Respaldo de material de tanatología

Sobre la Inmortalidad del Alma, David Hume

De: Alias de MSNDriver_Op  (Mensaje original) Enviado: 25/01/2004 22:00

Sobre la Inmortalidad del Alma
David Hume
Traducción condensada: Rolón Ríos

Para San Ireneo, una muestra de que “algo” de Hume leímos despues de todo.

La Inmortalidad del Alma parece ser un asunto difícil de probar por la mera luz de la razón. Los argumentos para ello se derivan comúnmente de tópicos metafísicos, morales, ó físicos. Pero en realidad, es el evangelio, y solo el evangelio, el que ha traído a colación el tema de la Inmortalidad. (N.T.: Hume se refiere obviamente a la cultura Occidental).

I.- Los tópicos metafísicos suponen que el alma es inmaterial, y que es imposible que el pensamiento pertenezca a una sustancia material. Pero así como la metafísica nos enseña, que la noción de sustancia es de suyo confusa e imperfecta, y que no tenemos otra idea de sustancia, que la de un agregado de una serie de cualidades particulares inherentes a algo desconocido; la materia, entonces, y el espíritu, son en sus bases igualmente desconocidas; y no podemos determinar que cualidades son inherentes a la una ó a la otra.

Ella así mismo nos enseña, que nada puede ser decidido a priori en lo concerniente a causa ó efecto alguno; y que la experiencia, siendo la única fuente de nuestros juicios sobre asuntos de esta naturaleza, no nos permite saber sí la materia, en razón a su estructura ó disposición, no sea la causa del pensamiento. Los pensamientos abstractos no pueden decidir pregunta alguna sobre cuestiones de hecho ó existencia.

Pero admitiendo una sustancia espiritual dispersa a través del Universo, como el etéreo fuego de los Estoicos, y que esta sustancia sea el único elemento inherente de pensamiento, tenemos razones para concluir, por analogía, que la naturaleza la utiliza de la forma que utiliza esa otra sustancia: La materia. La naturaleza emplea la materia como una suerte de pasta o arcilla, modificándola en toda una variedad de formas y existencias; disolviendo luego de un tiempo cada modificación, y transformando estas sustancias en formas nuevas. Así como la misma sustancia material compone a su tiempo los cuerpos de todos los animales, la misma sustancia espiritual tendría que componer sus mentes: sus conciencias, ó sistemas de pensamiento, que ha formado durante sus vidas, y tendrían que disolverse por la muerte. No interesando ya su situación pasada en la nueva modificación. Los más positivos asertores de la mortalidad del alma, nunca negaron la inmortalidad de su sustancia. Y que una sustancia inmaterial, así como la material, puedan perder su memoria ó conciencia, parece, en parte, una conclusión de la experiencia, suponiendo que el alma fuera inmaterial.

Razonando a partir del curso común de la naturaleza y sin suponer una nueva interposición de la Causa Suprema, que debe ser siempre excluida de la filosofía; lo que es incorruptible debe también ser ingenerable. El alma, por lo tanto, sí es inmortal, tiene que existir antes de nuestro nacimiento: Y sí una antigua existencia no nos concernió para nada, tampoco la última es concerniente de manera alguna.

Los animales, indudablemente sienten, piensan, aman, odian, poseen albedrío, e incluso razonan y piensan, aunque de manera menos perfecta que la humana. Son sus almas también inmateriales e inmortales?

II. Consideremos ahora los argumentos morales, en especial los derivados de la Justicia Divina, que parece estar interesada en posteriores castigos a los malos y recompensas a los virtuosos. Pero estos argumentos se basan en el supuesto de que Dios posee atributos que están más allá de lo que ha ejercido en este universo, del que solo nosotros nos hemos enterado. De donde inferimos entonces la existencia de dichos atributos?

Surgen, ciertamente, en algunas mentes, ciertos terrores incomprensibles con relación al futuro: Pero ellos se desvanecen rápidamente, a menos que sean artificialmente auspiciados por preceptos ó educación. Y aquellos que los fomentan, ¿Cuáles son sus motivos? Solo ganarse una forma de vida, y adquirir poder y riquezas en este mundo. Su propio celo e industria son por ende, un argumento en su contra.

Que crueldad, que iniquidad, que injusticia en natural, confinar todos nuestros intereses, así como todo nuestros conocimientos, a la vida presente, sí otro escenario nos espera luego, de consecuencias infinitamente más importantes? ¿Debemos adscribir este engaño bárbaro a un Ser bienhechor y sabio?

Ya que todo efecto implica una causa, y esta otra, hasta llegar a la causa primera de todas, llamada Deidad; todo lo que ocurra será ordenado por Él; y nada puede ser el objeto de su castigo o venganza.

¿Porqué regla se distribuyen los castigos y las recompensas? ¿Cuál es el standard divino del mérito y el demérito? ¿Debemos suponer, que los sentimientos humanos tienen su lugar en la deidad?  Como quiera de audaz esta hipótesis, no tenemos concepto de otra clase de sentimientos.

De acuerdo a los sentimientos humanos, el sentido, el coraje, las buenas maneras, la industria, la prudencia, el genio, etc., son aspectos esenciales de los méritos personales. ¿Debemos entonces elevar un Eliseum para los poetas y héroes al estilo de la mitología Griega? ¿Porqué confinar todas las recompensas a una laya de virtudes?

El castigo, sin un fin ó propósito, es inconsistente con nuestras ideas de bondad y justicia, y no puede tener el mismo una finalidad, una vez clausurado el escenario.

El castigo, de acuerdo a nuestra concepción, tiene que guardar cierta proporcionalidad con la ofensa. ¿Porqué el castigo eterno por las ofensas temporales de una criatura por lo demás frágil? ¿Podría alguien aprobar la furia de Alejandro, en su intento de exterminar a toda una nación, porque liquidaron a su caballo favorito, Bucéfalo?

Cielo e Infierno suponen dos clases de hombres, los buenos y los malos. Pero la mayor parte de la humanidad transita entre estos extremos del vicio y la virtud.

Sí uno tuviera que ir por el mundo dando una buena cena a los honestos, y una atinada paliza a los malvados, se encontraría frecuentemente abochornado por su elección. Y encontraría que, los méritos y deméritos de muchos hombres y mujeres apenas superan el valor de unos respecto a los otros.

Suponer diferentes medidas de aprobación ó inculpación a las humanas supone confundir las cosas. ¿De donde aprendemos que hay tal cosa como distinciones morales, si no de nuestra propia experiencia?

Bajo la Ley Romana, aquellos que confesaban su delito de parricidio eran puestos en un saco junto con un simio, un perro y una serpiente; y eran botados al río. Solo la muerte esperaba a los que encontrados culpables, negaban empero su crimen. Un criminal fue juzgado ante Augusto, y condenado luego de una total certidumbre: Pero el humano Emperador, conduciendo el interrogatorio final, le dio una vuelta al asunto, como para permitir que el criminal negara su culpa. ?Tu, seguramente, dijo el príncipe, ¿No mataste a tu padre? Esta lenidad concuerda con nuestra idea natural de lo que es correcto, INCLUSO contra el mayor de todos los crímenes, incluso previniendo un sufrimiento tan inconsiderable. Más aún, incluso el más fanático monje, sin reflexionar, lo aprobaría; provisto que el crimen no fuera herejía u infidelidad. Ya que estos crímenes, SI le tocan sus intereses y prerrogativas temporales; por lo que quizás no sería tan indulgente con relación a ellos.

La fuente principal de nuestras ideas morales es una reflexión sobre los intereses de la sociedad humana. ¿Es menester que estos intereses, tan cortos, tan frívolos, sean preservados por castigos eternos e infinitos?

La condenación de un solo hombre es una maldad infinitamente más grande, que la subversión de millones de reinos.

La naturaleza se ha expresado en una infancia de la humanidad peculiarmente frágil y mortal; como si tuviera por propósito refutar la noción de un estado probatorio. La mitad del género humano ha muerto antes de ser criaturas racionales.

III. Los argumentos físicos a partir de la analogía de la naturaleza, invocan fuertemente la mortalidad del alma.: Esto son realmente los únicos argumentos filosóficos. Los únicos a ser admitidos con relación a esta cuestión, ó por supuesto, para cualquier cuestión de hechos.

Cuando dos objetos están tan cercanamente conectados, de modo que cualquier alteración observada en uno de ellos resulta en alteraciones proporcionales en el otro: Debemos concluir, por todas las reglas de la analogía, que, cuando haya aún mayores alteraciones en la primera de modo que esta queda totalmente disuelta, la segunda también queda totalmente disuelta.

El sueño, un efecto menor en el cuerpo, es concurrido por una extinción temporal: Al menos, una gran confusión en el alma.

La debilidad del cuerpo y de la mente en la infancia están exactamente proporcionadas; su vigor en la edad viril, sus desórdenes simpatéticos en la enfermedad, su común y gradual decaimiento en la vejez. La etapa siguiente parece inevitable; su común disolución en la muerte.

Los últimos síntomas que la mente descubre, son desorden, debilidad, insensibilidad y estupidez: Los predecesores de su aniquilamiento.

A juzgar por las analogías de la naturaleza, no hay forma que pueda continuar sí es transferida a otras condiciones que hacen su existencia diferente de la original. Los árboles perecen en el agua, los peces en el aire, los animales dentro de la tierra. Incluso diferencias tan tenues como el clima son frecuentemente fatales. ¿Qué razones tenemos para imaginar, que una alteración inmensa hecha al alma, como la que ocurre con la disolución del cuerpo, y todos sus órganos de pensamiento y sensaciones , pueda ser efectuado sin la disolución del todo?

Todo está en un entreverado común entre el alma y el cuerpo. Los órganos de uno son los órganos del segundo. La existencia de unos, tiene por tanto que depender de la existencia de los otros.

Se permite que las almas de los animales sean mortales: Pero ellas tiene un parecido con las humanas. Entonces la analogía de unas sobre la otra constituye un fuerte argumento. La metempsicosis es entonces el único sistema de esta laya a la que la filosofía podría prestar oídos.

Nada en este mundo es perpetuo. Todo, no importa cuán firme en apariencia, está en continuo flujo y cambio: El mismo mundo da síntomas de fragilidad y disolución: Cuán contraria entonces a la analogía, el imaginar una forma imperecedera para una de las más frágiles entidades; sujeta a tantos desordenes. ¡Imaginarla inmortal e indisoluble! ¡Que bizarra teoría es esa! ¡Cuan superficial, por no decir cuan irreflexiva, esta entretención!

Como disponer del infinito número de existencias póstumas debe también avergonzar a la teoría religiosa. Cada planeta, en cada sistema solar, estamos en la libertad de imaginar seres inteligentes y mortales: Al menos podemos aseverar ello sin más suposiciones….

¿Donde preguntamos, cada Agamenon, Tersites, Aníbal, Nerón, y cada estúpido payaso que existiera alguna vez en Italia, Cintia, Bactria, ó Guinea está ahora? Puede algún hombre pensar que un escrutinio de la Naturaleza ofrezca argumentos para responder de manera afirmativa tan extraña pregunta? Quanto facilius, dice Plinio, certiusque sibi quemque credere, ac specimen accuritatis antegenitali sumere experimento. Nuestra insensibilidad, antes de la composición de nuestro cuerpo, parece a la razón natural una prueba de su estado posterior de disolución.

Son nuestros espantos acerca de la aniquilación una pasión original, no el efecto de nuestro amor general por la felicidad, ello mas bien probaría la mortalidad del alma: Porque la Naturaleza no hace nada en vano, ella no nos hubiera dado el temor ante un evento imposible. Ella puede darnos el temor ante un hecho inevitable. La muerte es al final insoslayable, pero la naturaleza no nos hubiera preservado sin dotarnos de una aversión hacia ella. Todas las doctrinas que favorecen nuestras pasiones deben ser sospechosas. Y los temores y esperanzas que dieron a luz esta teoría , son de lo mas obvio.

Nota:

El presente ensayo no pudo publicarse durante la vida de Hume. Se público primero en París, en una traducción al Francés de autor anónimo (1770). Años después de la muerte de Hume, en Inglés, también de autoría anónima.(1777); ello por gentileza de la tolerancia Cristiana.