Respaldo de material de tanatología

Educación y Amor – Vacuna contra la depresión

La depresión requiere un tratamiento completo y prolongado, ya que se trata de modificar pensamientos y conductas arraigadas profundamente.  FUENTE: LA VOZ DIGITAL. 2007 NOV [9/11/2007]

Resumen – Un modelo de equilibrio emocional paterno y de educación desde el amor a los hijos protege a estos contra la depresión y la ansiedad. Aunque un pasado desastroso no significa forzosamente tener un futuro malo. Lo asegura el psicólogo Víctor Rodríguez Aguado, y con él coincide su colega Petra Ratia, directora general del gabinete psicológico Dipepsa.  /  Los especialistas distinguen entre depresión endógena y exógena. La primera está directamente relacionada con factores genéticos y con alteraciones en ciertos grupos de neurotransmisores cerebrales. La exógena, está más relacionada con factores psicológicos. Vivimos en un tiempo en el que el nivel de exigencia personal, familiar y social está en aumento. Se generan una serie de expectativas sobre las personas difícilmente alcanzables que provocan frustración cuando no se ven cumplidas. También influye el aspecto cultural, la falta de comunicación y la soledad tan acuciante que existe en estos momentos.  /  Cuestionados si hay personas más vulnerables que otros a estos trastornos, señalan que si, ya que en la depresión interactúan factores genéticos, de aprendizaje y de personalidad que determinan la susceptibilidad de sufrir este estado anímico. Dependiendo de la presencia e intensidad de esos factores pueden predisponer a unas personas más que a otras.  /  En cuanto al tratamiento depende del tipo y grado de la depresión, aunque la mejor combinación es un tratamiento farmacológico inicial acompañado de una terapia psicológica cognitiva-conductual, donde se intervenga directamente sobre el patrón de pensamiento y se trabaje la ocupación del tiempo libre y la socialización de la persona.  /  Respecto a la prevención, se puede prevenir a través de la educación. Es importante la detección precoz de pensamientos desadaptativos y patológicos que se aprenden desde la niñez y que hay que reaprender posteriormente para una óptima salud mental.

«LA EDUCACIÓN Y EL AMOR EN LA NIÑEZ SON UNA VACUNA CONTRA LA DEPRESIÓN»

Unos padres que sean un modelo de equilibrio emocional y que eduquen con amor a sus hijos están vacunando a estos contra la depresión y la ansiedad. Aunque un pasado desastroso no significa forzosamente tener un futuro malo. Lo asegura el psicólogo Víctor Rodríguez Aguado, y con él coincide su colega Petra Ratia, directora general del gabinete psicológico Dipepsa, quien contesta a las siguientes preguntas. 08.11.07 – Á. PEÑALVER

-¿POR QUÉ LA DEPRESIÓN AFECTA HOY A TANTAS PERSONAS? -En primer lugar hay que distinguir entre depresión endógena y exógena. La primera está directamente relacionada con factores genéticos y con alteraciones en ciertos grupos de neurotransmisores cerebrales. La que aquí nos ocupa, la exógena, está más relacionada con factores psicológicos. Vivimos en un tiempo en el que el nivel de exigencia personal, familiar y social está en aumento. Se generan una serie de expectativas sobre las personas difícilmente alcanzables que provocan frustración cuando no se ven cumplidas. También influye el aspecto cultural, la falta de comunicación y la soledad tan acuciante que existe en estos momentos.

-¿HAY SERES MÁS VULNERABLES QUE OTROS A ESTOS TRASTORNOS? -Sí. En la depresión interactúan factores genéticos, de aprendizaje y de personalidad que determinan la susceptibilidad de sufrir este estado anímico. Dependiendo de la presencia e intensidad de esos factores pueden predisponer a unas personas más que a otras.

-¿CUÁL ES LA MEJOR SOLUCIÓN? -Depende del tipo y grado de la depresión, aunque la mejor combinación es un tratamiento farmacológico inicial (en la medida que sea necesario) acompañado de una terapia psicológica cognitiva-conductual, donde se intervenga directamente sobre el patrón de pensamiento y se trabaje la ocupación del tiempo libre y la socialización de la persona.

-¿TIENE CURA DEFINITIVA O UN ENFERMO, UNA VEZ SUPERADO EL TRASTORNO, DEBE TENER MIEDO A RECAER? -La depresión requiere un tratamiento completo y prolongado, ya que se trata de modificar pensamientos y conductas arraigadas profundamente. En ocasiones, la persona estima que un tratamiento ha finalizado cuando comienza a sentirse mejor; sin embargo, no siempre concluye ahí el tratamiento sino que necesita generalizar ese estado y seguimiento para evitar recaídas.

-¿POR QUÉ LA GENTE OCULTA QUE ESTÁ CON DEPRESIÓN? -Existe un miedo al rechazo por parte de los demás ya que puede considerarse un signo de debilidad en la cultura del fuerte en la que vivimos. Cuando una persona explica abiertamente que sufre una depresión pasa por un proceso previo de aceptación de sí mismo de ciertos aspectos que no conocía, algo que no todo el mundo está dispuesto a reconocer públicamente.

-¿SE PUEDE PREVENIR? -Rotundamente sí. Fundamentalmente a través de la educación. Es importante la detección precoz de pensamientos desadaptativos y patológicos que se aprenden desde la niñez y que hay que reaprender posteriormente para una óptima salud mental.

-¿SI MUCHOS FAMILIARES MÍOS HAN TENIDO DEPRESIÓN ESTOY TOTALMENTE CONDENADO A PADECERLA? -No se está condenado a tener depresión pese a que exista cierta susceptibilidad genética ya que no sólo existe ese factor; no obstante es muy importante no transmitir o adquirir esos modelos de pensamiento.

EL PUDOR

«Todas las personas tienen probabilidades de tener un problema emocional», asevera el terapeuta de la Clínica Arabial, Víctor Aguado. Si eso es así, ¿POR QUÉ DA TANTO PUDOR RECONOCER QUE TENEMOS ANSIEDAD, DEPRESIÓN O CIERTAS FOBIAS?

La Primera razón -según este experto- es que muchas personas ni siquiera saben que padecen un problema psiquiátrico o emocional. «Si no lo remedian pronto, al final tienen una sensación pegajosa de enfermedad que no se pueden quitar de encima».

Segundo motivo de esta ESTIGMATIZACIÓN: los problemas psicológicos están asociados a la locura. «Locura no permite distinguir realidad de ficción. Los pacientes con ansiedad y depresión disciernen perfectamente», esclarece Víctor, quien apunta que la familia muchas veces no hace caso a estas personas. «Tranquilo, ya se te pasará es la respuesta que reciben gran parte de los angustiados. ESO, OBVIAMENTE, NO SIRVE PARA NADA Y LLEVA AL AISLAMIENTO Y SILENCIO DEL ENFERMO», explica el psicólogo.

depresion por duelo

El 16% de las personas que pierden un familiar sufre una depresión durante el año siguiente (SALUDALIA) 23/10/2007

El 16% de las personas que pierden un familiar sufren una depresión durante el año siguiente, según un estudio presentado hoy por la Sociedad de Médicos de Atención Primaria (Semergen) y la empresa de productos farmacéuticos Lundbeck.

Este proceso psicológico y físico, que se puede padecer ante cualquier suceso desagradable en la vida, ya sea una muerte de alguien cercano, un despido laboral o un desencanto amoroso, puede prolongarse en un periodo de entre 6 y 12 meses, transcurridos los cuales se considera duelo patológico.

Los médicos de Atención Primaria atiende al año entre 70 y 100 procesos de duelo depresivo, según explicaron el presidente de la SEMERGEN, el doctor Julio Zarco, y el coordinador del Grupo de Trabajo de Salud Mental de la misma, José Ángel Arbesú.

Estos expertos trataron a cerca de la muerte en los cuadros de enfermedad patológica como proceso a impedir y explicaron que, normalmente, estos casos extremos se diferencian de los “normales” en que obedecen a trastornos psicológicos o adicciones difíciles de abandonar. El doctor Zarco opinó, en este sentido, que los familiares son “el principal sustento antes que la ayuda profesional” y que los pacientes “necesitan la mayor atención por parte de ellos para que vuelvan a su vida normal”, aunque también tienen que ser objeto de atención médica profesional.

EL 2% PADECE DEPRESION

Por su parte, el doctor Miquel Roca, miembro de la Sociedad Española de Psiquiatría y médicos de Atención Primaria, señaló que hay que evitar que se prolonguen “días de recuerdo” en atención a no alargar el dolor de la persona. El 5% de la población española sufre alguna pérdida o similar y apróximadamente el 2% traduce esa pérdida en trastornos o depresiones “que se deben vigilar”, concluyó Roca.

En cuanto al duelo como proceso a tener en cuenta, el doctor Arbesú incidió en que prácticamente el 90% de los casos son de duelo normal es decir, con síntomas fáciles de abordar y tratar. Arbesú indicó que “el problema radica en la vulnerabilidad del paciente y si llega a hacerse patológico, de forma longitudinal en el tiempo”.

El tratamiento con observación prolongada del paciente es el método que los doctores consideran como el más efectivo para conseguir que el paciente recupere su vida normal, tanto dentro de su vida cotidiana como en compañía de sus familiares más próximos.

No obstante, los ponentes aclararon que el derecho al duelo es legítimo y se tiene que tratar si la persona lo pide, ya que el dolor sirve a veces para que el afectado “crezca como persona y salga adelante”, y que el que un suceso desagradable afecte más o menos depende de la personalidad del aquejado e incluso, de su cultura o sus creencias.

http://www.diariodesalud.com/diarioSalud/servlets/noticia.jsp?idNoticia=371502

Más allá del suicidio: sugerencias para los supervivientes

Más allá del suicidio: sugerencias para los supervivientes
1. Sepa que puede sobrevivir; tal vez ahora no le parezca posible, pero es posible.
2. Piense en por qué sucedió hasta que ya no le haga falta saberlo, o hasta que esté satisfecho con respuestas parciales.
3. Aunque se sienta abrumado por la intensidad de sus sentimientos, debe saber que todos sus sentimientos son normales.
4. La rabia, el sentido de culpa, la confusión y la distracción son respuestas comunes. Usted no está loco; está de luto.
5. Si siente enojo contra la persona, el mundo, contra Dios y consigo mismo, piense que no hay nada malo en expresarlo.
6. Tal vez se siente culpable por lo que piensa que hizo o dejó de hacer. La culpa se puede convertir en pena a través del perdón.
7. Es normal pensar en el suicidio. Eso no significa que usted vaya a suicidarse.
8. Acuérdese de tomar las cosas una a una o día a día.
9. Encuentre a alguien que sepa escuchar para compartir con él o ella sus sentimientos. Llame a alguien si le hace falta conversar.
10. No tenga miedo de llorar. Las lágrimas son curativas.
11. Se necesita tiempo para recuperarse.
12. Recuerde que la decisión no fue suya. Nadie tiene una influencia completa en la vida de otro.
13. Espere reveses. Si las emociones vuelven en una oleada repentina, es probable que sean restos de su dolor, como algo inacabado.
14. Trate de postergar las decisiones importantes

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Phone: (202) 237-2280 Email: info@suicidology.org
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Duelo por suicidio

MUERTE POR SUICIDIO

Un caso de Duelo Complicado
 
 
 
“El que se mata por sus propios deseos comete suicidio”.

Abate Francois Desfontaines, 1735 (creador del término)

“La persona que se suicida deposita todos sus secretos en el corazón del sobreviviente, le sentencia a afrontar muchos sentimientos negativos y, es más, a obsesionarse con pensamientos relacionados con su papel, real o posible, a la hora de haber precipitado el acto suicida o de haber fracasado en evitarlo. Puede ser una carga muy pesada”.

(Caín, 1972, página X, citado por Worden, J.W., 1997)

En la muerte por suicidio es preciso separar la forma de la muerte del muerto mismo; hay que rescatarlos de ésta, rescatar su vida de la forma de morir. Es necesario realizar este desdoblamiento para que se de el proceso de sanación.

Lo que realmente importa no es la forma de morir, sino el hecho de que YA NO ESTÁN. El trabajo de recuperación debe hacerse por su ausencia, no por su forma de morir.

J. Montoya Carrasquilla (2004)

ANTECEDENTES

A lo largo de la historia, las culturas que han poblado el planeta han considerado el suicidio de distinta manera. Aunque algunas de ellas son muy parecidas, las mismas culturas han incluso modificado su propio acercamiento al mismo con el paso de los años, retomando o abandonando posturas anteriores.

El impacto de tales consideraciones aún persiste de forma más o menos importante hoy día. Algunos de sus antecedentes son:

La Antigüedad

Los Galios consideraron razonable el suicidio por vejez, por muerte de los esposos, por muerte del jefe o por enfermedad grave o dolorosa. De igual forma, para Celtas Hispanos, Vikingos y Nórdicos, la vejez y la enfermedad eran causas razonables. En los pueblos germánicos (Visigodos), el suicidio buscaba evitar la muerte vergonzosa (“kerlingedale”), lo cual era loable y bien visto. En la China (1.800 ac) se llevaba a cabo por lealtad, en Japón se trataba de un acto ceremonial, por expiación o por derrota, y en la India por motivos litúrgicos o religiosos, así como por muerte de los esposos (éste último considerado hoy día un delito criminal).

Las Tribus Africanas consideraban maligno y terrible el contacto físico con el cuerpo del suicida, incluso se quemaba la casa y el árbol donde se hubiese ahorcado éste; el suicidio reflejaba la ira de los antepasados y se consideraba asociado a brujería; por otra parte, el cuerpo se enterraba sin los ritos habituales.

En los Antiguos Cristianos el suicidio era muy raro pues atentaba contra el V mandamiento. En La Biblia aparecen 8 referencias a suicidios: 3 de guerreros para no entregarse al enemigo, 2 en defensa de la patria, 1 al ser herido por una mujer, y 2 por decepción (Ajitófel y Judas). Existe también la referencia a dos suicidios colectivos, uno de 40 personas en un subterráneo de Jerusalén y el suicido de la fortaleza sitiada de Massada.

En Grecia y Roma las referencias a los suicidios son innumerables y por diversos motivos: por conducta heroica y patriótica, por vínculos societarios y solidarios, por fanatismo, por locura, por decreto (Sócrates), suicidio asistido por el senado. Durante la antigüedad clásica el suicidio del enfermo de “enfermedad incurable por necesidad” fuese una alternativa razonable; en Roma sólo se penaba el suicidio irracional. Prevalecía la idea de que quién no era capaz de cuidar de sí mismo, tampoco cuidaría de los demás, por lo que se despreciaba el suicidio sin causa aparente. Se consideraba que el enfermo “terminal” que se suicidaba tenía motivos suficientes. Se aceptaba pues el suicidio provocado por “la impaciencia del dolor o la enfermedad”, ya que según decían se debía al “cansancio de la vida (…), la locura o el miedo al deshonor”. La idea de “bien morir” (Eu thanatos) era un Summun bonum: “(…) porque es mejor morir de una vez que tener que padecer desdichas un día tras el otro” (Esquilo, Prometeo encadenado). Es más, “no es de buen médico entonar conjuros a una herida que reclama amputación (Sófocles, Áyax).

Las filosofías de los estoicos, pitagóricos, platónicos, aristotélicos y epicúreos tuvieron una gran influencia sobre el concepto romano del suicidio como liberación de un sufrimiento insoportable. Para los romanos y los griegos, morir decentemente, racionalmente y al mismo tiempo con dignidad, era muy importante. En cierto modo, la forma de morir era la medida del valor final de la vida, en especial para aquellas vidas consumidas por la enfermedad, el sufrimiento y el deshonor: “¿Seguimos o no aceptando el principio de que lo importante no es vivir sino vivir bien? (…) ¿Y que vivir bien, vivir honradamente y de acuerdo con la justicia, constituyen la misma cosa? (Platón: Critón)”. Aristóteles lo consideraba una injusticia sino era autorizado por el Estado: “Entonces eran rehusados los honores de la sepultura normal y la mano derecha era cortada y apartada del cuerpo”.

En los primeros tiempos republicanos, Tarquino el Soberbio ordenó poner en cruz los cadáveres de los suicidas y abandonarlos como presas de los pájaros y animales salvajes para combatir una epidemia de suicidios. No dar sepultura a los suicidas era habitual. Para Séneca, “el suicidio era un acto enérgico, por el que tomamos posesión de nosotros mismos y nos libramos de inevitables servidumbres”. Celebró el suicidio de Catón como “el triunfo de la voluntad humana sobre las cosas”.

El Neoplatonismo, la filosofía de la felicidad más influyente en la antigüedad clásica, consideraba que el hombre no debía abandonar voluntariamente el lugar asignado por Dios. El suicidio, por lo tanto, afectaba al alma negativamente después de la muerte. San Agustín (354 430 d.c.) describió el suicidio como “detestable y abominable perversidad”. Agustín afirmaba que dios otorgaba la vida y los sufrimientos, y que por lo tanto se tenían que soportar. De igual forma, el Islamismo lo condena de tal forma que lo considera un hecho más grave que el homicidio.

Edad Media

Durante esta época el suicidio es penado rígidamente por las leyes religiosas. El Concilio de Arlés (452) declaró que el suicidio era un crimen. El Concilio de Braga (563) lo sancionó penalmente al dictaminar que el suicida no fuera honrado con ninguna conmemoración en la liturgia, excluido del camposanto. Lo mismo sucedió en el Concilio de Auxerre (578). El cuerpo de los suicidas era trasladado con escarnio, enterrado en la encrucijada de los caminos, su memoria difamada y sus bienes confiscados.

Renacimiento

Es variable, aumenta y disminuye según el período, siendo muy notable durante el romanticismo (llamado “mal del siglo”). Persisten las sanciones religiosas.

Hoy día

Varios hechos se esgrimen hoy día como elementos importantes que favorecen la actitud suicida: una salud psicológica quebrantada, la superioridad de lo material sobre lo espiritual, la ambición desmesurada del hombre por el poder, la frialdad del cientificismo tecnológico, el estrés de la vida, la vejez desprotegida e institucionalizada, la disolución familiar, la pérdida de vínculos, la falta de valores morales, la masificación, la soledad del hombre, la pérdida de roles y valores.

Por otra parte y de enorme trascendencia en las culturas cristianas, el Catecismo de la Iglesia Católica, edición 1992, señala que “La iglesia ora por las personas que han intentado contra su vida”, asumiendo así una actitud más pastoral que antaño y teniendo en cuenta la actitud mental y psicológica del suicida y las consecuencias sobre la familia.

FACTORES DESENCADENANTES

Varios factores se consideran implicados en el suicidio:

1. Sociales

El estilo de vida moderno, cultura “light”, consumismo exagerado, falta de autoridad, manipulación, fácil, falta de valores y referencias, desarraigos graves, disolución familiar, tecnicismo avasallador, ausencia de significatividad religiosa, sexualidad deshumanizada, alto grado de agresividad. Algunos autores hablan del suicidio anómico (el que tiene lugar después de una ruptura social importante), el altruista (para salvar el honor familiar o personal o para que otros no se hagan cargo de su persona) y el egoísta (los que nunca estuvieron integrados en la sociedad y que no pertenecen a ella).

2. Factores psicológicos

Personalidad impulsiva y con baja tolerancia al fracaso, dependientes y con expectativas excesivamente ambiciosas o irreales.

3. Factores patológicos

Trastornos del ánimo (depresión, enfermedad bipolar, distimia), trastornos psicóticos, obsesivo-compulsivos, trastorno limítrofe.

4. Factores biológicos

Trastorno neuroquímico.

5. Factores clínicos

Enfermedad terminal, cirugía reciente sin éxito, dolor no controlado, tumores (especialmente craneales), deformaciones (especialmente faciales), amputaciones graves e invalidantes.

6. Factores demográficos

(a) Edad: Aumenta con la edad: mayor riesgo en los mayores de 65 años; 70% de los intentos en menores de 40 años.

(b) Sexo: Más frecuente en mujeres pero más efectivo en hombres.

(c) Estado civil: Variable, puede ser más frecuente en solteros, viudos o separados.

(d) Ocupación: Variable, en desempleados y trabajos de mucha responsabilidad y estrés.

(e) Razas: Más frecuente en raza blanca, presencia de fenómenos de contaminación cultural; para 1996 UNICEF-, el mayor índice de suicidio fue en países como Finlandia, Lituania, Nueva Zelanda, Federación Rusa y Eslovenia.

(f) Grupos sociales: Variable según el país; los países más desarrollados tienen los índices más altos de suicido: Suecia, Japón, Suiza, USA.

(g) Religión: Una vida espiritual sana y consecuente parece ser un factor protector.

(h) Zona geográfica: Variable según el país.

(i) Período del año: Variable, parecen existir ciclos, más frecuentes en primavera y otoño y los días lunes.

7. Antecedentes familiares

Mayor riesgo cuando hay antecedentes por posible contaminación psicológica y/o historia de enfermedad psiquiátrica (enfermedad bipolar). Se destacan mala comunicación, alcoholismo, lazos familiares rotos.

8. Factores etiológicos agudos

Depresión grave, desesperación, pérdida significativa (muerte, separación, pérdida económica, etc.), interrupción de medicación, intoxicación por alcohol o drogas.

9. Triángulo letal de Schneiderman

Síntomas característicos que acompañan a la persona cuando está a punto de cometer suicidio:

a) Baja auto-estima.

b) Agitación extrema en la cual la persona se encuentra muy pensionada y no discierne claramente; las decisiones intelectuales se transforman en decisiones impulsivas de orden afectivo: ¨El dolor de ellos es más superable que el que yo tengo ahora¨.

c) “Visión en túnel” (“no se ve otra cosa que la muerte como salida”) o limitación en las posibilidades intelectuales que determinan que el sujeto no puede discernir serenamente más allá de la situación inmediata.

LOS ESTADOS DEL PROCESO SUICIDA

Primer Estado

Fase sintomática disfórica (malestar), surge la primera idea de suicidio, si bien la reacción inicial es de oposición.

Segundo Estado

La idea va tomando cuerpo. No ve otra salida. El 40% lo comunica al médico, psicólogo o sacerdote y el 80% a familiares y conocidos.

Tercer Estado

Tranquilidad y calma antes de la tormenta. Ya está decidido el cómo, el cuándo y el dónde.

FACTORES ETIOLÓGICOS POR EDADES

1. Niños

Problemas severos de incomunicación, huida de la agresión física o sexual, fracaso o humillación en el colegio, antecedentes de suicidio en la familia o en un amigo, muerte reciente de un familiar, padres separados con relaciones conflictivas (70% mayor de incidencia), traslados de domicilio, pérdidas de amigos, incapacidad de adaptación a nuevos estilos de vida, experiencias tempranas traumáticas.

2. Adolescentes

Padres divorciados, alcohólicos o depresivos, embarazos no deseados, pérdida de autoestima (por discusión familiar, humillación, fracaso escolar, homosexualidad, inadaptación y rechazos sociales, etc.), abuso de alcohol o drogas, trastorno de la conducta, fracaso del noviazgo, contacto con familiares o sobrevivientes de suicidio (alto grado de contaminación), traslados de domicilio, pérdidas de amigos, incapacidad de adaptación a nuevos estilos de vida, carencia de estructura o límites familiares, amputación del futuro (“ya nada me ilusiona”), deseo fantasiosos de castigar o manipular a los seres queridos.

3. Estudiantes universitarios

Presión para el éxito, fracaso académico.

4. Adultos

Depresión o trastorno de la personalidad, desempleo o inestabilidad laboral, duelo (reunificación mágica, urgencia de sustraerse al dolor), infidelidad y problemas sexuales, divorcio, violencia familiar, abortos, prisión.

5. Ancianos

Depresión, soledad, aislamiento social, problemas económicos, pérdida de autonomía e independencia, problemas de salud, nido vacío, insomnio, maltrato.

EL SUICIDIO Y LOS NIÑOS

Como factor de riesgo conocido, es difícil decidir el momento adecuado para hablarle a un niño sobre el suicidio. El mejor momento para hacerlo parece ser el de la muerte misma, antes de que los conflictos e inquietudes hayan adoptado la forma de síntomas o problemas de comportamiento y antes de que otros niños lo comenten. Los niños comprenden mejor el asesinato que el suicidio, porque conocen y están familiarizados con sus sentimientos agresivos. Si el padre superviviente opta por mantener el secreto o deformar la realidad de los hechos (comunicación distorsionada), el niño se dará cuenta de que hay algo que se le oculta o es incongruente con la realidad que aprecia, lo cual levantará una barrera en la comunicación entre padre e hijo, precisamente en un momento en que el niño necesita expresar sus ambivalentes y conflictivas emociones.

Cuatro aspectos de carácter general, y relacionados con el suicidio, permiten estudiar las consideraciones comunes y generales de las reacciones de los niños al suicidio paterno:

(1) Cada suicidio posee características únicas;

(2) Las circunstancias familiares en el marco del suicidio son únicas;

(3) La estructura de la personalidad del niño y su nivel de desarrollo en el momento del suicidio hacen que la reacción sea absolutamente individualizada en cada caso;

(4) En muchos casos, antes del suicidio, ya existían problemas de desarrollo en los niños.

Además de ello, los niños están frecuentemente involucrados en algunos aspectos del acto mismo del suicidio. El sentimiento dominante originado por el suicidio de uno de sus padres es el de culpabilidad; su origen es diverso:

a. Dado que la forma de pensar de los niños es eminentemente concreta y caracterizada por un concepto deformado de causalidad, egocentrismo y pensamiento mágico al interpretar las realidades psíquicas, muchos niños creen que determinados incidentes inmediatamente anteriores al suicidio -sobre todo quejas de sus padres por su mala conducta- son la causa directa de aquel.

b. En muchos casos el padre deprimido ha hecho sentirse culpables y parcialmente responsables de su desesperación a los miembros de la familia, por lo que éstos se sienten aún más culpables al producirse el suicidio.

c. Dadas las características de los trastornos que habitualmente se asocian a conductas autolíticas, se advierte reiteradamente al niño de que tenga cuidado de no indisponer o preocupar a uno de ellos, con lo cual se deposita la responsabilidad de su bienestar psicológico sobre el crío.

El sentimiento de culpabilidad del niño se suele concentrar también en el propio acto de suicidio y es matizado por cuestionamientos del tipo “¿Cómo pudo, cómo debió evitarlo”? Este sentimiento de culpa es intenso y agobiante, y sus efectos son claramente visibles en el niño: declaraciones insistentes y directas de culpabilidad y auto-reproche, depresión, comportamiento provocativo, auto-castigo, conducta obsesiva, pensamientos cargados de culpabilidad y esfuerzos desesperados para defenderse demostrando que es absolutamente bueno, que no hace daño a nadie y que no es malo ni peligroso.

Las implicaciones del suicidio paterno, y sus graves consecuencias a largo plazo sobre la estructura psíquica del niño, exigen una cuidadosa y continuada vigilancia a todo lo largo del duelo desde una perspectiva multidimensional y multidisciplinaria

EL SUICIDIO O EL DESEO DE MORIR EN EL ENFERMO TERMINAL

La desesperanza es la variable clave que une la depresión al suicidio, y es significativamente mejor predictor de suicidio consumado que la depresión sola. La soledad, el abandono, la pérdida de control interno y externo, así como la sensación de desamparo o impotencia ante la enfermedad -habituales compañeros del paciente con enfermedad terminal- son factores muy destacables asociados a una mayor vulnerabilidad al suicidio. Por otra parte, el dolor es la primera causa de morbilidad en el enfermo moribundo; la gran mayoría de los suicidios en el marco oncológico se presentan en pacientes con dolor grave mal controlado y pobremente tolerado.

Los trastornos confusionales son también una causa importante de suicidio, especialmente en pacientes hospitalizados; su presencia  asociada a una pérdida en la capacidad de control de impulsos  puede conducir a un “acting out” (impulso) de pensamientos autolíticos en un paciente, por lo demás, deprimido, gravemente enfermo y confuso. La fatiga psicoemocional y el agotamiento físico, financiero, espiritual, familiar, comunitario y de los recursos de salud son otros de los elementos trascendentes en la motivación del suicidio en el enfermo terminal o moribundo. Para algunas personas, particularmente desde una perspectiva filosófica, el suicidio en los enfermos que afrontan una enfermedad fatal es visto como “razonable” y provisto de un significado positivo: retomar el control de la propia vida y mantener la seguridad de una “muerte digna”. Las posturas habitualmente defendidas comportan elementos más emocionales que científicos.

En cualquier caso, no es raro que el enfermo moribundo pida algo que acabe con sus sufrimientos; a menudo reconsideran la idea cuando el médico comprende la legitimidad de su opción y la necesidad de mantener un sentido de control sobre aspectos de su muerte. El objetivo no es prevenir el suicidio a toda costa, sino prevenir aquel que se debe a la desesperación, a la soledad y aislamiento, y a un inapropiado control de los síntomas.

MITOS ERRÓNEOS ACERCA DEL SUICIDIO

1. La persona que amenaza con suicidarse en realidad no lo va a hacer y quien desea seriamente hacerlo no avisa.

2. La familia siempre es contenedora.

3. La persona histérica no se suicida.

4. El suicidio es un problema solo de viejos.

5. Hablar de suicidio con la persona que ha pensado o intentado hacerlo induce al acto.

6. Solo los locos o raros se suicidan.

7. Cuando alguien planea suicidarse, nada ni nadie puede detenerlo.

8. La pobreza es el mayor desencadenante del suicidio.

9. La gente que intenta suicidarse realmente quiere morirse, antes o después.

10. Solo se suicidan los cobardes.

11. Todos escriben cartas antes de suicidarse (solo uno de cada 6 suicidas deja una carta a los seres queridos).

RELACIÓN DE ACOMPAÑAMIENTO CON LOS SOBREVIVIENTES

El suicidio de un ser querido es una tragedia devastadora que deja despedazada la vida de los sobrevivientes y produce un duelo muy traumatizante. Algunos elementos propios del suicidio, incluyen:

1. Sentimiento de traición y abandono

“¿Qué le hice para que me hiciera tanto daño?”, “¿Cómo pudo hacerme esto?”, “¿Acaso no pensó en mi, en los niños, en su mamá?”, “¿Porqué no pudimos llenar su vida?”, “¿Porqué lo hizo?”, “¿Estaba enojado conmigo?”. El suicidio despierta un angustiante y molesto sentido de traición por tantos años de paciencia y cariño que se brindó.

2. Sentimiento de culpa

La muerte por suicidio no implica solo su ausencia sino que, además, la muerte se vivencia como una acusación por lo que se hizo o no se hizo, se dijo o no se dijo. Es común a toda pérdida pero más acusada en suicidio.

3. Fracaso de rol

Muy unido al sentimiento de culpa, el suicidio produce un angustiante sentimiento de fracaso de rol, muy notable entre las madres.

4. Preguntas sin respuesta

Hay mucha confusión y no hay respuestas. Existe una urgente necesidad de encontrar una justificación racional al mismo, una causa medianamente aceptable.

5. Muerte sin adiós

Queda la sensación angustiante de haber sido abandonados de forma unilateral e injusta.

6. Rabia

El suicidio produce un intenso sentimiento de rechazo hacia aquel ser querido que terminó con su vida (amor-odio contra el objeto amado), resentimiento por haberse dado por vencido, contra nosotros por no habernos dado cuenta, hacia Dios por no haber evitado la tragedia. La rabia, como sentimiento, es un intento de sacar el dolor de sí mismos.

7. El estigma

Aun cuando las condenas históricas han desaparecido en gran parte, el suicidio estigmatiza gravemente a la familia: “Ahí va la madre el suicida”, “Qué sería lo que le hicieron”, etc. La condena es tanto hacia la familia como hacia el mismo suicida. Los supervivientes suelen experimentar menos apoyo social que sus contrapartes y sienten más necesidad de comprensión que en otras muertes. La vergüenza asociada al estigma es uno de los sentimientos más difíciles de sobrellevar.

8. Miedo

Es muy frecuente, tanto por lo anterior como por el reconocimiento de los propios sentimientos autodestructivos, incluso pueden arrastrar con ellos una sensación de destino o predestinación. Además, existe el constante miedo sobre el futuro “más allá de la muerte” de su ser querido (condenación, infierno, etc.).

9. Pensamiento distorsionado

Se presenta por la necesidad de ver la conducta de la víctima, no como un suicidio sino como una muerte accidental, creándose un patrón de comunicación distorsionada en las familias. La familia crea así un mito respecto a lo que realmente le ocurrió a la víctima, y si alguien cuestiona la muerte llamándola por su nombre real, produce un gran enojo y rechazo de los demás, aquellos que necesitan verla como una muerte accidental o natural. Así, es frecuente que los miembros de familia oculten la causa de la muerte y sepan quién sabe y quién no la verdad.

ELEMENTOS DEL ASESORAMIENTO PARA SUPERVIVIENTES DE SUICIDIOS

1. Educación en duelo y en suicidio (libros, artículos, películas).

2. Intervenciones precoces antes de que se establezcan patrones disfuncionales como los pensamientos distorsionados.

3. Intervención sintomática

A. Confrontar con la realidad la culpabilidad hacia uno mismo y hacia los otros (diferenciar entre culpa racional e irracional);

B. Ayudar a corregir las negaciones y distorsiones (afrontar la realidad del suicidio, utilizar las palabras difíciles como “se suicidó”, “se ahorcó”, etc., corregir distorsiones);

C. Trabajar el enfado y la rabia (extraerlo de sí mismo y dirigirlo constructivamente hacia afuera);

D. Confrontar la sensación de traición y abandono con la realidad;

E. Explorar fantasías de futuro (efecto de la muerte sobre su futuro);

F. Manejo grupal del estigma y la vergüenza.

4. Intervención relacional

A. Explorar las funciones de rol y la vivencia de fracaso del mismo.

B. Confrontar la necesidad de encontrar una justificación racional al mismo (una causa medianamente aceptable).

5. Establecer un ritual de despedida.

6. Terapia individual y terapia grupal.

7. Encuentros mixtos de personas que intentaron suicidarse y supervivientes de suicidios.

BIBLIOGRAFÍA

1. Bautista, M y Correa, M: Relación de ayuda ante el Suicidio. Editorial San Pablo. Buenos Aires, 1996

2. Doka, K.J. (Editor): Living with grief alter sudden loss. Hospice Foundation of America, 1996

3. Montoya Carrasquilla, J.: Guía para el Duelo. Editorial Piloto, Funeraria San Vicente. Medellín. 2000-2003.

4. Montoya Carrasquilla, J.: El Arte del Bien Morir: http://www.artemorir.homestead.com/index.html

5. Montoya Carrasquilla, J.: El enfermo con cáncer avanzado: el suicidio o el deseo de morir. Anales de Psiquiatría, 8 (5): 188-191; 1992

6. Montoya Carrasquilla, J.: El duelo del anciano. Geriátrika, 8 (4): 180-184; 1992

7. Montoya Carrasquilla, J.: Cáncer avanzado. Control de síntomas. Editado por el Departamento de Publicaciones de Laboratorios Delagrange. Madrid. 1992

8. Worden, J.W.: El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia. Editorial Pailón. Barcelona, 1997

CRITERIOS REVISADOS DE DUELO COMPLICADO (CRDC)

Criterio A (estrés por la separación afectiva que conlleva la muerte).

Presentar, cada día o en grado acusado, 3 de los 4 síntomas siguientes: 1. Pensamientos intrusos -que entran en la mente sin control- acerca del fallecido. 2.  Añoranza -recordar su ausencia con enorme y profunda tristeza- del fallecido. 3.  Búsqueda -aún sabiendo que está muerto- del fallecido. 4. Sentimientos de soledad como resultado del fallecimiento.

Criterio B (estrés por el trauma psíquico que supone la muerte).

Presentar, cada día o en grado acusado, y como consecuencia del fallecimiento, 4 de los 8 síntomas siguientes: 1. Falta de metas y/o tener la sensación de que todo es inútil respecto al futuro. 2. Sensación subjetiva de frialdad, indiferencia y/o ausencia de respuesta emocional. 3. Dificultad para aceptar la realidad de la muerte (p.ej., no terminar de creérselo). 4. Sentir que la vida está vacía y/o que no tiene sentido. 5. Sentir que se ha muerto una parte de si mismo. 6. Asumir síntomas y/o conductas perjudiciales del fallecido, o relacionadas con él. 7. Excesiva irritabilidad, amargura, y/o enfado en relación con el fallecimiento. 8. Tener alterada la manera de ver e interpretar el mundo (p.ej: haber perdido la sensación de seguridad, la sensación de control, la confianza en los demás).

Criterio C (cronología).

La duración del trastorno -los síntomas arriba indicados- es de al menos 6 meses.

Criterio D (deterioro).

El trastorno causa un importante deterioro de la vida social, laboral u otras actividades significativas de la persona en duelo.

Bibliografía

Landa V, García-García JA. El proceso de duelo. En: De la Revilla L, Montoso R, eds. Atención familiar en el enfermo crónico, inmovilizado y terminal. Granada: Fundación para el Estudio de la Atención a la Familia; 2000.

García-García JA, Landa V, Grandes G, Mauriz A, Andollo I. Cuidados Primarios de Duelo (CPD). El nivel primario de atención al doliente. Sestao: Grupo de Estudios de Duelo de Vizcaya; 2001. p 17-8.

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Prigerson HG, Jacobs SC. Caring for bereaved patients. “All the doctors just suddenly go”. JAMA 2001; 286: 1369-76.

Bienestar psicológico de los adolescentes en función de la estructura familiar

Bienestar psicológico de los adolescentes en función de la estructura familiar
por Nelson Valdés Sánchez

Un divorcio es siempre percibido como una situación traumática tanto para la pareja que da por terminada su relación física y afectiva, como para los hijos que experimentan la pérdida significativa de la estabilidad familiar de diversas maneras. Y se ha observado que cuando el divorcio se da en malos términos sin proteger a los hijos del conflicto producido, se genera una desorganización familiar. De hecho hay padres que llegan a utilizar a los hijos para sacar alguna ventaja del conflicto, o bien, tienden a desligarse de sus responsabilidades y tareas parentales en la crianza de los hijos. Sin embargo, cuando el divorcio se vive como una etapa más del ciclo vital, se tiende a proteger a los hijos aún cuando se experimenta dolor por la pérdida.

La desintegración familiar ha aumentado significativamente en los últimos años, lo que ha motivado a los investigadores a determinar de qué manera la experiencia de divorcio durante la infancia está relacionada con la salud subjetiva y conductual durante la adolescencia. Breidablik & Meland (1999) encontraron diferencias significativas en relación a un grupo de adolescentes miembros de familias con padres divorciados, en los que se presentaban quejas físicas y emocionales, menor bienestar psicológico, un desempeño menos eficiente, así como una mayor presencia de conductas de riesgo como el hábito de fumar. Concluyeron que la experiencia de divorcio para los hijos durante la infancia representa un evento estresante significativo con consecuencias en la salud mental durante la adolescencia. Y que dichas consecuencias deben ser consideradas al momento de planificar programas de prevención para este tipo de población. Eso sin mencionar que existen etapas y tareas durante el desarrollo psicosocial normal de los adolescentes, que se ven afectadas por el divorcio de los padres (Steinman & Petersen, 2001).

En el presente ensayo vamos a centrarnos específicamente en las reacciones emocionales de los adolescentes, ya que los dos casos atendidos en el Centro Psicológico (CEPUC) provienen de familias con padres separados, lo que de alguna forma ha influido en su proceso de individuación. En el caso de Jorge (22 años) la separación de sus padres se dio en buenos términos, no así en el caso de María (21 años) donde la separación se llevó a cabo en un ambiente poco favorable, presentando síntomas depresivos desde hace más de dos años. Uno de los motivos que trajo a María a la consulta fue justamente la pena que aún le produce la ausencia del padre en el hogar y la responsabilidad que siente con todos los miembros de la familia por ser la hermana mayor. Así como también el hecho de ser utilizada por ambos padres para comunicarse mensajes de un lado para otro desde la separación, situación que le es muy incómoda y que enfrenta sola ante la indiferencia de sus hermanos.

Como veremos a lo largo de este ensayo, son muchos los factores que aumentan la vulnerabilidad de los adolescentes para presentar problemas físicos y psicológicos después del divorcio de los padres: la ausencia del padre, conflicto entre los padres, problemas económicos, estresores de la vida diaria, adaptación de los padres y la duración de la crisis. (todos ellos presentes en el caso de Maria, mas no en el de Jorge). Thompson (1998) analizó los problemas sociales y clínicos en un grupo de adolescentes con padres divorciados utilizando el enfoque sistémico, con el propósito de explicar dicha vulnerabilidad e identificar las intervenciones más apropiadas para promover la salud mental en esta población. Entre otras medidas recomienda la mediación durante las distintas etapas del divorcio, las remisiones tempranas y la terapia entre hermanos (sibling therapy), así como la implementación de programas en los centros educativos con el objetivo de identificar a aquellos estudiantes que requieran de este apoyo. Coincidiendo con Emery & Laumann-Billings (1998) en la necesidad de asistir a estos jóvenes y a sus familias durante las distintas etapas de transición.

Spruijt & Goede (1997) decidieron realizar una investigación para estudiar los efectos del divorcio en la dinámica familiar, con variables como la estructura familiar, la salud física y mental, las ideas de suicidio, el bienestar psicológico y la situación laboral en un grupo de adolescentes; de acuerdo a cuatro tipos de estructuras: familias intactas y estables, familias intactas y con conflictos, familias con un solo padre, y familias reconstruidas. Los adolescentes miembros de familias divorciadas presentaron más problemas relacionales y experiencia de desempleo en relación a aquellos miembros de familias intactas y estables. Estos resultados no fueron tan significativos en los adolescentes miembros de familias intactas y con conflictos, así como en las familias reconstruidas. Resultados muy similares a los encontrados por Forehand, Armistead & David (1997), en donde los resultados demostraron ante todo una interrupción en los procesos familiares.

McCurdy & Sherman (1996), también estudiaron el efecto de la estructura familiar en el proceso de individuación de acuerdo a tres tipos de estructura: familias intactas; padres divorciados, con la custodia materna y sin volver a contraer nupcias; y familias divorciadas, con la custodia materna y con un nuevo matrimonio. Los componentes del proceso de individuación analizados fueron el apego a los padres, conflictos para lograr la independencia, timidez, identidad, y autoestima. Los resultados sugerían que los adolescentes miembros de familias intactas se percibían a sí mismos con más conflictos de independencia pero con más relaciones emocionales positivas con sus padres, que aquellos pertenecientes a familias divorciadas o reconstruidas. Como veremos más adelante, el apego, la identidad y los conflictos para lograr la independencia de los padres, estuvo asociada con la autoestima.

Otra línea de investigación sugiere que no es la configuración familiar lo que determina la efectividad del funcionamiento familiar y el bienestar psicológico de los adolescentes, sino el estilo de relación parental (McFarlane, Bellissimo & Norman, 1995) y los conflictos de la pareja previos al divorcio (Kelly, 2000). Devine & Forehand (1996) realizaron una investigación para analizar la relación entre algunos factores de la pareja (satisfacción conyugal), y algunos factores relacionados con los hijos (número de hijos, la presencia de un hijo varón, los niveles de ansiedad en los hijos y problemas de conducta) que pudieran ser predictores de una situación de divorcio. No se encontró entre los factores relacionados con los hijos, ninguno que pudiera ser considerado como predictor del divorcio; sin embargo, la baja satisfacción en la relación conyugal fue un alto predictor.

Caspi & Elder (citado por Amato & Booth, 2001) también encontraron que los conflictos de pareja estaban asociados con un elevado número de problemas de conducta en los hijos pequeños. Y que posteriormente, cuando adultos, experimentaban problemas con las relaciones interpersonales, afectándose negativamente la calidad de sus propios matrimonios. Esto se debe al hecho de que los niños aprenden una variedad de conductas interpersonales a través de la simple observación de los modelos adultos, lo que se evidencia en la utilización de estrategias similares para la resolución de conflictos tanto en padres como en hijos (Dadds, Atkinson, Turner, Blums & Lendich, citado por Amato y Booth; 2001), en los estilos afectivos similares (Katz & Gottman, citado por Amato & Booth, 2001), y en la tendencia a presentar niveles similares de rabia (Jenkins, citado por Amato y Booth, 2001).

En este sentido, los conflictos de pareja entre los padres son considerados un factor de riesgo por ser un estresor que actúa directamente sobre los hijos, porque los hijos muchas veces se atribuyen la culpa de los conflictos entre los padres, y porque los conflictos de pareja muchas veces vuelve a los padres menos afectivos y más críticos con los hijos (Davies & Cummings, citado por Amato & Booth, 2001). Esto explica, como veremos más adelante, por qué existe un aumento de síntomas depresivos en los hijos, no sólo durante la infancia sino a lo largo de la vida. Lo planteado anteriormente nos lleva a considerar un aspecto relevante, y es que existe suficiente evidencia empírica que demuestra que la calidad de las relaciones de pareja es transmitida a través de las generaciones. Pareciera existir una correlación entre la percepción del propio matrimonio y la percepción del matrimonio de los padres, por lo que, aquellas personas que tuvieron padres infelizmente casados tienden a presentar un mayor número de problemas en sus propios matrimonios (Amato & Booth, 2001).

Partiendo del supuesto de la transmisión intergeneracional, las investigaciones han reflejado el hecho de que el divorcio de los padres es un factor de riesgo que afecta la percepción de los hijos en cuanto a su propio matrimonio, aumentando la posibilidad de repetir la situación de divorcio. Aún cuando esta conclusión puede resultar prematura, ya que no todas las parejas que optan por un divorcio han tenido un período considerable de conflictos previo a este. No obstante, según la investigación realizada por Amato & Booth (2001), pareciera existir algunas conductas de los padres que pueden ser consideradas predictoras de problemas en el matrimonio, como los celos, la dominancia, las rabietas, la crítica constante y los estados de humor, entre otros.

Por otro lado, existen algunos factores que durante la infancia, y ante la presencia de un divorcio, generan una depresión durante la adolescencia (Palosaari & Aro, 1995). Palosaari, Aro & Laippala (1996), concluyeron que la baja autoestima durante la edad de 16 años era un factor que hacía más vulnerables a los jóvenes para desarrollar síntomas de depresión, indistintamente del género. Se observó que entre las hijas mujeres, los efectos a largo plazo estuvieron asociados a la baja autoestima y a la falta de acercamiento con el padre. Sin embargo, cuando la relación con el padre era estrecha disminuía el riesgo de desarrollar síntomas depresivos. A su vez, no se observó relación entre la baja autoestima, las relaciones poco satisfactorias con los padres y la depresión en los hijos hombres después de un divorcio.

Recientemente, numerosos estudios epidemiológicos han analizado aquellos elementos de dolor y apoyo al dolor que se presentan indistintamente de la situación de pérdida (Marwit & Carusa, 1998), lo que ha permitido demostrar que los trastornos depresivos tanto en niños como en adolescentes, son más comunes de lo que se piensa. Por esta razón, decidimos incluir algunas de las últimas contribuciones en materia de depresión en adolescentes, ya que muchas veces se subestiman las consecuencias a corto y largo plazo de este trastorno (Laget, 2000).

Se ha podido demostrar empíricamente, que los trastornos depresivos parecen aumentar con la edad, y que los adolescentes logran adaptarse a la experiencia de depresión de manera distinta, según el género. Price & Lavercombe (2000) llevaron a cabo un análisis de regresión al respecto y observaron que los patrones de relación eran diferentes en hombres y mujeres. En base a los resultados concluyeron que los varones tendían a externalizar, pero no se pudo aceptar la hipótesis de que las mujeres tendían a la internalización. Más adelante veremos nuevamente este hecho, cuando citemos las investigaciones más recientes en relación a las estrategias de afrontamiento utilizadas por este tipo de jóvenes.

Se ha observado que la respuesta de los hijos ante la separación de sus padres va a depender entre otras cosas de la edad, ya que su forma de percibir la situación será distinta. Por ejemplo, alguien de 3 años puede que no comprenda lo que sucede y llegue a sentirse culpable de la separación de sus padres, mientras que alguien de 10 años refleje sus sentimientos en una baja del rendimiento escolar. Por otro lado, los adolescentes tienen edad suficiente para entender más la separación de los padres, sin embargo experimentan las mismas emociones que experimentan los niños más pequeños; y muchas veces se debe a que desconocen las razones verdaderas por las que sus padres decidieron separarse. Lo cierto es que, común a todas las edades existe la mayor parte de las veces un grado de alteración emocional y conductual.

Fergusson & Woodward (2002) realizaron un estudio longitudinal con un grupo de jóvenes diagnosticados con depresión durante la etapa de adolescencia media (14-16 años). De acuerdo a los resultados, concluyeron que un diagnóstico de este tipo y a esa edad, aumentaba significativamente el riesgo de padecer una depresión mayor en la adolescencia tardía (16-21 años), así como desórdenes de ansiedad, dependencia a la nicotina, abuso o dependencia al alcohol, intentos de suicidios, bajo desempeño académico, desempleo y una paternidad temprana. Estos resultados confirman los encontrados por Sampson & Mrazek (2001), acerca del riesgo significativo de recurrencia durante la edad adulta debido a un trastorno de depresión durante la adolescencia.

En lo que respecta al caso de nuestra paciente depresiva, logramos encontrar evidencia teórica que puede llevarnos a asociar sus síntomas depresivos con una falta de individuación y un apego inseguro con representaciones parentales negativas. Esta hipótesis nos la planteamos en base al modelo formulado por Milne & Lancaster (2001), que explica la relación entre variables como el proceso de individuación, conflictos interpersonales, autocrítica, estilos de apego, representaciones parentales y síntomas depresivos, todas ellas involucradas en el proceso de desarrollo psicológico en los adolescentes.

Aún cuando en el caso de María no se tiene información acerca de intentos de suicidio entre sus antecedentes, consideramos la posibilidad de que mínimo se hayan presentado ideas al respecto (Sampson & Mrazek, 2001). No perdemos de vista el hecho de que las conductas suicidas son una de las causas de muerte más frecuente a esta edad (Laget, 2000).

Essau & Petermann (2000) lograron identificar algunos de los factores de riesgo asociados a este trastorno tales como: algún tipo de psicopatología en los padres, disfunción familiar y eventos de la vida negativos. De esta forma, la depresión frecuentemente se veía acompañada de otros trastornos y de la tendencia a que se volviera un trastorno crónico. En esta misma línea de investigación, Shiner & Marmorstein (1998) estudiaron una muestra de adolescentes gemelos cuyas madres tenían un trastorno de depresión, y se evaluó el funcionamiento familiar en base a las siguientes condiciones: adolescentes depresivos con madres depresivas, adolescentes depresivos con madres no depresivas, y un grupo control conformado por adolescentes no depresivos. Los resultados indicaron que un gran porcentaje de adolescentes deprimidos tenían madres deprimidas, lo que resalta la importancia de considerar la depresión de los padres en el tratamiento de los adolescentes con este mismo trastorno. Y subraya el hecho de determinar los patrones de interacción familiar, sobre todo en aquellas familias con más de un miembro con este tipo de trastorno.

Es necesario mencionar en este punto que la madre de María estuvo en psicoterapia por un diagnóstico de depresión igualmente. Y recientemente ha sido posible determinar que uno de los factores que permiten predecir con más apoyo empírico la depresión en adolescentes, es la presencia de una madre depresiva. Hammen & Brennan (2001), después de controlar los síntomas y ciertas variables psicosociales, observaron que los hijos depresivos con madres depresivas mostraban significativamente más conductas y pensamientos negativos que los hijos depresivos con madres no depresivas. En este sentido, nuevamente se utiliza una perspectiva de transmisión intergeneracional para explicar cómo la presencia de una madre con diagnóstico de depresión, tiende a generar síntomas de depresión en los hijos. Estos se reflejan por un lado en la dificultad para establecer relaciones interpersonales, y por el otro en una disfunción cognitiva acerca de sí mismos y del mundo.

Garber, Keiley & Martín (2002) plantearon un diseño de investigación que incluía el género y la presencia de una madre depresiva en un grupo de adolescentes con trastorno depresivo. Encontraron que las mujeres demostraban un mayor aumento de los síntomas depresivos en relación a los hombres; y que aquellos adolescentes con madres depresivas tuvieron inicialmente más síntomas, que aquellos con madres sin un diagnóstico de depresión. Sólo cuando se controlaron estas dos variables, fue posible predecir significativamente los niveles iniciales de síntomas depresivos a partir de las atribuciones negativas y los estresores.

Se ha utilizado por mucho tiempo la teoría del apego para explicar los desórdenes de personalidad, partiendo de la premisa que existe una estructura común a ciertos estilos de apego y ciertos desórdenes de personalidad. Brennan & Shaver (1998) evaluaron un grupo de adolescentes para investigar la relación entre personalidad y factores antecedentes familiares como: la muerte de uno de los padres, el divorcio de los padres y sus representaciones actuales de la relación con sus padres durante la infancia. Los resultados indicaron una alta correlación entre el tipo de apego y los desórdenes de personalidad, recomendando realizar más investigaciones al respecto, con el objeto de seguir obteniendo evidencia empírica que demuestre que, el apego inseguro y la mayoría de los desórdenes de personalidad comparten antecedentes similares de desarrollo.

No descartamos con todo lo anterior la explicación orgánica del trastorno.  Más aún cuando el desarrollo tecnológico ha permitido encontrar numerosas evidencias experimentales y clínicas sobre este trastorno afectivo. Algunas de las investigaciones más recientes (Lenti, Giacobbe & Pegna, 2000), se apoyan en un modelo neuropsicológico para identificar una lateralidad de las funciones emocionales desde el inicio del desarrollo, con dominancia del hemisferio derecho. Esto permitiría abordar el trastorno como una disfunción de hemisferio derecho, en pacientes de distintas edades. Y como éste, son muchos los estudios con diseños longitudinales (Pine, Kentgen, Bruder, Leite, Bearman, Ma & Klein, 2000) que siguen sugiriendo una relación entre la lateralidad cerebral y la psicopatología a lo largo del desarrollo.

De hecho, se ha evaluado la posibilidad de que la asociación entre el divorcio de los padres y la adaptación de los hijos esté mediada por factores genéticos, a través de estudios longitudinales con familias adoptivas y biológicas (O´Connor, Plomin, Caspi & DeFries, 2000). Los hijos biológicos de padres divorciados mostraron más problemas de conducta, abuso de sustancias y problemas de adaptación social, en comparación con hijos biológicos de familias intactas. Resultados similares se observaron en los hijos adoptados con padres adoptivos separados, en relación a las familias adoptivas intactas, aún cuando no hubo diferencias significativas en cuanto a la adaptación social. Esta y otras investigaciones que atribuyen un componente genético a los efectos negativos que se producen en los hijos debido a una situación de divorcio, por un lado sugieren que la influencia genética del divorcio no se da en forma directa sino sobre ciertos rasgos de personalidad asociados al divorcio. Otros han sugerido una influencia sobre rasgos de personalidad, que permiten no solo predecir el divorcio por sí mismo, sino también la tendencia a presentar los conflictos interpersonales y familiares que preceden y siguen a la separación de la pareja. Por ejemplo, Kelly (2000) concluye que muchos de los síntomas psicológicos observados en niños y adolescentes después del divorcio de los padres, pueden ser identificados en las etapas previas del divorcio. Y por ultimo, están aquellas investigaciones que sugieren una influencia sobre algunos índices de adaptación en los hijos, sobre todo los relacionados con problemas conductuales y emocionales, abuso de sustancias y autoestima entre otros. En definitiva, pareciera que los problemas conductuales en hijos de familias divorciadas son el resultado de cierta vulnerabilidad en los padres transmitida genéticamente, y que sumado a determinados factores ambientales logran expresarse en términos de conflicto.

El conocimiento de todo lo anteriormente señalado, obliga a seguir realizando investigaciones que permitan una mayor precisión al momento de hacer un diagnóstico de este trastorno, a partir de criterios fundamentados empíricamente (Goodman, Schwab-Stone, Lahey, Shaffer & Jensen, 2000). Sobre todo cuando sus efectos influyen negativamente en el normal funcionamiento de los adolescentes. Hasta ahora, uno de los instrumentos más válidos para el diagnóstico de depresión en adolescentes en un contexto clínico es el Inventario de Depresión de Beck (Beck Depression Inventory), a partir de cuatro factores principales que son: una actitud negativa sobre sí mismo, dificultades en el funcionamiento, síntomas somáticos y la preocupación física (Bennett, Ambrosini, Bianchi, Barnett, Metz & Ravinovich, 1997).

Para finalizar el presente ensayo, hemos decidido incluir igualmente algunas de las contribuciones más recientes en materia de psicoterapia para adolescentes diagnosticados con un trastorno de depresión, específicamente la psicoterapia cognitiva. Sobre todo porque a partir de la última mitad del siglo pasado, las investigaciones en psicoterapia se han visto en la necesidad de aumentar su rigor metodológico, y permitir con ello el comienzo de una nueva generación de investigaciones que evalúan la efectividad de la psicoterapia (Hibbs, 2001). Uno de las principales defectos metodológicos en la realización de algunos estudios es la utilización de muestras demasiado pequeñas para detectar diferencias entre dos o más grupos experimentales. Kazdin (citado por Diamond & Siqueland, 2001) argumenta que resulta esencial utilizar muestras conformadas por 150 personas como mínimo para detectar diferencias significativas entre grupos experimentales, y sin embargo pocos son los estudios que cumplen con este criterio.

Como una alternativa a la terapia con fármacos, la psicoterapia cognitiva promete ser una herramienta terapéutica estructurada y posible de realizar en un período corto de tiempo. En este sentido, Sauteraud, Marque & Bourgeois (1995) presentaron el caso de una adolescente de 18 años y con un diagnóstico de depresión crónica, con varios intentos de suicidio, varias hospitalizaciones previas y una psicoterapia psicoanalítica. Sin embargo, la verdadera recuperación se observó cuando fue sometida a 16 sesiones de psicoterapia cognitiva, utilizando el método Beck en combinación con fluvoxamina, cuyo efecto por sí solo resultaba insuficiente.

Rosselló & Bernal (1999) llevaron a cabo una investigación para evaluar la eficacia de la Terapia Cognitiva-Conductual (TCC) y la Psicoterapia Interpersonal (TIP), en una muestra de adolescentes puertorriqueños con un diagnóstico de depresión y asignados a tres condiciones: TCC, TIP, o LE (lista de espera). Se evaluaron los síntomas depresivos, la autoestima, la adaptación social, el ambiente emocional en la familia y la presencia de problemas de conducta; antes del tratamiento, después del tratamiento y tres meses después de finalizado el mismo. Los resultados indicaron que la TIP (82%) y la TCC (59%) lograron reducir significativamente los síntomas de depresión en comparación con el grupo de adolescentes en lista de espera.

Birmaher, Brent, Kolko, Baugher, Bridge, Holder, Iyengar & Ulloa (2000), no observaron diferencias significativas en los resultados a largo plazo de una investigación longitudinal que incluía en su diseño una terapia cognitiva-conductual, una terapia familiar sistémica y una terapia de apoyo no dirigida. No obstante, aún cuando la mayoría de los participantes de este estudio eventualmente lograron recuperarse, aquellos con una depresión severa y con conflictos en la relación padre-hijo, presentaron un mayor riesgo de desarrollar una depresión crónica o recaídas. Más reciente aún, Diamond & Siqueland (2001) demostraron que la terapia cognitiva-conductual resultaba ser más efectiva que otras intervenciones para el tratamiento de los adolescentes con un trastorno depresivo mayor, logrando reducirla incluso más rápido que la terapia familiar y la terapia de apoyo.

Un aspecto que no quisiéramos dejar de mencionar es, que la depresión parece tener mayor consecuencias a lo largo del tiempo en lo concerniente a la autoeficacia, sobre todo en las adolescentes mujeres (Bandura, Pastorelli, Barbaranelli & Caprara, 1999). Muris, Schmidt, Lambrichs & Meesters (2001), llevaron a cabo recientemente un estudio con miras a determinar los factores protectores y de vulnerabilidad en el desarrollo de síntomas depresivos. Observaron que la depresión estuvo relacionada con niveles altos de rechazo por parte de los padres, atribuciones negativas, estrategias de enfrentamiento pasivas y bajos niveles de autoeficacia. En este sentido, proponen un modelo que considera a las conductas parentales negativas y los estilos de atribución negativa como fuentes primarias del trastorno depresivo, mientras que los estilos de enfrentamiento y la autoeficacia juegan un papel de mediadores en la formación de los síntomas depresivos.

Un estudio realizado por Grossman & Rowat (1995), permitió analizar el impacto que tiene la calidad de la relación de pareja y la relación familiar sobre las estrategias de enfrentamiento, el apoyo recibido y el bienestar psicológico de los adolescentes miembros de familias separadas, divorciadas y casadas. Demostraron que la existencia de una relación parental poco afectiva y la ausencia de una estructura familiar sólida, estaba asociada con una baja satisfacción personal y sentido de futuro; así como por altos niveles de ansiedad en adolescentes miembros de familias con padres divorciados. Huss & Lehmkuhl (1996) también indicaron que las familias con un clima familiar de apoyo caracterizado por la confianza y el control, era un importante predictor de estrategias positivas y activas de enfrentamiento. En cambio, aquellas familias con un clima familiar menos afectivo permitía predecir estrategias de evitación.

La prueba más evidente para los hijos de una ruptura familiar, es la ausencia de uno de los padres en el hogar, lo que es experimentado en ocasiones con sentimientos de rabia y tristeza. Ante esto, los padres pueden reaccionar de distintas maneras:

    * Comparten con los hijos el enojo que sienten por el ex-cónyuge (?No se hablan desde que se separaron?).
    * Desplazan el enojo que sienten hacia los hijos (?Si no hubiera sido por ti a lo mejor estaríamos casados todavía?).
    * No responden a las necesidades de los hijos por estar pendientes de sus propias necesidades (?Casi no lo vemos nunca?).
    * Se conversa de temas personales y propios de la pareja con los hijos (?Siempre se vive quejando del otro cada vez que tiene la oportunidad?).
    * No se fijan los límites apropiados.
    * Se responsabiliza a los hijos mayores del cuidado de los menores (?Me preocupa que no pueda terminar mi carrera a tiempo para poder pagarle la carrera a mi hermana?)

Si los hijos se desarrollan en un ambiente favorable como en el caso de Jorge, en donde ambos padres ejercen una función paterna conjunta y muestran una conducta que es percibida por Jorge como consistente, permite explicar mejor su adaptación frente al divorcio de sus padres. Todo lo contrario se observa en el caso de María, donde la separación se produjo de manera destructiva, desarrollando en la paciente disfunciones cognitivas asociadas a sentimientos de culpa, abandono e inadaptación social. En este caso, es evidente que cada ex-cónyuge logre mantenerse intensamente involucrado con cada uno de sus hijos, de manera que les sea posible conservar o recuperar la confianza en sí mismos y poder enfrentarse a las necesidades de sus hijos sin la presencia del otro como pareja.

Partiendo del supuesto de que, el padre facilita en cierta forma el proceso de individuación en la relación madre-hijo, una situación de divorcio termina complicando este proceso. Saintonge, Achille & Lachance (1998) realizaron una investigación con adolescentes hijos de padres separados y con la figura de un hermano mayor como sustituto de la figura paterna, quienes fueron comparados con un grupo control conformado por adolescentes sin hermanos mayores. Los resultados indicaron que aquellos adolescentes con la figura de un hermano mayor, estuvieron menos afectados por la separación de los padres que aquellos que no tenían dicha figura paterna sustituta.

Todos estos resultados dejan ver la importancia de realizar intervenciones con los adolescentes, considerando el contexto de las relaciones familiares. Razón por la cual se decidió utilizar del genograma para identificar las etapas del ciclo vital y los aspectos relacionales presentes en la familia (Revilla de la, Constan, Ubeda, Fernández, Fernández & Casado,1998; Patiño & Vázquez, 2000).

En este sentido, los hijos deben ser considerados tanto en el contexto previo como en el contexto posterior al divorcio, ya que la mejor decisión es aquella que menos los perjudique y no sólo aquella que más conviene a la pareja que desea separarse. En otras palabras, aún cuando la pareja que presenta el conflicto llega a dar por finalizada la relación conyugal en términos de divorcio, es supremamente importante que ambos padres mantengan y compartan la “función parental”; de lo contrario dicha situación puede generar ambivalencia y la formación de coaliciones con los progenitores, afectando el bienestar psicológico de los hijos. Lo ideal sería que los padres de María logren separar los resentimientos que resultaron de la situación de divorcio, y que sean capaces de tolerar las frecuentes comunicaciones en torno a las decisiones que afectan la crianza de sus cuatro hijos.

Celos patológicos

“De los celos patológicos no se sale sin ayuda profesional” Asegura la psicóloga Mimí Pugliano, que analiza su impacto sobre los vínculos

“Los celos son afectos constitutivos del ser humano. No hay ser viviente que no los haya experimentado”, asegura Luis Buero, psicólogo social que junto a su colega Mimí Pugliano coordina un taller grupal para reflexionar sobre una de las emociones que más connotación negativa tiene.
“Cuando el ser humano nace forma una relación de total dependencia con su madre -apunta Buero-. Como no puede procurarse solo alimento ni seguridad forma una unidad con su madre. Luego, a medida que se crece, el otro es distinto a uno, pero hay una construcción de uno mismo a través de la mirada de ese otro y, además, la necesidad de alimento y de afecto continúa y el deseo es que quien la provee, generalmente la madre, lo haga en forma permanente? Entonces, aparece un hermano que también quiere lo mismo, o un papá, y esa ilusión de que el otro esté siempre con uno y nos pertenezca se hace añicos.”
“Todos somos celosos porque todos nacemos con dos miedos: a la pérdida y al ataque -agrega Mimí Pugliano-. No todos vivimos con la angustia del miedo a la pérdida, pero el celoso sí mantiene ese temor.” Luis Buero dice que la capacidad de admitir la existencia de otro (como distinto de uno mismo) derriba la ilusión de ejercer un control absoluto sobre esa persona, terreno fértil donde crecen los celos más enfermizos. Y enfermantes.
Pugliano afirma que para que los celos existan siempre hacen falta tres. “El triángulo está formado por el celoso, el objeto de amor o de interés y un rival, que tiene que ser igual o mejor que el celoso.”
La psicóloga advierte que las fronteras de los celos van mucho más allá del amor de pareja. Pueden aparecer entre hermanos, amigos, en el trabajo. Ambos psicólogos sociales dicen que ser celoso en una relación no asegura serlo en todas, y que hay vínculos que pueden favorecer más o menos los celos que otros.

Motores y enfermizos
Para los celos no hay épocas, “de lo contrario, Shakespeare no hubiera escrito Otelo hace 500 años”, reflexiona Luis Buero, pero indica que actualmente, y en especial entre las parejas más jóvenes, algunos códigos han cambiado: “Está muy difundido que las mujeres salgan con sus amigas y por más que a los chicos eso les dé celos se lo tienen que aguantar”.

“Antes para el hombre lo indiscutido era la posesión y para la mujer la resignación. Ahora la mujer tiene una interrelación mucho más activa con el otro sexo y hay mayores posibilidades para el hombre de encontrar rivales”, dice Pugliano, pero admite que varones y mujeres tienen un mayor sentido del desapego: saben que una relación no necesariamente es para toda la vida. Sin embargo, los celos existen. Y no siempre son malos.

“Hay celos motores, que tanto en una pareja como en otros vínculos pueden contribuir a mejorarlos -advierte Mimí Pugliano-. A lo mejor pensamos: «A mi marido le gusta esa mujer», y aunque en realidad no sea así, esa fantasía hace que me arregle más o que genere su atención para que él se fije en mí.”

“La presencia de un tercero real o imaginario genera una situación de «alarma» y eso es normal, porque de lo contrario no habría interés en el otro -dice Buero-. Sin embargo, hay personas que prefieren que su pareja no tenga una relación demasiado íntima con nadie más. Cuando esos celos se acompañan de intensos sentimientos de inseguridad, autocompasión, hostilidad y depresión dañan la calidad de vida de los integrantes de la pareja y pueden ser muy destructivos. Esas personas sienten que si pierden a su pareja será terrible, insoportable. Por eso son controladores, vigilantes, asfixiantes, inseguros, depresivos y siempre dependientes. El pacto secreto que construyen es: «Te doy todo, pero dame todo, si no, serás mala y deberás ser castigada.» De allí a la violencia hay un solo paso y, si bien es más frecuente de parte del varón, eso no indica que los celos enfermizos sean más habituales en ellos.”

Así, la dialéctica que comienza a generarse entre el celoso y el celado transforma la vida en una tragedia.

De los celos patológicos no se sale sin ayuda profesional -asegura Pugliano-. El celoso siente angustia y su peor enemigo es su propia imaginación. Si es un varón, duda de su paternidad, cela al resto de la familia, a los amigos, a los compañeros de trabajo, imagina toda clase de traición, persigue y controla? El celado siente asfixia. Tarde o temprano, el vínculo se deteriora. Y no es nada fácil poner fin a la relación con alguien enfermo de celos, porque la conducta habitual es demostrarle que si no está con él (o con ella) se moriría y hasta sería capaz de matar si es dejado o dejada.”

Por eso, el alivio sólo vendrá si el celoso enfermizo es capaz de sentir “que puede sobrevivir y sobreponerse a la ausencia del otro”.

De varones y mujeres
“El varón cela a la mujer desde su propia elaboración del deseo, y la cela como si la mujer fuera un hombre, como si ella pudiera acostarse con cualquiera y los deseara a todos, que es lo que le pasa al hombre -dice Buero-. El varón tiene una visión donde el sexo está más presente, por eso teme la infidelidad y existe un temor atávico asentado en la incertidumbre de su transmisión genética. El temor de la mujer es a ser abandonada y procede más de la posibilidad de ser desplazada por otra mujer.”

“La mujer teme más que él deje de amarla, y tiende a perdonarlo frente a una infidelidad, o le cree si él le dice que no tiene otra relación o que esa mujer con la que lo vio es una amiga o una compañera -dice Pugliano-. El hombre, en cambio, lo único que quiere saber es si ella se acostó o no se acostó. Y si ella le miente una vez, se derrumba todo, porque para él significa que le ha mentido siempre.

“Para evitar malos entendidos es útil que los integrantes de una pareja pongan en orden qué es lo más importante para cada uno en ese momento de la vida y se lo comuniquen al otro. Eso ayuda a prevenir conflictos.”

La tarea es muy sencilla. Anotar una escala de prioridades: familia, amigos, estudio, pareja, hijos, tiempo libre. “Si para mi pareja su escala de valores comienza en el trabajo sabré a qué atenerme -dice la psicóloga social-. E igual será de mi parte. Es como un juego reglado, que favorece conocerse más. Al menos, uno sabe a qué está jugando.”

Por Gabriela Navarra
De la Redacción de LA NACION

RASGOS MUY GENERALES DE PERSONAS CON PROBLEMAS DE ALCOHOL:

RASGOS MUY GENERALES DE PERSONAS CON PROBLEMAS DE ALCOHOL:

No tienen que darse todos estos rasgos en todas las personas con problemas de bebida, ya que, dependiendo de varios factores, cada individuo está más sensibilizado hacia unos más que hacia otros.

Mayor irritabilidad que la población general

Cambios bruscos de humor

Ansiedad por beber

Culpabilidad por haber bebido

Personalidad disforia (alteración del estado de ánimo) que acaba en celopatías

Inseguridad, desgana y despreocupación

Reiterativo y falta de sinceridad

Desajuste emocional y una pena interna

Conflictos neurológicos

Trastornos de carácter

Falta de maduración

Depresión y sentimientos de desesperanza

Soledad y vacío interior

Egocentrismo, hipersensibilidad

Escasa tolerancia a la frustración

Conductas pasivas en situaciones críticas

Miedo al fracaso

Sentimientos de inferioridad y timidez

Idealismo excesivo, lejos de la realidad

Conformidad con el grupo -muy importante en los jóvenes-

Inmadurez afectiva

Inmadurez emocional

Pasividad y dependencia

Depresión y ansiedad

Actitud amistosa superficial

VIOLENCIA DOMÉSTICA

Investigación americana y alemana
Las señales que anuncian la violencia doméstica
Hallan señales en el hombre que anuncian la violencia contra la mujer

(Clarín)
Aseguran que gestos de los hombres que parecen ser románticos a veces son síntomas de futuros momentos violentos. También la vigilancia, la manipulación y la amenaza de castigo ante una infidelidad.

Le cae de sorpresa con la excusa de que le trae flores de regalo. La llama cada dos horas para ver cómo está. Le pregunta por qué tardó tanto tiempo entre ir a hacer una compra y volver a su casa. Le señala que sus amigas le parecen vulgares. O que ella no puede manejarse sola ni con un auto ni con el dinero.

Con esos comportamientos, él se justifica diciendo que sólo quiere protegerla. Pero todos esos comportamientos, que se repiten con mucha frecuencia, pueden ser tácticas que predicen que ciertos hombres ejercerán algún tipo de violencia contra la mujer, según reveló un estudio que será publicado en diciembre en la revista especializada Personal Relationships, publicada por Blackwell Publishing, en los Estados Unidos.

Al hacer encuestas en tres grupos diferentes, uno integrado por hombres, otro de mujeres y un tercero con maridos y esposas, el grupo de Todd Shackelford, de la Universidad Atlántica de Florida, y otros investigadores de la Universidad de Texas, en Austin, y de la de Kassel, en Alemania, identificaron que la vigilancia directa sobre la mujer era el rasgo de predicción más mencionado.

Por vigilancia, los investigadores en psicología incluyeron los momentos en que los hombres “caen inesperadamente para ver qué estaba haciendo” su pareja. O también que los hombres les niegan presentarles a sus amigos varones o que monopolizan el tiempo en encuentros sociales.

“Nuestra investigación indica que los hombres que usan una variedad de comportamientos de control no violentos también son proclives a abusar físicamente de sus parejas”, afirmó Shackelford, al ser consultado por Clarín por correo electrónico.

La manipulación emocional, como por ejemplo cuando un hombre le dice a su pareja que “se moriría si lo deja”, también fue considerada como un preanuncio. Y en la lista también se incluyó la amenaza explícita de castigo ante la posibilidad de que la mujer le sea infiel.
Los investigadores dividieron el trabajo en tres partes. En las dos primeras, preguntaron a 461 varones, que tenían un promedio de 24 años, y a 560 mujeres (de 21 años en promedio) sobre los comportamientos de los hombres para retener a la pareja. En la tercera parte, pidieron a maridos y sus esposas que contaran sobre conductas de retención de los hombres y de violencia contra las esposas.

Hay más indicadores: cuando él se pone celoso porque ella muestra mucho interés en otro hombre, cuando hace una ostentación de sus “recursos” (“te compré el mejor reloj que había”) y también cuando él da señales públicas de posesión de la mujer (como tomarle férreamente la mano cuando aparecen otros hombres).

“Considero que es un estudio relevante, ya que jerarquiza la variable de género como generadora de violencia”, opinó María Rosa Rivero, presidenta de la Asociación Argentina para el Desarrollo Integral de la Familia. Y agregó que “los hombres sostienen la violencia contra la mujer al considerarla como un objeto de su propiedad que necesita ser dominado”.
Según Rivero, las mujeres en pareja o con novios deberían estar atentas a la frecuencia de esas tácticas para evitar problemas futuros. “Muchas veces, las mujeres piensan que los celos, el control o el aislamiento de sus familiares, del trabajo o de las amigas son actos de demostración de amor por parte de los hombres. Sin embargo, esas actitudes pueden llevar a momentos de violencia contra las mujeres.”
Mónica Dohmen, coordinadora docente de la especialización en violencia familiar de la Facultad de Psicología de la UBA, señaló que la violencia en la pareja se puede desarrollar en distintas fases. El hombre acumula tensión hasta que se produce una “eclosión violenta”: desde golpes físicos hasta violaciones sexuales. También puede ejercer violencia económica, al no dejarle manejar su propio dinero, o una violencia psicológica, al aislarla de su familias, sus amigos y hasta de salir a cualquier lugar.

Después de la “eclosión violenta”, señaló Dohmen, puede venir una fase de “calma amante o de segunda luna de miel”, en la que “el hombre jura que no volverá a ser violento y trae regalos como flores y hasta un viaje a Europa. Al principio, fueron hombres que, en cualquier ámbito público, parecían atentos, amables, considerados…

Espíritus cobardes
Oscar Ángel Spinelli
ospinelli@clarin.com

Así como una patota golpea a un indefenso. O barrabravas que destrozan a un hincha contrario. Quizá como un sujeto con un arma que impunemente asesina a una persona desarmada. Y como cualquiera ejerciendo poder y jugando con la vida del otro. Parecido a la tortura. Cobardías. Los justificativos psicológicos resultarían inútiles. Alguien sometiendo al débil lleva la injusticia en la piel. Su mano sólo tiembla cuando se siente amenazado. El egoísmo lo lleva a cometer terribles actos. La perversión podría ser su modo de vida. Es la peor cobardía, la del espíritu.

Control, celos y posesión
Los indicios de que un hombre podría ejercer violencia contra la mujer, según el estudio realizado por investigadores en psicología de los Estados Unidos y Alemania, son:

Control directo: que se ejerce cuando el hombre vigila excesivamente dónde está la mujer, la oculta de sus amigos y le pretende manejar el tiempo y su agenda de actividades.

Incentivos intersexuales negativos: que pueden aparecer con una explosión de celos, una amenaza de castigo ante el temor del hombre a la infidelidad, una manipulación emocional o del compromiso, o por desacreditar a posibles competidores.

Incentivos positivos: la ostentación de recursos, la mejora de la apariencia, el cuidado y el afecto o la sumisión también pueden encubrir maltratos.

Señales públicas de posesión de la mujer: como cuando un hombre habla ante sus amigos de su mujer como si fuera una propiedad.

¿Sólo violencia doméstica?

Se habla de postmodernidad y del pensamiento débil como una de las características de nuestro tiempo. Quizás nadie sepa aún definir con exactitud ninguno de los dos conceptos, pero algo que si queda claro es que nuestra época se caracteriza por la superficialidad en la búsqueda de las causas profundas.

¿Por qué introducimos este artículo de esta forma? Porque llama poderosamente la atención la facilidad con que se sacan consecuencias de hechos que no están bien estudiados. Pongamos un ejemplo muy actual: la violencia doméstica. Hace tiempo que es constante en la prensa mundial, leer noticias sobre la llamada ?violencia doméstica?. Daría la impresión de que nos encontramos entonces ante una noticia novedosa que salta a las páginas de los periódicos como algo que antes era inusual, pero la Historia refleja que el problema de la violencia es un fiel acompañante de la Historia del ser humano. A mediados del mes de enero, un periódico español, publicaba un artículo con el título ?Perfil del hombre que maltrata a su pareja y sus motivaciones?. Trataba de hacer un resumen del informe elaborado por el Defensor del Pueblo, ?La violencia doméstica contra las mujeres? – un extenso volumen de más de trescientas páginas. Según este informe existe un perfil de hombre, ( y no de mujer, al menos como agresora), para describir al individuo que comete este tipo de violencia, así llamada doméstica: es un hombre fracasado, de unos 30 o 40 años, con una imagen negativa de sí mismo hacia el interior, pacífico externamente, nunca habla de sus sentimientos y solo expresa con facilidad su ira o su cólera, interpreta cada situación como un desafío y es patológicamente celoso.

Al finalizar la lectura podemos concluir que acaban de describir a un hombre inseguro. Pero ¿Sólo el hombre, varón, es agresivo? Defendiendo en primer lugar el derecho de la mujer de ser respetada en cualquier ámbito, sea su hogar, la calle, el trabajo o el campo, y sin hacer un análisis exhaustivo del problema de la violencia, creo que es deber de justicia profundizar un poco más en la realidad, antes de sacar las conclusiones superficiales: el hombre (varón) es fundamentalmente violento, y lo es de forma especial dentro del hogar, por lo que hay que proteger a la mujer de esta agresión.

Este parece ser el mensaje constante que se nos quiere dar. Pero ¿Es realmente el hombre violento por ser varón o lo es el ser humano? ¿Lo es siempre? ¿Por qué? ¿Y la mujer puede ser violenta? ¿Qué tanto influye en esta situación el ambiente generalizado de violencia que nos rodea y el asalto constante de los medios de comunicación? ¿Qué sucede en el niño que recibe 70 imágenes violentas a través de la TV, en apenas dos horas? ¿Hay más violencia dentro del hogar ahora que antes? ¿CUALES son las causas profundas de este fenomeno? Pero hay muchos tipos de violencia, por ejemplo la violencia psicológica. La especialista francesa en victimología, Marie-France Hirigoyen, ilustra en su libro ?El acoso moral? (Editorial Paidós, 2000) la violencia psicológica que algunos adultos, especialmente las mujeres, ejercen sobre sus cónyuges o con otras personas.

Quizás estos datos no salgan en los periódicos, ni se creen tribunales para juzgarlos pero son igualmente brotes de violencia que dañan al más débil.; este tipo de violencia es el que más practica la mujer, y las secuelas que posiblemente deja pueden ser graves. Por ejemplo, los adultos agresores suelen coincidir con niños que sufrieron este tipo de violencia, y proveniente a menudo de una mujer. Ya no están de moda muchos conceptos educativos: disciplina, autocontrol, censura… Solo el oírlos nos causa cierta repulsa interior. Pero para educar al hombre, hemos de enseñarle como base de todas las virtudes el desarrollo de la cualidad del ?autocontrol?. Este respeto vivido desde lejos para con los que nos son ajenos es fácil, porque realmente no nos supone ninguna superación personal; pero la paciencia con mi mujer, o mi marido, o mis hijos a quienes conozco perfectamente, que sé que siempre salen con lo mismo, que creo que no me acaban de entender, que…aquí, ahora, en estos momentos en que el cansancio, el stress y a veces la angustia me abate, es cuando se presenta la ocasión para ejercitarnos en ?la violencia personal?, es decir aprender a sobreponerme, por respeto y por amor al otro. Pero claro, estamos hablando de Amor con mayúsculas y esto es algo que no todos entienden.

En definitiva, la causa de la violencia, no es la ?Domus? (casa: de aquí proviene el término ?doméstica?), sino el mismo hombre que necesita aprender a ser él mismo, para encontrar al otro. Luchemos contra la violencia doméstica, pero también contra la violencia en los medios de comunicación, contra la violencia callejera, entre los países o con los emigrados.

Hay mucha violencia que eliminar, y mucho ser humano que educar como auténtica persona, no solo en el campo familiar, sino en todos los ámbitos.

Fuente: Mujer Nueva/Autor: Nieves García

ngarcia@mujernueva.org

Comentario desde Catholic.net: Preguntas o comentarios al autor http://es.catholic.net/

No Permita que la Depresión Le Persista

Todos nos deprimimos de vez en cuando; es parte de la vida. Pero si usted siente poca alegría o placer después de visitar a los amigos o de ver una buena película, usted puede tener un problema más serio. Estar deprimido durante algún tiempo, sin que experimente un cambio, puede afectar la manera como piensa y se siente.

Los médicos llaman a esto ?depresión clínica.? Sentirse ?desanimado? durante un período de tiempo no es una parte normal del envejecimiento. Pero esto es un problema común, y puede requerir ayuda médica. En la mayoría de las personas, la depresión mejorará con tratamiento. La terapia de ?hablar?, las medicinas u otros tratamientos, pueden aliviar la depresión.

Usted no necesita sufrir. Hay muchas razones por las cuales la depresión en las personas mayores es frecuentemente ignorada o no tratada. A medida que una persona envejece, los síntomas de la depresión posiblemente son vistos mucho más como irritabilidad o malhumor. La depresión también puede ser difícil de reconocer. La confusión o los problemas de atención causados por la depresión a veces pueden parecerse a la enfermedad de Alzheimer o a otros desórdenes del cerebro.

Los cambios de humor y los síntomas de la depresión pueden ser causados por medicinas que las personas mayores toman para la artritis, la hipertensión arterial o para las enfermedades del corazón. Puede ser difícil para un médico diagnosticar la depresión, pero afortunadamente las personas deprimidas frecuentemente se sienten mejor con el tratamiento correcto.

¿Qué Causa la Depresión? Hay más de una causa única para la depresión. Un sólo evento puede producirle la enfermedad a algunas personas, La depresión afecta a menudo a personas que se sentían bien pero que repentinamente enfrentan una muerte en la familia o una enfermedad grave. Para unas personas, cambios en la química del cerebro puede afectarles él ánimo y causar depresión. Algunas veces aquellos que viven bajo mucha tensión, como quienes se dedican a cuidar de una persona enferma, pueden sentirse deprimidos. Otros se deprimen sin ninguna razón clara. Las personas con enfermedades graves, como cáncer, diabetes, enfermedades cardiacas, accidentes cerebro-vasculares o enfermedad de Parkinson, a veces se deprimen. Se angustian al pensar en la forma en que esta enfermedad cambiará sus vidas. Pueden sentirse cansados y no ser capaces de enfrentar las cosas que les produce tristeza. El tratamiento para la depresión les ayuda a manejar los síntomas de la enfermedad, mejorando así su calidad de vida. La genética, también puede jugar un papel en esto. Estudios muestran que la depresión puede transmitirse en las familias. Los hijos de padres deprimidos pueden estar bajo mayor riesgo.

¿Cómo se Presenta? ¿Cómo sabe usted cuándo necesita ayuda?

Después de todo, al envejecer, usted puede tener que enfrentar problemas que podrían ?deprimir? a cualquiera. Quizás está enfrentando la muerte de un ser querido o de un amigo. Quizás está pasando por una época difícil mientras se acostumbra a estar retirado o jubilado. Posiblemente tiene una enfermedad crónica. Pero, después de un período de duelo o de preocupación, la mayoría de las personas mayores vuelven a sus rutinas diarias. Sin embargo, si usted está padeciendo de depresión clínica y no consigue ayuda, no podrá sentirse bien durante semanas, meses o incluso años. Esta es una lista de los síntomas más comunes de la depresión. Si estos duran más de 2 semanas, vea a un médico. Una sensación de ?vacío?, tristeza continua y ansiedad Cansancio, falta de energía Pérdida de interés o de placer en las actividades cotidianas, incluso el sexo Problemas con el sueño, incluyendo problemas para dormirse, despertarse muy temprano y también dormir demasiado Comer más o menos de lo usual Llorar mucho o con mucha frecuencia Molestias y dolores que no desaparecen cuando son tratados Dificultad para concentrarse, recordar, o tomar decisiones Sentirse culpable, incapaz, desesperado, o que no vale nada. Irritabilidad Pensar en la muerte o el suicidio; un intento de suicidio Si usted es miembro de la familia, amigo o presta asistencia medica a una persona mayor, ponga atención a alguna señal. Algunas veces la depresión puede esconderse detrás de una cara sonriente. Una persona deprimida que vive sola, puede sentirse bien momentáneamente, cuando alguien se detiene para saludarla o durante una visita al médico. Los síntomas pueden parecer que desaparecieran, pero, cuando alguien está muy deprimido, estos reaparecen enseguida.

No ignore las señales de advertencia. Si una depresión profunda no es tratada, puede llevar al suicidio. Escuche cuidadosamente si alguien de cualquier edad se queja de estar deprimido o dice que a nadie le importa. Esa persona puede realmente estar pidiendo ayuda.

¿Cómo se Consigue Ayuda? El primer paso es aceptar que usted o el miembro de su familia necesitan ayuda. Quizás usted sea una de esas personas que se siente incómoda con el tema de las enfermedades mentales o podría sentir que pedir ayuda es una señal de debilidad. Usted podría ser como muchas otras personas mayores, sus parientes o amigos, que creen que una persona deprimida puede rápidamente ?salir a flote? o que algunas personas son demasiado viejas para ser ayudadas. Están equivocados. Un profesional de la salud puede ayudarlo. Una vez usted decida buscar ayuda médica, empiece con su médico de familia. El médico debe examinarlo para ver si su depresión es causada por un problema de salud o por una medicina que está tomando. Después de un examen completo, su médico puede sugerirle que hable con un trabajador de salud mental, como un trabajador social, un consejero de salud mental, un psicólogo o un psiquiatra. La naturaleza especial de la depresión en las personas mayores ha generado el surgimiento de una especialidad médica diferente ? la psiquiatría geriátrica. No deje de conseguir la ayuda por miedo a lo que pudiere costar el tratamiento. A menudo, sólo es necesario un corto período de psicoterapia (terapia hablada), que es frecuentemente cubierta por el seguro. Además, algunos centros comunitarios de salud mental ofrecen tratamientos basados en la capacidad de pago de la persona. Tenga en cuenta que algunos médicos de familia puedan que no entiendan sobre el envejecimiento y la depresión. Es posible que no les interesen estos problemas o tal vez no sepan qué hacer. Si su médico no puede o no quiere tomar en serio sus preocupaciones sobre la depresión, quizás usted deba hablar con otro profesional de la salud que pueda ayudarle.

¿Es usted pariente o amigo de una persona mayor deprimida que no quiere ir donde un médico para tratamiento? Explíquele la manera como el tratamiento puede hacer que la persona se sienta mejor. En algunos casos, cuando una persona deprimida no puede o no quiere ir al consultorio del médico, el médico o el especialista de salud mental puede empezar haciéndole una llamada telefónica. El teléfono no puede reemplazar el contacto personal necesario para un examen médico completo, pero si puede romper el hielo. Algunas veces el médico puede hacer una visita en la casa.

Tratamiento para la Depresión: Su médico o el especialista de salud mental pueden tratar su depresión con éxito. Diferentes tipos de terapia parecen dar diferentes resultados según el tipo de persona. Por ejemplo, los grupos de apoyo pueden proporcionarle nuevas habilidades de tolerancia al cambio o de apoyo social si usted está enfrentando un gran cambio en su vida. El médico podría sugerirle que utilice un centro local para personas mayores, un servicio voluntario o un programa de nutrición. Varios tipos de terapias de ?hablar? son útiles también. Uno de los métodos podría ayudarle a mirar la vida desde una perspectiva más positiva. Pensar siempre sobre las cosas tristes de su vida o sobre lo que usted ha perdido puede haberle llevado a la depresión. Otro puede ayudarle a mejorar sus relaciones con los demás para darle más esperanza acerca de su futuro. No se olvide de permitirles a su familia y a sus amigos que le ayuden.

Mejorar toma tiempo, pero con el apoyo de otros y con tratamiento usted mejorará un poco cada día. Las medicinas antidepresivas también pueden ayudar. Estos medicamentos pueden mejorar su ánimo, su sueño, su apetito y su concentración. Existen varios tipos de antidepresivos. Con algunos de éstos pueden pasar 12 semanas antes de que usted note un progreso real. Es posible que su médico quiera que usted continúe tomando las medicinas durante 6 meses o más, después de que sus síntomas hayan desaparecido. Algunos antidepresivos pueden causar efectos secundarios no deseados, aunque las medicinas más nuevas tienen menos efectos secundarios. Cualquier antidepresivo debe usarse con gran cuidado para evitar este problema.

Recuerde: El médico necesita saber tanto de todas las medicinas recetadas como de las que no requieren receta y vitaminas o suplementos de hierbas que usted esta tomando. El médico también debe saber sobre cualquier otro problema físico que usted tenga. Asegúrese de tomar los antidepresivos en la dosis apropiada y en el horario correcto. La terapia de electrochoques (conocida en inglés por la sigla ECT) también puede ayudar. Esta es más frecuentemente recomendada cuando las medicinas no se toleran o cuando se necesita un efecto rápido. La ECT, que produce rápidamente mejoría en la mayoría de las personas, es dada como un tratamiento en serie durante unas pocas semanas. Tal como en otras terapias antidepresivas, el tratamiento posterior con medicamentos u ocasionales ECT (llamado mantenimiento), frecuentemente se necesita para ayudar a prevenir la reaparición de la depresión.

Ayuda de la Familia y los Amigos Si usted es miembro de la familia o amigo de alguien que parece deprimido, intente llevarlo a un profesional de la salud para diagnóstico y tratamiento. Luego, ayude a su pariente o amigo a que siga el plan del tratamiento. Si es necesario, pida las citas para la persona o acompáñela al médico, al especialista de salud mental, o al grupo de apoyo. Sea paciente y comprensivo. Haga que su pariente o amigo salga con usted, o que regrese a una actividad que él o ella disfrutaba en el pasado. Anímelo a que esté activo y que se mantenga ocupado, pero que no se comprometa con demasiadas cosas a la vez.

Prevención de la Depresión ¿Qué puede hacerse para disminuir el riesgo de la depresión? ¿Cómo pueden las personas soportar las dificultades?

Aquí hay unos pocos pasos prácticos que usted puede tomar. Trate de prepararse para los grandes cambios en la vida, como jubilarse o mudarse de la casa en la que vivió muchos años. Una manera de hacerlo es mantener y conservar las amistades a través de los años. Trate de encontrar a alguien con quien usted sienta que puede hablar. Los amigos pueden aliviar la soledad si usted pierde a su cónyuge. También puede cultivar una afición. Las aficiones ayudan a mantener la mente y el cuerpo activos. Mantenga el contacto con la familia. Permítales que le ayuden cuando esté desanimado o muy triste. Si usted tiene demasiadas cosas que hacer, trate de dividirlas en pequeñas tareas que son más fáciles de terminar. Sentirse bien físicamente y comer una dieta bien balanceada puede ayudar a evitar enfermedades que pueden provocar incapacidad o depresión. Siga las instrucciones del médico sobre la forma de tomar las medicinas para disminuir el riesgo de desarrollar la depresión como efecto secundario de una droga.

Recursos Muchos grupos ofrecen más información sobre la depresión y las personas mayores.

La siguiente lista puede ayudarle a empezar:

National Institute of Mental Health (NIMH) (Instituto Nacional de Salud Mental) Sección para Recursos de Información y Preguntas 6001 Executive Blvd., Room 8184 Bethesda, MD 20892-9663 301-443-4513 1-800-421-4211 (para publicaciones) www.nimh.nih.gov

National Depressive and Manic Depressive Association (National DMDA) (Asociación Nacional sobre la Depresión y la Depresión Maniaca) 730 N. Franklin Street, Suite 501 Chicago, IL 60610-7204 1-800-826-3632 www.ndmda.org

National Alliance for the Mentally Ill (NAMI) (Alianza Nacional para los Enfermos Mentales) Colonial Place Three 2107 Wilson Blvd., Suite 300 Arlington, VA 22201 1-800-950-NAMI (6264) www.nami.org

National Mental Health Association (NMHA) (Asociación Nacional de Salud Mental) Centro de información 1021 Prince Street Alexandria, VA 22314-2971 1-800-969-NMHA (6642) 1-800-433-5959 (TTY) www.nmha.org

American Association for Geriatric Psychiatry (AAGP) (Asociación Estadounidense de Psiquiatría Geriátrica) 7910 Woodmont Avenue Bethesda, MD 20814-3004 301-654-7850 www.aagpgpa.org

American Psychological Association (APA) (Asociación Psicológica Estadounidense) Asuntos Públicos 750 First Street, NE Washington, DC 20002-4242 1-800-374-2721 1-202-336-6123 (TDD/TTY) www.apa.org

Para información sobre la depresión en enfermos de Alzheimer y en personas que cuidan a un enfermo, comuníquese con: Alzheimer?s Disease Education and Referral (ADEAR) Center (Centro de Educación y Referencia de la Enfermedad de Alzheimer) PO Box 8250 Silver Spring, MD 20907-8250 1-800-438-4380 www.alzheimers.org

El Instituto Nacional Sobre el Envejecimiento (NIA) distribuye materiales sobre una gama amplia de temas relacionados con la salud y el envejecimiento. Para una lista de publicaciones gratuitas, escriba a: NIA Information Center (Centro de información del NIA) PO Box 8057 Gaithersburg, MD 20898-8057 1-800-222-2225 1-800-222-4225 (TTY) www.nia.nih.gov

Instituto Nacional Sobre el Envejecimiento Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos Institutos Nacionales de Salud Julio 2002