Respaldo de material de tanatología

RAMÓN BAYÉS

De: Alias de MSNtanatoetica  (Mensaje original) Enviado: 05/02/2007 6:48

ENTREVISTA A RAMÓN BAYÉS, CATEDRÁTICO DE PSICOLOGÍA: EL PROCESO DE MORIR ES EL GRAN CONTINENTE QUE QUEDA POR DESCUBRIR  http://digital.el-esceptico.org/leer.php?autor=41&id=1311&tema=10

Por: Hugo Cerdà ? Barcelona

‘El imperativo de conseguir para nosotros y nuestros semejantes una muerte en paz constituye un objetivo que confiamos que pronto sea reconocido universalmente como uno de los derechos fundamentales del hombre’. Con estas palabras Ramón Bayés, catedrático de psicología básica de la Universidad Autónoma de Barcelona, señala en su libro Psicología del sufrimiento y de la muerte un despiste clamoroso de los revolucionarios. Cuando en 1789 la Asamblea Nacional francesa aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, su espíritu entusiasta y positivista le hizo hablar de la vida y obviar la muerte. Más de 200 años después, miles de personas mueren en medio del sufrimiento.

‘Si todos moriremos, ayudar a hacerlo en paz es tan necesario como luchar por la vida’

Pregunta.- ¿Tan desastrosa es la situación?
Respuesta.- Yo no digo que sea desastrosa. Sólo digo que queda aún mucho por hacer. Efectivamente se ha avanzado bastante en los últimos años con la creación de unidades de cuidados paliativos en los hospitales. Pero tan sólo hay que recordar la controversia surgida en mayo de 2000 a raíz del fallecimiento de pacientes en lista de espera para una intervención de cirugía cardiaca mientras guardaban turno para su ingreso. Hay que preguntarse cómo murieron estas personas, no desde el punto de vista físico, sino qué ambiente psicosocial les acompañó en sus últimos días y con qué estado emocional esperaron una intervención que nunca llegaría. Éste es uno entre tantos casos en los que el proceso de morir representa para las personas una gran angustia y un constante sufrimiento.
P.- Tantos años y la medicina aún no se ha ocupado bastante de la muerte.
R.- Lo ha hecho, pero de una forma aislada y, a la luz de la situación actual, claramente insuficiente. La medicina se ha marcado siempre como objetivo combatir y evitar la muerte. Pero debemos darnos cuenta de que la muerte es algo inevitable. Lo dice muy bien Daniel Callahan en su artículo de marzo de 2000 en la revista The New England Journal of Medicine: ‘Mi punto de vista es que ya que todos vamos a morir, preservar la vida no debería considerarse como un ideal más elevado que contribuir a una muerte en paz’.
P.- ¿Cómo es esa muerte en paz?
R.- Todavía se sabe muy poco. El proceso de morir es el gran continente que queda por descubrir. Para la sociedad la muerte es un tabú como lo era el sexo hace unos años, y para los médicos representa el fracaso. Todas estas concepciones erróneas obstaculizan la investigación sobre cómo muere la gente y cómo podemos ayudar a morir mejor. No obstante, algo que distintos estudios han señalado es que lo que genera mayor ansiedad en los enfermos es el propio proceso de morir, y el que suscita menor ansiedad es el hecho desnudo de la propia muerte.
P.- Para eso están las unidades de cuidados paliativos, para controlar el proceso de morir.
R.- Sí, es verdad. Y lo hacen muy bien. En España tenemos grandes profesionales de la medicina paliativa. Sin embargo, su acción en insuficiente, porque se centran en la faceta física del sufrimiento. Pero el sufrimiento no se compone únicamente de dolor físico. Algo que diversas investigaciones han constatado es que la mayoría de personas coinciden en que el elemento que más les ayudaría a morir en paz es poder hacerlo con la compañía de sus seres queridos, por encima del alejamiento total del dolor. Evidencias de este tipo piden un replanteamiento del objetivo de la medicina paliativa y llaman a nuevas investigaciones sobre el proceso de morir.

?La muerte no es un fracaso, pero sí lo es la prolongación innecesaria del sufrimiento?

P.- Si lo que temen los enfermos no es la muerte sino el camino hasta ella, tal vez los médicos y los familiares deberían tener menos miedo a decirle la verdad al paciente.
R.- El ritmo de la comunicación entre médico y paciente lo tiene que establecer este último. El doctor debe saber interpretar cuánto y cuándo desea saber el enfermo. No obstante, efectivamente, lo que causa el sufrimiento del paciente es la incertidumbre ante una amenaza a la que cree no poder hacer frente. Informarle sobre la situación real de esta amenaza y los recursos para combatirla puede ayudar al enfermo a alcanzar la muerte psicológica.
P.- ¿Muerte psicológica?
R.- El conocimiento subjetivamente cierto de que ‘voy a morir’ que se suscita en un momento concreto de la vida. Es decir, la aceptación de la propia muerte.
P.- ¿Sería la petición de eutanasia una forma de muerte psicológica?
R.- Son cosas completamente opuestas. La eutanasia es una cuestión muy polémica e importante, pero afecta a mucha menos gente que el fenómeno de la muerte en paz. Si se conocieran y atendieran debidamente las necesidades de tratamientos paliativos para combatir el sufrimiento de aquellos que se encuentran en proceso de morir, serían muy pocos los que solicitarían la eutanasia. Es aquí donde se encuentra el verdadero debate y es un objetivo tan importante para la medicina como la lucha por mantener la vida. La muerte no es un fracaso, pero sí lo es la prolongación innecesaria del sufrimiento.


SEMBLANZA Y CANTO A RAMÓN BAYES, P. Barreto y P. Arranz  http://www.ucm.es/BUCM/revistas/psi/16967240/articulos/PSIC0505230407B.PDF

PSICOONCOLOGÍA. Vol. 2, Núm. 2-3, 2005, pp. 407-408
P. Barreto y P. Arranz

Estoy contento de ser psicólogo, nos
expresó un día Ramón compartiendo un
rico desayuno. Podía haber sido muchas
otras cosas, de hecho trabajó en diversas
empresas: de celulosa, eléctrica, taller de
muelles o de cemento. En una conversación
con un buen amigo, se unieron el azar y la
necesidad, y en ese momento decidió cam-
biar su vida de rumbo. Los psicólogos esta-
mos también muy contentos de su decisión.
Su visión amplia y sencilla, no por ello
menos profunda, ha promovido y promue-
ve la excelencia en medicina y psicología y
los valores asociados al humanismo, a la
ciencia y a la ética. Como nadie en este país
ha ayudado a los psicólogos a entender la
metodología científica desde la concepción
integral e integradora superando el mecani-
cismo cartesiano.
No vamos a contar su currículum. De
sobra lo conocen todos los psicólogos que
han hecho una panorámica por la psicolo-
gía española. Sus magníficos libros, artícu-
los, monografías y montañas de papel lo
atestiguan. Siempre ha estado abriendo
caminos, con una visión creativa y eficien-
te, para encontrar modos de amortiguar el
sufrimiento humano. La Psicología de la
Salud, la Psiconeuroinmunologia, el Cán-
cer, el SIDA, el counselling o los Cuidados
al Final de la Vida han supuesto grandes
objetivos de sus investigaciones. Le ha preocu-
pado el rigor en la investigación y la res-
puesta científica a los problemas psicológi-
cos. Era amigo de Skinner y, además, le inte-
resan los dibujos para adentrarse en el
mundo de los niños.
¿Su gran don? Haber elegido una forma
auténtica de vida y facilitar la información
que posee a todo aquel que considere que
puede serle útil. Dando se enriquece como
sólo los hombres muy sabios saben hacer.
Ramón es maestro de maestros, pero lo
que más nos gusta es que sigue siendo también
un joven que continua enseñando a estudian-
tes y profesionales
con una fuerza e
ilusión inagotable.
Con frecuencia nos
hemos preguntado
de dónde saca tan-
ta energía, motiva-
ción y fuerza… le encanta lo que hace. Y ese
es su misterio y su magia: Ramón es capaz de
unir la generosidad, la humildad y la disponi-
bilidad con la rigurosidad; la carcajada con el
baile, el buen gusto de lo estético con el des-
precio de lo injusto. El jazz con el blues. Su
actitud, al estar abierto a la escucha, es de eter-
na juventud. Sigue queriendo aprender y qui-
zá por eso, oyéndolo uno entiende de verdad
el significado de la palabra ?sabiduría?
En un acto reciente, inaugurando el pre-
mio que la Academia de Ciencias Médicas
de Cataluña concede con su nombre, decía
que se sentía privilegiado porque tenía el
amor de muchas personas y no todos tení-
an la misma suerte. También nosotros, los
que recibimos el suyo nos sentimos espe-
ciales porque nos ha hecho un hueco en su
vida y hemos sido destinatarios de su gran
generosidad. Sus nietos, en este acto, des-
cubrieron que su abuelo es considerado
?una eminencia? y no les importa que no
sea un experto en las tareas del hogar, dicen
que lo mejor y realmente importante de su
abuelo es que les quiere.
Hablando de su currículum menos
conocido, pero en absoluto menos impor-
tante, les podemos contar que se sabe el
nombre de muchos pájaros y flores y que las
montañas y el mar le guiñan el ojo cuando
le pillan cerca, también que le apasiona el
cine, viajar, las lobelias y que es el autor de
nuestras mejores fotografías. Yno crean, tam-
bién tiene sus aversiones, si no se lo cuentan
a nadie les diremos que odia el bacalao, y
todo lo relacionado con las espinas, casi tan-
to como los homenajes. Le importa ?un pito?
la ropa pero le apasiona el arte.
Los barcos necesitan faros para llegar
bien a un puerto, especialmente en momen-
tos de incertidumbre, dolor o sufrimiento, y
eso ha representado Ramón para nosotras.
Le hemos incorporado para siempre en
nuestras vidas y cuando pensamos o son-
reímos lo hacemos en parte con sus ense-
ñanzas y también seguro con el cariño que
nos ha regalado.
Y la vida va… y uno mira hacia atrás
para entender la historia que nos ayuda a
entender nuestro hoy, y para intentar cons-
truir nuestro mañana, y la historia de
Ramón es una historia que no tiene fin, por-
que de tanto sembrar, ha hecho un jardín
de lobelias, de respeto, de dignidad y de
esperanzas!!
Ya ves Ramón, a pesar de tu timidez, es
un hecho público, manifiesto, que eres un
hombre que ama y es amado. Nosotras no
pensamos nunca renunciar a tí.

Tus dos pilares,
P. Barreto y P. Arranz


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  1. De: Alias de MSNMyrna67582  (Mensaje original) Enviado: 18/03/2007 19:22

    CUANDO MUERE UN PACIENTE – Reflexiones en torno a la muerte de un ser querido (EL PAÍS) RAMÓN BAYÉS

    Cuando muere un paciente, con su muerte no termina la tarea de los profesionales sanitarios que lo han atendido. En todo caso -especialmente cuando las parejas de los enfermos o fallecidos son ancianos- existe una última responsabilidad: tratar de dar apoyo emocional a la persona que ha sufrido la pérdida. Los trabajos de Nicholas Christaquis, a los que EL PAÍS ha hecho referencia en esta misma sección, muestran el incremento de la vulnerabilidad a las enfermedades que presenta el miembro sano o superviviente de una pareja ante la hospitalización de su compañero o compañera, o al verse confrontado con su fallecimiento. Christakis no ha sido el único investigador en mostrar este fenómeno; Bartrop, Schleifer y tantos otros vienen aportando datos, desde hace años, en esta misma dirección. Pero tal vez por su envergadura -más de un millón de sujetos mayores de 65 años- el último trabajo de Christakis, publicado en The New England Journal of Medicine en febrero del año pasado, puede servir como revulsivo para que los profesionales sanitarios, en especial los médicos, presten un momento de atención a la importancia de tareas muy sencillas que están en su mano y que podrían tener efectos preventivos para la salud del miembro sano o superviviente de la pareja, en especial en aquellos casos en los que se haya establecido una mínima relación personal con el enfermo o el familiar, y la persona que se ve privada de su compañero carezca de alternativas familiares afectivas.

    LA SIGUIENTE CARTA, RECIBIDA EN LA DIRECCIÓN DE UN CENTRO MÉDICO NORTEAMERICANO DEBERÍA OBLIGARNOS A REFLEXIONAR: “Estimado doctor: El 3 de Agosto, mi madre, Jean Smith, murió. Había sido paciente de este Centro Médico con el doctor Roberts. Hasta su muerte, a los 90 años, fue una persona activa, implicada con su familia y con la sociedad (conducía e iba a clases de yoga). Murió súbitamente mientras dormía. Estamos desolados. Varias semanas después de su muerte, escribí al doctor Roberts para comunicarle su muerte. Le expresé cuánto había apreciado sus cuidados, tanto su valiosa atención médica como su apoyo cuando se sentía ansiosa y preocupada por su salud. En ningún momento he obtenido respuesta alguna ni del doctor Roberts ni de otra persona del Centro Médico. Me he sentido muy decepcionada y afligida, y he pensado que, como responsable del Centro, debería tener usted conocimiento de ello. Cordialmente, Margaret Smith”. Las palabras anteriores no precisan comentario.

    Las personas en duelo, al menos algunas de ellas, para seguir adelante con su nueva vida, necesitan saber que para el médico que ha atendido a su ser querido, éste no fue un mero cliente anónimo. Annie Mitchell, profesora de la universidad británica de Exeter, en el transcurso de una reunión sobre evaluación económica de la asistencia sanitaria, ha dicho que lo que los pacientes quieren es muy sencillo: ver al mismo médico en cada visita, sentirse mejor y ser tratados como personas y no como consumidores. Pocos son los familiares que, en nuestro país, escriben cartas de agradecimiento a su médico, a alguna enfermera o al equipo que ha cuidado de su persona querida. Aunque, paralelamente, desde el otro lado, ¿cuántos profesionales sanitarios proporcionan apoyo emocional a los viudos o viudas de los pacientes fallecidos, en especial si conocen -o están en condiciones de conocer- que el miembro superviviente, si es de edad avanzada, empieza en terrible soledad esta nueva fase de su vida?

    El 28 de enero de 2003, Diego, un fotógrafo jubilado de 81 años vecino de un pueblecito de la provincia de Granada, mató de un disparo en la frente a su esposa Encarnación de 80 años, la cual padecía la enfermedad de Alzheimer en fase avanzada. Después, el hombre volvió el arma contra si mismo y se suicidó. Un ejemplo límite, pero real. Tigges, a partir de los datos que le proporcionan sus propias investigaciones, deduce que la pérdida de calidad de vida de las personas se produce, fundamentalmente, por sentimientos de indefensión (pérdida de control), desesperanza (incapacidad para encontrar un motivo para seguir viviendo) e inutilidad (percepción de que nuestra vida no vale ni sirve para nada). Esta descripción constituye tal vez el vivo retrato de muchos ancianos o ancianas que pierden, física o mentalmente, a sus parejas. Una llamada telefónica, una breve visita, un apretón de manos silencioso, una carta de condolencia, aunque sea corta, sobre todo si contiene algún pequeño detalle de recuerdo personal, pueden contribuir en alguna medida al soporte del familiar en duelo; en algunos casos, estoy convencido de ello, pueden hacer milagros. Ciertamente, estoy hablando de solidaridad y sensibilidad, pero también de objetivos de salud. Desde el momento en que las investigaciones muestran que determinadas situaciones incrementan el riesgo de enfermedad, tratar de evitar, aunque sea parcialmente, estos efectos con acciones preventivas entra también a formar parte de la responsabilidad de los profesionales sanitarios. A medida que las pequeñas poblaciones se han desarrollado y ha aumentado el número de personas desconocidas de su entorno, los médicos han dejado de asistir a los entierros o funerales de sus antiguos pacientes.

    Tras la muerte, el olvido. ¿Sería mucho pedirles que, ante cada muerte, tanto si ocurre en el domicilio como en el hospital, se planteen, por un momento, si en aquel caso concreto, está en su mano hacer algo más por el superviviente o supervivientes en duelo? ¿Por qué es tan difícil tratar de valorar y ayudar a soportar la pérdida de otro ser humano con el que hemos compartido un tiempo y un espacio en el mismo mundo, antes de que se nos lleve a todos el viento de la historia? No deja de resultar paradójico que en el momento en que los investigadores empiezan a descubrir la importancia que tienen las relaciones interpersonales para la salud, es, precisamente, cuando su disponibilidad está disminuyendo. ¿De qué sirve que aumente nuestra longevidad si estos años suplementarios que nos regala la poderosa tecnología médica actual, los tenemos que vivir inmersos en un creciente aislamiento social, emocional y cognitivo? Ramón Bayés es profesor emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona (ramon.bayes@uab.es)

    [hr]

    LAS EMOCIONES NEGATIVAS QUE CAUSA LA MUERTE DE UN SER QUERIDO REMITEN AL CABO DE MEDIO AÑO

    Tras la muerte de un ser querido por causas naturales, las respuestas normales de la mayoría de la gente son la aceptación y la añoranza por el fallecido. Y las emociones negativas propias del duelo suelen disminuir hacia los seis meses de la pérdida, según un nuevo estudio publicado en el Journal of the American Medical Association (JAMA), que es una evaluación empírica de la teoría de estadios del duelo. La teoría de estadios del duelo establece cinco fases (incredulidad, añoranza, enfado, depresión y aceptación) se ha generalizado en una amplia variedad de duelos como ayuda para saber si un patrón específico de adaptación a la pérdida es normal o no. El análisis de los datos de 233 personas que habían perdido a un ser querido por causas naturales no traumáticas, y se sometieron al menos a una evaluación de los cinco indicadores del duelo incluidos en la teoría de los estadios en los 24 meses posteriores al fallecimiento, reveló que “contrariamente a la teoría, la incredulidad no fue el indicador inicial y dominante del dolor”, descubrieron los investigadores. El 83,8% de los participantes eran cónyuges del desaparecido. El resto de los participantes (16,2%) eran hijos adultos, padres o hermanos del muerto. “La aceptación fue el elemento compartido con más frecuencia, y la añoranza fue el indicador negativo del dolor dominante de uno a 24 meses después de la pérdida”, dicen los autores. La aceptación aumentó de forma continua durante el periodo de observación del estudio que finalizó a los 24 meses de la pérdida del ser querido. “Independientemente de cómo se analicen los datos, todos los indicadores negativos del dolor disminuyen aproximadamente a los seis meses de la pérdida. Por tanto, es probable que la persistencia de estas emociones negativas tras los seis meses refleje una adaptación más difícil que la media, e indica la necesidad de una mayor evaluación del superviviente apenado y una posible prescripción de tratamiento”, concluyen los autores.

    http://www.intramed.net/actualidad/not_1.asp?idNoticia=45500

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