Respaldo de material de tanatología

Jámblico. Sobre los misterios egipcios.

De: irichc  (Mensaje original) Enviado: 16/06/2004 8:32

Os presento un texto de Jámblico, exponente del neoplatonismo hermético de los siglos III y IV. Discípulo de Plotino y Porfirio, con el que discute en esta exposición, sus formulaciones fueron utilizadas posteriormente por Juliano el Apóstata para su restauración del paganismo, encontrándose éste en decadencia por la vulgarización de los mitos y por la continua erosión de la apologética cristiana. Sin embargo, tal intento de salvación de lo helénico exigía la asunción de un monoteísmo muy próximo al que se pretendía combatir. En efecto, del mismo modo que la religión cristiana se hizo fuerte gracias a su absorción de la filosofía griega, la religión pagana pretendía otro tanto integrando algunos presupuestos del judeo-cristianismo (no así su misma esencia: el Dios personal y trinitario). El devenir histórico no lo hizo posible, y tales tentativas permanecen como ruinas en el horizonte.

* * *

[Sobre el primer principio en nosotros]

Afirmas, en efecto, en primer lugar “que admites que existen los dioses”, pero esta aseveración, así expresada, no es correcta. Pues con nuestra misma esencia coexiste el conocimiento innato de los dioses, superior a toda crítica y opción, y es anterior al razonamiento y demostración; está unido desde el principio a su causa propia y coexiste con la tendencia esencial de nuestra alma hacia el bien.

Y si hay que decir la verdad, ni siquiera es conocimiento el contacto con la divinidad, pues el conocimiento está separado de su objeto por una cierta alteridad. Y anterior al que conoce, como distinto, a otro natural es la unión uniforme que nos liga a los dioses. No hay, pues, que transigir con que nosotros podamos admitir o no admitir este contacto, ni considerarlo ambiguo (pues está siempre en acto a la manera del Uno), y es indigno examinarlo como si fuera atribución nuestra el aceptarlo o rechazarlo; pues estamos nosotros inmersos en la presencia divina y alcanzamos nuestra plenitud por ella y tenemos conocimiento de lo que somos en el conocimiento de los dioses.

La misma argumentación te hago “respecto a los géneros superiores que forman el cortejo de los dioses, me refiero a los démones, héroes y almas puras”. En efecto, también respecto a ellos es siempre preciso concebir una única formulación definida de su esencia, eliminar la indefinición o inestabilidad de la parte humana, y rechazar la inclinación a los opuestos surgida de la oposición compensadora de los razonamientos, pues algo semejante es ajeno a los principios de la razón y de la vida, y viene a parar más bien en los géneros secundarios y en cuanto conviene a la potencialidad y a la oposición del devenir. De una única forma es preciso aprehenderlos.

Convenga, pues, a los inmortales compañeros de los dioses la intelección innata de ellos; al igual que ellos poseen el ser siempre de un modo idéntico, así también el alma humana debe unirse a ellos, según los mismos principios, por el conocimiento, sin perseguir en modo alguno por conjetura, opinión o silogismo, que tienen su origen en el tiempo, la esencia superior a todos estos modos de conocimiento, sino que se unirá a ellos con las intelecciones puras e irreprochables que ha recibido de los dioses eternamente. Tú, en cambio, pareces creer que “idéntico es el conocimiento de las cosas divinas y de las demás, cualesquiera que sean”, y que “por antítesis se procura el miembro opuesto, como se acostumbra también en los procedimientos dialécticos”. Pero no hay semejanza alguna, pues el conocimiento de ellos es diferente y aparte de toda oposición, y no consiste en una aceptación en este momento o en el devenir, sino que coexistía eternamente en el alma de forma única.

Respecto al primer principio en nosotros, del que deben partir los que digan y oigan cualquier cosa respecto a los seres superiores a nosotros, tales cosas te digo.

[Sobre la emanación desde el Uno y los géneros de los dioses]

En cuanto a las particularidades que inquieres, “cuáles son en cada uno de los géneros superiores, por las que se distinguen unos de otros”, si concibes tú las particularidades como diferencias específicas que distinguen por oposición dentro del mismo género, por ejemplo, como en el género animal la especie racional e irracional, jamás aceptamos tales cosas para seres que no tienen comunidad de esencia que los unifique ni subdivisión por oposición del mismo rango, ni síntesis de un elemento común indeterminado y de un elemento particular determinante. Ahora bien, si por tratarse de seres primeros y segundos que se diferencian completamente por esencia y género, entiendes por la propiedad un estado simple definido en sí mismo, tu concepto de las propiedades tiene su razón de ser: ellas serían, por supuesto, cada una distintas y simples, estas propiedades de los seres completamente trascendentes. Pero tu pregunta está formulada de forma incompleta: era preciso, en efecro, preguntar en primer lugar según la esencia, luego según la potencia, a continuación de la misma manera también según el acto, cuáles son las propiedades de los seres superiores; en cambio tú ahora, al preguntar “qué propiedades”, te estás refiriendo sólo a las propiedades de los actos, resultando, por tanto, que estás buscando la diferencia en ellos en los últimos grados, mientras que los elementos primeros y más importantes de su distinción los has dejado sin examinar en profundidad.

Se añade en el mismo lugar también “lo de los movimientos activos y pasivos”, que en modo alguno se adecua a una distinción de los géneros superiores. En ninguno de ellos, en efecto, se da la oposición de acción y pasión, y sus actividades, absolutas e inmutables, son consideradas sin relación con lo opuesto; en consecuencia, no admitimos en este ámbito los movimientos provenientes del agente y del paciente. En absoluto, pues, en cuanto al alma aceptamos el movimiento autónomo proveniente del motor y del movido, sino que suponemos que es un movimiento simple, esencial y propio, sin relación con otro, al margen del actuar sobre sí y sufrir por sí. ¿O quizás, respecto a los géneros superiores del alma, se podría sostener la distinción de sus propiedades según los movimientos activos o pasivos?

Además, es ajeno a ellos aquel añadido de “o de sus accidentes”. En efecto, en los compuestos y en los seres que están con otros o en otros contenidos por algunos elementos concebidos como principales y otros como secundarios, unos como entes y otros como accidentes de la esencia. Se forma, efectivamente, una asociación de ellos y entre sí se puede dar incompatibilidad y distancia. Pero en el caso de los géneros superiores todo es concebido en su existencia y es su totalidad la que existe principalmente, ellos están separados y con substancia de por sí y no por otros o en otros. De forma que en ellos no hay accidentes y su naturaleza particular no se caracteriza en absoluto por ellos.

Y particularmente además al final de tu pregunta confundes la distinción natural, pues tu pregunta inquiere “cómo las esencias se reconocen en las actividades, en los movimientos naturales y en los accidentes”. Ahora bien, sucede todo lo contrario, pues si las actividades o los movimientos fueran constitutivos de las esencias, serían también ellos determinantes de su diferencia; pero si las esencias engendran las actividades, son ellas las que, estando previamente separadas, procuran la distinción a los movimientos, a las actividades y a los accidentes. Contrario es, pues, el modo de aprehender la propiedad actualmente planteada.

En una palabra, ¿acaso postulas la distinción de los géneros superiores según las propiedades, en la idea de que uno solo es el género de los dioses, uno solo el de los démones, otro tanto el de los héroes y de las almas por sí mismas incorpóreas o bien supones que cada uno es una pluralidad? Pues si crees que cada uno es uno, estás incurriendo en una confusión total del orden de la ciencia teológica, pero si, como es posible asumir, cada uno se diferencia en más clases, y no hay, común a ellos, una definición esencial única, sino que los géneros superiores están separados de los inferiores, no es posible descubrir sus términos comunes; si fuera posible, ello mismo eliminaría sus propiedades. Así, por tanto, no es posible resolver la cuestión. Pero si supones la identidad analógica a los géneros referidos, por ejemplo a los numerosos géneros entre los dioses, luego a los de los démones y héroes, y finalmente a los de las almas, se podría determinar su propiedad.

Cuál era, pues, el planteamiento exacto de la presente cuestión y su delimitación, cómo era imposible y cómo posible plantearla, dése por demostrado por nosotros con estos argumentos.

[Distintas dignidades de los seres]

En las almas tanto en las que rigen los cuerpos celestes y que presiden su gobierno como en aquellas que antes de la generación están asignadas, eternas, en su ser propio, la esencia del bien no se da, ni tampoco la causa del bien, que es anterior incluso a la esencia, sino que hay una retención y posesión; contemplamos su participación en la belleza y en la virtud, muy superior a la que concebimos en el caso de los hombres; en los compuestos, en efecto, esta participación es dudosa y como externa; en el alma ella está enraizada, inmutable e indefectible, nunca se aparta de sí ni es arrebatada por algún otro.

Siendo tales el comienzo y el fin en los géneros divinos, piensa entre dos géneros intemedios entre estos dos extremos, más elevado que el género de las almas, uno el asignado a los héroes, totalmente superior en poder, virtud, belleza, grandeza y en todos los bienes relativos a las almas, y sin embargo estrechamente ligado a ellas a causa de la afinidad de una vida de la misma especie, y el otro, el de los démones, dependiente del género de los dioses, muy inferior y que le sirve de cortejo, pues no tiene actividad primaria, sino compañía servicial de la buena voluntad de los dioses, y que muestra en acto su bondad invisible, se conforma a ella, lleva a cabo las obras demiúrgicas que la imitan, hace brillar como expresable lo inexpresable de los dioses y en las formas la ausencia de formas, lo que en los dioses está por encima de todo discurso lo traduce en discursos claros, recibe la participación de lo bello de forma connatural, y la proporciona y transmite generosamente a los géneros que vienen después de él.

(…)

Desde otro punto de partida argumental la unidad absoluta, en toda su extensión y forma, la estabilidad permanente en sí misma, la causalidad de las esencias indivisibles, la inmovilidad concebida en tanto causa de todo movimiento, la superioridad sobre todos los seres, sin tener nada en común con ellos, la no mezcla y separación en la esencia, en la potencia y en el acto como concepto común, todas estas cualidades es digno atribuirlas a los dioses. En cambio, la división en la multiplicidad, la posibilidad de darse a otros, la recepción a partir de otros, en sí, de la limitación, la capacidad en el reparto de las cosas particulares como para complementarlas también, la participación en un movimiento primordial y vivificante, la comunidad con todo lo que existe y deviene, el recibir de todos una mezcla y el ofrecer a todos una mixtura de sí misma, la extensión de estas propiedades a todas sus potencias, esencias y actividades, todo ello, como innato, se lo atribuiremos a las almas, si nos atenemos a la verdad.

[La incorporeidad de los dioses]

Sin embargo no admitimos la distinción propuesta por ti según la cual “su asignación a diferentes cuerpos, por ejemplo, de los dioses a cuerpos etéreos, de los démones a aéreos, de las almas a los terrestres, es causa de la distancia actualmente investigada”. Esta asignación, en efecto, como la de Sócrates a su tribu cuando ejercía la pritanía, no es una suposición digna de los géneros divinos, que son todos por sí mismos absolutos y libres; y hacer a los cuerpos dueños de especificar sus causas primeras, constituye una terrible absurdidad, pues, entonces, ellas son esclavas de los cuerpos y están a su servicio para la generación. Además tampoco los géneros de los seres superiores están en los cuerpos, sino que los gobiernan externamente, por lo que no sufren cambios con los cuerpos. Aún más, ellos dan, a partir de sí mismos, a los cuerpos todo el bien cuanto ellos pueden recibir, mientras que ellos no aceptan nada de los cuerpos, de forma que no podrían recibir de ellos ciertas propiedades. Si, en efecto, fueran corpóreos como cualidades de los cuerpos o como especies inmersas en la materia o de algún otro modo, quizás ellos también podrían sufrir los diferentes cambios de los cuerpos, pero si preexisten por sí mismos separados de los cuerpos y sin mezcla, ¿qué distinción lógica, procedente de los cuerpos, podría darse en ellos?

[La incircunscribibilidad de los dioses]

Así queda demostrado a partir de estos argumentos que es falsa tal distinción según los cuerpos. Hubiese sido preciso, creo, sobre todo no hacer suposiciones de este tipo; y si tal fuera tu opinión, no juzgar la mentira digna de discusión. Pues ello no significa abundancia de pruebas, sino que en vano uno se quiebra la cabeza si, suponiendo hipótesis falsas, intenta eliminarlas como no verdaderas. ¿Cómo la substancia por sí incorpórea va a ser dividida por tales cuerpos, cuando ella no tiene nada en común con los cuerpos que participan de ella? ¿Cómo la que no está localmente presente en los cuerpos va a ser distinguida por los lugares corpóreos? ¿Y cómo la que no está delimitada por límites particulares de lo que está subordinado va a estar contenida particularmente por las partes del mundo? ¿Cuál es el obstáculo para que los dioses anden por todas partes y retengan su poder como para llegar hasta la bóveda celeste? Sería ello efecto de una causa más fuerte, que los encerraría y circunscribiría en determinadas partes. Pero lo que es realmente y por sí es incorpóreo está en todas las partes que quiere, y si lo divino, que sobrepasa todo, es sobrepasado por la perfección del universo y circunscrito por él como en una determinada parte, resulta inferior a la grandeza corpórea. Yo, por mi parte, no veo además de qué modo las cosas de aquí son creadas y especificadas, si ninguna actividad creadora divina y participación de las ideas divinas se extienden por el mundo entero.

Esta opinión aniquila por completo el culto sagrado y la comunidad teúrgica de los dioses con los hombres, al expulsar fuera de la tierra la presencia de los seres superiores. No otra cosa quiere decir que las cosas divinas están lejos de las de la tierra, que no se mezclan con los hombres y que este mundo está privado de ellas. Nosotros, los sacerdotes, en verdad, en absoluto hemos aprendido de los dioses nada según este razonamiento, ni con razón tú nos interrogas en la idea de que sabemos algo más, si en nada nos distinguimos de los demás hombres.

Pero nada de ello es sensato, pues ni los dioses son retenidos en partes determinadas del mundo, ni la tierra está privada de ellos. Por el contrario, los seres superiores en el mundo, lo mismo que no están contenidos por nada, contienen todo en sí mismos, mientras que las cosas de la tierra, que tienen su existencia en la totalidad de los dioses, cuando llegan a ser aptas para la participación divina, al punto poseen en sí los dioses preexistentes a su propia esencia.

Jámblico. Sobre los misterios egipcios.