Respaldo de material de tanatología

TRIADA TRÁGICA DE LA VIDA: SUFRIMIENTO, CULPA Y MUERTE

Se autoriza el uso de este material citando su procedencia:
Noblejas de la Flor, M.A. (1998). Triada trágica de la vida: sufrimiento, culpa y muerte. NOUS: Boletín de Logoterapia y Análisis Existencial.  (2), 17-38.

TRIADA TRÁGICA DE LA VIDA:
SUFRIMIENTO, CULPA Y MUERTE

Mª Ángeles NOBLEJAS DE LA FLOR

La existencia de todo hombre se encuentra en un momento u otro de su curso con acontecimientos aparentemente negativos que lo enfrentan con sus interrogantes más profundos. Tales acontecimientos se engloban en la terminología logoterapéutica como la “triada trágica de la vida”: el sufrimiento inevitable, la culpa inexcusable y la muerte inevadible.

La pregunta a la que nos enfrenta esta triada es: ¿cómo podemos decir sí a la vida a pesar de todo este su aspecto trágico?. Cuando nos enfrentamos personalmente ante una situación de dolor, culpa o muerte, la sentimos cercana o, incluso, simplemente al reflexionar sobre la presencia en el mundo de estos aspectos negativos, nos preguntamos de una forma o de otra: ¿puede la vida tener un sentido, mantener el sentido en todas sus condiciones y circunstancias? (cfr. Frankl, 1987).

Desde la Logoterapia, centrada en la pregunta sobre el sentido de la vida, postulamos que la vida siempre encierra un sentido, en cualquier circunstancia, por extrema que sea. Y nuestro trabajo consiste en ayudar al descubrimiento de ese sentido.

También de los aspectos negativos, y quizás especialmente de ellos, se puede percibir y vivir un sentido, transformando así tales aspectos en algo positivo: el sufrimiento en una realización y logro humanos, la culpa en oportunidad para aprender, para cambiar a mejor y la muerte en motivación para actuar y vivir de forma responsable.

EL SUFRIMIENTO

Frente a los aspectos trágicos existe siempre la posibilidad de sacar de ellos “el mejor partido posible”. Se trata de vivir un “optimismo trágico”.

Este optimismo trágico se puede aprender de otros que lo viven; es decir, lo aprendemos mediante modelos. No es posible un optimismo por decreto; a nadie podemos ordenar que sea optimista, o que espere contra toda esperanza. El sufrimiento de un homo patiens puede beneficiar a otro, poniendo en marcha su cambio existencial.

En esta línea Fizzotti (1977, 1990) expone cómo la concepción de la Logoterapia sobre el sufrimiento nos presenta los siguientes elementos positivos:

– Prestación: la postura que un enfermo puede adoptar ante su situación tomando posición contra ella al mismo tiempo que la asume con valor y sentido de humanidad. Ello puede constituir un verdadero ejemplo para otros enfermos permitiendo activar todas las posibilidades de significado.

– Crecimiento: asumiendo el propio dolor con dignidad el hombre consigue una fuerza que le permite afrontar las más duras situaciones. Transporta el dolor desde el plano de la facticidad al de la existencialidad.

– Madurez: la persona con el sufrimiento puede alcanzar mayor libertad interior a pesar de la dependencia exterior.

Sin embargo, el hombre no ha de buscar sufrir porque a través del sufrimiento pueda llegar a cotas de realización (mediante la transformación de sí mismo) que no alcanzaría con el trabajo o el amor. Al contrario, está llamado a evitar e impedir el sufrimiento (empeñando su acción en ello) y realizarse por los valores creadores y de vivencia; sólo cuando esto es imposible es invitado a la elevación personal mediante una actitud adecuada en la tribulación.

Así, en una de las ponencias del Primer Encuentro Latinoamericano de Logoterapia (Alfonsín, 1989) leemos:

“Frankl distingue dos clases de sufrimiento: los reparables y los irreparables. En los casos en que el dolor humano es reparable, se da la gran oportunidad de mover todo el potencial de los valores de creación asumidos como valor personal en el mundo; ello evitará que caigamos en una actitud de apatía o de autocompasión y se nos dará la posibilidad de humanizar nuestro entorno. Ante lo irreversible, es preciso darse cuenta de que es posible alcanzar una plenitud humana a pesar del fracaso social, de la enfermedad o de la muerte” (pp. 99).

Elisabeth Lukas (1986) plantea un esquema de la aproximación logoterapéutica al sufrimiento que adjuntamos como Figura 1.

Hoy en día, los mensajes sociales son de huída del sufrimiento y búsqueda de la felicidad. Eso lleva a sentirse el más desgraciado de los seres humanos si tienes algo que la sociedad conceptúa que te aleja de la felicidad.
Así, lo escrito por Frankl en los 80 es válido, e incluso más generalizado a nivel internacional, a finales de los 90:

“Cuando el europeo llega a América, constata con sorpresa cómo se le invita a ser ‘happy’, a ser feliz por decreto. Si tiene motivo para ello, no es necesario que se le ordene; pero si no lo tiene, no es posible forzarlo. Ocurre lo mismo que con la risa: si quiero hacer reír a alguien, debo proporcionarle algún motivo, contándole un chiste, por ejemplo” (Frankl, 1987, pp. 64).

Otra ilusión que se generaliza, basada en la búsqueda de la felicidad, es la vaga idea de que todo puede comprarse. Peor que la sobrevaloración de las cosas materiales es la devaluación de lo inmaterial. Lo expresa con un ejemplo Elisabeth Lukas (1986):

“Una madre que recibe de su hijo mayor un costoso ramo de flores, puede comprárselo ella misma; pero no la visita de su hijo. La percepción de esta fina distinción se ha perdido en gran medida” (pp. 62).

Este contexto de búsqueda de la felicidad potencia la rebelión del hombre ante un destino adverso. Quienes no han aprendido a aceptar lo que les depara la vida (los sucesos inevitables) y creen que pueden tener todo pagando un precio, es muy probable que caigan en la desesperación cuando se enfrentan a un sufrimiento inevitable. Necesitan cambiar la

Figura 1

autocompasión por unas nuevas actitudes hacia su dolor. En una crisis así, el descubrimiento personal de un sentido se convierte en el criterio decisivo en la superación de tal crisis interna.

La Logoterapia nos habla de que la felicidad ha de tener un fundamento del que nazca espontáneamente. La felicidad no ha de perseguirse, no se puede fabricar y cuanto más se persigue, cuanto más se busca por sí misma, menos se alcanza. La base para esa razón para ser feliz está en la voluntad de sentido, como vemos en el clásico esquema logoterapéutico de la Figura 2.

Con un sentido, el hombre está capacitado hasta para el sufrimiento. El encontrar un sentido nos aleja de preguntarle a la vida por qué (por qué me pasa a mí esto, por qué tengo que tener yo este sufrimiento) y nos sitúa en la línea de responder a las preguntas que la vida nos plantea (qué demanda de mí esta situación, qué responsabilidad descubro, ¿hay alguien que pueda estar necesitando algo de mí?, etc.). Así, podemos descubrir que la vida no nos adeuda placer, sino que nos ofrece un sentido. Cuando no descubrimos qué sentido tiene, el sufrimiento conduce a la desesperación, la cual podría definirse como el sufrimiento desprovisto de sentido para la persona que lo padece.

Obviamente, el sufrimiento en sí mismo no tiene sentido, pero el hombre puede adoptar actitudes significativas respecto a él. En este caso, la persona humana se eleva, a través de los llamados valores de actitud.

La vida del hombre no se colma sólo creando o gozando, sino también adoptando una actitud adecuada ante un destino irremisible y fatal. Es decir, el sufrimiento también es un camino de realización humana. Es más, la capacidad de sufrimiento o capacidad para realizar valores de actitud es la que puede llevar al hombre hasta los más altos logros humanos. Así nos dice Frankl (1987b):

“En efecto no es sólo la creación (correspondiente a la capacidad de trabajo) la que puede dar sentido a la existencia (caso en el que hablo de realización de valores creadores), ni es sólo la vivencia, el encuentro y el amor (correspondientes a la capacidad de placer o bienestar) lo que puede hacer que la vida tenga sentido, sino también el sufrimiento. Más aún, en este último caso no se trata sólo de una posibilidad cualquiera, sino de la posibilidad de realizar el valor supremo, de la ocasión de cumplir el más profundo de los sentidos” (pp. 93-94).

Figura 2

Son innumerables los ejemplos que descubrimos en la obra de Frankl y de la logoterapia en general, de personas que encuentran sentido en el sufrimiento. Algunos de los que más solía referir Frankl eran:

– Una mujer judía que llevaba una pulsera que contenía un diente de cada uno de sus hijos muertos en los campos de concentración y ante la pregunta de cómo podía llevarla respondía: ahora soy responsable de un centro para niños huérfanos de la II Guerra Mundial.
– Un médico que había caído en una depresión tras la muerte de su esposa y puede salir de tal depresión cuando asume que con su sufrimiento ha librado a su mujer de sufrir si hubiera sido él quien hubiera muerto antes.

Todos los ejemplos nos ponen de manifiesto que cuando no existe ninguna posibilidad de cambiar el “destino”, lo importante es la actitud con la que se afronta.

La Logoterapia considera que los valores de actitud son más excelentes (superiores en rango ético) que los creadores y los experienciales ya que las posibilidades axiológicas del hacer creativo y de las vivencias pueden ser limitadas y pueden agotarse; sin embargo, las del sufrimiento son ilimitadas.

Aún más, la realización de obras creativas necesita algún tipo de talento o capacidad en el hombre y su utilización, y para la realización de valores vivenciales basta con algo que se posee (los órganos correspondientes: los oídos para oír una sinfonía, los ojos para contemplar un paisaje…). En cambio, para realizar los valores actitudinales no basta con la capacidad creadora y vivencial; es necesaria la capacidad de sufrimiento. Pero el ser humano no nace con esta capacidad (no es innata), sino que debe adquirirla por sí mismo. Esta capacidad consiste en un dominio interno -con renuncia a la configuración externa- con que el hombre va “autoconfigurándose”. Así, el sufrimiento se convierte en un acto valioso.

Por otra parte, Frankl (1986a, 1987a, 1987b) también explica que los valores de actitud constituyen la ruta más importante hacia el sentido (la oportunidad de realizar el sentido en su dimensión más honda) sirviéndose de la diferencia entre “homo faber” y “homo patiens”.

Afirma que el “homo sapiens” puede articularse en el “homo faber”, el “homo amans” y el “homo patiens”. El primero llena su sentido existencial mediante sus creaciones, el segundo enriquece el sentido de su vida a través de la experiencia, el encuentro y el amor, mientras que el último presta “el servicio”, “el rendimiento de sus padecimientos”.

El homo faber estaría representado por una persona que vive el mundo en categorías de éxito-fracaso, se situaría en una ética del éxito.

El éxito incluye golpes de suerte, salud, riqueza, buena educación y condiciones favorables de vida, mientras que el fracaso incluye rachas malas, pobreza, mala salud, condiciones de vida desfavorables…

Sin embargo, para el “homo patiens” las categorías son distintas. Se mueve entre la plenitud o la desesperación, categorías que se encuentran en otra dimensión. Su representación gráfica la recogemos en la Figura 3.

El homo patiens adopta una posición vertical respecto de la línea ética del éxito, pudiendo llegar a su más alta realización dentro de su mayor fracaso. La experiencia demuestra que son compatibles tanto la plenitud y el fracaso, como en su polo opuesto el éxito y la desesperación.

Figura 3

Ahora bien, la línea plenitud-desesperación se encuentra en una dimensión superior, no comprensible desde el eje éxito-fracaso. El “triunfo” del “homo patiens” es un fracaso (“necedad, locura y escándalo”) a los ojos del “homo faber”.

Es, por tanto, en la vivencia del sufrimiento donde principalmente se realizan los valores de actitud, el hombre puede también realizarlos dirigiéndose al comportamiento general que adopta frente a las fuerzas adversas.

Lo explicamos un poco más siguiendo a Elisabeth Lukas (1986) e ilustrándolo con la Figura 4.

La frustración existencial de nuestros días y las crisis de sentido se sitúan el cuadrante entre éxito y desesperación (el de la derecha-abajo). Son personas que están o podrían estar bien pero no disfrutan de la vida; están aburridos, irritables y saciados, pero no ven sentido en sus vidas. Algunos estudio estadísticos que realizó Elisabeth Lukas muestran que en las sociedades de la abundancia el 20% de la población está en este grupo.

Figura 4

La desesperación causada por un sufrimiento auténtico y una situación de miseria se sitúa entre la desesperación y el fracaso (abajo a la izquierda).

Cualquier movimiento hacia la parte superior de los ejes contribuirá a la estabilidad personal, independientemente del lugar en que la persona se sitúe respecto al continuo éxito-fracaso.

Para explorar la conexión entre sentido y sufrimiento hemos de mirar a los dos cuadrantes superiores: descubrir un sentido ya sea en una situación de éxito o de fracaso.

Si consideramos el cuadrante que combina el fracaso y el sentido (superior izquierda), aquí se sitúan aquellas personas que van modulando sus actitudes con un poco de humor, una sonrisa, una forma más amplia de ver las cosas, etc. Se reconcilian a sí mismos con sus debilidades o situaciones irresolubles de una manera positiva e incluso con sentido del humor y muestran lo que es capaz de hacer el ser humano.

La Logoterapia considera tan importantes las actitudes positivas hacia un destino inevitable, que les reserva, como ya hemos dicho, un lugar especial entre los valores humanos (los valores de actitud).

En los casos que se sitúan en el cuadrante superior izquierdo, las personas se ven forzadas a estar en una situación de fracaso aparente pero los valores de actitud transforman su sufrimiento en logro.

Los valores de actitud también pueden alcanzarse en el cuadrante superior derecho. Las actitudes positivas pueden ser importantes en las situaciones de buena fortuna y éxito. El éxito necesita del ejercicio de la autotrascendencia, mirando las situaciones de otras personas en situaciones menos afortunadas, para que la persona no se aleje del sentido.

Por supuesto que el propio sufrimiento nos afecta mucho más que el de los otros. Sin embargo, también es una realidad que el ayudar a personas que están en peor situación, la dedicación a una causa de humanización de la sociedad, etc. es una fuente de sentido que ayuda a las personas que viven en una situación de éxito a encontrar su sentido personal, a través de cambios de actitudes. Siempre que sea verdaderamente salir de uno mismo y no una búsqueda egoísta de mi propio ego (“que bueno soy”).

Figura 5

El éxito y la felicidad han de ser compartidos con otros para tener un papel satisfactorio en la salud psíquica de una persona. La Figura 5 indica que las crisis de sentido de nuestros días (abajo a la derecha) están directamente relacionadas con la actitud general de nuestra sociedad de la abundancia de no ayudar a los otros (arriba a la derecha -pensamiento egocéntrico-).

La frustración existencial y las dudas sobre el sentido de la vida pueden disiparse abriéndonos a los demás. El coraje, el valor, la actitud digna del ser humano ante el sufrimiento actúan contra la desesperación, y la preocupación por los otros lo hace contra el sin-sentido. Estas relaciones han de estar presentes en nuestra concepción como logoterapeutas si no queremos quedarnos en relaciones de ayuda superficiales.

La concepción logoterapéutica que analiza la relación éxito-fracaso, sentido-desesperación, la aplica Elisabeth Lukas en su Logotest, en la parte de descripción libre de la propia situación personal. Para la corrección de esta parte se distingue entre éxito y sentido y se puntúa este último (no el primero) en una escala de sentido. También se valora esta descripción libre en función de una escala de actitud donde se analiza si aparece o no una actitud positiva ante el éxito y ante el fracaso.

Posteriormente, el trabajo de Paulo Kroeff, nos mostrará la vivencia existencial en relación al sentido de personas en situación de enfermedad grave y podremos apreciar las concreciones de esta logoteoría.

LA CULPA

En el trabajo terapéutico y de orientación es preciso reconocer la culpa como una parte de la vida humana que, como cualquier otra, tiene un sentido.

Lo obvio ante una culpa es corregir lo mal hecho, pero si no es posible, lo mejor es aprender de la propia culpa para no repetir el error.

Por tanto, desde el punto de vista de la Logoterapia, la culpa puede convertirse en una oportunidad para aprender y cambiar a mejor. Así, por ejemplo, Elisabeth Lukas (1986), en la exposición de un caso en que una madre había maltratado a su hijo y, por ello, la habían condenado y le habían quitado su custodia, dice:

“Si yo puedo ayudar a Ana [la madre] a madurar, entonces el episodio del maltrato no es un suceso enteramente sin sentido. (…) la experiencia de una gran culpa, a menudo es el punto de partida de una maduración que de otra forma no se hubiera producido” (pp. 85).

También nos transcribe las palabras de otra paciente que había vivido una situación de culpa:

“Todo lo que he llegado a ser ha sido posible porque en mi juventud fui culpable de una terrible acción. La conciencia de esta culpa me cambió a mejor. Nunca podré reparar mi culpa pero todo lo bueno que he hecho después, proviene de esta conciencia” (pp. 94).

El hombre está llamado a la realización de valores. La vida nos ofrece en cada situación una posibilidad de realizar valores y cada uno es libre de decir sí o no y ha de asumir la responsabilidad de tal decisión. Podemos definir la culpa existencial como las cosas no realizadas cuando el hombre es libre y responsable. La culpa es siempre un trocito de vida no vivida, de valores no vividos.

A nivel de psicoterapia y orientación, en el tema de la culpa hay que tener siempre presente la distinción entre sentimiento de culpa injustificado (o culpa psicológica) y culpa real. El terapeuta ha de descubrir si se trata de una culpa existencial justificada o si es un síntoma de un cuadro neurótico o depresivo. La intervención terapéutica es distinta.

Ante los sentimientos de culpa injustificados hay que analizar si provienen de un acontecimiento producido por un error, en cuyo caso hay que explicar el error indicando la falta de libertad o la falta de comprensión de las consecuencias de la acción (puede haber responsabilidad pero no culpa). También pueden derivar los sentimientos de culpa de una patología, teniéndose, en este caso que potenciar el autodistanciamiento de tales sentimientos reconociéndolos como irracionales, utilizando por ejemplo, en los casos adecuados, la intención paradójica. En otros casos, como en las depresiones, hay que tener presente que los sentimientos de culpa son característicos del cuadro y saber que llegará una mejoría.

Por otra parte, ante una culpa existencial real se ha de llegar a la reparación a través del arrepentimiento.

Toda la problemática de la culpa está basada en la libre decisión humana. Antes de la decisión se produce la orientación hacia o contra el significado. El sentido orienta la decisión. Lo positivo o lo negativo para el hombre, lo bueno o lo malo está en relación con el sentido objetivo (la propia conciencia es el órgano que lo descubre relacionándolo también con las características personales y de la situación): lo bueno es el sentido y lo malo es el sinsentido.

El hombre es responsable de la decisión tomada, en primer lugar, ante su propia conciencia. Cuando se realiza lo significativo, la persona tiene su mérito, cuando se realiza lo no-significativo, tiene culpa.

En cada situación la persona ha de elegir entre diferentes posibilidades (Figura 6); unas serán significativas y otras no. Es la propia conciencia la que ha descubrir cuál es la que tiene sentido, dadas las características concretas únicas e irrepetibles tanto de la situación como de la propia persona.

Es decir, ante una decisión mi conciencia ha de descubrir qué valor está esperando ser realizado por mí en esta situación determinada. El sentido está siempre en relación con un valor objetivo. Algo es significativo para mí porque un valor objetivo me está atrayendo hacia ello. Lo significativo está siempre en relación con el “deber ser”.

Por el contrario, lo no significativo nos aleja del sentido y los valores objetivos; nos sitúa en lo que no tiene que ser.

Antes de la decisión, todas las posibilidades pueden llegar a existir, se encuentran en el reino de lo posible (de lo que puede ser). Tras la decisión solo una de ellas pasa a lo real, pasa a ser. El hombre es responsable de la decisión que toma, de esa entrada en lo real de una sola posibilidad, habiendo condenado a las demás a no existir. Si lo realizado es algo significativo, la persona tiene el mérito de esa realización pero si lo realizado no es significativo tiene culpa, ha condenado a no existir algo significativo.

Figura 6

Culpa y mérito permanecen en el tiempo, pues lo realizado permanece en la historia (como veremos después en el tema de la muerte). Aunque la culpa permanece, podemos al mismo tiempo eliminarla con el arrepentimiento, que también permanece.

La reparación de la culpa puede realizarse a través de diferentes caminos, según la situación:

1.- Una acción positiva (hacer un bien) sobre el objeto por el que nos hemos convertido en culpables. Por ejemplo, si hemos robado algo, lo devolvemos; si hemos ofendido a alguien le pedimos disculpas. Para pedir perdón, es necesario tener una humildad interior. Si un niño devuelve una pelota, diciendo: “si la he robado, lo siento, la devuelvo”, obtendrá un crecimiento porque este acto requiere fuerza interior.

2.- Una acción positiva sobre otro objeto si ya no es posible actuar sobre el primero. Es una solución más dolorosa que la anterior pues no es tan directa la reparación. Se hace sobre terceros. Implica hacer en el mundo algo positivo que tenga relación con la culpa y que quizás no se hubiera realizado de no haber cometido anteriormente una culpa. Por ejemplo, la persona a la que hemos ofendido, o robado, etc. se ha muerto, podemos desagraviar o devolver lo robado a la familia. Otro ejemplo muy representativo es que el aparece recogido en la película de Gandhi. Un hindú, por venganza, mata a un niño musulmán; Gandhi le aconseja que adopte a otro niño musulmán que haya perdido a sus padres y que lo eduque como tal.

3.- Actuar sobre nosotros mismos, cambiando, mejorando, cuando no es posible ninguno de los dos caminos anteriores. Se trata de volver a revisar nuestro comportamiento y nuestra forma de vivir; tomar una actitud interior respecto a aquello que ha sucedido. Por ejemplo, alguien moribundo en una prisión que se arrepiente realmente y cambia su actitud interior. Cada proceso de reconocimiento del error es un proceso de crecimiento. Si logra el arrepentimiento real, con el consecuente cambio, la culpa no ha sido inútil.

También hemos de destacar, aunque sea brevemente, el planteamiento de Frankl ante la “culpa colectiva”.

Viktor Frankl niega la existencia de una culpa colectiva. La culpa es sólo personal (siempre necesita una responsabilidad y elección personal). Defendió esta idea de una forma muy comprometida personalmente. En sus memorias podemos leer (Frankl, 1994, pp. 91-93):

“El que habla de culpa colectiva se ubica a sí mismo del lado de la injusticia. En donde pude, constantemente, me pronuncié en contra de la culpa colectiva. En mi libro sobre el campo de concentración (…) relato el siguiente episodio: ‘El comandante del último campo en donde estuve y del cual fui liberado, era un hombre de la SS. Después de la liberación, nos enteramos de algo que hasta ese momento sólo lo sabía el médico del campo (también prisionero): ¡el comandante había gastado en forma secreta, de su propio bolsillo, importantes sumas de dinero para comprar en la farmacia del poblado cercano medicamentos para sus prisioneros!.
Esta historia tuvo una continuación: después de la liberación, prisioneros judíos escondieron al hombre de la SS de las tropas norteamericanas, y le informaron al comandante de éstas que sólo lo entregarían bajo la condición de que no le sería hecho daño alguno. El comandante de las tropas norteamericanas, entonces, les dio su palabra de honor de oficial, y los prisioneros judíos le presentaron al anteriormente comandante del campo. El comandante norteamericano nombró al hombre de la SS nuevamente como comandante del campo, y éste organizó para nosotros campañas para juntar alimentos y ropa entre los habitantes de los pueblos aledaños’.
En el año 1946 no gozaba de popularidad oponerse a la culpa colectiva o poner la cara por un nacionalsocialista, tal como lo hice. Frecuentemente, esto me trajo reprimendas de parte de diferentes organizaciones. En esa época escondí en mi casa a un colega que poseía algún distintivo de honor de la Juventud de Hitler, del que me había enterado que la Policía del Estado lo estaba buscando para presentarlo a un proceso judicial popular (allí sólo se declaraba absolución o pena de muerte). De esta manera lo protegí de la mano de las autoridades.
Me pronuncié en contra de la culpa colectiva -era el año 1946- cuando en presencia del comandante de las tropas de ocupación francesas, un general, di una conferencia en la zona ocupada por los franceses. Al día siguiente, me vino a ver un profesor de la universidad, un ex oficial de la SS, y me preguntó -con lágrimas en los ojos- cómo justo yo tenía el coraje para oponerme públicamente al enjuiciamiento global. ‘Usted no lo puede hacer’, le respondí, ‘usted haría pro domo’. Mas yo soy el ex prisionero Nº 119.104, y como tal sí lo puedo hacer, y por eso también lo debo hacer. A mí me lo aceptan, y esto por lo tanto significa un compromiso’.”

Frankl diferencia entre culpa colectiva, responsabilidad colectiva, culpa dentro de la participación colectiva y responsabilidad planetaria:

. Imputabilidad colectiva.- Los miembros de la colectividad son corresponsables de (han de responder ante) las consecuencias de un acto cometido por un colectivo en cuanto tal. No tienen culpa pues no han participado personalmente en la realización del acto culpable.

. Culpa dentro de la participación en un colectivo.- Sólo si ha habido una verdadera elección, libre y responsable, por parte del individuo, respecto a su pertenencia a ese colectivo. Por tanto, no es culpa colectiva, no se puede atribuir la culpa a cada uno de los individuos por el hecho de pertenecer, hay que discernir en cada uno si se dan esas condiciones de libertad y responsabilidad.

. Responsabilidad colectiva-planetaria.- Reivindica la absoluta reciprocidad y correlación entre los hombres: el individuo es responsable de todos los demás y viceversa.

LA MUERTE

El hombre pierde el cuerpo, el tiempo y el espacio en el momento de la muerte (igual que los recibe en el nacimiento). Sólo la existencia en el tiempo y en el espacio y, a la vez, en el cuerpo tiene un pasado y un futuro, así como un lugar. El ser espiritual como tal es -contrariamente al “estar ahí” del organismo psicofísico- un ser más allá del espacio y del tiempo.

Pero donde no hay tiempo, no tiene sentido hablar de un “antes” o un “después”. La existencia espiritual sólo nos es conocida en co-existencia con lo psicofísico. Toda afirmación sobre la existencia espiritual más allá del cuerpo, del espacio y el tiempo, carece de sentido. Lo que es pre-existencia o post-existencia no es ya existencia.

Sólo conocemos la existencia espiritual formando la unidad y totalidad del ser “hombre”.

Frankl habla de “el continuar viviendo” de lo espiritual como algo posible, si bien no puede ser pensado, ni representado o imaginado. Sin embargo, no sólo es posible, sino que es necesario, ya que lo que no es posible es que pueda morir aquello que está más allá del tiempo y el espacio. Desde esta perspectiva, Frankl (1987a) propone que, en lugar de hablar de “continuación de la vida” de la persona, se diga “supervivir”; en el sentido, no de que la persona espiritual sobreviva a su muerte corporal anímica, sino de un modo de vida del que no podemos hacernos una idea, que no somos capaces de concebir (Chiquirrín, 1987). Relaciona esta “super-vivencia” con un “super-sentido” (sentido que transciende la capacidad comprensiva humana).

Como vemos, el reflexionar sobre el problema de la mortalidad nos sitúa en el plano metafísico, pero aquí solo vamos a recordar algunas pinceladas de sus implicaciones antropológicas.

La limitación temporal de la muerte, es el motivo de la responsabilidad del hombre, pues comprende la importancia de realizar en cada ocasión el valor adecuado (el sentido de esa situación), ya que no puede postponerla. La mortalidad recuerda la fugacidad del tiempo, del momento que pasa y no se puede recuperar por lo que cada uno ha de responder personalmente a ese momento y situación concretos. En este sentido, Fizzotti (1977) dice:

“El marco puramente humano consiste, entonces, en el hecho de morir y de que no se posea una vida terrena perenne, continua, infinita. Pero mientras esto entristece, porque impide poder realizar todo lo que se quisiera, sin embargo, constituye el motivo eficaz de la responsabilidad del hombre. Efectivamente, si esta vida fuese infinita, si el hombre viviese siempre, si como los héroes mitológicos pudiese ser inmortal, no sentiría dentro de sí la urgencia de disfrutar al máximo las ocasiones que se le presenten, porque podría dejar para el día siguiente esas realizaciones (…) la vida del hombre se caracteriza también por la transitoriedad, porque las posibilidades que se le presentan son sólo fugaces, no permanecen para siempre sino sólo unos instantes y después desaparecen. Y como ocasiones [que son], no se repiten, porque cada momento de la vida es distinto y completamente nuevo, con tareas y preguntas diversas que implican distintas respuestas” (pp. 102-103).

Cada posibilidad que se presenta al hombre es irrepetible, al ir ligada a una determinada situación, tiempo y lugar. Es pasajera, ocasional. Pero, como hemos visto, cuando el hombre decide realizar una posibilidad, ésta es inmortalizada, mientras que las demás son eliminadas. La posibilidad elegida deja de ser posibilidad y pasa a existir realmente en el momento de la realización. Deja de ser pasajera y se convierte en pasada. Entonces, se conserva para siempre. Por ello, Frankl dirá que “haber sido es forma más segura de ser” (cfr. Frankl, 1988a). En esta línea, en elogio de alguno amigos muertos en los campos de concentración dice (Frankl, 1987a):

“Ellos no necesitan ninguna crónica y ningún monumento, porque cada acción humana es su propio monumento, más perenne que la obra de nuestras manos. Las acciones de un ser humano, en efecto no pueden desaparecer; lo hecho no puede erradicarse del mundo. Y no es verdad que lo hecho se pierde en el pasado, sino que se conserva en él irrevocablemente” (pp. 268).

Podríamos decir con Fizzotti (1977) que la tarea del hombre es “hacer eterno” lo que es “pasajero” mediante una elección y actuación responsables. La existencia, así, se desarrolla en la tensión entre ser y deber ser.

Desde esta perspectiva la logoterapia nos hace cambiar de óptica. La cuestión real no es, por tanto, ¿por qué he de morir? o ¿tiene la vida sentido si al final hemos de morir?. En vez de preocuparse por la muerte, el hombre ha de ocuparse de vivir, incluso ante la muerte (por ejemplo en una situación de terminal). El hombre ha de buscar los valores actitudinales, que van siempre dirigidos hacia otras personas y no hacia uno mismo.

Elisabeth Lukas (1986) comunica cómo llegó a reconocer vitalmente esta filosofía de los valores actitudinales en la muerte:

“Aprendí esto cuando terminaba mis estudios al lado de mi madre que yacía con cáncer.

Desesperadamente intentábamos encontrar palabras de paz interior en sus últimos días. Sin embargo fue ella quien comenzó a transmitirnos paz y desarrolló una fortaleza incomprensible a pesar de que su cuerpo se debilitaba cada vez más. Vivía los valores de actitud no para encontrar sentido, y también es seguro que no lo hacía para sacar lo mejor posible de su situación desesperada, sino que lo hacía por nosotros. Actuaba con valor, no para sobreponerse a su sufrimiento sino para aliviar el nuestro. Parecía imposible pero sucedió.

Su ejemplo nos dio fortaleza de la que yo todavía tomo nota en la horas de desesperación. (…) recuerdo su serena actitud, me avergüenzo de rendirme y soy capaz de continuar.” (pp. 137-138)

También presenta una experiencia límite de Viktor Frankl:

“En el transcurso de una visita a Munich, Frankl sufrió un ataque al corazón y fue ingresado en una unidad de cuidados intensivos. Al día siguiente logré contactar telefónicamente con su esposa y ella pasó el auricular a su marido. Frankl me dijo que su condición era grave y que su corazón podía dejar de latir en cualquier momento.
Quería decirle tantas cosas para consolarlo, para ayudarlo, para mostrarle mi agradecimiento, pero no podía encontrar las palabras. Aquí, como una madre ante el lecho de su hijo enfermo, había una persona que tenía más fuerza que todos los que le rodeaban, y servía de ejemplo. Habló tranquilo, casi con alegría. Morir no le aterra, dijo, porque acaba de concluir una tarea (entregar el manuscrito a la editorial). La responsabilidad ya había sido transferida a otros, él no necesitaba hacer nada para cambiar la situación, decidirían por él. Aceptaba cualquier decisión del destino porque se hallaba más allá de su responsabilidad y por lo tanto no podía ser incorrecto. (…). Había dedicado su vida a la rehumanización de la psicoterapia y no dejaba este mundo sin recibir el agradecimiento humano.
Así trató de consolarme, a mí que no podía encontrar palabras. Quería decirme: ‘Mantén la calma, porque tu también tendrás que afrontar el destino alguna vez. Mira, es fácil, no necesitas tener miedo’. Este era su legado, una lección desde la cama del hospital. El no pensaba en el paro cardíaco, pensaba en mí” (pp.139).

Mª Ángeles NOBLEJAS es doctora en CC. Educación y logoterapeuta

REFERENCIAS

– Alfonsín de Fasan, A. M. (1989). Los valores en logoterapia. En Primer congreso latinoamericano de logoterapia (pp. 92-99). Caracas: Cato Educadores.
– Chiquirrín Aguilar, R. (1987). La antropología de Viktor E. Frankl. Studium Ovetense, 15, 91-117.
– Fizzotti, E. (1977). De Freud a Frankl. Interrogantes sobre el vacio existencial. Pamplona: EUNSA. (original de 1974).
– Fizzotti, E. (1990). Annotazioni sul significato della sofferenza in Viktor E. Frankl. En E. Fizzotti y R. Carelli, Logoterapia applicata. Da una vita senza senso a un senso nella vita (pp. 43-57). Brezzo di bedero (Varese): Edizioni Salcom.
– Frankl, V. E. (1986a). La idea psicológica del hombre. Madrid: Rialp. (original de 1959).
– Frankl, V. E. (1986b). La psicoterapia al alcance de todos. Barcelona: Herder.
– Frankl, V. E. (1987a). El hombre doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia. Barcelona: Herder. (original de 1984).
– Frankl, V. E. (1987b). Ante el vacío existencial. Hacia una humanización de la psicoterapia (5ª ed.). Barcelona: Herder. (original de 1977).
– Frankl, V. E. (1988a). La voluntad de sentido. Barcelona: Herder. (original de 1982).
– Frankl, V. E. (1988b). La presencia ignorada de Dios. Psicoterapia y religión (7ª ed.). Barcelona: Herder. (original de 1974)
– Frankl, V. E. (1997). Lo que no está escrito en mis libros. Memorias. Buenos Aires: San Pablo. (original de 1995).
– Lukas, E. (1986). Meaning in suffering. Berkeley: Institute of Logotherapy Press.