Respaldo de material de tanatología

Dime como te mueres.

Dime como te mueres.

Zarina Moderador  Enviando en: viernes, 27 de junio, 2003 – 03:12 pm

Cambiar la muerte es cambiar la vida
Edgar Morin

O, como decía Heidegger, el hombre es un ser-para-la-muerte», y Unamuno que el hombre es el único animal que entierra a sus muertos o el «morir, dormir, tal vez soñar» de Hamlet o que la muerte, lo más natural del hombre, dice el mismo Edgar Morin, es también lo más imbuido de símbolos, de discursos, es decir, lo más cultural, junto con la reproducción y la alimentación. Y Óscar de León: «Ahora nadie se muere de amor».

La muerte es un fenómeno definitorio del que el hombre no se repondrá nunca, con sus aparatos ceremoniales o sus catedrales intelectuales para recubrirla, como las ostras con perlas un cuerpo extraño.

La muerte es inconcebible, el máximo disparate y también la máxima sensatez, si se la compara con el disparate todavía mayor de la inmortalidad. Por eso nacimos con la muerte a cuestas. La representación de la muerte transcurre por cada espacio del tejido social y le da forma y sentido.

No se trata de volver al viejo universo español que determinaba otrora entre nosotros, sus herederos, un duelo perpetuo y solemne, en que la muerte era el espectáculo por excelencia y los lutos se superponían unos a otros como capas arqueológicas. Venía «el hombre de las sillas negras» , se sustituían las cortinas de colores por colgaduras negras y el retrato del finado se atravesaba con una banda negra. Ese patetismo católico, en su versión española, no nos dejaba vivir porque convertía la vida entera en prefacio de la muerte, umbral de la «Verdadera Vida». Se vivía en la muerte, para la muerte, como Heidegger, porque nadie había descubierto la liberación que encontró aquel cantante de protesta alemán oriental ?de cuando había una Alemania que era oriental y hasta democrática según parece?, que dijo: «Yo creo en la vida antes de la muerte».

Nuestro proyecto es otro: el respeto por los muertos implica el respeto por los vivos, que morir no sea una contingencia miserable de atracador drogado, ni un arreglo de oscuras cuentas, ni en una autopista sin elementales normas de seguridad o a manos de un policía sicópata. Que si nos toca morir en violencia, que al menos se nos permita la alternativa del héroe, para merecer los héroes, o que si vamos a morir en paz, que se nos permita la muerte del sabio y del digno, para merecer a los sabios y a los dignos.

Ya que no podemos evitarla, porque finalmente forma parte de la vida, que tengamos alternativas mejores que la muerte clínica o el asesinato sin relieve en el país que nos han hecho un puñado de audaces sin escrúpulos, asesorados por pragmáticos ineficaces.

Es un proyecto por el que vale la pena morir

Zarina Moderador Enviando en: viernes, 27 de junio, 2003 – 03:18 pm

Canto a los hijos en marcha

Madre, si me matan,
que no venga el hombre de las sillas negras;
que no vengan todos a pasar la noche
rumiando pesares, mientras tú me lloras;
que no esté la sala con los cuatro cirios
y yo en una urna, mirando hacia arriba;
que no estén las mesas llenas de remedios,
que no esté el pañuelo cubriéndome el rostro,
que no venga el mozo con la tarjetera,
ni cuelguen las flores de los candelabros
ni estén mis hermanas llorando en la sala,
ni estés tú sentada, con tu ropa nueva.
Madre, si me matan,
que no venga el hombre de las sillas negras.

Lléname la casa de hombres y mujeres
que cuenten el último amor de su vida;
que ardan en la sala flores impetuosas,
que en dos grandes copas quemen melaleuca,
que toquen violines el sueño de Schumann;
los frascos rebosen de vino y perfumes;
que me miren todos, que se digan todos
que tengo una cara de soldado muerto.

Lléname la casa de flores regadas, como en una selva.
Déjame en tu cuarto, cerca de tu cama;
con mis cuatro hermanas, hagamos consejo;
tenme de la mano, tenme de los labios,
como aquella noche de mi padre muerto,
y al cabo, dormidos iremos quedando,
uno con su muerte y otros con su sueño.

Madre, si me matan,
que no venga el coche para los entierros,
con sus dos caballos gordos y pesados,
como de levita, como del Gobierno.
Que si traen caballos, traigan dos potrillos
finos de cabeza, delgados de remos,
que vayan saltando con claros relinchos,
como si apostaran cuál llega primero.
Que parezca, madre,
que voy a salirme de la caja negra
y a saltar al lomo del mejor caballo
y a volverme al fuego.
Madre, si me matan,
que no venga el coche para los entierros.

Madre, si me matan,
y muero en los bosques o en mitad del llano,
pide a los soldados que te den tu muerto;
que los labradores y las labradoras
y tú y mis hermanas, derramando flores,
hasta un pueblo manso se lleven mi cuerpo;
que con unos juncos hagan angarillas,
que pongan mastranto y hojas y cayenas
y que así me lleven hasta un cementerio
con cerca de alambres y de enredaderas.
Y cuando pasen los años,
tráeme a mi pedazo, junto al padre muerto
y allí, que me pongan donde a ti te pongan,
en tu misma fosa y a tu lado izquierdo.
Madre, si me matan,
pide a los soldados que te den tu muerto.

Madre, si me matan, no me entierres todo,
de la herida abierta sácame una gota,
de la honda melena sácame una trenza;
cuando tengas frío, quémate en mi brasa.
Cuando no respires, suelta mi tormenta.
Madre, si me matan, no me entierres todo.

Madre, si me matan,
ábreme la herida, ciérrame los ojos
y tráeme un pobre hombre de algún pobre pueblo
y esa pobre mano por la que me matan,
pónmela en la herida por la que me muero.

Llora en un pañuelo que no tenga encajes;
ponme tu pañuelo
bajo la cabeza, triste todavía
por la despedida del último sueño,
bajo la cabeza como casa sola,
densa de un perfume de inquilino muerto.
Si vienen mujeres, diles, sin sollozos
?¡Si hablara, qué lindas cosas te diría!
Ábreme la herida, ciérrame los ojos…
Y una palabra: JUSTICIA
escriban sobre la tumba.

Y un domingo, con sol afuera,
venga la Madre y las Hermanas
y sonrían a la hermosa tumba
con nardos, violetas y helechos de agua
y hombres y mujeres del pueblo cercano
que digan mi nombre como de su casa
y alcen a los cielos canto de victoria,
Madre, si me matan.

Autor: Andrés Eloy Blanco.