Respaldo de material de tanatología

Duelo en tercera edad (RIAD, Red Iberoamericana de Intervención en Duelo)

La ternura es más fuerte que la dureza.

El agua es más fuerte que la roca.

El amor es más fuerte que la violencia.

Herman Hesse

En generaciones pasadas, cuando las condiciones sociales, ambientales, nutricionales, médicas y tecnológicas eran bien distintas, los padres contaban por lo menos con la muerte de uno de sus hijos en sus primeros años de vida, y en cierto modo estaban preparados para aceptarla como algo inevitable, circunstancia que aún sigue estando presente en algunos países menos desarrollados. En la actualidad, el mejoramiento de las circunstancias antes descritas y el envejecimiento progresivo de la población ha hecho que la aflicción alcance a los abuelos.

Su pena presenta características especiales: el dolor y la angustia suelen tener un origen triple:

  1. Se afligen por su nieto (a).

  2. Por su hijo (a).

  3. Por ellos mismos.

Por su condición de personas mayores, con experiencia, creen ? ellos mismos y otros – que se deben defender mejor de la angustia producida y servir de ejemplo para el entorno familiar. No obstante, varias circunstancias pueden hacer que se experimente un profundo fracaso en su rol de abuelos y padres:

  1. Sentimientos de culpabilidad y agresividad secundaria al no reconocer ellos mismos y sus hijos los síntomas en el enfermo, o por el descuido presentado en casos accidentales;

  2. Trastornos en el rol que venían asumiendo y que habían integrado en su propia existencia como una de las tareas clásicas de su ciclo vital;

  3. Fenómenos de incapacidad e impotencia en relación a uno cuidados de fase final más complicados;

  4. Trastornos físicas concurrentes en ellos, con la consiguiente incapacidad material o emocional para contribuir al cuidado del nieto.

Las manifestaciones de la aflicción en el adulto mayor no son las mismas que el del adulto más joven. Varias diferencias han sido identificadas:

            (1) La respuesta emocional suele ser menor que en las personas más jóvenes, es decir, hay menos tristeza aparente, culpa consciente, aturdimiento inicial y presencia de negación, no obstante, hay más síntomas, dolores, cansancios, opresiones, etc. La característica más llamativa es la tendencia a introyectar todo aquello que pueda producir conflictos emocionales y a expresarlo a través de quejas físicas (somatizar), circunstancia que popularmente se reconoce en la expresión: “la procesión se lleva por dentro”. Esta situación puede ser particularmente compleja y delicada para el anciano con enfermedad crónica concurrente. A menudo, el inicio o acentuación de una enfermedad empieza en el tiempo del duelo. Así, su expresión emocional (es decir, el “como lo lleva” o “lo muestra”) no es una forma adecuada para evaluar la necesidad o no de ayuda.

            (2) Tendencia a la idealización de la persona fallecida o de la parte/función corporal perdida (por ejemplo, una pierna, una mano).

            (3) Presencia de mayor irritabilidad , especialmente hacia aquellas personas más parecidas al difunto.

            (4) Aislamiento social más pronunciado que en los sujetos más jóvenes.

            (5) La energía necesaria para la adaptación a una vida sin el difunto puede ser tan grande que la tarea sea considerada abrumadora y desanime al anciano a continuar el proceso; la incapacidad física de muchos adultos mayores (p.ej., por osteoartrosis, prótesis de cadera, disfunción cardíaca, etc.) puede obstaculizar la reconstrucción de las interacciones sociales tan necesarias para la recuperación.

            (6) El logro de las tareas del duelo toma más tiempo.

A la hora de evaluar el desarrollo del proceso de recuperación del adulto mayor es muy importante el reconocimiento de estas diferencias. La mayor fragilidad corporal y la tendencia a empeorar o presentarse ciertas enfermedades durante este período, hacen muy oportuno que la persona acuda con más frecuencia al médico, particularmente durante el primero y segundo año del fallecimiento.