Enviado: 12/11/2003 5:55
(…) No cabe duda, cada caso es diferente, cada uno necesitamos un amor y una comprensión a nuestra medida. Tienes razón, lo importante no está en las palabras, sino en el espacio que proponen? no lo había pensado así, no es necesario decir nada, y sin embargo dije.
Un día me acerqué a ella y le ofrecí la compañía que aceptó con una sonrisa, como todo lo que hizo, siempre con una sonrisa.
Acostumbrada a ser valiente, calló sus penas muchos años hasta que se encontró conmigo que no sé guardar silencio, pero entonces, a cambio de su confianza, primero agradeció mis voces y luego las exigió.
Nos veíamos una vez por semana, pero no podíamos hablar en medio de la multitud amorosa de la que se rodeó, (a la que le siguió escondiendo siempre sus pesares) así que inventé escribirle.
Cada semana, al despedirnos, le entregaba mi carta y cuando ésta llegó a faltar, me la reclamó con más lamentos que los que expresó nunca por sus dolores.
Mis cartas adivinaban su estado de ánimo, respondían a los gestos que poco a poco aprendí a leer tras la fachada de normalidad y al entusiasmo verdadero con el que se armó para luchar. Las leía y las releía toda la semana, en los momentos de insomnio y en los de desesperación.
A ella no le gustaba que yo callara, necesitaba escucharme (leerme) pintándole el camino, inventándole el camino que, ella y no yo, escogió.
Así que ese día hablé. No estaba preparada, no sabía lo que me diría, nunca conté con el guión correcto, la intuición y el amor me guiaron. Nunca antes había deseado la muerte, la comprendía claramente como una posibilidad, pero no la deseaba. Aquél martes, con una voz casi imperceptible, se quejó por primera vez abiertamente y admitió estar muy cansada, (físicamente) y como te conté antes, a mis ¿Qué quieres, qué retraigo, que necesitas? Contestó: MORIRME, así que la abrazé para no claudicar y le recordé que las alas eran suyas como el derecho de usarlas, que lo hiciera si necesitaba hacerlo y estaba preparada para ello, sin preocuparse por aquellos a quienes dejaba, que unos a otros nos cuidaríamos.
Ella me dio las gracias y tres días después voló libre de dolores y necesito creer que también de preocupaciones (…)