Respaldo de material de tanatología

Nietzsche: la venganza

De: Alias de MSNoleMEW  (Mensaje original) Enviado: 29/03/2004 10:52ç

La venganza

Elementos de la venganza. Se dice tan rápidamente la palabra “venganza” (En alemán Rache): parece como si no pudiera siquiera contener más que una sola raíz conceptual y sentimental. Y por eso no se cesa en el esfuerzo por encontrarla: tal como nuestros economistas nacionales todavía no se han cansado de olfatear una tal unidad de la palabra “valor” y de buscar el originario concepto-raíz del valor. ¡Como si todas las palabras no fuesen bolsillos en los que se ha metido ora esto, ora aquello, ora varias cosas a la vez! Así es también “venganza” ora esto, ora aquello, ora algo más compuesto.

Distíngase por lo pronto ese contragolpe defensivo que se ejecuta casi involuntariamente contra objetos inanimados que nos han herido (como contra máquinas en movimiento): el sentido de nuestro movimiento es el de parar la máquina atajando el daño. Para lograr esto, la fuerza del contragolpe debe a veces ser tan fuerte que destroce la máquina; pero si es demasiado fuerte para que el individuo pueda destruirla en seguida, éste no dejará de asestar el golpe más violento de que sea capaz, por así decir como una última tentativa. Así se comporta uno también contra las personas perniciosas bajo el sentimiento inmediato del perjuicio mismo; si a este acto se le quiere llamar un acto de venganza, sea; sólo pondérese que únicamente la autoconservación puso aquí en movimiento su mecanismo racional y que en el fondo no se piensa al hacerlo en el pernicioso, sino en uno mismo: obramos así sin querer a nuestra vez hacer daño, sino solamente para salvar cuerpo y vida. Se requiere tiempo para pasar con el pensamiento de uno al contrario y preguntarse de qué modo asestar el golpe más eficaz. Sucede esto en la segunda clase de venganza: su premisa es una reflexión sobre la vulnerabilidad y la capacidad de sufrimiento del otro; quiere hacerse daño.

En cambio, el horizonte del que toma venganza encierra tan poco asegurarse a sí mismo contra un perjuicio ulterior que casi regularmente se atrae el ulterior perjuicio correspondiente y con mucha frecuencia se lo encara de antemano con sangre fría. Si en la primera clase de venganza era el miedo al segundo golpe lo que hacía el contragolpe tan fuerte como fuera posible, aquí hay una indiferencia casi total hacia lo que el adversario hará; sólo lo que él nos ha hecho determina la fuerza del contragolpe. ¿Qué nos ha hecho, pues? ¿Y de qué nos sirve que sufra ahora después de habernos hecho sufrir? Se trata de una restauración,  en tanto que el acto de venganza de la primera clase sólo sirve a la autoconservación.

El adversario tal vez nos ha hecho perder propiedades, rango, amigos, hijos: estas pérdidas no son restituidas por la venganza; la restauración únicamente se refiere a una pérdida accesoria  junto a todas las pérdidas mencionadas. La venganza de la restauración no preserva de ulteriores perjuicios, no hace a su vez bueno el perjuicio sufrido; salvo en un caso. Cuando el adversario ha hecho sufrir nuestro honor, la venganza puede restaurarlo. Pero éste ha sufrido en todo caso un daño cuando se nos ha infligido un sufrimiento intencionadamente: pues el adversario demostró con ello que no nos temía. Mediante la venganza demostramos que tampoco le tememos: ahí reside la nivelación, la restauración. (La intención de mostrar la total ausencia de temor va en algunas personas tan lejos que la peligrosidad de la venganza para sí mismas (deterioro de la salud o de la vida, o cualquier otra pérdida) la consideran una condición indispensable de toda venganza. Por eso apelan al duelo, aunque los tribunales les ofrecen su concurso para también así obtener satisfacción por la ofensa; pero no aceptan como suficiente la restauración de su honor exenta de peligros, pues no pueden demostrar su falta de temor.)

En la clase de venganza primeramente mencionada es precisamente el temor el que ejecuta el contragolpe; aquí en cambio es la ausencia de temor la que, como queda dicho, quiere demostrarse mediante el contragolpe. Nada parece por tanto más diferente que la motivación interna de los dos modos de acción que se designan con la palabra “venganza”; y pese a ello, sucede muy a menudo que el que ejerce la venganza no tiene claro lo que a fin de cuentas le ha determinado al acto; quizás aqui asestó el contragolpe por temor o para conservarse, pero luego, cuando tuvo tiempo para reflexionar sobre el punto de vista del honor ofendido, se persuadió de haberse vengado por causa de su honor: este motivo es en todo caso más noble que el otro. En él es además esencial si ve su honor dañado a los ojos de los demás (del mundo) o sólo a los ojos del ofensor: en este último caso preferirá la venganza secreta, pero en el primero la pública. Según su pensamiento penetre intensa o débilmente en el alma del autor y de los testigos, será su venganza más exasperada o suave; si carece por entero de esta clase de fantasía, no pensará en la venganza en absoluto; pues en tal caso no se da en él el sentimiento del honor, ni por tanto el de ofender.

Tampoco pensará en la venganza si desprecia al autor y a los testigos del hecho; pues, en cuanto despreciados, ni pueden darle ni tampoco recibir ningún honor. Por último, renunciará a la venganza en el caso nada infrecuente de que ame al autor: por supuesto, pierde así su honor a los ojos de éste y se hace quizás menos digno de la correspondencia amorosa. Pero renunciar a toda correspondencia amorosa es también un sacrificio al que el amor está dispuesto con tal de no tener que hacer daño al ser amado: esto significaría hacerse a sí mismo más daño que daño hace ese sacrificio. En resumen: todo el mundo se venga, a menos que se carezca de honor o se esté lleno de desprecio o de amor hacia el pernicioso u ofensor. Aun cuando se dirijan a los tribunales, quieren la venganza como personas privadas; pero además, en cuanto hombres de la sociedad que piensan más allá y precavidos, la venganza de la sociedad sobre quien no la honra. Así, el castigo judicial restaura tanto el honor privado como el honor social, es decir, castigo es venganza. Además, se da también en él ese otro elemento de la venganza descrito en primer lugar, en la medida en que a través de él la sociedad sirve a su autoconservación y asesta el contragolpe en legítima defensa.

El castigo quiere evitar el perjuicio ulterior, quiere intimidar. De este modo están realmente asociados en el castigo los dos elementos de la venganza tan distintos, y esto quizás contribuye al máximo a mantener esa mencionada confusión conceptual gracias a la cual el individuo que se venga no sabe habitualmente lo que en definitiva quiere.

Friedrich Nietzsche, Humano, demasiado humano