de la esfera.
MIGUEL
Las tempestades rugen con el desafío del mar y la tierra, de la tierra y la mar, a su alrededor e, iracundas, van tres zando una cadena del más poderoso influjo. Allí, una desolación ardiente hace brillar la senda que precede trueno; pero tus mensajeros, Señor, admiran el apacible caminar de tu día.
LOS TRES A LA VEZ
Esta visión da fuerzas a los ángeles, porque nadie puede dar razón de Ti y todas tus nobles obras están espléndidas como el primer día.
MEFISTÓFELES
Señor, ya que te acercas otra vez a preguntar cómo nos va todo por aquí, y ya que te agradó mirarme en otros tiem¬pos, estoy de nuevo entre tu servidumbre. Perdona que no pueda hablarte con palabras elevadas, aunque de mí se mofe toda esta reunión; mi patetismo te haría reír, si no te hubieras acostumbrado a dejar de hacerlo. No sé nada sobre el sol y los mundos, sólo veo cómo se atormenta el hombre. El pequeño dios del mundo sigue igual que siem¬pre, tan extraño como el primer día. Viviría un poco me¬jor si no le hubieras dado el reflejo de la luz celestial, a la que él llama razón y que usa sólo para ser más brutal que todos los animales. Lo comparo, con licencia de Vuestra Gracia, con esas cigarras zancudas que vuelan continua¬mente, dando saltos, y, una vez que están sobre la hierba, cantan su vieja canción. ¡Si al menos permaneciera en la hierba!, pero no, tiene que meter las narices donde no le importa.
EL SEÑOR
¿No tienes nada más que decir?, ¿sólo vienes aquí a acu¬sar? ¿Es que no hay sobre la tierra nada bueno?
MEFISTÓFELES
No, Señor; sinceramente me parece que allí todo va tan mal como siempre. Compadezco la vida de calamidades que llevan los hombres. Ni siquiera me apetece atormen¬tar a esos desdichados.
EL SEÑOR
¿Conoces a Fausto?
MEFISTÓFELES
¿El doctor?
EL SEÑOR
Mi servidor.
MEFISTÓFELES
Sí; y cierto es que os sirve de una manera muy peculiar. Ni la comida ni la bebida de ese insensato son terrenales. Su inquietud lo inclina hacia lo inalcanzable, pero percibe su locura sólo a medias. Le exige al Cielo las más hermosas estrellas y a la Tierra los goces más elevados y, sin embargo, nada cercano ni lejano sacia su pecho profundamente agitado.
EL SEÑOR
Aunque ahora me sirve en la confusión, pronto lo llevaré a la claridad. El jardinero sabe, cuando el arbolito echa renuevos, que le crecerán ramas y le saldrán frutas.
MEFISTÓFELES
¿Qué apostáis? Todavía habéis de perder si me permitís llevarlo a mi terreno.
EL SEÑOR
Mientras él viva sobre la tierra, no te será prohibido intentarlo. Siempre que tenga deseos y aspiraciones, el hombre puede equivocarse.
MEFISTÓFELES
Te lo agradezco, pues con los muertos nunca me he entendido muy bien. Prefiero unas mejillas frescas y gordezuelas. Con un cadáver no me encuentro nunca a gusto: me pasa lo que al gato con el ratón.
EL SEÑOR
Bien, lo dejo a tu disposición. Aparta a esa alma de su fuente originaria y, si puedes aferrarla por tu camino, llé¬vala abajo, junto a ti. Pero te avergonzará reconocer que un hombre bueno, incluso extraviado en la oscuridad, es consciente del buen camino.
MEFISTÓFELES
¡Muy bien!, no tardaremos mucho tiempo. No me da miedo la apuesta. Permíteme, si logro mi objetivo, sen¬tirme henchido por mi triunfo. Para mi regogijo, él tendrá que morder el polvo, como mi tía, la famosa serpiente.
EL SEÑOR
Podrás actuar con toda libertad. Nunca he odiado a tus se¬mejantes. De todos los espíritus que niegan, el pícaro es el que menos me desagrada. El hombre es demasiado pro¬penso a adormecerse; se entrega pronto a un descanso sin estorbos; por eso es bueno darle un compañero que lo es¬timule, lo active y desempeñe el papel de su demonio. Pero vosotros, auténticos hijos de Dios, disfrutad de la vi¬viente y rica belleza. Que lo cambiante, lo que siempre actúa y está vivo, os encierre en los suaves confines del amor, y fijad en ideas eternas lo que flota en oscilantes apariencias.

(El Cielo se cierra y los Arcángeles se dis¬persan.)

MEFISTÓFELES
De vez en cuando me gusta ver al Viejo y me guardo de indisponerme y romper con Él. Es muy generoso que un señor tan grande tenga la bondad de hablar incluso con el diablo.

LA TRAGEDIA

PRIMERA PARTE

DE NOCHE

(En una habitación gótica, estrecha y de altas bóvedas, FAUSTO está sentado en un sillón ante su pupitre.)

FAUSTO
Ay, he estudiado ya Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología, todo ello en profundidad extrema y con enconado esfuerzo. Y aquí me veo, pobre loco, sin saber más que al principio. Tengo los títulos de Licenciado y de Doctor y hará diez años que arrastro mis discípulos de arriba abajo, en dirección recta o curva, y veo que no sabemos nada. Esto consume mi corazón. Claro está que soy más sabio que todos esos necios doctores, licenciados, escribanos y frailes; no me atormentan ni los escrúpulos ni las dudas, ni temo al infierno ni al demonio. Pero me he visto privado de toda alegría; no creo saber nada con sentido ni me jacto de poder enseñar algo que mejore la vida de los hombres y cambie su rumbo. Tampoco tengo bienes ni dinero, ni honor, ni distinciones ante el mundo. Ni siquiera un perro querría seguir viviendo en estas circunstancias. Por eso me he entregado a la magia: para ver si por la fuerza y la palabra del espíritu me son revelados ciertos misterios; para no tener que decir con agrio sudor lo que no sé; para conseguir reconocerlo que el mundo contiene en su interior; para contemplar toda fuerza creativa y todo germen y no volver a crear confusión con las palabras.
Oh, reflejo de la luna llena, por la que tantas veces velé sentado ante este pupitre hasta que aparecías, melancólico amigo, sobre los libros y los papeles, si iluminaras por úl¬tima vez mi pena; ¡ay!, si pudiera andar por las cumbres de los montes bajo tu amada claridad; flotar en las grutas acompañado de espíritus; vagar en tu penumbra por los prados y, habiéndose disipado todas las brumas del saber, bañarme, robusto, en tu rocío. ¡Ah!, ¿pero seguiré preso en esta cárcel?, agujero maldito y húmedo, hecho en un muro a través del cual incluso la querida luz del cielo en¬tra turbia al pasar por las vidrieras. Encerrado detrás de un montón de libros roídos por los gusanos y cubiertos de polvo, que llegan hasta las altas bóvedas y están envuel¬tos en papel ahumado. Cercado por cofres y retortas, ahe¬rrojado por instrumentos y trastos de los antepasados. Este es tu mundo, ¡vaya un mundo!
¿Y aún te preguntas por qué tu corazón se para, teme¬roso, en el pecho? ¿Por qué un dolor inexplicable inhibe tus impulsos vitales? En lugar de la naturaleza viva, en medio de la que Dios puso al hombre, lo que te rodea son osamentas de animales y esqueletos humanos humeantes y mohosos.
¡Huye!, sal fuera, a la amplia llanura. ¿No te será sufi¬ciente compañía ese libro misterioso, autógrafo de Nos¬tradamus? Con su ayuda reconocerás el curso de las estrellas y, cuando la naturaleza te haya instruido, aumen¬tará en ti la fuerza del alma, como si un espíritu le hablara a otro. En vano tratarás de explicar los sagrados signos mediante la ayuda de la árida reflexión; ¡volad, oh espíri¬tus, junto a mí y decidme si me oís! (Abre el libro y serva el signo del Macrocosmosl.) ¡Ah!, qué deleite corre de súbito, al mirarlo, todos mis sentidos. Siento cómo la joven y santa felicidad vital me fluye por músculos y las venas con renovado ardor. ¿Fue acaso un Dios el que escribió estos signos que calman el furor de mi interior, llenan mi pobre corazón de gozo y, con un impulso secreto, me desvelan las fuerzas naturales? ¿Soy acaso, un dios? Todo se llena de claridad. En estos trazos puros se evidencia ante mi espíritu la activa naturaleza. Ahora sí que entiendo lo que dice el sabio: «No está cerrado el mundo espiritual; son tus sentidos los que están cerrados, es tu corazón el que está muerto; discípulo, levanta, y baña infatigablemente tu pecho terrenal en la aurora». (Observa el signo.)
¡Cómo se entreteje el conjunto de las cosas en el Todo y cómo lo uno repercute y vive en lo otro! ¡Cómo las fuerzas celestiales suben y bajan y se siguen los áureos cangilones! ¡Con un vaivén que huele a bendición, bajan desde el cielo a recorrer la tierra y hacen que resuene en armonía el universo!
¡Qué espectáculo!; pero, ay, ¡es sólo un espectáculo! ¿Dónde te comprenderé, naturaleza infinita? ¿Dónde estáis, pechos, fuentes de la vida de las que penden el cielo y la tierra y adonde el corazón marchito acude? Vosotros manáis en torrentes y alimentáis el mundo; ¿languidezco yo en vano? (Hojea el libro de mala gana y ve el signo del Espíritu de la Tierra.)
¡Qué diferente es el efecto de este signo sobre mí! Tú, Espíritu de la Tierra, me resultas más cercano. Siento que mis fuerzas aumentan, ardo como si hubiera bebido un vino nuevo; siento valor para aventurarme por el mundo, para afrontar el dolor y la fortuna que me reporte la tierra, para adentrarme en la tempestad y no temer el crujido de la nave al zozobrar. Las nubes se amontonan sobre mí, la luna oculta su luz, la lámpara se extingue, el ambiente está húmedo. Unos rayos rojos se concentran sobre mi cabeza, un estremecimiento va descendiendo desde la bóveda y se hace dueño de mí. Siento que flotas sobre mí, espíritu an¬helado, ¡revélate! Ah, ¡cómo se desgarra mi corazón! Mis sentidos se abren a nuevos sentimientos. Mi corazón está plenamente entregado a ti. ¡Revélate!, aunque me cueste la vida. (Toma el libro y pronuncia misteriosamente el signo del ESPÍRITU. Se enciende una llama rojiza y el ES¬PÍRITU aparece en la llama.)
ESPÍRITU
¿Quién me llama?
FAUSTO (Volviendo la cara.)
¡Qué aterradora visión!
ESPÍRITU
Me has atraído aquí con gran poder, absorbiéndome lejos de mi esfera; y ahora, ¿qué?
FAUSTO
¡Vete!; no te soporto.
ESPÍRITU
Has suplicado, hasta quedarte sin aliento, poder contem¬plarme, poder oír mi voz y ver mi cara; el fuerte anhelo de tu alma me ha atraído aquí, y aquí estoy. ¡Qué deplorable pavor se ha apoderado de ti, superhombre! ¿Dónde está la llamada del alma? ¿Dónde está el pecho que creó un mundo dentro de sí, lo portó, lo cuidó y, temblando de gozo, se en¬grandeció para elevarse a nuestra altura, la de los espíritus? ¿Dónde está Fausto, cuya voz resonó para que acudiera? ¿Eres tú el que, al respirar mi hálito, tiembla en lo más pro¬fundo de su vida, gusano asustadizo y encogido?
FAUSTO
¿Podría eludirte, hijo de la llama? Yo soy Fausto; yo soy tu semejante.
ESPÍRITU
En las mareas de la vida, en la tempestad de la acción, si y bajo en oleadas, me agito de un lado para otro. El nacimiento y la sepultura son un mar eterno, una trama cambiante, una vida candente que voy tejiendo en el veloz telar del tiempo, para hacerle a la divinidad su manto viviente.
FAUSTO
Tú, que das vueltas por el ancho mundo, ¡qué cercano me siento a ti, atareado espíritu!
ESPÍRITU
Te asemejas al espíritu que concibes, no a mí. (Desaparece.)
FAUSTO (Desplomándose.)
¿No a ti? Entonces, ¿a quién me asemejo? Yo, imagen de Dios, ni siquiera soy semejante a ti. (Llaman.) Oh, muerte, ya sé quién es: es mi fámulo. ¡Mi más hermozo gozo se echa a perder! ¡Que este ser rastrero y mezquino interrumpa semejante riqueza de visiones!
(Entra WAGNER en batín y gorro de dormir y con una lámpara en la mano. FAUTO se vuelve de mala gana.)
WAGNER
¡Perdone!, le he escuchado declamar; ¿no leía usted una tragedia griega? Me gustaría iniciarme en ese arte, pues resulta provechoso hoy en día. He oído muchas veces que un actor puede aleccionar a un predicador.
FAUSTO
Siempre y cuando el predicador sea un actor, lo cual puede muy bien pasar en los tiempos que corren.
WAGNER
¡Ay!, estando tan encerrado en el museo y viendo el mundo apenas los días de fiesta, y eso a través de un cata¬lejo, sólo desde una distancia lejana, ¿cómo queréis que lo domine por la persuasión?
FAUSTO
Si no lo sientes, no lo lograrás; si no brota de tu alma y no consigues estremecer los corazones de todos los oyentes con un placer fuerte y primario, limítate a sentarte. Reúne piezas, prepara un ragú con las sobras de otros y reaviva las miserables llamas de tu diminuto montón de cenizas. Agradando el paladar obtendrás la admiración de los ni¬ños y de los monos, pero no conseguirás conmover otros corazones si del corazón nada te sale.
WAGNER
Sólo la oratoria reporta fortuna al orador, pero siento que estoy muy atrasado en este arte.
FAUSTO
¡Busca una ganancia honrada! ¡No seas como el bufón que hace sonar las campanillas! La razón y el buen sen¬tido se manifiestan con muy poco arte, y si te tomas en se¬rio el decir algo, ¿necesitarás entonces las palabras? Sí. Tus discursos de gran brillo, en los que sacas punta a todo asunto humano, son tan molestos como el viento otoñal que, acompañado de bruma, sopla entre las hojas.
WAGNER
¡Ay, Dios!, el arte es largo, pero nuestra vida corta. En mis afanes críticos, siento muchas veces miedo en la ca¬beza y en el pecho. ¡Qué difícil es obtener los medios con los que ascender hasta las fuentes! Antes de haber llegado a la mitad del camino, uno, pobre diablo, habrá de morirse.
FAUSTO
¿Es el pergamino una fuente sagrada de la que un sorbo saciará nuestra sed para la eternidad? No, no repararás tu sed si la bebida no brota de ti mismo.
WAGNER
Discúlpeme y permítame que le diga que es un gran pla¬cer trasladarse al espíritu de otros tiempos, ver cómo pensó el sabio antes de nosotros, y cómo hemos continuado admirablemente nuestro camino.
FAUSTO
Sí, ¡hasta las estrellas hemos llegado! Amigo mío, el pasado es para nosotros un libro de siete sellos. Eso que llamas el espíritu de otros tiempos no es más que el espíritu de aquellas personas en las que los tiempos se reflejan. Y la verdad es que, a menudo, son una auténtica lástima; vamos, para echar a correr sólo de verlos: un saco de inmundicia o un desván, o todo lo más un drama histórico  con espléndidas máximas morales de tipo pragmático, como las que se ponen en boca de los títeres.
WAGNER
Pero algo sabría cada uno de ellos de lo que son el mundo y el corazón y el talante humanos.
FAUSTO
Sabrían lo que normalmente se llama saber; pero, ¿quién se atreve realmente a poner los puntos sobre las íes? Los pocos que sabían algo, y que insensatamente no se cuidaron de expresar lo que llevaban en su lleno corazón, mostrando a la plebe su sentimiento y su punto de vista, fueron crucificados o llevados a la hoguera. Pero, perdona amigo, la noche está muy avanzada; hemos de interrumpir nuestra conversación por esta vez.
WAGNER
De buena gana me mantendría en vela para seguir hablando con usted con tanta erudición. Pero mañana que es primer día de Pascua, déjeme que le haga otras preguntas. Me he entregado, diligente, al estudio, pero, aunque sé mucho, me gustaría saberlo todo. (Se va.)
FAUSTO (Solo.)
¡Cuánto tarda en disiparse la esperanza en la cabeza de quien se aferra a bagatelas y, escarbando curiosamente en busca de tesoros, se siente feliz si encuentra lombrices. ¿Cómo es posible que en este lugar, donde me rodea una multitud de espíritus, se haya atrevido a dejarse oír la voz de semejante hombre? Pero, ay, por esta vez debo agrade¬cerle al más mísero de los hijos de la tierra el haberme arrancado de la desesperación que amenazaba con destro¬zarme los sentidos. La aparición fue tan colosal que no pude menos que sentirme como un enano.
Yo, imagen de Dios, que creía hallarme muy cerca de la verdad eterna, me había despojado de mi ser terreno y go¬zaba de mí mismo en el fulgor y la claridad celestiales; yo, creyéndome superior a un querubín, derramaba la fuerza libre por las venas de la naturaleza y me atrevía, lleno de esperanza, a disfrutar de una vida de dioses, creando. ¡Cómo habría de pagarlo! ¡Un trueno me ha ani¬quilado!
No debo pretender asemejarme a Ti. Aunque tuve fuer¬zas para atraerte, me faltan para retenerte. En aquel ins¬tante de gran ventura, me sentí al mismo tiempo tan grande y tan pequeño: tú me has lanzado con un empujón cruel al destino inseguro de los hombres. ¿Quién me en¬señará ahora?, ¿qué debo evitar?, ¿debo obedecer a aquel impulso? Tanto nuestros actos como nuestras pasiones es¬torban el fluir de nuestra vida.
A lo mejor que el alma ha acogido se añade más y más materia extraña. Cuando alcanzamos lo bueno de este mundo, le damos el nombre de locura y engaño. Los mag¬níficos sentimientos que nos llenaron de vida, se queda¬ron anquilosados en el caos del mundo. Si con audaz vuelo la fantasía se lanza, esperanzada, ampliando el es¬pacio hacia el infinito, le basta luego un pequeño recodo si, pasada la fortuna, fracasa en el torbellino del tiempo. La preocupación anida de inmediato en las profundidades del corazón; allí da pábulo a secretos dolores, se mece, in¬quieta, y perturba el plan y la calma; se cubre constante¬mente con máscaras nuevas: puede aparecer como casa y corte, corno mujer y niño, como fuego y agua, daga y ve¬neno; pero, sobre todo, te estremece lo que no te afecta y siempre lloras lo que nunca pierdes.
¡No soy como los dioses!, bien lo noto. Soy como un gusano que escarba el polvo y al que, nutriéndose de polvo, aplasta y sepulta la pisada del caminante.
¿No es polvo lo que en esa alta pared de cien balda me sofoca? ¿No hay polvo en los mil cachivaches que me abruman y me confinan en este mundo de polillas? ¿Habré de leer, quizá, en miles de libros, que por todas partes los hombres se torturan y que aquí y allá hubo uno feliz? ¿De qué te ríes sardónicamente, hueca calavera? ¿Se extravió tu seso como el mío? ¿Buscó el día claro y, ansiando la verdad, se perdió lamentablemente en el crepúsculo? Instrumentos, ya sé que me hacéis burla con vuestras ruedas, dientes, cilindros y planchas: yo estaba junto a la puerta y tendríais que haberme servido de llave pero a pesar de que vuestras barbas están rizadas, no abrís el cerrojo. Misteriosa en pleno día, la naturaleza no se deja quitar el velo, y lo que ella no muestra a tu espíritu no lo puedes forzar tú con palancas y tornillos. Tú, viejo trasto que no he usado, sólo estás aquí porque mi padre te utilizó. Tú, viejo pergamino, te has ennegrecido con el humo de la lámpara que está sobre el pupitre. ¡Mas me hubiera valido disipar mis pocos haberes, que vivir agobiado con ellos! Lo que se hereda de los padres, has de ganarlo para llegar a hacerlo tuyo. Lo que no se utiliza se convierte en pesada carga; sólo lo que el instante crea puede ser usado por este.
Pero, ¿por qué se fija mi vista en aquel punto? ¿Es ese frasquito un imán para los ojos? ¿Por qué, de pronto, todo se vuelve dulce claridad para mí, como si en el bosque de la noche me iluminara el fulgor de la luna?
Te saludo, redoma singular, que ahora, con respeto cojo de tu estante. En ti venero el ingenio y la habilidad del hombre. Tú, síntesis de todos los propicios jugos que adormecen, tú, extracto de sutil fuerza mortal, ¡concédele tus favores a tu dueño! Te miro y el dolor queda paliado; te tomo y se moderan mis ansias, la marea del alma va bajando más y más. Soy transportado hacia alta mar, el espejo del agua brilla a mis pies: un nuevo día llama a orillas nuevas.
Un carro de fuego vuela en leve vaivén y se me acerca. Estoy dispuesto a cruzar por nuevas sendas y llegar a nue¬vas esferas de actividad pura. ¿Vas a merecer tú, que aún eres un gusano, esta alta vida, este placer de dioses? ¡Sí, sólo consiste en volverle decidido la espalda al dulce sol de esta tierra! Prepárate a forzar las puertas ante las que todos quieren pasar de largo. Ya es hora de demostrar mediante hechos que la dignidad del hombre no cede ante la grandeza de los dioses; que no siente temor cuando se encuentra ante esa oscura sima en la que la fantasía se condena a su propio tormento; que no elude adentrarse por ese estrecho pasaje, alrededor de cuya abertura arde en llamas el infierno entero; que puede, resuelto, deci¬dirse a dar ese paso, aun a riesgo de convertirse en nada.
Baja pues, recipiente límpido, recipiente de cristal. Sal de tu viejo estuche, en el que no he pensado durante mu¬chos años. En las fiestas paternas relucías y alegrabas a los graves invitados cuando pasabas de mano en mano. Era obligación del que bebía explicar el rico lujo y arte de tus relieves y vaciarte de un trago. Esto me recuerda a mu¬chas noches de mi juventud. En esta ocasión no tengo que pasarte a mi vecino, ni he de mostrar mi ingenio al ver tus adornos; aquí hay un jugo que produce una rápida em¬briaguez y que, con oscuro fluir, colmará mi vaciedad. Sea este el último trago que prepare y elija. Lo dedico, con toda mi alma, como saludo festivo y solemne, a la mañana. (Se lleva el recipiente a la boca.)
(Repique de campanas y cánticos de coros.)

CORO DE LOS ÁNGELES
¡Cristo ha resucitado!
Alegría al mortal,
al que estaba sumido
en funestas, insidiosas
y heredadas taras.
FAUSTO
¿Qué profunda melodía, qué sonido claro aparta con fuerza el vaso de mi boca? Campanas silenciosas, ¿anunciáis ya la primera hora de la Pascua? Coros, ¿cantáis el canto de consuelo que en la noche de la Vigilia pascual fue entonado por los labios de los ángeles y sirvió de testimonio de la Nueva Alianza?
CORO DE LAS MUJERES
Con perfumes y ungüentos lo embalsamamos.
Nosotras, sus fieles, allí lo dejamos.
Con vendas y lienzos, pulcro, lo envolvimos.
Mas, de vuelta al Sepulcro, a Cristo no vimos.
CORO DELOS ÁNGELES
¡Cristo ha resucitado!
Dichoso quien lo amó,
pues superó la prueba
que, aun siendo dolorosa,
nos da la salvación.
FAUSTO
¿Por qué me buscáis, melodías celestiales, con fuerza y dulzura a la vez, a mí, que estoy sumido en el polvo? Sonad donde haya hombres más sensibles. Oigo el mensaje, pero me falta la fe. No me atrevo a elevarme a esas esferas de donde procede la Buena Noticia, pero este son que oí de niño me llama de nuevo hacia la vida. El beso del amor celestial caía sobre mí en la grave tranquilidad de la fiesta; entonces, sonaban las campanas llenas de presa¬gios y era un placer ardiente la oración. Un anhelo noble e inconcebible me impulsaba a andar por bosques y pra¬deras entre miles de cálidas lágrimas; sentía que un mundo nacía ante mí. Esta canción me anunciaba anima¬dos juegos juveniles y de libre dicha en la primavera. Hoy, el recuerdo, con sentimientos pueriles, hace que retroceda ante el último y grave paso. ¡Seguid sonando, cantos celestiales! ¡Las lágrimas caen, la tierra me recobra!
CORO DE LOS DISCÍPULOS
Mientras que el sepultado
vivo, sublime y espléndido
por fin ha resucitado
y está del gozo creador
cercano, aquí nosotros,
aferrados a la tierra,
penarnos. Él nos dejó
en congoja a los suyos.
¡Ay!, ¡cómo hemos de llorar,
maestro, la gloria tuya!
CORO DE LOS ÁNGELES
¡Cristo ha resucitado
de tu seno, corrupción!
Liberad vuestras cadenas.
Alabadle, activos;
demostradle vuestro amor,
comed fraternalmente,
predicadlo en viajes,
anunciad la Salvación.
El maestro, cercano,
siempre irá con vosotros.

ANTE LA PUERTA DE LA CIUDAD

(Salen paseantes de toda índole.)

ALGUNOS APRENDICES
¿Por qué salís?
OTROS
Porque vamos a la Hostería de los Cazadores.
LOS DE ANTES
Queremos ir paseando al molino.
UN APRENDIZ
Os aconsejo que vayáis a Wasserhof.
APRENDIZ 2.°
El camino hasta allí no es bonito.
LOS DEMÁS
Entonces, ¿qué haces tú?
APRENDIZ 3.°
Yo voy con los demás.
APRENDIZ 4.°
Vayamos hasta Burgdorf: seguro que allí encontraremos las muchachas más guapas y la mejor cerveza.
APRENDIZ 5.°
Compañero de juergas. ¿Quieres que te den una paliza por tercera vez? No quiero ir allí, me espanta ese lugar.
CRIADA
No, no, ¡yo regreso a la ciudad!
OTRAS CRIADAS
Seguro que lo encontramos junto a esos chopos.
LA ANTERIOR
Para mí no es nada seductor; él se pondrá a tu lado, él solo bailará contigo en la explanada. ¡Qué gano yo con tu suerte!
OTRA
Seguro que hoy no está solo; nos ha dicho que el del pelo rizado vendrá con él.
ESTUDIANTE
¡Caramba con los andares de esas buenas mozas! Hermano, vamos, tenemos que acompañarlas. Cerveza recia, tabaco aromático y una criada bien vestida: eso es lo que me gusta.
UNA SEÑORITA
¡Mira aquellos apuestos muchachos! Es una auténtica ver¬güenza. Pudiendo tener la compañía más selecta, persi¬guen a esas criadas.
ESTUDIANTE 2.° (Al primero.)
No tan rápido. Por allí vienen dos delicadamente arregla¬das. Mi vecina es una de ellas; me siento muy atraído por esa muchacha. Van con paso tranquilo, pero acabarán por alcanzarnos.
ESTUDIANTE 1.°
No, hermano, no quiero exquisiteces.. La mano que mo¬vió la escoba el sábado, te acaricia el domingo como nadie.
UN BURGUÉS
No, no me gusta el nuevo alcalde. Desde que desem¬peña su cargo está cada día más insolente. Y ¿qué hace por la ciudad? ¿No está cada vez peor? Hay que obede¬cer más que nunca y pagar más que en ningún tiempo anterior.
UN MENDIGO (Canta.)
Distinguidos señores y bellas damas
elegantes y de suave tez,
dignaos echarme una mirada,
y en vano no sonarás, organillo.
Sólo es feliz aquel que puede dar.
El día que es de fiesta para todos
es para mí un día de cosecha.
OTRO BURGUÉS
Los domingos y la fiestas no hay nada mejor que charlar de guerras y batallas, mientras que allá, en la lejana Tur¬quía, los pueblos luchan entre sí. Uno bebe su vaso sen¬tado junto a la ventana, ve las barcas engalanadas que van río abajo y vuelve a casa bendiciendo las épocas de paz.
TERCER BURGUÉS
Eso mismo hago yo, señor vecino, y allá pueden abrirse la cabeza y todo puede andar revuelto con tal de que en casa todo siga como siempre.
VIEJA (A las señoritas.)
¡Ay, qué elegantes!, ¡la hermosa sangre joven! ¿Quién no se fijará en vosotras? Pero no seáis tan orgullosas, ya está bien. Sabré conseguir lo que queréis.
UNA SEÑORITA
¡Vamos, Agathe! Me cuidaré mucho de que me vea la gente en compañía de esta bruja. Ella hizo que en la noche de San Andrés viera en carne y hueso a mi futuro amado.
LA OTRA
A mí me lo enseñó por un cristal. Tenía aspecto marcial iba junto a otros valientes. Mas yo miro alrededor y lo busco por todas partes sin encontrarlo.
SOLDADOS
Me gustaría ganar
fortalezas con altas
murallas y almenas,
muchachas de altiva
y despectiva alma.
Audaz es la empresa,
magnífico el premio.
Hagamos resonar
la trompeta llamando
para la destrucción
igual que para el gozo.
Esto es un asedio.
Esto es una fiesta.
Mozas y fortalezas
pronto nuestras serán.
Audaz es la empresa,
magnífico el premio,
y los bravos soldados
continúan su marcha.

William Shakespeare- Hamlet

William Shakespeare HAMLET

DRAMATIS PERSONAE

El ESPECTRO
HAMLET, Pr�ncipe de Dinamarca
El REY Claudio, hermano del difunto Rey Hamlet
La PEINA Gertrudis, viuda del difunto Rey Hamlet y esposa del Rey Claudio
POLONIO, dignatario de la corte danesa
OFELIA, hija de Polonio
LAERTES, hijo de Polonio
REINALDO, criado de Polonio
HORACIO amigos de Hamlet
ROSENCRANTZ amigos de Hamlet
GUILDENSTERN amigos de Hamlet
VOLTEMAND cortesanos
CORNELIO cortesanos
OSRIC cortesanos
FRANCISCO soldados
BERNARDO soldados
MARCELO soldados
FORTINBR�S, Pr�ncipe de Noruega
Un CAPIT�N del ej�rcito noruego
El ENTERRADOR
SU COMPA�ERO
Un SACERDOTE
ACTORES
MARINEROS
SECUACES de Laertes
EMBAJADORES de Inglaterra

Cortesanos, mensajeros, criados, guardias, soldados, acompa��amiento.

LA TRAGEDIA DE HAMLET,
PR�NCIPE DE DINAMARCA

I.i Entran BERNARDO y FRANCISCO, dos centinelas.

BERNARDO
�Qui�n va?
FRANCISCO
�Contestad vos! �Alto, daos a conocer!
BERNARDO
�Viva el rey!
FRANCISCO
�Bernardo?
BERNARDO
El mismo.
FRANCISCO
Llegas con gran puntualidad.
BERNARDO
Ya han dado las doce: acu�state, Francisco.
FRANCISCO
Gracias por el relevo. Hace un fr�o ingrato, y estoy abatido.
BERNARDO
�Todo en calma?
FRANCISCO
No se ha o�do un rat�n.
BERNARDO
Muy bien, buenas noches.
Si ves a Horacio y a Marcelo,
mis compa�eros de guardia, dales prisa.

Entran HORACIO y MARCELO.

FRANCISCO
Creo que los oigo. �Alto! �Qui�n va?
HORACIO
Amigos de esta tierra.
MARCELO
Y vasallos del rey dan�s.
FRANCISCO
Adi�s, buenas noches.
MARCELO
Adi�s, buen soldado. �Qui�n te releva?
FRANCISCO
Bernardo. Quedad con Dios.

Sale.

MARCELO
�Eh, Bernardo!
BERNARDO
�Eh! Oye, �est� ah� Horacio?
HORACIO
Parte de �l.
BERNARDO
Bienvenido, Horacio. Bienvenido, Marcelo.
MARCELO
�Se ha vuelto a aparecer eso esta noche?
BERNARDO
Yo no he visto nada.
MARCELO
Dice Horacio que es una fantas�a,
y se resiste a creer en la espantosa
figura que hemos visto ya dos veces.
Por eso le he rogado que vigile
con nosotros el paso de la noche,
para que, si vuelve ese aparecido,
confirme que lo vimos y le hable.
HORACIO
�Bah! No vendr�.
BERNARDO
Si�ntate un rato
y deja que asediemos tus o�dos,
tan escudados contra nuestra historia,
dici�ndote lo que hemos visto estas dos noches
HORACIO
Muy bien, sent�monos
y oigamos lo que cuenta Bernardo.
BERNARDO
Anoche mismo, cuando esa estrella
que hay al oeste de la polar se mov�a
iluminando la parte del cielo
en que ahora brilla, Marcelo y yo,
con el reloj dando la una…

Entra el ESPECTRO.

MARCELO
�Chsss! No sigas: mira, ah� viene.
BERNARDO
La misma figura; igual que el rey muerto.
MARCELO
T� tienes estudios: h�blale, Horacio.
BERNARDO
�No se parece al rey? F�jate, Horacio.
HORACIO
Much�simo. Me sobrecoge y angustia.
BERNARDO
Quiere que le hablen.
MARCELO
Preg�ntale, Horacio.
HORACIO
�Qui�n eres, que usurpas esta hora de la noche
y la forma intr�pida y marcial
del que en vida fue rey de Dinamarca?
Por el cielo, te conjuro que hables.

MARCELO
Se ha ofendido.

BERNARDO
Mira, se aleja solemne.
HORACIO
Espera, habla, habla. Te conjuro que hables.

Sale el ESPECTRO.

MARCELO
Se fue sin contestar.
BERNARDO
Bueno, Horacio. Est�s temblando y palideces.
�No es esto algo m�s que una ilusi�n?
�Qu� opinas?
HORACIO
Por Dios, que no lo habr�a cre�do
sin la prueba real y terminante
de mis ojos.
MARCELO
�Verdad que se parece al rey?
HORACIO
Como t� a ti mismo.
Tal era la armadura que llevaba
cuando combati� al ambicioso rey noruego.
Tal su ce�o cuando, tras fiera discusi�n,
a los polacos aplast� en sus trineos
sobre el hielo. Es asombroso.
MARCELO
Con paso tan marcial ha cruzado ya dos veces
nuestro puesto a esta hora cerrada de la noche.
HORACIO
No puedo interpretarlo exactamente,
pero, en lo que se me alcanza, creo que esto
presagia conmoci�n en nuestro estado.
MARCELO
Bueno, sentaos, y d�game quien lo sepa
por qu� se exige cada noche al ciudadano
tan estricta y rigurosa vigilancia;
por qu� tanto fundir ca�ones d�a tras d�a
y comprar armamento al extranjero;
por qu� se reclutan calafates, cuyo esfuerzo
no distingue el domingo en la semana.
�Qu� ej�rcito amenaza para que prisa y sudor
hagan compa�eros de trabajo al d�a y a la noche?
�Qui�n puede informarme?
HORACIO
Yo puedo. Al menos, el rumor
que corre es este: nuestro difunto rey,
cuya imagen se nos ha aparecido ahora,
sab�is que fue retado por Fortinbr�s
de Noruega, que se crec�a en su af�n
de emulaci�n. Nuestro valiente Hamlet,
pues tal era su fama en el mundo conocido,
mat� a Fortinbr�s, quien, seg�n pacto sellado,
con refrendo de las leyes de la caballer�a,
con su vida entreg� a su vencedor
todas las tierras de que era propietario:
nuestro rey hab�a puesto en juego
una parte equivalente, que habr�a reca�do
en Fortinbr�s, de haber triunfado �ste;
de igual modo que la suya, seg�n
lo previsto y pactado en el acuerdo,
pas� a Hamlet. Pues bien, Fortinbr�s el joven,
rebosante de �mpetu y ardor,
por los confines de Noruega ha reclutado
una partida de aventureros sin tierras,
carne de ca��n para un empe�o
de coraje, que no es m�s,
como han visto muy bien en el gobierno,
que arrebatarnos por la fuerza
y el peso de las armas esas tierras
perdidas por su padre. Creo que esta es
la causa principal de los aprestos,
la raz�n de nuestra guardia, la fuente
del tr�fago y actividad en nuestro reino.

Vuelve a entrar el ESPECTRO.

Pero, �alto, mirad! �Ah� vuelve! Le saldr�
al paso, aunque me fulmine. �Detente, ilusi�n!

El ESPECTRO abre los brazos.

Si hay en ti voz o sonido, h�blame.
Si hay que hacer alguna buena obra
que te depare alivio y a m�, gracia, h�blame.
Si sabes de peligros que amenacen
a tu patria y puedan evitarse, h�blame.
O, si escondes en el vientre de la tierra
tesoros en vida mal ganados, lo cual,
seg�n se cree, os hace a los esp�ritus
vagar en vuestra muerte, h�blame. �Detente y habla!

Canta el gallo.

�Detenlo t�, Marcelo!
MARCELO
�Le doy con mi alabarda?
HORACIO
Si no se para, dale.
BERNARDO
�Est� aqu�!
HORACIO
�Aqu�!

Sale el ESPECRRO.

MARCELO
Se ha ido.
Hicimos mal en usar la violencia
con un ser de tanta majestad,
pues es invulnerable como el aire
y pretender agredirle es una burla.
BERNARDO
Iba a hablar cuando cant� el gallo.
HORACIO
Y se sobresalt� como un culpable
citado por el juez. He o�do decir
que el gallo, clar�n de la ma�ana,
despierta con su voz altiva y penetrante
al dios del d�a y que, alertados,
en tierra o aire, mar o fuego,
los esp�ritus errantes en seguida
se recluyen: de que es verdad
ha dado prueba este aparecido.
MARCELO
Se esfum� al cantar el gallo.
Dicen que en los d�as anteriores
al del nacimiento de nuestro Salvador
el ave de la aurora canta toda la noche;
entonces, dicen, no vagan los esp�ritus,
las noches son puras, los astros no da�an,
las hadas no embrujan, las brujas no hechizan:
tan santo y tan bendito es este tiempo.

HORACIO
Eso he o�do, y lo creo en parte. Mas mirad:
con manto cobrizo, el alba camina
sobre el roc�o de esa cumbre del oriente.
Dejemos la guardia y, si os parece,
vamos a contar al joven Hamlet
lo que hemos visto esta noche, pues, por mi vida,
que el espectro, mudo con nosotros, le hablar�.
�Est�is de acuerdo en que debemos informarle,
como exigen la amistad y nuestro deber?
MARCELO
S�, vamos, que s� d�nde podemos
hallarle f�cilmente esta ma�ana.

Salen.

I.iiEntran Claudio, REY de Dinamarca, la REINA Gertru�dis, HAMLET, POLONIO, LAERTES y su hermana OFE�LIA, se�ores y acompa�amiento.

REY
Aunque la muerte de mi amado hermano Hamlet
sigue viva en el recuerdo, y proced�a
sumirse en el dolor y fundirse todo el reino
en un solo semblante de tristeza,
no obstante, tanto han combatido la cordura
y el afecto, que ahora le lloro con buen juicio
sin haber olvidado mi persona.
Por eso, a quien fuera mi cu�ada, hoy mi reina,
viuda corregente de nuestra guerrera naci�n,
con, por as� decir, la dicha ensombrecida,
con un ojo radiante y el otro desolado,
con gozo en las exequias y duelo en nuestra boda,
equilibrando el j�bilo y el luto,
la he tomado por esposa. Y no he desestimado
vuestro buen criterio, que siempre prodigasteis
en el curso de este asunto. Por todo ello, gracias.
Ahora sabed que Fortinbr�s el joven,
juzgando mal nuestra val�a o creyendo
que, tras la muerte de mi amado hermano,
la naci�n est� descoyuntada y en desorden,
y movido por sue�os de ventaja,
no ha dejado de asediarme con mensajes
que reclaman la entrega de las tierras
perdidas por su padre y en buena ley ganadas
por mi valiente hermano. Esto, en cuanto a �l.

Entran VOLTEMAND y CORNELIO.

Respecto a m� y a la presente reuni�n,
el caso es como sigue: he escrito esta carta
al rey noruego, t�o de Fortinbr�s el joven,
quien, sin fuerzas y postrado, apenas sabe
la intenci�n de su sobrino, pidi�ndole
que detenga su avance, ya que toda
la tropa reclutada se compone
de s�bditos suyos. Y as� os env�o,
queridos Cornelio y Voltemand,
como portadores de mi saludo al viejo rey,
sin daros m�s poder personal
para negociar con el noruego que el fijado
ampliamente en estas cl�usulas. Adi�s,
y que vuestra rapidez sea prueba de lealtad.
VOLTEMAND
En esto como en todo ver�is nuestra lealtad.
REY
No puedo dudarlo. Cordialmente, adi�s.

Salen VOLTEMAND y CORNELIO.

Bien, Laertes, �qu� hay de nuevo?
Me hablaste de una s�plica. �Cu�l es, Laertes?
Al rey dan�s nada que sea de raz�n
le pedir�s en vano. �Qu� solicitas, Laertes,
que no pueda ser mi ofrecimiento, y no tu ruego?
La cabeza no ser� tan af�n al coraz�n,
ni la mano diligente con la boca
como el trono de Dinamarca con tu padre.
�Qu� deseas, Laertes?
LAERTES
Augusto se�or, la merced
de vuestra venia para regresar a Francia,
pues, aunque vine a Dinamarca de buen grado
a mostraros mi lealtad en vuestra coronaci�n,
ahora confieso que, cumplido mi deber,
mis pensamientos y deseos miran a Francia
y se inclinan en demanda de permiso.
REY
�Tienes la venia de tu padre? �Qu� dice Polonio?
POLONIO
S�, mi se�or.
Os suplico que le deis vuestra licencia.
REY
Disfruta de tus a�os, Laertes; tuyo sea el tiempo
y emplea tus buenas prendas a tu gusto. �
Y ahora, sobrino Hamlet e hijo m�o…
HAMLET
M�s en familia y menos familiar.
REY
�C�mo es que est�s siempre tan sombr�o?
HAMLET
No, mi se�or: es que me da mucho el sol.
REINA
Querido Hamlet, sal de tu penumbra
y mira a Dinamarca con ojos de afecto.
No quieras estar siempre, con p�rpado abatido,
buscando en el polvo a tu noble padre.
Sabes que es ley com�n: lo que vive, morir�,
pasando por la vida hacia la eternidad.
HAMLET
S�, se�ora, es ley com�n.
REINA
Si lo es, �por qu� parece para ti tan singular?
HAMLET
�Parece, se�ora? No: es. En m� no hay �parecer�.
No es mi capa negra, buena madre,
ni mi constante luto riguroso,
ni suspiros de un aliento entrecortado,
no, ni rios que manan de los ojos,
ni expresi�n deca�da de la cara,
con todos los modos, formas y muestras de dolor,
lo que puede retratarme; todo eso es �parecer�,
pues son gestos que se pueden simular.
Lo que yo llevo dentro no se expresa;
lo dem�s es ropaje de la pena.
REY
Es bueno y digno de alabanza, Hamlet,
que llores a tu padre tan fielmente,
pero sabes que tu padre perdi� un padre,
y ese padre perdi� al suyo; y que el deber filial
obligaba al hijo por un tiempo
a guardar luto. Pero aferrarse
a un duelo pertinaz es conducta
imp�a y obstinada, dolor poco viril,
y muestra voluntad contraria al cielo,
�nimo d�bil, alma impaciente,
entendimiento ignorante e inmaduro.
Pues, sabiendo que hay algo inevitable
y tan com�n como la cosa m�s normal,
�por qu� hemos de tomarlo tan a pecho
en necia oposici�n? �Vamos! Es una ofensa al cielo,
ofensa al muerto, ofensa a la realidad
y hostil a la raz�n, cuya pl�tica perpetua
es la muerte de los padres, y que siempre,
desde el primer cad�ver hasta el �ltimo,
ha proclamado: �As� ha de ser.� Te ruego
que entierres esa pena infructuosa y que veas
en m� a un padre, pues sepa el mundo
que t� eres el m�s pr�ximo a mi trono,
y que pienso prodigarte un g�nero de afecto
en nada inferior al que el m�s tierno padre
profese a su hijo. Respecto a tu prop�sito
de volver a la universidad de Wittenberg ,
no podr�a ser m�s contrario a mi deseo,
y te suplico que accedas a quedarte,
ante el gozo y alegr�a de mis ojos,
cual cortesano principal, sobrino e hijo m�o.
REINA
Que tu madre no te ruegue en vano, Hamlet:
qu�date con nosotros, no vayas a Wittenberg.
HAMLET
Har� cuanto pueda por obedeceros, se�ora.
REY
Una respuesta grata y cari�osa.
S� como yo mismo en Dinamarca.  Venid, se�ora.
El libre y gentil asentimiento de Hamlet
sonr�e a mi coraz�n; en gratitud
el rey no brindar� en este d�a
sin que el ca��n a las nubes lo proclame
y mi brindis retumbe por el cielo,
repitiendo el trueno de la tierra. Vamos.

Salen todos menos HAMLET.

HAMLET
�Ojal� que esta carne tan firme, tan s�lida,
se fundiera y derritiera hecha roc�o,
o el Eterno no hubiera promulgado
una ley contra el suicidio! �Ah, Dios, Dios,
que enojosos, rancios, in�tiles e inertes
me parecen los h�bitos del mundo!
�Me repugna! Es un jard�n sin cuidar,
echado a perder: invadido hasta los bordes
por hierbas infectas. �Haber llegado a esto!
Muerto hace dos meses… No, ni dos; no tanto.

William Shakespeare- Romeo y Julieta

William Shakespeare ROMEO Y JULIETA

 

Romeo y Julieta
DRAMATIS PERSONAE

El CORO

ROMEO
MONTESCO, su padre
SEÑORA MONTESCO
BENVOLIO, sobrino de Montesco
ABRAHAN, criado de Montesco
BALTASAR, criado de Romeo

JULIETA
CAPULETO, Su padre
SEÑORA CAPULETO
TEBALDO, su sobrino
PARIENTE DE CAPULETO
El AMA de Julieta
PEDRO criado de Capuleto
SANSÓN criado de Capuleto
GREGORIO criado de Capuleto

Della Scala, PRINCIPE de Verona
MERCUCIO pariente del Príncipe
El Conde PARIS pariente del Príncipe
PAJE de Paris

FRAY LORENZO
FRAY JUAN
Un BOTICARIO

Criados, músicos, guardias, ciudadanos, máscaras, etc.

LA TRAGEDIA DE ROMEO Y JULIETA

PRÓLOGO [Entra] el CORO ..

CORO
En Verona, escena de la acción,
dos familias de rango y calidad
renuevan viejos odios con pasión
y manchan con su sangre la ciudad.
De la entraña fatal de estos rivales
nacieron dos amantes malhadados,
cuyas desgracias y funestos males
enterrarán conflictos heredados.
El curso de un amor de muerte herido
y una ira paterna tan extrema
que hasta el fin de sus hijos no ha cedido
será en estas dos horas . nuestro tema.
Si escucháis la obra con paciencia,
nuestro afán salvará toda carencia.

[Sale.]

I.i Entran SANSÓN y GREGORIO, de la casa de los
Capuletos, armados con espada y escudo.

SANSÓN
Gregorio, te juro que no vamos a tragar saliva.
GREGORIO
No, que tan tragones no somos.
SANSÓN
Digo que si no los tragamos, se les corta el cuello.
GREGORIO
Sí, pero no acabemos con la soga al cuello.
SANSÓN
Si me provocan, yo pego rápido.
GREGORIO
Sí, pero a pegar no te provocan tan rápido.
SANSÓN
A mí me provocan los perros de los Montescos.
GREGORIO
Provocar es mover y ser valiente, plantarse, así que si te provocan, tú sales corriendo.
SANSÓN
Los perros de los Montescos me mueven a plantar¬me. Con un hombre o mujer de los Montescos me agarro a las paredes.
GREGORIO
Entonces es que te pueden, porque al débil lo em¬pujan contra la pared.
SANSÓN
Cierto, y por eso a las mujeres, seres débiles, las empujan contra la pared. Así que yo echaré de la pared a los hombres de Montesco y empujaré contra ella a las mujeres.
GREGORIO
Pero la disputa es entre nuestros amos y nosotros, sus criados.
SANSÓN
Es igual; me portaré como un déspota. Cuando haya peleado con los hombres, seré cortés con las donce¬llas: las desvergaré.
GREGORIO
¿Desvergar doncellas?
SANSÓN
Sí, desvergar o desvirgar. Tómalo por donde quieras.
GREGORIO
Por dónde lo sabrán las que lo prueben.
SANSÓN
Pues me van a probar mientras este no se encoja, y ya se sabe que soy más carne que pescado.
GREGORIO
Menos mal, que, si no, serías un merluzo. Saca el hierro, que vienen de la casa de Montesco.

Entran otros dos criados [uno llamado
ABRAHAM .

SANSÓN
Aquí está mi arma. Tú pelea; yo te guardo las es¬paldas.
GREGORIO
¿Para volver las tuyas y huir?
SANSÓN
Descuida, que no.
GREGORIO
No, contigo no me descuido.
SANSÓN
Tengamos la ley de nuestra parte: que empiecen ellos.
GREGORIO
Me pondré ceñudo cuando pase por su lado, y que se lo tomen como quieran.
SANSÓN
Si se atreven. Yo les haré burla ., a ver si se dejan insultar.
ABRAHÁN
¿Nos hacéis burla, señor?
SANSóN
Hago burla.
ABRAHÁN
¿Nos hacéis burla a nosotros, señor?
SANSÓN [aparte a GREGORIO]
¿Tenemos la ley de nuestra parte si digo que sí?
GREGORIO [aparte a SANSÓN]
No.
SANSÓN
No, señor, no os hago burla. Pero hago burla, señor.
GREGORIO
¿Buscáis pelea?
ABRAHÁN
¿Pelea? No, señor.
SANSÓN
Mas si la buscáis, aquí estoy yo: criado de tan buen amo como el vuestro.
ABRAHÁN
Mas no mejor.
SANSÓN
Pues…

Entra BENVOLIO.

GREGORIO [aparte a SANSóN]
Di que mejor: ahí viene un pariente del amo ..
SANSÓN
Sí, señor: mejor.
ABRAHÁN
¡Mentira!
SANSÓN
Desenvainad si sois hombres. Gregorio, recuerda tu mandoble.

Pelean.

BENVOLIO [desenvaina]
¡Alto, bobos! Envainad; no sabéis lo que hacéis.

Entra TEBALDO.

TEBALDO
¿Conque desenvainas contra míseros esclavos?
Vuélvete, Benvolio, y afronta tu muerte.
BENVOLIO
Estoy poniendo paz. Envaina tu espada
o ven con ella a intenta detenerlos.
TEBALDO
¿Y armado hablas de paz? Odio esa palabra
como odio el infierno, a ti y a los Montescos.
¡Vamos, cobarde!

[Luchan.]
Entran tres o cuatro CIUDADANOS con palos.

CIUDADANOS
¡Palos, picas, partesanas! ¡Pegadles! ¡Tumbadlos!
¡Abajo con los Capuletos! ¡Abajo con los Montescos!

Entran CAPULETO, en bata ., y su espo¬sa
[la SEÑORA CAPULETO].

CAPULETO
¿Qué ruido es ese? ¡Dadme mi espada de guerra!
SEÑORA CAPULETO
¡Dadle una muleta!  ¿Por qué pides la espada?

Entran MONTESCO y su esposa
[la SEÑO¬RA MONTESCO].

CAPULETO
¡Quiero mi espada! ¡Ahí está Montesco, blandiendo su arma en desafío!
MONTESCO
¡Infame Capuleto!  ¡Suéltame, vamos!
SEÑORA MONTESCO
Contra tu enemigo no darás un paso.

Entra el PRINCIPE DELLA SCALA, con su séquito.

PRÍNCIPE
¡Súbditos rebeldes, enemigos de la paz,
que profanáis el acero con sangre ciudadana! ?
¡No escuchan!  ¡Vosotros, hombres, bestias,
que apagáis el ardor de vuestra cólera
con chorros de púrpura que os salen de las venas!
¡Bajo pena de tormento, arrojad de las manos
sangrientas esas mal templadas armas
y oíd la decisión de vuestro Príncipe!
Tres refriegas, que, por una palabra de nada,
vos causasteis, Capuleto, y vos, Montesco,
tres veces perturbaron la quietud de nuestras calles
e hicieron que los viejos de Verona
prescindiesen de su grave indumentaria
y con viejas manos empuñasen viejas armas,
corroídas en la paz, por apartaros
del odio que os corroe. Si causáis
otro disturbio, vuestra vida será el precio.
Por esta vez, que todos se dispersen.
Vos, Capuleto, habréis de acompañarme.
Montesco, venid esta tarde a Villa Franca .,
mi Palacio de Justicia, a conocer
mis restantes decisiones sobre el caso.
¡Una vez más, bajo pena de muerte, dispersaos!

Salen [todos, menos MONTESCO, la
SE„ORA MONTESCO y BENVOLIO].

MONTESCO
¿Quién ha renovado el viejo pleito?
Dime, sobrino, ¿estabas aquí cuando empezó?
BENVOLIO
Cuando llegué, los criados de vuestro adversario
estaban enzarzados con los vuestros.
Desenvainé por separarlos. En esto apareció
el fogoso Tebaldo, espada en mano,
y la blandía alrededor de la cabeza,
cubriéndome de insultos y cortando el aire,
que, indemne, le silbaba en menosprecio.
Mientras cruzábamos tajos y estocadas,
llegaron más, y lucharon de uno y otro lado
hasta que el Príncipe vino y pudo separarlos.
SEÑORA MONTESCO
¿Y Romeo? ¿Le has visto hoy? Me alegra
el ver que no ha estado en esta pelea.
BENVOLIO
Señora, una hora antes de que el astro rey
asomase por las áureas ventanas del oriente,
la inquietud me empujó a pasear.
Entonces, bajo unos sicamores
que crecen al oeste de Verona,
caminando tan temprano vi a vuestro hijo.
Fui hacia él, que, advirtiendo mi presencia,
se escondió en el boscaje.
Medí sus sentimientos por los míos,
que ansiaban un espacio retirado
(mi propio ser entristecido me sobraba),
seguí mi humor al no seguir el suyo .
y gustoso evité a quien por gusto me evitaba.
MONTESCO
Le han visto allí muchas mañanas, aumentando
con su llanto el rocío de la mañana,
añadiendo a las nubes sus nubes de suspiros.
Mas, en cuanto el sol, que todo alegra,
comienza a descorrer por el remoto oriente
las oscuras cortinas del lecho de Aurora,
mi melancólico hijo huye de la luz
y se encierra solitario en su aposento,
cerrando las ventanas, expulsando toda luz
y creándose una noche artificial ..
Este humor será muy sombrío y funesto
si la causa no la quita el buen consejo.
BENVOLIO
Mi noble tío, ¿conocéis vos la causa?
MONTESCO
Ni la conozco, ni por él puedo saberla.
BENVOLIO
¿Le habéis apremiado de uno a otro modo?
MONTESCO
Sí, y también otros amigos,
mas él sólo confía sus sentimientos
a sí mismo, no sé si con acierto,
y se muestra tan callado y reservado,
tan insondable y tan hermético
como flor comida por gusano
antes de abrir sus tiernos pétalos al aire
o al sol ofrecerle su hermosura.
Si supiéramos la causa de su pena,
le daríamos remedio sin espera.

Entra ROMEO.

BENVOLIO
Ahí viene. Os lo ruego, poneos a un lado:
me dirá su dolor, si no se ha obstinado.
MONTESCO
Espero que, al quedarte, por fin oigas
su sincera confesión. Vamos, señora.

Salen [MONTESCO y la
SEÑORA MON¬TESCO].

BENVOLIO
Buenos días, primo.
ROMEO
¿Ya es tan de mañana?
BENVOLIO
Las nueve ya han dado.
ROMEO
¡Ah! Las horas tristes se alargan.
¿Era mi padre quien se fue tan deprisa?
BENVOLIO
Sí. ¿Qué tristeza alarga las horas de Romeo?
ROMEO
No tener lo que, al tenerlo, las abrevia.
BENVOLIO
¿Enamorado?
ROMEO
Cansado.
BENVOLIO
¿De amar?
ROMEO
De no ser correspondido por mi amada.
BENVOLIO
¡Ah! ¿Por qué el amor, de presencia gentil,
es tan duro y tiránico en sus obras?
ROMEO
¡Ah! ¿Por qué el amor, con la venda en los ojos,
puede, siendo ciego imponer sus antojos?
¿Dónde comemos? .. ¡Ah! ¿Qué pelea ha habido?
No me lo digas, que ya lo sé todo.
Tumulto de odio, pero más de amor.
¡Ah, amor combativo! ¡Ah, odio amoroso!
¡Ah, todo, creado de la nada!
¡Ah, grave levedad, seria vanidad, caos deforme
de formas hermosas, pluma de plomo,
humo radiante, fuego glacial, salud enfermiza,
sueño desvelado, que no es lo que es!
Yo siento este amor sin sentir nada en él.
¿No te ríes?
BENVOLIO
No, primo; más bien lloro.
ROMEO
¿Por qué, noble alma?
BENVOLIO
Porque en tu alma hay dolor.
ROMEO
Así es el pecado del amor:
mi propio pesar, que tanto me angustia,
tú ahora lo agrandas, puesto que lo turbas
con el tuyo propio. Ese amor que muestras
añade congoja a la que me supera.
El amor es humo, soplo de suspiros:
se esfuma, y es fuego en ojos que aman;
refrénalo, y crece como un mar de lágrimas.
¿Qué cosa es, si no? Locura juiciosa,
amargor que asfixia, dulzor que conforta.
Adiós, primo mío.
BENVOLIO
Voy contigo, espera;
injusto serás si ahora me dejas.
ROMEO
¡Bah! Yo no estoy aquí, y me hallo perdido.
Romeo no es este: está en otro sitio.
BENVOLIO
Habla en serio y dime quién es la que amas.
ROMEO
¡Ah! ¿Quieres oírme gemir?
BENVOLIO
¿Gemir? No: quiero que digas en serio quién es.
ROMEO
Pídele al enfermo que haga testamento;
para quien tanto lo está, es un mal momento.
En serio, primo, amo a una mujer.
BENVOLIO
Por ahí apuntaba yo cuando supe que amabas.
ROMEO
¡Buen tirador! Y la que amo es hermosa.
BENVOLIO
Si el blanco es hermoso, antes se acierta.
ROMEO
Ahí has fallado: Cupido no la alcanza
con sus flechas; es prudente cual Diana:
su casta coraza la protege tanto
que del niño Amor no la hechiza el arco.
No puede asediarla el discurso amoroso,
ni cede al ataque de ojos que asaltan,
ni recoge el oro que tienta hasta a un santo.
En belleza es rica y su sola pobreza
está en que, a su muerte, muere su riqueza.
BENVOLIO
¿Así que ha jurado vivir siempre casta?
ROMEO
Sí, y con ese ahorro todo lo malgasta:
matando lo bello por severidad
priva de hermosura a la posteridad.
Al ser tan prudente con esa belleza
no merece el cielo, pues me desespera.
No amar ha jurado, y su juramento
a quien te lo cuenta le hace vivir muerto.
BENVOLIO
Hazme caso y no pienses más en ella.
ROMEO
Enséñame a olvidar.
BENVOLIO
Deja en libertad a tus ojos:
contempla otras bellezas.
ROMEO
Así estimaré la suya en mucho más.
Esas máscaras negras que acarician
el rostro de las bellas nos traen al recuerdo
la belleza que ocultan. Quien ciego ha quedado
no olvida el tesoro que sus ojos perdieron.
Muéstrame una dama que sea muy bella.
¿Qué hace su hermosura sino recordarme
a la que supera su belleza?
Enseñarme a olvidar no puedes. Adiós.
BENVOLIO
Pues pienso enseñarte o morir tu deudor.

Salen.

I.ii Entran CAPULETO, el Conde PARIS y el gracioso
[CRIADO de Capuleto].

CAPULETO
Montesco está tan obligado como yo,
bajo la misma pena. A nuestros años
no será difícil, creo yo, vivir en paz.
PARIS
Ambos gozáis de gran reputación y es lástima
que llevéis enfrentados tanto tiempo.
En fin, señor, ¿qué decís a este pretendiente?
CAPULETO
Lo que ya he dicho antes:
mi hija nada sabe de la vida;
aún no ha llegado a los catorce.
Dejad que muera el esplendor de dos veranos
y habrá madurado para desposarse.
PARIS
Otras más jóvenes ya son madres felices.
CAPULETO
Quien pronto se casa, pronto se amarga.
Mis otras esperanzas las cubrió la tierra;
ella es la única que me queda en la vida.
Mas cortejadla, Paris, enamoradla,
que en sus sentimientos ella es la que manda.
Una vez que acepte, daré sin reservas
mi consentimiento al que ella prefiera.
Esta noche doy mi fiesta de siempre,
a la que vendrá multitud de gente,
y todos amigos. Uníos a ellos
y con toda el alma os acogeremos.
En mi humilde casa esta noche ved
estrellas terrenas el cielo encender.
La dicha que siente el joven lozano
cuando abril vistoso muda el débil paso
del caduco invierno, ese mismo goce
tendréis en mi casa estando esta noche
entre mozas bellas. Ved y oíd a todas,
y entre ellas amad a la más meritoria;
con todas bien vistas, tal vez al final
queráis a la mía, aunque es una más.
Venid vos conmigo. [Al CRIADO.] Tú ve por Verona,
recorre sus calles, busca a las personas
que he apuntado aquí; diles que mi casa,
si bien les parece, su presencia aguarda.

Sale [con el Conde PARIS].

CRIADO
¡Que busque a las personas que ha apuntado aquí! Ya lo dicen: el zapatero, a su regla; el sastre, a su horma; el pescador, a su brocha, y el pintor, a su red. Pero a mí me mandan que busque a las personas que ha apuntado, cuando no sé leer los nombres que ha escrito el escribiente. Preguntaré al instruido.

Entran BENVOLIO y ROMEO.

¡Buena ocasión!
BENVOLIO
Vamos, calla: un fuego apaga otro fuego;
el pesar de otro tu dolor amengua;
si estás mareado, gira a contrapelo;
la angustia insufrible la cura otra pena.
Aqueja tu vista con un nuevo mal
y el viejo veneno pronto morirá.
ROMEO
Las cataplasmas son grandes remedios.
BENVOLIO
Remedios, ¿contra qué!
ROMEO
Golpe en la espinilla.
BENVOLIO
Pero, Romeo, ¿tú estás loco?
ROMEO
Loco, no; más atado que un loco:
encarcelado, sin mi alimento, azotado
y torturado, y… Buenas tardes, amigo.
CRIADO
Buenas os dé Dios. Señor, ¿sabéis leer?
ROMEO
Sí, mi mala fortuna en mi adversidad.
CRIADO
Eso lo habréis aprendido de memoria. Pero, os lo ruego, ¿sabéis leer lo que veáis?
ROMEO
Si conozco el alfabeto y el idioma, sí.
CRIADO
Está claro. Quedad con Dios.
ROMEO
Espera, que sí sé leer.

Lee el papel.

«El signor Martino, esposa e hijas.
El conde Anselmo y sus bellas hermanas.
La viuda del signor Vitruvio.
El signor Piacencio y sus lindas sobrinas.
Mercucio y su hermano Valentino.
Mi tío Capuleto, esposa a hijas.
Mi bella sobrina Rosalina y Livia.
El signor Valentio y su primo Tebaldo.
Lucio y la alegre Elena.»

Bella compañía. ¿Adónde han de ir?
CRIADO
Arriba.
ROMEO
¿Adónde? ¿A una cena?
CRIADO
A nuestra casa.
ROMEO
¿A casa de quién?
CRIADO
De mi amo.
ROMEO
Tenía que habértelo preguntado antes.
CRIADO
Os lo diré sin que preguntéis. Mi amo es el grande y rico Capuleto, y si vos no sois de los Montescos, venid a echar un trago de vino. Quedad con Dios.

Sale.
BENEVOLIO
En el festín tradicional de Capuleto
estará tu amada, la bella Rosalina .,
con las más admiradas bellezas de Verona.
Tú ve a la fiesta: con ojo imparcial
compárala con otras que te mostraré,
y, en lugar de un cisne, un cuervo has de ver.
ROMEO
Si fuera tan falso el fervor de mis ojos,
que mis lágrimas se conviertan en llamas,
y si se anegaron, siendo mentirosos,
y nunca murieron, cual herejes ardan.
¡Otra más hermosa! Si todo ve el sol,
su igual nunca ha visto desde la creación.
BENVOLIO
Te parece bella si no ves a otras:
tus ojos con ella misma la confrontan.
Pero si tus ojos hacen de balanza,
sopesa a tu amada con cualquier muchacha
que pienso mostrarte brillando en la fiesta,
y lucirá menos la que ahora te ciega.
ROMEO
Iré, no por admirar a las que elogias,
sino sólo el esplendor de mi señora.

[Salen. ]

William Shakespeare- Sueño de una Noche de San Juan

Sueño de una noche de San Juan William Shakespeare

Dramatis person�
TESEO, duque de Atenas.
EGEO, padre de Hermia.
LISANDRO y DEMETRIO, enamorados de Hermia.
FILOSTRATO, director de fiestas de Teseo.
CARTAB�N, carpintero.
BERBIQU�, ebanista.
LANZADERA, tejedor.
FLAUTA, remiendafuelles.
HOCICO, calderero.
HAMBR�N, sastre.
HIP�LITA, reina de las Amazonas, prometida de Teseo.
HERMIA, hija de Egeo, enamorada de Lisandro.
ELENA, enamorada de Demetrio.
OBER�N, rey de las hadas.
TITANIA, reina de las hadas.
PUCK, o ROBIN EL BUEN CHICO, duende.
CHICHARILLO, TELARA�A, POLILLA y MOSTAZA, hadas.
P�RAMO, TISBE, MURO, CLARO DE LUNA y LE�N, personajes del entrem�s.
Otras hadas al servicio de sus reyes. S�quito de Teseo e Hip�lita
ESCENA: En Atenas y en un bosque contiguo

Acto primero Escena primera

ATENAS. -EL PALACIO DE TESEO.
Entran TESEO, HIP�LITA, FILOSTRATO y acompa�amiento.
TESEO. -Gentil Hip�lita, la hora de nuestras nupcias se acerca ya. Cuatro felices d�as traer�n la luna
nueva. Pero �oh, cu�n lenta me parece en menguar la vieja! Aniquila mis esperanzas como una suegra o una
viuda que no acaba de morirse y consume las rentas del joven heredero.
HIP�LITA. -Cuatro d�as ceder�n pronto a otras noches; cuatro noches ver�n pronto volar el tiempo como
un sue�o, y entonces la luna, semejante a un arco de plata reci�n curvado en el cielo, alumbrar� la noche de
nuestras solemnidades.
TESEO. -Ve, Filostrato, prepara a la juventud ateniense para las diversiones; despierta el esp�ritu
bullicioso y vivaz de la alegr�a; relega la tristeza los funerales; la p�lida compa�era no conviene a nuestros
regocijos. (Sale FILOSTRATO.) Hip�lita, gan� tu coraz�n con mi espada y merec� tu amor ofendi�ndote,
pero me desposar� contigo de bien distinto modo en medio de la pompa, el triunfo y los festines.
Entran EGEO, HERMIA, LISANDRO y DEMETRIO.
EGEO. -�Felicidades a Teseo, nuestro excelso duque!
TESEO. -�Gracias, buen Egeo! �Qu� te trae por aqu�?
EGEO. -Vengo, lleno de pesadumbre, a presentaros queja contra mi hija Hermia… Acercaos, Demetrio…
Este hombre tiene mi consentimiento para casarse con ella… Acercaos, Lisandro…, pero �ste, bondadoso
duque, ha hechizado el coraz�n de mi ni�a… T�, t�, Lisandro; t� has compuesto versos para ella y cambiado
presentes amorosos; a la luz de la luna has cantado al pie de su ventana con voz enga�adora trovas de un
amor fingido; y has fascinado las impresiones de su imaginaci�n con brazaletes de tus cabellos, anillos,
adornos, frusler�as, caprichos, ramilletes, bagatelas y confites, mensajeros que a menudo prevalecen sobre la
inexperta juventud; con astucia has extraviado el coraz�n de mi hija, convirtiendo la obediencia que me debe
en tenaz obstinaci�n. Por tanto, ben�volo duque, si aqu�, en presencia de Vuestra Gracia, mi hija no
consiente en casarse con Demetrio, reclamo el antiguo privilegio de Atenas; como m�a que es, puedo
disponer de ella, la cual deber� elegir entre la mano de este caballero o la muerte inmediata, conforme a
nuestras leyes establecidas para este caso.
TESEO. -�Qu� dec�s, Hermia? Reflexionad, hermosa doncella. Para vos, vuestro padre debe ser como un
dios; el solo autor de vuestras gracias, s�, y el solo para quien s�lo sois como una forma de cera por �l
modelada y sobre la cual tiene el poder de conservar o borrar la figura. Demetrio es un caballero digno.
HERMIA. -Tambi�n lo es Lisandro.
TESEO. -Personalmente, s�, pero falt�ndole en este particular la venia de vuestro padre, el otro debe ser el
preferido.
HERMIA. -�Quisiera que mi padre no mirara sino con mis ojos!
TESEO. -M�s bien vuestros ojos debieran mirar con su discernimiento.
HERMIA. -Suplico a Vuestra Gracia me perdone. No s� qu� secreto me hace atrevida ni en qu� grado
convenga a mi pudor el abogar por mis pensamientos en presencia de tan augusta persona, pero ruego a
Vuestra Gracia se digne comunicarme lo peor que en este caso pueda sobrevenirme si reh�so casarme con
Demetrio.
TESEO. -O perder la vida o renunciar para siempre a la sociedad de los hombres. Por tanto, hermosa
Hermia, consultad con vuestro coraz�n, considerad vuestra juventud, examinad vuestras inclinaciones con
objeto de saber si, no accediendo a la elecci�n de vuestro padre, podr�is soportar el h�bito de religiosa y
quedar desde luego encerrada en las sombras del claustro a vivir vuestra vida de hermana est�ril, entonando
desmayados himnos a la yerta y �rida luna. Tres veces benditas aquellas que pueden dominar sus pasiones y
sobrellevar tan casta peregrinaci�n, pero m�s dichosa es en la Tierra la rosa cuya esencia destilamos que la
que, marchit�ndose en su tallo virgen, crece, vive y muere en bendici�n solitaria.
HERMIA. -As� quiero crecer, as� vivir y as� morir, se�or, antes que sacrificar mi virginidad a un hombre
cuyo yugo rechaza mi alma y de quien no puedo aceptar la soberan�a.
TESEO. -Pensadlo detenidamente; y por la pr�xima luna nueva -d�a en que ha de sellarse entre mi
prometida y yo el v�nculo de eterna compa��a- preparaos a morir por desobediencia a la voluntad de vuestro
padre, o por el contrario, a casaros con Demetrio, como �l desea, o jurar para siempre ante el altar de Diana
austeridad y solitaria vida.
DEMETRIO. -Ceded, dulce Hermia, y renuncia, Lisandro, a tu loca pretensi�n ante la evidencia de mi
derecho.
LISANDRO. -Ten�is el amor de su padre, Demetrio; casaos con �l y dejadme a Hermia.
EGEO. -�Insolente Lisandro! Cierto que tiene mi amor, y por mi amor le doy lo que es m�o. Y pues ella
es m�a, transmito a Demetrio todos mis derechos sobre ella.
LISANDRO. -Se�or: soy tan bien nacido como �l y mi posici�n es igual a la suya. En amor le aventajo;
mi fortuna es en todos sentidos tan alta, cuando no superior, a la de Demetrio. Y lo que vale m�s que todas
estas ostentaciones: soy el preferido de la hermosa Hermia. �Por qu�, entonces, no he de sostener mis
derechos? Demetrio -lo declaro ante su rostro- ha cortejado a Elena, la hija de Nedar, y ha conquistado su
coraz�n; y ella, inocente se�ora, ama, ama entra�ablemente, ama con idolatr�a a este hombre inconstante y
desleal.
TESEO. -Debo confesar que ha llegado a mis o�dos, y pensaba hablar de ello a Demetrio, pero
preocupado con mis asuntos, se me olvid�. Acercaos, pues, Demetrio, y vos tambi�n, Egeo; acompa�adme:
tengo que comunicaros algunas instrucciones particulares. En cuanto a vos, hermosa Hermia, mirad de
acomodar vuestro �nimo a la voluntad de vuestro padre, o de lo contrario, a sufrir la ley de Atenas, que en
modo alguno podemos atenuar, la cual os condena a muerte o al voto de vida c�libe. Vamos, querida
Hip�lita; �c�mo os sent�s, amada m�a? Demetrio, y vos, Egeo, seguidme; tengo que confiaros una misi�n en
lo relativo a nuestras bodas y conferenciar con vosotros acerca de algo m�s inmediato, que os interesa
personalmente.
EGEO. -Os seguimos, obedientes y gustosos.
(Salen TESEO, HIP�LITA, EGEO, DEMETRIO y acompa�amiento.)
LISANDRO. -�Qu� te pasa, amor m�o? �Por qu� palidecen tanto tus mejillas? �C�mo sus rosas se
decoloran tan pronto?
HERMIA. -Presumo que por falta de lluvia, que podr�a regarlas sobradamente con la tormenta de mis
ojos.
LISANDRO. -�Ay de m�! Porque jam�s he podido leer en conseja o en historia que se haya deslizado
exenta de borrasca la corriente del amor verdadero, sino que unas veces lo motiv� la diferencia de linaje…
HERMIA. -�Oh, suplicio! �Encadenar lo encumbrado a lo humilde!
LISANDRO. -Otras la desproporci�n en la edad…
HERMIA. -�Oh, desdicha! �Enlazarse la vejez con la juventud!
LISANDRO. -Otras la elecci�n de los amigos…
HERMIA. -�Oh, infierno! �Escoger amor con ojos extra�os!
LISANDRO. -O si en la elecci�n cab�a simpat�a, la guerra, la muerte, la enfermedad salen al paso,
haci�ndola moment�neamente como un eco, fugaz como una sombra, breve como un corto sue�o, r�pida
como un rel�mpago en noche oscura que bruscamente ilumina cielo y tierra, y antes que el hombre tenga
tiempo de decir ��Mira!�, las tinieblas le absorben con sus fauces. �Tan pronto en las cosas resplandecientes
sobreviene la disipaci�n!
HERMIA. -Pues si los verdaderos enamorados han padecido siempre contrariedades, ser� por decreto del
Destino. Aprendamos, pues, a sobrellevar ese inconveniente con paciencia, toda vez que es una cruz
habitual, tan propia del amor como los ensimismamientos, las ilusiones, los suspiros, los deseos y las
l�grimas, triste s�quito de la fantas�a.
LISANDRO. -Prudente consejo. Por tanto, esc�chame, Hermia: tengo una t�a viuda, anciana muy
opulenta y sin hijos. Su casa dista siete leguas de Atenas, y ella me considera como si fuese su hijo �nico.
All�, gentil Hermia, puedo casarme contigo, y en ese lugar no podr� perseguirnos la dura ley de Atenas. Si,
en efecto, me amas, abandona ma�ana por la noche la casa de tu padre, y yo te aguardar� en el bosque, a una
legua de la ciudad, en el punto mismo donde te hall� una vez con Elena cuando ibais a celebrar los ritos de la
aurora de mayo.
HERMIA. -�Mi amado Lisandro! Te juro, por el arco m�s fuerte de Cupido, por su mejor flecha de punta
dorada, por el candor de las palomas de Venus, por cuanto une las almas y ampara los amores y por aquel
fuego que abrasaba a la reina de Cartago cuando vio al perjuro troyano huyendo a velas desplegadas; por
todos los juramentos violados por los hombres -que alcanzan mayor guarismo que todas las promesas de
mujeres-, ma�ana sin falta me unir� contigo.
LISANDRO. -�Cumple tu promesa, amada m�a! Mira, aqu� viene Elena.

(Entra ELENA.)

HERMIA. -�Dios guarde a la hermosa Elena! �Ad�nde te encaminas?
ELENA. -�Hermosa me llamas? No vuelvas a decir eso de hermosa. �Demetrio es quien ama a la
hermosura! �Oh, feliz hermosura! �Vuestros ojos son estrellas polares, y el trino de vuestras voces ofrece
m�s dulzura que el canto de la alondra al o�do del pastor cuando se hallan los trigos tan en cierne y asoman
los capullos del espino! Las enfermedades son contagiosas. �Oh! Si lo fueran las gracias, se me pegar�an las
tuyas, hermosa Hermia, antes de dejarte. Mi o�do adquirir�a tu voz; mis ojos tus miradas; mi acento la suave
melod�a del tuyo. Fuera m�o el mundo y, Demetrio exceptuado, dar�a todo lo dem�s por cambiarme contigo.
�Oh, ens��ame c�mo hechizas y con qu� arte diriges los impulsos del coraz�n de Demetrio!
HERMIA. -Le miro ce�uda y a�n as� me ama.
ELENA. -�Oh, que pudieran aprender mis sonrisas la magia de tu ce�o!
HERMIA. -Le echo maldiciones y, no obstante, me adora.
ELENA. -�Oh, que pudieran mis s�plicas obtener semejante cari�o!
HERMIA. -Cuanto m�s le odio m�s me persigue.
ELENA. -Cuanto m�s le amo m�s me aborrece.
HERMIA. -Su pasi�n insensata no es culpa m�a, Elena.
ELENA. -No, pero lo es de tu hermosura. �Ojal� fuera m�a esa culpa!
HERMIA. -Consu�late: no volver� a ver mi rostro. Lisandro y yo vamos a abandonar estos lugares. Antes
de conocer a Lisandro me parec�a Atenas un para�so. �Oh, cu�nta felicidad residir� en mi amor, que ha
convertido un cielo en un infierno!
LISANDRO. -Elena, os revelamos nuestros prop�sitos. Ma�ana a la noche, cuando Febe contemple su
rostro argentino en el cristal de las ondas, engalanando con l�quidas perlas las hojas del c�sped -hora siempre
propicia a la fuga de los amantes- hemos resuelto transponer furtivamente las puertas de Atenas.
HERMIA. -Y all� en el bosque, donde t� y yo, reclinadas sobre humildes lechos de rosas, exhal�bamos
las dulces cuitas de nuestros corazones, nos reuniremos mi Lisandro y yo; y apartando de all� la vista de
Atenas, buscaremos nuevos amigos y compa��as extra�as. �Adi�s, dulce compa�era de mi ni�ez! �Ruega por
nosotros, y que te depare la buena suerte a tu Demetrio! �Cumple tu promesa, Lisandro! Hasta ma�ana a la
medianoche hemos de privar a nuestros ojos del alimento de los amantes.

 

(Sale HERMIA.)

LISANDRO. -As� ha de ser, Hermia adorada. �Adi�s, Elena! Que os ame Demetrio en la medida que vos
a �l. (Sale.)
ELENA. -�Cu�nto m�s felices logran ser unos que otros! En toda Atenas se me tiene por su igual en
hermosura, pero �de qu� me sirve? Demetrio no lo cree as�. Se niega a reconocer lo que todos, menos �l,
reconocen. Y as� como �l se enga�a, fascinado por los ojos de Hermia, as� yo me ciego, enamorada de sus
cualidades. El amor puede transformar las cosas bajas y viles en dignas y excelsas. El amor no ve con los
ojos, sino con el alma, y por eso pintan ciego al alado Cupido. Ni en la mente de Amor se ha registrado se�al
alguna de discernimiento. Alas sin ojos son emblema de imprudente premura, y a causa de ello se dice que el
amor es un ni�o, porque en la elecci�n yerra frecuentemente. As� como se ve a los ni�os traviesos infringir
en los juegos sus juramentos, as� el rapaz Amor es perjuro en todas partes. Porque antes de ver Demetrio los
ojos de Hermia me graniz� de juramentos, asegur�ndome que era s�lo m�o; y cuando esta granizada sinti� el
calor de su presencia, se disolvi�, derriti�ndose el chaparr�n de votos. Voy a revelarle la fuga de la hermosa
Hermia; no dejar� de perseguirla ma�ana por la noche en el bosque; y por este aviso, con s�lo que me d� las
gracias habr� recibido un alto precio. Pero bastar� a mitigar mi pena el poder all� mirarle y retornar. (Sale.)
Escena II
EL MISMO LUGAR. APOSENTO EN CASA DE CARTAB�N.
Entran CARTAB�N, BERBIQU�, LANZADERA, FLAUTA, HOCICO y HAMBR�N.
CARTAB�N. -�Est� aqu� toda la compa��a?
LANZADERA. -Ser�a mejor ir nombrando uno a uno con arreglo a la lista.
CARTAB�N. -He aqu� la nota con el nombre de todos los que en Atenas se consideran aptos para
trabajar en el entrem�s que ha de representarse ante el duque y la duquesa en la noche de sus bodas.
LANZADERA. -Primeramente, querido Pedro Cartab�n, di de qu� trata la obra; luego lee el nombre de
los actores, y as� nos entenderemos.
CARTAB�N. -Pues bien: representamos La muy dolorosa comedia y crudel�sima muerte de P�ramo y
Tisbe.
LANZADERA. -Excelente pieza, ya lo creo, y muy divertida. Ahora, querido Pedro Cartab�n, llama a los
actores por orden de lista. �Se�ores, alinearse!
CARTAB�N. -Responded conforme os vaya llamando. �Col�s Lanzadera, el tejedor!
LANZADERA. -Listo. Di qu� parte me corresponde, y sigue.
CARTAB�N. -A ti, Col�s Lanzadera, te ha tocado hacer de P�ramo.
LANZADERA. -�Qu� es P�ramo, un amante o un tirano?
CARTAB�N. -Un amante que se mata muy galantemente por amores.
LANZADERA. -Eso requiere ciertas l�grimas para su verdadera ejecuci�n. Si corre a mi cargo, cuide el
auditorio de sus ojos. Provocar� tormentas y me condoler� en la justa medida. Venga el resto. No obstante,
mi fuerte es el tirano. Representar�a a H�rcules de un modo formidable o cualquier papel de rompe y rasga
en que hiciera todo trizas.
Rechinan las rocas duras
y, retemblando inseguras,
romper�n las cerraduras
de la l�brega prisi�n.
Y la carroza solar,
que lejos ha de brillar,
har� a los hados da�ar
trayendo la destrucci�n.
�Esto es grandioso! Ahora sigue nombrando el resto de los actores. �He aqu� el estilo de H�rcules, el
estilo del tirano! �Un amante es m�s sentimental!
CARTAB�N. -�Francisco Flauta, el remiendafuelles!
FLAUTA. -�Presente, Pedro Cartab�n!
CARTAB�N. -T� tienes que cargar con Tisbe.
FLAUTA. -�Qu� es Tisbe? �Caballero andante?
CARTAB�N. -�Es la se�ora a quien debe amar P�ramo!
FLAUTA. -No, a fe m�a, no me deis papeles de mujer. Me est� saliendo la barba.
CARTAB�N. -Eso no importa. Representar�s con careta y podr�s fingir la voz como gustes.
LANZADERA. -Si es cosa de ocultar el rostro, dejadme hacer tambi�n el papel de Tisbe. Musitar� con
una vocecita afeminada: ��Tisbe, Tisbe! �Ah, P�ramo, amor m�o! �Tu querida Tisbe! �Tu amorosa dama!�
CARTAB�N. -No, no; t� tienes que representar a P�ramo, y t�, Flauta, a Tisbe.
LANZADERA. -Bueno, contin�a.
CARTAB�N. -�Ruperto Hambr�n, el sastre!
HAMBR�N. -�Presente, Pedro Cartab�n!
CARTAB�N. -Ruperto Hambr�n: t� debes representar a la madre de Tisbe. �Tom�s Hocico, el calderero!
HOCICO. -�Presente, Pedro Cartab�n!
CARTAB�N. -T� al padre de P�ramo; yo, al padre de Tisbe. Berbiqu�, el ebanista: t� llevar�s la parte del
Le�n! y con esto creo que estar� bien distribuida la comedia.
BERBIQU�. -�Tienes escrita la parte del Le�n? Te ruego que me la des, si la tienes, porque aprendo
despacio.
CARTAB�N. -Puedes improvisar, pues no tienes que hacer m�s que rugir.
LANZADERA. -�D�jame que yo tambi�n represente al Le�n! Rugir� de modo que dar� gusto o�rme.
Rugir� de manera que har� decir al duque: ��Que ruja otra vez! �Que ruja otra vez!�
CARTAB�N. -Lo har�as con demasiada ferocidad, se espantar�an la duquesa y las damas hasta el punto
de dar gritos, y eso ser�a lo bastante para que nos ahorcaran a todos.
TODOS. -�No quedar�a hijo de madre sin ahorcar!
LANZADERA. -Os concedo, amigos, que si asust�semos a las damas hasta ponerlas fuera de s�, no
hallar�an cosa m�s discreta que ahorcarnos, pero yo apagar� mi voz de manera que os ruja como tierna
palomilla. Os rugir� como si fuese un ruise�or.
CARTAB�N. -No puedes representar m�s papel que el de P�ramo; P�ramo es un hombre simp�tico, un
hombre tan apuesto como el que m�s en d�a de verano, un hombre en extremo amable y caballeroso. Por
consiguiente, es necesario que t� representes a P�ramo.
LANZADERA. -Bueno, pues me encargar� de �l. �Qu� barba ser� mejor para representarlo?
CARTAB�N. -�Bah! La que quieras.
LANZADERA. -Llenar� mi cometido con tu barba color de paja, con la de color de naranja, con la de
color de p�rpura intenso o con la de color de la corona de Francia: enteramente amarilla.
CARTAB�N. -Algunas coronas francesas no tienen pelo alguno, y tendr�as que representar calvo. Pero
se�ores, he aqu� vuestros papeles; os suplico, encarezco y recomiendo que los teng�is aprendidos para
ma�ana por la noche y vay�is a buscarme, a la luz de la luna, al bosque de palacio, a una milla del pueblo.
All� ensayaremos, pues si nos reuni�ramos en la ciudad, nos acosar�a la gente y conocer�an nuestro
argumento. Mientras har� una lista de los admin�culos necesarios para la representaci�n. �No me falt�is, os
ruego!
LANZADERA. -All� nos reuniremos y podremos ensayar con m�s holgura y atrevimiento. T�mate esas
molestias; hazlo bien; adi�s.
CARTAB�N. -La cita es en la encina del duque.
LANZADERA. -Basta: herrar o quitar el banco. (Salen.)
. –

Acto segundo Escena primera

UN BOSQUE CERCA DE ATENAS.
Entran por distintos lados un HADA y PUCK.
PUCK. -�Hola, esp�ritu! �Hacia d�nde vagas?
HADA. -Sobre el llano y la colina, entre arbustos y rosales silvestres, sobre el parque y el cercado, por
entre el agua y el fuego; por todas partes vago m�s r�pida que la esfera de la luna, y sirvo a la reina de las
hadas para rociar sus c�rculos verdes. Las altas velloritas son sus predilectas. Ver�is manchas en sus mantos
de oro: son los rub�es, ofrendas de hadas; en sus motas rojizas residen sus perfumes. All� debo buscar
algunas gotas de roc�o y prender una perla en la oreja de cada pr�mula. �Adi�s, t�, el m�s grave de los
esp�ritus! Me voy. Nuestra reina y todo su s�quito vendr�n en seguida.
PUCK. -El rey celebra aqu� sus fiestas esta noche. Cuida de que la reina no se presente ante su vista, pues
Ober�n est� muy enfurecido contra ella porque lleva de paje a un hermoso doncel, robado a un monarca de
la India. Jam�s hab�a tenido ella un cautivo tan encantador; y el celoso Ober�n habr�a querido hacer al
muchacho caballero de su s�quito, para recorrer los bosques inaccesibles, pero ella retiene por la fuerza al
amado mozalbete, le corona de flores y cifra toda su alegr�a en �l. Y por eso ahora nunca se encuentran en
gruta, pradera, clara fuente o a la brillante luz de las estrellas sin que se querellen de modo que todos sus
duendes, llenos de miedo, se deslizan dentro de la corteza de las bellotas y se esconden all�.
HADA. -O me enga�a en absoluto tu exterior, o t� eres ese duende maligno y despabilado que llaman
Robin el Buen Chico. �No eres aqu�l que asusta a las mozas aldeanas, espuma la leche y, haciendo in�tiles
todos los esfuerzos del ama de casa, impide que la manteca cuaje y otras veces que fermente la cerveza? �No
extrav�as a los que viajan de noche y te r�es de su mal? A los que te llaman Aparici�n y dulce Puck les
adelantas el trabajo y les das buena ventura. �No eres t� ese?
PUCK. -Hablaste, hada, con acierto. Soy ese alegre rondador nocturno. Yo divierto a Ober�n y le hago
sonre�r cuando atraigo a alg�n caballo gordo y bien nutrido de habas imitando el relincho de una yegua
joven. Y a veces me acurruco en el taz�n de una comadre, en forma de pero cocido, y cuando va a beber
choco contra sus labios y hago derramar la cerveza sobre su marchito seno. La prudente t�a, refiriendo un
cuento triste, suele equivocarme con su banqueta de tres pies; entonces resbalo por entre su nalgatorio, ella
da de bruces y grita: ��Sastre!�, y cae en un acceso de tos. Y al punto la concurrencia, apret�ndose los
costados, r�e y estornuda y jura que nunca ha pasado all� hora m�s alegre. Pero �al�jate, hada, que aqu� viene
Ober�n!
HADA. -Y tambi�n mi se�ora. �Ojal� �l se marchara!
Entran por un lado OBER�N, con su s�quito, y por el otro TITANIA, con el suyo
OBER�N. -Mal encuentro, por la luz de la luna, orgullosa Titania.
TITANIA. -�C�mo! �El celoso Ober�n! Hadas: saltemos de aqu�; he renegado de su lecho y compa��a.
OBER�N. -�Poco, a poco, jactanciosa coqueta! �No soy tu se�or?
TITANIA. -Entonces, debo ser tu se�ora. Pero s� cu�ntas veces has abandonado el pa�s de las hadas y,
bajo la figura de Corino, has permanecido todo el d�a tocando la zampo�a y entonando amantes versos a la
amorosa Filis. �Por qu� vienes aqu� desde las m�s remotas estepas de la India? S�lo porque, de seguro, la
intr�pida Amazona, tu due�a en calzas, tu guerrera amante, est� pr�xima a unirse con Teseo y vienes a
colmar su t�lamo de goce y de felicidad.
OBER�N. -�C�mo puedes tener la insolencia, Titania, de echarme as� en cara mi valimiento con
Hip�lita, conociendo como conozco tu amor por Teseo? �No fuiste t� quien, a la luz indecisa de la noche, le
arranc� de entre los brazos de Perigona, a la que hab�a raptado, y quien le hizo romper sus votos con la
hermosa Egle, con Ariadna y Ant�ope?
TITANIA. -��sas son invenciones de los celos! Que nunca, desde los albores del solsticio, de verano, nos
vemos en monta�a o valle, en bosque o en pradera, junto a la abrupta fuente, en la juncosa margen del arroyo
o al borde de la costa marina para danzar nuestros corros al silbido del viento, sin que vengas a turbar
nuestros juegos con tus alborotos. Por eso los aires, llam�ndonos en vano con su m�sica, han absorbido,
como en venganza, las nieblas contagiosas del mar, las cuales, cayendo sobre los campos, han llenado de
tanta soberbia a los m�s humildes r�os, que han rebasado sus riberas. El buey ha jadeado por ello in�tilmente
bajo su yugo; el labriego, perdido su sudor, y el verde grano se ha podrido antes de lograr su tierna barba. El
redil permanece vac�o en el campo anegado y los cuervos se ceban en los reba�os muertos. La moresca de
los nueve se halla cubierta de fango, y por falta de pisadas es imposible distinguir en la bulliciosa pradera el
singular laberinto. Los mortales precisan aqu� su invierno. Ya no se santifican las noches con c�nticos ni
villancicos. Por eso la luna, soberana de las ondas, p�lida en su furor, humedece de tal modo los aires, que
abundan las enfermedades reum�ticas y, a favor de tan mala temperatura, vemos alteradas las estaciones. La
cana escarcha cae en el fresco regazo de la encarnada rosa, y sobre la corona de hielo el yerto y vetusto
invierno se pone como por burla una guirnalda de olorosos capullos. La primavera, el verano, el f�rtil oto�o,
el enojado invierno, cambian sus acostumbradas libreas; y el mundo, asombrado por esta progresi�n, no
distingue tal de cual. Y esta misma progenie de males proviene de nuestras querellas y disensiones. Nosotros
somos sus padres y engendradores.
OBER�N. -Pues ponles t� remedio; de ti depende. �Por qu� ha de empe�arse Titania en contrariar a su
Ober�n? S�lo pido un cautivo mozalbete para hacerle mi paje.
TITANIA. -Deja tu pecho en reposo. El pa�s de las hadas ser�a insuficiente para comprarme ese ni�o. Su

William Shakespeare- Sueño de una Noche de verano

William Shakespeare – EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO

DRAMATIS PERSONAE

TESEO, Duque de Atenas
HIPÓLITA, reina de las amazonas, prometida de Teseo
LISANDRO, enamorado de Hermia
HERMIA, enamorada de Lisandro
DEMETRIO, pretendiente de Hermia
HELENA, enamorada de Demetrio
EGEO, padre de Hermia
FILÓSTRATO, maestro de ceremonias
FONDÓN, tejedor
MEMBRILLO, carpintero
FLAUTA, remiendafuelles
MORROS, calderero
HAMBRÓN, sastre
AJUSTE, ebanista
OBERÓN, rey de las hadas
TITANIA, reina de las hadas
ROBÍN EL BUENO, duende
FLORDEGUISANTE

TELARAÑA
POLILLA hadas
MOSTAZA

Acompañamiento en la corte de Atenas.
Otras hadas del séquito de Oberón y Titania.

EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO

I.i Entran TESEO, HIPóLITA, [FILóSTRATO] y otros.
TESEO
Bella Hipólita, nuestra hora nupcial
ya se acerca: cuatro días gozosos
traerán otra luna. Mas, ¡ay, qué despacio
mengua ésta! Demora mis deseos,
semejante a una madrastra o una viuda
que va mermando la herencia de un joven.
HIPÓLITA
Pronto cuatro días se hundirán en noche;
pronto cuatro noches pasarán en sueños,
y entonces la luna, cual arco de plata
tensado en el cielo, habrá de contemplar
la noche de nuestra ceremonia.
TESEO
Anda, Filóstrato,
mueve a la alegría a los jóvenes de Atenas,
despierta el vivo espíritu del gozo.
Y manda la tristeza a los entierros:
tan mustia compañía no conviene a nuestra fiesta.

[Sale FILÓSTRATO.]

Hipólita, te he cortejado con mi espada
e, hiriéndote, tu amor he conquistado.
Mas voy a desposarte en otro tono:
con festejo, celebración y regocijo.

Entran EGEO y su hija HERMIA, LISAN¬DRO y DEMETRIO.

EGEO
¡Salud a Teseo, nuestro excelso duque!
TESEO
Gracias, buen Egeo. ¿Qué noticias traes?
EGEO
Acudo a ti consternado a denunciar
a mi propia hija Hermia. -Acércate,
Demetrio. – Mi noble señor, este hombre tiene
mi consentimiento para unirse a ella. ?
Acércate, Lisandro. – Y, mi augusto duque,
este otro le ha embrujado el corazón. –
Sí, Lisandro: tú le has dado tus poesías
y con ella has cambiado prendas de amor.
En el claro de luna le has cantado a su ventana,
afectando con tu voz tiernos afectos,
y en su mente tu imagen has sellado con pulseras
hechas con tu pelo, sortijas, adornos,
caprichos, baratijas, ramilletes y confites,
seductores de la incauta juventud;
con astucia a mi hija has cautivado,
y has trocado la obediencia que me debe
en tenaz insumisión. Gran duque,
si ella aquí, en tu augusta presencia,
se niega a casarse con Demetrio,
yo reclamo el antiguo privilegio ateniense;
puesto que es hija mía, yo dispongo de ella:
o se la entrego a este caballero
o a la muerte, como de forma expresa
estipula nuestra ley para este caso.
TESEO
¿Qué respondes, Hermia? Considera, hermosa joven,
que tu padre debe ser para ti como un dios.
Él te dio belleza; sí, y para él
tú eres como imagen estampada
en cera: queda a su albedrío
conservar la figura o borrarla.
Demetrio es un digno caballero.
HERMIA
También Lisandro.
TESEO
En sí mismo, sí; pero en este caso,
al no tener la venia de tu padre,
el otro debe ser tenido por más digno.
HERMIA
Ojalá que mi padre viera con mis ojos.
TESEO
Tus ojos debieran ver con su juicio.
HERMIA
Suplico, mi señor, que me perdones.
No sé lo que me ha dado el valor,
ni si es conveniente a mi recato
defender ante ti mi pensamiento.
Mas te ruego, mi señor, que me digas
lo peor que puede sucederme
si me niego a casarme con Demetrio.
TESEO
La pena de muerte o renunciar
para siempre al trato con los hombres.
Por tanto, bella Hermia, examina tus deseos,
piensa en tu edad, mide bien tus sentimientos
y decide si, al no ceder a la elección paterna,
podrás soportar el hábito de monja,
encerrada para siempre en lóbrego claustro,
viviendo como hermana yerma de por vida
y entonando tenues himnos a la frígida luna.
Las que, venciendo su pasión, emprenden
tan casto peregrinaje son tres veces benditas,
pero en la tierra es más feliz la rosa arrancada
que la que, ajándose en intacto rosal,
crece, vive y muere en bendita doncellez.
HERMIA
Pues así he de crecer, vivir y morir, señor,
antes que ceder mi privilegio virginal
al hombre cuyo no querido yugo
mi alma se niega a obedecer.
TESEO
Considéralo despacio y, con la luna nueva,
el día en que mi amor y yo sellemos
un contrato de unión sempiterna,
ese día prepárate a morir
por no acatar el deseo de tu padre,
a casarte con Demetrio, como quiere,
o, en el altar de Diana, a hacer voto
de perenne abstinencia y celibato.
DEMETRIO
Querida Hernia, cede. Lisandro, somete
tu falaz pretensión a mi claro derecho.
LISANDRO
Demetrio, tú ya tienes el amor de su padre;
tenga yo el de Hermia. Cásate con él.
EGEO
Cierto, burlón Lisandro: él tiene mi amor,
y con mi amor le daré lo que es mío.
Como ella es mía, todos mis derechos sobre ella
se los transfiero a Demetrio.
LISANDRO
Mi señor, soy de tan noble cuna como él
y de igual hacienda. Estoy más enamorado,
mi posición se equipara, si es que no
supera, a la de Demetrio.
Y, lo que cuenta más que mis alardes,
la hermosa Hermia me quiere.
¿Por qué voy a renunciar a mi derecho?
Demetrio (y se lo digo a la cara)
ha cortejado a Helena, la hija de Nédar,
y le ha robado el alma; y la dulce Helena
ama, adora, idolatra con delirio
a este hombre corrompido y veleidoso.
TESEO
Debo confesar que también he oído eso
y pensaba hablar con Demetrio de este asunto,
mas, atareado con los míos propios,
se me fue de la memoria. Demetrio, ven,
y tú también, Egeo; vais a acompañarme:
os quiero hacer una advertencia a solas.
Respecto a ti, bella Hernia, prepárate
a ajustar tu capricho al deseo de tu padre;
si no, las leyes de Atenas, que yo no puedo
suavizar, han de entregarte a la muerte
o a una vida de santo celibato. –
Ven, Hipólita. ¿Cómo estás, mi amor? –
Demetrio y Egeo, venid conmigo.
Os he reservado algunas tareas
referentes a mis bodas, y quiero hablaros
de algo que os toca muy de cerca.
EGEO
Te seguimos con placer y acatamiento.

Salen todos menos LISANDRO y HERMIA.

LISANDRO
¿Qué tal, mi amor? ¿Por qué tan pálida?
¿Cómo es que tus rosas se han mustiado tan deprisa?
HERMIA
Tal vez por falta de lluvia, que bien
podría darles con diluvios de mis ojos.
LISANDRO
¡Ay de mí! A juzgar por lo que he leído
o lo que he oído de casos reales o fábulas,
el río del amor jamás fluyó tranquilo.
O había diferencia de rango…
HERMIA
¡Qué cruz! Ser noble y no poder prendarse del humilde.
LISANDRO
… o edades dispares y no hacían pareja.
HERMIA
¡Qué cruel! Ser vieja y no poder casarse con un joven.
LISANDRO
O depender de la elección de los tuyos.
HERMIA
¡Ah, infierno! ¡Que elijan nuestro amor ojos de otros!
LISANDRO
O, si había consonancia en la elección,
asediaban al amor enfermedad, guerra o muerte,
volviéndolo fugaz como un sonido,
veloz como una sombra, efímero cual sueño,
breve cual relámpago que, en la noche oscura,
alumbra en su arrebato cielo y tierra
y, antes que podamos decir «¡Mira!»,
lo devoran las fauces de las sombras.
Así de rápido perecen ilusiones.
HERMIA
Si los amantes encontraban siempre estorbos,
será porque es ley del destino.
Soportemos pacientes nuestra pena,
pues es cruz que de antiguo se ha llevado,
y tan propia del amor como los sueños, suspiros,
ansias, deseos y llanto que siempre le acompañan.
LISANDRO
Buen parecer. Entonces, oye, Hermia:
tengo una tía viuda, señora
de grandes rentas y sin hijos.
Reside a siete leguas de Atenas,
y yo soy para ella como su único hijo.
Allí, querida Hermia, puedo desposarte;
allí no pueden seguirnos las rígidas
leyes atenienses. Así que, si me quieres,
escápate esta noche de casa de tu padre
y, en el bosque, a una legua de la villa,
donde una vez te vi con Helena
celebrando las fiestas de mayo,
allí te esperaré.
HERMIA
Gentil Lisandro,
por el arco más fuerte de Cupido,
por su flecha mejor de punta de oro,
por las palomas de Venus, candorosas,
por lo que une almas y al amor exhorta,
por el fuego en que ardió Dido de Cartago
cuando vio zarpar al falso troyano,
por cuantas promesas el hombre vulnera
(más de las que nunca mujeres hicieran),
te juro que en ese lugar que me has dicho
mañana sin falta me veré contigo.
LISANDRO
Cumple el juramento, amor. Aquí viene Helena.

Entra HELENA.

HERMIA
Dios te guarde, bella Helena. ¿Dónde vas?
HELENA
¿Me has llamado bella? Lo has de retirar.
Demetrio ama tu belleza. ¡Gran dicha!
Le guían tus ojos, y tu voz divina
le suena más dulce que al pastor la alondra
cuando el trigo es verde y el espino brota.
El mal se contagia. ¡Pero no un semblante!
El tuyo, mi Hermia, quisiera robarte.
Mi oído, tu voz; mis ojos anhelan
tus ojos; mi lengua, el son de tu lengua.
Fuera mío el mundo, menos a Demetrio,
por cambiarme en ti lo daría entero.
¡Ah, enséñame a ser bella, dime ya
cómo logras a Demetrio enamorar!
HERMIA
Le miro con ceño, pero él sigue amándome.
HELENA
¡Aprendieran mis sonrisas ese arte!
HERMIA
Le doy maldiciones, y él me da su amor.
HELENA
¡Pudieran mis preces moverle a pasión!
HELENA
Cuanto más le odio, más me sigue él.
HELENA
Cuanto más le amo, más me odia él.
HERMIA
Culpa mía no es su locura, Helena.
HELENA
¡Así fuera mía! Es de tu belleza.
HERMIA
Alégrate. Nunca más verá mi cara,
pues Lisandro y yo huiremos de casa.
Antes que a Lisandro le hubiera yo visto,
para mí era Atenas como un paraíso.
¿Cuáles son las gracias que hay en mi dueño,
que ha convertido un cielo en infierno?
LISANDRO
Dulce Helena, te revelo nuestro plan:
mañana, cuando en el marino cristal
la luna contemple su rostro plateado
y líquidas perlas adornen los campos
(la hora que huidas de amantes oculta),
las puertas de Atenas verán nuestra fuga.
HERMIA
Y en el bosque, donde tú y yo tantos días
solíamos yacer en lechos de prímulas
confiándonos las dos nuestros secretos,
allí Lisandro y yo nos encontraremos:
no nos faltarán, olvidando Atenas,
otras compañías y amistades nuevas.
Adiós, buena amiga; tennos en tus preces,
y que tu Demetrio te depare suerte.
Lisandro, no faltes. Del manjar de amores
nuestra vista ayune hasta mañana noche.
LISANDRO
Allí estaré, Hermia.

Sale HERMIA.

Helena, he de irme.
Cual tú por Demetrio, que él por ti suspire.

Sale.

HELENA
¡Cuánto más felices son unas que otras!
Para Atenas soy como ella de hermosa,
mas, ¿de qué me sirve? No lo cree Demetrio:
lo que todos saben no quiere saberlo.
¿Que él yerra adorando los ojos de Hermia?
Yo tampoco acierto amando sus prendas.
A lo que es grosero, deforme y vulgar
Amor puede darle forma y dignidad.
Amor ve con la mente, no con la vista;
por eso a Cupido dios ciego lo pintan.
Y no es que a su mente la guíe el cuidado,
que alas y ceguera hablan de arrebatos.
Por eso se dice que Amor es un niño,
pues ha errado mucho con quien ha elegido.
Y si los muchachos jugando se mienten,
así el niño Amor es perjuro siempre.
Antes que Demetrio de Hermia se prendara
sus votos de amor eran granizada.
Llegando al granizo el calor de Hermia,
con él derritió todas sus promesas.
La fuga de Hermia le voy a contar:
mañana en la noche él la seguirá
hasta el mismo bosque. Cuando oiga mi anuncio,
si me da las gracias, las dará a disgusto.
Mas yo de este modo la pena compenso
viéndole ir allá, y luego al regreso.

Sale.

I.ii Entran MEMBRILLO el carpintero, AJUSTE el eba¬nista, FONDÓN el tejedor, FLAUTA el remiendafue¬lles, MORROS el calderero y HAMBRÓN el sastre.

MEMBRILLO
¿Está toda la compañía?
FONDÓN
Más vale que los llames peculiarmente, uno a uno, se¬gún el escrito.
MEMBRILLO
Aquí está la lista con los nombres de todos los de Atenas a los que se considera aptos para representar la comedia ante el duque y la duquesa en la noche de su boda.
FONDÓN
Amigo Membrillo, primero di de qué trata la obra; des¬pués, nombra a los cómicos y entonces llega al final.
MEMBRILLO
Pues la obra se llama «La dolorosísima comedia y la crudelísima muerte de Píramo y Tisbe».
FONDÓN
Un gran trabajo, te lo digo yo, y divertido. Ahora, amigo Membrillo, pasa lista a los cómicos. Señores, separaos.
MEMBRILLO
Responded conforme os llame. Fondón el tejedor.
FONDÓN
Presente. Dime mi papel y sigue.
MEMBRILLO
Tú, Fondón, haces de Píramo.
FONDÓN
¿Quién es Píramo? ¿Un amante o un tirano?
MEMBRILLO
Un amante que se mata galantemente por amor.
FONDÓN
Para hacerlo bien eso exigirá algún llanto. Si es mi pa¬pel, que el público se cuide de sus ojos: desencadenaré tempestades, lloraré mi dolor. Todo eso. Aunque lo mío es el tirano. Haría un Hércules espléndido o un papel de bramar y tronar, de estremecerlo todo:
Las rocas rugientes,
los golpes rompientes
destrozan los cierres
de toda prisión.
Y el carro de Febo,
que brilla a lo lejos,
al destino necio
trae la destrucción.
¡Qué sublime! – Llama a los otros cómicos. – Es el tono de Hércules, el tono de un tirano. Un amante es más doliente.
MEMBRILLO
Flauta el remiendafuelles.
FLAUTA
Presente, Membrillo.
MEMBRILLO
Flauta, tú tienes que hacer de Tisbe.
FLAUTA
¿Quién es Tisbe? ¿Un caballero andante?
MEMBRILLO
Es la amada de Píramo.
FLAUTA
Oye, no. No me deis un papel de mujer: me está sa¬liendo la barba.
MEMBRILLO
No importa. Puedes hacerlo con máscara y hablar con voz fina.
FONDÓN
Si puedo taparme la cara, déjame hacer de Tisbe a mí también. Pondré una voz finísima: «Tizne, Tizne.» « ¡Ah, Píramo, amado mío! ¡Querida Tisbe, amada mía! »
MEMBRILLO
No, no. Tú haces de Píramo; y tú, de Tisbe, Flauta.
FONDÓN
Bueno, sigue.
MEMBRILLO
Hambrón el sastre.
HAMBRÓN
Presente, Membrillo.
MEMBRILLO
Hambrón, tú tienes que hacer de madre de Tisbe. – Mo¬rros el calderero.
MORROS
Presente, Membrillo.
MEMBRILLO
Tú, de padre de Píramo. Yo, de padre de Tisbe. -Ajuste el ebanista. Tú, el papel del león. – Espero que sea un buen reparto.
AJUSTE
¿Tienes escrito el papel del león? Si lo tienes, haz el fa¬vor de dármelo, que yo aprendo despacio.
MEMBRILLO
Puedes improvisarlo: sólo hay que rugir.
FONDÓN
Déjame hacer de león a mí también. Rugiré de tal modo que levantaré el ánimo a cualquiera. Rugiré de tal modo que el duque dirá: «¡Que vuelva a rugir, que vuelva a rugir!»
MEMBRILLO
Si te pones tan tremendo asustarás a la duquesa y a las damas, y harás que griten. Sólo por eso nos ahorcarían a todos.
TODOS
A todos, a cada hijo de vecino.
FONDÓN
Amigos, si asustáis de muerte a las damas, seguro que no les quedará más respectiva que ahorcarnos. Pero yo voy a agraviar la voz y os rugiré más suave que un pi¬chón. Os rugiré como un ruiseñor.
MEMBRILLO
Tú no harás más que de Píramo, que Píramo es bien parecido y tan apuesto como el que más en día de pri¬mavera. Muy guapo y todo un caballero. Así que tienes que hacer de Píramo.
FONDÓN
Bueno, pues me encargo de él. ¿Qué barba es mejor para el papel?
MEMBRILLO
La que tú quieras.
FONDÓN
Actuaré con barba de color paja, con barba cobriza, con barba carmesí o con barba dorada como una co¬rona de oro francesa.
MEMBRILLO
Algunas coronas francesas ya no tienen pelo, así que tendrás que actuar afeitado. – Bueno, amigos, aquí te¬néis los papeles. Os ruego, suplico y ordeno que os los aprendáis para mañana noche y que os reunáis con¬migo en el bosque de palacio, a una milla de Atenas, a la luz de la luna. Allí ensayaremos, que, si nos junta¬mos en la ciudad, la gente nos asediará y sabrá lo que tramamos. Mientras, haré una lista de los accesorios que requiere la comedia. Os lo ruego, no faltéis.
FONDÓN
Nos reuniremos y podremos ensayar con todo liberti¬naje y sin temor. ¡Trabajad duro y sin fallos! ¡Adiós!
MEMBRILLO
Nos vemos junto al roble del duque.
FoNDóN
Conforme. El que falte, se la carga.

Salen.

II.i Entra un HADA por una puerta y ROBÍN EL BUENO por la otra.

ROBA
¿Qué hay, espíritu? ¿Dónde te encaminas?
HADA
Por valle y collado,
por soto y brezal,
por parque y cercado,
por fuego y por mar.
Por doquier me muevo presta,
como la luna en su esfera.
A mi Hada Reina sirvo
y en la hierba formo círculos.
Sus guardianas son las prímulas:
sus mantos dorados brillan
de rubíes, don de hadas;
vive en ellos su fragancia.
Traeré gotas de rocío, por prenderlas
en la oreja de estas flores como perlas.
Adiós, espíritu burdo; ya te dejo.
Nuestra reina se aproxima con sus elfos.
ROBÍN
Esta noche el rey aquí tiene fiesta;
procura que no se encuentre a la reina:
Oberón está cegado de ira,
porque ella ha robado a un rey de la India
un hermoso niño que será su paje;
jamás había robado niño semejante.
Oberón, celoso, quiere la criatura
para su cortejo, aquí, en la espesura.
Mas ella a su lindo amado retiene,
lo adorna de flores, lo hace su deleite.
Y ya no se ven en prado o floresta,
junto a clara fuente, bajo las estrellas,
sin armar tal riña que los elfos corren
y en copas de bellotas todos se esconden.
HADA
Si yo no confundo tu forma y aspecto,
tú eres el espíritu bribón y travieso
que llaman Robín. ¿No eres tú, quizá?
¿Tú no asustas a las mozas del lugar,
trasteas molinillos, la leche desnatas,
haces que no saquen manteca en las casas
o que la cerveza no levante espuma,
se pierda el viajero de noche, y te burlas?
A los que te llaman «el trasgo» y «buen duende»
te agrada ayudarles, y ahí tienen suerte.
¿No eres el que digo?
ROBÍN
Muy bien me conoces:
yo soy ese alegre andarín de la noche.
Divierto a Oberón, que ríe de gozo
si burlo a un caballo potente y brioso
relinchando a modo de joven potrilla.
Acecho en el vaso de vieja cuentista
en forma y aspecto de manzana asada;
asomo ante el labio y, por la papada,
cuando va a beber, vierto la cerveza.
Al contar sus cuentos, esta pobre vieja
a veces me toma por un taburete:
le esquivo el trasero, al suelo se viene,
grita «¡Qué culada!», y tose sin fin.
Toda la compaña se echa a reír,
crece el regocijo, estornudan, juran
que un día tan gracioso no han vivido nunca.
Pero aparta, hada: Oberón se acerca.
HADA
Y también mi ama. ¡Ojalá él se fuera!

Entran [OBERÓN] el rey de las hadas, por una puerta, con su séquito, y [TITANIA] la reina, por la otra, con el suyo.

OBERÓN
Mal hallada aquí, bajo la luna, altiva Titania.
TITANIA
¿Cómo? ¿El celoso Oberón? Corramos, hadas.
He abjurado de su lecho y compañía.
OBERÓN
¡Espera, rebelde! ¿No soy yo tu esposo?
TITANIA
Y yo seré tu esposa. Pero sé
que te has escabullido del País de las Hadas
y, encarnado en Corino, te has pasado el día

William Shakespeare- Sonetos de Amor

SONETOS DE AMOR – William Shakespeare

********************************************

I
De los hermosos el retoño ansiamos
para que su rosal no muera nunca,
pues cuando el tiempo su esplendor marchite
guardará su memoria su heredero.
Pero tú, que tus propios ojos amas,
para nutrir la luz, tu esencia quemas
y hambre produces en donde hay hartura,
demasiado cruel y hostil contigo.
Tú que eres hoy del mundo fresco adorno,
pregón de la radiante primavera,
sepultas tu poder en el capullo,
dulce egoísta que malgasta ahorrando.
Del mundo ten piedad: que tú y la tumba,
ávidos, lo que es suyo no devoren.

II
Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos
y ahonden surcos en tu prado hermoso,
tu juventud, altiva vestidura,
será un andrajo que no mira nadie.
Y si por tu belleza preguntaran,
tesoro de tu tiempo apasionado,
decir que yace en tus sumidos ojos
dará motivo a escarnios o falsías.
¡Cuánto más te alabaran en su empleo
si respondieras : – « Este grácil hijo
mi deuda salda y mi vejez excusa »,
pues su beldad sería tu legado!
Pudieras, renaciendo en la vejez,
ver cálida tu sangre que se enfría.

III
Mira a tu espejo, y a tu rostro dile:
ya es tiempo de formar otro como éste.
Si no renuevas hoy su lozanía,
al mundo engañas y a una madre robas.
¿Quién es la bella del intacto seno
que tu cultivo marital desdeñe?
y ¿quién tan loco para ser la tumba
de un amor egoísta sin futuro?
Tu madre encuentra en ti, que eres su espejo,
la gracia de su abril, su primavera;
así, de tu vejez por las ventanas,
aunque mustio, verás tu tiempo de oro.
Mas si pasar prefieres sin memoria,
muere solo y tu imagen morirá.

IV
Derrochador de encanto, ¿por qué gastas
en ti mismo tu herencia de hermosura?
Naturaleza presta y no regala,
y, generosa, presta al generoso.
Luego, bello egoísta, ¿por qué abusas
de lo que se te dio para que dieras?
Avaro sin provecho, ¿por qué empleas
suma tan grande, si vivir no logras?
Al comerciar así sólo contigo,
defraudas de ti mismo a lo más dulce.
Cuando te llamen a partir, ¿qué saldo
podrás dejar que sea tolerable?
Tu belleza sin uso irá a la tumba;
usada, hubiera sido tu albacea.

V
Las horas que gentiles compusieron
tal visión para encanto de los ojos,
sus tiranos serán cuando destruyan
una belleza de suprema gracia:
porque el tiempo incansable, en torvo invierno,
muda al verano que en su seno arruina;
la savia hiela y el follaje esparce
y a la hermosura agosta entre la nieve.
Si no quedara la estival esencia,
en muros de cristal cautivo líquido,
la belleza y su fruto morirían
sin dejar ni el recuerdo de su forma.
Mas la flor destilada, hasta en invierno,
su ornato pierde y en perfume vive.

VI
No dejes, pues, sin destilar tu savia,
que la mano invernal tu estío borre:
aroma un frasco y antes que se esfume
enriquece un lugar con tu belleza.
No ha de ser una usura prohibida
la que alegra a quien paga de buen grado;
y tú debes dar vida a otro tú mismo,
feliz diez veces, si son diez por uno.
Más que ahora feliz fueras diez veces,
si diez veces, diez hijos te copiaran:
¿qué podría la muerte, si al partir
en tu posteridad siguieras vivo?
No te obstines, que es mucha tu hermosura
para darla a la muerte y los gusanos.

VII
¡Ve! si en oriente la graciosa luz
su cabeza flamígera levanta,
los ojos de los hombres, sus vasallos,
con miradas le rinden homenaje.
Y mientras sube al escarpado cielo,
como un joven robusto en su edad media,
lo siguen venerando las miradas
que su dorada procesión escoltan.
Pero cuando en su carro fatigado
deja la cumbre y abandona al día,
apártanse los ojos antes fieles,
del anciano y su marcha declinante.
Así tú, al declinar sin ser mirado,
si no tienes un hijo, morirás.

XV
Cuando pienso que todo lo que crece
su perfección conserva un mero instante;
que las funciones de este gran proscenio
se dan bajo la influencia de los astros;
y que el hombre florece como planta
a quien el mismo cielo alienta y rinde,
primero ufano y abatido luego,
hasta que su esplendor nadie recuerda:
la idea de una estada tan fugaz
a mis ojos te muestra más vibrante,
mientras que Tiempo y Decadencia traman
mudar tu joven día en noche sórdida.
Y, por tu amor guerreando con el Tiempo,
si él te roba, te injerto nueva vida.

XVI
¿Y por qué no es tu guerra más pujante
contra el Tirano tiempo sanguinario;
y contra el decaer no te aseguras
mejores medios que mi rima estéril?
En el cenit estás de horas risueñas.
Los incultos jardines virginales
darían para ti vivientes flores,
a ti más semejantes que tu efigie.
Tendrías vida nueva en vivos trazos,
pues ni mi pluma inhábil ni el pincel
harán que tu nobleza y tu hermosura
ante los ojos de los hombres vivan.
Si a ti mismo te entregas, quedarás
por tu dulce destreza retratado.

XVII
¿Quién creerá en el futuro a mis poemas
si los colman tus méritos altísimos?
Tu vida, empero, esconden en su tumba
y apenas la mitad de tus bondades.
Si pudiera exaltar tus bellos ojos
y en frescos versos detallar sus gracias,
diría el porvenir: « Miente el poeta,
rasgos divinos son, no terrenales ».
Desdeñarían mis papeles mustios,
como ancianos locuaces, embusteros;
sería tu verdad « transporte lírico »,
« métrico exceso » de un « antiguo » canto.
Mas si entonces viviera un hijo tuyo,
mi rima y él dos vidas te darían.

XVIII
¿A un día de verano compararte?
Más hermosura y suavidad posees.
Tiembla el brote de mayo bajo el viento
y el estío no dura casi nada.
A veces demasiado brilla el ojo
solar, y otras su tez de oro se apaga;
toda belleza alguna vez declina,
ajada por la suerte o por el tiempo.
Pero eterno será el verano tuyo.
No perderás la gracia, ni la Muerte
se jactará de ensombrecer tus pasos
cuando crezcas en versos inmortales.
Vivirás mientras alguien vea y sienta
y esto pueda vivir y te dé vida.

XVIII
¿A un día de verano compararte?
Más hermosura y suavidad posees.
Tiembla el brote de mayo bajo el viento
y el estío no dura casi nada.
A veces demasiado brilla el ojo
solar y otras su tez de oro se apaga;
toda belleza alguna vez declina,
ajada por la suerte o por el tiempo.
Pero eterno será el verano tuyo.
No perderás la gracia, ni la Muerte
se jactará de ensombrecer tus pasos
cuando crezcas en versos inmortales.
Vivirás mientras alguien vea y sienta
y esto pueda vivir y te dé vida.

XIX
Mella, Tiempo voraz, del león las garras,
deja a la tierra devorar sus brotes,
arranca al tigre su colmillo agudo,
quema al añoso fénix en su sangre.
Mientras huyes con pies alados, Tiempo,
da vida a la estación, triste o alegre,
y haz lo que quieras, marchitando al mundo
Pero un crimen odioso te prohíbo:
no cinceles la frente de mi amor,
ni la dibujes con tu pluma antigua;
permite que tu senda sìga, intacto,
ideal sempiterno de hermosura.
O afréntalo si quieres, Tiempo viejo:
mi amor será en mis versos siempre joven.

XX
Pintado por Natura el rostro tienes
de mujer, dueño y dueña de mi amor;
y de mujer el corazón sensible
mas no mudable como el femenino;
tus ojos brillan más, son más leales
y doran los objetos que contemplas;
de hombre es tu hechura, y tu dominio roba
miradas de hombres y almas de mujeres.
Primero te creó mujer Natura
y, desvariando mientras te esculpía,
de ti me separó, decepcionándome,
al agregarte lo que no me sirve.
Si es tu fin el placer de las mujeres,
mío sea tu amor, suyo tu goce.

XXI
No me sucede lo que a aquel poeta
que versifica a una beldad pintada,
y al cielo mismo empleá como adorno,
midiendo cuánto es bello con su bella;
y en henchidas imágenes la acopla
al sol, la luna y a las gemas ricas
y a las flores de abril y a las rarezas
que el aire envuelve en este globo vasto.
Sincero amante, la verdad escribo.
Mi amor es tan gentil, podéis creerme,
como cualquier hijo de madre, y brilla
menos que las candelas celestiales.
Dejad que digan más los habladores;
yo no quiero ensalzar lo que no vendo.

XXII
No creeré en mi vejez, ante el espejo,
mientras la juventud tu edad comparta;
sólo cuando los surcos te señalen
pensaré que la muerte se aproxima.
Si toda la hermosura que te cubre
es el ropaje de mi corazón,
que vive en ti, como en mí vive el tuyo,
¿cómo puedo ser yo mayor que tú?
Por eso, amor, contigo sé prudente,
como soy yo por ti, no por mi mismo;
tu corazón tendré con el cuidado
de la nodriza que al pequeño ampara.
No te ufanes del tuyo, si me hieres,
pues me lo diste para no volverlo.

XXXIV
Como actor vacilante en el proscenio
que temeroso su papel confunde,
o como el poseído por la ira
que desfallece por su propio exceso,
así yo, desconfiando de mí mismo,
callo en la ceremonia enamorada,
y se diría que mi amor decae
cuando lo agobia la amorosa fuerza.
Deja que la elocuencia de mis libros,
sin voz, transmita el habla de mi pecho
que pide amor y busca recompensa,
más que otra lengua de expresivo alcance.
Del mudo amor aprende a leer lo escrito,
que oír con ojos es amante astucia.

XXIV
Pintores son mis ojos: te fijaron
sobre la tabla de mi corazón,
y mi cuerpo es el marco que sostiene
la perspectiva de la obra insigne.
A través del pintor hay que mirar
para encontrar tu imagen verdadera,
colgada en el taller que hay en mi pecho
al que brindan ventanas sus dos ojos.
Y observa de los ojos el servicio:
los míos diseñaron tu figura,
los tuyos son ventanas de mi pecho
por las que atisba el sol, feliz de verte.
Mas algo falta al arte de los ojos:
dibujan lo que ven y al alma ignoran.

XXV
Que los favorecidos por los astros
de honores y de títulos se ufanen;
yo, que la suerte priva de esos triunfos,
hallo mi dicha en lo que más venero.
Los favoritos de los grandes príncipes
abren al sol sus hojas cual caléndulas,
y su orgullo sepultan en sí mismos
pues los abate un ceño que se frunce.
El célebre guerrero laborioso,
derrocado una vez tras mil victorias,
es del libro de honores suprimido
y de su gesta lo demás se olvida.
Feliz de mí, que amando soy amado,
y ni cambiar ni ser cambiado puedo.

XXVI
Señor del amor mío, cuyo mérito
obliga mi homenaje de vasallo,
te envío esta embajada manuscrita,
mi devoción probando y no mi ingenio.
Grande es mi devoción: mi pobre espíritu
la muestra sin ropaje de vocablos
y espera, aunque desnuda, que en tu alma
le dé tu comprensión sucil albergue;
hasta que el astro que mi andanza guía
me señale con brillo favorable,
y al ornar mis andrajos amorosos
haga que yo merezca que me mires.
Así podré exhibir mi amor ufano,
pero hasta entonces rehuiré la prueba.

XXVII
Extenuado, hacia el lecho me apresuro
a calmar mis fatigas de viajero,
pero empieza en mi ánimo otro viaje,
cuando acaban del cuerpo las faenas.
Porque mis pensamientos, alejándose
en tu busca, celosos peregrinos,
de mis párpados abren el agobio
a la tiniebla que los ciegos miran.
Sólo que mi visión imaginaria
trae tu sombra hasta mis ojos ciegos,
como un joyel que cuelga de la noche
y el rostro oscuro le rejuvenece.
Así, por ti y por mí, nunca reposan
de día el cuerpo y a la noche el alma.

XXIX
Cuando hombres y Fortuna me abandonan,
lloro en la soledad de mi destierro,
y al cielo sordo con mis quejas canso
y maldigo al mirar mi desventura,
soñando ser más rico de esperanza,
bello como éste, como aquél rodeado,
deseando el arze de uno, el poder de otro,

William Shakespeare- Macbeth

William Shakespeare MACBETH

 

DRAMATIS PERSONAE
DUNCAN, REY de Escocia

MALCOLM
sus hijos
DONALBAIN

MACBETH
generales del ejército escocés
BANQUO

MACDUFF
LENNOX
ROSS             barones escoceses
ANGUS
MENTETH
CATHNESS

FLEANCE, hijo de Banquo
SIWARD, Conde de Northumberland
EL JOVEN SIWARD, su hijo
Hijo de Macduff
SEYTON, ayudante de Macbeth
LADY MACBETH
LADY MACDUFF
Tres BRUJAS, las Hermanas Fatídicas
HÉCATE
Otras tres brujas
Apariciones
Un CAPITÁN del ejército escocés
Un MÉDICO inglés
Un MÉDICO escocés
Un PORTERO
Un ANCIANO
Una DAMA de compañía de Lady Macbeth
ASESINOS (de Banquo)
ASESINOS (de Lady Macduff e hijos)

Nobles, caballeros, soldados, criados, mensajeros y acompl miento.

LA TRAGEDIA DE MACBETH

I.i Truenos y relámpagos. Entran tres BRUJAS.

BRUJA I.a
¿Cuándo volvemos a vemos?
¿Bajo lluvia, rayo y trueno?
BRUJA 2.a
Cuando acaben brega y bronca
y haya derrota y victoria.
BRUJA 3.a
Antes de que el sol se ponga.
BRUJA I.a
¿En qué lugar?
BRUJA 2.a
En el yermo.

BRUJA 3.a
A Macbeth allí veremos.
BRUJA I.a
¡Voy, Graymalkin!
[BRUJA 2.a]
Llama Paddock.
[BRUJA 3.a]
¡En seguida!
TODAS
Bello es feo y feo es bello.
Flota en bruma y aire espeso.

Salen.

I.ii Fragor de combate. Entran el REY [DUNCAN], MALCOLM, DONALBAIN, LENNOX y acompañamiento, y se encuentran con un CAPITÁN cubierto de sangre.

REY
¿Quién es ese ensangrentado? A juzgar por su aspecto
podrá darnos las últimas noticias de la sublevación.
MALCOLM
Es el official que, como digno
e intrépido soldado, me salvó
del cautiverio.  ¡Salud, valiente!
Cuenta al rey cómo estaba la batalla
cuando la dejaste.
CAPITÁN
Muy dudosa: como dos
nadadores extenuados que se agarran
e impiden su destreza. El cruel Macdonald
(que bien merece el nombre de rebelde
y para ello acapara sobre sí
todo un enjambre de infamias) recibió
de las Islas del Oeste soldadesca irlandesa,
y la Fortuna, sonriendo a su ruin causa,
parecía la puta de un rebelde. Mas todo en vano:
el bravo Macbeth (pues es digno de tal nombre),
despreciando a la Fortuna y blandiendo
un acero que humeaba de muertes sangrientas,
cual favorito del Valor se abrió camino
hasta afrontar al infame
y, sin mediar adiós ni despedida,
lo descosió del ombligo a las mandíbulas
y plantó su cabeza en las almenas.
REY
¡Ah, bravo pariente, noble caballero!

CAPITÁN
Mas, así como donde el sol comienza a relucir
estallan truenos y tormentas de naufragio,
así, de la fuente que podia dar consuelo
brota el desconsuelo. Escuchad, rey de Escocia:
apenas la justicia, armada de bravura,
forzó a los raudos irlandeses a la huida,
el rey noruego avistó su ventaja
y, con arenas remozadas y refuerzos,
renovó la contienda.
REY
Asustaría a nuestros jefes, Macbeth y Banquo.
CAPITÁN
Sí, como el gorrión al águila o la liebre al león.
Si digo la verdad, ambos eran
como cañones cebados con doble carga,
pues redoblaron doblemente el contraataque.
Si no querían bañarse en sangre caliente
o hacer memorable un nuevo Gólgota,
yo no sé… Estoy débil;
mis heridas piden cura.
REY
Igual que tus palabras, ellas te enaltecen:
ambas alientan honor.  ¡Traedle un médico!

[Sale el CAPITÁN acompañado.]
Entran Ross y ANGUS.

¿Quién llega aquí?

MALCOLM
El noble Barón de Ross.

LENNOX
¡Qué premura le asoma por los ojos!
Su aspecto es el de quien trae noticias insólitas.
ROSS
¡Dios salve al rey!
REY
Noble barón, ¿de dónde vienes?
Ross
De Fife, gran rey, donde las banderas
noruegas se mofan del cielo y con su soplo
escalofrían a nuestra gente.
El rey noruego, con un aluvión de hombres
y el apoyo del traidor más desleal,
el Barón de Cawdor, emprendió un aciago ataque
hasta que el novio de Belona, con recia armadura,
le respondió en términos iguales,
espada contra espada, brazo contra brazo,
frenando su indómito brío y, en conclusión,
la victoria fue nuestra.
REY
¡Gran dicha!
ROSS
Y ahora Sweno, el rey de Noruega,
suplica la paz. Mas no accedimos
al entierro de sus hombres hasta que en Inchcomb
nos pagó diez mil táleros a todos nosotros.
REY
Nunca más traicionará el Barón de Cawdor
mi íntimo afecto. Su muerte disponed
y saludad con su título a Macbeth.
ROSS
Mandaré que se haga.
REY
Lo que él ahora pierde, el noble Macbeth gana.

Salen.

I.iii Truenos. Entran las tres BRUJAS.

BRUJA I.a
¿Dónde has estado, hermana?
BRUJA 2.a
Matando cerdos.
BRUJA 3.a
Y tú, hermana, ¿dónde?
BRUJA I.a
Con castañas en la falda, la mujer de un navegante
masticaba y masticaba. «Dame», le digo.
«¡Atrás, so bruja!», grita la sucia culona.
Su marido se fue a Alepo, capitán del Tigre.
Navegaré en un cedazo
y, como rata sin rabo,
yo gozaré y gozaré.
BRUJA 2a
Te doy un viento.
BRUJA I.a
Lo agradezco.
BRUJA 3.a
Yo, uno más.
BRUJA I.a
Yo ya tengo los demás,
y los puertos donde soplan,
y los puntos que la rosa
de los vientos bien conoce.
Cual paja le pondré seco;
no podrá entregarse al sueño
ni de noche ni de día;
su vida será maldita.
En pena un mes y otro mes,
ha de menguar y caer;
y aunque el barco no se pierda,
lo batirán las tormentas.
Mirad lo que tengo.
BRUJA 2.a
¡Enséñame, enséñame!

BRUiA I.a
Es el pulgar de un piloto
que naufragó a su retorno.

Tambor dentro.

BRUJA 3.a
¡Tambor, tambor!
Macbeth llegó.

TODAS
Las Hermanas, de la mano,
correos de mar y campo,
dan así vueltas y vueltas,
tres de éste, tres de ése,
y tres de este lado, nueve.
¡Chsss…! El hechizo está presto.

Entran MACBETH y BANQUO.

MACBETH
Un día tan feo y bello nunca he visto.
BANQUO
¿Cuánto falta para Forres?  ¿Quiénes son estas,
tan resecas y de atuendo tan extraño
que no semejan habitantes de este mundo,
estando en él?  ¿Tenéis vida? ¿Sois algo
a lo que un hombre pueda hablar? Parecéis entenderme
por el modo de poner vuestro dedo calloso
sobre los magros labios. Sin duda sois mujeres,
mas vuestra barba me impide pensar
que lo seáis.
MACBETH
Hablad si sabéis. ¿Quiénes sois?
BRUJA I.a
¡Salud a ti, Macbeth, Barón de Glamis!
BRUJA 2.a
¡Salud a ti, Macbeth, Barón de Cawdor!
BRUJA 3.a
¡Salud a ti, Macbeth, que serás rey!
BANQUO
¿Por qué te sobresaltas, como si temieras
lo que suena tan grato?  En nombre de la verdad,
¿sois una fantasía o sois realmente
lo que parecéis? A mi noble compañero
saludáis por su título y auguráis
un nuevo honor y esperanzas de realeza,
lo que le tiene absorto. A mí no me habláis.
Si podéis penetrar las semillas del tiempo
y decir cuál crecerá y cuál no,
habladme ahora a mí, que ni os suplico favores
ni temo vuestro odio.
BRUJA I.a
¡Salud!
BRuJA 2.a
¡Salud!
BRUJA 3.a
¡Salud!
BRUJA I.a
Menos que Macbeth, pero más grande.
BRUJA 2.a
Menos feliz, y mucho más feliz.
BRUJA 3.a
Engendrarás reyes, mas no lo serás;
así que, ¡salud, Macbeth y Banquo!
BRUJA I.a
¡Banquo y Macbeth, salud!
MACBETH
¡Esperad, imperfectas hablantes, decid más!
Por la muerte de Sinel soy Barón de Glamis,
mas, ¿cómo de Cawdor? El Barón de Cawdor vive
y continúa vigoroso; y ser rey
traspasa el umbral de lo creíble,
tanto como ser Cawdor. Decid de dónde
os ha llegado tan extraña novedad o por qué
cortáis nuestro paso en este yermo
con proféticos saludos. Hablad, os lo ordeno.

Desaparecen las BRUJAS.

BANQUO
Como el agua, burbujas tiene la tierra,
y ellas lo son. ¿Por dónde se esfumaron?
MACBETH
Por el aire: su apariencia corporal
se ha perdido como un hálito en el viento.
¡Ojalá se hubieran quedado!
BANQUO
¿Estaban aquí los seres de que hablamos?
¿No habremos comido la raíz de la locura,
que hace prisionera a la razón?
MACBETH
Tus hijos serán reyes.
BANQUO
Tú serás rey.
MACBETH
Y también Barón de Cawdor. ¿No fue así?
BANQUO
Tales fueron el tono y las palabras.  ¿Quién va?

Entran ROSS y ANGUS.

ROSS
Macbeth, el rey ha recibido jubiloso
la noticia de tu éxito y, al saber
de tus peligros combatiendo a los rebeldes,
su asombro y alabanza han porfiado
por ver cuál dominaba. Quedando enmudecido
y viendo lo que hiciste el mismo día,
te ha hallado entre las ásperas filas del noruego
sin temer las pasmosas imágenes de muerte
que tú mismo creabas. Como bolas de granizo
llovía correo tras correo, y cada uno
traía elogios por la gran defensa de su reino
y ante él los derramaba.
ANGUS
Venimos a darte las gracias en nombre del rey
y a conducirte a su presencia,
no a recompensarte.
ROSS
Y, a cuenta de un honor aún más grande,
me ha mandado que te llame Barón de Cawdor.
¡Salud, nobilísimo barón, con este título,
pues tuyo es!
BANQUO
¡Cómo! ¿Dice verdad el diablo?
MACBETH
El Barón de Cawdor vive.
¿Por qué me vestís con galas ajenas?
ANGUS
Quien fue el barón continúa vivo,
pero a esa vida que merece perder
se le ha impuesto la pena capital.
Si estuvo coligado con las tropas noruegas
o reforzó al rebelde con apoyo secreto
y beneficio, o labraba con los dos
la ruina de su patria, no lo sé:
ha caído por alta traición,
confesada y probada.
MACBETH [aparte]
Glamis y Barón de Cawdor.
Lo más grande, después.  Gracias por vuestro servicio
[A BANQUO] ¿No esperas que tus hijos sean reyes?
Las que me dieron el título de Cawdor
no les auguraron menos.
BANQUO
Eso, creído ciegamente,
podría empujarte a la corona
después de hacerte Cawdor. Aunque es muy extraño:
las fuerzas de las sombras nos dicen verdades,
nos tientan con minucias, para luego engañarnos
en lo grave y trascendente. ?
Parientes, permitidme un momento.
MACBETH [aparte]
Ya se han dicho dos verdades,
felices preludios a la escena gloriosa
del fin soberano.  Gracias, señores.
[Aparte] Esta incitación sobrenatural
no puede ser mala, no puede ser buena.
Si es mala, ¿por qué me ha dado promesa de éxito
empezando con una verdad? Soy Barón de Cawdor.
Si es buena, ¿por qué cedo a esa tentación
cuya hórrida imagen me eriza el cabello
y me bate el firme corazón contra los huesos
violando las leyes naturales? Es menor
un peligro real que un horror imaginario.
La idea del crimen, que no es sino quimera,
a tal punto sacude mi entera humanidad
que la acción se ahoga en conjeturas
y sólo es lo que no es.
BANQUO
Mirad qué absorto está nuestro amigo
MACBETH [aparte]
Si el azar me quiere rey, que me corone
sin mi acción.
BANQUO
Los nuevos honores le vienen
como ropa nueva, que sólo se ajusta al cuerpo
con la ayuda del uso.
MACBETH [aparte]
Sea lo que haya de ser,
corren tiempo y hora en el día más cruel.
BANQUO
Noble Macbeth, cuando gustes.
MACBETH
Perdonadme. Me agitaban la mente
cosas olvidadas. Señores, vuestro servicio
queda escrito en un libro cuyas páginas
leo cada día. Vamos con el rey. ?
[A BANQuo] Piensa en lo ocurrido y, después
de algún tiempo, tras haberlo ponderado,
hablemos con franqueza entre nosotros.
BANQUO
De buen grado.
MACBETH
Por ahora, basta.  Vamos, amigos.

Salen.

I.iv Clarines. Entran el REY [DUNCAN], LENNOX, MALCOM,
DONALBAIN y acompañamiento.

REY
¿Han ajusticiado a Cawdor? ¿No han vuelto
aún los encargados?
MALCOLM
Todavía no han regresado, Majestad.
Aunque hablé con alguien que le vio morir:
me dijo que confesó palmariamente
sus traiciones, implorando vuestro augusto perdón
y mostrando su hondo pesar. En su vida
nada le honró tanto como el modo de dejarla:
murió como el que ha ensayado su muerte
y está dispuesto a arrojar su bien más preciado
cual si fuera una minucia.
REY
No hay arte que descubra
la condición de la mente en una cara.
El era un caballero en quien fundé
mi plena confianza.

Entran MACBETH, BANQUO, ROSS y ANGUS.

¡Ah, nobilísimo pariente!
El pecado de la ingratitud ya pesaba
sobre mí. Tanto te has adelantado
que las alas más veloces de la recompensa
no llegan a alcanzarte. Ojalá fueras digno
de menos: te habría dado la juste medida
de premio y gratitud. Sabe que jamás
tus merecimientos podremos pagar.
MACBETH
Demostraros mi lealtad y mi servicio
ya es bastante recompensa.
Os corresponde acoger nuestros deberes,
y nuestros deberes, para el trono y la nación,
son como hijos y sirvientes, que cumplen su papel
protegiendo vuestro honor y vuestro afecto.
REY
Sé bienvenido.
Te he plantado y te cultivaré
para que medres y florezcas.  Noble Banquo,
tu mérito no es menos y no ha de proclamarse
con menos gratitud. Deja que te abrace
y te estreche contra mi corazón.
BANQUO
Si crezco en él, vuestra es la cosecha.
REY.
Mi abundante dicha, tan inmensa, se desborda
y va a quedar oculta en lágrimas.
Hijos, parientes, barones y vosotros,
los más cercanos al trono, sabed
que nombro heredero de mi reino
a mi primogénito Malcolm, que pasa a llamarse
Principe de Cumberland. Este no va a ser
el único honor que se confiera:
otros signos nobiliarios lucirán como estrellas
en cuantos lo hayan merecido.  Vamos a Inverness,
y mi deuda contigo sea mayor.
MACBETH
Cuando hay que serviros, el ocio fatiga.
Seré vuestro heraldo y alegraré a mi esposa
con la noticia de vuestra llegada.
Humildemente me despido.
REY
¡Mi noble Cawdor!
MACBETH [aparte]
Príncipe de Cumberland: he aquí un tropiezo
que me hará caer si no lo supero,
pues me impide el paso. ¡Astros, extinguíos!
No vea vuestra luz mis negros designios,
ni el ojo lo que haga la mano; mas venga
lo que el ojo teme ver cuando suceda.

Sale.

REY
Cierto, noble Banquo. Es muy valeroso,
y tanto me han nutrido con sus excelencias
que es como un banquete. Sigámosle. En su atención
se adelanta para damos acogida.
¡Un pariente sin igual!

Clarines. Salen.

I.v Entra LADY MACBETH sola, con una carta.

LADY MACBETH
«Me salieron al paso el día del triunfo, y he podido comprobar fehacientemente que su ciencia es más que humana. Cuando ardía en deseos de seguir interrogán¬dolas, se convirtieron en aire y en él se perdieron. Aún estaba sumido en mi asombro, cuando llegaron correos del rey y me proclamaron Barón de Cawdor, el título con que me habían saludado las Hermanas Fatídicas, que también me señalaron el futuro diciendo: “¡Salud a ti, que serás rey!” He juzgado oportuno contártelo, querida compañera en la grandeza, porque no quedes privada del debido regocijo ignorando el esplendor que se te anuncia. Guárdalo en secreto y adiós.»

Eres Glamis, y Cawdor, y serás
lo que te anuncian. Mas temo tu carácter:
está muy empapado de leche de bondad
para tomar los atajos. Tú quieres ser grande
y no te falta ambición, pero sí la maldad
que debe acompañarla. Quieres la gloria,
mas por la virtud; no quieres jugar sucio,
pero sí ganar mal. Gran Glamis, tú codicias
lo que clama «Eso has de hacer si me deseas»,
y hacer eso te infunde más pavor
que deseo de no hacerlo. Ven deprisa,
que yo vierta mi espíritu en tu oído
y derribe con el brío de mi lengua
lo que te frena ante el círculo de oro
con que destino y ayuda sobrenatural
parecen coronarte.

Entra un MENSAJERO.

¿Qué nuevas traes?

MENSAJERO
El rey viene esta noche.
LADY MACBETH
¿Qué locura dices?
¿Tu señor no le acompaña? Me habría avisado
para que preparase la acogida.
MENSAJERO
Con permiso, es cierto: el barón se acerca.
Se le ha adelantado uno de mis compañeros,
que, extenuado, apenas tenía aliento
para decir su mensaje.
LADY MACBETH
Cuídale bien; trae grandes noticias.

Sale el MENSAJERO.

Hasta el cuervo está ronco de graznar
la fatídica entrada de Duncan

William Shakespeare- Ricardo II

William Shakespeare –   RICARDO II

 

CUADRO GENEALÓGICO DE LOS REYES DE INGLATERRA
(de 1312 a 1485)

Eduardo III (1312-1377)

Eduardo Lionel Juan de Gante Edmundo de Langley Tomás de Woodstock
(El Príncipe Negro) (Duque de Clarence) (Duque de Lancaster) (Duque de York) (Duque de Gloucester)

RICARDO II       Enrique Bolingbroke   Eduardo Ricardo
(1367-1400) (Duque de Hereford)    (Conde de Rutland, (Conde de Cambridge)
Duque de Aumerle)

ENRIQUE IV
(1367-1413)

ENRIQUE V
(1387-1422) Ricardo Plantagenet
(Duque de York)

ENRIQUE VI
(1421-1471)

Eduardo IV RICARDO III
(1442-1483) (1452-1485)

DRAMATIS PERSONAE

RICARDO II, rey de Inglaterra
La REINA Isabel, su esposa
Juan de GANTE, Duque de Lancaster y tío del rey
Enrique BOLINGBROKE, Duque de Hereford, hijo de Juan de Gante y futuro rey Enrique IV
DUQUESA DE GLOUCESTER, viuda de Tomás de Woodstock, Duque de Gloucester y tío del rey
Duque de YORK, tío del rey
DUQUESA DE YORK
Duque de AUMERLE, su hijo
Tomás MOWBRAY Duque de Norfolk

GREEN
BAGOT favoritos del rey
BUSHY

Percy, Conde de NORTHUMBERLAND

Enrique PERCY su hijo
Lord Ross partidarios de Bolingbroke
Lord WILLOUGHBY

Conde de SALISBURY
OBISPO DE CARLISLE partidarios del rey
Sir Esteban SCROOP

Lord BERKELEY
Lord FÍTZWATER
Duque de SURREY
ABAD DE WESTMINSTER
Sir Piers EXTON
LORD MARISCAL
HERALDOS
CAPITÁN del ejército galés
DAMAS de compañía de la reina
JARDINERO
AYUDANTES del jardinero
CRIADOS
CARCELERO de la prisión de Pomfret
MOZO de cuadra

Nobles, soldados, guardias, acompañamiento.

VIDA Y MUERTE DEL REY RICARDO II
I.i Entran el rey RICARDO y Juan de GANTE, con otros nobles y acompañamiento.

RICARDO
Anciano Juan de Gante, venerado Lancaster,
¿has traído a tu audaz hijo, Enrique de Hereford,
según tu juramento y compromiso,
para que pruebe la violenta acusación,
que mis tareas me impidieron atender,
contra el Duque de Norfolk, Tomás Mowbray?
GANTE
Sí, Majestad.
RICARDO
Dime también: ¿Le has sondeado para ver
si acusa al duque por viejo rencor
o dignamente, como cumple a un buen vasallo,
por hechos conocidos de traición?
GANTE
Por lo que he podido tantearle,
le acusa por un claro peligro contra vos
que ha visto en él, no por rencor obstinado.
RICARDO
Traedlos, pues, a mi presencia. Cara a cara
y ceño contra ceño, ante nos
libremente hablarán acusador y acusado.
Ambos son altivos y, en su ensañamiento,
sordos como el mar, prontos como el fuego.

Entran BOLINGBROKE y MOWBRAY.

BOLINGBROKE
¡Viva muchos años de felices días
mi augusto soberano, mi afable Majestad!
MOWBRAY
¡Cada día más feliz que el anterior,
hasta que el cielo, envidiando la suerte de la tierra,
añada un título eterno a vuestra corona!
RICARDO
Gracias a ambos; mas uno de los dos me adula,
a juzgar por el pleito que aquí os trae:
acusar de alta traición el uno al otro.
Primo Hereford, ¿cuáles son tus cargos
contra el Duque de Norfolk, Tomás Mowbray?
BOLINGBROKE
Primero – el cielo atestigüe mis palabras -,
con lealtad fervorosa de vasallo,
mirando por la seguridad de mi príncipe
y libre de rencores ilegítimos,
ante vos comparezco como acusador. ?
Ahora, Tomás Mowbray, me vuelvo hacia ti,
y advierte el tratamiento, pues mis cargos
mi cuerpo ha de probarlos en la tierra
o mi alma defenderlos en el cielo.
Eres un traidor y un desleal,
muy noble para serlo y muy ruin para estar vivo:
cuanto más claro está el cielo y más relumbra,
más horribles son las nubes que lo surcan.
Una vez más, agravando tu baldón,
hundo en tu garganta el nombre de traidor
y, antes de partir, quiero, con la venia,
demostrarlo con mi espada justiciera.
MOWBRAY
Que mi calma no desmienta mi lealtad.
No es el forcejeo de una riña de mujeres,
el estrépito de lenguas afiladas,
lo que va a decidir nuestra querella.
Aún hierve la sangre que la muerte ha de enfriar.
Mas tampoco puedo blasonar de una dulzura
que me hace callar y no decir palabra.
Primero, el respeto que os profeso me impide
dar rienda y espuela a mi discurso,
que volaría para hundir en su garganta,
redoblados, esos cargos de traición.
Descartando la grandeza de su sangre
y cual si no fuera pariente de mi rey,
yo aquí le desafío y le escupo,
y le llamo ruin, calumniador y cobarde.
Para mantenerlo, le daré ventaja
y le haré frente, aunque tenga que correr
hasta las crestas heladas de los Alpes
o cualquier otra tierra inhabitable
que nunca inglés alguno haya pisado.
Mientras, juro, defendiendo mi lealtad,
que ha mentido con rotunda falsedad.
BOLINGBROKE
Cobarde tembloroso, ahí te arrojo el guante,
despojándome de parentesco con el rey
y descartando la grandeza de mi sangre,
que por miedo y no respeto has invocado.
Si el temor culpable te ha dejado fuerzas
para coger la prenda de mi honor, agáchate.
Por éste y demás ritos de la caballería,
con mi brazo he de probarte cuanto he dicho
frente a la peor de tus mentiras.
MOWBRAY
La recojo, y te juro por la espada
que noblemente me hizo caballero
que voy a responderte conforme a razón
o en combate, según manda la caballería.
Una vez montado, que yo muerto caiga
si soy un traidor o injusta es mi causa.
RICARDO
¿Qué le imputa a Mowbray mi pariente?
Muy grave ha de ser lo que me transmita
una sombra de duda sobre él.
BOLINGBROKE
Con mi vida responderé de mis palabras:
Mowbray ha recibido tres mil libras
como adelanto para vuestra real hueste
y las ha retenido con fines innobles
cual falso y perverso traidor.
Además, digo, y lo probaré en combate,
aquí o donde sea, hasta el confín más remoto
que ojos ingleses hayan divisado,
que todas las traiciones de estos dieciocho años
fraguadas y urdidas en este país
manan y brotan del falso Mowbray.
También digo y también me propongo
mantenerlo sobre su ruin vida,
que él tramó la muerte del Duque de Gloucester,
tentó a sus bien dispuestos enemigos
y después, cual cobarde y vil traidor,
vació su alma inocente en un río de sangre
que, como la del inmolante Abel,
desde las fosas mudas de la tierra
a mí clama justicia y duro castigo.
Por mi clara estirpe y por su valía,
que lo hará mi brazo o cesará mi vida.
RICARDO
De muy alto vuelo es su decisión.
Tomás de Mowbray, ¿qué dices a esto?
MOWBRAY
Que mi soberano desvíe la mirada
y por un momento haga oídos sordos
hasta que le diga a esta infamia de su sangre
cuánto odian Dios y el hombre a un vil embustero.
RICARDO
Mowbray, imparciales son mis ojos y oídos.
Aunque él fuera mi hermano o el príncipe heredero,
y no el hijo del hermano de mi padre,
juro por la obediencia debida a mi cetro
que la proximidad a mi sagrada sangre
en nada ha de torcer o perturbar
la erguida firmeza de mi rectitud.
Igual que tú, Mowbray, él es mi vasallo;
habla libremente: no tengas reparo.
MOWBRAY
Entonces, Bolingbroke, desde el fondo del pecho
hasta tu falaz garganta, mientes.
Tres partes de lo que recibí para Calais
las pagué debidamente a los soldados.
Me quedé con la otra parte por acuerdo,
pues conmigo estaba en deuda nuestro rey
por el resto de una cuenta de valor
desde que de Francia le traje a su esposa.
Trágate tu mentira. Respecto a Gloucester,
yo no le maté, aunque, para mi deshonra,
descuidé mi lealtad en este caso. –
En cuanto a vos, mi señor de Lancaster
y honorable padre de mi enemigo,
una vez os quise matar en emboscada,
pecado que atormenta mi conciencia.
Pero antes de tomar el sacramento
yo lo confesé, y expresamente pedí
vuestro perdón, que espero haber tenido.
Ésta es mi culpa. Las demás imputaciones
emanan del rencor de un depravado,
de un traidor degenerado y cobarde;
lo cual defenderé con valentía,
y en respuesta arrojo aquí mi guante
a los pies de este fatuo desleal
para probar mi fe de caballero
haciéndole verter su mejor sangre.
Vivamente pido, pues siento impaciencia,
que mi rey señale el día de la prueba.
RICARDO
Airados señores, haced lo que os diga:
purgad vuestra bilis sin sacaros sangre.
Ésta es mi receta, aunque no sea médico,
que el hondo rencor saja muy adentro.
Haya olvido, paz, perdón y armonía:
no es mes, dice el sabio, para las sangrías.
Buen tío, que todo vuelva a su principio.
Yo calmo al Duque de Norfolk; tú, a tu hijo.
GANTE
El pacificar, bien le cuadra a un viejo.
El guante del duque, hijo, tira al suelo.
RICARDO
¡Mowbray, tira el suyo!
GANTE
Enrique, ¿te obstinas?
La obediencia manda que no lo repita.
RICARDO
¡Arrójalo, Mowbray! Te lo manda el rey.
MOWBRAY
Yo me arrojo, Majestad, a vuestros pies.
Mandáis en mi vida, pero no en mi honor.
Mi vida se os debe; mi buen nombre, no,
pues, cuando yo muera, sobrevivirá,
y para el oprobio no os lo voy a dar.
Me acusan, me afrentan, me hieren el alma
con el dardo venenoso de la infamia,
cuya sola cura es la sangre del pecho
que exhala ponzoña.
RICARDO
La ira frenemos.
Dame el guante: el león doma al leopardo.
MOWBRAY
Sin cambiar sus manchas. Quitadme el agravio
y entregaré el guante. Mi amado señor,
en nuestra existencia la joya mayor
es un nombre limpio. Si nos lo arrebatan,
el hombre no es más que arcilla dorada.
Un ánimo audaz en un pecho honrado
es gema en un cofre diez veces cerrado.
Mi honor es mi vida; con ella florece.
Quitadme el honor y mi vida muere.
Permitid, buen rey, que mi honor defienda;
si vivo con él, por él yo perezca.
RICARDO
Vamos, primo, tira el guante. Tú primero.
BOLINGBROKE
¡Dios me libre de pecado tan horrendo!
¿He de quedar encogido ante mi padre
o empañar mi rango ante este cobarde
cual triste mendigo? Antes que mi lengua
injurie mi honor con esa flaqueza
o con tregua innoble, arranquen mis dientes
el órgano abyecto del temor que cede
y sangrando se lo escupa con su mancha
al rostro de Mowbray, cubil de la infamia.

Sale GANTE.

RICARDO
Nací para mandar, no para pedir
y, pues no consigo poneros a bien,
presentaos, porque en ello os va la vida,
el día de San Lamberto en Coventry.
Decidan allí la lanza y el hierro
el crudo litigio de un odio tan fiero.
Pues no puedo uniros, dicte la justicia
quién gana este duelo de caballería.
Lord Mariscal, que el rey de armas prepare
cuanto es de rigor para este combate.

Salen.

I.ii Entra Juan de GANTE con la DUQUESA DE GLOU¬CESTER.

GANTE
Ah, ser yo de la sangre de Gloucester
me mueve mucho más que tus lamentos
a entrar en acción contra sus asesinos.
Mas, ya que el correctivo está en las manos
de quien hizo el mal que no podemos corregir,
confiemos nuestra causa a la voluntad del cielo,
que, cuando vea la tierra en sazón,
hará llover su venganza sobre los culpables.
DUQUESA DE GLOUCESTER
¿No tiene espuela más viva la fraternidad?
¿Ya no arde el amor en tu vieja sangre?
Los siete hijos de Eduardo, de los que eres uno,
eran como siete vasos de su santa sangre
o siete hermosas ramas de una misma raíz.
A algunas las ha marchitado la naturaleza,
a otras las ha cortado el destino,
pero a Tomás, mi amado esposo, mi vida, mi Gloucester,
vaso lleno de la santa sangre de Eduardo,
rama florida de su muy regio tronco,
lo ha quebrado, y vertido el rico licor,
lo ha partido, y secado sus hojas de estío,
la mano del odio y el hacha sangrienta del crimen.
¡Ah, Gante! Su sangre era tuya. El lecho, el vientre,
la carne, el molde que a ti te formó
a él le hizo un hombre y, aunque vives y alientas,
estás muerto en él. En gran medida
consientes en la muerte de tu padre
al ver morir a tu desdichado hermano,
que era la viva estampa de tu padre.
No lo llames paciencia, Gante: es desesperanza.
Al permitir que a tu hermano hayan matado,
arriesgas el camino de tu vida
enseñando al rudo crimen a matarte.
Lo que en un ser común llamamos paciencia,
en un pecho noble es ruin cobardía.
¿Qué voy a decirte? Para salvar tu propia vida
lo mejor es vengar la muerte de mi Gloucester.
GANTE
De Dios es el pleito, pues Su delegado,
ungido que fue ante Sus ojos,
ha causado esta muerte; si fue injusta,
vénguela el cielo, pues yo no alzaré
ningún brazo airado contra Su ministro.
DUQUESA DE GLOUCESTER
Entonces, ¡ay de mí!, ¿ante quién puedo quejarme?
GANTE
Ante Dios, paladín y defensa de la viuda.
DUQUESA DE GLOUCESTER
Pues lo haré. Adiós, anciano Gante.
Vas a Coventry, a presenciar la lucha
de mi sobrino Hereford y el fiero Mowbray.
¡Ah, pon mis agravios en la lanza de Hereford,
que traspase el pecho asesino de Mowbray!
O, si falla en la primera embestida,
pesen tanto en su pecho los pecados de Mowbray
que deslomen su corcel espumeante
y lancen al jinete a la palestra de cabeza,
quedando el vil cobarde a merced de nuestro Hereford.
Hermano, adiós: esta viuda de tu casta
morirá con el dolor que la acompaña.
GANTE
Adiós, hermana. Yo a Coventry he de ir.
Dios quede contigo, y que me asista a mí.
DUQUESA DE GLOUCESTER
Sólo dos palabras. Al caer, el dolor bota,
y no del vacío, sino por su peso.
Me despido antes de hablarte, pues la pena
no se acaba cuando nos parece muerta.
Encomiéndame a tu hermano Edmundo de York.
Bien, es todo. Mas no partas todavía:
aunque es todo, no te vayas tan deprisa.
Recordaré algo más. Dile – ah, ¿qué? ?
que venga a verme a Pleshey sin más demora.
Mas, ¡ay!, allá, ¿qué ha de ver el buen York ahora
sino estancias vacías, paredes desnudas,
piedras sin hollar, cocinas desiertas?
¿Y qué bienvenida sino amargas quejas?
Dale mis recuerdos: no ha de visitarme
buscando un dolor que está en todas partes.
Desolada, triste, a mi muerte parto.
Mi último adiós te lo doy con llanto.

Salen.
I.iii Entran el LORD MARISCAL y el Duque de AUMERLE.

LORD MARISCAL
Lord Aumerle, ¿está armado Enrique de Hereford?
AUMERLE
Sí, de todo punto, y ansía combatir.
LORD MARISCAL
El Duque de Norfolk, resuelto y animoso,
aguarda el toque de clarín de su adversario.
AUMERLE
Entonces los contendientes están prestos y sólo esperan la llegada del rey.

Toque de clarines. Entra el rey [RICARDO] con GANTE, BUSHY, BAGOT, GREEN y otros nobles. Cuando se han sentado, entran MOWBRAY, Duque de Norfolk, en armas, y un HERALDO.

RICARDO
Lord Mariscal, preguntad al combatiente
la razón de su presencia aquí, en armas.
Demandad su nombre y, como es de rigor,
que jure la justicia de su causa.
LORD MARISCAL
En nombre de Dios y del rey, decid quién sois,
por qué venís en armas como caballero,
contra quién venís y cuál es vuestra causa.
Decid la verdad por vuestra fe y juramento,
y que os guarden el cielo y vuestro arrojo.
MOWBRAY
Soy Tomás Mowbray, Duque de Norfolk,
y vengo aquí, obligado por mi juramento
– no permita Dios que lo viole un caballero -,
tanto a defender mi lealtad a Dios,
a mi rey y a mis descendientes
contra el Duque de Hereford, que me reta,
como, por la gracia de Dios y por mi brazo,
a probar, con mi defensa, que él es un traidor
a mi Dios, a mi rey y a mi persona.
¡Premie el cielo la lealtad de mi combate!

Toque de clarines. Entran [BOLING¬BROKE,] Duque de Hereford, en armas, y un HERALDO.

RICARDO
Lord Mariscal, preguntad al caballero en armas
quién es, por qué viene aquí
con coraza y atuendo de guerra
y, según las formalidades de la ley,
haced que jure la justicia de su causa.
LORD MARISCAL
¿Cómo os llamáis? ¿Por qué acudís
a la regia palestra ante el rey Ricardo?
¿Contra quién venís y cuál es la disputa?
Hablad como fiel caballero, y que el cielo os guarde.
BOLINGBROKE
Soy Enrique de Hereford, Lancaster y Derby,
y me presento en armas, dispuesto
a probar en combate, por la gracia de Dios
y mi arrojo, que Tomás Mowbray, Duque de Norfolk,
es un traidor infecto y peligroso
al Dios del cielo, al rey y a mi persona.
¡Premie el cielo la lealtad de mi combate!
LORD MARISCAL
Bajo pena de muerte, no tenga ninguno
la osadía de entrar en la palestra,
excepto el Mariscal y aquellos oficiales
designados para este noble cometido.
BOLINGBROKE
Lord Mariscal, dejad que bese la mano del rey
y doble la rodilla ante Su Majestad,
pues Mowbray y yo somos cual dos hombres
que hacen voto de larga peregrinación.
Permitidnos, pues, una solemne despedida
y un sentido adiós a todos los nuestros.
LORD MARISCAL
Majestad, el retador os saluda lealmente
y desea besaros la mano y despedirse.
RICARDO
Descenderé para abrazarle.
Primo de Hereford, cual tu causa es justa,
así sea tu suerte aquí en esta lucha.
Adiós, sangre mía; si tú hoy la viertes,
habré de sentirla, no vengar la muerte.
BOLINGBROKE
No malgaste llanto ningún ojo noble
por mí si me hiere la lanza de Mowbray.
Seguro cual vuela el halcón contra el pájaro,
así yo ahora a Mowbray pretendo afrontarlo.
Mi amado señor, de vos me despido. –
Y de ti, noble primo, lord Aumerle;
trato con la muerte, mas no estoy enfermo,
sino joven, fuerte y con gozoso aliento.
Lo más exquisito, como en un festín,
pues lo hace más dulce, dejo para el fin. ?
Vos, autor terrenal de mi sangre,
cuyo espíritu joven, en mí renacido,
me levanta con doble vigor
para que alcance una alta victoria,
reforzad mi armadura con las preces
y, bendiciéndome, haced mi lanza de acero
para que traspase la cota de cera de Mowbray
y dé nuevo brillo al nombre de Gante
en la acción vigorosa de su hijo.
GANTE
Dios te sea propicio en tu justa causa.
Sé rápido cual rayo en el combate
y que tus golpes, doblemente redoblados,
caigan como el trueno aturdidor sobre el casco
de tu infame adversario y enemigo.
¡Excita esa sangre joven, triunfa y vive!
BOLINGBROKE
¡Pues que mi inocencia y San Jorge me auxilien!
MOWBRAY
Comoquiera que Dios o Fortuna dicten mi suerte,
vivirá o morirá, fiel al rey Ricardo,
un leal y honorable caballero.
Jamás un cautivo arrojó con más alegría
sus cadenas serviles y abrazó
su dorada y abierta libertad
que mi alma gozosa celebra
el festín de esta lucha contra mi adversario.
Poderoso rey, nobles compañeros,
años de ventura yo ahora os deseo.
Como el que va a fiestas, voy yo a pelear:
en pecho sereno vive la verdad.
RICARDO
Adiós, mi señor. Observo tranquilo
virtud y valor en tu ojo unidos.
Mariscal, disponed el comienzo de la lucha.
LORD MARISCAL
Enrique de Hereford, Lancaster y Derby,
recibid vuestra lanza y haga Dios justicia.
BOLINGBROKE
Fuerte como torre en la esperanza, digo amén.
LORD MARISCAL
Llevadle esta lanza a Tomás, Duque de Norfolk.
HERALDO 1.°
Enrique de Hereford, Lancaster y Derby
comparece, por Dios, por su rey y por sí mismo,
bajo pena de perjurio y felonía,
para probar que el Duque de Norfolk, Tomás Mowbray,
es traidor a su Dios, a su rey y a sí mismo
y le reta a emprender este combate.
HERALDO 2.°
Y comparece Tomás Mowbray, Duque de Norfolk,
bajo pena de perjurio y felonía,
para defenderse y demostrar
que Enrique de Hereford, Lancaster y Derby
es traidor a Dios, al rey y a sí mismo.
Animoso y con noble deseo
aguarda la señal para empezar.
LORD MARISCAL
¡Suenen los clarines y avancen los rivales!

Toque de clarines.

¡Alto! ¡El rey ha arrojado su vara!
RICARDO
Que los dos dejen sus cascos y sus lanzas
y vuelvan a ocupar sus asientos. ?
Reunámonos, y suenen los clarines
hasta que informe a los duques de nuestra decisión.

Toque de clarines prolongado.

Acercaos y escuchad
lo que nos y el Consejo hemos dispuesto.
Porque la tierra de mi reino no se manche
con la querida sangre que ha nutrido,
porque repugna a mis ojos contemplar
heridas labradas con acero de hermanos,
por cuanto creo que el vuelo altivo
de miras ambiciosas que aspiran al cielo
os incita en vuestro encono de rivales
a despertar la paz que en la cuna de la patria
respira como un niño el grato sueño,
y como el estruendo de tambores discordantes,
la horrísona estridencia de trompetas
y el chocar del colérico hierro
ahuyentarían la hermosa paz de este país
y nos harían vadear en sangre de familia,

William Shakespeare- Otelo

William Shakespeare OTELO

 

DRAMATIS PERSONAE

OTELO, el moro [general al servicio de Venecia]
BRABANCIO, padre de Desdémona [senador de Venecia]
CASIO, honrado teniente [de Otelo]
YAGO, un malvado [alférez de Otelo]
RODRIGO, un caballero engañado
El DUX de Venecia
SENADORES [de Venecia]
MONTANO, gobernador de Chipre
CABALLEROS de Chipre
LUDOVICO noble veneciano [pariente de Brabanciol
GRACIANO noble veneciano [hermano de Brabancio]
MARINEROS
El GRACIOSO [criado de Otelo]
DESDÉMONA, esposa de Otelo [e hija de Brabitncio]
EMILIA, esposa de Yago
BIANCA, cortesana [amante de Casio]
[Mensajeros, guardias, heraldo, caballeros, músicos y acom¬pañamiento]

LA TRAGEDIA DE OTELO,
EL MORO DE VENECIA

I.i Entran RODRIGO y YAGO.

RODRIGO
¡Calla, no sigas! Me disgusta muchísimo
que tú, Yago, que manejas mi bolsa
como si fuera tuya, no me lo hayas dicho.
YAGO
Voto a Dios, ¡si no me escuchas!
Aborréceme si yo he soñado
nada semejante.
RODRIGO
Me decías que le odiabas.
YAGO
Despréciame si es falso. Tres magnates
de Venecia se descubren ante él
y le piden que me nombre su teniente;
y te juro que menos no merezco,
que yo sé lo que valgo. Mas él, enamorado
de su propia majestad y de su verbo,
los evade con rodeos ampulosos
hinchados de términos marciales
y acaba denegándoles la súplica.
Les dice: «Ya he nombrado a mi oficial».
¿Y quién es el elegido?
Pardiez, todo un matemático
un tal Miguel Casio, un florentino
(casi condenado a mujercita),
que jamás puso una escuadra sobre el campo
ni sabe disponer un batallón
mejor que una hilandera … si no es con teoría
libresca, de la cual también saben hablar
los cónsules togados. Mera plática sin práctica
es toda su milicia. Mas le ha dado el puesto,
y a mí, a quien ha visto dar pruebas en Rodas,
en Chipre y en tierras cristianas y paganas,
me deja a la sombra y a la zaga
del debe y el haber. Y este sacacuentas
es, en buena hora, su teniente, y yo,
vaya por Dios, el alférez de Su Morería
RODRIGO
¡El colmo! Yo antes sería su verdugo.
YAGO
Pues ya lo ves. Son los gajes del soldado:
los ascensos se rigen por el libro y el afecto,
no según antigüedad, por la cual el segundo
siempre sucede al primero. Conque juzga
si tengo algún motivo para estar
a bien con el moro.
RODRIGO
Yo no le serviría.
YAGO
Pierde cuidado.
Le sirvo para servirme de él.
Ni todos podemos ser amos, ni a todos
los amos podemos fielmente servir.
Ahí tienes al criado humilde y reverente,
prendado de su propio servilismo,
que, como el burro de la casa, sólo vive
para el pienso; y de viejo, lo licencian.
¡Que lo cuelguen por honrado! Otros,
revestidos de aparente sumisión,
por dentro sólo cuidan de sí mismos
y, dando muestras de servicio a sus señores,
medran a su costa; hecha su jugada,
se sirven a sí mismos. En éstos sí que hay alma
y yo me cuento entre ellos.
Pues, tan verdad como que tú eres Rodrigo,
si yo fuera el moro, no habría ningún Yago.
Sirviéndole a él, me sirvo a mí mismo.
Dios sabe que no actúo por afecto ni obediencia
sino que aparento por mi propio interés.
Pues el día en que mis actos manifiesten
la índole y verdad de mi ánimo
en exterior correspondencia, ya verás
qué pronto llevo el corazón en la mano
para que piquen los bobos. Yo no soy el que soy
RODRIGO
Si todo le sale bien,
¡vaya suerte la del Morros!
YAGO
Llama al padre. Al moro
despiértalo, acósalo, envenena
su placer, denúncialo en las calles,
ponlo a mal con los parientes de ella,
y, si vive en un mundo delicioso,
inféstalo de moscas; si grande es su dicha,
inventa ocasiones de amargársela
y dejarla deslucida.
RODRIGO
Aquí vive el padre. Voy a dar voces.
YAGO
Tú grita en un tono de miedo y horror,
como cuando, en el descuido de la noche,
estalla un incendio en ciudad populosa.
RODRIGO
¡Eh, Brabancio! ¡Signor Brabancio, eh!
YAGO
¡Despertad! ¡Eh, Brabancio! ¡Ladrones, ladrones!
¡Cuidad de vuestra casa, vuestra hija
y vuestras bolsas! ¡Ladrones, ladrones!

BRABANCIO [se asoma] a una ventana

BRABANCIO
¿A qué se deben esos gritos de espanto?
¿Qué os trae aquí?
RODRIGO
Señor, ¿vuestra familia está en casa?
YAGO
¿Y las puertas bien cerradas?
BRABANCIO
¿Por qué lo preguntáis?
YAGO
¡Demonios, señor, que os roban! ¡Vamos, vestíos!
¡El corazón se os ha roto, se os ha partido el almal
Ahora, ahora, ahora mismo un viejo carnero negro
está montando a vuestra blanca ovejita.
¡Arriba! Despertad con las campanas
a los que duermen y roncan, si no queréis
que el diablo os haga abuelo. ¡Vamos, arriba!
BRABANCIO
¡Cómo! ¿Habéis perdido el juicio?
RODRIGO
Honorable señor, ¿me conocéis por la voz?
BRABANCIO
No. ¿Quién sois?
RODRIGO
Me llamo Rodrigo.
BRABANCIO
¡Mal hallado seas! Te he prohibido
que rondes mi casa; te he dicho
con toda claridad que para ti no es mi hija,
y ahora, frenético, lleno de comida
y bebidas embriagantes, vienes
de malévolo alboroto turbando mi reposo.
RODRIGO
Pero, señor…
BRABANCIO
No te quepa duda
de que mi ánimo y mi puesto tienen fuerza
para hacerte pagar esto.
RODRIGO
Calmaos, señor.
BRABANCIO
¿Qué me cuentas de robos? Estamos en Venecia;
yo no vivo en el campo.
RODRIGO
Muy respetable Brabancio, acudo a vos
con lealtad y buena fe.
YAGO
¡Voto al cielo! Sois de los que no sirven a Dios
porque lo manda el diablo. Venimos a ayudaros y
nos tratáis como salvajes. ¿Queréis que a vuestra
hija la cubra un caballo bereber y vuestros nietos os
relinchen? ¿Queréis tener jacos y rocines en lugar
de allegados y parientes?
BRABANCIO
¿Y quién eres tú, desvergonzado?
YAGO
Uno que viene a deciros que vuestra hija y el moro
están jugando a la bestia de dos espaldas.
BRABANCIO
¡Miserable!
YAGO
Y vos,senador.
BRABANCIO
Rodrigo, de esto me responderás.
RODRIGO
Y de cualquier cosa, señor. Mas atendedme
si por vuestro deseo y sabia decisión,
como en parte lo parece, vuestra bella hija,
a esta hora soñolienta de la noche,
no es llevada, sin otra custodia
que la de un gondolero de alquiler,
a los brazos groseros de un moro sensual…
Si todo esto lo sabéis y autorizáis,
llamadnos con razón atrevidos e insolentes.
Si no, faltáis a las buenas costumbres
con vuestra injusta condena. No penséis
que, adverso a las normas de cortesanía,
he venido a burlarme de Vuestra Excelencia
Lo repito: vuestra hija, si no le disteis
permiso, se rebela contra vos entregando
belleza, obediencia, razón y ventura
a un extranjero errátil y sin patria.
Comprobadlo vos mismo:
si está en su aposento o en la casa,
caiga sobre mí toda la justicia
por haberos engañado.
BRABANCIO
¡Encended lucesl ¡Traedme una vela!
¡Despertad a toda mi gente!
He soñado una desgracia como ésta
y me angustia pensar que es real.
¡Luces! ¡Luces!
YAGO
Adiós, te dejo. En mi puesto
no es prudente ni oportuno ser llamado
a declarar contra el moro y, si me quedo,
habré de hacerlo. Sé que el Estado,
aunque por esto le lea la cartilla,
no puede despedirle: le han confiado
con muy clara razón la guerra de Chipre,
que ya es inminente, pues, si quieren salvarse,
de su calibre no tienen a nadie
capaz de llevarla. Por todo lo cual,
aunque le odio como a las penas del infierno,
las necesidades del momento me obligan
a mostrar la enseña y bandera del afecto,
que no es sino apariencia. Si quieres encontrarle,
lleva la cuadrilla al Sagitario ,
que allí estaré con él. Adiós.

Sale.

Entran BRABANCIO y criados con antorchas.

BRABANCIO
La desgracia era cierta. No está,
y el resto de mi vida miserable
será una amargura.  Dime, Rodrigo,
¿dónde la has visto?  ¡Ah, desdichada!-
¬¿Dices que con el moro?  ¡Ser padre para esto!-
¬¿Cómo sabes que era ella?  ¡Quién lo iba a pensar!¬-
¿Qué te dijo?  ¡Más luces! ¡Despertad a toda
mi familia!  ¿Y crees que se han casado?
RODRIGO
Yo creo que sí.
BRABANCIO
¡Santo Dios! ¿Cómo salió? ¡Ah, sangre traidora!
Padres, desde ahora no os fiéis del corazón
de vuestras hijas por meras apariencias.
¿No hay encantamientos que puedan corromper
a muchachas inocentes? Rodrigo,
¿tú has leído algo de esto?
RODRIGO
Sí, señor, lo he leído.
BRABANCIO
¡Despertad a mi hermano!  ¡Ojalá fuera tuya!-
¬Unos por un lado, otros por otro.  ¿Sabes
dónde podemos capturarla con el moro?
RODRIGO
A él creo que puedo hallarle, si os hacéis
con una buena escolta y me seguís.
BRABANCIO
Pues abre la marcha. Llamaré en todas las casas;
me darán ayuda en muchas.  ¡Armas!
¡Y traed a la guardia nocturna!¬-
Vamos, buen Rodrigo; serás recompensado.

Salen.

I.ii  Entran OTELO, YAGO y criados con antorchas.

YAGO
Aunque he matado hombres en la guerra,
por principio de conciencia no puedo matar
con premeditación. Hay momentos
en que me estorban los escrúpulos. No sé
cuántas veces me han venido ganas
de hincárselo aquí, bajo el costillar.
OTELO
Más vale que no.
YAGO
Sí, pero él parloteaba y decía
palabras tan groseras e insultantes
contra vos que mi propia caridad
apenas me servía para sufrirlo.
Mas decidme, señor, ¿estáis ya casado?
Tened por cierto que el senador
es muy estimado, y la fuerza de su voto
puede doblar a la del Dux. Si no os descasa,
os impondrá cortapisas y castigos
con todo el campo libre que la ley
pueda dejar a un hombre de su mando.
OTELO
Que haga lo imposible.
Mis servicios a la Serenísima
acallarán sus protestas. Se ignora
(y pienso proclamarlo cuando sepa
que la jactancia es virtud)
que soy de regia cuna y que mis méritos
están a la par de la espléndida fortuna
que he alcanzado. Te aseguro, Yago,
que, si yo no quisiera a la noble Desdémona,
no expondría mi libre y exenta condición
a reclusiones ni límites por todos
los tesoros de la mar. ¿Qué luces son ésas?
YAGO
Es el padre con sus hombres.
Más vale que entréis.
OTELO
No. Que me encuentren. Mis prendas,
mi rango y la paz de mi conciencia
darán fe de mi persona. ¿Son ellos?
YAGO
Por Jano, creo que no.

Entran CASIO y guardias con antorchas.

OTELO
¡Servidores del Dux y mi teniente!
La noche os sea propicia, amigos.
¿Alguna novedad?
CASIO
El Dux os saluda, general,
y requiere vuestra pronta presencia;
inmediata si es posible.
OTELO
¿Conocéis el motivo?
CASIO
Parece ser que noticias de Chipre.
Algo apremiante: esta noche las galeras
enviaron a doce mensajeros, uno tras otro,
todos muy seguidos, y los cónsules
ya están levantados y reunidos con el Dux.
Os han convocado urgentemente.
Al no haberos hallado en vuestra casa,
el Senado envió en vuestra busca
a tres cuadrillas.
OTELO
Mejor si me habéis hallado vos.
He de hablar con alguien en la casa
e iré con vos sin más demora.

[Sale.]

CASIO
Alférez, ¿qué hace él aquí?
YAGO
Es que tomó al abordaje una nave de tierra;
si la presa es legal, ¡menuda fortuna!
CASIO
No entiendo.
YAGO
Se ha casado.
CASIO
¿Con quién?

[Entra OTELO.]

YAGO
Pues con…  ¿Vamos, general?
OTELO
Vamos.
CASIO
Aquí viene otro grupo en vuestra busca.

Entran BRABANCIO, RODRIGO y guar¬dias con antorchas y armas.

YAGO
Es Brabancio. En guardia, general,
que viene con malas intenciones.
OTELO
¡Alto!
RODRIGO
Señor, es el moro.
BRABANCIO
¡Ladrón! ¡Abajo con él!
YAGO
¿Tú, Rodrigo? Vamos, aquí me tienes.
OTELO
Envainad las espadas brillantes, que el rocío
va a oxidarlas.  Señor, dominaréis mucho más
con la edad que con las armas.

BRABANCIO
Infame ladrón, ¿dónde tienes a mi hija?
Estabas condenado y tenías que embrujarla.
Lo someto al dictamen de los cuerdos:
si no la encadena la magia, no se entiende
que muchacha tan dulce, gentil y dichosa,
tan adversa al matrimonio que rehusó
a nuestros favoritos más ricos y galanos,
se exponga a la pública irrisión, abandonando
su tutela para caer en el pecho tiznado
de un ser como tú que asusta y repugna.
Que el mundo me juzgue si no es manifiesto
que lanzaste contra ella tus viles hechizos,
corrompiendo su tierna juventud
con pócimas y filtros que embotan los sentidos.
Haré que lo examinen: se puede probar,
es verosímil. Así que te detengo
por ser un corruptor, un oficiante
de artes clandestinas y proscritas.¬
¡Prendedle! Si se resiste,
reducidle por la fuerza.
OTELO
¡Quietos todos, los de mi bando y los demás!
Si mi papel me exigiese pelear,
no habría necesitado apuntador.
¿Dónde queréis que responda a vuestros cargos?
BRABANCIO
En la cárcel, hasta que seas llamado
cuando lo disponga la ley y la justicia.
OTELO
Y, si obedezco, ¿cómo voy
a complacer al Dux, que me ha hecho
llamar por medio de estos mensajeros
para un asunto perentorio del Estado?
GUARDIA
Es cierto, Excelencia. El Dux
convocó al consejo, y me consta
que os mandó llamar.
BRABANCIO
¡Cómo! ¿Que convocó al consejo?
¿A estas horas de la noche?  Llevadle allá.
Mi asunto no es vano. El Dux mismo
y cualquiera de los otros senadores
sentirán este ultraje como suyo.
Si actos semejantes tienen paso franco,
pronto mandarán los infieles y esclavos.

Salen.

I.iii El Dux y los SENADORES sentados alrededor de
una mesa; antorchas y guardias.

DUX
Las noticias no concuerdan
y no podemos darles crédito.

SENADOR 1.0
Son contradictorias.
Mi carta dice ciento siete galeras.
DUX
La mía, ciento cuarenta.
SENADOR 2.0
Y la mía, doscientas. Sin embargo,
aunque no haya coincidencia de número
(pues en casos de cálculo suele haber

William Shakespeare- La Tempestad

William Shakespeare – LA TEMPESTAD

DRAMATIS PERSONAE

ALONSO, rey de Nápoles
SEBASTIÁN, su hermano
PRÓSPERO, el legítimo Duque de Milán
ANTONIO, su hermano, usurpador del ducado de Milán
FERNANDO, hijo del rey de Nápoles
GONZALO, viejo y honrado consejero

ADRIÁN nobles
FRANCISCO

CALIBÁN, esclavo salvaje y deforme
TRÍNCULO, bufón
ESTEBAN, despensero borracho
El CAPITÁN del barco
El CONTRAMAESTRE
MARINEROS
MIRANDA, hija de Próspero
ARIEL, espíritu del aire

IRIS
CERES
JUNO espíritus Ninfas
Segadores

Escena: una isla deshabitada.

LA TEMPESTAD
I.i Se oye un fragor de tormenta, con rayos y truenos. Entran un CAPITÁN y un CONTRAMAESTRE.

CAPITÁN
¡Contramaestre!
CONTRAMAESTRE
¡Aquí, capitán! ¿Todo bien?
CAPITÁN
¡Amigo, llama a la marinería! ¡Date prisa o encalla¬mos! ¡Corre, corre!

Sale.
Entran los MARINEROS.

CONTRAMAESTRE
¡Ánimo, muchachos! ¡Vamos, valor, muchachos! ¡De¬prisa, deprisa! ¡Arriad la gavia! ¡Y atentos al silbato del capitán! – ¡Vientos, mientras haya mar abierta, re¬ventad soplando!

Entran ALONSO, SEBASTIÁN, ANTONIO, FERNANDO, GONZALO y otros.

ALONSO
Con cuidado, amigo. ¿Dónde está el capitán? – [A los MARINEROS] ¡Portaos como hombres!
CONTRAMAESTRE
Os lo ruego, quedaos abajo.
ANTONIO
Contramaestre, ¿y el capitán?
CONTRAMAESTRE
¿No le oís? Estáis estorbando. Volved al camarote. Ayudáis a la tormenta.
GONZALO
Cálmate, amigo.
CONTRAMAESTRE
Cuando se calme la mar. ¡Fuera! ¿Qué le importa el tí¬tulo de rey al fiero oleaje? ¡Al camarote, silencio! ¡No molestéis!
GONZALO
Amigo, recuerda a quién llevas a bordo.
CONTRAMAESTRE
A nadie a quien quiera más que a mí. Vos sois conse¬jero: si podéis acallar los elementos y devolvernos la bonanza, no moveremos más cabos. Imponed vuestra autoridad. Si no podéis, dad gracias por haber vivido tanto y, por si acaso, preparaos para cualquier desgra¬cia en vuestro camarote. – ¡Ánimo, muchachos! – ¡Quitaos de enmedio, vamos!

Sale.

GONZALO
Este tipo me da ánimos. Con ese aire patibulario, no creo que naciera para ahogarse. Buen Destino, persiste en ahorcarle, y que la soga que le espera sea nuestra amarra, pues la nuestra no nos sirve. Si no nació para la horca, estamos perdidos.

Salen.
Entra el CONTRAMAESTRE.

CONTRAMAESTRE
¡Calad el mastelero! ¡Rápido! ¡Más abajo, más abajo! ¡Capead con la mayor!

Gritos dentro.

¡Malditos lamentos! ¡Se oyen más que la tormenta o nuestro ruido!

Entran SEBASTIÁN, ANTONIO y GONZALO.

¿Otra vez? ¿Qué hacéis aquí? ¿Lo dejamos todo y nos ahogamos? ¿Queréis que nos hundamos?
SEBASTIÁN
¡Mala peste a tu lengua, perro gritón, blasfemo, desal¬mado!
CONTRAMAESTRE
Entonces trabajad vos.
ANTONIO
¡Que te cuelguen, perro cabrón, escandaloso, inso¬lente! Tenemos menos miedo que tú de ahogarnos.
GONZALO
Seguro que él no se ahoga, aunque el barco fuera una cáscara de nuez e hiciera aguas como una incontinente.
CONTRAMAESTRE
¡Ceñid el viento,, ceñid! ¡Ahora con las dos velas! ¡Mar adentro, mar adentro!

Entran los MARINEROS, mojados.

MARINEROS
¡Es el fin! ¡A rezar, a rezar! ¡Es el fin!

[Salen.]

CONTRAMAESTRE
¿Vamos a quedar secos?
GONZALO
¡El rey y el príncipe rezan! Vamos con ellos:
nuestra suerte es la suya.
SEBASTIÁN
Estoy indignado.
ANTONIO
Estos borrachos nos roban la vida.
¡Y este infame bocazas…! – ¡A la horca,
y que te aneguen diez mareas!.

[Sale el CONTRAMAESTRE.]

GONZALO
Irá a la horca, por más que lo desmienta cada gota de agua y se abra el mar para tragárselo.

Clamor confuso dentro.

[VOCES]
¡Misericordia! ¡Naufragamos, naufragamos! ¡Adiós, mujer, hijos! ¡Adiós, hermano! ¡Naufragamos, naufra¬gamos!
ANTONIO
Hundámonos con el rey.
SEBASTIÁN
Vamos a decirle adiós.

Sale [con ANTONIO].

GONZALO
Ahora daría yo mil acres de mar por un trozo de pá¬ramo, con brezos, matorrales, lo que sea. Hágase la vo¬luntad de Dios, pero yo preferiría morir en seco.

Sale.

I.ii Entran PRÓSPERO y MIRANDA.

MIRANDA
– Si con tu magia, amado padre, has levantado
este fiero oleaje, calma las aguas.
Parece que las nubes quieren arrojar
fétida brea, y que el mar, por extinguirla,
sube al cielo. ¡Ah, cómo he sufrido
con los que he visto sufrir! ¡Una hermosa nave,
que sin duda llevaba gente noble,
hecha pedazos! ¡Ah, sus clamores
me herían el corazón! Pobres almas, perecieron.
Si yo hubiera sido algún dios poderoso,
habría hundido el mar en la tierra
antes que permitir que se tragase
ese buen barco con su carga de almas.
PRÓSPERO
Serénate. Cese tu espanto.
Dile a tu apenado corazón
que no ha habido ningún mal.
MIRANDA
¡Ah, desgracia!
PRÓSPERO
No ha habido mal. Yo sólo he obrado
por tu bien, querida mía, por tu bien, hija,
que ignoras quién eres y nada sabes
de mi origen, ni que soy bastante más
que Próspero, morador de pobre cueva
y humilde padre tuyo.
MIRANDA
De saber más
nunca tuve pensamiento.
PRÓSPERO
Hora es de que te informe. Ayúdame
a quitarme el manto mágico. Bien. ?
Descansa ahí, magia. – Sécate los ojos; no sufras.
La terrible escena del naufragio,
que ha tocado tus fibras compasivas,
la dispuse midiendo mi arte de tal modo
que no hubiera peligro para nadie,
ni llegasen a perder ningún cabello
los hombres que en el barco oías gritar
y viste hundirse. Siéntate,
pues has de saber más.
MIRANDA
Cuando ibas a contarme quién soy yo,
te parabas y dejabas sin respuesta
mis preguntas, concluyendo: «Espera, aún no.»
PRÓSPERO
Llegó la hora. El instante
te manda abrir oídos. Obedece
y préstame atención. ¿Te acuerdas
de antes que viviéramos en esta cueva?
Creo que no, porque entonces no tenías
más de tres años.
MIRANDA
Sí me acuerdo, padre.
PRÓSPERO
¿De qué? ¿De alguna otra casa o persona?
Dime una imagen cualquiera
que guarde tu recuerdo.
MIRANDA
La veo muy lejana,
y más como un sueño que como un recuerdo
del que dé garantía mi memoria. ¿No tenía
yo a mi servicio cuatro o cinco damas?
PRÓSPERO
Sí, Miranda, y más. Pero, ¿cómo es que eso
aún vive en tu mente? ¿Qué más ves
en el oscuro fondo y abismo del tiempo?
Si te acuerdas de antes de llegar aquí,
recordarás cómo llegaste.
MIRANDA
No me acuerdo.
PRÓSPERO
Hace doce años, Miranda, hace doce años,
tu padre era el Duque de Milán,
y un poderoso príncipe.
MIRANDA
¿No eres mi padre?
PRÓSPERO
Tu madre fue un dechado de virtud
y decía que tú eras mi hija; tu padre
era Duque de Milán, y su única heredera,
princesa no menos noble.
MIRANDA
¡Santo cielo! ¿Qué perfidia
nos hizo salir de allá? ¿O fue
una suerte el venir?
PRÓSPERO.
Ambas cosas, hija.
Nos expulsó la perfidia, como dices,
pero a venir nos ayudó la suerte.
MIRANDA
¡Ah, se me parte el alma de pensar
que te hago recordar aquel dolor
que no guarda mi memoria! Mas sigue, padre.
PRÓSPERO
Mi hermano y tío tuyo, de nombre Antonio
(y oirás cómo un hermano puede ser
tan pérfido); él, al que después de ti
más quería yo en el mundo, y a quien confié
el gobierno de mi Estado, el principal
en aquel tiempo de entre las Señorías,
y Próspero, el gran duque, de elevado
renombre por su rango y sin igual
en las artes liberales… Siendo ellas mi anhelo,
delegué en mi hermano la gobernación
y, arrobado por las ciencias ocultas,
me volví un extraño a mi país.
Tu pérfido tío… ¿Me escuchas?
MIRANDA
Con toda mi atención.
PRÓSPERO
… impuesto ya en el uso de otorgar
o denegar solicitudes, ascender a éste,
frenar al otro en su ambición, volvió a crear
a las criaturas que eran mías, cambiando
o conformando su lealtad y, marcando el tono
de función y funcionario, afinó
a su gusto a todos, hasta ser
la hiedra que ocultó mi noble tronco
sorbiéndole la savia… ¡No me escuchas!
MIRANDA
¡Sí te escucho, padre!
PRÓSPERO
Préstame atención. Al descuidar
los asuntos del mundo, consagrado
al aislamiento y al cultivo de la mente
con un arte tan secreto que excedía
la apreciación de las gentes, desperté
en mi falso hermano un mal instinto,
y mi confianza, que no tenía límites,
cual buen padre inversamente generó
en él una falsía tan inmensa
como fue mi confianza. Llegó a enseñorearse
no sólo de mis rentas, sino también
de cuanto mi poder le permitía,
e igual que quien hace pecar a su memoria
contra la verdad al creerse sus mentiras
a fuerza de contarlas, creyó ser
el duque mismo por haberme reemplazado
y ostentar el rostro del dominio
con todo privilegio. Creciendo su ambición…
¿Me oyes bien?
MIRANDA
Padre, tu relato curaría la sordera.
PRÓSPERO
Para no tener obstáculo entre papel
y personaje, querrá ser el propio
Duque de Milán. Para mí, ¡pobre!,
mi biblioteca era un gran ducado. Me cree
incapaz para el gobierno, se alía
(tal era su sed de mando) con el rey de Nápoles
pagándole tributo, rindiéndole homenaje,
entregando la corona ducal a la del rey
y sometiendo el ducado, aún sin doblegar,
a la más innoble postración.
MIRANDA
¡Santo cielo!
PRÓSPERO
Escucha el pacto y sus consecuencias,
y dime si obró como un hermano.
MIRANDA
Pecaría si no pensara noblemente
de tu madre: la buena entraña
ha dado malos hijos.
PRÓSPERO
Escucha el pacto. El rey de Nápoles,
que siempre fue mi eterno enemigo,
atiende el ruego de mi hermano;
a saber: que, a cambio del convenio
de homenaje y no sé cuánto tributo,
arroje del ducado a mí y a los míos
sin demora, regalando la hermosa Milán
con todos los honores a mi hermano. Así,
con tropa desleal ya reclutada,
en la noche fatídica abrió Antonio
las puertas de Milán y, en la más negra tiniebla,
sus esbirros nos sacaron a los dos;
a ti, llorando.
MIRANDA
¡Ay, dolor! No recuerdo
cómo lloré entonces y voy a llorar ahora.
Lo que ocurrió me arranca el llanto.
PRÓSPERO
Atiende un poco más y llegaremos
a lo que ahora nos concierne, sin lo cual
esta historia no vendría al caso.
MIRANDA
¿Por qué no nos mataron?
PRÓSPERO
Buena pregunta, muchacha; mi relato
la provoca. Hija, no se atrevieron,
de tanto como el pueblo me quería y, en vez
de mancharse de sangre, les dieron
un bello color a sus viles designios.
En suma, nos llevaron a un velero a toda prisa
y en él varias leguas mar adentro. Allí
nos esperaba el casco podrido de un barcucho
sin jarcias, ni velas, ni mástil. Hasta las ratas
lo habían abandonado por instinto. En él
nos lanzaron a llorarle al mar rugiente,
a suspirarle al viento, cuya lástima
nos hacía un mal amoroso al suspirarnos.
MIRANDA
¡Ah, qué carga fui yo para ti!
PRÓSPERO
Tú fuiste el querubín que me salvó.
Inspirada de divina fortaleza,
sonreías mientras yo cubría el mar
de lágrimas salobres y gemía
bajo mi pena. Así me diste bríos
para afrontar lo que acaeciese.
MIRANDA
¿Cómo llegamos a tierra?
PRÓSPERO
Por divina voluntad. Llevábamos
algo de comida y un poco de agua dulce
que nos dio por caridad Gonzalo,
un noble de Nápoles encargado del proyecto,
y también ricos trajes, ropa blanca,
telas y efectos varios que nos han
servido mucho. En su bondad, sabiendo
cuánto amaba yo mis libros, me surtió
de volúmenes de mi propia biblioteca
que yo estimaba en más que mi ducado.
MIRANDA
¡Ojalá algún día vea a ese hombre!
PRÓSPERO
Voy a levantarme. Tú sigue sentada
y escucha el fin de nuestras penas.
Llegamos a esta isla y aquí yo,
tu maestro, te he dado una enseñanza
que no gozan los príncipes, con horas
más ociosas y tutores menos esmerados.
MIRANDA
Dios te lo premie. Ahora, padre, te lo ruego,
pues aún me embarga el alma, dime
por qué has desatado esta tormenta.
PRÓSPERO
Vas a saberlo.
Por un extraño azar la próvida Fortuna,
que ahora me acompaña, ha traído
hasta aquí a mis enemigos, y por presciencia
veo que mi cenit depende de un astro
sumamente favorable y que, si no
aprovecho su influencia, mi suerte
decaerá. Cesen ya tus preguntas.
Te duermes. Es benigna soñolencia.
Abandónate: no puedes evitarla.

[Se duerme MIRANDA.]

¡Ven aquí, mi siervo, ven! Estoy presto.
Acércate, Ariel, ven.

Entra ARIEL.

ARIEL
¡Salud, gran amo! ¡Mi digno señor, salud!
Vengo a cumplir tu deseo, ya sea volar,
nadar, lanzarme al fuego, sobre nube ondulante
cabalgar. Con tus poderosas órdenes
dirige a tu Ariel y sus fuerzas.
PRÓSPERO
Espíritu, ¿llevaste a cabo fielmente
la tempestad que te mandé?
ARIEL
A la letra. A bordo
del navío real, llameaba espanto
por la proa, por el puente, por la popa,
por todos los camarotes. A veces me dividía,
ardiendo por muchos sitios: flameaba
en las vergas, el bauprés, el mastelero,
y después me unía. El relámpago de Júpiter,
heraldo del temible trueno, nunca fue
tan raudo e instantáneo. Fuegos y estallidos
del sulfúreo alboroto parecían asediar
al poderoso Neptuno y hacer que temblasen
sus olas altivas, y aun su fiero tridente.
PRÓSPERO
¡Mi gran espíritu!
¿Quién fue tan firme y constante, que no
acusara el efecto del tumulto?
ARIEL
No hubo quien no
sintiera la fiebre de los locos, ni obrara
enajenado. Todos, menos los marineros,
se echaron al mar espumoso saltando del barco,
que ardía con mi fuego. Fernando, el hijo del rey,
con los pelos de punta (más juncos que pelos),
fue el primero en lanzarse, gritando: «¡El infierno
está vacío! ¡Aquí están los demonios!»
PRÓSPERO
¡Bien por mi espíritu!
Pero, ¿eso no fue junto a la costa?
ARIEL
Muy cerca, mi amo.
PRÓSPERO
¿Y están todos a salvo, Ariel?
ARIEL
Ni un pelo ha sufrido,
y no hay mancha en sus ropas flotadoras,
ya más nuevas que nunca. Tal como ordenaste,
los dispersé por grupos en la isla.
Al hijo del rey le hice llegar a tierra,
donde quedó enfriando el aire de suspiros,
sentado en un rincón lejano de la isla
con los brazos en este triste nudo.
PRÓSPERO
Dime qué hiciste
con el navío real, los marineros.
¿Y el resto de la escuadra?
ARIEL
El navío del rey está escondido
en buen puerto, en la cala profunda
donde una medianoche me hiciste traer
rocío de las Bermudas borrascosas.
A los marineros los metí bajo cubierta;
durmiendo quedaron, merced a un hechizo
y sus fatigas. El resto de la escuadra,
a la que dispersé, ya se ha reunido
y navega por la mar Mediterránea
con triste rumbo a Nápoles, creyendo
que vieron naufragar el navío del rey
y morir a su augusta persona.
PRÓSPERO
Ariel, cumpliste mi encargo con esmero,
pero aún queda trabajo. ¿Qué hora es?
ARIEL
Más del mediodía.
PRÓSPERO
Al menos dos horas más. De aquí a las seis
hemos de emplear valiosamente el tiempo.
ARIEL
¿Aún más labor? Ya que tanto me exiges,
déjame recordarte lo que has prometido
y aún no me has dado.
PRÓSPERO
¡Vaya! ¿Protestando?
¿Tú qué puedes reclamarme?
ARIEL
Mi libertad.
PRÓSPERO
¿Antes de tiempo? Ya basta.
ARIEL
Te lo ruego, recuerda
que te he prestado un gran servicio;
no te digo mentiras, ni cometo errores,
y te sirvo sin queja ni desgana. Prometiste
descontarme un año entero.
PRÓSPERO
¿Olvidas de qué tormento te libré?
ARIEL
No.
PRÓSPERO
Sí, y crees una fatiga
pisar el fondo cenagoso del océano,
correr sobre el áspero viento del norte,
hacerme encargos en las venas de la tierra
cuando el hielo la endurece.
ARIEL
Yo no, señor.
PRÓSPERO
¡Mientes, ser maligno! ¿Te olvidas
de la inmunda bruja Sícorax, encorvada
por la edad y la vileza? ¿Te olvidas de ella?
ARIEL
No, señor.
PRÓSPERO
Pues sí. ¿Dónde nació? Habla, dilo.
ARIEL
En Argel, señor.
PRÓSPERO
¿Ah, sí? Una vez al mes
tengo que contarte lo que has sido,
pues lo olvidas. La maldita bruja Sícorax,
por múltiples maldades y hechizos que no son
para oídos humanos, fue, como ya sabes,
desterrada de Argel. Por algo que hizo
no la ejecutaron. ¿No es verdad?
ARIEL
Sí, señor.
PRÓSPERO
A esta bruja de ojos morados la trajeron
ya preñada, dejándola aquí los marineros.
Tú, mi esclavo, como a ti mismo te llamas,
fuiste siervo suyo y, al ser tan sensible
para cumplir sus órdenes soeces,
negándole obediencia, te encerró,
con la ayuda de agentes poderosos
y en su cólera más incontenible,
en un pino partido, en cuyo hueco
doce años con dolor permaneciste
prisionero. Mas murió en ese espacio
y te dejó allí, dando más quejas
que giros una rueda de molino.
Entonces, salvo el hijo que ella parió aquí,
un pecoso engendro, ningún humano
había honrado esta isla.
ARIEL
Sí, su hijo Calibán.
PRÓSPERO
¡Torpe! ¿Quién, si no? Calibán,
que ahora está a mi servicio. Bien sabes
el tormento que sufrías cuando te hallé.
Tus gemidos hacían aullar al lobo y apiadarse
al oso furibundo: un tormento
para los condenados que Sícorax