Respaldo de material de tanatología

Duelo por suicidio

MUERTE POR SUICIDIO

Un caso de Duelo Complicado
 
 
 
“El que se mata por sus propios deseos comete suicidio”.

Abate Francois Desfontaines, 1735 (creador del término)

“La persona que se suicida deposita todos sus secretos en el corazón del sobreviviente, le sentencia a afrontar muchos sentimientos negativos y, es más, a obsesionarse con pensamientos relacionados con su papel, real o posible, a la hora de haber precipitado el acto suicida o de haber fracasado en evitarlo. Puede ser una carga muy pesada”.

(Caín, 1972, página X, citado por Worden, J.W., 1997)

En la muerte por suicidio es preciso separar la forma de la muerte del muerto mismo; hay que rescatarlos de ésta, rescatar su vida de la forma de morir. Es necesario realizar este desdoblamiento para que se de el proceso de sanación.

Lo que realmente importa no es la forma de morir, sino el hecho de que YA NO ESTÁN. El trabajo de recuperación debe hacerse por su ausencia, no por su forma de morir.

J. Montoya Carrasquilla (2004)

ANTECEDENTES

A lo largo de la historia, las culturas que han poblado el planeta han considerado el suicidio de distinta manera. Aunque algunas de ellas son muy parecidas, las mismas culturas han incluso modificado su propio acercamiento al mismo con el paso de los años, retomando o abandonando posturas anteriores.

El impacto de tales consideraciones aún persiste de forma más o menos importante hoy día. Algunos de sus antecedentes son:

La Antigüedad

Los Galios consideraron razonable el suicidio por vejez, por muerte de los esposos, por muerte del jefe o por enfermedad grave o dolorosa. De igual forma, para Celtas Hispanos, Vikingos y Nórdicos, la vejez y la enfermedad eran causas razonables. En los pueblos germánicos (Visigodos), el suicidio buscaba evitar la muerte vergonzosa (“kerlingedale”), lo cual era loable y bien visto. En la China (1.800 ac) se llevaba a cabo por lealtad, en Japón se trataba de un acto ceremonial, por expiación o por derrota, y en la India por motivos litúrgicos o religiosos, así como por muerte de los esposos (éste último considerado hoy día un delito criminal).

Las Tribus Africanas consideraban maligno y terrible el contacto físico con el cuerpo del suicida, incluso se quemaba la casa y el árbol donde se hubiese ahorcado éste; el suicidio reflejaba la ira de los antepasados y se consideraba asociado a brujería; por otra parte, el cuerpo se enterraba sin los ritos habituales.

En los Antiguos Cristianos el suicidio era muy raro pues atentaba contra el V mandamiento. En La Biblia aparecen 8 referencias a suicidios: 3 de guerreros para no entregarse al enemigo, 2 en defensa de la patria, 1 al ser herido por una mujer, y 2 por decepción (Ajitófel y Judas). Existe también la referencia a dos suicidios colectivos, uno de 40 personas en un subterráneo de Jerusalén y el suicido de la fortaleza sitiada de Massada.

En Grecia y Roma las referencias a los suicidios son innumerables y por diversos motivos: por conducta heroica y patriótica, por vínculos societarios y solidarios, por fanatismo, por locura, por decreto (Sócrates), suicidio asistido por el senado. Durante la antigüedad clásica el suicidio del enfermo de “enfermedad incurable por necesidad” fuese una alternativa razonable; en Roma sólo se penaba el suicidio irracional. Prevalecía la idea de que quién no era capaz de cuidar de sí mismo, tampoco cuidaría de los demás, por lo que se despreciaba el suicidio sin causa aparente. Se consideraba que el enfermo “terminal” que se suicidaba tenía motivos suficientes. Se aceptaba pues el suicidio provocado por “la impaciencia del dolor o la enfermedad”, ya que según decían se debía al “cansancio de la vida (…), la locura o el miedo al deshonor”. La idea de “bien morir” (Eu thanatos) era un Summun bonum: “(…) porque es mejor morir de una vez que tener que padecer desdichas un día tras el otro” (Esquilo, Prometeo encadenado). Es más, “no es de buen médico entonar conjuros a una herida que reclama amputación (Sófocles, Áyax).

Las filosofías de los estoicos, pitagóricos, platónicos, aristotélicos y epicúreos tuvieron una gran influencia sobre el concepto romano del suicidio como liberación de un sufrimiento insoportable. Para los romanos y los griegos, morir decentemente, racionalmente y al mismo tiempo con dignidad, era muy importante. En cierto modo, la forma de morir era la medida del valor final de la vida, en especial para aquellas vidas consumidas por la enfermedad, el sufrimiento y el deshonor: “¿Seguimos o no aceptando el principio de que lo importante no es vivir sino vivir bien? (…) ¿Y que vivir bien, vivir honradamente y de acuerdo con la justicia, constituyen la misma cosa? (Platón: Critón)”. Aristóteles lo consideraba una injusticia sino era autorizado por el Estado: “Entonces eran rehusados los honores de la sepultura normal y la mano derecha era cortada y apartada del cuerpo”.

En los primeros tiempos republicanos, Tarquino el Soberbio ordenó poner en cruz los cadáveres de los suicidas y abandonarlos como presas de los pájaros y animales salvajes para combatir una epidemia de suicidios. No dar sepultura a los suicidas era habitual. Para Séneca, “el suicidio era un acto enérgico, por el que tomamos posesión de nosotros mismos y nos libramos de inevitables servidumbres”. Celebró el suicidio de Catón como “el triunfo de la voluntad humana sobre las cosas”.

El Neoplatonismo, la filosofía de la felicidad más influyente en la antigüedad clásica, consideraba que el hombre no debía abandonar voluntariamente el lugar asignado por Dios. El suicidio, por lo tanto, afectaba al alma negativamente después de la muerte. San Agustín (354 430 d.c.) describió el suicidio como “detestable y abominable perversidad”. Agustín afirmaba que dios otorgaba la vida y los sufrimientos, y que por lo tanto se tenían que soportar. De igual forma, el Islamismo lo condena de tal forma que lo considera un hecho más grave que el homicidio.

Edad Media

Durante esta época el suicidio es penado rígidamente por las leyes religiosas. El Concilio de Arlés (452) declaró que el suicidio era un crimen. El Concilio de Braga (563) lo sancionó penalmente al dictaminar que el suicida no fuera honrado con ninguna conmemoración en la liturgia, excluido del camposanto. Lo mismo sucedió en el Concilio de Auxerre (578). El cuerpo de los suicidas era trasladado con escarnio, enterrado en la encrucijada de los caminos, su memoria difamada y sus bienes confiscados.

Renacimiento

Es variable, aumenta y disminuye según el período, siendo muy notable durante el romanticismo (llamado “mal del siglo”). Persisten las sanciones religiosas.

Hoy día

Varios hechos se esgrimen hoy día como elementos importantes que favorecen la actitud suicida: una salud psicológica quebrantada, la superioridad de lo material sobre lo espiritual, la ambición desmesurada del hombre por el poder, la frialdad del cientificismo tecnológico, el estrés de la vida, la vejez desprotegida e institucionalizada, la disolución familiar, la pérdida de vínculos, la falta de valores morales, la masificación, la soledad del hombre, la pérdida de roles y valores.

Por otra parte y de enorme trascendencia en las culturas cristianas, el Catecismo de la Iglesia Católica, edición 1992, señala que “La iglesia ora por las personas que han intentado contra su vida”, asumiendo así una actitud más pastoral que antaño y teniendo en cuenta la actitud mental y psicológica del suicida y las consecuencias sobre la familia.

FACTORES DESENCADENANTES

Varios factores se consideran implicados en el suicidio:

1. Sociales

El estilo de vida moderno, cultura “light”, consumismo exagerado, falta de autoridad, manipulación, fácil, falta de valores y referencias, desarraigos graves, disolución familiar, tecnicismo avasallador, ausencia de significatividad religiosa, sexualidad deshumanizada, alto grado de agresividad. Algunos autores hablan del suicidio anómico (el que tiene lugar después de una ruptura social importante), el altruista (para salvar el honor familiar o personal o para que otros no se hagan cargo de su persona) y el egoísta (los que nunca estuvieron integrados en la sociedad y que no pertenecen a ella).

2. Factores psicológicos

Personalidad impulsiva y con baja tolerancia al fracaso, dependientes y con expectativas excesivamente ambiciosas o irreales.

3. Factores patológicos

Trastornos del ánimo (depresión, enfermedad bipolar, distimia), trastornos psicóticos, obsesivo-compulsivos, trastorno limítrofe.

4. Factores biológicos

Trastorno neuroquímico.

5. Factores clínicos

Enfermedad terminal, cirugía reciente sin éxito, dolor no controlado, tumores (especialmente craneales), deformaciones (especialmente faciales), amputaciones graves e invalidantes.

6. Factores demográficos

(a) Edad: Aumenta con la edad: mayor riesgo en los mayores de 65 años; 70% de los intentos en menores de 40 años.

(b) Sexo: Más frecuente en mujeres pero más efectivo en hombres.

(c) Estado civil: Variable, puede ser más frecuente en solteros, viudos o separados.

(d) Ocupación: Variable, en desempleados y trabajos de mucha responsabilidad y estrés.

(e) Razas: Más frecuente en raza blanca, presencia de fenómenos de contaminación cultural; para 1996 UNICEF-, el mayor índice de suicidio fue en países como Finlandia, Lituania, Nueva Zelanda, Federación Rusa y Eslovenia.

(f) Grupos sociales: Variable según el país; los países más desarrollados tienen los índices más altos de suicido: Suecia, Japón, Suiza, USA.

(g) Religión: Una vida espiritual sana y consecuente parece ser un factor protector.

(h) Zona geográfica: Variable según el país.

(i) Período del año: Variable, parecen existir ciclos, más frecuentes en primavera y otoño y los días lunes.

7. Antecedentes familiares

Mayor riesgo cuando hay antecedentes por posible contaminación psicológica y/o historia de enfermedad psiquiátrica (enfermedad bipolar). Se destacan mala comunicación, alcoholismo, lazos familiares rotos.

8. Factores etiológicos agudos

Depresión grave, desesperación, pérdida significativa (muerte, separación, pérdida económica, etc.), interrupción de medicación, intoxicación por alcohol o drogas.

9. Triángulo letal de Schneiderman

Síntomas característicos que acompañan a la persona cuando está a punto de cometer suicidio:

a) Baja auto-estima.

b) Agitación extrema en la cual la persona se encuentra muy pensionada y no discierne claramente; las decisiones intelectuales se transforman en decisiones impulsivas de orden afectivo: ¨El dolor de ellos es más superable que el que yo tengo ahora¨.

c) “Visión en túnel” (“no se ve otra cosa que la muerte como salida”) o limitación en las posibilidades intelectuales que determinan que el sujeto no puede discernir serenamente más allá de la situación inmediata.

LOS ESTADOS DEL PROCESO SUICIDA

Primer Estado

Fase sintomática disfórica (malestar), surge la primera idea de suicidio, si bien la reacción inicial es de oposición.

Segundo Estado

La idea va tomando cuerpo. No ve otra salida. El 40% lo comunica al médico, psicólogo o sacerdote y el 80% a familiares y conocidos.

Tercer Estado

Tranquilidad y calma antes de la tormenta. Ya está decidido el cómo, el cuándo y el dónde.

FACTORES ETIOLÓGICOS POR EDADES

1. Niños

Problemas severos de incomunicación, huida de la agresión física o sexual, fracaso o humillación en el colegio, antecedentes de suicidio en la familia o en un amigo, muerte reciente de un familiar, padres separados con relaciones conflictivas (70% mayor de incidencia), traslados de domicilio, pérdidas de amigos, incapacidad de adaptación a nuevos estilos de vida, experiencias tempranas traumáticas.

2. Adolescentes

Padres divorciados, alcohólicos o depresivos, embarazos no deseados, pérdida de autoestima (por discusión familiar, humillación, fracaso escolar, homosexualidad, inadaptación y rechazos sociales, etc.), abuso de alcohol o drogas, trastorno de la conducta, fracaso del noviazgo, contacto con familiares o sobrevivientes de suicidio (alto grado de contaminación), traslados de domicilio, pérdidas de amigos, incapacidad de adaptación a nuevos estilos de vida, carencia de estructura o límites familiares, amputación del futuro (“ya nada me ilusiona”), deseo fantasiosos de castigar o manipular a los seres queridos.

3. Estudiantes universitarios

Presión para el éxito, fracaso académico.

4. Adultos

Depresión o trastorno de la personalidad, desempleo o inestabilidad laboral, duelo (reunificación mágica, urgencia de sustraerse al dolor), infidelidad y problemas sexuales, divorcio, violencia familiar, abortos, prisión.

5. Ancianos

Depresión, soledad, aislamiento social, problemas económicos, pérdida de autonomía e independencia, problemas de salud, nido vacío, insomnio, maltrato.

EL SUICIDIO Y LOS NIÑOS

Como factor de riesgo conocido, es difícil decidir el momento adecuado para hablarle a un niño sobre el suicidio. El mejor momento para hacerlo parece ser el de la muerte misma, antes de que los conflictos e inquietudes hayan adoptado la forma de síntomas o problemas de comportamiento y antes de que otros niños lo comenten. Los niños comprenden mejor el asesinato que el suicidio, porque conocen y están familiarizados con sus sentimientos agresivos. Si el padre superviviente opta por mantener el secreto o deformar la realidad de los hechos (comunicación distorsionada), el niño se dará cuenta de que hay algo que se le oculta o es incongruente con la realidad que aprecia, lo cual levantará una barrera en la comunicación entre padre e hijo, precisamente en un momento en que el niño necesita expresar sus ambivalentes y conflictivas emociones.

Cuatro aspectos de carácter general, y relacionados con el suicidio, permiten estudiar las consideraciones comunes y generales de las reacciones de los niños al suicidio paterno:

(1) Cada suicidio posee características únicas;

(2) Las circunstancias familiares en el marco del suicidio son únicas;

(3) La estructura de la personalidad del niño y su nivel de desarrollo en el momento del suicidio hacen que la reacción sea absolutamente individualizada en cada caso;

(4) En muchos casos, antes del suicidio, ya existían problemas de desarrollo en los niños.

Además de ello, los niños están frecuentemente involucrados en algunos aspectos del acto mismo del suicidio. El sentimiento dominante originado por el suicidio de uno de sus padres es el de culpabilidad; su origen es diverso:

a. Dado que la forma de pensar de los niños es eminentemente concreta y caracterizada por un concepto deformado de causalidad, egocentrismo y pensamiento mágico al interpretar las realidades psíquicas, muchos niños creen que determinados incidentes inmediatamente anteriores al suicidio -sobre todo quejas de sus padres por su mala conducta- son la causa directa de aquel.

b. En muchos casos el padre deprimido ha hecho sentirse culpables y parcialmente responsables de su desesperación a los miembros de la familia, por lo que éstos se sienten aún más culpables al producirse el suicidio.

c. Dadas las características de los trastornos que habitualmente se asocian a conductas autolíticas, se advierte reiteradamente al niño de que tenga cuidado de no indisponer o preocupar a uno de ellos, con lo cual se deposita la responsabilidad de su bienestar psicológico sobre el crío.

El sentimiento de culpabilidad del niño se suele concentrar también en el propio acto de suicidio y es matizado por cuestionamientos del tipo “¿Cómo pudo, cómo debió evitarlo”? Este sentimiento de culpa es intenso y agobiante, y sus efectos son claramente visibles en el niño: declaraciones insistentes y directas de culpabilidad y auto-reproche, depresión, comportamiento provocativo, auto-castigo, conducta obsesiva, pensamientos cargados de culpabilidad y esfuerzos desesperados para defenderse demostrando que es absolutamente bueno, que no hace daño a nadie y que no es malo ni peligroso.

Las implicaciones del suicidio paterno, y sus graves consecuencias a largo plazo sobre la estructura psíquica del niño, exigen una cuidadosa y continuada vigilancia a todo lo largo del duelo desde una perspectiva multidimensional y multidisciplinaria

EL SUICIDIO O EL DESEO DE MORIR EN EL ENFERMO TERMINAL

La desesperanza es la variable clave que une la depresión al suicidio, y es significativamente mejor predictor de suicidio consumado que la depresión sola. La soledad, el abandono, la pérdida de control interno y externo, así como la sensación de desamparo o impotencia ante la enfermedad -habituales compañeros del paciente con enfermedad terminal- son factores muy destacables asociados a una mayor vulnerabilidad al suicidio. Por otra parte, el dolor es la primera causa de morbilidad en el enfermo moribundo; la gran mayoría de los suicidios en el marco oncológico se presentan en pacientes con dolor grave mal controlado y pobremente tolerado.

Los trastornos confusionales son también una causa importante de suicidio, especialmente en pacientes hospitalizados; su presencia  asociada a una pérdida en la capacidad de control de impulsos  puede conducir a un “acting out” (impulso) de pensamientos autolíticos en un paciente, por lo demás, deprimido, gravemente enfermo y confuso. La fatiga psicoemocional y el agotamiento físico, financiero, espiritual, familiar, comunitario y de los recursos de salud son otros de los elementos trascendentes en la motivación del suicidio en el enfermo terminal o moribundo. Para algunas personas, particularmente desde una perspectiva filosófica, el suicidio en los enfermos que afrontan una enfermedad fatal es visto como “razonable” y provisto de un significado positivo: retomar el control de la propia vida y mantener la seguridad de una “muerte digna”. Las posturas habitualmente defendidas comportan elementos más emocionales que científicos.

En cualquier caso, no es raro que el enfermo moribundo pida algo que acabe con sus sufrimientos; a menudo reconsideran la idea cuando el médico comprende la legitimidad de su opción y la necesidad de mantener un sentido de control sobre aspectos de su muerte. El objetivo no es prevenir el suicidio a toda costa, sino prevenir aquel que se debe a la desesperación, a la soledad y aislamiento, y a un inapropiado control de los síntomas.

MITOS ERRÓNEOS ACERCA DEL SUICIDIO

1. La persona que amenaza con suicidarse en realidad no lo va a hacer y quien desea seriamente hacerlo no avisa.

2. La familia siempre es contenedora.

3. La persona histérica no se suicida.

4. El suicidio es un problema solo de viejos.

5. Hablar de suicidio con la persona que ha pensado o intentado hacerlo induce al acto.

6. Solo los locos o raros se suicidan.

7. Cuando alguien planea suicidarse, nada ni nadie puede detenerlo.

8. La pobreza es el mayor desencadenante del suicidio.

9. La gente que intenta suicidarse realmente quiere morirse, antes o después.

10. Solo se suicidan los cobardes.

11. Todos escriben cartas antes de suicidarse (solo uno de cada 6 suicidas deja una carta a los seres queridos).

RELACIÓN DE ACOMPAÑAMIENTO CON LOS SOBREVIVIENTES

El suicidio de un ser querido es una tragedia devastadora que deja despedazada la vida de los sobrevivientes y produce un duelo muy traumatizante. Algunos elementos propios del suicidio, incluyen:

1. Sentimiento de traición y abandono

“¿Qué le hice para que me hiciera tanto daño?”, “¿Cómo pudo hacerme esto?”, “¿Acaso no pensó en mi, en los niños, en su mamá?”, “¿Porqué no pudimos llenar su vida?”, “¿Porqué lo hizo?”, “¿Estaba enojado conmigo?”. El suicidio despierta un angustiante y molesto sentido de traición por tantos años de paciencia y cariño que se brindó.

2. Sentimiento de culpa

La muerte por suicidio no implica solo su ausencia sino que, además, la muerte se vivencia como una acusación por lo que se hizo o no se hizo, se dijo o no se dijo. Es común a toda pérdida pero más acusada en suicidio.

3. Fracaso de rol

Muy unido al sentimiento de culpa, el suicidio produce un angustiante sentimiento de fracaso de rol, muy notable entre las madres.

4. Preguntas sin respuesta

Hay mucha confusión y no hay respuestas. Existe una urgente necesidad de encontrar una justificación racional al mismo, una causa medianamente aceptable.

5. Muerte sin adiós

Queda la sensación angustiante de haber sido abandonados de forma unilateral e injusta.

6. Rabia

El suicidio produce un intenso sentimiento de rechazo hacia aquel ser querido que terminó con su vida (amor-odio contra el objeto amado), resentimiento por haberse dado por vencido, contra nosotros por no habernos dado cuenta, hacia Dios por no haber evitado la tragedia. La rabia, como sentimiento, es un intento de sacar el dolor de sí mismos.

7. El estigma

Aun cuando las condenas históricas han desaparecido en gran parte, el suicidio estigmatiza gravemente a la familia: “Ahí va la madre el suicida”, “Qué sería lo que le hicieron”, etc. La condena es tanto hacia la familia como hacia el mismo suicida. Los supervivientes suelen experimentar menos apoyo social que sus contrapartes y sienten más necesidad de comprensión que en otras muertes. La vergüenza asociada al estigma es uno de los sentimientos más difíciles de sobrellevar.

8. Miedo

Es muy frecuente, tanto por lo anterior como por el reconocimiento de los propios sentimientos autodestructivos, incluso pueden arrastrar con ellos una sensación de destino o predestinación. Además, existe el constante miedo sobre el futuro “más allá de la muerte” de su ser querido (condenación, infierno, etc.).

9. Pensamiento distorsionado

Se presenta por la necesidad de ver la conducta de la víctima, no como un suicidio sino como una muerte accidental, creándose un patrón de comunicación distorsionada en las familias. La familia crea así un mito respecto a lo que realmente le ocurrió a la víctima, y si alguien cuestiona la muerte llamándola por su nombre real, produce un gran enojo y rechazo de los demás, aquellos que necesitan verla como una muerte accidental o natural. Así, es frecuente que los miembros de familia oculten la causa de la muerte y sepan quién sabe y quién no la verdad.

ELEMENTOS DEL ASESORAMIENTO PARA SUPERVIVIENTES DE SUICIDIOS

1. Educación en duelo y en suicidio (libros, artículos, películas).

2. Intervenciones precoces antes de que se establezcan patrones disfuncionales como los pensamientos distorsionados.

3. Intervención sintomática

A. Confrontar con la realidad la culpabilidad hacia uno mismo y hacia los otros (diferenciar entre culpa racional e irracional);

B. Ayudar a corregir las negaciones y distorsiones (afrontar la realidad del suicidio, utilizar las palabras difíciles como “se suicidó”, “se ahorcó”, etc., corregir distorsiones);

C. Trabajar el enfado y la rabia (extraerlo de sí mismo y dirigirlo constructivamente hacia afuera);

D. Confrontar la sensación de traición y abandono con la realidad;

E. Explorar fantasías de futuro (efecto de la muerte sobre su futuro);

F. Manejo grupal del estigma y la vergüenza.

4. Intervención relacional

A. Explorar las funciones de rol y la vivencia de fracaso del mismo.

B. Confrontar la necesidad de encontrar una justificación racional al mismo (una causa medianamente aceptable).

5. Establecer un ritual de despedida.

6. Terapia individual y terapia grupal.

7. Encuentros mixtos de personas que intentaron suicidarse y supervivientes de suicidios.

BIBLIOGRAFÍA

1. Bautista, M y Correa, M: Relación de ayuda ante el Suicidio. Editorial San Pablo. Buenos Aires, 1996

2. Doka, K.J. (Editor): Living with grief alter sudden loss. Hospice Foundation of America, 1996

3. Montoya Carrasquilla, J.: Guía para el Duelo. Editorial Piloto, Funeraria San Vicente. Medellín. 2000-2003.

4. Montoya Carrasquilla, J.: El Arte del Bien Morir: http://www.artemorir.homestead.com/index.html

5. Montoya Carrasquilla, J.: El enfermo con cáncer avanzado: el suicidio o el deseo de morir. Anales de Psiquiatría, 8 (5): 188-191; 1992

6. Montoya Carrasquilla, J.: El duelo del anciano. Geriátrika, 8 (4): 180-184; 1992

7. Montoya Carrasquilla, J.: Cáncer avanzado. Control de síntomas. Editado por el Departamento de Publicaciones de Laboratorios Delagrange. Madrid. 1992

8. Worden, J.W.: El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia. Editorial Pailón. Barcelona, 1997

CRITERIOS REVISADOS DE DUELO COMPLICADO (CRDC)

Criterio A (estrés por la separación afectiva que conlleva la muerte).

Presentar, cada día o en grado acusado, 3 de los 4 síntomas siguientes: 1. Pensamientos intrusos -que entran en la mente sin control- acerca del fallecido. 2.  Añoranza -recordar su ausencia con enorme y profunda tristeza- del fallecido. 3.  Búsqueda -aún sabiendo que está muerto- del fallecido. 4. Sentimientos de soledad como resultado del fallecimiento.

Criterio B (estrés por el trauma psíquico que supone la muerte).

Presentar, cada día o en grado acusado, y como consecuencia del fallecimiento, 4 de los 8 síntomas siguientes: 1. Falta de metas y/o tener la sensación de que todo es inútil respecto al futuro. 2. Sensación subjetiva de frialdad, indiferencia y/o ausencia de respuesta emocional. 3. Dificultad para aceptar la realidad de la muerte (p.ej., no terminar de creérselo). 4. Sentir que la vida está vacía y/o que no tiene sentido. 5. Sentir que se ha muerto una parte de si mismo. 6. Asumir síntomas y/o conductas perjudiciales del fallecido, o relacionadas con él. 7. Excesiva irritabilidad, amargura, y/o enfado en relación con el fallecimiento. 8. Tener alterada la manera de ver e interpretar el mundo (p.ej: haber perdido la sensación de seguridad, la sensación de control, la confianza en los demás).

Criterio C (cronología).

La duración del trastorno -los síntomas arriba indicados- es de al menos 6 meses.

Criterio D (deterioro).

El trastorno causa un importante deterioro de la vida social, laboral u otras actividades significativas de la persona en duelo.

Bibliografía

Landa V, García-García JA. El proceso de duelo. En: De la Revilla L, Montoso R, eds. Atención familiar en el enfermo crónico, inmovilizado y terminal. Granada: Fundación para el Estudio de la Atención a la Familia; 2000.

García-García JA, Landa V, Grandes G, Mauriz A, Andollo I. Cuidados Primarios de Duelo (CPD). El nivel primario de atención al doliente. Sestao: Grupo de Estudios de Duelo de Vizcaya; 2001. p 17-8.

Prigerson HG, Shear MK, Jacobs SC, Reynolds III CF, Maciejewski PK, Davidson JRT et al. Consensus criteria for traumatic grief. A preliminary empirical test. Br J Psychiatry 1999; 174: 67-73.

Prigerson HG, Jacobs SC. Traumatic Grief as a distinct disorder: a rationale, consensus criteria, and empirical test. In: Stroebe MS, Hansson RO, Stroebe W, Henk Schut. Handbook of Bereavement Research. Consequences, coping, and care. Washington DC: American Psychological Association; 2001. p 613-48. 

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