Asunto: [duelo-perdida_emocional] AYUDA PARA REMONTAR LAS HORAS BAJAS
Fecha: Miercoles, 20 de Diciembre, 2000 13:24:52 (GMT)
Autor: tdmeseguer
Duelo: ayudas para remontar las horas más bajas
La muerte de una persona querida supone una fuerte carga de estrés que
en el 10% de los casos no llega a superarse
La pérdida de un ser querido es considerada el factor más estresante en
la vida de una persona, especialmente si se produce de forma imprevista
y se trata de un hijo. Aunque no existen apenas datos estadísticos
sobre el duelo, se estima que el 5% de la población sufre anualmente la
pérdida de un ser querido muy cercano. El tiempo medio de duración del
duelo suele ser de seis a 12 meses, pero en el 10% de los casos
persiste más allá de 18 meses y se cronifica. En estos casos, el riesgo
de suicidio o de alteraciones psíquicas es alto. De ahí la importancia
de elaborar y superar este proceso, que es inevitable. Para ello, los
grupos de ayuda mutua pueden ser de gran importancia.
María Dolores perdió a su primogénito, Andrés, de 19 años, en un
accidente de circulación el 20 de diciembre de 1993. Se dio cuenta de
que sin él, su vida no tenía sentido. El camión que arrolló a Andrés
cuando se dirigía a comprar los regalos de Navidad se llevó también por
delante su ilusión por vivir. Permaneció meses sumida en la angustia de
la irreversibilidad de su pérdida hasta que una llamada harto
inoportuna y desagradable la hizo reaccionar. La compañía de seguros
quería saber quién se haría cargo de los desperfectos del camión. “Me
di cuenta de que Andrés ya no estaba, pero la sociedad continuaba sin
él”, recuerda, y acto seguido marcó el número del teléfono de
información de Barcelona y confesó al operador: “Quiero morirme porque
mi hijo Andrés ha muerto y mi vida ya no tiene ningún sentido”.
Las gestiones de aquel telefonista pusieron a María Dolores en contacto
con una madre que también había perdido un hijo y que la escuchó llorar
y desahogarse. Semanas más tarde comenzó a asistir a las reuniones del
Grupo de Duelo, fundado y dirigido por Adela Torras. Son reuniones de
personas unidas por una pérdida dolorosa, que necesitan ayuda para
superar el dolor que causa la muerte. Para superar algo inevitable: el
duelo.
Si en psiquiatría el concepto de duelo alude al conjunto de
sentimientos por la pérdida de seres queridos, el luto representa el
proceso por el que se resuelve el duelo y que incluye una determinada
situación afectiva predominante y una serie de mecanismos psicológicos
que conducen a aceptar la nueva realidad.
Respuesta en ocho fases
En las clasificaciones psiquiátricas, el duelo es un proceso normal,
pero puede convertise en patológico cuando los síntomas son demasiado
intensos e interfieren la vida diaria o cuando se cronifica, es decir,
cuando los síntomas persisten más allá de 18 meses. “En el duelo, la
situación clínica se encuentra a menudo entre lo normal y lo
patológico. La imprecisión y variabilidad de los síntomas hace que se
solape a veces con otros procesos, como la depresión. No hay acuerdo
sobre si tiene que haber o no intervención médica, ni acerca de cuál es
el tratamiento de elección, porque no está claro que mejore el
pronóstico”, afirma Javier García-Campayo, del servicio de Psiquiatría
del hospital Miguel Servet de Zaragoza.
Este psiquiatra, que ha dirigido en Madrid un taller sobre el duelo –
las I Jornadas de Actualización en Medicina de Familia-, sostiene que
las circunstancias del hecho desencadenante y las del individuo son los
dos factores predictivos de la intensidad del duelo. “Está estudiado”,
explica, “que la pérdida de seres queridos es el suceso más estresante
con diferencia para el ser humano. Cuanto más afecte esa pérdida a la
vida diaria del sujeto y cuanto más rápida e imprevista sea la muerte,
mucho mayor será el impacto emocional”. García Campayo describe ocho
componentes del duelo, que pueden presentarse en diferente orden: “En
el inicio aparece el choque, cuya duración e intensidad son mayores
cuanto más imprevista es la muerte. Se acompaña de desorganización en
forma de desesperación absoluta y desestructuración del funcionamiento
vital diario. Le sigue el proceso de negación, por el que la persona se
niega a aceptar esa muerte y trata de actuar como si no hubiese
ocurrido”.
Hay también una fase de depresión, que representa la progresión a una
etapa adaptativa más realista. A veces surge un sentimiento de culpa,
con pensamientos recurrentes, casi obsesivos, en relación con lo que se
podría haber hecho por evitar el suceso, y ansiedad ante los cambios
que acontecerán. Es posible que aparezca también ira hacia familiares o
amigos “por no haber ayudado o por disfrutar de lo que el sujeto ha
perdido”, o hacia el propio fallecido “por haber abandonado a los
supervivientes”. Por último, sobreviene la resolución y aceptación, con
la adaptación a la pérdida y la nueva vida sin él. “Esta fase no
siempre se alcanza o a veces tarda mucho tiempo en llegar, sobre todo
en la pérdida de un hijo, que es el duelo más terrible”, agrega García
Campayo.
Grupos de autoayuda
En el 90% de los casos el duelo se va resolviendo espontáneamente. Sólo
el 10% de los afectados acaba desarrollando cuadros de depresión, a
veces con riesgo de suicidio, y trastornos de ansiedad. En un proceso
normal, la fase aguda del duelo se resuelve entre el primer y el
segundo mes, tiempo en el que se debe haber recuperado el apetito, el
sueño y la capacidad de trabajar. No obstante, según apostilla García
Campayo, cuando transcurren dos o tres semanas tras la muerte y los
síntomas del duelo son muy invalidantes, conviene consultar al médico.
En este punto, también pueden ser muy útiles los grupos de autoayuda,
según coincidieron varios especialistas en las jornadas sobre
Conciencia de la vida y la muerte -organizadas en San Juan (Alicante)
por la Fundación Verde Esmeralda-, porque casi nadie está preparado
para la muerte. Diferentes ponentes insistieron en la necesidad de una
educación integral que prepare también para afrontar este reto. Esta
laguna educativa es la que lleva a la afirmación de que “la vida es una
estafa”, reacción que aparece a veces asociada a la negación, la ira o
la tristeza cuando se anuncia la muerte propia o la de alguien querido.
La negación, muchas veces, comienza antes incluso de la muerte. La
psicóloga Julia López Orozco, impulsora de la Fundación Verde
Esmeralda, destaca la importancia de saber escuchar al enfermo
terminal. A menudo, los moribundos sólo encuentran interlocutores fuera
de su familia. “Una vez vino una señora a Urgencias porque su estado se
había agravado y se sentía triste porque sabía que iba a morir, pero en
cuanto mencionaba el asunto en su casa le decían que seguro que se
pondría mejor. Ella estaba preocupada porque no sabía cómo se iban a
desenvolver su marido y su hijo menor cuando ella ya no estuviera”,
explica.
Cuando la muerte llega y se instala el duelo, más que de superarlo, se
habla de elaborarlo y transformarlo. “El mejor modo de vencer el dolor
es sufrirlo plenamente”, recomienda la doctora en metafísica Angi
Carmelo. No sirve de nada ocultar los sentimientos o construirse una
coraza contra las emociones, porque acabarán aflorando tarde o
temprano. Vivir el duelo de forma adecuada es imprescindible para que
las heridas cicatricen bien.
La pérdida de un hijo, el dolor más terrible y con mayores secuelas
La muerte de un hijo es considerada en todas las culturas un hecho
antinatural, una inversión del ciclo biológico normal. Para el
psiquiatra Javier García-Campayo, la muerte de un hijo representa el
duelo más terrible y doloroso. “El estrés que causa la pérdida de los
hijos”, dice, “es tan intenso que provoca el divorcio en más del 50% de
los casos, sobre todo si había conflictos previos en la pareja. Uno de
los padres tiende a culpar al otro de la muerte del hijo alegando
causas genéticas o falta de cuidado”.
Si es duro saber que una enfermedad incurable ha puesto fecha de
caducidad a la vida de un adulto, cuando esto le sucede a un niño el
proceso adquiere matices insoportables. “No podemos entender por qué ha
de morir un niño”, comenta Marta Trias, enfermera de la Unidad de
Cuidados Paliativos del hospital Sant Joan de Déu de Barcelona. Su
departamento trabaja con niños que se enfrentan al trance de una muerte
segura, pero la mayor parte de su labor se centra en los padres. “No lo
entienden, dicen que no es justo y no pueden aceptar que le haya tocado
a su hijo, que es maravilloso”, cuenta Trias.
Según García-Campayo, el duelo no sólo va asociado a mecanismos
psicológicos, sino que también se producen reacciones biológicas, como
alteraciones en la segregación de la hormona cortisol, que repercuten
en los ritmos biológicos, y un debilitamiento del sistema inmunológico.
De hecho, se observa que en el primer año del duelo aumenta el número
de consultas al médico, aunque no el de hospitalizaciones. Se
incrementa también en estos pacientes el consumo de alcohol, tabaco y
otras drogas. Y entre los viudos mayores de 55 años se observa también
un aumento de la mortalidad.
A juicio de García-Campayo, el tipo de relación con el fallecido es el
principal factor de cronificación del duelo. La ambivalencia afectiva
de amor-odio, la que se tiene, por ejemplo, con un padre maltratador,
con una madre ausente, genera culpa. También puede generar sentimientos
de culpa la ambivalencia dolor/ descanso, en el caso, por ejemplo, de
los hijos o los cónyuges de un fallecido que ha estado largo tiempo
enfermo y dependiente, que muchas veces ha supuesto una gran carga
emocional. La culpa es, según García-Campayo, “más destructiva y suele
estar en la base de la mayoría de los duelos crónicos”. Cuando la
dependencia respecto al fallecido era muy grande y cuando no ha habido
posibilidad de despedida, también aumenta el riesgo de cronificación.