Respaldo de material de tanatología

La New Age

    New Age

    Sus fieles no la reconocen como una religión, contestan que antes bien es una “espiritualidad”; tampoco aceptan ser considerados como una escuela filosófica,
    antes bien prefieren que se lo considere como un camino de “expansión de la conciencia”.

    Por esto, la presentación más acertada quizás sea la que da el Cardenal Danneels: “No es una religión, pero es por lo menos religiosa; no es una filosofía, pero es por lo menos una visión del hombre y del mundo, así como una clave de interpretación; no es una ciencia, pero se apoya en leyes “científicas”, aunque haya que ir a buscarlas entre las estrellas. New Age es una nebulosa que contiene esoterismo y ocultismo, pensamiento mítico y mágico respecto de los secretos de la vida, y una pizca de cristianismo, todo revuelto con ideas que proceden de la astrofísica.”

    Una visión del hombre, del mundo y de la divinidad, con aspiraciones de científica, que puede describirse a partir de un conjunto de pilares o fuentes de inspiración:

    – Una subestructura mítica pretendidamente científica.

    – El recurso a las religiones orientales.

    – La inminencia del “fin de los tiempos”.

    La cosmología de la Nueva Era: una subestructura mítica pretendidamente científica

    La crisis ecológica, el temor a la contaminación radiactiva, las dificultades para controlar y detener enfermedades terminales, la aparición de nuevos problemas como consecuencias no deseadas del progreso tecnológico han sido, entre otros tantos, algunos de los factores determinantes que han conducido a un replanteo del optimismo cientificista que suponía como principio indemostrable que todo podía ser solucionado y alcanzado por el progreso científico.

    Paralelamente, el pensamiento científico se encuentra enredado en un enjambre de teorías e hipótesis, de informes y comunicaciones producto de su propia actividad, que hacen cada día más necesaria la colaboración interdisciplinaria, el acotamiento de los campos de investigación, el fluído intercambio de información.

    Esta colaboración interdisciplinaria ha sido fecunda sobre todo al generar puntos de coincidencia entre áreas del pensamiento científico que en algún momento pudieron considerarse como totalmente diversas. Es así como se han ido tejiendo coincidencias desde campos tan dispares como la física cuántica, la acústica, la neurología, la óptica y la psiquiatría.

    Estos principios de coincidencia han servido básicamente para alimentar y alentar el deseo de reencontrar la primitiva unidad del saber perdida en el proceso de diversificación de las ciencias, pero sobre todo para propiciar la apertura (desdichadamente no siempre encaminada con igual acierto) de las ciencias naturales a lo trascendente, a lo divino, a una visión de totalidad.

    A partir de estos presupuestos se habla de una ‘nueva ciencia’, más humana, más ecológica, cuyos principios fundamentales Josef  Sudbrack sintetiza en dos:

  # La “holonomía”: todo el universo se encuentra regido por un principio de relación recíproca, todo está unido, interconectado, y aún más que eso, cada parte de este universo es en sí misma una imagen de la totalidad; y esto porque el cosmos entero es una unidad compenetrada e influenciada recíprocamente. El todo está en cada uno y cada uno está en el todo. Todos los seres están hermanados y forman una única familia con diferentes grados de evolución. El hombre, no sería más que una parte de ese todo, de esa intrincada y extensa red; un microcosmos que es en sí mismo una imagen acabada de toda la creación.
    Aquí encuentra su fundamento el monismo de la Nueva Era: en definitiva, todo es el mismo ser, la misma imagen, sin distinción.
  # La calidad dinámica de la realidad: todo es un permanente cambio, todo está regido por un movimiento inmanente de evolución, por un principio intrínseco e inevitable de desplegamiento y replegamiento que abarca desde el todo hasta la más ínfima de las partes y que hace que todo intento de comprensión de la
    realidad que no esté regido por la asimilación a este mismo movimiento esté condenado a no ser más que una instancia muy imperfecta de conocimiento. La distancia entre nuestro conocimiento analítico-científico y la realidad sería la misma que hay entre la contemplación de unos fuegos artificiales, y su fotografía.

    Estos dos principios surgen de la extrapolación de elementos tomados de la física atómica, según la cual la realidad última y auténtica del cosmos no está constituída por cosas y cuerpos sólidos tal como podrían hacernos suponer erróneamente nuestra conciencia cotidiana, sino por vibraciones, energías, movimientos ondulatorios. El elemento constitutivo de la materia no es algo sólido sino que son vibraciones.

    De aquí deducen rápidamente que nuestra realidad diaria es sólo apariencia, superficie débil del ser, que en realidad es un todo vibrante. La misma divinidad es interpretada como vibración. Los minerales, los seres vivos, el alma del hombre y Dios en esta interpretación, son todas vibraciones aunque cada una de ellas ”en distintas frecuencias”.

    La Nueva Era elabora así una visión propia del universo, al que considera como una gran masa energética en permanente oscilación, vibración que confunde con la vida y que deja sólo lugar a meras diferencias cualitativas.

    Desde esta perspectiva, los planetas, las galaxias, son seres vivos dotados de afectos y pasiones -vibraciones de frecuencias diversas-, capaces de responder a la agresión o el cuidado de los hombres.

    Por otro lado, esta característica vibracional de todo lo existente, es concebida como una hermandad de origen ya que todo el cosmos está constituído por una misma materia: la vibración primera, divina, de la que todo ha emanado. Todo es variación de una única y primigenia vibración; no hay verdadera distinción entre el ser divino y el ser de las creaturas, no hay un acto creador.

    En estos aspectos, los seguidores de Acuario se manifiestan claramente como continuadores del más antiguo gnosticismo.

    Una teología New Age: el recurso a las religiones orientales

    Detrás de este gran cambio cultural que impulsa la Nueva Era, subyace la necesidad del hombre contemporáneo de alcanzar una síntesis capaz de cubrir sus espectativas en los campos afectivo, intelectual y religioso, desde una perspectiva de unidad. Necesidad que al no encontrar satisfacción, ha generado en la cultura urbana del fin del presente milenio un cúmulo de tensiones de muy difícil resolución fuera del contexto de una fe cristiana integralmente vivida, celebrada y comprendida.

    En realidad, la concepción de la realidad y del hombre propugnada por la Nueva Era es en gran medida es incompatible con la fe cristiana, ya que la New Age busca sus fundamentos en una teología de origen oriental.

    – El concepto de Dios

    El origen de buena parte del esquema conceptual religioso implícito en las propuestas de la Nueva Era puede encontrarse facilmente en las religiones nacidas a las orillas del Ganges, pero interpretadas al modo particular de los occidentales.

    Su concepción de lo divino como un todo impersonal en el que se identifican como en una unidad absoluta el ser y la nada, el dios y la creatura, la luz y la oscuridad, es de origen claramente oriental.

    – La espiritualidad

    De esta concepción de Dios surge una espiritualidad que se funda más en la experiencia sensible que en la razón y que antepone el sentimiento a la verdad. De este modo, la “espiritualidad” queda reducida a la esfera de lo sensitivo e irracional: al “sentirse bien”, a una búsqueda excluyente del propio bienestar individual.

    Así, la oración deja ya de ser un diálogo interpersonal con el Dios trascendente, para convertirse en un mero monólogo interior, en una búsqueda introspectiva del propio yo.

    Lo más profundo del hombre ya no es el “interior intimo meo” de San Agustín, sino el propio yo. Dios no es la Trinidad Personal, sino que se lo hallaría en la inmanencia del propio “sí mismo”.

    El hombre queda así abandonado, en completa soledad ante sí mismo.

    – El pecado

    En la propuesta de la Nueva Era lo humano se confunde e identifica con lo divino, por lo que la realidad del pecado pierde sentido, incluso llega a considerarse al hombre como incapaz de pecar.

    Lo que en una visión más tradicional podría aparecer como pecado es interpretado por la Nueva Era como imperfecciones provocadas por la falta de evolución del individuo, que han de superarse a través de la toma de conciencia de su “yo soy”.

    – La reencarnación

    La evolución de la que se habla, no es por supuesto la evolución personal tal como habitualmente solemos comprenderla, sino una supuesta evolución espiritual que se daría a través de los distintos ciclos del karma, es decir, a través de sucesivas reencarnaciones hasta alcanzar un estado de divinización pleno.

    No hay que olvidar que para la Nueva Era, el hombre es un “espíritu” o energía divina, una partícula del todo cósmico, en contínua evolución hacia la divinización.

    Los “Diez Mandamientos” de la Nueva Era

    1. Tú esperarás con impaciencia la Era de Acuario.
    2. Tú creerás firmemente en la gran mutación.
    3. Despertarás atentamente tu nivel de conciencia.
    4. De tu cuerpo te ocuparás activamente ya que es una parte del todo cósmico.
    5. Tú seguirás a los gurú con respeto.
    6. Creerás firmemente en lo irracional.
    7. Venerarás religiosamente a la diosa Gaia.
    8. Severamente rechazarás las religiones tradicionales.
    9. A los espíritus les hablarás con toda naturalidad.
    10. De la muerte te reirás, serenamente.

    (según Jean Vernette)

    La inminencia del fin de los tiempos

    A los cuatro elementos o pilares enunciados hasta aquí, es oportuno agregar un último ingrediente que es preciso no olvidar al referirnos a la Nueva Era: su tono mesiánico.

    Cada grupo y autor, de modo diverso, ha de hacer referencia – en cualquiera de sus versiones- al fin de la historia, del eón presente, a la catástrofe planetaria o al llamado “plan de evacuación planetaria”.

    En este punto hallamos una gran dispersión de opiniones: desde los que son optimistas y afirman que de un modo u otro el planeta encontrará su equilibrio, hasta los abiertamente pesimistas que consideran casi inevitable destrucción del planeta.

    Es en este punto donde la referencia al fenómeno O.V.N.I. se hace más fuerte y recurrente, ya que se apela a naves y seres extra o intra terrestres para afirmar que estamos siendo custodiados, observados o impulsados en nuestro devenir histórico por una inteligencia ajena a nuestro tiempo y espacio.

    Serían ellos los que con sus enseñanzas guían y advierten al género humano acerca de los cambios por venir, los que intervienen en la historia nuestra autodestrucción, e incluso los que tendrían a su cargo la evacuación del planeta en la eventualidad de un cataclismo planetario.

    Este desarrollo de la referencia a fenómenos extra-terrestres ha llegado ha recubrirse con características casi religiosas: se habla de tener “fe” en los O.V.N.I.s y en los E.T.; se buscan referencias bíblicas de intervenciones similares a las planeadas apelando a la figura de los ángeles.

    A partir de aquí, se ha creado un universo entero de “espíritus ascendidos” con sus nombres, a los cuales se presta veneración y respeto, y cuya enseñanza, supuestamente canalizada a través de diversos “canalizadores”, se adopta como revelación de los dinamismos de la energía divina sobre el destino de la humanidad.

    Basado en http://es.catholic.net/secciones/articulo.phtml?ts=29&ca=593&te=1516&id=15151