Vive con tus muertos que viven
René Trossero
Mirándola de frente, sin negarla, una muerte esperada se hace amiga; ella trae al final de la jornada recompensa feliz a quien camina, teniendo en su horizonte la esperanza, en Dios que nos espera en la alegría.
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A todos los que creen que morir
no es dormirse en un sueño final,
sino despertar definitivamente
a una Vida plena y feliz.
A todos los que quisieran creerlo,
y sufren porque no pueden.
Y a todos los que no lo creen
y lo niegan;
pero se sentirán felices
cuando al morir constaten,
que lo que negaron era cierto.
No te mueras con tus muertos; vive con tus muertos que viven.
Mis queridos lectores:
Escribo estas páginas para todos ustedes, pero van especialmente dirigidas a los que ya me permitieron hacer camino juntos, aceptando que los acompañara con mis escritos. De modo particular tengo presentes a los que sobrellevan en el alma el peso de un duelo, y se ayudan con mi librito NO TE MUERAS CON TUS MUERTOS. Muchos de ustedes me dieron la alegría de comunicarme, verbalmente o por escrito, que mis palabras les habían ayudado a vivir con esperanza, en medio del dolor. Quiero recordar con todos ustedes a esa mujer anónima que, en un lugar que ya no recuerdo, me abrazó llorando, mientras me decía: “¡Gracias! ¡Usted me salvó la vida! Porque murió mi esposo y, desesperada, tenía tomada la decisión de suicidarme. Una amiga me regaló NO TE MUERAS CON TUS MUERTOS, y yo decidí seguir viviendo”. Gracias, mujer, porque tu testimonio justifica por sí solo, mi esfuerzo por redactar aquellas páginas. Muchos me pidieron que les escribiera algo más sobre este tema; y me negué hasta ahora, por temor de repetirme. Y hoy decido satisfacer aquel pedido con el deseo y la esperanza de seguir acompañándolos en el camino de la vida, compartiendo las cosas que pienso para mí mismo. En NO TE MUERAS CON TUS MUERTOS puse el acento en la necesidad de aprender a aceptar la muerte de los seres queridos, sin dejar de pensar en el desafío de aceptar la propia, viviendo auténticamente acompañados por quienes ya alcanzaron la meta. En estas páginas quiero acentuar lo segundo.
René Juan Trossero.
“Si esperas y crees que la vida continuará más allá de la muerte…”
VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN
¿Por qué titulé así estas páginas? Te lo cuento. Myrian una mujer madura, me comentó su pesar, pese a los diecinueve años transcurridos, por la pérdida de un hijo, a causa de un accidente. Me permití sugerirle que leyera mi librito, NO TE MUERAS CON TUS MUERTOS. Y con espontánea inmediatez me respondió: “¡Ah no, yo no me muero con mis muertos, YO VIVO CON MIS MUERTOS!” Y me pareció una afirmación muy acertada, capaz de transmitir el mensaje que quiero comunicar con este libro. Si piensas que al morir todo acaba en la destrucción y en la nada, no sólo este título, sino todo el libro, te resultará increíble y chocante. Pero si crees y esperas que la vida continúe más allá de la muerte, la invitación a vivir con tus muertos te resultará aceptable y alentadora. Abierto a la trascendencia, aceptando esta otra etapa de la vi da, tú crees seguramente en Dios, y no rechazas la invitación a buscarlo, a tenerlo presente, y a vivir en él y con él, aunque no lo veas. Ahora bien, si admites que esto es posible, ¿por qué no aceptar que también puedes vivir con tus muertos que viven? Además, si tus muertos no hubieran muerto, sino emigrado a un lejano y desconocido lugar, sin ninguna posibilidad de comunicarte con ellos, los llevarías en tu memoria y en tu corazón aun sin verlos. ¡No dejarías de saber que viven, que los amas y te aman!
Y si crees que tus muertos viven, ¿por qué, pese al dolor de no verlos, no ha de ser posible vivir con ellos, recordándolos con amor?
Silencio
El Maestro solía hacer prolongados silencios, cuando conversaba con sus discípulos. Uno de ellos lo interrogó:
– Maestro, ¿por qué guardas tantos momentos de silencio, cuando nos confías tus reflexiones?El maestro respondió:
– El silencio es el tiempo que el que habla necesita, para decirse primero a sí mismo, lo que luego comunicará al otro. Porque cuando se habla sobre la vida, no se es veraz, auténtico y coherente, si no se comienza escuchándose a uno mismo. Y el silencio para el que escucha, es el tiempo necesario para que se disponga, como la tierra, para recibir la semilla.
Repeticiones
El Maestro hablaba poco, lo necesario, y con frecuencia repetía sus enseñanzas. Un discípulo le preguntó:
– Maestro, ¿por qué repites tantas veces tus máximas o tus consejos?Y escuchó esta respuesta:
– El hombre que martilla un clavo no lo golpea para darle tres o diez golpes, sino que lo hace para que se clave en la madera. Yo no digo por decir, ni enseño por enseñar, sino para que lo que enseño diciendo sea comprendido y vivido.
¡VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN!
Sé como la madre parturienta,
que grita su dolor
mientras alumbra,
para vivir después
su indecible alegría cuando estrecha,
con sus brazos sobre el pecho,
la vida que entregó
y que, devuelta,
la alegra mucho más que antes de darla.
PORQUE EL AMOR
ES MAS FUERTE
QUE LA MUERTE,
y todo lo que entrega no lo pierde,
porque lo recupera acrecentado,
precisamente
por haberlo dado.
Cuando naciste, dijeron:
“Te dieron a luz”,
“Te alumbraron”.
Pero tú cerraste los ojos
encandilado, enceguecido.
Cuando mueras cerrarán tus ojos,
y dirán: “Se durmió en paz”.
Y tú estarás como nunca,
con los ojos abiertos a la Luz,
como nunca despierto.
¡Para siempre!
En el silencio solitario de una cabaña, oculta entre la tupida arboleda, el Maestro conversaba con tres discípulos.
– Hoy vamos a meditar sobre la realidad de la muerte. Quiero comenzar sabiendo qué es para cada uno de
ustedes… Tómense su tiempo…
Después de un momento de hondo silencio, surgieron las respuestas.
– Para mí, la muerte no existe. Yo no pienso en ella – dijo el primero.
– La muerte es el final de todo… Y todo acaba con ella – afirmó el segundo.
– La muerte es un cambio en el modo de vivir… Es el final de esta etapa y el comienzo de otra, que es eterna –
finalizó el tercero.
El Maestro permaneció callado largo rato, como dándoles tiempo a sus discípulos para que rumiaran el sentido de sus respuestas. Con una rama seca trazaba enigmáticas figuras sobre el piso de tierra. Y al final se dirigió al primero, diciendo:
– Un hombre decidió explorar la espesura de la selva. Un amigo le advirtió: “Cuídate del león. Mira que puede
sorprenderte y atacarte”.
El explorador se fue internando sigilosamente hacia el corazón enmarañado de la selva. El temor de verse
enfrentado con el león le quitaba la paz, llenándolo de pánico. Y decidió aliviarse, diciéndose a sí mismo: “El
león no existe”.
Unas horas después oyó voces o ruidos extraños. “¡El león!”, le gritó su pensamiento. Pero el hombre se
tranquilizó al instante. “No. ¡El león no existe!” Y siguió su camino. Los rugidos se oyeron más claros y
cercanos. Pero el hombre se repetía: “El león no existe”.
Como el explorador no regresó a su aldea, los amigos salieron a buscarlo. Y regresaron con sus ropas hechas
jirones.
El Maestro respiró profundamente y guardó silencio. El discípulo lo miraba atento, como esperando que
continuara su relato. Pero el Maestro se limitó a mirarlo preguntando:
– ¿Comprendes?
– Creo que sí – fue la respuesta vacilante del discípulo.
– El león no deja de estar acechando en la selva, porque tú lo niegues.Más vale pregúntate cómo lo encararás, cuando te ataque – concluyó el Maestro. Luego echó una mirada hacia
lo alto, como buscando algo, para después mirar a los otros dos discípulos.
-Dos caminantes se encontraron en un cruce de caminos – comenzó diciéndoles. Fatigados por lo andado, se
sentaron ambos a la sombra de un árbol para descansar. Sacaron de sus alforjas sus provisiones y
compartieron una frugal comida. Mientras comían, el primero preguntó al otro:
– ¿Hacia adónde vas?
– Voy hacia el puente final.
– ¿Y para qué?
– ¡Hombre! – respondió con impaciencia el segundo – voy para caminar. Yo disfruto del camino, hasta que se
acabe. ¿Y tú?
-Yo voy al mismo lugar que tú, me dirijo al puente final. Pero no voy como tú, para caminar… , ¡yo voy para
llegar!
– ¿Y cuál es la diferencia, si ambos caminamos y ambos vamos hacia el puente final?
El interpelado vaciló un instante y respondió con una pregunta:
– ¿Y qué harás tú cuando llegues al puente final?
-¡Nada! Porque me han dicho que cuando se llega hasta él, termina el camino y desaparece el caminante.
Acaso tú, ¿esperas encontrar algo distinto?
-¡Sí!, mi amigo – concluyó el segundo. Yo camino hasta el puente final, donde muere esta senda. Pero espero
pasar a la otra orilla, donde nace otro Camino, que nunca se acaba, y se recorre con dicha y sin fatigas…
Y aquí concluyó el Maestro su relato.
En silencio trazó con su rama sobre la tierra un camino estrecho, que llegaba hasta un puente y en la orilla
opuesta trazó una ancha avenida, que se prolongaba indefinidamente.
Los discípulos aguardaron silenciosos y recogidos, con la seguridad de que el Maestro cerraría su relato con
alguna reflexión. Y le escucharon decir:
– En el camino de la vida, algunos caminan para caminar, y otros caminan para llegar… Algunos van dispuestos a perderlo todo, y otros van esperanzados en alcanzar todo… ¡Unos van hacia la muerte resignados a terminar
y otros, van hacia ella, con la esperanza de comenzar…!
Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte.
1ª carta de Juan 3,14.
¿No te parece que muchas veces
vivimos con temor de la muerte final,
y vivimos como muertos
porque no amamos?
Porque la vida del hombre no se mide
por su salud corporal o psíquica,
sino por la intensidad
y la hondura de su amor.
¿Entiendes?
Para los animales vivir es durar,
para las personas vivir es amar…
Más allá del silencio de la muerte, Oigo voces cantándole a la vida, Recordando que es esa nuestra suerte, Inmortal, y que en vez de ser vencida, Renovada en amor será más fuerte.
¡VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN!
Mira que de ti depende
cómo recordarlos
Tú decides imaginarlos
muertos y en el pasado,
para llorarlos ausentes,
o eliges imaginarlos
vivientes hoy,
para sentir la cercanía
de su presencia.
¿O no sabes acaso por tu experiencia,
que cuando te proyectas
una película de terror,
vives aterrorizado,
y que cuando eliges una de amor,
vibras con ternura?
PORQUE EL AMOR
ES MAS FUERTE
QUE LA MUERTE:
y la muerte que tu amor
no pudo evitar,
puede vencerla y superarla,
haciéndote vivir en comunión
con tus seres queridos.
Mientras caminas en la noche,
aguardando el amanecer
para ver la plenitud del sol,
contemplas el esplendor sereno de la luna
y gozas de la luz lejana de las estrellas.
Mientras peregrinas
en medio de las penurias del tiempo,
en pos de la felicidad anhelada,
puedes gozar intensamente
de las pequeñas alegrías cotidianas.
El Maestro y su discípulo caminaban en el bosque a la hora del ocaso. El discípulo formulaba sus preguntas,
exponiendo sus inquietudes e incertidumbres ante la vida. Y llegaron a conversar sobre la muerte.
El Maestro suspendió la conversación y se detuvo mirando hacia el oeste. En ese momento el sol caía detrás
de la línea del horizonte, y sólo dejaba ver sus rayos, surcando el cielo en abanico luminoso.
El discípulo se acopló a su actitud contemplativa, porque sabía que el Maestro extraía una lección para la vi da,
de todo lo que observaba.
Y le dijo:
– Maestro, ¿no te causa cierta pena la muerte del sol en la hora del ocaso? Tomándolo del brazo, el Maestro le indicó el camino de regreso hacia la cabaña. Y ambos caminaron lentamente.
Detenidos ante la puerta, antes de ingresar, el Maestro de dijo:
– Me hablaste de la muerte del sol en el ocaso. El sol murió solamente para tus ojos, porque tú dejaste de verlo. Mañana, al amanecer, miraremos juntos hacia el oriente, y te convencerás de que no había muerto.
Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él.
Romanos 6,9
Antes de resucitar, tuvo que morir.
Pero después de resucitar,
ya no muere más.
¿Comprendes?
¡Se habla de un muerto
que vive para siempre,
porque ya no muere más!
¡Ojalá puedas mirar desde esta óptica,
en la fe y en la esperanza,
la muerte de los que amas
y la tuya!
Moriré y será para sembrarme
Una vez para siempre y encontrarme,
En el Dios que me espera para darme
Rebosante alegría al abrazarme;
Todo bien, que por siempre ha de durarme,
En los brazos de Aquel que quiso amarme.
¡VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN!
Aprende del mar,
que cuando el sol calienta su rostro,
se despide de sus aguas,
en el vapor que sube al cielo.
Pero no llores por él
las aguas despedidas;
míralas con él flotar en el espacio,
jugando con los vientos,
y aguárdalas con esperanza,
porque mañana serán lluvia,
y por el cauce de algún río
volverán hacia tu encuentro.
PORQUE EL AMOR
ES MAS FUERTE
QUE LA MUERTE,
y si sabes amar con esperanza,
verás que morir
no es terminar de vivir,
sino comenzar a vivir
de otra manera.
Si no tienes una meta
que justifique tu andar,
vagarás por distintos caminos,
pero no los caminarás con alegría.
Si una Meta te espera,
como respuesta a tus fatigas,
peregrinarás dichoso,
sin que puedan las tormentas del camino
apagar la llama de tu alegría.
El Maestro se acercó, durante la mañana, al pequeño poblado para hacer la compra de sus austeras provisiones. En una de las polvorientas calles, se encontró con un cortejo fúnebre. Un grupo de familiares y amigos acompañaban los restos mortales de un varón, al lugar donde serían sepultados. Una mujer, esposa del difunto que había visitado al Maestro en su cabaña, lo reconoció.
– Maestro, ¿qué sentido tiene la vida, si al final todo se pierde con la muerte?
El maestro apoyó paternalmente su brazo sobre los hombros de la dolorida mujer, y la invitó a seguir al cortejo, al cual él también se unió. Así llegaron al cementerio, sin que el Maestro pronunciara una palabra. Es que en su sabiduría había descubierto que, en los momentos más intensos de la vida, muchas veces las palabras sobran.
Cuando los encargados de la dura tarea arrojaron sobre el ataúd sepultado las últimas paladas de tierra, la mujer, en medio del llanto, volvió a interpelar al Maestro.
– Maestro, ¿qué sentido tiene esta vida?
Sin quitar su brazo de los hombros de la viuda, el Maestro respondió:
– La vida tiene el sentido que tú le das. Y el sentido que le das a tu vida, incluye el que le das a tu muerte. Tú debes decidir para qué morirás, si quieres saber para qué vives.
– Pero, Maestro – suspiró la mujer – ¿y si todo se acaba con la muerte?
-Si fuera así, tu esposo no se enteraría para sufrirlo, y tampoco lo padecerás tú cuando mueras. Pero si no todo se acaba, sino que todo recomienza en la plenitud de la felicidad, ¿por qué no eliges vivir en la alegría esperanzada?
Con un dejo de acentuado dolor y de no disimulada irritación, le replicó la mujer:
– ¿Pero quién me asegura que todo ha de seguir mejor, después de la muerte?
– La misma autoridad que te asegura, que todo termina con la muerte. ¿Me comprendes? ¡Esa autoridad eres tú!
La fortuna no sirve de nada en el día de la ira, pero la justicia libra de la muerte. Cuando muere el malvado, se desvanece toda esperanza y se esfuma la confianza puesta en las riquezas. Proverbios 11, 4 y 7.
Un día deberás ser trasplantado,
y será tanto menor el sufrimiento
y más grande tu alegría,
cuanto menos atado y arraigado te sientas
en la posesión de lo que tienes.
Velarás sin sentido si es que velas
Esta noche de duelos y de penas,
Lamentando una triste despedida,
Al llorar sin consuelo tu desdicha.
Todo cambia si velas esperando
Otra vida que surge cual milagro,
Retoñando en eterna primavera;
Informándote a ti, que cuando mueras,
Otra vez nacerás con vida nueva.
¡VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN!
Cuando llegue la noche de la muerte,
no te quedes mirando hacia el ocaso
del recuerdo y de la despedida.
En medio de la oscuridad de tu duelo,
mira hacia el oriente,
con la esperanza puesta
en la seguridad del amanecer.
PORQUE EL AMOR
ES MAS FUERTE
QUE LA MUERTE,
y lo que pierdes con tristeza
en los ocasos,
lo recuperas con alegría
en las auroras.
Mientras no sepas para qué murieron
tus seres queridos,
no sabrás para qué morirás tú;
y mientras no sepas para qué morirás tú,
no podrás saber para qué vives.
Porque el hombre tiene hambre y sed
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de lo eterno y lo infinito,
y toda meta que se muere
con los límites del tiempo
es como un espejismo,
ilusoria promesa en el desierto,
y tú necesitas caminar
con la esperanza del oasis.
El Maestro meditaba solitario y silencioso, sentado sobre el tronco de un árbol caído. Un joven, cuyo padre había muerto, aconsejado por sus amigos, se acercó buscando consuelo y consejo en su sabiduría. Invitado a caminar, el joven se iba desahogando, con el detallado relato de los hechos y de sus penas. El Maestro solía ser de muy pocas palabras, y así lo fue escuchando atentamente hasta que llegaron por el sendero ante la casa de un campesino, amigo del Maestro. El hombre cavaba la tierra con una pala, para hacer un pozo. Su hijo de cuatro años, junto a él, lloraba desconsoladamente.
– ¿Hombre, por qué llora tu hijo? – preguntó el Maestro.
– Mira – respondió el hombre, mientras le mostraba una nuez, que había sacado de su bolsillo -, se la regalaron esta mañana en la escuela. Somos pobres y quiero sembrarla para tener un nogal. Pero él…
– Gracias, amigo – interrumpió el Maestro, e invitó al joven a seguir caminando.
Después de un largo trecho andado en el silencio del monte, sólo interrumpido por el trino de los pájaros, el Maestro preguntó:
– ¿Comprendiste?
– ¿Qué? – interrogó a su vez el joven sorprendido.
-Que cuando el Padre Dios siembra una nuez para tener un nogal, el hombre niño, sin comprender, llora la nuez perdida…
Más vale ir a una casa donde hay duelo que asistir a un banquete, porque ese es el fin del hombre y allí reflexionan los vivientes. Más vale la tristeza que la risa, porque el rostro serio ayuda a pensar. El corazón del sabio está en la casa del duelo y el del necio, en el lugar de diversión.
Eclesiastés 7, 2-4.
Cuando el surco recibe la semilla,
Esperamos pacientes una espiga;
Misteriosa confianza del que siembra,
Esperando seguro la cosecha.
No es un campo de muerte el cementerio,
Triste fin para el hombre sin consuelo;
Es más bien tierra virgen y abonada,
Receptora de siembras de esperanza,
Inmortal como el hombre que no muere,
O al morir se eterniza de otra suerte.