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William Shakespeare- La Tempestad

William Shakespeare – LA TEMPESTAD

DRAMATIS PERSONAE

ALONSO, rey de Nápoles
SEBASTIÁN, su hermano
PRÓSPERO, el legítimo Duque de Milán
ANTONIO, su hermano, usurpador del ducado de Milán
FERNANDO, hijo del rey de Nápoles
GONZALO, viejo y honrado consejero

ADRIÁN nobles
FRANCISCO

CALIBÁN, esclavo salvaje y deforme
TRÍNCULO, bufón
ESTEBAN, despensero borracho
El CAPITÁN del barco
El CONTRAMAESTRE
MARINEROS
MIRANDA, hija de Próspero
ARIEL, espíritu del aire

IRIS
CERES
JUNO espíritus Ninfas
Segadores

Escena: una isla deshabitada.

LA TEMPESTAD
I.i Se oye un fragor de tormenta, con rayos y truenos. Entran un CAPITÁN y un CONTRAMAESTRE.

CAPITÁN
¡Contramaestre!
CONTRAMAESTRE
¡Aquí, capitán! ¿Todo bien?
CAPITÁN
¡Amigo, llama a la marinería! ¡Date prisa o encalla¬mos! ¡Corre, corre!

Sale.
Entran los MARINEROS.

CONTRAMAESTRE
¡Ánimo, muchachos! ¡Vamos, valor, muchachos! ¡De¬prisa, deprisa! ¡Arriad la gavia! ¡Y atentos al silbato del capitán! – ¡Vientos, mientras haya mar abierta, re¬ventad soplando!

Entran ALONSO, SEBASTIÁN, ANTONIO, FERNANDO, GONZALO y otros.

ALONSO
Con cuidado, amigo. ¿Dónde está el capitán? – [A los MARINEROS] ¡Portaos como hombres!
CONTRAMAESTRE
Os lo ruego, quedaos abajo.
ANTONIO
Contramaestre, ¿y el capitán?
CONTRAMAESTRE
¿No le oís? Estáis estorbando. Volved al camarote. Ayudáis a la tormenta.
GONZALO
Cálmate, amigo.
CONTRAMAESTRE
Cuando se calme la mar. ¡Fuera! ¿Qué le importa el tí¬tulo de rey al fiero oleaje? ¡Al camarote, silencio! ¡No molestéis!
GONZALO
Amigo, recuerda a quién llevas a bordo.
CONTRAMAESTRE
A nadie a quien quiera más que a mí. Vos sois conse¬jero: si podéis acallar los elementos y devolvernos la bonanza, no moveremos más cabos. Imponed vuestra autoridad. Si no podéis, dad gracias por haber vivido tanto y, por si acaso, preparaos para cualquier desgra¬cia en vuestro camarote. – ¡Ánimo, muchachos! – ¡Quitaos de enmedio, vamos!

Sale.

GONZALO
Este tipo me da ánimos. Con ese aire patibulario, no creo que naciera para ahogarse. Buen Destino, persiste en ahorcarle, y que la soga que le espera sea nuestra amarra, pues la nuestra no nos sirve. Si no nació para la horca, estamos perdidos.

Salen.
Entra el CONTRAMAESTRE.

CONTRAMAESTRE
¡Calad el mastelero! ¡Rápido! ¡Más abajo, más abajo! ¡Capead con la mayor!

Gritos dentro.

¡Malditos lamentos! ¡Se oyen más que la tormenta o nuestro ruido!

Entran SEBASTIÁN, ANTONIO y GONZALO.

¿Otra vez? ¿Qué hacéis aquí? ¿Lo dejamos todo y nos ahogamos? ¿Queréis que nos hundamos?
SEBASTIÁN
¡Mala peste a tu lengua, perro gritón, blasfemo, desal¬mado!
CONTRAMAESTRE
Entonces trabajad vos.
ANTONIO
¡Que te cuelguen, perro cabrón, escandaloso, inso¬lente! Tenemos menos miedo que tú de ahogarnos.
GONZALO
Seguro que él no se ahoga, aunque el barco fuera una cáscara de nuez e hiciera aguas como una incontinente.
CONTRAMAESTRE
¡Ceñid el viento,, ceñid! ¡Ahora con las dos velas! ¡Mar adentro, mar adentro!

Entran los MARINEROS, mojados.

MARINEROS
¡Es el fin! ¡A rezar, a rezar! ¡Es el fin!

[Salen.]

CONTRAMAESTRE
¿Vamos a quedar secos?
GONZALO
¡El rey y el príncipe rezan! Vamos con ellos:
nuestra suerte es la suya.
SEBASTIÁN
Estoy indignado.
ANTONIO
Estos borrachos nos roban la vida.
¡Y este infame bocazas…! – ¡A la horca,
y que te aneguen diez mareas!.

[Sale el CONTRAMAESTRE.]

GONZALO
Irá a la horca, por más que lo desmienta cada gota de agua y se abra el mar para tragárselo.

Clamor confuso dentro.

[VOCES]
¡Misericordia! ¡Naufragamos, naufragamos! ¡Adiós, mujer, hijos! ¡Adiós, hermano! ¡Naufragamos, naufra¬gamos!
ANTONIO
Hundámonos con el rey.
SEBASTIÁN
Vamos a decirle adiós.

Sale [con ANTONIO].

GONZALO
Ahora daría yo mil acres de mar por un trozo de pá¬ramo, con brezos, matorrales, lo que sea. Hágase la vo¬luntad de Dios, pero yo preferiría morir en seco.

Sale.

I.ii Entran PRÓSPERO y MIRANDA.

MIRANDA
– Si con tu magia, amado padre, has levantado
este fiero oleaje, calma las aguas.
Parece que las nubes quieren arrojar
fétida brea, y que el mar, por extinguirla,
sube al cielo. ¡Ah, cómo he sufrido
con los que he visto sufrir! ¡Una hermosa nave,
que sin duda llevaba gente noble,
hecha pedazos! ¡Ah, sus clamores
me herían el corazón! Pobres almas, perecieron.
Si yo hubiera sido algún dios poderoso,
habría hundido el mar en la tierra
antes que permitir que se tragase
ese buen barco con su carga de almas.
PRÓSPERO
Serénate. Cese tu espanto.
Dile a tu apenado corazón
que no ha habido ningún mal.
MIRANDA
¡Ah, desgracia!
PRÓSPERO
No ha habido mal. Yo sólo he obrado
por tu bien, querida mía, por tu bien, hija,
que ignoras quién eres y nada sabes
de mi origen, ni que soy bastante más
que Próspero, morador de pobre cueva
y humilde padre tuyo.
MIRANDA
De saber más
nunca tuve pensamiento.
PRÓSPERO
Hora es de que te informe. Ayúdame
a quitarme el manto mágico. Bien. ?
Descansa ahí, magia. – Sécate los ojos; no sufras.
La terrible escena del naufragio,
que ha tocado tus fibras compasivas,
la dispuse midiendo mi arte de tal modo
que no hubiera peligro para nadie,
ni llegasen a perder ningún cabello
los hombres que en el barco oías gritar
y viste hundirse. Siéntate,
pues has de saber más.
MIRANDA
Cuando ibas a contarme quién soy yo,
te parabas y dejabas sin respuesta
mis preguntas, concluyendo: «Espera, aún no.»
PRÓSPERO
Llegó la hora. El instante
te manda abrir oídos. Obedece
y préstame atención. ¿Te acuerdas
de antes que viviéramos en esta cueva?
Creo que no, porque entonces no tenías
más de tres años.
MIRANDA
Sí me acuerdo, padre.
PRÓSPERO
¿De qué? ¿De alguna otra casa o persona?
Dime una imagen cualquiera
que guarde tu recuerdo.
MIRANDA
La veo muy lejana,
y más como un sueño que como un recuerdo
del que dé garantía mi memoria. ¿No tenía
yo a mi servicio cuatro o cinco damas?
PRÓSPERO
Sí, Miranda, y más. Pero, ¿cómo es que eso
aún vive en tu mente? ¿Qué más ves
en el oscuro fondo y abismo del tiempo?
Si te acuerdas de antes de llegar aquí,
recordarás cómo llegaste.
MIRANDA
No me acuerdo.
PRÓSPERO
Hace doce años, Miranda, hace doce años,
tu padre era el Duque de Milán,
y un poderoso príncipe.
MIRANDA
¿No eres mi padre?
PRÓSPERO
Tu madre fue un dechado de virtud
y decía que tú eras mi hija; tu padre
era Duque de Milán, y su única heredera,
princesa no menos noble.
MIRANDA
¡Santo cielo! ¿Qué perfidia
nos hizo salir de allá? ¿O fue
una suerte el venir?
PRÓSPERO.
Ambas cosas, hija.
Nos expulsó la perfidia, como dices,
pero a venir nos ayudó la suerte.
MIRANDA
¡Ah, se me parte el alma de pensar
que te hago recordar aquel dolor
que no guarda mi memoria! Mas sigue, padre.
PRÓSPERO
Mi hermano y tío tuyo, de nombre Antonio
(y oirás cómo un hermano puede ser
tan pérfido); él, al que después de ti
más quería yo en el mundo, y a quien confié
el gobierno de mi Estado, el principal
en aquel tiempo de entre las Señorías,
y Próspero, el gran duque, de elevado
renombre por su rango y sin igual
en las artes liberales… Siendo ellas mi anhelo,
delegué en mi hermano la gobernación
y, arrobado por las ciencias ocultas,
me volví un extraño a mi país.
Tu pérfido tío… ¿Me escuchas?
MIRANDA
Con toda mi atención.
PRÓSPERO
… impuesto ya en el uso de otorgar
o denegar solicitudes, ascender a éste,
frenar al otro en su ambición, volvió a crear
a las criaturas que eran mías, cambiando
o conformando su lealtad y, marcando el tono
de función y funcionario, afinó
a su gusto a todos, hasta ser
la hiedra que ocultó mi noble tronco
sorbiéndole la savia… ¡No me escuchas!
MIRANDA
¡Sí te escucho, padre!
PRÓSPERO
Préstame atención. Al descuidar
los asuntos del mundo, consagrado
al aislamiento y al cultivo de la mente
con un arte tan secreto que excedía
la apreciación de las gentes, desperté
en mi falso hermano un mal instinto,
y mi confianza, que no tenía límites,
cual buen padre inversamente generó
en él una falsía tan inmensa
como fue mi confianza. Llegó a enseñorearse
no sólo de mis rentas, sino también
de cuanto mi poder le permitía,
e igual que quien hace pecar a su memoria
contra la verdad al creerse sus mentiras
a fuerza de contarlas, creyó ser
el duque mismo por haberme reemplazado
y ostentar el rostro del dominio
con todo privilegio. Creciendo su ambición…
¿Me oyes bien?
MIRANDA
Padre, tu relato curaría la sordera.
PRÓSPERO
Para no tener obstáculo entre papel
y personaje, querrá ser el propio
Duque de Milán. Para mí, ¡pobre!,
mi biblioteca era un gran ducado. Me cree
incapaz para el gobierno, se alía
(tal era su sed de mando) con el rey de Nápoles
pagándole tributo, rindiéndole homenaje,
entregando la corona ducal a la del rey
y sometiendo el ducado, aún sin doblegar,
a la más innoble postración.
MIRANDA
¡Santo cielo!
PRÓSPERO
Escucha el pacto y sus consecuencias,
y dime si obró como un hermano.
MIRANDA
Pecaría si no pensara noblemente
de tu madre: la buena entraña
ha dado malos hijos.
PRÓSPERO
Escucha el pacto. El rey de Nápoles,
que siempre fue mi eterno enemigo,
atiende el ruego de mi hermano;
a saber: que, a cambio del convenio
de homenaje y no sé cuánto tributo,
arroje del ducado a mí y a los míos
sin demora, regalando la hermosa Milán
con todos los honores a mi hermano. Así,
con tropa desleal ya reclutada,
en la noche fatídica abrió Antonio
las puertas de Milán y, en la más negra tiniebla,
sus esbirros nos sacaron a los dos;
a ti, llorando.
MIRANDA
¡Ay, dolor! No recuerdo
cómo lloré entonces y voy a llorar ahora.
Lo que ocurrió me arranca el llanto.
PRÓSPERO
Atiende un poco más y llegaremos
a lo que ahora nos concierne, sin lo cual
esta historia no vendría al caso.
MIRANDA
¿Por qué no nos mataron?
PRÓSPERO
Buena pregunta, muchacha; mi relato
la provoca. Hija, no se atrevieron,
de tanto como el pueblo me quería y, en vez
de mancharse de sangre, les dieron
un bello color a sus viles designios.
En suma, nos llevaron a un velero a toda prisa
y en él varias leguas mar adentro. Allí
nos esperaba el casco podrido de un barcucho
sin jarcias, ni velas, ni mástil. Hasta las ratas
lo habían abandonado por instinto. En él
nos lanzaron a llorarle al mar rugiente,
a suspirarle al viento, cuya lástima
nos hacía un mal amoroso al suspirarnos.
MIRANDA
¡Ah, qué carga fui yo para ti!
PRÓSPERO
Tú fuiste el querubín que me salvó.
Inspirada de divina fortaleza,
sonreías mientras yo cubría el mar
de lágrimas salobres y gemía
bajo mi pena. Así me diste bríos
para afrontar lo que acaeciese.
MIRANDA
¿Cómo llegamos a tierra?
PRÓSPERO
Por divina voluntad. Llevábamos
algo de comida y un poco de agua dulce
que nos dio por caridad Gonzalo,
un noble de Nápoles encargado del proyecto,
y también ricos trajes, ropa blanca,
telas y efectos varios que nos han
servido mucho. En su bondad, sabiendo
cuánto amaba yo mis libros, me surtió
de volúmenes de mi propia biblioteca
que yo estimaba en más que mi ducado.
MIRANDA
¡Ojalá algún día vea a ese hombre!
PRÓSPERO
Voy a levantarme. Tú sigue sentada
y escucha el fin de nuestras penas.
Llegamos a esta isla y aquí yo,
tu maestro, te he dado una enseñanza
que no gozan los príncipes, con horas
más ociosas y tutores menos esmerados.
MIRANDA
Dios te lo premie. Ahora, padre, te lo ruego,
pues aún me embarga el alma, dime
por qué has desatado esta tormenta.
PRÓSPERO
Vas a saberlo.
Por un extraño azar la próvida Fortuna,
que ahora me acompaña, ha traído
hasta aquí a mis enemigos, y por presciencia
veo que mi cenit depende de un astro
sumamente favorable y que, si no
aprovecho su influencia, mi suerte
decaerá. Cesen ya tus preguntas.
Te duermes. Es benigna soñolencia.
Abandónate: no puedes evitarla.

[Se duerme MIRANDA.]

¡Ven aquí, mi siervo, ven! Estoy presto.
Acércate, Ariel, ven.

Entra ARIEL.

ARIEL
¡Salud, gran amo! ¡Mi digno señor, salud!
Vengo a cumplir tu deseo, ya sea volar,
nadar, lanzarme al fuego, sobre nube ondulante
cabalgar. Con tus poderosas órdenes
dirige a tu Ariel y sus fuerzas.
PRÓSPERO
Espíritu, ¿llevaste a cabo fielmente
la tempestad que te mandé?
ARIEL
A la letra. A bordo
del navío real, llameaba espanto
por la proa, por el puente, por la popa,
por todos los camarotes. A veces me dividía,
ardiendo por muchos sitios: flameaba
en las vergas, el bauprés, el mastelero,
y después me unía. El relámpago de Júpiter,
heraldo del temible trueno, nunca fue
tan raudo e instantáneo. Fuegos y estallidos
del sulfúreo alboroto parecían asediar
al poderoso Neptuno y hacer que temblasen
sus olas altivas, y aun su fiero tridente.
PRÓSPERO
¡Mi gran espíritu!
¿Quién fue tan firme y constante, que no
acusara el efecto del tumulto?
ARIEL
No hubo quien no
sintiera la fiebre de los locos, ni obrara
enajenado. Todos, menos los marineros,
se echaron al mar espumoso saltando del barco,
que ardía con mi fuego. Fernando, el hijo del rey,
con los pelos de punta (más juncos que pelos),
fue el primero en lanzarse, gritando: «¡El infierno
está vacío! ¡Aquí están los demonios!»
PRÓSPERO
¡Bien por mi espíritu!
Pero, ¿eso no fue junto a la costa?
ARIEL
Muy cerca, mi amo.
PRÓSPERO
¿Y están todos a salvo, Ariel?
ARIEL
Ni un pelo ha sufrido,
y no hay mancha en sus ropas flotadoras,
ya más nuevas que nunca. Tal como ordenaste,
los dispersé por grupos en la isla.
Al hijo del rey le hice llegar a tierra,
donde quedó enfriando el aire de suspiros,
sentado en un rincón lejano de la isla
con los brazos en este triste nudo.
PRÓSPERO
Dime qué hiciste
con el navío real, los marineros.
¿Y el resto de la escuadra?
ARIEL
El navío del rey está escondido
en buen puerto, en la cala profunda
donde una medianoche me hiciste traer
rocío de las Bermudas borrascosas.
A los marineros los metí bajo cubierta;
durmiendo quedaron, merced a un hechizo
y sus fatigas. El resto de la escuadra,
a la que dispersé, ya se ha reunido
y navega por la mar Mediterránea
con triste rumbo a Nápoles, creyendo
que vieron naufragar el navío del rey
y morir a su augusta persona.
PRÓSPERO
Ariel, cumpliste mi encargo con esmero,
pero aún queda trabajo. ¿Qué hora es?
ARIEL
Más del mediodía.
PRÓSPERO
Al menos dos horas más. De aquí a las seis
hemos de emplear valiosamente el tiempo.
ARIEL
¿Aún más labor? Ya que tanto me exiges,
déjame recordarte lo que has prometido
y aún no me has dado.
PRÓSPERO
¡Vaya! ¿Protestando?
¿Tú qué puedes reclamarme?
ARIEL
Mi libertad.
PRÓSPERO
¿Antes de tiempo? Ya basta.
ARIEL
Te lo ruego, recuerda
que te he prestado un gran servicio;
no te digo mentiras, ni cometo errores,
y te sirvo sin queja ni desgana. Prometiste
descontarme un año entero.
PRÓSPERO
¿Olvidas de qué tormento te libré?
ARIEL
No.
PRÓSPERO
Sí, y crees una fatiga
pisar el fondo cenagoso del océano,
correr sobre el áspero viento del norte,
hacerme encargos en las venas de la tierra
cuando el hielo la endurece.
ARIEL
Yo no, señor.
PRÓSPERO
¡Mientes, ser maligno! ¿Te olvidas
de la inmunda bruja Sícorax, encorvada
por la edad y la vileza? ¿Te olvidas de ella?
ARIEL
No, señor.
PRÓSPERO
Pues sí. ¿Dónde nació? Habla, dilo.
ARIEL
En Argel, señor.
PRÓSPERO
¿Ah, sí? Una vez al mes
tengo que contarte lo que has sido,
pues lo olvidas. La maldita bruja Sícorax,
por múltiples maldades y hechizos que no son
para oídos humanos, fue, como ya sabes,
desterrada de Argel. Por algo que hizo
no la ejecutaron. ¿No es verdad?
ARIEL
Sí, señor.
PRÓSPERO
A esta bruja de ojos morados la trajeron
ya preñada, dejándola aquí los marineros.
Tú, mi esclavo, como a ti mismo te llamas,
fuiste siervo suyo y, al ser tan sensible
para cumplir sus órdenes soeces,
negándole obediencia, te encerró,
con la ayuda de agentes poderosos
y en su cólera más incontenible,
en un pino partido, en cuyo hueco
doce años con dolor permaneciste
prisionero. Mas murió en ese espacio
y te dejó allí, dando más quejas
que giros una rueda de molino.
Entonces, salvo el hijo que ella parió aquí,
un pecoso engendro, ningún humano
había honrado esta isla.
ARIEL
Sí, su hijo Calibán.
PRÓSPERO
¡Torpe! ¿Quién, si no? Calibán,
que ahora está a mi servicio. Bien sabes
el tormento que sufrías cuando te hallé.
Tus gemidos hacían aullar al lobo y apiadarse
al oso furibundo: un tormento
para los condenados que Sícorax

william Shakespeare- El rey Lear

William Shakespeare
EL REY LEAR

DRAMATIS PERSONAE

 

LEAR, rey de Britania
El REY DE FRANCIA
El DUQUE DE BORGOÑA
GONERIL, hija mayor de Lear
REGAN, hija segunda de Lear
CORDELIA, hija menor de Lear
El Duque de ALBANY, esposo de Goneril
El Duque de CORNWALL, esposo de Regan
El Conde de KENT
El Conde de GLOSTER
EDGAR, hijo de Gloster
EDMOND, hijo bastardo de Gloster
El BUFÓN
OSWALD, mayordomo de Goneril
CURAN, cortesano
Un ANCIANO, siervo de Gloster
Un CAPITÁN
Un HERALDO

Caballeros, criados, mensajeros, soldados, acompañamiento.

LA TRAGEDIA DEL REY LEAR

I.i Entran [los Condes de] KENT y [de] GLOSTER, y EDMOND.

KENT
Creí que el rey estimaba más al Duque de Albany que al de Comwall.
GLOSTER
Eso creíamos nosotros. Pero ahora que divide su reino, no está claro a cuál de los dos aprecia más, pues los méritos están tan igualados que ni la propia minuciosidad sabría escoger entre uno y otro.
KENT
Señor, este joven, ¿no es hijo vuestro?
GLOSTER
Su crianza ha estado a mi cargo. Reconocerle me ha dado siempre tal sonrojo que ahora ya estoy curtido.
KENT
No concibo…
GLOSTER
Pues su madre sí que concibió. Por eso echó vientre y se encontró con un hijo en la cuna antes de tener un marido en la cama. ¿Se huele a pecado?
KENT
No quisiera corregirlo, viendo el feliz resultado.
GLOSTER
También tengo otro hijo, señor, de legítimo origen, un año mayor que éste, pero no más querido. y aunque este mozo vino al mundo por la vía del vicio sin que nadie lo llamase, su madre era hermosa, gozamos al engendrarlo y el bastardo debe ser reconocido. ??Edmond, ¿conoces a este noble caballero?
EDMOND
No, señor.
GLOSTER
El Conde de Kent. Recuérdale siempre como mi honorable amigo.
EDMOND
A vuestro servicio, señor.
KENT
Os doy mi amistad y aspiro a conoceros mejor.
EDMOND
Señor, me afanaré por merecerlo.
GLOSTER
Lleva fuera nueve años y se marcha otra vez.

Clarines.

Llega el rey.

Entran el rey LEAR, [los Duques de] CORNWALL y de ALBANY, GONERIL, REGAN, CORDELIA y acompañamiento.

LEAR
Gloster, traed a los Señores de Francia y de Borgoña.
GLOSTER
Sí, majestad.

Sale.

LEAR
Mientras, voy a revelar mi propósito secreto
Dadme ese mapa. Sabed que he dividido
en tres mi reino y que es mi firme decisión
liberar mi vejez de tareas y cuidados,
asignándolos a sangre más joven, mientras yo,
descargado, camino hacia la muerte.
Mi yerno de Cornwall y tú, mi no menos querido
yerno de Albany, es mi voluntad en esta hora
hacer pública la dote de mis hijas
para evitar futuras disensiones. Los príncipes
de Francia y de Borgoña, rivales pretendientes
de mi hija menor, hacen amorosa permanencia
en esta corte y es forzoso responderles.
Decidme, hijas mías, puesto que renuncio
a poder, posesión de territorios
y cuidados de gobierno, cuál de vosotras
diré que me ama más, para que mi largeza
se prodigue con aquélla cuyo afecto
rivalice con sus méritos. Goneril,
mi primogénita, habla tú primero.
GONERIL
Señor, os amo más de lo que expresan las palabras,
más que a vista, espacio y libertad,
mucho más de lo que estimen único o valioso;
no menos que a una vida de dicha, salud,
belleza y honra; tanto como nunca
amara hijo o fuese amado padre;
con un amor que apaga la voz y ahoga el habla.
Mucho más que todo esto os amo yo.
CORDELIA [aparte]
¿Qué dirá Cordelia? Amará en silencio.
LEAR
De todas estas tierras, desde esta raya a ésta,
ricas en umbrosas florestas y campiñas,
ríos caudalosos y muy extensos prados,
te proclamo dueña. Sean de los descendientes
tuyos y de Albany a perpetuidad. ?
¿Qué dice mi segunda hija,
mi muy querida Regan, esposa de Cornwall?
REGAN
Yo soy del mismo metal que mi hermana
y no me tengo en menos: en el fondo de mi alma
veo que ha expresado la medida de mi amor.
Pero se ha quedado corta, pues yo me declaro
enemiga de cualquier otro deleite
que alcancen los sentidos en su extrema
perfección y tan sólo me siento venturosa
en el amor de vuestra amada majestad.
CORDELIA [aparte]
Entonces, ¡pobre Cqrdelia!
Aunque no, pues sin duda mi cariño
pesará más que mi lengua.
LEAR
Quede para ti y los tuyos en herencia perpetua
este magno tercio de mi hermoso reino,
tan grande, rico y placentero
como el otorgado a Goneril. ??Y ahora, mi bien,
aunque última y menor, cuyo amor juvenil
las viñas de Francia y los pastos de Borgoña
pretenden a porfía, ¿qué dirás por un tercio
aún más opulento que el de tus hennanas?. Habla.
CORDELIA
Nada, señor.
LEAR
¿Nada?
CORDELIA
Nada.
LEAR
De nada no sale nada. Habla otra vez.
CORDELIA
Triste de mí, que no sé poner
el corazón en los labios. Amo a Vuestra Majestad
según mi obligación, ni más ni menos.
LEAR
Vamos, vamos, Cordelia. Corrige tus palabras,
no sea que malogres tu suerte.
CORDELIA
Mi buen señor, me habéis dado vida,
crianza y cariño. Yo os correspondo como debo:
obedezco, os quiero y os honro de verdad.
¿Por qué tienen marido mis hennanas,
si os aman sólo a vos? Cuando me case,
el hombre que reciba mi promesa
tendrá la mitad de mi cariño, la mitad
de mi obediencia y mis desvelos. Seguro
que no me casaré como mis hermanas *.
LEAR
Pero, ¿hablas con el corazón?
CORDELIA
Sí, mi señor.
LEAR
¿Tan joven y tan áspera?
CORDELIA
Tan joven, señor, y tan franca.
LEAR
Muy bien. Tu franqueza sea tu dote,
pues, por el sacro resplandor del sol,
por los ritos de Hécate y la noche
y toda la influencia de los astros
que rigen nuestra vida y nuestra muerte,
reniego de cariño paternal,
parentesco y consanguinidad,
y desde ahora te juzgo una extraña
a mi ser y mi sentir. El bárbaro escita,
o aquél que sacia el hambre devorando
a su progenie, hallará en mi corazón
tanta concordia, lástima y consuelo
como tú, hija mía que fuiste.
KENT
Majestad…
LEAR
¡Silencio, Kent!
No te pongas entre el dragón y su furia.
La quise de verdad y pensaba confiarme
a sus tiernos cuidados. ??¡Fuera de mi vista! ?
Así como mi muerte será mi descanso,
así le niego ahora el corazón de un padre. ?
¡Llamad al Rey de Francia! ¡De prisa!
¡Y al Duque de Borgoña! ??Cornwall y Albany,
añadid su tercio al de mis otras dos hijas.
Que la case su orgullo, que para ella es franqueza.
A los dos conjuntamente os invisto
con mi poder, supremacía y magnos atributos
que rodean a la realeza. Yo me reservaré
cien caballeros, que habréis de mantener,
y residiré con vosotros
por turno mensual. No conservaré
más que el título y los honores de un monarca;
el mando, rentas y ejercicio del poder,
queridos hijos, vuestros son. Para confirmarlo,
compartid entre los dos esta corona.
KENT
Regio Lear, a quien siempre
honré como mi rey, quise como a un padre,
seguí como señor, recordé como patrón
en mis plegarias…
LEAR
El arco está tenso; esquiva la flecha.
KENT
Pues que se dispare, aunque la punta
me traspase el corazón. Kent será irreverente
si Lear está loco. ¿Qué pretendes, anciano?
¿Tú crees que el respeto teme hablar
cuando el poder se pliega a la lisonja?
Si la realeza cae en la locura,
el honor ha de ser franco. Conserva tu poder
y, con mejor acuerdo, frena
tu odioso arrebato. Respondo con mi vida
de que tu hija menor no te ama menos
y de que no están vacíos aquéllos
cuya voz apagada no resuena en el vacío.
LEAR
¡Kent, por tu vida, basta!
KENT
Mi vida siempre tuve por apuesta
en las partidas contra tus enemigos
y no temo perderla por salvarte.
LEAR
¡Fuera de mi vista!
KENT
Mira bien, Lear, déjame que sea
por siempre la guía de tus ojos.
LEAR
¡Por Apolo?!
KENT
Pues, por Apolo, rey,
que invocas a tus dioses en vano.
LEAR
¡Miserable, descreído!
ALBANY y CORNWALL
¡Deteneos, señor!
KENT
Mata a tu médico y da la paga
a la inmunda enfermedad. Anula tu regalo
o, mientras pueda gritar esta garganta,
te diré que eres injusto.
LEAR
¡Óyeme, traidor, por tu lealtad escúchame!
Por intentar que falte a mi promesa,
cual yo nunca osé, e interponerte
con soberbia entre mi decisión y mi poder,
que ni mi carácter ni mi condición
pueden consentir, en prueba de mi potestad
aquí tienes tu premio. Cinco días te concedo
para que te proveas contra los males
de este mundo y el sexto vuelvas tu odiada espalda
a mis dominios. Si el séptimo día
encuentran en mi reino tu cuerpo desterrado,
será tu muerte. ¡Fuera! ¡Por Júpiter,
que no habrá revocación!
KENT
Ya te dejo, rey, si ése es tu deseo;
fuera hay libertad y aquí está el destierro.
[A CORDELIA]
Los dioses, muchacha, te otorguen su amparo,
pues con tanto acierto piensas y has hablado.
[A GONERIL y REGAN]
Que vuestra elocuencia se pruebe en la acción,
y puedan dar fruto palabras de amor.??
Príncipes, adiós. En nuevo lugar
su viejo camino Kent proseguirá.

Sale.

¡Clarines. Entra [el Conde de] GLOSTER con [el REY DE] FRANCIA, [el DUQUE DE] BORGOÑA y acompañamiento.
CORNWALL
Majestad, los príncipes de Francia y de Borgoña.
LEAR
Mi señor de Borgoña, me dirijo
a vos primero, rival con este rey
en la mano de mi hija. ¿Qué mínimo
aceptáis en pago de su dote
para no renunciar a vuestra petición?
DUQUE DE BORGOÑA
Excelsa Majestad, no pido más
de lo que habéis ofrecido, ni vos
queréis dar menos.
LEAR
Muy noble duque, cuando ella
tenía mi cariño, cara fue su dote.
Mas ahora ha caído su precio. Ahí está:
si algo de este ser tan insignificante
o todo él, con mi disgusto añadido,
y nada más, satisface a Vuestra Alteza,
ahí la tenéis, es vuestra.
DUQUE DE BORGOÑA
No sé qué responder.
LEAR
Con todas sus flaquezas, sin amigos,
adoptada por mi odio, con la dote
de mi maldición y el rechazo de mi juramento,
¿la tomáis o la dejáis?
DUQUE DE BORGONA
Perdón, Majestad. En tales circunstancias
no es posible decidir.
LEAR
Entonces dejadla, pues por los dioses
que me hicieron, ésos son sus bienes. ??,
Gran rey, de vuestro afecto no osaría
desviarme para uniros con quien odio
y os ruego que pongáis vuestro cariño
en ser más digno que esta desgraciada
a quien la naturaleza se avergüenza
de reconocer por propia.
REY DE FRANCIA
Es extraodinario que quien sólo hace un momento
era vuestro bien, objeto de vuestro elogio,
bálsamo de vuestra vejez, la mejor y predilecta,
en un instante incurra en tal atrocidad
que quede despojada de toda vuestra gracia.
O ha cometido una ofensa tan atroz
o vuestro afecto declarado caerá en falta.
y creer eso de ella requiere tanta fe
que sin milagro no lo admite la razón.
CORDELIA [a LEAR]
Suplico a Vuestra Majestad
que, si es porque no tengo labia ni soltura
para decir lo que no siento, pues lo que pretendo
lo hago antes de hablar, hagáis saber
que no es ninguna mancha, crimen o vileza,
indecencia, ni acto ignominioso
lo que me priva de vuestra gracia y favor,
sino algo cuya falta me enriquece:
mirada obsequiosa y una lengua
que me alegra no tener, aun cuando no tenerla
me haya costado vuestro afecto.
LEAR
Más te valdría no haber nacido,
antes que haberme contrariado.
REY DE FRANCIA
¿Sólo es eso, un encogimiento
que a veces no pennite demostrar
lo que pretende? Mi señor de Borgoña,
¿tomáis a la dama? No es amor
lo que se mezcla con cuestiones
ajenas a su objeto. ¿La tomáis?
Ella misma es una dote.
DUQUE DE BORGOÑA
Majestad, dad la parte que vos mismo
propusisteis y tomo a Cordelia por esposa
y Duquesa de Borgoña.
LEAR
¡Nada! Lo he jurado y lo mantengo.
DUQUE DE BORGOÑA
Me apena que por perder a vuestro padre
también perdáis un marido.
CORDELIA
Quede en paz el Duque de Borgoña.
Si su amor es el rango y la fortuna,
yo no seré su esposa.
REY DE FRANCIA
Hermosa Cordelia, tan rica por ser pobre,
excelsa por rechazada, querida por desairada,
te acojo con todas tus virtudes.
Si es lícito, me llevo lo que otros desechan.
¡Oh, dioses! ¡Qué extraño que tal desamor
encienda en mi afecto tanta admiración!??
Tu hija sin dote, a mí abandonada,
es, rey, nuestra reina de la bella Francia.??
La tibia Borgoña no ha dado hombre egregio
que pueda comprarme esta joya sin precio.??
Por mal que te traten, di adiós, mi Cordelia.
Ganarás con creces todo lo que pierdas.
LEAR
Ya la tienes, rey, pues tuya ahora es
la que fue mi hija, y no volveré
a verle la cara. ??Vete sin que yo
te dé mi cariño ni mi bendición.
Venid, Duque de Borgoña.

Clarines. Salen [todos menos el REY DE FRANCIA y las hermanas].

REY DE FRANCIA
Despídete de tus hermanas.
CORDELIA
Alhajas de mi padre, Cordelia os deja
con ojos llorosos. Sé bien lo que sois, aunque,
como hermana, no puedo llamar a vuestras faltas
por su nombre. Quered a nuestro padre:
lo encomiendo a vuestro amor declarado.
Mas, ¡ay!, si gozase yo aún de su afecto,
le depararía otro alojamiento.
Así que adiós a las dos.
REGAN
No nos dictes nuestra obligación.
GONERIL
Tú pon todo tu empeño en complacer
a tu señor, que te acoge cual limosna
de Fortuna. Por falta de obediencia
mereces que te nieguen lo que niegas.
CORDELIA
El tiempo mostrará toda doblez:
si encubre, luego ríe con desdén.
¡Ventura tengáis!
REY DE FRANCIA
Vamos, mi bella Cordelia.

Salen [el REY DE] FRANCIA y CORDELIA.
GONERIL
Hermana, tengo cosas que decirte de lo que tanto nos concierne. Creo que nuestro padre se va esta noche.

REGAN
Desde luego, y contigo. El mes que viene, conmigo.
GONERIL
Ya ves qué veleidosa es la vejez. Y lo que hemos presenciado ha sido poco. Siempre quiso más a nuestra hermana y ahora está a la vista con qué insensatez la rechaza.
REGAN
Es lo malo de la edad. Aunque la verdad es que nunca supo dominarse.
GONERIL
Si en su época mejor fue siempre arrebatado, de su vejez ya podemos esperar no sólo los vicios de un carácter arraigado, sino también la tozudez que trae consigo la débil e iracunda ancianidad.
REGAN
Nos exponemos a arranques tan imprevistos como el destierro de Kent.
GONERll..
Ya sólo queda el acto de despedida al Rey de Francia. Pongámonos de acuerdo. Si nuestro padre conserva autoridad de la manera que ha mostrado, su renuncia nos dará disgustos.
REGAN
Lo pensaremos.
GONERIL
Hay que hacer algo, y ya.

Salen.

I.ii Entra [EDMOND, el] bastardo.
EDMOND
Naturaleza, tú eres mi diosa; a tu ley
ofrendo mis servicios. ¿Por qué he de someterme
a la tiranía de la costumbre y permitir
que me excluyan los distingos de las gentes
porque soy unos doce o catorce meses menor
que mi hermano? ¿Por qué «bastardo» o «indigno»,
cuando mi cuerpo está tan bien formado,
mi ánimo es tan noble y mi aspecto tan gentil
como en los hijos de una dama honrada?
¿Por qué nuestra marca de «indigno»,
de «indignidad, bastardía…indigno, indigno»,
cuando engendramos en furtivo deleite natural
nos da más ardor y energía
que la que en cama floja y desganada
emplean entre el sueño y la vigilia
para crear una tribu de memos?
Conque, legítimo Edgar, tus tierras serán mías.
El amor de nuestro padre se reparte
entre el bastardo Edmond y el legítimo.
¡Valiente palabra, «legítimo»! Pues bien,
mi «legítimo», si esta carta surte efecto
y se realiza mi plan, Edmond el indigno
será el legítimo. Medro. Prospero.
y ahora, dioses, ¡asistid a los bastardos!

Entra GLOSTER.
GLOSTER
¿Kent desterrado así? ¿Y el rey de Francia
marchó enfurecido? ¿Y el rey se fue anoche,
con su poder limitado y reducido a un subsidio?
¿Y todo de golpe? ¿Qué hay, Edmond? ¿Alguna noticia?
EDMOND
Con vuestro permiso, ninguna.
GLOSTER
¿Por qué te afanas tanto en guardar esa carta?

EDMOND
No tengo noticias, señor.
GLOSTER
¿Qué papel leías?
EDMOND
Nada, señor.
GLOSTER
¿No? Entonces, ¿a qué viene esa prisa por meterla el bolsillo? La nada es de tal índole que no le hace falta esconderse. A ver. ¡Vamos! Si no es nada, no tendré que leerla.
EDMOND
Perdón, señor, os lo ruego. Es una carta de mi hermano que no he terminado de ver y, por lo que dice, no creo conveniente que vos la leáis.
GLOSTER
Dame la carta.
EDMOND
Será tanto agravio retenerla como dárosla. Por lo q he leído, lo que dice es censurable.
GLOSTER
¡Vamos, dámela!
EDMOND
Espero que le justifique el haberla escrito para probar mi virtud.
GLOSTER [lee]
«Este hábito de venerar la vejez nos amarga los mejores años de nuestra vida y nos priva de nuestros bien hasta que la edad no nos deja gozarlos. Esta opresión de la tiránica vejez empiezo a sentirla como una servidumbre estúpida y vana, pues domina no por su poder sino porque la sufrimos. Ven a verme y hablaremos más de esto. Si nuestro padre se durmiera hasta que le despertase, tú disfrutarías de la mitad de sus rentas para siempre y vivirías en el afecto de tu hermano

Edgar.»

¡Mm…! ¡Conspiración! «Si se durmiera hasta que yo le despertase, tú disfrutarías de la mitad de sus rentas». ¡Mi hijo Edgar! ¿Tuvo mano para escribir esto? ¿Corazón y cerebro para concebirlo? ¿Cuándo te llegó? ¿Quién la trajo?
EDMOND
No me la trajeron, señor. Ahí está la astucia. La echaron por la ventana de mi cuarto.
GLOSTER
¿Reconoces la letra de tu hermano?
EDMOND
Señor, si se tratara de algo bueno, juraría que es la suya, pero siendo lo que es, yo diría que no.
GLOSTER
Es la suya.
EDMOND
Señor, es su letra; aunque espero que su corazón no esté en la carta.
GLOSTER
¿Nunca te ha sondeado en este asunto?
EDMOND
Nunca, señor. Pero a menudo le he oído decir que es justo que si el hijo está en su plenitud y el padre decae, el padre debe ser tutelado por el hijo y el hijo administrar las rentas.
GLOSTER
¡Ah, infame, infame! ¡La misma idea que en la carta! ¡Miserable! ¡Canalla desnaturalizado, odioso, brutal! ¡Peor que brutal! ¡Vamos, búscale! Voy a detenerle. ¡lnfame aborrecible! ¿Dónde está?
EDMOND
No lo sé de cierto, señor. Si tenéis a bien suspender vuestro furor contra mi hermano hasta poder cercioraros con él mismo de su intento, iríais sobre seguro; en cambio, si procedéis con vehemencia contra él, interpretándole mal, abriréis una gran brecha en vuestra honra y romperéis su obediencia hasta la entraña. Apostaría mi vida a que ha escrito eso para probar mi afecto por vos y no con un fin perverso.
GLOSTER
¿Eso crees?
EDMOND
Si Vuestra Señoría lo estima oportuno, os situaré donde nos oigáis hablar de ello y, tras la prueba auditiva, quedaréis convencido. Y todo esta misma tarde.
GLOSTER
No puede ser un monstruo así.* Edmond, búscale. Te lo ruego, insinúate con él. Dispón el asunto según tu criterio. Renunciaría a mi condición por estar seguro.
EDMOND
Señor, voy a buscarle. Llevaré el asunto con los medios a mi alcance y os informaré.
GLOSTER
Los recientes eclipses de sol y de luna no nos auguran nada bueno. Aunque la razón natural lo explique de uno u otro modo, el afecto sufre las consecuencias: el cariño se enfría, la amistad se quebranta, los hermanos se desunen; en las ciudades, revueltas; en las naciones, discordia; en los palacios, traición; y el vínculo entre el hijo y el padre se rompe. Este canalla de hijo encaja en el augurio: es el hijo contra el padre. El rey traiciona un instinto natural: es el padre contra el hijo. Atrás quedan ya nuestros años mejores. Intrigas, doblez, perfidia y desórdenes nos siguen inquietantes a la tumba. Edmond, sonsaca a ese infame; tú no expones nada. Hazlo con cuidado. ¡Y el noble y leal Kent, desterrado! ¡Su culpa, la honradez! Sorprendente.

Sale.
EDMOND
La estupidez del mundo es tan superlativa que, cuando nos aquejan las desgracias, normalmente producto de nuestros excesos, echamos la culpa al sol, la luna y las estrellas, como si fuésemos canallas por necesidad, tontos por coacción celeste; granujas, ladrones y traidores por influjo planetario; borrachos, embusteros y adúlteros por forzosa sumisión al imperio de los astros, y tuviésemos todos nuestros vicios por divina imposición. Prodigiosa escapatoria del putero, achacando su lujuria a las estrellas. Mi padre se entendió con mi madre bajo la cola del Dragón y la Osa Mayor presidió mi nacimiento, de donde resulta que soy duro y lascivo. ¡Bah! Habría salido el mismo si me bastardean mientras luce la estrella más virgen de todo el firmamento.

Entra EDGAR.

Aquí llega a punto, como en la catástrofe de las viejas comedias. Haré el papel del melancólico fatal, con suspiros de lunático. ??¡Ah, esos eclipses predicen estas discordancias! Fa, sol, la, mi.
EDGAR
¿Qué hay, Edmond? ¿En qué meditación estás sumido?
EDMON
Estoy pensando, hermano, en una predicción que leí el otro día sobre lo que traerían los eclipses.
EDGAR
¿Te ocupan esas cosas?
EDMOND
Te aseguro que esos vaticinios se cumplen fatalmente. ¿Cuándo viste a nuestro padre por última vez?
EDGAR
Anoche.
EDMOND
¿Hablaste con él?
EDGAR
Sí, dos horas seguidas.
EDMOND
¿Os despedisteis en paz? ¿No observaste malestar en sus palabras o en sus gestos?
EDGAR
En absoluto.
EDMOND
Intenta recordar en qué has podido faltarle y, te lo su¬plico, evítale por algún tiempo hasta que se temple el ardor de su ira, pues ahora está tan furioso que no le detendrá ni el daño a tu persona.
EDGAR
Esto es obra de un infame.
EDMOND
Es lo que me temo. Te lo ruego, contente y evítale hasta que se frene su enojo; y, como digo, ven a mi aposento, desde donde yo te llevaré oportunamente para que le oigas. Vete, te lo ruego. Aquí tienes la llave. Y si sales, ve armado.
EDGAR
¿Armado?
EDMOND
Hermano, te aconsejo lo mejor. Si te miran con buenas intenciones yo soy un farsante. Y lo que has oído no es mas que un relato piadoso de todo, no su verdad y su horror. ¡Anda, vete!
EDGAR
¿Me darás noticias pronto?
EDMOND
Tú cuenta con mi apoyo en este asunto.

Sale [EDGAR].

Un padre crédulo y un hermano noble, tan incapaz de hacer daño por naturaleza que no sospecha ninguno; en cuya necia honradez cabalgan bien mis intrigas. Lo veo muy claro: si no cuna, astucia me depare tierras, que todo me sirve si a buen fin me lleva.

Sale.

I.iii Entran GONERIL y [OSWALD, su] mayordomo.

GONERIL
¿Que mi padre le pegó a mi gentilhombre por repren¬der a su bufón?
OSWALD
Sí, señora.
GONERIL
Me agravia día y noche; no pasa hora
sin que cometa algún desmán
que a todos nos enfrenta. No voy a soportarlo.
Sus caballeros alborotan y él mismo
nos riñe por minucias. Cuando vuelva de cazar,
no pienso hablar con él. Di que no estoy bien.
Si le resultas menos servicial
que de costumbre, mejor. Yo respondo de tu falta.
OSWALD
Ya viene, señora; le oigo.
GONERIL
Afectad dejadez y negligencia,
tú y tus compañeros. Dad lugar al comentario.
Si no le gusta, que se vaya con mi hermana,
que sé bien que conmigo está de acuerdo.*
Recuerda lo que he dicho.
OSWALD
Sí, señora.
GONERIL
Y a sus hombres tratadlos con frialdad.
Lo que ocurra no importa. Díselo a tus compañeros.*
Ahora mismo le escribo a mi hermana
para que siga mi rumbo. Que preparen la comida.

Salen.

I.iv Entra KENT [disfrazado].

KENT
Si disfrazo también el acento
y desfiguro mi modo de hablar, podré
llevar adelante la buena intención
que me ha hecho cambiar de apariencia.
Bien, desterrado Kent, si consigues servir
al que te ha condenado, acaso consigas
que tu amo querido aprecie tu esfuerzo.

Trompas dentro. Entra LEAR y acompañamiento.

LEAR
Que no tenga que esperar la comida. ¡Corred a prepa¬rarla!

[Sale un criado.]

¡Vaya! ¿Quién eres tú?
KENT
Un hombre, señor.
LEAR
¿Qué oficio tienes? ¿Qué quieres de mí?
KENT
Mi oficio es no ser menos de lo que parezco, serviR fielmente a quien confía en mí, estimar al honrado, tra¬tarme con el sabio y discreto, temer al que juzga, luchar cuando debo y no comer pescado.
LEAR
¿Quién eres?
KENT
Un hombre de buena fe y tan pobre como el rey.
LEAR
Si tú siendo súbdito eres tan pobre como él siendo rey, desde luego eres pobre. ¿Qué quieres?
KENT
Servir.
LEAR
¿A quién quieres servir?
KENT
A vos.
LEAR
¿Tú me conoces, amigo?
KEN

Aristoteles: acerca del alma

ARISTÓTELES

ACERCA DEL ALMA

INTRODUCCIÓN, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE TOMÁS CALVO MARTÍNEZ

BIBLIOTECA BÁSICA GREDOS
L i b e r a  l o s  L i b r o s

Índice

INTRODUCCIÓN 4
LIBRO PRIMERO 23
LIBRO SEGUNDO 48
LIBRO TERCERO 81

Nota para la edición  digital:

Los números en rojo distribuidos dentro del texto, corresponden a las referencias canónicas utilizadas para citar los textos clásicos, (similares en su finalidad a los números de versículo en los evangelios). Con el propósito de no alterar la versión original, se han mantenido, incluso, cuando estas aparecían intercaladas en medio de las palabras.
Con respecto a las notas a pie de página, también se ha decidido conservar su numeración original (número que aparece en segundo lugar), pensando en la posible aparición de citas que remitan, a su vez, a otras citas.

INTRODUCCIÓN

La concepción del alma en el tratado «Acerca del alma»

Resulta, sin duda, necesario establecer en primer lugar a qué género pertenece y qué es el alma ?quiero decir, si se trata de una realidad individual, de una entidad o si, al contrario, es cualidad, cantidad o cualquier otra de las categorías que hemos distinguido? y, en segundo lugar, si se encuentra entre los seres en potencia o más bien constituye una cierta entelequia. La diferencia no es, desde luego, desdeñable.

(Acerca del alma I, 1, 402a23-27.)

Es costumbre de Aristóteles (costumbre, por lo demás, tan estimable como poco común) comenzar una obra ofreciendo la enumeración de todas aquellas cuestiones con que habrá de enfrentarse a lo largo de toda ella. Un índice semejante de cuestiones existe también en el tratado Acerca del alma. La breve cita que encabeza este apartado de nuestra Introducción recoge precisamente aquellas líneas con que se abre la relación de los problemas a tratar. De acuerdo con el programa expuesto en estas líneas, la cuestión fundamental y que ha de abordarse en primer lugar es «a qué género pertenece y qué es el alma». Tal afirmación implica que Aristóteles no se plantea de modo explícito el problema de si el alma existe o no: su existencia no se cuestiona, sino que se pasa directamente a discutir su naturaleza y propiedades. El lector de hoy sentirá seguramente que su actitud ante el tema se halla a una notable distancia del planteamiento aristotélico y considerará que la verdadera cuestión a debatir no es la naturaleza y propiedades del alma, sino la existencia misma de una realidad de tal naturaleza y propiedades. El horizonte dentro del cual Aristóteles debate el problema del alma difiere notoriamente del horizonte intelectual en que se halla instalado el lector moderno en virtud de diversas circunstancias históricas de las cuales tal vez merezcan destacarse las dos siguientes: las connotaciones religiosas asociadas a la idea de alma y la decisiva influencia ejercida por el Cartesianismo sobre la psicología metafísica a partir de la modernidad  . Es cierto que en el pensamiento griego el tema del alma aparece asociado con insistencia a concepciones y creencias de tipo religioso (inmortalidad, transmigración, culpas y castigos, etc.): baste recordar el pitagorismo y la filosofía platónica. Aristóteles, sin embargo, no plantea la cuestión del alma en conexión con creencias religiosas, sino desde una perspectiva estrictamente naturalista.

Aristóteles acepta, pues, la existencia del alma, si bien su actitud ante la misma es sustancialmente ajena a las connotaciones religiosas tradicionales. La perspectiva en que se sitúa es la explicación del fenómeno de la vida. El razonamiento subyacente a su planteamiento es, más o menos, el siguiente: en el ámbito de los seres naturales los hay vivientes y no-vivientes; entre aquéllos y éstos existe una diferencia radical, una barrera ontológica infranqueable; ha de haber, por tanto, algo que constituya la raíz de aquellas actividades y funciones que son exclusivas de los vivientes. Este algo ?sea lo que sea? es denominado por Aristóteles alma (psyché) y, cuando menos, hemos de convenir en que tal denominación cuadra perfectamente con la tradición griega de que Aristóteles se nutre. El problema estriba, pues, en determinar la naturaleza de ese algo, del alma. Cabría decir que se trata de encontrar una referencia adecuada al término «alma» y tal búsqueda sólo es posible a través de una investigación ?filosófica y empírica? de las funciones, de las actividades vitales. El tratado Acerca del alma no es sino un tratado acerca de los vivientes, acerca de los seres naturales dotados de vida.

El primer problema a debatir es, por tanto, qué tipo de realidad es el alma. En las líneas citadas anteriormente este problema se concreta, a su vez, en dos cuestiones fundamentales: en primer lugar, si el alma es una entidad o bien constituye una realidad meramente accidental; en segundo lugar, si es acto, entelequia o, por el contrario, se trata de una potencia, de una potencialidad o capacidad para vivir que poseen ciertos cuerpos naturales y de la cual carecen los seres inanimados. Aristóteles se enfrenta al tema del alma equipado con un sistema de conceptos bien perfilado y original. Frente a toda la filosofía anterior, ensaya un audaz experimento de traducción consistente en rein-terpretar el dualismo tradicional de cuerpo-alma a través de sus propios esquemas conceptuales de entidad-accidentes, materia-forma, potencia-acto. El resultado será una teoría vigorosa y nueva acerca del alma, alejada por igual de todas las especulaciones anteriores, pero no exenta de ciertas ambigüedades y tensiones internas.
A) La palabra griega ousía (que generalmente suele traducirse por «sustancia» y que nosotros traduciremos siempre por «entidad»)  abarca en la obra aristotélica una pluralidad de nociones cuya sistematización coherente no deja de resultar difícil. En efecto, Aristóteles denomina ousía, entidad a las siguientes realidades o aspectos de lo real: a) «Lo que no se predica de un sujeto ni existe en un sujeto; por ejemplo, un hombre o un caballo» (Categorías 5, 2a12-13). Se trata, según establece explícitamente Aristóteles, de la acepción fundamental del término ousía, con la cual se hace referencia a los individuos pertenecientes a un género o especie naturales, b) Las especies a que pertenecen los individuos y los géneros en que aquéllas están incluidas, por ejemplo, «el individuo humano está incluido en la especie “hombre” y el género a que esta especie pertenece es “animal” y de ahí que la especia “hombre” y el género “animal” se denominen entidades segundas» (ib., 5, 2a 16-18). En este caso la palabra ousía pasa a significar el conjunto de los predicados esenciales que definen a un individuo. (Los individuos se denominan entidades primeras), c) Aquellas realidades que son capaces de existencia independiente, autónoma, es decir, las «sustancias» (en la acepción tradicional de este término), por oposición a los accidentes, d) El sujeto físico del cambio, es decir, lo que permanece idéntico como sustrato de las distintas modificaciones resultantes de aquél, e) Por último, el sujeto lógico-gramatical de la predicación, del discurso predicativo: «lo que no se predica de un sujeto, sino que lo demás se predica de ello» (Metafísica VII 2, 1029a8). El término ousía se inserta, pues, en un conjunto de oposiciones que determinan su significado como: individuo frente a los géneros-especies, predicados esenciales frente a predicados accidentales, sustancia frente a accidentes, sujeto permanente frente a las determinaciones sucesivas cambiantes y sujeto del discurso predicativo frente a los predicados del mismo. La teoría aristotélica de la ousía, de la entidad, es, pues, muy compleja y solamente una comprensión adecuada de la misma permite adentrarse en el planteamiento del problema del alma que se ofrece en nuestro tratado.

B) El concepto de ousía, de entidad, tiene su marco fundamental en la teoría de las categorías. En el libro de las Categorías ?al que ya hemos hecho referencia anteriormente? la teoría se introduce en función de los juicios predicativos. Aristóteles comienza distinguiendo (Cat., 2, 1a15) dos tipos de expresiones: aquellas que constituyen juicios o proposiciones, por ejemplo, «un hombre corre», y aquellas que no son juicios, como «hombre», «corre», etc. Estas últimas son los elementos a partir de los cuales se forman los juicios o proposiciones. El cuadro de las categorías constituye la clasificación de tales términos o locuciones simples (ib., 5, 1a5). No todos los términos, sin embargo, son clasificables en alguna de las diez categorías (las conectivas quedan fuera del esquema), sino solamente las palabras que cumplen una función significativo-designativa. De ahí que el esquema de las categorías constituya también una clasificación de las cosas designadas por medio de tales palabras, es decir, una clasificación de los distintos tipos de realidad.

En su significación técnica como predicados, el cuadro categorial parece responder en la obra de Aristóteles a dos perspectivas distintas sobre el lenguaje predicativo: a) Tomemos, en primer lugar, como sujeto de predicación a una entidad primera, a un individuo, Sócrates, por ejemplo. En tal caso, las categorías constituirían una clasificación de todos los posibles tipos de predicados susceptibles de serle atribuidos: Sócrates es… hombre (ousía, entidad), pequeño (cantidad), honesto (cualidad), etc. Es evidente que en este supuesto ?cuando el sujeto del discurso es para los distintos predicados una entidad primera, individual? el único predicado esencial (es decir, el único que expresa qué es el sujeto) es la entidad (entidad segunda, en este caso: géneros-especies). b) Supongamos, en segundo lugar, que el sujeto es en cada proposición una realidad distinta perteneciente a la misma categoría que el predicado: Sócrates es hombre, la honestidad es una virtud (cualidad), etc. En este segundo supuesto, el discurso es siempre y en cada caso esencial ya que en todos ellos expresa qué es el sujeto . La peculiaridad de la categoría primera (la entidad) frente a las nueve restantes se muestra en la circunstancia de que cuando el predicado pertenece a ella (entidades segundas, géneros-especies), el sujeto pertenece también necesariamente a ella (entidad primera o segunda, según los casos) . Con otras palabras, el discurso dentro de la categoría «entidad» es siempre un discurso esencial.

Esta es, a grandes rasgos, la situación de la teoría en los libros aristotélicos relativos a la lógica. En ellos, sin embargo, quedan sin aclarar suficientemente ciertas cuestiones importantes. De éstas, la más notoria es la concerniente a las entidades segundas, al sentido que tiene denominarlas entidades y a su relación con las entidades primeras o individuos. Así, en el c. 5 de las Categorías (3b10-23) se establece como algo característico de la entidad en general que significa «un esto» (tóde ti). Respecto de las entidades primeras el asunto es claro: «Sócrates», «Platón», etc., son palabras que designan realidades concretas, cumplen una función deíctica, son, en última instancia, demostrativos. En el caso de las entidades segundas (géneros y especies) el asunto es, sin embargo, bien diferente y Aristóteles mismo señala que más que «un esto» (tóde ti) significan «un de tal tipo o cualidad» (poión ti): afirmar que Sócrates es hombre equivale, en efecto, a afirmar que «Sócrates es una entidad de cierto tipo o cualidad, a saber, humana» (Cat. 5, 3b20). Este problema no es, por lo demás, una cuestión puramente semántica, es decir, no afecta meramente al discurso, sino que en el nivel de la realidad extralingüística remite al problema de la relación existente entre aquello que denominamos entidades segundas (géneros y especies) y aquello que denominamos entidades primeras (individuos, ejemplares de las distintas especies). Se trata, en definitiva, del problema del platonismo.

C) Es en la Metafísica ?y muy especialmente en los libros centrales de la misma? donde Aristóteles parece responder adecuadamente a la ambigüedad que acabamos de señalar en relación con la entidad así como a otras cuestiones afines no aclaradas suficientemente en los tratados de lógica. El planteamiento aristotélico se halla posibilitado en este caso por la introducción de dos teorías de suma importancia: la concerniente a la pluralidad de significaciones de «ser» y «ente» y la teoría hilemórfica. Aquélla recae primariamente sobre la lengua; ésta, sobre la estructura de la realidad extralingüística.

El c. 1 del 1. VII de la Metafísica se sitúa dentro del esquema de las categorías entendidas conforme a la primera de las perspectivas que señalábamos más arriba, es decir, como clasificación de todos los posibles predicados para un discurso cuyo sujeto sea una entidad primera. Sobre las cosas ?señala Aristóteles? nos es posible formular afirmaciones de muy distinto rango y condición: cabe, por ejemplo, decir qué son, pero también cabe decir dónde, cuándo, de qué tamaño, cómo son. Pues bien, se nos dice, entre todas estas posibilidades de hablar acerca de la realidad, la primaria y original (protón) sería aquella que se articulara conforme al esquema lógico-lingüístico: «¿qué es esto?». Es obvio y trivial que en cada caso la respuesta concreta dependerá del tipo de realidad a que se apunte con tal pregunta pero es importante señalar que en cualquier caso las distintas respuestas habrán de tener una estructura idéntica. La respuesta habrá de ser siempre un nombre que signifique dentro de la categoría de entidad: a esto apunta Aristóteles al señalar que la respuesta habrá de ser del tipo «(esto es) un hombre o un dios» (1028a15-18). Esta contestación, a su vez, podrá ser ulteriormente determinada: podemos añadir que se trata de un hombre sentado o paseando o bueno pero en tal caso hablaríamos ya de determinaciones o afecciones (accidentes) de esa entidad concreta e individual que llamamos hombre. Afecciones o accidentes cuyo sujeto (hypokeímenon) es la entidad en el doble sentido de aquella palabra, es decir, como sujeto físico de inhesión («porque ningún accidente tiene existencia ni puede darse separado de la entidad». ib. 1028a23) y como sujeto lógico de predicción («pues bueno o sentado no se dice sin ésta», ib. 1028a28).

Ousía, entidad, es, por tanto, aquello que realiza la doble y coordinada función de ser sustrato físico de determinaciones y sujeto lógico o referente último de nuestro lenguaje acerca de la realidad. Desde un punto de vista metafísico, esta doble caracterización lleva en su seno la posibilidad de una conclusión monista y más concretamente de un monismo materialista: ¿no habrá de concluirse que la única entidad real es la materia, sustrato último de todas las determinaciones reales (puesto que las entidades primeras o individuos no serían sino modificaciones de la materia) y por consiguiente sujeto último de toda predicación? . A pesar de la rotundidad de este razonamiento, Aristóteles se niega a aceptar semejante conclusión monista. La negativa aristotélica se justifica en la indeterminación propia de la materia que la hace incapaz de constituir el sujeto de discurso esencial alguno. En efecto, la pregunta «¿qué es la materia como tal, es decir, más allá de todas sus determinaciones?» escapa a toda posibilidad de discurso definitorio. Habrá que plantearla más bien en términos tales como: «¿qué es la materia en el caso del agua, del árbol, etc.?», con lo cual el sujeto de la pregunta ?y de la respuesta correspondiente? ya no es la materia como tal, sino un tipo determinado de materia. Situado en esta encrucijada, Aristóteles establece como rasgos fundamentales de la entidad, de la ousía, el ser algo individualizado, separado (choristón), es decir, algo determinado (un esto, tóde ti) . De este modo regresamos al punto de partida cerrando el círculo a partir del cual se origina la teoría aristotélica de la entidad: puesto que el discurso esencial se origina en la pregunta: «¿qué es esto?», aquello a que la pregunta se refiere ha de ser «un esto», es decir, una entidad primera, individual. El paso siguiente se lleva a cabo fácilmente, sin esfuerzo. El sujeto y referente último del discurso ha de ser algo determinado y la materia es indeterminada; ¿qué es lo que hace que la materia salga de su indeterminación y venga a ser algo determinado?; evidentemente, la forma. En el ámbito de las realidades naturales el sujeto que se busca será, por tanto, la materia determinada por la forma, el compuesto hilemórfíco .

D) La pregunta primaria y original (¿qué es esto?) y su contestación pertinente (por ejemplo, «un hombre») recaen sobre la entidad primera, individual. El discurso no termina, sin embargo, aquí, sino que cabe prolongarlo en un segundo nivel: ¿y qué es un hombre? La respuesta a esta segunda pregunta viene, por su parte, a recaer sobre lo que en filosofía suele denominarse esencia por la fuerza del uso y de la tradición. Al tema de la esencia (palabra ésta que sirve para traducir la expresión aristotélica tò tí ên eînai) dedica Aristóteles un conjunto de disquisiciones tan interesantes como complicadas  . Nos limitaremos a tomar el hilo de uno de los aspectos de la cuestión.
La esencia es el contenido de la definición. En efecto, qué sea el hombre se manifiesta y expresa en la definición de hombre. La definición, por su parte, constituye una frase, un enunciado complejo. Así, la definición de hombre como «viviente-animal-racional» o bien como aquel ser que «nace, se alimenta, crece, se reproduce, envejece y muere (viviente), siente, apetece y se desplaza (animal) y, en fin, intelige, razona y habla (racional)». Una definición se compone, pues, de partes. ¿Qué partes de lo definido recoge el enunciado de la definición? Se trata de una cuestión a la que Aristóteles concede notable importancia y cuya respuesta ha de ser cuidadosamente matizada. No han de confundirse la perspectiva desde la cual define al hombre el físico y la perspectiva desde la cual lo define el metafísico. Situándose en la perspectiva de este último, Aristóteles considera que la definición no ha de incluir las partes materiales del compuesto (tal sería el caso de una definición de hombre que enumerara sus miembros, tejidos y órganos), sino solamente las partes de la forma específica, las partes de aquello que Aristóteles denomina eîdos (Met. VII 10,1035a15)  .

Al llegar a este punto resulta necesario llamar la atención sobre el significado del término eidos. Este término se traduce a menudo simplemente por la palabra latina «forma». Esta manera de traducirlo no merecería el más mínimo comentario si no fuera porque es también la palabra «forma» la que se utiliza para traducir el término griego morphé. Al traducirse ambos términos por la misma palabra, el lector se ve empujado a considerarlos como sinónimos, borrándose en gran medida el significado preciso que el término eidos posee en contextos decisivos como el que estamos analizando  . La distinción existente entre morphé y eîdos en este contexto es la que existe entre la estructura de un organismo viviente y las funciones o actividades vitales que tal organismo realiza. El eîdos es el conjunto de las funciones que corresponden a una entidad natural. El conjunto de tales funciones constituye la esencia de la entidad natural (ib., 1035b32) y por consiguiente constituye también el contenido de su definición, de acuerdo con el modelo de definición de hombre que más arriba hemos propuesto.

E) El discurso acerca de la entidad natural ?que en su segundo nivel nos ha llevado a la pregunta ¿qué es un hombre? y con ella a la esencia y la definición? ha de prolongarse aún en un tercer momento o nivel al cual correspondería la pregunta: ¿y por qué esto es un hombre? Este tercer momento del discurso posee una importancia decisiva ya que en el momento anterior la materia, los elementos materiales, habían quedado fuera de consideración al ceñirse el discurso exclusivamente a la esencia entendida como eîdos. Este nuevo nivel y esta nueva pregunta restituyen la composición hilemórfica de la entidad a que el discurso se refiere. Aristóteles subraya, en efecto, cómo la pregunta recae directamente en la materia: preguntar por qué esto es un hombre equivale a preguntar por qué estos elementos materiales están organizados de modo tal que constituyen un hombre. La respuesta, a su vez, ha de buscarse a través de la forma específica, del conjunto de funciones para las cuales sirve tal organización material: «luego lo que se pregunta es la causa por la cual la materia es algo determinado y esta causa es la forma específica (eîdos) que, a su vez, es la entidad (ousía)» (ib. VII 17,1041b6-9).

La teoría aristotélica de la entidad natural queda completada en este último momento del discurso. El eîdos, el conjunto de funciones que corresponden a una entidad natural aparece como causa de la entidad natural misma. No se trata, como es obvio, de una causa o agente exterior: la causalidad de la forma específica es inmanente  . En tanto que causa inmanente Aristóteles denomina «entidad» (ousía) a la forma específica, recogiendo así una de las significaciones básicas del término ousía expuestas en el 1. V de la Metafísica: «en otro sentido [se denomina ousía] a aquello que es causa inmanente del ser de cuantas cosas no se predican de un sujeto; tal es, por ejemplo, el alma para el animal» (1017bl4-16). Por último, el eîdos o forma específica no es solamente la esencia y la causa inmanente de la entidad natural, sino también su causa final o fin. La pregunta «¿por qué estos elementos son un hombre?» sólo aparece contestada plenamente cuando aquéllos son considerados desde el punto de vista de la función a que están destinados y sirven: la actividad específica del ser humano que constituye su razón de ser, su finalidad  . De este modo se llega a la tesis aristotélica más radical respecto de la naturaleza: la forma específica como finalidad inmanente, es decir, como télos, como entelequia, acto o actividad que es fin en sí misma.

F)    Tras este necesario recorrido a través de la teoría aristotélica de la entidad, volvamos ahora a las  dos cuestiones que Aristóteles considera fundamentales acerca del alma: ¿es el alma entidad o, por el contrario, es una determinación accidental del viviente?; ¿es acto, entelequia o más bien ha de ser considerada como una potencia, como una capacidad de los organismos vivos? La respuesta a ambas preguntas ?ampliamente elaborada en el 1. II del tratado Acerca del alma? viene dada por cuanto hemos expuesto anteriormente. Aristóteles establece y afirma repetidas veces que el alma es esencia (  tò tí ên eînai), forma específica (eîdos) y entidad (ousía) del viviente. Sus ideas al respecto aparecen expresadas con concisión en las siguientes palabras: «Queda expuesto, por tanto, de manera general, qué es el alma, a saber, la entidad definitoria (ousía katá lógon) esto es, la esencia de tal tipo de cuerpo»  (II I,412b9). Al ser forma específica del viviente, el alma constituye también su fin inmanente y, por tanto, su actualización o entelequia: «luego el alma es necesariamente entidad en cuanto forma específica de un cuerpo natural que en potencia tiene vida. Ahora bien, la entidad es entelequia, luego el alma es entelequia de tal cuerpo» (ib. 412a20-23).

La coherencia de la explicación aristotélica se basa en la afirmación fundamental de que el alma es el eîdos, la forma específica del viviente: precisamente por serlo, es también su entidad y entelequia. Ahora bien, ¿qué implicaciones tiene esta fundamental afirmación de que el alma es la forma específica del viviente? Más arriba hemos señalado que la forma específica es el conjunto de las funciones que corresponden a una entidad natural: por tanto, la forma específica de un viviente serán las actividades o funciones vitales (alimentarse, reproducirse, etc.) que en su conjunto suelen denominarse «vida». La teoría aristotélica parece favorecer de este modo la identificación del alma con la vida. Si esto es así, ¿no queda el alma desprovista de sustancialidad, de existencia y realidad autónomas?; ¿no se trataría, en definitiva, de una manera discreta de eliminar el alma manteniendo ?eso sí? la palabra «alma» como un mero sinónimo de la palabra «vida»? La identificación del alma con la vida, la sinonimi-zación de ambos términos, se insinúa en nuestro tratado como una posible consecuencia interna del planteamiento mismo aristotélico. Nos limitaremos a llamar la atención del lector sobre dos pasajes cruciales al respecto. El primero de ellos dice lo siguiente: «entre los cuerpos naturales los hay que tienen vida y los hay que no la tienen (y solemos llamar vida a la autoali-mentación, al crecimiento y al envejecimiento). De donde resulta que todo cuerpo natural que participa de la vida es entidad, pero entidad en el sentido de entidad compuesta. Y puesto que se trata de un cuerpo de tal tipo ?a saber, que tiene vida? no es posible que el cuerpo sea el alma» (ib. 412a12-17). Repárese en las líneas que hemos subrayado: en la premisa se establece que el viviente es compuesto a través del sistema «cuerpo/vida» (el viviente es un cuerpo que tiene vida) mientras que en la conclusión este sistema se sustituye por el otro de «cuerpo/alma» (es decir, el viviente es un cuerpo que tiene alma: el alma no es el cuerpo) . El segundo de los textos que aduciremos corresponde a la célebre y conocida definición aristotélica del alma: «luego el alma es la entelequia primera de un cuerpo que en potencia tiene vida» (ib., 412a27-28). De acuerdo con el sistema aristotélico, acto o entelequia es siempre y en cada caso el cumplimiento adecuado de la potencia que viene a actualizar. Por tanto, el acto o entelequia de un cuerpo que en potencia tiene vida ha de ser precisamente la vida y no cualquier otra cosa. No obstante, Aristóteles nos ofrece el alma en su lugar. Como en el caso anterior, la coherencia interna del texto parecería exigir la identificación de alma (psyché) y vida (zoé).

Arthur C. Clarke: 2001 Una odisea en el espacio

ARTHUR C. CLARKE

Titulo original: 2001 A SPACE ODISSEY
Traductor: Antonio Ribera
© 1968 by Arthur C. Clarke
© 1985 Ediciones Orbis S.A.
Depósito Legal: M.36.202-1985

Edición electrónica: Sadrac ?
Revisado y corregido por El Trauko
Versión 1.0 – Word 97

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Chile – Noviembre 2000

Texto digital # 18

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2001 ? UNA ODISEA ESPACIAL
Arthur C. Clarke

I ? NOCHE PRIMITIVA
1 ? El camino de la extinción
La sequía había durado ya diez millones de años, y el reinado de los terribles saurios tiempo ha que había terminado. Aquí en el ecuador, en el continente que había de ser conocido un día como Africa, la batalla por la existencia había alcanzado un nuevo clímax de ferocidad, no avistándose aún al victorioso. En este terreno baldío y disecado sólo podía medrar, o aun esperar sobrevivir, lo pequeño, lo raudo o lo feroz.
Los hombres mono del “veldt” no eran nada de ello, y no estaban por ende medrando; realmente, se encontraban ya muy adelantados en el curso de la extinción racial. Una cincuentena de ellos ocupaban un grupo de cuevas que dominaban un angosto vallecito, dividido por un perezoso riachuelo alimentado por las nieves de las montañas, situadas a doscientas millas al norte. En épocas malas, el riachuelo desaparecía por completo, y la tribu vivía bajo el sombrío manto de la sed.
Estaba siempre hambrienta, y ahora la apresaba la torva inanición. Al filtrarse serpenteante en la cueva el primer débil resplandor del alba, Moon?Watcher vio que su padre había muerto durante la noche. No sabía que el viejo fuese su padre, pues tal parentesco se hallaba más allá de su entendimiento, pero al contemplar el enteco cuerpo sintió un vago desasosiego que era el antecesor de la pesadumbre.
Las dos criaturas estaban ya gimiendo en petición de comida, pero callaron al punto ante el refunfuño de Moon?Watcher. Una de las madres, defendió a la cría a la que no podía alimentar debidamente, respondiendo a su vez con un enojado gruñido, y a él le falto hasta la energía para asestarle un manotazo por su protesta.
Había ya suficiente claridad para salir. Moon?Watcher asió el canijo y arrugado cadáver y lo arrastró tras sí al inclinarse para atravesar la baja entrada de la cueva. Una vez fuera se echó el cadáver al hombro y se puso en pie… único animal en todo aquel mundo que podía hacerlo.
Entre los de su especie Moon?Watcher era casi un gigante. Pasaba un par de centímetros del metro y medio de estatura, y aunque pésimamente alimentado, pesaba unos cincuenta kilos. Su peludo y musculoso cuerpo estaba a mitad de camino entre el del mono y el del hombre, pero su cabeza era mucho más parecida a la del segundo que a la del primero. La frente era deprimida y presentaba protuberancias sobre la cuenca de los ojos, aunque ofrecía inconfundiblemente en sus genes la promesa de humanidad.
Al tender su mirada sobre aquel hostil mundo del pleistoceno, había ya algo en ella que sobrepasaba la capacidad de cualquier mono. En sus oscuros y sumisos ojos se reflejaba una alboreante comprensión… los primeros indicios de una inteligencia que posiblemente no se realizaría aun durante años, y no podría tardar en ser extinguida para siempre.
No percibiendo señal alguna de peligro, Moon?Watcher comenzó a descender el declive casi vertical al exterior de la cueva, sólo ligeramente embarazado por su carga. Como si hubiesen estado esperando su señal, los componentes del resto de la tribu emergieron de sus hogares, dirigiéndose presurosos declive abajo en dirección a las fangosas aguas del riachuelo para su bebida mañanera.
Moon?Watcher tendió su mirada a través del valle para ver si los Otros estaban a la vista, mas no había señal alguna de ellos. Quizá no habían abandonado aún sus cuevas, o estaban ya forrajeando a lo largo de la ladera del cerro. Y como no se los veía por parte alguna, Moon?Watcher los olvidó, pues era incapaz de preocuparse más que de una sola cosa cada vez.
Debía primero zafarse del viejo, pero éste era un problema que requería muy poco que pensar. Había habido muchas muertes aquella temporada, una en su propia cueva; sólo tenía que depositar el cadáver donde había dejado el de la nueva criatura en el último cuarto de luna, y las hienas se encargarían del resto.
Ellas estaban ya a la espera, allá donde el pequeño valle se diluía en la sabana, como si supiesen de su llegada. Moon?Watcher depositó el cuerpo bajo un mezquino matorral todos los huesos anteriores habían desaparecido ya y se apresuró a volver a reunirse con la tribu. No volvió a pensar más en su padre.
Sus dos compañeras, los adultos de las otras cuevas, y la mayoría de los jóvenes estaban forrajeando entre los árboles raquitizados por la sequía valle arriba, buscando bayas, suculentas raíces y hojas, y ocasionales brevas, así como lagartijas o roedores. Sólo los pequeños y los más débiles de los viejos permanecían en las cuevas; si quedaba algún alimento al final de la búsqueda del día, podrían nutrirse. En caso contrario, no tardarían en estar de suerte otra vez las hienas.
Pero aquel día era bueno… aunque como Moon?Watcher no conservaba un recuerdo real del pasado, no podía comparar un tiempo con otro. Había dado con una colmena en el tronco de un árbol muerto, y así había disfrutado de la mejor golosina que jamás saboreara su gente; todavía se chupaba los dedos de cuando en cuando mientras conducía el grupo al hogar, a la caída de la tarde. Desde luego, había sido víctima de un gran número de aguijonazos, pero apenas los había notado. Se sentía ahora casi tan contento como jamás lo estuviera; pues aunque estaba aún hambriento, en realidad no se notaba débil por el hambre. Y eso era lo más a lo que podía aspirar cualquier mono?humanoide.
Su contento se desvaneció al alcanzar el riachuelo. Los Otros estaban allí. Cada día solían estar, pero no por ello dejaba la cosa de ser menos molesta. Había unos treinta y no podían ser distinguidos de los miembros de la propia tribu de Moon?Watcher. Al verle llegar, comenzaron a danzar, a agitar sus manos y a gritar, y los suyos replicaron de igual modo.
Y eso fue todo lo que sucedió. Aunque los mono?humanoide luchaban y peleaban a menudo entre ellos era raro que sus disputas tuvieran graves consecuencias. Al no poseer garras o colmillos y estando bien protegidos por su pelo, no podían causarse mucho daño mutuo. En cualquier caso, disponían de escaso excedente de energía para tal improductiva conducta; los gruñidos y las amenazas eran un medio mucho más eficaz de mantener sus puntos de vista.
La confrontación duró aproximadamente cinco minutos; luego, la manifestación cesó tan rápidamente como había comenzado, y cada cual bebió hasta hartarse de la lodosa agua… El honor había quedado satisfecho; cada grupo había afirmado la reivindicación de su propio territorio. Y habiendo sido zanjado este importante asunto, la tribu desfiló por la ribera del riachuelo. El siguiente apacentadero que merecía la pena se hallaba ahora a más de una milla de las cuevas, y tenían que compartirlo con una manada de grandes bestias semejantes al antílope, las cuales toleraban a duras penas su presencia. Y no podían ser expulsadas de allí, pues estaban armadas con terribles dagas que sobresalían de su testuz… las armas naturales que el mono?humanoide no poseía.
Así, Moon?Watcher y sus compañeros masticaban bayas y frutas y hojas y se esforzaban por ahuyentar los tormentos del hambre… mientras en torno a ellos, compitiendo por el mismo pasto, había una fuente potencial de más alimento del que jamás podían esperar comer. Pero los miles de toneladas de suculenta carne que erraban por la sabana y a través de la maleza, no sólo estaban más allá de su alcance, sino también de su imaginación.
Y, en medio de la abundancia, estaban pereciendo lentamente de inanición.
Con la última claridad del día, la tribu volvió, sin incidentes, a su cueva. La hembra herida que había permanecido en ella arrulló de placer cuando Moon?Watcher le dio la rama cubierta de bayas que le había traído, y comenzó a atacarla vorazmente. Bien escaso alimento había en ella, pero le ayudaría a subsistir mientras sanaba la herida que el leopardo le había causado, y pudiera volver a forrajear por sí misma.
Sobre el valle se estaba alzando la luna llena, y de las distantes montañas soplaba un viento cortante. Haría mucho frío durante la noche… pero el frío, como el hambre, no era motivo de verdadera preocupación; formaba simplemente parte del fondo de la vida.
Moon?Watcher apenas se movió cuando llegaron ecos de gritos y chillidos procedentes de una de las cuevas bajas del declive, y no necesitaba oír el ocasional gruñido del leopardo para saber exactamente lo que estaba sucediendo. Abajo, en la oscuridad, el viejo Cabello Blanco y su familia estaban luchando y muriendo, mas ni por un momento atravesó la mente de Moon?Watcher la idea de que pudiera ir a prestar ayuda de algún modo. La dura lógica de la supervivencia desechaba tales fantasías, y ninguna voz se alzó en protesta desde la ladera del cerro. Cada cueva permanecía silenciosa, para no traerse también el desastre.
El tumulto se apagó, y Moon?Watcher pudo oír entonces el roce de un cuerpo al ser arrastrado sobra las rocas. Ello duró sólo unos cuantos segundos; luego, el leopardo dio buena cuenta de su presa, y no hizo más ruido al marcharse silenciosamente, llevando a su víctima sin esfuerzo entre sus poderosas mandíbulas.
Durante uno o dos días, no habría más peligro allí, pero podía haber otros enemigos afuera, aprovechándose del frío. Estando suficientemente prevenidos, los rapaces menores podían a veces ser espantados con gritos y chillidos. Moon?Watcher se arrastró fuera de la cueva, trepó a un gran canto rodado que estaba junto a la entrada, y se agazapó en él para inspeccionar el valle.
De todas las criaturas que hasta entonces anduvieron por la Tierra, los mono?humanoide fueron los primeros en contemplar fijamente a la Luna. Y aunque no podía recordarlo, siendo muy joven Moon?Watcher quería a veces alcanzar, e intentar tocar, aquel fantasmagórico rostro sobre los cerros.
Nunca lo había logrado, y ahora era bastante viejo para comprender porqué. En primer lugar, desde luego, debía hallar un árbol lo suficientemente alto para trepar a él.
A veces contemplaba el valle, y a veces la Luna, pero durante todo el tiempo escuchaba. En una o dos ocasiones se adormeció, pero lo hizo permaneciendo alerta al punto que el más leve sonido le hubiese despabilado como movido por un resorte.
A la avanzada edad de veinticinco años, se encontraba aún en posesión de todas sus facultades; de continuar su suerte, y si evitaba los accidentes, las enfermedades, las bestias de presa y la inanición, podría sobrevivir otros diez años más.
La noche siguió su curso, fría y clara, sin más alarmas, y la Luna se alzó lentamente en medio de constelaciones ecuatoriales que ningún ojo humano vería jamás. En las cuevas, entre tandas de incierto dormitar y temerosa espera, estaban naciendo las pesadillas de generaciones aún por ser.
Y por dos veces atravesó lentamente el firmamento, alzándose al cenit, y descendiendo por el Este, un deslumbrante punto de luz más brillante que cualquier estrella.

2 ? La nueva roca
Moon?Watcher se despertó de súbito, muy adentrada la noche. Molido por los esfuerzos y desastres del día, había estado durmiendo más a pierna suelta que de costumbre, aunque se puso instantáneamente alerta, al oír el primer leve gatear en el valle.
Se incorporó, quedando sentado en la fétida oscuridad de la cueva, tensando sus sentidos a la noche, y el miedo serpeó lentamente en su alma. Jamás en su vida ?casi el doble de larga que la mayoría de los miembros de su especie podían esperar? había oído un sonido como aquel.
Los grandes gatos se aproximaban en silencio, y lo único que los traicionaba era un raro deslizarse de tierra, o el ocasional crujido de una ramita. Mas éste era un continuo ruido crepitante, que iba aumentando constantemente en intensidad. Parecía como si alguna enorme bestia se estuviese moviendo a través de la noche, desechando en absoluto el sigilo, y haciendo caso omiso de todos los obstáculos. En una ocasión Moon?Watcher oyó el inconfundible sonido de un matorral al ser arrancado de raíz; los elefantes y los dinoterios lo hacían a menudo, pero por lo demás se movían tan silenciosamente como los felinos.
Y de pronto llegó un sonido que Moon?Watcher no podía posiblemente haber identificado, pues jamás había sido oído antes en la historia del mundo. Era el rechinar del metal contra la piedra.
Moon?Watcher llegó junto a la Nueva Roca, al conducir la tribu al río a la primera claridad diurna. Había casi olvidado los terrores de la noche, porque nada había sucedido tras aquel ruido inicial, por lo que ni siquiera asoció aquella extraña cosa con peligro o con miedo. No había, después de todo nada alarmante en ello.
Era una losa rectangular, de una altura triple a la suya pero lo bastante estrecha como para abarcarla con sus brazos, y estaba hecha de algún material completamente transparente; en verdad que no era fácil verla excepto cuando el sol que se alzaba destellaba en sus bordes. Como Moon?Watcher no había topado nunca con hielo, ni agua cristalina, no había objetos naturales con los que pudiese comparar aquella aparición.
Ciertamente era más bien atractiva, y aunque él tenía por costumbre ser prudentemente cauto ante la mayoría de las novedades, no vacilo mucho antes de encaramarse a ella. Y como nada sucedió, tendió la mano y sintió una fría y dura superficie.
Tras varios minutos de intenso pensar, llegó a una brillante explicación. Era una roca, desde luego, y debió haber brotado durante la noche.
Había muchas plantas que lo hacían así… objetos blancos y pulposos en forma de guijas, que parecían emerger durante las horas de oscuridad. Verdad era que eran pequeñas y redondas, mientras que esta era ancha y de agudas aristas; pero filósofos más grandes y modernos que Moon?Watcher estarían dispuestos a pasar por alto excepciones igualmente sorprendentes a sus teorías.
Aquella muestra realmente soberbia de pensamiento abstracto condujo a Moon?Watcher, tras sólo tres o cuatro minutos, a una deducción que puso inmediatamente a prueba. Las blancas y redondas plantas?guijas eran muy sabrosas (aunque había unas cuantas que producían una violenta enfermedad). ¿Quizás ésta grande…?
Unas cuantas lamidas e intentos de roer le desilusionaron rápidamente. No había ninguna alimentación en ella; por lo que, como mono?humanoide juicioso, prosiguió en dirección al río, olvidándolo todo sobre el cristalino monolito, durante la cotidiana rutina de chillar a los Otros.
El forrajeo era muy malo, hoy, y la tribu hubo de recorrer varias millas desde las cuevas para encontrar algún alimento. Durante el despiadado calor del mediodía una de las hembras más frágiles se desplomó víctima de un colapso, lejos de cualquier posible refugio. Sus compañeros la rodearon arrullándola alentadoramente, mas no había nada que pudieran hacer. De haber estado menos agotados, podían haberla transportado con ellos; pero no les quedaba ningún excedente de energía para tal acto de caridad. Por lo tanto, hubieron de abandonarla para que se recuperase con sus propios recursos, o pereciese. En el recorrido de vuelta al hogar pasaron al atardecer por el lugar donde se depositaban los cadáveres; no se veía en él ningún hueso.
Con la última luz del día, y mirando ansiosamente en derredor para precaverse de tempranos cazadores, bebieron apresuradamente en el riachuelo, comenzando seguidamente a trepar a sus cuevas. Se hallaban todavía a cien metros de la nueva roca cuando comenzó el sonido.
Era apenas audible, pero sin embargo los detuvo en seco, quedando paralizados en la vereda, con las mandíbulas colgando flojamente. Una simple y enloquecedora vibración repetida, salía expelida del cristal, hipnotizando a todo cuando aprehendía en su sortilegio. Por primera vez ?y la última, en tres millones de años? se oyó en Africa el sonido del tambor.
El vibrar se hizo más fuerte y más insistente. Los mono?humanoide comenzaron a moverse hacia adelante como sonámbulos, en dirección al origen de aquel obsesionante sonido. A veces daban pequeños pasos de danza, como si su sangre respondiese a los ritmos que sus descendientes aún tardarían épocas en crear. Y completamente hechizados, se congregaron entorno al monolito, olvidando las fatigas y penalidades del día, los peligros de la oscuridad que iba tendiéndose, y el hambre de sus estómagos.
El tamborileo se hizo más ruidoso, y más oscura la noche. Y cuando las sombras se alargaron y se agotó la luz del firmamento, el cristal comenzó a resplandecer.
Primero perdió su transparencia, y quedó bañado en pálida y lechosa luminiscencia. A través de su superficie y en sus profundidades se movieron atormentadores fantasmas vagamente definidos, los cuales se fusionaron en franjas de luz y sombra, formando luego rayados diseños entremezclados que comenzaron a girar lentamente.
Los haces de luz giraron cada vez más rápidamente, acelerándose con ellos el vibrar de los tambores. Hipnotizados del todo, los mono?humanoide sólo podían ya contemplar con mirada fija y mandíbulas colgantes aquel pasmoso despliegue pirotécnico. Habían olvidado ya los instintos de sus progenitores y las lecciones de toda una existencia; ninguno entre ellos, corrientemente, habría estado tan lejos de su cueva tan tarde. Pues la maleza circundante estaba llena de formas que parecían petrificadas y de ojos fijos, como si las criaturas nocturnas hubiesen suspendido sus actividades para ver lo que habría de suceder luego.
Los giratorios discos de luz comenzaron entonces a emerger, y sus radios se fundieron en luminosas barras que retrocedieron lentamente en la distancia, girando sus ejes al hacerlo. Escindiéronse luego en pares, y las series de líneas resultantes comenzaron a oscilar a través unas de otras, cambiando lentamente sus ángulos de intersección. Fantásticos y volanderos diseños geométricos flamearon y de apagaron al enredarse y desenredarse las resplandecientes mallas; y los mono?humanoide siguieron con la mirada fija, hipnotizados cautivos del radiante cristal.
Jamás hubieran adivinado que estaban siendo sondeadas sus mentes, estudiadas sus reacciones y evaluados sus potenciales. Al principio, la tribu entera permaneció semiagazapada, en inmóvil cuadro, como petrificada. Luego el mono?humanoide más próximo a la losa volvió de súbito a la vida.
No varió su posición, pero su cuerpo perdió su rigidez, semejante a la del trance hipnótico, y se animó como si fuera un muñeco controlado por invisibles hilos. Giró la cabeza a este y otro lado; la boca se cerró y abrió silenciosamente; las manos se cerraron y abrieron. Inclinóse luego, arranco una larga brizna de hierba, e intentó anudarla, con torpes dedos.
Parecía un poseído, pugnando contra un espíritu o demonio que se hubiese apoderado de su cuerpo. Jadeaba intentando respirar, sus ojos estaban llenos de terror mientras quería obligar a sus dedos a hacer movimientos más complicados que cualesquiera hubiese antes intentado.
A pesar de todos sus esfuerzos, únicamente logró hacer pedazos el tallo. Y mientras los fragmentos caían al suelo, le abandonó la influencia dominante, y volvió a quedarse inmóvil, como petrificado.
Otro mono?humanoide surgió a la vida, y procedió a la misma ejecución. Este era un ejemplar más joven, y por ende más adaptable, logrando lo que el más viejo había fallado. En el planeta Tierra, había sido enlazado el primer tosco nudo…
Otros hicieron cosas más extrañas y todavía más anodinas. Algunos extendieron sus brazos en toda su longitud e intentaron tocarse las yemas de los dedos… primero con ambos ojos abiertos y luego con uno cerrado. Algunos hubieron de mirar fijamente en las formas trazadas en el cristal, que se fueron dividiendo cada vez más finamente hasta fundirse en un borrón gris. Y todos oyeron aislados y puros sonidos, de variado tono que rápidamente descendieron por debajo del nivel del oído.
Al llegar la vez a Moon?Watcher sintió muy poco temor. Su principal sensación era la de un sordo resentimiento, al contraerse sus músculos y moverse sus miembros obedeciendo órdenes que no eran completamente suyas.
Sin saber por que, se inclinó y recogió una piedrecita. Al incorporarse, vio que había una nueva imagen en la losa del cristal.
Las formas danzantes habían desaparecido, dejando en su lugar una serie de círculos concéntricos que rodeaban un intenso disco negro.
Obedeciendo las silenciosas órdenes que oía en su cerebro, arrojó la piedra con torpe impulso de volea, fallando el blanco por bastantes centímetros.
“Inténtalo de nuevo”, dijo la orden. Buscó en derredor hasta hallar otro guijarro. Y ésta vez su lanzamiento dio en la losa, produciendo un sonido como de campana. Sin embargo todavía era muy deficiente su puntería, aunque había sin duda mejorado.
Al cuarto intento, el impacto dio sólo a milímetros del blanco. Una sensación de indescriptible placer, casi sexual en su intensidad, inundó su mente. Aflojóse luego el control, y ya no sintió ningún impulso para hacer nada, excepto quedarse esperando.
Una a uno cada miembro de la tribu fue brevemente poseído. Algunos tuvieron éxito, pero la mayoría fallaron en las tareas que se les habían impuesto, y todos fueron recompensados apropiadamente con espasmos de placer o de dolor.
Ahora había sólo un fulgor uniforme y sin rasgos en la gran losa, por lo que se asemejaba a un bloque de luz superpuesto en la circundante oscuridad. Como si se despertasen de un sueño, los mono?humanoide menearon sus cabezas, y comenzaron luego a moverse por la vereda en dirección a sus cobijos. No miraron hacia atrás ni se maravillaron ante la extraña luz que estaba guiándoles a sus hogares… y a un futuro desconocido hasta para las estrellas.

MEDALLA PARA EL MAESTRO

MEDALLA PARA EL MAESTRO
EL COLOMBIANO, MARZO 5, 2002
Jorge Montoya ayuda a entender la muerte
¿Y cuál es la especialización del doctor Jorge Montoya Carrasquilla? “No, eso es una lista súper larga que yo no la tengo aquí, pero si me espera se la traigo…”, responde Juan Álvaro Rendón, uno de los encargados de la organizar el homenaje que le rindió el Congreso de la República a este hombre, con la entrega de la medalla de honor al mérito, de la Comisión de Ética, por su trabajo en cuidados paliativos.
Brindar apoyo a los pacientes terminales, ayudar a los familiares y enfermos a entender y asumir la muerte es sólo una parte del trabajo de Montoya, quien para dedicarse a esta labor se especializó en gerontopsiquiatría, tanatología, en  cuidados cuidados paliativos y, además, es gerontólogo clínico.
El día de su homenaje, muchas cabezas blancas empezaron a llegar al auditorio, damas y caballeros de la tercera edad, que con asomos de temblor en sus manos se turnaban para felicitarlo.
El, de barba y cabello negro, estaba más feliz por la presencia de estas personas que por el mismo homenaje. Su trabajo estaba inscrito en ellas.
Los enfermos de Parkinson y Alzhaimer también hacían parte de los beneficiadas con la obra que desde hace más de 12 años realiza este especialista.
“Lo más difícil de mi labor es hacerle entender a la gente que después de perder a un ser querido se les puede ayudar. La gente ha perdido la costumbre de recibir ayuda con amor”, anotó Montoya, que también dirige la Unidad de Duelo de la Funeraria San Vicente, por medio de la cual se facilita el proceso de duelo fundamentándose en educación y atención integral de las personas, para que los implicados se incorporen de nuevo a su rutina.
Más de 50.000 personas han pasado por este programa que incluye conferencias, consultas personalizadas, talleres y literatura del tema de la muerte, como forma de ayuda.
“Es una paradoja que vivamos en la ciudad más violenta del mundo y, sin embargo, haya más fondas en las esquinas que unidades de duelo”, dijo Montoya. [ACV]
http://www.elcolombiano.terra.com.co/hoy/nvs008.htm

Taller ADIEE

MATERIAL DE TRABAJO PRETALLER

Bienvenido al taller Construcción de Programas de Formación, desde este momento usted comenzará a aprender acerca del mundo de la educación de adultos y especialmente de la elaboración de cursos.

Usted está recibiendo un trabajo previo, con el fin de que pueda indagar algunos puntos referentes al programa de formación que desea construir.  Es muy importante que usted complete esta información y la lleve el día del primer taller.

Por favor realice los siguientes pasos:

1. Seleccione un programa de formación que desee construir:  Piense en un tema que se requiera en su empresa y el cual usted conozca.
2. Diligencie la información que se solicita a continuación

CONSTRUCCIÓN DE PROGRAMAS DE FORMACIÓN
MODELO ADDIE

TEMA O NOMBRE DEL CURSO: Manejo de síntomas comunes

I. ANÁLISIS

a. Problema

? Desempeño actual (problema)
Capacitar a cuidadores primarios sobre el manejo de síntomas comunes en pacientes crónicos y/o en fase terminal.

? Desempeño deseado (Resultado después de haber resuelto el problema, objetivo general del programa de formación)

? Cuáles con las metas de este curso (Objetivos específicos del programa de formación)

b. Análisis de audiencia

Identificación de la audiencia objetivo

? Cuál es la población objetivo de este curso?

? Cuántos miembros serán en total?

? Existe dispersión física entre ellos? Diferentes oficinas dentro de la ciudad? Diferentes ciudades?

Nivel de competencia y actitud hacia el curso

? A qué nivel se encuentran los conocimientos actuales de la audiencia objetivo sobre el tema del curso?

? A qué nivel se encuentran las habilidades actuales de la audiencia objetivo sobre el tema del curso?

? Es factible que los miembros de la audiencia vengan al curso con malentendidos y prejuicios sobre el tema?

? Cuál es la actitud general que usted percibe en los miembros de la audiencia respecto al contenido? Hay algún tema en particular hacia el cual se sienten particularmente positivos o negativos?

Nivel y preferencias de lenguaje

? Qué tanta terminología especializada existe en el vocabulario actual de los estudiantes?

Características de aprendizaje
? Qué tanta experiencia tienen los miembros de la población objetivo en ambientes de aprendizaje como el que usted planea usar? (En caso de que ya lo tenga definido)

c. Análisis de contexto
Características de contexto

? Con qué tipo de equipo cuenta para impartir el curso? (Micrófono y parlantes, tablero blanco y marcadores secos, papelógrafo y marcadores lavables, retroproyector y transparencias, grabadora, televisión,  videograbadora, computador, videobeam, intranet, Internet?

? Qué otro tipo de recursos pueden estar a su disposición para lograr el objetivo de su proyecto instruccional? (personas, localidades, servicios de apoyo, folletos, manuales, etc.)

? Se anticipa dar este curso como auto-estudio, como curso dictado por un instructor, como seminarios de trabajo en grupo, curso dictado por Internet, exclusivamente o una mezcla entre todos estos? (En caso de que ya lo tenga definido)

? Con qué frecuencia planea impartir el curso?

? En qué localidades planea impartir el curso?

? Tiene previsto preparar instructores para dictar el curso? O los impartirá todos una misma persona?