Respaldo de material de tanatología

La Eutanasia.

Zarina  Enviando en: sábado, 05 de julio, 2003 – 05:50 pm

La palabra eutanasia viene del griego, así : eu = bueno, thanatos = muerte. “Buena muerte” término que ha evolucionado y actualmente hace referencia al acto de acabar con la vida de otra persona, a petición suya, con el fin de minimizar su sufrimiento.

Formas de aplicación de la eutanasia

– Eutanasia pasiva: este es un término mal utilizado por los medios de comunicación y a lo único que se refiere es a la muerte natural, así se suspende el uso de los instrumentos de apoyo de vida o el suministro de medicamentos para que se dé una muerte completamente natural que no contraria en nada la ley natural.

– Eutanasia activa: este término se refiere a la muerte que se ocasiona de una manera directa para poner fin al sufrimiento del paciente.

El suicidio asistido se relaciona vagamente con la eutanasia, este se produce cuando alguien le da información y los medios necesarios a un paciente para que pueda terminar fácilmente con su propia vida.

Creencias sobre la eutanasia

– Las creencias cristianas fueron bien documentadas por Tomás de Aquino, él condenó el suicidio porque :

* Infringe el deseo natural de vivir

* Daña a otra gente

* La vida es un regalo de Dios y así mismo sólo él puede quitarla

– Michel de Montaigne fue el primer disidente importante entre los escritores europeos. Escribió 5 ensayos que tocaron el tema del suicidio, y concluyó que es una elección personal, y racional bajo algunas circunstancias.

Preguntas éticas levantadas por la discusión sobre la eutanasia

– Un gran porcentaje de pacientes terminales sufren de dolor intratable y/o experimentan una intolerabilidad hacia su pobre calidad de vida. Ellos, más bien, preferirían que su vida termine en vez de que continúe hasta que su cuerpo muera. ¿Se les debe dar asistencia?

– El suicidio es un acto legal que teóricamente cualquiera puede practicar.
Pero una persona que está terminalmente mal, está en un hospital o es incapacitada no puede ejercer esta opción. En efecto, ellos están siendo discriminados. ¿Debe dárseles la misma opción de suicidio que la gente sana de fuera tiene?

– Muchos grupos de fe, como el cristiano y el judío, creen que Dios da vida y por lo tanto sólo él debería quitarla.
Entonces el suicidio sería considerado como un rechazo a la soberanía de Dios y a su plan de amor.
Ellos sientes que nosotros somos mayordomos de nuestras propias vidas, y el suicidio no debería ser una opción. Este es un factor importante para una persona que considera la eutanasia y que es a la vez miembro de uno de estos grupos religiosos.

Sin embargo, parece fundamentalmente injusto utilizar un argumento religioso para decidir política y públicamente. Hay un número considerable de adultos, con sus creencias religiosas, que toman la eutanasia como una opción moral deseable en algunos casos. Hay también muchos secularistas, ateos, agnósticos, etc, que activamente difieren de tal argumento religioso.

– Muchos grupos de fe creen que el sufrimiento humano puede tener un valor positivo para el enfermo terminal. Para ellos el sufrimiento puede ser una oportunidad divina para aprender o purificarse.

Algunas menciones romanas católicas dicen que los cristianos prefieren que se modere el uso de analgésicos, a fin de aceptar voluntariamente por lo menos una parte de sus sufrimientos y así asociar en sí mismos de manera consciente los sufrimientos de Cristo crucificado. Estas pueden ser sugerencias significativas para algunos creyentes cristianos. Sin embargo, estos parecen argumentos pobres para justificar la negación de la eutanasia a las personas que no comparten estas creencias.

– Mucha gente argumenta que el dolor experimentado por los enfermos terminales puede controlarse a niveles pasaderos mediante el tratamiento apropiado. Sin embargo diez millones de individuos en América del norte no tienen acceso a la salud pública adecuada, y tal control de dolor no está disponible para todos los enfermos.

Las reducciones previstas al financiamiento de salud aumentan la posibilidad de sufrimiento de enfermos terminales y hará la asistencia más importante. También, para algunos, el dolor intratable no es la principal razón para que deseen morir, puede ser una pérdida de independencia, dignidad y capacidades.

– Al estar el suicidio asistido y/o la eutanasia disponibles alguna gente presionará a sus familiares para que acepten morir, esta presión puede ser muy sutil. Este es un argumento importante en favor de controles estrictos que confirmarían que un paciente no está siendo influido por otros.

– Alguna gente deseará morir porque sufren de depresión clínica. Otro argumento a favor de controles estrictos para confirmar que una asistencia solicitada por un paciente agonizante sea consciente.

– En una época cuando el financiamiento médico total se restringe y es continuamente reducido, ¿es comprometedor para la ética la aplicación de tratamientos sumamente caros a enfermos terminales a fin de extender sus vidas por unas pocas semanas en contra suya? El dinero usado en esto entonces no está disponible para el cuidado pre-natal, el cuidado del infante, etc. Con lo que se ahorrarían vidas y se mejoraría la calidad de vida a largo plazo para otros.

– Alguna gente argumenta que los pacientes se asustarían por que sus médicos los podrían matar. Este no es un interés valedero, sólo el paciente podría pedir la asistencia. El doctor continuaría trabajando para encontrar los deseos de sus pacientes.

Opinión pública sobre la eutanasia

Se han hecho muchas encuestas, sin embargo los resultados varían según la pregunta precisa que se hizo, algunos resultados dan apoyo a la eutanasia así :

– 60% en Estados unidos – 74% en Canadá – 80% en Gran Bretaña – 81% en Australia.

La batalla política sobre la eutanasia

Los debates que se llevan a cabo sobre la eutanasia generalmente terminan enredados por prejuicios morales, religiosos, emocionales, etc. Pero en realidad, sin cuestionar los diferentes puntos de vista, la pregunta que se debe hacer es:

¿A una persona que se siente completamente mal, siente que su vida no es suficiente razón para vivir el dolor intratable, la pérdida de dignidad o la pérdida de algunas facultades, pide repetidamente ayuda para un suicidio, está consciente y no está en capacidad de fingir una depresión se le puede aplicar la eutanasia o asesorarla en su suicidio?

En los debates sobre eutanasia no se debe discutir:

– Si un enfermo terminal debe pedir la eutanasia, lo que siempre es una decisión personal, sino si la gente en general debería darse la elección para pedir su aplicación.

– Si se debería permitir el suicidio. En muchas jurisdicciones el suicidio es un acto legal y ha sido así por mucho tiempo.

– Si a una persona saludable que está sufriendo un periódo de depresión se le debe dar ayuda para el suicidio. No se debe dar tal asistencia.

– Si se debe permitir que una persona de la familia pida la aplicación de la eutanasia, una petición así debe venir del enfermo terminal.

Por último, la eutanasia es una pregunta de elección: ¿Se debe facultar a la gente para tener control sobre sus propios cuerpos?

Los grupos que se oponen al aborto son, generalmente los que se oponen también a la eutanasia, entre ellos se encuentran:

– Los grupos religiosos conservadores, quienes se oponen a la libertad personal de elección en muchas áreas de la vida.

– Las asociaciones médicas que se dedican a salvar y alargar la vida y se sienten incómodos ayudando a la gente a terminar sus vidas.

– Grupos de incapacitados que tienen miedo de que la eutanasia sea el primer paso hacia la inclinación de terminar, sin su voluntad, con las vidas de la gente incapacitada.

Condición legal actual de la eutanasia

– Canadá:
El suicidio es legal, pero nunca un médico puede ayudar en él. Una ley para permitir la eutanasia podría crearse en el nivel federal y se aplicaría a lo largo del país. Hay un alto número de casos que involucran enfermos terminales que han buscado asistencia técnica para el suicidio. El Gobierno parece estar evitando discutir este punto.

– Estados Unidos:
Los ciudadanos en el estado de Oregon aprobaron la medida 16 de noviembre de 1.994 que legalizaba la eutanasia bajo condiciones limitadas. El “National Right to Life Committee” (Comité por el derecho nacional a la vida) obtuvo un interdicto de la Corte para demorar la implementación de la medida.

El 7 de marzo de 1.996 la Novena Corte de Circuito de Apelaciones declaró anticonstitucional una ley de Washington que criminalizó al médico que ayudara a pacientes terminales. La corte mandada por una mayoría de 8 a 3 dijo que la ley infringía el derecho a la libertad y a la protección igual garantizada por el artículo 14 de la Constitución de Estados Unidos.

“No state shall make or enforce any law which shall abridge the privileges or immunities of citizens”

Ningún estado hará o impondrá leyes que abrevien los privilegio o inmunidades de los ciudadanos

Los 30 Estados tienen sus leyes específicos que criminalizan el suicidio asistido. Este artículo sólo es acatado por los territorios occidentales: Alaska, Arizona, California, Guam, Hawaii, Idaho, Montana, Nevada, N. Mariana Islas, Oregon y Washington.

La Corte dijo “cuando los pacientes ya no pueden perseguir la libertad o la felicidad y no desea tener la vida, el rigor del Estado en vigor para mantenerlos vivos es menos obligatorio….Un competente mental, el adulto enfermo terminal, habiendo vivido aproximadamente toda su vida, tiene un interés fuerte en la libertad de elegir una muerte humana y dignificada en vez de ser reducido al estado de un niño – estado de impotencia, pañal, sosego, incompetente-“.

La decisión fue condenada por la Asociación Médica de Estadounidenses, la Iglesia Católica Romana. Los activistas del SIDA la recibieron con entusiasmo.

El 3 de abril de 1.996 la Segunda Corte del Circuito de Apelaciones declaró anticonstitucional un estado de ley de Nueva York que criminalizaba al médico que ayudaba al suicidio a pacienter terminales. Un jurado de 3 jueces encontró que la ley infringe la protección igual garantizada en el artículo 14 de la Constitución de Estados Unidos. Este reglamento únicamente afecta 3 estados: Connecticut, Nueva York y Vermont.

El 18 de abril de 1.996 la Fiscalía General de la República del estado de Nueva York pidió que el reglamento se suspendiera por un tiempo corto, mientras el Estado apela la decisión a la Corte Suprema, esta ha decidido oír argumentos en enero de 1.997 y dar su decisión probablemente a mediados de 1.997.

– Australia:
El territorio norteño pasó una ley el 25 de mayo de 1.995 que se asintió el 16 de junio de 1.995. Permitir la eutanasia activa, bajo cuidadosos controles, en 1.999 cuando ciertos requisitos previos se hagan.

Este territorio consiste en 1/6 de la masa terresre de Australia pero sólo tiene una población de 168.000 habitantes. La ley comenzó como una cuenta de miembro privado Rights of the Terminally Ill Bill 1995 (Derechos de el proyecto de ley de los enfermos terminales 1.995), patrocinado por Marshall Perron.

Era rechazado por la Asociación Médica Australiana y una variedad de grupos de “Derecho a la vida”. Un voto de consciencia permitió que los miembro fueran libres para votar independientemente de la disciplina del partido. EL nombre original se conservó. La ley se llama los Derechos del Acto del Enfermo Terminal. Fue puesta en marcha el 1 de julio de 1.996, otros proyectos de ley están siendo introducidos en otros estados Australianos.

Una encuesta conducida por Newpoll en julio de 1.995 encontró que el 81% de los adultos australianos apoyan voluntariamente la eutanasia. Esta encuesta presenta un aumento frente al resultado de julio de 1.994 donde se apoyaba con un 79%. Una votación por el Roy Morgan el Centro de investigación en junio de 1.995 mostró resultados similares: 78% a favor. Este presenta un aumento desde 66% en 1.986. Una votación separada mostró que el 60% de los doctores y el 78% de las enfermeras en Victoria favorecieron la eutanasia. Una votación adicional se tomó entre 6.500 congregaciones cristianas, representando 19 denominaciones. Ellos encontraron que 40% se mostró de acuerdo con el suicidio asistido para enfermos terminales, 30% se opuso, 30% no sabe, no responde. Entre creyentes más viejos el apoyo era más alto 50% de los sesenta para delante.

Bob Dent, 66 años, fue la primera persona en aprovechar la nueva ley. Se había trasladado al norte como misionero de una Iglesia de Inglaterra (Episcopal, Anglicana). Se llegó a desilusionar con la política dentro de la Iglesia y dejó su llamado para llegar a ser una construcción de estimación. Le diagnosticaron cáncer el 1.991 y luego se convirtió al budismo. Escribió una carta diciendo “Si usted difiere con la eutanasia voluntaria, entonces no la use, pero por favor no me niegue el derecho.”

Dijo que ningún grupo religioso debería exigir que se comportara con sus reglas y aguantaría si dolor intratable innecesario hasta que algún doctor en su omnisciencia decidiera que ya había tenido suficiente y aumentara la morfina hasta morir. En presencia de su esposa y el doctor, inició el proceso con una inyección mortal de droga.

El reverendo Harry Goodhew, arzobispo anglicano de Sidney denunció el caso el 7 de octubre de 1.996, dijo “La forma moral de nuestra nación está bajo amenaza con la primera eutanasia legalmente sancionada en el norte, y así es la relación entre doctores y pacientes. Ahora se ha mostrado qué significa esto [Sic] doctores son los que salvan vidas, pero bajo la ley norteña ellos también son quienes matan….Nosotros debemos sentir una congoja profunda de la esposa de quien murió, y también comprender el dolor humano que trajo esta conclusión en la vida de un hombre. Pero por estos hechos no se puede permitir que nos persuadan de que esta acción tuvo razón. El agravio es moral. Yo no puedo aprobarlo desde ningún punto de vista.”

Un segundo enfermo terminal tuvo asistencia médica para morir el 7 de enero de 1.997. Era Janet Mills, 52 años, que sufrió de una forma rara de cáncer de piel que ocasiona su desintegración. El decano alglicano de Sydney, Boak Jobbins, dijo que esta muerte era otro día de vergüenza para Australia. Dijo “Claramente somo una nación que ha llegado al final de sus recursos….no tenemos más cosas para ofrecer al enfermo terminal, al anciano o al incapacitado fuera de una salida rápida con una aguja.”

El 25 de marzo de 1.997 el senado australiano rechazó la ley de la provincia norteña. El voto fue 38 a 33. Esto convirtió al proyecto en ley, había sido ya aprobada por las condiciones más bajas. Esta acción viola la opinión pública. Además de los resultados encontrados arriba, una votación por toda la nación de enfermeras mostró que el 70% estaban a favor,

– Cambodia:
Un individuo al que se le negaba el perdón por matar presentó una demanda con la inteción de borrar todas las referencias de la eutanasia en la ley de Columbia. La demanda petardeó. El 20 de mayo de 1.997, la Corte Constitucional legalizó la eutanasia para enfermos terminales que han dado claramente su aquiescencia. Con una votación 6 a 3. Los jueces ahora tendrán que escribir una reglamentación y considerar cada caso separadamente.

– Holanda:
La eutanasia en este país ha sido aprobada por el Parlamento en el 2002.

– Japón:
El 28 de marzo de 1.995 la corte del Distrito en Yakahoma encontró culpable a un doctor de asesinar un paciente de cáncer terminal que esperaba morir en unos pocos días. Recibió una condena de dos años de prisión, que se suspendió. La corte entonces enunció cuatro condiciones bajo las que se permitiría la eutanasia en Japón:

– El paciente sufre un dolor físico inaguantable.

– La muerte es inevitable e inminente

– Se han tomado todas las medidas posibles para eliminar el dolor

– El paciente ha expresado claramente su consentimiento.

El juez Matsuura dijo que la acción del Dr. Tokunag no reunió todas las condiciones, discutieron que el paciente no había hecho expresiones claras sobre su dolor físico ni había dado su consentimiento. La acción del doctor no se puede considerar eutanasia y representa una terminación ilegal de la vida del paciente.

Posición de las distintas religiones frente a la eutanasia

La Iglesia Católica Romana, la Luterana y la Episcopal han emitido declaraciones formales opuestas a la eutanasia y al suicidio asistido.

Los grupos de fe Evangélica y Fundamentalista se cree que están también en desacuerdo con estas prácticas. La Asociación Unitaria – Universalista, un grupo liberal, emitió una declaración en 1.988 a favor de la eutanasia y, si hay condiciones adecuadas, del suicidio asistido. Declaraciones similares han sido hechas por la Iglesia Unida de Cristo y la Iglesia Metodista.

Las otras Iglesias parecen divididas en este punto. La mayoría de cuerpos religiosos no se oponen a la eutanasia pasiva que no es más que dejar que la muerte se produzca de una manera natural sin aplazarla ni acelerarla.

Enviando en: jueves, 13 de abril, 2006 – 11:28 pm

Holanda y Bélgica, únicos países que permiten la eutanasia activa

EFE 13 abril 2006

La eutanasia, cuyo significado etimológico es “buena muerte” y define el proceso que tiene por objeto ayudar a morir sin dolor a un enfermo en estado terminal e irreversible que así lo solicita, sólo ha sido legalizada en su aplicación más amplia en dos países: Holanda y Bélgica.

Existen tres formas de eutanasia: activa, cuando se provoca la muerte mediante drogas u otros métodos letales; pasiva, consistente en la eliminación de los medios destinados a prolongar la vida; e indirecta, cuando se administran calmantes con la intención principal de aliviar el dolor, aunque ello pueda anticipar la muerte del enfermo.

La eutanasia activa sólo es legal en Holanda y en Bélgica, mientras que otros países autorizan fórmulas como el suicidio asistido, como es el caso de Suiza y el estado de Oregón (EEUU), o la eutanasia pasiva.

Oregón fue el primer lugar del mundo donde se legalizó la eutanasia, en diciembre de 1994, con una ley que entró en vigor en 1997 y que autorizaba a los médicos a prescribir drogas letales a los pacientes en fase terminal con seis meses de esperanza de vida que lo solicitaran y que se tenían que administrar los propios enfermos.

Dicha ley fue aprobada dos veces en referéndum y ha sido confirmada por la Corte Federal de Apelaciones (2004), y por el Tribunal Supremo de Estados Unidos (2006). Desde que entró en vigor ha sido usada en 200 casos de enfermos terminales.

Pero el primer país del mundo en legalizar la eutanasia activa fue Holanda en 2001, aunque esa práctica llevaba años siendo “tolerada” en ese país.

De hecho, en 1984 el Tribunal Supremo había admitido la posibilidad de no sancionar algunos actos de eutanasia; y en 1993 se había aprobado una ley, que aunque no llegaba a despenalizarla, si contemplaba su aplicación en determinados casos.

En el año 2000 se elaboró una ley que eximía de responsabilidad penal a los médicos que practicasen la eutanasia siempre que un enfermo en fase terminal lo decidiese libremente y estuviese sometido a un sufrimiento insoportable sin expectativas de mejora.

Dicha ley fue aprobada en el Senado el 10 de abril de 2001 y entró en vigor el 1 de abril de 2002.

El ejemplo de Holanda fue seguido por la vecina Bélgica, qu, el 23 de septiembre de 2002 despenalizó la eutanasia para los adultos en ciertos casos y bajo estrictas condiciones.

Ambos países preparan en la actualidad una regulación de la eutanasia para niños y personas dementes.

La eutanasia estuvo también permitida durante un tiempo en el Territorio del Norte de Australia, donde el doctor Philip Nitschke ideó un método de “suicidio asistido” que permitió a cuatro personas morir acogiéndose al Acta del Derecho de Enfermos Terminales (ADET), que entró en vigor en julio de 1996, pero que el Parlamento federal derogó en marzo de 1997.

El suicidio asistido, que consiste en facilitar la ayuda exterior necesaria para morir a quien quiere acabar con su vida pero no tiene medios para hacerlo, está permitido en Suiza donde hay una asociación, “Dignitas”, que se dedica a ayudar a morir, lo que ha propiciado un “turismo de la muerte”.

En Japón, fue autorizado por la Corte Suprema en 1995, aunque solo en determinadas condiciones; y en Colombia, fue reconocido en 1997 por la Corte Constitucional como un derecho para enfermos terminales.

En la mayoría de los países la eutanasia está sin regular o únicamente se admite la pasiva, aunque cada cierto tiempo surgen casos que devuelven el tema a debate, como ocurrió en 2005 con Terri Schiavo, quien falleció en Florida (EEUU) tras pasar quince años en estado vegetativo, y que algunas veces llevan a cambiar las leyes.

En Francia, por ejemplo, la polémica sobre la eutanasia resurgió en 2003 a raíz de la historia del joven tetrapléjico Vincent Humbert al que su madre ayudó a morir, y que contribuyó a que el Parlamento francés aprobara en 2005 una ley que define el derecho a “dejar morir” a los enfermos sin esperanza de curación o en fase terminal.

En el Reino Unido hay un proyecto de ley en la Cámara de los Lores sobre la legalización de la eutanasia voluntaria y en California (EEUU) también están elaborando o tramitando leyes sobre esta práctica y donde se ha planteado una regulación similar a la de Oregón.

Entre las voces más críticas con la eutanasia está la del Vaticano, que considera moralmente inaceptable la provocación directa e indirecta de la muerte de una persona y equipara la eutanasia activa a una forma de asesinato. EFE


2 thoughts on La Eutanasia.

  1. Muerte dulce

    «Eutanasia» (eu = bueno; thanatos = muerte) es un concepto que, en apariencia, no puede ser más sencillo y transparente: eutanasia equivale a «muerte dulce, tranquila». Pero sólo superficialmente es un concepto claro. El análisis de la misma estructura etimológica del término eutanasia ?que parece la fuente principal de la pretendida claridad? nos pone en guardia: eu es un prefijo griego que se traduce por «bueno» y, en el contexto, por «agradable», «tranquilo». Pero bueno (o su correlativo, «malo», indisociable del primero) es término tanto biológico (buena salud) como psicológico (una cenestesia agradable), ético (una acción heroica), moral (acorde con la costumbre) o jurídico (bueno es ajustado a derecho). Lo «agradable» es sólo una determinación específica del término. Una muerte agradable o indolora, en el sentido cenestésico, no es, por ello, equivalente a una muerte buena en el sentido, no ya ético, sino incluso biológico del concepto (una muerte placentera «experimentada» por un individuo sano en plena juventud, pero atiborrado de drogas euforizantes, podría considerarse como biológicamente mala). Cuando se dice que todo hombre «tiene derecho a una muerte digna», o se pide el principio, o es mera retórica: pues muerte digna no es sólo muerte sin sufrimiento. Entre los soldados prusianos tener derecho a una muerte digna significaba por ejemplo tener derecho a ser fusilado con honores ceremoniales, al margen del placer o del dolor que se experimentase. Una muerte indigna sería una muerte en la horca, incluso con anestesia previa.

    Thanatos traducido por «muerte», si resulta ser un concepto sencillo lo es sólo después de haber impugnado una serie de ideas aún vigentes de índole religiosa, pero también filosófica o biológica &c., que son indisociables y correlativas de la idea nada sencilla de la Vida. Y esto bastaría para reconocer que «muerte» no es un concepto sencillo, desde el momento en que su simplificación requiere una reducción de conceptos muy complejos. Buena muerte, eutanasia, no podrá dejar de ser, no ya por la oscuridad de sus componentes, sino también por su misma composición, un concepto totalmente oscuro y problemático. La composición de esos elementos puede considerarse desde el punto de vista de la «estructura» o resultado de esa composición, o bien, desde el punto de vista de su origen (de su génesis). Ateniéndonos a la «estructura»: ¿cómo pueden mantenerse reunidos, o dentro de qué condiciones, los conceptos de «bueno» y de «muerte». Pues, ¿acaso la muerte puede llamarse buena en alguna circunstancia?; ¿no es siempre mala? Más aún: ¿no es la muerte, con su siniestra guadaña, el símbolo mismo del mal? Buena muerte, eutanasia, ¿no es algo así como «círculo cuadrado»? Es cierto que desde algunos supuestos biológicos podrá decirse que la «muerte natural» es una muerte normal o buena, y que sólo la muerte violenta (por accidente, por asesinato, por ejecución) podría ser llamada objetivamente «distanasia». Pero, ¿cuál es el criterio de lo que no es natural? Por ejemplo, ¿es natural una enfermedad infecciosa? Lo natural no es lo normal estadístico, porque la norma cambia con el mismo nivel histórico de la vida. Por el contrario, desde una perspectiva pesimista, que supone que el mal está en la vida misma ¿no es la muerte un bien y, en consecuencia, una buena muerte, una muerte eutanásica, no es intrínsecamente un concepto redundante? Pero la bondad o maldad podría ir referida a la «génesis», es decir, al proceso mismo del morir, independientemente de que el resultado de este proceso, la muerte, se considerase bueno o malo. Sospecho que el concepto de «eutanasia» está pensado en este contexto procesual, con abstracción de la consideración del resultado de este proceso, que es la muerte; y sospecho que esta abstracción es la clave principal de la simplificación (o si se quiere, de la clarificación o trivialización) del concepto de eutanasia. Consideramos de importancia principal distinguir, ya dentro de este contexto procesual, la posibilidad de una doble perspectiva según que el proceso se considere en términos no operacionales o, por el contrario, según que se considere el proceso como coordinado con una secuencia de operaciones (tecnológicas, políticas, &c.). {SV 200-202}

  2. Eutanasia, la Muerte Dulce

    Card. Dionigi Tettamanzi,
    Arzobispo de Génova

    Lunes, 23 de febrero de 1997

    1. Eutanasia significa “muerte dulce”, dulce en el sentido de sin dolor, casi un morir sin darse cuenta. Más allá del nombre, nos interesa, sobre todo, la realidad de la eutanasia hoy, en la situación de nuestra sociedad y de nuestra cultura. A decir verdad, encontramos este fenómeno otras veces en la historia, pero en el momento presente se muestra con un rostro muy nuevo, en un cierto sentido inédito. Quisiera bosquejar este rostro, indicando algunos de sus elementos esenciales.

    Un primer elemento es el aumento numérico de los casos de eutanasia. En Holanda durante el año 1995 han recurrido a la eutanasia cerca de 3600 personas. En el 80% de los casos la eutanasia, o suicidio asistido, ha concernido a los enfermos terminales de cáncer.

    Otro elemento característico de hoy es el aumento de las formas de eutanasia: de aquellas más clásicas, para los enfermos incurables, atormentados por el dolor, pasamos ahora a las formas más modernas, más sofisticadas de eutanasia: se da por ejemplo la eutanasia de los niños nacidos deformes, también una eutanasia prenatal, que interviene sobre el feto antes de su nacimiento; así como la eutanasia de los ancianos inválidos y que son concebidos como una carga. Hace unos años una prestigiosa revista de medicina quiso incluir en el problema demográfico, es decir, en la regulación de la natalidad, como medio de intervención también a la eutanasia; leo de esta revista: “un programa de prevención de la superpoblación debe incluir también la eutanasia”.

    Pero hay un tercer elemento aún más interesante: la actitud que se asume en relación a estos casos de eutanasia. Hemos pasado de una actitud de condena muy clara, precisa, fuerte, a una actitud de tolerancia en relación a los casos más graves y más penosos; más aún, hemos ido más lejos y la actitud más difundida parece ser la de la aceptación. No faltan personas que extienden más esta actitud y se empeñan en favorecer y promover la eutanasia. Es cierto que usualmente se apresuran a decir que se trata de los casos más graves, pero luego la gravedad se define en las formas más elásticas o contradictorias.

    Otro elemento de la eutanasia hoy se relaciona con las motivaciones interiores que mueven a pedir la eutanasia. Una de las más difundidas es la así llamada piedad ante los sufrimientos indecibles e insoportables. Pero hay otra motivación más: la de quien habla de una vida que en algunos casos no tiene valor. Otros van más lejos y piensan que los enfermos y los ancianos significan un problema gravísimo para nuestra sociedad, porque constituyen un peso, no sólo económico, sino también psicológico. Quisiera señalar también esta otra motivación, que se remonta a una concepción libertaria de la vida y que se compendia en un slogan, hecho circular abundantemente con ocasión de la campaña a favor del aborto: entonces, se decía muy frecuentemente. “El cuerpo es mío y lo administro yo”. Ahora, todo esto se traslada a la vida y a la muerte y el slogan suena así: “la vida es mía y hago con ella lo que quiero” (“La vita è mia e ne faccio quello che voglio”). Inmediatamente, toma cada vez más la forma de la reivindicación de un derecho: si yo quiero, tengo el derecho de pedir y de obtener, al menos para mí mismo, la eutanasia. Sólo que este discurso se carga inmediatamente de consecuencias sociales, porque si existe el derecho de uno, ¿no debería a su vez existir un derecho también de la sociedad? Y, en esta línea, es del todo extraño que la ley misma intervenga para reconocer este derecho mediante la legalización de la eutanasia a pedido. Sin decir que, cuando se quisiese llegar a la legalización de la eutanasia, como ha ocurrido en otros países, puede surgir en las personas la idea de un deber pedir la eutanasia, cuando se encuentra en determinadas condiciones, gravosas no sólo para sí y para la propia familia, sino también para la sociedad. El final, entonces, viene a ser el de una eutanasia impuesta por ley.

    2. Este es el rostro actual de la eutanasia, estos son algunos elementos que lo pintan. Sería interesante, a este punto, investigar las diversas causas que explican esta perspectiva cultural, cada vez más presente en nuestra sociedad. Sintetizándolo en una palabra, podremos hablar de una banalización extrema de un valor fundamental de la existencia humana, tal como es el de la vida y de la muerte. Todo esto puede parecer muy lejano a nosotros y en cambio es mucho más cercano de lo que se piensa. Para demostrarlo quisiera mencionar una noticia muy reciente, de mitad de enero: el nacimiento en Turín de una asociación, que se llama Exit y que toma el nombre de una asociación nacida en Holanda y que tiene como objetivo legalizar la eutanasia.

    Quien ha hecho surgir esta asociación es un funcionario de la Iveco, Emilio Coveri, de 45 años. En dos meses, esta neonata asociación ha recibido el pedido de adhesión de 364 personas. Ya ha sido anunciada para el 1 de abril una asociación, que se llamaría Ocaso feliz (Tramonto felice). Es aún más preocupante leer las declaraciones de estos turineses: “Soy católico, aunque no practicante” y “Para mí la eutanasia es una obra de caridad”.

    Ante este fenómeno, quisiera brevemente trazar un cuadro en relación a la moral de la eutanasia. ¿Qué dice la moral humana y racional, y qué dice la moral cristiana? El mío es un juicio muy preciso, es el juicio ético y moral. Quisiera presentar tres momentos de este juicio moral sobre la eutanasia.

    Ante todo, debo distinguir con mucha claridad la eutanasia del ensañamiento terapéutico. En segundo lugar, me detendré de manera específica en la eutanasia verdadera y propiamente dicha. Finalmente, concluiré con algunos compromisos morales prácticos.

    3. Hay que distinguir con mucho cuidado dos problemas: el de la terapia de un enfermo que se encuentra en fase terminal y el de la eutanasia verdadera y propiamente dicha. Esta distinción no sólo es legítima, sino necesaria, porque los dos problemas responden a dos lógicas tan diversas entre ellas, que son irreductibles. El problema de la terapia del enfermo en fase terminal está comprendida en la lógica del sí a la vida; a veces, esto sí tiene a ser demasiado exagerado: nos encontramos en el caso del ensañamiento terapéutico. El problema de la eutanasia está comprendido más bien en el problema del no a la vida. He aquí por qué el argumento de esta tarde ha sido titulado: “Eutanasia hoy: un desafío a la cultura de la vida”. Hoy, se habla mucho del así llamado ensañamiento terapéutico. Quien ha tenido familiares enfermos terminales, más de una vez se ha encontrado ante este dilema: “¿debemos continuar con la terapia o ha llegado el momento de renunciar a estas terapias sofisticadas?”, dejando que el pariente muera en santa paz.

    El ensañamiento terapéutico es un intento de retardar lo más posible la muerte, gracias a una intervención médica. Debo decir que respecto a algunos años atrás, cuando el ensañamiento terapéutico era deseado, hoy la impresión que se recibe es que se es más bien pronto a declarar el ensañamiento terapéutico y a renunciar a la terapia, sobre todo si es muy gravosa. Ante este problema, extremadamente padecido y delicado para los familiares y, en primer lugar, para los médicos, preocupados por afrontarlo y resolverlo en ciencia y en conciencia, pienso que son dos las exigencias que debemos aclarar y tratar de respetar hasta el fondo. La primera es definir cuándo hay un ensañamiento terapéutico: a mí me parece que hay unos criterios objetivos, que no dependen sólo del familiar o del médico; son criterios que se encuentran dentro de la realidad y que, por lo tanto, están arraigados en la realidad misma. A la luz de la reflexión bioética, parece que son tres, en base a los cuales podemos decir que estamos ante un ensañamiento terapéutico. El primer criterio es el de la inutilidad, cuando se trata de una cura que resulta del todo ineficaz e inútil: “podemos continuar, pero incluso continuando no obtenemos resultados”. Cuando nos encontramos ante una situación de irreversibilidad, generalmente definida por la muerte cerebral, es verdaderamente inútil continuar.

    Un segundo criterio es el de la gravosidad, o sea de la pena excesiva a la que estaría expuesto el enfermo, el cual terminaría por sufrir de más sea físicamente, sea moralmente.

    Un tercer criterio es el de la excepcionalidad, o sea cuando se interviene con medios que son desproporcionados. Este es un criterio muy relativo, que cambia con el tiempo. Cuando se verifican juntos estos tres criterios, nos encontramos ante el ensañamiento terapéutico y, desde el punto de vista moral, podemos, algunos dicen debemos, renunciar a proseguir con el tratamiento.

    Solo que este aspecto que parece fácil, lo es en teoría. No se trata de enunciar los criterios, sino de verificar si estos criterios se dan en el caso concreto. He aquí la segunda exigencia: la aplicación correcta de estos criterios. Al respecto el interesado es el médico y, cuando el médico permanece en la duda, la prudencia y la moral quieren que no sea sólo el médico quien juzgue, sino que el juicio sea formulado colegialmente. Hay un asunto particular al que se debe prestar atención: incluso cuando nos encontrásemos en esta situación, debemos continuar suministrando los cuidados ordinarios, como dar de beber y de comer. Sobre todo, no debe jamás faltar el cuidado humano fundamental, que es el de estar presentes y de compartir de algún modo el momento de la muerte. También la reciente encíclica “Evangelium vitae” de Juan Pablo II, que tiene algunos números dedicados a la eutanasia, claramente afirma que cuando estamos ante un ensañamiento terapéutico verdadero y propiamente dicho es lícito renunciar a esta terapia. Es más moral recurrir a las curas paliativas. Ya con Pablo VI en 1970 hubo una intervención muy importante en este campo: excluir la eutanasia “no significa obligar al médico a utilizar todas las técnicas de supervivencia, que le ofrece una ciencia infatigablemente creadora. En tales casos, ¿no sería una tortura inútil imponer la reanimación vegetativa en la última fase de una enfermedad incurable? El deber del médico consiste más bien en esforzarse por calmar el sufrimiento, en vez de prolongar los más posible, con cualquier medio, con cualquier condición, una vida que ya no es plenamente humana y que va naturalmente hacia su conclusión”.

    4. El punto centra concierne a la eutanasia verdadera y propiamente dicha, que podremos definir como “apoderarse de la muerte”, “decidir el momento de realizarse de la muerte misma”: por medio de la intervención médica es posible darse a uno mismo o a otros la muerte dulce. Esto puede suceder tanto suministrando como suspendiendo determinados fármacos. El interrogante más importante, que concierne a todo problema relativo a la vida, es éste: ¿la vida del hombre es una realidad disponible que puede ser usada por los hombres o más bien es una realidad de la que no se puede disponer? Este interrogante conduce a una pregunta aún más radical: ¿el hombre pertenece a sí mismo o pertenece a otro? Debemos escoger entre dos visiones del hombre: según la elección, será lícito aceptar o será necesario refutar la eutanasia. La primera visión del hombre la llamo antropología de la inmanencia; la segunda, antropología de la trascendencia.

    5. La antropología de la inmanencia parte de esta idea fundamental: el hombre es un ser absoluto, y por lo tanto fuera y en contra de toda dependencia y de toda relación. El hombre se siente dueño de todo valor, porque se siente el creador de todo: el hombre como absoluto. “Si Dios ha muerto, todo está permitido”, decía Dostoijewski: si el absoluto ya no es Dios, sino que es trasladado al hombre como tal. No debemos olvidar que esta es propiamente la primera tentación de la que nos habla la Biblia, y es la tentación perenne, la más satánica, más diabólica, la que introduce el ateísmo, en teoría o de hecho, en el mundo humano, porque Dios como Absoluto viene destituido y se pone sobre el trono al hombre. “Ciertamente no moriréis, sino que Dios sabe que, cuando comáis de se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal”. Un teólogo amigo mío ha escrito: “La primera tentación de Satanás es muy instructiva: Dios no es Dios; por lo tanto, el hombre decide lo que está bien y lo que está mal y así finalmente será liberado de su relación de dependencia de Dios”. Muchas veces el hombre cede a esta tentación.

    Si el hombre es el absoluto, la vida del hombre pertenece al hombre, es de su propiedad. Así como con la vida, el hombre puede disponer también de la muerte a su gusto o según sus intereses. De aquí se sigue la programación de cuándo y cómo morir. Como con la fecundación in vitro es el hombre quien decide el momento del surgir de una nueva vida, así también con la eutanasia es el hombre quien decide el momento de morir. Hay un último paso en el razonamiento de la antropología de la inmanencia: la libertad del hombre se agota al responder sólo por sí mismo. No tiene sentido una responsabilidad religiosa ante Dios y no tiene sentido una responsabilidad social ante los otros, porque esta es una concepción desintegradora de la convivencia: cada uno es un mundo en sí, cada uno es un rey. Si la libertad se separa de la religión, se reduce a la voluntad de la persona; pero la voluntad de la persona, ya no más iluminada por la razón, se torna una fuerza ciega, que convierte peligrosamente la libertad en puro arbitrio. El culmen de tal proceso es la afirmación de la libertad del individuo sobre todos y contra todos. La conclusión es que que no se pueden considerar como valores positivos el sufrir y, sobre todo, el morir. Entonces, el sufrir y el morir deben ser eliminados. En una cultura, que adora y sirve como sus ídolos el tener, el poder y el placer, no pueden sentirse en casa los sufrientes y los moribundos. ¿No es lógico, entonces, en esta visión del hombre, pedir e insistir en que venga legalizada la eutanasia?

    6. Ante esta antropología está, sin embargo, la antropología de la trascendencia: ésta afirma que el hombre es ante todo un ser esencialmente relativo, relativo al Absoluto por excelencia, que es Dios. La dependencia de Dios, la relación con Dios, no son algo engorroso, mortificante para el hombre, sino, por el contrario, están impresas dentro como notas esenciales del ser humano. La visión cristiana de la existencia es la de Dios que crea al hombre a su imagen y semejanza. Se trata de una dependencia, de una relación, que hacen existir al hombre, que dan al hombre su mismo ser. Se sigue que el hombre en todo su ser y existir, en su vida, en su sufrimiento, en su muerte, no se pertenece a sí mismo, sino a Dios. Entonces la vida y la muerte son propiedad de Dios, porque el hombre como tal es propiedad de Dios, en el sentido liberador y exaltador del término. Esta es la luminosa conciencia que tenía San Pablo cuando en la Carta a los Romanos escribía: “sea que vivamos, sea que muramos, somos del Señor”. La conclusión es que la identidad del hombre es la del ser un don; proviene de Dios, que es amor donante, y su ser más profundo es ser un don. He aquí por qué Juan Pablo II en el Angelus de ayer ha recordado el concepto de que la vida humana es un don de Dios, completamente en la lógica del hombre que pertenece a Dios y que se estructura como un don viviente que emana continuamente de Dios. Entonces, la libertad del hombre consiste en aceptarse a sí mismo y en vivir la verdad más profunda que tiene dentro de sí, la de ser un don: su vida, su sufrimiento, su muerte son las expresiones concretas de esta su realidad de fondo. En este concepto, la vida humana es un gran bien, pero no el mayor bien. Estas dos expresiones tan simples son formidables, porque tienen unas consecuencias concretas muy cotidianas y de gran interés. Si la vida es un gran bien, es lícita, incluso es obligatoria la lucha contra la enfermedad y contra el dolor. Nosotros los creyentes no estamos por un victimismo. La vocación del hombre no es al sufrimiento; Dios destina al hombre a la alegría. Es necesario luchar con todas nuestras fuerzas contra la enfermedad y el dolor. Ya Pío XI decía que era lícito el uso de los narcóticos, incluso si pudiesen acortar el tiempo de la vida. La vida, sin embargo, no es el bien más grande: en ciertos casos es lícito, e incluso obligatorio, sacrificar la propia vida: es el caso del mártir. Por otra parte, todos nosotros de hecho cada día gastamos nuestra vida en el deber, en el empeño, en el sacrificio: en un cierto sentido, de este modo abreviamos nuestra vida. Puesto que mayor es el amor, porque somos llamados a donarnos, es lícito, es necesario gastarnos. Me viene a la mente San Carlos Borromeo, muerto a los 46 años: se consumió. Es lícito y necesario morir de manera humana; en la medida de lo posible, la muerte debe se digna del hombre, conocida, acogida responsablemente, tal vez hasta con fatiga, con sacrificio; como somos responsables en los diversos momentos de la vida, tampoco la muerte debería ser una algo que sucede, sino algo que se vive. Paradójicamente, se dice que es necesario aprender a vivir la propia muerte.

    Es posible, necesario, renunciar a un verdadero y propiamente dicho ensañamiento terapéutico. La renuncia no sólo es lícita, sino que es necesaria.

    7. En fin, quisiera recordar un compromiso cultural práctico. Tomo la inspiración de una intervención de Juan Pablo II en la Universidad Católica del Sagrado Corazón, al término de una semana de estudio sobre el tema de la vida ante el dolor, la vejez y la eutanasia. El Papa dijo lo siguiente: “El compromiso que se impone a la comunidad cristiana en este contexto socio-cultural es más que una simple condena de la eutanasia o el simple intento de obstaculizarle el camino hacia una eventual legalización; el problema de fondo es cómo ayudar a los hombres de nuestro tiempo a tomar conciencia de la inhumanidad de ciertos aspectos de la cultura dominante y a redescubrir los valores más preciosos por ella ofuscados. El perfilarse de la eutanasia, como un nuevo puerto de muerte luego del aborto, debe ser tomado como un dramático llamado a todos los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad a moverse con urgencia para promover con todos los medios una verdadera opción cultural de nuestra sociedad”, es decir la cultura de la vida.

    En este sentido, la moral no es solamente la valoración del bien y del mal, implicados en el comportamiento, sino, en última instancia, es la promoción de una cultura, de una mentalidad. El moralista no se limita a juzgar, pero se empeña en conseguir que la mentalidad y las costumbres estén de acuerdo con los valores del hombre.

    Dos pilares de este edificio que estamos llamados a construir: la primera responsabilidad es la de volver a dar sentido al sufrir y al morir, volver a dar sentido y valor al sufrimiento y a la muerte. Sólo conociendo el por qué, podemos presentarnos como hombres en estos encuentros. En el contexto en el que estamos insertos, nos encontramos ante la corriente hedonista, que excluye a todos los que no son capaces de placer. Encontramos la corriente eficientista: quien cuenta es el hombre que hace, que tiene, que rinde. Los enfermos y los que sufren se tornan un peso a la sociedad y por lo tanto se decide su sacrificio. Otra característica es la de la tecnocracia, por la cual el hombre de hoy tiende a manipular toda realidad, si existe una realidad que no puede ser programada, es justamente la muerte. A menudo, somos nosotros quienes hablamos del sufrimiento y de la muerte; deberíamos callar y dejar que sean el sufrimiento y la muerte quienes hablen. Quien sufre, quien muere, verdaderamente, nos dice cosas de extrema importancia, que corren el riesgo de no ser acogidas.

    La segunda responsabilidad es la de no abandonar solo a quien sufre, sino sobre todo a quien muere. También quienes piden la eutanasia, excavando más a fondo, no piden que se ponga fin a su vida, sino que piden que en aquellos momentos dramáticos no sean dejados solos. La responsabilidad de no dejar solos es de todos y, en particular, de los familiares, que a menudo tienen miedo; de los médicos: no basta dar una ayuda técnica, ¡sino que sobre todo es necesario saber dar una ayuda humana!

    Concluyo recordando que somos solidarios con cuantos sufren y mueren: hay una solidaridad con el que sufre y con el está muriendo inevitablemente. ¿Cómo es nuestra solidaridad? Hay la solidaridad de la fuga: ante el enfermo desahuciado, el médico huye lejos, psicológicamente, más que espacialmente: huir y dejar en soledad significa alimentar una desesperación: cuando uno está desesperado, es propicio a todo, incluso a pedir la eutanasia. La solidaridad de la fuga es una contribución a la cultura de la muerte.

    Entonces, hay una otra solidaridad que nos debe interpelar: la solidaridad de la presencia, que se expresa con la palabra, pero también, y no menos, con el silencio. Sólo esta solidaridad abre a la esperanza y da la fuerza para enfrentar el momento de la última prueba, superando no sólo el dolor, sino también el miedo. La medicina puede incluso eliminar el dolor, pero la solidaridad de la presencia puede eliminar el miedo.

    Que el Señor nos obtenga comprometernos más en esta solidaridad de la presencia y nos conceda que en el momento de nuestro sufrimiento y de nuestra muerte podamos gozar de la solidaridad de la presencia de otras personas.

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