Respaldo de material de tanatología

Aristóteles y Dios

La teología de Aristóteles

    ¿Por qué existen otras categorías además de la esencia y no sólo la esencia? ¿Por qué estas categorías segundas son todavía ser, aunque no accedan a la dignidad del ser de la esencia? Aristóteles se contenta con una descripción del status plural del ser, y con la indicación de que la unidad debe buscarse en la relación de las distintas categorías, además de de la esencia en la propia esencia. Pero no intenta una unificación de las categorías a partir de la ousía. La pluralidad de los sentidos del ser aparece como una escisión inexplicable en el ser, y no como la manifestación de su fecundidad.

    Hay una región del ser en la que el ser se dice de un modo unívoco: es lo divino. Dios, en efecto, no es más que la Esencia, que no tiene ni cantidad ni cualidad, que no está ni en un lugar ni en el tiempo, que no mantiene ninguna relación, ni está en ninguna situación, ni tiene necesidad de actuar y no sufre ninguna pasión.

    En el Libro VIII de la Física y en el Libro XII de la Metafísica aparecen dos exposiciones diferentes de la teología, la ciencia que estudia la sustancia eterna, inmóvil y separada de las cosas sensibles. Esta es la más excelsa de las ciencias, puesto que tiene por objeto la realidad suprema: Dios. Dios es el principio supremo del que depende el movimiento del universo entero y de la physis. En estos dos libros más arriba mencionados se preocupa Aristóteles de asegurar la eternidad del movimiento, exigida por la eternidad del tiempo, que es “cierta forma del movimiento” (Física, IV, 11); pero esta eternidad dada a nivel de los movimientos astrales se problematiza a nivel de los movimientos discontinuos y desordenados del mundo sublunar. Porque los móviles del mundo sublunar, tanto en reposo como en movimiento, no poseen el movimiento en acto. Es necesaria una causa motriz en acto de sus movimientos, y esta causa motriz debe ser necesariamente distinta de un móvil que tuviera sólo el movimiento en potencia. “Omnia quod movetur movetur ab alio” (Física, VIII, 1, 242a 16; VIII, 4, 256a 2). Para entender esto hay que pensar que Aristóteles no tenía ni idea de lo que hoy llamamos movimiento inercial. Pensaba que algo sólo se mueve mientras está siendo movido o empujado por otro, su motor. En cuanto el motor que empuja se para, el móvil empujado se para también. Ahora bien, la observación muestra que el mundo está lleno de cosas en movimiento. Por tanto, habrá otras cosas, sus motores, que las están moviendo, y a éstas otras y así sucesivamente hasta llegar al Primer Motor Inmóvil requerido para evitar un regressus ad infinitum.

    La teología física aristotélica conduce a un motor inmóvil, necesario para explicar los fenómenos físicos del movimiento, aun cuando se trate de un principio extrínseco y cuyo modo de ser ya no es físico. La física exige un principio que rebase su ámbito.

    En el Libro VIII de la Física la trascendencia del Primer Motor parece difícilmente conciliable con la descripción totalmente mecánica que se da de su relación con el móvil: mover es “impulsar o lanzar” (10, 267b 11), lo cual supone que existe contacto entre el motor y el móvil (VII, 1, 242b 27; 2, 244a 4). El Primer Motor no se encontraría, por consiguiente, fuera del mundo, sino en la “periferia del universo” (VIII, 10), pero, en el contexto más directamente “teológico” del Libro XII de la Metafísica, Aristóteles no duda en remontar las premisas físicas de su razonamiento. La argumentación de la Metafísica XII, establece que el tiempo es eterno y continuo; por tanto, que ha de haber un movimiento continuo. La causa de tal movimiento ha de ser eterna e inmaterial. Por tanto, el primer motor tiene que ser eterno, inmaterial, sustancia y acto puro, pura forma. Sustancia eterna, inmóvil y separada de lo sensible, sin magnitud, carente de partes, indivisible, impasible e inalterable. Mueve siendo inmóvil, y siendo en acto, no puede ser de otro modo. Su sustancia es acto. En Metafísica XII, el carácter inextenso e incorporal del Primer Motor que en el último libro de la Física parecen difícilmente compatibles con la localización del Primer Motor en la periferia del universo, son afirmados claramente, así como su separación con respecto de aquello que él mueve. En este caso, el Primer Motor no mueve mecánicamente, al modo de los motores del mundo sublunar, sino que según una analogía tomada de la experiencia psicológica, Aristóteles afirma que mueve como “deseable”, como “objeto de amor” (XII, 7, 1072a 26, b 3), o, en términos más abstractos, como causa final. Sólo de este modo puede comprenderse que pueda “mover sin ser movido”. El El Primer Motor Inmóvil, propiamente hablando, no es ningún motor o causa eficiente, realmente es fin, telos, causa final que mueve el mundo como el ser amado mueve al amante, sin necesidad de hacer nada, sólo por el hecho de ser. Únicamente la analogía del deseo no recíproco permite concebir, si no comprender, la paradoja de un motor que “impulsa” en el sentido de “poner en movimiento”, sin ser impulsado él mismo. Esta célebre doctrina de Aristóteles, que niega de hecho toda acción eficiente de Dios sobre el mundo, instala lo divino en un alejamiento y una trascendencia que los seres del mundo pueden “imitar”, como máximo, con los medios de que disponen. Motor lejano, el Dios de Aristóteles es el ideal móvil en cuya dirección se consuman los movimientos regulares de las esferas, los movimientos más complejos de las estaciones, el ciclo biológico de las generaciones y de las corrupciones, las vicisitudes de la acción y del trabajo del hombre. Nada se parece menos al Dios amor de los cristianos que el Dios amable de Aristóteles.

    Dios mueve porque es amado. Es apetecible lo bueno y lo perfecto, lo cual puede decirse del motor inmóvil, por ser ente por necesidad del que depende el cielo y la naturaleza, y por ser siempre una existencia como la mejor para nosotros, ya que su acto es también placer (Metafísica, XII, 6-7).

    Este principio supremo (trascendente al mundo físico) ordena conectando “la sustancia del universo” y unificando los principios, pues “todas las cosas están coordinadas hacia una” (pros hén hápanta syntetaktai).

    Parece razonable explicar el orden del mundo recurriendo, además de la causa material y eficiente, a una causa inteligente (Metafísica, I, 3). Si no hubiera théos, el devenir sería caótico y no habría orden teleológico en el cosmos.

    Está claro que, como más arriba hemos señalado, que no se trata de la divinidad de la revelación cristiana, pues en ésta Dios no es, sin más, idéntico a sí mismo, sino infinito capaz de finito, comunicación de sí y ágape, como expresa el misterio de la donación anonadada (kénosis) en la historia, especialmente en Jesús de Nazareth (encarnación). Nada de esto hay en la concepción aristotélica.

    Esta trascendencia de Dios es tal que plantea la posibilidad misma de una teología, es decir, de un discurrir del hombre sobre Dios. El único predicado que puede atribuirse correctamente a Dios es la Esencia. Dios también es vida. Hay que matizar y corregir para poder agotar el sentido. Como el entendimiento es lo más divino y la contemplación es lo más agradable y lo más noble, entenderá lo más divino y lo más noble y no cambiará. Por eso, se entiende a sí mismo, puesto que es lo más excelso y “su intelección es intelección de intelección” (noesis noéseos). Y tiene vida, pues el acto del entendimiento es vida y él es el acto. Y el acto por sí de él es vida nobilísima y eterna.”(Metafísica, XII, 9 y 7).

    Así, Dios puede ser llamado un Viviente, pero a condición de entender que se trata de una Vida que ignora la fatiga, la vejez, la muerte, que son características de toda vida “biológica”. Igualmente, Dios puede ser denominado Pensamiento, pero a condición de precisar que este Pensamiento no es pensamiento de otra cosa, somo lo es el pensamiento humano: porque tal pensamiento no pasa a acto más que si se le da un objeto, y tal dependencia con respecto al objeto es indigna de Dios. Por otra parte ¿cuál sería este objeto? Únicamente podría ser superior a Dios (porque no se puede suponer que Dios condescienda a pensar lo que le es inferior, por ejemplo, el mundo) o ser el propio Dios. Pero, como nada es superior a Dios, sólo queda que Dios se piense a sí mismo, es el Pensamiento que se piensa a sí mismo (Met. XII, 9, 1074b 15-1075a 1). Aristóteles es el auténtico precursor de la teología negativa, según la cual el hombre únicamente puede hablar de Dios mediante negaciones.

Texto sacado de la completísima página: http://filosofia.net/materiales/tem/aristote.htm