Respaldo de material de tanatología

Sobre la Inmortalidad del Alma, David Hume

De: Alias de MSNDriver_Op  (Mensaje original) Enviado: 25/01/2004 22:00

Sobre la Inmortalidad del Alma
David Hume
Traducción condensada: Rolón Ríos

Para San Ireneo, una muestra de que “algo” de Hume leímos despues de todo.

La Inmortalidad del Alma parece ser un asunto difícil de probar por la mera luz de la razón. Los argumentos para ello se derivan comúnmente de tópicos metafísicos, morales, ó físicos. Pero en realidad, es el evangelio, y solo el evangelio, el que ha traído a colación el tema de la Inmortalidad. (N.T.: Hume se refiere obviamente a la cultura Occidental).

I.- Los tópicos metafísicos suponen que el alma es inmaterial, y que es imposible que el pensamiento pertenezca a una sustancia material. Pero así como la metafísica nos enseña, que la noción de sustancia es de suyo confusa e imperfecta, y que no tenemos otra idea de sustancia, que la de un agregado de una serie de cualidades particulares inherentes a algo desconocido; la materia, entonces, y el espíritu, son en sus bases igualmente desconocidas; y no podemos determinar que cualidades son inherentes a la una ó a la otra.

Ella así mismo nos enseña, que nada puede ser decidido a priori en lo concerniente a causa ó efecto alguno; y que la experiencia, siendo la única fuente de nuestros juicios sobre asuntos de esta naturaleza, no nos permite saber sí la materia, en razón a su estructura ó disposición, no sea la causa del pensamiento. Los pensamientos abstractos no pueden decidir pregunta alguna sobre cuestiones de hecho ó existencia.

Pero admitiendo una sustancia espiritual dispersa a través del Universo, como el etéreo fuego de los Estoicos, y que esta sustancia sea el único elemento inherente de pensamiento, tenemos razones para concluir, por analogía, que la naturaleza la utiliza de la forma que utiliza esa otra sustancia: La materia. La naturaleza emplea la materia como una suerte de pasta o arcilla, modificándola en toda una variedad de formas y existencias; disolviendo luego de un tiempo cada modificación, y transformando estas sustancias en formas nuevas. Así como la misma sustancia material compone a su tiempo los cuerpos de todos los animales, la misma sustancia espiritual tendría que componer sus mentes: sus conciencias, ó sistemas de pensamiento, que ha formado durante sus vidas, y tendrían que disolverse por la muerte. No interesando ya su situación pasada en la nueva modificación. Los más positivos asertores de la mortalidad del alma, nunca negaron la inmortalidad de su sustancia. Y que una sustancia inmaterial, así como la material, puedan perder su memoria ó conciencia, parece, en parte, una conclusión de la experiencia, suponiendo que el alma fuera inmaterial.

Razonando a partir del curso común de la naturaleza y sin suponer una nueva interposición de la Causa Suprema, que debe ser siempre excluida de la filosofía; lo que es incorruptible debe también ser ingenerable. El alma, por lo tanto, sí es inmortal, tiene que existir antes de nuestro nacimiento: Y sí una antigua existencia no nos concernió para nada, tampoco la última es concerniente de manera alguna.

Los animales, indudablemente sienten, piensan, aman, odian, poseen albedrío, e incluso razonan y piensan, aunque de manera menos perfecta que la humana. Son sus almas también inmateriales e inmortales?

II. Consideremos ahora los argumentos morales, en especial los derivados de la Justicia Divina, que parece estar interesada en posteriores castigos a los malos y recompensas a los virtuosos. Pero estos argumentos se basan en el supuesto de que Dios posee atributos que están más allá de lo que ha ejercido en este universo, del que solo nosotros nos hemos enterado. De donde inferimos entonces la existencia de dichos atributos?

Surgen, ciertamente, en algunas mentes, ciertos terrores incomprensibles con relación al futuro: Pero ellos se desvanecen rápidamente, a menos que sean artificialmente auspiciados por preceptos ó educación. Y aquellos que los fomentan, ¿Cuáles son sus motivos? Solo ganarse una forma de vida, y adquirir poder y riquezas en este mundo. Su propio celo e industria son por ende, un argumento en su contra.

Que crueldad, que iniquidad, que injusticia en natural, confinar todos nuestros intereses, así como todo nuestros conocimientos, a la vida presente, sí otro escenario nos espera luego, de consecuencias infinitamente más importantes? ¿Debemos adscribir este engaño bárbaro a un Ser bienhechor y sabio?

Ya que todo efecto implica una causa, y esta otra, hasta llegar a la causa primera de todas, llamada Deidad; todo lo que ocurra será ordenado por Él; y nada puede ser el objeto de su castigo o venganza.

¿Porqué regla se distribuyen los castigos y las recompensas? ¿Cuál es el standard divino del mérito y el demérito? ¿Debemos suponer, que los sentimientos humanos tienen su lugar en la deidad?  Como quiera de audaz esta hipótesis, no tenemos concepto de otra clase de sentimientos.

De acuerdo a los sentimientos humanos, el sentido, el coraje, las buenas maneras, la industria, la prudencia, el genio, etc., son aspectos esenciales de los méritos personales. ¿Debemos entonces elevar un Eliseum para los poetas y héroes al estilo de la mitología Griega? ¿Porqué confinar todas las recompensas a una laya de virtudes?

El castigo, sin un fin ó propósito, es inconsistente con nuestras ideas de bondad y justicia, y no puede tener el mismo una finalidad, una vez clausurado el escenario.

El castigo, de acuerdo a nuestra concepción, tiene que guardar cierta proporcionalidad con la ofensa. ¿Porqué el castigo eterno por las ofensas temporales de una criatura por lo demás frágil? ¿Podría alguien aprobar la furia de Alejandro, en su intento de exterminar a toda una nación, porque liquidaron a su caballo favorito, Bucéfalo?

Cielo e Infierno suponen dos clases de hombres, los buenos y los malos. Pero la mayor parte de la humanidad transita entre estos extremos del vicio y la virtud.

Sí uno tuviera que ir por el mundo dando una buena cena a los honestos, y una atinada paliza a los malvados, se encontraría frecuentemente abochornado por su elección. Y encontraría que, los méritos y deméritos de muchos hombres y mujeres apenas superan el valor de unos respecto a los otros.

Suponer diferentes medidas de aprobación ó inculpación a las humanas supone confundir las cosas. ¿De donde aprendemos que hay tal cosa como distinciones morales, si no de nuestra propia experiencia?

Bajo la Ley Romana, aquellos que confesaban su delito de parricidio eran puestos en un saco junto con un simio, un perro y una serpiente; y eran botados al río. Solo la muerte esperaba a los que encontrados culpables, negaban empero su crimen. Un criminal fue juzgado ante Augusto, y condenado luego de una total certidumbre: Pero el humano Emperador, conduciendo el interrogatorio final, le dio una vuelta al asunto, como para permitir que el criminal negara su culpa. ?Tu, seguramente, dijo el príncipe, ¿No mataste a tu padre? Esta lenidad concuerda con nuestra idea natural de lo que es correcto, INCLUSO contra el mayor de todos los crímenes, incluso previniendo un sufrimiento tan inconsiderable. Más aún, incluso el más fanático monje, sin reflexionar, lo aprobaría; provisto que el crimen no fuera herejía u infidelidad. Ya que estos crímenes, SI le tocan sus intereses y prerrogativas temporales; por lo que quizás no sería tan indulgente con relación a ellos.

La fuente principal de nuestras ideas morales es una reflexión sobre los intereses de la sociedad humana. ¿Es menester que estos intereses, tan cortos, tan frívolos, sean preservados por castigos eternos e infinitos?

La condenación de un solo hombre es una maldad infinitamente más grande, que la subversión de millones de reinos.

La naturaleza se ha expresado en una infancia de la humanidad peculiarmente frágil y mortal; como si tuviera por propósito refutar la noción de un estado probatorio. La mitad del género humano ha muerto antes de ser criaturas racionales.

III. Los argumentos físicos a partir de la analogía de la naturaleza, invocan fuertemente la mortalidad del alma.: Esto son realmente los únicos argumentos filosóficos. Los únicos a ser admitidos con relación a esta cuestión, ó por supuesto, para cualquier cuestión de hechos.

Cuando dos objetos están tan cercanamente conectados, de modo que cualquier alteración observada en uno de ellos resulta en alteraciones proporcionales en el otro: Debemos concluir, por todas las reglas de la analogía, que, cuando haya aún mayores alteraciones en la primera de modo que esta queda totalmente disuelta, la segunda también queda totalmente disuelta.

El sueño, un efecto menor en el cuerpo, es concurrido por una extinción temporal: Al menos, una gran confusión en el alma.

La debilidad del cuerpo y de la mente en la infancia están exactamente proporcionadas; su vigor en la edad viril, sus desórdenes simpatéticos en la enfermedad, su común y gradual decaimiento en la vejez. La etapa siguiente parece inevitable; su común disolución en la muerte.

Los últimos síntomas que la mente descubre, son desorden, debilidad, insensibilidad y estupidez: Los predecesores de su aniquilamiento.

A juzgar por las analogías de la naturaleza, no hay forma que pueda continuar sí es transferida a otras condiciones que hacen su existencia diferente de la original. Los árboles perecen en el agua, los peces en el aire, los animales dentro de la tierra. Incluso diferencias tan tenues como el clima son frecuentemente fatales. ¿Qué razones tenemos para imaginar, que una alteración inmensa hecha al alma, como la que ocurre con la disolución del cuerpo, y todos sus órganos de pensamiento y sensaciones , pueda ser efectuado sin la disolución del todo?

Todo está en un entreverado común entre el alma y el cuerpo. Los órganos de uno son los órganos del segundo. La existencia de unos, tiene por tanto que depender de la existencia de los otros.

Se permite que las almas de los animales sean mortales: Pero ellas tiene un parecido con las humanas. Entonces la analogía de unas sobre la otra constituye un fuerte argumento. La metempsicosis es entonces el único sistema de esta laya a la que la filosofía podría prestar oídos.

Nada en este mundo es perpetuo. Todo, no importa cuán firme en apariencia, está en continuo flujo y cambio: El mismo mundo da síntomas de fragilidad y disolución: Cuán contraria entonces a la analogía, el imaginar una forma imperecedera para una de las más frágiles entidades; sujeta a tantos desordenes. ¡Imaginarla inmortal e indisoluble! ¡Que bizarra teoría es esa! ¡Cuan superficial, por no decir cuan irreflexiva, esta entretención!

Como disponer del infinito número de existencias póstumas debe también avergonzar a la teoría religiosa. Cada planeta, en cada sistema solar, estamos en la libertad de imaginar seres inteligentes y mortales: Al menos podemos aseverar ello sin más suposiciones….

¿Donde preguntamos, cada Agamenon, Tersites, Aníbal, Nerón, y cada estúpido payaso que existiera alguna vez en Italia, Cintia, Bactria, ó Guinea está ahora? Puede algún hombre pensar que un escrutinio de la Naturaleza ofrezca argumentos para responder de manera afirmativa tan extraña pregunta? Quanto facilius, dice Plinio, certiusque sibi quemque credere, ac specimen accuritatis antegenitali sumere experimento. Nuestra insensibilidad, antes de la composición de nuestro cuerpo, parece a la razón natural una prueba de su estado posterior de disolución.

Son nuestros espantos acerca de la aniquilación una pasión original, no el efecto de nuestro amor general por la felicidad, ello mas bien probaría la mortalidad del alma: Porque la Naturaleza no hace nada en vano, ella no nos hubiera dado el temor ante un evento imposible. Ella puede darnos el temor ante un hecho inevitable. La muerte es al final insoslayable, pero la naturaleza no nos hubiera preservado sin dotarnos de una aversión hacia ella. Todas las doctrinas que favorecen nuestras pasiones deben ser sospechosas. Y los temores y esperanzas que dieron a luz esta teoría , son de lo mas obvio.

Nota:

El presente ensayo no pudo publicarse durante la vida de Hume. Se público primero en París, en una traducción al Francés de autor anónimo (1770). Años después de la muerte de Hume, en Inglés, también de autoría anónima.(1777); ello por gentileza de la tolerancia Cristiana.

Buenas y malas razones para creer, Richard Dawkins

De: Alias de MSNoleMEW  (Mensaje original) Enviado: 04/02/2004 7:54
Cita: Alias de MSNCCCCCesar

Buenas y malas razones para creer

Por Richard Dawkins

Querida Juliet:

Ahora que has cumplido diez años, quiero escribirte acerca de una cosa que para mí es muy importante. ¿Alguna vez te has preguntado cómo sabemos las cosas que sabemos? ¿Cómo sabemos, por ejemplo, que las estrellas, que parecen pequeños alfilerazos en el cielo, son en realidad gigantescas bolas de fuego como el Sol, pero que están muy lejanas? ¿Y cómo sabemos que la Tierra es una bola más pequeña, que gira alrededor de una de esas estrellas, el Sol?

La respuesta a esta pregunta es “por la evidencia”. A veces, “evidencia” significa literalmente ver (u oír, palpar, oler) que es una cosa cierta. Los astronautas se han alejado de la Tierra lo suficiente para ver con sus propios ojos que es redonda. Otras veces, nuestros ojos necesitan ayuda. El “lucero del alba” parece un brillante centelleo en el cielo, pero con un telescopio podemos ver que se trata de una hermosa esfera: el planeta que llamamos Venus. Lo que aprendemos viéndolo directamente (u oyéndolo, palpándolo, etc.) se llama observación.

Muchas veces la evidencia no es sólo pura observación, pero siempre se basa en la observación. Cuando se ha cometido un asesinato, es corriente que nadie lo haya observado (excepto el asesino y la persona asesinada). Pero los investigadores pueden reunir otras muchas observaciones, que en conjunto señalen a un sospechoso concreto. Si las huellas dactilares de una persona coinciden con las encontradas en el puñal, eso demuestra que dicha persona lo tocó. No demuestra que cometiera el asesinato, pero puede ayudar a demostrarlo si existen otras muchas evidencias que apunten a la misma persona. A veces, un detective se pone a pensar en un montón de observaciones y de repente se da cuenta de que todas encajan en su sitio y cobran sentido si suponemos que fue Fulano el que cometió el asesinato.

Los científicos ?especialistas en descubrir lo que es cierto en el mundo y el Universo- trabajan muchas veces como detectives. Hacen una suposición (ellos la llaman hipótesis) de lo que podría ser cierto. Y a continuación se dicen: si esto fuera verdaderamente así, deberíamos observar tal y cual cosa. A esto se le llama predicción. Por ejemplo, si el mundo fuera verdaderamente redondo, podríamos predecir que un viajero que avance siempre en la misma dirección acabará por llegar al punto del que partió. Cuando el médico dice que tienes sarampión, no es que te haya mirado y haya visto el sarampión. Su primera mirada le proporciona una hipótesis: podrías tener sarampión. Entonces, va y se dice: “Si de verdad tiene el sarampión, debería ver…” Y empieza a repasar toda su lista de predicciones, comprobándolas con los ojos (¿tienes manchas?), con las manos (¿tienes caliente la frente?) y con los oídos (¿te suena el pecho como suena cuando se tiene sarampión?). Sólo entonces se decide a declarar: “Diagnostico que la niña tiene sarampión”. A veces, los médicos necesitan realizar otras pruebas, como análisis de sangre o rayos x, para completar las observaciones hechas con sus ojos, manos y oídos.

La manera en que los científicos utilizan la evidencia para aprender cosas acerca del mundo es tan ingeniosa y tan complicada que no te la puedo explicar en una carta tan breve. Pero dejemos por ahora la evidencia, que es una buena razón para creer en algo, porque quiero advertirte en contra de tres malas razones para creer en cualquier cosa: se llaman “tradición”, “autoridad” y “revelación”.

Empecemos por la tradición. Hace unos meses estuve en televisión, charlando con cincuenta niños. Estos niños habían sido educados en diferentes religiones: había cristianos, judíos, musulmanes, hindúes, sijs… El presentador iba con el micrófono de niño en niño, preguntándoles lo que creían. Lo que los niños decían demuestra exactamente lo que yo entiendo por “tradición”. Sus creencias no tenían nada que ver con la evidencia. Se limitaban a repetir las creencias de sus padres y sus abuelos, que tampoco estaban basadas en ninguna evidencia. Decían cosas como “Los hindúes creemos tal y cual cosa”, “Los musulmanes creemos esto y lo otro”, “Los cristianos creemos otra cosa diferente”.

Como es lógico, dado que cada uno creía cosas diferentes, era imposible que todos tuvieran razón. Por lo visto, al hombre del micrófono esto le parecía muy bien, y ni siquiera los animó a discutir entre ellos sus diferencias. Pero no es esto lo que me interesa en este momento. Lo que quiero preguntar es de dónde habían salido sus creencias. Habían salido de la tradición. La tradición es la transmisión de creencias de los abuelos a los padres, de los padres a los hijos, y así sucesivamente. O mediante libros que se siguen leyendo durante siglos. Muchas veces las creencias tradicionales se originan casi de la nada: es posible que alguien las inventara en algún momento, como tuvo que ocurrir con las historias de Thor y Zeus; pero cuando se han transmitido durante unos cuantos siglos, el hecho mismo de que sean tan antiguas las convierte en especiales. La gente cree ciertas cosas sólo porque otra gente ha creído lo mismo durante siglos. Eso es la tradición.

El problema de la tradición es que, por muy antigua que sea una historia, es igual de cierta o de falsa que cuando se inventó la historia original. Si te inventas una historia que no es verdad, no se hará más verdadera porque se transmita durante siglos, por muchos siglos que sean.

En Inglaterra, gran parte de la población ha sido bautizada en la Iglesia anglicana, que no es más que una de la muchas ramas de la religión cristiana. Existen otras ramas, como la ortodoxa rusa, la católica romana o la metodista. Cada una cree cosas diferentes. La religión judía y la musulmana son un poco más diferentes, y también existen varias clases distintas de judíos y de musulmanes. La gente que cree una cosa está dispuesta a hacer la guerra contra los que creen otra ligeramente distinta, de manera que se podría pensar que tienen muy buenas razones ?evidencias- para creer lo que creen. Pero lo cierto es que sus diferentes creencias se deben únicamente a diferentes tradiciones.

Vamos a hablar de una tradición concreta. Los católicos creen que María, la madre de Jesús, era tan especial que no murió, sino que fue elevada al cielo con su cuerpo físico. Otras tradiciones cristianas discrepan, diciendo que María murió como cualquier otra persona. Estas otras religiones no hablan mucho de María ni la llaman “Reina del Cielo”, como hacen los católicos. La tradición que afirma que el cuerpo de María fue elevado al cielo no es demasiado antigua. La Biblia no dice nada de cómo o cuándo murió: de hecho, a la pobre apenas se la menciona en la Biblia. Lo de que su cuerpo fue elevado a los cielos no se inventó hasta unos seis siglos después de Cristo. Al principio, no era más que un cuento inventado, como Blancanieves o cualquier otro. Pero con el paso de los siglos se fue convirtiendo en una tradición y la gente comenzó a tomárselo en serio, sólo porque se había ido transmitiendo a lo largo de muchas generaciones. Cuanto más antigua es una tradición, más en serio se la toma la gente. Y por fin, en tiempos muy recientes, se declaró que era una creencia oficial de la Iglesia católica: esto ocurrió en 1950, cuando yo tenía la edad que tú tienes ahora. Pero la historia no es más verídica en 1950 que cuando se inventó por primera vez, seiscientos años después de la muerte de María.

Al final de esta carta volveré a hablar de la tradición, para considerarla de una manera diferente: Pero antes tengo que hablarte de las otras dos malas razones para creer una cosa: la autoridad y la revelación.

La autoridad, como razón para creer en algo, significa que hay que creer en ello porque alguien importante te dice que lo creas. En la Iglesia católica, por ejemplo, la persona más importante es el Papa. En una de las ramas de la religión musulmana, las personas más importantes son unos ancianos barbudos llamados ayatolás. En nuestro país hay muchos musulmanes dispuestos a cometer asesinatos sólo porque los ayatolás de un país lejano les dicen que lo hagan.

Cuando te decía que en 1950 se dijo por fin a los católicos que tenían que creer en la asunción a los cielos del cuerpo de María, lo que quería decir es que en 1950 el Papa les dijo que tenían que creer en ello. Con eso bastaba. ¡El Papa decía que era verdad, luego tenía que ser verdad! Ahora bien, lo más probable es que, de todo lo que dijo el Papa a lo largo de su vida, algunas cosas fueran ciertas y otras no fueran ciertas. No existe ninguna razón válida para creer todo lo que diga sólo porque es el Papa, del mismo modo que no tienes porque creerte todo lo que diga cualquier otra persona. El Papa actual ha ordenado a sus seguidores que no limiten el número de hijos. Si la gente sigue su autoridad tan ciegamente como a él le gustaría, el resultado sería terrible: hambre, enfermedades y guerras provocadas por la superpoblación.

Por supuesto, también en la ciencia ocurre a veces que no hemos visto personalmente la evidencia, y tenemos que aceptar la palabra de alguien. Por ejemplo, yo no he visto con mis propios ojos ninguna prueba de que la luz avance a una velocidad de 300.000 Km. por segundo; sin embargo, creo en los libros que me dicen la velocidad de la luz. Esto podría parecer “autoridad”, pero en realidad es mucho mejor que la autoridad, porque la gente que escribió esos libros sí que había observado la evidencia, y cualquiera puede comprobar esa evidencia siempre que lo desee. Esto resulta muy reconfortante. Pero ni siquiera los sacerdotes se atreven a decir que exista alguna evidencia de su historia acerca de la subida a los cielos del cuerpo de María.

La tercera mala razón para creer en cosas se llama “revelación”. Si en 1950 le hubieras podido preguntar al Papa cómo sabía que el cuerpo de María había ascendido al cielo, lo más probable es que te hubiera respondido que “se le había revelado”. Lo que hizo fue encerrarse en su habitación y rezar pidiendo orientación. Había pensado y pensado, siempre solo, y cada vez se sentía más convencido. Cuando las personas religiosas tienen una sensación interior de que una cosa es cierta, aunque no exista ninguna evidencia de que sea así, llaman a esa sensación “revelación”. No sólo los papas aseguran tener revelaciones. Las tienen montones de personas de todas las religiones, y es una de las principales razones por las que creen las cosas que se creen. Pero ¿es una buena razón?

Supón que te digo que tu perro ha muerto. Te pondrías muy triste y probablemente me preguntarías: “¿Estás seguro? ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo ha sucedido? ” Y supón que yo te respondo: “En realidad, no sé que Pepe ha muerto. No tengo ninguna evidencia. Pero siento en mi interior la curiosa sensación de que ha muerto.” Te enfadarías mucho conmigo por haberte asustado, porque sabes que una “sensación” interior no es razón suficiente para creer que un lebrel ha muerto. Hacen falta pruebas. Todos tenemos sensaciones interiores de vez en cuando, y a veces resulta que son acertadas y otras veces que no lo son. Está claro que dos personas distintas pueden tener sensaciones contrarias, de modo que ¿Cómo vamos a decidir cuál de las dos acierta? La única manera de asegurarse de que un perro está muerto es verlo muerto, oír que su corazón se ha parado, o que nos lo cuente alguien que haya visto u oído alguna evidencia real de que ha muerto.

A veces, la gente dice que hay que creer en las sensaciones internas, porque si no, nunca podrás confiar en cosas como “mi mujer me ama”. Pero éste es un mal argumento. Puedes encontrar abundantes pruebas de que alguien te ama. Si estás con alguien que te quiere, durante todo el día estarás viendo y oyendo pequeños fragmentos de evidencia, que se van sumando. No se trata de una pura sensación interior, como la sensación que los sacerdotes llaman revelación. Hay datos exteriores que confirman la sensación interior: miradas a los ojos, entonaciones cariñosas en la voz, pequeños favores y amabilidades; todo eso es auténtica evidencia.

A veces, una persona siente una fuerte sensación interior de que alguien la ama sin basarse en ninguna evidencia, y en estos casos lo más probable es que esté completamente equivocada. Existen personas con una fuerte convicción interior de que una famosa estrella de cine las ama, aunque en realidad la estrella ni siquiera las conoce. Esta clase de personas tienen la mente enferma. Las sensaciones internas tienen que estar respaldadas por evidencias; si no, no podemos fiarnos de ellas.

Las intuiciones resultan muy útiles en la ciencia, pero sólo para darte ideas que luego hay que poner a prueba buscando evidencias. Un científico puede tener una “corazonada” acerca de una idea que, de momento, sólo “le parece” acertada. En sí misma, esta no es una buena razón para creer nada; pero sí que puede ser razón suficiente para dedicar algún tiempo a realizar un experimento concreto o buscar pruebas de una manera concreta. Los científicos utilizan constantemente sus sensaciones interiores para sacar ideas; pero estas ideas no valen nada si no se apoyan con evidencias.

Te prometí que volveríamos a lo de la tradición, para considerarlo de una manera distinta. Me gustaría intentar explicar por qué la tradición es importante para nosotros. Todos los animales están construidos (por el proceso que llamamos evolución) para sobrevivir en el lugar donde su especie vive habitualmente. Los leones están equipados para vivir en las llanuras de África. Los cangrejos de río están construidos para sobrevivir en agua dulce, y los bogavantes para sobrevivir en agua salada. También las personas somos animales, y estamos construidos para sobrevivir en un mundo lleno de … otras personas. La mayoría de nosotros no tiene que cazar su comida, como los leones y los bogavantes: se la compramos a otras personas, que a su vez se la compraron a otras. Nadamos en un “mar de gente”. Lo mismo que el pez necesita branquias para sobrevivir en el agua, la gente necesita cerebros para poder tratar con otra gente. El mar está lleno de agua salada, pero el mar de gente está lleno de cosas difíciles que hay que aprender. Como el idioma.

Tú hablas inglés, pero tu amiga Ann-Kathrin habla alemán. Cada una de vosotras habla el idioma que le permite “nadar” en su propio “mar de gente”. El idioma se transmite por tradición. No existe otra manera. En Inglaterra, tu perro Pepe es a dog. En Alemania, es ein Hund. Ninguna de estas palabras es más correcta o verdadera que la otra. Las dos se transmiten de manera muy simple. Para poder nadar bien en su propio “mar de gente”, los niños tienen que aprender el idioma de su país y otras muchas cosas acerca de su pueblo; y esto significa que tienen que absorber, como si fueran papel secante, una enorme cantidad de información tradicional. (Recuerda que información tradicional significa, simplemente, cosas que se transmiten de abuelos a padres y de padres a hijos). El cerebro del niño tiene que absorber toda esa información tradicional, y no se puede esperar que el niño seleccione la información buena y útil, como las palabras del idioma, descartando la información falsa o estúpida, como creer en brujas, en diablos y en vírgenes inmortales.

Es una pena, pero no se puede evitar que las cosas sean así. Como los niños tienen que absorber tanta información, es probable que tiendan a creer todo lo que los adultos les dicen, sea cierto o falso, tengan razón o no. Muchas cosas que los adultos les dicen son ciertas y se basan en evidencias, o, por lo menos, en el sentido común. Pero si les dicen algo que sea falso, estúpido o incluso maligno, ¿Cómo se puede evitar que el niño se lo crea también? ¿Y qué harán esos niños cuando lleguen a adultos? Pues seguro que contárselo a los niños de la siguiente generación. Y así, en cuanto la gente a empezado a creerse una cosa ?aunque sea completamente falsa y nunca existieran razones para creérsela-, se puede seguir creyendo para siempre.

¿Podría ser esto lo que ha ocurrido con las religiones? Creer en uno o varios dioses, en el cielo, en la inmortalidad de María, en que Jesús no tuvo un padre humano, en que las oraciones son atendidas, en que el vino se transforma en sangre … ninguna de estas creencias está respaldada por pruebas auténticas. Sin embargo, millones de personas las creen, posiblemente porque se les dijo que las creyesen cuando todavía eran suficientemente pequeñas como para creerse cualquier cosa.

Otros millones de personas creen en cosas diferentes, porque se les dijo que creyeran cuando eran niños. A los niños musulmanes se les dicen cosas diferentes a las que se les dicen a los niños cristianos, y ambos grupos crecen absolutamente convencidos de que ellos tienen razón y los otros se equivocan. Incluso entre los cristianos, los católicos creen cosas diferentes de las que creen los anglicanos, los episcopalianos, los shakers, los cuáqueros, los mormones o los holly rollers, y todos están absolutamente convencidos de que ellos tienen la razón y los otros están equivocados. Creen cosas diferentes por la mismas razones por las que tú hablas inglés y tu amiga Ann-Kathrinn alemán. Cada uno de los idiomas es el idioma correcto en su país. Pero de las religiones no se puede decir que cada una sea la correcta en su propio país, porque cada religión afirma cosas diferentes y contradice a las demás. María no puede estar viva en la católica Irlanda del Sur y muerta en la protestante Irlanda del Norte.

¿Qué se puede hacer con esto? A ti no te va a resultar fácil hacer nada, porque sólo tienes diez años. Pero podrías probar una cosa: La próxima vez que algo te parezca importante, piensa para tus adentros: “¿Es esta una de esas cosas que la gente suele creer basándose en evidencias? ¿O es una de esas cosas que la gente cree por tradición, autoridad o revelación?” Y la próxima vez que alguien te diga que una cosa es verdad, prueba a preguntarle: “¿Qué pruebas existen de ello?” Y si no pueden darte una buena respuesta, espero que lo pienses muy bien antes de creer una sola palabra de lo que te digan

Te quiere,

Papá.

RICHARD DAWKINS es biólogo evolutivo del departamento de zoología de la Universidad de Oxford y miembro del New College. Comenzó su carrera de investigador en los 60, estudiando bajo la dirección del etólogo Nico Tinbergen, ganador del premio Nóbel, y desde entonces su trabajo a girado en torno a la evolución del comportamiento. Desde 1976, cuando su primer libro, The selfish Gene, concentró la esencia y el espíritu de lo que ahora se conoce como la revolución sociobiológica, ha destacado por la originalidad de sus ideas y la claridad y elegancia con que las expone. En un libro posterior, The Extended Phenotype, y en numerosos programas de televisión, ha difundido el concepto del gen como unidad de la selección, aplicándolo a ejemplos biológicos tan diversos como las relaciones entre huéspedes y parásitos y la evolución de la cooperación. Su siguiente libro, The Blind Watchmaker, ha sido ampliamente leído y citado, convirtiéndose en una de las obras que más influencia intelectual ha tenido en nuestra época. Su obra más reciente se titula River Out of Eden.

Extraído de BROCKMAN, J. Y WATSON, K. Así son las cosas. Ed. Debate, Madrid,1995

¿SON COMPATIBLES LA CIENCIA Y LA RELIGIÓN?

De: Alias de MSNoleMEW  (Mensaje original) Enviado: 19/01/2004 10:41

¿SON COMPATIBLES LA CIENCIA Y LA RELIGIÓN?
Paul Kurtz

Traducido al español por: Miguel Ángel Lerma (ARP-SAPC Traductores)

Necesitamos separaciones entre religión y ciencia, ética y estado.
Pero hay un dominio apropiado para la religión, y en este sentido ciencia y religión no son necesariamente incompatibles. Ese dominio es evocativo, expresivo, emotivo. La religión presenta poesía moral, inspiración estética y expresiones dramáticas de esperanza existencial y anhelos.
Paul Kurtz

Recientemente ha habido muchas conferencias en las que se ha discutido la relación entre ciencia y religión. La Templeton Foundation, por ejemplo, ha prestado su apoyo a numerosas conferencias sobre este tema. Muchos de los participantes en estas discusiones aparentemente suponen que ciencia y religión son compatibles. Argumentan que no hay contradicción entre ellas, y algunos incluso sostienen que la ciencia confirma los principios básicos de su fe religiosa. Sospecho que la mayoría de los participantes en esta conferencia, formada predominantemente por escépticos y no teistas, no están de acuerdo.

Hay muchas áreas en las que religiosos y científicos realizan afirmaciones radicalmente diferentes. Algunas de ellas son: (1) ¿El alma existe como una entidad separada y distinta o es una función del cerebro? (2) ¿La ciencia proporciona evidencia de “diseño inteligente” o la biología evolutiva es suficiente? (3) ¿Se puede influir el proceso de curación de las personas rezando por ellas a distancia o los test realizados son completamente no fiables? (4) ¿Hay evidencia empírica para la afirmación de que las “experiencias de muerte próxima” nos capacitan para alcanzar “el otro lado” o hay explicaciones fisiológicas y psicológicas alternativas de dichas experiencias? (5) ¿Los mediums bajo ciertas condiciones pueden comunicar con personas fallecidas o los protocolos de dichas pruebas son demasiado flojos? (6) ¿La hipótesis del Big Bang apunta a Dios como la causa del universo o dicha afirmación cae más allá de la ciencia y es meramente especulativa?

Al tratar de esos temas surgen varias cuestiones: ¿Se están presentando teorías coherentes e hipótesis comprobables? En ese caso ¿cuál es la evidencia en su favor? ¿La explicación religiosa o paranormal sobrevive el escrutinio crítico?

Los escépticos se han centrado en el examen de afirmaciones paranormales. No se ocupan de afirmaciones religiosas “per se”, salvo cuando pueden ser examinadas empíricamente. Los humanistas seculares, por otro lado, sí desean ocuparse de afirmaciones religiosas, comprobándolas lo mejor que pueden. Curiosamente la línea divisoria entre lo paranormal y la religión se ha difuminado y con frecuencia es difícil saber cuándo se está tratando con fenómenos paranormales y cuándo con fenómenos religiosos. Por tanto el espiritismo, las experiencias de muerte próxima y las comunicaciones con los muertos interesan tanto a investigadores paranormales como religiosos. Lo mismo sucede con la apelación al diseño inteligente (un argumento filosófico clásico), ahora introducido en la biología evolutiva y la cosmología.

He propuesto usar el término “paranatural” para referirse a afirmaciones religiosas susceptibles de algún tipo de resolución empírica y no son trascendentes o sobrenaturales. En este sentido son similares a las afirmaciones paranormales comprobables.

Un buen ejemplo de solapamiento es la creencia popular en que misteriosos seres extraterrestres inteligentes y benéficos visitan terrícolas y los llevan a bordo de naves espaciales. Éste es un fenómeno cuasirreligioso reminiscente de los ángeles y otros seres divinos o semidivinos de eras anteriores. La desaparición de los alienígenas de Roswell no es diferente del sepulcro vacío del Nuevo Testamento.

Para analizar la relación entre ciencia y religión tenemos que definir y caracterizar cada dominio. Muchos consideran que la religión ofrece una clase especial de verdad espiritual superior. Mantienen que hay dos clases de verdades: (1) las verdades de la ciencia, obtenidas usando los métodos de indagación científica y comprobando las afirmaciones empírica, racional y experimentalmente, y (2) las verdades de la religión, que trascienden las categorías del hecho empírico y la lógica. Los escépticos lógicamente dudan de esta última afirmación.

Los métodos más fiables, insisten, son los que satisfacen los estándares objetivos de verificación y justificación. Las afirmaciones históricas de revelación en los antiguos textos sagrados están insuficientemente corroborados por testigos oculares fiables o están basados en tradiciones orales cuestionables. Fueron compilados durante muchas décadas, incluso siglos tras la supuesta muerte de los profetas. Muchas afirmaciones milagrosas encontradas en la Biblia y el Corán (por ejemplo las afirmaciones sobre curaciones o exorcismos en el Nuevo Testamento, o la narración de la creación en el Viejo Testamento) no son fiables. Expresan la ciencia primitiva de un antiguo pueblo nómada y agricultor, y no resisten el escrutinio científico contemporáneo.

Desafortunadamente algunos defensores de las religiones históricas con frecuencia han usado sus credos para bloquear o censurar la indagación científica. La libertad de indagar en la ciencia es esencial para la civilización humana; cualquier esfuerzo tendente a eliminar la investigación científica es contraproducente.

Una buena ilustración de esto es el esfuerzo actual de algunos para restringir la investigación en células madres embrionarias sobre bases morales o religiosas. Se argumenta que si una célula se empieza a dividir, incluso en solo seis u ocho células, el “alma” de una persona ya está implantada, y que cualquier esfuerzo de experimentar con ella es “inmoral”. El postular un alma para prohibir la indagación científica es reminiscente de la supresión de Galileo y de la enseñanza del Darwinismo. Por tanto en la medida que la religión afirme proporcionar algún tipo de imprimatur sobre la investigación científica necesitamos una separación de religión y ciencia.

Una segunda área concierne la relación entre ciencia y moralidad.
Traigo aquí este tema a colación porque mucha gente piensa que la principal función de la religión es moral. Stephen Jay Gould en el Skeptical Enquirer habló sobre dos magisterios, ciencia y religión, que dice no compiten y no se contradicen entre sí [1]. El dominio de la ciencia trata de la verdad, dice, el de la religión trata de la moral. De hecho yo argumentaría que debe haber también una separación entre ética y religión. Los religiosos no tiene competencia especial en la formulación de juicios morales. Digo esto porque se ha invertido un gran esfuerzo en la historia de la ética ? desde Aristóteles hasta Espinoza, Kant, John Stuart Mill y John Dewey ? para demostrar que la ética puede ser autónoma y que es posible formular juicios éticos basados en la indagación racional. Hay una lógica de los juicios de práctica, reglas para la toma eficiente de decisiones y conocimiento ético que podemos desarrollar independientemente de un marco religioso. La ciencia tiene un papel que jugar aquí, puesto que puede expandir los medios a nuestra disposición (tecnología) y puede
modificar los juicios de valor a la luz de los hechos del caso y sus consecuencias. Mucha gente hoy cree erróneamente que no se puede ser moral sin un fundamento religioso. Desde el Renacimiento la laización de la moralidad ha continuado bastante independientemente de los mandatos religiosos.

Una tercera área que se ha debatido ardientemente en el mundo moderno es la relación entre religión y estado. La mayoría de los demócratas defiende hoy la separación de religión y estado; dicen que aunque los religiosos tienen todo el derecho a expresar su punto de vista en el foro público, la religión debería ser primariamente un asunto privado. Las religiones no deberían buscar imponer sus principios morales sobre toda la sociedad. Los estados democráticos deberían ser neutrales en la profesión de principios religiosos.

¿Cuál es entonces el dominio apropiado de la religión? ¿Queda algo para la religión?

Mi respuesta es afirmativa. Esto puede sorprender a los escépticos, pero creo que la religión y la ciencia son compatibles, dependiendo por supuesto de qué se entienda por religión. La religión ha realizado una importante función que simplemente no se puede dejar de lado. Las religiones continuarán con nosotros en el futuro previsible y no se marchitarán fácilmente. Sin duda mi tesis es controvertida: sostengo que el lenguaje religioso no es primariamente descriptivo ni es prescriptivo. Las funciones descriptiva y explicativa del lenguaje están bajo el dominio de la ciencia, las prescriptiva y normativa son funciones de la ética. Estos dos dominios, la ciencia y la ética, tienen cierto tipo de autonomía. Ciertamente en el dominio político los religiosos no tienen ninguna competencia especial, lo mismo que en el dominio moral. Se debería dejar a cada ciudadano de una democracia la expresión de sus puntos de vista políticos. Igualmente respecto al desarrollo de una personalidad moral capaz de realizar juicios morales.

Si éste es el caso, ¿qué es lo apropiado para el campo religioso?

Sostengo que el dominio de lo religioso es evocativo, expresivo, emotivo. Ofrece poesía moral, inspiración estética, rituales ceremoniales que representan y dramatizan la condición humana y los intereses humanos, y busca saciar la sed de significado y propósito. Las religiones (al menos las de revelación) funcionan mediante parábolas, metáforas narrativas, historias, mitos, y enmarcan lo divino en forma humana (antropomórfica). Expresan los anhelos existenciales de los individuos mientras se esfuerzan en arreglárselas con el mundo que se encuentran y en hallar significado frente a la muerte. El lenguaje religioso en este sentido es escatológico. Su función primaria es expresar “esperanza”. Si la ciencia nos da verdad, la moralidad el bien y el mal, y la política la justicia, la religión es el campo de la promesa y la esperanza. Su principal función es superar la desesperación en respuesta a la tragedia humana, la adversidad y el conflicto, los brutos, inexplicables, contingentes y frágiles hechos de la condición humana. Bajo esta interpretación las religiones no son primariamente verdad, ni son primariamente buenas o correctas, o incluso justas; simplemente son, si se quiere, “evocativas”, un intento de trascender la contrición, el miedo, la ansiedad, el remordimiento, de proporcionar consuelo para el corazón dolorido – al menos para mucha gente si no para todos.

Añadiría a esto que los sistemas religiosos de creencias, pensamiento, emoción y actitud son productos de la imaginación creativa humana. Trafican con fantasía y ficción, tomando las promesas de figuras históricas hace tiempo olvidadas y dotándolas de significado cósmico.

No deberíamos dejar de lado el papel de la imaginación creativa, la fantasía y la ficción. Están entre las más poderosas expresiones de sueños humanos y esperanzas, ideales y anhelos. ¿Quién habría imaginado que la serie de libros de ficción “Harry Potter” de J.K. Rowling o “El Señor de los Anilos” de J.R.R. Tolkien encantarían a la gente joven, o que tantos seres humanos serían fascinados por novelas, películas y obras de teatro ficticias? La creativa imaginación religiosa teje cuentos de consuelo y esperanza. Son expresiones dramáticas de anhelos humano, que permiten a los humanos superar aflicción y depresión.

Con esa interpretación de religión como poesía existencial dramática, ciencia y religión no son necesariamente incompatibles, porque se aplican a intereses y necesidades humanos diferentes.

Un reto especial al naturalismo surge en este punto. Creo que la mayoría de nosotros estaría de acuerdo en que el “naturalismo metodológico” es el principio epistemológico básico de las ciencias, concretamente el hecho de que deberíamos buscar explicaciones causales naturales para los fenómenos, comprobándolos con los métodos de la ciencia. El “naturalismo científico” por otro lado va más allá, porque rechaza como no evidenciales la postulación de metáforas ocultas, la invocación de fuerzas divinas, espíritus, fantasmas o almas para explicar el universo, e intenta funcionar con explicaciones materialistas, fisicoquímicas, o naturalistas no reduccionistas. La frenética oposición al darwinismo hoy está claramente basada en el temor de que el naturalismo científico socave la fe religiosa.

Si éste es el caso, el gran reto del naturalismo científico no está en el área de la verdad sino de la esperanza, no del bien sino de la promesa, no de lo justo sino de la expectativa – a la luz del carácter trágico de la condición humana. Esto está en rígido contraste con los hallazgos del neodarwinismo, que reconoce que la muerte es definitiva, no solo la de cada individuo, sino la posible extinción algún día en el futuro remoto de la misma especie humana. Los evolucionistas han descubierto que millones de especies se han extinguido. ¿No le esperará la misma suerte a la especie humana? Los cosmólogos indican que en cierto momento parece probable que el Sol se enfriará, y de hecho en el futuro lejano un Big Crunch puede acabar con el universo entero. Otros hablan de un enfriamiento profundo. Algunos aficionados a “Star Trek” se inspiran en la ciencia ficción y dicen que quizá algún día dejaremos la Tierra y habitaremos otros planetas y galaxias. No obstante en algún momento la muerte no sólo del individuo sino de nuestra especie, nuestro planeta y nuestro sistema solar parece probable.

¿Qué depara esto para la condición humana final?

Vivimos en una época en la que las dimensiones del universo se han expandido enormemente en los niveles microscópico y macroscópico. Estamos hablando de dimensiones de miles de millones de años luz. Mucho de esto se basa en extrapolación especulativa, sin embargo podemos preguntar, ¿la imagen naturalista aplasta la aspiración humana? ¿Destruye y socava la esperanza? ¿Proporciona suficiente consuelo para el espíritu humano? Desde esta perspectiva el tema central para los humanos es la cuestión del “coraje”. ¿Podemos vivir una vida plena en vista de la extinción humana final? Éstas son cuestiones de gran escala y sin embargo centrales para la conciencia religiosa. ¿Puede el naturalismo científico, en la medida que socava el teísmo, proporcionar una realización alternativa poética y dramática de la condición humana, que ofrezca esperanza y promesa? Gran cantidad de valientes individuos pueden vivir vidas significativas e incluso prosperar aceptando la posible muerte lejana de la especie y del sistema solar.
Pero muchos otros seres humanos (quizá la mayor parte de la humanidad) no pueden aceptarlo. Anhelan inmortalidad y la religión satisface su necesidad. Muchos otros no se desvelan preocupándose por lo que sucederá dentro de cinco, diez o quince mil millones de años. Encuentran que la vida vale la pena en sí misma aquí y ahora.

En conclusión permítaseme decir que vivimos un periodo de exacerbada religiosidad en Estados Unidos. Parece que está surgiendo un nuevo paradigma espiritual que impugna tanto el naturalismo científico como el metodológico. Estados Unidos es una anomalía en este sentido, especialmente en contraste con la disminución de las creencias religiosas en Europa. Encuestas científicas recientes sobre creencias en países europeos (Francia, Alemania, Inglaterra y otros, incluso Japón) indican que el nivel de creencia en un ser teísta y la práctica institucional de la religión organizada han disminuido considerablemente, sin embargo esas sociedades altamente laicas ejemplifican buen comportamiento moral y son con mucho menos violentas que Estados Unidos. La opinión de que sin religión no se puede tener una vida con significado o una elevada motivación es así puesta en entredicho. No deberíamos tomar la predisposición religiosa reinante en Estados Unidos hoy como necesariamente universal para todas las culturas.

[Nota] *[1] Gould, Stephen J. 1999. “Non-Overlapping Magisteria” Skeptical Inquirer July/August 23 (4).
Paul Kurtz es Presidente del Center for Inquiry y Profesor de Filosofía Emérito en la State University de Nueva York en Buffalo. Este artículo sirvió como introducción de la conferencia del Center for Inquiry “Ciencia y religión: ¿son compatibles?” Nov. 9-11, 2001, en Atlanta.
Título original: “Are Science and Religion Compatible?”, Skeptical Inquirer, March/April 2002, 42-45.
Traducción al español: Miguel A. Lerma, 21-febrero-2002.

Evolución Dawiniana, selección natural, origen de la vida y de las especies.

De: Alias de MSNDriver_Op  (Mensaje original) Enviado: 18/01/2004 5:01

Evolución Dawiniana, selección natural, origen de la vida y de las especies.

  “Por razones que no tengo del todo claras, el darwinismo parece necesitar una defensa mayor que otras verdades establecidas de manera similar en otras ramas de la ciencia. Muchos de nosotros, de hecho la mayoría, no comprendemos la teoría cuántica, o las teorías de Einstein sobre la relatividad general y especial, pero esto no nos lleva a oponernos a estas teorías. …. Supongo que un problema con el darwinismo … es que todo el mundo cree que lo comprende….Es casi como si el cerebro humano estuviese diseñado específicamente para no entender el darwinismo, o para encontrarlo difícil de creer”.
  Extraído de “El relojero ciego”, Richard Dawkins, biólogo de la Universidad de Oxford.

Qué es la evolución.
  Evolución es el proceso por el cual la vida se ha desarrollado en la Tierra. Las especies que existen ahora son el producto de la evolución.

La evolución como teoría y como hecho.
  Son las dos. La evidencia de que las especies han cambiado a lo largo de la historia de la Tierra es proporcionada por los expedientes fósiles, por patrones de similaridad fisiológica, biológica y genética en los organismos; por los experimentos de laboratorio que demuestran la habilidad de los seres vivientes para mutar a través de las generaciones. En este sentido la evolución es un hecho. Las teorías de la evolución tratan de explicar el porqué y cómo tuvieron lugar. El hecho de la evolución no está cuestionado por los científicos, aunque hay todavía debates vigorosos.
  El término evolución en biología significa cambio, cambio en la forma y comportamiento de los organismos a medida que se suceden las generaciones. Además, el concepto actual de evolución implica que dicha evolución se ha producido a partir de un origen común, de modo que la actual diversidad de especies se ha generado por sucesivas divisiones de las “ramas” del árbol de la vida hasta llegar a un único y remoto antepasado común de todas las formas vivas actuales. La evolución no tiene un fin en si misma, si no que es la selección natural el mecanismo por el cual se llevan a cabo estos cambios. Por tanto selección natural y evolución no son sinónimos.

Selección Natural.
  La selección natural es el mecanismo básico de la evolución. Todos los organismos vivientes se adaptan a condiciones ambientales específicas. Dentro de cada especie, sin embargo, la variación genética conduce a un grado de variación en las características físicas entre diferentes individuos. Algunas variaciones permiten a aquellos que las poseen funcionar más efectivamente en su medio ambiente particular, dándoles más oportunidades de vida suficientemente larga y saludable para producir descendencia. Esta es la selección natural: organismos mejor adaptados tienen más probabilidad de reproducirse.
  La teoría de la selección natural de Darwin para explicar la evolución de las especies, es la única teoría unificada que tenemos hasta el momento para entender la vida. En efecto, se ha dicho que nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución. Sin embargo, la aproximación evolutiva para dar respuesta a las cuestiones biológicas es relativamente moderna y ha supuesto una de las principales revoluciones en biología durante los últimos 100 años. Hasta la aplicación de la teoría de la selección natural, las aproximaciones al estudio de la biología se quedaban en la respuesta al ¿cómo?, pero faltaba responder al ¿por qué?. Gracias a esta teoría ya podemos responder al ¿por qué?.
  Todo mundo hemos oído hablar de “evolución por selección natural”, y hemos escuchado lo de la “supervivencia del más apto”. Esta segunda expresión no la usó Darwin, sino uno de sus seguidores (creo que Huxley), y muchas veces se presta a malentendidos. No porque no sea cierta, sino porque parece evocar la imagen de un individuo, “el más apto”, que le gana a los otros en el juego de la supervivencia.
  Y precisamente uno de los grandes problemas para entender cómo funciona la evolución es la dificultad que tenemos para pensar no en individuos, sino en poblaciones. Este problema, señalado por Ernst Mayr, no lo enfrentan sólo quienes estudian biología (o los creacionistas que intentan estudiar evolución), sino que fue uno de los escollos que retrasó el desarrollo de las modernas teorías evolutivas.
  Para entender cómo la idea de población es central para el concepto de evolución, veamos la definición que proporciona José Sarukhán en Las musas de Darwin: evolución es el cambio en las frecuencias géneticas de una población.
  Por un fenómeno al azar que se conoce como mutación, continuamente nacen individuos con variantes nuevas, pero de ninguna manera los hábitos o necesidades de estos individuos determinan en que dirección se producirán las mutaciones. Sin embargo, las mutaciones son una inagotable fuente de novedades sobre las que la selección natural actúa impulsando la evolución. Las mutaciones por si solas no producen nuevas especies. Se puede decir que la selección natural es el agente de cambio más importante simplemente porque del total de variaciones posibles en un organismo se seleccionan aquellas que son más favorables en un determinado entorno. La selección natural tampoco persigue un objetivo. Es más, no hay variantes mejores que otras en sentido absoluto, sino que todo depende de las circunstancias del entorno. Lo que es favorable en un momento dado, puede no serlo en otro.

Supervivencia de los más aptos.
  ¿Qué quiere decir esto? Pues simplemente que cuando en una población, digamos de humanos, la frecuencia con que encontramos ciertos genes aumenta o disminuye, se dice que esa población (que puede ser la totalidad de una especie o un subconjunto de la misma) está evolucionando. O lo que es lo mismo, cambiando.
  Supongamos que en nuestra población de humanos comienzan a aparecer (como resultado de mutaciones al azar) algunos individuos con, por ejemplo, seis dedos en las manos. Si esta característica les confiere alguna ventaja, como defenderse mejor de sus enemigos, o gustarle más a las hembras, es probable que los hijos de estos individuos, si heredan sus seis dedos, serán también más exitosos, al igual que sus hijos, y así. Al final, el resultado es que el número de individuos de seis dedos en la población habrá aumentado. O lo que es lo mismo: la frecuencia con la que el gen mutante de seis dedos aparece en la población habrá aumentado. Al paso de miles de años, la especie humana puede haberse convertido en algo nuevo: unos seres de seis dedos.
  Por supuesto que mi ejemplo es una simplificación exagerada. Pero sirve para mostrar que no se necesitó de un “diseñador inteligente”, sino únicamente de la selección natural (otra expresión ligeramente desafortunada, pues nos hace pensar en que, si hay selección, debe haber un “seleccionador”). La “selección natural” no es sino una forma de expresar el hecho de que los individuos cuyas diferencias genéticas les dan alguna ventaja sobrevivirán más fácilmente, y sus hijos también, por lo que su presencia en la población irá aumentando hasta que la totalidad de la población haya cambiado: haya habido una evolución. Donde había una especie ahora hay otra.

Malentendidos de la Evolución y la Selección Natural.
  El concepto de selección natural es mal interpretado muchas veces. Una persistente mal interpretación es que la selección natural actúa a través de diferencias en la tasa de mortalidad de los organismos o diferencias en la supervivencia. Esto es consecuencia de frases como “la supervivencia de los más adaptados” o “la supervivencia del más fuerte”. Sin embargo, la selección natural actúa de una forma mucho más sutil y menos llamativa. Mientras un organismo deje exitosamente más descendientes a la siguiente generación, con el tiempo sus genes serán mas frecuentes en la población, y cuantos menos descendientes dejen, sus genes con el tiempo llegaran a desaparecer. En resumen, la selección natural opera únicamente a través de diferencias en el éxito reproductivo o “fitness” individual; dicho de otro modo: en la habilidad para perpetuarse a si mismo. A fin de cuentas de lo que se trata es de vivir para reproducirse. Pensar en la selección natural únicamente en términos de lucha por la supervivencia conlleva, por ejemplo, a que generalmente se considere que aquellos individuos más rápidos o más fuertes tienen una ventaja evolutiva sobre aquellos más lentos o débiles. Si este fuera el caso todas las especies tenderían a aumentar su fuerza y rapidez, lo cual evidentemente no ocurre. Además, ser más fuerte puede provocar una reducción en la energía que se dedica a la reproducción para así poder aumentar la fortaleza. Mediante el mecanismo de la selección natural se pueden explicar determinadas características de los individuos que no se pueden entender desde el punto de vista de la simple competencia por los recursos del medio y la lucha por la supervivencia.
  Otra mal interpretación de la teoría de la evolución, es que se supone que la evolución se dirige o tiende de forma espontánea hacia formas de vida cada vez más “elevadas” o más complejas. Con lo que se suele suponer que los seres humanos somos la consecuencia lógica o esperada de la evolución. Sin embargo, esto no es cierto, no somos el resultado necesario de la evolución sino una mera circunstancia. Como decía Stephen Jay Gould, si la cinta de la vida se rebobinara y volviera a empezar otra vez desde el principio, el planeta tierra estaría ahora poblado por una variedad completamente diferente de formas de vida, entre las que no nos encontraríamos nosotros.
  Si miramos el registro fósil podemos ver que ni la historia evolutiva de los mamíferos, ni la de los hominoideos (grupo de primates entre los que se encuentra el hombre), refleja un patrón de aparición y progresivo dominio sobre las demás criaturas gracias a sus “superiores características”, especialmente su inteligencia. Dicho de otro modo, un biólogo extraterrestre que presenciara la vida en la tierra hace algunos millones de años habría predicho un gran futuro a los dinosaurios y un futuro muy negro a los mamíferos que ya existían, y se habría equivocado. Otro visitante, habría dicho hace diez millones de años que los hominoideos reinarían para siempre en los bosques del viejo mundo, errando por completo, puesto que otro grupo de primates no hominoideos y menos inteligentes (los cercopitecoideos) es en la actualidad mucho más numerosos y variado que ellos. Si la visita se hubiera producido hace seis millones de años, el viajero del espacio estaría convencido de que la ruina total de todo el grupo de hominoideos era inminente, ya que los hominoideos eran habitantes de bosques húmedos que estaban en progresiva regresión frente a ecosistemas más abiertos y secos. Sin embargo, el cambio ecológico que en ese momento estaba perjudicando tanto a los hominoideos iba a proporcionar la aparición de un tipo de hominoideos bípedos que más adelante daría lugar a una especie, la nuestra, que poblaría el mundo y terminaría produciendo, también, biólogos. Incluso hace tan solo 60.000 años, cuando los neandertales se extendían por toda Europa, Asia central y Oriente Próximo ¿quién podría haber pronosticado que los humanos modernos, nuestros antepasados, saldrían del continente africano y serían la causa de la extinción de los neandertales algunos miles de años después? Y ahora que en breve hemos visto como han ocurrido las cosas en el pasado ¿quién se atreverá a vaticinar el futuro de la biosfera?

El proceso de la Selección Natural.
  La selección natural es un proceso que ocurre sobre generaciones sucesivas. Veamos un resumen del razonamiento de Darwin. Si toda la descendencia que un organismo puede producir son capaces de sobrevivir y reproducirse pronto cubrirán la Tierra. Darwin ilustra este principio con un ejemplo, el de los elefantes:
  “El elefante es reconocido como el animal que mas lentamente se reproduce
es seguro de asumir que inicia su reproduccion a los 30 años y mantiene su capacidad reproductiva hasta los 90 años: en un periodo de 740 a 750 años habrían aproximadamente 19 millones de descendientes del primer par….”
  Durante inicios y mediados del siglo 20: se incorpora con fuerza la genética en la “evolución” lo que permite definir la selección natural como Selección Natural es la reproducción DIFERENCIAL de genotipos.
  Para que ocurra selección natural se requieren dos cosas escenciales a saber:
  1.- Debe de haber una variación heredable de alguna condición.
  2.- Debe haber una sobrevivencia y reproducción diferencial asociada a tal condición.
  A menos que se cumplan ambos requisitos la adaptación por selección natural no ocurrirá.
  Algunos ejemplos prácticos:
  – Si algunas plantas crecen mas alto que otras y así evitan ser cubiertas por las otras, podrian producir más semillas, pero si la razón de ese mejor crecimiento es la calidad del suelo y NO porque se tienen los genes para crecer más, entonces NO ocurrirá evolución..
  – Si algunos individuos son más rápidos que otros debido a diferencias genéticas, pero el predador es muchísimo más rápido, tampoco habrá evolución.

Selección Estabilizada, Direccional y Diversificante
  Existen tres tipos de Selección que intervienen en la evolución de una especie. Tomemos por ejemplo una población de individuos que poseen ciertas características heredables (altura, peso, color, etc…) habrá ciertos individuos que tenderán por médio de su herencia biológica a resaltar o disminuir algunas de esas características pero ninguna de ellas hace a la población más apta para la supervivencia sino que al contrario no la capacitan en ese sentido, por tanto el grueso de la población sin variaciones significativas prevalecerá. A esto se le llama Selección Estabilizada, es decir se eliminan los extremos de la distribución de tales características. Este es el tipo de selección más comunmente encontrado en la naturaleza.
  Cuando surge una característica nueva o es resaltada alguna característica ya adquirida pero anteriormente estable que le permite a la población seguir sobreviviendo ocurre Selección Direccional, es decir el grueso de la población cambia, se desplaza hasta que esa característica resaltada ocurre en la gran mayoría de los individuos de esa población. Este es el proceso que la gente más comunmente asocia a la evolución.
  Por otro lado si una misma característica es resaltada en ambos extremos (disminuye en un grupo mientras aumenta en otro), o una nueva característica afecta a un grupo de individuos de una población pero se presenta ausente en otro grupo y aún así esto no afecta a la supervivencia de la población, ambos grupos tienden a estar más diferenciados unos de otros. Con el correr de las generaciones esas características hará tan diferentes a ambos grupos que ya no se pueden considerar miembros de una única especie. A esto se le llama Selección Diversificante. Es la menos común de las selecciones naturales y se da principalmente cuando dos (o más) grupos de la misma especie quedan aislados geográficamente.

Evolucion biológica.
  Definición 1: cambios en la composición genética de una población a través de generaciones sucesivas, esta definición enfatiza los cambios genéticos, es conocida comunmente como microevolución. Enfatiza la aparición de nuevas formas físicamente distintas que pueden ser agrupadas con otras formas similares en una jerarquia taxonómica. Conocida comunmente como macroevolución.
  Definición 2. Cambio gradual de lo viviente desde una forma a otra  a través del tiempo, el origen de especies y linages por descendencia desde formas ancestrales y generación de diversidad.

La Selección Artificial.
  La cría y/o el cultivo de una especie por parte del hombre “atenta” contra las leyes de la naturaleza. Esto suena terrible, es cierto, pero es así en la mayoría de los casos y no nos damos cuenta. Un ejemplo sencillo: tenemos un jardín en el fondo de nuestra casa que queremos que luzca hermoso, con sus canteros y sus flores en perfecto orden. ¿Cuánto esfuerzo demanda?, ¿porqué?. Esto es muy simple, nosotros tratamos de mantener organizado a nuestro gusto algo que la naturaleza organiza a su “propio gusto”. Y esto tiene que quedar claro, la naturaleza organiza, no desorganiza. La desorganización que nos parece que se produce es una apreciación netamente nuestra (subjetiva además). Tendremos malezas que habrá que controlar, micosis, parásitos de todo tipo, mosquitas, y tantos otros organismos “molestos” que “atacan” nuestro jardín. Por lo tanto la naturaleza da trabajo.
  Aquí debemos preguntarnos quien tiene más derecho a vivir, si la mosquita o el jazmín. Por supuesto el jardinero quiere que su jazmín sobreviva y la combatirá exhaustivamente, pero la mosquita también necesita y “quiere” sobrevivir, y “luchará” por ello. Así ocurre en todo emprendimiento, desde el más sencillo hasta el más sofisticado. Los avances científicos colaboran para detener a los que desean sobrevivir a pesar de nuestro disgusto, pero las especies no se darán por vencidas, y así es como se generan las resistencias a insecticidas, agroquímicos, antibióticos, etc.

La Selección Natural fuera de la biología.
  Lo que Darwin introdujo con su Teoría de la Evolución va mucho más allá de la biología y lo visto hasta aquí. Pues enunció una alternativa nueva para explicar no solo el origen de las especies biológicas sino que permitió comprender muchos otros fenómenos no directamente asociados con la biología. Incluso áreas del saber como la mercadotecnia y la administración de empresas, para ilustrar esto permitaseme ejemplificarlo usando el mercado de la computación, especialmente el de los sistemas operativos. A comienzo de la década del 90 del siglo pasado el “ecosistema” de los sistemas operativos estaba diversificado, existían varias especies, Windows, DOS, Unix, CP/M, etc…, todos ellos tratando de sobrevivir en la jungla del mercado de la informática. Al cabo de 15 años de carrera evolutiva podemos apreciar que solo aquellos sistemas operativos que se adaptaron al entorno han sobrevivido, DOS es una especie en extinción y no se cree que sobreviva hasta la próxima década. El CP/M está extinto, no hay lugar donde se lo encuentre, mientras que Windows, en base a multiples adaptaciones sucesivas, habiendo resaltado características que mejor encajaban en el mercado pudo sobrevivir, así mismo durante la decada pasada vimos aparecer una nueva especie mutante, Linux que es una “especialización” del sistema operativo Unix original, mientras que este último incluso sufrió cambios adaptativos graduales para tener (mas bién mantener) su éxito.
  Incluso la Selección Natural puede servir para explicar ciertos fenómenos de la física hasta el grado de servir como explicación racional del origen de los elementos de la tabla periodica. Naturalmente existen 83 elementos básicos, de ellos también existen “mutaciones” llamados isótopos que por ser inestables (se podría interpretar como no adaptados a este universo) no sobreviven debido a su inestabilidad inerente.

El Origen de la Vida.
  El compuesto organico más simple encontrado en la naturaleza se llama porteína, se trata de moleculas complejas formadas por hasta cuatro átomos distintos (Oxígeno, Hidrógeno, Carbono y Nitrógeno), la combinación de distintas proteínas conforman lo que ahora conocemos como ADN, que no es más que una supermolecula. Las proteínas también son suceptibles a la Selección Natural debido a que cuanto más compleja es una molecula más facil es que sus enlaces se rompan, por tanto solo aquellas moleculas proteicas capaces de sobrevivir a un ambiente hostil gozarán de una supervivencia prolongada. El proceso por el cual estas moleculas sobreviven no es otro que la Selección Natural… pero también la Evolución. En efecto, los científicos de la Abiogénesis (rama de la biología y la química que estudia el origen de la vida) han determinado en base a experimentos que la vida apareció como resultado de la acumulación de variaciones en complejos proteicos más simples que los que hoy conocemos, de hecho el ADN es una molecula “reciente” surgida de la mutación de una supermolecula más primitiva y sencilla, y por tanto más estable, el ARN (también llamado ADN mitocondrial).
  Al famoso experimento de Oparin hace 50 años le han sucedido otros más refinados que nos permiten decir con razonable grado de certeza que la vida apareció como un fenómeno totalmente natural. Por ejemplo en el Instituto de Investigación Scripps en La Jolla California, Gerald Joyce y Martin Wright han obtenido ribosomas (proteías de las que se compone el ácido desoxiribonucleico o ARN) que se reproducen indefinidamente en un tubo de ensayo. Las mutaciones acumuladas durante las siguientes generaciones mejoraron la taza de replicación de las mismas. La población se duplicaron en el plazo de una hora. En una entrevista del trabajo de Joyce, el biólogo Andrew Ellington dijo: “Durante el curso de muchos ciclos de continua evolución solo los mas rápidos y fecundos ribosomas sobrevivieron. Está claro que los ribosomas han evolucionado en mucho de la misma manera que sus contrapartes bacterianas o humanas: acumulando mutaciones”.
  Ellington toma un acercamiento distinto en su propia investigación: desarrollando un organismo artificial no encontrado en la naturaleza. Él ha alimentado con un veneno de acción lenta a un lote de bacterias comunes en el intestino, las E. coli. El veneno enferma a las pequeñas criaturas y las mata generalmente después de apenas tres generaciones – pero algunas de ellas desarrollaron mutaciones que les permitieron adaptarse al veneno. Estos sobrevivientes se reprodujeron rápidamente, creando una nueva especie de vida en la Tierra.
  En un experimento anunciado en septiembre de 2003, David Bartel y Peter Unrau mezclaron trillones de moléculas orgánicas al azar en una solución química, permitiendoles mutar, y seleccionaron los especímenes más aptos. Después de repetir el proceso durante muchas generaciones, obtuvieron tres conjuntos de ribosomas artificiales capaces de fabricar una cadena de ARN corta, pero no todavía la estructura completa.
  Mientras tanto, los laboratorios de Thomas Cech y de Michael Yarus en la universidad de Colorado en Boulder están desarrollando moléculas de ARN que pueden sintetizar proteínas. Además, dos científicos alemanes, Gunther Wachtershauser y Claudia Huber, han demostrado que los compuestos biológicos pueden formarse espontáneamente en una mezcla de agua caliente y gases volcánicos, como debió haber sido normal en la Tierra temprana.
  Todo esto es prueba de que, como dije unos párrafos atrás, el origen de la vida es un fenómeno natural y reproducible, y que la Selección Natural Darwiniana es muy problablemente el mecanismo que le dió origen.
Diego Romero.
(Driver_Op)

Spinoza. Carta a Johannes Hudde: Que sólo Dios implica la existencia necesaria.

De: irichc  (Mensaje original) Enviado: 06/01/2004 22:56

Al muy generoso y prudente Señor
JOHANNES HUDDE
B. de S.

Generoso Señor:

Lograsteis muy bien aclararme en vuestra última carta del 30 de marzo, lo que en la anterior, fechada el 10 de febrero, no terminé de comprender. Puesto que ya conozco cuál es vuestra opinión, plantearé la cuestión tal y como vos mismo la concebís: ¿no hay acaso más que un solo Ente que subsista por su propia suficiencia o virtud? No sólo lo afirmo, sino que creo incluso demostrarlo, a partir del hecho de que su naturaleza implica necesariamente su existencia. Puede esto mismo demostrarse muy fácilmente a partir del Entendimiento Divino (como hago en la Proposición 11 de mis Principios de Descartes demostrados geométricamente) o de cualquiera de los otros atributos de Dios. Para entrar en el estudio de la cuestión, mostraré brevemente antes, cuáles son las propiedades que debe poseer un Ente que implica la existencia necesaria. Son éstas, sin duda:

1) Es eterno: si le atribuyéramos una duración determinada, este Ente, se concebiría, fuera de ella, como no existente o como un Ente tal que no implica la existencia necesaria, lo cual contradice su definición.

2) Es simple y no está compuesto de partes. Pues las partes y los componentes deben ser anteriores en su naturaleza y en el conocimiento que de ellas tenemos al compuesto: esto no tiene sentido en aquello que es, por naturaleza, eterno.

3) No puede concebirse como determinado, sino sólo como infinito. Pues, si la Naturaleza de este Ente fuera determinada y así se le concibiera, habría de concebirse tal naturaleza como no existente fuera de los límites que la determinan, lo cual contradice su definición.

4) Es indivisible. Si, en efecto, fuera divisible, lo sería o bien en partes de su misma naturaleza, o bien en partes de naturaleza distinta, y si ello ocurriera, podría ser destruido y no existir, lo cual se opone a la definición. Si ocurriera lo primero, cualquier parte implicaría la existencia necesaria por sí misma, y, de este modo, podría existir sin las demás y ser, por consiguiente, concebida separadamente. Con lo cual, esta Naturaleza podría ser comprendida como finita, lo cual es contrario a la Definición, según todo lo anterior. De donde se ve con claridad que, si pretendemos atribuir alguna imperfección a un Ente de este tipo, caeremos al instante en una contradicción. Pues si la imperfección que pretendemos atribuir a esa Naturaleza, residiera en algún defecto o en algunas limitaciones que poseyera una Naturaleza de este tipo, o en algún cambio debido a causas externas que pudiera sufrir esta por falta de potencia, siempre nos encontraríamos con que la Naturaleza que implica la existencia necesaria no existe o no existe necesariamente. Concluyo sobre esto:

5) Que todo aquello que implica existencia necesaria, no puede tener en sí ninguna imperfección; sino que debe expresar sólo perfección.

6) Y finalmente, puesto que no puede resultar más que de su perfección el que un Ente exista por su suficiencia y potencia, si suponemos que un Ente que no expresa todas las perfecciones existe por su propia naturaleza, también debemos admitir la existencia del Ente que comprende en sí todas las perfecciones. Si algo dotado de una menor potencia existe por su propia suficiencia, tanto más habrá de existir aquello que está dotado de una potencia mayor.

Para entrar finalmente en el tema que nos habíamos propuesto, afirmo que no puede ser sino único el Ente cuya existencia pertenece a su naturaleza. Tal ente es el único que posee en sí todas las perfecciones, y le daré el nombre de Dios. Si se admitiera algún Ente, a cuya naturaleza perteneciera la existencia, tal Ente no debería contener en sí ninguna imperfección, sino, contrariamente, expresar toda la perfección (por la nota 5). Por ello, la naturaleza de ese Ente debe pertenecer a Dios (cuya existencia hemos de afirmar también, por la nota 6), porque Este tiene en sí todas las perfecciones y ninguna imperfección. Y este Ente no podría existir fuera de Dios, pues si ello fuera así, una idéntica Naturaleza, que implica necesariamente la existencia, existiría por partida doble, lo cual es absurdo según la demostración anterior. En conclusión, nada que no sea Dios mismo, implica la existencia necesaria. Que es lo que había que demostrar.

Esto es, noble señor, lo que puedo aportar, hoy por hoy, para la demostración de esta tesis. Quisiera poderos demostrar que soy etc.

Voorburg, 10 de abril de 1.666 

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Lessing. La educación del género humano

De: irichc  (Mensaje original) Enviado: 06/01/2004 22:54

La educación del género humano

1.

Lo que es la educación para el individuo, es la revelación para el género humano.

2.

La educación es una revelación que acontece al individuo, y la revelación es una educación que aconteció y acontece todavía al género humano.

3.

Éste no es el lugar de entrar en averiguaciones sobre lo útil que pueda ser en pedagogía considerar la educación desde este punto de vista. Pero en teología es seguro que puede ser de gran utilidad y resolver muchas dificultades el concebir la revelación como educación del género humano.

4.

La educación no le da al hombre nada que no pueda alcanzar éste por sí mismo; le da lo que podría alcanzar por sí, sólo que lo tiene más fácil y rápidamente. Igualmente, la revelación no le da al género humano nada que no pueda alcanzar también la inteligencia humana librada a sí misma; al contrario, le dio y le da las más importantes de esas cosas, sólo que con anticipación.

5.

Y así como no es pedagógicamente indiferente el orden en que se desarrollan las fuerzas del hombre, así como la educación no puede dárselo todo de una vez al hombre, del mismo modo tuvo que guardar Dios en su revelación un orden, una cierta medida.

6.

Por más que se proveyera enseguida al primer hombre con el concepto de un Dios único, fue no obstante imposible que este concepto participado y no adquirido permaneciera mucho tiempo en su pureza. No bien empezó a elaborarlo la razón humana librada a sí misma, partió al Único Inconmensurable en diversas partes más mensurables, caracterizando de diversa manera a cada una de esas partes.

7.

Así surgieron, naturalmente, el politeismo y la idolatría. Y a pesar de que siempre y en todas partes hubo algunos hombres sabedores de que se trataba de extravíos, ¡quién sabe los millones de años que hubiera errado por esos senderos la razón humana si no pluguiera a Dios reorientarla con un nuevo golpe de timón!

8.

Pero como ya no podía ni quería revelarse a cada individuo, se escogió un pueblo para darle una educación particular. Y escogió precisamente al pueblo más grosero, al más indisciplinado, para poder empezar con él desde el principio.

9.

Y ese pueblo fue el israelita, de quien se ignora completamente qué clase de culto practicara en Egipto. Pues tan despreciables esclavos no podían tomar parte en el culto de los Egipcios, y el Dios de sus padres había llegado a serles por entero desconocido.

10.

Quizá le habían prohibido expresamente los egipcios tener algún dios o algunos dioses; quizá lo habían arrojado a la creencia de que no hay dios, de que no hay dioses, de que tener dios, tener dioses es un privilegio de los mejores, de los egipcios, y ello para poderles tiranizar con tanta mayor apariencia de equidad. -¿Actúan de manera muy diferente los cristianos, aun hoy, con sus esclavos?

11.

Así, pues; al principio diose a conocer Dios a este pueblo meramente como el dios de sus padres, no más que por darles a entender y acostumbrarles a la idea de que también les correspondía tener un dios.

12.

Enseguida, mediante los milagros con que los sacó de Egipto y los estableció en Caná, se les mostró como un dios que es más poderoso que cualquier otro dios.

13.

Y como continuaba manifestándose como el dios más poderoso de todos ?cosa que solamente puede serlo uno-, los fue acostumbrando poco a poco al concepto de único.

14.

Pero, ¡qué lejos quedaba todavía este concepto de único, del verdadero concepto trascendental de único, que tanto tardaría la razón en inferir con seguridad del concepto de infinito!

15.

Aunque los mejores del pueblo pudieron aproximarse más o menos al verdadero concepto de único, durante mucho tiempo no pudo el pueblo elevarse hasta ahí. Y éste fue el único verdadero motivo de que el pueblo abandonara tan a menudo al Dios único y creyera haber encontrado al único, es decir, al más poderoso, en cualquier otro dios de algún otro pueblo.

16.

Mas pueblo tan rudo, tan torpe para pensamientos abstractos, tan sumido aún en la infancia, ¿de qué clase de educación moral iba a ser capaz? De ninguna más que de la propia de la infancia: educación mediante castigos y premios sensibles e inmediatos.

17.

Y aquí convergen otra vez educación y revelación. No podía Dios darle todavía a su pueblo otra religión, otra ley que una de cuya observancia o inobservancia esperara o temiera, respectivamente, ser feliz o desgraciado aquí en la tierra, pues sus miras todavía no iban más allá de esta vida. No sabía de la inmortalidad del alma, no anhelaba ninguna vida futura. Revelarle ya ahora estas cosas a las que tan poco avezada estaba su razón, ¿qué otra cosa hubiera sido más que incurrir Dios en el defecto del apresurado pedagogo que prefiere hacer adelantar al niño y vanagloriarse de él, en lugar de darle una sólida enseñanza?

18.

Pero, preguntará alguien, ¿para qué educar a tan rudo pueblo, un pueblo con el que tenía que empezar Dios de tan abajo? Contesto: para poder utilizar luego en el decurso del tiempo con tanta mayor seguridad como educadores de todos los demás pueblos a algunos miembros de ese pueblo. En él educó a los futuros educadores del género humano. Eso vinieron a ser los judíos; sólo judíos podían llegar a serlo, sólo varones de un pueblo educado así.

19.

Pues, sigamos. Cuando, hecho a golpes y caricias, creció el crío y llegó a los años de la discreción, arrojólo de pronto su padre al extranjero, donde al cabo se enteró del bien que tuviera en casa de su padre sin saberlo.

20.

Mientras conducía Dios a su pueblo elegido por todos los grados de la educación infantil, habían proseguido los demás pueblos del orbe su camino a la luz de la razón. Los más de ellos se habían quedado muy por detrás del pueblo elegido; sólo algunos se le habían adelantado. Es lo que sucede también con los niños a quienes se deja crecer por sí mismos: muchos se quedan en estado completamente tosco y unos cuantos se autoforman maravillosamente.

21.

E igual que estos pocos afortunados no constituyen prueba alguna contra la utilidad y necesidad de la educación, tampoco la constituyen contra la revelación los pocos pueblos paganos que, incluso en el conocimiento de Dios, parecieron aventajar hasta el día de hoy al pueblo elegido. El niño que recibe educación empieza con pasos lentos pero seguros; alcanza tarde al niño bien dotado de la Naturaleza, pero le alcanza, y en lo sucesivo ya no es alcanzado de él.

22.

De modo semejante. Dejando aparte la doctrina de la unidad de Dios, que se encuentra y no se encuentra en los libros del Antiguo Testamento; -digo que el hecho de que en éstos falten completamente, como poco, la doctrina de la inmortalidad del alma y la doctrina, relacionada con ésta, del castigo y del premio en la vida futura, no constituye tampoco prueba alguna contra el origen divino de dichos libros. A pesar de ello, con todos los milagros y profecías ahí contenidos, puede explicarse la cosa. Pues, suponiendo que no sólo se hubiera echado de menos en ellos esas doctrinas, suponiendo incluso que no hubieran sido siquiera verdaderas, suponiendo que todo se acabara para los hombres en esta vida; ¿estaría por ello menos demostrada la existencia de Dios? ¿Sería por ello Dios menos libre, sería menos conveniente que se encargara Dios por sí mismo del destino temporal de algún pueblo de esa Humanidad pasajera? Los milagros que hizo en favor de los judíos, las profecías que les hizo poner por escrito, no las habría hecho sólo en favor de los pocos mortales judíos en cuyo tiempo acaecieron y fueron recogidas por escrito, sino también en favor de todo el pueblo judío, de todo el género humano, que perduraría tal vez eternamente aquí en la tierra, aunque el individuo, judío o no judío, muriera aquí definitivamente.

32.

Reconozcamos que es heroica la obediencia que observa los mandamientos de Dios sencillamente porque son mandamientos de Dios y no porque Dios haya prometido recompensar en esta vida y en la otra a quienes los cumplen; es heroico cumplirlos aun desesperando completamente de la recompensa futura y sin estar seguro del todo de la recompensa temporal.

34.

Hasta entonces había adorado el pueblo judío en su Jehová al Dios de mayor poder más bien que al Dios de mayor sabiduría entre los dioses; como a Dios celoso, le había temido más que amado: prueba también de que los conceptos que tenía sobre su Dios altísimo y único no eran los conceptos correctos que hemos de tener sobre Dios. Mas, había llegado el tiempo de que se ampliaran y perfeccionaran, de que se rectificaran esos conceptos; para lo que se sirvió Dios de un medio completamente natural, de una medida más justa y mejor, conforme a la cual tuvo ocasión el pueblo de valorar a Dios.

35.

En vez de compararle, como hiciera hasta ahora, con los ídolos miserables de las rudas pequeñas tribus vecinas con las que vivió en rivalidad permanente, empezó a confrontarle, durante el cautiverio bajo el poder del sabio persa, con la esencia de todas las esencias tal cual la conociera y venerara una razón más ejercitada.

36.

La revelación había dirigido a su razón y ahora era la razón la que iluminaba a su revelación.

37.

Éste fue el primer servicio recíproco que se prestaron la una a la otra. Y al autor de entrambas le resulta tan poco deshonrosa semejante recíproca influencia, que sin ella vendría a ser superflua una de las dos.

38.

El hijo enviado a tierras extrañas vio a otros hijos que sabían más, que vivían más decorosamente, y se preguntó avergonzado: ¿por qué no sé yo también eso?, ¿por qué no vivo así yo también? ¿No seberían haberme enseñado esto también en mi casa paterna y, además, no deberían haberme retenido allí? Se pone entonces a rebuscar otra vez en sus libros elementales, que durante largo tiempo le dieran la impresión de ser una porquería, con la intención de echarles las culpas. Pero, mira por dónde, advierte que no se les puede echar las culpas, que la culpa de no saber eso y de no vivir así, es solamente suya.

40.

Talmente ilustrados acerca de sus propios desconocidos tesoros, retornaron y fueron un pueblo completamente distinto, cuyo primer cuidado fue perpetuar entre ellos esta iluminación. Pronto hubo que dejar de pensar en caídas e idolatrías entre ellos. Pues se puede ser infiel a un Dios nacional, pero nunca a Dios, una vez se le ha conocido.

41.

Los teólogos intentaron explicar de diversos modos este completo cambio del pueblo judío. Y uno de ellos, que ha demostrado muy bien la insuficiencia de todas esas diversas explicaciones, quiso recientemente dar como verdadera causa del cambio ?el manifiesto cumplimiento de las profecías orales y escritas acerca del cautiverio de Babilonia y la restauración?. Pero ésta puede ser la verdadera causa sólo en cuanto presupone los conceptos ya mejorados sobre Dios. Los judíos habían tenido que aprender que el hacer milagros y la predicción del futuro es cosa de solo Dios, que ellos habían atribuido también a los falsos dioses, razón por la cual milagros y profecías habíanlos impresionado hasta ahora tan poco y tan fugazmente.

42.

No cabe duda de que, la doctrina de la inmortalidad del alma, la conocieron los judíos también durante su estancia entre los caldeos y los persas. Luego, en Egipto, se familiarizaron más con ella en las escuelas de los filósofos griegos.

43.

Pero como, considerando sus Sagradas Escrituras, la doctrina de la inmortalidad del alma no era un caso como el de la doctrina de la unidad y propiedades de Dios; como ésta se la pasó toscamente por alto en las Escrituras un pueblo sensual, y la otra en cambio había que buscarla; como para ésta se requerían aún ejercicios preliminares y no se habían producido más que alusiones e indicios, la consecuencia fue naturalmente que la fe en la inmortalidad del alma no llegara a ser nunca la de todo el pueblo. Fue y acabó por ser solamente la fe de una cierta secta del mismo.

44.

Llamo ejercicio preliminar con vistas a la inmortalidad del alma, por ejemplo, a la amenaza divina de castigar en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, un desmán del padre. Esto habituaba a los padres a vivir teniendo presente a su descendencia más remota y a sentir de antemano la desgracia que hubieran acarreado a esos inocentes.

45.

Llamo alusión a lo que tenía que picar la curiosidad y dar pie a una pregunta. Tal, esa expresión que se repite a menudo para hablar de la muerte: ?se reunió con sus padres?.

46.

Y llamo indicio a lo que contiene ya un inicio a partir del cual se desarrollará la verdad aún no manifiesta. Así, la conclusión de Cristo tocante a la denominación Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Por lo demás, me parece que el indicio puede formularse como una verdadera prueba.

47.

La perfección positiva de un libro elemental consiste en tales ejercicios preliminares, alusiones e indicios, así como en la propiedad susodicha de que no dificulte ni ataje el camino que lleva a las verdades aún no manifiestas, cosa que constituiría la perfección negativa del mismo.

48.

A lo que hay que añadir todavía el revestimiento y el estilo.

(1) El revestimiento de las verdades abstractas no postergables, en alegorías y en aleccionadores casos concretos narrados como realmente sucedidos. Tales son la Creación, narrada mediante la imagen del día que va viniendo; la fuente del mal moral, mediante un relato del árbol prohibido; el origen de la multiplicación de las lenguas, con la historia de la edificación de la torre de Babel, etc.

49.

(2) Y el estilo ?ya llano y sencillo, ya poético, completamente lleno de tautologías, pero de las que ejercitan la perceptiva por cuanto de pronto parecen decir otra cosa y en el fondo significan o pueden significar otra cosa.

50.

Y ahí tenéis todas las propiedades buenas de un libro elemental tanto para niños como para un pueblo infantil.

51.

Pero, todo libro elemental sirve sólo para una cierta edad. Entretener al niño con el libro elemental más tiempo del que se tenía pensado, le resulta perjudicial. Pues, para entretenerle con él útilmente, en cierta medida siquiera, hay que poner en el libro elemental más de lo que en él se encuentra, hay que meter más de lo que allí cabe. Hay que buscar y poner demasiadas cosas en las alusiones e indicios, apurar con exceso las alegorías, interpretar los ejemplos demasiado circunstanciadamente, exprimir las palabras en demasía. Esto confiere al niño una inteligencia mezquina, torcida, meticulosa; le hace ser misterioso, supersticioso, lleno de desprecio por lo que es comprensible y fácil.

52.

¡Justo lo que hacían los rabinos con sus libros! ¡Justo el carácter que infundían así en el espíritu de su pueblo!

53.

Lo que hace falta es que venga un pedagogo mejor y que le quite de las manos al niño ese libro elemental ya exhausto. ?Y vino Cristo.

54.

Ya estaba madura para dar el segundo gran paso en su educación aquella parte del género humano a la que encuadrara Dios en un plan pedagógico ?y había querido encuadrar solamente la parte ya en sí unida por la lengua, la actividad, el gobierno y demás circunstancias naturales y políticas.

55.

Es decir: había llegado en el ejercicio de su razón tan adelante esta parte del género humano, que para sus acciones morales necesitaba y era capaz de servirse de motivaciones más nobles y dignas que los premios y castigos con que hasta entonces fuera orientada. El niño se hace adolescente. Golosinas y juguetes ceden ante el deseo incipiente de ser tan libre, tan honrado, tan feliz como ve que es su hermano mayor.

56.

Hacía ya tiempo que los mejores de entre aquella parte del género humano se habían acostumbrado a guiarse por una sombra de esas elevadas motivaciones. Griegos y romanos lo hicieron todo por perdurar, después de esta vida, siquiera en el recuerdo de sus conciudadanos.

57.

Ya era hora de que una vida otra, verdadera, esperada para después de ésta, cobrara influencia sobre sus actos.

58.

Y así se convirtió Cristo en el primer maestro auténtico, práctico, de la inmortalidad del alma.

59.

El primer maestro auténtico. ?Auténtico por las profecías que en él se cumplieron; auténtico por los milagros que realizó; auténtico por su propia revivificación después de la muerte, con que selló su doctrina. Dejo en el aire la cuestión de si hoy podemos demostrar esa vuelta a la vida; ese milagro. Igual que dejo en el aire quién fue la persona de este Cristo. Todo esto pudo ser entonces importante para la aceptación de su doctrina, mas ahora ya no lo es tanto en orden al conocimiento de la verdad de esa doctrina.

60.

El primer maestro práctico. ?Porque una cosa es sospechar, desear, creer en la inmortalidad del alma como en una especulación filosófica, y otra cosa es orientarse en la actividad interior y exterior según esa doctrina.

61.

Y esto por lo menos fue Cristo el primero que lo enseñó. Pues aunque con anterioridad a Cristo se había implantado en muchos pueblos la fe en el castigo reservado en la otra vida a las malas obras, sin embargo sólo se castigaba las malas obras que resultaban perjudiciales para la sociedad civil, y por eso encontraban su castigo también en esta vida. Mas estaba reservada a solo Cristo la exigencia de una interior pureza del corazón con vistas a la otra vida.

62.

Sus discípulos transmitieron fielmente esta doctrina. Y aunque no tuvieran otro mérito que el de haber dado curso general entre diversos pueblos a una verdad que parecía destinada por Cristo sólo a los judíos, ya por eso habría que contarles entre los favorecedores y bienhechores del género humano.

63.

Que mezclaran esta gran doctrina con otras menos convincentes y de utilidad menos considerable, ¿podría suceder de otro modo? No se lo reprochemos, sino inquiramos con seriedad si lo que pasa no es que esa mezcla de doctrinas se convirtió, precisamente, en un nuevo golpe de timón para la razón humana.

64.

Por lo menos, ya se ha visto por experiencia que los escritos del Nuevo Testamento en que se recogieron poco después esas doctrinas, llegaron a ser y siguen siendo el otro gran libro elemental del género humano.

65.

Hace mil setecientos años que la razón humana se ocupa en ellos más que en todos los demás libros y que recibe de ellos más luz que de todos los otros libros, aunque se trate solamente de una luz que pone en ellos la inteligencia humana misma.

66.

Es imposible que otro libro llegara a ser tan conocido de pueblos tan diversos; y es completamente indiscutible que el que se ocuparan de ese libro estilos del pensar tan dispares prestó a la inteligencia humana una ayuda mayor que si cada pueblo hubiera tenido su propio y particular libro elemental.

67.

También fue sumamente necesario que todos los pueblos tuvieran este libro durante un tiempo como el Non plus ultra de sus conocimientos. Pues el muchacho tiene que poner por encima de todo a su libro elemental ya sólo por una razón, a saber, para que la impaciencia de acabarlo no le arrastre a cosas para las que carece aún de base.

70.

Ya se vio con ocasión de la doctrina sobre la unidad de Dios, que, en la infancia del género humano, también revela Dios directamente verdades meramente racionales, o que permite y hace que, durante un tiempo, se enseñen verdades meramente racionales como si fueran verdades directamente reveladas, para su más rápida difusión y sólida fundamentación.

71.

Lo mismo cabe advertir en la adolescencia del género humano tocante a la doctrina de la inmortalidad del alma. En el segundo gran libro elemental, se la predica como verdad revelada, no se la enseña como resultado de humanas conclusiones.

72.

Así como con relación a la doctrina de la unidad de Dios ya podemos ahora prescindir del Antiguo Testamento; así como, poco a poco, con relación a la doctrina de la inmortalidad del alma empezamos a poder prescindir también del Nuevo Testamento, ¿no cabría la posibilidad de que en éste se simularan aún otras verdades del tipo de ésas que hemos de considerar con asombro como reveladas hasta que la razón aprenda a deducirlas de sus otras verdades ya digeridas, y a relacionarlas con ellas?

74.

Y la doctrina del pecado original. -¿Qué pasaría en fin de cuentas si todo nos llevara a la persuasión de que el hombre, en el primero e ínfimo de los peldaños de su humanidad, no es en absoluto señor de sus actos talmente que pueda seguir preceptos morales?

78.

No es verdad que las especulaciones sobre estas cosas hayan producido desdichas alguna vez y hayan resultado perjudiciales para la sociedad civil. ?Este reproche no hay que hacérselo a las especulaciones, sino al absurdo, a la tiranía de impedir esas especulaciones, y a los hombres que, teniendo especulaciones que hacer, no se las permitan a sí mismos.

79.

Más bien hay que decir que estas especulaciones ?salgan como salgan en un caso aislado- son, sin duda, los ejercicios más convenientes en que pueda emplearse la inteligencia humana, mientras el corazón humano no sea capaz de amar la virtud más que por sus eternas consecuencias dichosas.

80.

Con ese egoísmo propio del corazón humano que tampoco quiere dar a la inteligencia otro empleo que el referente a las humanas necesidades corporales, resulta que a la inteligencia la mandaron más veces a embotarse que a afinarse. Cuando la inteligencia llega a su completa ilustración y alumbra esa pureza de corazón que nos permite amar a la virtud por sí misma, entonces lo que quiere es emplearse ni más ni menos que en objetos espirituales.

81.

¿O es que el género humano no llegará nunca a los más altos grados de la ilustración y la pureza? ¿Nunca?

82.

¿Nunca? ¡Lejos de mí pensar semejante blasfemia, Dios bondadosísimo! ?La educación tiene su meta, tanto la educación del género humano como la del individuo. Lo que se educa, para algo se educa.

84.

¿Apunta a ello la educación humana y no va a llegar hasta ahí la educación divina? ¿Lo que consigue el arte con el individuo, no va a conseguirlo la Naturaleza con la totalidad? ¡Blasfemia, blasfemia!

85.

No, no; llegará, seguro que llegará el tiempo del cumplimiento, cuando el hombre, a medida que su inteligencia se vaya convenciendo de que el futuro será mejor cada vez, no tenga ya necesidad de recabar de ese mismo futuro motivos para sus acciones; el tiempo en que el hombre hará el bien porque es el bien y no porque se establezcan premios arbitrarios con el fin, propiamente, de fijar y robustecer su voluble mirada para que sepa ver los premios interiores del bien, que son mejores.

86.

Llegará ese tiempo de cierto, el tiempo de un nuevo Evangelio eterno, que se nos promete a nosotros en los libros elementales del Nuevo Testamento.

87.

Algunos fanáticos de los siglos XIII y XIV tal vez captaron una ráfaga de ese nuevo Evangelio eterno y se equivocaron solamente al anunciar tan próxima su irrupción.

88.

Quizá no fuera una ocurrencia vana su tercera edad del mundo, y ciertamente no tenían ningún mal propósito cuando enseñaban que la Nueva Alianza quedaría anticuada igual que lo quedó el Antiguo Testamento. Ellos mantenían una misma Economía de un mismo Dios: siempre ?para decirlo con mi lenguaje- el mismo plan de la educación general del género humano.

89.

Sólo que lo precipitaron, sólo que creyeron poder convertir de golpe a sus contemporáneos, salidos apenas de la niñez, sin ilustración ni preparación, en varones dignos de esa tercera edad.

90.

Y eso es lo que los convertía en fanáticos. El fanático obtiene a menudo muy justas visiones del futuro, pero es incapaz de esperar ese futuro. Desea su pronta llegada y ser él mismo quien lo adelante. Lo que cuesta a la Naturaleza mil años ha de cumplirse en el instante de la existencia del fanático. Pues, ¿qué va a tener él de eso, si lo que considera lo mejor no se convierte ya en lo mejor durante el tiempo de su vida? ¿Volverá él? ¿Cree él que volverá? -¡Qué extraño! ¡Sólo entre los fanáticos no se pone de moda este fanatismo!

91.

¡Sigue tu marcha imperceptible, Providencia eterna! Mas, no dejes que dude de ti precisamente por esa imperceptibilidad tuya. -¡No dejes que dude de ti aunque llegara a parecerme que tus pasos vuelven atrás! ?No es cierto que la línea recta sea siempre la más corta.

97.

Y ¿por qué no dar en otra ocasión todos los pasos que las perspectivas de los premios eternos tan poderosamente nos ayudan a dar?

98.

¿Por qué no he de poder volver al mundo mientras sea capaz de adquirir nuevos conocimientos, nuevas aptitudes? ¿Hago acaso tanto camino de una vez que no valga la pena volver?

99.

¿Por eso no he de volver? -¿O porque me olvido de que ya estuve aquí? Mejor para mí si lo olvido. El recuerdo de las anteriores situaciones no haría más que facilitarme el mal uso de la situación actual. Y lo que tengo que olvidar ahora, ¿lo he olvidado acaso por toda la eternidad?

100.

¿O bien es que se perdería mucho tiempo conmigo? -¿Se perdería? -¿Tengo otra cosa que atender? ¿No es mía toda la eternidad?

Lessing. Escritos.

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"Que nada se sabe"

De: Alias de MSNDriver_Op  (Mensaje original) Enviado: 25/06/2004 19:06

“Que nada se sabe”

  Los fragmentos de texto que a continuación reproduzco pertenecen a la obra “DE MULTUM NOBILI ET PRIMA UNIVERSALI SCIENTIA QUOD NIHIL SCITUR” del médico español Francisco Sánchez, escrita en 1576, pero editada cuatro o cinco años después, es mejor conocida por su título corto “Que nada se sabe”. Título elocuente si los hay, donde el autor expone una crítica muy lucida al conocimiento de su época y sirve de guia para quién quiera seguir los caminos de la duda racional; son notables la similitud con Descartes, de quién se supone es el iniciador del escepticísmo racional, sin embargo esta obra es anterior en 20 años al nacimiento del filósofo francés. Los fragmentos corresponden con el Prólogo al Lector, algunos fragmentos de la obra, y luego las conclusiones que Sánches ofrece al final de su obra.

Prólogo de “Que nada se sabe” de Francisco Sánchez.
Al lector.
  Innato es en los hombres el deseo de saber, pero a pocos es concedida la ciencia. Y no ha sido en esta parte mi fortuna diversa de la del mayor número de los hombres.
  Desde mi primera edad, aficionado a la contemplación de la naturaleza, dime a inquirir minuciosamente sus secretos; y aunque, al principio, mi espíritu, ávido de saber, solía contentarse con el primer manjar que de cualquier modo se le ofreciese, no se pasó mucho tiempo sin que, presa de grave indigestión, comenzase a arrojar de sí tan mal acondicionados alimentos.
  Comencé entonces a buscar algo que mi mente pudiera asimilar y comprender con facilidad y exactitud, algo en cuyo conocimiento y certidumbre hallara luz y reposo, mas nada encontré que a llenar viniera mis deseos. Revolví los libros de los autores pasados; interrogué a los presentes: cada cual decía una cosa distinta; -ninguno me dio respuesta que del todo me satisficiese.
  Confieso que en algunos avizoré y entreví ciertas sombras y dejos de verdad, pero ni uno solo me mostró, sincera y definitivamente, la verdad absoluta ni aun me dio un juicio recto y desinteresado de las cosas.
Entonces me encerré dentro de mí mismo y poniéndolo todo en duda y en suspenso, como si nadie en el mundo hubiese dicho nada jamás, empecé a examinar las cosas en sí mismas, que es la única manera de saber algo. Me remonté hasta los primeros principios, tomándolos como punto de partida para la contemplación de los demás, y cuanto más pensaba más dudaba: nunca pude adquirir conocimiento perfecto.
  Sentí una profunda desesperación, mas persistí no obstante en mi ardentísima y angustiosa empresa intelectual. Volví a acercarme a los maestros, y de nuevo les pregunté con ansia por la verdad codiciada. ¿Y qué me contestaron? Cada uno de ellos se había construido una ciencia con sus propias imaginaciones o con las ajenas, de las cuales deducían nuevas consecuencias, más fantásticas aún, y de esas consecuencias artificiales inferían otras y otras, fuera ya de las cosas mismas, hasta dar en un laberinto de palabras sin fundamento alguno de verdad. Así, en vez de una recta interpretación de los fenómenos naturales, se nos ofrece un tejido de fábulas y ficciones que ningún cabal entendimiento puede recibir. Pues ¿quién ha de comprender lo que no existe: los átomos de Demócrito, las ideas de Platón, los números de Pitágoras, los universales de Aristóteles, el intelecto agente y todas esas famosas invenciones que nada enseñan ni descubren si no es el ingenio de sus artífices? Con este cebo pescan a los ignorantes, prometiéndoles que les revelarán los recónditos misterios de la naturaleza, y los infelices lo creen a pie juntillo, tornan a resobar los libros de Aristóteles, los leen y releen, los aprenden de memoria, y es tenido por más docto el que mejor sabe recitar el texto aristotélico.
  ¡Qué profunda miseria! Si tú, pensador de buena fe, les niegas algo a los tales de lo que allí se contiene, te llamarán blasfemo; si arguyeres en contra te apellidarán sofista. ¿Qué les vas a hacer? Engáñense en buena hora los que quieran vivir engañados. Yo no escribo para tales hombres; ni aun pretendo que lean mis escritos. No faltará, sin embargo, alguno de ellos que leyéndome y no entendiéndome (¿qué sabe el asno del son de la lira?) pretenda hincarme el diente venenoso; pero le sucederá lo que a la sierpe de la fábula esópica, que quiso morder la lima y sólo consiguió quebrarse los dientes en el acero. Yo aspiro a que me lean y entiendan los fuertes y juiciosos varones que no están acostumbrados a jurar sobre las palabras de ningún maestro, sino a examinar las cosas por sí mismos, a acometer con su propia espada todas las cuestiones, guiados por el sentido y la razón.
  Tú, lector desconocido, quienquiera que seas, con tal que tuvieres la misma condición y temperamento que yo; tú, que dudaste muchas veces, en lo secreto de tu alma, sobre la naturaleza de las cosas, ven ahora a dudar conmigo; ejercitemos juntos nuestros ingenios y facultades; séanos a los dos libre el juicio, pero no irracional.
  Pero dirásme, por ventura: -¿Qué novedades puedes tú traerme después de tantos y tan ilustres sabios como en el mundo han sido? ¿Te estaba esperando a ti solo la verdad? -Ciertamente que no -respondo al punto-. Pero ¿acaso la verdad les había esperado antes a ellos? Porque Aristóteles haya escrito, ¿me he de callar yo? ¿Por ventura Aristóteles llegó a apurar en sus obras toda la potestad de la naturaleza y abrazó todo el ámbito de los seres? No creeré tal aunque me lo prediquen algunos doctísimos modernos exageradamente adictos al Estagirita a quien llaman dictador de la verdad y árbitro de la ciencia. No: en la república de la ciencia, en el tribunal de la verdad, nadie juzga, nadie tiene imperio sino la verdad misma. Yo tengo a Aristóteles por uno de los más agudos y sutiles escudriñadores de la naturaleza que hubo en el mundo; yo le admiro como a uno de los más fértiles ingenios que ha producido la especie humana: pero afirmo, también, que ignoró muchas cosas, que en otras muchas anduvo vacilante, que enseñó no pocas con grande confusión, que algunas cuestiones las trató sucintamente o las pasó y huyó por no atreverse a afrontarlas. Hombre era al fin, lo mismo que nosotros, y hartas veces, contra su voluntad, hubo de dar muestras de la limitación y la flaqueza humanas. Tal es nuestro juicio. Suceden tiempos a tiempos, y con los tiempos se mudan las opiniones de los hombres; cada cual cree haber encontrado la verdad, siendo así que de mil que opinan variamente sólo uno puede estar en lo cierto. Mas dentro de esa fatal y común flaqueza, todos los hombres deben ejercitar sus facultades y, sin curar de opiniones ajenas, aun a costa de errores y caídas, investigar las cosas por sí mismos.
Séame, pues, licito, como a todos los demás, y con ellos o sin ellos, hacer la misma indagación. Quizá encuentre, al apartarme de las antiguas autoridades, un destello de la verdad que busco. Y no te admire, lector, que después de tantos y tan ilustres varones venga yo, tan humilde, a mover de nuevo esta roca, pues no sería la primera vez que un ratoncillo rompiese los lazos que sujetaban al león; más fácilmente cobran la presa muchos perros que uno solo.
  Y no por eso te prometo la verdad, pues yo la ignoro lo mismo que todas las demás cosas; únicamente prometo inquirirla en cuanto me sea posible, para ver si sacándola de las cavernas en que suele estar encerrada puedes tú perseguirla en campo raso y abierto. Ni tampoco tengas tú muchas esperanzas de alcanzarla nunca ni, menos, de poseerla; conténtate, como yo, con perseguirla. Éste es mi fin, éste es mi propósito, éste debe ser también el tuyo. Empezando, pues, por los principios de las cosas, vamos a examinar los fundamentos más graves de la filosofía, los que pusieron por base a sus doctrinas los más insignes pensadores. Pero no me detendré mucho en cuestiones particulares, porque quiero llegar pronto a exponer aquellas nociones filosóficas que sirven de cimiento a la medicina, de cuyo arte soy profesor. Si quisiera recorrer todo el campo vastísimo de la ciencia, la vida no me bastara.
  Ni esperes de mí compuesta y atildada expresión. Si me pusiera a escoger las palabras y a usar de giros elegantes, la verdad se me escaparía de entre las manos. Si buscas elocuencia, pídesela a Cicerón, cuyo era este oficio: yo hablaré con suficiente hermosura si hablare con suficiente verdad. Quédense las bellas palabras para los poetas, los cortesanos, los amantes, las meretrices, los rufianes, aduladores, parásitos y gentes de esa laya, que tanto se precian de hablar bien. A la ciencia le basta siempre, porque es lo único necesario, la propiedad del lenguaje.
  Tampoco me pidas autoridades ni falsos acatamientos a la opinión ajena, porque ello más bien sería indicio de ánimo servil e indocto que de un espíritu libre y amante de la verdad. Yo sólo seguiré con la razón a sola la naturaleza. La autoridad manda creer; la razón demuestra las cosas; aquélla es apta para la fe; ésta para la ciencia.
Y quiera Dios que con el mismo ánimo que yo, sincero y vigilante, escribo estos renglones, los recibas tú, vigilante y sincero, y los juzgues con mente sana y libre, rechazando con firmes razones aquello que te parezca falso (cosa para mí agradable por ser tan propia de un filósofo) y sin necesidad de injurias (cosas, al fin, de mujerzuelas, indignas de un filósofo y para mí, por tal, muy desagradables), aprobando y confirmando, últimamente, aquello que te parezca verdadero.
  Lo cual aguardo que hagas, en espera de futuras y más provechosas investigaciones. Vale.”
Texto 1
  “Hay tal concatenación entre todas las cosas que ninguna está ociosa, sino que, más bien, se opone o favorece a otra; más aún, la misma cosa está destinada no sólo a perjudicar a muchas, sino también a ayudar a muchas otras. De aquí se sigue que, para el perfecto conocimiento de una sola, hay que conocerlas todas. Mas… ¿quién es capaz de eso? Nunca he visto a nadie que lo sea. Por esta misma razón, unas ciencias ayudan a otras, y una contribuye al conocimiento de la otra. Incluso, y esto es más importante, una sola no puede ser conocida perfectamente sin las otras, y por eso unas se ven obligadas a sufrir cambios por influencia de otras, pues sus objetos están de tal manera relacionados entre sí que dependen mutuamente y son mutuamente causa el uno del otro. De donde se sigue de nuevo que nada se sabe, porque ¿quién conoce todas las ciencias?” (pag. 87).
Texto 2
  “El conocimiento que se tiene de lo externo mediante los sentidos es superado en certeza por el que se obtiene con lo que está en nosotros o por nosotros es producido. Pues estoy más cierto de que tengo apetito y voluntad, de que ahora estoy pensando esto, de que hace poco evitaba aquello o lo detestaba, que de estar viendo un templo o a Sócrates” (pág. 120).
Fragmento del resumen final del autor.
  “Es mi propósito fundar, en cuanto me sea posible, una ciencia segura y fácil, basándola no en quimeras y ficciones, ajenas a la realidad de las cosas, y útiles sólo para mostrar la sutileza y el ingenio de quien escribe, sino en los métodos firmes y positivos que puedan conducir a una concepción científica verdaderamente racional y elevada.
  No me faltaran a mí tampoco agudezas ni ingeniosas invenciones, como al más pintado, si en tales artificios y arrequives hallara yo contentamiento. Mas ¿qué deleite puede hallar un ánimo severo y libre, que sienta la sed de la verdad, en esas ficciones, divorciadas de la naturaleza, que antes engañan que instruyen y acaban por confundir lo falso y lo verdadero? ¿Cómo llamarle ciencia a ese tejer y destejer de sueños, de imposturas y delirios, a esa invención de charlatanes y prestidigitadores?
Tú, lector, juzgarás de todo ello: lo que aquí te pareciere bien recíbelo con amor; lo que aquí te disguste no lo rechaces con odio, pues fuera cruel hacer daño a quien intenta fustigar errores.
  Examínate a ti mismo. Si algo sabes, enséñamelo. Te daré las gracias.
  Yo, en tanto, ciñéndome a examinar las cosas, propondré en otro libro si es posible saber algo y de qué modo; esto es, cuál puede ser el método que nos conduzca a la ciencia en cuanto lo permita la humana fragilidad.-VALE.”

  El médico de origen español (las malas lenguas dicen que era judío) habría nacido en 1552 en la ciudad de Tuy o en Braga, según de qué lado de la frontera hispanolucitana sea el historiador que se cite. A temprana edad se muda junto a sus padres a Francia, a la ciudad de Burdeos donde comenzó a estudiar medicina, luego se traslada a Italia para completarlos pasando una larga temporada en Roma. Se gradúa finalmente en Motpellier en 1573 siendo ayudante del famoso médico Huchet. Fue profesor desde los 24 años en esa plaza universitaria, actividad que mantuvo durante once años. Debido a las guerras de religión que afectaron su carrera académica tuvo que mudarse a Toulouse donde se estableció hasta su muerte acaecida a los 70 años de edad. Hasta entonces ejerció la profesión de médico adquiriendo gran fama entre sus compatriotas españoles recidentes en Francia y entre los franceses también. Se le atribuye con sus escritos el haber inspirado a Descartes, que como mencioné al principio se considera el padre del escepticísmo racionalista pero lo cierto es, en mi humilde opinión, que este obscuro médico español bien podría llamarse el abuelo de la escuela escéptica moderna.

Si ?P o no P?, entonces Dios existe

De: Alias de MSNaleust  (Mensaje original) Enviado: 25/06/2004 14:23

Elementos
(revista trimestral)
Elementos No. 38 Vol. 7, Junio-Agosto 2000

Si ?P o no P?, entonces Dios existe

Alrededor del Argumentum Ornitologicum de Jorge Luis Borges
Daniel Vera

Gewöhnlich glaubt der Mensch, wenn er nur Worte hört, Es müsse sich dabei doch auch was denken lassen.
J.W. Goethe

suspensión de la credulidad

Borges, o alguno de sus precursores, ha señalado esa felicidad, característica del lector de ficciones, que consiste en la suspensión voluntaria y momentánea de la incredulidad; no alcanzar ese placer es signo de una deficiente educación estética, pero también lo es la extensión, deseada o no, de esa credulidad hacia otras voces y otros ámbitos. El Quijote y Madame Bovary se han escrito acaso y entre otras cosas, para que aprendamos a gozar de las ficciones sin abandonar por ello ninguna incredulidad que las exceda; aplicar un procedimiento semejante a la metafísica, definida por él como una rama de la literatura fantástica, no deja de ser, para mí, el mayor y mejor rasgo de la obra de Borges, haya sido éste un propósito deliberado de su empresa o una consecuencia inesperada de la misma. Por lo tanto, no quisiera que se busque en estos comentarios acerca de una breve pieza suya la intención de destruir los goces desprevenidos de la lectura; por el contrario, entiendo que se trata de una continuación de esos goces por otro medio, a saber: la suspensión de la credulidad propia del pragmatismo, que permite disfrutar una creciente gama de discursos sin comprometerse ontológica, ideológica ni comunicativamente con lo que esos discursos refieren o relatan. Esta “primacía de la práctica” admite la cooperación de procedimientos constructivos y descontructivos, y privilegia el diálogo como estilo de relación entre personas, teorías y culturas. El diálogo necesita tanto de las razones alternativas como de las propias razones; me gusta decir que el diálogo comienza donde termina la comunicación, si es que hay algo que puede llamarse así; cuando unos y otros ?es sólo una suposición? dicen lo mismo de lo mismo, ninguno dice propiamente nada, o mejor: habla uno solo, aunque sean varios los que mueven los labios, y éste sería el caso de la comunicación, merced a un patrón común donde encajan o deben encajar perfectamente los símbolos de los presuntos participantes. Si esto se diera, convendría llamarlo monólogo; pero se lo llama diálogo, no sólo porque el uso de las palabras tiene siempre algo de arbitrario, sino también porque se ajusta a las prácticas habituales, con independencia de las pretensiones de hegemonía teórica y de las pretensiones teóricas de hegemonía: después de Freud ?o después de Oscar Wilde o después de Robert L. Stevenson? el solipsismo es tan insostenible, o tan fantástico, como el realismo; no hay lenguajes monológicos, aunque algunos sistemas de signos aspiren a serlo.

respuesta a la pregunta: ¿qué significa ser materialista?

No hace mucho, en un reportaje, Juan José Saer se confesaba “materialista y ateo”; la conjunción de estos predicados no es, por cierto, original, se trata de un resabido lugar común, pero me llamó la atención que un escritor la utilizara para calificar sus creencias. Antes de eso, la expresión “materialista y ateo” era para mí un artefacto redundante, un monstruo para sobresaltar ancianas, en suma, un pleonasmo polémico, destinado más bien a descalificar que a calificar. Ironías aparte, la unión explícita de ambos adjetivos implica que no es insólito aplicarlos separadamente, para decir, por ejemplo, de algo o de alguien que es materialista pero no ateo, o a la inversa, que es ateo sin ser materialista. Nada sorprendente, cuando se asignan propiedades divinas a la materia o propiedades materiales a la divinidad, y la materia se ha divinizado tantas veces como se ha materializado la divinidad. Sin embargo, me parece que todavía vale la pena decir algo en favor de una sinonimia entre “materialismo” y “ateísmo” en la discusión pública y esto tiene que ver con la implicación material y con el principio del tercero excluido; en un “materialismo lógico” digno de ese nombre: a) de una creencia contradictoria se siguen cualesquiera otras creencias, arbitrarias en forma y contenido, aunque puedan establecerse vínculos estadísticos con algunos contenidos y acaso con algunas formas de la creencia inicial o de creencias afines, y b) una creencia verdadera es derivable de cualesquiera otras creencias, esto es, a partir de que alguien crea P, y P sea verdadera, no se le puede adjudicar la creencia consistente Q, distinta de P, tal que la verdad de Q sea premisa necesaria de la verdad de P (en rigor, sólo pueden atribuirse al creyente, hasta cierto punto, las consecuencias de P). Estos requisitos, cuyos ancestros lógicos han sido muy discutidos, están destinados a impedir la “trascendentalización” de la lógica, puesto que una lógica trascendental es incompatible con el materialismo, pero no se bastan para cumplir su cometido, y en la práctica pueden ser arrasados por el uso irrestricto o simplemente descuidado del principio de tercero excluido: la creencia de que los enunciados de creencia están definidos respecto a la verdad, aunque se carezca de medios para probarlos en un diálogo finito, entraña la creencia en un Dios, el cual sabría para cada disyunción de la forma ?P v -P? (pe o no pe) cuál miembro de la misma es verdadero y cuál falso. Las paradojas de esta suposición han sido tratadas en primer término, hablo de la fama y no de la historia, por el Kant de las Antinomias de la razón pura y de La disciplina de la razón pura respecto a sus demostraciones, y luego por los lógicos constructivistas; de éstos, sólo convocaré aquí a Paul Lorenzen y su Pensamiento metódico y a Andrés Raggio, quien pronunció, en 1968, su conferencia Alcance y límites de la mecanización en lógica. Pero el Argumentum ornitologicum de Jorge Luis Borges es el ejemplo más hermoso que conozco y en él se muestra, con singular lucidez y prescindiendo de todo tecnicismo, lo que quiero decir:

Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos; no se cuántos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número? El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta. En tal caso, vi menos de diez pájaros (digamos) y más de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, o dos pájaros. Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etcétera. Ese número entero es inconcebible, ergo, Dios existe. (Obras Completas, II, 165)

los sueños no se pueden contar

“Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros… No sé cuántos pájaros vi”, esta cláusula, por sí sola, es una obra maestra de la indeterminación y la ironía: “Cierro los ojos y veo”, dice Borges, el ciego. Es una cláusula protocolar, que no se puede contrastar intersubjetivamente; cada uno y sólo cada uno es capaz de saber lo que ve con los ojos cerrados, por lo tanto no puede ser aprobado ni reprobado en un diálogo respecto a esa visión: lo que se afirma reposa en la autoridad de quien lo profiere, en su autor y en la suspensión literaria de la incredulidad del lector. Además, el objeto de aquella supuesta visión ?¿habría que decir “alucinación”?? es indeterminado: “No se cuántos pájaros vi”. Se podría contestar aquí, de manera ruda y llana, con mala educación estética: “Mire, Borges, si usted no sabe cuántos pájaros vio, sólo Dios lo sabe”, y al conceder de tal modo la conclusión, se obviaría el argumentum y quedaría a salvo, sin esfuerzo ulterior, nuestra incredulidad pragmática. Me permito, sin embargo, ser bien educado y continuar: “¿Era definido o indefinido su número?”. ¿?P v -P??, con lo que se supone la validez lógica de la forma ?P v -P? y se considera que un extremo de la disyunción es verdadero y el otro falso, no ya en relación con el autor ni con el lector (éste sabe que para aquél el número es indeterminado, esto es, indefinido), porque entonces la pregunta sería superflua, sino en absoluto. Así las cosas, “el problema involucra el de la existencia de Dios”, quien sería el garante único de la verdad o falsedad de cada uno de esos enunciados. Son conocidos los inconvenientes que acarrea para la proliferación de las ciencias y de las artes, y para la vida y libertad de artistas y científicos, el poner a Dios o alguna de sus máscaras: la Verdad, la Política Correcta, etcétera, como garantía de la verdad de un enunciado o de una teoría, de la belleza de una obra o de la calidad de una conducta; en todo caso, como queda claro en la exposición de la polémica entre Leibniz y Clarke y puede ser visto en un libro de Gottfried Martin, la fundamentación teológica de la verdad dice más sobre las convicciones de los creyentes que sobre la naturaleza de Dios, y a la física en general le ha resultado más productiva su inserción en la mecánica que su dependencia de la teología. Esto permite mostrar que mi análisis no está dirigido contra los que creen en Dios, pues de acuerdo con b), la creencia en Dios puede ser verdadera independientemente del valor de verdad que se asigne a ?P v -P?, sino contra aquellos que niegan la existencia de Dios y sin embargo afirman ?P v -P?, y menos directa, pero no menos insidiosamente, contra aquellos “trascendentalistas” que derivan la verdad del antecedente a partir de la verdad del consecuente, postulando vínculos lógicos que exceden la implicación material. Esta presentación gira así en torno a cierto “ateísmo metodológico” o “espistemológico” y apela tanto a la credulidad literaria como a la incredulidad pragmática. Los sueños no se pueden contar entre los medios de prueba, pero sí el diálogo con el soñador.

final de partida

La razón de Lorenzen para rechazar la forma ?P v -P? como ley lógica es que para defenderla con éxito en un diálogo se precisa saber de antemano cuál de los miembros es verdadero, ya que hay casos donde suponer la falsedad de uno y a partir de ello derivar la verdad del otro conduce a una aporía: alternativamente pueden probarse ?P? y ?-P?; un ejemplo clásico de esta paradoja lo ofrecen las antinomias kantianas. Las dificultades para la aplicación de esta “ley” en operaciones matemáticas que envuelven la infinitud es un lugar común de las matemáticas constructivistas, y de acuerdo con la exposición de Raggio, ofrece un obstáculo insalvable para la mecanización del cálculo lógico de predicados cuando no se dispone de un procedimiento efectivo, un algoritmo, para la prueba de un enunciado: una máquina de Turing no detendría nunca su marcha. Un ejemplo sencillo permite notar la divergencia entre la aritmética teórica donde ?P? es ?(10:3).3 = 10? y la aritmética mecánica de una minicalculadora digital donde ?P1? es ?(10:3).3 = 9.9999999?; allá, un resultado correcto pero imposible de obtener mecánicamente, y aquí un resultado obtenido por medios mecánicos, pero “incorrecto”. Este resultado “falso” pero operativo, requiere suspender en la práctica el principio de tercero excluido mediante un dispositivo ad hoc, dependiente del número de dígitos que admite la pantalla de la máquina y que detiene su funcionamiento cuando ese número se completa. En cuanto a la minicalculadora, ?P? es indeterminado respecto a la prueba, y con ello respecto a la verdad; una indeterminación relativa, que nos parecería absoluta si dispusiéramos solamente del lenguaje de los números decimales; pero ?P1?, a pesar de haber sido obtenido, es indeterminado, ya que su “construcción”, como aquella de Kafka, es incompleta: máquinas con un número mayor o menor de dígitos en su pantalla mostrarían resultados divergentes, que sería caótico considerar en sí mismos verdaderos o falsos, en tanto que una máquina ideal, con una pantalla infinita a su disposición, no terminaría nunca de imprimir nueves. El interruptor sacrifica la verdad a la operatividad, es una regla práctica, como lo es en ajedrez declarar tablas una posición de jaque perpetuo.

los términos de la indeterminación

Sábato, alguna vez, acusó a Borges de confundir infinito con indefinido; en este caso, parece mejor decir que para exponer las consecuencias indeseables del tercero excluido, a saber, el compromiso ontológico con entidades inescrutables, primero, y el compromiso teológico con un Dios Omnisciente, luego, le bastaba con una cláusula protocolar y una cantidad indeterminada, no muy grande: mayor que uno y menor que diez. Para el Borges del Argumentum:

?V1 v V2 v V3 v V4 v V5 v V6 v V7 v V8 v V9? es verdadera, donde ?V2? es ?vi dos pájaros?, ?V3? es ?vi tres pájaros?, etcétera, pero no sabe cuál de los miembros ?VN?, uno y sólo uno, hace verdadera la fórmula completa. En ese universo del discurso la disyunción de cada miembro con todos los demás tiene la forma ?P v -P? que, debido a la ignorancia apuntada, no puede ser defendida con éxito en un diálogo; esto deja perplejo a Borges (o Borges simula esa perplejidad, que algunos llaman metafísica), porque pone en suspenso la verdad de ?V1 v V2 v … v V9?, a la que no está dispuesto a renunciar. Para salir de la perplejidad, es necesario que alguien sepa cuál de los ocho miembros disyuntivos del enunciado en cuestión es verdadero, para lo cual recurre a Dios. Ergo, si ?P v -P?, entonces Dios existe. Raggio termina su análisis de los “irresolubles” con estas palabras:

Las máquinas no pueden resolver ciertos problemas y tampoco los hombres, si se limitan a actuar como máquinas. Tal vez los hombres sean algo más que máquinas, pero aun en este caso, para poder revelar que lo son, necesitarían vivir indefinidamente para poder mostrar que conocen cada uno de esos infinitos enunciados para los cuales no existe método algorítmico de decisión. Pero esto, por nuestra finitud es imposible. Modificando un poco un famoso dictum de André Weil podemos decir: Hay cosas que las máquinas no pueden hacer; y esto es una prueba de la existencia de Dios. Tal vez los hombres sean algo más que máquinas, pero aun así, por su finitud, jamás podrán demostrarlo; y esto es una prueba de la existencia del Diablo.
Borges culmina la exposición de su sueño diurno con la afirmación, literaria, de la existencia de Dios, pero pese a eso no sabe todavía, ni lo sabemos nosotros ni lo sabremos ni lo sabrá jamás hombre alguno, cuántos pájaros vio aquella vez. De mi parte, pongo fin a mi circunloquio con una versión de aquellos versos de Goethe invocados como motivo:

Habitualmente el hombre
Cuando oye una palabra, tiene el convencimiento
De que además de un nombre
Se le ha dado con ella también un pensamiento.
Baste agregar, apenas, que están en el Fausto y los pronuncia Mefistófeles.

Post Scriptum: Estoy en deuda con Alberto Moretti por una corrección terminológica. También, por la observación de que hay un supuesto adicional en el argumento borgiano, y que contamina el mío, a saber: el compromiso con una lógica epistémica, para la cual es condición de la verdad de una creencia, el que alguien la sostenga. Para el caso de Borges, adicionando el supuesto, un “materialista y ateo” tendría que rechazar juntamente el tercero excluido y la lógica epistémica. Concedido, y para mi caso lo concedería ?y tal vez Borges con el auxilio de otros textos suyos pueda ponerse bajo este paraguas?, siempre y cuando la concesión no quiera decir que hay creencias verdaderas o falsas independientemente de que alguien las sostenga, pues esto involucraría el problema de la Realidad. Una Realidad que hiciera verdaderas (o falsas) determinadas creencias aparte de cualquier sujeto, sería tan divina, por lo menos, como el Dios de Berkeley. En todo caso, mi compromiso implícito estaría con una concepción de la verdad como “desencomillado”, análoga a la de Alfred Tarski. El “materialismo lógico” buscaría su lugar entre la variedad del pragmatismo, y no se apartaría de mis propósitos.

Bibliografía

Borges, J.L., Obras Completas, en tres tomos, 1993. La primera edición de El Hacedor, libro del que forma parte Argumentum Ornitologicum es de 1960.
Kant, I., Crítica de la razón pura (Cfr. en particular la subdivisión “Dialéctica trascendental”, de la “Teoría trascendental de los elementos” y el capítulo aludido de la “Teoría trascendental del método”).
Lorenzen, P., Pensamiento metódico, 1973 (Traducción por Ernesto Garzón Valdés de Metodisches Denken, 1968. (Cfr. en particular el capítulo “Estructuras lógicas en el lenguaje”, pp. 58-67; la fórmula indeterminada dialógicamente que considera es “Si -(A.B) entonces -A v -B”, pp. 64-65).
Martin, G., Kant, ontología y epistemología, 1961 (Traducción por Luis Felipe Carrer y Andrés Raggio de Inmanuel Kant. Ontologie und Wissenschaftstheorie, 1950 (Cfr. en particular, el Cap. III: “El ser de la naturaleza”, pp. 71-101).
Raggio, A., Alcance y límites de la mecanización en lógica, Cibernética, 1968, ed. por Luis Maltese de las contribuciones al “Xo Curso de temporada Cibernética y Sociedad, organizado por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.
Sábato, E., El escritor y sus fantasmas, 2a. edición, 1964 (Cfr. “Borges y el destino de nuestra ficción”, pp. 245-257, en particular, p. 249).

Daniel Vera es profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.

El Gen Egoista

De: Alias de MSNaleust  (Mensaje original) Enviado: 10/01/2008 20:37

El gen egoísta, Las bases biológicas de nuestra conducta

Richard Dawkins

CONTENIDO

PREFACIO A LA EDICIÓN DE 1976 …………………………………………………………….4

PREFACIO A LA EDICIÓN DE 1989 …………………………………………………………….7

I. ¿POR QUÉ EXISTE LA GENTE?…………………………………………………………..10

II. LOS REPLICADORES………………………………………………………………………21

III. LAS ESPIRALES INMORTALES………………………………………………………30

IV. LA MÁQUINA DE GENES………………………………………………………………..55

V. AGRESIÓN: LA ESTABILIDAD Y LA MÁQUINA EGOÍSTA ……………78

VI. GEN Y PARENTESCO…………………………………………………………………….101

VII. PLANIFICACIÓN FAMILIAR …………………………………………………………127

VIII. LA BATALLA DE LAS GENERACIONES……………………………………140

IX. LA BATALLA DE LOS SEXOS……………………………………………………….156

X. TÚ RASCAS MI ESPALDA, YO CABALGO SOBRE LA TUYA……….189

XI. MEMES: LOS NUEVOS REPLICADORES ………………………………………215

XII. LOS BUENOS CHICOS ACABAN PRIMERO ………………………………….234

XIII. EL LARGO BRAZO DEL GEN…………………………………………………….259

BIBLIOGRAFÍA…285

PREFACIO A LA EDICIÓN DE 1976

El presente libro debiera ser leído casi como si se tratase de ciencia-ficción. Su objetivo es apelar a la imaginación. Pero esta vez es ciencia. «Más extraño que la ficción» podrá ser o no una frase gastada; sirve, no obstante, para expresar exactamente cómo me siento respecto a la verdad. Somos máquinas de supervivencia, vehículos autómatas programados a ciegas con el fin de preservar las egoístas moléculas conocidas con el nombre de genes. Ésta es una realidad que aún me llena de asombro. A pesar de
que lo sé desde hace años, me parece que nunca me podré acostumbrar totalmente a la iidea. Una de mis esperanzas es lograr cierto éxito en provocar el mismo asombro en los demás.

Tres lectores imaginarios miraron sobre mi hombro mientras escribía y ahora les dedico el libro a ellos. El primero fue el lector general, el profano en la materia. En consideración a él he evitado, casi en su totalidad, el vocabulario especializado y cuando me he visto en la necesidad de emplear términos de este tipo, los he definido. Me pregunto por qué no censuramos, asimismo, la mayor parte de nuestro vocabulario especializado en nuestras revistas científicas. He supuesto que el lector profano carece de conocimientos especiales, pero no he dado por sentado que sea estúpido. Cualquiera puede difundir los conocimientos científicos si simplifica al máximo. Me he esforzado por tratar de divulgar algunas nociones sutiles y complicadas en lenguaje no matemático, sin por ello perder su esencia. No sé hasta qué punto lo he logrado, ni tampoco el éxito
obtenido en otra de mis ambiciones: tratar de que el presente libro sea tan entretenido y absorbente como merece su tema. Durante mucho tiempo he sentido que la biología debiera ser tan emocionante como una novela de misterio, ya que la biología es, exactamente, una novela de misterio. No me atrevo a albergar la esperanza de haber llogrado comunicar más que una pequeña fracción de la excitación que esta materia
ofrece.

El experto fue mi segundo lector imaginario. Ha sido un crítico severo que contenía vivamente el aliento ante algunas de mis analogías y formas de expresión. Las frases favoritas de este lector son: «con excepción de», «pero, por otra parte», y «¡uf!». Lo escuché con atención, y hasta rehice completamente un capítulo en consideración a él, pero al fin he tenido que contar la historia a mi manera. El experto aún no quedará del
todo satisfecho con mis soluciones. Sin embargo, mi mayor esperanza radica en que aun él encontrará algo nuevo; una manera distinta de considerar conceptos familiares, quizás, o hasta el estímulo para concebir nuevas ideas propias. Si ésta es una aspiración demasiado elevada, ¿puedo, al menos, esperar que el libro lo entretendrá durante un viaje en tren?

El tercer lector en quien pensé fue el estudiante, aquel que está recorriendo la etapa de transición entre el profano y el experto. Si aún no ha decidido en qué campo desea ser un experto, espero estimularlo a que considere, una vez más, mi propio campo, el de la zoología. Existe una razón mejor para estudiar zoología que el hecho de considerar su posible «utilidad» o la de sentir una simpatía general hacia los animales. Esta razón es
que nosotros, los animales, somos el mecanismo más complicado y más perfecto en cuanto a su diseño en el universo conocido. Al plantearlo de esta manera es difícil comprender el motivo por el cual alguien estudia otra materia. Respecto al estudiante que ya se ha comprometido con la zoología, espero que mi libro pueda tener algún valor educativo. Se verá obligado a recorrer con esfuerzo los documentos originales y los libros técnicos en los cuales se ha basado mi planteamiento. Si encuentra que las fuentes originales son difíciles de asimilar, quizá mi interpretación, que no emplea métodos matemáticos, le sea de ayuda, aceptándola como una introducción, o bien como un texto auxiliar.

Son obvios los peligros que entraña el intento de llamar la atención a tres tipos distintos de lector. Sólo puedo expresar que he sido muy consciente de estos peligros, pero también me pareció que los superaban las ventajas que ofrecía el intento.

Soy un etólogo, y este libro trata del comportamiento de los animales. Es evidente mi deuda a la tradición etológica en la cual fui educado. Debo mencionar, en especial, a Niko Tinbergen, quien desconoce hasta qué punto fue grande su influencia sobre mí durante los doce años en que trabajé bajo sus órdenes en Oxford. El término «máquina de supervivencia», aun cuando en realidad no le pertenece, bien podría ser suyo. La etología se ha visto recientemente fortalecida por una invasión de ideas nuevas provenientes de fuentes no consideradas, tradicionalmente, como etológicas. El presente libro se basa, en gran medida, en estas nuevas ideas. Sus creadores son reconocidos en los pasajes adecuados del texto; las figuras sobresalientes son G. G. Williams, J. Maynard Smith, W.D. Hamilton y R. L. Trivers.

Varias personas sugirieron para el libro títulos que yo he utilizado, con gratitud, como títulos de diversos capítulos: «Espirales inmortales», John Krebs; «La máquina de genes», Desmond Morris; ?Gen y parentesco? («Genesmanship», palabra compuesta de genes = genes; man = hombre y la partícula ship que podríamos traducir como afinidad), Tim Clutton-Brock y Jean Dawkins, independientemente, y ofreciendo mis disculpas a
Stephen Potter.

Los lectores imaginarios pueden servir como objetivos de meritorias esperanzas y aspiraciones, pero su utilidad práctica es menor que la ofrecida por verdaderos lectores y críticos. Soy muy aficionado a las revisiones y he sometido a Marian Dawkins a la lectura de incontables proyectos y borradores de cada página. Sus considerables conocimientos de la literatura sobre temas biológicos y su comprensión de los problemas
teóricos, junto con su ininterrumpido estímulo y apoyo moral, han sido esenciales para mí. John Krebs también leyó la totalidad del libro en borrador. Conoce el tema mejor que yo, y ha sido magnánimo y generoso en cuanto a sus consejos y sugerencias. Glenys Thomson y Walter Bodmer criticaron, de manera bondadosa pero enérgica, el tratamiento que yo hago de los tópicos genéticos. Temo que la revisión que he efectuado aún pueda no satisfacerles, pero tengo la esperanza de que lo encontrarán algo mejor. Les estoy muy
agradecido por el tiempo que me han dedicado y por su paciencia. John Dawkins empleó su certera visión para detectar frases ambiguas que podían inducir a error y ofreció excelentes y constructivas sugerencias para expresar con palabras más adecuadas los mismos conceptos. No hubiese podido aspirar a un «profano inteligente» más adecuado que Maxwell Stamp. Su perceptivo descubrimiento de una importante falla general en el estilo del primer borrador ayudó mucho en la redacción de la versión final. Otros que efectuaron críticas constructivas a determinados capítulos, o en otros aspectos otorgaron su consejo de expertos, fueron John Maynard Smith, Desmond Morris, Tom Maschler,Nick Blurton Jones, Sarah Kettlewell, Nick Humphrey, Tim Glutton-Brock, Louise Johnson, Christopher Graham, Geoff Parker y Robert Trivers. Pat Searle y Stephanie
Verhoeven no sólo mecanografiaron con habilidad sino que también me estimularon, al parecer que lo hacían con agrado. Por último, deseo expresar mi gratitud a Michael Rodgers de la Oxford University Press, quien, además de criticar, muy útilmente, el manuscrito, trabajó mucho más de lo que era su deber al atender a todos los aspectos de la producción de este libro.

RICHARD DAWKINS

Buddhismo y la Existencia de Dios

De: Alias de MSNThyServantofThyDark  (Mensaje original) Enviado: 17/07/2007 13:21

EL BUDDHISMO Y LA IDEA DE DIOS*

NYANAPONIKA THERA
Traducción por Dr. Alejandro Córdova C.

En la literatura occidental se encuentran expresados puntos de vista contradictorios respecto a la actitud del buddhismo en relación al concepto de Dios y dioses. A partir del estudio de los discursos del Buddha preservados en el Canon Pali, se puede observar que la idea de una deidad personal, un dios creador concebido como eterno y omnipotente es incompatible en las enseñanzas de Buddha. Por otro lado, las concepciones de una divinidad impersonal, como por ejemplo la de una alma universal o cósmica, se excluyen de acuerdo con la enseñanza de Buddha de anatta, no self o ego o la insubstancialidad.

En la literatura buddhista, la creencia en un dios creador (issaranimàna-vàda) se menciona con frecuencia y es rechazada junto con otras causas que erróneamente se aducen para explicar el origen del mundo; como por ejemplo un alma universal, el tiempo, la naturaleza, etc. Sin embargo, la creencia en Dios no es colocada en la misma categoría de aquellos puntos de vista moralmente destructivos que rechazan los resultados kammicos de la acción, asumen un origen fortuito del hombre y la naturaleza o enseñan un determinismo absoluto. Todos estos puntos de vista son considerados totalmente perniciosos y tienen malos resultados seguros debido a su efecto sobre la conducta.

Sin embargo, el teísmo se considera como una forma de enseñanza sobre el kamma en cuanto el sostiene la eficacia moral de la acción. Debido a esto, un sujeto teísta que lleva o practica una vida moral como cualquiera que hace esto en nombre de lo que sea, podría esperar un renacimiento favorable. Incluso es posible que el renazca en un mundo celestial que se asemeje a la concepción que tenga de dicho lugar, aunque éste no durará eternamente como él espera. Pero si el fanatismo lo induce a perseguir a aquellos que no comparten sus creencias1, ello tendrá graves consecuencias para su destino futuro, ya que, las actitudes fanáticas, la intolerancia y la violencia contra otros, crean kamma insano que conduce al deterioro moral y a un renacimiento infeliz.

Aunque la creencia en Dios no excluye un renacimiento favorable, es una variedad de eternalismo, una falsa afirmación de permanencia enraizada en la avidez de existencia y como tal constituye un obstáculo para la liberación final. El teísmo se encuentra clasificado como una de las cadenas (saçyojana) que atan a la existencia tales como la creencia en una personalidad o entidad permanente en los fenómenos o cosas, el apego a ritos o rituales y el deseo por una existencia material sutil o por un “cielo de la esfera de los sentidos.”

Los primeros buddhistas consideraron que la idea de Dios para explicar el origen del universo y la situación del hombre en este mundo resultaba no convincente. A través de los siglos, los filósofos buddhistas han formulado detallados argumentos refutando la doctrina de un dios creador. Sería interesante comparar dichos argumentos con los que los filósofos occidentales han refutado las pruebas teológicas de la existencia de Dios.

Sin embargo, para un entusiasta creyente, la idea de Dios es mucho más que un mero recurso para explicar los hechos externos como el origen del mundo. Para él, Dios es un objeto de fe que puede otorgar un fuerte sentimiento de certeza, no sólo como la existencia de Dios en algún lugar del universo, sino también como una presencia cercana y consoladora. Este sentimiento de certeza requiere un detallado escrutinio. Este escrutinio revelará que en la mayoría de las cosas la idea de Dios es la proyección de los ideales del devoto o creyente -generalmente nobles- y su ferviente deseo y profunda necesidad de creer. Esta proyección se encuentra principalmente condicionada por las influencias externas tales como las impresiones de la infancia, la educación, la tradición y el medio ambiente social.

Los devotos, cargados con una gran fuerza emocional, producto de la poderosa capacidad humana para la formación de imágenes, visualización y creación de mitos, se identifican con las imágenes y conceptos de cualquier religión que ellos sigan. En el caso de la mayoría de los más sinceros creyentes, un penetrante análisis mostrará que su experiencia en Dios no tiene otro contenido que el anteriormente expuesto.

Sin embargo el alcance y el significado de la creencia en Dios y la experiencia en Él no se agota en lo anteriormente expuesto. Las vidas y escritos de los místicos de todas las grandes religiones son testigos de experiencias religiosas de gran intensidad en las que se presentan considerables cambios cualitativos de la conciencia. Una profunda absorción en la plegaria o la meditación puede producir una profundización y ampliación, una clarificación e intensificación de la conciencia, que se acompaña de sentimientos de éxtasis y felicidad. El contraste entre este estado de conciencia y el normal es tan grande que el místico cree que su experiencia es una manifestación de la divinidad; y dado tal contraste es compresible que así se crea.

La experiencia mística también se caracteriza por una marcada reducción o exclusión temporal de la multiplicidad de las percepciones sensoriales y la inquietud de pensamiento; y así la relativa unificación de la mente es interpretada como una unión y comunión con Dios. Todas estas impresiones y sus primeras interpretaciones espontáneas las identifica el místico dentro de su teología particular. Sin embargo es interesante señalar que el intento de los más grandes místicos occidentales por relacionar sus experiencias místicas con el dogma oficial de sus respectivas iglesias a menudo fueron vistos con recelo por la ortodoxia, y en muchos casos fueron considerados francamente heréticos.

Los aspectos psicológicos que subyacen a esas experiencias religiosas son aceptadas y bien conocidas por el buddhista, pero él distingue acuciosamente las experiencias en sí mismas de la interpretación teológica que se hace de ellas. Después de emerger de una absorción (jhàna) meditativa profunda, el meditador buddhista es aconsejado para que los factores físicos y mentales que forman parte de su experiencia sean analizadas a la luz de las tres características de toda existencia condicionada: impermanencia, ligada al sufrimiento, y la ausencia de un ego permanente o una sustancia eterna. Esto se hace principalmente con el objeto de utilizar la pureza meditativa y la fuerza de la conciencia para los propósitos más elevados: la introspección liberadora. Pero este procedimiento también tiene un efecto colateral muy importante: el meditador no será arrollado por cualquiera de las incontrolables emociones y pensamientos evocados por su singular experiencia, y de esta manera será capaz de evitar interpretaciones de dicha experiencia que no estén garantizadas por los hechos.

Así un meditador buddhista, al mismo tiempo que se beneficia de los refinamientos de la conciencia que ha obtenido, será capaz de observar estas experiencias meditativas por lo que ellas son, y posteriormente él comprenderá que ellas no tienen ninguna sustancia permanente la cual pudiera ser atribuida a una deidad que se manifiesta en su mente. Por lo tanto, la conclusión buddhista es que el estado místico más elevado no es una evidencia de la existencia de un Dios personal o divinidad impersonal.

El buddhismo algunas veces ha sido llamado una enseñanza atea, ya sea en un sentido aprobatorio por libre pensadores y racionalistas o en un sentido derogatorio por personas de orientación teísta. Sólo en un sentido puede el buddhismo ser descrito como ateísta, a saber, en tanto que el rechaza la idea de un Dios o divinidad eterna y omnipotente, que es el creador y ordenador del mundo. Sin embargo la palabra “ateísmo”, así como la palabra “sin Dios (godless)” con frecuencia están cargados de un sentido despreciativo o implicaciones que nada tienen que ver con la enseñanza del Buddha.

Aquellos que usan la palabra “ateísmo” a menudo la asocian con una doctrina materialista que no conoce nada más elevado que este mundo de los sentidos y la poca felicidad que él puede otorgar. El buddhismo no tiene nada que ver con dicha concepción. En este sentido está de acuerdo con las enseñanzas de otras religiones de que una verdadera y permanente felicidad no se puede encontrar en este mundo; y el Buddha agrega que en ningún plano de existencia más elevado, concebido como un mundo celestial o divino, ya que todos los planos de existencia son impermanentes y por lo tanto incapaces de ofrecer una felicidad eterna.

Los valores espirituales por los que el buddhismo aboga están dirigidos no hacia una nueva vida en un mundo superior, sino hacia un estado que trasciende completamente el mundo, a saber, el Nibbàna. Sin embargo al hacer esta afirmación hay que señalar que los valores espirituales del buddhismo no establecen una separación absoluta entre el aquí y ahora y el más allá. Ellos tienen raíces firmes en el mundo mismo pues se dirigen hacia la más alta realización en la existencia presente; junto con tal aspiración espiritual el buddhismo alienta para que se haga un entusiasta esfuerzo para hacer este mundo un mejor lugar para vivir.

La filosofía materialista de aniquilación (uccheda-vàda) es rechazada enfáticamente por el Buddha como falsa doctrina. La doctrina del kamma es suficiente para probar que el buddhismo no enseña la aniquilación después de la muerte. Ésta acepta la sobrevivencia, no de un alma eterna, sino de un proceso mental sujeto a renovada existencia; de esta forma enseña renacimiento sin transmigración. La enseñanza del Buddha no es un nihilismo que ofrece a la humanidad sufriente al final de su vida, una fría nada. Por el contrario es una enseñanza de salvación (niyyànika-dhamma) y de liberación (vimutti) que atribuye al ser humano la facultad de realizar por su propio esfuerzo la meta más elevada, Nibbàna, la cesación final del sufrimiento y la erradicación final de la avidez, el odio y la ignorancia. Nibbàna esta lejos ser el agujero negro de la aniquilación; sin embargo tampoco puede ser identificado con cualquier forma de idea de Dios, ni tampoco puede considerarse el fundamento inmanente o esencia del mundo.

El buddhismo no es un enemigo de la religión como el teísmo cree. El buddhismo no es enemigo de nada ni nadie. El buddhismo reconoce y aprecia cualquiera de los valores éticos, espirituales y culturales que la creencia en Dios ha creado a lo largo de su accidentada historia. Sin embargo no podemos cerrar los ojos al hecho de que el concepto de Dios también ha servido con frecuencia como un manto para ocultar la voluntad de poder del hombre y el uso imprudente, peligroso y cruel de ese poder, agregando con ello mayor miseria e infelicidad a este mundo, que se supone una creación amorosa de Dios.

Durante siglos el pensamiento libre, la libre investigación y la expresión de puntos de vista disidentes fueron obstaculizados y sofocados en nombre de Dios. Y desgraciadamente estas y otras consecuencias negativas no son enteramente asuntos del pasado. La palabra “ateísmo” también se encuentra cargada indirectamente de una actitud relacionada con la aprobación de una moral laxa y con la creencia de que una ética hecha por el hombre, sin tener la sanción de la divinidad, descansa sobre bases inestables y débiles. Sin embargo para el buddhismo la ley moral fundamental o básica es inherente a la vida misma. Es un caso especial de la ley de causa y efecto que no necesita ni una divinidad otorgadora de la ley ni depende de las fluctuaciones de las concepciones humanas socialmente condicionadas por minucias morales y convenciones.

Para una gran porción de la humanidad la creencia en Dios se está derrumbando rápidamente y también la motivación para una conducta moral. Esto muestra el peligro de basar los postulados morales en mandamientos divinos, cuando su supuesta fuente o sostén está rápidamente perdiendo autoridad. Existe la necesidad de una fundamentación autónoma para la ética que tenga raíces más profundas que sólo un contrato social y que sea capaz de proteger la seguridad del individuo y de las instituciones humanas. El buddhismo ofrece esta fundamentación para la ética. El buddhismo no rechaza la idea de que existan en el universo planos de existencia y niveles de conciencia que en alguna forma sean superiores a nuestro mundo terrenal y al promedio de la conciencia humana. Rechazar esto sería ingenuo en esta era de los viajes espaciales. Bertrand Russell ha dicho correctamente: “Es improbable que el universo no contenga algo mejor que nosotros”. Sin embargo, de acuerdo con las enseñanzas del Buddha tales planos de existencia más elevados también están sujetos a la ley de la impermanencia y el cambio. Los habitantes de tales mundos puede que sean en grados diferentes, más poderosos y felices que los seres humanos y que gocen de una existencia más larga. Que llamemos a estos seres superiores dioses, deidades, devas o ángeles, importa muy poco, pues es poco probable que ellos se llamen a sí mismos con estos nombres. Ellos son habitantes de este universo, compañeros errantes en esta rueda de existencias y aunque más poderosos que el hombre, no por ello son más sabios que él. Más aún, es posible que tales mundos y seres tengan su propio señor y gobernante. Pero como cualquier gobernante humano, un gobernante divino también podría inclinarse a juzgar erróneamente su propio estatus y poder, hasta que uno con más poder llegue y le señale su error, tal y como nuestros textos lo informan del Buddha.

Sin embargo, éstos son asuntos que están más allá de la esfera y del interés de la experiencia humana promedio. Aquí se han mencionado principalmente con el propósito de definir la posición del buddhismo y no como un tópico de especulación y de argumentación. Este tipo de actitud sólo desvía la atención y esfuerzo de aquello que debe ser nuestro objetivo principal; superar la avidez, el odio y la ignorancia donde quiera que ellas se presenten, aquí y ahora.

Un antiguo verso atribuido al Buddha en el texto “Las Preguntas del Rey Milinda” dice: “No necesitas buscar lejos de aquí la más elevada existencia, ¿de qué sirve? Aquí en este agregado presente, en tu propio cuerpo se puede superar el mundo.”

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1 NT. Quizá no sólo persecución que es lo más grave sino también desprecio, benevolencia sádica, etc.
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Código: FDD 014

Título: El Buddhismo y la Idea de Dios
Autor: Nyanaponika Thera
Fecha de publicación: 1986
Editor: Buddhist Publication Society, Sri Lanka
Dirección del Editor: P.O. Box 61, 54, Sangharaja Mawatha, Kandy Sri Lanka
Original: Buddhism and the Idea of God
Tradución: Dr. Alejandro Córdova C.
Fecha: 1997
Fuentes: TimesPali
Páginas: 5

Reproducción de la traducción española con permiso de la Buddhist Publication Society (1997)

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* Nyanaponika Thera. Traducción al español por Alejandro Córdova. Este material puede ser reproducido para uso personal, puede ser distribuido sólo en forma gratuita. Última revisión lunes, 13 de marzo de 2000. Fondo Dhamma Dana. Este documento requiere la fuente Times Pali.
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sacado de:
http://www.cmbt.org/fdd/fdd014.htm