Respaldo de material de tanatología

William Shakespeare- Otelo

William Shakespeare OTELO

 

DRAMATIS PERSONAE

OTELO, el moro [general al servicio de Venecia]
BRABANCIO, padre de Desdémona [senador de Venecia]
CASIO, honrado teniente [de Otelo]
YAGO, un malvado [alférez de Otelo]
RODRIGO, un caballero engañado
El DUX de Venecia
SENADORES [de Venecia]
MONTANO, gobernador de Chipre
CABALLEROS de Chipre
LUDOVICO noble veneciano [pariente de Brabanciol
GRACIANO noble veneciano [hermano de Brabancio]
MARINEROS
El GRACIOSO [criado de Otelo]
DESDÉMONA, esposa de Otelo [e hija de Brabitncio]
EMILIA, esposa de Yago
BIANCA, cortesana [amante de Casio]
[Mensajeros, guardias, heraldo, caballeros, músicos y acom¬pañamiento]

LA TRAGEDIA DE OTELO,
EL MORO DE VENECIA

I.i Entran RODRIGO y YAGO.

RODRIGO
¡Calla, no sigas! Me disgusta muchísimo
que tú, Yago, que manejas mi bolsa
como si fuera tuya, no me lo hayas dicho.
YAGO
Voto a Dios, ¡si no me escuchas!
Aborréceme si yo he soñado
nada semejante.
RODRIGO
Me decías que le odiabas.
YAGO
Despréciame si es falso. Tres magnates
de Venecia se descubren ante él
y le piden que me nombre su teniente;
y te juro que menos no merezco,
que yo sé lo que valgo. Mas él, enamorado
de su propia majestad y de su verbo,
los evade con rodeos ampulosos
hinchados de términos marciales
y acaba denegándoles la súplica.
Les dice: «Ya he nombrado a mi oficial».
¿Y quién es el elegido?
Pardiez, todo un matemático
un tal Miguel Casio, un florentino
(casi condenado a mujercita),
que jamás puso una escuadra sobre el campo
ni sabe disponer un batallón
mejor que una hilandera … si no es con teoría
libresca, de la cual también saben hablar
los cónsules togados. Mera plática sin práctica
es toda su milicia. Mas le ha dado el puesto,
y a mí, a quien ha visto dar pruebas en Rodas,
en Chipre y en tierras cristianas y paganas,
me deja a la sombra y a la zaga
del debe y el haber. Y este sacacuentas
es, en buena hora, su teniente, y yo,
vaya por Dios, el alférez de Su Morería
RODRIGO
¡El colmo! Yo antes sería su verdugo.
YAGO
Pues ya lo ves. Son los gajes del soldado:
los ascensos se rigen por el libro y el afecto,
no según antigüedad, por la cual el segundo
siempre sucede al primero. Conque juzga
si tengo algún motivo para estar
a bien con el moro.
RODRIGO
Yo no le serviría.
YAGO
Pierde cuidado.
Le sirvo para servirme de él.
Ni todos podemos ser amos, ni a todos
los amos podemos fielmente servir.
Ahí tienes al criado humilde y reverente,
prendado de su propio servilismo,
que, como el burro de la casa, sólo vive
para el pienso; y de viejo, lo licencian.
¡Que lo cuelguen por honrado! Otros,
revestidos de aparente sumisión,
por dentro sólo cuidan de sí mismos
y, dando muestras de servicio a sus señores,
medran a su costa; hecha su jugada,
se sirven a sí mismos. En éstos sí que hay alma
y yo me cuento entre ellos.
Pues, tan verdad como que tú eres Rodrigo,
si yo fuera el moro, no habría ningún Yago.
Sirviéndole a él, me sirvo a mí mismo.
Dios sabe que no actúo por afecto ni obediencia
sino que aparento por mi propio interés.
Pues el día en que mis actos manifiesten
la índole y verdad de mi ánimo
en exterior correspondencia, ya verás
qué pronto llevo el corazón en la mano
para que piquen los bobos. Yo no soy el que soy
RODRIGO
Si todo le sale bien,
¡vaya suerte la del Morros!
YAGO
Llama al padre. Al moro
despiértalo, acósalo, envenena
su placer, denúncialo en las calles,
ponlo a mal con los parientes de ella,
y, si vive en un mundo delicioso,
inféstalo de moscas; si grande es su dicha,
inventa ocasiones de amargársela
y dejarla deslucida.
RODRIGO
Aquí vive el padre. Voy a dar voces.
YAGO
Tú grita en un tono de miedo y horror,
como cuando, en el descuido de la noche,
estalla un incendio en ciudad populosa.
RODRIGO
¡Eh, Brabancio! ¡Signor Brabancio, eh!
YAGO
¡Despertad! ¡Eh, Brabancio! ¡Ladrones, ladrones!
¡Cuidad de vuestra casa, vuestra hija
y vuestras bolsas! ¡Ladrones, ladrones!

BRABANCIO [se asoma] a una ventana

BRABANCIO
¿A qué se deben esos gritos de espanto?
¿Qué os trae aquí?
RODRIGO
Señor, ¿vuestra familia está en casa?
YAGO
¿Y las puertas bien cerradas?
BRABANCIO
¿Por qué lo preguntáis?
YAGO
¡Demonios, señor, que os roban! ¡Vamos, vestíos!
¡El corazón se os ha roto, se os ha partido el almal
Ahora, ahora, ahora mismo un viejo carnero negro
está montando a vuestra blanca ovejita.
¡Arriba! Despertad con las campanas
a los que duermen y roncan, si no queréis
que el diablo os haga abuelo. ¡Vamos, arriba!
BRABANCIO
¡Cómo! ¿Habéis perdido el juicio?
RODRIGO
Honorable señor, ¿me conocéis por la voz?
BRABANCIO
No. ¿Quién sois?
RODRIGO
Me llamo Rodrigo.
BRABANCIO
¡Mal hallado seas! Te he prohibido
que rondes mi casa; te he dicho
con toda claridad que para ti no es mi hija,
y ahora, frenético, lleno de comida
y bebidas embriagantes, vienes
de malévolo alboroto turbando mi reposo.
RODRIGO
Pero, señor…
BRABANCIO
No te quepa duda
de que mi ánimo y mi puesto tienen fuerza
para hacerte pagar esto.
RODRIGO
Calmaos, señor.
BRABANCIO
¿Qué me cuentas de robos? Estamos en Venecia;
yo no vivo en el campo.
RODRIGO
Muy respetable Brabancio, acudo a vos
con lealtad y buena fe.
YAGO
¡Voto al cielo! Sois de los que no sirven a Dios
porque lo manda el diablo. Venimos a ayudaros y
nos tratáis como salvajes. ¿Queréis que a vuestra
hija la cubra un caballo bereber y vuestros nietos os
relinchen? ¿Queréis tener jacos y rocines en lugar
de allegados y parientes?
BRABANCIO
¿Y quién eres tú, desvergonzado?
YAGO
Uno que viene a deciros que vuestra hija y el moro
están jugando a la bestia de dos espaldas.
BRABANCIO
¡Miserable!
YAGO
Y vos,senador.
BRABANCIO
Rodrigo, de esto me responderás.
RODRIGO
Y de cualquier cosa, señor. Mas atendedme
si por vuestro deseo y sabia decisión,
como en parte lo parece, vuestra bella hija,
a esta hora soñolienta de la noche,
no es llevada, sin otra custodia
que la de un gondolero de alquiler,
a los brazos groseros de un moro sensual…
Si todo esto lo sabéis y autorizáis,
llamadnos con razón atrevidos e insolentes.
Si no, faltáis a las buenas costumbres
con vuestra injusta condena. No penséis
que, adverso a las normas de cortesanía,
he venido a burlarme de Vuestra Excelencia
Lo repito: vuestra hija, si no le disteis
permiso, se rebela contra vos entregando
belleza, obediencia, razón y ventura
a un extranjero errátil y sin patria.
Comprobadlo vos mismo:
si está en su aposento o en la casa,
caiga sobre mí toda la justicia
por haberos engañado.
BRABANCIO
¡Encended lucesl ¡Traedme una vela!
¡Despertad a toda mi gente!
He soñado una desgracia como ésta
y me angustia pensar que es real.
¡Luces! ¡Luces!
YAGO
Adiós, te dejo. En mi puesto
no es prudente ni oportuno ser llamado
a declarar contra el moro y, si me quedo,
habré de hacerlo. Sé que el Estado,
aunque por esto le lea la cartilla,
no puede despedirle: le han confiado
con muy clara razón la guerra de Chipre,
que ya es inminente, pues, si quieren salvarse,
de su calibre no tienen a nadie
capaz de llevarla. Por todo lo cual,
aunque le odio como a las penas del infierno,
las necesidades del momento me obligan
a mostrar la enseña y bandera del afecto,
que no es sino apariencia. Si quieres encontrarle,
lleva la cuadrilla al Sagitario ,
que allí estaré con él. Adiós.

Sale.

Entran BRABANCIO y criados con antorchas.

BRABANCIO
La desgracia era cierta. No está,
y el resto de mi vida miserable
será una amargura.  Dime, Rodrigo,
¿dónde la has visto?  ¡Ah, desdichada!-
¬¿Dices que con el moro?  ¡Ser padre para esto!-
¬¿Cómo sabes que era ella?  ¡Quién lo iba a pensar!¬-
¿Qué te dijo?  ¡Más luces! ¡Despertad a toda
mi familia!  ¿Y crees que se han casado?
RODRIGO
Yo creo que sí.
BRABANCIO
¡Santo Dios! ¿Cómo salió? ¡Ah, sangre traidora!
Padres, desde ahora no os fiéis del corazón
de vuestras hijas por meras apariencias.
¿No hay encantamientos que puedan corromper
a muchachas inocentes? Rodrigo,
¿tú has leído algo de esto?
RODRIGO
Sí, señor, lo he leído.
BRABANCIO
¡Despertad a mi hermano!  ¡Ojalá fuera tuya!-
¬Unos por un lado, otros por otro.  ¿Sabes
dónde podemos capturarla con el moro?
RODRIGO
A él creo que puedo hallarle, si os hacéis
con una buena escolta y me seguís.
BRABANCIO
Pues abre la marcha. Llamaré en todas las casas;
me darán ayuda en muchas.  ¡Armas!
¡Y traed a la guardia nocturna!¬-
Vamos, buen Rodrigo; serás recompensado.

Salen.

I.ii  Entran OTELO, YAGO y criados con antorchas.

YAGO
Aunque he matado hombres en la guerra,
por principio de conciencia no puedo matar
con premeditación. Hay momentos
en que me estorban los escrúpulos. No sé
cuántas veces me han venido ganas
de hincárselo aquí, bajo el costillar.
OTELO
Más vale que no.
YAGO
Sí, pero él parloteaba y decía
palabras tan groseras e insultantes
contra vos que mi propia caridad
apenas me servía para sufrirlo.
Mas decidme, señor, ¿estáis ya casado?
Tened por cierto que el senador
es muy estimado, y la fuerza de su voto
puede doblar a la del Dux. Si no os descasa,
os impondrá cortapisas y castigos
con todo el campo libre que la ley
pueda dejar a un hombre de su mando.
OTELO
Que haga lo imposible.
Mis servicios a la Serenísima
acallarán sus protestas. Se ignora
(y pienso proclamarlo cuando sepa
que la jactancia es virtud)
que soy de regia cuna y que mis méritos
están a la par de la espléndida fortuna
que he alcanzado. Te aseguro, Yago,
que, si yo no quisiera a la noble Desdémona,
no expondría mi libre y exenta condición
a reclusiones ni límites por todos
los tesoros de la mar. ¿Qué luces son ésas?
YAGO
Es el padre con sus hombres.
Más vale que entréis.
OTELO
No. Que me encuentren. Mis prendas,
mi rango y la paz de mi conciencia
darán fe de mi persona. ¿Son ellos?
YAGO
Por Jano, creo que no.

Entran CASIO y guardias con antorchas.

OTELO
¡Servidores del Dux y mi teniente!
La noche os sea propicia, amigos.
¿Alguna novedad?
CASIO
El Dux os saluda, general,
y requiere vuestra pronta presencia;
inmediata si es posible.
OTELO
¿Conocéis el motivo?
CASIO
Parece ser que noticias de Chipre.
Algo apremiante: esta noche las galeras
enviaron a doce mensajeros, uno tras otro,
todos muy seguidos, y los cónsules
ya están levantados y reunidos con el Dux.
Os han convocado urgentemente.
Al no haberos hallado en vuestra casa,
el Senado envió en vuestra busca
a tres cuadrillas.
OTELO
Mejor si me habéis hallado vos.
He de hablar con alguien en la casa
e iré con vos sin más demora.

[Sale.]

CASIO
Alférez, ¿qué hace él aquí?
YAGO
Es que tomó al abordaje una nave de tierra;
si la presa es legal, ¡menuda fortuna!
CASIO
No entiendo.
YAGO
Se ha casado.
CASIO
¿Con quién?

[Entra OTELO.]

YAGO
Pues con…  ¿Vamos, general?
OTELO
Vamos.
CASIO
Aquí viene otro grupo en vuestra busca.

Entran BRABANCIO, RODRIGO y guar¬dias con antorchas y armas.

YAGO
Es Brabancio. En guardia, general,
que viene con malas intenciones.
OTELO
¡Alto!
RODRIGO
Señor, es el moro.
BRABANCIO
¡Ladrón! ¡Abajo con él!
YAGO
¿Tú, Rodrigo? Vamos, aquí me tienes.
OTELO
Envainad las espadas brillantes, que el rocío
va a oxidarlas.  Señor, dominaréis mucho más
con la edad que con las armas.

BRABANCIO
Infame ladrón, ¿dónde tienes a mi hija?
Estabas condenado y tenías que embrujarla.
Lo someto al dictamen de los cuerdos:
si no la encadena la magia, no se entiende
que muchacha tan dulce, gentil y dichosa,
tan adversa al matrimonio que rehusó
a nuestros favoritos más ricos y galanos,
se exponga a la pública irrisión, abandonando
su tutela para caer en el pecho tiznado
de un ser como tú que asusta y repugna.
Que el mundo me juzgue si no es manifiesto
que lanzaste contra ella tus viles hechizos,
corrompiendo su tierna juventud
con pócimas y filtros que embotan los sentidos.
Haré que lo examinen: se puede probar,
es verosímil. Así que te detengo
por ser un corruptor, un oficiante
de artes clandestinas y proscritas.¬
¡Prendedle! Si se resiste,
reducidle por la fuerza.
OTELO
¡Quietos todos, los de mi bando y los demás!
Si mi papel me exigiese pelear,
no habría necesitado apuntador.
¿Dónde queréis que responda a vuestros cargos?
BRABANCIO
En la cárcel, hasta que seas llamado
cuando lo disponga la ley y la justicia.
OTELO
Y, si obedezco, ¿cómo voy
a complacer al Dux, que me ha hecho
llamar por medio de estos mensajeros
para un asunto perentorio del Estado?
GUARDIA
Es cierto, Excelencia. El Dux
convocó al consejo, y me consta
que os mandó llamar.
BRABANCIO
¡Cómo! ¿Que convocó al consejo?
¿A estas horas de la noche?  Llevadle allá.
Mi asunto no es vano. El Dux mismo
y cualquiera de los otros senadores
sentirán este ultraje como suyo.
Si actos semejantes tienen paso franco,
pronto mandarán los infieles y esclavos.

Salen.

I.iii El Dux y los SENADORES sentados alrededor de
una mesa; antorchas y guardias.

DUX
Las noticias no concuerdan
y no podemos darles crédito.

SENADOR 1.0
Son contradictorias.
Mi carta dice ciento siete galeras.
DUX
La mía, ciento cuarenta.
SENADOR 2.0
Y la mía, doscientas. Sin embargo,
aunque no haya coincidencia de número
(pues en casos de cálculo suele haber


10 thoughts on William Shakespeare- Otelo

  1. diferencias), todas ellas hablan
    de una escuadra turca con rumbo a Chipre.
    DUX
    Sí, bien mirado es muy posible.
    Las diferencias no me tranquilizan
    y lo esencial me parece preocupante.
    MARINERO [desde dentro]
    ¡Eh eh! ¡Eh eh! ¡Eh eh!

    Entra.

    GUARDIA
    Mensajero procedente de las naves.
    DUX
    ¿Hay noticias?
    MARINERO
    La escuadra turca se dirige a Rodas.
    Tal es el mensaje que me dio para el Senado
    el signor Angelo.
    DUX
    ¿Qué opináis de este cambio?
    SENADOR 1.0
    No es posible; carece de sentido.
    Es un señuelo para burlar ruestra atención.
    Consideremos la importancia de Chipre
    para el turco y entendamos que le importa
    más que Rodas, pues el turco
    puede conquistarla en fácil combate:
    ni está en condiciones de luchar,
    ni tiene las defensas que protegen
    a Rodas. Reparando en todo esto
    no vayamos a pensar que el turco
    sea tan torpe que aplace hasta el final
    lo que desea al principio, abandonando
    una conquista realizable y ventajosa
    por el riesgo de un ataque sin provecho.
    DUX
    No, seguro que a Rodas no van.
    GUARDIA
    Aquí hay más noticias.

    Entra un MENSAJERO.

    MENSAJERO
    Ilustres y honorables señores,
    la escuadra turca que navegaba hacia Rodas
    se ha unido a otra escuadra.
    SENADOR 1.0
    Me lo temía. ¿Cuántas naves hay?
    MENSAJERO
    Unas treinta, pero ahora han invertido
    el rumbo, y abiertamente se dirigen
    hacia Chipre. El signor Montano,
    vuestro fiel y valiente servidor,
    os comunica solícitamente la noticia
    y os ruega que le deis crédito.
    DUX
    A Chipre, no hay duda.
    ¿Está en la ciudad Marcos Luccicos?
    SENADOR 1.0
    Está en Florencia.
    DUX
    Escribidle de mi parte, y que venga
    a toda prisa.
    SENADOR 1.0
    Aquí vienen Brabancio y el valiente moro.

    Entran BRABANCIO, OTELO, CASIO, YAGO, RODRIGO y guardias.

    DUX
    Valiente Otelo, debéis disponeros de inmediato
    a luchar contra nuestro enemigo el otomano.
    [A BRABANCIO] No os había visto. Bienvenido, señor.
    Echaba de menos vuestro consejo y apoyo.
    BRABANCIO
    Y yo el vuestro. Alteza, perdonadme:
    no me he levantado por mi cargo
    ni por ninguna ocupación, y no es el bien común
    lo que me inquieta, pues mi dolor personal
    es tan desbordante y tan violento
    que absorbe y devora otros pesares
    y, sin embargo, sigue igual.
    DUX
    Pues, ¿qué ocurre?
    BRABANCIO
    ¡Mi hija! ¡Ay, mi hija!
    SENADORES
    ¿Ha muerto?
    BRABANCIO
    Para mí, sí.
    La han seducido, raptado y corrompido
    con hechizos y pócimas de charlatán,
    pues sin brujería la naturaleza,
    que no es torpe, ciega, ni insensata,
    no podría torcerse de modo tan absurdo.
    DUX
    Quienquiera que por medios tan infames
    haya hecho que se pierda vuestra hija
    y que vos la hayáis perdido, será reo
    de la pena más grave que vos mismo
    leáis en el libro inexorable de la ley,
    aunque fuera hijo mío el acusado.
    BRABANCIO
    Con humildad os lo agradezco.
    Éste es el culpable, este moro, a quien
    al parecer, habéis hecho venir expresamente
    por asuntos de Estado.
    TODOS [Los SENADORES]
    Es muy lamentable.
    Dux [a OTELO]
    Y, por vuestra parte, ¿qué decís a esto?
    BRABANCIO
    Nada que pueda desmentirlo.
    OTELO
    Muy graves, poderosas y honorables Señorías,
    mis nobles y estimados superiores:
    es verdad que me he llevado a la hija
    de este anciano, y verdad que ya es mi esposa.
    Tal es la envergadura de mi ofensa;
    más no alcanza. Soy tosco de palabra
    y no me adorna la elocuencia de la paz,
    pues, desde mi vigor de siete años
    hasta hace nueve lunas, estos brazos
    prestaron sus mayores servicios en campaña,
    y lo poco que sé del ancho mundo
    concierne a gestas de armas y combates;
    así que mal podría engalanar mi causa
    si yo la defendiese. Mas, con vuestra venia,
    referiré, llanamente y sin ornato,
    la historia de mi amor: con qué pócimas,
    hechizos, encantamientos o magia poderosa
    (pues de tales acciones se me acusa)
    a su hija he conquistado.
    BRABANCIO
    Una muchacha comedida, de espíritu
    tan plácido y sereno que sus propios
    impulsos la turbaban, ¿cómo puede
    negar naturaleza, edad, cuna, honra, todo,
    y enamorarse de un semblante que temía?
    Sólo un juicio enfermo e imperfecto
    admitiría que semejante imperfección
    obrara así contra las leyes naturales;
    luego hay que buscar la causa del error
    en las artes del diablo. Por tanto, afirmo
    una vez más que él ha actuado sobre ella
    con brebajes que excitan el deseo
    o filtros embrujados a propósito.
    DUX
    Afirmar nada demuestra, si no aportáis
    pruebas más sólidas y claras
    que los débiles indicios y ropajes
    de las simples apariencias.
    SENADOR 1.0
    Hablad, Otelo. ¿Habéis subyugado
    y corrompido el sentimiento de su hija
    con astucia o por la fuerza? ¿O han sido
    los ruegos y palabras gentiles,
    de corazón a corazón?
    OTELO
    Os lo suplico, que vaya alguno al Sagitario
    a recoger a la dama, y que ella hable de mí
    ante su padre. Si me acusara en su relato,
    privadme de cargo y confianza,
    y sentenciad mi propia vida.
    DUX
    Traed a Desdémona.
    OTELO
    Alférez, guíalos. Tú conoces el lugar.

    Salen [YAGO y] dos o tres.

    Mientras tanto, con la misma verdad
    con que al cielo confieso mis pecados,
    expondré a vuestros graves oídos la manera
    como alcancé el amor de esta bella dama
    y ella el mío.
    DUX
    Contadla, Otelo.
    OTELO
    Su padre me quería, y me invitaba,
    curioso por saber la historia de mi vida
    año por año; las batallas, asedios
    y accidentes que he pasado. Yo se la conté,
    desde mi infancia hasta el momento
    en que quiso conocerla. Le hablé
    de grandes infortunios, de lances
    peligrosos en mares y en campaña;
    de cómo en la brecha amenazante
    logré salvarme de milagro; de cómo
    me apresó el orgulloso enemigo
    y me vendió como esclavo; de mi rescate
    y el curso de mi vida de viajero:
    entonces pude hablarle de anchas grutas
    y áridos desiertos, riscos, peñas y montañas
    cuyas cimas tocan cielo; de los caníbales
    que se comen entre sí, los antropófagos,
    y seres con la cara por debajo de los hombros
    Desdémona ponía toda su atención,
    pero la reclamaban los quehaceres
    de la casa; ella los cumplía presurosa
    y, con ávidos oídos, volvía
    para sorber mis palabras. Yo lo advertí,
    busqué ocasión propicia y hallé el modo
    de sacarle un ruego muy sentido:
    que yo le refiriese por extenso
    mi vida azarosa, que no había podido
    oír entera y de continuo. Accedí,
    y a veces le arranqué más de una lágrima
    hablándole de alguna desventura
    que sufrió mi juventud. Contada ya la historia,
    me pagó con un mundo de suspiros:
    juró que era admirable y portentosa,
    y que era muy conmovedora; que ojalá
    no la hubiera oído, mas que ojalá
    Dios la hubiera hecho un hombre como yo.
    Me dio las gracias y me dijo que si algún
    amigo mío la quería, le enseñase
    a contar mi historia, que con eso podía
    enamorarla. A esta sugerencia respondí
    que, si ella me quería por mis peligros,
    yo a ella la quería por su lástima.
    Esta ha sido mi sola brujeria.
    Aquí llega la dama; que ella lo atestigüe.

    Entran DESDÉMONA, YAGO y acompa¬ñamiento.

    DUX
    Esa historia también conquistaría
    a mi hija.  Buen Brabancio,
    tomad el lado bueno de lo malo.
    Más vale tener las armas rotas
    que las manos vacías.
    BRABANCIO
    Escuchadla, os lo suplico. Si confiesa
    que ella también le cortejó,
    caiga sobre mí la maldición por acusar
    a este hombre.  Ven, gentil dama.
    ¿A quién de esta noble asamblea
    debes mayor obediencia?
    DESDÉMONA
    Noble padre, mi obediencia se halla dividida.
    A vos debo mi vida y mi crianza,
    y vida y crianza me han enseñado
    a respetaros. Sois señor de la obediencia
    que os debía como hija. Mas aquí está mi esposo,
    y afirmo que debo a Otelo mi señor
    el mismo acatamiento que mi madre
    os tributó al preferiros a su padre.
    BRABANCIO
    ¡Queda con Dios! He terminado.  Y ahora,
    con la venia, a los asuntos de Estado:
    mejor adoptar hijos que engendrarlos.-
    ¬Ven aquí, moro: de todo corazón
    te doy lo que, si no tuvieras ya,
    de todo corazón te negaría.¬
    En cuanto a ti, mi alma, me alegra
    no tener más hijos, pues tu fuga
    me enseñaría a ser tirano y sujetarlos
    con cadenas.  He dicho, señor.
    DUX
    Dejad que hable por vos y emita un juicio
    que, cual peldaño, permita a estos amantes
    ascender en vuestra estima:
    No habiendo remedio, las penas acaban
    al vernos ya libres de todas las ansias.
    Llorar la desdicha que no tiene cura
    agrava sin falta la mala fortuna.
    Si quiso el destino que algo perdieses,
    quedar resignado el golpe devuelve.
    Si al robo sonríes, robas al ladrón:
    te robas si lloras un vano dolor.
    BRABANCIO
    Dejad que los turcos sin Chipre nos dejen:
    mientras sonriamos, ya nada se pierde.
    Acoge ese juicio quien sólo se lleva
    el grato consejo que se le dispensa;
    mas lleva ese juicio y también el dolor
    quien ha de añadirle la resignación.
    Pues estas sentencias, al ser tantas veces
    dulces como amargas, son ambivalentes.
    Sólo son palabras, y nunca se oyó
    que por el oído sane el corazón.
    Os lo ruego, tratemos los asuntos de Estado.
    DUX
    Los turcos se dirigen a Chipre con una escuadra po¬tente. Otelo, conocéis muy bien la fuerza del lugar; y, aunque tenemos allá un delegado de probada competencia, la opinión, esa gran reguladora de los hechos, estima que sois el más seguro. Habréis de aveniros a empañar vuestra nueva fortuna en em¬presa tan áspera y violenta.
    OTELO
    Ilustres senadores, la tirana costumbre
    ha cambiado mi cama guerrera de piedra y acero
    en lecho de finísimo plumón. Declaro
    una viva y natural prontitud
    para toda aspereza y asumo esta guerra
    contra el otomano. Por tanto, solicito,
    con humilde inclinación ante el Senado,
    disposiciones adecuadas a mi esposa
    y asignación de fondos, aposento
    y servicio y compañía
    propios de su cuna y condición.
    DUX
    Si os parece, la casa de su padre.
    BRABANCIO
    No lo permitiré.
    OTELO
    Ni yo.
    DESDÉMONA
    Tampoco quiero yo vivir con él
    si mi presencia encona su ánimo.-
    ¬Clementísimo Dux, prestad benigna atención
    a mis palabras y dad consentimiento
    a lo que os pide mi ignorancia.
    DUX
    ¿Qué deseáis, Desdémona?
    DESDÉMONA
    Que quiero a Otelo y con él quiero vivir
    mi osadía y riesgos de fortuna
    al mundo lo proclaman.
    Me rendí a la condición de mi señor.
    He visto el rostro de Otelo en su alma,
    y a sus honores y virtudes marciales
    consagré mi ser y mi suerte.
    Queridos señores, si me quedo
    en la holganza de la paz y él se va a la guerra,
    seré privada de los ritos amorosos
    y en su ausencia habré de soportar
    un intervalo de tristeza. Dejadme ir con él.
    OTELO
    Dad consentimiento. Pongo al cielo
    por testigo de que no lo demando
    por saciar el paladar de mi apetito,
    ni entregarme a pasiones juveniles
    a que tengo derecho libremente,
    sino por complacerla en sus deseos.
    Y no penséis (no lo quiera el cielo)
    que voy a descuidar vuestra magna empresa
    cuando ella esté conmigo. No: si las niñerías
    del alado Cupido ciegan de placer
    mis órganos activos y mentales
    y el deleite corrompe y empaña mi deber,
    ¡que mi yelmo se vuelva una cazuela
    y todas las vilezas y ruindades
    se armen contra mi dignidad!
    DUX
    Sea lo que ambos decidáis: puede irse
    o quedarse. Mas la situación es apremiante
    y exige urgencia.
    SENADOR 1.0 [a OTELO]
    Saldréis esta noche.
    DESDÉMONA
    ¿Esta noche?
    DUX
    Esta noche.
    OTELO
    Con toda el alma.
    DUX
    A las nueve volvemos a reunirnos.
    Otelo, dejad aquí un encargado:
    él os llevará nuestras órdenes
    y todo lo esencial y pertinente
    que os competa.
    OTELO
    Mi alférez, si complace a Vuestra Alteza:
    es hombre de bien y de plena confianza.
    La conducción de mi esposa le encomiendo
    y cuanto Vuestra Alteza
    estime necesario remitirme.
    DUX
    Así sea. Buenas noches a todos.
    [A BRABANCIO] Mi noble señor,
    si clara es la virtud, vuestro yerno
    no puede ser más blanco, siendo negro.
    SENADOR 1.0
    Adiós, valiente Otelo; portaos bien con ella.
    BRABANCIO
    Con ella, moro, siempre vigilante:
    si a su padre engañó, puede engañarte.

    Salen [el Dux, BRABANCIO, CASIO SENADORES y acompañamiento].

    OTELO
    ¡Mi vida por su fidelidad!  Honrado Yago,
    he de confiarte a mi Desdémona.
    Te ruego que tu esposa la acompañe;
    luego llévalas en la mejor ocasión.
    Vamos, Desdémona, sólo nos queda una hora
    para amores, asuntos e instrucciones.
    El tiempo manda.

    Salen OTELO y DESDÉMONA.

    RODRIGO
    ¡Yago!
    YAGO
    ¿Qué quieres tú, noble alma?
    RODRIGO
    ¿Qué crees que voy a hacer?
    YAGO
    Acostarte y dormir.
    RODRIGO
    Pues ahora mismo voy a ahogarme.
    YAGO
    Como hagas eso, ya no te querré. ¿Por qué, mi bobo caballero?
    RODRIGO
    De bobos es vivir si la vida es un suplicio, y morir significa prescripción si la muerte es nuestro médico.
    YAGO
    ¡Ah, desdichado! Hace cuatro veces siete años que veo este mundo, y desde que supe distinguir entre daño y beneficio, aún no he conocido a quien sepa amarse a sí mismo. Antes de pensar en ahogarme por el amor de una zorra, preferiría convertirme en mico.
    RODRIGO
    ¿Y qué puedo hacer? Me avergüenza enamorarme como un tonto, mas no tengo la virtud de reme¬diarlo.
    YAGO
    ¿Virtud? ¡Una higa! Ser de tal o cual manera de¬pende de nosotros. Nuestro cuerpo es un jardín y nuestra voluntad, la jardinera. Ya sea plantando or¬tigas o sembrando lechugas, plantando hisopo y arrancando tomillo, llenándolo de una especie de hierba o de muchas distintas, dejándolo yermo por desidia o cultivándolo con celo, el poder y autoridad para cambiarlo está en la voluntad. Si en la balanza de la vida la razón no equilibrase nuestra sensuali¬dad, el ardor y la bajeza de nuestros instintos nos llevarían a extremos aberrantes. Mas la razón enfría impulsos violentos, apetitos carnales, pasiones sin freno. Por eso, lo que tú llamas amor, a mí no me parece más que un brote o un vástago.
    RODRIGO
    No es posible.
    YAGO
    Simplemente ardor de la sangre y concesión de la voluntad. Vamos, sé hombre. ¿Ahogarte? Ahoga gatos y cachorros ciegos. Te he asegurado mi amis¬tad y me declaro ligado a tus méritos con cuerdas de perenne firmeza. Nunca como ahora podría serte útil. Tú mete dinero en tu bolsa, vente a la guerra, cámbiate esa cara con una barba postiza. Repito: mete dinero en tu bolsa. Verás cómo Desdémona no sigue queriendo al moro mucho tiempo  mete dinero en tu bolsa , ni él a ella. Tuvo un principio violento y tendrá pareja conclusión  mete dinero en tu bolsa. Estos moros son muy veleidosos  mete dinero en tu bolsa. La comida que ahora le sabe más deleitosa que la fruta pronto le sabrá más amarga que el acíbar. Ella querrá otro más joven: cuando se haya saciado con su cuerpo, se dará cuen¬ta de su error. Conque mete dinero en tu bolsa. Y si a la fuerza quieres condenarte, no te ahogues: busca una manera más suave. Junta todo el dinero que puedas. Si mi ingenio y toda la caterva del dia¬blo no pueden más que la santidad de un frágil ju¬ramento entre un bárbaro errabundo y una venecia¬na archiexquisita, tú la gozarás; conque junta dine¬ro. Y nada de ahogarte; está fuera de lugar. Antes ahorcado por lograr tu gusto que ahogado sin go¬zarla.
    RODRIGO
    ¿Apoyarás mis deseos si confío en el resultado?
    YAGO
    Cuenta conmigo. Tú junta dinero. Te lo he dicho y te lo diré una y mil veces: odio al moro. Lo llevo muy dentro, y a ti razones no te faltan. Unámonos en la venganza. Si le pones los cuernos, tú te das el gusto y a mí me das la fiesta. El vientre del tiempo guarda muchos sucesos que pronto verán la luz. ¡En marcha! Anda, búscate dinero. Mañana seguimos hablando. Adiós.
    RODRIGO
    ¿Dónde nos vemos mañana?
    YAGO
    En mi casa.
    RODRIGO
    Iré temprano.
    YAGO
    Bueno, adiós. Oye, Rodrigo.

  2. RODRIGO
    ¿Qué quieres?
    YAGO
    Nada de ahogarte, ¿eh?
    RODRIGO
    Me has convencido.
    YAGO
    Bueno, adiós. Mete mucho dinero en tu bolsa.
    RODRIGO
    Venderé todas mis tierras.

    Sale.

    YAGO
    Así es como el pagano me sirve de bolsa,
    pues deshonraría todo mi saber
    pasando el tiempo con memo semejante
    sin placer ni provecho. Odio al moro,
    y dicen que en la cama
    me ha robado el sitio. No sé si es verdad,
    mas para mí una sospecha de este orden
    vale por un hecho. El me aprecia:
    mejor resultará el plan que le preparo.
    Casio es gallardo. A ver…
    Quitarle el puesto y coronar mi voluntad
    con doble trampa. A ver cómo… A ver…
    Después de un tiempo, susurrando a Otelo
    que Casio se toma confianzas con su esposa:
    presencia no le falta, ni modales;
    se presta a la sospecha, invita al adulterio.
    El moro es de carácter noble y franco;
    cree que es honrado todo aquel que lo parece
    y buenamente dejará
    que le lleven del hocico como a un burro.
    Ya está, lo concebí. La noche y el infierno
    asistirán al parto de mi engendro.

    Sale.

    II.i Entran MONTANO y dos CABALLEROS.

    MONTANO
    ¿Qué se divisa en la mar desde el cabo?
    CABALLERO 1.0
    Nada, con tan fiero oleaje.
    Entre el cielo y el océano
    no distingo ningún barco.
    MONTANO
    En tierra el viento ha soplado muy recio;
    galerna tan ruda jamás sacudió las almenas.
    Si así se ha embravecido mar adentro,
    ¿qué cuadernas de roble podrán seguir juntas
    cuando las baten las aguas? ¿Qué puede ocurrir?
    CABALLERO 2.0
    Que la escuadra otomana se disperse.
    Mirad desde la orilla espumeante:
    las olas se rompen y azotan las nubes;
    la mar encrespada, de gigantes melenas,
    parece lanzarse contra la Osa brillante
    y apagar las guardas de la Estrella Polar.
    Jamás vi tumulto semejante en una borrasca.
    MONTANO
    Si la escuadra turca no se halla
    protegida y resguardada, se hundirá.
    No pueden resistir.

    Entra un tercer CABALLERO.

    CABALLERO 3.0
    ¡Noticias, amigos! El fin de la guerra.
    La fiera tormenta ha alcanzado de tal modo
    a los turcos que su plan ha fallado.
    Un regio navío de Venecia presenció
    el naufragio y la ruina del grueso de la flota.
    MONTANO
    ¿Qué? ¿Es verdad?
    CABALLERO 3.0
    La nave, una veronesa, ya ha atracado.
    Miguel Casio, teniente del intrépido moro,
    ya está en tierra. Otelo aún navega
    y viene hacia Chipre con plenos poderes.
    UONTANO
    Me alegro. Es buen gobernador.
    CABALLERO 3.0
    Pero a Casio, aunque le alivia la derrota
    de los turcos, le inquieta la suerte de Otelo
    y reza por él, pues quedaron separados
    por el fiero temporal.
    MONTANO
    Quiera Dios que se salve: estuve a sus órdenes,
    y en el mando es todo un soldado.
    Vamos al puerto, no sólo por ver
    la nave arribada, sino además
    por buscar en el horizonte al bravo Otelo,
    hasta que no distingamos
    entre cielo y océano.
    CABALLERO 3.0
    Muy bien, vamos, pues cada minuto
    nos hace esperar una nueva llegada.

    Entra CASIO.

    CASIO
    Os agradezco, valientes moradores
    de esta isla, que honréis a Otelo.
    El cielo le proteja de los elementos,
    pues yo le perdí en un mar peligroso.
    MONTANO
    ¿Es fuerte su nave?
    CASIO
    Muy bien construida, y el piloto,
    hábil y muy afamado,
    así que mi esperanza, que no sufre excesos,
    goza de salud.
    VOCES [desde dentro]
    ¡Barco a la vista!

    Entra un MENSAJERO.

    CASIO
    ¿Qué voces son ésas?
    MENSAJERO
    La ciudad está desierta. La gente se agolpa
    en las rocas gritando: «¡Barco a la vista!».
    CASIO
    Mi esperanza apunta al gobernador.

    Cañonazo.

    CABALLERO 2.0
    Una salva de cañón. Son amigos.
    CASIO
    Os lo ruego, señor. Id allá
    y averiguad quién ha llegado.
    CABALLERO 2.0
    Al momento.

    Sale.

    MONTANO
    Decidme, teniente, ¿se ha casado el general?
    CASIO
    Con inmensa fortuna: logró una muchacha
    que excede alabanzas y fama hiperbólica,
    supera el floreo de la pluma elogiosa
    y, en pura belleza creada,
    fatiga el ingenio.

    Entra el segundo CABALLERO.

    ¿Qué hay? ¿Quién llega?
    CABALLERO 2.0
    Un tal Yago, alférez del general.
    CASIO
    Ha tenido pronta y feliz travesía.
    Tormentas, altas olas y vientos rugientes,
    rocas hendidas y bancos de arena,
    pérfidos escollos que atrapan la quilla inocente,
    cual dotados de un sentido de belleza,
    abandonan su fatal cometido
    y dejan indemne a la divina Desdémona.
    MONTANO
    ¿Quién es ella?
    CASIO
    La dama de que hablé,
    la capitana de nuestro gran capitán,
    encomendada al audaz Yago,
    cuya venida se adelanta una semana
    a nuestro cálculo. Gran Júpiter, guarda a Otelo
    e hincha sus velas con tu soplo potente,
    que alegre la bahía con su espléndida nave,
    palpite de amor en los brazos de Desdémona,
    renueve nuestro ánimo abatido
    y traiga regocijo a todo Chipre.

    Entran DESDÉMONA, YAGO, EMILIA y RODRIGO.

    ¡Mirad! El tesoro de la nave ya está en tierra.
    ¡Hombres de Chipre, hincad las rodillas!
    ¡Salud, señora! ¡Que la gracia del cielo
    os siga, os preceda, os envuelva por entero!
    DESDÉMONA
    Gracias, valiente Casio.
    ¿Qué noticias tenéis de mi señor?
    CASIO
    Aún no ha llegado, aunque sé
    que está bien y que pronto le veremos.
    DESDÉMONA
    Sí, pero temo… ¿Cómo os separasteis?
    CASIO
    La gran lucha del cielo y el mar
    distanció nuestras naves.
    VOCES [desde dentro]
    ¡Barco a la vista!
    CASIO
    ¡Escuchad! ¡Un barco!

    [Cañonazo.]

    CABALLERO 2.0
    Una salva a la ciudadela.
    Éste también es amigo.
    CASIO
    Traedme noticias.

    [Sale el CABALLERO.]

    Bienvenido, alférez. [A EMILIA] Bienvenida, señora.¬…
    No te enojes, mi buen Yago,
    porque extienda mi saludo: mi crianza
    me ha enseñado esta muestra de cortesía.

    [Besa a EMILIA.]

    YAGO
    Señor, si os dieran sus labios
    lo que a mí me regala su lengua,
    quedaríais harto.
    DESDÉMONA
    Pero si no habla nada.
    YAGO
    Habla demasiado.
    Lo noto cuando tengo ganas de dormir.
    Aunque admito que, en vuestra presencia,
    se guarda la lengua muy bien
    y critica pensando.
    EMILIA
    Y tú hablas sin motivo.
    YAGO
    Vamos, vamos. Sois estatuas en la calle, cotorras en la casa, fieras en la cocina, santas al ofender, de¬monios si os ofenden, farsantes en las labores y laboriosas en la cama.
    DESDÉMONA
    ¡Calla tú, calumniador!
    YAGO
    Turco soy si no es verdad:
    jugáis levantadas, y en la cama, a trabajar.
    EMILIA
    A mí no me celebres con tus versos.
    YAGO
    Más vale que no.
    DESDÉMONA
    ¿Qué dirías de mí si me celebrases?
    YAGO
    Mi noble señora, no me obliguéis,
    que soy criticón o no soy nada.
    DESDÉMONA
    Vamos, inténtalo.  ¿Han ido al puerto?
    YAGO
    Sí, señora.
    DESDÉMONA
    [aparte] Alegre no estoy, mas el fingimiento
    distrae mi estado.¬
    Vamos, ¿cómo me celebrarías?
    YAGO
    Lo estoy pensando, pero mi creación
    saldrá de mi testa como el visco de la lana,
    arrancando los sesos y todo. Mas de parto
    está mi musa, y aquí está el retoño:
    «La mujer que a la par es rubia y sabia
    maneja sabiamente su ventaja».
    DESDÉMONA
    ¡Vaya elogio! ¿Y la que es morena y lista?
    YAGO
    «La morena que es lista ve muy claro
    que si da con un rubio da en el blanco».
    DESDÉMONA
    De mal en peor.
    EMILIA
    ¿Y la que es guapa y tonta?
    YAGO
    «Nunca hubo guapa que fuera una tonta,
    que aun tonteando se ganan la boda».
    DESDÉMONA
    Ésos son despropósitos trillados que sólo hacen reír al necio en la taberna. ¿Qué triste alabanza le re¬servas a la que es fea y tonta?
    YAGO
    «La fea y tonta hace sus jugadas,
    como las hace la más bella y sabia».
    DESDÉMONA
    ¡Qué desatinos! A la peor, el mejor elogio. Mas, ¿cómo elogiarías a la que de veras lo merece, a la mujer de méritos tan claros que la propia maldad habría de admitirlos?
    YAGO
    «Quien siempre fue bella, mas nunca orgullosa,
    con lengua a su antojo, mas nunca chillona;
    que, siendo pudiente, no iba recompuesta,
    ni hacía su gusto, aun cuando pudiera;
    que, llena de enojo y presta la venganza,
    contuvo su ira y dejó que pasara;
    cuya sensatez nunca prefirió
    el basto conejo al tierno pichón
    cuyo pensamiento jamás revelaba
    y a los pretendientes negó su mirada;
    ésta era capaz, si es que hubo tal hembra … »
    DESDÉMONA
    Capaz, ¿de qué?
    YAGO
    «… de criar idiotas y llevar las cuentas».
    DESDÉMONA
    ¡Qué final más pobre y endeble! No sigas su ejem¬plo, Emilia, aunque sea tu marido. Casio, ¿qué os parece? ¿A que sus dichos son deshonestos y pro¬fanos?
    CASIO
    Señora, él habla claro. Os gustará más como hom¬bre de armas que de letras.
    YAGO [aparte]
    La coge de la mano. Muy bien, musitad. Con tan poca tela atraparé a esa gran mosca de Casio. Anda, sonríele, vamos. Te encadenaré en tu corte¬sanía. Gran verdad, estáis en lo cierto. Si esas pam¬plinas te cuestan el puesto, teniente, más te habría valido no echarle tanto beso, como ahora vuelves a hacer, jugando al cortesano. Muy bien, buen beso, exquisita cortesía. Vaya que sí. ¿Otra vez be¬sándote los dedos? ¡Ojalá se te volvieran lavativas!

    Trompetas dentro.

    ¡Es Otelo! Conozco su señal.
    CASIO
    Sí, es él.
    DESDÉMONA
    Vamos a recibirle.
    CASIO
    ¡Mirad, ahí viene!

    Entran OTELO y acompañamiento.

    OTELO
    ¡Mi bella guerrera!
    DESDÉMONA
    ¡Mi querido Otelo!
    OTELO
    Mi asombro es tan grande como mi alegría
    al verte aquí ya. Bien de mi alma,
    si a la tempestad sigue esta bonanza,
    ¡que soplen los vientos y despierten la muerte,
    y la nave agitada escale montañas de mar
    como el alto Olimpo y baje tan hondo
    como el infierno desde el cielo!
    Si ahora muriese, sería muy feliz,
    pues temo que mi gozo sea tan perfecto
    que no pueda alcanzar dicha semejante
    en lo por venir.
    DESDÉMONA
    Quiera el cielo que aumente nuestro amor y nuestro gozo
    con el paso de los días.
    OTELO
    ¡Así sea, benignos poderes!
    No puedo expresar mi contento;
    me corta la voz, es tanta alegría…

    Se besan.

    Otro, y otro; sea ésta la mayor disonancia
    de nuestros corazones.
    YAGO [aparte]
    ¡Qué bien entonados!
    Mas yo seré quien destemple esa música,
    honrado que es uno.
    OTELO
    Vamos al castillo.  Noticias, amigos:
    terminó la guerra; los turcos se ahogaron.
    ¿Cómo están los viejos amigos de la isla?-
    ¬Amor, verás lo bien que te acogen;
    yo siempre vi en Chipre cariño.
    Vida mía, hablo sin orden
    y desvarío de felicidad.  Anda, buen Yago,
    ve al puerto y que descarguen mis cofres.
    Trae al capitán a la ciudadela;
    es un buen marino y digno
    de toda atención.  Vamos, Desdémona.
    ¡Qué dicha encontrarte aquí en Chipre!

    Salen [todos menos YAGO y RODRIGO].

    YAGO
    [a un criado que sale] Nos vemos luego en el puer¬to. [A RODRIGO] Ven acá. Si eres hombre, pues dicen que el plebeyo tiene más nobleza cuando está enamorado, escúchame. Esta noche el teniente vi¬gila en el puesto de guardia. Primero oye bien: Des¬démona está enamorada de él.
    RODRIGO
    ¿De él? Imposible.
    YAGO
    Tú punto en boca y deja que te explique. Fíjate con qué ímpetu se prendó del moro, sólo porque se glo¬riaba y le contaba patrañas. ¿Va a estar siempre enamorada de su cháchara? No lo crea tu alma sen¬sata. Su vista se alimenta. ¿Qué gusto va a darle mirar al diablo? Cuando el trato carnal embota el deseo, para volver a inflamarlo y renovar apetitos saciados hace falta una estampa gentil, concierto de edades, modales, belleza, de todo lo cual el moro anda escaso. Así que, por falta de tan esenciales condiciones, su exquisita finura se verá engañada, empezará a sentir náuseas, odiará y detestará al moro. Sus propias reacciones la guiarán y llevarán a elegir a otro. Pues bien, sentado todo esto, que es proposicion natural y razonable, ¿quién sino Ca¬sio es el más inmediato en la escala de esta suerte, un granuja con labia, cuya conciencia no es más que una máscara de cortesía y respeto para satisfacer sus más ocultos instintos carnales? Nadie, nadie. Un granuja retorcido y astuto, buscador de ocasiones, capaz de acuñar y forjar coyunturas, aunque luego no se presente ninguna. Un granuja diabólico. Ade¬más, es apuesto, joven, y reúne todas las condicio¬nes que busca el deseo y la inexperiencia. Un gra¬nuja irritante, y la moza ya le ha echado el ojo.
    RODRIGO
    No puedo creer eso de ella, de un alma tan pura.
    YAGO
    ¡Puro rábano! El vino que bebe es de uva. Si es tan pura no se casa con el moro. ¡Pura morcilla! ¿No viste cómo le sobaba la mano a Casio? ¿No te fi¬jaste?
    RODRIGO
    Sí, pero era por cortesía.
    YAGO
    ¡Por lascivia, te lo juro! índice y oscuro prefacio de una historia de lujuria y turbios pensamientos. Se acercaron tanto con los labios que el aliento se abrazó. Malos pensamientos, Rodrigo. Cuando estas confianzas abren un camino, muy pronto les sigue el acto y acción principal, el fin corporal. ¡Uf! Mas tú hazme caso: te he traído de Venecia. Esta noche estarás de guardia; las órdenes yo te las daré: Casio no te conoce. Yo estaré cerca. Tú busca ocasión de provocar a Casio, ya sea hablando muy alto, desai¬rando su disciplina o por el medio que te plazca y que el tiempo proveerá.
    RODRIGO
    Bueno.
    YAGO
    Además, es fogoso e impulsivo, y capaz de pegarte. Tú oblígale a hacerlo: a mí eso me basta para pro¬vocar un alboroto entre la gente, que sólo se apa¬ciguará con la destitución de Casio. Será más corta la vía de tus fines por los medios que tendré de promoverlos y nos veremos libres de un obstáculo sin cuya supresión no habría esperanzas de éxito.
    RODRIGO
    Lo haré si tú me das la ocasión.
    YAGO
    Cuenta con ella. Búscame luego en la ciudadela. Tengo que desembarcarle el equipaje. Adiós.
    RODRIGO
    Adiós.

    Sale.

    YAGO
    Que Casio la quiere lo creo muy bien;
    que ella le quiere es digno de crédito.
    El moro, aunque no le soporto,
    es afectuoso, noble y fiel,
    y creo que será un buen marido
    con Desdémona. Yo también la quiero;
    no sólo por lujuria, aunque tal vez
    puedan acusarme de tan grave pecado,
    sino en parte por saciar mi venganza,
    pues sospecho que este moro sensual
    se ha montado en mi yegua. La sola idea
    es como un veneno que me roe las entrañas,
    y ya nada podrá serenarme
    hasta que estemos en paz, mujer por mujer,
    o, si no, hasta provocarle unos celos tan fuertes
    que no pueda curar la razón.
    Para lo cual, si este pobre chucho veneciano
    al que sigo en la caza se deja azuzar,
    tendré bien pillado a nuestro Casio,
    le pintaré de faldero a los ojos del moro,
    pues me temo que Casio también se mete en mi cama,
    y el moro, agradecido, me querrá y premiará
    por dejarle insignemente como un burro
    y maquinar contra su paz y sosiego
    hasta la locura. Aquí está, mas borroso:
    hasta el acto, el mal no revela su rostro.

  3. Sale.

    II.ii Entra un HERALDO de Otelo con una proclama.

    HERALDO
    Es deseo de Otelo, nuestro noble y valiente general, que, siendo ciertas las noticias llegadas del total hundimiento de la escuadra turca, todo el mundo lo festeje: unos, bailando; otros, encendiendo hogue¬ras, y cada uno con la fiesta y regocijo a que le lleve su afición, pues, además de tan buena noticia, está la celebración de su boda. Es su deseo que se proclame todo esto. Se han abierto las despensas del castillo y hay plena libertad para el convite des¬de esta hora de las cinco hasta que den las once. ¡Dios bendiga a la isla de Chipre y a Otelo, nuestro noble general!

    Sale.

    II.iii Entran OTELO, DESDÉMONA y acompaña¬miento

    OTELO
    Querido Miguel, ocupaos esta noche de la guardia.
    Impongámonos un límite digno
    y no festejemos sin mesura.
    CASIO
    Yago ya tiene instrucciones. Sin embargo,
    mis propios ojos estarán de vigilancia.
    OTELO
    Yago es muy leal.
    Buenas noches, Miguel. Mañana temprano
    quiero hablaros.  Vamos, amor:
    el bien adquirido es para gozarlo,
    y el goce del nuestro estaba esperando.¬
    Buenas noches.

    Salen OTELO, DESDÉMONA [y acompa¬ñamiento].

    Entra YAGO.

    CASIO
    Bienvenido, Yago. Vamos a la guardia.
    YAGO
    Falta una hora, teniente; aún no son las diez. El general nos ha despedido tan pronto por amor a su Desdémona, y no se lo reprochemos. Aún no han pasado una noche caliente y ella es bocado de Jú¬piter.
    CASIO
    Es una dama exquisita.
    YAGO
    Y seguro que con ganas.
    CASIO
    Es una criatura galana y gentil.
    YAGO
    ¡Y vaya ojos! Son de los que llaman al deleite.
    CASIO
    Son atrayentes y, sin embargo, castos.
    YAGO
    Y cuando habla, ¿no toca a batalla de amor?
    CASIO
    Es la suma perfección.
    YAGO
    Pues, ¡suerte en la cama! Vamos, teniente, que ten¬go una jarra de vino y ahí fuera hay dos caballeros de Chipre dispuestos a echar un trago a la salud del negro Otelo.
    CASIO
    Esta noche no, buen Yago. Tengo una cabeza muy floja para el vino. ¡Ojalá inventara la cortesía otra forma de pasar el tiempo!
    YAGO
    Pero si son amigos. Sólo un trago. Yo beberé por vos.
    CASIO
    Sólo un trago es lo que he bebido esta noche, y muy bien aguado, y mira qué revolución llevo aquí. Tengo mala suerte con mi debilidad y no me atrevo a exponerla a mayor riesgo.
    YAGO
    ¡Vamos! Es noche de fiesta y los caballeros están deseándolo.
    CASIO
    ¿Dónde están?
    YAGO
    Aquí, a la puerta. Servíos llamarlos.
    CASIO
    Está bien, pero no me gusta.

    Sale.

    YAGO
    Si consigo meterle un trago más,
    con lo que lleva bebido esta noche,
    se pondrá más agresivo y peleón
    que un perro consentido. Y Rodrigo, mi pagano,
    a quien el amor casi ha vuelto del revés,
    se ha servido a la salud de su Desdémona
    libaciones de a litro, y está de guardia.
    A tres mozos de Chipre, briosos y altivos,
    y en punto de honor muy arrebatados,
    ejemplo palpable del ánimo isleño,
    los he alegrado con copas bien llenas,
    y también están de guardia. Y, en medio
    de este hatajo de borrachos, haré que Casio
    trastorne la isla. Aquí llegan.

    Entran CASIO, MONTANO y caballeros.

    Si la suerte realiza mi sueño,
    mis barcos marcharán con viento espléndido.
    CASIO
    Vive Dios que me han dado un buen trago.
    MONTANO
    ¡Si era poco! No más de un cuartillo, palabra de soldado.
    YAGO
    ¡Eh, traed vino!
    [Canta] «Choquemos la copa, tintín, tin;
    choquemos la copa, tintín.
    El soldado es mortal
    y su vida fugaz.
    ¡Que beba el soldado, tintín, tin!»
    ¡Vino, muchachos!
    CASIO
    ¡Vive Dios, qué gran canción!
    YAGO
    La aprendí en Inglaterra, donde son formidables bebiendo. El danés, el alemán y el panzudo holandés  ¡a beber!  no son nada al lado del inglés.
    CASIO
    ¿Tan experto bebedor es el inglés?
    YAGO
    ¡Cómo! No le cuesta emborrachar al danés, se tum¬ba sin esfuerzo al alemán y hace vomitar al holan¬dés antes que le llenen otra jarra.
    CASIO
    ¡A la salud del general!
    MONTANO
    ¡Bravo, teniente! Me uno a ese brindis.
    YAGO
    ¡Querida Inglaterra!
    [Canta] «Esteban fue rey ejemplar
    y quiso ahorrar con su calzón.
    Y por seis céntimos de más
    al sastre puso de ladrón.
    Su fama nunca tuvo igual,
    mas tú eres de otra condición.
    No tires tu viejo gabán,
    que el lujo arruina la nación».
    ¡Eh, más vino!
    CASIO
    ¡Vive Dios! Esta canción es más perfecta que la otra.
    YAGO
    ¿La canto otra vez?
    CASIO
    No, pues me parece indigno de su puesto quien hace esas cosas. En fin, Dios lo ve todo, y unos se salvarán y otros no se salvarán.
    YAGO
    Cierto, teniente.
    CASIO
    Ahora, que yo, sin ofender al general ni a persona principal, yo espero salvarme.
    YAGO
    Y yo también, teniente.

    CASIO
    Sí, mas con permiso, después que yo. El teniente se salva antes que el alférez. No se hable más; a nues¬tros puestos. ¡Dios perdone nuestros pecados! Ca¬balleros, a nuestra oblilación. No creáis, caballeros, que estoy borracho. Este es mi alférez, ésta mi mano derecha y ésta mi izquierda. No estoy borra¬cho, me tengo en pie y estoy hablando bien.
    TODOS
    Perfectamente.
    CASIO
    Muy bien. Entonces no digáis que estoy borracho.

    Sale.

    MONTANO
    A la explanada, señores, a montar la guardia.
    YAGO
    Ved a este hombre que acaba de salir:
    es un soldado capaz de dar órdenes
    al lado de César. Mas ved también su mal:
    con su virtud forma un equinoccio perfecto;
    ambos se extienden igual. ¡Qué pena!
    Temo que la confianza que en él pone Otelo
    en un mal momento de su vicio
    trastorne la isla.
    MONTANO
    ¿Suele estar así?
    YAGO
    Es el prólogo invariable de su sueño:
    si la bebida no le mece la cuna,
    está despierto la doble vuelta del reloj.
    MONTANO
    Convendría informar al general.
    Tal vez no se dé cuenta, o su bondad
    valore las virtudes de Casio
    y no vea sus faltas. ¿No os parece?

    Entra RODRIGO.

    YAGO [aparte a RODRIGO]
    ¿Qué hay, Rodrigo?
    Anda, sigue al teniente, vamos.

    Sale RODRIGO.

    MONTANO
    Es lástima que el noble moro
    confíe un puesto semejante
    a quien tiene un mal tan arraigado.
    Sería un acto de lealtad
    informar a Otelo.
    YAGO
    Yo nunca, por esta bella isla.
    Quiero bien a Casio, y haré lo que pueda
    por curarle su vicio.
    VOCES [desde dentro]
    ¡Socorro, socorro!
    YAGO
    ¡Escuchad! ¿Qué ruido es ése?

    Entra CASIO persiguiendo a RODRIGO.

    CASIO
    ¡Voto a… ! ¡Granuja, infame!
    MONTANO
    ¿Qué pasa, teniente!
    CASIO
    ¡Un granuja enseñarme mi deber!
    ¡Le voy a dejar como una criba!
    RODRIGO
    ¿A mí?
    CASIO
    ¿Qué dices, infame?
    MONTANO
    Vamos, teniente, os lo ruego. Basta.
    CASIO
    Si no me soltáis, os hundo el cráneo.
    MONTANO
    Vamos, vamos, estáis borracho.
    CASIO
    ¿Borracho yo?

    Pelean.

    YAGO [aparte a RODRIGO]
    Vamos, corre a anunciar el disturbio.

    [Sale RODRIGO.]

    Quieto, teniente. ¡Por Dios, señores!
    ¡Socorro! ¡Basta, teniente! ¡Basta, Montano!
    ¡Socorro, señores! ¡Buena guardia tenemos!

    Suena una campana.

    ¿Quién toca la campana? ¡Diablo! .
    La ciudad va a alborotarse. ¡Por Dios, teniente!
    ¡Basta! ¡Quedaréis deshonrado para siempre!

    Entra OTELO con acompaiamiento.

    OTELO
    ¿Qué pasa aquí?
    MONTANO
    ¡Voto a … ! Estoy sangrando. Me han herido de muerte.
    OTELO
    ¡Por vuestra vida, basta!
    YAGO
    Basta, teniente. Montano, señores,
    ¿habéis perdido la noción del puesto y el deber?
    Basta, os habla el general. Basta, por decencia.
    OTELO
    ¿Qué es esto? ¿Cómo ha sido?
    ¿Nos hemos vuelto turcos, haciéndonos nosotros
    lo que el cielo impidió a los otomanos?.
    Por decencia cristiana, ¡basta de barbarie!
    El que ceda a la furia con su acero
    desprecia su alma: cae muerto si se mueve
    ¡Que calle esa horrible campana! Espanta
    el decoro de la isla. ¿Qué ocurre, señores?
    Honrado Yago, que pareces muerto de pena,
    habla. ¿Quién ha sido? Por tu lealtad te lo ordeno.
    YAGO
    No sé. Estaban tan amigos, ahora mismo;
    por su trato parecían recién casados
    antes de acostarse. Y en un momento,
    cual si un astro los hubiese enloquecido
    sacan las espadas y se atacan uno a otro
    en cruel enfrentamiento. No puedo explicar
    cómo empezó esta riña tan absurda.
    ¡Así hubiera perdido en glorioso combate
    las piernas que a verla me trajeron!
    OTELO
    Casio, ¿cómo habéis podido desquiciaros?
    CASIO
    Excusadme, os lo suplico. No puedo hablar.
    OTELO
    Noble Montano, siempre fuisteis respetado.
    El decoro y dignidad de vuestra juventud
    son bien notorios y grande es vuestro nombre
    en boca del sabio. ¿Qué os ha hecho
    malgastar de este modo vuestra fama
    y cambiar el regio nombre de la honra
    por el de pendenciero? Contestadme.
    MONTANO
    Noble Otelo, estoy muy malherido.
    Yago, vuestro alférez, puede informaros
    de todo lo que sé, ahorrándome palabras
    que me cuestan. Y no sé que esta noche
    yo haya dicho o hecho nada malo,
    a no ser que sea pecado la caridad
    con uno mismo o la defensa propia
    cuando nos asalta la violencia.
    OTELO
    ¡Dios del cielo!
    La sangre empieza a dominarme la razón
    y la pasión, que me ha ofuscado el juicio,
    va a imponerse. ¡Voto a … ! Con que me mueva
    o levante este brazo, el mejor de vosotros
    cae bajo mi furia. Hacedme saber
    cómo empezó tan vil tumulto y quién lo provocó,
    y el culpable de esta ofensa, aunque sea
    mi hermano gemelo, para mí está perdido.
    En una ciudad de guarnición, aún inquieta,
    con la gente rebosando de pavor,
    ¿emprender una pelea particular
    en plena noche y en el puesto de guardia?
    Es demasiado. Yago, ¿quién ha sido?
    MONTANO
    Si por parcialidad o lealtad de compañero
    no te ajustas al rigor de la verdad,
    no eres soldado.
    YAGO
    No toquéis esa fibra.
    Que me arranquen esta lengua
    antes que ofender a Miguel Casio.
    Aunque creo que decir la verdad
    no puede dañarle. Oídla, general.
    Conversando Montano y yo,
    viene uno clamando socorro
    y Casio detrás con espada amenazante,
    dispuesto a arremeter. Este caballero
    se interpone y pide a Casio que se calme.
    Yo salí tras el tipo que gritaba,
    temiendo que sus voces, como luego sucedió,
    espantaran a las gentes. Mas fue veloz,
    logró escapar, y yo volví al instante,
    porque oí un chocar y golpear de espadas
    y a Casio maldiciendo, lo que no había oído
    hasta esta noche. Cuando volví,
    que fue en seguida, los vi enzarzados
    a golpes y estocadas, igual que cuando vos
    después los separasteis.
    De este asunto no puedo decir más.
    Los hombres son hombres, y hasta el mejor
    se desquicia. Aunque Casio le ha hecho algo,
    pues la furia no perdona al más amigo,
    me parece que Casio también recibió
    del fugitivo algún insulto grave
    que no tenía perdón.
    OTELO
    Ya veo, Yago,
    que tu afecto y lealtad suavizan la cuestión
    en beneficio de Casio. Casio, aunque os aprecio,
    nunca más seréis mi oficial.

    Entra DESDÉMONA con acompaizamiento.

    ¡Mirad! ¡Hasta mi amor se ha levantado!¬-
    Serviréis de ejemplo.
    DESDÉMONA
    ¿Qué ha ocurrido?
    OTELO
    Ya nada, mi bien. Vuelve a acostarte.¬-
    Señor, de vuestra cura yo mismo
    me hago cargo.  Lleváoslo.

    [Sacan a MONTANO.]

    Yago, mira por toda la ciudad
    y calma a los que se han alborotado
    con la riña.  Vamos, Desdémona. Al guerrero
    la contienda perturba el dulce sueño.

    Salen OTELO, DESDÉMONA y acompa¬ñamiento.

    YAGO
    ¿Estáis herido, teniente?
    CASIO
    Sí, y no tengo cura.
    YAGO
    No lo quiera Dios.
    CASIO
    ¡Honra, honra, honra! ¡He perdido la honra! He
    perdido la parte inmortal de mi ser y sólo me queda
    la parte animal. ¡Mi honra, Yago, mi honra!
    YAGO
    A fe de hombre honrado, creí que os habían hecho alguna herida: se siente mucho más que la honra. La honra no es más que una atribución vana y falsa que suele ganarse sin mérito y perderse sin motivo. No habéis perdido ninguna honra, a no ser que os tengáis por deshonrado. ¡Vamos! Hay maneras de ganarse otra vez al general. Os ha despedido en un impulso, castigando por principio, no por aversión, como otro habría pegado a su perro inofensivo por asustar a un león imponente. Suplicadie otra vez y es vuestro.
    CASIO
    Le suplicaré que me desprecie antes que a un jefe tan bueno le engañe un oficial tan alocado, borra¬cho e imprudente. ¡Borracho! ¡Y soltando tonterías! ¡Peleando, galleando, maldiciendo! ¡Y hablando al¬tisonante con mi sombra! ¡Ah, invisible espíritu del vino! Si no tienes otro nombre, deja que te llame demonio.
    YAGO
    ¿Quién era el que perseguíais con la espada? ¿Qué os había hecho?
    CASIO
    No sé.
    YAGO
    ¡Será posible!
    CASIO
    Recuerdo un sinfín de cosas; con claridad, nada. Una riña, mas no sé por qué. ¡Dios mío! ¡Que los hombres se metan en la boca un enemigo que les roba la cordura! ¡Que nos volvamos como bestias con placer y regocijo, con festejo y aplauso!
    YAGO
    Pues ahora estáis bien. ¿Cómo es que os habéis re¬cuperado?
    CASIO
    El diablo de la embriaguez se ha dignado ceder el puesto al diablo de la ira. Una imperfección me muestra otra y me hace despreciarme sin reservas.
    YAGO
    ¡Vamos! Sois un moralista muy severo. Ojalá no hu¬biese ocurrido, teniendo en cuenta el momento, el lugar y el estado del país. Mas ahora aprovechad lo que no tiene remedio.
    CASIO
    Sí, voy a pedirle el puesto y él me dirá que soy un borracho. Si tuviera tantas bocas como la hidra, tal respuesta las cerraría todas. ¡Ser primero racional, muy pronto un imbécil y en seguida una bestia! ¡Qué portento! Todo vaso de más es una maldición y dentro va el diablo.
    YAGO
    Vamos, vamos. Sabiéndolo beber, el vino es un espíritu benigno; no lo execréis. Bueno, teniente, creo que creéis en mi afecto.
    CASIO
    Lo he visto muy claro, borracho y todo.
    YAGO
    Vos o cualquier otro puede emborracharse alguna vez. Voy a deciros lo que debéis hacer. El general es ahora la mujer del general. Lo digo en el sentido de que él se ha entregado y consagrado a la contem¬plación, observación y admiración de sus prendas y virtudes. Acudid a ella con franqueza, suplicadie que os ayude a recobrar vuestro puesto. Es tan ge¬nerosa, buena, sensible y celestial que en su bondad tiene por defecto no hacer más de lo que le piden. Rogadle que junte el ligamento que os unía con su esposo, y apuesto mi peculio contra cualquier cosa a que esa amistad, ahora rota, llegará a ser más fuerte que nunca.
    CASIO
    Es un buen consejo.
    YAGO
    No dudéis de mi sincera amistad y honrado propósito.
    CASIO
    Creo en ellos firmemente. Por la mañana le pediré a la dulce Desdémona que interceda por mí. Si me expulsan, es mi ruina.
    YAGO
    Estáis en lo cierto. Buenas noches, teniente; me es¬pera la guardia.
    CASIO
    Buenas noches, honrado Yago.

    Sale.

    YAGO
    ¿Y quién va a decir que hago de malo,
    cuando mi consejo es sincero y honrado,
    muy puesto en razón y modo seguro
    de ganarse al moro? Pues es lo más fácil
    mover la complacencia de Desdémona
    por una causa honrada: es más generosa
    que los elementos de la naturaleza
    y, en cuanto a ganarse al moro, él renunciaría
    a su bautismo y a los signos de la redención
    por un amor que le tiene encadenado,
    pues ella puede hacer y deshacer lo que le plazca,
    al punto que el deseo al moro le domine
    sus pobres facultades. ¿Cómo voy a ser malvado

  4. si, en vía paralela, indico a Casio
    la línea recta de su bien? ¡Teología del diablo!
    Cuando el Maligno induce al pecado más negro,
    primero nos tienta con divino semblante,
    como ahora yo. Mientras este honrado bobo
    implora a Desdémona que remedie su suerte
    y ella intercede por él, yo al moro
    le vierto en el oído este veneno:
    que aboga por Casio porque le desea;
    y, cuanto más se afane por su bien,
    tanto más minará la fe del moro.
    Yo haré que su virtud se vuelva vicio
    y con su propia bondad haré la red
    que atrape a todos.

    Entra RODRIGO.

    ¿Qué hay, Rodrigo?
    RODRIGO
    Sigo la caza, mas no como perro de presa, sino ha¬ciendo bulto. Apenas me queda dinero, esta noche me sacuden bien el polvo y el final de mis afanes será que tendré más experiencia. Así que sin dinero y con más juicio me vuelvo a Venecia.
    YAGO
    ¡Qué pobres son los impacientes!
    ¿Qué herida no ha sanado paso a paso?
    Obramos con la mente, no con brujería,
    y la mente necesita lentitud.
    ¿Acaso va mal? Casio te ha pegado
    y un golpe tan chico ha expulsado a Casio.
    Otras plantas van creciendo al sol,
    mas lo que antes florece, antes da fruto.
    Mientras tanto, calma. ¡Dios santo, amanece!
    El placer y la acción acortan las horas.
    Retírate, vete a tu aposento.
    Vamos, ya te contaré. Anda, vete ya.

    Sale RODRIGO.

    Hay que hacer dos cosas. Mi mujer
    ha de mediar por Casio con su ama.
    Yo la incitaré.
    Mientras, llamando aparte al moro
    en su momento, haré que vea a Casio
    suplicante con su esposa. Sí, es la manera.
    El plan ya no admite desidia ni espera.

    Sale.

    III.i Entra CASIO con MÚSICOS y el GRACIOSO.

    CASIO
    Tocad aquí, señores. Premiaré
    vuestra labor. Algo que sea corto,
    y dad los buenos días al general.

    [Tocan.]

    GRACIOSO
    ¡Señores! ¿Es que esos instrumentos han estado en Nápoles, que hablan así por la nariz
    MÚSICO 1.0
    ¿Qué queréis decir?
    GRACIOSO
    Veamos. ¿Son instrumentos de viento? Músico 1.0
    Claro que sí, señor.
    GRACIOSO
    Pues les cuelga un rabo.
    MÚSICO 1.0
    ¿Qué rabo les cuelga?
    GRACIOSO
    El que va con el instrumento de ventosidad. Seño¬res, aquí tenéis dinero: al general le gusta tanto vuestra música que por caridad os pide que no ha¬gáis más ruido.
    MÚSICO 1.0
    No lo haremos.
    GRACIOSO
    Si tenéis música que no se oiga, adelante. Mas ya sabéis que el general no quiere música.
    MÚSICO 1.0
    De esa música no tenemos, señor.
    GRACIOSO
    Pues entonces, el pito en la bolsa y se acabó. ¡Va¬mos, esfumaos, humo!

    Salen los Músicos.

    CASIO
    Oye, amigo.
    GRACIOSO
    Yo no oigo a Migo: os oigo a vos.
    CASIO
    Anda, déjate de chanzas. Toma esta pequeña mo¬neda de oro. Si está levantada la dama que acom¬paña a la esposa del general, dile que Casio le su¬plica el favor de su presencia. ¿Lo harás?
    GRACIOSO
    Está levantada. Me dispongo a preguntarle si se sir¬ve presenciarse aquí.
    CASIO
    Gracias, amigo.

    Sale el GRACIOSO.

    Entra YAGO.

    Me alegro de verte, Yago.
    YAGO
    ¿No os habéis acostado?
    CASIO
    Pues no. Ya era de día cuando nos despedimos.
    Yago, me he permitido
    llamar a tu esposa. Mi súplica es
    que me proporcione una ocasion
    para hablar con la dulce Desdémona.
    YAGO
    Ahora mismo os la mando.
    Y veré la manera de alejar al moro
    para que converséis con mayor libertad.
    CASIO
    Os lo agradezco de veras.

    Sale [YAGO.]

    En Florencia no vi a nadie tan leal.

    Entra EMILIA.

    EMILIA
    Buenos días, teniente. Me apena
    que cayerais en desgracia. Mas todo irá bien.
    El general y su esposa lo están comentando,
    y ella os defiende. Otelo responde
    que el hombre al que heristeis es muy renombrado
    y tiene amistades, y que, en justa prudencia,
    se imponía el despido. Mas afirma que os aprecia
    y que no necesita más defensa que su afecto
    para aprovechar el momento oportuno
    y admitiros de nuevo.
    CASIO
    No obstante, os suplico
    que, si lo creéis posible y conveniente,
    me procuréis ocasión para conversar
    a solas con Desdémona.
    EMILIA
    Venid, os lo ruego. Os llevaré
    donde podáis hablar con libertad.
    CASIO
    Os estoy muy agradecido.

    Salen.

    III.ii Entran OTELO, YAGO y CABALLEROS.

    OTELO
    Yago, dale esta carta al piloto de la nave
    y que presente mis respetos al Senado.
    Después, ve a las obras a buscarme;
    allá estaré.
    YAGO
    Muy bien, señor.
    OTELO
    Señores, ¿vamos a ver la fortificación?
    CABALLEROS
    A vuestras órdenes, señor.

    Salen.

    III.iii Entran DESDÉMONA, CASIO y EMILIA.

    DESDÉMONA
    Tened por cierto, buen Casio,
    que haré cuanto pueda en vuestro apoyo.
    EMILIA
    Hacedlo, señora. Os juro que mi esposo
    está sufriendo como si fuera cosa propia.
    DESDÉMONA
    Es un buen hombre. Casio, haré
    que Otelo y vos volváis a ser
    tan amigos como antes.
    CASIO
    Generosa señora,
    pase lo que pase a Miguel Casio,
    será siempre vuestro fiel servidor.
    DESDÉMONA
    Lo sé. Gracias. Apreciáis a mi señor,
    le conocéis hace tiempo y podéis
    estar seguro de que no se alejará
    en su despego más de lo prudente.
    CASIO
    Sí, señora, mas tal vez
    la prudencia dure demasiado,
    o viva de alimento tan ligero,
    o crezca tanto por las propias circunstancias
    que, en mi ausencia y ocupado ya mi puesto,
    el general olvide mi amistad y mis servicios.
    DESDÉMONA
    No temáis. Ante Emilia, aquí presente,
    os garantizo vuestro puesto. Estad seguro
    de que si hago una promesa de amistad,
    la cumplo a la letra. A mi señor no dejaré
    hasta que se amanse, le hablaré hasta exasperarle.
    Su cama será escuela, su mesa, confesonario.
    En todo lo que haga mezclaré
    la súplica de Casio. Conque alegraos, Casio.
    Vuestra valedora morirá
    antes que abandonar vuestra causa.

    Entran OTELO y YAGO.

    EMILIA
    Señora, aquí viene mi señor.
    CASIO
    Señora, me retiro.
    DESDÉMONA
    ¡Cómo! Quedaos a oír lo que le digo.
    CASIO
    No, señora. Me siento muy inquieto
    y dañaría mis propios fines.
    DESDÉMONA
    Como os plazca.

    Sale CASIO.

    YAGO
    ¡Ah! Eso no me gusta.
    OTELO
    ¿Qué dices?
    YAGO
    Nada, señor. Bueno, no sé.
    OTELO
    ¿No era Casio el que hablaba con mi esposa?
    YAGO
    ¿Casio, señor? No. No le creo capaz
    de escabullirse con aire de culpable
    al veros venir.

    OTELO
    Pues yo creo que era él.
    DESDÉMONA
    ¿Qué hay, mi señor?
    He estado hablando con un suplicante,
    alguien que padece tu disfavor.
    OTELO
    ¿A quién te refieres?
    DESDÉMONA
    Pues a Casio, tu teniente. Mi buen señor,
    si tengo la virtud o el poder de persuadirte
    accede a una inmediata reconciliación.
    Pues si él de veras no te aprecia
    y pecó a sabiendas y no inconscientemente
    yo no sé juzgar la cara del honrado.
    Te lo ruego, pídele que vuelva.
    OTELO
    ¿Estaba aquí ahora?
    DESDÉMONA
    Sí, y se fue tan abatido que me ha dejado
    parte de su pena para que la comparta.
    Mi amor, pídele que vuelva.
    OTELO
    Ahora no, mi Desdémona. Otra vez.
    DESDÉMONA
    ¿Será pronto?
    OTELO
    Por ser tú, mi bien, cuanto antes.
    DESDÉMONA
    ¿Esta noche, en la cena?
    OTELO
    No, esta noche no.
    DESDÉMONA
    ¿Mañana a mediodía?
    OTELO
    No como en casa. Los capitanes
    me esperan en la ciudadela.
    DESDÉMONA
    Pues mañana por la noche o el martes por la mañana,
    a mediodía o por la noche; o en la mañana
    del miércoles. Dime cuándo, mas que no
    pase de tres días. Te juro que le pesa.
    Salvo en la guerra, donde dicen
    que hasta el jefe sirve de escarmiento,
    su infracción no parece que merezca
    ni reprimenda privada. ¿Cuándo puede venir?
    Dímelo, Otelo. Bien quisiera yo saber
    qué ruego podría negarte o resistir
    indecisa. Y siendo Miguel Casio,
    que te ayudó a cortejarme, que tantas veces
    se puso de tu parte cuando yo
    te censuré, ¿me haces que te acose
    para rehabilitarle? Pues aún podría…
    OTELO
    Basta, te lo ruego. Que venga cuando quiera.
    No pienso negarte nada.
    DESDÉMONA
    ¡Vaya! Eso no es un favor.
    Es como si te rogara que te pusieras
    los guantes, te alimentases bien
    o te abrigases, o quisiera que te hicieses
    a ti mismo un bien especial. No: si algo te pido
    que de veras ponga a prueba tu amor,
    será de peso, arduo de resolver
    y arriesgado de dar.
    OTELO
    No pienso negarte nada.
    A cambio sólo te pido una cosa:
    que me dejes por ahora.
    DESDÉMONA
    ¿Cómo voy a negártelo? Adiós, mi señor.
    OTELO
    Adiós, mi Desdémona. En seguida voy contigo.
    DESDÉMONA
    Ven, Emilia.
    [A OTELO] Haz lo que te dicte el corazón.
    Yo siempre te obedeceré.

    Salen DESDÉMONA y EMILIA.

    OTELO
    ¡Divina criatura! Que se pierda mi alma
    si no te quisiera y, cuando ya no te quiera,
    habrá vuelto el caos.
    YAGO
    Mi noble señor…
    OTELO
    ¿Qué quieres, Yago?
    YAGO
    Cuando hacíais la corte a la señora,
    ¿conocía Miguel Casio vuestro amor?
    OTELO
    Sí, desde el principio. ¿Por qué lo dices?
    YAGO
    Por satisfacer mi curiosidad,
    por nada más.
    OTELO
    ¿Y por qué esa curiosidad?
    YAGO
    No sabía que la conociese.
    OTELO
    Pues sí, y fue muchas veces nuestro mediador.
    YAGO
    ¿De veras?
    OTELO
    ¿De veras? Sí, de veras. ¿Qué ves en ello?
    ¿Acaso él no es honrado?
    YAGO
    ¿Honrado, señor?
    OTELO
    ¿Honrado? Sí, honrado.
    YAGO
    Señor, que yo sepa…
    OTELO
    ¿Qué quieres decir?
    YAGO
    ¿Decir, señor?
    OTELO
    ¡Decir, señor! ¡Por Dios, eres mi eco!
    Como si en tu mente hubiera un monstruo
    tan horrendo que no debe revelarse.
    Tú ocultas algo. Cuando Casio dejó a mi esposa,
    dijiste que no te gustaba. ¿A qué te referías?
    Y al decirte que tenía mi confianza
    mientras yo la cortejé, exclamas «¿De veras?»,
    frunciendo y apretando el ceño,
    como si hubieras encerrado en tu cerebro
    alguna idea horrible. Si me aprecias de verdad,
    dime lo que piensas.
    YAGO
    Señor, sabéis que os aprecio.
    OTELO
    Así lo creo. Y, como sé
    que te mueve la amistad y la honradez
    y que mides las palabras antes de decirlas,
    esos titubeos me asustan mucho más.
    Pues en boca de un granuja desleal
    son hábitos corrientes, mas en un hombre fiel
    son oscuras dilaciones que nacen en el alma
    y no se dejan gobernar.
    YAGO
    En cuanto a Miguel Casio, juraría
    que es hombre honrado.
    OTELO
    Así lo creo yo.
    YAGO
    Los hombres deben ser lo que parecen;
    los que no lo son, ojalá no lo parezcan.
    OTELO
    Cierto, los hombres deben ser lo que parecen.
    YAGO
    Pues yo creo que Casio es honrado.
    OTELO
    En todo esto hay algo más.
    Te lo ruego, háblame en la lengua
    de tus propios pensamientos y dale
    al peor de todos la peor de las palabras.
    YAGO
    Disculpadme, señor.
    Aunque estoy obligado a la lealtad,
    no haré lo que no se exige al esclavo.
    ¡Revelar el pensamiento! ¿Y si fuera
    falso y vil? ¿En qué palacio no se ha
    insinuado la ruindad? ¿Hay alma tan pura
    en la que el turbio pensamiento
    no se haya reunido en tribunal
    con la justa reflexión?
    OTELO
    Yago, contra tu amigo maquinas
    si, creyendo que le agravian, le ocultas
    lo que piensas.
    YAGO
    Os lo suplico: tal vez
    me haya equivocado en mi sospecha,
    pues es la cruz de mi carácter
    rastrear las falsedades, y a veces mi celo
    crea faltas de la nada. No preste atención
    vuestra cordura al que suele idear
    tan burdamente, ni le turben
    observaciones adventicias y dudosas.
    Por vuestra paz y vuestro bien,
    por mi hombría, prudencia y honradez,
    no conviene que os diga lo que pienso.
    OTELO
    ¿Qué insinúas?
    YAGO
    Señor, la honra en el hombre o la mujer
    es la joya más preciada de su alma.
    Quien me roba la bolsa, me roba metal;
    es algo y no es nada; fue mío y es suyo,
    y ha sido esclavo de miles.
    Mas, quien me quita la honra, me roba
    lo que no le hace rico y a mí me empobrece.
    OTELO
    ¡Vive Dios, dime lo que piensas!
    YAGO
    No podría, ni con mi alma en vuestra mano,
    ni querré, mientras yo la gobierne.
    OTELO
    ¿Qué?
    YAGO
    Señor, cuidado con los celos.
    Son un monstruo de ojos verdes que se burla
    del pan que le alimenta. Feliz el cornudo
    que, sabiéndose engañado, no quiere a su ofensora
    mas, ¡qué horas de angustia le aguardan
    al que duda y adora, idolatra y recela!
    OTELO
    ¡Qué tortura!
    YAGO
    El pobre contento es rico y bien rico;
    quien nada en riquezas y teme perderlas
    es más pobre que el invierno.
    ¡Dios bendito, a todos los míos
    guarda de los celos!
    OTELO
    ¿Por qué, por qué dices eso?
    ¿Tú crees que viviría una vida de celos,
    cediendo cada vez a la sospecha
    con las fases de la luna?. No. Estar en la duda
    es tomar la decisión. Que me vuelva
    macho cabrío si mi espíritu se entrega
    a conjeturas tan extrañas y abultadas
    como tus alegaciones. Para darme celos
    no basta con decir que mi esposa es bella,
    sociable, sabe comer y conversar, canta,
    tañe y baila: estas prendas le añaden virtud.
    Y mi propia indignidad no me causa

  5. la menor duda o recelo de su fidelidad,
    pues tenía ojos y me eligió. No, Yago;
    quiero ver antes de dudar. Si dudo, pruebas;
    y con pruebas no hay más que una solución:
    ¡Adiós al amor o a los celos!
    YAGO
    Me alegro, pues ahora ya puedo
    mostraros mi afecto y lealtad
    con más franqueza. Así que, como es mi deber,
    os diré algo. Pruebas aún no tengo.
    Vigilad a vuestra esposa; observadia con Casio.
    Los ojos así: ni celosos, ni crédulos.
    Que no engañen a vuestro noble y generoso
    corazón en su propia bondad; conque, atento.
    Conozco muy bien el carácter de mi tierra
    las mujeres de Venecia enseñan a Dios
    los vicios que ocultarían a sus maridos.
    Su conciencia no las lleva a reprimirse,
    sino a encubrirlos.
    OTELO
    ¿Lo dices en serio?
    YAGO
    Engañó a su padre al casarse con vos;
    y, cuando parecía temblar y temer
    vuestro semblante, es cuando más os quería.
    OTELO
    Es verdad.
    YAGO
    Pues, eso. Si tan joven ya sabía
    sacar esa apariencia, dejando a su padre
    tan ciego que creía que era magia…
    He hecho muy mal. Os pido humildemente
    perdón por apreciaros tanto.
    OTELO
    Siempre te estaré agradecido.
    YAGO
    Veo que esto os ha desconcertado.
    OTELO
    Nada de eso, nada de eso.
    YAGO
    Pues yo temo que sí. Espero que entendáis
    que lo dicho lo ha dictado mi amistad.
    Mas os veo alterado. Permitidme suplicaros
    que no arrastréis mis palabras
    a un terreno más crudo o extenso
    que el de la sospecha.
    OTELO
    Descuida.
    YAGO
    Si lo hicierais, señor,
    mis palabras tendrían consecuencias
    que jamás soñó mi pensamiento.
    Casio es mi gran amigo. Señor, os veo alterado.
    OTELO
    No, no mucho. Estoy seguro
    de que Desdémona es honesta.
    YAGO
    Que lo sea por muchos años y vos que lo creáis.
    OTELO
    Y, sin embargo, apartarse de las leyes naturales…
    YAGO
    ¡Ah, ahí está! Pues, si me lo permitís,
    rechazar todos esos matrimonios
    con gente de su tierra, color y condición,
    lo que siempre parece natural…
    ¡Mmm … ! Ahí se adivina un deseo viciado,
    grave incongruencia, propósito aberrante.
    Perdonadme: en mis presunciones
    no pensaba en ella. Aunque temo
    que quiera volver sobre sus pasos
    y, al compararos con sus compatriotas,
    pueda arrepentirse.
    OTELO
    Muy bien, adiós.
    Si observas algo, dímelo.
    Que vigile tu mujer. Déjame, Yago.
    YAGO [saliendo]
    Señor, me retiro.
    OTELO
    ¿Por qué me casé? Seguro que el buen Yago
    ve y sabe más, mucho más de lo que dice.
    YAGO [volviendo]
    Señor, me permito suplicaros
    que no os dejéis obsesionar. Que el tiempo decida.
    Es justo que Casio recobre su puesto,
    pues lo ejerce con gran capacidad,
    mas, teniéndole apartado un poco más,
    podréis observar al hombre y sus métodos.
    Ved si vuestra esposa insiste en que vuelva
    y encarece su ruego con ardor:
    eso dirá mucho. Mientras tanto,
    que mi temor justifique mi injerencia,
    pues temo de verdad que ha sido grande,
    y, os lo ruego, no culpéis a vuestra esposa.
    OTELO
    No temas por mi aplomo.
    YAGO
    Nuevamente me retiro.

    Sale.

    OTELO
    Este hombre es de gran honradez,
    y su experiencia le permite discernir
    los móviles humanos. Corno ella resulte
    un halcón indomable, aunque la haya atado
    con las fibras de mi corazón, la suelto
    al hilo del viento y la dejo a la suerte.
    Quizá por ser negro y faltarme las prendas
    gentiles del galanteador, o haber descendido
    por el valle de los años (aunque poco importa)
    me quedo sin ella y burlado, y mi consuelo
    ha de ser detestarla. ¡Maldicíón de matrimonio
    ¡Llamar nuestras a tan gratas criaturas
    y no a sus apetencias! Prefiero ser sapo
    y vivir de los miasmas de un calabozo
    que dejar un rincón de mi ser más querido
    para uso de otros. Mas es la cruz del grande,
    pues el humilde es más privilegiado.
    Como la muerte, es destino inevitable:
    la suerte del cornudo ya está echada
    desde el momento en que nace. Aquí viene ella

    Entran DESDÉMONA y EMILIA.

    Si me engaña, el cielo se ríe de sí mismo.
    No pienso creerlo.
    DESDÉMONA
    ¿Qué ocurre, querido Otelo?
    La cena y los nobles isleños
    que has invitado aguardan tu presencia.
    OTELO
    La culpa es mía.
    DESDÉMONA
    ¿Por qué hablas tan bajo? ¿No estás bien?
    OTELO
    Me duele la cabeza, aquí, en la frente.
    DESDÉMONA
    Eso es de tanto velar. Se te quitará.
    Deja que te ate un pañuelo. Antes de una hora
    ya estará bien.
    OTELO
    Tu pañuelo es muy pequeño. Déjalo.

    [A DESDÉMONA se le cae el pañuelo.]

    Vamos, voy contigo.
    DESDÉMONA
    Me apena que no estés bien.

    Salen OTELO y DESDÉMONA.

    EMILIA
    Me alegra encontrar este pañuelo.
    Fue el primer regalo que le hizo el moro.
    Mi caprichoso marido cien veces
    me ha tentado para que se lo quite; mas ella
    lo adora, pues Otelo le hizo jurar
    que lo conservaría, y siempre lo lleva consigo,
    y lo besa y le habla. Pediré una copia
    para dársela a Yago. ¡Sabe Dios
    qué piensa hacer con el pañuelo!
    Yo sólo sé complacer su capricho.

    Entra YAGO.

    YAGO
    ¿Qué hay? ¿Qué haces aquí sola?
    EMILIA
    Sin reprender: tengo algo que enseñarte.
    YAGO
    ¿Algo que enseñarme? Algo que muchos han visto…
    EMILIA
    ¿Eh?
    YAGO
    …es una esposa sin juicio.
    EMILIA
    Ah, ¿era eso? ¿Qué me darás
    si te doy aquel pañuelo?
    YAGO
    ¿Qué pañuelo?
    EMILIA
    ¿Qué pañuelo? Pues el que Otelo regaló
    a Desdémona, el que tú tantas veces
    me pedías que le quitase.
    YAGO
    ¿Se lo has quitado?
    EMILIA
    No, se le cayó por descuido.
    Por suerte yo estaba allí y lo cogí.
    Mira, aquí está.
    YAGO
    ¡Qué gran mujer! Dámelo.
    EMILIA
    ¿Qué vas a hacer con él, que con ahínco
    me pedías que lo robase?
    YAGO
    Y a ti, ¿qué más te da?

    [Se lo quita.]

    EMILIA
    Si no es para nada de importancia,
    devuélvemelo. ¡Pobre señora!
    Se va a volver loca cuando no lo encuentre.
    YAGO
    Tú no sabes nada. A mí me hace falta.
    Anda, vete ya.

    Sale EMILIA.

    Dejaré el pañuelo donde vive Casio;
    él lo encontrará. Simples menudencias
    son para el celoso pruebas más tajantes
    que las Santas Escrituras. Me puede servir.
    El moro está cediendo a mi veneno:
    la idea peligrosa es veneno de por sí
    y, aunque empiece por no desagradar,
    tan pronto como actúa sobre la sangre,
    arde como mina de azufre. ¿No lo decía?

    Entra OTELO.

    Aquí llega. Ni adormidera o mandrágora,
    ni todos los narcóticos del mundo
    podrán devolverte el dulce sueño
    de que gozabas ayer.
    OTELO
    ¿Así que me engaña?
    YAGO
    ¡Vamos, general! Dejad ya eso.
    OTELO
    ¡Fuera, vete! Me has puesto en el suplicio.
    Te juro que es mejor ser engañado
    que sospecharlo una pizca.
    YAGO
    ¡Vamos, señor!
    OTELO
    ¿Tenía yo noción de su furtivo deleite?
    Ni lo veía, ni me dolía, ni lo pensaba.
    Dormía cada noche, vivía feliz y confiado;
    en sus labios no veía los besos de Casio.
    Aquél a quien roban, si no advierte el robo,
    mejor que lo ignore, y así nada pierde.
    YAGO
    Vuestras palabras me apenan.
    OTELO
    Feliz habría sido pudiendo ignorarlo,
    aunque toda la tropa, hasta el último peon,
    gozase con su cuerpo. Ahora,
    ¡adiós para siempre al alma serena!
    ¡Adiós al sosiego! ¡Adiós a penachos marciales
    y a guerras grandiosas que enaltecen la ambición!
    ¡Adiós! ¡Adiós al relincho del corcel
    y a trompetas vibrantes, a tambores
    que enardecen y a pífanos que asordan,
    a regios estandartes y a todo el esplendor,
    gloria, pompa y ceremonia de la guerra!
    Y tú, mortífero bronce, cuya ruda garganta
    imita el fragor espantoso de Júpiter,
    ¡adiós! Otelo ya no tiene ocupación.
    YAGO
    Señor, ¿es posible?
    OTELO
    Infame, demuestra que mi amada es una puta;
    demuéstralo. Quiero la prueba visible
    o, por la vida perdurable de mi alma,
    más te habría valido nacer perro
    que hacer frente a mi furia desatada.
    YAGO
    ¿A esto hemos llegado?
    OTELO
    Házmelo ver o, por lo menos, demuéstramelo
    de modo que en la prueba no haya gancho
    ni aro en que colgar una duda o, ¡ay de ti!
    YAGO
    Mi noble señor…
    OTELO
    Como tú la calumnies y a mí me atormentes,
    no reces más; abandona tu conciencia,
    cubre de horrores la cima del horror,
    haz que llore el cielo y se espante la tierra,
    pues nada peor podrás añadir
    a tu condenación.
    YAGO
    ¡Misericordia! ¡Que el cielo me asista!
    ¿Sois hombre? ¿Tenéis alma? ¿O raciocinio?
    Adiós. Quedaos con mi puesto. ¡Ah, desgraciado,
    que por afecto vuelves vicio la honradez!
    ¡Ah, mundo atroz! ¡Fíjate, fíjate, mundo!
    Ser honrado y sincero trae peligro.
    Os agradezco la lección, y desde ahora
    no quiero amigos, pues la amistad es dolor.
    OTELO
    No, espera. Tú debes ser honrado.
    YAGO
    Debiera ser listo, que la honradez
    es muy tonta y se arruina en sus afanes.
    OTELO
    ¡Por Dios!
    Creo que mi esposa es honesta y no lo creo;
    creo que tú eres leal y no lo creo.
    Quiero una prueba. Su nombre era tan claro como
    el rostro de Diana, y ahora está más sucio
    y más negro que mi faz. No voy a soportarlo
    cuando hay sogas, cuchillos, veneno, fuego
    o aguas que ahogan. ¡Querría estar seguro!
    YAGO
    Señor, veo que os devora la pasión.
    Me arrepiento de haberla provocado.
    ¿Querríais estar seguro?
    OTELO
    Querría, no: quiero.
    YAGO
    Y podéis. Mas, señor, ¿cómo estar seguro?
    ¿Queréis ser un zafio espectador?
    ¿Ver como la montan?
    OTELO
    ¡Ah, muerte y condenación!
    YAGO
    Sería difícil y engorroso, creo yo,
    llevarlos a esa escena. Que se condenen
    los ojos que los vean acostados.
    Entonces, ¿qué? Entonces, ¿cómo?
    ¿Qué queréis que diga? ¿Cómo estar seguro?
    No podréis verlo, aunque sean más ardientes
    que las cabras, más sensuales que los monos,
    más calientes que una loba salida
    y más brutos que la ignorancia borracha.
    Mas, si buscáis seguridad
    en indicios vehementes que lo apoyen
    y lleven al umbral de la verdad,
    podréis tenerla.
    OTELO
    Dame una prueba real de que me engaña.
    YAGO
    No me gusta la encomienda,
    mas, habiéndome adentrado en este pleito,
    movido del afecto y la necia lealtad,
    no me detendré. Descansaba yo con Casio
    y me vino tal dolor de muelas
    que no podía dormir.
    Los hay tan ligeros de lengua
    que durmiendo musitan sus asuntos.
    Casio es uno de éstos.
    Le oí decir en sueños: «Querida Desdémona,
    seamos prudentes, ocultemos nuestro amor».
    Y entonces me agarra y me tuerce la mano,
    gritando «¡Divina criatura!», y me besa con ganas,
    como arrancando de cuajo los besos
    que crecieran en mis labios; y me echa
    la pierna sobre el muslo, suspira, me besa
    y grita «¡Maldita la suerte que te dio al moro!»
    OTELO
    ¡Asombroso, asombroso!
    YAGO
    Bueno, no fue más que un sueño.
    OTELO
    Pero indica una acción consumada.
    YAGO
    Aunque sueno, es indicio grave.
    Podría sustanciar otras pruebas
    más débiles.
    OTELO
    ¡La haré mil pedazos!
    YAGO
    Sed prudente. Aún no es seguro;
    quizá sea honesta. Mas, decidme,
    ¿no la habéis visto con un pañuelo
    en la mano, bordado de fresas?
    OTELO
    Uno así tiene ella: fue mi primer regalo.
    YAGO
    No lo sabía. Mas hoy he visto a Casio
    limpiarse la barba con un pañuelo así,
    y seguro que era el de ella.
    OTELO
    Como sea ése…
    YAGO
    Como sea ése u otro que sea suyo,
    la incrimina con las otras pruebas.
    OTELO
    ¡Tuviera el infame diez mil vidas!
    Una es poco, una no es nada para mi venganza,
    Ahora ya veo que es cierto. Mira, Yago,
    cómo echo al aire mi estúpido amor; adiós.
    ¡Negra venganza, sal de tu cóncava celda!
    ¡Amor, entrega corona y trono querido
    al odio salvaje! ¡Estalla, corazón, y suelta
    esa carga de lenguas de áspid!

    Se arrodilla.

    YAGO
    Sosegaos.
    OTELO
    ¡Ah, sangre, sangre, sangre!
    YAGO
    Tened calma. Acaso cambiéis de idea.
    OTELO
    Jamás, Yago. Como el Ponto Euxino,
    cuya fría corriente e indómito curso
    no siente la baja marea y sigue adelante
    hacia la Propóntide y el Helesponto,
    así mis designios, que corren violentos,
    jamás refluirán, y no cederán al tierno cariño
    hasta vaciarse en un mar de profunda
    e inmensa venganza. Por ese cielo esmaltado,
    con todo el fervor de un sagrado juramento,
    empeño mi palabra.
    YAGO
    No os levantéis.

    Se arrodilla.

    Estrellas que ardéis en lo alto, sed testigos,
    elementos que nos ciñen y rodean,
    sed testigos de que Yago desde ahora
    consagra la actividad de su cerebro,
    su corazón y sus manos al servicio
    del agraviado Otelo. Que dicte sus órdenes,
    y mi obediencia será compasión,
    por cruel que sea la empresa.

    [Se levanta.]

    OTELO
    Acojo tu afecto con franca aceptación,
    no con vana gratitud, y sin más demora
    te pongo a prueba. De aquí a tres días
    quiero que me digas que Casio no vive.
    YAGO
    Mi amigo está muerto. Lo mandáis
    y está hecho. Mas a ella dejadla que viva.
    OTELO
    ¡Así se condene la zorra! ¡Maldita, maldita!
    Vamos, ven conmigo. Voy a proveerme
    de algún medio rápido para acabar
    con el bello demonio. Desde ahora eres mi teniente.
    YAGO
    Vuestro para siempre.

    Salen.

    III.iv Entran DESDÉMONA, EMILIA y el GRACIOSO.

    Sale.

    DESDÉMONA
    ¡Tú! ¿Sabes en dónde para el teniente Casio?
    GRACIOSO
    No puedo decir que pare.
    DESDÉMONA
    ¿Y por qué?
    GRACIOSO
    Porque un soldado no para y, si le llevas la contra, no hay quien lo pare.
    DESDÉMONA
    ¡Vamos! ¿Dónde se hospeda?

  6. GRACIOSO
    Deciros dónde se hospeda es deciros que me paro.
    DESDÉMONA
    Y todo eso, ¿adónde lleva?
    GRACIOSO
    No sé dónde se hospeda y si me invento una posada y digo que para en ésta o aquélla, el invento se me para en la garganta.
    DESDÉMONA
    ¿Puedes inquirir por él y ser instruido en la res¬puesta?
    GRACIOSO
    Haré catequesis por el mundo: digo que haré pre¬guntas y tendré contestación.
    DESDÉMONA
    Búscale. Pídele que venga. Dile que he intercedido con mi esposo en su favor y que confío en que todo irá bien.
    GRACIOSO
    Hacer eso no rebasa los límites del entendimiento, conque voy a intentarlo.

    Sale

    DESDÉMONA
    ¿Dónde habré perdido ese pañuelo, Emilia?
    EMILIA
    No lo sé, señora.
    DESDÉMONA
    Mejor habría sido perder mi bolsa
    llena de cruzados. Si mi noble Otelo
    no fuese magnánimo, ni estuviese limpio
    de la ruindad del celoso, bastaría
    para darle que pensar.
    EMILIA
    ¿No es celoso?
    DESDÉMONA
    ¿Quién, él? Yo creo que el sol de su tierra le quitó esos humores.
    EMILIA
    Mirad. Aquí viene.

    Entra OTELO.

    DESDÉMONA
    Ahora no voy a dejarle hasta que llame
    a Casio.  ¿Cómo está mi señor?
    OTELO
    Bien, mi señora. [Aparte] ¡Qué duro disimular!
    ¿Y cómo está mi Desdémona?
    DESDÉMONA
    Muy bien, mi señor.
    OTELO
    Dame la mano. Esta mano está húmeda.
    DESDÉMONA
    No conoce los años ni las penas.
    OTELO
    Es señal de largueza y entrega.
    Caliente, caliente y húmeda. Esta mano
    es muy libre; necesita ayuno y oración,
    mucha penitencia, prácticas piadosas,
    pues encierra a un ardiente diablillo
    que suele rebelarse. Una mano buena,
    una mano abierta.
    DESDÉMONA
    Bien puedes decirlo, pues con esta mano
    te di mi corazón.
    OTELO
    Noble mano. Antaño la mano se daba
    con el corazón; en los nuevos blasones
    hay manos, mas no corazón .
    DESDÉMONA
    No te entiendo. Vamos, tu promesa.
    OTELO
    ¿Qué promesa, mi bien?
    DESDÉMONA
    He hecho llamar a Casio para que te vea.
    OTELO
    Me aqueja un penoso catarro.
    Déjame el pañuelo.
    DESDÉMONA
    Toma.
    OTELO
    El que te regalé.
    DESDÉMONA
    No lo llevo.
    OTELO
    ¿No?
    DESDÉMONA
    No, de verdad.
    OTELO
    Mal hecho. Ese pañuelo se lo dio
    a mi madre una egipcia: una maga
    que casi leía el pensamiento.
    Le dijo que, mientras lo tuviera,
    sería muy querida y a mi padre rendiría
    enteramente a su amor; mas que, si lo perdía
    o regalaba, sería odiosa a los ojos
    de mi padre, cuyo ánimo iría en pos
    de otros amores. Al morir me lo dio,
    y me pidió que lo entregara a quien la suerte
    me diera por esposa. Así lo hice.
    Tenlo en cuenta y quiérelo como a tus ojos.
    Perderlo o regalarlo acarrearía
    una ruina incomparable.
    DESDÉMONA
    ¿Es posible?
    OTELO
    No miento. Es la magia del tejido.
    Una sibila, que en el mundo había contado
    el giro del sol doscientas veces,
    cosió su bordado en profético furor;
    hicieron la seda gusanos sagrados
    y se tiñó en caromornia, que los sabios
    prepararon con corazones de vírgenes.
    DESDÉMONA
    Pero, ¿es cierto?
    OTELO
    Cierto y verdadero, conque cuídalo bien.
    DESDÉMONA
    Entonces, ¡ojalá no lo hubiera visto nunca!
    OTELO
    ¿Eh? ¿Por qué?
    DESDÉMONA
    ¿Cómo es que hablas tan violento y excitado?
    OTELO
    ¿Se ha perdido? ¿No está? ¡Habla! ¿Se ha extraviado?
    DESDÉMONA
    ¡Dios nos bendiga!
    OTELO
    ¿Qué respondes?
    DESDÉMONA
    Que no. Pero, ¿y si se hubiera perdido?
    OTELO
    ¿Cómo?
    DESDÉMONA
    Digo que no se ha perdido.
    OTELO
    Tráelo, que lo vea.
    DESDÉMONA
    Podría traerlo, pero ahora no. Todo esto
    es una excusa para que olvide mi ruego.
    Vamos, haz que Casio sea rehabilitado.
    OTELO
    Tráeme el pañuelo. Tengo dudas.
    DESDÉMONA
    Vamos, vamos.
    Nunca verás a hombre más apto.
    OTELO
    ¡El pañuelo!
    DESDÉMONA
    Te lo ruego, habla de Casio.
    OTELO
    ¡El pañuelo!
    DESDÉMONA
    Es un hombre cuya suerte siempre consagró
    a la amistad que te profesa,
    que compartió tus peligros…
    OTELO
    ¡El pañuelo!
    DESDÉMONA
    La verdad, eres injusto.
    OTELO
    ¡Dios!

    Sale.

    EMILIA
    ¿Conque no es celoso?
    DESDÉMONA
    Jamás le vi así.
    Seguro que es la magia del pañuelo,
    Me apena mucho haberlo perdido.
    EMILIA
    Un año o dos no revelan a un hombre.
    Todos son estómagos y nosotras, comida.
    Nos comen con hambre y, una vez llenos,
    nos eructan.

    Entran YAGO y CASIO.

    Mirad: Casio y mi marido.
    YAGO
    No hay otro remedio: debe hacerlo ella.
    ¡Mirad qué suerte! Id a rogarle.
    DESDÉMONA
    ¿Qué hay, buen Casio? ¿Alguna noticia?
    CASIO
    Mi ruego, señora. Os suplico
    que, por vuestra favorable mediación,
    yo pueda volver a existir y gozar
    del afecto de aquél a quien, con toda
    la entrega de mi alma, honro sin reservas.
    No lo aplacéis. Si tan grave es mi delito
    que ni acciones pasadas, penas presentes
    o intención de servicios futuros
    son rescate suficiente de su afecto,
    el beneficio de saberlo solicito.
    Así me envolveré en fingida complacencia,
    resignado a seguir otro camino
    al albur de la fortuna.
    DESDÉMONA
    ¡Ah, noble Casio!
    Mi defensa no encuentra consonancia:
    mi esposo no es mi esposo, ni podría
    conocerle si tuviera el semblante tan cambiado
    como el ánimo. Os juro por todos los santos
    que por vos he hecho lo imposible,
    poniéndome al alcance de su enojo
    por hablarle con franqueza. Debéis esperar.
    Lo que pueda, lo haré: más de lo que me atrevo
    a hacer por mí misma. Que eso os baste.
    YAGO
    ¿Enojado mi señor?
    EMILIA
    Salió hace un momento
    y, desde luego, con gran excitación.
    YAGO
    ¿Cómo puede enojarse? Yo he visto
    cómo el cañón hacía saltar sus batallones
    por el aire y, como un diablo, arrebataba
    a su propio hermano de su lado. ¿Enojado?
    Será algo grave. Voy a buscarle.
    Algo ha de pasar si está enojado.
    DESDÉMONA
    Ve con él, te lo ruego.

    Sale YAGO.

    Le habrá enturbiado su espíritu limpio
    algún asunto de Estado, quizá de Venecia,
    o alguna conjura malograda, recién
    descubierta aquí, en Chipre. En esos casos,
    cuando les preocupan cosas de importancia,
    los hombres discuten por una minucia.
    Ocurre así. Cuando el dedo nos duele, parece
    que transmite dolor a los miembros sanos.
    No; no pensemos que los hombres son dioses,
    ni de ellos esperemos miramientos
    como el día de la boda. ¡Regáñame, Emilia!
    Soy una torpe guerrera y con el alma
    acusaba de rigor a mi marido;
    mas veo que he inducido a falso testimonio
    y que le he acusado injustamente.
    EMILIA
    Dios quiera que sean asuntos de Estado,
    como creéis, y no algún antojo o celos
    caprichosos que os afecten.
    DESDÉMONA
    ¡Cielo santo! Jamás le di motivo.
    EMILIA
    Sí, mas eso al celoso no le sirve.
    El celoso no lo es por un motivo:
    lo es porque lo es. Son los celos un monstruo
    engendrado y nacido de sí mismo.
    DESDÉMONA
    Dios guarde de ese monstruo el alma de Otelo.
    EMILIA
    Así sea, señora.
    DESDÉMONA
    Voy a buscarle. Casio, quedad por aquí.
    Si le veo bien dispuesto, le presentaré
    vuestra súplica y haré lo imposible
    por que acceda.
    CASIO
    Señora, con humildad os lo agradezco.

    Salen DESDÉMONA y EMILIA.
    Entra BIANCA.

    BIANCA
    Dios te guarde, amigo Casio.
    CASIO
    ¿Qué haces que no estás en casa?
    ¿Cómo está mi bellísima Bianca?
    Te juro, mi amor, que iba a visitarte.
    BIANCA
    Y yo iba a tu aposento. ¿Conque una semana
    sin verme? ¿Siete días con sus noches?
    ¿Trece veces trece horas? ¡Y horas de ausencia
    del amado, cien veces más largas
    que las del reloj! ¡Qué agobio de cuenta!
    CASIO
    Perdóname, Bianca: estos días
    me abrumaban muy graves pensamientos.
    Te pagaré mi cuenta de ausencia
    de manera más continua. Querida Bianca,
    cópiame este bordado.

    [Le da el pañuelo.]

    BIANCA
    Casio, ¿esto de dónde ha salido?
    Seguro que es prenda de una nueva amiga.
    Ahora veo el motivo de la ausencia.
    ¿A esto hemos llegado? Vaya, vaya.
    CASIO
    ¡Quita, mujer! Devuelve
    tus viles recelos a la boca del diablo,
    que es quien te los dio. Tú sospechas
    que esto es de una amante, algún recuerdo.
    Te juro que no, Bianca.
    BIANCA
    Pues, ¿de quién es?
    CASIO
    Ni yo lo sé. Lo encontré en mi aposento.
    Me gusta el bordado. Antes que lo busquen,
    como harán seguramente, quisiera una copia.
    Toma y hazla, y ahora, déjame.
    BIANCA
    ¿Qué te deje? ¿Por qué?
    CASIO
    Estoy esperando al general,
    y no sería propio, ni es mi deseo,
    que me vea con una mujer.
    BIANCA
    ¿Y por qué?
    CASIO
    No es que no te quiera.
    BIANCA
    Es que no me quieres.
    Te lo ruego, acompáñame un poco
    y dime si he de verte al atardecer.
    CASIO
    Apenas si puedo acompañarte, pues he
    de seguir esperando; mas te veré luego.
    BIANCA
    Muy bien. Tendré que conformarme.

    Salen.

    IV.i Entran OTELO Y YAGO.

    YAGO
    ¿Vais a creerlo?
    OTELO
    ¿Creerlo, Yago?
    YAGO
    ¿Un beso a solas?
    OTELO
    ¡Un beso ilícito!
    YAGO
    ¿O estar desnuda en la cama con su amigo
    una hora o más sin mala intención?
    OTELO
    ¿Desnuda en la cama sin mala intención, Yago?
    Eso es hipocresía con el diablo.
    A quienes obran con virtud y hacen esas cosas,
    el diablo les tienta la virtud
    y ellos tientan al cielo.
    YAGO
    Si no hacen nada es pecado venial;
    mas si yo le doy un pañuelo a mi mujer…
    OTELO
    ¿Qué?
    YAGO
    Pues que es suyo, señor, y, siendo suyo,
    creo que puede regalárselo a otro hombre.
    OTELO
    Mas ella es protectora de su honra.
    ¿Puede entregarla?
    YAGO
    Su honra es una esencia invisible.
    La siguen teniendo quienes ya no la tienen.
    Pero el pañuelo…
    OTELO
    ¡Por Dios, ojalá que lo hubiera olvidado!
    Me decías (ah, se cierne sobre mi memoria
    como cuervo sobre casa apestada,
    augurando desgracia) que él tenía mi pañuelo.
    YAGO
    ¿Y qué?
    OTELO
    Pues que no está bien.
    YAGO
    ¿Y si hubiera dicho que le vi ofenderos?
    ¿O le hubiera oído decir, como esos granujas
    que, haciendo la corte con porfía
    o por la débil voluntad de alguna dama,
    las convencen y complacen, y no
    saben callarse … ?
    OTELO
    ¿Ha dicho algo?
    YAGO
    Sí, señor. Pero seguro que no más
    de lo que niegue bajo juramento.
    OTELO
    ¿Qué ha dicho?
    YAGO
    Pues que … No sé qué.
    OTELO
    ¿Qué, qué?
    YAGO
    Durmió…
    OTELO
    ¿Con ella?
    YAGO
    Con ella, sobre ella, como queráis.
    OTELO
    ¿Durmió con ella? ¿Sobre ella? Entonces decimos que dormir es infamarla. ¡Con ella! ¡Dios, qué asco! ¡Pañuelo, confesión, pañuelo! Confesión y horca por hacerlo. Primero la horca y después la confesión. Me hace temblar. Mi naturaleza no caería sin fundamento en pasión tan cegadora. No son pala¬bras lo que me agita. ¡Uf! Nariz, orejas, labios. ¿Es posible? ¿Confesión? ¿Pañuelo? ¡Vil demonio!.

    Cae inconsciente.

    YAGO
    Actúa, veneno, actúa. Así es como caen
    los crédulos bobos, y así es como pierden
    la honra muchas dignas damas, siendo
    inocentes y puras. ¡Eh, señor!
    ¡Vamos, señor! ¡Otelo!

    Entra CASIO.

    ¿Qué hay, Casio?
    CASIO
    ¿Qué pasa?
    YAGO
    Mi señor ha tenido un ataque de epilepsia.
    Ya es el segundo: ayer tuvo uno.
    CASIO
    Frótale las sienes.
    YAGO
    No, dejadle.
    Que la inconsciencia siga su curso. Si no,
    echará espumarajos por la boca
    y se pondrá hecho una furia. Mirad, se mueve.
    Retiraos un momento. Se repondrá en seguida. Cuando se haya ido,
    quiero hablaros de un asunto importante.

    [Sale CASIO.]

    ¿Qué hay, general? ¿Os habéis
    lastimado la cabeza?
    OTELO
    ¿Te burlas de mí?.
    YAGO
    ¿Burlarme de vos? No, por Dios.
    Así llevarais vuestra suerte como un hombre.
    OTELO
    Un cornudo es un monstruo y una bestia.
    YAGO
    Entonces en una ciudad populosa
    hay muchas bestias y monstruos civiles.
    OTELO
    ¿Lo ha confesado?
    YAGO
    Mi buen señor, sed hombre. Pensad
    que quien lleva barba y va en coyunda,
    tal vez arrastre esa carga. Son millones
    los que duermen en camas deshonradas
    que ellos tienen por honrosas. Vuestro caso
    es mejor. ¡Ah, qué ruindad del diablo,
    qué burla del Maligno es besar a una indecente,
    creyéndola pura, en el lecho conyugal!
    No, yo quiero saberlo y, sabiendo lo que soy,
    sabré cómo acabará ella.
    OTELO
    ¡Ah, qué sagaz! Es cierto.
    YAGO
    Alejaos un momento;
    no crucéis la frontera de la calma.
    Cuando estabais abrumado por la angustia,
    flaqueza que no cuadra a un hombre como vos,

  7. llegó Casio. Logré librarme de él;
    vuestro desmayo me dio buena excusa.
    Le dije que volviese pronto y hablaríamos,
    lo cual prometió. Ahora escondeos,
    y fijaos en las burlas, muecas y visajes
    que aloja cada zona de su cara,
    pues haré que vuelva a contarme
    dónde, cómo, cuándo, desde cuándo y cada cuánto
    se entiende y entenderá con vuestra esposa.
    Fijaos bien en su actitud. Vamos, calma,
    o diré que sois todo bilis
    y nada ser humano.
    OTELO
    ¿Me oyes bien, Yago?
    Seré muy cauteloso con mi calma,
    pero, ¿me oyes bien?, muy violento.
    YAGO
    Eso está bien. Mas todo a su tiempo.
    ¿Queréis retiraros?

    [Se esconde OTELO.]

    Ahora le hablaré a Casio de Bianca,
    una mujerzuela que, vendiendo sus favores,
    se paga la ropa y el pan. Se muere
    por Casio, pues es la maldición de las perdidas
    engañar a muchos y que uno solo
    las engañe. Cuando la oiga nombrar,
    no podrá contenerse de la risa. Aquí llega.

    Entra CASIO.

    Cuando se ría, Otelo se pondrá furioso,
    y sus celos ignorantes torcerán
    el desparpajo, las sonrisas y ademanes
    del pobre Casio. ¿Qué tal, teniente?
    CASIO
    Nunca peor, pues me nombras por el puesto
    cuya carencia me mata.
    YAGO
    Porfiad con Desdémona y será vuestro.
    Si de Bianca dependiese vuestra súplica,
    ¡qué pronto seríais favorecido!
    CASIO
    ¡Ah, pobre criatura!
    OTELO
    Ya se está riendo.
    YAGO
    Jamás conocí mujer tan enamorada.
    CASIO
    ¡Ah, la pobrecilla!  Sí, creo que me quiere.
    OTELO
    Lo niega a medias y lo toma a risa.
    YAGO
    Escuchad, Casio.
    OTELO
    Ahora le fuerza a que lo cuente.
    Muy bien, vamos, adelante.
    YAGO
    Ella va diciendo que la haréis
    vuestra esposa. ¿Es vuestra intención?
    CASIO
    ¡Ja, ja, ja!
    OTELO
    ¿Triunfante, romano, triunfante?
    CASIO
    ¿Hacerla mi esposa? ¿A una buscona? Anda, ten caridad con mi uso de razón. No lo juzgues tan enfermo. ¡Ja, ja, ja!
    OTELO
    Vaya, vaya. Ríe quien vence.
    YAGO
    Pues corre la voz de que os casaréis.
    CASIO
    Vamos, habla en serio.
    YAGO
    Si miento, soy un canalla.
    OTELO
    ¿Conque me has marcado? Bien.
    CASIO
    Eso es un cuento de esa mona. Es su amor y vani¬dad, no mi promesa, lo que le hace creer que nos casaremos.
    OTELO
    Yago me hace señas. Ya empieza la historia.
    CASIO
    Ha estado aquí hace poco. Me asedia por todos la¬ dos. El otro día hablaba yo con unos venecianos a la orilla del mar, y viene la mozuela y, te lo juro se me agarra al cuello así.
    OTELO
    Gritando «¡Ah, querido Casio!», como aquel que dice. Sus ademanes lo explican.
    CASIO
    Se me apoya, se me cuelga y me llora, y venga a tirar de mí. ¡Ja, ja, ja!
    OTELO
    Ahora contará que se lo llevó a mi cuarto. ¡Ah, te veo la nariz, pero no el perro al que se la echaré!
    CASIO
    Pues tendré que dejármela.
    YAGO
    ¡Vive Dios! Ahí viene.

    Entra BIANCA.

    CASIO
    Una de esas zorras. Sí, y bien perfumada.  ¿Qué pretendes asediándome así?
    BIANCA
    ¡Que te asedien a ti el diablo y su madre! ¿Y tú qué pretendías con el pañuelo que me has dado? ¡Valiente tonta fui al llevármelo! ¿Que copie el bor¬dado? ¡Tú sí lo bordas todo encontrando en tu cuar¬to un pañuelo que no sabes quién dejó! ¿La prenda de una lagarta y quieres que yo te la copie? Ten, dásela a tu moza. Me da igual la procedencia: yo no te copio el bordado.
    CASIO
    Pero, ¿qué pasa, mi querida Bianca? ¿Qué pasa?
    OTELO
    ¡Por Dios, seguro que es mi pañuelo!
    BIANCA
    Si quieres, ven a cenar esta noche. Si no, ven otro día, que te espero sentada.
    YAGO
    ¡Seguidla, seguidla!
    CASIO
    Claro; si no, irá renegando por la calle.
    YAGO
    ¿Cenaréis con ella?
    CASIO
    Pienso ir, sí.
    YAGO
    Pues tal vez os vea. Me gustaría mucho hablar con vos.
    CASIO
    Pues ven. ¿Vendrás?
    YAGO
    Corred. Ni una palabra más.

    Sale CASIO.

    OTELO [adelantándose]
    ¿Cómo lo mato, Yago?
    YAGO
    ¿Oísteis qué risa le daba su pecado?
    OTELO
    ¡Ah, Yago!
    YAGO
    ¿Y visteis el pañuelo?
    OTELO
    ¿Era el mío?
    YAGO
    El vuestro, os lo juro. Y hay que ver cómo aprecia a vuestra cándida esposa: ella le da un pañuelo y él se lo da a su manceba.
    OTELO
    Estaría nueve años matándolo. ¡Qué mujer tan bue¬na, tan bella, tan dulce!
    YAGO
    No. Eso debéis olvidarlo.
    OTELO
    Que se pudra y se muera, y se condene esta noche, pues no ha de vivir. No, el corazón se me ha vuelto piedra: lo golpeo y me duele la mano. ¡Ah, el mun¬do no ha dado criatura más dulce! Podría echarse junto a un emperador y darle órdenes.
    YAGO
    No, dejad eso ahora.
    OTELO
    ¡Que la cuelguen! Yo sólo digo lo que es. Primorosa con la aguja, admirable con la música (su voz deja al oso sin fiereza). ¡Y qué grande entendimiento, qué rica imaginación!
    YAGO
    Por eso mismo es peor.
    OTELO
    ¡Ah, mil, mil veces! ¡Y a la vez tiene tanta genti¬leza!
    YAGO
    Sí, demasiada.
    OTELO
    Es verdad. Y, sin embargo, ¡qué pena, Yago! ¡Ah, Yago! ¡Qué pena, Yago!
    YAGO
    Si estáis tan prendado de su culpa, dadie licencia para pecar: si a vos no os agravia, a nadie molesta.
    OTELO
    La voy a hacer trizas. ¡Engañarme!
    YAGO
    Es indigno.
    OTELO
    ¡Con mi oficial!
    YAGO
    Aún más indigno.
    OTELO
    Tráeme un veneno, Yago, esta noche. Con ella no voy a discutir, no sea que su cuerpo y belleza apla¬quen mi decisión. Esta noche, Yago.
    YAGO
    No la envenenéis. Estranguladla en la cama, en el lecho mancillado.
    OTELO
    Muy bien. Me complace esa justicia. Muy bien.
    YAGO
    Respecto a Casio, dejadlo de mi cuenta. Antes de medianoche tendréis noticias.
    OTELO
    Magnífico.

    Toque de clarín dentro.

    ¿Qué es ese clarín?
    YAGO
    Seguro que noticias de Venecia.

    Entran LUDOVICO, DESDÉMONA y acompañamiento.

    Es Ludovico, de parte del Dux. Y con él vuestra esposa.
    LUDOVICO
    ¡Dios os guarde, noble general!
    OTELO
    Vuestro de todo corazón.
    LUDOVICO
    El Dux y senadores de Venecia
    os saludan.

    [Le da una carta.]

    OTELO
    Beso el documento de sus órdenes.

    [Lee la carta.]

    DESDÉMONA
    ¿Y qué noticias traéis, pariente Ludovico?
    YAGO
    Me alegro mucho de veros, señor.
    Bienvenido a Chipre.
    LUDOVICO
    Gracias. ¿Cómo está el teniente Casio?
    YAGO
    Vive, señor.
    DESDÉMONA
    Ludovico, entre él y mi esposo ha surgido
    una extraña desunión. Vos podréis remediarlo.
    OTELO
    ¿Estás segura?
    DESDÉMONA
    ¿Señor?
    OTELO
    «No dejéis de hacerlo, pues … »
    LUDOVICO
    No os llamaba: está leyendo el mensaje.
    ¿Hay discordia entre Casio y vuestro esposo?
    DESDÉMONA
    Y muy triste. Haría lo que fuese
    por unirlos, en mi cariño por Casio.
    OTELO
    ¡Fuego y azufre!
    DESDÉMONA
    ¿Señor?
    OTELO
    ¿Eres discreta?
    DESDÉMONA
    ¡Ah! ¿Está enojado?
    LUDOVICO
    Quizá le ha afectado la carta,
    pues creo que le ordenan que regrese
    y nombran a Casio para el mando.
    DESDÉMONA
    ¡Cuánto me alegra!
    OTELO
    ¿De veras?
    DESDÉMONA
    ¿Señor?
    OTELO
    Me alegra verte loca.
    DESDÉMONA
    ¡Querido Otelo!
    OTELO
    ¡Demonio!

    [La abofetea.]

    DESDÉMONA
    No merezco esto.
    LUDOVICO
    Señor, esto no lo creerían en Venecia
    aunque jurase que lo vi. Es inaudito.
    Desagraviadla: está llorando.
    OTELO
    ¡Demonio, demonio! Si la tierra
    concibiese con llanto de mujer,
    de cada lágrima saldría un cocodrilo.
    ¡Fuera de mi vista!
    DESDÉMONA
    Me voy por no ofenderte.
    LUDOVICO
    Una esposa muy obediente. Señor,
    os lo suplico, pedidle que vuelva.
    OTELO
    ¡Mujer!
    DESDÉMONA
    ¿Señor?
    OTELO
    ¿Para qué la queréis, señor?
    LUDOVICO
    ¿Quién? ¿Yo, señor?
    OTELO
    Sí. Queríais que la hiciese volver.
    Pues sabe volver, y volverse, y seguir,
    y darse la vuelta. Y sabe llorar, sí, llorar.
    Y es obediente, como decís; obediente
    muy obediente.  Tú sigue llorando.-
    Respecto a esto, señor…  ¡Qué bien finge la, Vena!¬
    me ordenan que regrese.  ¡Fuera de aquí!
    Ya te mandaré llamar.  Señor, obedezco
    la orden y regreso a Venecia.  ¡Vete, fuera!

    [Sale DESDÉMONA.]

    Casio me reemplazará. Y os suplico, señor,
    que cenéis esta noche conmigo.
    Sed bienvenido a Chipre.  ¡Monos y cabras!

    Sale.

    LUDOVICO
    ¿Es éste el noble moro a quien todo el Senado
    creía tan entero? ¿Es éste el ánimo
    al que no conmovía la emoción,
    la firmeza que no roza ni traspasa
    la flecha o el disparo del azar?
    YAGO
    Está muy cambiado.
    LUDOVICO
    ¿Se ha trastornado? ¿No estará demente?
    YAGO
    Él es el que es. No me corresponde juzgar
    lo que podría ser. Si no es lo que podría,
    ojalá lo fuera
    LUDOVICO
    ¡Pegarle a su esposa!
    YAGO
    Sí, eso no ha estado bien. Mas ojalá
    ese golpe fuera lo peor.
    LUDOVICO
    ¿Es su costumbre? ¿O acaso
    la carta le ha excitado la pasión,
    creándole esa lacra?
    YAGO
    ¡Válgame! No sería honrado si os dijera
    lo que he visto y oído. Observadle,
    y su conducta le mostrará de tal modo
    que os ahorrará mis palabras. Id con él
    y fijaos en cómo continúa.
    LUDOVICO
    Con él he sufrido un desengaño.

    Salen.

    IV.ii Entran OTELO y EMILIA.

    OTELO
    ¿Así que no has visto nada?
    EMILIA
    Ni visto ni oído y nunca he sospechado.
    OTELO
    Sí, los has visto juntos a Casio y a ella.
    EMILIA
    Pero no vi nada malo, y oí
    cada palabra que salió de sus bocas.
    OTELO
    ¡Cómo! ¿No secreteaban?
    EMILIA
    Nunca, señor.
    OTELO
    ¿Ni te mandaban que te fueras?
    EMILIA
    Nunca.
    OTELO
    ¿Ni a traerle el abanico, los guantes,
    el antifaz, ni nada?
    EMILIA
    Jamás, señor.
    OTELO
    Sorprendente.
    EMILIA
    Señor, apostaría el alma a que ella
    es honesta. Si pensáis otra cosa,
    desechad esa idea: os está engañando.
    Si algún infame os lo ha metido en la cabeza,
    ¡caiga sobre él la maldición de la serpiente!
    Si ella no es honesta, pura y fiel,
    no hay hombre dichoso: la esposa mejor
    es más vil que la calumnia.
    OTELO
    Dile que venga. Vamos.

    Sale EMILIA.

    Ésta habla bien, Pero boba sería la alcahueta
    que no hablara así. ¡Y qué puta más lista!.
    Llave y candado de viles secretos;
    aunque se arrodilla y reza. Se lo he visto hacer.

    Entran DESDÉMONA y EMILIA.

    DESDÉMONA
    Señor, ¿qué deseas?
    OTELO
    Ven aquí, paloma.
    DESDÉMONA
    ¿Cuál es tu deseo?
    OTELO
    Deja que te vea los ojos.
    Mírame a la cara.
    DESDÉMONA
    ¿Qué horrible capricho es éste?
    OTELO [a EMILIA]
    Tú, mujer, a lo tuyo. Deja en paz
    a los que van a procrear. Cierra la puerta
    y tose o carraspea si viene alguien.
    ¡Tu oficio, tu oficio! ¡A cumplir!

    Sale EMILIA.

    DESDÉMONA
    Te lo pido de rodillas: ¿Qué significa
    lo que dices? Entiendo el furor de tus palabras,
    mas no las palabras.
    OTELO
    Pues, ¿quién eres tú?
    DESDÉMONA
    Tu esposa, señor. Tu esposa fiel y leal,
    OTELO
    Vamos, júralo y condénate, no sea
    que, siendo angelical, los propios demonios
    teman apresarte. Conque doble condena:
    jura que eres honesta.
    DESDÉMONA
    Bien lo sabe el cielo.
    OTELO
    El cielo bien sabe
    que eres más falsa que el diablo.
    DESDÉMONA
    ¿Cómo soy falsa, señor? ¿Con quién, para quién?
    OTELO
    ¡Ah, Desdémona, vete, vete, vete!
    DESDÉMONA
    ¡Dios bendito! ¿Por qué lloras?
    ¿Soy yo la causa de tus lágrimas, señor?
    Si acaso sospechas que mi padre
    intervino en tu orden de regreso,
    a mí no me culpes. Si tú le perdiste,
    yo también le perdí.
    OTELO
    Si los cielos me hubieran puesto a prueba
    con padecimientos, vertiendo sobre mí
    toda suerte de angustias y deshonras,
    sumiéndome hasta el labio en la miseria,
    cautivos mis afanes y mi ser,
    habría hallado una gota de paciencia
    en alguna parte de mi alma. Pero, ¡ay, convertirme
    en el número inmóvil que la aguja
    del escarnio señala en su curso imperceptible!
    Aun eso podría soportar, aun eso.
    Mas del ser en que he depositado el corazón,
    que me da vida y, si no, sería mi muerte,
    del manantial de donde brota o se seca
    mi corriente, ¡verme separado
    o tenerlo como ciénaga de sapos inmundos
    que se juntan y aparean … ! Palidece de verlo,
    paciencia, tierno querubín de labios rosados.
    ¡Sí, ponte más sañudo que el infierno!
    DESDÉMONA
    Señor, supongo que me crees honesta.
    OTELO
    ¡Oh, sí! Como moscas de verano en matadero,

  8. que nacen criando. ¡Ah, flor silvestre,
    tan hermosa y de olor tan delicado
    que lastimas el sentido! ¡Ojalá
    no hubieras nacido!
    DESDÉMONA
    Pero, ¿qué pecado he cometido sin saberlo?
    OTELO
    ¿Se hizo este bello papel, este hermoso libro,
    para escribir en él «puta»? ¿Qué pecado?
    ¿Pecado? ¡Ah, mujerzuela! Si nombrase
    tus acciones, mis mejillas serían fraguas
    que el pudor reducirían a cenizas.
    ¿Qué pecado? Al cielo le hiede, la luna
    cierra los ojos; el viento sensual,
    que todo lo besa, enmudece
    en la cóncava tierra y no quiere oírlo.
    ¿Qué pecado? ¡Impúdica ramera!
    DESDÉMONA
    Por Dios, me estás injuriando.
    OTELO
    ¿No eres una ramera?
    DESDÉMONA
    No, o no soy cristiana. Si, para honra
    de mi esposo, preservar este cuerpo
    de contactos ilícitos e impuros
    es no ser una ramera, no lo soy.
    OTELO
    ¿Que no eres una puta?
    DESDÉMONA
    ¡No, por mi salvación!
    OTELO
    ¿Es posible?
    DESDÉMONA
    ¡Ah, que Dios nos perdone!
    OTELO
    Entonces disculpad. Os tomé
    por la astuta ramera de Venecia
    que se casó con Otelo.  ¡Tú, mujer,
    que, al revés que San Pedro, custodias
    la puerta del infierno!

    Entra EMILIA.

    Tú, tú, ¡sí, tú! Nuestro asunto
    ha terminado. Aquí está tu paga.
    Ahora echa la llave, y silencio.

    Sale.

    EMILIA
    Pero este hombre, ¿qué imagina?
    ¿Cómo estáis, señora? ¿Cómo estáis?
    DESDÉMONA
    Aturdida.
    EMILIA
    Decidme, ¿qué le pasa a mi señor?
    DESDÉMONA
    ¿A quién?
    EMILIA
    Pues a mi señor.
    DESDÉMONA
    ¿Quién es tu señor?
    EMILIA
    El vuestro, mi querida señora.
    DESDÉMONA
    Ya no tengo. No hablemos, Emilia.
    No puedo llorar, y no tendría más palabras
    que las lágrimas. Esta noche ponme
    en la cama mis sábanas de boda,
    acuérdate. Y dile a tu esposo que venga.
    EMILIA
    ¡Vaya cambio!

    Sale.

    DESDÉMONA
    Está bien que me trate así, ¡muy bien!
    ¿Qué habré hecho yo para que tenga
    la mínima queja de mi más leve falta?

    Entran YAGO y EMILIA.

    YAGO
    ¿Qué deseáis, señora? ¿Estáis bien?
    DESDÉMONA
    No sé. Los que educan a los niños
    les hablan con dulzura y corrigen con bondad.
    Debió hacerlo así, pues soy como niña
    que ignora el reproche.
    YAGO
    ¿Qué ocurre, señora?
    EMILIA
    ¡Ah, Yago! El señor la ha tratado de puta,
    la ha cubierto de insultos y de ofensas
    que la honra no puede soportar.
    DESDÉMONA
    ¿Acaso lo soy, Yago?
    YAGO
    ¿Sois qué, mi bella señora?
    DESDÉMONA
    Lo que dice que mi esposo me llamó.
    EMILIA
    La llamó puta. Ni un mendigo borracho
    le habría dicho eso a su golfa.
    YAGO
    ¿Por qué lo hizo?
    DESDÉMONA
    No lo sé. Juro que no lo soy.
    YAGO
    No lloréis, no lloréis. ¡Váigame!
    EMILIA
    ¿Renunció a tan nobles pretendientes,
    a su padre, su tierra y su familia,
    para ser llamada puta? ¿No es para llorar?
    DESDÉMONA
    Es mi desventura.
    YAGO
    ¡Maldito sea!
    ¿Cómo se le habrá ocurrido?
    DESDÉMONA
    Sabe Dios.
    EMILIA
    Que me cuelguen si no es una calumnia
    de algún canalla redomado, algún
    bribón entrometido, algún embaucador
    mentiroso y retorcido que va
    buscando un puesto. ¡Que me cuelguen!
    YAGO
    ¡Bah! Ese hombre no existe. Es imposible.
    DESDÉMONA
    Si existe, que Dios le perdone.
    EMILIA
    Que le perdone la horca y se pudra
    en el infierno. ¿Por qué la llamó puta?
    ¿Quién va con ella? ¿Dónde, cuándo, cómo,
    por qué motivo? Algún mal nacido engaña
    a Otelo, algún granuja ruin y despreciable.
    ¡Quiera Dios descubrir a estos sujetos
    y poner un látigo en toda mano honrada
    que desnudos los azote por el mundo
    desde el este hasta el oeste!
    YAGO
    Habla más bajo.
    EMILIA
    ¡Mala peste … ! Alguno de ésos fue
    quien te puso el juicio del revés, haciéndote
    creer que yo te engañaba con Otelo.
    YAGO
    Tú eres tonta. Calla.
    DESDÉMONA
    ¡Ah, Yago! ¿Qué puedo hacer por recobrar
    el cariño de mi esposo? Buen amigo,
    ve con él, pues, por la luz del cielo,
    no sé cómo le perdí. Lo digo de rodillas:
    si alguna vez pequé contra su amor
    por vía de pensamiento o de obra;
    si mis ojos, oídos o sentidos
    gozaron con algún otro semblante;
    si no le quiero con toda mi alma, como siempre
    le quise y le querré, aunque me eche
    de su lado como a una pordiosera,
    ¡que el sosiego me abandone! Mucho puede
    el desamor, mas aunque el suyo acabe
    con mi vida, con mi amor nunca podrá.

    No puedo decir «puta»; me repugna la palabra.
    Ni por todas las glorias de este mundo
    haría nada que me diera un nombre así.
    YAGO
    Calmaos, os lo ruego. Es el mal humor.
    Le enojan los asuntos de gobierno
    y por eso os riñe.
    DESDÉMONA
    Si sólo fuera eso…
    YAGO
    Sólo es eso, os lo aseguro.
    Escuchad: los clarines llaman a la cena.
    Aguardan los emisarios de Venecia.
    Entrad y no lloréis. Todo irá bien.

    Salen DESDÉMONA y EMILIA.

    Entra RODRIGO.

    ¿Qué hay, Rodrigo?
    RODRIGO
    Veo que no juegas limpio conmigo.
    YAGO
    ¿En qué te fundas?
    RODRIGO
    Día tras día me vas dando largas, Yago, y creo que, más que darme ocasión, me vas menguando la es¬peranza. Ahora ya no pienso tolerarlo, ni estoy dis¬puesto a sufrir en silencio lo que ya he soportado como un tonto.
    YAGO
    ¿Quieres oírme, Rodrigo?
    RODRIGO
    He oído demasiado. Tus hechos no hacen juego con tus dichos.
    YAGO
    Me acusas sin razón.
    RODRIGO
    Con la pura verdad. Me he quedado sin recursos. Las joyas que te di para Desdémona podían haber comprado a una monja. Me dices que las tiene y que me da esperanzas y ánimo de inmediato favor y relaciones, mas no veo nada.
    YAGO
    Bueno, vamos, vamos.
    RODRIGO
    ¡Bueno, vamos! ¿Cómo voy a irme? Y de bueno, nada. Todo esto es vil y empiezo a sentirme esta¬fado.
    YAGO
    Bueno.
    RODRIGO
    Te digo que de bueno, nada. Voy a presentarme a Desdémona. Si me devuelve las joyas, renuncio a mi pretensión y a galanteos ilícitos. Si no, te exigiré reparación.
    YAGO
    ¿Has dicho?
    RODRIGO
    Sí, y no he dicho nada que no piense hacer.
    YAGO
    ¡Vaya! Ahora veo que tienes bríos, y desde ahora mi opinión de ti es mejor que nunca. Dame la mano, Rodrigo. Me has hecho una justísima objeción; mas yo te aseguro que siempre jugué limpio con tu asunto.
    RODRIGO
    No se ha visto.
    YAGO
    Reconozco que no se ha visto, y a tus reservas no les falta seso ni cordura. Pero Rodrigo, si de veras tienes lo que ahora tengo más razón para creer, de¬cisión, arrojo y hombría, demuéstralo esta noche. Si a la siguiente no gozas a Desdémona, quítame de enmedio a traición y ponle trampas a mi vida.
    RODRIGO
    ¿Qué planeas? ¿Es prudente y hacedero?
    YAGO
    Por orden especial llegada de Venecia, Casio pasa a ocupar el puesto de Otelo.
    RODRIGO
    ¿Es verdad? Entonces Otelo y Desdémona vuelven a Venecia.
    YAGO
    Ah, no: él se va a Mauritania con su bella Desdé¬mona, a no ser que algún accidente demore su mar¬cha. Para lo cual lo más contundente es librarse de Casio.
    RODRIGO
    ¿Qué quiere decir «librarse»?
    YAGO
    Pues impedirle que ocupe el puesto de Otelo; cor¬tarle el cuello.
    RODRIGO
    ¿Y quires que lo haga yo?
    YAGO
    Sí, si tienes valor para hacerte servicio y justicia. Él cena esta noche con una perdida; yo iré a verle. Aún no sabe nada de sus nuevos honores. Si aguar¬das su salida (yo haré que salga entre las doce y la una), le tendrás a tu alcance. Yo estaré cerca para secundarte y entre los dos lo matamos. Anda, no te desconciertes y ven conmigo. Te haré ver la nece¬sidad de su muerte y tú te sentirás obligado a dár¬sela. Es la hora de la cena y corren las horas. ¡En marcha!
    RODRIGO
    Necesito más razones para hacerlo.
    YAGO
    Quedarás complacido.

    Salen.

    IV.iii Entran OTELO, LUDOVICO, DESDITMONA, EMILIA y acompañamiento.

    LUDOVICO
    Os lo ruego, señor. No os molestéis.
    OTELO
    Permitid. Me hará bien andar.
    LUDOVICO
    Señora, buenas noches. Os doy humildes gracias.
    DESDÉMONA
    A vuestro servicio.
    OTELO
    ¿Vamos, señor? Ah, Desdémona.
    DESDÉMONA
    ¿Señor?
    OTELO
    Acuéstate ya. Vuelvo de inmediato. Que no se que¬de tu dama. Haz como te digo. DESDÉMONA
    Sí, señor.

    Salen [OTELO, LUDOVICO y acompañamiento].

    EMILIA
    ¿Cómo va todo? Parece más amable que antes.
    DESDÉMONA
    Dice que vuelve en seguida.
    Me ha mandado que me acueste
    y ha dicho que no te quedes.
    EMILIA
    ¿Que no me quede?
    DESDÉMONA
    Es su deseo. Así que, buena Emilia,
    me traes la ropa de noche y adiós.
    No debemos contrariarle.
    EMILIA
    ¡Ojalá no le hubierais visto nunca!
    DESDÉMONA
    Eso no. Mi amor por él es tanto
    que su enojo, censuras y aspereza…,
    suéltame esto,… tienen su encanto y donaire.
    EMILIA
    He puesto las sábanas que dijisteis.
    DESDÉMONA
    Es igual. ¡Ah, qué antojos tenemos!
    Si muero antes que tú, amortájame
    con una de esas sábanas.
    EMILIA
    Vamos, vamos, ¡qué decís!
    DESDÉMONA
    Mi madre tenía una doncella, de nombre Bárbara.
    Estaba enamorada, y su amado le fue infiel
    y la dejó. Sabía la canción del sauce,
    una vieja canción que expresaba su sino,
    y murió cantándola. Esta noche
    no puedo olvidar la canción. Me cuesta
    no hundir la cabeza y cantarla
    como hacía la pobre Bárbara. Date prisa.
    EMILIA
    ¿Os traigo la bata?
    DESDÉMONA
    No, suéltame esto.
    Ludovico es bien parecido.
    EMILIA
    Muy guapo.
    DESDÉMONA
    Y habla bien.
    EMILIA
    En Venecia conozco una dama que habría ido des¬calza a Palestina por tocarle un labio. DESDÉMONA
    [canta] «Penaba por él bajo un sicamor
    llora, sauce, conmigo;
    la frente caída, hundido el corazón;
    llora, sauce, llora conmigo;
    las aguas corrían llevando el dolor;
    llora, sauce, conmigo;
    el llanto caía y la piedra ablandó».
    Guarda esto.
    «Llora, sauce, llora conmigo».
    Date prisa; está al llegar.
    «Llora, sauce, conmigo; guirnalda te haré
    No le acusarán; le admito el desdén».
    No, así no es. ¿Oyes? ¿Quién llama?
    EMILIA
    Es el viento.
    DESDÉMONA
    [canta] «Falso fue mi amor, mas, ¿qué dijo él?
    Llora, sauce, conmigo;
    si yo te he engañado, engáñame también»
    Vete ya. Buenas noches. Me escuecen los ojos.
    ¿Presagia llanto?
    EMILIA
    No tiene que ver.
    DESDÉMONA
    Lo he oído decir. ¡Ah, estos hombres, estos hombres!
    Dime, Emilia, ¿tú crees en conciencia
    que hay mujeres que engañen tan vilmente
    a sus maridos?
    EMILIA
    Algunas sí que hay.
    DESDÉMONA
    ¿Tú lo harías si te dieran el mundo?
    EMILIA
    ¿No lo haríais vos?
    DESDÉMONA
    No. Que sea mi testigo esa luz celestial.
    EMILIA
    Pues que esa luz no sea mi testigo.
    Yo lo haría a oscuras.
    DESDÉMONA
    ¿Tú lo harías si te dieran el mundo?
    EMILIA
    El mundo es enorme. Y es paga muy alta
    por tan poca falta.
    DESDÉMONA
    La verdad, no creo que lo hicieras.
    EMILIA
    La verdad, yo creo que lo haría, para deshacerlo una vez hecho. Bueno, no lo haría por una sortija o unas varas de batista, por vestidos, enaguas o to¬cas, ni por regalos mezquinos. Pero, ¡por el mundo entero! Santo Dios, ¿quién no le pondría los cuer¬nos al marido para hacerle rey? Yo me arriesgaría al purgatorio.
    DESDÉMONA
    Que me pierda si cometo esa falta
    por nada del mundo.
    EMILIA
    Pero sería una falta para el mundo y, si os dan el mundo a cambio, la falta quedaría en vuestro mun¬do y pronto podríais repararla.
    DESDÉMONA
    Yo no creo que haya mujeres así.
    EMILIA
    Sí, un montón, y tantas como para poblar el mundo que les dieran.
    Mas creo que si pecan las mujeres
    la culpa es de los maridos: o no cumplen
    y llenan otras faldas de tesoros que son nuestros,
    o les entran unos celos sin sentido
    y nos tienen encerradas; o nos pegan,
    o nos menguan el dinero por despecho.
    Todo esto nos encona y, si nuestro es el perdón,
    nuestra es la venganza. Sepan los maridos
    que sus mujeres tienen sentidos como ellos;
    que ven, huelen y tienen paladar
    para lo dulce y lo agrio. ¿Qué hacen
    cuando nos dejan por otras? ¿Gozar?
    Creo que sí. ¿Los mueve el deseo?
    Creo que sí. ¿Pecan por flaqueza?
    Creo que también. Y nosotras, ¿no tenemos
    deseos, ganas de gozar y flaquezas como ellos?
    Pues que aprendan a tratarnos o, si no, que sepan
    que todo nuestro mal es el mal que nos enseñan.
    DESDÉMONA
    Buenas noches, buenas noches. No quiera Dios
    que el mal sea mi guía, sino mi lección.

    Salen.

    V.i Entran YAGO y RODRIGO.

    YAGO
    Ponte aquí, detrás del puesto. Viene en seguida.
    Desnuda el estoque y clávalo bien.
    De prisa, no temas. Yo estaré a tu lado.
    A la cima o a la ruina: piénsalo
    y afianza el propósito.
    RODRIGO
    Quédate cerca, no sea que falle.
    YAGO
    Aquí al lado. Valor y a tu puesto.

    [Se aparta.]

    RODRIGO
    No me fascina el designio. Sin embargo,
    me ha dado razones convincentes.
    Es sólo una vida. ¡A él, espada! ¡Muerto!
    YAGO [aparte]
    A este pollo ya casi lo he dejado
    en carne viva, y le irrita. Mate a Casio,
    Casio a él o se maten entre sí,
    yo salgo ganando. Si Rodrigo sobrevive,
    me exigirá cabal restitución
    de oro y joyas que yo le afané
    y que me dio para Desdémona.
    No puede ser. Si Casio prevalece,
    su vida siempre tiene una belleza
    que me afea. Además, el moro podría
    descubrirle mi juego, lo que es peligroso.
    No, ha de morir. Pero, alto. Aquí llega.

    Entra CASIO.

    RODRIGO
    Es él; conozco su andar. ¡Muere, infame!
    CASIO
    Tu golpe habría sido fatal
    si la malla no fuese mejor
    de lo que piensas. Probemos la tuya.
    RODRIGO
    ¡Ah, me has matado!

    [YAGO hiere a CASIO en la pierna y sale.]

    CASIO
    ¡Me han baldado! ¡Socorro! ¡Eh!
    ¡Al asesino! ¡Al asesino!

  9. Entra OTELO.

    OTELO
    La voz de Casio. Yago cumple su palabra.
    RODRIGO
    ¡Ah, soy un miserable!
    OTELO
    Muy cierto.
    CASIO
    ¡Socorro! ¡Eh! ¡Luz! ¡Un médico!
    OTELO
    Es él. Audaz Yago, honrado y leal;
    tan noble ante el agravio de tu amigo.
    Eres mi ejemplo. Prenda, tu amado ha muerto
    y se acerca tu condenación. ¡Allá voy, ramera!
    De mi alma he borrado tus ojos de ensueño;
    impúdica sangre manchará tu impuro lecho.

    Sale.

    Entran LUDOVICO y GRACIANO.

    CASIO
    ¡Eh! ¿No hay nadie? ¿Y la ronda? ¡Al asesino!
    GRACIANO
    Alguna desgracia. Es un grito terrible.
    CASIO
    ¡Socorro!
    LUDOVICO
    Escuchad.
    RODRIGO
    ¡Ah, miserable!
    LUDOVICO
    Gritan dos o tres. Es noche cerrada.
    Quizá estén fingiendo. Sería peligroso
    acudir sin más ayuda.
    RODRIGO
    ¿No viene nadie? Moriré desangrado.
    LUDOVICO
    Escuchad.

    Entra YAGO con una lámpara.

    GRACIANO
    Aquí viene alguien recién levantado
    con luz y armas.
    YAGO
    ¿Quién vive? ¿Quién grita «Al asesino»?
    LUDOVICO
    No sabemos.
    YAGO
    ¿No oísteis un grito?
    CASIO
    ¡A mí, a mí! ¡Socorro, por Dios!
    YAGO
    ¿Qué pasa?
    GRACIANO
    Es el alférez de Otelo, ¿no?
    LUDOVICO
    El mismo. Un tipo valiente.
    YAGO
    ¿Quién sois, que gritáis tan angustiado?
    CASIO
    ¿Yago? ¡Ah, me han malherido unos infames!
    Ayúdame.
    YAGO
    ¡Mi pobre teniente! ¿Qué infames han sido?
    CASIO
    Creo que uno está por aquí
    y no puede huir.
    YAGO
    ¡Infames traidores!
    Vosotros, venid y ayudarme.
    RODRIGO
    ¡Aquí, socorredme
    CASIO
    Es uno de ellos.
    YAGO
    ¡Infame asesino! ¡Canalla!

    [Apuñala a RODRIGO.]

    RODRIGO
    ¡Maldito Yago! ¡Ah, perro inhumano!
    YAGO
    ¿Matando a oscuras? ¿Dónde están los ladrones?
    ¡Qué silencio en la ciudad! ¡Eh, al asesino!
    ¿Quién sois? ¿Gente de bien o de mal?
    LUDOVICO
    Conocednos y juzgadnos,
    YAGO
    ¿Signor Ludovico?
    LUDOVICO
    El mismo.
    YAGO
    Perdonad. A Casio le han herido unos granujas.
    GRACIANO
    ¿A Casio?
    YAGO
    ¿Cómo estáis, amigo?
    CASIO
    Me han partido la pierna.
    YAGO
    ¡No lo quiera Dios! Señores, luz.
    La vendaré con mi camisa.

    Entra BIANCA.

    BIANCA
    ¿Qué pasa? ¿Quién gritaba?
    YAGO
    ¿Quién gritaba?.
    BIANCA
    ¡Ah, mi Casio! ¡querido Casio!
    ¡Ah, Casio, Casio, Casio!
    YAGO
    ¡Insigne zorra! Casio, ¿tenéis noción
    de quién os ha podido malherir?
    CASIO
    No.
    GRACIANO
    Me apena veros así. Iba en vuestra busca.
    YAGO
    Dadme una liga. ¡Eh, una silla!
    Así le sacaremos con más facilidad.
    BIANCA
    ¡Ah, se desmaya!
    ¡Ah, Casio, Casio, Casio!
    YAGO
    Sospecho, señores, que esta moza
    tuvo parte en la agresión.¬-
    Paciencia, buen Casio.  Vamos, luz.
    ¿Conocemos esta cara? ¡Cómo!
    ¿Mi amigo y querido paisano Rodrigo?
    No. Sí, claro. ¡Dios santo, Rodrigo!
    GRACIANO
    ¿Cómo? ¿El de Venecia?
    YAGO
    Sí, señor. ¿Le conocíais?
    GRACIANO
    ¿Conocerle? Claro.
    YAGO
    ¡Signor Graciano! Os pido disculpas.
    Que estas violencias me excusen
    por no haberos conocido.
    GRACIANO
    Me alegro de verte.
    YAGO
    ¿Cómo estáis, Casio? ¡Una silla, una silla!
    GRACIANO
    ¿Es Rodrigo?
    YAGO
    Sí, sí. Es él.

    [traen una silla.]

    ¡Ah, muy bien, la silla!
    Sacadle de aquí con cuidado.
    Yo buscaré al médico del general.¬-
    Tú, mujer, ahórrate la molestia. Casio,
    el que yace aquí muerto era un buen amigo.
    ¿Había enemistad entre vosotros?
    CASIO
    Ninguna. Ni siquiera le conozco.
    YAGO
    [a BIANCA] ¿Estás pálida?
    ¬ Llevadle dentro.

    [Sacan a CASIO y RODRIGO.]

    Quedaos, Señorías.  ¿Estás pálida, mujer?
    ¬¿No veis el pavor de su mirada?¬-
    Como nos mires así, pronto nos lo contarás.-
    ¬Miradla bien; os lo ruego, miradla.
    ¿Lo veis, caballeros? La culpa se delata
    aunque la lengua enmudezca.

    Entra EMILIA.

    EMILIA
    ¿Qué pasa? ¿Qué pasa, Yago?
    YAGO
    Rodrigo y otros tipos que escaparon
    agredieron a Casio en la oscuridad.
    Está malherido y Rodrigo, muerto.
    EMILIA
    ¡Ay, pobre señor! ¡Ah, mi buen Casio!
    YAGO
    Esto es lo que trae el desenfreno. Anda, Emilia
    pregúntale a Casio dónde ha cenado.
    [A BIANCA] ¿Te hace temblar?
    BIANCA
    Cenó en mi casa, y no me hace temblar.
    YAGO
    ¿Conque sí? Te ordeno que me acompañes.
    EMILIA
    ¡Ah, maldita seas, zorra!
    BIANCA
    No soy una zorra y soy tan decente
    como tú que me injurias.
    EMILIA
    ¿Como yo? ¡Uf! ¡Maldita seas!
    YAGO
    Señores, veamos cómo curan a Casio.¬-
    Vamos, mujer, y prepara otra historia.¬-
    Emilia, corre a la ciudadela
    y cuenta a los señores lo que ha sucedido.¬-
    ¿Queréis ir primero?
    [Aparte] Esta es la noche que me hace
    o del todo me deshace.

    Salen.

    V.ii Entra OTELO con una lámpara. DESDÉMONA acostada.

    OTELO
    Tal es la causa, tal es la causa, alma mía
    Que yo no os la nombre, castas estrellas.
    Tal es la causa. Mas no he de verter esta sangre
    ni herir esta piel, más blanca que la nieve,
    más lisa que alabastro de sepulcros.
    Pero ha de morir o engañará a más hombres.
    Apaga la llama y después apaga su llama.
    Podría extinguirte, flamígera emisaria,
    y después devolverte la luz anterior
    si fuese a arrepentirme. Mas, muerta tu llama,
    criatura perfecta de la naturaleza,
    no sabría dónde hallar el fuego prometeico
    que te diera nueva luz. Si arranco tu rosa
    no puedo hacer que reviva; por fuerza
    se marchitará. La oleré en el rosal.

    La besa.

    ¡Ah, aliento fragante, que tienta a la justicia
    para que rompa su espada! ¡Otro, otro!
    Cuando hayas muerto sigue así, que yo te mataré
    y te querré por siempre. ¡Otro más, el último!
    Lo grato nunca fue tan mortal. Me hace llorar.
    Pero es llanto cruel. La pena es divina:
    hiere lo que ama. Está despertando.
    DESDÉMONA
    ¿Quién es? ¿Otelo?
    OTELO
    Sí, Desdémona.
    DESDÉMONA
    ¿No te acuestas, señor?
    OTELO
    ¿Has rezado esta noche, Desdémona?
    DESDÉMONA
    Sí, mi señor.
    OTELO
    Si te queda algún pecado
    que no haya alcanzado la gracia del cielo,
    ruega su perdón.
    DESDÉMONA
    ¡Dios santo! ¿Qué quieres decir con eso?
    OTELO
    Vamos, reza y no tardes. Mientras, me retiraré.
    No quiero matar tu alma si no está
    preparada. ¡No lo quiera Dios! No voy a matarla
    DESDÉMONA
    ¿Hablas de matar?
    OTELO
    Sí, eso he dicho.
    DESDÉMONA
    Pues que el cielo se apiade de mí.
    OTELO
    Amén, de todo corazón.
    DESDÉMONA
    Si dices eso, no creo que quieras matarme.
    OTELO
    ¡Mmm!
    DESDÉMONA
    Sin embargo, me asustas, pues eres temible
    con esos ojos de fuego. Por qué tengo miedo
    no sé, si no tengo culpa; pero siento miedo.
    OTELO
    Piensa en tus pecados.
    DESDÉMONA
    Son amores que te doy.
    OTELO
    Pues por eso has de morir.
    DESDÉMONA
    Matar por amor es dar muerte cruel.
    ¡Ah! ¿Por qué te muerdes el labio?
    Alguna violencia conmueve tu cuerpo.
    Son presagios. Sin embargo, espero,
    espero que no irán contra mí.
    OTELO
    ¡Calla y escucha!
    DESDÉMONA
    Bien, ¿qué ocurre?
    OTELO
    A Casio le has dado aquel pañuelo
    tan querido que yo te regalé.
    DESDÉMONA
    ¡No, por mi vida y mi alma!
    Mándale llamar y pregúntale.
    OTELO
    Guárdate, alma mía, guárdate
    del perjurio. Estás en tu lecho de muerte.
    DESDÉMONA
    Pero aún no he de morir.
    OTELO
    Sí, ahora mismo; conque confiesa
    abiertamente tu pecado, pues negar
    con juramentos cada cargo no puede
    destruir ni ahogar la convicción
    que me atormenta. Vas a morir.
    DESDÉMONA
    ¡Que Dios se apiade de mí!
    OTELO
    Pues, amén.
    DESDÉMONA
    ¡Apiádate tú también! Jamás
    he pecado contra ti; jamás sentí por Casio
    nada más que el afecto común
    que Dios permite. Jamás le di prenda.
    OTELO
    ¡Por Dios, le vi el pañuelo en la mano!
    ¡Ah, perjura! Me pones de piedra el corazón
    y vuelves crimen mi propósito,
    cuando yo lo creía sacrificio.
    Le vi el pañuelo.
    DESDÉMONA
    Él lo encontraría. Yo no se lo di.
    Mándale que venga y confiese la verdad.
    OTELO
    Ya ha confesado.
    DESDÉMONA
    ¿Qué ha confesado?
    OTELO
    Que habéis tenido trato.
    DESDÉMONA
    ¿Cómo? ¿Carnal?
    OTELO
    Sí.
    DESDÉMONA
    No puede decir eso.
    OTELO
    No, le han cerrado la boca.
    Se encargó el honrado Yago.
    DESDÉMONA
    El miedo me engaña. ¿Ha muerto?
    OTELO
    Si hubieran sido vidas sus cabellos,
    mi venganza podría con todas.
    DESDÉMONA
    ¡Ah, le han engañado y yo estoy perdida!
    OTELO
    ¡Calla, zorra! ¿Le lloras en mi cara?
    DESDÉMONA
    ¡Ah, destiérrame, señor, mas no me mates!
    OTELO
    ¡Muere, zorra!
    DESDÉMONA
    ¡Mátame mañana! ¡Esta noche no!
    OTELO
    Como te resistas…
    DESDÉMONA
    ¡Sólo media hora!
    OTELO
    Empezar es acabar.
    DESDÉMONA
    ¡Que rece una oración!
    OTELO
    Demasiado tarde.

    La ahoga.

    DESDÉMONA
    ¡Dios mío, Dios mío!
    EMILIA [desde dentro]
    ¡Señor, señor! ¡Eh, señor, señor!
    OTELO
    ¿Qué ruido es ése?  ¿Aún vives? ¿Todavía?
    Soy cruel, pero clemente.
    No quiero alargar tu agonía.
    Así, así.
    EMILIA [desde dentro]
    ¡Eh, señor, señor!
    OTELO
    ¿Quién es?
    EMILIA [desde dentro]
    ¡Ah, señor! ¡Deseo hablar con vos!
    OTELO
    Es Emilia.  ¡En seguida!  Está muerta.¬-
    Vendrá a anunciarme la muerte de Casio.
    Hubo alboroto.  ¡Qué! ¿Ya no se mueve?
    Más muda que la tumba.  ¿Qué hago? ¿La dejo entrar?¬-
    Parece que se mueve. No.  ¿Qué será mejor?
    Si entra, querrá hablar con mi esposa.
    ¡Esposa, esposa! ¿Qué esposa? No tengo esposa.
    ¡Qué angustia! ¡Qué dolor!
    Tendría que haber ahora un gran eclipse
    de sol y de luna, y el orbe, horrorizado,
    tendría que abrirse con esta alteración.
    EMILIA [desde dentro]
    ¡Os lo suplico, dejadme que os hable!
    ¡Ah, mi buen señor!
    OTELO
    Te había olvidado. Pasa, Emilia.
    Espera un momento.  Correré la cortina.-
    ¬¿Dónde estás? ¿Qué te pasa?

    Entra EMILIA.

    EMILIA
    ¡Ah, señor, ha habido un crimen horrible!
    OTELO
    ¿Cómo? ¿Ahora?
    EMILIA
    Ahora mismo, señor.
    OTELO
    Es la luna descarriada:
    se acerca a la tierra más que de costumbre
    y trastorna a los hombres .
    EMILIA
    Señor, Casio ha matado a Rodrigo,
    un joven veneciano.
    OTELO
    ¿Rodrigo muerto? ¿Y Casio también?
    EMILIA
    No, Casio no ha muerto.
    OTELO
    ¿Que Casio no ha muerto? Entonces el crimen
    desentona, y disuena la dulce venganza.
    DESDÉMONA
    ¡Ah, crimen injusto, injusto!.
    EMILIA
    ¡Dios mío! ¿Qué voz era ésa?
    OTELO
    ¿Ésa? ¿Cuál?
    EMILIA
    ¡Dios del cielo, la voz de mi ama!

    [Descorre la cortina.]

    ¡Ah, socorro, socorro! ¡Ah, hablad, señora!
    ¡Dulce Desdémona, querida señora, hablad!
    DESDÉMONA
    Muero inocente.
    EMILIA
    ¡Ah! ¿Quién ha hecho esto?
    DESDÉMONA
    Nadie. Yo misma. Adiós. Encomiéndame
    a mi esposo querido. ¡Ah, adiós!

    Muere.

    OTELO
    ¿Y cómo han podido matarla?
    EMILIA
    ¡Ah, quién sabe!
    OTELO
    Le has oído decir que no fui yo.
    EMILIA
    Eso dijo, y yo sólo diré la verdad.
    OTELO

  10. Pues por embustera está en el infierno:
    yo fui quien la mató.
    EMILIA
    ¡Ah, pues más ángel ella
    y vos más negro demonio!
    OTELO
    Se dio a la lujuria y era una puta.
    EMILIA
    La estás calumniando y eres un demonio.
    OTELO
    Era más falsa que el agua.
    EMILIA
    Y tú más violento que el fuego
    llamándola falsa. Era pura como el cielo.
    OTELO
    Casio la montaba. Pregunta, si no, a tu marido.
    Así me condene en lo más hondo del infierno
    si he llegado a tal extremo
    sin un motivo justo. Tu marido lo sabía.
    EMILIA
    ¿Mi marido?
    OTELO
    Tu marido.
    EMILIA
    ¿Que era una adúltera?
    OTELO
    Sí, con Casio. Si me hubiera sido fiel,
    por nada la habría dado, aunque Dios
    crease otro mundo para mí
    de zafiro purísimo y perfecto.
    EMILIA
    ¿Mi marido?
    OTELO
    Sí, él fue quien me lo dijo.
    Él es honrado y detesta
    el lodo que se pega a la inmundicia.
    EMILIA
    ¿Mi marido?
    OTELO
    ¿A qué repetirlo, mujer? He dicho tu marido
    EMILIA
    ¡Ah, señora! La vileza se burla del amor.
    ¿Mi marido dice que era falsa?
    OTELO
    Sí, mujer, tu marido. ¿No lo entiendes?
    Mi amigo, tu marido, el muy honrado Yago.
    EMILIA
    Si lo dice, ¡que se pudra su alma innoble
    medio grano cada día! Miente con descaro.
    ¡Si estaba loca por su inmunda adquisición!
    OTELO
    ¿Qué?
    EMILIA
    No me das miedo. Tu hazaña
    no es más digna del cielo
    que tú lo eras de ella.
    OTELO
    Calla, más te vale.
    EMILIA
    Tú no puedes hacerme ningún daño
    que no pueda sufrir. ¡Ah, bobo, torpe!
    ¡Basura ignorante! Lo que has hecho…
    No me importa tu espada. Voy a delatarte
    aunque pierda veinte vidas. ¡Socorro, socorro!
    ¡El moro ha matado a mi ama!
    ¡Al asesino, al asesino!

    Entran MONTANO, GRACIANO y YAGO.

    MONTANO
    ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre, general?
    EMILIA
    ¡Ah, estás aquí, Yago! Lo has hecho tan bien
    que todos te echarán la culpa de sus crímenes.
    GRACIANO
    ¿Qué pasa?
    EMILIA
    Desmiente a este infame si eres hombre.
    Según él, le dijiste que su esposa le engañaba.
    Sé que no lo hiciste, que no eres tan ruin.
    Habla, que me estalla el corazón.
    YAGO
    Le conté lo que pensaba, lo que él mismo
    vio que era creíble y verdadero.
    EMILIA
    ¿Le dijiste que ella le engañaba?
    YAGO
    Sí.
    EMILIA
    Le dijiste una mentira, una odiosa mentira.
    ¡Por mi vida, una mentira, una vil mentira!
    ¿Que le engañaba con Casio? ¿Con Casio?
    YAGO
    Con Casio, mujer. Anda, frena la lengua.
    EMILIA
    No pienso frenar la lengua. He de hablar:
    mi ama yace muerta sobre el lecho.
    TODOS
    ¡No lo quiera Dios!
    EMILIA
    Y tus cuentos le incitaron al crimen.
    OTELO
    No os asombre, señores; es cierto.
    GRACIANO
    Cierto e increíble.
    MONTANO
    ¡Qué atrocidad!
    EMILIA
    ¡Qué infamia, qué infamia!
    Ya me acuerdo. Me lo olía. ¡Qué infamia!
    Lo pensé. Me voy a morir de pena.
    ¡Qué infamia, qué infamia!
    YAGO
    ¿Estás loca? Vete a casa, te lo ordeno.
    EMILIA
    Nobles señores, permitidme que hable.
    He de obedecerle, pero ahora no.
    Quizá, Yago, ya nunca vuelva a casa.
    OTELO
    ¡Ah, ah, ah!

    Cae sobre la cama.

    EMILIA
    Eso, échate a rugir,
    pues has matado a la más dulce inocente
    que jamás alzó mirada.
    OTELO
    ¡Ah, era mala!¬-
    No os conocía, tío. Ahí está vuestra sobrina,
    cuyo aliento han ahogado mis manos.
    Sé que este acto parece espantoso.
    GRACIANO
    Pobre Desdémona. Menos mal que tu padre
    ya no vive. Tu enlace le dejó malherido
    y la pena le cortó el hilo de la vida.
    Si te viera, podría cometer una imprudencia,
    maldecir a su buen ángel
    y por réprobo perderse.
    OTELO
    Es muy triste. Mas Yago sabe
    que ella y Casio mil veces cometieron
    el acto indecente. Casio lo admitió,
    y ella le premió sus obras amorosas
    con la primera prueba y testimonio
    de cariño que le di. Yo le vi que la llevaba.
    Era un pañuelo, una antigua prenda
    que mi padre regaló a mi madre.
    EMILIA
    ¡Cielo santo! ¡Gloria bendita!
    YAGO
    ¡Dios, cállate!
    EMILIA
    Voy a hablar, voy a hablar. ¡Que me calle!
    ¡No! Hablaré más libre que el viento.
    ¡Que Dios, hombres y diablos, que todos,
    sí, todos, digan pestes contra mí! Voy a hablar
    YAGO
    Sé prudente y vete a casa.
    EMILIA
    ¡No quiero!

    [YAGO desenvaina.]

    GRACIANO
    ¡Cómo! ¿Tu espada contra una mujer?
    EMILIA
    ¡Idiota de moro! Ese pañuelo
    me lo encontré por azar y se lo di
    a mi marido, pues él, con gran solemnidad,
    más de la apropiada a tal minucia,
    me pedía que lo robase.
    YAGO
    ¡Maldita puta!
    EMILIA
    ¡Dárselo a Casio! ¡No! Yo me lo encontré
    y se lo di a mi marido.
    YAGO
    ¡Mentira, so puerca!
    EMILIA
    ¡Por Dios que es verdadl Señores, es verdad.
    ¡Ah, estúpido asesino! ¿Qué hace un tonto,
    como tú con una esposa tan buena?
    OTELO
    ¿No hay más rayos en el cielo
    que los de las tormentas? ¡Perfecto canalla!

    Ataca a YAGO. [MONTANO le desarma.]

    YAGO apuñala a EMILIA y sale.

    GRACIANO
    Ha caído. Seguro que la ha matado.
    EMILIA
    Sí, sí. ¡Ah! Llevadme al lado de mi ama.
    GRACIANO
    Ha huido y su mujer se muere.
    MONTANO
    Es un infame redomado. Tomad el arma
    que le he quitado al moro.
    Guardad la puerta por fuera. Que no salga;
    antes le matáis. Yo voy tras el canalla,
    tras ese miserable.

    Salen MONTANO y GRACIANO.

    OTELO
    Tampoco yo soy valiente.
    Cualquier monigote me quita la espada.
    Mas, ¿por qué la honra sobrevive al honor?
    Húndase todo.
    EMILIA
    ¿Qué presagiaba tu canción, señora?
    ¿No me oís? Haré como el cisne,
    que muere cantando: «Llora, sauce, conmigo».
    Moro, era casta; te quería, moro cruel.
    Que se pierda mi alma si miento.
    Digo lo que pienso y muero, muero…

    Muere.

    OTELO
    Tengo otra espada en el cuarto. Una espada
    española, templada en hielo de arroyo.
    Aquí está.  Tío, voy a salir.
    GRACIANO [desde dentro]
    Inténtalo y lo pagas.
    No estás armado y habrás de someterte.
    OTELO
    Pues entrad y hablad conmigo,
    o, inerme como estoy, os atacaré.

    [Entra GRACIANO.]

    GRACIANO
    ¿Qué quieres?
    OTELO
    Mirad, estoy armado. Mejor arma
    jamás flanqueó la pierna del soldado.
    Hubo un tiempo en que con sólo mi brazo
    y esta gran espada me abría camino
    entre más impedimentos que veinte
    veces vuestro estorbo. Mas, ¡ah, inútil bravata!
    ¿Quién gobierna su destino? Yo ya no.
    No temáis, aunque me veáis armado.
    Es el fin de mi jornada, el término,
    el último puerto de mi viaje.
    No os arredréis; sería un temor vano.
    Apuntad al pecho de Otelo con un junco
    y se repliega. ¿Adónde irá Otelo? ?
    ¿Y tu cara? ¡Ah, desventurada!
    Más pálida que el lino. Cuando el Día
    del Juicio nos reúna, tu mirada arrojará
    mi alma desde el cielo para presa de diablos.
    Fría, criatura, más fría que tu castidad.
    ¡Ah, maldito, maldito! ¡Azotadme, demonios,
    que no me posea esta imagen divina!
    ¡Llevadme en huracanes, quemadme en azufre!
    ¡Sumidme en abismos de líquido fuego!
    ¡Ah, Desdémona! ¡Desdémona muerta! ¡Muerta! ¡Ah!

    Entran LUDOVICO, MONTANO, CASIO en una silla y guardias con YAGO.

    LUDOVICO
    ¿Dónde está ese arrebatado, ese desdichado?
    OTELO
    Aquí está el que fue Otelo.
    LUDOVICO
    ¿Dónde está esa víbora? Traed al infame.
    OTELO
    Le miro los pies, pero eso es mentira.
    Si eres un demonio, no podré matarte.

    [Hiere a YAGO.]

    LUDOVICO
    Quitadle la espada.
    YAGO
    Sangro, señor, mas no muero.
    OTELO
    No me das pena. Prefiero que vivas,
    pues, en mi sentir, la muerte es la dicha.
    LUDOVICO
    ¡Ah, Otelo! Antes tan noble,
    caído en la trampa de un maldito infame.
    ¿Qué os llamaremos?
    OTELO
    Cualquier cosa. Si queréis,
    el vengador de su honra, pues nada
    hice por odio y todo por deber.
    LUDOVICO
    Este canalla ha confesado en parte su infamia
    ¿Acordasteis él y vos la muerte de Casio?
    OTELO
    Sí.
    CASIO
    Querido general, nunca os di motivo.
    OTELO
    Lo creo y os pido perdón.
    ¿Queréis preguntar a este semidiablo
    por qué me ha enredado el cuerpo y el alma?
    YAGO
    No me preguntéis. Lo que sabéis, sabéis.
    Desde ahora no diré palabra.
    LUDOVICO
    ¿Qué? ¿Ni para rezar?
    GRACIANO
    El suplicio te abrirá la boca.
    OTELO
    Haces bien.
    LUDOVICO
    Señor, debéis oír lo que ha ocurrido
    y creo que no sabéis. Esta carta
    estaba en el bolsillo del difunto Rodrigo,
    y aquí hay otra. En una de ellas se habla
    de la muerte de Casio, de la cual
    se encargaba Rodrigo.
    OTELO
    ¡Miserable!
    CASIO
    ¡Qué impío y brutal!
    LUDOVICO
    La otra carta encontrada en el bolsillo
    contiene una queja. Parece que Rodrigo
    pensaba mandársela al maldito canalla,
    pero Yago se le adelantó y le dio explicaciones.
    OTELO
    ¡El vil granuja! Casio,
    ¿cómo conseguisteis el pañuelo de mi esposa?
    CASIO
    Lo encontré en mi cuarto.
    Él mismo ha confesado hace un momento
    que allí lo dejó con un claro propósito
    que le dio resultado.
    OTELO
    ¡Ah, bobo, bobo, bobo!
    CASIO
    Además, en su carta, Rodrigo
    acusaba a Yago de haberle instigado
    a provocarme en la guardia, lo que causó
    mi expulsión. Y acaba de hablar
    (le dábamos por muerto), diciendo que Yago
    le indujo y le hirió.
    LUDOVICO
    Salid de este cuarto y acompañadnos.
    Quedáis despojado de cargo y poder
    y Casio manda en Chipre. Y este infame,
    si hay algún castigo refinado
    capaz de atormentarle sin que muera,
    imponédselo. Vos sufriréis reclusión
    hasta que el Estado de Venecia sea informado
    de vuestro delito. Vamos, llevadle.
    OTELO
    Esperad. Oídme antes de salir.
    He servido al Estado y es notorio;
    eso baste. Os lo ruego, en vuestras cartas,
    al narrar todas estas desventuras,
    mostradme como soy, sin atenuar,
    sin rebajar adversamente. Hablad
    de quien amó demasiado y sin prudencia,
    de quien, poco propenso a los celos, instigado
    se alteró sobremanera; de quien,
    como el indio salvaje, tiró una perla
    más valiosa que su tribu; de quien, transidos
    los ojos que no se empañaban, vierte
    tantas lágrimas como gotas de mirra
    los árboles de Arabia, Escribid todo esto,
    y también que en Alepo, una vez
    en que un turco impío y de altivo turbante
    pegó a un veneciano e infamó a la República,
    yo agarré por el cuello a ese perro circunciso
    y le herí así.

    Se apuñala.

    LUDOVICO
    ¡Violento final!
    GRACIANO
    Toda palabra es en vano.
    OTELO
    Te besé antes de matarte. Ahora ya puedo,
    después de matarme, morir con un beso.

    Muere.

    CASIO
    Lo temía, aunque creí que estaba inerme,
    pues tenía deshecho el corazón.
    LUDOVICO
    [a YAGO] ¡Ah, perro espartano! Más cruel
    que la angustia, el hambre o el mar.
    Ve la carga dolorosa de este lecho.
    Obra tuya es. El cuadro hiere la vista:
    tapadlo.  Graciano, quedad en la casa
    y disponed de los bienes del moro,
    pues pasan a ser vuestros.  A vos, gobernador,
    compete juzgar a este canalla diabólico;
    hora, lugar, tormento: imponedlo.
    Ahora voy a embarcarme, y en Venecia
    contaré tan triste caso con tristeza.

    Salen.

Comments are currently closed.