Respaldo de material de tanatología

Frente al argumento de la Primera Causa

De: Alias de MSNoleMEW  (Mensaje original) Enviado: 12/03/2004 13:30

Pocas personas son conscientes del hecho de que muchos físicos modernos sostienen que las cosas (quizá incluso el universo entero) pueden de hecho producirse de la nada por medio de procesos naturales. Este documento es un intento de compilar citas que expliquen cómo se supone que todo esto funciona.

Eventualmente me gustaría escribir un artículo evaluando la capacidad de las fluctuaciones cuánticas del vacío como medio para producir universos, pero por ahora dejaré que los científicos hablen por su cuenta y que el lector haga su propia evaluación.

Fluctuaciones del vacío y partículas virtuales

En el mundo cotidiano, la energía está siempre inalterablemente fija; la ley de conservación de la energía es una piedra angular de la física clásica. Pero en el micromundo cuántico, la energía puede aparecer y desaparecer de la nada de una manera espontánea e impredecible. (Davies, 1983, 162)

El principio de incertidumbre implica que las partículas pueden aparecer [N. del T.: come into existence “llegar a la existencia”] por períodos cortos de tiempo incluso cuando no hay suficiente energía para crearlas. En efecto, son creadas a partir de incertidumbres de la energía. Uno podría decir que “toman prestada” brevemente la energía requerida para su creación, y luego, un corto tiempo después, pagan la “deuda” y desaparecen de nuevo. Ya que estas particulas no tienen una existencia permanente, se las llama partículas virtuales. (Morris, 1990, 24)

Aún cuando no podemos verlas, sabemos que estas partículas virtuales están “realmente allí” en el espacio vacío porque dejan un rastro detectable de sus actividades. Un efecto de los fotones virtuales, por ejemplo, es producir un minúsculo cambio en los niveles de energía de los átomos. También causan un igualmente minúsculo cambio en el momento magnético de los electrones. Estas diminutas pero significativas alteraciones han sido medidas con mucha precisión usando técnicas espectroscópicas. (Davies, 1994, 32)

Se ha predicho que [los pares de partículas virtuales] tendrían un efecto calculable sobre los niveles energéticos de los átomos. El efecto esperado es diminuto (un cambio de sólo una milmillonésima), pero ha sido confirmado por los investigadores.

En 1953 Willis Lamb midió este estado de energía excitado en un átomo de hidrógeno. Esto se llama hoy “desplazamiento Lamb” [Lamb shift]. La diferencia de energía predicha por los efectos del vacío en los átomos es tan pequeña que sólo es detectable como una transición en frecuencias de microondas. La precisión de las mediciones en microondas es tan grande que Lamb pudo calcular el desplazamiento hasta cinco dígitos significativos. Subsecuentemente recibió el Premio Nobel por su trabajo. No queda duda ya de que las partículas virtuales están realmente allí. (Barrow & Silk, 1993, 65-66)

En la física moderna no existe el concepto de “nada”. Incluso en un perfecto vacío hay pares de partículas virtuales que están siendo creadas y destruídas constantemente. La existencia de estas partículas no es una ficción matemática. Aunque no pueden ser observadas directamente, los efectos que crean son bien reales. La presunción de que existen nos conduce a predicciones que han sido confirmadas por experimentación con un alto grado de exactitud. (Morris, 1990, 25)

Fluctuaciones del vacío y el origen del universo

Hay algo así como diez billones de billones de billones de billones de billones de billones de billones (un 1 con ochenta y cinco ceros detrás) de partículas en la región del universo que nosotros podemos observar. ¿De dónde salieron todas ellas? La respuesta es que, en la teoría cuántica, las partículas pueden ser creadas a partir de la energía en la forma de pares partícula/antipartícula. Pero esto simplemente plantea la cuestión de dónde salió la energía. La respuesta es que la energía total del universo es exactamente cero. La materia del universo está hecha de energía positiva. Sin embargo, toda la materia está atrayéndose a sí misma mediante la gravedad. Dos pedazos de materia que estén próximos el uno al otro tienen menos energía que los dos mismos trozos muy separados, porque se ha de gastar energía para separarlos en contra de la fuerza gravitatoria que los está uniendo. Así, en cierto sentido, el campo gravitatorio tiene energía negativa. En el caso de un universo que es aproximadamente uniforme en el espacio, puede demostrarse que esta energía gravitatoria negativa cancela exactamente a la energía positiva correspondiente a la materia. De este modo, la energía total del universo es cero. (Hawking, 1988, 129)

Hay una posibilidad aún más notable, que es la creación de materia desde un estado de energía cero. Esta posibilidad aparece porque la energía puede ser tanto positiva como negativa. La energía del movimiento o la energía de la masa es siempre positiva, pero la energía de la atracción, tal como la debida a ciertos tipos de campos gravitacionales o electromagnéticos, es negativa. Pueden presentarse circunstancias en las que la energía positiva que se utiliza para formar la masa de las partículas de materia recién creadas se cancela exactamente con la energía negativa de la gravedad o el electromagnetismo. Por ejemplo, en las cercanías de un núcleo atómico el campo eléctrico es intenso. Si pudiera hacerse un núcleo conteniendo 200 protones (posible pero difícil), el sistema se volvería inestable contra la producción espontánea de pares electrón-positrón, sin necesidad de ninguna entrada de energía. La razón es la energía eléctrica negativa puede cancelar exactamente la energía de sus masas.

En el caso gravitacional la situación es aún más extraña, porque el campo gravitacional es sólo una curvatura espacial [spacewarp] (un espacio curvado). La energía encerrada en la curvatura espacial puede convertirse en partículas de materia y antimateria. Esto ocurre, por ejemplo, cerca de un agujero negro, y fue también probablemente la fuente más importante de partículas en el big bang. Así pues, la materia aparece espontáneamente en el espacio vacío. Se presenta entonces la pregunta: ¿la explosión primordial poseía energía, o está el universo entero en un estado de energía cero, con la energía de toda la materia cancelada por la energía negativa de la atracción gravitatoria?

Es posible resolver la cuestión por medio de un cálculo sencillo. Los astrónomos pueden medir las masas de las galaxias, su separación promedio, y sus velocidades de alejamiento. Al poner estos números en una fórmula se obtiene una cantidad que algunos físicos han interpretado como la energía total del universo. La respuesta de hecho resulta ser cero, dentro de los límites de precisión observacionales. La razón de este significativo resultado ha sido largamente una fuente de desconcierto para los cosmólogos. Algunos han sugerido que hay un principio cósmico profundo en funcionamiento, que requiere que el universo tenga energía exactamente cero. Si esto es así, el cosmos puede seguir la vía del menor esfuerzo, llegando a existir sin requerir entrada alguna de materia ni de energía. (Davies, 1983, 31-32)

Una vez que nuestras mentes aceptan la mutabilidad de la materia y la nueva idea del vacío, podemos especular sobre el origen de lo más grande que conocemos: el universo. Quizá el universo mismo saltó a la existencia de la nada: una gigantesca fluctuación del vacío que hoy conocemos como el Big Bang. Notablemente, las leyes de la física moderna permiten esta posibilidad. (Pagels, 1982, 247)

En la relatividad general, el espaciotiempo puede estar vacío de materia y radiación y aún así contener energía almacenada en su curvatura. Fluctuaciones cuánticas incausadas y aleatorias en un espaciotiempo plano, vacío, sin rasgos distintivos, pueden producir regiones locales con curvatura positiva o negativa. Esto se llama “espuma espaciotemporal” y las regiones se llaman “burbujas de falso vacío”. Dondequiera que la curvatura sea positiva, una burbuja de falso vacío, según las ecuaciones de Einstein, se inflará exponencialmente. En 10-42 segundos la burbuja se expandirá al tamaño de un protón y la energía dentro de ella será suficiente para producir toda la masa del universo.

Las burbujas comienzan sin nada de materia, radiación ni campos de fuerza, y con entropía máxima. Contienen energía en su curvatura, y por lo tanto son un “falso vacío”. A medida que se expanden, la energía en su interior se incrementa exponencialmente. Esto no viola la conservación de la energía, ya que el falso vacío tiene presión negativa (créanme, todo esto se sigue de las ecuaciones que Einstein escribió en 1916), de manera que la burbuja en expansión ejerce trabajo sobre sí misma.

A medida que el universo burbuja se expande, ocurre una especie de fricción por la cual la energía se convierte en partículas. La temperatura baja entonces, y ocurre una serie de procesos de ruptura de simetría espontáneos, como en un imán enfriado bajo el punto de Curie, y aparece una estructura esencialmente aleatoria de partículas y fuerzas. La inflación se detiene y nos movemos dentro del más familiar Big Bang.

Las fuerzas y partículas que aparecen son más o menos aleatorias, gobernadas sólo por principios de simetría (como los principios de conservación de la energía y el momento) que tampoco son producto de diseño, sino exactamente lo que se tiene en ausencia de diseño.

Las llamadas “coincidencias antrópicas”, en las cuales las partículas y fuerzas de la física parecen estar finamente ajustadas para la producción de formas de vida basadas en el carbono, se explican por el hecho de que la espuma espaciotemporal tiene un número infinito de universos explotando, cada uno diferente. Simplemente sucede que estamos en aquél donde las fuerzas y partículas se prestaron a la generación de carbono y otros átomos con la complejidad necesaria para hacer evolucionar organismos vivientes y pensantes.

¿De dónde vino en un principio toda la materia y radiación del universo? Intrigantes investigaciones teóricas recientes de físicos como Steven Weinberg, de Harvard, y Ya. B. Zel’dovich, de Moscú, sugieren que el universo comenzó como un vacío perfecto y que todas las partículas del mundo material fueron creadas a partir de la expansión del espacio…

Pensemos en el universo inmediatamente después del Big Bang. El espacio se está expandiendo violentamente con un vigor explosivo. Sin embargo, como hemos visto, todo el espacio está hirviendo de pares virtuales de partículas y antipartículas. Normalmente, una partícula y una antipartícula no tienen problemas para reunirse en un intervalo de tiempo […] lo suficientemente corto como para que la conservación de masa se satisfaga dentro de los límites del principio de incertidumbre. Durante el Big Bang, sin embargo, el espacio se estaba expandiendo tan rápido que las partículas fueron rápidamente apartadas de sus correspondientes antipartículas. Privadas de la oportunidad de recombinarse, estas partículas virtuales tuvieron que volverse partículas reales en el mundo real. ¿De dónde vino la energía que permitió esta materialización?

Recordemos que el Big Bang era como el centro de un agujero negro. Una vasta provisión de energía gravitatoria estaba asociada, por tanto, con la intensa gravedad de esta singularidad cósmica. Este recurso proveyó una gran cantidad de energía para llenar el universo con todas las clases concebibles de partículas y antipartículas. Así, inmediatamente después del tiempo de Planck, el universo fue inundado con partículas y antipartículas creadas por la expansión violenta del espacio. (Kaufmann, 1985, 529-532)

[L]a idea de una Primera Causa suena algo sospechosa a la luz de la moderna teoría de la mecánica cuántica. De acuerdo a las interpretaciones más comúnmente aceptadas de la mecánica cuántica, las partículas subatómicas individuales pueden comportarse en formas impredecibles, y hay numerosos eventos aleatorios incausados. (Morris, 1997, 19)

Referencias

    * Barrow, John D. & Silk, Joseph. 1993. The Left Hand of Creation. Londres: J.M. Dent & Sons.
    * Davies, Paul. 1983. God and the New Physics. Londres: J.M. Dent & Sons.
    * Davies, Paul. 1994. The Last Three Minutes. New York: BasicBooks.
    * Hawking, Stephen. 1988. A Brief History of Time. Toronto: Bantam.
    * Kaufmann, William J. 1985. Universe. New York: W.H. Freeman & Co.
    * Morris, Richard. 1990. The Edges of Science. New York: Prentice Hall.
    * Morris, Richard. 1997. Achilles in the Quantum World. New York: Henry Holt & Co.
    * Pagels, Heinz. 1982. The Cosmic Code. Toronto: Bantam.
    * Stenger, Victor. 1996. Mensaje en la lista de e-mail DEBATE (19 de marzo)

Nicolás de Cusa. Teología negativa y mística.

De: irichc  (Mensaje original) Enviado: 25/02/2004 10:01

La sabiduría

Libro primero

Un idiota, hombre pobre, encontró en el Foro romano un orador riquísimo y, sonriéndole amigablemente, le interpeló de esta manera:

Me asombra tu soberbia, es decir, que no hayas llegado todavía a la humildad, a pesar de haberte fatigado en la asidua lectura de innumerables libros; esto, ciertamente, acontece porque “la ciencia de este mundo”, en la que piensas que superas a todos los demás, es “estulticia delante de Dios”, y por ello “infla”. La verdadera ciencia, en cambio, lleva a la humildad. A esta ciencia desearía que llegases, puesto que ahí se encuentra el tesoro de la sabiduría.

ORADOR. ¿Qué presunción es la tuya, pobre idiota, completamente ignorante, que te lleva a estimar en tan poco el estudio de las letras, sin el cual nadie puede avanzar?

IDIOTA. No es la presunción, gran orador, la que no me permite callar, sino la caridad. Te veo completamente embebido en buscar la sabiduría con mucha fatiga inútil; y si de ella pudiese liberarte, de tal modo que tú mismo comprendieses tu error, pienso que, deshecho el lazo, te alegrarías de haberte evadido. Creer en la autoridad te ha llevado a ser como un caballo, que siendo libre por naturaleza, está sin embargo amarrado por la habilidad del hombre a un pesebre, donde solamente come lo que se le suministra. Tu intelecto, encadenado a la autoridad de los escritores, se alimenta con un alimento ajeno y no natural.

ORADOR. Si el alimento de la sabiduría no se encuentra en los libros de los sabios, ¿dónde está entonces?

IDIOTA. No digo que no esté allí, sino que afirmo que el alimento que se encuentra hí no es natural. Los que en primer lugar se dedicaron a escribir sobre la sabiduría no progresaron con el alimento de los libros, que todavía no existían, sino que llegaron “a la perfección humana” por medio de un alimento natural. Y éstos son muy superiores en sabiduría a aquellos otros que creyeron haber hecho grandes progresos por medio de los libros.

ORADOR. Aunque quizá se pueden obtener algunos conocimientos sin el estudio de las letras, sin embargo las cosas grandes y difíciles no se pueden conocer jamás, puesto que las ciencias han aumentado por medio de sucesivos añadidos.

IDIOTA. Esto es lo que yo decía, a saber, que te dejas guiar y engañar por la autoridad. Alguien ha escrito la palabra en la que crees. Y yo te digo por el contrario que “la sabiduría” grita “fuera”, “en las plazas”, y su clamor resuena, porque habita “en las regiones altísimas”.

ORADOR. Por lo que oigo, siendo tú un profano, te consideras un sabio.

IDIOTA. Esta es quizá la diferencia entre tú y yo: tú piensas que eres sabio, no siéndolo, y por ello eres soberbio. Yo, en cambio, sé que soy un idiota, y por eso soy más humilde. En esto quizá soy yo más docto.

ORADOR. ¿Cómo puedes haber llegado a la ciencia de tu ignorancia, siendo idiota?

IDIOTA. No por tus libros, sino por los libros de Dios.

ORADOR. ¿Cuáles libros?

IDIOTA. Los que ha escrito con su dedo.

ORADOR. ¿Dónde se encuentran?

IDIOTA. Por todas partes.

ORADOR. ¿También, por tanto, en este Foro?

IDIOTA. Por supuesto. Afirmé ya que la sabiduría grita “por las plazas”.

ORADOR. Me gustaría oír de qué modo.

IDIOTA. Si me percatase de que estás desprovisto de la curiosidad de saber, te enseñaría grandes cosas.

ORADOR. ¿Podrías hacerme degustar en un tiempo breve lo que tú quieres?

IDIOTA. Puedo.

ORADOR. Vayamos, pues, te lo ruego, a esta vecina estancia de barbero, para que, sentados, puedas hablar más tranquilamente.

Le pareció bien al idiota. Y entrando en la estancia, puestos con la vista hacia el foro, el IDIOTA comenzó su discurso de la siguiente manera:

Ya que te dije que la sabiduría “grita en las plazas”, y su clamor manifiesta que habita en “las altísimas regiones”, me esforzaré en mostrártelo. Y en primer lugar, querría que me dijeses: ¿qué ves que se hace aquí en el foro?

ORADOR. Veo allí que se cuentan los dineros; en otro lado, se pesan mercancías, en la parte opuesta se pesa el aceite y otros productos.

IDIOTA. Estas son operaciones de aquella razón por la cual los hombres son superiores a las bestias; los brutos no son capaces de contar, pesar y medir. Considera, pues, orador, con qué, por qué y de qué se producen estas cosas, y dímelo.

ORADOR. Por medio de la distinción.

IDIOTA. Correcto. ¿Y por medio de qué se hace la distinción? ¿Acaso no se cuenta por medio del uno?

ORADOR. ¿Cómo?

IDIOTA. ¿Acaso el uno no es el uno una vez, y el dos no es el uno dos veces, y el tres el uno tres veces, y así sucesivamente?

ORADOR. Así es.

IDIOTA. ¿Todo número resulta, pues, por medio del uno?

ORADOR. Así parece.

IDIOTA. Por tanto, lo mismo que el uno es el principio del número, así el peso mínimo es el principio del pesar y la medida mínima es el principio del medir. En consecuencia, llamemos onza a ese peso y poco a esa medida. ¿Acaso del mismo modo que se numera con el uno, no se pesa con la onza y se mide con el poco? Así, la numeración es a partir del uno, el pesar a partir de la onza y la medición desde el poco. Por tanto, la numeración está en el uno, el pesar en la onza, la medida en el poco. ¿No es así?

ORADOR. Ciertamente.

IDIOTA. ¿Por medio de qué se aferra la unidad, con qué se alcanza la onza, a través de qué el poco?

ORADOR. No lo sé. Sé, sin embargo, que la unidad no es aferrada con el número, ya que el número es posterior al uno, y del mismo modo tampoco la onza se alcanza con el peso, ni el poco con la medida.

IDIOTA. Dices muy bien, orador. Lo mismo que lo simple es por naturaleza anterior a lo compuesto, así lo compuesto es por naturaleza posterior; por tanto, lo compuesto no puede medir lo simple, sino al revés. De donde resulta que aquello por medio de lo cual, desde lo cual y en lo cual toda cosa que puede contarse es contada, no es alcanzable con el número, y aquello por lo que, a partir de lo que y en lo que se pesa toda cosa que puede ser pesada, no es alcanzable por el peso. Igualmente también aquello con lo que, por lo que y en lo que es medido todo lo que puede ser medido, no es alcanzable por la medida.

ORADOR. Esto lo veo claramente.

IDIOTA. Ese clamor de la sabiduría que está en las plazas, trasládalo a la altísima región en donde habita la sabiduría, y encontrarás cosas mucho más deleitables que aquéllas que encuentras en todos tus adornadísimos libros.

ORADOR. A no ser que expliques lo que quieres decir, no lo entiendo.

IDIOTA. Me estaría prohibido hacerlo, a no ser que lo desees sinceramente, ya que los secretos de la sabiduría no son desvelables a todos por doquier.

ORADOR. Deseo muchísimo oírte, y estoy ya inflamado con estas pocas palabras. Las que ya has dicho preanuncian algo grande. Te ruego, pues, que prosigas lo iniciado.

IDIOTA. No sé si está permitido revelar secretos tan grandes y si es fácil desvelar profundidades tan altas. No quiero, sin embargo, contenerme, con el fin de complacerte. He aquí, hermano: la suma sabiduría es ésta, saber de qué modo en los ejemplos señalados se alcanza, de manera inalcanzable, lo inalcanzable.

ORADOR. Afirmas cosas admirables y extrañas.

IDIOTA. El motivo por el que las cosas ocultas no deben comunicarse a todos es éste: porque cuando se manifiestan les parecen extrañas. Te admiras de que yo haya afirmado cosas que se contradicen entre sí. Escucharás y gustarás la verdad. Lo que he afirmado antes sobre la unidad, la onza y el poco, digo ahora que debe ser afirmado de todas las cosas respecto de su principio. En efecto, el principio de todo es aquello con el cual, en el cual y por el cual todo lo que puede ser principiado tiene principio, y no es, sin embargo, alcanzable por nada principiado. Es aquello con el cual, en el cual y por el cual se comprende todo inteligible, y sin embargo es inalcanzable con el intelecto. Es igualmente aquello con el que, en el que y por el que toda cosa expresable es expresada, y sin embargo no es alcanzable con la palabra. Es también aquello con lo que, en lo que y por lo que toda cosa limitable está limitada y todo lo finible es finito, y sin embargo es indeterminable por un término e ilimitable por un límite. Podrás formular innumerables proposiciones, plenas de verdad, similares a éstas y llenar con ellas todos tus volúmenes de oratoria y añadirles otras innumerables, para ver cómo la sabiduría habita en las regiones altísimas.

Altísimo es lo que no puede ser más alto. Solamente la infinitud es esta altitud. Por ello, sobre la sabiduría, que todos los hombres, puesto que desean por naturaleza saber, buscan con gran sinceridad de mente, no se sabe otra cosa que que es más alta que cualquier ciencia y que es incognoscible, que no es expresable en ningún discurso, que no es inteligible por ningún intelecto, que no es mensurable por ninguna medida, que no es limitable por ningún límite, no determinable por ningún término, no proporcionable por ninguna proporción, no comparable por ninguna comparación, no figurable por ninguna figura y no representable por cualquier representación, inmóvil en todo movimiento, inimaginable con cualquier imaginación, insensible con cualquier sensación, no atraíble por cualquier atracción, no gustable por ningún gusto, no audible por ningún oído, no visible por ninguna vista, inaprehensible por cualquier aprensión, inafirmable con cualquier afirmación, innegable en toda negación, indudable en cualquier duda, inopinable en toda opinión. Y como la sabiduría no puede expresarse en ningún discurso, no se puede pensar un final de estos discursos, ya que es impensable en todo pensamiento, puesto que todas las cosas son por ella, en ella y de ella.

ORADOR. Estas palabras son indudablemente más altas que lo que esperaba oír de ti. No dejes, te lo ruego, de conducirme allí donde pueda gustar junto contigo, de una manera dulce y suave, alguna cosa de tales altísimas teorías. Veo, en efecto, que no te sacias nunca de hablar de esta sabiduría. Es la máxima dulzura, pienso, la que obra esto, dulzura que no te incitaría tanto si no la gustases con gusto interior.

IDIOTA. Es la sabiduría, que tiene sabor, más dulce que la cual no hay nada para el intelecto. No han de considerarse sabios quienes hablan sólo con la palabra y no con el gusto. Hablan de la sabiduría con el gusto aquellos que a través de ella saben todas las cosas de tal modo que se percatan de no saber nada de todas ellas. Todo sabor interior se posee gracias a la sabiduría, por ella y en ella. Y como habita en las cumbres más altas, no es gustable con ningún sabor. Por consiguiente, es gustada de modo ingustable, ya que es superior a cualquier cosa capaz de ser gustada, sensible, racional e intelectual. Eso es gustar de modo ingustable. Lo mismo que un olor propagado por algo oloroso percibido en otro, nos incita a movernos de modo que corramos desde el olor de los perfumes hasta el perfume, de la misma manera la sabiduría eterna e infinita, al resplandecer en todas las cosas, nos incita a partir de una cierta pregustación de los efectos a ir hacia ella con un asombroso deseo.

Ella es la misma vida espiritual del intelecto, el cual posee en sí mismo una cierta connatural pregustación, gracias a la cual el intelecto busca con gran afán la fuente de su vida, que sin esa pregustación no gustaría y si la encontrase no sabría que la ha encontrado; por ello, el intelecto se mueve hacia la sabiduría como hacia su propia vida. Para todo espíritu es agradable ascender sin fin al principio de la vida, aunque sea inaccesible. En efecto, vivir progresivamente cada vez más feliz consiste en esto: ascender hacia la vida. Y cuando, en la búsqueda de la propia vida, el intelecto es conducido allí donde ve esa vida infinita, tanto más goza cuanto más se percata de que su vida es más inmortal. Acontece así que la inaccesibilidad o la incomprehensibilidad de la infinitud de su vida es la comprehensión que más desea. Lo mismo que si alguien poseyese el tesoro de su propia vida y llegara a percatarse de que ese tesoro suyo es innumerable, imponderable e inconmensurable, de la misma manera esta ciencia de la incomprehensibilidad es una comprehensión gozosa y deseadísima, no respecto a quien comprende, sino en relación al tesoro amadísimo de la vida. Del mismo modo que si alguien ama algo porque es amable, se alegra al encontrar en la cosa amable causas infinitas e inexpresables de amor. La comprensión más gozosa en el amante se produce cuando comprende la incomprensible amabilidad del amado. De ninguna manera se alegraría de amar al amado según algo que es comprensible, por cuanto le consta que la amabilidad del amado es absolutamente inconmensurable, ilimitable, interminable e incomprehensible. Ésta es la comprehensibilidad gozosísima de la incomprehensibilidad.

(…)

Nicolás de Cusa. Diálogos del idiota.

Fichte. Posición como autoposición y autoconciencia.

De: irichc  (Mensaje original) Enviado: 25/02/2004 15:45

Debemos buscar el principio fundamental absolutamente primero, completamente incondicionado de todo saber humano. Si este principio fundamental debe ser el primero absolutamente, no puede ser ni demostrado, ni determinado.

Debe expresar aquella autogénesis que ni se da ni se puede dar entre las determinaciones empíricas de nuestra conciencia, sino que más bien es el fundamento de toda conciencia, y sólo ella la hace posible. Al presentar esta autogénesis, no es tanto de temer que por ventura no se piense lo que hay que pensar -la naturaleza de nuestro espíritu ha cuidado ya de ello-, como que se piense aquí aquello que no debe pensarse. De ahí la necesidad de una reflexión sobre lo que previamente se hubiera podido quizás pensar acerca de ello y de una abstracción de todo lo que efectivamente no le pertenece.

Incluso mediante esta reflexión abstractiva, lo que no es un hecho de conciencia no puede llegar a serlo; pero gracias a ella puede reconocerse que se tiene que pensar necesariamente esta autogénesis como fundamento de toda ciencia.

(…)

1. Todos conceden el principio: “A es A” (o sea, A = A, porque esto es lo que significa la cópula lógica); y se admite sin vacilación alguna; se le reconoce como proposición completamente cierta e indudable.

Si, no obstante, alguien pidiera una prueba de esta proposición, nadie se tomaría el trabajo de dársela, y se admitiría que esa proposición es cierta absolutamente, es decir, sin otro fundamento; y haciendo esto, sin duda alguna con el asentimiento general, uno se arroga la facultad de poner algo absolutamente.

2. Afirmando que la proposición precedente es en sí cierta, no se afirma que A sea. La proposición “A es A” no equivale en modo alguno a esta: “A es”, o: “existe un A”. (“Ser”, puesto sin predicado, expresa algo muy diferente que “ser” con un predicado; véase más adelante). Si se admite que A designa un espacio comprendido entre dos rectas, la primera proposición permanece exacta siempre, aunque la proposición: “A es” fuera manifiestamente falsa. Más bien, se afirma que: “si A es, entonces A es”. Por consiguiente, de ninguna manera se trata aquí de saber si en general A es o no es. No se trata del contenido de la proposición, sino únicamente de su forma; no de aquello acerca de lo cual se sabe algo, sino de lo que se sabe, cualquiera que sea el objeto de que se trate.

Por consiguiente, con la afirmación de que la proposición indicada es absolutamente cierta resulta que entre aquel “si” y este “entonces” hay una conexión necesaria; y esta conexión necesaria entre dos términos es puesta absolutamente y sin otro fundamento. Provisionalmente llamo a esta conexión necesaria = X.

3. Nada hay establecido en lo concerniente a si A mismo es o no. De ahí surge la pregunta: ¿bajo qué condiciones es, pues, A?

a) Al menos X está en el Yo y puesto por el Yo, pues es el Yo quien juzga en la proposición anterior, y juzga precisamente según X como según una ley; la cual es, por consiguiente, dada al Yo; y como es establecida absolutamente y sin otro fundamento, tiene que ser dada al Yo por el Yo mismo.

b) No sabemos si A en general es puesto y cómo es puesto; pero debiendo designar X una relación entre una desconocida posición de A y una absoluta posición del mismo A, condicionada por la primera posición, entonces A debe estar en el Yo y puesto por el Yo, como X, al menos en tanto que esa conexión es puesta. Sólo es posible X en relación a un A; pero efectivamente X está puesto en el Yo: por consiguiente, A tiene que estar también puesto en el yo, en cuanto que a él se refiere X.

c) X se relaciona con este A, que en la proposición anterior ocupa el lugar lógico del sujeto, lo mismo que con el A que está en el lugar lógico del predicado; en efecto, los dos términos están conciliados por X. Así, los dos son puestos en el Yo, en tanto que son puestos. Y el A del predicado es puesto absolutamente, a condición de que sea puesto el A del sujeto; la proposición enunciada puede, pues, formularse así: Si A es puesto en el Yo, entonces es puesto; o entonces es.

4. Ha sido puesto, pues, por el Yo mediante X; A es para el Yo juzgante, absoluta y únicamente en virtud de su ser puesto en el Yo en general; esto significa: se ha establecido que en el Yo -bien que este especialmente afirme o juzgue, o lo que sea- hay algo que siempre es igual a sí, siempre uno e idéntico; y el X puesto absolutamente puede, pues, expresarse así: “Yo = Yo”; Yo soy Yo.

5. Por medio de esta operación hemos llegado ya sin darnos cuenta a la proposición: Yo soy (no ciertamente como expresión de una autogénesis, sino todavía de un hecho).

En efecto, X es puesto absolutamente; esto es un hecho de la conciencia empírica. Pero X es idéntico a la proposición: “Yo soy Yo”; por consiguiente, esta proposición es también puesta absolutamente.

Sin embargo, la proposición “Yo soy Yo”, tiene un significado muy distinto del que posee la proposición “A es A”. Esta última proposición, en efecto, sólo tiene un contenido bajo cierta condición. Si A es puesto, es ciertamente puesto en tanto que A, con el predicado A. Pero con una proposición semejante todavía no queda decidido si A es efectivamente puesto; por consiguiente, si es puesto con un predicado cualquiera. Por el contrario, la proposición: “Yo soy yo”, es válida incondicional y absolutamente, porque es idéntica a la proposición X; es válida no solamente en cuanto a la forma, sino también en cuanto al contenido. En esta proposición el Yo es puesto con el predicado de la identidad consigo mismo, no condicionalmente, sino absolutamente; así, es puesto; y la proposición puede ser expresada también de esta manera: “Yo soy”.

Esta proposición: “Yo soy”, hasta ahora está fundada solamente en un hecho y no tiene otro valor que el de un hecho. Si la proposición “A = A” (o más precisamente, lo que en esta proposición es absolutamente puesto = X) debe ser cierta, entonces la proposición: “Yo soy”, tiene que ser igualmente cierta. Pero es un hecho de la conciencia empírica el que estemos obligados a considerar X como absolutamente cierto; lo mismo debe suceder con la proposición: “Yo soy”, en la cual se funda X. Así pues, el fundamento que explica todos los hechos de la conciencia empírica es el siguiente: que antes de poner algo en el Yo, el mismo Yo sea puesto. (Digo: de todos los hechos; y esto depende de la prueba de la proposición, y según esta prueba, X es el hecho supremo de la conciencia empírica, el cual es la base de todos los demás hechos y está contenido en ellos; esto debería admitirse sin la menor prueba, aunque toda la Doctrina de la Ciencia está consagrada a demostrarlo).

6. Volvamos al punto del que habíamos partido.

a) Por el principio “A = A” se efectúa un juicio. Según el testimonio de la conciencia empírica, todo juicio es una acción del espíritu humano; es preciso, pues, suponerle todas las condiciones de la acción en la autoconciencia empírica, las cuales deben ser, para la reflexión, presupuestas como conocidas y ciertas.

b) Esta acción está fundada en algo, a saber X = Yo soy, lo cual no está fundado en nada más alto.

c) Se deduce que lo absolutamente puesto y fundado en sí mismo es el fundamento de una cierta acción del espíritu humano (la Doctrina de la Ciencia demostrará que es fundamento de toda acción del espíritu humano), o sea, es su puro carácter; el puro carácter de la actividad en sí: prescindiendo de sus condiciones empíricas particulares.

Así, para el Yo, ponerse a sí mismo es su pura actividad. El Yo se pone a sí mismo, y es en virtud de este simple poner por sí mismo; e inversamente: el Yo es, y pone su ser, en virtud de su puro ser. Es al mismo tiempo el actuante y el producto de la acción, lo activo y lo producido por la actividad; acción y hecho son una sola y misma cosa; y por esto: “Yo soy” es la expresión de una autogénesis, pero también de la única posible, como lo demostrará la Doctrina de la Ciencia.

7. Consideremos de nuevo la proposición: “Yo soy Yo”.

a) El Yo es puesto absolutamente. Supongamos que en la proposición precedente el Yo que ocupa el lugar del sujeto formal sea el Yo absolutamente puesto; en cambio, el del predicado sea el Yo que está siendo; entonces se ha expresado o puesto absolutamente por el juicio absolutamente válido, que estos dos términos son uno: el Yo es porque él se ha puesto.

b) El Yo de la primera y el Yo de la segunda acepción deben ser absolutamente idénticos. Puede, pues, invertirse la proposición precedente y decir: el Yo se pone a sí mismo simplemente porque es. Se pone a sí mismo por su mero ser, y es por su mero ser-puesto.

Estas observaciones aclaran perfectamente el sentido en que empleamos aquí el término Yo y nos conducen a una explicación precisa del Yo como sujeto absoluto. Aquello cuyo ser (esencia) simplemente consiste en ponerse a sí mismo como siendo es el Yo como sujeto absoluto. De la misma manera que él se pone, es; y de la misma manera que es, se pone; y entonces el Yo es necesariamente y absolutamente para el Yo. Aquello que no es para sí mismo no es un Yo.

(Aclaración: Se oye a menudo plantear esta cuestión: “¿qué era yo antes de llegar a tener conciencia de mí mismo?”. La respuesta natural a esto es: “Yo no era en absoluto; pues yo no era Yo. El Yo es en la medida en que tiene conciencia de sí”. La posibilidad de esa cuestión se funda en la confusión entre el Yo como sujeto y el Yo como objeto de la reflexión del sujeto absoluto; y esto es completamente inadmisible. El Yo se presenta ante sí mismo y se percata de sí mismo en la forma de la representación y sólo entonces llega a ser algo, un objeto; bajo esta forma la conciencia recibe un sustrato que es, aunque carece de conciencia real, e incluso es concebido como un cuerpo. Uno piensa un estado semejante y pregunta: “¿Qué era antes el Yo?; es decir: ¿Cuál es el sustrato de la conciencia?”. Pero también entonces inadvertidamente uno piensa además el sujeto absoluto como intuyendo ese sustrato; e igualmente piensa, pues, inadvertidamente aquello de lo que se pretendió abstraer; y uno se contradice a sí mismo. Nada puede uno pensar sin pensar además su Yo, como consciente de sí mismo; jamás puede uno hacer abstracción de su autoconciencia: por lo tanto, semejantes preguntas no pueden responderse, porque no pueden ser planteadas cuando uno se entiende bien consigo mismo).

8. Si el Yo es sólo en tanto que se pone, entonces es también sólo para el ponente, y sólo pone para el que está siendo. El Yo es para el Yo. Y si se pone absolutamente a sí mismo, tal como es, entonces se pone necesariamente y es necesariamente para el Yo. Yo soy sólo para Mí; pero soy necesariamente para Mí (mientras digo, “para Mí”, pongo ya mi ser).

9. Ponerse a sí mismo y ser son, aplicados al Yo, idénticos completamente. La proposición: “Yo soy porque me he puesto a mí mismo” puede, pues, formularse también así: “Soy absolutamente porque soy”.

Además el Yo que se pone y el Yo que es son completamente idénticos, uno y lo mismo. El Yo es aquello que él se pone; y se pone a sí mismo como aquello que es. Así: Yo soy absolutamente lo que soy.

10. La expresión inmediata de la autogénesis que acabamos de desarrollar sería la fórmula siguiente: Yo soy absolutamente, es decir: soy absolutamente porque soy; y soy absolutamente lo que soy; estas dos afirmaciones convienen al Yo.

Si se piensa explicitar esta autogénesis en la cúspide de una Doctrina de la Ciencia, he aquí los términos en los que tendría que expresarse: El Yo pone originariamente de modo absoluto su propio ser.

J. G. Fichte. Doctrina de la Ciencia. 

Lógica de Port-Royal: innatismo y antisensualismo epistemológico

De: irichc  (Mensaje original) Enviado: 25/02/2004 15:44

PRIMERA PARTE DE LA LÓGICA.

CONTIENE LAS REFLEXIONES SOBRE LAS IDEAS O SOBRE LA MERA ACCIÓN DEL ESPÍRITU, DENOMINADA CONCEBIR.

(…)

CAPÍTULO I

SOBRE LAS IDEAS ATENDIENDO A SU NATURALEZA Y ORIGEN

La palabra “idea” se encuentra en el número de las que son tan claras que no pueden explicarse por medio de otras, ya que no las hay ni más claras ni más simples.

Todo lo que se puede hacer con el fin de no incurrir en error es destacar una falsa forma de entender esta palabra; consiste en restringirla a ese modo de concebir las cosas, denominado imaginar, que tiene lugar cuando nuestro espíritu contempla las imágenes que están dibujadas en nuestro cerebro.

Pues, como San Agustín observa frecuentemente, los hombres después del pecado original, se han acostumbrado de tal manera a considerar sólo las cosas corpóreas, cuyas imágenes alcanzan nuestro cerebro a través de los sentidos, que la mayor parte de ellos estiman que no pueden concebir una cosa si no la pueden imaginar, si no pueden representársela bajo una imagen corpórea; como si no tuviésemos más que este modo de pensar y de concebir.

Por el contrario, no se puede reflexionar sobre lo que acontece en nuestro espíritu sin reconocer que concebimos un grandísimo número de cosas sin precisar para ello alguna de estas imágenes y sin reparar en la diferencia existente entre la imaginación y la pura intelección. Pues, cuando, por ejemplo, imagino un triángulo, no lo concibo solamente como una figura delimitada por tres líneas rectas; además, considero estas tres líneas como presentes en virtud de la fuerza y de la atención interior de mi espíritu; tal es lo que propiamente se llama imaginar. Pero si deseo pensar en una figura de mil ángulos, verdad es que concibo correctamente que tal figura está compuesta por mil lados con la misma facilidad que concibo que un triángulo es una figura que solamente está compuesta por tres. Pero, sin embargo, no puedo imaginar los mil lados de esa figura ni, por así decirlo, mirarlos con los ojos del espíritu tal como si estuvieran presentes.

Es verdad, sin embargo, que la costumbre que tenemos de servirnos de nuestra imaginación cuando pensamos en cosas corpóreas, da lugar con frecuencia a que al concebir una figura de mil ángulos nos representemos confusamente alguna figura; ahora bien, es evidente que esta figura que nos representamos mediante la imaginación no es una figura de mil ángulos, puesto que en nada difiere de lo que me representaría si pensara en una figura de diez mil ángulos. Así, de nada sirve para descubrir las propiedades que diferencian a una figura de mil ángulos de la de cualquier otro polígono.

Así pues, no puedo imaginarme, hablando con propiedad, una figura de mil ángulos porque la imagen que desearía dibujar en mi imaginación, representaría tanto una figura de un gran número de ángulos como la figura de mil ángulos. Y, sin embargo, puedo concebirla muy clara y distintamente, puesto que puedo demostrar todas las propiedades, como que la suma de todos sus ángulos equivale a 1996 ángulos rectos. En consecuencia, una cosa es imaginar y otra concebir.

Esto aún aparece más claro mediante la consideración de varias cosas que concebimos con mucha claridad aunque, en modo alguno, sean de las que podemos imaginar. Así, ¿qué concebimos con mayor claridad que nuestro pensamiento cuando estamos pensando? Y, sin embargo, es imposible imaginarse un pensamiento y dibujar imagen alguna de él en nuestro cerebro. El “sí” y el “no” tampoco pueden tenerla; quien juzga que la tierra es redonda como quien juzga que la tierra no es redonda, tienen ambos las mismas cosas dibujadas en su cerebro, a saber, la tierra y la redondez; uno de ellos añade a ellas la afirmación, que es una acción de su espíritu concebida sin imagen corpórea alguna, y el otro una acción contraria que es la negación y de la cual aún es más imposible tener imagen alguna.

Así pues, cuando hablamos de ideas no nombramos de esta forma a las imágenes dibujadas en la fantasía, sino a todo aquello que está en nuestro espíritu, cuando podemos decir con verdad que concebimos una cosa, cualquiera que fuere la forma como la concibamos.

Se sigue de ello que no podemos expresar nada mediante nuestras palabras cuando entendemos lo que decimos sin que tengamos en nosotros la idea de lo que es significado por nuestras palabras, aunque esta idea sea en unos casos más clara y distinta y, en otros casos, más oscura y más confusa tal como posteriormente explicaremos. Así pues, habría contradicción al afirmar que entiendo lo que digo al pronunciar una expresión y defender que, al pronunciarla, sólo concibo el sonido de la expresión.

Esta doctrina nos hace ver la falsedad de dos opiniones muy peligrosas, formuladas por filósofos de nuestro tiempo.

Según la primera [, atribuible a Descartes], no tenemos idea alguna de Dios. Si no tuviéramos idea alguna de Dios, entonces al pronunciar el nombre de Dios no concebiríamos sino estas letras, D, I, O, S, y un español, al oír el nombre de Dios, no tendría en su espíritu sino lo que podría tener en el caso de que entrara en una sinagoga y, desconociendo por completo el hebreo, oyera pronunciar “Adonai” o “Eloha”.

Es más, cuando los hombres se han atribuido el nombre de Dios, como Calígula y Domiciano, no habrían cometido impiedad alguna, puesto que nada hay en estas letras o en estas dos sílabas, “Dios”, que no pudiese ser atribuido a un hombre si no se uniera a tales sílabas alguna idea. ¿Por qué nadie acusa de impiedad a un holandés por llamarse Ludovicus Dieu? ¿En qué residía la impiedad de estos príncipes sino en que, atribuyendo a este término, “Dios”, una nota al menos de las que integran su idea, como lo es la de una naturaleza excelente y adorable, se apropiaban el nombre junto con esta idea?

Pero, si no tenemos idea alguna de Dios, ¿sobre qué podemos fundar todo cuanto sobre él decimos, como que sólo existe uno, que es eterno, omnipotente, infinitamente bueno e infinitamente sabio? Nada de todo esto está comprendido en el sonido “Dios”; sólo en la idea que tenemos de Dios y que hemos asociado a este sonido.

También es ésta la razón en virtud de la cual rehusamos referir el nombre de Dios a todas las falsas divinidades; no porque este término, materialmente considerado, no pudiera ser atribuido a ellas, tal y como fue atribuido por los paganos, sino porque la idea que tenemos en nosotros de este soberano ser, usualmente unida al término “Dios”, no conviene sino al único y verdadero Dios.

La segunda de estas falsas opiniones ha sido formulada por un inglés [, Hobbes]: “el discurso no es otra cosa que una reunión o concatenación de nombres mediante la palabra ‘es’. Se seguiría de ello que, mediante la razón, no concluimos absolutamente nada tocante a la naturaleza de las cosas, sino sólo tocante a sus denominaciones; es decir, que, mediante la razón, simplemente vemos si unimos bien o mal los nombres de las cosas siguiendo las convenciones que hemos adoptado a nuestro gusto en lo que se refiere a sus significaciones”.

Este autor añade a esta opinión: “si esto es así, como puede serlo, el razonamiento dependerá de las palabras, las palabras de la imaginación y, quizá, la imaginación dependerá, tal como lo creo, del movimiento de los órganos corpóreos; así, nuestra alma (mente) no será otra cosa que un movimiento producido en alguna de las partes del cuerpo orgánico”.

Debemos pensar que estas palabras sólo expresan una objeción muy apartada del sentir de quien la propone; ahora bien, si tales palabras se toman con valor asertivo, arruinarían la inmortalidad del alma. Por ello, es importante hacer ver su falsedad, lo cual no será difícil. Las convenciones a las que este filósofo se refiere sólo han sido acuerdos establecidos por los hombres para tomar ciertos sonidos como signos de las ideas que tenemos en el espíritu. De suerte que si además de los nombres no tuviéramos en nosotros mismos las ideas de las cosas, tal acuerdo habría sido imposible, tal y como es imposible por medio de alguna convención el hacer entender a un ciego lo que quiere decir el término “rojo”, o el “verde”, o el “azul”, pues careciendo de estas ideas no puede unirlas a sonido alguno.

Además, las diversas naciones habiendo dado nombres distintos a las cosas, incluso a las más simples y claras, tal como acontece con las que constituyen los objetos de la Geometría, no tendrían los mismos razonamientos acerca de unas mismas verdades si el razonamiento sólo fuera una reunión de nombres mediante la palabra “es”.

Y como parece manifiesto al considerar estas diversas palabras que los árabes, por ejemplo, no se han puesto de acuerdo con los franceses para dar a los sonidos las mismas significaciones, tampoco podrían estar de acuerdo en sus juicios y razonamientos si sus razonamientos dependiesen de esta convención.

Finalmente, se guarece un gran equívoco bajo el término “arbitraria” cuando se afirma que la significación de las palabras es arbitraria. Verdad es que es algo totalmente arbitrario el vincular una idea determinada con un sonido, en vez de vincularla con otro distinto; pero las ideas no son cosas arbitrarias que dependen de nuestra fantasía, al menos aquellas que son claras y distintas. Para mostrar esto con evidencia basta con afirmar que sería ridículo imaginar que efectos muy reales pudieran depender de cosas totalmente arbitrarias. Así, cuando un hombre ha llegado mediante su razonamiento a la conclusión de que el eje del hierro que atraviesa las dos muelas de un molino podría girar sin dar lugar a que también girase la muela inferior en el caso de que siendo redondo pasara a través de un orificio redondo y también que no podría girar este eje sin hacer que girase la muela superior si, siendo cuadrado, estuviera embutido en un orificio cuadrado, practicado en la muela superior, entonces el efecto que ha pretendido alcanzar se sigue infaliblemente. En consecuencia, su razonamiento no ha sido (solamente) la reunión de un conjunto de nombres atendiendo a una convención enteramente dependiente de la fantasía de los hombres; más bien supone un juicio sólido y efectivo sobre la naturaleza de las cosas fundándose en la consideración de las ideas que posee en el espíritu y que han sido asociadas por los hombres con ciertos nombres.

Así, pues, ya hemos indicado de modo suficiente lo que entendemos mediante la palabra “idea”; por ello, sólo nos resta referirnos brevemente a su origen.

El problema fundamental reside en saber si todas nuestras ideas proceden de nuestros sentidos y si debemos aceptar como verdadera la máxima común según la cual “nada hay en el entendimiento sin que previamente haya estado en el sentido”.

Esta es la opinión de un filósofo, [Gassendi, ] de reconocido prestigio que inicia su estudio de lógica con estas palabras: “Omnia idea ortum ducit a sensibus”: Toda idea toma su origen de los sentidos. Sin embargo, precisa que todas nuestras ideas no han estado en nuestros sentidos tal y como están en nuestro espíritu; pero, al menos, defiende que tales ideas han sido formadas bien a partir de aquellas que han pasado por nuestros sentidos, sea por composición como cuando a partir de las imágenes independientes de oro y montaña formamos la idea de una montaña de oro, sea por ampliación o disminución como cuando a partir de la imagen de un hombre de estatura normal se forma la de un gigante o pigmeo, sea por acomodación y analogía como cuando se transfiere la idea de una casa que ha sido vista para formarnos la imagen de otra casa que no ha sido vista. Así, afirma este autor, concebimos a Dios que no puede ser objeto del sentido, bajo la imagen de un venerable anciano.

Según esta teoría, aunque todas nuestras ideas no fuesen semejantes a algún cuerpo que hubiésemos visto o que hubiésemos alcanzado por medio de nuestros sentidos, sin embargo todas serían corpóreas y sólo nos representarían algo que hubiese penetrado por nuestros sentidos, al menos en parte. Así, pues, sólo concebiremos mediante imágenes semejantes a las que se forman en el cerebro cuando vemos o imaginamos cuerpos.

Pero, aunque diversos filósofos de la Escuela también mantengan esta opinión, no temo defender que es muy absurda y, a la vez, tan contraria a la Religión como a la verdadera filosofía. Para no defender sino lo que es claro como la luz del día, sólo expondré que nada hay que podamos concebir más distintamente que nuestro pensamiento, ni proposición que pueda resultarnos más clara que “Yo pienso, luego soy”. No podríamos tener certidumbre alguna sobre esta proposición si no concibiéramos distintamente lo que es “ser”, lo que es “pensar”; es más, no es preciso que expliquemos estos términos, puesto que forman parte de aquellos que son tan adecuadamente comprendidos por todo el mundo que, caso de intentar explicarlos, sólo lograríamos introducir oscuridad. Si, pues, no se puede negar que tenemos las ideas de “ser” y de “pensamiento”, entonces yo pregunto: ¿por qué sentidos han penetrado? ¿Son acaso luminosas o poseen color para que puedan haber penetrado por la vista? ¿Poseen un sonido grave o agudo para que puedan haber penetrado por el oído? ¿Desprenden un olor agradable o desagradable para que pudieran formarse a partir del olfato? ¿Poseen un buen o mal sabor para formarse a partir del gusto? ¿Acaso poseen la cualidad de ser duras o blandas, calientes o frías como para que penetren por el tacto? Si se defendiera que se han formado a partir de otras imágenes sensibles, en ese caso debería indicarse cuáles son esas otras imágenes sensibles a partir de las cuales se pretende que han sido formadas las ideas de ser y de pensamiento y cómo han podido ser formadas, esto es, si lo han sido por composición, por ampliación o por disminución o bien si por analogía. Si no se quisiera emitir una respuesta que no fuera ridícula, sería preciso defender que las ideas de ser y pensamiento no obtienen en forma alguna su origen a través de los sentidos; más bien, nuestra alma posee la facultad de formar estas ideas por sí mismas, aunque frecuentemente acontece que ha sido excitada a formarlas por algo que ha golpeado los sentidos, de igual modo que un pintor puede verse llevado a crear un cuadro en virtud del dinero que le ha sido prometido sin que, por ello, se pudiera afirmar que el cuadro había obtenido su origen del dinero.

En cuanto a lo que estos mismos autores defienden, esto es, que la idea que nosotros tenemos de Dios toma su origen de los sentidos, puesto que lo concebimos bajo la idea de un anciano venerable, ha de afirmarse que tal pensamiento es propio de los Antropomorfitas o bien que estos autores confunden las verdaderas ideas que nosotros tenemos de los seres espirituales con las falsas imaginaciones que de los mismos nos formamos siguiendo la pésima costumbre que nos lleva a querer imaginar cualquier cosa, cuando, por el contrario, tan absurdo es pretender imaginar lo que no es corporal como desear oír los colores y ver los sonidos.

Para refutar esta concepción basta considerar que si no tuviéramos otra idea de Dios que la de un anciano venerable entonces cuantos juicios hiciéramos sobre Dios serían falsos, pues serían contrarios a esta idea, ya que no tenemos otra regla de la verdad de nuestros juicios que la de examinar si son conformes a las ideas que tenemos de las cosas. Así sería falso afirmar que Dios no tiene partes, que no es corpóreo, que es omnipresente, que es invisible, pues todas estas afirmaciones no son conformes con la idea de un anciano venerable. Si, en alguna ocasión, Dios se ha representado de esta forma, esto no debe dar lugar a que tal deba ser la idea que debamos tener de él; de igual modo, sería necesario que no tuviéramos otra idea del Espíritu Santo que la del palomo, ya que ha sido representado bajo tal forma o que concibiésemos a Dios como un sonido, puesto que el sonido del nombre de Dios sirve para evocar su idea en nosotros.

Es, pues, falso que todas nuestras ideas provengan de los sentidos; por el contrario, cabe afirmar que ninguna de las ideas que existen en nuestro espíritu toman su origen de los sentidos como no sea por ocasión, en cuanto que los movimientos que se producen en nuestro cerebro, que es a todo lo que pueden dar lugar nuestros sentidos, dan ocasión al alma para formarse ciertas ideas que el alma no se formaría en el caso de que tales movimientos no aconteciesen, aunque casi siempre estas ideas no sean semejantes en nada a lo que se produce en nuestros sentidos o en nuestro cerebro y aunque, además, exista un gran número de ideas que, careciendo de toda imagen corpórea, no puedan ser vinculadas con nuestros sentidos sin caer en un visible absurdo.

Y si se nos objetara que a la vez que tenemos la idea de cosas espirituales, tal como del pensamiento, no dejamos de formarnos alguna imagen corpórea, al menos del sonido que la significa, nada se diría en contra de lo que hemos afirmado. Pues la imagen del sonido “pensamiento” que nos imaginamos no es, en modo alguno, la imagen del pensamiento mismo sino sólo de un sonido; es más, la imagen del sonido de “pensamiento” sólo puede hacernos concebir el pensamiento mismo por cuanto el alma, habiéndose acostumbrado a concebir este sonido y, a la vez, el pensamiento, se forma al mismo tiempo una idea totalmente espiritual del pensamiento que no guarda semejanza alguna con la de sonido, que está ligada al pensamiento sólo por la costumbre. Esto se manifiesta en los sordos que no poseen imagen de los sonidos, pero tienen ideas de sus pensamientos al menos cuando hacen reflexión sobre lo que piensan.

A.Arnauld y P.Nicole. La lógica o el arte de pensar (Lógica de Port-Royal). 

Aristóteles. Sobre la necesidad de un primer principio no material.

De: irichc  (Mensaje original) Enviado: 25/02/2004 15:42

VII

Acabamos de ver breve y sumariamente qué filósofos han hablado de los principios y de la verdad, y cuáles han sido sus sistemas. Este rápido examen es suficiente, sin embargo, para hacer ver que ninguno de los que han hablado de los principios y de las causas nos ha dicho nada que no pueda reducirse a las causas que hemos consignado nosotros en la Física, pero que todos, aunque oscuramente y cada uno por distinto rumbo, han vislumbrado alguna de ellas.

En efecto, unos hablaban del principio material que suponen uno o múltiple, corporal o incorporal. Tales son por ejemplo, lo grande y lo pequeño de Platón, el infinito de la escuela Itálica, el fuego, la tierra, el agua y el aire de Empédocles, la infinidad de las homeomerias de Anaxágoras. Todos estos filósofos se refirieron evidentemente a este principio, y con ellos todos aquellos que admiten como principio el aire, el fuego, o el agua, o cualquiera otra cosa más densa que el fuego, pero más sutil que el aire, porque tal es, según algunos, la naturaleza del primer elemento. Estos filósofos sólo se han fijado en la causa material. Otros han hecho indagaciones sobre la causa del movimiento: aquellos, por ejemplo, que afirman como principios la Amistad y la Discordia, o la Inteligencia o el Amor. En cuanto a la forma, en cuanto a la esencia, ninguno de ellos ha tratado de ella de un modo claro y preciso. Los que mejor lo han hecho son los que han recurrido a las ideas y a los elementos de las ideas; porque no consideran las ideas y sus elementos, ni como la materia de los objetos sensibles, ni como los principios del movimiento. Las ideas según ellos, son más bien causas de inmovilidad y de inercia. Pero las ideas suministran a cada una de las otras cosas su esencia, así como ellas la reciben de la unidad. En cuanto a la causa final de los actos, de los cambios, de los movimientos, nos hablan de alguna causa de este género, pero no le dan el mismo nombre que nosotros ni dicen en qué consisten. Los que admiten como principios la inteligencia o la amistad, dan a la verdad estos principios como una cosa buena, pero no sostienen que sean la causa final de la existencia o de la producción de ningún ser, y antes dicen, por lo contrario, que son las causas de sus movimientos. De la misma manera, los que dan este mismo carácter de principios a la unidad o al ser, los consideran como causas de la sustancia de los seres, y de ninguna manera como aquello en vista de lo cual existen y se producen las cosas. Y así dicen y no dicen, si puedo expresarme así, que el bien es una causa; mas el bien que mencionan no es el bien hablando en absoluto, sino accidentalmente.

(…)

VIII

Todos los que suponen que el todo es uno, que no admiten más que un solo principio, la materia, que dan a este principio una naturaleza corporal y extensa, incurren evidentemente en una multitud de errores, porque sólo reconocen los elementos de los cuerpos, y no los de los seres incorporales; y sin embargo, hay seres corporales, y después, aun cuando quieran explicar las causas de la producción y destrucción, y construir un sistema que abrace toda la naturaleza, suprimen la causa del movimiento. Otro defecto consiste en no dar por causa en ningún caso ni la esencia, ni la forma; así como el aceptar, sin suficiente examen, como principio de los seres un cuerpo simple cualquiera, menos la tierra; el no reflexionar sobre esta producción o este cambio, cuyas causas son los elementos; y por último, no determinar cómo se opera la producción mutua de los elementos. Tomemos, por ejemplo, el fuego, el agua, la tierra y el aire. Estos elementos provienen los unos de los otros por vía de reunión y otros por vía de separación. Esta distinción importa mucho para la cuestión de la prioridad y de la posteridad de los elementos. Desde el punto de vista de la reunión, el elemento fundamental de todas las cosas parece ser aquel del cual, considerado como principio, se forma la tierra por vía de agregación, y este elemento deberá ser el más tenue y el más sutil de los cuerpos. Los que admiten el fuego como principio son los que se conforman principalmente con este pensamiento. Todos los demás filósofos reconocen en igual forma, que tal debe ser el elemento de los cuerpos, y así ninguno de los filósofos posteriores que admitieron un elemento único, consideró la tierra como principio, a causa sin duda de la magnitud de sus partes, mientras que cada uno de los demás elementos ha sido adoptado como principio por alguno de aquellos. Unos dicen que es el fuego el principio de las cosas, otros el agua, otros el aire. ¿Y por qué no admiten igualmente, según la común opinión, como principio la tierra? Porque generalmente se dice que la tierra es todo. El mismo Hesíodo dice que la tierra es el más antiguo de todos los cuerpos; ¡tan antigua y popular es esta creencia!

Desde este punto de vista, ni los que admiten un principio distinto del fuego, ni los que suponen el elemento primero más denso que el aire y más sutil que el agua, podrían por tanto estar en lo cierto. Pero si lo que es posterior bajo la relación de la generación es anterior por su naturaleza (y todo compuesto, toda mezcla, es posterior por la generación), sucederá todo lo contrario; el agua será anterior al aire, y la tierra al agua.

Limitémonos a las observaciones que quedan consignadas con respecto a los filósofos, que sólo han admitido un principio material. Mas son también aplicables a los que admiten un número mayor de principios, como Empédocles, por ejemplo, que reconoce cuatro cuerpos elementales, pudiéndose decir de él todo lo dicho de estos sistemas. He aquí lo que es peculiar de Empédocles.

Nos presenta éste los elementos procediendo los unos de los otros, de tal manera que el fuego y la tierra no permanecen siendo siempre el mismo cuerpo. Este punto lo hemos tratado en la Física, así como en la cuestión de saber si deben admitirse una o dos causas del movimiento. En nuestro juicio, la opinión de Empédocles no es, ni del todo exacta, ni del todo irracional. Sin embargo, los que adoptan sus doctrinas, deben desechar necesariamente todo tránsito de un estado a otro, porque lo húmedo no podría proceder de lo caliente, ni lo caliente de lo húmedo, ni el mismo Empédocles no dice cuál sería el objeto que hubiera de experimentar estas modificaciones contrarias, ni cuál sería esa naturaleza única que se haría agua y fuego.

Podemos pensar que Anaxágoras admite dos elementos por razones que ciertamente él no expuso, pero que si se le hubieran manifestado, indudablemente habría aceptado. Porque bien que, en suma, sea absurdo decir que en un principio todo estaba mezclado, puesto que para que se verificara la mezcla, debió haber primero separación, puesto que es natural que un elemento cualquiera se mezcle con otro elemento cualquiera, y en fin, porque supuesta la mezcla primitiva, las modificaciones y los accidentes se separarían de las sustancias, estando las mismas cosas igualmente sujetas a la mezcla y a la separación; sin embargo, si nos fijamos en las consecuencias, y si se precisa lo que Anaxágoras quiere decir, se hallará, no tengo la menor duda, que su pensamiento no carece, ni de sentido, ni de originalidad. En efecto, cuando nada estaba aún separado, es evidente que nada de cierto se podría afirmar de la sustancia primitiva. Quiero decir con esto, que la sustancia primitiva no sería blanca, ni negra, ni parda, ni de ningún otro color; sería necesariamente incolora, porque en otro caso tendría alguno de estos colores. Tampoco tendría sabor por la misma razón, ni ninguna otra propiedad de este género. Tampoco podía tener calidad, ni cantidad, ni nada que fuera determinado, sin lo cual hubiese tenido alguna de las formas particulares del ser; cosa imposible cuando todo está mezclado, y lo cual supone ya una separación. Ahora bien, según Anaxágoras, todo está mezclado, excepto la inteligencia; la inteligencia sólo existe pura y sin mezcla. Resulta de aquí, que Anaxágoras admite como principios: primero, la unidad, porque es lo que aparece puro y sin mezcla; y después otro elemento, lo indeterminado antes de toda determinación, antes que haya recibido forma alguna.

(…)

Aristóteles. Metafísica, Libro I. 

San Agustín. Creatio ex nihilo.

De: irichc  (Mensaje original) Enviado: 25/02/2004 15:41

15

Hablamos, no obstante, de ?tiempo largo? y ?tiempo corto?, pero siempre para referirnos al pasado o al futuro. Hablamos de largo tiempo pasado cuando decimos, por ejemplo, cien años antes de ahora. Y de la misma manera hacemos referencia al tiempo futuro largo, por ejemplo, de aquí a cien años. El tiempo pasado corto o señalamos diciendo, por ejemplo, hace diez días, y el futuro corto, de aquí a diez días. Pero ¿cómo puede ser largo o corto lo que no existe? El pasado ya no existe y el futuro no es todavía. No podemos, pues, decir que el tiempo es largo hablando del pasado. Digamos que ?fue largo?, y del futuro habremos de decir que ?será largo?.

Mi Señor y mi luz, ¿no se reirá también en esto tu verdad del hombre? Eso de que el tiempo pasado fue largo, ¿lo fue cuando era ya pasado o quizá cuando seguía siendo presente? Sólo podía ser largo cuando era susceptible de serlo. Pero una vez convertido en pasado, tampoco podía ser largo, pues que ni siquiera existía. Luego tampoco podemos decir que el tiempo pasado fue largo, porque no hallaremos motivo para afirmar que fue largo. Y esto porque el pasado, por serlo, no existe. Digamos más bien: ?largo fue aquel tiempo mientras fue presente?. Fue largo tiempo siendo precisamente presente. Pues entonces no había pasado aún para dejar de existir. Todavía era y podía ser largo tiempo. Pero una vez pasado, dejó de ser largo tiempo, en el instante en que dejó de existir.

Veamos ahora si el alma humana nos puede decir si el tiempo presente puede ser largo. Porque al alma humana le ha sido dado poder experimentar y medir la duración del tiempo. ¿Qué me puedes responder? ¿Acaso cien años presentes son un tiempo largo? Pero mira primero si esos cien años pueden estar presentes. Si estamos en el primero de los cien años, ese año está presente. pero los noventa y nueve restantes son futuro. Por tanto, no existen todavía. Si estamos en el segundo año, ya tenemos uno pasado, otro presente y los demás futuros. De la misma manera, cualquiera de los años intermedios de esos cien que juzgamos presentes. Los años anteriores a él serán los pasados, y futuros los que vengan después. Es evidente, por tanto, que no pueden estar presentes los cien años.

Veamos, finalmente, si al menos el año en cuestión es presente. Si nos encontramos en el primer mes, los otros once son futuros. Si en el segundo, entonces el primero ya es pasado y los restantes están por venir. Por tanto, ni siquiera podemos decir que dicho año es todo presente. Y si todo él no está presente, no es el año presente. El año consta de doce meses. Cualquiera de ellos, el corriente, es el presente. Los restantes son o pasados o futuros.

Ni tampoco es cierto que el mes corriente es todo presente, sino sólo un día. Pues si es el primero, el resto es el futuro. Si el último, los demás son pasado. Y si los intermedios, unos pasados y otros futuros.

Vemos así cómo el tiempo presente ?el único que hemos demostrado poder llamarse largo- apenas se reduce al breve espacio de un día. Pero detengámonos a examinar también esto un poco y veremos que ni aun el día es todo él presente. Un día se compone de veinticuatro horas entre nocturnas y diurnas. La primera de éstas tiene como futuras a todas las demás, y la última tiene a las anteriores como pasadas. Lógicamente, cualquiera de las intermedias tiene detrás de ella las pasadas y delante las futuras. Incluso la misma hora está compuesta de instantes fugaces. Los instantes idos son pasado; los que quedan, futuro.

De hecho, el único tiempo que se puede llamar presente es un instante, si por tal concebimos lo que no se puede dividir en fracciones por pequeñas que sean. Y un instante tan corto como éste pasa tan rápidamente del futuro al pasado que su duración es apenas imperceptible. Si su duración se prolongara podría dividirse en pasado y futuro. Cuando es presente no tiene duración o extensión.

¿Dónde está, pues, el tiempo que llamamos largo? ¿Será acaso el futuro? La verdad es que no podemos afirmar que sea largo, porque todavía no existe para poder ser largo. Decimos más bien que será largo. ¿Y cuándo lo será? No cuando todavía es futuro, porque ni siquiera existe lo que llamamos largo tiempo. Si fuera largo tiempo ?cuando sale del futuro, que todavía no existe y llega a existir haciéndose presente-, éste debería cumplir la condición de que ha de existir algo de larga duración. Pero, según hemos visto ya, el presente no puede tener larga duración.

16

No obstante, Señor, nos damos cuenta de los intervalos de tiempo. Comparamos uno con otro y decimos que unos son más largos y otros más cortos. Medimos asimismo la diferencia en corto o en largo de un tiempo a otro, y por el resultado decimos que éste es el doble o el triple, y aquél la unidad. O que los dos son de igual duración.

Pero medimos los tiempos a medida que pasan, y los medimos sintiéndolos. ¿Quién, entonces, podrá medir los pasados que ya no existen, ni los futuros que todavía no existen? A no ser que se atreva alguien a decir que lo que no existe se puede medir.

Sólo cuando está pasando, el tiempo puede sentirse y medirse. Una vez pasado, ya no puede, porque no existe.

17

Pregunto, Padre, no afirmo. Asísteme y ayúdame, Dios mío. ¿Quién podrá decirme que no son tres los tiempos ?así lo aprendimos de niños y lo enseñamos ahora a los niños-, a saber, pasado, presente y futuro? ¿O dirá que solamente existe uno, el presente, porque los otros dos no existen? ¿O es que existen también el pasado y el futuro, el uno ?saliendo de un refugio oculto cuando de futuro se hace presente- y el otro ?cuando de presente se hace pasado- escondiéndose en un seno oculto? Porque si el futuro no existe, ¿dónde lo vieron los que predijeron el porvenir? Pues lo que no existe no puede ser visto. Tampoco los que nos cuentan las cosas pasadas podrán decirnos la verdad de las mismas si no las vieran en su alma. Y si no existieran, sería del todo imposible que las vieran. Luego existen las cosas futuras y las pasadas.

18

¡Oh Señor, esperanza mía!, déjame que siga investigando. Que no se distraiga mi atención.

Quiero saber dónde están el pasado y el futuro, si es que existen. Y aunque no sea capaz de saberlo, sí sé que dondequiera que estén, no están allí como futuro o pasado, sino como presente. Si están como futuro todavía no existen, y si como pasado, ya no están allí. Dondequiera que estén y sean lo que sean, no existen sino en cuanto presentes.

Por lo que se refiere a cosas pasadas y verdaderas, obsérvese que no son las cosas mismas sucedidas las que se sacan de la memoria. Son más bien las palabras que provocan sus imágenes que dejaron impresa su huella en el alma al pasar a través de los sentidos. Tal es el caso de mi niñez. Ya no existe, pero existe en el tiempo pasado, que a su vez no existe. Pero cuando quiero describir y recordar la imagen de mi niñez, la veo en el tiempo presente, pues está todavía en mi memoria.

Lo que ya no sé ?lo confieso, Dios mío- es si se puede aducir causa semejante respecto a la predicción de cosas futuras por medio de imágenes ya existentes que representan las cosas que todavía no existen. Pero sí sé con certeza que muchas veces programamos nuestras futuras acciones. Y sé también que esta programación es presente, a pesar de que la acción programada no exista todavía porque es futura. Comenzará a existir cuando la acometamos y pongamos por obra, porque entonces ya no será futura, sino presente.

Sea como fuere este arcano presentimiento de las cosas futuras, lo cierto es que no se puede ver sino lo que existe. Y lo que ya existe no es futuro, sino presente. Cuando se dice, por ejemplo, que se ven las cosas futuras, no son las mismas cosas que aún no existen y que son futuras las que se ven, sino a lo más sus causas o signos, que existen ya. En consecuencia, ya no son futuras, sino presentes a los que las ven, y por medio de ellas la mente puede formar un concepto de cosas que todavía son futuras y es así como es capaz de predecirlas. Estos conceptos existen ya, y al verlos presentes en su pensamiento, la gente puede predecir los hechos actuales que representan.

Lo explicaré con un ejemplo tomado de la infinita multitud de objetos. Contemplo la aurora, anuncio que va a salir el sol. Lo que veo está presente; lo que anuncio, futuro. Lo que no es futuro es el sol ?que ya existe-, sino su nacimiento, que todavía no se ha producido. Pero no podría predecir la salida del sol si no tuviera en mi mente una imagen del mismo, como la que tengo en este momento cuando hablo de él. Ni la aurora, que contemplo en el cielo, es la salida del sol, aunque le preceda. Tampoco lo es la imagen que retengo en mi alma del nacimiento del sol. Tanto la aurora como la salida se ven en el presente; por eso puedo predecir la salida, que es futuro. Las cosas futuras no existen todavía. Y si no existen todavía es que no existen realmente. Y si al presente no existen, no se pueden ver de ninguna manera. Pero pueden predecirse por las cosas presentes que realmente existen y por lo mismo pueden verse.

19

¿De qué manera, pues, oh Rey de la creación, revelas tú a los hombres las cosas futuras? Pues tú se las revelaste a tus profetas. Pero ¿cómo las revelas si para ti nada es futuro? ¿O es que sólo revelas los signos presentes de las cosas que han de venir? Porque mal puede revelarse lo que todavía no existe. Muy lejos de mi comprensión está este tu modo de enseñar. No llego ni llegaré nunca a comprenderlo por mis propias fuerzas. Pero con tu ayuda lo podré. Pues tú harás que yo vea, dulce luz de mis ojos ocultos.

20

Lo claro y evidente ahora es que ni existe el futuro ni el pasado. Tampoco se puede decir con exactitud que sean tres los tiempos: pasado, presente y futuro. Habría que decir con más propiedad que hay tres tiempos: un presente de las cosas pasadas, un presente de las cosas presentes y un presente de las cosas futuras. Estas tres cosas existen de algún modo en el alma, pero no veo que existan fuera de ella. El presente de las cosas idas es la memoria. El presente de las cosas presentes es la percepción o visión. El presente de las cosas futuras la espera.

Si se me deja hablar en estos términos, puedo ver los tres tiempos y admito que los tres existen. Podría hablarse también de tres tiempos ?pasado, presente y futuro- como se habla ordinariamente, aunque de manera impropia. Bueno, dejémoslo pasar. Yo no me opondré ni reprenderé a los que hablan así con tal que se entienda bien lo que se dice ni se tenga por existente lo que todavía es futuro ni que lo pasado es presente. Pocas son realmente las cosas dichas con propiedad. La mayor parte de forma incorrecta. No obstante, se entiende lo que queremos decir.

21

Acabo de decir que medimos el tiempo cuando pasa. Esto nos permite hablar de un intervalo de tiempo doble en relación a otro tomado como unidad de medida. O que los dos son de igual duración. Y así cosas semejantes que se dicen cuando medimos las partes del tiempo.

Decía, pues, que medimos el tiempo según va pasando. Y si alguno me pregunta: ?¿Cómo lo sabes??, la responderé sencillamente: ?Lo sé porque lo medimos?. No podemos medir lo que no existe, y el pasado y el futuro no existen.

Pero mientras lo medimos, ¿de dónde viene, por dónde pasa y adónde va? ¿De dónde, sino del futuro? ¿Por dónde, si no a través del presente? ¿Adónde, sino al pasado? Luego viene de lo que ya no existe, pasa por lo que no tiene duración y se dirige hacia lo que ya no es.

¿Y qué es lo que medimos sino el tiempo en el espacio? Porque no hablamos de sencillo, doble, triple o igual refiriéndonos al tiempo, sino a espacios o intervalos de tiempo. ¿En qué espacio de tiempo, pues, medimos el tiempo que pasa? ¿Acaso en el futuro de donde viene? No, pues lo que no existe todavía no se puede medir. ¿Acaso en el presente, por el que está pasando? Tampoco, pues no se puede medir lo que no tiene duración. ¿Será, quizá, en el pasado, hacia donde se dirige? Tampoco, pues no se puede medir lo que ya no existe.

22

Estoy ardiendo en deseos de solucionar este intrincadísimo problema. Oh Señor y Dios mío, mi buen Padre, no me dejes sin respuesta a este problema tan familiar y tan misterioso. Te pido, por Cristo, que puedas penetrar en él y queden por tu misericordia iluminadas todas las cosas, Señor. ¿A quién he de dirigir mis preguntas? ¿A quién sino a ti he de confesar mi ignorancia con más provecho? Pues mi ardiente deseo de estudiar tus Escrituras no es molesto para ti. Concédeme lo que deseo, pues lo deseo de veras, y esto es don tuyo. Concédemelo, Padre bueno, pues tú sabes dar cosas buenas a tus hijos. Concédeme esto que te pido, pues me he propuesto conocer este misterio y me cuesta muchísimo trabajo hasta que tú me lo manifiestes. Te lo pido por Cristo, en el nombre del que es el Santo de los Santos, que nadie me sirva de estorbo. La fe que tengo me hace hablar así. Ésta es mi esperanza. Para ella vivo a fin de gustar la dulzura del Señor.

Hazme saber, Señor, mi fin y cuál es la medida de mis días, pues pasan, pero no sé cómo. Tenemos siempre en nuestros labios la palabra ?tiempo? y ?tiempos?. Decimos, por ejemplo: ?¿En cuánto tiempo dijo aquél esto?? ?¿Cuánto tiempo tardó aquel otro en hacerlo?? ?¡Cuánto tiempo hace que no lo he visto!? ?Esta sílaba larga tiene doble duración que una breve?. Éste es el lenguaje que usamos o que oímos. Lo entendemos y somos entendidos. Este modo de hablar es muy claro y habitual. Sin embargo, su significado se nos oculta de tal manera que su descubrimiento es siempre novedad.

23

En cierta ocasión oí decir a un hombre sabio que el tiempo no es más que el movimiento del Sol, la Luna y las estrellas. No estoy de acuerdo. ¿No será más bien el tiempo el movimiento de todos los cuerpos? Si se apagaran las luces del cielo y siguiera dando vueltas la rueda del alfarero, ¿no seguiría habiendo tiempo por el que podríamos contar las vueltas de esa misma rueda? ¿No podríamos decir, ya que tardaba tanto en unas como en otras, que unas veces iba más aprisa que otras, o que unas vueltas tardaba más y otras menos? Y al decir esto, ¿no estamos hablando en el tiempo? ¿Y nuestras palabras tendrían sílabas largas y breves, sino porque unas tienen más duración y otras menos?

Haz, Señor, que los hombres descubran en lo pequeño los principios comunes a todas las cosas, grandes y pequeñas. Cierto que los astros y estrellas están puestos en el cielo para señalar las estaciones, los días y los años. De esto no hay duda. Con todo, yo no diría que una vuelta de aquella rueda de alfarero es un día. Ni tampoco ?por la misma razón- podría decir que aquella vuelta no es tiempo.

Lo que yo quiero conocer ahora es la esencia y naturaleza del tiempo con el que medimos el movimiento de los cuerpos, diciendo, por ejemplo, que tal movimiento dura dos veces más que el otro. Por la palabra día entendemos no sólo la duración del tiempo que el sol permanece en el cielo sobre la tierra y que da lugar a la diferencia entre el día y la noche. Entendemos también todo el recorrido de oriente a occidente, que nos permite decir: ?Han pasado tantos días?, incluyendo en ellos también las noches, sin contar a éstas como tiempos distintos. Mi pregunta es ésta: Si el día se termina con el movimiento del sol y su giro de oriente a oriente, ¿es el día ese movimiento o el tiempo que tarda en hacer ese recorrido o ambas cosas a la vez?

Si un día fuera el movimiento del sol en todo su recorrido, bastaría que éste tardara solamente el espacio de una hora en hacer su recorrido para haber día. Por otra parte, si el día fuera la duración del tiempo que el sol tarda de hecho en hacer su recorrido, no sería un día si el período entre una salida y otra fuera tan sólo de una hora. En este caso, el sol habría de dar veinticuatro vueltas para completar un día. Si decimos que ambas cosas, entonces ?caso de que el sol diese toda su vuelta en el espacio de una hora- el movimiento no podría llamarse día. Como tampoco se llamaría día en el caso de que el sol desapareciese tanto tiempo como el que suele gastar en su recorrido de una mañana a otra.

Pero ahora no es mi pregunta sobre eso que llamamos día. Me pregunto qué es el tiempo con el que medimos el recorrido del sol. Si éste hiciera su carrera en un espacio de tiempo de doce horas, diríamos que ha hecho su recorrido en la mitad del tiempo habitual. Caso de comparar ambos tiempos, diríamos que uno es sencillo y otro doble, aun suponiendo que el sol hiciese su recorrido unas veces de oriente a oriente en veinticuatro horas y otras en doce.

Nadie me diga, pues, que el tiempo es el movimiento de los cuerpos celestes. Sabemos que el sol se detuvo por mandato de alguien hasta conseguir la victoria en una batalla. Se paró el sol, pero el tiempo siguió pasando. La batalla se prolongó y terminó en el espacio de tiempo necesario para darse y concluirse.

En consecuencia, veo que el tiempo es una cierta extensión. ¿Lo veo así o me parece verlo? Mi luz y verdad, tú me lo mostrarás.

24

¿Me mandas que apruebe a quien afirme que el tiempo es el movimiento del cuerpo? No me lo mandas. Pues te oigo decir que ningún cuerpo se mueve más que en el tiempo. Pero no te oigo decir que el tiempo sea el movimiento de un cuerpo. Cuando se mueve un cuerpo me valgo del tiempo para medir la duración del movimiento del cuerpo, desde que comienza a moverse hasta que acaba. Y si no lo veo comenzar a moverse y sigue moviéndose ?ni veo tampoco cuándo acaba- no puedo medir su duración. A no ser que comience a contarla desde que lo vi hasta que dejé de verlo. Si lo vi durante mucho tiempo, sólo podré afirmar que se estuvo moviendo por largo rato. Pero nunca podré decir cuánto. No se puede decir ?cuánto? sino en relación a otra cosa. Así, por ejemplo: ?tanto es esto cuanto aquello?, o ?esto es el doble comparado con aquello?. Y otras cosas semejantes.

Pero si pudiésemos comprobar los espacios de los lugares de dónde y hacia dónde se dirige el cuerpo en movimiento o sus partes, si se mueve sobre sí mismo como sobre su propio eje, entonces podríamos averiguar cuánto tiempo ha durado el movimiento del cuerpo o de sus partes desde un lugar a otro. Si, por tanto, el movimiento de un cuerpo es distinto a la medida de la duración de ese mismo movimiento, ¿quién no deja de ver cuál de los dos debamos llamar tiempo con más propiedad? Porque cuando un cuerpo se mueve ?unas veces de una manera y otras de otra- o cuando está parado, no sólo medimos su movimiento por el tiempo, sino también su estado de reposo. Y decimos: ?Estuvo parado tanto como en movimiento? o ?estuvo parado el doble o el triple del tiempo que en movimiento?. Y así, más o menos, como suele decirse, cualquier otra circunstancia que aprecie o estime nuestra dimensión.

Luego el tiempo no es el movimiento del cuerpo.

25

Te confieso, Señor, que todavía no sé lo que es el tiempo. De la misma manera te confieso que estoy diciendo estas cosas en el tiempo, que ?ha mucho? que estoy hablando del tiempo y que este ?mucho tiempo? no sería tal si no fuera por la duración del tiempo. ¿Y cómo sé yo esto, si no sé todavía lo que es el tiempo? ¿Será quizá porque no acierto a explicar lo que ya sé? ¡Ay de mí, que ni siquiera sé lo que no sé! En tu presencia estoy, Dios mío, y no miento. Como hablo, así lo siento en mi corazón. Tú eres, Señor, mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas.

26

¿No es, acaso, verdadera mi confesión cuando te confiesa que mido el tiempo? Sí, cierto es que lo mido, Dios mío, pero no sé lo que mido. Por medio del tiempo mido el movimiento de los cuerpos. Pero ¿no mido también el tiempo mismo? Pero ¿podría medir el movimiento de un cuerpo ?esto es, cuánto ha durado y cuánto ha tardado un cuerpo en desplazarse entre dos puntos- si no midiese el tiempo en que se mueve?

¿De qué me sirvo para medir el tiempo? ¿Acaso medimos el tiempo más largo por uno más corto a la manera que con la longitud de un codo medimos la de un banco? Del mismo modo medimos una sílaba larga por una breve, y decimos de ella que es doble. De este mismo modo medimos la extensión de un poema por la extensión de los versos y la extensión de éstos por la de sus pies. La de los pies por las sílabas, y la de las sílabas largas por la de las breves. No las medimos por las páginas ?así se miden los lugares, no los tiempos-. Las medimos cuando las pronunciamos. Entonces pasan las palabras y decimos: ?Tal poema es largo?, porque consta de tantos versos. ?Aquellos versos son largos?, porque constan de tantos pies. ?Ésta es larga?, pues es doble respecto a la breve.

Pero ni siquiera ésta es una medida precisa de captar el tiempo. Puede suceder que un verso más breve dure mayor espacio de tiempo ?por ejemplo, si se pronuncia lentamente- que otro más largo pronunciado más deprisa. Y lo mismo puede decirse de un poema, de un pie y de una sílaba.

Por ello, me parece que el tiempo no es otra cosa que una cierta extensión. Pero no sé de qué cosa. Me pregunto si no será de la misma alma. Porque te pido que me digas, Dios mío, ¿qué es lo que mido cuando digo de una forma indefinida ?este tiempo es más largo que aquél?, o cuando hablo de forma precisa y digo ?este tiempo es el doble del otro?? Bien sé que mido el tiempo. Pero no mido el futuro que todavía no existe. Tampoco mido el presente, porque no tiene extensión. Mucho menos el pasado, ya que no existe. ¿Qué es lo que mido entonces? ¿Mido acaso el tiempo que pasa y no el pasado? Así lo dije ya más arriba.

27

Prosigue, alma mía, y presta mucha atención. Dios es nuestra ayuda. Él nos ha hecho y suyos somos. Fíjate por dónde amanece la verdad.

Imagina, por ejemplo, una voz emitida por un cuerpo que empieza a sonar y suena una y otra vez. De repente cesa y se hace silencio. Y aquella voz es ya pasado y deja de existir. Antes de sonar era futuro y no se podía medir, porque todavía no existía. Pero tampoco ahora puede medirse, pues ya no existe. Sólo podía medirse mientras sonaba, porque entonces había algo que medir. Pero ni siquiera entonces se detenía, pues se movía y pasaba. ¿Acaso por esto era más fácil de medir? Mientras pasaba se alargaba en un espacio de tiempo en que podía medirse, pues el presente carece de espacio alguno. Demos que podía medirse. Entonces imaginemos otra voz que empieza a sonar y sigue sonando de forma seguida e ininterrumpida. Midámosla mientras suena. Cuando deja de oírse ya habrá pasado y no habrá nada que medir. Midámosla en su integridad y demos su duración justa.

Imaginemos ahora que la voz sigue sonando y que no puede medirse sino desde el comienzo ?desde cuando empezó a oírse hasta el final-, cuando dejó de oírse. Pues lo que se mide es en realidad el intervalo entre un principio y un fin. Por esta misma razón, una voz que no ha terminado de sonar no puede medirse. Ni podemos decir ?qué larga o corta es?, ni que es igual a otra o que es sencilla o doble respecto a otra, ni cosas semejantes. Cuando haya acabado de sonar, esa voz no existe. ¿Cómo entonces, podrá medirse?

A pesar de todo, medimos el tiempo. No el que todavía no existe, ni el que ya no existe, ni el que no se alarga con alguna duración, ni el que no tiene términos. Por tanto, ni medimos el futuro, ni el pasado, ni el presente, ni el que va pasando. Y, no obstante, medimos el tiempo.

El verso Deus creator omnium (Dios creador de todas las cosas) está compuesto de ocho sílabas breves y largas, alternativamente. Las cuatro breves ?primera, tercera, quinta y séptima- son sencillas respecto de las cuatro largas ?segunda, cuarta, sexta y octava-. Cada una de éstas dura doble tiempo con respecto a cada una de las breves. En cuanto mi oído me permite sentirlas, las pronuncio, repito y compruebo. Si mi oído es fino, llego hasta a medir la sílaba larga por la breve, advirtiendo que la larga dura exactamente el doble.

Pero cuando una suena después de otra, si la primera, por ejemplo, es breve y la segunda larga, ¿cómo retendré la breve y cómo la aplicaré a la larga y así comprobar que la larga dura justamente el doble? Pues la larga no empieza a sonar hasta que ha dejado de sonar la breve. ¿Y acaso mido a la misma larga como presente, dado que no la puedo medir hasta que ha acabado de sonar? Y haber acabado vale tanto como haber ya pasado. ¿Qué es, pues, lo que mido? ¿Dónde está la breve con la que mido? ¿Dónde está la larga que he de medir? Ambas sonaron, volaron, pasaron y ya no existen. A pesar de ello, yo las mido, y con toda la seguridad que me da el sentido experimentado afirmo que la una es sencilla y la otra doble, en duración de tiempo, se entiende. Y no puedo hacer este juicio, sino después que ambas han pasado y han acabado de sonar. Luego lo que mido no son las mismas sílabas que ya no existen, sino algo que quedó en mi memoria y que está grabado en ella.

En ti, alma mía, mido yo el tiempo. No me vengas ahora con que el tiempo es otra cosa. Ni te perturbes por la multitud de tus sensaciones. En ti misma, repito, es donde mido yo el tiempo. Lo que mido es aquella misma sensación impresa por las cosas que pasan y que queda impresa en ti después que han pasado. No mido las que han pasado dejando esa sensación. Luego, o esta impresión es el tiempo o no mido el tiempo.

¿Y qué sucede cuando medimos el silencio y decimos que tal silencio duró como aquella voz? ¿No extendemos nuestro pensamiento a medida de la voz, como si sonase y así poder determinar algo de las pausas o intervalos de silencio habidos en un espacio de tiempo? Es claro que, sin hablar y abrir la boca, podemos recitar mentalmente poemas, versos y cualquier discurso, así como cualquier clase de movimiento medible. Nos damos cuenta también de la duración del tiempo y de la relación que hay de un tiempo a otro, y lo hacemos del mismo modo que si habláramos de estas cosas o las recitáramos en voz alta.

Pongamos el ejemplo de un hombre que quiere emitir un sonido prolongado y decide de antemano la largura de éste. Dicho hombre pensó en silencio, sin duda alguna, el espacio de dicho tiempo y lo encomendó a la memoria. Luego comenzó a emitir aquel sonido hasta los límites prefijados. Ciertamente la voz se oyó y se oirá. Porque la parte de aquella voz que fue pronunciada ya se oyó. La parte que queda se oirá y de esta manera llegará a su fin. Mientras tanto, la atención presente del hombre relega el futuro al pasado. De esta manera, el pasado aumenta en la medida que disminuye el futuro, hasta que el futuro quede completamente absorbido y se haga todo pasado.

28

¿Pero cómo se disminuye o se absorbe el futuro que todavía no existe? O ¿cómo aumenta el pasado que ya no existe? No por otra razón, sino porque el alma ?que regula este proceso- realiza estas tres funciones: espera, atiende y recuerda. El futuro que espera, pasa por el presente ?al que está atento- hacia el pasado que recuerda.

¿Puede negar alguien que el futuro todavía no existe? Sin embargo, existe en el alma la expectación de futuro. ¿Hay alguien que pueda negar que el pasado ya no existe? A pesar de ello, hay todavía en el alma la memoria del pasado. ¿Y quién podrá negar que el presente carece de extensión, pues se da en tu punto? Con todo, la atención persiste porque pasa lo que existe a la existencia. No es, por tanto, el futuro lo que es largo. Un futuro largo es la larga expectación del futuro. Tampoco es largo el pasado, que ya no existe. Un pasado largo es un largo recuerdo o memoria del pasado.

Supongamos que me dispongo a cantar una canción que aprendí. Antes de comenzar, mi expectación se extiende a toda ella. Pero, una vez comenzada, lo que quito de aquella expectación para el pasado hace extender mi recuerdo en la misma medida. De esta manera se extiende la vida de esta acción mía en la memoria por lo que acabo de cantar, y en la expectación por lo que todavía me queda por cantar. Pero mi capacidad de atención sigue presente y por ella pasa lo que era futuro para convertirse en pasado. Mientras se repite esto, tanto más se reduce la expectación cuanto más se alarga el recuerdo, hasta que la expectación llegue a reducirse por completo, cuando acabada mi acción pase a la memoria.

Y lo que sucede con la canción completa, sucede asimismo con cada una de sus partes y con cada una de sus sílabas. Y esto mismo sucede con otra acción más larga, de la que esa canción pudiera ser una parte. Y así con toda la vida de los humanos, de la que todas sus acciones son partes. Y así también con toda la historia de la humanidad, de la que la vida de cada hombre es parte.

29

Pero tu misericordia es mejor que la vida. Mi vida, en cambio, ha sido una disipación. Y tu diestra me sostiene, en mi Señor, el Hijo del Hombre, que es mediador entre ti, que eres uno, y nosotros, que somos muchos, dispersos en muchas cosas por infinidad de cosas. Soy sostenido para que alcance aquello en lo que yo mismo he sido alcanzado y recupere, siguiéndole a él solo, los días perdidos. Miraré hacia adelante, olvidándome de todo lo pasado, sin extender mi deseo a las cosas futuras y transitorias, sino estando atento a las que están delante de nosotros. No es la distracción sino la atención la que me lleva en este camino hacia la palma de la vocación de lo alto, donde oiré la voz de tu alabanza y contemplaré tu gozo, que no viene ni pasa.

Pero ahora mis años no son más que gemidos. Tú, en cambio, eres eterno, mi consuelo, mi Padre y mi Señor. Yo me he consumido en el tiempo, cuyo orden desconozco. Mis pensamientos ?lo más íntimo de mi alma- se ven despedazados por la tumultuosa multitud de variedades, hasta que me funda en ti, purificado y derretido en el fuego de tu amor.

30

Entonces tomaré forma y me solidificaré en tu verdad. Ya no tendré que aguantar las preguntas de los hombres que, por la dolencia que padecen en castigo de su pecado, quieren beber más de lo que pueden y dicen: ?¿Qué hacía Dios antes de hacer el cielo y la tierra?? O bien: ?¿Por qué se le ocurrió la idea de hacer algo, si antes no había hecho absolutamente nada??.

Que piensen bien lo que dicen ?te lo suplico, Señor- y vean que no puede decirse ?nunca? allí donde no hay tiempo. Si, pues, se dice que ?nunca? hizo nada, ¿qué otra cosa se dice sino que en ningún tiempo hizo nada? Sepan, pues, que no puede haber tiempo sin criatura. Y dejen de hablar tal insensatez.

Que se lancen a lo que está por delante y que entiendan que antes de todos los tiempos eres tú el creador de ello. Que sepan que no hay tiempo ni criatura alguna que sea coeterna contigo, aunque alguna criatura esté por encima del tiempo.

31

¿Cuál es, Señor Dios mío, el seno de tu hondo misterio? ¡Cuán lejos de él me han arrojado las secuelas de mis pecados! Cura mis ojos y me gozaré contigo en tu luz.

Es claro que de existir un alma dotada de tal ciencia y presciencia que conociera las cosas pasadas y futuras ?lo mismo que yo conozco una canción popularísima- esa alma sería sobremanera admirable. Nos dejaría estupefactos y horrorizados ante el pensamiento de que nada de la historia del pasado ni de lo que ha de suceder en los siglos venideros se le oculta. Sería algo así como cuando yo canto dicha canción, que no se me oculta nada. Pues sé qué y cuánto ha pasado desde que comencé a cantarla y qué y cuánto queda para acabarla.

No quieras pensar de mí, creador del universo, creador de las almas y de los cuerpos, sí, lejos de mí pensar que tú conoces de este modo las cosas futuras y las pasadas. Sí, tu modo de conocerlas es mucho más maravilloso y profundo. A ti ?inmutablemente eterno, esto es, creador y verdaderamente eterno de las inteligencias- no te sucede lo que al que canta u oye cantar una canción conocida. El efecto de éste cambia y sus sentidos se relajan ante la expectación de las palabras futuras y la memoria de las pasadas. Del modo, pues, que conociste en el principio el cielo y la tierra sin cambio en tu conocimiento, así también hiciste en el principio el cielo y la tierra sin cambio en tu acción.

Que te alabe, pues, quien esto entienda. Que te alabe también quien no lo entienda. ¡Qué excelso eres! Tu morada, sin embargo, está en los humildes de corazón. Tú levantas a los caídos. Y no caen los que se refugian en tu altura.

San Agustín. Confesiones.

Erasmo de Rotterdam. El hombre interior y la reforma de la religiosidad

De: irichc  (Mensaje original) Enviado: 25/02/2004 10:05

De las armas del caballero cristiano

Considero de una especial importancia para el entrenamiento en esta milicia que conozcas y prestes atención al género de armas y a la clase de enemigos con los que has de entrar en combate. Y ello para que las tengas siempre a mano, no sea que aquel habilísimo espía te halle desarmado y descuidado.

Sucede a veces que en las guerras entre hombres se permite descansar, bien porque el enemigo inverna, bien porque hay treguas. Pero a nosotros, mientras militamos en el cuerpo, no se nos permite apartar ni un dedo de las armas -como se dice vulgarmente-. Hay que estar siempre en trance de combate y no se puede bajar la guardia, porque nuestro enemigo no descansa. Cuando parece que está tranquilo, cuando finge la huida o la tregua, entonces urde mayores engaños. Nunca es menester andar más sobre aviso que cuando despliega el señuelo de la paz. Y nunca hemos de temerle menos que cuando nos acomete en guerra abierta.

El primer cuidado, pues, ha de ser que nuestra alma no esté inerme. Si armamos este cuerpecillo para no temer la daga del ladrón, ¿no armaremos con más razón el alma para que esté a salvo? Se arman los enemigos para perdernos, ¿y tendremos pereza en armarnos para no perecer? Velan ellos para matarnos, ¿y no velaremos nosotros para escapar incólumes?

De las armas cristianas hablaremos en concreto más adelante. Ahora hablaré sucintamente de las dos armas de que ha de disponer quien empieza a luchar con siete tribus como los cananeos, ceteos, amorreos, fereceos, gergeceos, jeveos y jebuseos, por no enumerar más que los siete capitales. San Pablo quiere que estemos siempre armados, y para ello nos manda orar sin cesar. La oración constante eleva nuestro espíritu hacia el cielo, ciudadela inaccesible a los enemigos. La ciencia, a su vez, pone la mente en contacto con las ideas saludables. Nunca la una ha de faltar a la otra:

“Que la una tienda la mano a la otra y, como amigas, lleguen a un mismo parecer” (Horacio, Ars Poetica, 410-411)

La oración pide, pero la ciencia sugiere lo que hay que pedir. La fe y la esperanza hacen que uno ore con fervor y sin desfallecer, como dice Santiago.

La ciencia, a su vez, enseña cómo orar en nombre de Jesús, esto es, a pedir cosas saludables. Los hijos del Zebedeo oyeron que Cristo les decía: “no sabéis lo que pedís”.

La oración es, por consiguiente, más poderosa, pues habla con Dios; la ciencia no es, sin embargo, menos necesaria. Habiendo escapado de Egipto, no estoy tan seguro que emprendas un viaje tan largo y azaroso si no es de la mano de estos dos capitales: Moisés y Aarón. Este, por su condición de sacerdote, simboliza la oración. Moisés, en cambio, representa el conocimiento de la ley. Pero, así como es necesario que la ciencia no falte, así no conviene que la oración desfallezca. Moisés se enfrenta a sus enemigos con las armas de la oración, pero siempre con las manos en alto. Y siempre que las dejaba caer, Israel llevaba las de perder.

Cuando oras, ¿piensas acaso en los muchos salmos que recitas? ¿Crees que en el mucho hablar está la virtud de la oración? Y éste es el vicio principal de aquellos que son como niños principiantes en la letra sin llegar nunca a la madurez del espíritu. Oye lo que nos enseña Cristo por San Mateo: “Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis, pues, como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo”. Y San Pablo tiene en más cinco palabras bien sentidas que diez mil pronunciadas por la boca. Moisés no pronunciaba palabra alguna y, sin embargo, oyó la respuesta: “¿Por qué clamas a mí?”

No el grito de los labios, sino el deseo ardiente del espíritu es el que hiere -como voz penetrante- los oídos de Dios. Pon, pues, en práctica este consejo: tan pronto como el enemigo te acometa y cuando los vicios que dejaste vuelvan a la carga, has de levantar tus pensamientos al cielo, de donde te ha de venir la ayuda. Pero habrás de levantar también las manos en alto. Cosa muy segura es ocuparse en obras de caridad, de manera que tus actos no se dirijan a cosas terrenas, sino sólo a Cristo.

Considera, sin embargo, esto para no despreciar el apoyo de la ciencia: en determinado momento bastó a Israel con huir de su enemigo. Nunca se atrevió a provocar a los amalecitas y a luchar contra ellos mano a mano hasta que les fortaleció el maná bajado del cielo y el agua brotada de la roca. Reanimado con este alimento, aquel egregio luchador David despreció a toda la hueste de sus enemigos: “Tú preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios”.

Créeme, hermano mío muy amado: no hay acometida tan violenta del enemigo, ni tentación tan fuerte que no rechace fácilmente el ardiente estudio de las letras sagradas, ni adversidad tan triste que no hagan tolerable. Y para que no pienses que soy intérprete un tanto audaz -aunque podría citar a mi favor a grandes autores-, ¿qué más apto que el maná para significar la ciencia de la antigua ley? En primer lugar, dado que el maná no llovía de la tierra sino del cielo, indica la diferencia entre las letras humanas y divinas, pues toda la Escritura Santa está inspirada por Dios, su autor. El que sea poca cosa, denota la humildad del lenguaje, que en palabras llanas y casi sórdidas, encierra altos misterios. En segundo lugar, por ser blanco. No hay doctrina humana que no esté viciada por la negrura de algún error. Sólo la doctrina de Cristo es toda pura, toda blanca, toda ella sincera. El hecho de que sea un tanto dura y áspera nos adentraen su significado oculto escondido en el sentido literal. Si uno se contenta solamente con la superficie y, por así decirlo, con la cáscara, ¿podrá encontrar algo más duro y amargo? Sólo los que gustaron de la corteza del maná pudieron decir: “Dura es esta palabra, ¿quién puede escucharla?”. Saca la médula del sentido espiritual y verás que nada hay más dulce y nutritivo.

Finalmente, en hebreo maná significa “¿Qué es esto?”. Significado que cuadra muy bien a la Sagrada Escritura, en la que no sobra nada, y en la que no hay ni una tilde que no sea digna de investigación o estudio. Y también de admiración, y, por tanto, digna de que nos preguntemos: “¿qué es esto?”.

Por otra parte, llamar agua al conocimiento de la ley divina es una práctica común del Espíritu Santo. Leemos, en efecto, de las aguas refrescantes en las que David se gloría haber sido criado. Aguas de la ley, que la Sabiduría conduce hasta las entradas de sus caminos. Aguas del río místico de Ezequiel que no podía vadear una vez entrado en él. Aguas de los pozos cavados por Abrahán, cubiertos de tierra por los filisteos y nuevamente abiertos por Isaac. Aguas de las doce fuentes de la Ley en las que los israelitas desfallecidos se reanimaron durante cuarenta jornadas. Aguas del pozo del evangelio, en el que se sentó Jesús, cansado del camino. Aguas de Siloé en las que el mismo Jesús envió al ciego a recobrar la vista. Aguas derramadas por él en la jofaina para lavar los pies de los discípulos. Y, por no citarlas todas una por una, la alusión frecuente en las Sagradas Escrituras a pozos, fuentes y ríos nos sugiere nada menos que una diligente indagación del significado secreto de las mismas. Porque ¿qué significa el agua escondida en las venas de la tierra más que los misterios encubiertos bajo la letra? ¿Qué es brotar el agua de la tierra sino el misterio descubierto y patente? Y cuando se manifiestan en anchura y profundidad para edificación de los oyentes, ¿qué impide llamarlas río?

Por tanto, si te entregas totalmente al estudio de la Escritura día y noche y te ejercitas en la Ley del Señor no temerás los peligros del día ni de la noche, y te hallarás armado contra la acometida y el asalto del adversario. A pesar de ello, no descartaría del todo que, para iniciarse en esta milicia, una persona novel como tú se ensayase en las obras de los poetas y filósofos paganos. Cuide, con todo, que sea con moderación, de acuerdo a su edad, y como de paso. Que no se detenga, como queriendo envejecer ante las seducciones de las sirenas. A estudios como éstos invitaba San Basilio a los jovencitos a quienes ejercitaba en las virtudes cristianas. Y nuestro San Agustín invitaba a su amigo Licencio a volver a las musas. Tampoco San Jerónimo se arrepiente de haber amado a la sierva cautiva. Y se alaba a San Cipriano por haber enriquecido el templo del Señor con los despojos de Egipto.

Pero en modo alguno quisiera que con el estudio de la literatura se te pegaran las costumbres paganas. Por otra parte, hallarás en ellas muchas cosas de provecho para bien vivir: no se ha de despreciar lo bueno aunque sea pagano quien lo enseña, como lo hizo Moisés no despreciando el consejo de su suegro Jetró. La literatura pagana forma y vigoriza el ingenio de los niños y los prepara maravillosamente para el conocimiento de la Escritura, ya que adentrarse en ella con pies y manos sucias es casi una especie de sacrilegio. San Jerónimo tacha de descaro el de aquellos que recién salidos de los estudios profanos se atreven a exponer las Sagradas Escrituras. ¡Y cuánto más insolente es el proceder de quienes sin gustar los primeros se atreven a las segundas!

Te diré, no obstante, esto: Así como la Sagrada Escritura produce poco fruto si te paras y contentas con la letra, de la misma manera, la poesía de Homero y Virgilio será de no pequeña utilidad si tienes en cuenta que toda ella es alegórica, cosa que nadie negará por poco que haya gustado la sabiduría de los antiguos. Te aconsejaría también no acercarte a los poetas obscenos -o al menos no estudiarlos en profundidad- a menos que pretendas aborrecer los vicios descritos en sus obras y, por la privación de las cosas torpes, llegues a amar con más vehemencia las celestiales. Preferiría también que de entre los filósofos siguieras a los platónicos, ya que tanto en sus ideas como en su manera de hablar se acercan al modelo de los profetas y del evangelio.

En resumen, aprovechará el estudio de la literatura pagana si, como he dicho, se hace en la edad adecuada y con moderación, con cautela y deleite. Y todo como quien va de camino y pasa de largo, sin detenerse. Finalmente, lo más importante: que en todo se haga referencia a Jesucristo. Para los puros todo es puro, para los impuros, en cambio, nada es limpio. Nada se te reprochará si, a ejemplo de Salomón, alimentas en casa sesenta reinas, ochenta concubinas y las innumerables doncellas de las ciencias seculares con tal de que la sabiduría divina sea tu única paloma, tu única amada y la más hermosa entre todas. Así el israelita, prendado de su belleza, amaba a una extranjera y bárbara, pero después de haberla cortado el cabello y las uñas, hacía de ella una israelita. El profeta Oseas casó con una prostituta, pero de ella tuvo hijos no para sí, sino para el Dios de Sebaot, y la pasión consagrada del profeta aumentó la familia del Señor. Después que los hebreos dejaron Egipto comieron durante un tiempo pan sin levadura, pero este alimento era temporal ni podía servir para un camino tan largo. Así pues, tan pronto como sientas el hastío has de volver al maná de la sabiduría divina. Ésta te alimentará y te hará fuerte hasta que consigas triunfalmente la palma inmarcesible del premio.

Mientras tanto, recuerda una y otra vez que no debes tocar la Sagrada Escritura sino con manos limpias, es decir, con pureza total de espíritu. De lo contrario, el antídoto se convertirá por tu vicio en veneno, y el maná se pudrirá. Recuerda que, si no lo digieres interiormente, te sucederá lo mismo que a Oza, quien temerariamente osó poner sus manos profanas sobre el arca que se balanceaba, y pagó con su muerte súbita su arriesgado servicio.

Y lo primero que has de entender es el valor de estos escritos. Piensa que, siendo como son verdaderos oráculos, proceden del más profundo secreto de Dios. Si te acercas a ellos con reverencia, veneración y humildad, te sentirás poseído de su fuerza, inefablemente raptado y transfigurado. Experimentarás las delicias del esposo feliz, gustarás las riquezas de Salomón y saborearás los tesoros escondidos de la eterna sabiduría. Pero cuida de no irrumpir de malos modos en sus aposentos. Mira que la puerta es pequeña, no sea que tropieces con la cabeza y caigas de espalda.

Considera, pues, que nada de lo que ves con tus ojos y tocas con tus manos es tan real como las verdades que aquí lees. Pasarán el cielo y la tierra, pero ni una sola jota o ápice de la palabra de Dios pasará sin que se cumpla. Los hombres se engañarán y errarán, pero la palabra de Dios ni engaña ni yerra.

De los intérpretes de la Sagrada Escritura has de elegir todos aquellos que más se apartan de la letra. Tales son, por ejemplo, después de San Pablo, Orígenes, San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín. Veo que los más modernos teólogos se adhieren demasiado alegremente a la letra y gastan sus energías más en sutilezas capciosas que en iluminar el sentido oculto, como si San Pablo no hubiera dicho que nuestra ley es la del espíritu.

He oído a algunos de estos teólogos tan prendados de sus insignificantes comentarcillos, que llegaban a despreciar -como si de sueños se tratara- las interpretaciones de los antiguos. Tal confianza les inspiraba Duns Scoto que, incluso sin leer los textos sagrados, se consideraban a sí mismos maestros en teología. Que otros juzguen si, a pesar de decir cosas sutilísimas, han dicho cosas dignas del Espíritu Santo. Si tú prefieres la solidez del espíritu a la habilidad en la disputa, si buscas el alimento del alma más que la agudeza del ingenio, da vueltas a los autores antiguos cuya santidad está más probada, su doctrina más abundosa y más sólida, su estilo ni seco ni sórdido, y su interpretación más acomodada a los sagrados misterios.

Y digo esto no porque desprecie a los modernos, sino porque prefiero lo más provechoso y lo que más conviene a tu propósito. El espíritu de Dios tiene su propio lenguaje y sus símbolos, que has de procurar estudiar con todo cuidado. La Sabiduría divina nos balbucea y, como madre solícita, acomoda sus palabras a nuestra infancia. Ofrece leche a los que son niños en Cristo y hierbas y legumbres a los enfermos. Te has de dar prisa a crecer y aspirar a un alimento sólido. Si ella se abaja a su pequeñez, tú, a tu vez, deberías levantarte hacia su grandeza. Es contra naturaleza permanecer siempre niño, y demasiada pereza querer estar siempre enfermo. Mejor te sabrá y te aprovechará más entender un versículo -si rompes la cáscara y llegas al meollo- que si cantas todo el salterio al pie de la letra. Cosa que te advierto con insistencia, porque sé bien por experiencia que este error no sólo se ha apoderado de gente vulgar, sino de personas que por hábito y nombre profesan la religión completa.

Piensan éstos que la suma piedad consiste en recitar cada día de forma literal y casi sin entenderlos el mayor número posible de salomos. Y, según creo, la causa de esto no es otra que el enfriamiento, la languidez y desvanecimiento de la piedad monástica en la que envejecen los monjes sin buscar el conocimiento espiritual de las Escrituras. No oyen la voz de Cristo que clama en el Evangelio: “La carne no aprovecha nada, el espíritu es el que da vida”. Tampoco escuchan a Pablo que corrobora a su Maestro: “La letra mata, el espíritu vivifica”. “Y sabemos que la ley es espiritual, no carnal”. “Expresando realidades espirituales en términos espirituales”. En otro tiempo, el Padre de las cosas espirituales quería ser adorado en lo alto de un monte, pero ahora quiere “ser adorado en espíritu”.

(…)

Erasmo de Rotterdam. Enquiridion o manual del caballero cristiano.

Eckhart. Los pobres de espíritu.

De: irichc  (Mensaje original) Enviado: 25/02/2004 10:03

Beati pauperes spiritu, quonian ipsorum est regnum caelorum [Mt 5, 3]

La bienaventuranza abrió su boca de sabiduría y dijo: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” [Mt 5, 3]

Todos los ángeles y los santos y todo cuanto jamás ha nacido debe callar cuando habla la sabiduría del Padre, pues toda sabiduría de los ángeles y de las criaturas es pura locura ante la sabiduría insondable de Dios. Ella ha dicho que los pobres son aventurados.

Ahora bien, hay dos tipos de pobreza: una pobreza exterior, que es buena y digna de elogio en la persona que la toma consigo por amor de Nuestro Señor Jesucristo, porque él mismo la asumió en la tierra. De esa pobreza no quiero decir nada más, pero hay todavía otra pobreza, una pobreza interior, es la que hay que entender en la palabra de nuestro Señor, cuando dice: “Bienaventurados son los pobres de espíritu”.

Ahora os pido que seáis de la misma manera, para que entendáis estas palabras: pues, por la verdad eterna, os digo que si no os hacéis semejantes a esa verdad de la que ahora vamos a hablar aquí, no podréis comprenderme.

Algunas personas me han preguntado qué es la pobreza en sí misma y qué es un hombre pobre. Vamos a responder.

El obispo Alberto dice que un hombre pobre es aquel que no encuentra satisfacción en las cosas que Dios ha creado, lo cual está bien dicho. Pero nosotros lo vamos a decir todavía mejor y consideramos la pobreza en un sentido superior: un hombre pobre es el que nada quiere, nada sabe y nada tiene. Queremos hablar de esos tres puntos y os ruego, por el amor de Dios, que comprendáis esa verdad si podéis; pero si no la comprendéis, no os preocupéis por ello, pues la verdad de lo que voy a hablar es tan genuina que sólo poca gente buena la comprenderá.

En primer lugar decimos que un hombre pobre es aquel que no quiere nada. Alguna gente malinterpreta este sentido; son aquellos que se apegan a la penitencia y al ejercicio exterior, que ellos tienen en gran consideración. Que Dios se apiade de ellos por conocer tan mal la verdad divina. Se les llama santos en razón de las apariencias, pero en el interior son asnos, pues no saben discernir la verdad divina. Ellos dicen que un hombre pobre es aquel que no quiere nada y lo demuestran como sigue: el hombre pobre debe vivir de forma que no cumpla jamás su propia voluntad en nada y que deba esforzarse por cumplir la deliciosa voluntad de Dios. Esos hombres están bien encaminados y su opinión es correcta, por eso queremos alabarlos. Dios quiera en su misericordia darles el reino de los cielos. Pero yo digo, por la verdad divina, que esa gente no es exactamente gente pobre, ni se parece a los pobres. Son vistos con grandeza a los ojos de la gente que no sabe nada mejor. Y sin embargo digo que son asnos, que no entienden nada de la verdad divina. Que alcancen el reino de los cielos por sus buenas intenciones, pero de la pobreza de la que ahora hablamos no saben nada.

Si alguien me pregunta, ahora, qué es un hombre pobre que nada quiere, contesto y digo: mientras el hombre tenga la voluntad de cumplir la preciosa voluntad de Dios, no posee la pobreza de la que hablamos; pues en él todavía hay una voluntad que quiere satisfacer a Dios y eso no es la pobreza correcta. Pues si el hombre quiere ser verdaderamente pobre debe mantenerse tan vacío de su voluntad creada como hacía cuando él todavía no era. Pues, por la verdad eterna, os digo que mientras queráis cumplir con la voluntad de Dios y tengáis deseo de Dios, no seréis pobres, ya que sólo es un hombre pobre el que nada quiere y nada desea.

Cuando estaba en mi primera causa no tenía ningún Dios y yo era causa de mí mismo; allí nada quise y nada deseé, ya que era un ser vacío y me conocía a mí mismo gozando de la verdad. Me quería a mí mismo y no quería otra cosa; lo que yo quise es lo que fui y lo que fui es lo que quise, quedando aquí vacío de Dios y de todas las cosas. Pero cuando por libre decisión de mi voluntad salí y recibí mi ser creado, entonces tuve un Dios; pues antes de que las criaturas fueran, Dios no era [todavía] Dios: pero era lo que era. Y cuando las criaturas llegaron a ser y recibieron su ser creado, entonces Dios no era Dios en sí mismo, sino que era Dios en las criaturas.

Ahora decimos que Dios, en tanto que es Dios, no es fin último de las criaturas; pues tan alto grado en el ser [también] tiene la criatura más baja. Y si una mosca tuviera intelecto y quisiera dirigirse intelectualmente al abismo eterno del ser divino, del que ha provenido, entonces diríamos que Dios, con todo lo que es en tanto que Dios, no podría [una sola vez] dar a esa mosca plenitud ni satisfacción. Por eso rogamos a Dios que nos vacíe de Dios y que alcancemos la verdad y la disfrutemos eternamente, allí donde los ángeles supremos y las moscas y las almas son iguales, allí, donde yo estaba y quise lo que fui y fui lo que yo quise. Por eso decimos: si el hombre quiere ser pobre en voluntad, debe poder querer y desear tan poco como quiso y deseó cuando no era. Así es el hombre pobre que no quiere nada.

Por otro lado es pobre el hombre que no sabe nada. Hemos dicho a menudo que el hombre debería vivir de tal manera que no viviera para sí mismo, ni para la verdad, ni para Dios. Pero ahora esto lo vamos a decir de otra manera, y vamos a ir más lejos si decimos que el hombre que quiera tener esa pobreza debe vivir de tal manera que ignore que no vive ni para sí mismo, ni para la verdad, ni para Dios; es más, debe estar tan vacío de todo saber que no sepa ni conozca ni encuentre que Dios vive en él; es más: debe estar vacío de todo conocimiento que habite en él. Pues cuando el hombre estaba en el ser eterno de Dios, no vivía en él nada más; es más, lo que allí vivía era él mismo. Por eso decimos que el hombre debe estar vacío de sí mismo, tal como lo era cuando [todavía] no era, y dejar actuar a Dios como él quiera, para que el hombre se mantenga vacío.

Todo lo que siempre proviene de Dios tiene por fin una acción pura. El obrar apropiado al hombre es, sin embargo, amar y conocer. Ahora bien, la cuestión es en qué consiste, esencialmente, la bienaventuranza. Algunos maestros han dicho que reside en el conocer, otros dicen que en el amor, otros incluso dicen que en el conocimiento y en el amor y éstos lo encuentran mejor. Nosotros, sin embargo, decimos que ni en el conocimiento ni en el amor; hay un algo en el alma de donde fluyen el conocer y el amar, que ni conoce ni ama como lo hacen las potencias del alma. Quien lo conoce [ese algo], conoce en qué consiste la bienaventuranza. Ese algo no tiene ni un antes ni un después y no espera nada por venir, pues no puede ni ganar ni perder nada. Por eso [ese algo] ignora que Dios actúa en él; es más, ese algo goza de sí mismo a la manera en que lo hace Dios. Tan quieto y vacío debe hallarse el hombre, decimos, que no sepa nada ni conozca lo que Dios actúa en él, y así el hombre puede poseer la pobreza. Los maestros dicen que Dios es un ser y un ser inteligible que conoce todas las cosas, pero nosotros decimos que Dios ni es un ser ni es inteligible, ni conoce esto ni lo otro. Por eso Dios está vacío de todas las cosas y [por ello] es todas las cosas. Quien, por tanto, quiera ser pobre de espíritu debe serlo en todo su saber propio, de forma que no sepa de nada, ni de Dios ni de las criaturas ni de sí mismo. Por eso es necesario que el hombre desee no saber nada de las obras de Dios ni las quiera conocer. En ese sentido el hombre consigue ser pobre en su propio saber.

En tercer lugar, un hombre pobre es quien no tiene nada. Mucha gente ha dicho que la perfección consiste en no poseer ninguna cosa material de la tierra, y es ciertamente verdad en la medida en que se hace a propósito. Pero éste no es el sentido que yo le doy.

Antes he dicho que un hombre pobre es aquel que no quiere cumplir la voluntad de Dios y que vive de tal forma que está vacío de su propia voluntad y de la de Dios, tal como lo era cuando [todavía] no era. De esta pobreza decimos que es la pobreza sublime. En segundo lugar hemos dicho que un hombre pobre es aquel que no sabe nada de la acción de Dios en sí mismo. Quien se halla tan libre de ese saber y conocer posee la pobreza más clara. La tercera pobreza, sin embargo, de la que ahora quiero hablar, es la más extrema, es aquella en la que el hombre no tiene nada.

¡Ahora atiende aquí con aplicación y seriedad! He dicho frecuentemente, y grandes maestros también lo dicen, que el hombre debería estar vacío de todas las cosas y obras, exteriores e interiores, de forma que pudiera ser un auténtico lugar de Dios, en donde Dios pudiera actuar. Ahora, sin embargo, decimos otra cosa. Si el hombre se mantiene libre de todas las criaturas y de Dios y de sí mismo, pero se halla tan en sí mismo, todavía, que Dios encuentra en él un lugar para actuar, entonces decimos que ese hombre no es pobre según la pobreza más extrema. Pues Dios no busca para sus obras que el hombre tenga un lugar en sí mismo, en donde Dios pueda actuar: la pobreza de espíritu es cuando el hombre permanece tan libre de Dios y de todas sus obras que, si Dios quiere actuar en el alma, sea él mismo el lugar en donde quiera actuar, y eso lo hace con agrado. Pues cuando Dios encuentra al hombre tan pobre, [entonces] actúa y el hombre sufre a Dios en sí mismo; Dios es un lugar propio para sus obras gracias al hecho de que Dios es alguien que obra en sí mismo. En esta pobreza reencuentra el hombre el ser eterno que él ya había sido y que ahora es y que será para siempre.

Hay una palabra de San Pablo que dice: “Todo lo que soy, lo soy por la gracia de Dios” [1 Cor 15, 10]. Pero ahora mi discurso parece mantenerse por encima de la gracia, del ser, del entendimiento y del querer; ¿cómo puede, entonces, ser verdad la palabra de San Pablo? A lo que habrá que contestar que las palabras de San Pablo son verdad. Fue necesario que la gracia de Dios estuviera con él: pues la gracia de Dios actuó en él para que la accidentalidad fuera consumada en la esencialidad. Cuando la gracia concluyó y completó su obra, entonces Pablo permaneció como había sido.

Por eso decimos que el hombre debería permanecer tan pobre que ni él mismo fuera un lugar, ni lo tuviera, en donde Dios pudiera actuar. En la medida en que el hombre conserva un lugar en sí mismo, entonces conserva [todavía] diferencia. Por eso ruego a Dios que me vacíe de Dios, pues mi ser esencial está por encima de Dios, en la medida en que comprendemos a Dios como origen de las criaturas. En aquel ser de Dios en donde Dios está por encima del ser y de toda diferencia, allí era yo mismo, allí me quise a mí mismo y me conocí a mí mismo en la voluntad de crear a este hombre [que soy yo]. Por eso soy la causa de mí mismo según mi ser, que es eterno, no según mi devenir, que es temporal. Y por eso soy no nacido y en el modo de mi no haber nacido no puedo morir jamás. Según el modo de mi no haber nacido he sido eterno y lo soy ahora y lo seré siempre. Lo que soy según mi nacimiento debe morir y aniquilarse, pues es mortal; por eso debe desaparecer con el tiempo. En mi nacimiento [eterno] nacieron todas las cosas y yo fui causa de mí mismo y de todas las cosas, y si [yo] hubiera querido no habría sido ni yo ni todas las cosas; pero si yo no hubiera sido, tampoco habría sido Dios: que Dios sea Dios, de eso soy yo una causa; si yo no fuera, Dios no sería Dios. Esto es preciso saberlo.

Un gran maestro dice que su atravesar es más noble que su fluir, y esto es cierto. Cuando fluí de Dios todas las cosas dijeron: Dios es; pero eso no me puede hacer bienaventurado, pues en eso me reconozco criatura. En el atravesar, sin embargo, en donde permanezco libre de mi propia voluntad y de la voluntad de Dios y de todas sus obras y de Dios mismo, entonces estoy por encima de todas las criaturas y no soy ni Dios ni criatura, soy más bien lo que fui y lo que seguiré siendo ahora y siempre. Entonces siento un impulso que me debe lanzar por encima de todos los ángeles. En dicho impulso siento una riqueza tan grande que Dios no me puede bastar con todo lo que Dios es, en cuanto Dios, con todas sus obras divinas; pues en ese atravesar me doy cuenta de que yo y Dios somos uno. Entonces soy lo que fui y allí ni decrezco ni crezco, pues soy una causa inamovible, que mueve todas las cosas. En todo eso Dios no encuentra ningún lugar [más] en el hombre, pues el hombre consigue con esa pobreza lo que él es eternamente y lo que siempre será. En todo eso Dios es uno con el espíritu y ésa es la extrema pobreza que se puede encontrar.

Quien no comprenda este discurso no debe afligirse en su corazón. Pues mientras el hombre no se haga semejante a esa verdad, no la entenderá; es una verdad desvelada que ha surgido directamente del corazón de Dios.

Que Dios nos ayude a vivir de tal modo que lo experimentemos eternamente. Amén.

Eckhart. Sermones.

Creacionismo Cientifico

De: Alias de MSNoleMEW  (Mensaje original) Enviado: 20/02/2004 12:04

¿IGUALDAD DE TIEMPO PARA EL CREACIONISMO?

Por Al Seckel y John Edwards.

Atheists United.

En 1925 John Scopes fue condenado en Dayton, Tennessee, por enseñar la teoría de la evolución en su clase de biología. -“Cuando la ciencia estaba en la infancia, la religión trató de estrangularla en la cuna” ? Robert G. Ingersoll, Freethought Magazine, septiembre de 1986.

Un movimiento cristiano fundamentalista que crece rápidamente está tratando de derrocar tanto a la ciencia moderna como a la Constitución de los Estados Unidos. Este movimiento está tratando de obligar a las escuelas públicas a enseñar el “creacionismo científico” (la historia bíblica de la Creación) como una hipótesis igualmente válida que las bien establecidas ciencias de la evolución, la biología, la geología, la astronomía y la antropología.

Los creacionistas, mediante fuerte presión política a nivel local y nacional, han obtenido el apoyo de muchos funcionarios del gobierno (incluyendo al expresidente Reagan) a favor de leyes creacionistas. Sus tácticas de presión han causado también que muchos editores de libros de texto de ciencias avanzadas reduzcan en gran manera, o alteren severamente, sus secciones de biología moderna y evolución. Sin mandato legal, algunos distritos escolares están ya utilizando filmes, cassettes y textos creacionistas en sus cursos de ciencias.

En su libro “Los Científicos Confrontan al Creacionismo” la profesora Laurie Godfrey declara: “La enseñanza del ?creacionismo científico? como ciencia en las escuelas públicas de América representa una flagrante violación del principio de separación entre iglesia y estado. Lejos de abrir los horizontes educativos a explicaciones alternativas en competencia, los creacionistas científicos construyen dicotomías artificiales que distorsionan y confunden los métodos y las funciones de la ciencia y de la religión. Moldean los ?hechos? científicos conforme a sus necesidades. Distorsionan los significados de ?hechos? y ?teoría?. Disfrazada de jerga científica, pero no informada de los desarrollos científicos de los últimos ciento cincuenta años, la argumentación de los creacionistas científicos exige una respuesta” (2, p.14).

¿Qué es el Creacionismo?

La Sociedad para la Investigación de la Creación, la organización dirigente del movimiento creacionista, requiere a sus miembros firmar un documento que especifique que ahora creen y continuarán creyendo en lo siguiente:

  1. “La Biblia es la Palabra escrita de Dios, y porque creemos que toda ella es inspirada, todas sus afirmaciones son histórica y científicamente verdaderas en todos los autógrafos originales. Para el estudioso de la naturaleza, esto significa que el relato de los orígenes en el Génesis es una presentación factual de simples verdades históricas.

  2. Todos los tipos básicos de criaturas vivientes, incluyendo al hombre, fueron hechas directamente por actos creadores de Dios durante la Semana de la Creación tal como se describe en el Génesis. Cualesquiera cambios biológicos que hayan ocurrido desde la Creación han constituido solamente cambios dentro de los tipos originales creados.

  3. El gran Diluvio descrito en el Génesis, comúnmente llamado el Diluvio de Noé, fue un acontecimiento histórico, y mundial en su extensión y en sus efectos.

  4. Finalmente, somos una organización de hombres de ciencia cristianos, que aceptamos a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador. El relato de la creación especial de Adán y Eva como un hombre y una mujer y su subsiguiente caída en el pecado, es la base de nuestra creencia en la necesidad de un Salvador para toda la humanidad. Por lo tanto, la salvación únicamente proviene de aceptar a Jesucristo como nuestro Salvador” (4, p.86).

Adicionalmente, los creacionistas creen que la tierra y el universo observable son muy jóvenes, dentro del rango de sólo seis mil a diez mil años de edad.

¿Es Ciencia el Creacionismo Científico?

El creacionismo es una pseudociencia, un sistema de creencias que afirma tener calidad científica cuando no la tiene. Difiere de la ciencia en varias formas.

La ciencia es un sistema abierto basado en la investigación escéptica, y su recurso definitivo es la evidencia experimental. El creacionismo es un sistema cerrado basado en la fe, y su recurso definitivo es la Biblia. Esto se pone en evidencia por la exigencia de que sus miembros firmen una declaración que afirma que aceptan la Biblia como literalmente verdadera. Es difícil imaginar a los evolucionistas firmando una declaración semejante de que nunca se desviarán de los textos literales de “El Origen de las Especies” de Charles Darwin. El dogmatismo fanático simplemente no es admisible en ciencia.

Los científicos usan el razonamiento inductivo para formular leyes generales a partir de observaciones específicas. Los creacionistas basan sus creencias en la Escritura y utilizan la lógica deductiva para tratar de explicar cómo el universo debe actuar para estar conforme a la Escritura. Cuando los hallazgos científicos entran en conflicto con la interpretación creacionista de la Biblia, los creacionistas ignoran los hechos y distorsionan las teorías. En otras palabras, los creacionistas se han entrenado a sí mismos para evitar la investigación sin trabas y el escepticismo duro que son las marcas distintivas de la ciencia.

El creacionismo también difiere de la ciencia porque no es explicable en referencia a las leyes naturales. Cuando la “evidencia” a favor del creacionismo se ha sujetado a las pruebas del método científico, se la ha encontrado inválida. Los creacionistas responden que las pruebas científicas mismas son erróneas, lo cual es absurdo, considerando el éxito que la ciencia ha logrado en dominar la naturaleza. Los creacionistas, además, no han hecho nunca descubrimientos ni avances científicos radicales. Sus “trabajos” no son publicados en revistas científicas reconocidas donde serían sujetos a revisión y pruebas imparciales. La prestigiosa Academia Nacional de Ciencias estudió el creacionismo y concluyó: “Es, por lo tanto, nuestra inequívoca conclusión que el creacionismo, con sus relatos del origen de la vida por medios sobrenaturales, no es ciencia” (5, p.91).

La raíz de la controversia entre creación y evolución es el hecho de que la evolución contradice a la lectura literal del Génesis. Los creacionistas, sin embargo, no presentan el problema de esta manera. Afirman que la evolución ofende sus “sensibilidades científicas”. Esta afirmación es descabellada, si se consideran los absurdos científicos que abrazan en sus creencias creacionistas.

El tema de si el creacionismo es ciencia surgió porque los creacionistas afirman que sus ideas constituyen ciencia genuina en lugar de religión fundamentalista. Al llamar “ciencia” al creacionismo esperan evadir la ley basada en la Primera Enmienda que prohíbe la enseñanza de la religión en las escuelas públicas.

¿Qué Hay Sobre la Igualdad de Tiempos?

Una educación científica que imparte conocimientos de hechos no es una campaña política, es una experiencia de aprendizaje. La ciencia no se determina por el voto de la mayoría en las urnas, sino por los méritos de cada caso. Si permitimos que el creacionismo entre al salón de ciencias sobre la base de igualdad de tiempo, tendremos que permitir que también se enseñe cualquier otra teoría chiflada que tenga los suficientes adherentes como para iniciar un grupo de presión.

El método de los dos modelos también implica que la opinión científica informada está igualmente dividida en la cuestión de los orígenes. Enseñar que ése es el caso cuando en realidad no es así, y cuando la evidencia a favor de la evolución es claramente abrumadora, equivale a confundir deshonestamente a los estudiantes. Semejante acción es inmoral y traiciona la confianza pública. Es el colmo de la ironía que los creacionistas profesen hacer esto en interés de aumentar la moralidad en la sociedad (la evolución, en su opinión, promueve la amoralidad).

Cualquiera que defienda la “doctrina de lo justo” en la educación científica revela falta de comprensión de lo que es la ciencia. La ciencia no trabaja en base a lo “justo” sino en base al mérito. Con la rápida expansión del conocimiento científico, es sencillamente ineficiente malgastar tiempo y recursos en teorías erróneas que los científicos no toman en serio. La Academia Nacional de Ciencias advirtió: “Incorporar la enseñanza de tales doctrinas (del creacionismo) al programa de ciencias sofoca el desarrollo de patrones de pensamiento crítico en la mente en desarrollo, y pone en serio peligro los intereses de la educación pública. Esto podría eventualmente entorpecer el avance de la ciencia y de la tecnología cuando los estudiantes ocupen sus lugares como dirigentes de las generaciones futuras” (5, p.26).

¿Es legal?

Enseñar el creacionismo en nuestras escuelas públicas implicaría un enredo excesivo del gobierno con la religión. ¿Cómo evitarían los maestros las referencias religiosas? ¿Cómo va a responder el maestro a las preguntas sobre la creación sobrenatural o explicar la ocurrencia de un diluvio mundial, etc.? La respuesta creacionista es obvia porque su única fuente de información se halla en textos bíblicos, no científicos.

Sin un Dios y un marco religioso, el creacionismo es simplemente una variedad de afirmaciones contradichas por todas las evidencias disponibles. Con Dios y referencias a la Biblia, es religioso y por lo tanto constitucionalmente impedido de enseñarse en las escuelas públicas.

La religión, incluyendo varias historias creacionistas, debería enseñarse solamente en un adecuado contexto propio y no ser mal clasificada como “ciencia” ni ser introducida a la fuerza en el programa de ciencias de las escuelas públicas.

¿Qué Debemos Hacer?

Ya es hora de tomar en serio a los creacionistas como una fuerza política peligrosa. Esto significa que ya es tiempo de educarnos en cómo combatirlos, sin disculpas. Debemos informar a nuestros hombres y mujeres del Congreso y a los educadores con influencia que la enseñanza del creacionismo simplemente no es aceptable en los programas científicos de nuestras escuelas públicas.

Referencias y Lecturas Selectas:

  1. Futuyama, Douglas. “La Ciencia a Juicio. El Caso a favor de la Evolución”. Nueva York, Pantheon Books, 1983.

  2. Godfrey, Laurie (editora). “Los Científicos Confrontan al Creacionismo”. Nueva York, W.W. Norton & Co., 1983.

  3. Kitcher, Phillip. “Abusando de la Ciencia: el Caso Contra el Creacionismo”. Boston, M.I.T. Press, 1983.

  4. La Follette, Marcel (editor). “Creacionismo, Ciencia y la Ley. El Caso de Arkansas”. Boston, M.I.T. Press, 1983.

  5. Academia Nacional de Ciencias, “Ciencia y Creacionismo”. National Academy Press, Washington D.C., 1984.

  6. Ruse, Michael, “Defensa del Darwinismo. Una Guía a las Controversias Evolucionistas”. Londres, Addison-Wesley, 1982.

Este documento puede ser reproducido y copiado libremente siempre que no sea alterado de ninguna forma. Derechos Reservados 1983, John Edwards y Al Seckel.

Stephen Hawking : El Principio del Tiempo

De: Alias de MSNDriver_Op  (Mensaje original) Enviado: 17/02/2004 13:19
Stephen Hawking : El Principio del Tiempo
Traductores : Sergio Alonso, Felix Diaz y Miguel Artime
El artículo original puede ser leído aquí : http://ciencia.astroseti.org/hawking/principio.php

En esta charla, me gustaría discutir sobre si el tiempo en si mismo tuvo un principio, y sobre si tendrá un final. Todas las evidencias parecen indicar que el universo no ha existido desde siempre, sino que tuvo un principio, aproximadamente hace 15.000 millones de años. Este es probablemente el descubrimiento más notable de la cosmología moderna. Aún no está completamente demostrado. Todavía no sabemos con certeza si el universo tendrá un final. Cuando yo daba una charla en Japón, me pidieron que no mencionase el posible re-colapso del universo, porque podría afectar al mercado de valores. Sin embargo, puedo re-asegurar a cualquiera que se sienta nervioso por sus acciones, que es un poco pronto para vender: incluso si el universo esta destinado a finalizar, no sucederá antes de al menos 20.000 millones de años. Para ese tiempo, tal vez el acuerdo de comercio GATT haya alcanzado sus objetivos.
N. del T.: GATT = General Agreement on Tariffs and Trade (Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio) firmado en 1947, persigue la igualdad comercial entre países.
La escala de tiempo del universo en muy grande comparada con la vida humana. Por ello no fue ninguna sorpresa que hasta hace poco, se pensase que el universo era esencialmente estático, e invariable a lo largo del tiempo. Por otro lado, ha debido ser obvio que la sociedad evoluciona cultural y tecnológicamente. Esto indica que la fase presente de la historia de la humanidad no puede haber empezado antes de unos pocos miles de años. De otro modo estaríamos más avanzados de lo que lo estamos. Por ello es natural que creamos que la especie humana, y quizás el universo completo, comenzaron justamente en un pasado reciente. Sin embargo, mucha gente estaba descontenta con la idea de que el universo tuviera un principio, ya que esto parecía implicar la existencia de un ser sobrenatural que lo creó. Ellos preferían creer que el universo y la especie humana han existido desde siempre. Su explicación sobre el progreso humano se basaba en la existencia de inundaciones periódicas, u otro desastre natural, que devolvía repetidamente a los humanos a un estado primitivo.
Este argumento acerca de si el universo tuvo o no un principio, persistió durante el siglo XIX y XX. Se basó principalmente en tesis teológicas y filosóficas, con muy pocas consideraciones sobre evidencias observables. Esto pudo haber sido razonable, dada la notoria falta de fiabilidad de las observaciones cosmológicas, hasta hace bien poco. El cosmólogo, Sir Arthur Eddington, dijo una vez, “No se preocupe si su teoría no casa bien con las observaciones, ya que probablemente estas son erróneas.” Pero si su teoría esta en desacuerdo con la segunda ley de la Termodinámica, entonces está usted metido en problemas. De hecho, la teoría de que el universo ha existido desde siempre entra en serias dificultades con la segunda ley de la Termodinámica. La segunda ley establece que el desorden siempre se incrementa a medida que transcurre el tiempo. Al igual que con el argumento del progreso humano, esto indica que debió haber existido un comienzo. De otro modo, el universo se hallaría hoy en día en un estado de desorden completo, y todo estaría a la misma temperatura. En un universo infinito y eterno, cualquier rastro visible acabaría en la superficie de las estrellas. Esto significaría que el cielo nocturno sería tan brillante como la superficie del Sol. El único modo de evitar este problema sería si, por alguna razón, las estrellas no brillasen durante cierto tiempo.
En un universo que fuese esencialmente estático, no habría ninguna razón dinámica por la que las estrellas debiesen súbitamente encenderse, en un momento dado. Cualquiera de estos “períodos de luces encendidas” tendría que venir impuesto por una intervención desde el exterior del universo. La situación, sin embargo, fue diferente, cuando se comprobó que el universo no era estático, sino que se expandía. Las galaxias se están apartando constantemente unas respecto a las otras. Esto significa que en el pasado estaban más juntas. Se puede representar gráficamente la distancia entre dos galaxias en función del tiempo. Si no hubiese aceleración causada por la gravedad, el gráfico sería una línea recta. Descendería hacia el punto de separación cero, aproximadamente hace 20.000 millones de años. Se podría esperar que la gravedad causase una aceleración de unas galaxias contra las otras. Esto implicaría que el gráfico de la separación se doblaría hacia abajo, a un nivel inferior al de la línea recta. Por lo que el momento de separación cero, sería inferior a 20.000 millones de años.
En ese momento, el Big Bang, toda la materia del universo, se encontraría en la superficie de si misma. La densidad habría sido infinita. Sería lo que a menudo es nombrado como singularidad. En una singularidad, todas las leyes de la física se rompen. Esto significa que el estado del universo, tras el Big Bang, no dependía de ninguna cosa que hubiese pasado con anterioridad, ya durante el Big Bang las leyes determinísticas que gobiernan el universo se incumplían. El universo evolucionó a partir del Big Bang, de manera completamente independientemente a como lo hacía antes de este suceso. Hasta la cantidad de materia del universo puede ser distinta a la existente antes del Big Bang, ya que en ese momento la Ley de Conservación de Materia, no se cumplía.
Ya que no contemos con consecuencias observables anteriores al Big Bang, se podrían extraer a partir de la teoría, y decir que el tiempo comenzó con el Big Bang. Los sucesos anteriores al Big Bang, simplemente no están definidos, ya que no hay modo alguno de medir lo que en ellos sucedió. Este tipo de comienzo del universo, y del tiempo en si, difiere mucho de los anteriormente considerados. En estos el universo se veía bajo la imposición y acción de un agente externo. No hay ninguna razón dinámica que impida extrapolar el movimiento de los cuerpos en el sistema solar al pasado, hasta más allá de los 4.004 años antes del nacimiento de Cristo, la fecha de la creación del universo según el libro del Génesis. Por tanto, si el universo comenzase en esa fecha, se requeriría la intervención directa de Dios. Sin embargo, el Big Bang es un comienzo que viene requerido por las leyes de la dinámica que gobiernan el universo. Es, por ello, algo intrínseco al universo, y no viene impuesto desde el exterior.
Pese a que las leyes de la ciencia parecían predecir que el universo tuvo un comienzo, también parecían predecir que no pueden determinar como comenzó el universo. Esto era obviamente muy insatisfactorio. Por lo tanto hubo una serie de intentos de dar un rodeo a la conclusión de que hubo una singularidad de densidad infinita en el pasado. Una propuesta fue modificar la ley de la gravitación, de tal manera que se volviera repulsiva. Esto podía llevar a que la gráfica de la separación entre dos galaxias sea una curva que se aproxima a cero, pero que no pasa de hecho por él, en ningún tiempo finito del pasado. En lugar de eso, la idea era que según las galaxias se separaban, se creaban nuevas galaxias en medio a partir de la materia que se suponía que era creada continuamente. Esta era la teoría del “Estado Estable” (Steady State), propuesta por Bondi, Gold, y Hoyle.
La teoría del “Estado Estable”, era lo que Karl Popper llamaría una buena teoría científica: hacia predicciones definidas, que se podían comprobar mediante una observación, y era posible falsificarlas. Desafortunadamente para la teoría, fueron falsificadas. El primer problema apareció con las observaciones de Cambridge sobre el numero de fuentes de ondas de radio de diferentes potencias. En media, uno esperaría que las fuentes más débiles fueran a su vez las más distantes. Además uno esperaría también que fueran más numerosas que las fuentes brillantes, que tienden a estar cerca nuestra. Sin embargo, la gráfica del número de fuentes de ondas de radio con respecto a su fuerza crecía de manera mucho más accidentada en las fuentes de baja potencia de lo que predecía la teoría del “Estado Estable”.
Hubo intentos de explicar las cifras de esta gráfica, recurriendo a que algunas de las fuentes más débiles de ondas de radio estaban en nuestra propia galaxia, y por lo tanto no nos decían nada sobre cosmología. Este argumento no aguantó las observaciones posteriores. Pero el golpe definitivo que envió a la teoría del “Estado Estable” a la tumba ocurrió con el descubrimiento de la radiación de microondas de fondo, en 1965. Esta radiación es la misma en todas las direcciones. Ésta tiene el espectro de radiación en un equilibrio termal de 2 coma 7 grados sobre el Cero Absoluto. No hay ninguna manera de explicar esta radiación en la teoría del “Estado Estable”.
Otro intento de evitar un comienzo del tiempo, fue la sugerencia de que quizás todas las galaxias no se encontraban en un único punto en el pasado. Aunque en media las galaxias se alejan unas de otras con una tasa constante, también tienen pequeñas velocidades adicionales, relativas a la expansión uniforme. Estas llamadas “velocidades peculiares” (peculiar velocities) de las galaxias podían direccionarse lateralmente a la expansión principal. Se argumentó que si se dibujaba la posición de las galaxias atrás en el tiempo, las “velocidades peculiares” laterales habrían provocado que las galaxias no se encontraran todas juntas. En lugar de eso, debería haber una fase previa de contracción del universo en la cual las galaxias se moverían unas hacia las otras. Las velocidades laterales provocarían que las galaxias no chocaran, pero que se precipitaran a pasar unas al lado de otras y que entonces comenzaran a separarse. Esto no habría provocado ninguna singularidad de densidad infinita, ni ninguna rotura de las leyes de la física. Por lo tanto no habría necesidad de que el universo tuviera un comienzo, y que el tiempo en si mismo tuviera un principio. De hecho, uno debería suponer que el universo habría oscilado, a pesar de que no se podría solucionar el problema de la Segunda Ley de la Termodinámica: se esperaría que el universo se iría desordenando cada vez más con cada oscilación. Es por consiguiente difícil ver como el universo podría haber estado oscilando durante un tiempo infinito.
Esta posibilidad de que las galaxias se hubieran esquivado las unas a las otras fue sostenida por dos rusos. Argumentaban que no habría singularidades en una solución en el campo de las ecuaciones de la relatividad general que fuera totalmente general, en el sentido de que no tuviera ninguna simetría exacta. De cualquier manera su argumento se probó que era erróneo utilizando unas serie de teoremas de Roger Penrose y míos. Estos demostraban que la relatividad general predecía singularidades, siempre que estuviera presente al menos una cantidad de masa determinada en una región. Los primeros teoremas estaban diseñados para demostrar que el tiempo llega a un final, dentro de un agujero negro, formado por el colapso de una estrella. No obstante, la expansión del universo es como darle la vuelta en el tiempo al colapso de una estrella. Por consiguiente quiero mostrarles que la evidencia de las observaciones indica que el universo tiene suficiente materia como para que sea como el colapso de una estrella, pero al revés, y que por tanto contenga una singularidad.
Para discutir las observaciones en cosmología estamos mirando atrás en el tiempo, porque la luz debió partir de los objetos lejanos hace mucho tiempo para llegar a nosotros en el presente. Esto significa que los eventos que observamos se encuentran en lo que se llama nuestro “cono de luz pasada”. El vértice del cono se encuentra en nuestra posición, en el tiempo presente. Conforme uno se desplaza hacia atrás en el diagrama temporal, el cono de luz se expande a distancias cada vez mayores, y su área se incrementa. En cambio, si hay suficiente materia en nuestro “cono de luz pasada”, ésta curvaría los rayos de luz unos contra otros. Esto significaría que tal como uno se dirige hacia atrás en el pasado, el área de nuestro “cono de luz pasada” alcanzaría un máximo para posteriormente comenzar a disminuir. Este enfoque de nuestro “cono de luz pasada”, provocado por el efecto gravitatorio de la materia en el universo es la señal de que el universo es dentro de su horizonte, como un agujero negro invertido en el tiempo. Si se puede determinar que existe suficiente materia en el universo para enfocar nuestro “cono de luz pasada”, entonces se pueden aplicar los teoremas de las singularidades para demostrar que el tiempo debió tener un comienzo.
¿Cómo podemos decir a partir de las observaciones, si hay suficiente materia en nuestro cono de luz pasado, para poder enfocarlo? Podemos observar un cierto número de galaxias, pero no podemos medir directamente cuánta materia contienen. Ni estamos seguro de que cualquier línea de visión que parta de nosotros pase a través de una galaxia. Así que daré un argumento diferente, para mostrar que el universo contiene suficiente materia para enfocar nuestro cono de luz pasado. El argumento se basa en el espectro de la radiación de fondo de microondas. Este es característico de una radiación que ha estado en equilibrio térmico, con materia a igual temperatura. Para alcanzar tal equilibrio, es necesario que la radiación sea dispersada muchas veces por la materia. Por ejemplo, la luz que recibimos del Sol tiene un espectro térmico característico. Este no es debido a las reacciones nucleares que tienen lugar en el centro del Sol, que también producen radiación con espectro térmico. Más bien, se debe a que la radiación ha sido dispersada, por la materia del Sol, muchas veces en su camino desde el centro.
En el caso del universo, el hecho de que el fondo de microondas tenga exactamente ese espectro térmico indica que debe de haber sido dispersada en muchas ocasiones. El universo debe por consiguiente contener suficiente materia para hacerlo opaco en cualquier dirección en que nosotros miremos, puesto que el fondo de microondas es el mismo en cualquier dirección en que miremos. Más aún, esta opacidad debe ocurrir a una gran distancia de nosotros, dado que podemos ver galaxias y quásares a grandes distancias. Por tanto ha de haber mucha materia a gran distancia de nosotros. La mayor opacidad sobre una amplia banda de ondas, para una densidad dada, proviene del hidrógeno ionizado. Se sigue por tanto que si hay suficiente materia para hacer el universo opaco, debe ser suficiente también para enfocar nuestro cono de luz pasado. Podemos aplicar el teorema de Penrose y mío, para mostrar que el tiempo ha de tener un comienzo.
El enfoque de nuestro cono de luz pasado implica que el tiempo debe de tener un inicio, siempre que la Teoría General de la Relatividad sea correcta. Pero tenemos que plantear la cuestión de si la Teoría General de la Relatividad es correcta. Ciertamente concuerda con todas la pruebas observacionales que se han llevado a cabo. Sin embargo éstas prueban la Relatividad General sólo sobre distancias suficientemente grandes. Sabemos que la Relatividad General no es correcta para distancias muy cortas, porque se trata de una teoría clásica. Es decir, no tiene en cuenta el Principio de la Indeterminación de la Mecánica Cuántica, que dice que un objeto no puede tener a la vez una posición bien definida y una velocidad bien definida: cuanto más precisión se tenga al medir la posición, menos precisión se tendrá al medir la velocidad, y viceversa. Por lo tanto, para comprender el estado de muy alta densidad, cuando el universo era muy pequeño, se necesita una teoría cuántica de la gravedad, que combine la Relatividad General con el Principio de Incertidumbre.
Mucha gente esperaba que los efectos cuánticos pudieran de alguna manera corregir la singularidad de la densidad infinita, y permitir que el universo rebotara, continuando atrás hacia una fase contractiva previa. Esto podría ser algo mejor que la idea anterior de galaxias perdiéndose entre sí, pero el rebote ocurriría a una densidad mucho más elevada. Sin embargo, pienso que no es esto lo que ocurre: los efectos cuánticos no eliminan la singularidad, y permiten que el tiempo continúe hacia atrás indefinidamente. Pero parece que los efectos cuánticos pueden eliminar la cuestión más objetable, la de las singularidades en la clásica Relatividad General. Esto es que la teoría clásica no nos permite calcular lo que podría ocurrir en una singularidad, puesto que las Leyes de la Física se rompen allí. Esto podría significar que la ciencia no es capaz de predecir cómo el universo puede haberse iniciado. En vez de eso, debemos recurrir a un agente externo al universo. Este puede ser el motivo por el que numerosos líderes religiosos se apresuraron en aceptar el Big Bang y los teoremas de las singularidades.
Parece que la Teoría Cuántica, por otro lado, permite predecir cómo el universo puede empezar. La Teoría Cuántica introduce una nueva idea, el tiempo imaginario. El tiempo imaginario puede sonar a ciencia ficción, y nos recuerda al Doctor Who. Pero a pesar de ello, se trata de un genuino concepto científico. Podemos representarlo del siguiente modo. Pensemos en el tiempo ordinario, real, como una línea horizontal. A la izquierda tenemos el pasado, a la derecha el futuro. Pero existe otra clase de tiempo en la dirección vertical. Se le llama tiempo imaginario porque no es la clase de tiempo que normalmente experimentamos. Pero en cierto sentido es tan real como el que llamamos tiempo real.
Las tres direcciones del espacio y la dirección adicional del tiempo imaginario forman lo que se denomina espacio-tiempo euclidiano. No creo que haya nadie capaz de dibujar una curva espacial de cuatro dimensiones. Pero no es demasiado difícil imaginar una superficie de dos dimensiones, como una silla de montar o la superficie de un balón de fútbol.
De hecho, James Hartle de la Universidad de Santa Barbara, California, y yo hemos propuesto que el espacio y el tiempo imaginario en su conjunto, son sin duda finitos en extensión, pero sin límites. Son como la superficie de la Tierra, pero con dos dimensiones más. La superficie terrestre es finita en extensión, pero no tiene límites ni fronteras. Yo he dado la vuelta al mundo, y no me he caído por el borde.
Si el espacio y el tiempo imaginario son de hecho como la superficie de la Tierra, no podría haber ninguna singularidad en la dirección del tiempo imaginario, ya que entonces las leyes de la física se romperían. Y no habría ninguna frontera al espacio- tiempo, tal como no hay fronteras para la superficie de la Tierra. Esta ausencia de fronteras indica que las leyes de la física determinarían el estado del universo de manera unívoca, en el tiempo imaginario. Pero si se conoce el estado del universo en el tiempo imaginario, se puede calcular el estado del universo en el tiempo real. Se esperaría por tanto algún tipo de singularidad del Big Bang en el tiempo real. Por lo tanto el tiempo real tendría un comienzo. Pero no se tendría que apelar a algo que esté fuera del universo para determinar como comenzó el universo. Al contrario, la manera en la cual el universo comenzó con el Big Bang estaría determinada por el estado del universo en el tiempo imaginario. Y por tanto, el universo sería un sistema completamente auto contenido. No estaría determinado por nada fuera del universo físico, que nosotros observamos.
La condición de no frontera es el enunciado que mantienen las leyes de la física en todas partes. Claramente es algo que a uno le gustaría creer, pero es solo una hipótesis. Se debe probar, comparando con el estado del universo que predeciría, con las observaciones de como es de hecho el universo. Si las observaciones discreparan con las predicciones de la hipótesis de no frontera, tendríamos que concluir que la hipótesis era falsa. Tendría que haber algo fuera del universo que diera cuerda al mecanismo de relojería, y que pusiera el universo a funcionar. Por supuesto, incluso si las observaciones concuerdan con las predicciones, eso no prueba que la proposición de no frontera sea correcta. Pero la confianza depositada en ella se incrementaría, en concreto porque no parece haber otra propuesta natural para el estado cuántico del universo.
La propuesta de no frontera predice que el universo debería empezar en un punto único, como si fuera el Polo Norte de la Tierra. Pero ese punto no tiene por que ser una singularidad, como el Big Bang. Al contrario, podría ser un punto ordinario del espacio y del tiempo, tal como el Polo Norte es un punto ordinario en la Tierra, o al menos tal y como me han contado. Yo no lo he visto en persona.
De acuerdo con la proposición de no frontera, el universo se habría expandido de manera suave desde un punto inicial. Conforme se expandía, habría tomado prestada energía del campo gravitatorio para crear materia. Tal como cualquier economista habrá predicho, el resultado de dichos prestamos, fue la inflación. El universo se expandía y cogía prestada energía incluso a una tasa creciente. Afortunadamente, la deuda de energía gravitacional no tendría que ser devuelta hasta el final del universo.
Eventualmente, el periodo de inflación podría haber acabado, y el universo se habría establecido en un estado de crecimiento o expansión más moderado. Aún así, la inflación habría dejado su marca en el universo. El universo podría haber sido suave casi por completo, pero con pequeñísimas irregularidades. Estas irregularidades son tan pequeñas, solo una parte de cada cien mil, que han sido buscadas durante años en vano. Pero en 1992, el satélite de Exploración del Fondo Cósmico (Cosmic Background Explorer), COBE, encontró dichas irregularidades en la radiación de fondo de microondas. Fue un momento histórico. Vimos hacia atrás el comienzo del universo. La forma de las fluctuaciones en el fondo de microondas concordaban estrechamente con las predicciones de la proposición de no frontera. Estas pequeñísimas irregularidades en el universo habrían causado que algunas regiones se hubieran expandido menos rápido que otras. Eventualmente, habrían cesado su expansión, y se habrían colapsado en ellas mismas, para formar estrellas y galaxias. Por tanto, la proposición de no frontera puede explicar la rica y variada estructura del mundo en el que vivimos. ¿Que es lo que predice la proposición de no frontera para el futuro?. Ya que requiere que el universo sea finito tanto en el espacio, como en el tiempo imaginario, implica que el universo se re-colapsará eventualmente. A pesar de todo, no se re-colapsará en mucho tiempo, mucho más tiempo que los 15 miles de millones de años que se ha estado expandiendo. Por tanto aún tienen tiempo de vender sus bonos del tesoro antes de que el final del universo esté cerca. En que vas a invertir entonces, no se.
Originariamente, pensaba que el colapso sería el reverso del tiempo de la expansión. Esto habría significado que la flecha del tiempo habría apuntado en el sentido contrario en la fase de contracción. La gente se habría hecho más joven conforme el universo se hubiera hecho más pequeño. Eventualmente la gente habría desaparecido en la matriz materna.
Sin embargo ahora me doy cuenta de que estaba equivocado, tal y como estas soluciones demuestran. El colapso no es el reverso del tiempo de la expansión. La expansión comenzará con una fase de inflación, pero el colapso no acabará en general con una fase anti-inflación. Lo que es más, las pequeñas discordancias de la densidad uniforme continuarán creciendo en la fase de contracción. El universo se volverá más y más grumoso e irregular conforme se haga más pequeño, y el desorden se incrementará. Esto significa que aquella flecha del tiempo no se invertirá. La gente continuará haciéndose vieja, incluso después de que el universo haya comenzado a contraerse. Por lo tanto no es bueno esperar hasta que el universo se re-colapse para volver a la juventud. Estarías un poco en el pasado, de cualquier manera, para entonces.
La conclusión de esta conferencia es que el universo no ha existido desde siempre. Lo que es más, el universo, y el tiempo en sí mismo, tuvieron un comienzo en el Big Bang, hace más o menos 15 mil millones de años. El comienzo del tiempo real podría haber sido una singularidad, en la cual las leyes de la física podrían haberse roto, si el universo satisficiera la condición de no frontera. Esto quiere decir que en la dirección del tiempo imaginario, el espacio-tiempo es finito en extensión, pero no tiene ninguna frontera o borde. Las predicciones de la proposición de no frontera parecen concordar con las observaciones. La hipótesis de no frontera también predice que el universo se colapsará otra vez de manera eventual. Sin embargo, la fase de contracción no tendrá una flecha del tiempo opuesta a la fase de expansión. Por lo tanto continuaremos haciéndonos viejos, y no volveremos a nuestra juventud. Y porque el tiempo no va a volver hacia atrás, creo que mejor paro ya.