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El Neopositivismo

Neopositivismo

El neopositivismo o Círculo de Viena surgió en los primeros años de la década de los veinte cuando el filósofo y físico Moritz Schlick ocupó, reclamado por Kiel, la Cátedra de Filosofía de las Ciencias Inductivas de la Universidad de Viena. Animado por un grupo de jóvenes físicos, matemáticos, filósofos y teóricos sociales que ya se reunían en un café en Viena, y entre los que se encontraban Philipp Frank, Herbert Feigl, Hans Hahn, Otto Neurath, se creó con Schlick un grupo de discusión en torno a problemas epistemológicos y cuya pretensión era seguir el camino abierto por el positivismo en muchos de cuyos puntos fundamentales estaban de acuerdo: la defensa del empirismo, el rechazo rotundo de la metafísica y una orientación unificadora de la ciencia en sus lenguajes y en sus métodos.

En torno a este grupo se unieron posteriormente otros estudiosos como Rudolf Carnap y Kurt Gödel y pronto surgieron nuevos grupos en Berlín (Hans Reichembach, Carl Hempel, Olaf Helmer y Alexander Herzberg), ciudad en la que se creó la Sociedad para la Filosofía Científica” y en Inglaterra, grupo de entre cuyas figuras destaca Alfredo J. Ayer.

La sociedades de Berlín y de Viena mantuvieron numerosos intereses compartidos y una rica colaboración que fructificó en la publicación de la revista Erkenntnis, dirigida por Carnap. Otros grupos surgieron en Polonia, pero cuando los nacionalsocialistas subieron al poder y, tras el asesinato de Moritz Schlick a manos de un estudiante nazi, el grupo se disuelve emigrando muchos de sus miembros a Inglaterra y a Estados Unidos, lugar en el que fueron gratamente acogidos por los teóricos del pragmatismo.

En 1939 saldrá a la luz la Enciclopedia internacional de la ciencia unificada, a cargo de Neurath, Carnap y Morris, en la que se recogían y se hacían públicos los trabajos e investigaciones de diferentes científicos y epistemólogos.

Pues bien, a pesar de esta heterogeneidad de grupos, el neopositivismo, denominado también positivismo lógico o neoempirismo se vertebró en torno a ciertas ideas compartidas, como por ejemplo la asunción de las principales tesis positivistas antes mencionadas y la aceptación del empirismo. Sobre este último, los neopositivistas aceptaron la distinción hecha por Hume entre las relaciones de ideas (a priori) y las cuestiones de hecho (a posteriori), distinción que sirvió de base a su epistemología.

Entre otras fuentes cabe destacar la doctrina empiro-criticista de Ernst Mach que afirmaba que los hechos de la experiencia constituían el fundamento último del conocimiento, invalidando toda distinción entre hechos, sobre todo la que diferenciaba entre lo físico y lo psíquico.

Influyeron también en sus ideas las tesis de Bertrand Russell y el primer Wittgenstein. De hecho, cuando fue publicado el Tractatus en 1921, se convirtió en tema principal de discusión para los miembros del Círculo de Viena. Wittgenstein había denunciado que la mayoría de las cuestiones filosóficas, sobre todo las referentes a la metafísica, carecían de sentido si se las examinaba a la luz de un análisis lingüístico. Este postulado fue completamente asumido por la mayoría de los neopositivistas. Moritz Schlick, por ejemplo, aceptó identificar la metafísica con una perversión del lenguaje. Si se parte de la base de que todo conocimiento corresponde y ha de ser vertido en dos tipos de juicio, las cuestiones de hecho, que versan sobre acontecimientos existentes y que son conocidos a través de la experiencia, y las cuestiones de sentido, que son reflexiones y análisis sobre el sentido que damos a los hechos (es decir, se trata de cuestiones meramente lingüísticas que se sustraen a la cuestión de la existencia y que nada pueden decidir sobre ella) habrá que admitir que la metafísica da un paso ilícito al tratar las consideraciones de sentido o los objetos lógico lingüísticos como si fueran cuestiones de hecho o realidades extramentales y extralingüísticas.

La metafísica ha de quedar circunscrita a la esfera de un pseudo-arte, imperfecto y torpe. Audazmente hizo gala Nietzsche de esta intuición cuando escribió su obra Así habló Zaratustra, escrito que por su género se asemeja más a una creación literaria y poética que a un ensayo pretendidamente filosófico.

Ahora bien, el desprecio de la metafísica sirvió para excluir de toda investigación científica todo hecho extralingúístico y para depurar a la filosofía de multitud de pseudoproblemas. Además, esta cuestión entronca con una de las prioridades básicas de los neopositivistas: la afirmación de la necesidad de la unificación de las ciencias, sean cuales fuere sus contenidos disciplinares. Para lograr esta unificación se hacía imprescindible analizar el significado de los enunciados utilizados por ella, así como delimitar y construir un lenguaje propio minuciosamente preciso que desalojara toda ambigüedad y error. Por este motivo el Círculo de Viena hizo un análisis lógico del lenguaje, es decir, de los conceptos y enunciados utilizados por las ciencias que desocultara su sintaxis lógica.

Los neopositivistas sólo aceptan como dotadas de significado las proposiciones analíticas (a priori), que no se refieren a nada real y son propias de la lógica y la matemática, y la proposiciones sintéticas (a posteriori) o verdades de hecho, siempre que éstas sean verificables a partir de la observación directa de lo real.

“Un lenguaje consta de un vocabulario y una sintaxis, es decir, de un conjunto de palabras que poseen significado y de reglas para la formación de las proposiciones. Estas reglas indican cómo se pueden constituir proposiciones a partir de diversas especies de palabras. De acuerdo con esto, hay dos géneros de pseudoproposiciones: aquéllas que contienen una palabra a la que erróneamente se supuso un significado o aquéllas cuyas palabras constitutivas poseen significado pero que, por haber sido reunidos de un modo antisintáctico no constituyeron una proposición con sentido”. (La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje, de Rudolf Carnap, editado en la revista Erkenntnis, 1932).

Ahora bien, las proposiciones analíticas se reducen siempre a una generalización sobre lo aportado por la experiencia, entendida como el único criterio posible de verificación de un enunciado o de un conjunto de enunciados, es decir, una teoría. Así, la proposición “Dios existe” o “el fundamento de todo lo real son las pulsiones inconscientes” son proposiciones carentes de sentido y tan absurdas como lo puede ser la afirmación “César es un número primo”. Este tipo de proposición no es verificable bajo ningún dato de la experiencia.

El problema de la verificabilidad se agudiza cuando se analizan las proposiciones universales, ya que éstas no pueden nunca contrastarse totalmente con lo dado a la experiencia. Por ejemplo, puedo verificar que los mirlos de mi jardín son negros, pero no que todos los mirlos sean negros. La cuestión se vuelve todavía más compleja y abstrusa si lo que se pretende verificar es una hipótesis teórica de la ciencia o una proposición meramente subjetiva, como por ejemplo la afirmación “me duelen las muelas” que, aunque tiene significado, sin embargo no es verificable intersubjetivamente.

Carnap intentó solucionar esto sustituyendo la verificación por la confirmación (una validación parcial y limitada que no anticipa todos los casos futuros) y la traducibilidad (dirigida a aquellas proposiciones cuyos términos no sean observables, pero que han de ser traducibles a elementos sí observables).

Es precisamente sobre estas cuestiones sobre las que surgirá una crítica y un revisionismo de los postulados del neopositivismo, como por ejemplo la desarrollada por Karl Popper, que no admitió la fundamentación empírica ni sus criterios de verificación, reemplazados por él por un concepto negativo, el de la falsación. Actualmente, el debate epistemológico en torno a la verificabilidad de las ciencias y la delimitación de su campo (el problema de demarcación) sigue todavía en plena discusión.

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