Híbrido
Keith Laumer
Hybrid, © 1961 by Mercury Press Inc. (The Magazine of Fantasy and Science Fiction, Noviembre de 1961). Traducción de José Ma. Pomares en Ciencia Ficción Selección-24, Libro Amigo 425, Editorial Bruguera, Agosto de 1976.
Plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo… En cierto modo, en el siguiente relato encontrará estas tres cosas ?y algunas más? fundidas en una.
En las profundidades del suelo del planeta, pequeñas raíces más resistentes que cable de acero sondeaban entre cristalinas partículas de arena, a través de compactas vetas de arcilla y capas ligeras de pizarra, buscando y descartando elementos inservibles, en busca del calcio, el hierro y el nitrógeno.
Aún más abajo, un sistema secundario de raíces rodeaba y sujetaba la superficie masiva del lecho de roca. Los zarcillos sensores controlaban la más diminuta vibración de la costra planetaria, las rítmicas presiones de la marea, el peso estacional de la capa de hielo, los pasos de las criaturas salvajes que cazaban bajo la enorme sombra del gigantesco árbol Yanda.
En la superficie, muy por encima, el inmenso tronco macizo como un acantilado, con su vasta circunferencia anclada por poderosos contrafuertes, se elevaba más de ochocientos metros sobre la prominencia, extendiendo sus enormes ramas bajo la blanca luz del sol.
El árbol sólo muy remotamente captaba el movimiento del aire sobre las pulidas superficies de innumerables hojas, el estremecido intercambio de moléculas de agua, bióxido de carbono y oxígeno. Reaccionaba automáticamente a las débiles presiones del viento, estirando las ramas más delgadas para mantener cada hoja en un ángulo constante con respecto a la radiación que se abría paso a través del complejo follaje.
El largo día seguía avanzando. El aire fluía siguiendo intrincadas pautas; en la subestratosfera, la radiación aumentaba y disminuía al impulso de las masas de vapor, las moléculas nutritivas se movían a lo largo de los capilares; las rocas crujían suavemente en la obscuridad, bajo las pendientes sombreadas. En la invulnerabilidad de su masa titánica, el árbol dormitaba en un generalizado estado de con¬ciencia de bajo nivel.
El sol se movía hacia el Oeste. Su luz, filtrada a través de un creciente espesor de atmósfera, era ahora de un amenazador color amarillento. Las nervudas ramas giraban, siguiendo a la fuente de energía. Con una cierta somnolencia, el árbol replegó sus bro¬tes más tiernos ante el creciente frío, ajustando su temperatura y su pérdida de humedad, así como su receptividad a la radiación. Mientras se iba quedan¬do dormido, soñó en el lejano pasado, en aquellos años de libre migración por la plataforma fáunica, antes de que el instinto de enraizar y crecer le hubiera llevado hasta allí. Recordó el bosquecillo de su juventud, el árbol patriarcal, los hermanos-espora.
Ahora ya era de noche. El viento estaba aumen¬tando. Una poderosa ráfaga se abalanzó contra el pesado obstáculo del árbol; las grandes ramas crujieron, resistiendo; las estremecidas hojas se ensortija¬ron, apretándose contra la lisa corteza.
Desde el profundo subsuelo, las fibras abrazadas a las rocas transmitían información que era compa¬rada con las impresiones procedentes de las distan¬tes superficies de las hojas. Se estaban produciendo grandes vibraciones procedentes del noroeste; la humedad relativa estaba aumentando, mientras que la presión del aire disminuía… Se formaba un esquema de la situación, señalizando peligro. El árbol se agitó; un temblor recorrió el poderoso sistema de ra¬mas, sacudiendo los frágiles cristales helados que habían empezado a formarse sobre las superficies en sombra. Se dio la alerta en el corazón-cerebro, disipando el eufórico sueño. Poco a poco, las facultades dormidas desde hacia tiempo empezaron a entrar en juego. El árbol se despertó.
Instantáneamente, captó la situación. Una tormenta se acercaba desde el océano… un gran tifón. Ya era demasiado tarde para tomar medidas efectivas. Ignorando el dolor producido por la desacostumbrada actividad, el árbol envió nuevas raíces de choque… cables de siete centímetros de diámetro, tan fuertes como el acero… para que se agarraran a los grandes bloques de roca situados cien metros al norte de las raíces extremas.
No había otra cosa que pudiera hacer el árbol. Impasiblemente, esperó la violenta embestida de la tormenta.
?Hay una tormenta allá abajo ?dijo Malpry.
?No te preocupes, la sortearemos.
Gault manejó los controles, con los ojos fijos en los cuadrantes.
?Alejémonos y hagamos luego una nueva aproximación ?dijo Malpry, estirando el cuello desde su plataforma de aceleración.
?Cállate, yo dirijo este trasto.
?Encerrado en él con dos locos ?se lamentó Malpry?, tú y ese rastrero.
?Yo y ese rastrero nos estamos cansando de escuchar a un bicho como tú, Mal.
?Cuando descendamos, Malpry, arreglaremos cuentas allá afuera ?dijo Pantelle?. Ya te he dicho que no me gusta que me llames ?rastrero?.
?¿Volvéis a empezar? ?dijo Gault?, ¿Ya os habéis curado de la última vez?
?No del todo. No parece que me pueda curar muy bien en el espacio.
?Y nada de ajustar cuentas, Pantelle ?dijo Gault?. El es demasiado grande para ti, Mal, déjale en paz.
?Le dejaré en paz ?murmuró Malpry?. Tendría que abrir un agujero y dejarle en él…
?Guarda tu energía para cuando estemos allá abajo ?dijo Gault?. Si no cometemos ningún error con éste; lo conseguiremos.
?Capitán, ¿puedo hacerme cargo del reconoci¬miento en el campo? Mi entrenamiento en biología…
?Será mejor que permanezcas en la nave, Pan¬telle. Y no trates de pasarte de listo. Limítate a esperarnos. No disponemos de la fuerza necesaria pa¬ra volver a traerte.
?Eso fue un accidente, capitán…
?No te preocupes más por eso, Pantelle. Quisiste hacerlo bien, pero sólo tienes dos pies y diez dedos.
?He estado trabajando para mejorar mi coordi¬nación, capitán. He estado leyendo…
La nave fue zarandeada como una veleta cuando penetraron en la atmósfera. Pantelle gritó.
?¡Oh, oh! ?exclamó?. Me temo que se me ha vuelto a abrir de nuevo ese codo izquierdo.
?¡No te vayas a desangrar encima de mi, bestia! ?exclamó Malpry.
?¡Quietos! ?dijo Gault entre dientes?. Estoy ocupado.
Pantelle se colocó torpemente un pañuelo sobre el corte. Tendría que practicar aquellos ejercicios relajantes sobre los que había estado leyendo algo. Y pronto empezaría a aumentar definitivamente de peso… y a vigilar su dieta. Y en esta ocasión sería muy cuidadoso y se la haría buena a Gault, en cuanto descendieran.
Ya incluso antes de que aparecieran las primeras señales de daño, el árbol supo que había perdido la batalla contra el tifón. En el respiro que se produjo en el momento en que el ojo de la tormenta pasó sobre él, comprobó los daños. No recibió ninguna respuesta del cuadrante nororiental de la red sensorial, donde las raíces habían sido arrancadas de la superficie de las rocas; las propias raíces extremas se agarraban ahora a la piedra pulverizada. Mientras que la fibra casi indestructible del árbol Yanda había resistido, el granito había fallado. El árbol estaba condenado como consecuencia de su propia masa.
Sin compasión alguna, la tormenta volvió a atacar, tronando desde el sudoeste para asaltar al árbol con una ciega ferocidad. Los cables de choque se rompieron como si fueran hilos de telaraña; los grandes bloques de roca crujieron y se partieron, con detonaciones que se perdieron entre el bramido del viento. En el tronco aumentaban las presiones de un modo agónico.
A casi cuatrocientos metros al sur de la raíz base, una hendidura abierta en la empapada vertiente empezó a aumentar de tamaño. El agua, arrastrada por el viento, se introdujo en ella, ablandando el suelo y haciendo que millones de diminutas raíces perdieran su asidero. Después, las raíces más grandes empezaron a moverse y a resbalar…
Mucho más arriba, la majestuosa copa del árbol Yanda se sometía imperceptiblemente al irresistible torrente de aire. El gigantesco contrafuerte del norte, forzado contra la piedra que se extendía por debajo crujió cuando se colapsaron las torturadas células y después estalló con un demoledor estruendo audible incluso por encima de la tormenta. Por el sur abrió un gran arco de tierra, dejando expuestas las raíces y una enorme caverna.
La tormenta siguió su curso, atronando la pendiente, dejando tras si un reguero de escombros destrozado y de lluvia torrencial. Una última y vengativa ráfaga azotó las ramas en un frenesí final; después, vencedora se marchó.
Y en el devastado promontorio, la magnífica masa del antiguo árbol, inclinada con la inercia incapaz ya de resistencia, terminó por desplomarse acompañada por el enorme estruendo de todos sus tendones partidos y desgarrados.
Y en el corazón-cerebro del árbol, la conciencia se fue apagando, acompañada por el insufrible dolor de la destrucción.
Pantelle descendió por la puerta abierta y se apoyó contra la nave para recuperar su ritmo respiratorio. Se sentía mucho mas débil de lo que esperaba. Aunque la suerte parecía venirle en pequeñas dosis, aquello le haría tener que volver a empezar con su programa de aumento de peso. Y aún no se sentía preparado para entendérselas con Malpry. Pero en cuanto tuviera un poco de alimentos frescos y de aire puro…
?Estos se pueden comer sin peligro ?dijo Gault, limpiando la aguja analizadora sobre su pantalón y volviendo a guardársela en su bolsillo.
Extendió dos grandes frutos rojos a Pantelle.
?Cuando termines de comer, Pantelle, será mejor que consigas algo de agua y limpies el interior. Mientras tanto, Malpry y yo daremos un vistazo por ahí.
Los dos se alejaron. Pantelle se sentó sobre la hierba primaveral y mordió la esfera, del tamaño de una manzana. Pensó que la textura de aquella fruta le recordaba la del aguacate. La piel era dura y aromática; posiblemente se trataba de un acetato natu¬ral de celulosa. No parecía haber semillas. Si era ése el caso, aquello no sería propiamente una fruta. Resultaría interesante estudiar la flora del planeta. En cuanto regresara a casa tendría que apuntarse a un curso de botánica en E. T. Probablemente, iría a Heidelberg o a Uppsala, y asistiría a cinco conferencias dadas por eminentes profesores. Tendría un pequeño y agradable apartamento ?dos habitaciones serían suficientes? en la parte vieja de la ciudad, y por las tardes se reuniría con los amigos para discutir ante una botella de vino.
Sin embargo, aquellos pensamientos no contribuían en nada a realizar el trabajo. Había un centelleo de agua al otro lado de la pendiente. Pantelle terminó su comida, recogió los cubos y se puso en marcha.
?¿Por qué tenemos que salir fuera? ?preguntó Malpry.
?Necesitamos el ejercicio. Pasarán cuatro meses antes de que podamos tener otra oportunidad.
?¿Qué somos, turistas que hemos venido a disfrutar del panorama? ?preguntó Malpry, deteniéndose, apoyándose contra una roca y respirando con dificultad. Se quedó mirando hacia arriba, el cráter y las enmarañadas raíces y, más allá, hacia la extensión de enormes ramas del árbol caído, que parecían como un bosque.
?Esto hace que nuestros secuoyas parezcan simples arbustos ?dijo Gault?. Ha tenido que ser la tormenta. La que hemos evitado cuando veníamos hacia aquí.
?¿Y qué?
?Una cosa tan grande… tendría que sugerirte algo.
?¿Hay algún dinero en ello? ?preguntó Malpry con un gruñido.
Gault le miró agriamente.
?Ya entiendo. Tenemos que ir hacia allá. Sigamos.
?No me gusta la idea de dejar al rastrero allá solo, con la nave.
?¿Por qué no dejas tranquilo al muchacho? ?preguntó Gault, mirándole con severidad.
?No me agradan los locos.
?No juegues conmigo, Malpry. Pantelle es muy inteligente… a su manera. Quizá sea eso lo que no puedes perdonarle.
?Me pone fuera de mí.
?Es un buen muchacho. No quiere hacer ningún daño…
?Ya ?dijo Malpry?. Quizá no quiera hacer ningún daño… pero no es bastante…
Tras el delirio de la gran conmoción sufrida, la conciencia fue volviendo lentamente al árbol. Las señales externas fueron penetrando a través de los impulsos hasta los sentidos semiparailzados…
»Presión de aire, cero; disminuyendo… presión de aire, 112, aumentando… presión de aire negativa…
»Gran temblor de radiación desde… Gran temblor de radiación desde…
»Temperatura 171 grados; temperatura ?40 grados; temperatura 26 grados…
»Intensa radiación sólo en el azul… sólo en el rojo… ultravioleta…
»Humedad relativa infinita… Viento desde el nor-noroeste, velocidad infinita… Viento aumentado verticalmente, velocidad infinita… Viento desde el este, desde el oeste…?
El árbol no comprendía las informaciones procedentes de los nervios-troncos, por lo que concentró su atención, dedicándola al concepto de la situación más inmediata. Una breve valoración fue suficiente para revelar la amplia extensión de su ruina.
No había razón alguna para intentar una amplia supervivencia personal. Sin embargo, tenía la necesidad de tomar ciertas medidas inmediatas para ganar tiempo y favorecer la propagación de esporas de emergencia. Inmediatamente, la mente del árbol desencadenó el síndrome de supervivencia. Las redes capilares sufrieron un espasmo, obligando a los jugos vitales a acudir al cerebro. Las hélices sinápticas se dilataron, elevando la conductividad neurológica. Poco a poco, la conciencia fue extendida al sistema de fibras mayores, después a los filamentos individuales y finalmente a las entretejidas redes capilares.
Allí se produjo la turbulencia de las moléculas de aire chocando contra los tejidos rotos, mientras la luz impregnaba las superficies expuestas. Los filamentos microscópicos se contrajeron, cortando la pérdida de fluido a través de las heridas.
Ahora, la mente del árbol pudo concentrar toda su atención en examinar la infinitamente complicada matriz celular. Allí reinaba la confusión de amidas; sin embargo, había un cierto orden en el incesante y continuo movimiento de las partículas, en el fluir de los líquidos, en las complejidades de la espiral alfa. Delicadamente, la mente del árbol ajustó el mosaico funcional, preparándose para la generación de esporas.