Respaldo de material de tanatología

Cuando un Hijo se Va

Zarina  Enviando en: miércoles, 14 de mayo, 2003 – 09:23 pm

La ley de la vida indica que deben ser los hijos quienes deben enterrar a sus padres, por lo que nadie esta preparado para que esta relación se invierta. Y cuando esto sucede?

La muerte de un hijo es totalmente devastadora para cualquier padre, sin importar la causa de la muerte o la edad del chico. Su sufrimiento es intenso, duradero y muy complejo.

El trance y el proceso curativo, contienen elementos similares para todos los tipos de padres, pero para aquellos cuyos hijos adultos han fallecido, existen algunos factores adicionales.

Algunas personas dentro de la familia o las amistades, pueden llegar a pensar que por el hecho de que el hijo ya era un adulto, el dolor de perderlo podría llegara a ser menor.

Muchas veces el sufrimiento de los padres después de la muerte de un hijo adulto, se minimiza o se desestima en comparación con el padecimiento de los padres de un hijo chico.

¿Sufrimiento minimizado?
Si el hijo adulto muere como resultado un accidente o una enfermedad, sus padres a menudo escuchan (al ser consolados por sus amigos o familia) que deben estar agradecidos de haber compartido momentos con su hijo mientras este vivió.

Por supuesto que usted debe estar agradecido de haber tenido a su hijo por 25, 30 o 40 años, ¡pero eso no significa que su padecimiento sea menor! Muchos padres han señalado que su relación con el hijo adulto se había convertido también en una amistad personal. Por lo tanto, sienten que han perdido no solo a un hijo, sino también a un amigo.

Es normal que con el tiempo la relación entre los padres y sus hijos más adultos se convierta en una relación mucho más madura. Los padres que pusieron amor, dedicación, y mucho ánimo en el desarrollo y la educación de su hijo, sienten un gran sentido de orgullo y realización cuando el chico madura, completa su educación, se establece en una carrera, y desarrolla su círculo de amistades, pues este hijo ya es toda una persona.

Para el momento en que un hijo haya alcanzado su edad adulta, los padres habrán hecho una gran inversión emocional y financiera en esta persona.

Cuando esa vida ha llegado a su fin anticipadamente, hay a menudo un gran sentido de abandono y de vacío. Los padres suelen encontrarse preguntándose cual es su propio propósito en vida, puesto que todo lo que han invertido en este hijo, ahora pareciera estar en la nada.

La falta de compasión por parte de los demás, puede también ocurrir cuando un hijo adulto muere por una causa que incómoda a la sociedad, como por ejemplo el sida o una sobredosis.

Culpabilidad
Muchas veces, los padres experimentan culpa por haber sobrevivido a su hijo.

Cuando los hijos adultos mueren por un suicidio, el uso de drogas, el sida, al conducir ebrios, u otras causas asociadas a un estigma social, muchos padres experimentan a menudo una sensación más profunda de culpabilidad, al pensar que su hijo vivía con serias dificultades.

Los padres se preguntan a menudo que habrían podido hacer para prevenir las situaciones que pudieron haber causado la muerte de su hijo.

Las afirmaciones de otras personas, que tratan de consolar a los padres diciendo que el hijo falleció como resultado de sus propias acciones, no puede aliviar el dolor que experimentan los padres, ni sus intensos sentimiento de aislamiento y derrota.

En muchos casos el hijo adulto habrá vivido en una localidad lejana de la casa de sus padres, y muchos habrán logrado establecerse en sus propios hogares y carreras. Pero es también un error creer que esto puede llegar a aminorar el dolor que siente un padre, ya que un hijo siempre permanece cerca en el corazón de un padre, por más distancia física que haya entre ambos.

También es cierto, sin embargo, que cuando fallece un hijo que convive en el hogar de sus padres, toda su rutina se ve alterada, agregando más cambios a los ya -dramáticamente- experimentados.

Algunos padres que sostenían a su hijo adulto, si es que éste era física o mentalmente discapacitado, o bien tenía dificultades con las drogas o el alcohol, pueden haber concebido a este hijo como el centro de sus vidas, con lo que su muerte les deja un enorme vacío en su rutina diaria, lo que agrega más pena y sensación de pérdida.

Otros puntos relacionados con la pérdida de un hijo adulto
? Tener que hacerse cargo y ocuparse de temas relacionados con sus propiedades finanzas, herencias, testamentos u otras cuestiones legales.

? Si el hijo/a adulto estaba casado o tenía una familia, el círculo de amistades se centrará generalmente en el padecimiento de su pareja e hijos, y no en sus padres.

? Tratar con los nietos e intentar consolarlos. Los padres de luto generalmente están desgastados, tanto física como emocionalmente, y el continuar con la crianza de los nietos, que también están emocionalmente desvastados, puede ser muy difícil de realizar.

? Notificar del fallecimiento a todos los amigos de sus hijos, del secundario, de la universidad, de los trabajos, los vecinos, y la comunidad religiosa. Muchos hijos adultos han desarrollado una vida llena de amistades que no incluye necesariamente a los conocidos de sus padres.

? Tener que aceptar que la pareja del hijo/a adulta, tiene derecho a rehacer su vida y a volver a casarse.

? Muchos padres, especialmente aquellos que sean mayores o que hayan perdido a su único hijo, experimentarán miedo y preocupaciones con respecto a quién tomará su cuidado durante sus últimos años, o en el caso de su salud falle.

? ¿Si el padre era financiera o emocionalmente dependiente del hijo adulto, de dónde sacará ahora su ayuda?

De cara al futuro
Muchos padres sienten que no tienen razón para vivir, pero también pueden pensar en distintas formas de lograr salir de este intenso dolor.

Asegúrese de que, aunque muy posiblemente también se sienta de esta manera, pueda lograr un nuevo propósito y significado en su vida. El dolor se calma.

Uno de los desafíos más exigentes a los que usted hará frente, es a una nueva forma de encarar su vida.

La pérdida de un objetivo, y vivir pensando en que hará de su vida sin su hijo, pueden ser realmente muy perjudiciales.

Como familia, hable de esta muerte con otros miembros; hable de su pérdida y de su dolor.
Hable de los buenos momentos que usted tanto recuerda, como también de los no-tan-buenos tiempos. Otros miembros de su familia (su pareja, hijos, nietos) se afligirán de su propia manera. Intente entender esto.

Es mejor expresar las sensaciones antes que guardarlas dentro. El llanto es sano y terapéutico.
Deje que sus amigos le ayuden. Cuando le pregunten que pueden hacer ellos por usted, no se asuste de comunicarles sus necesidades y las posibilidades que ellos tienen de ayudarle. Esto, también les ayudará a ellos.

Muchos padres han encontrado que participando de un grupo autoayuda, pueden lograr realmente muchos avances. Al compartir sus experiencias con otras personas que han recorrido el mismo camino, se puede ganar una mayor comprensión de sus reacciones, y aprender diferente formas de hacer frente a la desgracia.

En caso de extrema necesidad, es también recomendable la búsqueda de ayuda profesional, de un Tanatólogo.

Muchos padres en duelo, desean también hacer algo constructivo en memoria de sus hijos o hijas. Muchos han establecido fundaciones, becas, reparto de libros a bibliotecas, plantado árboles, o e han implicado en la ayuda comunitaria.

Para muchos, estos monumentos mantienen vivas las memorias de sus hijos, dándole a ellos mismos y a los demás la oportunidad de sentir la belleza de la vida y el amor de los hijos o hijas actualmente perdidos.

Estas actividades no sólo son un tributo maravilloso hacia sus hijos, sino que también pueden ser muy curativas y terapéuticas, proporcionando además un sentido en la vida de los padres.

A ORLANDO

Paloma que truncó ya su vuelo,
y que ahora lo llevas hacía el cielo,
para morar en aquel jardin,
que Dios tiene para su vivir.

Siembra las semillas del consuelo,
para los padres que dieron sus desvelos,
y en cada pétalo de flor hay lágrimas,
las lágrimas que te brindaron ellos.

Ángel que estuvo entre nosotros,
que gozamos con solo conocerte,
no habra nada que nos aleje de quererte,
en el recuerdo viviras siempre presente.
María, ¡ha llegado ya tú hijo!
abrígalo en tu manto protector,
y en sus rezos alguna vez te dijo,
que Dios sería su rector.

Ángel que de arriba nos estas mirando,
abre tus alas y agítalas con fuerza,
que cada brisa que nos este rozando
será tus caricias que nos estas enviando.

Allá en el cielo nos volveremos a encontrar,
así lo dices en tu mensaje familiar,
espéranos, prepara ya la casa,
donde todos volveremos a morar.

a tú recuerdo con cariño.


4 thoughts on Cuando un Hijo se Va

  1. Zarina  Enviando en: domingo, 19 de marzo, 2006 – 02:14 am           

    DUELO POSITIVO.

    Experimentar la muerte de un hijo deja a los padres y a la familia afectados profundamente.Porque la muerte de un hijo es como una bomba atómica que destroza todo lo que se encuentra a nuestro alrededor.

    El gran desafio que se nos plantea es reincorporarnos al mundo a partir de una nueva identidad, de un nuevo conocimiento de nosotros mismos, en el cual no está incluido nuestro hijo, lo que no significa que vayamos a olvidarlo. Construir una nueva relación significa reconocer que ese hijo está muerto y que nosotros seguimos viviendo. El proceso es lento y doloroso, pero es posible volver a la vida, volver a amar y volver a sonreir.

    A pesar del sufrimiento, debemos encontrar un sentido no solo a la muerte de nuestros hijos, sino un nuevo significado frente a la vida. La aceptacion de la muerte de nuestros hijos es un fin alcanzable, una meta posible. El proposito de la vida se recupera. El dolor disminuye. De ahi que de una desgracia tan irreversible podemos RENACER con mas amor y compension de la que teniamos antes.

    Tomado del Libro: “Un hijo no puede morir”
    Autora: Susana Roccatagliata
    Editorial: Grijalbo.

  2. Zarina Enviando en: domingo, 19 de marzo, 2006 – 03:29 am           

    SI ES POSIBLE SALIR

    El profundo dolor de la pérdida de un hijo nos afecta a los padres Siempre, ya que un hijo es parte de uno mismo, sin importar cuanto tiempo haya trancurrido o cuántos hijos más tengamos. La herida es honda y duradera cuando un infortunio como ese llega a nuestras vidas. La muerte de un hijo es más traumática que cualquier otra muerte, porque un hijo es la última persona de la familia que se espera ver morir. Su muerte representa la pérdida de futuros sueños y experiencias de los que no se ha disfrutado.

    Diariamente ocurren en el mundo miles de tragedias que afectan a las familias, pero sin duda la muerte de un hijo es un hecho aterrador frente al cual los padres de cualquier punto de la Tierra van a reaccionar de la misma forma: “No puede ser¡” “¡No lo puedo creer¡” ¿Es posible que ese mundo, que de pronto se hizo sombrio, vuelva a ser luminoso? ¿Puede ese manto vació que es la muerte y la oscuridad dar un paso a la esperanza? Si, porque a pesar de lo duro, de lo áspero que sea el camino y a pesar de que la meta es el camino, es volver a empezar aunque nos ahogue el cansancio, aunque la ilusión se apague, aunque el dolor nos queme por dentro.

    A través del sufrimiento pasamos por una nueva escuela de vida, aprendemos a amar. Descubrimos que hay otros dolores, otros sufrmientos, aprendemos a dar, a respetar el dolor del otro, a ser mas abiertos, mas delicados, mas humildes, mas libres, mas tolerantes y menos omnipotentes ante la vida.
    Del dolor saldremos fortalecidos como personas y seres humanos. Continuar es nuestra única opcion, pero de nosotros depende el camino que tomemos. Podemos encerrarnos en el dolor o romper el cascaron y salir. Podemos convertir la piedra que cargamos en escultura o arrastrala intacta.

    Al escribir estas palabras viene a mi memoria algo que leí en uno de los libros de Anthony de Mello y que me ayudó mucho a entender lo peligroso que es quedarse “dentro” de nuestro dolor:
    El maestro le pregunto al discipulo:
    – Por qué no te acercas al borde del rio?
    – Porque tengo miedo de caerme al agua y ahogarme- respondió.
    – Nadie se ahoga por caer al agua. Lo que te ahoga es quedarte dentro- dijo el Maestro.”

    En éste diálogo se encierra una gran verdad: abandonarse en el dolor hará que nuestra herida quede abierta para siempre.

    Aprender a vivir con la pena y el dolor es nuestra meta, asi como encontrarle un sentido al sufrimiento, lo que requiere tiempo, fortaleza, voluntad y personas que nos acompañen y comprendan.

    El camino es largo, pero si damos la batalla nos encontraremos a mitad del camino de nuestra recuperacion.

    Nuestros hijos muertos nos ofrecen la posibilidad de acceder a un mundo nuevo y a una vida nueva. Ellos son nuestros Maestros y a través de ellos podremos liberanos de nuestras “programaciones”, de nuestras ataduras, de nuestros egoismos, para renacer con la mirada abierta y con el corazon atento a los que sufren, a los debiles, a los que lloran.

    Vivir con esperanza es posible. Para logarlo existen ciertas claves que pueden ayudarnos en nuestro proceso de recuperación, asi como tambien hay factores que contribuyen a que el dolor dure más.

    Tomado de: “Un hijo no puede morir”
    Autora: Susana Roccatagliata
    Editorial: Grijalbo.

  3. Zarina  Enviando en: domingo, 19 de marzo, 2006 – 07:49 pm           

    La muerte del hijo unico.

    La Psicóloga Isa Fonnegra en su libro De Cara a la Muerte dice: “Un hijo es la semilla, el futuro, la cuota liviana de la vida pesada, la ilusion, la risa, el dulce sudor del cansancio, el ruido, el juego, la ternura, el abrazo con manitas sucias, el beso pegajoso, los ojos inocentes.

    Desde antes de su concepción, el hijo existe ya en la fantasia de los padres y en cada etapa de la vida se va definiendo de una manera mas real: será quizas el deportista que los padres no pudieron ser, o el estudiante destacado, el profesional exitoso, o representara el amor y la ternura ocultos que nunca tuvimos la oportunidad de dejar salir en nuestras vidas.

    Un hijo representa la ilusion de lo que no pudimos ser, la oportunidad de reparar los daños de que fuimos objeto en nuestra propia infancia por la negligencia, el abandono o el abuso de los mayores, y de no volver a repetirlos.

    Un hijo nos da un titulo que jamas caduca: el de mamá o papá y nos da un trabajo vitalicio o de tiempo completo al que por nada del mundo querriamos renunciar”.

    En el caso del hijo único todas las expectativas de satisfacción y logros están pues en él. Su muerte provoca en los padres un shock mucho mas intenso y prolongado, ya que ese hijo era el motivo para vivir. Ademas, era el centro de la vida afectiva, la fuente de amor, de gratificaciones, la continuacion de la familia. Con ese hijo los vinculos eran profundos e intimos, llegando a crearse una fuerte dependencia emocional, por lo que se hace mayor cuando el tiempo comienza a correr.

    Los padres experimentaran mucha soledad y sufren una enorme desorganización y confusión ya quue se enfrentan con la ausencia absoluta de su identidad de padres. Su continuidad biologica les fue brutalmente arrebatada. Jamas llegaran a ser abuelos y sienten que no tendrán a quién cuidar y quién los cuide en la vejez. Ante esta cruel realidad, ¿como seguir adelante, como seguir viviendo si ya no se tiene ni la motivación ni la fuerza para continuar? Reorientar el sentido de la vida es sin duda una tarea titánica que va a requerir del apoyo y comprensión del resto de la familia y de la sociedad.

    La muerte del hijo unico expone a los padres a un intenso y complicado duelo y cabe la posibilidad de que la persona quede fija en una etapa por un tiempo indefinido. En este caso es importante buscar ayuda profesional para facilitar la elaboración del duelo. Es de gran relevancia no encerrarse en el dolor, por eso los grupos de autoayuda pueden resultar muy beneficiosas, ya que allí es posible aprender caminos para superar el propio dolor y compartir con otros padres que han tenido la misma experiencia de perder a su único hijo. Compartiendo el dolor disminuye la soledad y permite poco a poco alcanzar la paz y la serenidad.

    Encarar nuevamente la vida es posible. Así lo demuestran los testimonios de muchos padres, quienes pasaron por la honda y traumatica experiencia de perder a sus hijos, ya sean unicos o no. Sus confidencias y sus reflexiones serán sin duda un aprendizaje de gran valor para otros padres enfrentados al mas profundo de los dolores: la pérdida del hijo unico.

    La muerte de un hijo es algo extemporáneo, antinatura, por lo que resulta muy dificil resignarse ante esta cruel y devastadora crisis del destino.

    Un hijo no puede morir¡¡¡

    Frente a este hecho desolador es dificil imaginar que algun día podamos superarlo.
    No me atrevía siquiera a imaginar que podria volver a sonreir -dice la Autora-. Superar el dolor era como traicionar la memoria de mi hijo muerto. Volver a reir era volver a ser feliz, volver a la vida, olvidarlo.

    Ese dolor me ahogaba, no me dejaba vivir, era insoportable y ahi comenzó la busqueda.

    Leí todo cuanto llegó a mis manos sobre el dolor, la vida despues de la vida, la muerte. Hasta que me tope con un texto de Anthony de Mello en el que decia que la unica manera de enfrentar el sufrimiento era sufriendo. “La unica manera de tratar con el sufrimiento es hacerle frente, mirarle fijamente a la cara, observarlo, entenderlo”,. Esta frase al principio me aterró, me espantó pero comprendi tambien que era el único camino que me llevaría a la recuperación.

    Decidí enfrentar el dolor y no seguir culpando de mi sufrimiento al mundo, a los médicos, a la sociedad. Yo soy una mujer de fe y entendí que la cruz y el sufrimiento encierran soledad, pero tenia a Dios de mi lado. El era mi compañero. Desde ese dia me propuse el gran desafío de reconstruir mi vida. El amor a mi marido, a mi otro hijo, a mi familia y a la vida me ayudaron a despertar, a admitir que yo no era la unica que sufria, a darme cuenta de que tenia una tremenda oportunidad de crecer, de aprender, de respetar el dolor de los otros, de abrirme, de ser humilde, de continuar. Esa era mi unica opcion.
    Tuve que renacer.

    Bibliografía:
    Un hijo no puede morir.
    Susana Roccatagliata
    Grijalbo.

  4. Zarina  Enviando en: lunes, 20 de marzo, 2006 – 10:15 pm           

    “Hay momentos en la vida en que no importa la posición que el cuerpo adopte, el alma está de rodillas.”
    R.P.de S.

    Compartiendo con padres la infinita pena por la muerte de un hijo he podido acercarme a la comprensión del significado exacto de la expresión “se me parte el alma” porque si hay algo en la vida que produce dolor en el alma es perder un hijo. Hay sutiles diferencias en la intensidad de la experiencia dependiendo de si era un bebé, una nena de 2 años, un travieso niño de 8, un muchacho de 14, una joven de 22, un recién casado de 30 o un hijo maduro de 50 años. De si se trató de un accidente, una muerte súbita, una cruel enfermedad o un asesinato. De si estamos solos para enfrentar el dolor o tenemos pareja, y entonces son dos dolores diferentes a la vez. De si era único hijo o uno de ocho. En cualquier caso, cada experiencia es única, personal, particular en sus circunstancias, demoledora en sus efectos, asustadora por su intensidad e imposible de creer aunque se le esté viviendo.

    Todos sabemos que las pérdidas y los duelos constituyen circunstancias inevitables que, aunque dolorosas, son necesarias para crecer. Que hay frustaciones y penas a lo largo de la vida, como piedras en un camino, y que es todo un arte y un desafio reconocerlas y luego hacerlas a un lado o adaptarnos a su presencia, para que no obstaculicen nuestro recorrido vital. Que nuestros padres no son eternos y que tarde o temprano tenemos que aceptar su partida y sobrevivir solos, sin su protección. Todo ello tiene sentido, aunque preferiríamos no tener que vivirlo.

    Pero… que se muera un hijo, ¿en qué compartimiento de las experiencias “sensatas” cabe semejante absurdo? Es una grotesca contradicción a la ley natural de la vida según la cual los jóvenes deben enterrar a los viejos. Como idea, genera un rechazo instantáneo, y como experiencia una oposición visceral. ¡Los niños no deben morir¡ Son las semillas del futuro.

    Padres e hijos están unidos por un amor incondicional que no se da en ninguna otra relación y que constituye un motivo, el motivo para vivir de la gran mayoría de los padres. El vínculo entre una madre y un hijo, para bien o para mal, es inextinguible. Por un hijo se es capaz de renunciar a las posesiones más valiosas, como la salud o la vida. Así una familia se componga de cinco hijos, cada uno de ellos es único, diferente e irrempazable, y el consuelo que les ofrecemos a los padres al decirles “afortunadamente te quedaron cuatro mas”, es inválido porque ese, el que murió, deja un espacio vacío imposible de llenar.

    SU MUERTE REPENTINA.

    Cuando la muerte del hijo irrumpe de manera inesperada, súbita, es casi imposible aceptarla: un día estaba riendo, jugando o conversando con nosotros, llenando con su energía el espacio vital y al día siguiente, tras la noticia… el apagón afectivo de su muerte y ya no está. El choque, la resistencia a admitirlo, la parálisis que nos deja como atornillados a la silla, atontados por el golpe, nos roban la energía para reaccionar y actuar. El piyama doblado, la cama sin deshacer, la casa tan vacía como el corazón de los padres… vivirlo y aceptarlo es una tarea titánica que todos sienten superior a sus mermadas fuerzas. El dolor es indescriptible, es soledad, es el silencio.

    El hecho de no haberse podido despedir, de haber sido asaltados por la noticia del accidente o de la muerte violenta, de la muerte de cuna o del suicidio, lentifican el incio del duelo porque el estado de choque es mas largo. Además, si hay diligencias legales que demoran la entrega del cadáver y por tanto el funeral, la situación se hace mas crítica y dolorosa. Tanto que la ausencia de reacción, causada por el choque, es confundida con una entereza y un autocontrol “admirables” de unos padres que tienen cabeza hasta para organizar el entrono familiar y social.

    Y DIOS… ¿DONDE ESTABA?

    ¿Por qué? ¿Dónde estaba Dios en ese momento?, se preguntan los padres creyentes. ¿Como pudo permitir que ocurriera esta desgracia si El más que nadie sabía de la felicidad y el amor que la presencia de ese hijo aportaba a nuestras vidas? ¿Por que? Ese porqué atormenta a los padres las 24 horas del día, sin encontrar respuesta satisfactoria, y lleva a muchos al escepticismo, a la amargura y a levantar los hombros en un gesto de impotencia y desengaño. La búsqueda de respuesta explica que algunos padres desesperados por saber dónde y cómo está su hijo o hija recurran a la magia, a lo improbable, al consuelo que ofrecen las especulaciones sobre el más allá, las regresiones a otras vidas, etc., que ofrecen reconfortantes respuestas y que más que todo hacen eco a lo que los dolientes desean oir. El espiritismo y la magia negra o blanca son alternativas que intentan mitigar de alguna manera la dura realidad de que el hijo se fue sin retorno, y que ahora sólo vive en el corazón y en los recuerdos. Cuando en lugar de cancelar la relación presencial y reemplazarla por una de ausencia se eligen otras opciones que en apariencia permiten seguir conectados con el hijo muerto -pero vivo en el deseo-, el duelo toma un curso diferente, que no conduce a acomodarse a la vida ya sin él sino a construir un espacio donde él perdure de una u otra manera una relacion secreta y misteriosa en la cual el anhelo universal de ser inmortales y eternos aparetenemente se convierte en realidad. Se trata de una solución peligrosa porque en el fondo no se está avanzando en el duelo y la aceptación de la realidad, sino que se instaura una forma de negar la muerte, de hacer cuenta que la separación no es final y definitiva sino temporal y que, en algún plano, la relación subsiste.

    Para aquellas personas con creencias espirituales sólidas, la relación con Dios es una fuente de fortaleza, un valioso recurso al cual recurrir para encontrar, en medio del caos que suscita la muerte de un hijo, un significado, un sentido, una prueba, un designio divino. La esperanza de volverse a reunir en la vida eterna reconforta y anima al doliente religioso a seguir viviendo.

    LA PAREJA: DOS COPAS VACIAS.

    Si bien es cierto que para muchas parejas la muerte de un hijo representa un factor de unión, pues implica compartir el dolor y el crecimiento personal y espiritual, numerososo estudios reportan, de forma alarmante, que entre un 60% y 70% de los matrimonios que pierden un hijo se rompen. Esto es más frecuente en aquellas parejas que antes de la muerte del hijo tenían dificultades conyugales, que el poderoso estres que desata este evento vuelve inmanejables. Aun en los casos más afotunados la pareja se ve amenazada por el duelo y debe realizar esfuerzos reales y ser conscientes del riesgo que corre. Se debe tomar en cuenta la posible necesiad de solicitar ayuda profesional para prevenir la separación o el divorcio.

    Entre los factores que explican la crisis de la pareja está que si bien ambos, padre y madre, perdieron el mismo hijo o hija, tal perdida representa cosas muy diferntes para cada uno: el niño puede ser para la madre su más viva fuente de ternura y gratificaciones amorosas, y para el padre una proyección de sus expectativas insatisfechas de superación personal. Ambos sufren una profunda frustración con la muerte pero ésta es cualitativamente distinta, ya que lo que cada uno había depositado en su relación con el hijo muerto -en términos de amor, devoción, dedicación, interés, tiempo y sacrificios- no es igual.

    De otra parte, los patrones familiares de cada uno acerca de lo que es una buen duelo, de las conductas que se permiten o exaltan -tales como la fotaleza o la entereza- y las que se consideran indeseables -por ejemplo, llorar o aislarse-, varían enormemente. Conciliar estas dos posiciones, a veces opuestas, exige un gran esfuerzo que los padres, exhaustos por su pena, pueden no sentirse dispuestos a realizar. Así mismo, las necesidades de cada uno suelen no coincidir: cuando él quiere ir al cine o invitar amigos a la casa, ella quiere estar aislada y tranquila; cuando ella quiere hablar y compartir sus sentimientos, él no, cuando él quiere ver las fotos del niño, ella quiere llorar; cuando él busca un acercamiento sexual, ella lo rechaza, quizá porque en el fondo se siente culpable de sentir placer en un momento en el que sólo debe exisitr dolor.

    En el fondo, cada uno se siente vació y ninguno de los dos puede llenar al otro. Pueden presentarse, además, reproches e inculpaciones mutuas en torno, por ejemplo, al abandono o ausencia del padre en los cuidados del niño enfermo en su fase final; o él puede reprocharle a ella su irritabilidad o su dedicación excesiva al enfermo, que interpreta como un abandono. Al esposo puede resentirlo la inconsolable tristeza de ella o ella puede resentirse por la aparente fortaleza y autocontrol de él y enterderlos como indiferencia, distanciamiento y frialdad.

    Este panorama, muy frecuente, se agrava y sobrecarga con la presencia de los otros hijos, que a su vez tienen también sus estilos particulares de vivir la pena y que demandan atención, cuidado y tolerancia a sus reacciones, todo lo cual puede llevar a los padres a respuestas ansiosas, desconcertantes y explosivas que transmiten su sensación de no poder más con la carga.

    Como vimos en la primera parte, nuestra sociedad le asigna a cada género algunas respuestas fijas, “esperables”, en el duelo, y censura otras. Así, al hombre se le permite ser de mal genio, agresivo, irritable y más reservado en la expresión de su dolor, además, se espera que se recupere y se reinserte a la vida laboral y social rápidamente. A la mujer se le concede más tiempo para el duelo y se le toleran la tristeza y el llanto, pero no la rabia.

    Se pude afirmar que la pérdida de un hijo altera para siempre el curso de la vida de los padres y también la relación de pareja. Finalmente, cuando ya sienten con alivio que la herida ha cicatrizado, es posible que el dolor vuelva ante un estímulo determinado -ver niños jugando en el parque, el grado en el colegio, la imagen de un pequeño enfermo en una película, el llanto infantil-, como si el camino no hubiera sido recorrido. Aun años después de muerto un hijo, cuando aparentemente los padres se han acomodado a la idea de no tenerlo, pueden volver ocasionalmente episodios de tristeza e inconformidad asociados a imágenes vívidas de recuerdos.

    Es importante que los padres se tengan infinita paciencia, que sean conscientes de sus necesidades (de compañía o soledad, de llenar el tiempo, de protestar, de llorar, de ver forografias, de hablar de él o estar en silencio), que se involucren en experiencias enriquecedoras y actividades placenteras -pequeños regalos para el alma herida-, que comprendan y disipen la culpa compartiéndola que acepten la rabia y la soledad, que construyan un nuevo mundo y una nueva identidad con intereses y taeas diferentes. Estas constituyen medidas paliativas que buscan proporcionar alivio y hallar una sana salida al duelo por la muerte de un hijo.

    Algunas personas han encontrado en la escritura una alternativa creadora a su dolor. Tal como bellamente lo ha expresado la poetisa Amparo Molina:
    “He vuelto a los libros, hijo mio, pero con el horizonte inmenso que dejaste en mí. Ahora leo muchisimo, porque tú, mi biblioteca ambulante, ya no estás aquí. Pero el libro de tu vida y de tu ser permanecerá siempre abierto.
    ¡Gracias por existir¡

    Bibliografía:
    “De cara a la muerte”
    Autora: Isa Fonnegra de Jaramillo
    Editorial: Andrés Bello.

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