Sueño de una noche de San Juan William Shakespeare
Dramatis person�
TESEO, duque de Atenas.
EGEO, padre de Hermia.
LISANDRO y DEMETRIO, enamorados de Hermia.
FILOSTRATO, director de fiestas de Teseo.
CARTAB�N, carpintero.
BERBIQU�, ebanista.
LANZADERA, tejedor.
FLAUTA, remiendafuelles.
HOCICO, calderero.
HAMBR�N, sastre.
HIP�LITA, reina de las Amazonas, prometida de Teseo.
HERMIA, hija de Egeo, enamorada de Lisandro.
ELENA, enamorada de Demetrio.
OBER�N, rey de las hadas.
TITANIA, reina de las hadas.
PUCK, o ROBIN EL BUEN CHICO, duende.
CHICHARILLO, TELARA�A, POLILLA y MOSTAZA, hadas.
P�RAMO, TISBE, MURO, CLARO DE LUNA y LE�N, personajes del entrem�s.
Otras hadas al servicio de sus reyes. S�quito de Teseo e Hip�lita
ESCENA: En Atenas y en un bosque contiguo
Acto primero Escena primera
ATENAS. -EL PALACIO DE TESEO.
Entran TESEO, HIP�LITA, FILOSTRATO y acompa�amiento.
TESEO. -Gentil Hip�lita, la hora de nuestras nupcias se acerca ya. Cuatro felices d�as traer�n la luna
nueva. Pero �oh, cu�n lenta me parece en menguar la vieja! Aniquila mis esperanzas como una suegra o una
viuda que no acaba de morirse y consume las rentas del joven heredero.
HIP�LITA. -Cuatro d�as ceder�n pronto a otras noches; cuatro noches ver�n pronto volar el tiempo como
un sue�o, y entonces la luna, semejante a un arco de plata reci�n curvado en el cielo, alumbrar� la noche de
nuestras solemnidades.
TESEO. -Ve, Filostrato, prepara a la juventud ateniense para las diversiones; despierta el esp�ritu
bullicioso y vivaz de la alegr�a; relega la tristeza los funerales; la p�lida compa�era no conviene a nuestros
regocijos. (Sale FILOSTRATO.) Hip�lita, gan� tu coraz�n con mi espada y merec� tu amor ofendi�ndote,
pero me desposar� contigo de bien distinto modo en medio de la pompa, el triunfo y los festines.
Entran EGEO, HERMIA, LISANDRO y DEMETRIO.
EGEO. -�Felicidades a Teseo, nuestro excelso duque!
TESEO. -�Gracias, buen Egeo! �Qu� te trae por aqu�?
EGEO. -Vengo, lleno de pesadumbre, a presentaros queja contra mi hija Hermia… Acercaos, Demetrio…
Este hombre tiene mi consentimiento para casarse con ella… Acercaos, Lisandro…, pero �ste, bondadoso
duque, ha hechizado el coraz�n de mi ni�a… T�, t�, Lisandro; t� has compuesto versos para ella y cambiado
presentes amorosos; a la luz de la luna has cantado al pie de su ventana con voz enga�adora trovas de un
amor fingido; y has fascinado las impresiones de su imaginaci�n con brazaletes de tus cabellos, anillos,
adornos, frusler�as, caprichos, ramilletes, bagatelas y confites, mensajeros que a menudo prevalecen sobre la
inexperta juventud; con astucia has extraviado el coraz�n de mi hija, convirtiendo la obediencia que me debe
en tenaz obstinaci�n. Por tanto, ben�volo duque, si aqu�, en presencia de Vuestra Gracia, mi hija no
consiente en casarse con Demetrio, reclamo el antiguo privilegio de Atenas; como m�a que es, puedo
disponer de ella, la cual deber� elegir entre la mano de este caballero o la muerte inmediata, conforme a
nuestras leyes establecidas para este caso.
TESEO. -�Qu� dec�s, Hermia? Reflexionad, hermosa doncella. Para vos, vuestro padre debe ser como un
dios; el solo autor de vuestras gracias, s�, y el solo para quien s�lo sois como una forma de cera por �l
modelada y sobre la cual tiene el poder de conservar o borrar la figura. Demetrio es un caballero digno.
HERMIA. -Tambi�n lo es Lisandro.
TESEO. -Personalmente, s�, pero falt�ndole en este particular la venia de vuestro padre, el otro debe ser el
preferido.
HERMIA. -�Quisiera que mi padre no mirara sino con mis ojos!
TESEO. -M�s bien vuestros ojos debieran mirar con su discernimiento.
HERMIA. -Suplico a Vuestra Gracia me perdone. No s� qu� secreto me hace atrevida ni en qu� grado
convenga a mi pudor el abogar por mis pensamientos en presencia de tan augusta persona, pero ruego a
Vuestra Gracia se digne comunicarme lo peor que en este caso pueda sobrevenirme si reh�so casarme con
Demetrio.
TESEO. -O perder la vida o renunciar para siempre a la sociedad de los hombres. Por tanto, hermosa
Hermia, consultad con vuestro coraz�n, considerad vuestra juventud, examinad vuestras inclinaciones con
objeto de saber si, no accediendo a la elecci�n de vuestro padre, podr�is soportar el h�bito de religiosa y
quedar desde luego encerrada en las sombras del claustro a vivir vuestra vida de hermana est�ril, entonando
desmayados himnos a la yerta y �rida luna. Tres veces benditas aquellas que pueden dominar sus pasiones y
sobrellevar tan casta peregrinaci�n, pero m�s dichosa es en la Tierra la rosa cuya esencia destilamos que la
que, marchit�ndose en su tallo virgen, crece, vive y muere en bendici�n solitaria.
HERMIA. -As� quiero crecer, as� vivir y as� morir, se�or, antes que sacrificar mi virginidad a un hombre
cuyo yugo rechaza mi alma y de quien no puedo aceptar la soberan�a.
TESEO. -Pensadlo detenidamente; y por la pr�xima luna nueva -d�a en que ha de sellarse entre mi
prometida y yo el v�nculo de eterna compa��a- preparaos a morir por desobediencia a la voluntad de vuestro
padre, o por el contrario, a casaros con Demetrio, como �l desea, o jurar para siempre ante el altar de Diana
austeridad y solitaria vida.
DEMETRIO. -Ceded, dulce Hermia, y renuncia, Lisandro, a tu loca pretensi�n ante la evidencia de mi
derecho.
LISANDRO. -Ten�is el amor de su padre, Demetrio; casaos con �l y dejadme a Hermia.
EGEO. -�Insolente Lisandro! Cierto que tiene mi amor, y por mi amor le doy lo que es m�o. Y pues ella
es m�a, transmito a Demetrio todos mis derechos sobre ella.
LISANDRO. -Se�or: soy tan bien nacido como �l y mi posici�n es igual a la suya. En amor le aventajo;
mi fortuna es en todos sentidos tan alta, cuando no superior, a la de Demetrio. Y lo que vale m�s que todas
estas ostentaciones: soy el preferido de la hermosa Hermia. �Por qu�, entonces, no he de sostener mis
derechos? Demetrio -lo declaro ante su rostro- ha cortejado a Elena, la hija de Nedar, y ha conquistado su
coraz�n; y ella, inocente se�ora, ama, ama entra�ablemente, ama con idolatr�a a este hombre inconstante y
desleal.
TESEO. -Debo confesar que ha llegado a mis o�dos, y pensaba hablar de ello a Demetrio, pero
preocupado con mis asuntos, se me olvid�. Acercaos, pues, Demetrio, y vos tambi�n, Egeo; acompa�adme:
tengo que comunicaros algunas instrucciones particulares. En cuanto a vos, hermosa Hermia, mirad de
acomodar vuestro �nimo a la voluntad de vuestro padre, o de lo contrario, a sufrir la ley de Atenas, que en
modo alguno podemos atenuar, la cual os condena a muerte o al voto de vida c�libe. Vamos, querida
Hip�lita; �c�mo os sent�s, amada m�a? Demetrio, y vos, Egeo, seguidme; tengo que confiaros una misi�n en
lo relativo a nuestras bodas y conferenciar con vosotros acerca de algo m�s inmediato, que os interesa
personalmente.
EGEO. -Os seguimos, obedientes y gustosos.
(Salen TESEO, HIP�LITA, EGEO, DEMETRIO y acompa�amiento.)
LISANDRO. -�Qu� te pasa, amor m�o? �Por qu� palidecen tanto tus mejillas? �C�mo sus rosas se
decoloran tan pronto?
HERMIA. -Presumo que por falta de lluvia, que podr�a regarlas sobradamente con la tormenta de mis
ojos.
LISANDRO. -�Ay de m�! Porque jam�s he podido leer en conseja o en historia que se haya deslizado
exenta de borrasca la corriente del amor verdadero, sino que unas veces lo motiv� la diferencia de linaje…
HERMIA. -�Oh, suplicio! �Encadenar lo encumbrado a lo humilde!
LISANDRO. -Otras la desproporci�n en la edad…
HERMIA. -�Oh, desdicha! �Enlazarse la vejez con la juventud!
LISANDRO. -Otras la elecci�n de los amigos…
HERMIA. -�Oh, infierno! �Escoger amor con ojos extra�os!
LISANDRO. -O si en la elecci�n cab�a simpat�a, la guerra, la muerte, la enfermedad salen al paso,
haci�ndola moment�neamente como un eco, fugaz como una sombra, breve como un corto sue�o, r�pida
como un rel�mpago en noche oscura que bruscamente ilumina cielo y tierra, y antes que el hombre tenga
tiempo de decir ��Mira!�, las tinieblas le absorben con sus fauces. �Tan pronto en las cosas resplandecientes
sobreviene la disipaci�n!
HERMIA. -Pues si los verdaderos enamorados han padecido siempre contrariedades, ser� por decreto del
Destino. Aprendamos, pues, a sobrellevar ese inconveniente con paciencia, toda vez que es una cruz
habitual, tan propia del amor como los ensimismamientos, las ilusiones, los suspiros, los deseos y las
l�grimas, triste s�quito de la fantas�a.
LISANDRO. -Prudente consejo. Por tanto, esc�chame, Hermia: tengo una t�a viuda, anciana muy
opulenta y sin hijos. Su casa dista siete leguas de Atenas, y ella me considera como si fuese su hijo �nico.
All�, gentil Hermia, puedo casarme contigo, y en ese lugar no podr� perseguirnos la dura ley de Atenas. Si,
en efecto, me amas, abandona ma�ana por la noche la casa de tu padre, y yo te aguardar� en el bosque, a una
legua de la ciudad, en el punto mismo donde te hall� una vez con Elena cuando ibais a celebrar los ritos de la
aurora de mayo.
HERMIA. -�Mi amado Lisandro! Te juro, por el arco m�s fuerte de Cupido, por su mejor flecha de punta
dorada, por el candor de las palomas de Venus, por cuanto une las almas y ampara los amores y por aquel
fuego que abrasaba a la reina de Cartago cuando vio al perjuro troyano huyendo a velas desplegadas; por
todos los juramentos violados por los hombres -que alcanzan mayor guarismo que todas las promesas de
mujeres-, ma�ana sin falta me unir� contigo.
LISANDRO. -�Cumple tu promesa, amada m�a! Mira, aqu� viene Elena.
(Entra ELENA.)
HERMIA. -�Dios guarde a la hermosa Elena! �Ad�nde te encaminas?
ELENA. -�Hermosa me llamas? No vuelvas a decir eso de hermosa. �Demetrio es quien ama a la
hermosura! �Oh, feliz hermosura! �Vuestros ojos son estrellas polares, y el trino de vuestras voces ofrece
m�s dulzura que el canto de la alondra al o�do del pastor cuando se hallan los trigos tan en cierne y asoman
los capullos del espino! Las enfermedades son contagiosas. �Oh! Si lo fueran las gracias, se me pegar�an las
tuyas, hermosa Hermia, antes de dejarte. Mi o�do adquirir�a tu voz; mis ojos tus miradas; mi acento la suave
melod�a del tuyo. Fuera m�o el mundo y, Demetrio exceptuado, dar�a todo lo dem�s por cambiarme contigo.
�Oh, ens��ame c�mo hechizas y con qu� arte diriges los impulsos del coraz�n de Demetrio!
HERMIA. -Le miro ce�uda y a�n as� me ama.
ELENA. -�Oh, que pudieran aprender mis sonrisas la magia de tu ce�o!
HERMIA. -Le echo maldiciones y, no obstante, me adora.
ELENA. -�Oh, que pudieran mis s�plicas obtener semejante cari�o!
HERMIA. -Cuanto m�s le odio m�s me persigue.
ELENA. -Cuanto m�s le amo m�s me aborrece.
HERMIA. -Su pasi�n insensata no es culpa m�a, Elena.
ELENA. -No, pero lo es de tu hermosura. �Ojal� fuera m�a esa culpa!
HERMIA. -Consu�late: no volver� a ver mi rostro. Lisandro y yo vamos a abandonar estos lugares. Antes
de conocer a Lisandro me parec�a Atenas un para�so. �Oh, cu�nta felicidad residir� en mi amor, que ha
convertido un cielo en un infierno!
LISANDRO. -Elena, os revelamos nuestros prop�sitos. Ma�ana a la noche, cuando Febe contemple su
rostro argentino en el cristal de las ondas, engalanando con l�quidas perlas las hojas del c�sped -hora siempre
propicia a la fuga de los amantes- hemos resuelto transponer furtivamente las puertas de Atenas.
HERMIA. -Y all� en el bosque, donde t� y yo, reclinadas sobre humildes lechos de rosas, exhal�bamos
las dulces cuitas de nuestros corazones, nos reuniremos mi Lisandro y yo; y apartando de all� la vista de
Atenas, buscaremos nuevos amigos y compa��as extra�as. �Adi�s, dulce compa�era de mi ni�ez! �Ruega por
nosotros, y que te depare la buena suerte a tu Demetrio! �Cumple tu promesa, Lisandro! Hasta ma�ana a la
medianoche hemos de privar a nuestros ojos del alimento de los amantes.
(Sale HERMIA.)
LISANDRO. -As� ha de ser, Hermia adorada. �Adi�s, Elena! Que os ame Demetrio en la medida que vos
a �l. (Sale.)
ELENA. -�Cu�nto m�s felices logran ser unos que otros! En toda Atenas se me tiene por su igual en
hermosura, pero �de qu� me sirve? Demetrio no lo cree as�. Se niega a reconocer lo que todos, menos �l,
reconocen. Y as� como �l se enga�a, fascinado por los ojos de Hermia, as� yo me ciego, enamorada de sus
cualidades. El amor puede transformar las cosas bajas y viles en dignas y excelsas. El amor no ve con los
ojos, sino con el alma, y por eso pintan ciego al alado Cupido. Ni en la mente de Amor se ha registrado se�al
alguna de discernimiento. Alas sin ojos son emblema de imprudente premura, y a causa de ello se dice que el
amor es un ni�o, porque en la elecci�n yerra frecuentemente. As� como se ve a los ni�os traviesos infringir
en los juegos sus juramentos, as� el rapaz Amor es perjuro en todas partes. Porque antes de ver Demetrio los
ojos de Hermia me graniz� de juramentos, asegur�ndome que era s�lo m�o; y cuando esta granizada sinti� el
calor de su presencia, se disolvi�, derriti�ndose el chaparr�n de votos. Voy a revelarle la fuga de la hermosa
Hermia; no dejar� de perseguirla ma�ana por la noche en el bosque; y por este aviso, con s�lo que me d� las
gracias habr� recibido un alto precio. Pero bastar� a mitigar mi pena el poder all� mirarle y retornar. (Sale.)
Escena II
EL MISMO LUGAR. APOSENTO EN CASA DE CARTAB�N.
Entran CARTAB�N, BERBIQU�, LANZADERA, FLAUTA, HOCICO y HAMBR�N.
CARTAB�N. -�Est� aqu� toda la compa��a?
LANZADERA. -Ser�a mejor ir nombrando uno a uno con arreglo a la lista.
CARTAB�N. -He aqu� la nota con el nombre de todos los que en Atenas se consideran aptos para
trabajar en el entrem�s que ha de representarse ante el duque y la duquesa en la noche de sus bodas.
LANZADERA. -Primeramente, querido Pedro Cartab�n, di de qu� trata la obra; luego lee el nombre de
los actores, y as� nos entenderemos.
CARTAB�N. -Pues bien: representamos La muy dolorosa comedia y crudel�sima muerte de P�ramo y
Tisbe.
LANZADERA. -Excelente pieza, ya lo creo, y muy divertida. Ahora, querido Pedro Cartab�n, llama a los
actores por orden de lista. �Se�ores, alinearse!
CARTAB�N. -Responded conforme os vaya llamando. �Col�s Lanzadera, el tejedor!
LANZADERA. -Listo. Di qu� parte me corresponde, y sigue.
CARTAB�N. -A ti, Col�s Lanzadera, te ha tocado hacer de P�ramo.
LANZADERA. -�Qu� es P�ramo, un amante o un tirano?
CARTAB�N. -Un amante que se mata muy galantemente por amores.
LANZADERA. -Eso requiere ciertas l�grimas para su verdadera ejecuci�n. Si corre a mi cargo, cuide el
auditorio de sus ojos. Provocar� tormentas y me condoler� en la justa medida. Venga el resto. No obstante,
mi fuerte es el tirano. Representar�a a H�rcules de un modo formidable o cualquier papel de rompe y rasga
en que hiciera todo trizas.
Rechinan las rocas duras
y, retemblando inseguras,
romper�n las cerraduras
de la l�brega prisi�n.
Y la carroza solar,
que lejos ha de brillar,
har� a los hados da�ar
trayendo la destrucci�n.
�Esto es grandioso! Ahora sigue nombrando el resto de los actores. �He aqu� el estilo de H�rcules, el
estilo del tirano! �Un amante es m�s sentimental!
CARTAB�N. -�Francisco Flauta, el remiendafuelles!
FLAUTA. -�Presente, Pedro Cartab�n!
CARTAB�N. -T� tienes que cargar con Tisbe.
FLAUTA. -�Qu� es Tisbe? �Caballero andante?
CARTAB�N. -�Es la se�ora a quien debe amar P�ramo!
FLAUTA. -No, a fe m�a, no me deis papeles de mujer. Me est� saliendo la barba.
CARTAB�N. -Eso no importa. Representar�s con careta y podr�s fingir la voz como gustes.
LANZADERA. -Si es cosa de ocultar el rostro, dejadme hacer tambi�n el papel de Tisbe. Musitar� con
una vocecita afeminada: ��Tisbe, Tisbe! �Ah, P�ramo, amor m�o! �Tu querida Tisbe! �Tu amorosa dama!�
CARTAB�N. -No, no; t� tienes que representar a P�ramo, y t�, Flauta, a Tisbe.
LANZADERA. -Bueno, contin�a.
CARTAB�N. -�Ruperto Hambr�n, el sastre!
HAMBR�N. -�Presente, Pedro Cartab�n!
CARTAB�N. -Ruperto Hambr�n: t� debes representar a la madre de Tisbe. �Tom�s Hocico, el calderero!
HOCICO. -�Presente, Pedro Cartab�n!
CARTAB�N. -T� al padre de P�ramo; yo, al padre de Tisbe. Berbiqu�, el ebanista: t� llevar�s la parte del
Le�n! y con esto creo que estar� bien distribuida la comedia.
BERBIQU�. -�Tienes escrita la parte del Le�n? Te ruego que me la des, si la tienes, porque aprendo
despacio.
CARTAB�N. -Puedes improvisar, pues no tienes que hacer m�s que rugir.
LANZADERA. -�D�jame que yo tambi�n represente al Le�n! Rugir� de modo que dar� gusto o�rme.
Rugir� de manera que har� decir al duque: ��Que ruja otra vez! �Que ruja otra vez!�
CARTAB�N. -Lo har�as con demasiada ferocidad, se espantar�an la duquesa y las damas hasta el punto
de dar gritos, y eso ser�a lo bastante para que nos ahorcaran a todos.
TODOS. -�No quedar�a hijo de madre sin ahorcar!
LANZADERA. -Os concedo, amigos, que si asust�semos a las damas hasta ponerlas fuera de s�, no
hallar�an cosa m�s discreta que ahorcarnos, pero yo apagar� mi voz de manera que os ruja como tierna
palomilla. Os rugir� como si fuese un ruise�or.
CARTAB�N. -No puedes representar m�s papel que el de P�ramo; P�ramo es un hombre simp�tico, un
hombre tan apuesto como el que m�s en d�a de verano, un hombre en extremo amable y caballeroso. Por
consiguiente, es necesario que t� representes a P�ramo.
LANZADERA. -Bueno, pues me encargar� de �l. �Qu� barba ser� mejor para representarlo?
CARTAB�N. -�Bah! La que quieras.
LANZADERA. -Llenar� mi cometido con tu barba color de paja, con la de color de naranja, con la de
color de p�rpura intenso o con la de color de la corona de Francia: enteramente amarilla.
CARTAB�N. -Algunas coronas francesas no tienen pelo alguno, y tendr�as que representar calvo. Pero
se�ores, he aqu� vuestros papeles; os suplico, encarezco y recomiendo que los teng�is aprendidos para
ma�ana por la noche y vay�is a buscarme, a la luz de la luna, al bosque de palacio, a una milla del pueblo.
All� ensayaremos, pues si nos reuni�ramos en la ciudad, nos acosar�a la gente y conocer�an nuestro
argumento. Mientras har� una lista de los admin�culos necesarios para la representaci�n. �No me falt�is, os
ruego!
LANZADERA. -All� nos reuniremos y podremos ensayar con m�s holgura y atrevimiento. T�mate esas
molestias; hazlo bien; adi�s.
CARTAB�N. -La cita es en la encina del duque.
LANZADERA. -Basta: herrar o quitar el banco. (Salen.)
. –
Acto segundo Escena primera
UN BOSQUE CERCA DE ATENAS.
Entran por distintos lados un HADA y PUCK.
PUCK. -�Hola, esp�ritu! �Hacia d�nde vagas?
HADA. -Sobre el llano y la colina, entre arbustos y rosales silvestres, sobre el parque y el cercado, por
entre el agua y el fuego; por todas partes vago m�s r�pida que la esfera de la luna, y sirvo a la reina de las
hadas para rociar sus c�rculos verdes. Las altas velloritas son sus predilectas. Ver�is manchas en sus mantos
de oro: son los rub�es, ofrendas de hadas; en sus motas rojizas residen sus perfumes. All� debo buscar
algunas gotas de roc�o y prender una perla en la oreja de cada pr�mula. �Adi�s, t�, el m�s grave de los
esp�ritus! Me voy. Nuestra reina y todo su s�quito vendr�n en seguida.
PUCK. -El rey celebra aqu� sus fiestas esta noche. Cuida de que la reina no se presente ante su vista, pues
Ober�n est� muy enfurecido contra ella porque lleva de paje a un hermoso doncel, robado a un monarca de
la India. Jam�s hab�a tenido ella un cautivo tan encantador; y el celoso Ober�n habr�a querido hacer al
muchacho caballero de su s�quito, para recorrer los bosques inaccesibles, pero ella retiene por la fuerza al
amado mozalbete, le corona de flores y cifra toda su alegr�a en �l. Y por eso ahora nunca se encuentran en
gruta, pradera, clara fuente o a la brillante luz de las estrellas sin que se querellen de modo que todos sus
duendes, llenos de miedo, se deslizan dentro de la corteza de las bellotas y se esconden all�.
HADA. -O me enga�a en absoluto tu exterior, o t� eres ese duende maligno y despabilado que llaman
Robin el Buen Chico. �No eres aqu�l que asusta a las mozas aldeanas, espuma la leche y, haciendo in�tiles
todos los esfuerzos del ama de casa, impide que la manteca cuaje y otras veces que fermente la cerveza? �No
extrav�as a los que viajan de noche y te r�es de su mal? A los que te llaman Aparici�n y dulce Puck les
adelantas el trabajo y les das buena ventura. �No eres t� ese?
PUCK. -Hablaste, hada, con acierto. Soy ese alegre rondador nocturno. Yo divierto a Ober�n y le hago
sonre�r cuando atraigo a alg�n caballo gordo y bien nutrido de habas imitando el relincho de una yegua
joven. Y a veces me acurruco en el taz�n de una comadre, en forma de pero cocido, y cuando va a beber
choco contra sus labios y hago derramar la cerveza sobre su marchito seno. La prudente t�a, refiriendo un
cuento triste, suele equivocarme con su banqueta de tres pies; entonces resbalo por entre su nalgatorio, ella
da de bruces y grita: ��Sastre!�, y cae en un acceso de tos. Y al punto la concurrencia, apret�ndose los
costados, r�e y estornuda y jura que nunca ha pasado all� hora m�s alegre. Pero �al�jate, hada, que aqu� viene
Ober�n!
HADA. -Y tambi�n mi se�ora. �Ojal� �l se marchara!
Entran por un lado OBER�N, con su s�quito, y por el otro TITANIA, con el suyo
OBER�N. -Mal encuentro, por la luz de la luna, orgullosa Titania.
TITANIA. -�C�mo! �El celoso Ober�n! Hadas: saltemos de aqu�; he renegado de su lecho y compa��a.
OBER�N. -�Poco, a poco, jactanciosa coqueta! �No soy tu se�or?
TITANIA. -Entonces, debo ser tu se�ora. Pero s� cu�ntas veces has abandonado el pa�s de las hadas y,
bajo la figura de Corino, has permanecido todo el d�a tocando la zampo�a y entonando amantes versos a la
amorosa Filis. �Por qu� vienes aqu� desde las m�s remotas estepas de la India? S�lo porque, de seguro, la
intr�pida Amazona, tu due�a en calzas, tu guerrera amante, est� pr�xima a unirse con Teseo y vienes a
colmar su t�lamo de goce y de felicidad.
OBER�N. -�C�mo puedes tener la insolencia, Titania, de echarme as� en cara mi valimiento con
Hip�lita, conociendo como conozco tu amor por Teseo? �No fuiste t� quien, a la luz indecisa de la noche, le
arranc� de entre los brazos de Perigona, a la que hab�a raptado, y quien le hizo romper sus votos con la
hermosa Egle, con Ariadna y Ant�ope?
TITANIA. -��sas son invenciones de los celos! Que nunca, desde los albores del solsticio, de verano, nos
vemos en monta�a o valle, en bosque o en pradera, junto a la abrupta fuente, en la juncosa margen del arroyo
o al borde de la costa marina para danzar nuestros corros al silbido del viento, sin que vengas a turbar
nuestros juegos con tus alborotos. Por eso los aires, llam�ndonos en vano con su m�sica, han absorbido,
como en venganza, las nieblas contagiosas del mar, las cuales, cayendo sobre los campos, han llenado de
tanta soberbia a los m�s humildes r�os, que han rebasado sus riberas. El buey ha jadeado por ello in�tilmente
bajo su yugo; el labriego, perdido su sudor, y el verde grano se ha podrido antes de lograr su tierna barba. El
redil permanece vac�o en el campo anegado y los cuervos se ceban en los reba�os muertos. La moresca de
los nueve se halla cubierta de fango, y por falta de pisadas es imposible distinguir en la bulliciosa pradera el
singular laberinto. Los mortales precisan aqu� su invierno. Ya no se santifican las noches con c�nticos ni
villancicos. Por eso la luna, soberana de las ondas, p�lida en su furor, humedece de tal modo los aires, que
abundan las enfermedades reum�ticas y, a favor de tan mala temperatura, vemos alteradas las estaciones. La
cana escarcha cae en el fresco regazo de la encarnada rosa, y sobre la corona de hielo el yerto y vetusto
invierno se pone como por burla una guirnalda de olorosos capullos. La primavera, el verano, el f�rtil oto�o,
el enojado invierno, cambian sus acostumbradas libreas; y el mundo, asombrado por esta progresi�n, no
distingue tal de cual. Y esta misma progenie de males proviene de nuestras querellas y disensiones. Nosotros
somos sus padres y engendradores.
OBER�N. -Pues ponles t� remedio; de ti depende. �Por qu� ha de empe�arse Titania en contrariar a su
Ober�n? S�lo pido un cautivo mozalbete para hacerle mi paje.
TITANIA. -Deja tu pecho en reposo. El pa�s de las hadas ser�a insuficiente para comprarme ese ni�o. Su