Respaldo de material de tanatología

Percepción de la muerte a lo largo de la vida

Percepción de la muerte a lo largo de
la vida

Indice
1. Introducción
2. Percepción de la muerte del infante
3. Percepción de la muerte del adolescente
4. Percepción de la muerte en adultos jóvenes
5. Percepción de la muerte de un adulto intermedio
6. Percepción de la muerte en ancianos
7. Enfrentar la muerte
8. La pena de muerte y el duelo
9. Terapia para el dolor
10. Significado de la muerte
11. A modo de conclusión
12. Bibliografía

1. Introducción.

Cada día hay más personas que manifiestan interés por saber algo, hacer algo más, experimentar, por leer algo… sobre la muerte. De hecho, hablar de la muerte es algo delicado y complejo, y a la vez absolutamente simple ya que es el final ineludible de nuestras vidas. Depende de la madurez y reflexiones previas de cada persona. En este trabajo voy a hablar del espacio que ocupa la muerte en nuestras sociedades, y de la manipulación ideológica de que es objeto. Además de la forma en que la muerte es vivida en diferentes etapas de la vida y cómo podemos ayudar desde nuestra naturaleza humana a las personas que viven cercenas a la muerte y cómo, a su vez, podemos permitir que ellos nos ayuden a nosotros mismos, enseñándonos cómo el sentido de la muerte puede dirigir nuestras vidas hacia una expresión enriquecedora de la muerte y el dolor. 

El miedo que tenemos a enfrentar a la muerte es un miedo a algo desconocido, la muerte es una experiencia que nadie jamás en vida podrá conocer a ciencia cierta, por lo cual nos genera gran ansiedad. Nuestra tendencia es a alejar  a la muerte de nuestro espectro de vida, sentenciarla al encierro hospitalario, o a los cementerios cada vez más compactos.
Si bien es cierto, tanto la muerte  como el nacimiento están indicados por importantes cambios biológicos y culturales que puntúan la existencia de cada persona. En la muerte misma es la biología quien impone sus leyes entrópicas, no obstante  nuestra cultura tradicional ha sabido encontrar elementos para postergar la muerte, el avance tecnológico ha producido el desplazamiento de la muerte principalmente al final del ciclo vital, cuando antes lo fue constante en cualquier periodo de la vida. Esto repercutió en nuestra conciencia de ella, y convirtió a la muerte en algo fuera de nuestra cotidianeidad. Dejo de hablarse de la muerte, por lo tanto se perdió la posibilidad de enfrentarla  cara a cara. A cambio de eso encontramos a la televisión inundando de información distorsionada sobre la muerte a nuestros hijos, se produce así una paradoja, en la cual por temor a el impacto que pueda causarle el acontecimiento a nuestros niños le ocultamos la información, sin embargo permitimos que por medio de la televisión accedan a información contaminada con violencia que genera a su vez mayor ansiedad.
A lo mejor nuestro rechazo a la muerte es algo que se ha construido junto con nuestra evolución cultural, en el sentido que, nuestro desarrollo cultural occidentalizado se ha planteado en términos de seguridad planificada y predictibilidad, que se refuerzan en la matriz valórica, y de significaciones culturales que consideramos esenciales para vivir. La muerte ataca la misma raíz fundamental de los valores que estamos persiguiendo en nuestras sociedades. Se ve atacada la necesidad humana de vivir en un mundo predecible ( fundamento de la ciencia) y que sea seguro, conocido lo cual va muy ligado al concepto de revelar los misterios antaño desconocidos por el hombre y hoy asequibles por la ciencia.
La muerte entonces es socialmente rechazada, en cuanto atenta con nuestro mundo material, el único que existe. Nos vemos culturalmente motivados a dedicarle menos tiempo a la muerte, por que el morir perjudica la productividad, la tristeza debe resolverse lo antes posible, dado que el mundo ?real? requiere de los cuerpos y las mentes limpias de los que trabajan para su crecimiento. Esta vida en sociedad exige ciertos sacrificios, entre ellos el desconocer a la muerte como parte de este mundo, cerrar los ojos aún cuando el sol se retira cada anochecer para volver al día siguiente iluminándolo todo, cuando en cada otoño muere el mundo vegetal para verlo renacer a la primavera siguiente. El significado de la muerte se expresa claramente en la vida, pero la gente ve lo que los demás quieren que vean. Cuando por fin entiendan que en la muerte hay mucho mas que aprender sobre la vida que en la evitación permanente de la naturaleza, cuando por fin sean capaces de aceptar la muerte sin maquillarla de juventud, cuando nuestra tanatofobia seda paso al compartir con los muertos, solo entonces podremos comenzar a vivir, por que la única postura coherente y sólida ante la muerte, como ante cualquier otro evento o conflicto de la vida humana, es encararla, tomar consciencia de ella, conocerla hasta donde sea humanamente posible ; respetar y observar frente a frente es la fórmula para librarse de ello.

2. Percepción de la muerte del infante

El desarrollo psicológico del niño lo imposibilita para darse realmente cuenta del fenómeno de la muerte y sus implicaciones. Su aparato psíquico se encuentra en esta etapa centrado en su propia perspectiva y en la realidad vivenciada desde sí mismo, por lo cual su pensamiento presenta las características de egocentrismo y animismo entre otras, que distorsionan sus experiencias en la formación de su realidad configurada particularmente.
La falta de introspección y la incompleta cimentación de su individualidad, que aún está en desarrollo hacen que la muerte para el niño tenga un significado libre en gran medida de angustia y crueldad, por lo cual difiere de la significación adulta de la muerte. Sin embargo, el niño vivencia el fenecer como un viaje o un abandono, por lo que puede experimentarlo con mucha ansiedad y considerar esta dolorosa separación como un acto de agresividad contra él, ej.  ?la persona se murió por que no quiere estar conmigo?.
Los niños asocian la muerte principalmente a la pérdida de su objeto amoroso más preciado, su madre, y con ella todas las garantías de cuidado y amor incondicional que solían protegerlo del mundo desconocido y hostil. Todo esto, además de temor le produce ira, pues como ya dijimos, el niño cree que la muerte es una afrenta contra él, dado que el morir es para él dejarse morir sin perder la vida, sino solamente alejándose como en un viaje. A su vez desconocen la posibilidad de su propia muerte dado que ésta constituye algo externo, ajeno, situación en la cual no hay amenaza vital. En este sentido los niños tienden a ver la muerte como algo remoto en cuanto la aversión que les provoca los obliga a alejarla hasta el punto que quede fuera de nuestra realidad. Ellos creen que el que evita la muerte, engañándola, no muere. Esta es una característica de su pensamiento egocéntrico, el cual no le permite entender la muerte por que va más allá de su experiencia personal, y además es consecuencia de que los niños tienen en parte la noción de la inevitabilidad de la muerte, sin embargo, desarrollan defensas psicológicas tales como el pensamiento mágico, para sobreponerse al sentimiento de indefensión que le produce.
Los psicólogos abocados a la investigación de la ontogénesis de las distintas capacidades a lo largo del desarrollo humano, han realizado diversos trabajos con niños. Ellos en sus distintos estudios encontraron que a los 4 años la idea de muerte es muy limitada, y el hecho de que ésta ocurra o se mencione su concepto no supone una emoción intensa, ni tanto positiva como negativa. Antes de esta edad el niño tiene ciertas nociones ligadas a la muerte, pero éstas se traducen en intuiciones emocionales ligadas a la ausencia de la madre.
Entre los 5 y los 7 años, los niños comienzan a entender que la muerte es irreversible, universal, o sea que todas las cosas que están vivas inevitablemente tienen que morir, también comprenden que todas las funciones de la vida terminan con la muerte. Según Piaget estas características se desarrollan cuando los niños pasan del pensamiento preoperacional al operacional concreto. Durante esta etapa el niño busca reafirmar su conocimiento objetivo, y vuelca sus esfuerzos al entendimiento de las pautas de su cultura. En este sentido los códigos de significación cultural constituyen una buena base para la elaboración más acabada del concepto de muerte. Las explicaciones fantasticas ya no le son funcionales, pasando de un razonamiento mágico a un pensamiento materialista positivo. Aún más, en esta etapa la muerte adquiere una connotación emocional mucho más intensa para el niño, que comienza a temer la muerte de sus seres queridos. El hecho de morir se tiñe en su mente con las ansiedades de su cultura, y pese a no tener conciencia de la posibilidad objetiva de morir, si reconoce a la muerte como una clara experiencia humana.
Ya a la edad de 8- 10 años acepta que todos moriremos, asimila con todo realismo el hecho de tener que morir más adelante.
No todos los autores concuerdan en cuanto al grado de consciencia real que tienen los niños sobre las diferentes dimensiones de éste acontecimiento, y prefieren hablar de etapas no tan marcadas y otorgar un poco más de flexibilidad en el desarrollo de la elaboración de un concepto tan complejo como lo es la muerte. De esta manera hablar de etapas sin referentes en el plano etario es útil para captar la secuencia del desarrollo o formación del concepto. Diversos autores reconocen ésta secuencia de etapas como adecuadas :

1. 1º  etapa en que el niño es incapaz de comprender el problema de la muerte.
2. 2º etapa  en que la muerte se relaciona con una ausencia provisional.
3. 3º etapa en que la muerte se integra en una imagen del mundo mediante elementos culturales.
4. 4º etapa en que el niño elabora la idea de su irremediable destrucción.
El hecho de que la cultura otorgue un espacio dentro de su dinámica donde el dolor y la muerte se resuelvan, mantienen la armonía de su continuidad.
Una cultura debe estructurar este dolor por que su sentido se configura a través de las historias personales que la atraviesan. El orden y la continuidad de la misma depende de la construcción simbólica de rituales que orienten la identidad de todos los individuos a la conformación de la unidad estructural y funcional de la cultura.
Ahora bien, basta dar una mirada hacia el interior de nuestra cultura  y nos encontramos con la sobreexaltación de la vida, basada en su energía, en su dinámica y en su desarrollo, una cultura que esconde a sus moribundos en hospitales donde no logren infectarnos con la muerte y que reducen las tumbas en los cementerios donde cada domingo cientos de personas caminan sobre los cuerpos de nuestros ancestros que simbólicamente yacen extendidos en el césped. Nuestra cultura no acepta la muerte, la arroja lo más lejos de sí para no entorpecer su funcionamiento. En esta cultura la muerte debe ser un proceso rápido, dado que se ha convertido en un tabú, así como alguna vez lo fue el sexo. Esta situación disminuye las posibilidades de que logremos un duelo verdadero, dado que el duelo negado es el peor de los duelos.
El niño quiere saber que ocurre cuando está frente a la muerte, busca la respuesta en sus padres quienes no confían en su capacidad de entender la situación, y creyendo protegerlo lo envuelven en un manto de fantasía. Nuestra cultura nos enseña a proteger a nuestros hijos de algo que es tan natural como la vida misma y lo único que logramos es condenarlos a una vida a medias, una vida orientada al absurdo de la imposible eternidad, una ansiedad perpetua, una vida irreal.
Entonces el niño calla al ver la cara de sus padres timoratos ante la muerte y calla para protegerlos, el sabe que odiamos a la muerte y lo que le espera como herencia es este odio, quien odia la muerte odia a la vida y por lo tanto se odia a sí mismo y vive temiendo.
Un niño solo requiere expresar sus emociones, sus temores, sus inquietudes, solo requiere de un adulto capaz de escucharlo y saber explicar con palabras simples y sensibles qué es lo que ocurre, sin mentiras. En este sentido la religión puede ser muy beneficiosa, siempre y cuando su acción esté dirigida a resolver  los conflictos humanos existenciales en la forma más honesta, evitando la sobreexplotación  de artificios y que pueda brindar un soporte espiritual para el niño.
Desde el punto de vista del psicoanálisis, la muerte es tan poderosa que nuestros impulsos dirigidos a ella constituyen parte de nuestra personalidad. Estos impulsos no son privativos del hombre, dado que operan en todas las criaturas vivientes y tienden a reducir la vida a su materia inerte original, estos impulsos son los responsables de las tendencias destructivas  y agresivas. Esto se traduce en que parte de nuestra naturaleza busca la muerte, se dirige a ésta como también se dirige al amor. Esta dualidad posee al niño en su corporalidad y en su psiquis, por eso a temprana edad inician su exploración con la muerte de pequeños seres vivos, buscando la forma para asegurarse a sí mismo su individualidad y su potencia, actuando con superioridad ante estos seres, pero a la vez reteniendo sus impulsos agresivos e identificándose proyectivamente con sus víctimas. Esta experiencia condiciona de manera inevitable una buena parte de las respuestas del niño y su desarrollo cognitivo respecto al concepto de muerte.
En la medida en que el niño va desarrollando más destrezas tanto en el área biológica, social, cognitiva y emocional  el concepto de muerte va evolucionando hacia causas más abstractas, como ?enfermedades?, ?hacerse mayor?, etc. el punto de cambio para esta parte del concepto de algo concreto a algo abstracto parece situarse alrededor de los 7 años. A esta edad se produce en el niño un gran temor en cuanto a su salud dado que la relación que establece entre la enfermedad y la muerte lo atormenta cuando él está enfermo, cualquier síntoma; fiebre, catarro, estornudos, etc. le hacen creer que se va a morir.
Los niños que se ven enfrentado al hecho de la muerte presentan una serie de reacciones, que si bien  pueden no darse en un orden específico, ni aparecer todas ellas, si nos sirven para comprender el cómo lo vivencian en general:
1.  La negación: el niño niega que la muerte haya ocurrido y parece que ésta no le ha afectado. Normalmente esto significa que la pérdida ha sido demasiado grande para él y que sigue pretendiendo que la persona en cuestión está viva.

2.  Aflicción corporal: la muerte produce en el niño un estado de ansiedad que se expresa en síntomas físicos y/o emocionales.
3.  Reacciones hostiles contra el difunto: el niño toma la muerte de una persona o animal como una afrenta personal por parte del difunto, que lo ha abandonado.
4.  Reacciones hostiles hacia otros: el niño, generalmente, culpa a otros de la muerte acaecida.
5.  Sustitución: el niño rápidamente comienza a buscar el afecto de otros con el fin de sustituir la figura del difunto.
6.  El niño asume las maneras del difunto, intentando conseguir sus mismas características.
7.  Idealización: el niño sobrevalora las cosas buenas del difunto y elimina los recuerdos de sus defectos, llegando incluso a falsear los recuerdos respecto al carácter y la vida real del difunto.
8.  Reacciones de ansiedad y de pánico, preocupándose por quién le cuidará en el futuro.
9. Reacciones de culpa: el niño puede pensar que la muerte tiene que ver con que «es malo» o ha tenido mal comportamiento, y elaborar a partir de aquí fantasías de muerte.

El dato esencial es que toda muerte requiere un duelo, y esta es una ley de la naturaleza, dado que si bien la estructura cultural de la vivencia varía, el sentido de la perdida es universal, con distinto matiz connotativo emocional, pero que no obstante revela su cualidad netamente humana.
El niño debe poder desidentificarse de la causa de la muerte y estar desprovisto de todo deseo de muerte inconsciente (los cuales llevan en sí sentimientos de culpabilidad o remordimiento) además debe elaborar y aceptar a través de su experiencia la propia muerte futura en tanto que destino.

3. Percepción de la muerte del adolescente.

La adolescencia se expresa en las siguientes necesidades: mayor autonomía, necesidad de estabilidad y seguridad, reconocimiento del grupo de amigos y necesidad de diferenciación. Estos podrían considerarse un buen marcador de la etapa, sin embargo la falta de un hito psicológico que determine el cambio de etapa hace necesario un espacio social de soporte para el adolescente en su lucha por integrar su identidad, este espacio estaría constituido por la familia. La falta de este soporte trae graves consecuencias al adolescente quien ve como se ve absorbido por situaciones que escapan de su control, apareciendo sentimientos de incontrolabilidad ante factores sociales, políticos y económicos para construir un proyecto de vida. Las características de esta etapa hacen del adolescente un ser muy vulnerable a sentimientos ligados a la autodestrucción. La muerte en estos casos puede presentarse como una alternativa favorable en pos de darle fin al dolor psicológico que abruma al adolescente. El considerarse solos, alienados, que no son amados pueden constituir motivos suficientemente fuertes como para elegir extinguirse, para comprender esto es necesario pensar en que el joven está esencialmente volcado hacia las relaciones con otros y su aceptación, por lo que hasta los fracasos académicos adquieren una fuerza desconocida dado que en estas actividades sociales el joven va configurando su autoconcepto. Otros puntos de vista versan sobre el suicidio adolescente no como una fuerza o tendencia a la autodestrucción, sino más bien como una súplica por llamar la atención y pedir ayuda, por lo que prefieren hablar de prevención considerando el mejor modo de hacerlo, el tomar conciencia del cuidado del adolescente y ser sensible a sus peticiones.   
En otro sentido, el adolescente vivencia la muerte como un hecho romántico, entregando su vida  por la lucha por ideales, el ejercito, etc. a los jóvenes les importa mucho más la calidad de la vida que la cantidad, este es otro factor que acerca a los jóvenes al suicidio. Dentro de su desarrollo mantienen una idea egocéntrica  llamada ?fábula personal? la cual les hace creer que pueden tomar cualquier clase de riesgos dado que a ellos jamás les ve a ocurrir nada, manejan imprudentemente, toman decisiones descabelladas, experimentan potentes drogas y formas de placer.
Cuando los adolescentes se encuentran cara a cara con la muerte reaccionan de maneras sorprendentes y contradictorias, elevando algunos las cuotas de misticismo o religiosidad. O bien otros jóvenes enfermos optan por negar su condición y hablan como si se fuesen a recuperar aunque tienen la certeza de que eso no será así. Sin embargo pese a lo dramático de esta situación y a los problemas que acarrea la utilización de mecanismos de defensa en cuanto a la elaboración e integración de los hechos sin distorsión, la negación y la represión de las emociones constituyen  herramientas útiles que ayudan a muchos jóvenes enfermos a tratar y superar este golpe agobiante para sus expectativas de vida. Los jóvenes enfermos por lo general están más enfadados y disgustados que reprimidos. Ocupan mucho menos tiempo en pensar en el suicidio en comparación a adultos de la misma condición, y probablemente están mucho más dispuestos en buscar a alguien a quien culpar.
Las distintas maneras de reaccionar ante el hecho de la muerte inminente está supeditada en gran medida al estilo de personalidad.

4. Percepción de la muerte en adultos jóvenes.

Los adultos jóvenes están abocados al término de sus tareas sociales, y se encuentran ansiosos por desarrollar sus planes de vida, para lo cual ya se encuentran capacitados. Su gran tarea es lograr la intimidad para lo cual destinan una no menospreciable cantidad de su tiempo y energía. La muerte es algo lejano, asumido como algo inevitable, sin embargo con una certeza inconsciente de que a uno jamás le va a pasar, comienza la carrera por la consecución de lo que uno pueda llegar a ser, y junto a quienes ame, construir una vida plena de satisfacción.
Para un individuo que se encuentra en esta etapa de la vida, la aparición de una enfermedad catastrófica se vivencia como algo muy frustrante y difícil de llevar debido a la imposibilidad de conquistar las metas anheladas. Su trabajo no ha valido de nada y esta injusticia lo enfurece, es el paciente más conflictivo y el más lábil emocionalmente, a esto se suma la dificultad del personal que por lo general tiene la misma edad que el paciente para tratar asertivamente a un desahuciado de su mismo grupo etáreo.
Estos adultos piensan de manera evasiva, rehuyen de la muerte pues es un tema que no les agrada.

5. Percepción de la muerte de un adulto intermedio

En esta edad se produce la defunción de los padres, y este hecho constituye el motivo por el cual es en esta etapa donde se instala la certeza de la muerte en nuestros corazones, en esta etapa sabemos muy adentro que de veras moriremos. Sin embargo este no es el único dato sobre su condición que recibirá en esta época; los obituarios comenzaran a llenarse con nombres conocidos, los organismos e instituciones enviaran información sobre nuestra condición y se encargará además de hacernos saber que tan aceptados seremos en el mundo en el que supuestamente nosotros (los de esta etapa) tenemos el poder. Los adultos intermedios cambian  el referente de su cuenta de edad, pues ahora los días que faltan son mucho menos que los que ya han pasado. Esta sensación de limite impulsa al sujeto a buscar sacarle provecho a lo que le resta de vida, y nace un nuevo ímpetu por hacer mayores cambios en su vida. La evaluación a la que se someten será crucial en cuanto una vida satisfactoria propugna integridad y autoestima, y por el contrario la inconformidad genera desesperanza, frustración y un sentimiento de vacuidad.

6. Percepción de la muerte en ancianos.

La muerte puede sobrevenir en cualquier etapa de la vida, sin embargo el orden natural supone que se produzca al final del ciclo completo, cuando su cercanía forma ya parte de la experiencia cotidiana. En esta edad casi la mayoría del tiempo está destinada a la solución de asuntos acerca de la muerte y están significativamente menos ansiosos que los adultos intermedios con respecto a la muerte.
Es necesario considerar que el mundo frente al cual se enfrenta el anciano es un mundo distinto, irreconocible, perturbador, obviamente que nuestra es la responsabilidad de que no le sea hostil. Antes su mundo estaba poblado por determinadas personas que fueron muy significativas en su vida. Con el correr de los años todo eso de alguna manera, por no decir literalmente, ha desaparecido. Es probable que los problemas cotidianos de hoy le resulten algo abrumador e inexplicable. Ante esta situación uno puede entender el por qué los abuelos están cansados de la vida, y por qué es tan natural que muchas veces los inunde la tristeza.
La gran tarea del anciano es reorganizar sus pensamientos y sentimientos para aceptar su propia muerte. Los problemas físicos impiden que el anciano vea las cosas de un modo  alentador y placentero, al contrario, esto se suma a la lista de estímulos que lo abandonan a la muerte.
Cuando la persona ha construido un autoconcepto estable y satisfactorio, y cuando ha sido rodeada de amor logra concebir de manera más tranquila su propia muerte, aceptando este final natural.

7. Enfrentar la muerte.

La forma en que nos dispongamos frente a la muerte definirá nuestro proceso de muerte, por que ¿qué es la muerte, sino un nacer a otra cosa ? como plantea la doctora E. Kübler-Ross ; quien dice que la muerte no es más que un pasaje hacia otra forma de vida. Esta profesional de la salud supo comprender el real significado del término ?salud? y lo aplicó a sus moribundos, esos tantos que lejos de ser sustancias en desecho, son verdaderos maestros de la vida, por que allí donde  ésta se extingue aflora todo su esplendor, al acompañar la muerte se nos regala la belleza de la vida, cuando el último aliento adorna nuestras caras con expresiones de felicidad por que algo se ha descubierto, en nosotros mismos.
Volviendo a lo nuestro, Kübler-Ross después de realizar una cantidad de estudios de campo inimaginable sobre enfermos terminales , dio a conocer la existencia de 4 etapas de la muerte y la agonía, las cuales serían :
1. negación : cuando una persona se entera de que sufre una enfermedad mortal su primera reacción es la negación, aquel mecanismo de defensa que ante la evidencia nos hace decir ?no, no puede ser?, esto constituye una  autosugestión que implica la no aceptación de la condición, la persona se convence de que ha habido errores en los resultados de laboratorios o radiografías y cambiando de médico para obtener otra respuesta. La negación es un mecanismo normal que nos ha acompañado a lo largo de toda nuestra vida  en relación al tema de la muerte, y la negación parcial de ésta hasta se hace necesaria para asumir algunos riesgos, pero ante la noticia de una muerte inminente se hace total. La negación permite una tregua entre la psiquis y la realidad, le otorga el tiempo al individuo para pensar su muerte de manera más distanciada, buscando la adaptación del evento  que ha asaltado su psiquismo de manera muy abrupta. La negación constituye un mecanismo de amortiguación del efecto.
Es importante destacar que la negación, a su vez, no es un fenómeno absolutamente individual, dado que nuestra cultura poco a poco ha ido negando los eventos de la muerte, no se habla de ella, los velatorios se trasladaron de la cama de la propia casa donde se era acompañado por gran cantidad de familiares y amigos, a una camilla de terapia intensiva, con restricción de visitas y con la soledad que un lugar tan descarnado como ese provoca.
2.  ira : cuando el enfermo acepta por fin la realidad se rebela contra ella, y nace la pregunta ¿por qué yo ? la envidia comienza a corroer el alma, que injusto es que me haya tocado a mi morir, deseos de tener la vida de los demás, su ira inunda todo a su alrededor, nada le parece bien, nada le conforma. Todo lo que ve le produce un agudo dolor, recordar su condición le inunda de odio y rencor, esta etapa se caracteriza por la negación de dios, los insultos. Su autosestima  está atropellada por no ser él el elegido para permanecer con vida. Los enfermos en esta etapa necesitan expresar su rabia para librarse de ella.
3.  pacto o negociación : se asume la condición, pero aparece una tentativa por negociar el tiempo, se intenta hacer un trato, dado que en vida este recurso más de alguna vez lo sacó de algún apuro, aunque la realidad le indique que para eso es demasiado tarde, ej. El eterno fumador que cuando se entera que tiene cáncer promete no fumar nunca más. Los adultos en estas circunstancias se vuelven regresivos, pidiendo tiempo a cambio de buena conducta. La gran mayoría de estos pactos son secretos y sólo quienes los hacen tienen consciencia de ello.
4.  depresión : esta aparece cuando se tiene conciencia de  que todos los pasos anteriores fracasan ante el desarrollo de la enfermedad que provoca gran invalidez, dolores u hospitalizaciones continuas. Las consecuencias psicosociales que acarrea una enfermedad catastrófica, entre ellas ; decadencia física, imposibilidad de trabajar o desempeñarse en tareas habituales, problemas económicos y familiares, sensación de inutilidad y de constituir una carga innecesaria, provocan en el enfermo un estado natural de depresión. La depresión es producto de lo ya perdido, pero también un proceso de preparación ante la propia muerte. En esta etapa, es saludable para el enfermo expresar la profundidad de su angustia en vez de esconder su dolor.
5.  aceptación :  requiere que la persona haya tenido el tiempo necesario para superar las fases anteriores. La persona ha trabajado con la muerte a través de la ansiedad y la cólera, y ha resuelto sus asuntos incompletos. A esta etapa se llega muy débil, cansado y en cierto sentido anestesiado afectivamente. En su lucha por desprenderse del mundo y de las personas prefiere estar solo, preparándose para morir, durmiendo demasiado, a lo mejor en un proceso de evaluación mnémica que es una experiencia privada y personal. El paciente ha comenzado a morir, a renunciar a su vida en paz y armonía, en esta etapa no hay ni felicidad ni dolor, solo paz, el dolor está en quienes rodean al enfermo, éste solo desea el silencio para terminar sus días con un sentimiento de paz con sigo mismo y con el mundo.
Estas etapas no se dan rigurosamente como una secuencia invariable, alguien puede morir enojado con el mundo, o sin jamás aceptar la muerte por que su amor a la vida es más fuerte que su paz interior, por lo general quien no desea morir llegando su hora ha dejado algo pendiente, resolver sus asuntos de la mejor forma puede ser un incentivo para el buen morir. Lo importante es que a través de estas etapas Kübler-Ross supo plasmar una anatomía psíquica de la muerte, acompañada de todo su carácter emocional, ahora algo podemos entender el proceso de la muerte, para poder aceptar su llegada de mejor manera.

8. La pena de muerte y el duelo.

Como ya he repetido antes toda muerte exige un duelo, o sea una elaboración e integración del acontecimiento de la muerte como parte de la vida de un sujeto, se debe asimilar hasta el punto de reconstruir la vida sin el ser amado, recordándole con amor y cariño, y  comenzar el desarrollo de una vida normal, cumpliendo con todas la exigencias sociales.
La muerte es un hecho muy duro, tanto como para quien lo vive como para los que lo rodean (sobrevivientes). Estos últimos  deben aceptar su aflicción, o sea el hecho objetivo de la perdida y el cambio de su condición social de vida en cuanto a la desaparición de la persona muerta. Así una esposa debe asumir su condición de viuda, por ejemplo.
Una cultura debe estar dispuesta a resolver el problema del dolor de sus miembros por medio de rituales y ceremonias, y en resumen por medio de espacios para elaborar la pérdida con un gran soporte social. Por ello sus condiciones de luto serán primordiales para lo que a salud mental se refiere. Esta acción eminentemente cultural permite abordar la muerte desde una mirada social de reconocimiento de sus miembros, como una pérdida total de la cultura y no una difusión particular sin importancia. Las culturas deben estructurar el dolor por medio de tradiciones y ritos que ayuden a sobrellevar el dolor.
La forma en que sentimos la pérdida como algo muy doloroso tiene gran importancia. La persona afligida debe aceptar la dolorosa realidad, para ello debe dejar el vínculo con la persona fallecida, organizar la vida sin esa persona y desarrollar nuevos intereses y relaciones. Para poder describir una pena normal debemos mencionar las etapas que subyacen en ella:
? Fase inicial: (varias semanas) la muerte se vive como algo impactante e increíble, los sobrevivientes se sienten muy abrumados, aturdidos y confundidos. Estas condiciones constituyen en algún aspecto una defensa de los dolientes para protegerse de sus reacciones intensas. Todo este periodo está acompañado de un fuerte correlato fisiológico, emocional y psicológico  que vulnerabiliza en demasía al individuo. Tiene accesos de nauseas y un profundo sentimiento de vacuidad por la impotencia ante la vida.
? 2º fase: (6 meses o más) persiste la preocupación por la persona fallecida. Realiza un gran esfuerzo por entender la muerte sin lograrlo debido a que no es capaz de aceptarla, en esta etapa hay mucho llanto, insomnio, fatiga, pérdida de apetito, etc. este periodo de crisis es necesario, pues en medio de este dolor se evalúa emocionalmente la relación que en vida tuvo con el fallecido. Para elaborar la muerte esto es esencial, dado que en este periodo se rescata la intensidad de las emociones compartidas y se tiñen los recuerdos para revivirlos hasta la eternidad.
? Fase final: el tiempo es muy variable, esta es el periodo de la resolución, la persona reanuda el interés por sus actividades diarias, recordando al muerto con cariño y tristeza en vez de dolor y nostalgia. Se asume la idea de que la vida continúa y de que existen otros motivos por los cuales luchar.
Cuando deformamos el dolor que sentimos por el fallecido nos arriesgamos a vivir una pena patológica, es muy probable que a la base de ésta exista un desorden de la personalidad o una relación altamente dependiente u hostil con el fallecido. Muchas veces se vivencia la pena de esta manera debido a las circunstancias traumáticas en que pudo ocurrir el episodio de muerte y la prestancia social de apoyo deficiente que pudo sufrirse. Esta forma distorsionada de elaborar la pérdida puede traer con sigo la presencia de hiperactividad conpulsiva, identificación patológica con la persona muerta, deterioro físico, depresión, culpa, ira, etc.

9. Terapia para el dolor.

La Tanatologia, como disciplina de ayuda profesional, concibe integralmente a la persona en su ser bio-sico-social-espiritual, para vivir en plenitud. Proporciona ayuda profesional al enfermo terminal y a sus familiares, a personas con ideas suicidas y a todo individuo que haya tenido una pérdida significativa.

El apoyo de la tanatología como alternativa para revalorar la vida descansa en el principio de la condición mortal de todo ser humano. ¿Cómo condiciona o determina la vida de un individuo este principio del cual no existe la menor duda? La respuesta es variable de acuerdo a las convicciones y circunstancias personales, pero de una u otra forma tiene que asimilarse este hecho. De ahí la importancia de aprender a elaborar el propio duelo no como una carga lóbrega sino como un acontecimiento necesario en la vida, y, en base a ello, vivir plenamente el “mas acá” de la muerte. Se sugieren dos caminos para aproximarse a ella: por la vía teleológica en base a la propia imaginación y por la reflexión de acontecimientos de muerte – como las enfermedades incurables -, la misma muerte de familiares o amigos muy queridos o del dolor que se experimenta por separación del ser amado, que es una forma de vivir la muerte.
El cómo ayudar a las personas a resolver la muerte constituye una tarea ardua, y más aún en una sociedad donde la muerte se suele ocultar. Es primeramente necesario comenzar por la educación infantil, ayudando a los niños a disminuir su ansiedad hacia la muerte, o sea se debe educar al niño a nivel cognitivo impersonal por medio de la enseñanza  cultural (escuela) y a un nivel emocional personal (en el seno familiar).
La tanatología cumple un papel fundamental, su nombre proviene de Thanatos: muerte; y Logos: que quiere decir tratado, constituye una disciplina que proporciona ayuda profesional al enfermo terminal y a sus familiares, a personas con ideas suicidas y a todo individuo que haya tenido una pérdida significativa.
La ideología de esta disciplina versa sobre los siguientes puntos:
A) La muerte y el miedo a la muerte son fuente de muchos de los problemas humanos. Eliminar estos miedos es dar vida: vida a plenitud, vida llena de calidad.

B) El suicidio es un mal que se puede prevenir. En la mayoría de los casos, quienes tienen ideas suicidas prefieren recibir ayuda adecuada, en lugar de fabricar su propia muerte.

C) Por último, de acuerdo con Kubler Ross, creo que el amor incondicional es un ideal asequible.

En suma, la meta última del tanatólogo es orientar al enfermo hacia la aceptación de su realidad, aceptación que se traduce en ESPERANZA REAL. En ella está contenida el verdadero sentido de la vida. Esto incluye una mejor calidad de vida, la muerte digna y en paz. 
La educación para la muerte  tiene ciertos objetivos que vale la pena revisar, entre ellos están; ayudar a crear en las personas sistemas de creencias propios sobre la vida y la muerte, pero no en un sentido de fantasía enajenante, sino como una revelación intima del sentido de la muerte que presupone su aceptación como algo natural, también tiene por uno de sus objetivos el preparar a la gente para asumir la muerte propia y la de las personas cercanas  al individuo, enseñar a tratar humana e inteligentemente a quienes están cercanos a la muerte. Entender la dinámica de la pena desde un punto de vista muy humano, donde se acentúe la importancia de las emociones más que cualquier otro aspecto de la psicología.
?Por último, la tanatología se propone con su educación y trabajo, hacer de la agonía una actitud lo más positiva posible, destacando la importancia de minimizar el dolor, ofreciendo cariño, cuidado personal, involucrando a la familia y a los amigos cercanos, en el cuidado de la persona agónica y siendo susceptible a los deseos y necesidades del moribundo.??
Una terapia para el dolor debe contemplar la expresión de la pena y sus sentimientos de pérdida y culpa , apoyar en el moribundo la revisión de sus relaciones, e integrar la muerte dentro de la vida. A su vez debe brindar ayuda práctica y emocional, por medio del encuentro de personas que sufren un proceso parecido, y con la confianza de que al ser un proceso natural las personas disponen de las herramientas para superar esta situación.
Es muy importante para las personas explorar sus actitudes hacia la muerte, involucrarse afectiva y cognitivamente con ella ayuda a descubrir cuáles son nuestros temores frente a ella  y como podemos superarlos.

10. Significado de la muerte.

El sentido de la muerte se encuentra en la vida misma, en cuanto sabemos que vamos a morir, dirigimos nuestros esfuerzos hacia la vida intensamente vivida, el morir nos enseña a amar, querer, recordar. La muerte postergada hacia la eternidad no puede sino constituir el mas absurdo de los absurdos. En cuanto ésta dejaría de ser fuente de vida, vivir en el más acá, requiere la certeza de la finitud. La muerte es un espejo en el cual contemplamos nuestra vida entera, la historia personal se perfila hacia un proyecto común de todos los hombres, de los que están y los que vendrán, el dialogo del espíritu con el corazón, resuelven su acuerdo de vida en un instante, el corazón ofrece energía para la acción, y el espíritu ofrece un viaje hacia el crecimiento. Entender esto, significa entender que la vida misma no es más que un periodo pequeño de nuestra existencia.
La vida cobra sentido en cuanto se revela como un transito, morir es cambiar de estado y el bien morir puede ser entendido en términos de desprenderse finalmente de todo lo material que nos confina a este mundo para facilitarnos el paso a la eternidad. El bien morir es estar dispuesto con humildad a despedirse de la vida, entregar la existencia que nos fue dada, sin rencores ni arrepentimientos, sin culpa y sin dolor.
¿por que vivir si sabemos que vamos a morir ?
por que en la vida encontramos el significado de la existencia y en la muerte encontramos el significado de la vida, el convencimiento de nuestra muerte nos impulsa a trabajar, a hacer, a producir, sin posponer inútilmente nuestro destino. La presencia de la  muerte nos pone frente a nuestra responsabilidad, que es la de hacer de la vida el sentido mismo de la existencia.

11. A modo de conclusión

Quisiera, a partir de este pequeño análisis de la muerte abordar un tema muy conflictivo, a modo de conclusión, en lo que se refiere a la sociedad ante el problema de la muerte. Se trata de la eutanasia definida como una teoría o práctica que defiende la licitud de acortar la vida de un enfermo incurable, para poner fin a sus sufrimientos físicos y psicológicos. A partir de las ?ventajas? entregadas por la tecnología podemos alargar la vida aún en condiciones de extremo daño físico, sin embargo muchas personas defienden la idea de la eutanasia pues asumen que es necesario que prevalezcan los criterios de calidad de vida por sobre los de cantidad de vida.
El día 9 de noviembre de 1999 se realizó, en el auditorio de la facultad de medicina de la universidad de la Frontera de Temuco, una charla con respecto a este tema llamada ?eutanasia: el derecho de morir o asesinato? en esta sala se reunieron las opiniones de un médico el doctor Arturo Pinto, un asistente jurídico la sta. Claudia Turra, desde el plano de la ética se presentó la sra. Margarita Zeggy y como representante de la religión se presento el padre Luis Acuña.
La posición del doctor Pinto estaba sustentada en la ética profesional del médico, y dado que el hombre constituye una unidad, los valores que como médico había jurado defender estaban a su vez en el seno de los valores que como ser humano lo definen. El doctor pregunta: ¿matar tiene justificación? yo creo que no, y mucho menos como profesional de la salud. Es necesario, comenta, que se tome en cuanta la importancia de esta situación, dado que la relación del médico con el paciente está basada en la confianza del segundo que deposita su vida en las manos del primero, a su vez el médico a jurado luchar por la vida de las personas a toda costa, haciendo lo posible por ayudarlo en su condición de enfermo. Si el médico ofrece la muerte se quiebra el vínculo entre paciente y médico.
El doctor finaliza con una reflexión, ¿es lícito decidir ser esclavo ? no, no lo es estamos condenados a nuestra libertad, tampoco debe de sernos licito decidir morir, pues estamos condenados a la vida.
La sta. Claudia Turra plantea el término de eutanasia como una figura delictual que recibe una sanción penal por parte del estado. El estado modera la interacción de las personas y dirige su actuar en forma bastante  determinante, esto significa que el estado con su pena, priva de libertad, por que existe un bien jurídico afectado que el estado trata de proteger mediante el castigo.
Sin embargo, al considerar la eutanasia como el derecho a bien morir, asumimos el hecho de que nuestra vida nos pertenece en nuestra corporalidad y el derecho penal defiende nuestra vida de la acción de otros. La decisión de morir pasa por el sujeto solamente evitando de esta manera entrar en criterios utilitaristas de la eutanasia.
El problema que se suscita en la legislación de la eutanasia es el responder a su cuestión ética ¿puede un tercero intervenir en la muerte, aún siendo consentida por el actor ?, jurídicamente la respuesta es no . la muerte consentida se puede extrapolar al asesinato consentido, o sea al aprobar mi propia muerte cualquiera que yo desee puede matarme.
Por eso la eutanasia requiere un análisis contextual, si la causa de la motivación a morir es una falta de cuidado, o una carencia afectiva, la muerte no se puede permitir.
La sra Margarita Zeggy considera que la discusión sobre este tema pasa por el bien morir y el bien vivir, en este sentido el amor propio nos puede impulsar al deseo de muerte. Al hombre hay que entregarle la libertad que posee como derecho propio, por que se confía en él, pues es perfectamente capaz de evaluar sus propias condiciones de vida  como para asumir este tipo de responsabilidad.
La eutanasia se enmarca en un plano multidimensional que toma aspectos ; emocionales, de consciencia, costumbres, valores, y además es un problema eminentemente social por lo que debe resolverse en esta esfera. El cómo resolver estos problemas asumiendo que engloba aspectos que van mucho más allá del individuo, pasa por el otorgar la importancia que le corresponde a la emoción en la toma de decisiones a este respecto. 
El ambito de los derechos humanos apunta a los derechos a la vida, buscando reafirmar la condición humana, en este sentido la ética se plantea en dirección a la calidad de la vida, el derecho a morir como se ha vivido. Aunque esto signifique el cese de la vida, se reafirma el derecho a vivir y morir bajo nuestras propias convicciones.
Desde la religión el padre Luis Acuña plantea que el hombre está constituido a imagen y semejanza de Dios, es más somos parte de dios. La muerte es un evento natural, es la voluntad de Dios, tenemos acaso el derecho supremo de contradecir los dictados del señor.
El valor de la vida humana es el fundamento de la convivencia, no se puede sujetar a consenso, por que no puede estar en manos de nadie, sino sólo de Dios (lo que Dios creó, solo Dios puede destruirlo).
El proferir la propia muerte niega el deber que tenemos para con los demás, por que yo no solo vivo para mí. La vida es un bien aquí en la tierra y es útil en la relación entre nosotros los hermanos. El suicidio, por que eutanasia yace en el limite entre el suicidio y el asesinato, es el rechazo a la soberanía de dios, es la renuncia a lo humano, es la ruptura del compromiso para con el otro y para con la sociedad.
Desde mí punto de vista, las opiniones vertidas en el foro tienen mucho de razón, considerando que todas, aún siendo contradictorias, se apoyan en el derecho y el deber a la vida. Sin embargo, me inclino a la idea de libertad planteada en el discurso de la sra Margarita, dado que creo en el hombre, y aún cuando muchos crean que detrás de una decisión como la eutanasia existan intereses alternativos, es inevitable pensar en el sufrimiento del que muere. Compartir su dolor es comprenderlo, sí, es cierto su vida fue un regalo, pero es igual de cierto que la vida sin libertad es una condena del alma. La eutanasia se inscribe en la problemática social y en tanto sea así, las opiniones siempre van a divergir, es necesario  considerar la vida particular de los individuos, para tomar una decisión humana y razonable.

12. Bibliografía.

? Silvia Di Segni De Obiols, ?psicología: unos y los otros.? Argentina. 1997. A. Z. Editores
? Craig, Grace. ?Desarrollo Psicológico?. México.1997. E.d prentice- hall
? Papalia, Diane. ?Desarrollo Humano? . México.1988. editorial Mcgraw-hill
? Laplanche, Jean. ?Vida y muerte en psicoanálisis?. Argentina.1973. Amorrotu Editores
? Revista de la asociación española de neuropsiquiatría (A.E.N) Nº 65 Enero/Marzo 1998
? http//caramuto.com/tanatolo.htm
? http//www.pangea.org.

Trabajo enviado y realizado por:
Boris Isla Molina
isla@telsur.cl                                       
Estudiante de psicología de la universidad de la Frontera,
Temuco Chile,
Asignatura Desarrollo psicológico

Muertes inesperadas Grecco

Muertes inesperadas

Manual de autoayuda para los que quedamos vivos

Eduardo H. Grecco
Muertes Inesperadas
?2000, Ediciones Continente Corrección: Susana Rabbufeti Diseño de cubierta: Estudio Tango Digitalizador: ? Hernán (Rosario, Arg.) L-68 ? 20/10/03

PRÓLOGO
por Claudio María Domínguez
PRÓLOGO II
por Jorge Llambías
INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN A LA SEGUNDA EDICIÓN
1. MUERTES ANUNCIADAS, MUERTES SORPRESIVAS
2.LA MUERTE COMO POLARIDAD
3. ESTACIONES: SORPRESA, DOLOR Y DESPEDIDA
4.CUENTAS PENDIENTES, PROYECTOS TRUNCADOS
1. 5. EL DESGARRO
2. 6. EL APEGO
3. 7. ES POSIBLE DECIR ADIÓS Y SEGUIR RECORDANDO
4. 8. ENFRENTAR LA MUERTE INESPERADA
5. 9. VIVE PARA QUE VIVAN

10.CÓMO PODEMOS AYUDARNOS
APÉNDICE

La muerte es una experiencia. A veces aparece de un modo progresivo, en otros casos de manera inesperada, pero anunciada o sorpresiva, siempre llega a tiempo. Cada persona muere como vive y como crece; de modo inconsciente, cada ser humano planea su propia forma y momento de morir.
La muerte es inevitable y puede ocurrir de mil maneras, pero en lo que nunca debe convertirse es en una muerte sin sentido, ya que toda muerte trae consigo un mensaje para los que quedamos vivos. Aprender la lección que nos enseña evita que una muerte sea un sacrificio inútil.
Eduardo H. Grecco, a partir de la propia experiencia y de haber ayudado a personas desgarradas por la pena de la pérdida sorpresiva de alguien amado, ha escrito este libro, lleno de fuerza y de esperanza, pero sin falsos espejismos ni consuelos. Un libro de autoayuda para sanar el dolor, la tristeza y el apego, y para comprender la muerte desde el punto de vista de “los que quedamos vivos”.
¿Es posible pensar otra cosa que en la muerte de quien murió? La muerte de un ser querido hace entrar en crisis el apego y fortalece el amor o hace entrar en crisis el amor y fortalece el apego. Es necesario vi vir todo el proceso, del cual el dolor forma parte, pero ese dolor tiene una significación que hay que descubrir. El poder dolerse por la “muerte en sí” y no por la “muerte de” es un paso crucial del trabajo de despedida. Es la diferencia que media entre el amor y el apego.
El punto de partida es comprender que la muerte siempre posee un sentido; que morimos como vivimos y crecimos, que construimos nuestra propia muerte y que una muerte puede ser inesperada pero nunca debe ser inútil. La muerte inesperada es una experiencia que puede transformarse en aprendizaje. Este libro nos enseña a no perder esta oportunidad que la vida ofrece. ..
Eduardo Horacio Grecco, formado en el campo de la Psicopatología, está dedicado desde hace más de una década a la investigación y la docencia de la Terapia Floral, campo sobre el cual ha escrito varios libros. La preocupación central de sus obras se orienta hacia la comprensión del sufrimiento del hombre y el sentido de su presencia en la vi da. Así han surgido textos como Los afectos están para ser sentidos y el presente. Otras obras del mismo autor publicadas por esta editorial son: Terapia Floral y Psicopatología, Volver a Jung, Lo no revelado de la Novena Revelación e Interpretación iniciática de la Décima Revelación.
Este libro está dedicado a la memoria de Mónica Morán, Mónica Kloster y Carlos Moreira, tres amigos que a lo largo de mi vida murieron inesperadamente. De cada uno de ellos aprendí algo, por lo cual les estoy agradecido y los recuerdo con amor a cada a uno. Han desaparecido de esta tierra como seres visibles, pero sé que moran como ángeles guardianes de las vidas de todos los que los amamos. Al recordarlos, coincido con Antoine de Saint: “Merecemos todos nuestros encuentros, han sido concedidos a nuestro destino y tienen un sentido que cada uno deberá descubrir”.

El gran temor del mundo occidental se dirige a la incertidumbre de la muerte. Nos paralizamos en vida tantas veces por el temor a la partida.
Morir vamos a morir todos, el tema es morir bien. Muere bien, quien vive bien.
La gran diferencia entre Oriente y Occidente, con respecto al enfoque de la muerte, es simple y llanamente el hecho del cambio de ropaje y de plano, que para los hermanos orientales es algo claro e intuido, y para nosotros, una utopía lejana y en el mejor de los casos, una ilusión de la vapuleada nueva era.
No es el temor a la muerte el que nos impide vivir. Si permitimos que la máscara se derrita, nos damos cuenta de que es el temor a la incertidumbre, el secreto final, aquél que nos inmoviliza hasta la deses¬peración.
Si comenzamos por intuir qué es la vida, nos será más fácil llegar a comprender el modo en que a todo fenómeno vital le sigue un declive y un nuevo comienzo.
Obviamente, para quien cree que sólo somos un cuerpo o una mente, la muerte se presenta como el corolario de la finitud.
Para aquél que sabe que hay un espíritu inmanente que guía todo movimiento físico y mental y que permanece como el auténtico espectador de la película, viendo cómo las imágenes externas desfilan por la pantalla, la muerte, incluso, se presenta como una aliada bendita de descanso v evolución, como ese remanso ansiado que permite un renovar de fuerzas y aprendizajes.
¿Cómo hablar de la muerte sin apego?
¿Cómo encarar la grandeza de la partida con claridad?
¿Cómo reemplazar el miedo y la queja patética por la confianza en la esencia divina que nos nutre y alienta?
Planteándonos el eterno interrogante de la existencia y sabiendo escuchar la consiguiente, y muchas veces, instantánea respuesta del alma: “¿Quién soy yo?, ¿quién soy yo?”.
El universo se alza en una sola voz y le responde al buscador genuino, al que pide con la convicción de ser escuchado: “Somos seres divi nos destinados a la evolución y protagonistas de la sublime aventura, en la cual nacemos y morimos, para seguir avanzando en ese camino hacia la comprensión de lo que realmente somos”.
El libro de Eduardo excede con creces todo esperado comentario de consuelo y realismo.
Se mete con sabiduría y compasión en los vericuetos del ser. Focaliza el tema de las muertes inesperadas, para partir desde esa prueba de la cual nadie está exento y proyectarse hacia el temario completo del sentido de la vida.
Eduardo nos habla de cuerpo y espíritu, de grandezas y miserias, de apego y sufrimiento, de desapego y goce con serena humanidad; avanzando sin pudores lanza saetas que dan de lleno en el centro de nues¬tros miedos ancestrales y al desacralizarlos, nos libera de ellos.
Su libro es una caricia sensible y al mismo tiempo un golpe rotundo, que nos permite valorarnos y apreciar en forma intensa, cada momento presente al lado de los compañeros de trayecto que la vida nos presta.
Mas aún, nos hace vibrar en plenitud ante la visión del camino que siguen quienes dejan este plano y continúan su viaje hacia la luz. Libro sereno, rotundo, imprescindible…
Su autor, tocado por la gracia, comunica con fluidez ideas que siempre estuvieron en nosotros y no nos permitimos explorar; ahora esas ideas son expuestas en estas páginas de un modo tan entrañable que es imposible no abrir la cabeza y el corazón y decir: ¡Gracias! ¡Gracias porque existimos y porque somos parte del milagro!
El texto de Eduardo es un testimonio del alma, que al acercarnos a lo mejor de nosotros, cumple con creces su misión en el plan perfecto de amor y servicio, en el cual todos estamos avanzando.
Es verdad que algunos lo hacen mucho más rápido que otros.
Leer este libro es un estímulo para lograrlo con entusiasmo y bendiciones.
Uno se va adonde quiere irse; lo demás es parte del juego del Señor. ¿Por qué no jugarlo junto a Él?
Lo que durante tanto tiempo nos detuvo y estancó, en forma dolorosa, ahora se revela frente a nosotros, en forma clara y accesible.
En esta obra tenemos la posibilidad de transmutar el dolor en aceptación y armonía, para merecernos, cuando el equilibrio divino disponga, volver a estar con las energías de luz que hemos amado tanto, pero viviendo otro estado de amor, más completo, más radiante, perfecto.
CLAUDIO MARÍA DOMÍNGUEZ

No es frecuente encontrar en las librerías trabajos sobre la muerte: se trata de un tema tabú, cuanto más alejado de nuestra conciencia y sumergido en la “sombra” esté, pensamos que es mucho mejor.
Eduardo Grecco no sólo se anima a colocar el tema sobre la mesa, sino que lo hace con una delicadeza y conciencia propias de quien habla desde el corazón, después de haber recorrido muchos caminos.
Nuestra “compañera de viaje”, la muerte, es presentada a lo largo del libro como maestra para quienes somos testigos de su acontecer. No se trata de un tratado idealista, no se trata de negar su dureza; se trata de tomar conciencia, de percibirla con “nuevos mapas”: es la aventura de un cambio de percepción.
La muerte inesperada, la que viene como un ladrón a robarnos la paz ya establecida, es analizada y desmenuzada, con prolijidad y paciencia, con ternura y comprensión, presentando cada capítulo un nuevo matiz, que enriquece la imagen holográfica y total que nos deja el libro.
Este “Manual de autoayuda para los que quedamos vivos” viene a llenar un vacío en la literatura abierta a los nuevos paradigmas. Con claridad enfrenta la delicada problemática que invade a quienes pierden a un ser muy querido: la pérdida, la depresión, el apego, el recuerdo purificado.
Grecco vuelca aquí toda su experiencia como terapeuta y todo lo aprendido como persona humana, inquieta y buscadora, como guerrero impecable, que busca su misión en el presente de este tramo de nuestra vivencia.
Por eso, esta invitación al crecimiento, este canto a la vida renovada, viene a constituirse en un bálsamo reconfortante, en una eficaz guía para cuando nos toque pasar por situaciones de desgarro ante la muerte de alguien próximo.
JORGE LLAMBÍAS

Dicen que la distancia es el olvido pero yo no concibo esa razón.
ROBERTO CANTORAL
La muerte es una separación. Una experiencia de desprendimiento tanto para el que muere como para los que quedan vivos. Es un adiós de las almas a los apegos terrenales: afectos, personas, lugares, objetos.
Morir no es sólo perder el cuerpo, es algo más profundo y doloroso, que implica siempre la posibilidad de un aprendizaje. Morir es aprender a despedirse y lo curioso es que el hombre sabe desde niño que la muerte ocupa un lugar en su vida y en cierto modo se prepara para ese acontecer, pero la muerte, por mejor dispuesto que se esté hacia ella, siempre sorprende.
Sin embargo, es bien diferente la resonancia de una muerte súbita a una cita esperada. La última permite cierto espacio de preparación, de ir cortando lazos v cerrando historias, mientras que la muerte repentina acontece con un sabor de hecho incomprensible, irreparable e inexplicable, con una carga de fatalidad v de destino que reviste un cierto sabor de “injusticia”.
La muerte inesperada no da espacio para saldar cuentas pendientes, decir adioses, limar rencores o dar un abrazo más. Muchas veces hace nacer, en los que quedamos vivos, sentimientos de bronca, indignación e impotencia que se aceptan sólo con resignación. Uno se ve obligado a aprender de golpe, y todo junto, algo para lo cual aún no estaba preparado.
La muerte inesperada es una cirugía sin anestesia, algo parecido a la ruptura de un orden natural. Y es común que nos preguntemos, frente a ella, ¿por qué?, ¿por qué esto?, ¿por qué ahora?, ¿por qué él
o ella?
Es que ocurre, al principio, que la muerte inesperada nos deja sin “sentido”. En su doble significación: por una parte, con la conciencia aturdida, desmayado nuestro psiquismo, vulnerada nuestra seguridad y, por otra, sin entender y comprender el significado de lo acontecido. Como vacíos de respuestas.
La muerte inesperada de alguien amado nos desgarra el corazón y nos arranca parte de nuestra alma. Sabemos que morir es un viaje, tanto para el que se va como para los que quedamos. Pero se trata de recorridos por continentes diferentes. Salidas sin aviso previo que truncan los proyectos que teníamos para realizar con el otro y nos enfrentan con la pérdida, la soledad y el desapego.
¿Se puede estar preparado, alguna vez, para recibir, aceptar, asimilar y trasmutar esta vivencia en crecimiento, aprendizaje y sabiduría interior? No creo que nadie pueda llegar a estarlo totalmente, pero sí puede conseguir llevar el proceso del duelo de una manera que lo haga arribar a un buen puerto y hacer que lo vivido no haya sido en vano.
En esta dirección está la intención original de este libro, en donde he intentado volcar mi experiencia personal, así como la de muchas otras personas que han atravesado la situación de perder a alguien amado de una manera sorpresiva.
Me ha parecido oportuno iniciarlo con algunas ideas sobre los imaginarios que acerca de la muerte solemos tener los seres humanos. Puede llegar a resultar un tema interesante, porque muchas de las diferentes reacciones que solemos tener ante el suceso de la muerte se deben al modo como, cada uno, está parado frente él, como lo percibe, como lo siente y como lo valora. Hay un “mapa mental de la muerte” dentro de cada uno de nosotros, que construimos a lo largo de la vida, y que nos hace ver este suceso, a cada quien, de diversas maneras.
Hoy, al volver sobre sus páginas, tengo una fuerte sensación de haber liberado algunos de los fantasmas que me atormentaban y de estar brindando una renovada esperanza de ayuda a quienes están pasando o han pasado por la experiencia del dolor, frente a una muerte inesperada de alguien querido o cercano.
Al escribirlo he tenido, necesariamente, que viajar por los repliegues de mi alma, buceando en mis recuerdos, mis miedos y mis anhelos, preparando imaginariamente mi partida, que ha de ocurrir cuando haya concluido lo que he venido a hacer. Dios es sabio y me espera en el momento más oportuno para mí.
La muerte es un tránsito y un descanso, un amanecer y un anochecer, una despedida y un encuentro, una realización y una promesa, una partida y una llegada. En suma, una polaridad como todo el resto del universo. Una oposición, no entre nacer y morir o entre morir y vivir, sino entre dos situaciones de una misma existencia, tan plenas, completas y necesarias ambas, que sólo cuando miramos una a la contraluz de la otra puede comprenderse totalmente la razón de sus presencias.
Nuestra vida no comienza cuando nacemos y no termina cuando morimos. Sólo es pasar un tiempo para madurar y crecer un poco. Avanzar un paso, tener la oportunidad de evolucionar un escalón más en el proceso hacia la realización plena como seres perfectos. Quien muere repentinamente es porque eligió este acontecimiento como la mejor manera de recorrer esta experiencia y, aunque resulte inentendible, tiene una razón.
La muerte inesperada es la presencia de un sentido que, oscurecido por lo sorpresivo, revela lo que nosotros, los que quedamos, tenemos que aprender. Es un mensaje personal para los que seguimos vivos, un legado que nuestros seres queridos nos dejan, como enigmas, junto con su lejanía, para que descifremos.
Quiero agradecer a Ediciones Continente por su fe en mi escritura y, en particular, a Susana Rabbufeti, Mora Digiovanni y Jorge Gurbanov por su trabajo para hacer posible este libro.
EDUARDO H. GRECCO Otoño de 1997

La verdad es que no puedo echarte de menos porque estoy lleno de ti.
ANTHONY DE MELLO
Han pasado casi tres años de haber plasmado en palabras este libro y casi dos de su publicación. Cuando lo escribí lo hice llevado por una fuerza interior y misteriosa, como una respuesta en acto al anhelo de poner en voz una experiencia por la que había transitado en mi vida y que necesitaba comprender.
Nació de un modo impensado, como una especie de “mapa de viaje de mi alma” desde el sufrimiento a la luz, desde la pena a la alegría y desde la resistencia a la aceptación. Sin proponérmelo, resultó ser un camino sanador de mis heridas y una manera de reconciliarme con la vida. Luego, por la acción de las cosas, se transformó en un texto que se independizó de mí y comenzó a rodar tocando a las almas de otras personas atravesadas por una historia similar.
Muchas de ellas se acercaron, de diversas maneras, para contarme que al leer el libro se habían sentido identificadas con lo escrito, como si mi texto hablara de ellas, o bien para decirme que su lectura las había ayudado en el proceso de sanar su dolor.
A todas y a cada una las sentí como hermanas con quienes compartíamos una misma historia y a sus palabras como una caricia generosa de la vida que me devolvía con creces la ayuda que Muertes inesperadas, al parecer, había derramado.
Sin embargo, en cada nuevo encuentro el borrador de una idea se iba transformando en una firme certeza: hay vivencias arquetípicas sobre la muerte, inscriptas en el corazón de los seres humanos, que se repiten una y otra vez. Que, independientemente de la singularidad de cada relato y cada historia, existe un repertorio común y restringido de posibilidades que se actualizan en cada presente, como modos diferentes de una misma estructura, que delatan la esencia universal de la condición humana. Que al vivir la que nos toca estamos reviviendo algo que yace dormido en el espíritu del hombre esperando su
momento. Que cada muerte evoca todas las muertes, y que cada lágrima derramada a causa de la partida
de un ser querido es un llanto por todos los muertos, aunque nuestra conciencia lo ignore.
Esta certeza me hizo descubrir que la muerte nos une y que la vida es lo que, a veces, nos separa. Que la muerte nos enseña a repensar la vida como una red y no como un muro. Que la vida es un coincidir sin coincidencias, que todo lo que nos sucede es lo que la vida nos ofrece porque es lo que debemos enfrentar. Que no hay errores en la existencia, sino aciertos. Que lo que vivimos, muchas veces, sólo podemos comprenderlo después de trascurrido, cuando la conciencia se serena y se abre a lo que el alma dice en emociones y vínculos y a lo que el cuerpo grita con sus síntomas.
Entonces, con la conciencia serena, podemos dejar de mirar a la muerte inesperada de un ser querido desde el ombligo de nuestro propio yo para verla desde la perspectiva del alma. Podemos dejar de tener con la muerte una relación tormentosa, de lamentarnos con la vida y de llorar por su injusticia, para comprender que aquélla es siempre significante, don, revelación y profecía, una experiencia que hay que saber interpretar y de la cual hay mucho que aprender.
Al tiempo de escribir estas líneas he recibido nuevamente el renovado dolor de una pérdida, pero me he dado cuenta de que el trabajo realizado no ha sido en vano. Que mi corazón ha reaccionado de otro modo y que, a diferencia de tiempo atrás, mi alma responde en paz al llamado de lo inesperado y espera confiada y que mi conciencia ha aprendido a tener fe en la vida. Que la muerte ha dejado de ser, para mí, un sacrificio inútil, para convertirse en un mensaje, y que la adversidad es un modo que tiene la vida para despertar mi conciencia a sus enseñanzas.
He agregado, en esta edición, un nuevo capítulo que intenta mostrar cómo la muerte inesperada de un ser querido reabre la herida esencial que cada quien trae en esta vida y cómo nos conecta con la
*
dimensión arquetípica y transpersonal del hombre.
Quiero agradecer la generosidad de Claudio María Domínguez al prologar esta nueva edición y la
energía que su presencia agrega como valor a este libro, a mis editores, y a mis seres queridos,
especialmente a mi madre, que me ha ayudado, a su modo, en estos años, a reencontrar mi camino
en la vida.

EDUARDO H. GRECCO
Primavera de 2000

Victor Frank El hombre en busqueda de sentido

VIKTOR E. FRANKL

EL HOMBRE EN BUSCA
DE SENTIDO
Con un prefacio de Gordon W. Allport

BARCELONA
EDITORIAL HERDER
1991

Versión castellana de DIORKI, de la obra de VIKTOR FRANKL

Duodécima edición 1991

© 1646, 1959, 1962 by Viktor E. Frankl
Primeramente publicada en Alemania con el título “Ein Psychologe erlebt das Konzntrationslager” y en ingles con los títulos  “From Death-Camp to Existentialism” y  “Man’s Search for Meaning” respectivamente.

© 1979 Editorial Herder S.A., Provenza 388, Barcelona

ISBN 84-254-1101-7

Es PROPIEDAD_______________DEPÓSITO LEGAL: B. 40.664-1990____________PRINTED IN SPAIN
LITOGRAFÍA ROSES S.A. – Cobalt, 7 – 08004 Barcelona

INDICE

Prefacio 5

PARTE PRIMERA:
UN PSICÓLOGO EN UN CAMPO DE CONCENTRACIÓN
Selección activa y pasiva 9
El informe del prisionero n.° 119.104: ensayo psicológico 10

Primera Fase: Internamiento En El Campo 12
Estación Auschwitz 12
La primera selección 13
Desinfección 14
Nuestra única posesión: la existencia desnuda 15
Las primeras reacciones 16
¿?Lanzarse contra la alambrada”? 17

Segunda Fase: La Vida En El Campo 19
Apatía 19
Lo que hace daño 20
El insulto 21
Los sueños de los prisioneros 23
El hambre 23
Sexualidad 25
Ausencia de sentimentalismo 25
Política y religión 25
Una sesión de espiritismo 26
La huida hacia el interior 26
Cuando todo se ha perdido 27
Meditaciones en la zanja 28
Monólogo al amanecer 29
Arte en el campo 29
El humor en el campo 30
¡Quién fuera un preso común! 31
Suerte es lo que a uno no le toca padecer 32
¿Al campo de infecciosos? 33
Añoranza de soledad 34
Juguete del destino 34
La ultima voluntad aprendida de memoria 35
Planes de fuga 36
Irritabilidad 39
La libertad interior 40
El destino, un regalo 41
Análisis de la existencia provisional 43
Spinoza, educador 44
La pregunta por el sentido de la vida 46
Sufrimiento como prestación 47
Algo nos espera 47
Una palabra a tiempo 48
Asistencia psicológica 48
Psicología de los guardias del campamento 49

Tercera Fase: Después De La Liberación 52
El desahogo 53

PARTE SEGUNDA:
CONCEPCTOS BÁSICOS DE LOGOTERAPIA
Voluntad de sentido 56
Frustración existencial 58
Neurosis noógena 58
Noodinámica 59
El vacío existencial 60
El sentido de la vida 61
La esencia de la existencia 62
El sentido del amor 63
El sentido del sufrimiento 63
Problemas metaclínicos 65
Un logodrama 65
El suprasentido 66
La transitoriedad de la vida 67
La logoterapia como técnica 68
La neurosis colectiva 71
Crítica al pandeterminismo 72
El credo psiquiátrico 73
La psiquiatría rehumanizada 73

SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA SOBRE LOGOTERAPIA
Libros 75
Capítulos de libros 76
Artículos periodísticos 76
Películas y cintas magnetofónicas 77

PREFACIO

El Dr. Frankl, psiquiatra y escritor, suele preguntar a sus pacientes aquejados de múltiples padecimientos, más o menos importantes: “¿Por qué no se suicida usted?” Y muchas veces, de las respuestas extrae una orientación para la psicoterapia a aplicar: a éste, lo que le ata a la vida son los hijos; al otro, un talento, una habilidad sin explotar; a un tercero, quizás, sólo unos cuantos recuerdos que merece la pena rescatar del olvido. Tejer estas tenues hebras de vidas rotas en una urdimbre firme, coherente, significativa y responsable es el objeto con que se enfrenta la logoterapia, que es la versión original del Dr. Frankl del moderno análisis existencial.
En esta obra, el Dr. Frankl explica la experiencia que le llevó al descubrimiento de la logoterapia. Prisionero, durante mucho tiempo, en los bestiales campos de concentración, él mismo sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda. Sus padres, su hermano, incluso su esposa, murieron en los campos de concentración o fueron enviados a las cámaras de gas, de tal suerte que, salvo una hermana, todos perecieron. ¿Cómo pudo él ?que todo lo había perdido, que había visto destruir todo lo que valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto del exterminio?, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna de vivirla ? El psiquiatra que personalmente ha tenido que enfrentarse a tales rigores merece que se le escuche, pues nadie como él para juzgar nuestra condición humana sabia y compasivamente. Las palabras del Dr. Frankl tienen un tono profundamente honesto, pues se basan en experiencias demasiado hondas para ser falsas. Dado el cargo que hoy ocupa en la Facultad de Medicina de Viena y el renombre que han alcanzado las clínicas de logoterapia que actualmente van desarrollándose en los distintos países tomando como modelo su famosa Policlínica Neurológica de Viena, lo que el Dr. Frankl tiene que decir adquiere todavía mayor prestigio.
Es difícil no caer en la tentación de comparar la forma que el Dr. Frankl tiene de enfocar la teoría y la terapia con la obra de su predecesor, Sigmund Freud. Ambos doctores se aplican primordialmente a estudiar la naturaleza y cura de las neurosis. Para Freud, la raíz de esta angustiosa enfermedad está en la ansiedad que se fundamenta en motivos conflictivos e inconscientes. Frankl diferencia varias formas de neurosis y descubre el origen de algunas de ellas (la neurosis noógena) en la incapacidad del paciente para encontrar significación y sentido de responsabilidad en la propia existencia. Freud pone de relieve la frustración de la vida sexual; para Frankl la frustración está en la voluntad intencional. Se da en la Europa actual una marcada tendencia a alejarse de Freud y una aceptación muy extendida del análisis existencial, que toma distintas formas más o menos afines, siendo una de ellas la escuela de logoterapia. Es característico del abierto talante de Frankl el no repudiar a Freud, antes bien construye sobre sus aportaciones; tampoco se enfrenta a las demás modalidades de la terapia existencial, sino que celebra gustoso su parentesco con ellas.
El presente relato, aun siendo breve, está elaborado con arte y garra. Yo lo he leído dos veces de un tirón, incapaz de desprenderme de su hechizo. En alguna parte, hacia la mitad del libro, Frankl presenta su propia filosofía de la logoterapia: lo hace como sin solución de continuidad y tan quedamente que sólo cuando ha terminado el libro el lector se percata de que está ante un ensayo profundo y no ante un relato más, forzosamente, sobre campos de concentración.
Es mucho lo que el lector aprende de este fragmento autobiográfico : aprende lo que hace un ser humano cuando, de pronto, se da cuenta de que no tiene “nada que perder excepto su ridícula vida desnuda”. La descripción que hace Frankl de la mezcla de emociones y apatía que se agolpan en la mente es impresionante. Lo primero que acude en nuestro auxilio es una curiosidad, fría y despegada, por nuestro propio destino. A continuación, y con toda rapidez, se urden las estrategias para salvar lo que resta de vida, aun cuando las oportunidades de sobrevivir sean mínimas. El hambre, la humillación y la sorda cólera ante la injusticia se hacen tolerables a través de las imágenes entrañables de las personas amadas, de la religión, de un tenaz sentido del humor, e incluso de un vislumbrar la belleza estimulante de la naturaleza: un árbol, una puesta de sol.
Pero estos momentos de alivio no determinan la voluntad de vivir, si es que no contribuyen a aumentar en el prisionero la noción de lo insensato de su sufrimiento. Y es en este punto donde encontramos el tema central del existencialismo: vivir es sufrir; sobrevivir es hallarle sentido al sufrimiento. Si la vida tiene algún objeto, éste no puede ser otro que el de sufrir y morir. Pero nadie puede decirle a nadie en qué consiste este objeto: cada uno debe hallarlo por sí mismo y aceptar la responsabilidad que su respuesta le dicta. Si triunfa en el empeño, seguirá desarrollándose a pesar de todas las indignidades. Frankl gusta de citar a Nietzsche: “Quien tiene un porque para, vivir, encontrará casi siempre el como”.
En el campo de concentración, todas las circunstancias conspiran para conseguir que el prisionero pierda sus asideros. Todas las metas de la vida familiar han sido arrancadas de cuajo, lo único que resta es “la última de las libertades humanas”, la capacidad de “elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias”. Esta última libertad, admitida tanto por los antiguos estoicos como por los modernos existencialistas, adquiere una vivida significación en el relato de Frankl. Los prisioneros no eran más que hombres normales y corrientes, pero algunos de ellos al elegir ser “dignos de su sufrimiento” atestiguan la capacidad humana para elevarse por encima de su aparente destino.
Como psicoterapeuta que es, el autor quiere saber cómo se puede ayudar al hombre a alcanzar esta capacidad, tan diferenciadoramente humana, por otra parte. ¿Cómo puede uno despertar en un paciente el sentimiento de que tiene la responsabilidad de vivir, por muy adversas que se presenten las circunstancias? Frankl nos da cumplida cuenta de una sesión de terapia colectiva que mantuvo con sus compañeros de prisión.
A petición del editor, el Dr. Frankl ha añadido a su autobiografía una breve pero explícita exposición de los principios básicos de la logoterapia. Hasta ahora casi todas las publicaciones de esta “tercera escuela vienesa de psicoterapia” (son sus predecesoras las escuelas de Freud y Adler) se han editado preferentemente en alemán, de modo que el lector acogerá con agrado este suplemento del Dr. Frankl a su relato personal.
A diferencia de otros existencialistas europeos, Frankl no es ni pesimista ni antirreligioso; antes al contrario, para ser un autor que se enfrenta de lleno a la omnipresencia del sufrimiento y a las fuerzas del mal, adopta un punto de vista sorprendentemente esperanzador sobre la capacidad humana de trascender sus dificultades y descubrir la verdad conveniente y orientadora.
Recomiendo calurosamente esta pequeña obrita, por ser una joya de la narrativa dramática centrada en torno al más profundo de los problemas humanos. Su mérito es tanto literario como filosófico y ofrece una precisa introducción al movimiento psicológico más importante de nuestro tiempo.

GORDON W. ALLPORT

Gordon W. Allport, antiguo profesor de psicología de la Universidad de Harvard, fue uno de los escritores y docentes más prestigiosos de los Estados Unidos. Publicó numerosas obras originales sobre psicología y fue director del ‘Journal of Abnormal and Social Psycbology”. Precisamente a través de la labor pionera del profesor Allport la trascendental teoría del Dr. Frankl se ha introducido en aquel país; más aún, el interés que ha despertado la logoterapia ha crecido a pasos agigantados debido en parte a su reputación.

PARTE PRIMERA

UN PSICÓLOGO EN UN CAMPO DE

CONCENTRACIÓN

“Un psicólogo en un campo de concentración”. No se trata, por lo tanto, de un relato de hechos y sucesos, sino de experiencias personales, experiencias que millones de seres humanos han sufrido una y otra vez. Es la historia íntima de un campo de concentración contada por uno de sus supervivientes. No se ocupa de los grandes horrores que ya han sido suficiente y prolijamente descritos (aunque no siempre y no todos los hayan creído), sino que cuenta esa otra multitud de pequeños tormentos. En otras palabras, pretende dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo incidía la vida diaria de un campo de concentración en la mente del prisionero medio?
Muchos de los sucesos que aquí se describen no tuvieron lugar en los grandes y famosos campos, sino en los más pequeños, que es donde se produjo la mayor experiencia del exterminio. Tampoco es un libro sobre el sufrimiento y la muerte de grandes héroes y mártires, ni sobre los preeminentes “capos” ?prisioneros que actuaban como especie de administradores y tenían privilegios especiales? o los prisioneros de renombre. Es decir, no se refiere tanto a los sufrimientos de los poderosos, cuanto a los sacrificios, crucifixión y muerte de la gran legión de víctimas desconocidas y olvidadas, pues era a estos prisioneros normales y corrientes, que no llevaban ninguna marca distintiva en sus mangas, a quienes los “capos” realmente despreciaban. Mientras estos prisioneros comunes tenían muy poco o nada que llevarse a la boca, los “capos” no padecían nunca hambre; de hecho, muchos de estos “capos” lo pasaron mucho mejor en los campos que en toda su vida, y muy a menudo eran más duros con los prisioneros que los propios guardias, y les golpeaban con mayor crueldad que los hombres de las SS. Claro está que los “capos” se elegían de entre aquellos prisioneros cuyo carácter hacía suponer que serían los indicados para tales procedimientos, y si no cumplían con lo que se esperaba de ellos, inmediatamente se les degradaba. Pronto se fueron pareciendo tanto a los miembros de las SS y a los guardianes de los campos que se les podría juzgar desde una perspectiva psicológica similar.

Selección activa y pasiva

Es muy fácil para el que no ha estado nunca en un campo de concentración hacerse una idea equivocada de la vida en él, idea en la que piedad y simpatía aparecen mezcladas, sobre todo al no conocer prácticamente nada de la dura lucha por la existencia que precisamente en los campos más pequeños se libraba entre los prisioneros, del combate inexorable por el pan de cada día y por la propia vida, por el bien de uno mismo y por la propia vida, por el bien de uno mismo y por el de un buen amigo. Pongamos como ejemplo las veces en que oficialmente se anunciaba que se iba a trasladar a unos cuantos prisioneros a un campo de concentración, pero no era muy difícil adivinar que el destino final de todos ellos sería sin duda la cámara de gas. Se seleccionaba a los más enfermos o agotados, incapaces de trabajar, y se les enviaba a alguno de los campos centrales equipados con cámaras de gas y crematorios. El proceso de selección era la señal para una abierta lucha entre los compañeros o entre un grupo contra otro. Lo único que importaba es que el nombre de uno o el del amigo fuera tachado de la lista de las víctimas aunque todos sabían que por cada hombre que se salvaba se condenaba a otro. En cada traslado tenía que haber un número determinado de pasajeros, quien fuera no importaba tanto, puesto que cada uno de ellos no era más que un número y así era como constaban en las listas. Al entrar en el campo se les quitaban todos los documentos y objetos personales (al menos ése era el método seguido en Auschwitz), por consiguiente cada prisionero tenía la oportunidad de adoptar un nombre o una profesión falsos y lo cierto es que por varias razones muchos lo hacían. A las autoridades lo único que les importaba eran los números de los prisioneros; muchas veces estos números se tatuaban en la piel y, además, había que llevarlos cosidos en determinada parte de los pantalones, de la chaqueta o del abrigo. A ningún guardián que quisiera llevar una queja sobre un prisionero ?casi siempre por “pereza”? se le hubiera ocurrido nunca preguntarle su nombre; no tenía más que echar una ojeada al número (¡y cómo temíamos esas miradas por las posibles consecuencias!) y anotarlo en su libreta.
Volvamos al convoy a punto de partir. No había tiempo para consideraciones morales o éticas, ni tampoco el deseo de hacerlas. Un solo pensamiento animaba a los prisioneros: mantenerse con vida para volver con la familia que los esperaba en casa y salvar a sus amigos; por consiguiente, no dudaban ni un momento en arreglar las cosas para que otro prisionero, otro “numero”, ocupara su puesto en la expedición.
De lo expuesto hasta ahora se desprende que el proceso para seleccionar a los “capos” era de tipo negativo; para este trabajo se elegía únicamente a los más brutales (aunque había algunas felices excepciones). Además de la selección de los “capos”, que corría a cargo de las SS y que era de tipo activo, se daba una especie de proceso continuado de autoselección pasiva entre todos los prisioneros. Por lo general, sólo se mantenían vivos aquellos prisioneros que tras varios años de dar tumbos de campo en campo, habían perdido todos sus escrúpulos en la lucha por la existencia; los que estaban dispuestos a recurrir a cualquier medio, fuera honrado o de otro tipo, incluidos la fuerza bruta, el robo, la traición o lo que fuera con tal de salvarse. Los que hemos vuelto de allí gracias a multitud de casualidades fortuitas o milagros ?como cada cual prefiera llamarlos? lo sabemos bien: los mejores de entre nosotros no regresaron.

El informe del prisionero n.° 119.104: ensayo psicológico

Este relato trata de mis experiencias como prisionero común, pues es importante que diga, no sin orgullo, que yo no estuve trabajando en el campo como psiquiatra, ni siquiera como médico, excepto en las últimas semanas. Unos pocos de mis colegas fueron lo bastante afortunados como para estar empleados en los rudimentarios puestos de primeros auxilios aplicando vendajes hechos de tiras de papel de desecho. Yo era un prisionero más, el número 119.104, y la mayor parte del tiempo estuve cavando y tendiendo traviesas para el ferrocarril. En una ocasión mi trabajo consistió en cavar un túnel, sin ayuda, para colocar una cañería bajo una carretera. Este hecho no quedó sin recompensa, y así justamente antes de las Navidades de 1944 me encontré con el regalo de los llamados “cupones de premio”, de parte de la empresa constructora a la que prácticamente habíamos sido vendidos como esclavos: la empresa pagaba a las autoridades del campo un precio fijo por día y prisionero. Los cupones costaban a la empresa 50 Pfenning cada uno y podían canjearse por seis cigarrillos, muchas veces varias semanas después, si bien a menudo perdían su validez. Me convertí así en el orgulloso propietario de dos cupones por valor de doce cigarrillos, aunque lo más importante era que los cigarrillos se podían cambiar por doce raciones de sopa y esta sopa podía ser un verdadero respiro frente a la inanición durante dos semanas. El privilegio de fumar cigarrillos le estaba reservado a los “capos”, que tenían asegurada su cuota semanal de cupones; o quizás al prisionero que trabajaba como capataz en un almacén o en un taller y recibía cigarrillos a cambio de realizar tareas peligrosas. Las únicas excepciones eran las de aquellos que habían perdido la voluntad de vivir y querían “disfrutar” de sus últimos días. De modo que cuando veíamos a un camarada fumar sus propios cigarrillos en vez de cambiarlos por alimentos, ya sabíamos que había renunciado a confiar en su fuerza para seguir adelante y que, una vez perdida la voluntad de vivir, rara vez se recobraba.
Lo que realmente importa ahora es determinar el verdadero sentido de esta empresa. Muchos recuentos y datos sobre los campos de concentración ya están en los archivos. En esta ocasión, los hechos se considerarán significativos en cuanto formen parte de la experiencia humana. Lo que este ensayo intenta describir es la naturaleza exacta de dichas experiencias; para los que estuvieron internados en aquellos campos se trata de explicar estas experiencias a la luz de los actuales conocimientos y a los que nunca estuvieron dentro puede ayudarles a aprehender y, sobre todo a entender, las experiencias por las que atravesaron ese porcentaje excesivamente reducido de los prisioneros supervivientes y su peculiar y, desde el punto de vista de la psicología, totalmente nueva actitud frente a la vida. Estos antiguos prisioneros suelen decir: “No nos gusta hablar de nuestras experiencias. Los que estuvieron dentro no necesitan de estas explicaciones y los demás no entenderían ni cómo nos sentimos entonces ni cómo nos sentimos ahora.”
Es difícil intentar una presentación metódica del tema, ya que la psicología exige un cierto distanciamiento científico. ¿Pero es que el hombre que hace sus observaciones mientras está prisionero puede tener ese distanciamiento necesario? Sólo los que son ajenos al caso pueden garantizarlo, pero es mucha su lejanía para que lo que puedan decir sea realmente válido. Únicamente el que ha estado dentro sabe lo que pasó, aunque sus juicios tal vez no sean del todo objetivos y sus estimaciones sean quizá desproporcionadas al faltarle ese distanciamiento. Es preciso hacer lo imposible para no caer en la parcialidad personal, y ésta es la gran dificultad que encierra este tipo de obras: a veces se hará necesario tener valor para contar experiencias muy íntimas. El auténtico peligro de un ensayo psicológico de este tipo no estriba en la posibilidad de que reciba un tono personal, sino en que reciba un tinte tendencioso.
Dejaré a otros la tarea de decantar hasta la impersonalidad los contenidos de este libro al objeto de obtener teorías objetivas a partir de experiencias subjetivas, que puedan suponer una aportación a la psicología o psicopatología de la vida en cautiverio, investigada después de la primera guerra mundial, y que nos hizo conocer el síndrome de la “enfermedad de la alambrada de púas”. Debemos a la segunda guerra mundial el haber enriquecido nuestros conocimientos sobre la “psicopatología de las masas” (si puedo citar esta variante de la conocida frase que es el título de un libro de LeBon), al regalarnos la guerra de nervios y la vivencia única e inolvidable de los campos de concentración.
Llegado a este punto desearía hacer una observación. En un principio traté de escribir este libro de manera anónima, utilizando tan solo mi número de prisionero. A ello me impulsó mi aversión al exhibicionismo. Una vez terminado el manuscrito comprendí que el anonimato le haría perder la mitad de su valor, ya que la valentía de la confesión eleva el valor de los hechos. Decidí expresar mis convicciones con franqueza, y por esta razón me abstuve de suprimir algunos de los pasajes, venciendo incluso mi desagrado hacia el exhibicionismo.

Pabloy yo un relato de la vida real

Enrique V. Conde

PABLO Y YO

Un Relato de la Vida Real
                                                                   A ti Pablito y a ti Enriquito,
                                                                que inspiraron estas páginas.                                     
                                   “El amor es la fuente última de la vida cósmica”
                                                                                     Daisaku Ikeda
                                      Introducción
       “La felicidad no llegará a ti a través de todos los libros del mundo,
éstos sólo te guiarán, en silencio, hasta tu reino interior.”
                   
                                                                                   Hermann Hesse

PRIMERA PARTE
ENRIQUITO
                “En lugar de lamentar que la rosa tenga espinas, deberíamos     celebrar que un arbusto espinoso como el rosal, pueda dar capullos tan hermosos.”
                                                                                        Carl Hilty

Una Llamada

     El 16 de setiembre de 1993, a eso de las dos de la tarde, estaba podando la parra, cuando de pronto se acercó mi vecina Marta diciéndome que en su teléfono había una llamada urgente de mi sobrina Anita.
     Yo me sobresalté, pues no era la hora habitual en que podía recibir un llamado de la  familia de mi hermano que vive en Pinamar y menos aún de mi sobrina Anita que a esa hora estaría trabajando.
     Con el nerviosismo propio de la circunstancia, me acerqué tenso al aparato.
     De inmediato la voz de Anita, entrecortada por el llanto,  confirmó mis temores, pues, en medio de su angustia, le oí aquellas fatídicas palabras: “Enriquito se quitó la vida”…
     En mi mente todo sucedió como en el vértigo de una pesadilla ¿cuándo?… ¿cómo era posible?… ¡Dios mío! 
     Sólo atiné a decir, “salgo inmediatamente para allá”.
     Hoy, a la distancia, me imagino la angustia de esa hermana enfrentada a dar la noticia de la trágica muerte de su hermano…
     Aturdido como estaba, cargué un poco de ropa en un pequeño bolso, le di instrucciones a Juana para que atendiera a algún cliente que ocasional-mente pudiera venir al “Hospedaje 25” y me dirigí de inmediato a la terminal de ómnibus, con la esperanza puesta en que saliera algún coche con destino a Montevideo.
     Ya en el ómnibus, nuevamente escuchaba la voz lastimera de Anita, “fue recién”… “estaba muy deprimido”.
     Durante el viaje, el llanto de Anita martirizaba mi mente.       
     Mientras mis pensamientos recorrían, en detalle, las veces que estuve con Enriquito, su rostro se me presentaba sonriente…
     ¡No tenía manera de pensar en algo distinto!       
     Enriquito era muy chiquito cuando en el año 1962 yo vine para Rivera y estando a quinientos kilómetros de Montevideo, cuando aún la actual ca-rretera era tan solo un camino de balasto, lleno de piedras, se hizo muy difícil que nos pudiéramos ver a menudo, en consecuencia, nuestros con-tactos no fueron muy frecuentes.   

Sus Sueños

     Tanto Ana, mi cuñada, como mi hermano,
siempre contaban que de niño, Enriquito se dirigía a la escuela con andar cansino, arrastrando su cartapacio como si éste pesara toneladas y cual-quier causa le era válida para enlentecer su marcha y no permitía que ninguno de sus hermanos menores, Héctor o Anita, se le adelantaran en el camino.
     Era como si buscara no llegar nunca… y si encontraba una excusa, todos debían detenerse a esperarlo.
     Una tarde dijo: “Paren, tengo que rascarme una pierna”.
     Sus movimientos, para ir y venir de la escuela, hacer los deberes y volver a prepararse para la clase del día siguiente, realizados en cámara lenta, no ocultaban su desencanto por esa forma de vida, reglamentada al ritmo del reloj.
     Pese a su carácter dócil, en esas circunstancias, parecía dominado por un sentimiento de rebeldía.
     Su actitud cambiaba al sacase la túnica y alejarse de los libros, entonces, se le veía con ritmo de vértigo, arriesgado, alegre, seguro de sí mismo, creativo… libre…
     Era como si desde muy pequeño, hubiera captado y comprendido que la libertad es el principal requerimiento del espíritu humano.
     El circo lo fascinaba de una manera casi indescriptible y    petrificado en su asiento, se sentía ora trapecista, ya malabarista, o traga-fuego; el tigre, el león, el elefante, el caballo, el oso, el mono, en fin, toda el arca de Noé, le obedecía, en su fantasía, sin necesidad de látigo… entonces, sus ojos negros brillaban en su rostro cetrino, reflejando  las luces de colores.
     Imbuido de la magia del circo, luego repetía  en el fondo de la casa, los papeles desempeñados bajo la carpa del circo, y, aún de grande, sus ojos se volvían a iluminar como las luces del arco iris y en su rostro relampa-gueaba una sonrisa al recordarlo.
     Así, en plena libertad, sin tablas ni reglas gramaticales, sin horarios ni limitaciones de espacio, su fantasía volaba libérrima, aunque más no fuera por un instante.
     El canto atrajo su atención y su timbrada voz, repetía, sonoramente, “La de vestido celeste”, “Solita estaba en la arena”, “Que bonita flor”, “Taba-reeé…”, “Gurisito pelo chuzo”, que él interpretaba poseído por esos perso-najes que lo acercaban a su ansiada libertad, etérea como el pentagrama… sin peso ni dimensión…
     Como el estudio, aún el de solfeo, no entraba en sus cálculos, su experiencia musical naufragó en la orilla.
     De esa etapa, sólo le quedaron las letras de algunas canciones que yo le oí repetir, modificadas a su antojo, cambiando, por ejemplo, el vestido celeste por una prenda femenina íntima del mismo color… y así por el estilo, agregando a su repertorio otras canciones tales como “Mi pollera amarilla” de la “bomba” tucumana.
     Pese a que sus manos se mostraban torpes e inseguras frente a las “b”, las, “d” y las “p”, sin embargo, volaban hábilmente en los trabajos manuales, y así, mientras  sus manos se manchaban de tinta en el  banco de la escuela, esas mismas manos se vestían con los colores del arco iris en la clase de cerámica, dando rienda suelta a su fantasía…
     Según cuenta mi hermano, él era quien saltaba primero del auto, cuando pinchaba un neumático y desde pequeño se las ingeniaba para cambiar solo una cubierta.
     Con imaginación de inventor, no lo detenían problemas mecánicos; su vista parecía penetrar en la carcasa que cubre mecanismos, y a través de ella descubría cual era su funcionamiento. Nació así su afición por las herramientas, con las que realizaba toda clase de trabajos, no sujetos a horarios, plazos ni condiciones.
     Su destreza física lo llevó a las canchas de fútbol y de la misma manera que su imaginación volaba tras sus fantasías, su físico también volaba tras un balón con ansias de gol, atrapándolo junto al palo o descolgándolo de un ángulo.
     También allí los límites lo constriñieron.
     El hubiera querido ser, a la vez, en un mismo partido, quien evitara los goles como arquero y  también quien, como delantero, los convirtiera para su equipo.
     Como si el reloj de su mente marchara adelantado, ansiaba resultados pronto, pero como la vida está reglamentada en otro tiempo, al no coincidir los hechos con sus ilusiones, se sentía con las manos vacías, campo propicio para que, cuando alguien un día susurrara a su oído: “ya deberías haber triunfado… otros a tu edad ya lo han hecho”… decidiera, sin más, abandonar la práctica del fútbol a los 19 años.
     Luego, cuando las hojas del almanaque lo enfrentaron a las responsabilidades de la vida, la rutina lo sujetó a normas rígidas, absurdas para él, y lo hizo sentir como la locomotora, que sola, se siente libre silbando alegre al viento, pero ligada a los vagones y ceñida a su camino de hierro, arrastra tras de sí una pesada carga, haciéndola gemir en medio del vapor y el humo que van nublando su camino.
     Enriquito siempre soñó con la libertad plena, como la del ave que vuela por encima de los volcanes.
     Él intuía que por el camino de la libertad, el mismo camino por el que un día la humanidad erradicó del planeta la servidumbre y por el que luego también se extirparía la esclavitud, la humanidad lograría sacudir el yugo de la sumisión de los humildes frente a los poderosos y lograría la dignificación del hombre en el trabajo.
     Si no hubiera, decía, quienes buscaran sacudir ese yugo, la humanidad podría caer sumida, otra vez, en la esclavitud o el servilismo.
     Su peor enemigo era el péndulo del reloj que, marcando implacable el curso de un tiempo perentorio, se agota a cada instante, convirtiendo cada segundo del presente en  pasado que sólo le dejaba la amargura de su tiranía, productora de apuros, de ambiciones, de injusticias, de pretensiones y de egoísmos que avasallando al individuo, lo hacen esclavo de las cosas, en desmedro del valor de los ideales.
     En ese ambiente de falso presente, en un gesto de defensa y de rebeldía a la vez, se calzó los zapatos de buzo que, como cuando niño, hicieron lentos sus movimientos, como queriendo permanecer dueño de ese tiempo que se le fugaba a cada instante.                                       
      Para él no había otro tiempo que el tiempo eterno, aquel en que nacen, florecen y dan fruto las ideas, intangible a la prepotencia, a los juicios apresurados, a las conveniencias, a las pasiones o a los intereses manejados por el egoísmo.
     El tiempo eterno, aquel en que el viento transforma en arena las rocas del desierto, aquel en que el río labra su lecho, aquel en que la gota orada la piedra, aquel en que el mar forma la playa de arena fina, batiendo contra la roca furiosas olas, o rompiendo mansamente en la orilla.
     Empero, mientras su mente volaba en busca de nuevos horizontes de libertad, sus pies debían posarse sobre el fango de la incomprensión y de la falsedad.
     Uncido a un yugo invisible, transitaba mansamente, mientras sus ojos ostentaban el fulgor de los que tienen sueños de libertad.
     “El Manso” le llamaron sus compañeros de trabajo.
     Pero, pese a sentirse encadenado a la roca de su cuerpo, él quería volar por todos los espacios, sin límites, sin vallas ni ataduras, en busca de la vida, en busca del amor, en busca de la libertad, en busca de la eter-nidad…
     Todo su ser parecía decir, quiero viajar al azul del infinito cielo, y, surcando el firmamento, extasiarme con el titilar de las estrellas… y en la grandiosidad de los astros, dormir… dormir flotando en el espacio, liberado de la gravedad…   
     Visitar al cóndor en la cima de la montaña, y de la nieve, sentir su frío cortando mi cara, y oír el silbido del viento, y el tronar de la tormenta, y el rugir de la avalancha y, luego… escuchar de la nube que pasa, su silencio de paz… y ver el sol que asoma, transformando la blanca alfombra en agua que corre silenciosa y cristalina hacia el valle… y bañarme entonces de inmensidad…
     Y dormir… dormir mecido por la brisa…
     Vivir en el valle con sus vastas praderas, que como alfombras de esmeralda, se extienden al infinito, salpicadas de flores, y bañarme en el lecho del río… y desde la escarpada roca, zambullirme temerario una y otra vez, y sentir el agua ahogando mi respiración… y luego… tendido sobre la blanda arena, gozar de la caricia del sol en la playa desierta, y admirar el follaje de los árboles, escuchar el canto de los pájaros, ver el majestuoso volar de las aves, el ir y venir de la mariposa… y acariciar las flores… sintiendo la tersura de sus pétalos…
     Y dormir… dormir a la vera del río arrullado por el murmullo del agua que pasa cantando…     
     Quisiera llegar a lo profundo del océano… y sentir el mudo andar de los peces rondando junto al arrecife de coral y hundido en la oscura profundidad del silencio, olvidar la luz, y sentir la ausencia, allí  donde el tiempo sea eterno… 
     Y dormir… dormir acunado por el silencio…
     Ir al encuentro del amor, con el corazón  lleno de fantasía yo quisiera… y que en el cielo gris de mi alma, sólo ella brillara, rompiendo la oscuridad, y que el silencio sea el único testigo, cuando trémula me abrace… e, incrédulo, mis labios busquen sus labios… y al sentir la tierna y tibia caricia de su boca, despierte en mi el deseo de que sea mía… y que también lo pueda leer en sus ojos turbios de pasión…   
     Y… cuando venga la noche y el silencio…  temblantes y ansiosos…  acariciar sin ropaje nuestro amor…
     Así eran sus sueños…                           

Sus Desencantos

     En una oportunidad, cuando pasé un tiempo en casa de mi hermano, aprendimos a apreciarnos mutuamente; Enriquito me decía “bubuchi” por una gorra que yo usaba parecida a la del oso Yoggi y yo “Yogurcito”, pues le decía que había sido hecho con leche de descarte, lo que daba motivo a que él también me llamara, a veces, “Yogur”; esto da idea de cual era nuestro trato, siempre jovial.
     Sin embargo, la última vez que nos vimos, no lo noté tan activo como en otras circunstancias, sin embargo, mantenía su carácter alegre, dispuesto siempre a una chanza.
     La vida, igual que a mí, lo había golpeado duramente; también a él como a mí, lo había traicionado su mujer.
     Cuando, en medio de mi enfermedad, ella me abandonó con la promesa de reencontrarnos en la intimidad, yo, ¡crédulo de mí!, decía, fui a su encuentro pero en esos días nunca podía.
     Cada vez que iba le llevaba algo de lo que había dejado en casa de mis padres, una vez el tapado de piel, otra el video, otras veces otras cosas, pero ella nunca estaba dispuesta a cumplir su promesa de intimidad.
     Entonces supe que era mentira, pues cuando le llevé todas las cosas, me dijo que prefería no verme más.
     Un día que llamé a mi casa para hablar con mis hijos, cuando aún no había transcurrido mucho tiempo de mi última frustrada visita, descubrí que allí, en mi propia casa, estaba con un tipo.
     “Es un amigo que está arreglando una canilla del baño”… dijo ella…
     ¡Y lo hacía en mi cama!, así me lo contó el nene, él lo sabe y quizá lo recuerde por siempre.
     ¡En qué hogar se van a criar mis hijos!
     En las noches, yo me abrazo con los fantasmas, mientras ella  lo hace con ese tipo, en mi propia cama… decía, y lo inundaba el silencio… y la tristeza…
     Luego supe de sus últimas palabras a su madre:
     “Mientras yo me revuelco en esta cama sin poder conciliar el sueño… ella se revuelca con su macho ¡en mi casa, en mi propia cama!”   
     El pasado lo acechaba con sus fantasmas y el futuro lo espantaba con  la incertidumbre…
     Se sentía encadenado a esa roca que era su cuerpo… mientras, en sus ojos, se leía  el clamor de su alma… en busca de libertad…           
     ¡Ese soy yo! dijo una vez leyendo el siguiente fragmento:
             
     “No me hieras removiendo las cenizas de un amor que no dio llama…
     Hoy me nubla el humo oscuro del recuerdo.
     ¡Negros tizones sin luz, ni calor!     
     A mis ojos convocan lágrimas de dolor.
     Y mis manos se crispan hiriendo mi carne, sin sentido.
     ¿Por qué he de arrastrar este dolor que me corta las alas, cuando mis ojos, con ansias de cielo, buscan la ruta para volar?
     Anclas que me apegan al pasado.
     Cenizas que el viento llevó…         
     Vivir el presente yo quisiera, sin el temor del ayer, sin la zozobra del mañana, y descubrir que hay un lugar en el mundo donde caben mis ansias…     
     El lugar maravilloso de los sueños… suspendido en el tiempo y en el espacio…
     Un tiempo eterno… donde se conjugue el amor… la paz… y la libertad…”

     Quizá Enriquito pensó que cuando no tuviera  su cuerpo se sentiría libre de su dolor.
     En su fantasía, se reflejaba el signo de la muerte…
     Su alma mustia y abatida, no encontró consuelo… por eso lo de hoy…
     Almas errantes, pensé, que van por el mundo buscando a tientas donde apoyarse y el mundo les es esquivo, traicionero y efímero.
     Yo sabía que cuando huye el amor, el corazón se inunda de pena, el dolor anida como para siempre… una negra noche te envuelve de silen-cio… y los miedos desgarran el alma, que vaga triste como una sombra por los rincones…
     Y un negro pensamiento de muerte te asalta, empujándote paso a paso, hacia la tumba… que se orna con flores arrancadas al corazón.
     De sus ojos negros y profundos, parecía escaparse un lamento:

“Ahora… en mi derredor todo es silencio…
Un día acaricié el pétalo de una rosa,
sentí el perfume de madreselvas y jazmines,
y me inundó la caricia de tus manos…
     
Yo, quería ir a lo profundo del insondable mar,
y en la soledad del silencio oír tu voz…
Yo, quería ir a la cumbre nevada de la montaña,
junto al agua cristalina que corre hacia el valle…

Yo, quería llegar con mis manos al cielo
y abrazar, trémulo, la nube que pasa silenciosa…
Yo, quería vivir en el valle junto a la rosa,
y sentir en mi cuerpo el dolor de las espinas…

Hoy, evanecidas la rosa, la flor, y tus manos…
¿Qué fue del perfume de la flores?
¿Dónde está aquella rosa?     
¿Qué de las caricias de tus manos?

Ahora, aquí, en la soledad  de mi alma,
lejos el mar, la  montaña, la nube y la rosa,
de silencio de mi alma rebosa…

Yo no sé, si cuando mañana,
yazca mi cuerpo inerte,
podré, en la soledad la tumba,
convocar al silencio de la muerte.”
                 
*

      Así eran sus desencantos…

Cuando los hombres estan de luto

CUANDO LOS HOMBRES
ESTÁN DE LUTO

 

Por qué los Hombres Sufren
De Diferente Manera
Y Cómo Lo Puedes Ayudar
Licenciada Elizabeth Levang

A mi abuela, Salute Del Bel Belluz,
quien con su amor por mi hizo toda la diferencia.

Contenido
Reconocimientos
Introducción   
PRIMERA PARTE:  NUEVOS ENTENDIMIENTOS
1. Cuando los Hombres y las Mujeres están de Luto
?Sigue el Viento:  Canciones para Almas Manchadas? por Ralph O. Robinson
2. El Lenguaje del Pesar
?Mi Padre? por Jon Masson
3. El Proceso del Luto:  El Hombre Pensante
?Ya No Está Más Aquí? por Jim Amundsen
SEGUNDA PARTE:  REALIDADES Y RETOS
4. La Negación
?El Último Viaje de Pesca? por Larry D. Jonson
5. La Ira
?El Síndrome del Animal Herido? por Robert W. Ross
6. El Control
?El Pesar Resuelto? por J. B. Blair
7. La Amargura
?Sin Padre? por John L. Jankord
8. Los Comportamientos Adictivos
?El Precio del Éxito? por Richard Friberg
9. La Desesperación
?Atrapado en un Paracaídas Precioso? por Jim Murrow
TERCERA PARTE:  PROSPECTOS DE RENOVACIÓN
10. Un Tiempo de Cambio y Sanación
?Escogiendo la Felicidad sobre la Pena? por Thomas Chalfant

11. Transformación
?El Circulo de la Aflicción? por Kent L. Koppelman
Acerca de los Contribuyentes ,    Acerca del Autor  y  Fuentes

Reconocimientos

Una suave brisa roza nuestras caras conforme nosotras tres?Rachel Faldet, Karen Fitton y yo?nos sentábamos en la plataforma del tren en Norwalk, Conecticut.  Era principios de julio y momentos antes habíamos tratado de persuadir al conductor de ir un poco más rápido para que pidiéramos alcanzar nuestro tren hacia Maniatan.  Acabábamos de terminar de grabar otro programa de televisión y donde al final de la gira promocional del libro Our Stories of Miscarriage [La Historia de Nuestros Abortos Espontáneos] de Rachel y Karen.  Para cuando le pagamos al conductor la tarifa el tren ya había alejado de la estación.  Mientras nos acomodábamos para esperar el siguiente tren, nos pareció apropiado hablar acerca de hacia donde se dirigían nuestras vidas.  Karen y Rachel me animaron ese día a perseguir mi interés desde hace mucho tiempo por escribir un libro acerca de los hombres y el pesar.  Les agradezco por ese importante empujón.  Le agradezco, especialmente, a Rachel, cuyo rol en este proyecto parece crecer rápidamente con el tiempo.  Ha sido muy importante poder contar con su experiencia literaria y su amistad.
      Mi esposo, Curt, no sólo leyó cada una de las palabras que escribí, sino que también contribuyó de muchas maneras.  Sus habilidades como psicólogo clínico están impresas a lo largo del libro, y le agradezco por su consejo experimentado.  Durante todos los meses que investigué y escribí este libro, mi hija, Natalie, siempre compartió su sabiduría y amor.  Le agradezco por todos los sacrificios que hizo y por su apoyo incondicional.
      La evocadora poesía que se encuentra dentro de este libro fue compuesta expresamente para cada capítulo por Louis Cerulli, un poeta magnífico.  Louis también se tomó la exigente tarea de ayudarme a encontrar colaboradores y fue el responsable de editar sus historias.  Le agradezco a Louis por compartir sus regalos creativos y por su paciencia durante este siempre evolutivo proyecto. 
      Admiro a los hombres que contribuyeron con sus historias para este libro.  Se necesita mucho coraje compartir el dolor íntimo del pesar y me siento humilde y privilegiada de conocer a estos hombres a través de su escritura.  Les agradezco por permitirme a mi y a usted por dejarnos entrar en sus vidas.
      Muchas manos y voces le prestaron ayuda a mi trabajo.  A todos aquellos que sacaron ideas conmigo, oraron, compartieron experiencias personales, escucharon, leyeron los borradores y mantuvieron mi proyecto en sus corazones, les ofrezco unas gracias sinceras.  Entre estos queridos corazones me gustaría darle las gracias a Hill Cerulli, Brenda Crowe y la licenciada Kay Talbot.  Quiero darle las gracias especialmente a mi hermana, Julie Ehrman y a su esposo, Ferry por su apoyo constante y por su especial cuidado y preocupación por mi familia; a Farol Dahlof, quien me ayudó a investigar, a organizar sesiones y a tomar notas; al licenciado Ken Druck, quien pasó muchas horas compartiendo sus experiencias clínicas relacionadas con el tema de los hombres y también el cómo sobrevivió a la dolorosa muerte de su hija, Jenna; y a Richard Edler, cuyos esfuerzos por transformar su vida después de la muerte de su hijo, Mark, ha sido una inspiración para mi.  Principalmente, estoy agradecida a aquellos hombres y mujeres, quienes amablemente me permitieron entrevistarlos y aprender de su sufrimiento y a los amigos y colegas quienes me ayudaron a trabajar en red alrededor del país en busca de temas y colaboradores.
      Le doy las gracias especialmente a Lane Stiles de Fairview Press, cuya creencia en mis ideas y habilidades me dieron la fuerza.

Introducción
Soy completamente italiana de sangre.  Esta herencia probablemente evoca imágenes de una familia que no le teme a demostrar sus emociones.  En parte, esto es verdad en mi familia; yo sabía cuando mis padres estaban enojados y cuándo estaban decepcionados.  Tampoco era muy difícil saber cuándo ellos estaban complacidos.  Pero la tristeza o el pesar eran otra historia completamente.  No creo haber visto nunca a mi padre llorar.  Creo que nunca lo voy a ver.  Las lágrimas no son parte de su mundo de hombre.
      Cuando estaba trabajando en mi primer libro, Remembering with love:  Messages of Hope for the First Year of Grieving and Beyond [Recordando con amor:  Mensajes de Esperanza para el Primer Año de Luto y Más Allá] estaba desconcertada por la resistencia que los hombres mostraban al hablar de sus sentimientos.  Creí que así justamente actuaban mi padre y otros parientes masculinos.  Le pedí a docenas de hombres que conocía que escribieran unas cuantas líneas o incluso un pequeño párrafo acerca de la muerte de algún ser querido para poder incluir sus pensamientos y experiencias en el libro.  Mientras que muchos apoyaron el proyecto y estaban muy emocionados acerca del libro, muy pocos estaban dispuestos a compartir sus sentimientos.  Aquellos pocos que lo hicieron, hablaron sobre poderosas emociones y un intenso dolor.  Parecía que estos hombres estaban incómodos, pero ellos estaban dispuestos a dejar su aprensión por un lado para así tratar de ayudar a otros.  Todo esto era muy desconcertante para mí.
      Mi esposo, Curt, era uno de esos hombres reacios a hablar.
      He visto a Curt llorar.  Ha sucedido solamente un par de veces en dieciséis años que hemos estado casados.  Sus lágrimas siempre aparecen como una impresión hacia mí.  Aunque estoy tratando fuertemente de entender qué significan sus lágrimas y cómo debo responde yo a ello.  Sé que aunque es difícil para él superar el pensamiento estereotipo del rol masculino al ser vulnerable también es difícil.  Mi esposo es psicólogo clínico.  Él sabe qué son las emociones; generalmente, él puede nombrar sus sentimientos.  Pero como muchas mujeres, algunas veces fallo al reconocerlas.
      La primera vez que mi esposo lloró fue en respuesta a nuestra lucha constante contra la infertilidad.  Durante cuatro años seguimos la ruta interminable de exámenes y pruebas, cirugías exploratorias y más pruebas.  Los diagnósticos nunca cambiaron:  infertilidad inexplicable.  Investigamos nuestras opciones para adoptar?una lista de espera de tres años, si teníamos la suerte suficiente de calificar.  Pensamos en un estilo de vida sin niños.  Un mes agonizante tras otro, seguimos todos los procedimientos?y esperamos.
      Una noche en junio Curt se sentó a la orilla de nuestra cama y se soltó a decir en una voz  estremecedora, ?no quiero que pase otro Día del Padre sin ser padre?.  A mí se me había olvidado que en unos días sería el Día del Padre.  Mientras pronunciaba estas palabras, sus ojos se llenaron de lágrimas y empezó a sollozar incontrolablemente.  Cuatro años de pruebas, cuatro años de malas noticias, cuatro años de Días del Padre perdidos.  Él no podía controlar más la agitación.  Me sentí inútil e ignorante.  ¿Cómo había pasado por alto su dolor?
      El siguiente Día del Padre llegó y se fue, y así pasó el siguiente.  No fue sino hasta tres años después que el sueño de Curt se hizo realidad y ello solamente por dos médicos muy hábiles, una enfermera perceptiva y la gracia de Dios.  Esa fue la segunda vez que Curt lloró.
      Las últimas palabras de nuestro especialista en fertilidad fueron ?ustedes nunca tendrán un niño.  Claramente, no si la intervención médica.?  Nuestra única esperanza era la fertilización in Vitro, pero el promedio del éxito era muy baja y el costo muy elevado, por lo que optamos que la naturaleza siguiera su curso.  Me había esta sintiendo mal por más de un mes y Curt casualmente hizo el comentario de que probablemente estuviera embarazada.  Aunque ninguno de los dos se atrevió a creerlo, de todas formas, él compró una prueba de embarazo casera.  Para nuestro total asombro, la prueba resulto positiva.  Un segundo examen en la clínica mostró ser positiva.
      ?¿Qué hago ahora??  Le pregunté complacientemente al representante de la clínica que me llamó para confirmar el examen.  Todavía teníamos miedo de emocionarnos.
      Todavía incrédulos, fuimos por un ultrasonido.  Nuestro especialista en fertilidad no era tranquilizador, pero vio el latido del corazón en el monitor, se había quedado completamente sin habla.  Mientras nos sentábamos en su oficina ojeo rápido mi expediente?completamente las cinco pulgadas de éste?y siguió murmurando acerca de las pruebas inconclusas.  Sí, estaba embarazada. 

      Mi fuente se rompió el día más frío del año.  La navidad estaba solamente a unos días y las tormentas de hielo recientes hacían que viajar fuera difícil.  Mi hermana Julie, preocupada por nuestra seguridad y el manejo traicionero pidió que me fuera al hospital y que me quedara allí, aunque tuviéramos que esperar en la cafetería toda la noche.
      Más tarde, cuando llegué al hospital, ellos me llevaron en silla de ruedas a la sala de parto.  Allí esperamos el resto de la noche.  Mi espalda me dolía mucho, hasta que finalmente me pusieron la epidural.  Por la mañana, mi obstetra, el Dr. Hachiya, entró al cuarto y en unos minutos ya estábamos listos para dar a luz a nuestro hijo, largamente esperado.  O así lo creímos.  El bebé no salía y el latido del corazón bajo y la sala de pronto se abarrotó de personal.  La supervisora de piso, una ex enfermera del ejército, se paró sobre un taburete sobre mi abdomen empujando hacia abajo con toda su fuerza y gritando en mi oído, ?si quiere que este bebé viva, empiece a pujar ahora?.  El cordón umbilical estaba enredado fuertemente alrededor del cuello del bebé.
      Unos minutos tensos más tarde, el Dr. Hachiya pudo liberar al bebe del cordón y acostarla en mi estómago.  Ella no estaba respirando.  Su cara estaba como morada.  Ella chisporroteó y se ahogó con los líquidos en su garganta y no podía llorar.  Traté de hablar, llamando a Curt para que la viera.  La enfermera alcanzó sobre mi cabeza una mascarilla de oxígeno y se la puso en la cara a la bebé y en unos segundos se la llevó a la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatal (UCIN).
      La Dr. Wiborg-Harvath, un pediatra haciendo rondas esa mañana, justamente entro en la sala cuando llevaron a nuestra Natalie.  Ella la vio y corrió para estabilizar a la bebé.  Más tarde ese día, después de que la enfermera del parto, Audrey Gable,  tenía dudas de la placenta, se creyó que Natalie había contraído estreptocócico Grupo B, una infección que mata a los bebés debido a su sistema inmune deficiente.  Además del oxígeno y los antibióticos que le estaban dando para limpiar la bolsa de aire que se había hecho alrededor de su corazón, se introdujo una segunda dosis de antibióticos.  Esperamos por noticias esperanzadoras.
      Curt se ocupó a sí mismo contestando llamadas de amigos preocupados y deliberando con el personal del hospital.  Él secó mis lágrimas y trabajó muy duro para animar mi débil optimismo.  Él sostuvo a Natalie con una suave ternura y negociaba solamente por unos minutos más cuando la  enfermera regresaba con ella a la UCIN.  No tengo idea de cuándo él dormía o comía.
      Pasó la Navidad.  Los regalos sin abrir de Natalie se mantenían en vigilia bajo el árbol.
      El Dr. Hachiya me dio de alta del hospital, pero regresaba temprano todas la mañanas para estar todos los momentos posibles en la UCIN cargando a Natalie, hablándole, temiendo por ella.  Curt y yo y algunos familiares pasaban las tardes cargándola y mirando su carita inocente.  En una voz tan clara y firme como podía tener, Curt le leía poemas a Natalie escritos por Robert Frost.  Reacio, Curt decidió regresar a trabajar y atender a sus clientes.
      Una tarde me dejaron parada en la estación de las enfermeras.  La vía intravenosa de Natalie había colapsado y la enfermera estaba poniéndole una nueva línea?un trabajo delicado para las venas tan pequeñas.  Estaba cansada y asustada.  Me volteé y vi a Curt que se acercaba hacia mí.  Sorprendida, me pregunte si algo malo había pasado.  Lo llamé, ?¿Qué haces tu aquí??  Se acerco más y bajó la cabeza y lentamente dijo ?Decidí que yo necesito más ayuda que mis clientes?.  El significado de sus palabras me dejó sin aliento.  Las lágrimas de rodaron por las mejillas.  Había tratado de ser valiente para mí y para Natalie, pero él también tenía miedo.  Sentía que su sueño de ser padre se esfumaba.  Su masculinidad y su identidad estaban en riesgo.  Una vez más, no había visto su dolor.  Había contado con su apoyo, el cual él me había brindado, pero yo no estaba consciente de su temor y del terrible agobio bajo el cual él estaba viviendo.
      El dolor que Curt experimentó acerca de la paternidad lo hizo a él ser un padre más atento y sensible.  Ha trabajado para ser más directo con sus sentimientos hasta cuando cree que yo no los voy a entender.  Por mi parte, trato de escuchar con más cuidado los silencios de Curt y de identificarme con la presión que siente de ser fuerte.  Nuestra querida Natalie ha ganado una perspectiva única sobre los hombres y el sufrimiento, ya que hemos compartido la historia de su nacimiento y hemos hablado abiertamente sobre nuestro dolor.  A los siete años, todavía se deleita en decirle a cualquiera que la escuche que ella hizo que los sueños de su papá se hicieran realidad.
   

  Mi interés en los hombres y el dolor es parte de la historia de mi vida.  Si usted está leyendo esto, el luto, probablemente es parte de su historia también.  Confío en que encuentre este libro como una ayuda para comprender el dolor de su pareja y el suyo mismo.  Espero, también, que se vaya animada y con esperanza.  Este libro fue escrito expresamente con estas razones.
      Las composiciones de once hombres?padres, esposos, hermanos y amigos?se encuentran dentro de las páginas de este libro.  Tomó mucho coraje para que estos hombres escribieran acerca de sus tragedias personales y por eso estas historias son especiales y tan importantes para mí.  Espero que para usted también sean especiales e importantes.  A Curt y a mí nos tomó muchos años entender que sufrimos de diferente manera.  Todavía seguimos aprendiendo.  Las lecciones que podemos obtener de hombres como John Jankord, Larry Jonson, Kent Koppelman y Ralph Robinson son poderosas.  Su mensaje es que los hombres si sufren.  A ellos sí les importa.  Ellos pueden sufrir de diferente manera, pero sufren igualmente.
      Al final de cada capítulo, encontrará una respuesta específica para considerar.  Lo invito para que piense sobre estas respuestas de ayuda y que lo puedan inspirar.  Estas tienen la intención de cuestionar sus creencias acerca de los hombres y el sufrimiento, mientras que lo equipan a usted con nuevas estrategias para ayudar a los hombres con su sufrimiento.  Estas respuestas también tienen la intención de validar sus sentimientos, deseos y esperanzas. 
      Este libro se apoya necesariamente en la generalización sacada de las vidas y situaciones de muchos hombres y mujeres.  Ya que es imposible para mí saber las circunstancias únicas de su vida, algunas declaraciones o pensamientos puede que no se aplique a usted y otras pueden sonar certeras.  Como todos los libros, tomo lo que le sirva, lo que resuene en su corazón.  Este no es un libro sobre lo que es ?correcto? o ?incorrecto? acerca del sufrimiento de los hombres, acerca de la intimidad de las relaciones o sobre las mujeres.  Es un libro para entender qué es y qué puede ser.
      Gracias por permitir que nuestras vidas se crucen.  Le deseo paz.
–Elizabeth Levang

 
PRIMERA PARTE
NUEVOS ENTENDIMIENTOS

1
Cuando los Hombres y las Mujeres Sufren

Mi sufrimiento tiembla en las ramas del árbol
Silencioso en los dedos del Invierno.
Como una alborada congelada
Manchados en lienzos del crepúsculo
Forcejean en el aire mutilado.
Todas las tardes camino con él
Enmarañado en cada aliento de niebla
Y cada nudo siempre apretando.
–Louis Cerulli

 

Sigue el Viento, Canciones para Almas Manchadas

La ambulancia salió de la subdivisión, pero las luces no estaban encendidas,  la sirena no estaba retumbando y el conductor no tenía prisa.  Debí haber atado cabos.  No fue sino hasta que mi esposa, Kathy y yo condujimos hasta nuestra casa y vimos la cinta amarilla de la policía que me di cuenta que algo estaba mal.
      Corriendo hacia la casa, pase por debajo de la cinta amarilla.  ?¿Quién es usted?? me preguntaron tres oficiales de policía conforme me rodeaban.  So el padre de Ryan.  ¿Cómo está él??  Inmediatamente, el oficial que estaba frente a mí  me vio a los ojos y me dijo, ?lo siento señor.  Él esta muerto.?  Me sentí atrapado, claustrofóbico.  No podía respirar.  Las rodillas se me doblaron y me desplomé. 
      Mientras que los amigos de Ryan corrían alrededor del jardín gritando y llorando, logré caminar aturdido hacia el carro para decirle a Kathy que nuestro hijo de dieciséis años estaba muerto.
      Una reunión de adolescentes, alcohol y una pistola que los niños habían encontrado cambió mi vida.  Ryan y sus amigos le habían quitado la tolva a la pistola ?sólo para estar seguros?.  Todos ellos habían jugado con el arma.  La habían disparado al aire dentro de la chimenea.  Ellos se apuntaron a cada uno.  Cuando Ryan jugó con el arma, el seguro de alguna manera  ya no estaba puesto.  La única bala restante en la recámara acabó con su vida.  El oficial forense me dijo que su muerte había sido instantánea.  Él dudaba que Ryan siquiera hubiese escuchado el arma dispararse.
Los años de Ryan estaban llenos, aunque cortos.  Los logros de mi hijo en el escenario como un joven actor eran impresionantes.  Un atleta, Ryan dejó los deportes conforme su pasión por la actuación, la música, la escritura y la poesía maduraban.  Él era seguro de sí mismo.  Reconocí su audacia y la respeté.  La audacia fue parte de Ryan desde muy temprana edad.
      Mi dolor llevaba muchas caras; con cada una podía surgir un torrente de pensamientos y emociones.  El dolor se disfrazaba con la comida favorita de Ryan que ya no comprábamos más, con su ropa que ya no necesitaba que fuera lavada y su guitarra que nadie tocaba.  Podía ser una reflexión apartada del lago que alguna vez llevó nuestra canoa o las palabras de una canción que a él le gustaba.  Estaba oculto en mis sueños.  El viento sonaba como el llanto de Ryan.
      Al principio, me desplomaba y lloraba.  Me sentía como un roedor en un laberinto de emociones del cual no podía escapar.  No podía salir de allí, no había salida y siempre terminaba donde había empezado.  En algunos momentos, recuerdos de Ryan venían como olas en la playa.  Los que podía ver venir los saltaba o les permitía pasar a través de mí.  Otros recuerdos venían de atrás sin ninguna advertencia y me tiraban al suelo.
      En el primer aniversario de la muerte de mi hijo, caminé al cementerio, escuché en audífonos las canciones que tocaron en la escuela de Ryan en su ceremonia de conmemoración.  Un camión repartidor  llegó al tope de la montaña y tuve la escalofriante intuición de que necesitaba detener ese camión.  No esperaba nada, pero le hice señales al conductor y le pregunté si ella tenía algo para los Robinsons.  Ella me vio sorprendida.  Firmé por el paquete, lo puse bajo mi brazo y seguí caminando.
      Mientras caminaba hacia el cementerio, vi algo que parecía un listón blanco en el suelo que se suspendía hacia el otro lado de la lápida de Ryan.  Los amigos de Ryan habían dejado cosas diversas allí a lo largo del año:  señuelos de pesca, discos compactos, notas, molinetes, flores, llaveros, poemas.  Me pregunté.  ?¿Por qué un listón blanco??  Cuando tuve a la vista la lápida completa, me di cuneta que el listón era la correa de una guitarra eléctrica.  Al recordar el amor de Ryan por las guitarras, caí sobre mis rodillas y sollocé.  Me sentí como arañando la tierra para sacar a mi hijo de donde estaba.
      Más tarde, después de hablar con Ryan, abrí el paquete.  Dentro había dos cajas envueltas en regalo y un mensaje escrito a mano de parte de un amigo cercano.  En la parte de arriba de la nota mi amigo había escrito, ?En Memoria de Ryan Jon Robinson.?  Mi amigo dijo que había comprado varios discos compactos hace un año el fin de semana que Ryan había muerto.  Irónicamente, todos los discos contenían canciones acerca de la muerte de un ser

querido.  Como tributo a Ryan, mi amigo me envió estas canciones en una cinta de audio e incluyó una caja de madera de cerezo para almacenar allí la cinta.
      Toqué la cinta.  Después de la primera canción, a pesar de que pensé que nunca iba a poder escucharla completamente.  Las palabras trajeron tanto dolor.  Richard Shindell cantó, ?Nunca hubo una advertencia / Nunca hubo una señal / Es que solamente me levanté esta mañana / Y la eternidad era mía.?  Yo conocía este sentimiento muy bien; no necesitaba la música para que me recordara de ello.  ¿No era la muerte de Ryan, mis recuerdos y mis pesadillas suficientes?  La canción de Shindell continuó, ?Pero tu no sabes con lo que estás lidiando, no tienes ni la menor idea.?  Pensé, cómo desearía no saber con lo que estoy lidiando.
      Varios días después, camino al trabajo, volví a escuchar la cinta.  Mientras conducía, la letra de una canción de Catie Curtis se mofó de mí, ?Solamente se hace más difícil cuando te preguntas por qué.?  ¿Cuántas veces me había hecho esa pregunta?  Me pregunté.  ¿Por qué él?  ¿Por qué nosotros?  ¿Por qué nuestra familia?  ¿Por qué un niño de dieciséis años con talento, con tanto qué ofrecer?  La canción de Curtis continuó, ?Estoy cansada de todo el peso / Estoy cansada de ser fuerte.?  Me acordé de las veces que desde la muerte de Ryan pensé en acabar con mi propia vida.  Estar vivo dolía demasiado.  Era cuestión de balance.  Pensé que vivir con mi dolor tenía que ser peor que mi propia muerte.  Estaba cansado de ser fuerte.
Aún conduciendo, escuché la canción de Diane Zaigler.  Ella cantó, ?Caí de rodillas en la tumba de mi hermano / Siete años completos han pasado desde que murió.?  Las palabras me hicieron llorar.  Me acorde de haberme desplomado en la tumba de Ryan al ver la guitarra.  Mientras continuaba en la carretera, la gente me miraba fijamente desde las ventanas de sus carros.  No me importaba lo que la gente pensaba.  Me dejé que las lágrimas corrieran y se sentía bien.
      Encontré que el mejor momento para escuchar la cinta era en la mañana mientras conducía hacia el trabajo.  Le di la bienvenida a la soledad, a la privacidad que me daba la cámara aislada de mi vehículo.  Estaba trabajando mi forma de pasar  a través de todas estas canciones una a una.  Cada una tenía un significado, cada una desataba emociones con las que yo estaba mejor sin alejarlas.  Estaba dejando ir la frustración, la rabia y la tristeza encerrada.  Después de mi viaje al trabajo de cuarenta minutos, llegaba al trabajo con los ojos borrosos y rojos.  Empecé a llevar Kleenex en el carro.
      Una canción de Archie Roach me hizo darme cuenta que es imposible entender cuánto un padre ama a su hijo hasta que ese hijo no está.  Las palabras de una canción de Steve Fisher me ayudaron a darme cuenta que gran parte de mi vida estaba definida por la vida de Ryan.  Pensé que la mayoría de los niños no pueden entender qué gran parte de la vida de sus padres está explicada por sus actividades diarias.  Pensé en mis dos hijas vivas.
      Con el tiempo, mi esposa, Kathy, y yo asistimos a una reunión regional de una organización de duelo para padres y hermanos.  Allí había más de trescientas personas, todas escuchando al orador principal.  Era un sentimiento agridulce mientras me daba cuenta que no era el único que había experimentado una terrible pérdida.
      Más tarde ese día, nos dividimos en grupos más pequeños.  Kathy y yo nos sentamos con personas que estaban lidiando con ?pérdidas trágicas??muertes sin anticipación o aviso.  Asombrados de las historias de muerte, escuché atentamente.  Aunque parecía imposible, había pérdidas que parecían más trágicas que la nuestra:  niños de la misma familia que habían muerto al mismo tiempo, niños que habían luchado con enfermedades que los lisiaban, niños que habían sido asesinados.
      Mientras escuchaba estas historias, las palabras de una canción de Dougie MacLean de la cinta se vinieron a mi mente.  En mi mente, él cantaba, ?Estas alas rotas no van a volar / Estas alas rotas no van a volar?para nada.?  De hecho, durante todo el día en la reunión escuché canciones en mi cabeza.
      Además de conectarme con la organización del duelo, también había estado viendo a un terapeuta que me dijo ?para mantener el duelo moviéndose, no lo niegue o lo reprima.?  En algún momento, cruce la esquina.  Ya podía escuchar las canciones de la cinta sin sollozar inconsolablemente.  Podía pensar en Ryan y sonreír.
 

    Las canciones me habían ayudado.  Decidí que estas podía estar a la disposición de cualquiera?no solamente para mí?que estuviera lidiando con la muerte de un ser querido.  Me di cuenta que la música podía ayudar a la gente a lidiar con el duelo de una manera productiva.  Sentí que tenía una misión.
      Con el tiempo, contacté a cada uno de los músicos y recopilé un disco compacto.  El título, ?Follow the Wind:  Songs for Stained Souls? (Sigue el Viento:  Canciones para Almas Manchadas) está inspirado por uno de los poemas de Ryan que encontré después de su muerte.  Ryan había escrito, ?Sigue el viento a otros lados que te llamen.  ¿Puedes capturar la vida que aún está por vivir?  Esa alma manchada se puede limpiar con el tiempo y con fe?.
      Después que terminé de hacer el disco compacto, alcancé un nivel de aceptación de la muerte de Ryan que nunca creí que fuera posible.  Para mí, la música y mi envolvimiento en la organización del duelo fueron parte importante para poder con el dolor.
      Mi hijo está en mi corazón todos los días.
      En mi corazón también están las letras de Richard Shindell, ?Pero estás a la mitad del mundo de lejos.  Es muy poco lo que puedo decir ahora, pero que siempre te amaré y que siempre te extrañaré y que siempre será bienvenido?.
–Ralph O. Robinson

 

El luto es una experiencia de la cual no podemos escapar.  Hay una mínima forma de escondernos del sufrimiento emocional que nos causa la muerte de un ser querido y no existe la posibilidad de aislarnos a nosotros mismos del mundo que incluye la pérdida de trabajo, enfermedades catastróficas, divorcios, abuso, acoso y violación.  El luto crea una angustia intensa y un dolor indiscutible.  Es complejo y constante.  No importa qué tanto nos esforcemos por eludirlo, la posibilidad del dolor siempre está presente en nuestras vidas.
      Mientras que el dolor es inevitable, la mayoría de las personas no están preparadas para los tumultuosos sentimientos y pensamientos que trae.  El trauma de una muerte o una pérdida deja a muchos de nosotros sintiéndonos ansiosos,  aturdidos, aislados, impresionados, confundidos, vacíos, deprimidos, irritables, enojados, tristes.  Los sentimientos del duelo hostil y ajeno y no estamos seguros de cómo seguir adelante.  El sentimiento de estar paralizado e inmovilizado por la dura realidad se apodera de nosotros. 
      El luto crea una sensación de caos.  Destruye nuestra conexión con una realidad familiar, moldeada y confortable.  Nos roba nuestros sueños y nos engaña con nuestro futuro.  Lo que era, ha terminado.  Mientras que el mundo continúa apresurado y vibrante nuestro mundo se detiene.  El tiempo se detiene para nosotros.  A pesar de nuestros sentimientos, el mañana continúa llegando.
      El luto cambia irrevocablemente nuestras vidas.  Lo que creíamos ayer puede que ya no mantenga ninguna realidad.  Nuestra mente da vueltas en el dolor por las oportunidades desperdiciadas, las palabras desagradables o duras que dijimos y en las promesas que hicimos que nunca mantuvimos.  Cualquier cosas que creamos para lo que la vida nos haya preparado, siempre somos ingenuos al dolor.  El sufrimiento es una prueba de verdadero coraje y la tenacidad del espíritu humano.  El luto siempre nos recuerda la fragilidad de la vida y la necesidad de vivir la vida en su momento.  La historia anterior escrita por Ralph Robinson nos habla de estas solemnes verdades.
      Lo que nos trae la profundidad del dolor y la angustia de la muerte o pérdida es el convencernos que somos impotentes e incapaces de sobrevivir.  Queremos una respuesta mágica o por lo menos queremos una forma de calcular el tiempo que nos tomaría sanar?alguna garantía de que no vamos a sufrir por la eternidad.  El acto del sufrimiento es debilitante y exhaustivo.  Su duración es indefinida.
      El luto nos causa traumas físicos, emocionales, espirituales y a nuestro ser cognoscitivo.  El pecho y el abdomen nos duelen siempre.  Tenemos problemas para respirar, concentrarnos y pensar.  Experimentamos el aislamiento social y la presión económica.  Los amigos, la familia y los compañeros de trabajo sirven de fuente como consuelo y ánimo o puede que a ellos no les importe o no lo comprendan.  Podemos escuchar nuestra satisfacción por temas vacíos y  clichés insensatos o podemos ser muy afortunados  para descubrir una red de apoyo para tranquilizarnos y ayudarnos.  Nuestra fe religiosa puede estar a prueba mientras luchamos con el pensamiento de cómo algo malo nos pudo pasar.  Por mucho, la muerte puede parecer el único alivio del peso opresivo del dolor.
      Cuando tratamos de ignorar o negar el dolor, éste trata de buscar la manera de ser reconocido.  El dolor no se evapora o se disipa porque nosotros ignoremos nuestras emociones.  Esas emociones solamente se expresan por sí solas en otro camino indirecto.  La adicción, el abuso u otros comportamientos destructivos son substitutos pobres para el trabajo del dolor.  Por mucho, el evitarlo nos lleva a la desesperación y a la depresión?una incapacidad para tan siquiera encontrar una pequeña esperanza en el día más radiante.  El luto no es un anfitrión amable.  Toma su partida cuando él está listo, no cuando nosotros estamos listos.
      No hay dos personas que experimenten el luto de la misma manera.  Ya sea hombre o mujer, viejo o joven, sueco o Nativo Americano, Protestante o Católico Romano el luto es un proceso individual.  Es un latido rítmico único  de corazón de cada uno o el paisaje caleidoscópico de la mente de cada uno.  Nuestro dolor es solamente nuestro.  Cómo nosotros reaccionamos, procesamos o sobrevivimos al dolor depende de un sinnúmero de factores que solamente nosotros conocemos.  No existe una receta de cinco pasos a seguir, no hay plantillas que determinen, manejen o prescriban cómo cada uno sufrirá.  Después de todo somos individuos.
      Aunque expresados de una forma única e individual, el dolor tiende a manifestarse en patrones y procesos generales.  Mucha gente dice que ellos encontraron algún tipo de consuelo al saber qué etapa o pasos del luto podrían experimentar mientras luchan para sanar.  Todavía no existe un mapa que pueda definir con precisión nuestro camino a través del luto.  Lo único que nosotros tenemos son puras generales, rayos de luz que iluminan nuestro oscuro y estrecho camino.  Como mucha gente sabe, el proceso del luto no es fácil de definir.
      La vida es sobre cambios y las ocasiones de cambio presentes para el crecimiento, la adaptación y la renovación.  Algunas veces toleramos o permitimos el cambio.  En otras ocasiones, somos arrastrados pasivamente sin poder resistirnos a su poderosa fuerza.  El luto es el director del cambio.  Las muchas opciones y decisiones a las que nos enfrentamos en nuestro dolor  alteraran indiscutiblemente el camino de nuestra vida.  Nuestro camino ha cambiado, externa e internamente.  No hay marcha atrás, no hay forma de recobrar el pasado.  Estamos en un estado destrozo de incertidumbre.
      Muchos de nosotros respondemos al luto con negación, cólera, amargura y desesperación.  Reñimos en contra de la devastación que nos ha ocurrido y peleamos desesperadamente por controlar lo que ha quedado de nuestra vida.  Otros vienen a tratar el luto como un proceso de descubrimiento y permitirle transformar sus actitudes, prioridades y perspectivas de la vida.  Ellos persisten en sobreponer la crisis de su vida y aferrarse a la promesa de sanación.  Muchas cosas buenas en nuestro mundo, como los esfuerzos de Ralph para llevar la música a nuestro dolor, pueden atribuirse a aquellos que dirigen causas y preocupaciones que nacen de su luto.
      El cambio es inevitable en el luto, pero raramente es predecible.  La sanación sí sucede, la vida desarrolla un nuevo ritmo y patrón, pero cómo o cuándo va a suceder es parte del desconocimiento del luto.  El dolor no se puede apremia o apresurar.
      El luto es una experiencia como ninguna otra en la vida.  La mayoría de nosotros encuentra imposible comprender el duro giro que nuestra vida ha tomado y buscamos desenfrenadamente el orden, la sanidad y la compasión.  Lo que la gente desea, casi instantáneamente, y algunas veces secretamente, es el apoyo.  Sabemos que no podemos enfrentar nuestra tragedia solos, y no podemos sobrevivir en la soledad.  El luto es un tiempo de necesidad.
      Aunque la tragedia con frecuencia separa a la gente y hace más obvia la diferencia radical en los estilos de arreglárselas.  Esta división es  más evidente entre géneros.  En un momento, cuando los padres apesarados quieren mantenerse unidos el uno con el otro para encontrarle sentido a la muerte cruel y prematura de un niño, cuando un esposo sin trabajo quiere el ánimo de su esposa mientras busca un nuevo empleo, cuando una mujer atacada por el cáncer quiere la comprensión de su compañero mientras ella enfrenta un agotador curso de radiaciones y cirugía, los sexos con frecuencia no saben comunicar su dolor o conseguir el apoyo el uno  del otro.
      Los hombres y las mujeres que son parejas íntimas tienen una conexión privilegiada forjada de amor, respeto y admiración.  Esta conexión le da a la pareja una capacidad enorme para confortarse y darse consuelo el uno al otro.  En el mejor sentido, la unión le da a las parejas la habilidad de ver más allá de las diferencias y asirse firmemente ala línea de la vida de la esperanza.  ?Diferente? no tiene porqué significar malo o incorrecto, inferior o deficiente.  Y ?diferente? no tiene que terminar en la ausencia de comunicación y apoyo.
      Todos queremos sufrir de la forma correcta.  Aunque muchas veces los hombres y las mujeres niegan el dolor de sus parejas e intentan legislar cómo ellos tienen que sufrir.  Las mujeres tienden a interpretar a los hombres como que están carentes de emociones y renuentes a expresar verbalmente su angustia.  Para las mujeres, los hombres parecen no tener sentimientos ni palabras.  Pareciera que no tienen lenguaje para el dolor, ni habilidad para poner en palabras a su experiencia.  Las mujeres con frecuencia están desconcertadas cuando ocasionalmente caen las lágrimas silenciosamente durante una película o cuando  interrumpe un rápido sollozo en alguna canción de fondo.  Ellos se preguntan si esa expresión lamento es la suma del alcance de su dolor.
      Muchas mujeres hablan sobre sus sentimientos con aparentemente poco esfuerzo.  Ellas parecen dispuestas a compartir abiertamente sus llantos, lágrimas y sollozos.  El dolor raramente es inhibido; más bien, muchas mujeres tienden a expresarlo exterior y públicamente.  Las acciones de las mujeres parecen estar basados completamente en contraste a la aparente imperturbabilidad y falta de sentimientos de los hombres, lo cual las mujeres perciben como una evidencia de que a los hombres simplemente no les importa.  Las mujeres concluyen en que los hombres son tan fríos y tan duros como negros barrotes de prisión.  Justificado o no, ellas declaran que los hombres son insensibles e incapaces de amar verdaderamente.
      Los hombres tienden a sentirse tan confundidos con la forma de sufrir de las mujeres.  Muchos hombres crecen cansados de lágrimas y llantos y reprenden a sus parejas a lo que ellos se refieren como dolor auto infligido.  Aparentemente, no están inclinados a permitirse ellos mismos de una manera similar, estos hombres se distraen a sí mismos de su dolor para poder continuar con sus trabajos o sus vidas.  Para que no los controle el dolor, ellos trabajan para fortalecerse en contra de sus frágiles emociones y para mantener su dolor en privado.  Estos hombres se cuestionan por qué su pareja refunfuñan e insisten en insisten en contar y volver a contar su tragedia.  Los hombres saben que la historia está grabada por siempre en las paredes de sus mentes; no necesitan que se los estén recordando.  Finalmente, muchos hombres se enfadan o desilusionan cuando sienten que fallado al reparar el enorme vacío que hay en el corazón de sus parejas.
      Los sexos tienen un lenguaje diferente para el luto.  Las formas en que ellos procesan sus emociones son únicas también.  Los hombres tienden a pensar  la forma de superar el dolor; el intelecto es su guía.  Las mujeres parecen sentir su forma de superar el dolor; la emoción es su piloto.  Muy a menudo los hombres dicen que no tienen palabras para el luto, y se describen como silenciosos.  Es como si los hombres tuvieran una falta de lenguaje universal para transmitir sus sentimientos o darles expresión a sus experiencias.  Ellos se sienten paralizados.  Las mujeres parecen no poder ir más allá de sus sentimientos.  El dolor eclipsa sus vidas.  Muchas nos confían que anhelan acabar con las lágrimas y, de hecho, se sienten envidiosas de que los hombres regresan fácilmente a la acción y siguen con la rutina cotidiana de la vida.
      La incongruencia en la forma de sobrellevar el luto entre los hombres y las mujeres claramente inflingen pérdidas en las relaciones.  El divorcio, la separación y la discordia marital son extremadamente altos entre aquellos que han experimentado una pérdida o dolor.  La mayoría de las mujeres sinceramente quieren abrirse paso a través de su pareja para saber, qué o si hay algo en su corazón.  La mayoría de los hombres también concuerdan en que quieren dejar las farsas y por una sola vez sentirse comprendidos en su dolor.  Todos nosotros tenemos el derecho de estar de luto tanto y tan fuerte como lo necesitemos.  A través de la íntima conexión con nuestra pareja, tenemos un lugar en donde podemos encontrar un apoyo auténtico, validar nuestros sentimientos y darnos permiso el uno al otro para sufrir a nuestra propia manera y de acuerdo a nuestro tiempo.

Concéntrese en las posibilidades
Los hombres y las mujeres pueden caminar juntos en pena.  Como íntimos, podemos empezar a comprendernos el uno al otro mucho más.  Cuando las mujeres se concentran en todas las formas posibles que existen del dolor, ellas pueden ser testigos del coraje de su pareja.  Ellos pueden experimentar la importante desesperación del otro, no solamente estremecerse ante su enojo o su rabia.  Si enfocamos nuestro dolor como pareja íntima, nuestras conciencias se infunden con respeto, empatía, comprensión y confianza.  Como una estrella polar brillante en el cielo de la noche, estos valores pueden guiarnos a pasar nuestras dudas y miedos y guiarnos más allá de las restricciones que nuestras expectativas y perjuicios nos dan.  Nuestra unión íntima nos recompensa con una apreciación de nuestra singularidad y una sensación de buena fortuna por la fuerza que cada compañero le da al viaje a través del luto.
      Cuando las mujeres se concentran en las posibilidades en su relación, ellas expanden su potencial para sanar.  A través de una nueva comprensión, ellas ganan fuerza y esperanza para combatir la carga y la desolación del dolor.  Estar de luto es una experiencia horrenda hecha mucho peor cuando la relación íntima se hace corta y el confort y el apoyo que tanto se necesitan están ausentes.  Abrir la mente uno del otro a nuevas otras posibilidades permitirá que la intimidad crezca.
      El dolor no distingue géneros.  Los hombres sí sufren.  El suicidio de un niño, el comienzo de la demencia en un padre y la inminente pérdida de trabajo son eventos que te devastan la vida.  Aunque sus sentimientos y palabras parezcan incongruentes para muchas mujeres, los hombres experimentan un nivel de angustia y desesperación que reflejan eso de las mujeres.  El hecho de que muchos hombres deciden no hablar sobre sus sentimientos, no significa que no tengan sentimientos, sino que no tienen palabras para expresar sus sentimientos ante la cara sin sentido e incomprensible de una tragedia.  Los hombres están en una doble obligación.  Les pedimos que honren el código masculino protegiéndonos y defendiéndonos, aunque también les exigimos que ellos sean tiernos y sensibles.  Nosotros les decimos a los niños que dejen que mamá les dé un beso para curar sus heridas, aunque los reprendemos cuando no son fuertes cuando sus amigos o hermanos se burlan o lo molestan.  Con mucha frecuencia, se encuentran atrapados en el medio.
      A través de nuestro amor y preocupación el uno para el otro, encontramos el coraje, la paciencia y la compasión para reconocer y respetar nuestro dolor en común.  La reciprocidad nos anima a liberarnos el uno al otro para poder llevar el luto a nuestra propia manera y a nuestro propio paso.  Esto nos permite dar un apoyo auténtico de una manera que no aprieta, permite o crea una dependencia.  El dolor no debe ser un punto de división, sino un punto de conexión.

Sociedad de Ayuda al Viajero en los Bardos

http://bardoworks.org/lrs.htm

Nuestra Misión:
La Sociedad de Lectores del Laberinto fue fundada en 1974 para mantener vivo el arte de guiar a un individuo por el estado de Tránsito entre la muerte y el renacimiento. En España esta sociedad es conocida como la Sociedad de Ayuda al Viajero en los Bardos.

Esta Sociedad ofrece cursillos y talleres sobre cómo hacerse comadrona terminal — y también proporciona el servicio de leer para aquéllos que están muertos o que se encuentran en el proceso de morir. 

¿Quién o qué es un Lector del Laberinto?
Un Lector del Laberinto es un persona que ha sido instruida en la antigua tradición de guiar al Ser por el estado de entre vidas — una práctica que ha existido en todas las culturas por todo el mundo; ejemplificada por el Libro Tibetano de los Muertos, el Libro Contemporáneo de los Muertos, el Libro Egipcio de los Muertos, y el Calendario de Los Pastores. Esta tradición es una tradición oral, (lo que significa que las instrucciones se leen en voz alta), que da instrucciones especiales en intervalos específicos con el propósito de guiar al individuo a través del tránsito o, si es posible, desde el momento de la muerte hasta la Liberacíon.

La muerte es una función de la vida. Preferimos no ignorar esta faceta muy importante de la vida. El propósito de un lector es ayudar al individuo a hacer el tránsito a través del proceso de morir. La Sociedad de Ayuda al Viajero en los Bardos trabaja con el texto actualizado para el siglo XXI: el Libro Contemporáneo de los Muertos de E.J. Gold.

¿Qué es una Comadrona Terminal?
Igual que el parto natural prepara la futura mamá para las sensaciones, tensiones y alegrías del parto, una Comadrona Terminal prepara los pacientes terminales para su muerte inminente y experiencia de tránsito. Al saber que la experiencia después de la muerte es una para la que la mayoría de la gente no está preparada, los pacientes terminales aprenden a considerar su vida sin remordimientos, preparándose para la transición final. Los talleres y la instrucción para la Comadrona Terminal incluyen técnicas exactas para afrontar la experiencias después de la muerte.

¿Quién puede aprender a ser un Lector del Laberinto?
Nuestra expreiencia nos indica que cualquier persona que tenga un interés sincero en hacerse Lector del Laberinto es capaz de desarrollar las habilidades y aprender el arte de serlo. Te invitamos a contactarte directamente con nosotros para recibir más información sobre cómo puedes llegar a ser un Lector del Laberinto.

Los miembros de la Sociedad de Ayuda al Viajero en los Bardos ofrecen cursillos e instrucción en persona o vía internet, haciendo que estas enseñanzas lleguen a todas partes del planeta.

NECROSALES: Discurso Fúnebre y Libro de Los Muertos

NECROSALES
Yálemos
Discurso Fúnebre y Libro de Los Muertos

No podré morir con lo que de la vida sueño, pero podré vivir con lo que de la muerte sueño: Un despertar (montedeoya, Madrid, 1996)
Estimado amigo:

Los Necrosales (discurso fúnebre y libro de los muertos) se apoyan en una única convicción: la persistencia del Hombre, consciente, autónomo y vivo, más allá de la muerte de un cuerpo físico, y su único objetivo es facilitar su desenvolvimiento tras la muerte del cuerpo físico. La verdad que ellos exponen, reclaman y celebran es propiedad de todos; no pertenecen o están adscritos o son parte alguna de ninguna religión en particular, aunque pueden ser un complemento de cualquier rito fúnebre de cualquiera de ellas. Esta verdad (que para la gran mayoría sólo podrá ser comprobada tras su muerte) es, más que confortante y esperanzadora, una obligada cita con nuestra más íntima verdad: el reconocimiento de nuestro verdadero Ser, de la herencia que a todos pertenece: nuestra inmortalidad más allá de la carne.

Su lectura pretende ayudar, tanto a nosotros mismos (reforzar nuestra consciencia del Ser, nuestra inmortalidad y nuestra comunión con todos los Seres Humanos) como a aquellos que han muerto para nuestro mundo (ayudarles a “despegarse” de sus ataduras físicas y a reconocer su verdad y permanencia más allá de la muerte del cuerpo físico).

Su estructura está desarrollada de la siguiente manera:

1º Una ceremonia inicial de apertura que permita “armonizar” y “sintonizar” los pensamientos y deseos con el sentir de los necrosales y la importancia y gravedad del aspecto a tratar. Deberá ser celebrada en las primeras 24 horas de acaecida la muerte y puede ser incorporada a cualquier ceremonia fúnebre tradicional.
2º Una selección de 22 Necrosales (12 Iniciales y 10 Ceremoniales Clásicos) que podrán ser incluidos en la parte final de la ceremonia (uno, dos, tres o cuantos deseen los familiares o el lector encargado en caso de ausencia de éstos; esto vale para todos los demás necrosales excepto para los rituales).
3º Una selección de 20 Necrosales Directores para atraer la atención del fallecido (Ser, Ente, Alma, Espíritu, Esencia, Yo superior; deberá elegirse la palabra que más se acomode a las creencias de la familia o del fallecido); elegir un número suficiente acorde con las creencia expresadas por el fallecido o por la familia; cuanto mayor haya sido (o sea) el rechazo a una “vida más allá de la muerte” más oportuno será elegir un número mayor de estos necrosales.
4º Una selección de Necrosales Especiales distribuidos de la siguiente forma:

A. 10 necrosales en caso de muerte por suicidio.
B. 10 necrosales en caso de muerte múltiple.
C. 5 necrosales en caso de muerte y ausencia del cuerpo físico o cadáver.
D. 5 necrosales en caso de muerte de un desconocido (“NN” o “no name”).
E. 5 necrosales en caso de muerte de un personaje famoso.

5º Una selección de 10 Necrosales para el Duelo (período de aflicción o tristeza que sigue a la pérdida de un ser querido).
6º 3 series de 7 Necrosales Rituales para ser leídos por 6 personas y de frecuencia diaria.

Tanto los necrosales directores como los especiales se deberán empezar a leer al terminar la ceremonia; los necrosales para el duelo son para leerlos durante este período (cuantas veces se desee y el tiempo que se desee).

Las 3 series de 7 necrosales rituales deberán ser leídos un mínimo de 3 veces diarias; aunque idealmente se requieren 6 personas para su lectura -y el que empieza deberá terminar su lectura en cada serie-, podrán ser leídos por cualquier número de personas inferior a 6; en caso de ser el número mayor de 6, los demás acompañarán al grupo de 6 leyéndolos en voz baja. Este grupo de personas “lectoras” de necrosales rituales día a día son conocidas como el “Club de Lectores”.

Espero que estos 108 necrosales sean de vuestro beneficio y del de vuestros seres queridos.

montedeoya (J. Montoya Carrasquilla)
Nishamakarma – Madrid, 1996