Respaldo de material de tanatología

LA MUERTE, RESUMEN DE VIDA

 
LA MUERTE, RESUMEN DE VIDA 
Propuesta para el diálogo:
No dudamos de que al leer este título sentirán una especie de extrañeza y de
perplejidad. Podría parecer como si el tema de esta Cena cerrase un poco el estilo
gozoso de hablar de temas de actualidad, tal como hacemos habitualmente. Pero
es importantísimo hablar de cuestiones como ésta que entristece a muchos: la
muerte. Hay, ciertamente, muchas  personas a quienes no espanta la propia
muerte; en cambio, si que les espanta la muerte de los otros. Es todo un misterio la
actitud personal ante este hecho de la vida.
No queremos aguarles la fiesta, sino todo lo contrario; pero podemos esconder la
cabeza bajo el ala. Todo proyecto auténtico, incluso el de la propia felicidad en
este mundo, se  debe fundamentar en la realidad, no en sueños vacíos.
No está de moda hablar de estas cuestiones, que se dejan en manos de unos
silenciosos y abnegados profesionales de la medicina, de la enfermería o de la
asistencia social. La muerte acostumbra a quedar muy lejos de la mayoría de los
ciudadanos, y tal vez, en los últimos años, muchas personas no han tenido la
ocasión de ver morir ni un árbol ni un animal. También hay que tener presente que
el índice de longevidad cada día es más alto y que el índice de mortalidad de los
niños cada día es más bajo.
No es necesario decir que hablar de la muerte en un sentido constructivo es cada
vez más complejo.
En Occidente, se puede decir que si no se habla de la muerte es por una especie
de pudor. Se la acostumbra a identificar con algo ligado a la religión,
independientemente de lo que representa por ella misma como acontecimiento
irrefutable de la vida. No hay pedagogos que sepan hablar a los alumnos cuando
todavía se encuentran en una situación teóricamente lejana de este hecho, dando
a conocer el proceso de la vida, que ayude a los niños a prepararse para tener una
actitud serena y digna ante el hecho de dejar de existir.
Las culturas africanas, por ejemplo, dan mucha importancia a la persona que se
encuentra en un proceso hacia su fin terrenal. Algunas de estas culturas hasta
consideran como un honor poder acompañar al moribundo, y es una especie de
mérito poder tenerlo en brazos como si fuese un recién nacido. Es, para ellos, un
signo que representa poder hacer el último camino de la vida juntos.
El mundo occidental emplea mucho tiempo en educar para ser ciudadanos
inmortales, cultural e intelectualmente, y “prepara” para poder llegar a un Olimpo
mágico donde no hay nada más importante que el triunfo, y a llevar hacia la
fantasía de hacer creer que los dioses no mueren. Por eso, se debe ser siempre
joven, y se debe disimular todo lo que no sea muestra de una vitalidad
extraordinaria y hacer ver que los años no pasan. También vale la pena engañar al
ciudadano haciéndole creer que cuanto más trabaje, corra y llegue al “estrés” será
mejor considerado socialmente. Es una lástima que no se llegue a entender que no
vale la pena luchar y vivir de una manera desbocada si después hay al fin y al
cabo la muerte, que se lleva todos los sueños y los afanes de poder.
También ayuda a ser humildes llegar a entender que gracias a que nos morimos
vamos dejando lugar para los que van viniendo detrás, y que el mundo es así más
habitable.
Es muy cierto que la muerte no es evitable; en todo caso, son evitables los peligros
que nos llevan a ella, y sí se puede superar la actitud neurótica que produce no
entender ni alcanzar a entender la muerte propia y la de los otros, ya sean amigos,
ya sean seres anónimos. ¿Cuánta inconsciencia hay por el hecho de no saber
valorar los diversos niveles? La incultura humana hace que se vea con una
indiferencia extraordinaria la muerte de un soldado en la guerra o la de una
persona de otra, porque, sencilla y cínicamente, esta muerte no nos afecta de una
manera directa. Este sería otro tema, largo de estudiar.
El Ámbito de Investigación y Difusión María Corral no pretende en esta Cena
elaborar un “nuevo arte del bien morir”; eso sería como repetir aquello que,
discutiblemente, los estoicos ya escribieron años atrás. Deseamos que se pueda
ayudar a alcanzar una actitud serena ante el hecho esencial de morir, incluso más
allá de cualquier connotación religiosa. Las cuestiones teológicas sobre la
inmortalidad podrían ser estudiadas también en otra ocasión.
Poder exclamar, mientras aún estamos en este mundo: ¡qué gozo saber que hay
que morir!, es un valor importante. Eso significa que uno tiene conciencia de que
existe. En este mundo, sólo no mueren aquellos que no existen. ¡Y, que sorpresa
poder sentir este don -que yo ciertamente no me he dado- de existir en medio de la
vida!
Vale la pena poder morir si has podido ver una rosa, acariciar una mano amiga o
ajardinar el mundo.
Josep M. Forcada Casanovas

LA MUERTE NO ES (LA) SINO (NOS)

LA MUERTE NO ES (LA) SINO (NOS)
Desde pequeños pensamos -nos han hecho pensar- que la muerte es algo
extrínseco. Algo que algún día nos adviene y nos “asesina”. Algo que está
simbolizado por un macabro esqueleto andante que empuña, aleve, una larga
guadaña. Ya sabemos que esta representación es sólo una alegoría: Que la
muerte es un “enemigo” apocalíptico que, más bien invisible, se nos acerca como
a traición para asestarnos su golpe mortal casi siempre atinado. Algunas veces –
pocas- por habilidad nuestra o suerte, decimos de tal o cual lance que nos hemos
“escapado” de la muerte. O sea que, a lo más, la vemos ya que no como un mero
símbolo, sino como algo que se ha “disfrazado” o “encarnado”: que se nos acerca
con intención de toro acosante, en aquel camión que nos embiste o en aquella
persona drogada que, navaja en mano, nos asalta al filo de la esquina para
robarnos con impaciencia. En todos esos casos, la muerte, más o menos
disimulada, siempre es llamada “la” muerte, como si fuera, en efecto, un ente
extrínseco, objetivo, dialéctico con “mi” vida. Un ente ajeno a mí y que -valga la
paradoja- tiene vida propia por su cuenta. Pero, como digo en el título de este
artículo, la muerte no es “la” sino que la muerte somos nosotros.
Los exigentes y angustiados existencialistas -que ya han quedado un poco
sobrepasados filosóficamente- dijeron: somos para morir. Se ha escrito que desde
que se nace ya se es bastante viejo como para morir en cualquier momento. La
muerte la llevamos dentro. Estamos desde el principio embarazados de ella. La
muerte es nuestra criatura primogénita. Más aún: somos pura capacidad de
muerte. Esta potencia de morir la vamos convirtiendo, paulatinamente (¿o
aceleradamente?) en acto. Es nuestro progresivo envejecimiento.
De modo que el microbio que atenta, o el trailer que nos abre la cabeza, o el arma
que nos atraviese los hígados, no son más que los detonadores que hacen
explotar la muerte que llevamos en nuestras propias entrañas, que somos nosotros
mismos. Estas cosas nos “provocan” nuestra muerte; no “son” la muerte. De nada
serviría acuchillar a un “ángel inmortal”. La muerte no está, pues, en la hoja de
acero sino en la vida palpitante que esta navaja desgarra.
Yo soy mi hermano más próximo de mí mismo. Y sin embargo no por ello me
conozco o comprendo más. Yo soy a la vez mi muerte. No por ello la entiendo más
tampoco. Pero sí que por eso la amo y espero mi total realización que se dará
cuando se desvele del todo en mí. Por eso puedo llamarla con ternura -y hasta
gozo- “mi hermana muerte”, pues ella es yo mismo.
Alfredo Rubio de Castarlenas 
Médico.
Junio 1983

Muchas vidas, muchos maestros brian Weiss

Muchas Vidas, Muchos Maestros
Brian Weiss

PREFACIO

Sé que hay un motivo para todo. Tal vez en el momento en que se produce un hecho no contamos con la penetración psicológica ni la previsión necesarias para comprender las razones, pero con tiempo y paciencia saldrán a la luz.
Así ocurrió con Catherine. La conocí en 1980, cuando ella tenía veintisiete años. Vino a mi consultorio buscando ayuda para su ansiedad, sus fobias, sus ataques de pánico. Aunque estos síntomas la acompañaban desde la niñez, en el pasado reciente habían empeorado mucho. Día a día se encontraba más paralizada emocionalmente, menos capaz de funcionar. Estaba aterrorizada y, comprensiblemente, deprimida.
En contraste con el caos de su vida en esos momentos, mi existencia fluía con serenidad. Tenía un matrimonio feliz y estable, dos hijos pequeños y una carrera floreciente.
Desde el principio mismo, mi vida pareció seguir siempre un camino recto. Crecí en un hogar con amor. El éxito académico se presentó con facilidad y, apenas ingresado en la facultad, había tomado ya la decisión de ser psiquiatra.
Me gradué en la Universidad de Columbia, Nueva York, en 1966, con todos los honores. Proseguí mis estudios en la escuela de medicina de la Universidad de Yale, donde recibí mi diploma de médico en 1970. Después de un internado en el centro médico de la Universidad de Nueva York (Bellevue Medical Center), volví a Yale para completar mi residencia como psiquiatra. Al terminarla, acepté un cargo en la Universidad de Pittsburgh. Dos años después me incorporé a la Universidad de Miami, para dirigir el departamento Psicofarmacológico. Allí logré renombre nacional en los campos de la psiquiatría biológica y el abuso de drogas. Tras cuatro años fui ascendido al rango de profesor asociado de psiquiatría y designado jefe de la misma materia en un gran hospital de Miami, afiliado a la universidad. Por entonces ya había publicado treinta y siete artículos científicos y estudios de mi especialidad.
Los años de estudio disciplinado habían adiestrado mi mente para pensar como médico y científico, moldeándome en los senderos estrechos del conservadurismo profesional. Desconfiaba de todo aquello que no se pudiera demostrar según métodos científicos tradicionales. Tenía noticias de varios estudios de parapsicología que se estaban realizando en universidades importantes de todo el país, pero no me llamaban la atención. Todo eso me parecía descabellado en demasía.
Entonces conocí a Catherine. Durante dieciocho meses utilicé métodos terapéuticos tradicionales para ayudarla a superar sus síntomas. Como nada parecía causar efecto, intenté la hipnosis. En una serie de estados de trance, Catherine recuperó recuerdos de «vidas pasadas» que resultaron ser los factores causantes de sus síntomas. También actuó como conducto para la información procedente de «entes espirituales» altamente evolucionados y, a través de ellos, reveló muchos secretos de la vida y de la muerte. En pocos y breves meses, sus síntomas desaparecieron y reanudó su vida, más feliz y en paz que nunca.
En mis estudios no había nada que me hubiera preparado para algo así. Cuando estos hechos sucedieron me sentí absolutamente asombrado.
No tengo explicaciones científicas de lo que ocurrió. En la mente humana hay demasiadas cosas que están más allá de nuestra comprensión. Tal vez Catherine, bajo la hipnosis, pudo centrarse en esa parte de su mente subconsciente que acumulaba verdaderos recuerdos de vidas pasadas; tal vez utilizó aquello que el psicoanalista Carl Jung denominó «inconsciente colectivo»: la fuente de energía que nos rodea y contiene los recuerdos de toda la raza humana.
Los científicos comienzan a buscar estas respuestas. Nosotros, como sociedad, podemos beneficiarnos mucho con la investigación de los misterios que encierran el alma, la mente, la continuación de la vida después de la muerte y la influencia de nuestras experiencias en vidas anteriores sobre nuestra conducta actual. Obviamente, las ramificaciones son ilimitadas, sobre todo en los campos de la medicina, la psiquiatría, la teología y la filosofía.
Sin embargo, la investigación científicamente rigurosa de estos temas está todavía en mantillas. Si bien se están dando grandes pasos para descubrir esta información, el proceso es lento y encuentra mucha resistencia tanto por parte de los científicos como de los legos.
A lo largo de la historia, la humanidad siempre se ha resistido al cambio y a la aceptación de ideas nuevas. Los textos históricos están llenos de ejemplos. Cuando Galileo descubrió las lunas de Júpiter, los astrónomos de su época se negaron a aceptar su existencia e incluso a mirar esos satélites, pues estaban en conflicto con las creencias aceptadas. Así ocurre ahora entre los psiquiatras y otros terapeutas, que se niegan a examinar y evaluar las considerables pruebas reunidas acerca de la supervivencia tras la muerte física y sobre los recuerdos de vidas pasadas. Mantienen los ojos bien cerrados.
Este libro es mi pequeña contribución a la investigación en el campo de la parapsicología, sobre todo en la rama que se refiere a nuestras experiencias antes del nacimiento y después de la muerte. Cada palabra de lo que aquí se va a contar es cierta. No he agregado nada y sólo he eliminado las partes repetitivas. He alterado ligeramente la identidad de Catherine para respetar su intimidad.
Me llevó cuatro años decidirme a escribir sobre lo ocurrido, cuatro años reunir valor para aceptar el riesgo profesional de revelar esta información, nada ortodoxa.
De pronto, una noche, mientras me duchaba, me sentí impelido a poner esta experiencia por escrito. Tenía la fuerte sensación de que era el momento correcto, de que no debía retener la información por más tiempo. Las lecciones que había aprendido estaban destinadas también a otros; no me habían sido dadas para que las mantuviera en secreto. El conocimiento había llegado por medio de Catherine, y ahora debía pasar a través de mí. Comprendí que, de cuantas consecuencias pudiera sufrir, ninguna sería tan devastadora como no compartir el conocimiento adquirido sobre la inmortalidad y el verdadero sentido de la vida.
Salí a toda carrera del baño y me senté ante mi escritorio, con el montón de cintas grabadas durante mis sesiones con Catherine. En las horas de la madrugada, pensé en mi viejo abuelo húngaro, que había muerto durante mi adolescencia. Cada vez que yo confesaba tener miedo de correr un riesgo, él me alentaba amorosamente, repitiendo su expresión favorita en nuestro idioma: «¿Qué diablos? ?decía, con su acento extranjero?, ¿qué diablos?»

1

Cuando vi a Catherine por primera vez, ella lucía un vestido de color carmesí intenso y hojeaba nerviosamente una revista en mi sala de espera. Era evidente que estaba sofocada. Había pasado los veinte minutos anteriores paseándose por el pasillo, frente a los consultorios del departamento de Psiquiatría, tratando de convencerse de que debía asistir a su entrevista conmigo en vez de echar a correr.
Fui a la sala de espera para saludarla y nos estrechamos la mano. Noté que las suyas estaban frías y húmedas, lo cual confirmaba su ansiedad. En realidad, había tenido que reunir valor durante dos meses para pedir esa cita conmigo, pese a que dos médicos del personal, hombres en quienes ella confiaba, le habían aconsejado insistentemente que me pidiera ayuda. Finalmente, allí estaba.
Catherine es una mujer extraordinariamente atractiva, de ojos color avellana y pelo rubio, medianamente largo. Por esa época trabajaba como técnica de laboratorio en el hospital donde yo era jefe de Psiquiatría; también se ganaba un sobresueldo como modelo de trajes de baño.
La hice pasar a mi consultorio y la conduje hasta un gran sillón de cuero que había tras el diván. Nos sentamos frente a frente, separados por mi escritorio semicircular. Catherine se reclinó en su sillón, callada, sin saber por dónde empezar. Yo esperaba, pues prefería que fuera ella misma quien eligiera el tema inicial; no obstante, al cabo de algunos minutos empecé a preguntarle por su pasado. En esa primera visita, comenzamos a desentrañar quién era ella y por qué acudía a verme.
En respuesta a mis preguntas, Catherine reveló la historia de su vida. Era la segunda de tres hijos, criada en el seno de una familia católica conservadora, en una pequeña ciudad de Massachusetts. Su hermano, tres años mayor que ella, era muy atlético y disfrutaba de una libertad que a ella nunca se le permitió. La hermana menor era la favorita de ambos padres.
Cuando empezamos a hablar de sus síntomas se puso notablemente más tensa y nerviosa. Comenzó a hablar más deprisa y se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en la mesa. Su vida siempre había estado repleta de miedos. Tenía miedo del agua; tenía tanto miedo de asfixiarse que no podía tragar píldoras; también la asustaban los aviones, y la oscuridad; la aterrorizaba la idea de morir. En los últimos tiempos, esos miedos habían comenzado a empeorar. A fin de sentirse a salvo solía dormir en el amplio ropero de su apartamento. Sufría dos o tres horas de insomnio antes de poder conciliar el sueño. Una vez dormida, su sueño era ligero y agitado; se despertaba con frecuencia. Las pesadillas y los episodios de sonambulismo que habían atormentado su infancia empezaban a repetirse. A medida que los miedos y los síntomas la iban paralizando cada vez más, mayor era su depresión.
Mientras Catherine hablaba, percibí lo profundo de sus sufrimientos. En el curso de los años, yo había ayudado a muchos pacientes como ella a superar el tormento de los miedos; por eso confiaba en poder prestarle la misma ayuda. Decidí que comenzaríamos por ahondar en su niñez, buscando las raíces originarias de sus problemas. Por lo común, este tipo de indagación ayuda a aliviar la ansiedad. En caso de necesidad, y si ella lograba tragar píldoras, le ofrecería alguna medicación suave contra la ansiedad, para que estuviera más cómoda. Era el tratamiento habitual para sus síntomas, y yo nunca vacilaba en utilizar sedantes (y hasta medicamentos antidepresivos) para tratar las ansiedades y los miedos crónicos y graves. Ahora recurro a ellos con mucha más moderación y sólo durante breves períodos, si acaso. No hay medicamento que pueda llegar a las verdaderas raíces de estos síntomas. Mis experiencias con Catherine y otros pacientes como ella así me lo han demostrado. Ahora sé que se puede curar, en vez de limitarse a disimular o enmascarar los síntomas.
Durante esa primera sesión yo trataba, con suave insistencia, de hacerla volver a la niñez. Como Catherine recordaba asombrosamente pocos hechos de sus primeros años, me dije que debía analizar la posibilidad de utilizar la hipnoterapia como una posible forma de abreviar el tratamiento para superar esa represión. Ella no recordaba ningún momento especialmente traumático de su niñez que explicara esos continuos miedos en su vida.
En tanto ella se esforzaba y abría su mente para recordar, iban emergiendo fragmentos aislados de memoria. A los cinco años había sufrido un ataque de pánico cuando alguien la empujó desde un trampolín a una piscina. No obstante, dijo que incluso antes de ese incidente no se había sentido nunca cómoda en el agua. Cuando Catherine tenía once años, su madre había caído en una depresión grave. El extraño modo en que se alejaba de su familia hizo que fuera necesario consultar con un psiquiatra y someterla a electrochoque. Debido a ese tratamiento a su madre le costaba recordar cosas. La experiencia asustó a Catherine, pero aseguraba que, cuando su madre mejoró y volvió a ser como siempre, esos miedos se disiparon. Su padre tenía un largo historial de excesos alcohólicos; a veces, el hijo mayor tenía que ir al bar del barrio para recogerlo.
El creciente consumo de alcohol lo llevaba a reñir frecuentemente con la madre de Catherine, quien entonces se volvía retraída y malhumorada. Sin embargo, la muchacha consideraba eso como un patrón familiar aceptado.
Fuera de casa todo iba mejor. En la escuela secundaria salía con muchachos y mantenía un trato fácil con sus amigos, a la mayoría de los cuales conocía desde varios años atrás. Sin embargo, le resultaba difícil confiar en la gente, sobre todo en quienes no formaban parte del reducido círculo de sus amistades.
En cuanto a la religión, para ella era simple y no se planteaba dudas. Se le había enseñado a creer en la ideología y las prácticas católicas tradicionales, sin que ella pusiera realmente en tela de juicio la verdad y validez de su credo. Estaba segura de que, si una era buena católica y vivía como era debido, respetando la fe y sus ritos, sería recompensada con el paraíso; si no, sufriría el purgatorio o el infierno. Un Dios patriarcal y su Hijo se encargaban de esas decisiones definitivas. Más tarde descubrí que Catherine no creía en la reencarnación; de hecho, sabía muy poco de ese concepto, aunque había leído algo sobre los hindúes. La idea de la reencarnación era contraria a su educación y su comprensión. Nunca había leído sobre temas metafísicos u ocultistas porque no le interesaban en absoluto. Estaba segura de sus creencias.
Terminada la escuela secundaria, Catherine cursó dos años de estudios técnicos, que la capacitaron como técnica de laboratorio. Contando con una profesión y alentada por la mudanza de su hermano a Tampa, Catherine consiguió un puesto en Miami, en un gran hospital asociado con la Universidad de Miami. Ciudad a la que se trasladó en la primavera de 1974, a la edad de veintiún años.
La vida de Catherine en su pequeña ciudad había sido más fácil que la que tuvo que llevar en Miami; sin embargo, le alegraba haber escapado a sus problemas familiares.
Durante el primer año que pasó allí conoció a Stuart: un hombre casado, judío y con dos hijos; diferente en todo de los hombres con quienes había salido. Era un médico de éxito, fuerte y emprendedor. Entre ellos había una atracción irresistible, pero las relaciones resultaban inestables y tempestuosas. Había algo en él que despertaba las pasiones de Catherine, como si la hechizara. Por la época en que ella inició la terapia, su relación con Stuart iba por el sexto año y aún conservaba todo su vigor, aunque no marchara bien. Catherine no podía resistirse a él, aunque la trataba mal y la enfurecía con sus mentiras, sus manipulaciones y sus promesas rotas.
Varios meses antes de su entrevista conmigo, Catherine había sufrido una operación quirúrgica de las cuerdas vocales, afectadas por un nódulo benigno. Ya estaba ansiosa antes de la operación, pero al despertar, en la sala de recuperación, se encontraba absolutamente aterrorizada. El personal de enfermería se esforzó horas enteras por calmarla. Después de reponerse en el hospital, buscó al doctor Edward Poole. Ed era un bondadoso pediatra a quien Catherine había conocido mientras trabajaba en el hospital. Entre ambos surgió un entendimiento instantáneo, que se fue convirtiendo en estrecha amistad. Catherine habló francamente con Ed; le contó sus temores, su relación con Stuart y su sensación de estar perdiendo el control de su vida. Él insistió en que pidiera una entrevista conmigo, personalmente, no con alguno de mis asociados. Cuando Ed me llamó para ponerme al tanto de ese consejo, agregó que, por algún motivo, le parecía que sólo yo podía comprender de verdad a Catherine, aunque los otros psiquiatras también tenían una excelente preparación y eran terapeutas capacitados. Sin embargo, Catherine no me llamó.
Pasaron ocho semanas. Como mi trabajo como jefe del departamento de Psiquiatría me absorbe mucho, olvidé la llamada de Ed. Los miedos y las fobias de Catherine empeoraban. El doctor Frank Acker, jefe de Cirugía, la conocía superficialmente desde hacía años y solía bromear con ella cuando visitaba el laboratorio donde trabajaba. Él había notado su desdicha de los últimos tiempos y percibido su tensión. Aunque había querido decirle algo en varias oportunidades, vacilaba. Una tarde, mientras iba en su coche a un hospital apartado donde debía dar una conferencia, vio a Catherine, que volvía en su propio automóvil a casa, cercana a ese pequeño hospital. Siguiendo un impulso, le indicó por señas que se hiciera a un lado de la carretera.
?Quiero que hables ahora mismo con el doctor Weiss ?le gritó por la ventanilla?. Sin demora.
Aunque los cirujanos suelen actuar impulsivamente, al mismo Frank le sorprendió su rotundidad.
Los ataques de pánico y la ansiedad de Catherine iban siendo más frecuentes y duraban más. Empezó a sufrir dos pesadillas recurrentes. En una, un puente se derrumbaba mientras ella lo cruzaba al volante de su automóvil. El vehículo se hundía en el agua y ella quedaba atrapada, ahogándose. En el segundo sueño se encontraba encerrada en un cuarto totalmente oscuro, donde tropezaba y caía sobre las cosas, sin lograr hallar una salida.
Por fin, vino a verme.

* * *

Durante mi primera sesión con Catherine yo no tenía la menor idea de que mi vida estaba a punto de trastrocarse por completo, de que esa mujer asustada y confundida, sentada frente a mi escritorio, sería el catalizador, ni de que yo jamás volvería a ser el mismo.

2

Pasaron dieciocho meses de psicoterapia intensiva; Catherine venía a verme una o dos veces por semana. Era buena paciente: verbalmente expresiva, capaz de penetrar en lo psíquico y muy deseosa de mejorar.
En ese tiempo exploramos sus sentimientos, sus ideas y sus sueños. El hecho de que supiera reconocer los patrones de conducta recurrentes le proporcionaba penetración y entendimiento. Recordó muchos otros detalles importantes de su pasado, tales como las ausencias de su padre, que era marino mercante, y sus ocasionales arrebatos violentos después de beber en exceso. Comprendía mucho mejor sus relaciones turbulentas con Stuart y expresaba el enojo de manera más apropiada. En mi opinión, por entonces debería haber mejorado mucho. Los pacientes mejoran casi siempre cuando recuerdan influencias desagradables de su pasado, cuando aprenden a reconocer y corregir patrones de conducta inadaptada y cuando desarrollan la capacidad de ver sus problemas desde una perspectiva más amplia y objetiva. Pero Catherine no había mejorado.
Aún la torturaban los ataques de ansiedad y pánico. Continuaban las vividas pesadillas recurrentes y todavía la aterrorizaban el agua, la oscuridad y estar encerrada. Aún dormía de manera interrumpida, sin descansar. Sufría palpitaciones cardíacas. Continuaba negándose a tomar medicamentos por temor a ahogarse con las píldoras. Yo me sentía como si hubiera llegado a un muro: por mucho que hiciera, el muro seguía siendo tan alto que ninguno de los dos podía franquearlo. Sin embargo, este sentimiento de frustración me dio todavía mayor decisión: de algún modo ayudaría a Catherine.
Y entonces ocurrió algo extraño. Aunque tenía un intenso miedo a volar y debía darse coraje con varias copas al subir a un avión, Catherine acompañó a Stuart a un congreso médico que se realizó en Chicago, en la primavera de 1982. Mientras estaban allí, insistió para que él la llevara a visitar la exposición egipcia del museo de arte, donde hicieron un recorrido en grupo con un guía.
Catherine siempre había sentido interés por los objetos y las reproducciones de reliquias provenientes del antiguo Egipto. No se la podía considerar erudita en el tema y nunca había estudiado ese período histórico, pero en cierto modo las piezas le parecían familiares.
Cuando el guía comenzó a describir algunos de los objetos expuestos, ella se descubrió corrigiéndolo… ¡y tenía razón! El guía estaba sorprendido; Catherine, atónita. ¿Cómo sabía esas cosas? ¿Por qué estaba tan segura de tener razón como para corregir al hombre en público? Tal vez eran recuerdos olvidados de la infancia.
En su visita siguiente me contó lo ocurrido. Meses antes yo le había sugerido la hipnosis, pero ella tenía miedo y se resistía. Debido a su experiencia en la exposición egipcia, aceptó, aunque a regañadientes.
La hipnosis es una excelente herramienta para que un paciente recuerde incidentes olvidados durante mucho tiempo. No encierra misterio alguno: se trata sólo de un estado de concentración enfocada. Siguiendo las instrucciones de un hipnotista bien preparado, el paciente relaja el cuerpo, con lo que la memoria se agudiza. Yo había hipnotizado a cientos de pacientes; me resultaba útil para reducir la ansiedad, eliminar fobias, cambiar malos hábitos y ayudar a rememorar material reprimido. Ocasionalmente había logrado la regresión de algún paciente a la primera infancia, hasta cuando tenía dos o tres años de edad, despertando así recuerdos de traumas muy olvidados que trastornaban su vida. Confiaba en que la hipnosis ayudaría a Catherine.
Le indiqué que se tendiera en el diván, con los ojos entrecerrados y la cabeza apoyada en una almohadita. Al principio nos concentramos en su respiración. Con cada exhalación liberaba tensiones y ansiedad acumuladas. Al cabo de varios minutos, le dije que visualizara sus músculos relajándose progresivamente: desde los de la cara y la mandíbula, pasando por los del cuello, los hombros, los brazos, la espalda y el estómago, hasta los de las piernas. Ella sentía que todo su cuerpo se hundía más y más en el diván.
Luego le di instrucciones de visualizar una intensa luz blanca en lo alto de su cabeza, dentro de su cuerpo. Más adelante, después de haber hecho que la luz se extendiera poco a poco por su cuerpo, la luminosidad relajó por completo todos los músculos, todos los nervios, todos los órganos, el cuerpo entero, llevándola a un estado de relajación y paz cada vez más profundo. Gradualmente sentía más sueño, más paz, más serenidad. A su debido tiempo, siguiendo mis indicaciones, la luz llenó completamente su cuerpo y la envolvió.
Conté hacia atrás, lentamente, de diez a uno. A cada número, Catherine entraba en un nivel de mayor relajación. Su trance se hizo más profundo. Podía concentrarse en mi voz, excluyendo cualquier otro ruido. Al llegar a uno, estaba ya en un estado de hipnosis moderadamente profundo. Todo el proceso había requerido unos veinte minutos.
Al cabo de un rato comencé a iniciarla en la regresión, pidiéndole que rememorara recuerdos de edades cada vez más tempranas. Podía hablar y responder a mis preguntas, siempre manteniendo un profundo nivel de hipnosis. Recordó una experiencia traumática con el dentista, ocurrida cuando ella tenía seis años. Tenía vívida memoria de la aterrorizadora experiencia de los cinco años, al ser empujada a una piscina desde un trampolín; en aquella ocasión había sentido náuseas, y había tragado agua hasta asfixiarse; mientras lo narraba, empezó a dar arcadas en mi consultorio. Le indiqué que la experiencia había pasado, que estaba fuera del agua. Las arcadas cesaron y la respiración se hizo normal. Aún estaba en trance profundo.
Pero lo peor de todo había ocurrido a los tres años de edad. Recordó haber despertado en su dormitorio, a oscuras, consciente de que su padre estaba en el cuarto. Él apestaba a alcohol en aquel momento, y Catherine volvía a percibir ahora el mismo olor. El padre la tocó y la frotó, incluso «ahí abajo». Ella, aterrorizada, comenzó a llorar; entonces el padre le tapó la boca con una mano áspera, que no la dejaba respirar. En mi consultorio, en mi diván, veinticinco años después, Catherine sollozaba.
Tuve la certeza de que ya contábamos con la información, que ya teníamos la clave de lo que sucedía. Estaba seguro de que sus síntomas se aliviarían con enorme rapidez. Le indiqué, suavemente, que la experiencia había terminado: ya no estaba en su dormitorio, sino descansando apaciblemente, aún en trance. Los sollozos cesaron. La llevé hacia delante en el tiempo, hasta su edad actual. La desperté después de ordenarle, por sugestión posthipnótica, que recordara todo cuanto me había dicho.
Pasamos el resto de la sesión analizando ese recuerdo, súbitamente vivido, del trauma ocasionado por su padre. Traté de ayudarla a que aceptara y asimilara su «nuevo» conocimiento. Ahora ella podía comprender su relación con el padre, por qué provocaba en él determinadas reacciones y frialdad, por qué ella le tenía miedo. Cuando salió del consultorio aún estaba temblando, pero yo sabía que la comprensión ganada compensaba el haber sufrido un malestar pasajero.
En el drama de descubrir sus dolorosos recuerdos, profundamente reprimidos, había olvidado por completo buscar la posible conexión infantil con los objetos egipcios. Pero, cuando menos, comprendía mejor su pasado. Había recordado varios acontecimientos aterrorizantes. Yo esperaba una importante mejoría de sus síntomas.
Pese a esa nueva comprensión, a la semana siguiente me informó de que sus síntomas se mantenían intactos, tan graves como siempre. Eso me sorprendió. No lograba entender qué fallaba. ¿Era posible que hubiera ocurrido algo antes de los tres años? Habíamos descubierto motivos sobrados para que temiera a la asfixia, al agua, a la oscuridad y al estar encerrada; sin embargo, los miedos penetrantes, los síntomas, la ansiedad desmedida aún devastaban su vida consciente. Sus pesadillas eran tan terroríficas como antes. Decidí llevarla a una regresión mayor.
Mientras estaba hipnotizada, Catherine hablaba en un susurro lento y claro. Gracias a eso pude anotar textualmente sus palabras y las he citado sin alteraciones. (Los puntos suspensivos representan pausas en su relato no correcciones u omisiones de mi parte. No obstante, parte de las repeticiones no han sido incluidas.)
Poco a poco, llevé a Catherine hasta la edad de dos años, pero no recordó nada importante. Le di instrucciones firmes y claras:
?Vuelve a la época en que se iniciaron tus síntomas.
No estaba en absoluto preparado para lo que sucedió a continuación:
?Veo escalones blancos que conducen a un edificio, un edificio grande y blanco, con columnas, abierto por el frente. No hay puertas. Llevo puesto un vestido largo… un saco hecho de tela tosca. Tengo el pelo rubio y largo, trenzado.
Yo estaba confundido. No estaba seguro de lo que estaba ocurriendo. Le pregunté qué año era ése, cuál era su nombre.
?Aronda… Tengo dieciocho años. Veo un mercado frente al edificio. Hay cestos… Esos cestos se cargan en los hombros. Vivimos en un valle… No hay agua. El año es 1863 a. de C. La zona es estéril, tórrida, arenosa. Hay un pozo; ríos, no. El agua viene al valle desde las montañas.
Después de escucharla relatar más detalles topográficos, le dije que se adelantara varios años en el tiempo y que me narrara lo que viera.
?Hay árboles y un camino de piedra. Veo una fogata donde se cocina. Soy rubia. Llevo un vestido pardo, largo y áspero; calzo sandalias. Tengo veinticinco años. Tengo una pequeña llamada Cleastra… Es Rachel. (Rachel es actualmente su sobrina, con la que siempre ha mantenido un vínculo muy estrecho.) Hace mucho calor.
Yo me llevé un sobresalto. Tenía un nudo en el estómago y sentía frío. Las visualizaciones y el recuerdo de Catherine parecían muy definidos. No vacilaba en absoluto. Nombres, fechas, ropas, árboles… ¡todo visto con nitidez! ¿Qué estaba ocurriendo ahí? ¿Cómo era posible que su hija de entonces fuera su actual sobrina? Pero la confusión era mayor que el sobresalto. Había examinado a miles de pacientes psiquiátricos, muchos de ellos bajo hipnosis, sin tropezar jamás con fantasías como ésa, ni siquiera en sueños. Le indiqué que se adelantara hasta el momento de su muerte. No sabía con seguridad cómo interrogar a un paciente en medio de una fantasía (¿o evocación?) tan explícita, pero estaba buscando hechos traumáticos que pudieran servir de base a sus miedos y sus síntomas actuales. Los acontecimientos que rodearan la muerte podían ser especialmente traumáticos. Al parecer, una inundación o un maremoto arrasaba la aldea.
?Hay olas grandes que derriban los árboles. No tengo hacia dónde correr. Hace frío; el agua está fría. Debo salvar a mi niña, pero no puedo… sólo puedo abrazarla con fuerza. Me ahogo; el agua me asfixia. No puedo respirar, no puedo tragar… agua salada. La pequeña me es arrancada de los brazos.
Catherine jadeaba y tenía dificultad para respirar. De pronto, su cuerpo se relajó por completo; su respiración se volvió profunda y regular.
?Veo nubes… Mi pequeña está conmigo. Y otros de la aldea. Veo a mi hermano.
Descansaba; esa vida había terminado. Permanecía en trance profundo. ¡Yo estaba estupefacto! ¿Vidas anteriores? ¿Reencarnación? Mi mente clínica me indicaba que Catherine no estaba fantaseando, que no inventaba ese material. Sus pensamientos, sus expresiones, su atención a los detalles en particular, todo se diferenciaba de su estado normal de conciencia. Por la mente me cruzó toda la gama de diagnósticos psiquiátricos posibles, pero su estado psíquico y su estructura de carácter no explicaban esas revelaciones. ¿Esquizofrenia? No; Catherine nunca había dado muestras de trastornos cognitivos o de pensamiento. Nunca había sufrido alucinaciones auditivas ni visuales (no oía voces ni tenía visiones estando despierta), ni ningún tipo de episodios psicopáticos. Tampoco se trataba de una ilusión (perder el contacto con la realidad). No tenía personalidad múltiple ni escindida. Sólo había una Catherine, y su mente consciente tenía perfecta conciencia de eso. No demostraba tendencias sociopáticas o antisociales. No era una actriz. No consumía drogas ni sustancias alucinógenas. Su consumo de alcohol era mínimo. No padecía enfermedades neurológicas o psicológicas que pudieran explicar esa experiencia vivida e inmediata en estado de hipnosis.
Ésos eran recuerdos de algún tipo, pero ¿de dónde procedían? Mi reacción instintiva era que acababa de tropezar con algo de lo que sabía muy poco: la reencarnación y los recuerdos de vidas pasadas.
«No puede ser», me decía; mi mente, científicamente formada, se resistía a aceptarlo. Sin embargo, estaba ocurriendo delante de mis ojos. Aunque no pudiera explicarlo, tampoco me era posible negar su realidad.
?Continúa ?dije, algo nervioso, pero fascinado por lo que ocurría?. ¿Recuerdas algo más?
Ella recordó fragmentos de otras dos vidas.
?Tengo un vestido de encaje negro y encaje negro en la cabeza. Mi pelo es oscuro, algo canoso. Es 1756 (d. de C.). Soy española. Me llamo Luisa y tengo cincuenta y seis años. Estoy bailando. Hay otros que también bailan. (Larga pausa.) Estoy enferma; tengo fiebre, sudores fríos… Hay mucha gente enferma; la gente se muere… Los médicos no lo saben, pero fue por el agua.
La llevé hacia delante en el tiempo.
?Me recobro, pero aún me duele la cabeza; aún me duelen los ojos y la cabeza por la fiebre, por el agua… Muchos mueren.
Más adelante me dijo que en esa vida era prostituta, pero que no me había dado esa información porque la avergonzaba. Al parecer, en estado de hipnosis podía censurar algunos de los recuerdos que me transmitía.
Puesto que había reconocido a su sobrina en una vida anterior, le pregunté impulsivamente si yo estaba presente en alguna de sus existencias. Sentía curiosidad por conocer mi papel, si acaso lo tenía, en sus recuerdos. Me respondió con prontitud, en contraste con las evocaciones anteriores, muy lentas y pausadas.
?Tú eres mi maestro; estás sentado en un saliente de roca. Nos enseñas con libros. Eres anciano, de pelo gris. Usas un vestido blanco (una toga) con bordes dorados… Tú te llamas Diógenes. Nos enseñas símbolos, triángulos. Eres realmente muy sabio, pero yo no comprendo. El año es 1568 a. de C.
(La fecha era aproximadamente mil doscientos años anterior al famoso Diógenes, filósofo cínico de Grecia. El nombre no era muy insólito.)
La primera sesión había terminado. Le sucederían otras aún más asombrosas.

* * *

Cuando Catherine se hubo ido, y durante varios días más, reflexioné mucho en los detalles de la regresión hipnótica. Reflexionar es natural en mí. Muy pocos de los detalles que emergieran de una hora de terapia, incluso de las «normales», escapaban a mi obsesivo análisis mental, y esa sesión difícilmente podía considerarse «normal». Por añadidura, era muy escéptico con respecto a la vida después de la muerte, la reencarnación, las experiencias de abandono del cuerpo y los fenómenos de ese tipo. Después de todo, según pensaba la parte lógica de mi persona, eso podía ser fantasía de Catherine. En realidad, me sería imposible demostrar la veracidad de sus aseveraciones o visualizaciones. Pero yo también tenía conciencia, aunque mucho más difusa, de un pensamiento menos emocional. «Mantén la mente abierta ?me decía ese pensamiento?, la verdadera ciencia comienza por la observación.» Sus «recuerdos» podían no ser fantasías ni imaginación. Podía haber algo más de lo que estaba a la vista… o al alcance de cualquier otro sentido. «Mantén la mente abierta. Consigue más datos.» Otro pensamiento me importunaba. Catherine, tan propensa a temores y ansiedades desde siempre, ¿no tendría demasiado miedo de volver a someterse a la hipnosis? Resolví no llamarla. Que ella también digiriera la experiencia. Esperaría a la semana siguiente.

3

Una semana después, Catherine entró alegremente en mi consultorio para la siguiente sesión de hipnosis. Hermosa de por sí, estaba más radiante que nunca. Me anunció, feliz, que su eterno miedo a ahogarse había desaparecido. El miedo a asfixiarse era algo menor. Ya no la despertaba la pesadilla del puente que se derrumbaba. Aunque había recordado los detalles de su vida anterior, aún no tenía el material realmente asimilado.
Los conceptos de vidas pasadas y reencarnación eran extraños a su cosmología; sin embargo, sus recuerdos eran tan vívidos, las visiones, los sonidos y los olores tan claros, tan poderosa e inmediata la certeza de estar allí, que debía haber estado. La experiencia era tan abrumadora que ella no lo ponía en duda. Pero se preguntaba cómo conciliar eso con sus creencias y su educación.
Durante esa semana, yo había repasado el libro de texto de un curso de religiones comparadas que había seguido en mi primer año en la Universidad de Columbia. Había, ciertamente, referencias a la reencarnación en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. En el año 325 d. de C., el emperador romano Constantino el Grande, junto con Helena, su madre, había eliminado las referencias a la reencarnación contenidas en el Nuevo Testamento. El segundo Concilio de Constantinopla, reunido en el 553, confirmó ese acto y declaró herética la idea de la reencarnación. Al parecer, consideraban que esta idea debilitaría el creciente poder de la Iglesia, al conceder a los seres humanos demasiado tiempo para buscar la salvación. Sin embargo, las referencias originarias habían existido; los primeros padres de la Iglesia aceptaban el concepto de la reencarnación. Los primitivos gnósticos ?Clemente de Alejandría, Orígenes, san Jerónimo y muchos otros? estaban convencidos de haber vivido anteriormente y de que volverían a hacerlo.
Pero yo no había creído nunca en la reencarnación. Ni siquiera había pensado mucho en el tema. Aunque mi temprana educación religiosa hablaba de una vaga existencia del «alma» después de la muerte, la idea no me convencía.
Yo era el mayor de cuatro hijos, todos los cuales se llevaban tres años entre sí. Pertenecíamos a una conservadora sinagoga judía de Red Bank, una pequeña ciudad próxima a la costa de Nueva Jersey. Yo era el pacificador y el hombre de estado de la familia. Mi padre se dedicaba más a la religión que el resto de nosotros. La tomaba muy en serio, como todo en la vida. Los éxitos académicos de sus hijos eran las grandes alegrías de su existencia. Cualquier discordia doméstica lo alteraba con facilidad; entonces se retiraba, dejando que yo interviniera como mediador. Aunque ésa resultó ser una excelente práctica preparatoria para hacer carrera en la psiquiatría, mi niñez estuvo más cargada de responsabilidades de lo que yo, retrospectivamente, habría querido. Salí de la infancia convertido en un joven muy serio, habituado a tomar sobre sí demasiadas responsabilidades.
Mi madre se pasaba la vida mostrando amor. No había límites que se le interpusieran. Era más simple que mi padre; utilizaba la culpa, el martirio, la pena llevada al extremo y la identificación con sus hijos como instrumentos de manipulación, todo sin segundas intenciones. Pero rara vez se mostraba triste o malhumorada y siempre se podía contar con su amor y su apoyo.
Mi padre tenía un buen trabajo como fotógrafo industrial; pero, aunque siempre tuvimos comida en abundancia, el dinero escaseaba mucho. Peter, mi hermano menor, nació cuando yo tenía nueve años. Tuvimos que repartir a seis personas en un pequeño apartamento de dos dormitorios con un jardín en la planta baja.
En esa pequeña vivienda, la vida era febril y ruidosa. Yo buscaba refugio en mis libros. Cuando no leía interminablemente, jugaba al béisbol o al baloncesto, las otras pasiones de mi niñez. Sabía que el estudio era el modo de salir de esa pequeña ciudad, por cómoda que fuera, y siempre ocupaba el primer o el segundo puesto de mi clase.
Cuando la Universidad de Columbia me otorgó una beca completa, yo era ya un joven serio y estudioso. El éxito académico siguió siendo fácil. Terminé los estudios de química y me gradué con honores. Decidí entonces dedicarme a la psiquiatría, pues esa actividad combinaba mi interés por la ciencia con la fascinación que sentía por el funcionamiento de la mente humana. Por añadidura, la carrera médica me permitía expresar mi interés y mi compasión por el prójimo. Mientras tanto, había conocido a Carole durante unas vacaciones pasadas en un hotel de Catskill Mountain, donde yo trabajaba de camarero y ella se hospedaba. Ambos experimentamos una inmediata atracción mutua, una fuerte sensación de familiaridad y bienestar. Intercambiamos cartas, nos frecuentamos, nos enamoramos y, cuando empecé mi carrera, ya estábamos comprometidos. Ella era inteligente y hermosa. Todo parecía estar acomodándose. Pocos jóvenes se preocupan por la vida, la muerte y la vida después de la muerte, menos aún cuando todo marcha con facilidad.
Yo no era la excepción. Estaba dedicado a la ciencia; aprendía a pensar de manera lógica y desapasionada, a exigir demostraciones.
La carrera de medicina y la residencia en la Universidad de Yale hicieron que cuajara todavía más en mí el método científico. Mi tesis de investigación versó sobre la química del cerebro y el papel de los neurotransmisores, que son los mensajeros químicos del tejido cerebral. Me incorporé a la nueva raza de psiquiatras biológicos, los que mezclaban las teorías psiquiátricas tradicionales y sus técnicas con la nueva ciencia de la química cerebral. Escribí muchos artículos científicos, di conferencias locales y nacionales y me convertí en un verdadero personaje dentro de mi especialidad. Era un poco obsesivo, empecinado e inflexible, pero estos rasgos resultaban útiles para un médico. Me sentía completamente preparado para tratar a quienquiera que se presentara en mi consultorio en busca de terapia.
Y en aquel momento Catherine se convirtió en Aronda, una joven que había vivido en el año 1863 a. de C. ¿O acaso era al revés? Y allí estaba otra vez, feliz como nunca la había visto antes.
Una vez más, temí que Catherine tuviera miedo de continuar. Sin embargo, se dispuso, ansiosamente para la hipnosis y se distendió rápidamente.
?Estoy arrojando guirnaldas de flores al agua. Es una ceremonia. Tengo el pelo rubio y trenzado. Llevo un vestido pardo y dorado y sandalias. Alguien ha muerto, alguien de la casa real… la madre. Yo soy una sirvienta de la casa real y ayudo con la comida. Ponemos los cuerpos en salmuera durante treinta días. Cuando se secan, se extraen las partes. Lo huelo, huelo los cadáveres.
Había vuelto espontáneamente a la vida de Aronda, pero a una parte diferente, en la que su función consistía en preparar los cadáveres después de la muerte.
?En un edificio aparte ?continuó?, puedo ver los cuerpos. Estamos envolviendo cadáveres. El alma pasa al otro lado. Cada uno se lleva sus pertenencias, a fin de prepararse para la vida siguiente, más grandiosa.
Estaba expresando algo que parecía el concepto egipcio de la muerte y el más allá, diferente de todas nuestras creencias. En esa religión, uno podía llevarse sus pertenencias consigo.
Dejó esa vida y descansó. Hizo una pausa de varios minutos antes de entrar en un tiempo que parecía antiguo.

Vive con tus muertos que viven René Trossero

Vive con tus muertos que viven

René Trossero

Mirándola de frente, sin negarla, una muerte esperada se hace amiga; ella trae al final de la jornada recompensa feliz a quien camina, teniendo en su horizonte la esperanza, en Dios que nos espera en la alegría.
—– = 0 = —-
A todos los que creen que morir
no es dormirse en un sueño final,
sino despertar definitivamente
a una Vida plena y feliz.
A todos los que quisieran creerlo,
y sufren porque no pueden.
Y a todos los que no lo creen
y lo niegan;
pero se sentirán felices
cuando al morir constaten,
que lo que negaron era cierto.

No te mueras con tus muertos; vive con tus muertos que viven.
Mis queridos lectores:
Escribo estas páginas para todos ustedes, pero van especialmente dirigidas a los que ya me permitieron hacer camino juntos, aceptando que los acompañara con mis escritos. De modo particular tengo presentes a los que sobrellevan en el alma el peso de un duelo, y se ayudan con mi librito NO TE MUERAS CON TUS MUERTOS. Muchos de ustedes me dieron la alegría de comunicarme, verbalmente o por escrito, que mis palabras les habían ayudado a vivir con esperanza, en medio del dolor. Quiero recordar con todos ustedes a esa mujer anónima que, en un lugar que ya no recuerdo, me abrazó llorando, mientras me decía: “¡Gracias! ¡Usted me salvó la vida! Porque murió mi esposo y, desesperada, tenía tomada la decisión de suicidarme. Una amiga me regaló NO TE MUERAS CON TUS MUERTOS, y yo decidí seguir viviendo”. Gracias, mujer, porque tu testimonio justifica por sí solo, mi esfuerzo por redactar aquellas páginas. Muchos me pidieron que les escribiera algo más sobre este tema; y me negué hasta ahora, por temor de repetirme. Y hoy decido satisfacer aquel pedido con el deseo y la esperanza de seguir acompañándolos en el camino de la vida, compartiendo las cosas que pienso para mí mismo. En NO TE MUERAS CON TUS MUERTOS puse el acento en la necesidad de aprender a aceptar la muerte de los seres queridos, sin dejar de pensar en el desafío de aceptar la propia, viviendo auténticamente acompañados por quienes ya alcanzaron la meta. En estas páginas quiero acentuar lo segundo.
René Juan Trossero.
“Si esperas y crees que la vida continuará más allá de la muerte…” 

VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN
¿Por qué titulé así estas páginas? Te lo cuento. Myrian una mujer madura, me comentó su pesar, pese a los diecinueve años transcurridos, por la pérdida de un hijo, a causa de un accidente. Me permití sugerirle que leyera mi librito, NO TE MUERAS CON TUS MUERTOS. Y con espontánea inmediatez me respondió: “¡Ah no, yo no me muero con mis muertos, YO VIVO CON MIS MUERTOS!” Y me pareció una afirmación muy acertada, capaz de transmitir el mensaje que quiero comunicar con este libro. Si piensas que al morir todo acaba en la destrucción y en la nada, no sólo este título, sino todo el libro, te resultará increíble y chocante. Pero si crees y esperas que la vida continúe más allá de la muerte, la invitación a vivir con tus muertos te resultará aceptable y alentadora. Abierto a la trascendencia, aceptando esta otra etapa de la vi da, tú crees seguramente en Dios, y no rechazas la invitación a buscarlo, a tenerlo presente, y a vivir en él y con él, aunque no lo veas. Ahora bien, si admites que esto es posible, ¿por qué no aceptar que también puedes vivir con tus muertos que viven? Además, si tus muertos no hubieran muerto, sino emigrado a un lejano y desconocido lugar, sin ninguna posibilidad de comunicarte con ellos, los llevarías en tu memoria y en tu corazón aun sin verlos. ¡No dejarías de saber que viven, que los amas y te aman!
Y si crees que tus muertos viven, ¿por qué, pese al dolor de no verlos, no ha de ser posible vivir con ellos, recordándolos con amor? 

Silencio
El Maestro solía hacer prolongados silencios, cuando conversaba con sus discípulos. Uno de ellos lo interrogó:
– Maestro, ¿por qué guardas tantos momentos de silencio, cuando nos confías tus reflexiones?El maestro respondió:
– El silencio es el tiempo que el que habla necesita, para decirse primero a sí mismo, lo que luego comunicará al otro. Porque cuando se habla sobre la vida, no se es veraz, auténtico y coherente, si no se comienza escuchándose a uno mismo. Y el silencio para el que escucha, es el tiempo necesario para que se disponga, como la tierra, para recibir la semilla.

Repeticiones
El Maestro hablaba poco, lo necesario, y con frecuencia repetía sus enseñanzas. Un discípulo le preguntó:
– Maestro, ¿por qué repites tantas veces tus máximas o tus consejos?Y escuchó esta respuesta:
– El hombre que martilla un clavo no lo golpea para darle tres o diez golpes, sino que lo hace para que se clave en la madera. Yo no digo por decir, ni enseño por enseñar, sino para que lo que enseño diciendo sea comprendido y vivido.

¡VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN!
Sé como la madre parturienta,
que grita su dolor
mientras alumbra,
para vivir después
su indecible alegría cuando estrecha,
con sus brazos sobre el pecho,
la vida que entregó
y que, devuelta,
la alegra mucho más que antes de darla.

PORQUE EL AMOR
ES MAS FUERTE
QUE LA MUERTE,
y todo lo que entrega no lo pierde,
porque lo recupera acrecentado,
precisamente
por haberlo dado.
Cuando naciste, dijeron:
“Te dieron a luz”,
“Te alumbraron”.
Pero tú cerraste los ojos
encandilado, enceguecido.
Cuando mueras cerrarán tus ojos,
y dirán: “Se durmió en paz”.
Y tú estarás como nunca,
con los ojos abiertos a la Luz,
como nunca despierto.
¡Para siempre!

En el silencio solitario de una cabaña, oculta entre la tupida arboleda, el Maestro conversaba con tres discípulos.
– Hoy vamos a meditar sobre la realidad de la muerte. Quiero comenzar sabiendo qué es para cada uno de
ustedes… Tómense su tiempo…
Después de un momento de hondo silencio, surgieron las respuestas.

– Para mí, la muerte no existe. Yo no pienso en ella – dijo el primero.

– La muerte es el final de todo… Y todo acaba con ella – afirmó el segundo.
– La muerte es un cambio en el modo de vivir… Es el final de esta etapa y el comienzo de otra, que es eterna –
finalizó el tercero.

El Maestro permaneció callado largo rato, como dándoles tiempo a sus discípulos para que rumiaran el sentido de sus respuestas. Con una rama seca trazaba enigmáticas figuras sobre el piso de tierra. Y al final se dirigió al primero, diciendo:
– Un hombre decidió explorar la espesura de la selva. Un amigo le advirtió: “Cuídate del león. Mira que puede
sorprenderte y atacarte”.
El explorador se fue internando sigilosamente hacia el corazón enmarañado de la selva. El temor de verse
enfrentado con el león le quitaba la paz, llenándolo de pánico. Y decidió aliviarse, diciéndose a sí mismo: “El
león no existe”.
Unas horas después oyó voces o ruidos extraños. “¡El león!”, le gritó su pensamiento. Pero el hombre se
tranquilizó al instante. “No. ¡El león no existe!” Y siguió su camino. Los rugidos se oyeron más claros y
cercanos. Pero el hombre se repetía: “El león no existe”.
Como el explorador no regresó a su aldea, los amigos salieron a buscarlo. Y regresaron con sus ropas hechas
jirones.
El Maestro respiró profundamente y guardó silencio. El discípulo lo miraba atento, como esperando que
continuara su relato. Pero el Maestro se limitó a mirarlo preguntando:

– ¿Comprendes?
– Creo que sí – fue la respuesta vacilante del discípulo.

– El león no deja de estar acechando en la selva, porque tú lo niegues.Más vale pregúntate cómo lo encararás, cuando te ataque – concluyó el Maestro. Luego echó una mirada hacia
lo alto, como buscando algo, para después mirar a los otros dos discípulos.

-Dos caminantes se encontraron en un cruce de caminos – comenzó diciéndoles. Fatigados por lo andado, se
sentaron ambos a la sombra de un árbol para descansar. Sacaron de sus alforjas sus provisiones y
compartieron una frugal comida. Mientras comían, el primero preguntó al otro:

– ¿Hacia adónde vas?
– Voy hacia el puente final.
– ¿Y para qué?
– ¡Hombre! – respondió con impaciencia el segundo – voy para caminar. Yo disfruto del camino, hasta que se
acabe. ¿Y tú?

-Yo voy al mismo lugar que tú, me dirijo al puente final. Pero no voy como tú, para caminar… , ¡yo voy para
llegar!

– ¿Y cuál es la diferencia, si ambos caminamos y ambos vamos hacia el puente final?
El interpelado vaciló un instante y respondió con una pregunta:

– ¿Y qué harás tú cuando llegues al puente final?

-¡Nada! Porque me han dicho que cuando se llega hasta él, termina el camino y desaparece el caminante.
Acaso tú, ¿esperas encontrar algo distinto?

-¡Sí!, mi amigo – concluyó el segundo. Yo camino hasta el puente final, donde muere esta senda. Pero espero
pasar a la otra orilla, donde nace otro Camino, que nunca se acaba, y se recorre con dicha y sin fatigas…
Y aquí concluyó el Maestro su relato.
En silencio trazó con su rama sobre la tierra un camino estrecho, que llegaba hasta un puente y en la orilla
opuesta trazó una ancha avenida, que se prolongaba indefinidamente.
Los discípulos aguardaron silenciosos y recogidos, con la seguridad de que el Maestro cerraría su relato con
alguna reflexión. Y le escucharon decir:

– En el camino de la vida, algunos caminan para caminar, y otros caminan para llegar… Algunos van dispuestos a perderlo todo, y otros van esperanzados en alcanzar todo… ¡Unos van hacia la muerte resignados a terminar
y otros, van hacia ella, con la esperanza de comenzar…!

Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte.
1ª carta de Juan 3,14.
¿No te parece que muchas veces
vivimos con temor de la muerte final,
y vivimos como muertos
porque no amamos?
Porque la vida del hombre no se mide
por su salud corporal o psíquica,
sino por la intensidad
y la hondura de su amor.
¿Entiendes?
Para los animales vivir es durar,
para las personas vivir es amar…

Más allá del silencio de la muerte, Oigo voces cantándole a la vida, Recordando que es esa nuestra suerte, Inmortal, y que en vez de ser vencida, Renovada en amor será más fuerte.

¡VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN!
Mira que de ti depende
cómo recordarlos
Tú decides imaginarlos
muertos y en el pasado,
para llorarlos ausentes,
o eliges imaginarlos
vivientes hoy,
para sentir la cercanía
de su presencia.
¿O no sabes acaso por tu experiencia,
que cuando te proyectas
una película de terror,
vives aterrorizado,
y que cuando eliges una de amor,
vibras con ternura?

PORQUE EL AMOR
ES MAS FUERTE
QUE LA MUERTE:
y la muerte que tu amor
no pudo evitar,
puede vencerla y superarla,
haciéndote vivir en comunión
con tus seres queridos.

Mientras caminas en la noche,
aguardando el amanecer
para ver la plenitud del sol,
contemplas el esplendor sereno de la luna
y gozas de la luz lejana de las estrellas.
Mientras peregrinas
en medio de las penurias del tiempo,
en pos de la felicidad anhelada,
puedes gozar intensamente
de las pequeñas alegrías cotidianas.

El Maestro y su discípulo caminaban en el bosque a la hora del ocaso. El discípulo formulaba sus preguntas,
exponiendo sus inquietudes e incertidumbres ante la vida. Y llegaron a conversar sobre la muerte.
El Maestro suspendió la conversación y se detuvo mirando hacia el oeste. En ese momento el sol caía detrás
de la línea del horizonte, y sólo dejaba ver sus rayos, surcando el cielo en abanico luminoso.
El discípulo se acopló a su actitud contemplativa, porque sabía que el Maestro extraía una lección para la vi da,
de todo lo que observaba.
Y le dijo:

– Maestro, ¿no te causa cierta pena la muerte del sol en la hora del ocaso? Tomándolo del brazo, el Maestro le indicó el camino de regreso hacia la cabaña. Y ambos caminaron lentamente.
Detenidos ante la puerta, antes de ingresar, el Maestro de dijo:

– Me hablaste de la muerte del sol en el ocaso. El sol murió solamente para tus ojos, porque tú dejaste de verlo. Mañana, al amanecer, miraremos juntos hacia el oriente, y te convencerás de que no había muerto.

                  Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él.
                                                                                                                                                            Romanos 6,9
Antes de resucitar, tuvo que morir.
Pero después de resucitar,
ya no muere más.
¿Comprendes?
¡Se habla de un muerto
que vive para siempre,
porque ya no muere más!
¡Ojalá puedas mirar desde esta óptica,
en la fe y en la esperanza,
la muerte de los que amas
y la tuya!

Moriré y será para sembrarme
Una vez para siempre y encontrarme,
En el Dios que me espera para darme
Rebosante alegría al abrazarme;
Todo bien, que por siempre ha de durarme,
En los brazos de Aquel que quiso amarme.

¡VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN!
Aprende del mar,
que cuando el sol calienta su rostro,
se despide de sus aguas,
en el vapor que sube al cielo.
Pero no llores por él
las aguas despedidas;
míralas con él flotar en el espacio,
jugando con los vientos,
y aguárdalas con esperanza,
porque mañana serán lluvia,
y por el cauce de algún río
volverán hacia tu encuentro.

PORQUE EL AMOR
ES MAS FUERTE
QUE LA MUERTE,
y si sabes amar con esperanza,
verás que morir
no es terminar de vivir,
sino comenzar a vivir
de otra manera.

Si no tienes una meta
que justifique tu andar,
vagarás por distintos caminos,
pero no los caminarás con alegría.

Si una Meta te espera,
como respuesta a tus fatigas,
peregrinarás dichoso,
sin que puedan las tormentas del camino
apagar la llama de tu alegría.

El Maestro se acercó, durante la mañana, al pequeño poblado para hacer la compra de sus austeras provisiones. En una de las polvorientas calles, se encontró con un cortejo fúnebre. Un grupo de familiares y amigos acompañaban los restos mortales de un varón, al lugar donde serían sepultados. Una mujer, esposa del difunto que había visitado al Maestro en su cabaña, lo reconoció.
– Maestro, ¿qué sentido tiene la vida, si al final todo se pierde con la muerte?
El maestro apoyó paternalmente su brazo sobre los hombros de la dolorida mujer, y la invitó a seguir al cortejo, al cual él también se unió. Así llegaron al cementerio, sin que el Maestro pronunciara una palabra. Es que en su sabiduría había descubierto que, en los momentos más intensos de la vida, muchas veces las palabras sobran.
Cuando los encargados de la dura tarea arrojaron sobre el ataúd sepultado las últimas paladas de tierra, la mujer, en medio del llanto, volvió a interpelar al Maestro.
– Maestro, ¿qué sentido tiene esta vida?
Sin quitar su brazo de los hombros de la viuda, el Maestro respondió:
– La vida tiene el sentido que tú le das. Y el sentido que le das a tu vida, incluye el que le das a tu muerte. Tú debes decidir para qué morirás, si quieres saber para qué vives.
– Pero, Maestro – suspiró la mujer – ¿y si todo se acaba con la muerte?

-Si fuera así, tu esposo no se enteraría para sufrirlo, y tampoco lo padecerás tú cuando mueras. Pero si no todo se acaba, sino que todo recomienza en la plenitud de la felicidad, ¿por qué no eliges vivir en la alegría esperanzada?
Con un dejo de acentuado dolor y de no disimulada irritación, le replicó la mujer:
– ¿Pero quién me asegura que todo ha de seguir mejor, después de la muerte?
– La misma autoridad que te asegura, que todo termina con la muerte. ¿Me comprendes? ¡Esa autoridad eres tú!

La fortuna no sirve de nada en el día de la ira, pero la justicia libra de la muerte. Cuando muere el malvado, se desvanece toda esperanza y se esfuma la confianza puesta en las riquezas. Proverbios 11, 4 y 7.
Un día deberás ser trasplantado,
y será tanto menor el sufrimiento
y más grande tu alegría,
cuanto menos atado y arraigado te sientas
en la posesión de lo que tienes.

Velarás sin sentido si es que velas
Esta noche de duelos y de penas,
Lamentando una triste despedida,
Al llorar sin consuelo tu desdicha.
Todo cambia si velas esperando
Otra vida que surge cual milagro,
Retoñando en eterna primavera;
Informándote a ti, que cuando mueras,
Otra vez nacerás con vida nueva.

¡VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN!
Cuando llegue la noche de la muerte,
no te quedes mirando hacia el ocaso
del recuerdo y de la despedida.

En medio de la oscuridad de tu duelo,
mira hacia el oriente,
con la esperanza puesta
en la seguridad del amanecer.

PORQUE EL AMOR
ES MAS FUERTE
QUE LA MUERTE,
y lo que pierdes con tristeza
en los ocasos,
lo recuperas con alegría
en las auroras.

Mientras no sepas para qué murieron
tus seres queridos,
no sabrás para qué morirás tú;
y mientras no sepas para qué morirás tú,
no podrás saber para qué vives.

Porque el hombre tiene hambre y sed

7
de lo eterno y lo infinito,
y toda meta que se muere
con los límites del tiempo
es como un espejismo,
ilusoria promesa en el desierto,
y tú necesitas caminar
con la esperanza del oasis.

El Maestro meditaba solitario y silencioso, sentado sobre el tronco de un árbol caído. Un joven, cuyo padre había muerto, aconsejado por sus amigos, se acercó buscando consuelo y consejo en su sabiduría. Invitado a caminar, el joven se iba desahogando, con el detallado relato de los hechos y de sus penas. El Maestro solía ser de muy pocas palabras, y así lo fue escuchando atentamente hasta que llegaron por el sendero ante la casa de un campesino, amigo del Maestro. El hombre cavaba la tierra con una pala, para hacer un pozo. Su hijo de cuatro años, junto a él, lloraba desconsoladamente.
– ¿Hombre, por qué llora tu hijo? – preguntó el Maestro.
– Mira – respondió el hombre, mientras le mostraba una nuez, que había sacado de su bolsillo -, se la regalaron esta mañana en la escuela. Somos pobres y quiero sembrarla para tener un nogal. Pero él…
– Gracias, amigo – interrumpió el Maestro, e invitó al joven a seguir caminando.
Después de un largo trecho andado en el silencio del monte, sólo interrumpido por el trino de los pájaros, el Maestro preguntó:
– ¿Comprendiste?
– ¿Qué? – interrogó a su vez el joven sorprendido.

-Que cuando el Padre Dios siembra una nuez para tener un nogal, el hombre niño, sin comprender, llora la nuez perdida…
Más vale ir a una casa donde hay duelo que asistir a un banquete, porque ese es el fin del hombre y allí reflexionan los vivientes. Más vale la tristeza que la risa, porque el rostro serio ayuda a pensar. El corazón del sabio está en la casa del duelo y el del necio, en el lugar de diversión.
Eclesiastés 7, 2-4.

Cuando el surco recibe la semilla,
Esperamos pacientes una espiga;
Misteriosa confianza del que siembra,
Esperando seguro la cosecha.
No es un campo de muerte el cementerio,
Triste fin para el hombre sin consuelo;
Es más bien tierra virgen y abonada,
Receptora de siembras de esperanza,
Inmortal como el hombre que no muere,
O al morir se eterniza de otra suerte.

No te mueras con tus muertos Renne Trossero

Me acerco a ti, hermano…

Con el religioso respeto con que se ingresa a un templo; con la cálida ternura con que se acaricia a un niño; y con la cuidadosa delicadeza con que se cura una herida, me acerco a ti, hermano que estás de duelo y sufres el desgarrón de la despedida, provocado por la muerte, para entregarte estas simples palabras.

Algunas te servirán de alivio y de consuelo otras te irritarán, ¡seguramente!, porque no dicen lo que tú sientes ahora. No te impacientes;
acéptalas como indicadoras de un camino, que hay que recorrer con tiempo, y no como preceptoras de un deber que ya debieras haber cumplido.

Si algo te choca hoy, déjalo, y tal vez lo leas mejor mañana.
Estas palabras mías no te dirán lo mismo en los comienzos, en el medio o al final del largo camino de tu duelo.

Tú tienes por delante un camino largo y doloroso, y el presentarte la meta no es para impacientarte, ni para reprocharte pomo haber llegado, sino para alentarte a seguir andando. Tú caminas por tu desierto y el sol y las arenas enardecen tu sed; si yo te hablo de un oasis no es para culparte
por no haberlo alcanzado, sino para alentar tus pasos. ¡Tal vez concluyas tu duelo cuando estemos de acuerdo, y hayas encontrado el oasis..!

Junto con lo escrito, estas páginas tienen espacios en blanco. Riégalos con tus lágrimas, llénalos escribiendo lo tuyo, lo que pienses y lo que sientas, tus propuestas, tu dolor, tus enojos y tus rebeldías..; y, en su momento, también tu aceptación y tu alegría.

quisiera compartir contigo…

Amigo:
tu propia muerte te asusta,
y la muerte de tus seres queridos te duele.
No voy a escribir una sola palabra para superar tu miedo o suprimir tu dolor, porque no tengo esa palabra mágica.
Tu verás cómo enfrentar tu propia muerte.
Yo sólo quisiera compartir contigo algunas cosas simples, para que te duelas sanamente y hagas tu dolor más llevadero, ante la muerte de los tuyos. Y eso es todo.

Que te duelas, dije, sanamente, a causa de tus muertos, que te deprimas un tanto y un tiempo, pero no que no puedas vivir, que te dejes morir porque murió tu madre, tu padre o tu hermano, tu esposo o tu esposa, tu hijo o tu amigo… Yo quisiera ayudarte, si me es posible y si tú quieres, a que sufras sanamente, para seguir viviendo; porque he visto a muchos MORIRSE CON SUS MUERTOS.

Tus muertos ya murieron, y en tu mente ya lo sabes. Pero tu corazón necesita tiempo para saber y aceptar que ya partieron. Por eso tu dolor resurge como nuevo, ante esa mesa familiar donde un lugar quedó vacío, en esa Navidad donde alguien falta, en ese nacimiento sin abuelo, en ese año nuevo en que se brinda y alguien ya no levanta la copa…

Así es el corazón humano:
siempre vive de a poco lo que la razón sabe de golpe. ¡Para la mente los muertos mueren una vez; para el corazón mueren muchas veces…!

resucitarán ?para ti?…

? Tus muertos resucitarán ?para ti?, cuando hayas aceptado que ?murieron para ti?; sólo los recuperas en su regreso, cuando aceptaste su partida. ¡No es posible la alegría del reencuentro, sin sufrir el dolor de la despedida!

? No te mueras con tus muertos; ¡llora la siembra de ayer con la esperanza puesta en la cosecha de mañana!

? Acepta que la muerte de tus seres queridos te despierta mucha rabia, aunque no sepas por qué y aunque no quieras sentirla. Tu resistencia ante la muerte te hace rebelarte, aunque no sepas del todo contra quién hacerlo… ¿Contra Dios…? ¿Contra tus muertos…porque te abandonaron?
¿Contra…?

? No te mueras con tus muertos; ¡déjalos dormir su tiempo como duerme la oruga en la crisálida, esperando la primavera para hacerse mariposa!

? Dios no es menos Dios, más justo o más injusto,
más bueno o más malo, cuando naces que cuando mueres.
O crees en El siempre, o no crees nunca;
pero una cosa es creer en El y otra es creer en tus explicaciones.
¡Ante la muerte se acaban tus explicaciones!

? No te tortures sintiéndote culpable ante tus muertos. ¡Los muertos no cobran deudas! ¡Además, si hoy resucitaran, volverías a ser con ellos como fuiste! ¿O no sabías con certeza que un día iban a morir?

? No te mueras con tus muertos; ¡muéstrales más bien, que como el árbol podado en el invierno, lejos de morirte, retoñas vistiendo tu desnudez, devolviendo frutos por heridas!

? Acepta y date cuenta, que tus muertos te plantean un serio desafío: el de tener una respuesta para el sentido de tu vida. Porque mientras no sabes para qué murieron ellos, tampoco sabes para qué vives tú. ¿O no piensas morir?

…la vida y la esperanza

? Ante tus muertos queridos tu corazón tiene mil interrogantes y tu razón, ninguna respuesta.
Resolverás mejor la cosa, cuando preguntes menos
y aceptes más.

? Las flores que regalas a tus muertos hablan de la vida y la esperanza.
También en tu corazón duermen la vida y la esperanza, esperando que tú las despiertes
para seguir viviendo esperanzado.

? No te mueras con tus muertos; ¡míralos marchar por su camino, hacia su meta, y aprende la lección que ellos te dejan, diciendo que tu andar de peregrino, también tiene un final, al que te acercas…!

? Más que con la frialdad de los mármoles, más que con suntuosos monumentos y grandilocuentes discursos, honra a tus muertos con una vida digna. ¡Piensa qué esperas para ti cuando hayas muerto!

? Aprende de tus muertos una lección para la vida:
es mejor amar a los tuyos mientras viven, que quitarte culpas por no haberlos amado, cuando ya se fueron.

? No te mueras con tus muertos; ¡despídelos, como despides las aguas del río que van al mar, sabiendo que volverán mañana nubes, y serán lluvias sobre tu rostro!

? Así como los cirios encendidos se queman y derriten dando luz y calor en la despedida de tus muertos, que tu corazón no se derrita en vano, quemándose en el fuego del dolor sino que arda en las llamas del amor y en la luz de la esperanza.

? No te mueras con tus muertos; ¡vive este invierno de dolor, que te desnuda como quitándote la vida; pero, recuerda que la savia duerme para retoñar y florecer en primavera!

? Parte del dolor que te golpea, cuando despides a tus muertos, se debe a una pregunta que golpea en tu interior, interrogando por el sentido de la vida. Si respondes de verdad, sincera y frontalmente, gracias a la muerte de tus muertos tú vivirás más plena y auténticamente.

?CUANDO ALGUIEN MUERE? Edgar Jackson

?CUANDO ALGUIEN MUERE?
Edgar Jackson

La experiencia universal

Todo el mundo sabe que la muerte es inevitable. Pero el hecho de saberlo no basta para garantizar que estaremos preparados para la  experiencia cuando llegue el momento. En cierta medida la muerte es el único acontecimiento para el cuál jamás podremos estar preparados del todo. Si tratáramos de imaginar por anticipado nuestra propia muerte o la de algún ser querido, nuestra imaginación sería incapaz de absorber su tremendo impacto.
Parte de la dificultad radica en que nunca se producen dos muertes iguales. La experiencia de la muerte varía de acuerdo con la forma en que se produce y a la persona que la sufre. La muerte puede asaltarnos súbitamente y sin previo aviso. O se nos viene arrastrando a hurtadillas, insidiosamente. A veces llega como un amigo largamente esperado tras un período de prolongado de intolerable sufrimiento. Nuestras reacciones dependerán, en gran medida, de la forma en que la muerte se presente.
Asimismo la muerte afecta de distinta manera a diferentes personas. Cada uno de nosotros enfrentará a la muerte de una manera particular de acuerdo con su propia personalidad. La diferencia de nuestra idiosincrasia se evidencian en la forma disímil de reaccionar frente a la muerte. Pero pueden anotarse algunas reacciones que son comunes a todos y que nos ayudarán a comprender esa experiencia.
Cuando un ser querido muere, de repente y de manera trágica, lo habitual es que nos sintamos abrumados por el sacudón de la angustia. En un primer momento nuestro dolor puede traducirse en reacciones físicas. Sentimos un nudo en la garganta y nos cuesta tragar o hablar, a lo que se añaden altibajos de un malestar generalizado en todo el cuerpo, por períodos que van de algunos minutos a varias horas. No es fácil describir ese malestar, porque no es un dolor agudo localizado en un lugar determinado. Se trata más bien de una vaga sensación de padecimiento que percibimos en todo el cuerpo pero en ningún lugar en particular.
A veces esas reacciones físicas se manifiestan por espasmos y dificultades respiratorias que se alivian con suspiros esporádicos profundos. Otras veces acusamos una sensación moderada de náuseas y de vacío en la boca del estómago.
También podemos sentirnos débiles y abatidos. Pareciera que nuestros músculos han perdido sus fuerzas. Nuestros brazos pesan y nos tambaleamos al andar. En realidad hay una clara del control muscular provocada por una fuerza extraña que en algunos casos puede llevar al temblor muscular. A veces sentimos escalofríos seguidos de sudor caliente al principio y luego frío. Y en ocasiones nuestra reacción toma la forma de un dolor angustioso como si fuera un dolor de cabeza, pero no como los dolores de cabeza habituales, ya que es mucho más generalizado.
Estas reacciones físicas ante el anuncio de una muerte súbita no son anormales. Es la forma en que nuestro organismo responde ante la conmoción de un cambio que quiebra el esquema de nuestra vida. Y no es raro que estos síntomas retornen, en mayor o menor grado, en cualquier momento, especialmente cuando se menciona el nombre de la persona fallecida.
Pero más allá de los efectos ante una muerte trágica e intempestiva, están las reacciones mentales y emocionales, Parecería, por ejemplo, que también la mente pierde el control. Nuestros pensamientos se nos escapan de las manos. El proceso habitualmente ordenado que guía nuestro pensamiento es reemplazado por una confusa mezcolanza de ideas que se suceden desordenadamente, sin ton ni son. Algunas de ellas pueden ser la expresión de una aguda ansiedad sobre uno mismo y sobre el futuro. Otras pueden revelar un profundo resentimiento contra la vida, contra Dios y contra las circunstancias responsables de un golpe tan duro Quizás sintamos una amargura que afecta nuestras relaciones tanto con otras personas como con nosotros mismos.
En medio de tanto dolor y confusión, es posible que lleguemos a creer que en nuestra intensa pena y nuestras locas ideas hay ?algo que anda mal?. A veces se nos ocurre la idea de inventar sentimientos porque creemos que son más valederos o apropiados de los que tenemos. Resolvemos hacer y decir cosas porque creemos que eso es lo que los demás esperan de nosotros.
Durante ese período de sentimientos tan conflictivos, es saludable comprender que nuestra pérdida es real, que nuestra pena es real, que nuestras sensaciones forman parte de nuestro ser y que son los sentimientos legítimos los que necesitan ser sondeados y encarados.
Es perfectamente natural que por nuestra imaginación vuelen las ideas más incoherentes  y que fuertes emociones llenen nuestro corazón, pues no sólo nuestro cuerpo sino todo nuestro ser se tambalea por el impacto recibido. Con el tiempo las ideas perturbadoras desaparecen gradualmente y se reinstala un cuadro mental más racional y lógico. Pero aún en los momentos de crisis es saludable recordar que media una gran diferencia entre imaginar un pensamiento y ejecutar una acción. Por lo tanto no  debemos sentirnos tan culpables por algunos de los pensamientos que visitan fugazmente nuestra mente. Reflejan nuestra angustia y no nuestra verdadera personalidad.
Estos sentimientos desagradables y sus ideas concomitantes pueden servir a un propósito útil. Se ha denominado a la tristeza ?la enfermedad que se cura sola?. Pero hay que darle una oportunidad, siendo honestos respecto de nuestros sentimientos. El reprimirlos y evitar toda circunstancia que sirva de estímulo desencadenante puede, a la larga ser perjudicial. En cambio es saludable reconocerlos y expresarlos, y cuanto más pronto mejor. No tenemos porqué avergonzarnos por tener sentimientos hondos. Son una parte valedera de nuestra personalidad y deben ser respetados por lo que son, es decir como una respuesta honesta a una crisis en nuestra vida.
La aguda congoja producida por la muerte intempestiva puede manifestarse también en nuestro comportamiento social. Según el temperamento de las personas, algunos prefieren estar solos, sin ver a nadie. Parecería que reclamaran su pena como cosa propia, apretándola contra con su pecho en solitario infortunio. O pueden reaccionar en forma diametralmente opuesta, hasta tener miedo de quedar solos, recurriendo a la gente que los rodea en busca de apoyo. Ambas formas de reaccionar son perfectamente normales y dependen de la personalidad de cada uno. Recordemos siempre que a los efectos del futuro de nuestra salud, es mejor admitir y expresar nuestros sentimientos que negarlos y reprimirlos. Por lo tanto  es preferible en esos momentos rodearnos de gente que comparta nuestros sentimientos y nos ayuden a expresarlos. Comprobaremos también que a veces resulta más fácil hablar con extraños o con amistades circunstanciales.
El impacto producido por una muerte súbita e inesperada, es terriblemente penoso y muy difícil de sobrellevar. Necesitaremos de toda la ayuda posible; y aún cuando creamos que podremos prescindir de ella, es beneficioso responder al gesto de los que abren sus brazos en cariñoso afecto.. Nos están diciendo: ?Yo sé cuánto estás sufriendo en lo más hondo de tu ser. Quisiera ayudarte a sobrellevar tu carga y aliviar tu dolor. Déjame hacerlo, por favor?. De una manera que no es fácil de percibir, esta ayuda es eficaz y puede aliviar el dolor.
Aún cuando la muerte haya sido anticipada con alguna antelación puede asimismo provocar un sufrimiento agudo. Y mientras más íntima haya sido la relación con el muerto, más dura se torna la experiencia. Las pérdidas más dolorosas son las que ocurren en la familia; el padre o el hijo, la hermana o el hermano, el esposo o la esposa. Cuando la trama de la vida ha sido tejida con hebras compactas, su desgarramiento es difícil de reparar. Se plantean grandes cambios en las relaciones sociales y familiares, y hay que adaptarse a una nueva forma de vida. Aún cuando hayamos velado durante una larga enfermedad o en el lento deterioro de la vejez, el significado emocional del cambio suele ser mayor de lo que anticipamos. A menudo escuchamos decir: ? Sabía que iba a morir y creía estar preparado, pero me ha afectado más de lo que hubiera imaginado?. La tristeza anticipada suele ser muy diferente de la tristeza que experimentamos en realidad. Y esto se debe, simplemente que lo irreversible de la muerte sacude los viejos sistemas de seguridad bajo cuya protección hemos vivido, y ahora se plantea la tarea de encontrar nuevas formas de seguridad.
Aún cuando hayamos contado con el tiempo suficiente para adaptarnos a la posibilidad de la muerte, surgen reacciones emocionales, en el momento de la misma, similares a las producidas cuando la muerte ha sido súbita o prematura. Y en estos casos también es importante que aceptemos nuestros sentimientos tal cual se manifiestan, como parte integrante de nuestro ser. Solamente así podremos dominar la angustia emocional y reajustar nuestras vidas en forma prudente y equilibrada.
Ocurre a veces, que la muerte llega como un amigo para liberar a una persona débil de una carga intolerable. Es lo que ocurre a veces con los viejos y los inválidos. Una persona yace en un sanatorio con pérdida total de la memoria y múltiples complicaciones físicas. El tratamiento médico pareciera más un intento de postergar una muerte en ciernes que salvar una vida útil. La persona que conocimos en sus años fructíferos ya ha dejado de existir, aún cuando los procesos orgánicos de su existencia física persistan como un eco distorsionado. Cuando finalmente la muerte llega en esas circunstancias decimos sencillamente: ?Es una bendición. En realidad había dejado de existir, estrictamente hablando, hace mucho tiempo?. Luego nos juntamos para recitar una bendición sobre el episodio final de un proceso que ha ido progresando durante un largo lapso.
Y, sin embargo, a pesar de reconocer la naturaleza amistosa de esa muerte, nos embarga de otra forma de tristeza, la silenciosa pesadumbre de saber que las cosas no serán nunca iguales que antes. Y despertamos a la serena realidad de que nosotros también somos mortales y eventualmente habremos de morir. Con la muerte de otro no solamente vislumbramos nuestra propia muerte, sino que morimos un poco. Porque lo que ha sucedido en el fondo de nuestro ser, al enfrentar a la muerte, no es otra cosa que el resquebrajamiento de una prolongación de nuestro yo. El yo que vive en nosotros está formado por la proyección de ese yo en muchas direcciones. No se trata solamente de que estamos relacionados con otra gente; en esa medida vivimos en esa otra gente. Sentimos con ellos y ellos sienten con nosotros. La más exquisita experiencia de la vida nace de estas relaciones que se proyectan desde nuestro propio ser a las vidas que nos rodean.
Cuando amamos a alguien, nuestra vida se enriquece de una manera sorprendente, pero también se ve amenazada porque nos hacemos vulnerables al sufrimiento a través de la persona de aquellos que amamos. Sabemos bien cómo sucede esto: si amamos a alguien y algo bueno le acontece, nos gozamos; si le ocurre algo doloroso, nos duele; si algo lo destruye, nos sentimos destruidos. Cuando la muerte troncha la vida de alguien que ha ocupado un lugar prominente en nuestra existencia, acusamos el dolor de una amputación emocional.. Cuanto más ligada esté nuestra vida a otros, mayor será nuestra vulnerabilidad.
Esta figura de la amputación emocional plantea lo que a primera vista constituye un dilema penoso. No queremos vivir como ermitaños. Muy pobre sería nuestra vida si nos retrajéramos de las experiencias y relaciones que la llenan de amor, de calor y admiración. Y sin embargo no queremos provocar un perjuicio irreparable en nuestras vidas por un dolor que no podemos solucionar. Pero no son estas las únicas alternativas. Podemos contar con la honda satisfacción de que el amor nos reconcilia con la vida, y superar la amenaza que la muerte significa para la vida, porque somos capaces de llorar.
Pudiera creerse que la capacidad de llorar carece de importancia. Sin embargo, una de las bienaventuranzas dice lo contrario: ?Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación?. En la versión de Philips se lee: ?Felices aquellos que conocen la tristeza, porque ellos recibirán valor y consuelo?. Las personas sensatas que cuentan con recursos espirituales, pueden enfrentar con éxito la amputación emocional de la muerte y resurgir de la experiencia más sabios y fuertes que antes. ¿Cómo es posible esto?. Previamente debemos fijar el sentido exacto de los vocablos que utilizamos: la aflicción implica una pérdida que nos afecta directamente. :La pesadumbre es la reacción provocada por la pérdida. El lamento es el proceso mediante el cual se restaura el equilibrio de la persona que ha sufrido una pérdida. El llanto puede devolver a la persona la parte de sí misma que aparentemente ha perdido debido a la muerte de otra.
Un llanto saludable no sólo alivia el dolor provocado por la pérdida sino que ayuda a recuperar la inversión emocional hecha sobre la vida de la persona que ha fallecido. En efecto, debemos reclamar el capital emocional para ser reinvertido donde pueda dar frutos de vida abundante.
Uno de los misterios de la aflicción y del llanto es que la persona que ha sido asolada por la pérdida y que piensa que no puede aguantar un día más, de alguna manera descubre recursos y fuerza interiores que le permiten con el tiempo volver la mirada atrás y recordar la experiencia de la muerte como un ?dolor olvidado?. Los momentos dichosos serán recordados, pero la angustia intolerable pasará.
Al analizar la experiencia de la pérdida procuraremos descubrir la naturaleza íntima de los recursos que nos posibilitan superar el penoso encuentro con la muerte, y llegar a una vida consolidada, afianzada y enriquecida.
No resulta fácil este intento, y carecemos de palabras mágicas para disipar la tristeza. Pero vislumbramos muchos elementos del pasado que pueden ser útiles para el presente. Las experiencias dolorosas de los otros nos pueden ayudar a manejar con sabiduría nuestra propia tristeza. Podemos encontrar ayuda y comprensión entre aquellos que nos rodean, que soportaron experiencias similares y supieron sobrellevarlas. Podemos adiestrarnos y desarrollar nuestros recursos interiores. Y para desarrollar recursos y disciplinas, hace falta un esfuerzo concentrado. A esa tarea dirigimos nuestras energías en las páginas siguientes.

El Camino de las lagrimas Jorge Bucay

El Camino de
las
Lágrimas

Jorge Bucay

ÍNDICE:

CAPÍTULO 1.
EMPEZANDO EL CAMINO:

CAPÍTULO 2
UN CAMINO NECESARIO:

CAPÍTULO 3:
EL CAMINO DE LAS LÁGRIMAS.

CAPÍTULO 4:
QUÉ ES EL DUELO.

CAPÍTULO 5
ETAPAS DEL CAMINO.

CAPÍTULO 6.
DESPUÉS DEL RECORRIDO.

CAPÍTULO 7
DUELOS POR MUERTE.

CAPÍTULO 8
OTROS DUELOS.

CAPÍTULO 9.
AYUDAR A OTROS A RECORRER EL CAMINO.

CAPÍTULO 1
EMPEZANDO EL CAMINO

Así empieza el camino de las lágrimas. Así, conectándonos con lo doloroso. Porque así es como se entra en este sendero, con este peso, con esta carga. Y también con esta creencia irremediable: la supuesta conciencia de que no lo voy a soportar. Porque todos pensamos al comenzar este tramo que es insoportable. No es culpa nuestra; hemos sido entrenados por los más influyentes de nuestros educadores para creer que no soportaremos el dolor, que nadie puede superar la muerte de un ser querido, que podríamos morir si la persona amada nos deja, que la tristeza es nefasta y destructiva, que no somos capaces de aguantar ni siquiera un momento de sufrimiento extremo de una pérdida importante. Y nosotros vivimos así, condicionando nuestra vida con estos pensamientos, que como la mayoría de las creencias aprendidas son una compañía peligrosa y actúan como grandes enemigos que nos empujasen a veces a costo mayores que los que supuestamente evitan. En el caso de las pérdidas, por ej, pueden extraviarnos de la ruta hacia nuestra liberación definitiva de lo que ya no está. Hay una historia verídica, que sucedió en África. Seis mineros trabajaban en un túnel muy profundo. De repente un derrumbe los dejó aislados del afuera sellando la salida. En silencio cada uno miró a los demás. Con su experiencia se dieron cuenta de que el problema sería el oxígeno. Si hacían todo bien les quedaba unas tres horas de aire, cuanto mucho tres horas y media. Mucha gente de afuera sabían que estaban allí atrapados, pero un derrumbe como ese significaba horadar otra vez la mina, podrían hacerlo antes  de que se termine el aire? Los mineros decidieron que debían ahorrar todo el oxígeno que pudieran. Acordaron hacer el menor esfuerzo físico, apagaron las lámparas que llevaban y se tendieron en silencio en el piso….era difícil calcular el tiempo que pasaba… incidental- mente uno tenía reloj. Hacía él iban todas las preguntas ¿cuánto tiempo pasó? ¿Cuánto falta? ¿Y ahora? El tiempo se estiraba, cada minuto parecía una hora y la desesperación agravaba más la tensión. El jefe se dio cuenta que si seguían así, la ansiedad los haría respirar más rápidamente y esto los podía matar. ordenó a el que tenía el reloj que sólo él controlara el paso del tiempo y avisara cada media hora. Cumpliendo la orden, a la primera media hora dijo “ha pasado media hora” Hubo un murmullo entre ellos y una angustia que se sentía en el aire.. El hombre del reloj se dio cuenta de que a medida que pasaba el tiempo, iba a ser cada vez más terrible comunicarles que el minuto final se acercaba.
Sin consultar a nadie decidió que ellos no merecían morir sufriendo. Así que la próxima vez que les informó la media hora habían pasado 45 minutos. No había manera de notar la diferencia. Apoyado en el éxito del engaño de la tercera información la dio casi una hora después… así siguió el del reloj, cada hora completa les informaba que había pasado media hora. …La cuadrilla apuraba la tarea de rescate, sabían en qué cámara estaban atrapados y que sería difícil poder llegar antes de cuatro horas. Llegaron a las cuatro horas y media. Lo más probable era encontrar a los seis mineros muertos.
Encontraron vivos a cinco de ellos. Solamente uno había muerto de asfixia…el que tenía el reloj. Esta es la fuerza que tienen las creencias en nuestras vidas. Esto es lo que nuestros condicionamientos pueden llegar a hacer de nosotros. Cada vez que construyamos una certeza de que un hecho irremediablemente siniestro va a pasar, no sabiendo cómo (o sabiéndolo)nos ocuparemos de producir, de buscar, de disparar (o como mínimo de no impedir) que algo de lo terrible y previsto nos pase realmente. De paso y como en el cuento, el mecanismo funciona también al revés: Cuando creemos y confiamos en que se puede seguir adelante, nuestras posibilidades de avanzar se multiplican. Claro que si la cuadrilla hubiera tardado doce horas, no habría habido pensamiento que salvara a los mineros.
NO digo que la actitud positiva por sí misma sea capaz de conjurar la fatalidad o de evitar tragedias. Digo que las creencias autodestructivas indudablemente condicionan la manera en la cual enfrento las dificultades. El cuento de los mineros debería obligarnos a pensar en estos condicionamientos. Y empiezo desde aquí porque uno de los falsos mitos culturales que aprendimos con nuestra educación es que no estamos preparados para el dolor ni para la pérdida.
Repetimos casi sin pensarlo: “No hubiera podido seguir si lo perdía” “No puedo seguir si no tengo esto” “No podría seguir si no consigo lo otro” Cuando hablo de dependencias, digo siempre que cuando tenía algunas horas o días de vida, era claro, aunque yo no lo supiera todavía, que no podía sobrevivir sin mi mamá o por lo menos sin alguien que me diera cuidados maternales; mi mamá era entonces imprescindible para mí porque yo no podía vivir sin su existencia. Después de los tres meses de vida seguramente me hice más consciente de esa necesidad pero descubrí además a mi papá y empecé a darme cuenta de que verdaderamente no podía vivir sin ellos. Algún tiempo después ya no eran mi mamá y mi papá, era MI familia, que incluía a mi hermano, algunos tíos y alguno de mis abuelos. Yo los amaba profundamente y sentía, me acuerdo de esto, que no podía vivir sin ellos. Más tarde apareció la escuela y con ella, la Srita Angeloz, el Sr.Almejúm, La Srita Mariano y el Sr.Fernández, maestros a quienes creí a su tiempo imprescindibles en mi vida. En la escuela República de Perú conocí a mi primer amigo entrañable “Pocho” Valiente, de quién pensé en aquel momento que nunca, nunca, podría separarme.
Siguieron después mis amigos del colegio secundario y Rosita, mi primera novia, sin la cual, por supuesto, creía que no podía vivir. Y después la Universidad, pensaba que no podía vivir sin mi carrera. Hasta que a los 21 años, después de algunas novias, también imprescindibles, conocí a Perla y sentí inmediatamente que no podía vivir sin ella. Quizás por eso hicimos una familia sin la cual no sabría cómo vivir, Y así seguí sumando ideas, descubriendo más imprescindibles, mi profesión, algunos amigos, el trabajo, la seguridad económica, el techo propio y aún después, más personas, situaciones y hechos sin los cuales no podía vivir. Hasta que un día, exactamente el 23 de Noviembre de 1979, me di cuenta que no podía vivir sin mí. Yo nunca me había dado cuenta de esto, nunca noté que yo era imprescindible para mí mismo. ¿Estúpido, verdad? Todo el tiempo sabía yo sin quién no podría vivir y nunca me había dado cuenta, hasta los treinta años, de que sobre todo, no podía vivir sin mí. Fue interesante de todas formas confirmar que sería verdaderamente difícil vivir sin algunas de esas otras cosas y personas, pero esto no cambiaba el nuevo darme cuenta “Me sería imposible vivir sin mí.” Entonces empecé a pensar que algunas de las cosas que había conseguido y algunas de las personas sin las cuales creía que no podía vivir, quizás un día no estuvieran. Las personas podían decidir irse, no necesariamente morirse, simplemente no estar en mi vida. Las cosas podían cambiar y las situaciones podían volverse totalmente opuestas a como yo las había conocido. Y empecé a saber que debía aprender a prepararme para pasar por estas pérdidas. Por supuesto que no es igual que alguien se vaya a que ese alguien se muera. Seguramente no es lo mismo mudarse de una casa peor a una casa mejor, que al revés. Claro que no es lo mismo cambiar un auto todo desvencijado por un auto nuevo, que a la inversa. Es obvio que la vivencia de pérdida no es la misma en ninguno de estos ejemplos, pero quiero decir desde el comienzo que siempre hay un dolor en una pérdida. Perder es dejar algo “que era”, para entrar en otro lugar donde hay otra cosa “que es”. Y esto “que es” no es lo mismo “que era” Y este cambio, sea interno o externo, conlleva un proceso de elaboración de lo diferente, una adaptación a lo nuevo, aunque sea para mejor. Este proceso se conoce con el nombre de “elaboración del duelo”. Mejorar también es perder:
Como su nombre lo indica, los duelos…duelen. Y no se puede evitar que duelan. Quiero decir, el hecho concreto de pensar que voy hacía algo mejor que aquello que dejé es muchas veces un excelente premio consuelo, que de alguna manera compensa con la alegría de esto que vivo el dolor que causa lo perdido.
Pero atención: COMPENSA pero no EVITA APLACA pero no CANCELA ANIMA a seguir pero no ANULA la pena. Siempre recuerdo el día que dejé mi primer consultorio Era un depto alquilado realmente rasposo, de un solo ambiente chiquitito, oscuro, interno, bastante desagradable. A veces digo que no soy psicoanalista porque el paciente acostado no entraba en ese consultorio, había que estar sentando. Y un día, cuando me empezó a ir mejor, decidí dejar ese depto. para irme a un consultorio más grande, de dos ambientes, mejor ubicado. Para mí era un salto impresionante. Y sin embargo, dejar ese.consultorio, donde yo había empezado, me costó muchísimo. Si no hubiera sido por mi hermano que vino a ayudarme a sacar las cosas, me habría quedado sentado, como estaba cuando él llegó, mirando las paredes, el techo, las grietas del baño, mirando el calefón eléctrico…porque no hubiera podido ni empezar a poner las cosas en los canastos. Él me había venido a ayudar, y empezó a descolgar los cuadros y a ponerlos en el piso…él sacaba y yo ponía…así durante horas para poder dejar ese lugar y partir hacía algo mejor, hacía el lugar que había elegido para mi futuro y mi comodidad… Lo increíble es que yo lo sabía y lo tenía muy presente, pero esto no evitaba el dolor de pensar en aquello que dejaba. Las cosas que uno deja siempre tiene que elaborarse. Siempre tiene uno que dejar atrás las cosas que ya no están aquí, aun cuando de alguna forma sigan estando…(?) Quiero decir, hace 26 años que estoy casado con mi esposa, yo sé que ella es siempre la misma, tiene el mismo nombre, el mismo apellido, la puedo reconocer, se parece bastante a aquella que era, pero también sé que no es la misma.- Desde muchos ángulos es totalmente otra. Por supuesto que físicamente hemos cambiado ambos (yo más que
ella), pero más allá de eso cuando pienso en aquella Perla que Perla era, de alguna manera se me confronta con esta que hoy es. Y en las más de las cosas me parece que ésta me gusta mucho más que la otra. Y digo, es fantástica esta Perla comparada con aquella, es maravilloso darse cuenta de cuánto ha crecido, es espectacular; pero esto no quiere decir que yo no haya tenido que hacer un duelo por aquella Perla que fue. Y fíjense que no estoy hablando de la muerte de nadie, ni del abandono de nadie, simplemente estoy hablando de alguien que era de una manera y que hoy es de otra. Que el presente sea aun mejor que el pasado no quiere decir que yo no tenga que elaborar el duelo. El mapa no es el territorio. Hay que aprender a recorrer este camino, que es el camino de las pérdidas, hay que aprender a sanar estas heridas que se producen cuando algo cambia, cuando el otro parte, cuando la situación se acaba, cuando ya no tengo aquello que tenía o creía que tenía o cuando me doy cuenta de que nunca lo tendré lo que esperaba tener algún día (y ni siquiera es importante si verdaderamente lo tuve o no). Este sendero tiene sus reglas, tiene sus pautas. Este camino tiene sus mapas y conocerlos ayudará seguramente a llegar más entero al final del recorrido. Un ingeniero que se llamaba Korzybski decía que en realidad todos construimos una especie de esquema del mundo en el que habitamos, un “mapa” del territorio y en él, vivimos. Pero el mapa, aclara, NO es el territorio. El mapa es apenas nuestro mapa. Es la idea que nosotros tenemos de cómo es la realidad, aunque muchas veces esté teñida por nuestros prejuicios. Aunque no se corresponda exactamente con los hechos, es en ESE mapa donde vivimos. No vivimos en la realidad sino en nuestra imagen de ella. Si en mi mapa tengo registrado que aquí en mi cuarto hay un árbol, aunque no lo haya, aunque nunca haya existido, aunque el árbol no esté en el de Uds. y todos pasen por este lugar sin miedos ni registro alguno, yo voy a vivir esquivando este árbol por el resto de mi vida. Y cuando me vean esquivar el tronco Uds. me van a decir: -¿Qué hacés, estás loco? Y yo voy a pensar “los locos son ustedes”. Desde afuera de mi mapa esta conducta puede parecer estúpida y hasta graciosa, en los hechos puede resultar bastante peligrosa Dicen que una vez un borracho caminaba distraído por un campo. De pronto vio que se le venían encima dos toros, uno era verdadero y el otro imaginario.
El tipo salió corriendo para escapar de ambos hasta que consiguió llegar a un lugar donde vio dos enormes árboles. Un árbol era también imaginario pero el otro por suerte era verdadero. Borracho como estaba, el pobre desgraciado trató de subirse al árbol imaginario y lo agarró el toro real… Y por supuesto…colorín…colorado. Es decir, depende de cómo haya trazado este mapa de mi vida, depende del lugar que ocupa cada cosa en mi esquema, depende de las creencias que configuran mi ruta, así voy a transitar el proceso de la pérdida.
Un camino que empieza cuando sucede o cuando me doy cuenta de una pérdida y termina cuando esa pérdida ha sido superada. No se puede hablar de duelos y de pérdidas desconociendo el pequeño malestar que nos producen estos temas. De alguna manera un malestar que vale la pena en el sentido de aprender algunas cosas o revisar algunas otras, para sistematizar lo que todos sabemos. Nada de lo que escriba acá será extraño o misterioso para los que lo lean . De una o de otra manera todos hemos visto, hemos pasado, hemos sentido o hemos estado cerca de lo que otros sentían en relación a un dolor. La mala noticia para los que leen esto es a la vez una afortunada situación para mí, porque yo sé que pensar en la muerte de un ser querido es una cosa para quien lo ha vivido y otra para quien solamente habla de ello. Por mucho que yo haya leído sobre esto, por mucho que yo haya visto sufrir a otros, por mucho que yo haya acompañado a otros, siento que es  casi insolente escribir del tema sin haber pasado por ese lugar, sin haberlo padecido personalmente. Yo sé que en este punto la experiencia de lo vivido y padecido enseña de verdad mucho más, muchísimo más, que todo lo que cualquiera pueda leer.
Pérdidas inevitables. Este libro no habla sólo de la muerte de los seres queridos. A lo largo de nuestras vidas las pérdidas constituyen un fenómeno mucho más amplio y para bien o para mal, universal. Perdemos, no sólo a través de la muerte sino también siendo abandonados, cambiando, siguiendo adelante.
Nuestras pérdidas incluyen también las renuncias conscientes e inconscientes de nuestros sueños románticos, la cancelación de nuestras esperanzas irrealizables, nuestras ilusiones de libertad, de poder y de seguridad, así como la pérdida de nuestra juventud, aquella irreverente individualidad que se creía para siempre ajena a las arrugas, invulnerable e inmortal.
Pérdidas que al decir de Judith Viorst nos acompañan toda una vida, pérdidas necesarias, pérdidas que aparecerán cuando nos enfrentemos no sólo con la muerte de alguien querido, no sólo con un revés material, no sólo con las partes de nosotros mismos que desaparecieron, sino con hechos ineludibles como… que nuestra madre va a dejarnos y nosotros vamos a dejarla a ella; que el amor de nuestros padres nunca será exclusivamente para nosotros; que aquello que nos hiere no siempre puede ser remediado con besos; que, esencialmente, estamos aquí solos; que tendremos que aceptar el amor mezclado con el odio y lo bueno con lo malo; que a pesar de ser como se esperaba que sea , una chica no podrá casarse con su padre; que algunas de nuestras elecciones están limitadas por nuestra anatomía; que existen defectos y conflictos en todas las relaciones humanas; que nuestra condición en este mundo es implacablemente pasajera; que no importa cuán listos seamos, a veces nos toca perder; y que somos tremendamente incapaces de ofrecer a nuestros seres queridos o a nosotros mismos la protección necesaria contra el peligro, contra el dolor, contra el tiempo perdido, contra la vejez y contra la muerte. Estas pérdidas forman parte de nuestra vida, son constantes universales e insoslayables. Y son pérdidas necesarias porque crecemos a través de ellas. De hecho, somos quienes somos gracias a todo lo perdido y a cómo nos hemos conducido frente a estas pérdidas. Por supuesto que trazar este mapa nos pone en un clima diferente del que algunos de Uds. Encontraron recorriendo e de la autodependencia o el del encuentro. El clima de aquellos era el clima de descubrirse uno mismo, de descubrir el disfrute, de ser lo que uno es junto a otros. Pero hablar de la elaboración del duelo no parece un tema que nos remonte al disfrute, que nos remonte a la alegría, es un tema que tiene una arista que conecta, por supuesto, con el dolor. Este camino, el de las lágrimas, enseña a aceptar el vínculo vital que existe entre las pérdidas y las adquisiciones. Este camino señala que debemos renunciar a lo que ya no está y que eso es madurar.
Asumiremos al recorrerlo que las pérdidas tienden a ser problemáticas y dolorosas, pero sólo a través de ellas nos convertiremos en seres humanos plenamente desarrollados.
Para empezar por algún lado, el tema de las pérdidas es el de la elaboración del duelo y esto nos abre a dos conceptos: elaboración y duelo elaboración que deriva duelo que deriva de labor, de tarea. dolor. Como dice Sigmund Freud en Melancolía y duelo, la elaboración del duelo es un trabajo…un trabajo. El trabajo de aceptar la nueva realidad. proceso de aceptación Que quiere decir Que quiere decir dejar tiempo y cambio de pelearme
con la realidad que no es como yo quisiera. El ciclo de la experiencia. Todas las pérdidas son diferentes. No se puede poner en la misma bolsa y analizarlas desde el mismo lugar. Y sin embargo, desde el punto de vista psicológico, la diferencia tendrá que ver con la dificultad para hacer ese trabajo, pero el proceso del duelo es más o menos equivalente en una separación, en una pérdida material o en una muerte. El proceso de aceptación empieza, como todos, en la retirada.
Retirada es el lugar donde yo estoy aislado de lo que todavía no pasó, o de algo que está pasando y de lo que todavía no me enteré, un estímulo que está afuera, sin ninguna relación conmigo por el momento. Si estoy por entrar en una reunión donde hay gente que no conozco, la situación de retirada se establece antes de entrar, quizás todavía antes de viajar hacia la reunión. Cuando llego me enfrento con la situación de la gente reunida. Agradable o desagradable, tengo una sensación. Esto es: siento algo. Mis sentidos me informan cosas. Veo la gente, siento los ruidos, alguien se acerca. Tengo sensaciones, olfativas, auditivas, visuales, corporales, quizás me tiembla un poco el cuerpo y estoy transpirando. Después de las sensaciones “me doy cuenta”, tomo conciencia de lo que pasa.
Esto es, analizando las sensaciones deduzco que la reunión es de etiqueta, que hay muchísima gente y me digo: “Uy, algunos me miran”. Me doy cuenta de lo que está pasando, de qué es esto que está estimulando mis sentidos. Después de que me doy cuenta o tomo conciencia de lo que pasa se movilizan mis emociones. Siento un montón de cosas, pero no ya desde los sentidos, oídos, ojos, boca. No. Empiezo a sentir que me  asusta, me gusta o me angustia. Siento placer, inquietud y excitación.
Siento miedo, ganas, deseo, placer de verlos o temor por el resultado del encuentro. Emociones que bullen dentro mío.
Emociones que se transforman en acción. La palabra emoción es una palabra interesante, viene de moción que significa movimiento (a pesar de que la asociamos solamente con algo vivencial o interno) porque la emoción es lo que precede al movimiento. La emoción prepara el cuerpo para la acción. Pero la emoción sólo es la mitad del proceso. La otra mitad es la acción. Así que lo que hago enseguida es cargarme de energía, de potencia, de ganas. Me asusto y me voy, me quedo y empiezo a hablar, hablo por allí o acá, decido contar mis emociones, o no contarlas y esconderlas, o disimularlas o cualquier otra acción.
Entonces es el momento del contacto, el punto clave. Contacto es la posibilidad de establecer una relación concreta con el estímulo de afuera. No sólo tengo sensaciones, me doy cuenta, movilizo y actúo, sino que además vivo, me comprometo con la situación en la cual estoy inmerso; eso es establecer el contacto.
Y después de estar en contacto un tiempo, por preservación, por salud, por agotamiento del ciclo, hago una despedida e inicio una nueva retirada. Otra vez me alejo para quedarme conmigo y para volver a empezar. En la elaboración del duelo el estímulo percibido desde la situación de retirada es la pérdida. A veces de inmediato y otras no tanto me doy cuenta de lo que está pasando, he perdido esto que tenía o creía que tenía. Y siento.
Se articulan en mis sentidos un montón de cosas, no mis emociones todavía, sino mis sentidos. Y luego, frente a esta historia de impresiones negativas o desagradables, me doy cuenta cabal de lo que pasó. Aparecen y me invaden ahora sí, un montón de emociones diferentes y a veces contradictorias.
Transformar en acciones estas emociones me permitirá la conciencia verdadera de la ausencia de lo que ya no está. Y es la toma de conciencia de lo ausente, el contacto con la temida ausencia lo que me permitirá luego la aceptación de la nueva realidad, un definitivo darme cuenta antes de la vuelta a mí mismo. Me gustaría compartir con vos mi versión de un cuento que me llegó de manos de un paciente. Martín había vivido gran parte de su vida con intensidad y gozo. De alguna manera su intuición lo había guiado cuando su inteligencia fallaba en mostrarle el mejor camino. Casi todo el tiempo se sentía en paz y feliz; ensombrecía su ánimo, algunas veces, esa sensación de estar demasiado en función de sí mismo. Él había aprendido a hacerse cargo de sí y se amaba suficientemente como para intentar procurarse las mejores cosas. sabía que hacía todo lo posible para cuidarse de no dañar a los demás, especialmente a aquellos de sus afectos. Quizás por eso le dolían tanto los señalamientos injustos, la envidia de los otros o las acusaciones de egoísta que recogía demasiado frecuentemente de boca de extraños y conocidos. ¿Alcanzaba para darle significado a su vida la búsqueda de su propio placer? ¿Soportaba él mismo definirse como un hedonista centrando su existencia en su satisfacción individual? ¿Cómo armonizar estos sentimientos de goce personal con sus concepciones éticas, con sus creencias religiosas, con todo lo que había aprendido de sus mayores?
¿Qué sentido tenía una vida que sólo se significaba a sí misma?
Ese día, más que otros, esos pensamientos lo abrumaron.
Quizás debía irse. Partir. Dejar lo que tenía en manos de los otros. repartir lo cosechado y dejarlo de legado para, aunque sea en ausencia, ser en los demás un buen recuerdo. En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente, podría empezar de nuevo. Una vida diferente, una vida de servicio a los demás, una vida solitaria. Debía tomarse el tiempo de reflexionar sobre su presente y sobre su futuro. Martín puso muchas cosas en su mochila y partió en dirección al monte. Le habían contado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle fértil ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien hasta allí llegaba. En el punto más alto del monte giró para mirar su ciudad quizás por última vez. atardecía y el poblado se veía hermoso desde allí -Por un peso te alquilo el catalejo. Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un pequeño telescopio plegable entre sus manos y que ahora le ofrecía con una mano mientras con la otra tendida hacia arriba reclamaba su moneda. Martín encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la dio al viejo que desplegó su catalejo y se lo alcanzó.
Después de un rato de mirar consiguió ubicar su barrio, la plaza y hasta la escuela frente a ella. Algo llamó su atención. Un punto dorado brillaba intensamente en el patio del antiguo edificio. Martín separó sus ojos del lente, parpadeó algunas veces y volvió a mirar. El punto dorado seguía allí. – Qué raro ?exclamó Martín sin darse cuenta que hablaba en voz alta -¿ Qué es raro? -preguntó el viejo – El punto brillante -dijo Martín- ahí en el patio de la escuela -siguió, alcanzándole al viejo el telescopio para que viera lo que él veía. – Son huellas -dijo el anciano. -¿ Qué huellas? -preguntó Martín – Te acordás de aquél día…debías tener siete años, tu amigo de la infancia, Javier, lloraba desconsolado en ese patio de la escuela, Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer día de clases. Él había perdido el dinero y lloraba a mares -contestó el viejo. Y después de una pausa siguió -: ¿Te acordás de lo que hiciste? tenías un lápiz nuevito que estrenarías ese día. Te arrimaste al portón de entrada y cortaste en lápiz en dos partes iguales, sacaste punta a la mitad cortada y le diste el nuevo lápiz a Javier. – No me acordaba -dijo Martín-.
Pero eso ¿qué tiene que ver con el punto brillante? ? Javier nunca olvidó ese gesto y ese recuerdo se volvió importante en su vida. – ¿Y? – Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros -explicó el viejo-, las acciones que contribuyen al desarrollo de los demás quedan marcadas como huellas doradas… Volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante en la vereda a la salida del colegio. – ese es el día que saliste a defender a Pancho, ¿te acordás? Volviste a casa con ojo morado y un bolsillo del guardapolvos arrancado Martín miraba la ciudad. – Ese que está ahí en el centro -siguió el viejo-es el trabajo que le conseguiste a Don Pedro cuando lo despidieron de la fábrica … y el otro, el de la derecha, es la huella de aquella vez que juntaste el dinero que hacía falta para la operación del hijo de Ramírez…las huellas esas que salen a la izquierda son de cuando volviste del viaje porque la madre de tu amigo Juan había muerto y quisiste estar con él. Apartó la vista del telescopio y sin necesidad de él empezó a ver cómo miles de puntos dorados aparecían desparramados por toda la ciudad. Al terminar de ocultarse el sol, todo el pueblo parecía iluminado por sus huellas doradas. Martín sintió que podía regresar sereno a su casa. Su vida comenzaba, de nuevo, desde un lugar distinto.

CAPÍTULO 2
UN CAMINO NECESARIO

El Dios en quien yo creo no nos manda el problema, sino la fuerza para sobrellevarlo. Harold S. Kushner. ¿Qué nos viene a la cabeza cuando vemos la palabra escrita aquí abajo?
PÉRDIDA. No importa desacordar en la pertinencia de cada término de la lista de asociaciones que sigue, porque algunas cosas son pertinentes sólo para quien las dice, pero lo cierto es que cada vez que hago la pregunta las palabras que apareen relacionadas con la pérdida son casi siempre las mismas:
muerte, desolación, vacío, ausencia, dolor, bronca, impotencia, angustia, eternidad, soledad, miedo, tristeza, irreversibilidad, desconcierto, nostalgia, desesperación, autorreproche, llanto, sufrimiento. Y yo creo que dando nada más que un vistazo podríamos entender todo lo odioso que resulta cada pérdida a nuestro corazón. Porque fíjense, aunque sea por un minuto, en este listado de palabras. Todos quisiéramos erradicar esta lista de nuestro diccionario. Sólo con estas palabras cada uno puede conectarse internamente con toda la presencia de las cosas que quisiéramos no encontrar jamás en nuestro camino y hasta (si pudiéramos elegir) intentaríamos evitar permanentemente del camino de los que amamos. Y sin embargo lo que yo quiero tratar de demostrar es que estas son las cosas que han hecho de nosotros esto que somos. Estas emociones, estas vivencias, estas palabras sentidas y no solamente pronunciadas, son las responsables de nuestra forma de ser. Porque somos el resultado de nuestro crecimiento y desarrollo y éstos dependen de nuestros duelos. Estas experiencias son necesarias para determinar nuestra manera de ser en el mundo. Nadie puede evolucionar sin dolor, nadie puede crecer si no ha experimentado antes en sí mismo gran parte de las emociones y sensaciones que definen las palabras de la lista. ¿Eso qué quiere decir, que hace falta sufrir para poder crecer? ¿Estamos diciendo que hace falta conectarse con el vacío interno para poder sentirse adulto? ¿Tengo que haber pensado en la muerte para seguir mi camino? Digo yo que sí. Creo sinceramente que hace falta cada una de estas cosas para llegar a la autorrealización. La lista describe en buena medida parte del proceso NORMAL de la elaboración del duelo y dado que estas experiencias son imprescindible los duelos son parte de nuestro crecimiento. De ninguna de estas palabras yo podría decir “Ésta no debería estar, esto es anormal, aquello forma parte de lo enfermizo o patológico”. Puede ser que en algún momento alguien tenga un duelo menos denso, no tan complicado, un proceso que no se desarrolle con tanto sufrimiento ni tanta angustia…puede ser. Pero también podría suceder que otra persona o esa misma en otro momento, transite un duelo que incluya todas estas cosas y algunas más. Este libro quizás dispare algunos recuerdos y desde allí movilice algunas cosas personales, quizás algunos eventos no del todo resueltos, de hecho lo produce en mí el mero hecho de escribirlo. Por eso es que, más que otras veces, te pido que te sientas con derecho a disentir, que te permitas decir “no estoy de acuerdo” o “yo creo justo lo contrario”, que te animes a pensar que soy un idiota o putearme por sostener esto que digo. No te dejes tentar por el lugar común de pensar que si lo dice el libro entonces esto es lo que “se debe” o “no se debe” sentir, porque un duelo siempre es algo personal y siempre lo va a ser. Tomemos algunos miles de personas y pintémosle de tinta negra los pulgares. Pidámosle después que dejen su huella en las paredes. Cada una de esas manchas será diferente, no habrá dos iguales porque no hay dos personas con huellas dactilares idénticas. Sin embargo…
todas tendrán características similares que nos permitan estudiarlas y saber más de ellas. Cada uno de nuestros duelos es único y además irrepetible y sin embargo, se parece a todos los otros duelos propios y ajenos en ciertos puntos que son comunes y nos ayudarán a entenderlos. Una de estas cosas en común que quiero empezar señalando es que ayudar en un duelo, cualquiera sea su causa, implica conectar a quien lo padece con el permiso de expresar sus emociones, cualesquiera que sean. Todos los terapeutas del mundo (que disentimos en casi todo) estamos de acuerdo en que la posibilidad de encontrar una forma de expresión de las vivencias internas ayudará a quienes están transitando por este camino a aliviar su dolor. El desafío de la pérdida: Para entender la dificultad que significa enfrentarse con una pérdida nos importa entender qué es una pérdida. Cuando, como siempre, busqué en el diccionario etimológico el origen de la palabra, me sorprendió encontrar que pérdida viene de la unión del prefijo per, que quiere decir al extremo, superlativamente, por completo, y de der, que es un antecesor de nuestro verbo dar. Y partiendo de esto pensé que la etimología me obligaba a pensar en la pérdida como la sensación que tiene quien siente que ha dado todo a alguien o a algo que ya no está. ¿La palabra pérdida tiene que ver con haber dado lo máximo? Y entonces pensé: “No, no puede ser. ¿Dónde está el error? Porque cuando uno da, en general, no siente la pérdida, en todo caso lo perdido es lo que alguien, la vida o las circunstancias te sacan”. Y me acordaba de Nasrudím… Él anda por el pueblo diciendo: – He perdido la mula, he perdido la mula, estoy desesperado, ya no puedo vivir.
– No puedo vivir si no encuentro mi mula. – Aquel que encuentre mi mula va a recibir como recompensa mi mula. Y la gente a su paso le grita: – Estás loco, totalmente loco, ¿perdiste la mula y ofreces como recompensa la propia mula? Y él contesta: – Sí, porque a mí me molesta no tenerla, pero mucho más me molesta haberla perdido. Porque el dolor de la pérdida no tiene tanto que ver con el no tener, como con la situación concreta del mal manejo de mi impotencia, con lo que el afuera se ha quedado, con esa carencia de algo que yo, por el momento al menos, no hubiera querido que se llevara. Quizás, pienso ahora, AHÍ ESTÁ LA BASE ETIMOLÓGICA DE LA palabra. La pérdida nos habla de conceder mucho más de lo que estoy dispuesto a dar. Quizás en el fondo yo nunca quiero desprenderme totalmente de nada, y la vivencia de lo perdido es tema del “ya no más”. Un “ya no más” impuesto, que no depende de mi decisión ni de mi capacidad. Así que este dolor del duelo es entonces la renuncia forzada a algo que hubiera preferido seguir teniendo. ¿Pero cómo podría evitarlo? Ya vimos que las emociones redundan en que yo me prepare para la acción. Y esta acción de alguna manera me va a conectar con el estímulo.
Aunque conexión también puede querer decir salir corriendo,.porque conectarse quiere decir ESTAR en sintonía con lo que está pasando. Dicho de otra manera, hay una relación entre lo que hago, lo que siento, lo que percibí y el estímulo original.
Esta respuesta (Mi respuesta) me conecta DURANTE UN TIEMPO con la situación y la modifica (aunque más no sea, en mi manera de percibir el estímulo). La conexión, en el mejor de los casos, llegado un momento se agota, se termina, pierde vigencia y entonces vuelvo a estar en reposo. Este ciclo, que como dijimos se llama ciclo de la experiencia, se reproduce en cada una de las situaciones, minuto tras minuto, instante tras instante, día tras día de nuestras vidas. También cuando este estímulo es la muerte de alguien. Lo que me pasa a mí en este caso recorre exactamente el mismo circuito: percibo la situación del afuera, me conecto con una determinada emoción, movilizo una energía, que se va a tener que transformar en acción para que establezca contacto con esa situación concreta, hasta que esa situación se agote y vuelva al reposo. De lo que vamos a hablar es acerca de cómo esta elaboración se da, no sólo frente a la muerte de alguien, sino en muchas otras pérdidas, de la enfermiza conexión que no se agota, del apego y del desapego.
Pérdidas grandes y pequeñas pérdidas: Cada pérdida, por pequeña que sea, implica la necesidad de hacer una elaboración; no sólo las grandes pérdidas generan duelos sino que, repito, TODA pérdida lo implica. Por supuesto que las grandes pérdidas generan comúnmente duelos más difíciles, pero las pequeñas también implican dolor y trabajo. Un trabajo que hay que hacer, que no sucede solo. Una tarea que casi nunca transcurre espontáneamente, conmigo como espectador.

COPLAS DE DON JORGE MANRIQUE POR LA MUERTE DE SU PADRE

COPLAS DE DON JORGE MANRIQUE POR LA MUERTE DE SU PADRE

                    I

  Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
  contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
  tan callando;
  cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
  da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
  fue mejor.

                    II

  Pues si vemos lo presente
cómo en un punto s’es ido
  e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
  por passado.
  Non se engañe nadi, no,
pensando que ha de durar
  lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de passar
  por tal manera.

                    III

  Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
  qu’es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
  e consumir;
  allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
  e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
  e los ricos.

            INVOCACIÓN

                    IV

  Dexo las invocaciones
de los famosos poetas
  y oradores;
non curo de sus ficciones,
que traen yerbas secretas
  sus sabores.
  Aquél sólo m’encomiendo,
Aquél sólo invoco yo
  de verdad,
que en este mundo viviendo,
el mundo non conoció
  su deidad.

                    V

  Este mundo es el camino
para el otro, qu’es morada
  sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
  sin errar.
  Partimos cuando nascemos,
andamos mientra vivimos,
  e llegamos
al tiempo que feneçemos;
assí que cuando morimos,
  descansamos.

                    VI

  Este mundo bueno fue
si bien usásemos dél
  como debemos,
porque, segund nuestra fe,
es para ganar aquél
  que atendemos.
  Aun aquel fijo de Dios
para sobirnos al cielo
  descendió
a nescer acá entre nos,
y a vivir en este suelo
  do murió.

                    VII

  Si fuesse en nuestro poder
hazer la cara hermosa
  corporal,
como podemos hazer
el alma tan glorïosa
  angelical,
  ¡qué diligencia tan viva
toviéramos toda hora
  e tan presta,
en componer la cativa,
dexándonos la señora
  descompuesta!

                    VIII

  Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
  y corremos,
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos
  las perdemos.
  Dellas deshaze la edad,
dellas casos desastrados
  que acaeçen,
dellas, por su calidad,
en los más altos estados
  desfallescen.

                    IX

  Dezidme: La hermosura,
la gentil frescura y tez
  de la cara,
la color e la blancura,
cuando viene la vejez,
  ¿cuál se para?
  Las mañas e ligereza
e la fuerça corporal
  de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega el arrabal
  de senectud.

                    X

  Pues la sangre de los godos,
y el linaje e la nobleza
  tan crescida,
¡por cuántas vías e modos
se pierde su grand alteza
  en esta vida!
  Unos, por poco valer,
por cuán baxos e abatidos
  que los tienen;
otros que, por non tener,
con oficios non debidos
  se mantienen.

                    XI

  Los estados e riqueza,
que nos dexen a deshora
  ¿quién lo duda?,
non les pidamos firmeza.
pues que son d’una señora;
  que se muda,
  que bienes son de Fortuna
que revuelven con su rueda
  presurosa,
la cual non puede ser una
ni estar estable ni queda
  en una cosa.

                    XII

  Pero digo c’acompañen
e lleguen fasta la fuessa
  con su dueño:
por esso non nos engañen,
pues se va la vida apriessa
  como sueño,
e los deleites d’acá
son, en que nos deleitamos,
  temporales,
e los tormentos d’allá,
que por ellos esperamos,
  eternales.

                    XIII

  Los plazeres e dulçores
desta vida trabajada
  que tenemos,
non son sino corredores,
e la muerte, la çelada
  en que caemos.
  Non mirando a nuestro daño,
corremos a rienda suelta
  sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta
  no hay lugar.

                    XIV

  Esos reyes poderosos
que vemos por escripturas
  ya passadas
con casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
  trastornadas;
  assí, que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
  e perlados,
assí los trata la muerte
como a los pobres pastores
  de ganados.

                    XV

  Dexemos a los troyanos,
que sus males non los vimos,
  ni sus glorias;
dexemos a los romanos,
aunque oímos e leímos
  sus hestorias;
  non curemos de saber
lo d’aquel siglo passado
  qué fue d’ello;
vengamos a lo d’ayer,
que también es olvidado
  como aquello.

                    XVI

  ¿Qué se hizo el rey don Joan?
Los infantes d’Aragón
  ¿qué se hizieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué de tanta invinción
  como truxeron?
  ¿Fueron sino devaneos,
qué fueron sino verduras
  de las eras,
las justas e los torneos,
paramentos, bordaduras
  e çimeras?

                    XVII

  ¿Qué se hizieron las damas,
sus tocados e vestidos,
  sus olores?
¿Qué se hizieron las llamas
de los fuegos encendidos
  d’amadores?
  ¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
  que tañían?
¿Qué se hizo aquel dançar,
aquellas ropas chapadas
  que traían?

                    XVIII

  Pues el otro, su heredero
don Anrique, ¡qué poderes
  alcançaba!
¡Cuánd blando, cuánd halaguero
el mundo con sus plazeres
  se le daba!
  Mas verás cuánd enemigo,
cuánd contrario, cuánd cruel
  se le mostró;
habiéndole sido amigo,
¡cuánd poco duró con él
  lo que le dio!

                    XIX

  Las dávidas desmedidas,
los edeficios reales
  llenos d’oro,
las vaxillas tan fabridas
los enriques e reales
  del tesoro,
  los jaezes, los caballos
de sus gentes e atavíos
  tan sobrados
¿dónde iremos a buscallos?;
¿qué fueron sino rocíos
  de los prados?

                    XX

  Pues su hermano el innocente
qu’en su vida sucesor
  se llamó
¡qué corte tan excellente
tuvo, e cuánto grand señor
  le siguió!
  Mas, como fuesse mortal,
metióle la Muerte luego
  en su fragua.
¡Oh jüicio divinal!,
cuando más ardía el fuego,
  echaste agua.

                    XXI

  Pues aquel grand Condestable,
maestre que conoscimos
  tan privado,
non cumple que dél se hable,
mas sólo como lo vimos
  degollado.
  Sus infinitos tesoros,
sus villas e sus lugares,
  su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?,
¿qué fueron sino pesares
  al dexar?

                    XXII

  E los otros dos hermanos,
maestres tan prosperados
  como reyes,
c’a los grandes e medianos
truxieron tan sojuzgados
  a sus leyes;
  aquella prosperidad
qu’en tan alto fue subida
  y ensalzada,
¿qué fue sino claridad
que cuando más encendida
  fue amatada?

                    XXIII

  Tantos duques excelentes,
tantos marqueses e condes
  e varones
como vimos tan potentes,
dí, Muerte, ¿dó los escondes,
  e traspones?
  E las sus claras hazañas
que hizieron en las guerras
  y en las pazes,
cuando tú, cruda, t’ensañas,
con tu fuerça, las atierras
  e desfazes.

                    XXIV

  Las huestes inumerables,
los pendones, estandartes
  e banderas,
los castillos impugnables,
los muros e balüartes
  e barreras,
  la cava honda, chapada,
o cualquier otro reparo,
  ¿qué aprovecha?
Cuando tú vienes airada,
todo lo passas de claro
  con tu flecha.

                    XXV

  Aquel de buenos abrigo,
amado, por virtuoso,
  de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
  e tan valiente;
sus hechos grandes e claros
non cumple que los alabe,
  pues los vieron;
ni los quiero hazer caros,
pues qu’el mundo todo sabe
  cuáles fueron.

                    XXVI

  Amigo de sus amigos,
¡qué señor para criados
  e parientes!
¡Qué enemigo d’enemigos!
¡Qué maestro d’esforçados
  e valientes!
  ¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
  ¡Qué razón!
¡Qué benino a los sujetos!
¡A los bravos e dañosos,
  qué león!

                    XXVII

  En ventura, Octavïano;
Julio César en vencer
  e batallar;
en la virtud, Africano;
Aníbal en el saber
  e trabajar;
  en la bondad, un Trajano;
Tito en liberalidad
  con alegría;
en su braço, Aureliano;
Marco Atilio en la verdad
  que prometía.

                    XXVIII

  Antoño Pío en clemencia;
Marco Aurelio en igualdad
  del semblante;
Adriano en la elocuencia;
Teodosio en humanidad
  e buen talante.
  Aurelio Alexandre fue
en desciplina e rigor
  de la guerra;
un Constantino en la fe,
Camilo en el grand amor
  de su tierra.

                    XXIX

  Non dexó grandes tesoros,
ni alcançó muchas riquezas
  ni vaxillas;
mas fizo guerra a los moros
ganando sus fortalezas
  e sus villas;
  y en las lides que venció,
cuántos moros e cavallos
  se perdieron;
y en este oficio ganó
las rentas e los vasallos
  que le dieron.

                    XXX

  Pues por su honra y estado,
en otros tiempos passados
  ¿cómo s’hubo?
Quedando desamparado,
con hermanos e criados
  se sostuvo.
  Después que fechos famosos
fizo en esta misma guerra
  que hazía,
fizo tratos tan honrosos
que le dieron aun más tierra
  que tenía.

                    XXXI

  Estas sus viejas hestorias
que con su braço pintó
  en joventud,
con otras nuevas victorias
agora las renovó
  en senectud.
  Por su gran habilidad,
por méritos e ancianía
  bien gastada,
alcançó la dignidad
de la grand Caballería
  dell Espada.

                    XXXII

  E sus villas e sus tierras,
ocupadas de tiranos
  las halló;
mas por çercos e por guerras
e por fuerça de sus manos
  las cobró.
  Pues nuestro rey natural,
si de las obras que obró
  fue servido,
dígalo el de Portogal,
y, en Castilla, quien siguió
  su partido.

                    XXXIII

  Después de puesta la vida
tantas vezes por su ley
  al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
  verdadero;
  después de tanta hazaña
a que non puede bastar
  cuenta cierta,
en la su villa d’Ocaña
vino la Muerte a llamar
  a su puerta,

                    XXXIV

  diziendo: “Buen caballero,
dexad el mundo engañoso
  e su halago;
vuestro corazón d’azero
muestre su esfuerço famoso
  en este trago;
  e pues de vida e salud
fezistes tan poca cuenta
  por la fama;
esfuércese la virtud
para sofrir esta afruenta
  que vos llama.”

                    XXXV

  “Non se vos haga tan amarga
la batalla temerosa
  qu’esperáis,
pues otra vida más larga
de la fama glorïosa
  acá dexáis.
  Aunqu’esta vida d’honor
tampoco no es eternal
  ni verdadera;
mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal,
  peresçedera.”

                    XXXVI

  “El vivir qu’es perdurable
non se gana con estados
  mundanales,
ni con vida delectable
donde moran los pecados
  infernales;
  mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
  e con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos e aflicciones
  contra moros.”

                    XXXVII

  “E pues vos, claro varón,
tanta sangre derramastes
  de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganastes
  por las manos;
e con esta confiança
e con la fe tan entera
  que tenéis,
partid con buena esperança,
qu’estotra vida tercera
  ganaréis.”

[Responde el Maestre:]

                    XXXVIII

  “Non tengamos tiempo ya
en esta vida mesquina
  por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
  para todo;
  e consiento en mi morir
con voluntad plazentera,
  clara e pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
  es locura.”

[Del maestre a Jesús]

                    XXXIX

  “Tú que, por nuestra maldad,
tomaste forma servil
  e baxo nombre;
tú, que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
  como es el hombre;
tú, que tan grandes tormentos
sofriste sin resistencia
  en tu persona,
non por mis merescimientos,
mas por tu sola clemencia
  me perdona”.

        FIN

                    XL

  Assí, con tal entender,
todos sentidos humanos
  conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos e hermanos
  e criados,
  dio el alma a quien gela dio
(el cual la ponga en el cielo
  en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dexónos harto consuelo
  su memoria.

Frases a la muerte

        “Abandonarse es perder pie momentáneamente. No abandonarse es perder pie para siempre”. KIERKEGAARD
        “Ahora todo sigue su curso como si nadie muriera”. PHILIPPE ARIES
        “Aquellos que aman la sabiduría practican la muerte, y para ellos la muerte es lo menos aterrador del mundo”. NORMAS Y EJERCICIOS PARA BIEN MORIR (S.XVII)
        “Aunque en mi cabeza es invierno, en mi corazón es eterna primavera. Cuanto más me aproximo al final, más claramente oigo a mi alrededor las inmortales sinfonías de los mundos que me invitan”. VICTOR HUGO
        “Civilizar la muerte, llevarla al hogar y evitar que siga siendo una fuente de temor es uno de los grandes desafíos de nuestra era”. MANIFIESTO DEL CENTRO DE LA MUERTE NATURAL (1991)
        “Como un pétalo que cae bajo el sol de la manana y flota serenamente sobre la tierra, así deben prepararse los sabios para la muerte: en silencio y sin inmutarse”. CONSEJO SÁMURAI
        “Cuál es la mayor maravilla? Todos los días la muerte ataca, y sin embargo vivimos como si fuéramos inmortales. Ésa es la mayor maravilla”. EL MAHABHARATA
        “Cuando tapamos la boca a los moribundos antes de que mueran, sucede algo horrible. Entre ellos y nosotros, crece un silencio más profundo que una tumba. Si impedimos que los moribundos hablen antes de partir, la piedra que cae en el fosos se hundirá para siempre sin que se oiga el chapoteo de respuesta”. FAYE MOSKOWITZ
        “Dejemos que los muertos ayuden a los vivos en el curso de su existencia, porque estamos en camino de desarrollar plenamente el potencial de nuestrossentidos, capacidades, intelecto, suenos y creencias. Desde el mismo momento en que nacemos, vivimos y morimos simultáneamente –pues todos somos ignorantes– en una senda felizmente sinuosa hacia la muerte”. YEHUDI MENUHIN
“Despojemos a la muerte de su extraneza, frecuentémosla, acostumbrémonos a ella; pensemos más en ella que en cualquier otra cosa. Puesto que no sabemos dónde nos aguarda, aguardémosla en cualquier lugar. Practicar la muerte es practicar la libertad. Quien ha aprendido a morir, ha desprendido a ser un esclavo”. MONTAIGNE
“El cuerpo que muere no es el cuerpo que nació. Para crecer, debemos experimentar muchas muertes. Una y otra vez cambiamos de aspecto, de actitudes ycomportamiento a medida que pasamos de una etapa de la vida a la siguiente. La persona que muere es sólo una de las personas que llegamos a ser mientras vivimos”. RICHARD REOCH
“El sufrimiento, la dura realidad de la enfermedad, la vejez y la muerte, pueden convertirse, contra toda posibilidad y expectativa, en manifestaciones de una bondad trascendente y siempre presente, de una dulce benevolencia cósmica”. PADRE LAURENCE FREEMAN
“En su empeño por vencer a la muerte, el hombre se ve inevitablemente empujado a vencer a la vida, porque las dos son inseparables”. HENRY MILLER
“Estamos en la tierra un tiempo limitado para que aprendamos a portar la antorcha del amor”. WILLIAM BLAKE
“Felices y sabios aquellos que se empenan en ser en esta vida tal como les gustaría ser en el momento de su muerte. Empenate a vivir así ahora, para que la muerte te encuentre feliz y sin miedo”. THOMAS A. KEMPIS
“La ciencia dice: “debemos vivir” y busca la forma de prolongar, facilitar y ampliar la vida, de hacerla tolerable y aceptable; la sabiduría dice “debemos morir”y busca la manera de ayudarnos a morir bien”. MIGUEL DE UNAMUNO
“La fuente de nuestros defectos, de nuestra mezquindad y cobardía, no es la muerte, sino el miedo a la muerte”. EPICTETO
“La llamada de la muerte es una llamada de amor. La muerte puede ser dulce si le respondemos afirmativamente, si la aceptamos como una de las grandesformas eternas de vida y transformación”. HERMANN HESSE
“La muerte es el único consejero sabio que tenemos. Las trivialidades se esfuman cuando la muerte nos hace una senal, cuando la vislumbramos, o simplemente si tenemos la sensación de que ella, nuestra companera, está observándonos”. CARLOS CASTANEDA
“La muerte es una gran aventura. A su lado, las expediciones a la luna y los viajes espaciales son una insignificancia”. JOSEPH BAYLY
“La muerte no nos asusta. La recibimos con naturalidad y calma, buscando únicamente un final digno como última ofrenda a nuestros familiares y descendientes”. OHIYESA, DE UNA TRIBU SIOUX
“Las personas temen a la muerte sólo porque no comprenden que la vida y la muerte no son dos estados distintos, sino dos etapas de un mismo proceso natural. Ambas están presentes en todo momento”. CHUANG-TZU
“Lo último que analizamos es nuestra concepción de la muerte, que decide las respuestas a todos los interrogantes que nos plantea la vida”. DAG HAMMARSKJÖLD
“Me preparo para partir. Cómo lo hago? Librándome de las cargas y pecados que tan fácillmente me acechan, aligerando mi peso para el vuelo”. WILLIE MAY FORD SMITH
“Mientras pensaba que aprendía a vivir, estaba aprendiendo a morir”. LEONARDO DA VINCI
“Morir bien es un arte que todo hombre debe aprender mientras goza de buena salud”. NORMAS Y EJERCICIOS PARA BIEN MORIR (S.XVII)
“No existe la muerte; sólo es un cambio de mundo”. PROVERBIO INDIO
“Ofrecemos flores que hoy son frescas y florecen dulcemente, flores que manana marchitarán y caerán. También nuestros cuerpos, como las flores, se marchitan y mueren”. ORACION ASIATICA
“Os aseguro que es una bendición estar junto a un moribundo. La muerte no tiene por qué ser una experiencia triste y desagradable. Por el contrario, permite sentir amor y muchas cosas maravillosas. Si fuéramos capaces de transmitir lo que aprendemos sobre la muerte a nuestros hijos y conocidos, quizás el mundo volvería a convertirse en un paraíso. Creo que éste es el momento de empezar”. ELISABETH KüBLER-ROSS
“Para morir bien, debemos ser capaces de comprender y manejar la caótica violencia de nuestras emociones y las de los demás”. RICHARD REOCH
        “Para quienes hemos aprendido a amar la vida con todos sus cambios, la muerte no es una experiencia aterradora. Cuando llegue el momento de marchartedebes hacerlo con la mente abierta y una plegaria en el corazón”.  SUN BEAR, DE LA SOCIEDAD DE MEDICINA DE LA TRIBU BEAR
“Psicológicamente, la muerte es tan importante como el nacimiento. Cerrarle los ojos es poco saludable y anormal, porque deja sin propósito a la segunda mitad de la vida”. CARL JUNG
“QUIEN BUSCA LA LUZ, ENCONTRARÁ MAS OSCURIDAD” FERNANDO DIAZ
“Si puedes afrontar y comprender tu muerte definitiva, quizá puedas aprender a afrontar y resolver positivamente cada cambio que se presente en tu vida. Si estás dispuesto a aventurarte en lo desconocido, a adentrarte en un territorio ignoto, llegarás a comprender la búsqueda de tu propio ser, que es la meta fundamental del crecimiento personal. Al abrirte y comprometerte al diálogo con tus semejantes, comienzas a trascender tu existencia individual, a ser uno contigo mismo y con los demás. Y, después de practicar este compromiso durante toda la vida, podrás afrontar el fin con serenidad y alegría, sabiendo que has vivido tu vida con plenitud”. ELISABETH KüBLER-ROSS
“Somos al mismo tiempo una persona viva y un moribundo”. RICHARD REOCH
“Somos ciudadanos de la eternidad”. FEDOR DOSTOIEVSKY
“Una buena muerte honra una vida entera”. PETRARCA
“Vive tu efímero momento según la ley de la naturaleza y recibe con serenidad el final del viaje, como una oliva que cae cuando está madura: bendiciendo a la rama que la sostuvo y agradeciendo al árbol que le dio la vida” MARCO AURELIO
¿Morirme…? Sería lo último que haría en la vida. Alejandro Correa
¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures en dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos. TOLKIEN
?Fear not Death, for Death is Normal” Frank Conde
A los viejos les espera la muerte a la puerta de su casa; a los jóvenes les espera al acecho SAN BERNARDO
Aprende a vivir y sabrás morir bien. Confucio
Cuando abandonáis vuestro tejado, entráis en el reino de los muertos; cuando abandonáis vuestro umbral, encontráis al enemigo. HAGAKURE
Cuando no se teme a la muerte, se la hace penetrar en las filas enemigas. Napoleón Bonaparte
Cuando uno empieza a sentirse autosuficiente, comienza a sembrar su decadencia. Bernardino Fernández
Cuánto mejor es morir por algo que vivir por nada. Anónimo
Duerme con el pensamiento de la muerte y levántante con el pensamiento de que la vida es corta. Proverbio
El descanso es algo bueno para los muertos. Thomas Carlyle, escritor británico
El vivir es disfrutar cada momento, bueno o malo, cuando dejamos de hacerlo es momento de morir… Arq. Angel
Entre vida y muerte, sólo hay un cuerpo de diferencia. Jacques Lemort
Es más deseable una hermosa muerte que una larga vida. Séneca
La muerte como final de tiempo que se vive sólo puede causar pavor a quien no sabe llenar el tiempo que le es dado a vivir. . Victor Frankl
La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos. Machado, Antonio
La muerte es algo tan tremendamente airado, que sólo la desnudez, la elemental desnudez, puede escindirla del ridículo Cela, Camilo José
La muerte es dulce; pero su antesala, cruel. Cela, Camilo José
La muerte es el menor de todos los males Bacon, Sir Francis
La muerte es un remedio, pero no debemos hacer uso de él hasta última hora. Moliére
La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene. BORGES
La muerte esta tan segura de que nos va a ganar, que nos da toda una vida de ventaja. La Renga, grupo musical argentino
        La muerte no existe, son sólo apariencias  Necrosales (montedeoya)
La muerte no viene más que una vez, pero se deja sentir en todos los momentos de la vida. JEAN DE LA BRUYERE
La muerte puede consistir en ir perdiendo la costumbre de vivir. González-Ruano, César
La muerte sólo será triste para los que no han pensado en ella Fenelón
La muerte, con la potencia de un rayo de sol, toca la carne y despierta el alma. PRIS
La perfección es muerte; la imperfección es el arte. Vicent, Manuel
La perfecta igualdad no existe, sino entre los muertos Pitágoras
La resignacion es un suicidio cotidiano Balzac
La vida es tan corta y el oficio de vivir tan dificil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse. Ernesto Sábato
Lo que llamamos muerte es una cosa que hace llorar a los hombres; y, sin embargo, se pasan un tercio de su vida durmiendo LORD BYRON
Lo que no me mata me hace más fuerte. NIETZSCHE
Los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte, los valientes gustan la muerte sólo una vez. William Shakespeare
me estoy muriendo hijo, pero tu acabas de empezar a vivir Juan Pablo Ferez Gil
MUERTE PARECE INSONDABLE PERO CUANDO SE PRACTICA LO ESPIRITUAL SE PIERDE EL MIEDO Y SE AMA MAS LA VIDA PARA ALGUN DIA AMAR LA MUERTE AUNQUE SE HAYA LLEVADO A NUESTROS SERES QUERIDOS,ES NUESTRA COMPAÑPERA Y SIEMPRE ESTA A NUESTRO LADO ES ALGO CON LO QUE DEBEMOS VIVIR PARA MORIR Y MORIR PARA VIVIR. CONCIENCIA DEL MAS ALLA
Muy sentida es la muerte cuando el padre queda vivo. Séneca
Nacer es comenzar a morir. Teófilo Gautier
No es morir sólos lo que nos preocupa, lo que nos asusta es vivir sin nadie. OTREUMLEGNA
No es que tenga miedo a morirme. Es tan sólo, que no quiero estar allí cuando suceda. Woody Allen
No es tormento la muerte, sino fin de tormentos. Salustio
No existe la muerte, sólo cambian las condiciones de vida Desconocido
No existe la muerte, sólo cambian las condiciones de vida. J.L
No te preocupes por la muerte, no puede doler algo que pasa sólo una vez. HERNAN QUIROGA
quien camina una milla sin amar ,esta conduciendose a su propio entierro en su propia mortaja “” walt whitman
Siempre son los demás los que se mueren. Duchamp, Marcel
Sin no conoces todavía la vida, ¿cómo puede ser posible conocer la muerte? Confucio
TANTO EN EL MOMEMTO DEL NACIMIENTO COMO EN EL DE LA MUERTE ESTAMOS SOLOS ,.A QUE TEMERLE? VIEJA
Tema el alma su propia muerte y no la del cuerpo. SAN AGUSTIN
Todos los hombres mueren, pero no todos los hombres realmente viven. WILLIAM WALLACE
Un torturador no se redime suicidandose…. pero algo es algo. Mario Benedetti
Una vez terminado el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja. Proverbio Italiano
Ven, muerte, tan escondida, que no te sienta venir, porque el placer del morir no me vuelva a dar la vida  CALDERON DE LA BARCA
Ya que no me preocupé por nacer, tampoco me preocupo por morir HERNAN QUIROGA

Poesia a la muerte

“… Una muerte adelante”
Por Manuel Ponce (1913-?).

I

Muero, entre muero y no muero
esponja de sinsabor,
sin el maduro dolor
enroscado del madero.

No en el instante mejor
del náufrago y el lucero
cuando en la oquedad del cero
finca el más allá de por.

Sino en sorda sima impura,
mi muerte de porque sí
que expansa voz que se lanza.

Ni le asalta la locura,
ni le huye el frenesí,
ni le rinde mi esperanza.

II

Muero, entre muero y no muero:
frontera duda me das,
muerte, si está por demás
tu clava de lo certero.

Se hace la mano compás
inmóvil por lo que espero,
la que está al caer primero
y lo que viene detrás.

Anclado instante movible,
dudoso y claro timón,
posesión de lo posible.

A mi congoja no alcanza
ni, anclalunas, tu aguijón,
ni, altamares, la esperanza.

III

Muero entre muero y no muero:
no imagen que el sueño da,
no porque no muera ya,
porque muero verdadero.

Ni de grano en el granero,
ni de ostracismo de acá,
ni de fruto que aún está
en la hoja prisionero.

Yo muero por espejismo:
por creer la rosa, rosa
y darle muerte en mi asedio.

Por darle muerte al abismo
y dar en el que me acosa,
muero en la muerte de en medio.
Recomendado por Alias de MSNGomezJorge, 12/04/2002.