Respaldo de material de tanatología

La ICAR y Los Xenotrasplantes

La ICAR y Los Xenotrasplantes

Zarina  Enviando en: lunes, 21 de abril, 2003 – 05:34 pm

La Iglesia Católica se ha preocupado de orientar sobre la ética de los xenotrasplantes.
Ya en 1954 el Papa Pío XII, con ocasión de la posibilidad de trasplante de córneas animales, se pronunció a favor de la licitud de los xenotrasplantes, siempre que se mantenga la identidad psicológica y genética de la persona que recibe el órgano y que, además, no se le exponga a riesgos excesivos.

Ese principio fue convalidado por Juan Pablo II en el importante discurso al Congreso Internacional de la Sociedad de Trasplantes celebrado en Roma, el 29 de agosto de 2000, donde claramente apoyó la terapia de los trasplantes dentro del marco ético, allí esbozado.

El 2 de julio de 2001 el Papa volvió a referirse al tema en una elocución a un equipo internacional de especialistas, antropólogos, genetistas y moralistas, convocados por la Pontificia Academia por la Vida por su Vicepresidente Mons. Elio Sgreccia, para estudiar la problemática.

Los xenotrasplantes son vitales, ya que pueden ayudar a “resolver el problema de la grave insuficiencia de órganos humanos válidos para el trasplante”, que implica en estos momentos la muerte de enfermos que se encuentran en las dramáticas “listas de espera”.

Antes los “nuevos problemas de naturaleza científica y ética” planteados por los xenotrasplantes se deben observar tres criterios fundamentales: el bien y la dignidad de la persona humana; los posibles riesgos de orden sanitario, que no siempre se pueden cuantificar o prever; y el respeto de los animales, que siempre es necesario, incluso cuando se interviene sobre ellos en función del bien superior del hombre.

Para resolver los desafíos de la biotecnología, el Papa propone dos alianzas para el progreso de la investigación científica. En primer lugar, es necesaria la alianza entre la ciencia y la ética, pues “cada vez se constata con más claridad”, que esta colaboración “enriquece a las dos ramas del saber y las invita a converger a la hora de prestar su ayuda a cada hombre y a la sociedad”. En segundo lugar, cada vez se hace más conveniente la alianza entre la fe y la ciencia, pues “la reflexión racional, confirmada por la fe, descubre que Dios creador ha puesto al hombre en la cumbre del mundo visible y, al mismo tiempo, le ha confiado la tarea de orientar su propio camino, en el respeto de su propia dignidad, para perseguir al auténtico bien de todos sus semejantes”. “Por tanto -concluye Juan Pablo II-, la Iglesia ofrecería siempre su apoyo y ayuda a quien busca el auténtico bien del hombre, con el esfuerzo de la razón, iluminada por la fe”.