Respaldo de material de tanatología

MUERTE Y DUELO Y SUS MANIFESTACIONES EN LA REGIÓN DEL CHOCÓ, COSTA DEL PACÍFICO

MUERTE Y DUELO Y SUS MANIFESTACIONES EN LA REGIÓN DEL CHOCÓ, COSTA DEL PACÍFICO COLOMBIANO

El proceso de interconexión y estrecha relación que se vive a nivel mundial ha puesto de presente la fuerza de las peculiaridades culturales de diverso orden: desde las étnicas que rebasan sus bases biológicas, hasta las de lengua, religión, rituales funerarios o las políticas. El avance del proceso de integración mundial (globalización) ha permitido, aunque parezca contradictorio, construir una sensibilidad hacia la diferencia, como parte esencial del hombre mismo (1). Como nunca antes, el conocimiento sobre la variedad sociocultural humana podrá disminuir el temor casi instintivo frente a quienes se comportan de manera distinta a nosotros, para lograr su participación en un proceso mayor. Hoy en día sabemos que las mal llamadas sociedades primitivas no son salvajes amenazantes, y que una ética o una política excluyente y etnocéntrica es cada vez más insostenible a nivel mundial.

Estas ?peculiaridades culturales? son particularmente notables en los rituales funerarios, aún dentro de un mismo país, tal como sucede con la cultura afro-chocoana en Colombia respecto a las demás fuerzas presentes en el país. Es en este contexto que se describe la presente entrevista a ?Eugene? (pseudónimo), una mujer de origen afro-chocoano, de 45 años de edad, viuda hace 16 años, 4 hijos vivos (1 hijo muerto hace 30 meses, motivo por cual acudió y acude a nuestro grupo de duelo), vive en un estrato socio-económico grado 2 (pobreza casi absoluta), con su madre y 2 de sus hijos, es de religión católica (con poca religiosidad, según ella), 2 años de bachillerato como escolaridad y residente en Medellín hace 20 años (cultura urbana, de metrópolis).

ANTECEDENTES
La población chocoana y su entorno
El territorio chocoano, al noroccidente de Colombia, se extiende sobre 46.530 km, atravesado por un gran valle de orientación norte-sur, por donde corren los ríos Atrato y San Juan. Los ríos han sido los ejes del poblamiento, de la vida productiva, de la identidad social colectiva. Para 1993 el censo arrojó una población ajustada de 365.782 habitantes. Desde el punto de vista físico natural, “La región de Chocó es el epítome de la selva húmeda tropical”. Es el único lugar del neotrópico en donde se encuentra el
verdadero “bosque pluvial tropical”. Única en términos ecológicos, esta región es muy
probablemente la más lluviosa del globo y es igualmente probable que en alguna parte
de su geografía se encuentre el punto más húmedo del planeta.

Otra peculiaridad ecológica de la zona es la frecuencia con que se presentan en ella los suelos más deslavados y pobres en nutrientes: el subsuelo de arcilla blancuzca que se encuentra en algunas áreas es uno de los de menor contenido de elementos esenciales como el fósforo y de elementos menores como el boro y el zinc. Por otra parte, el Chocó se encuentra aislado bio-geográficamente por las cordilleras andinas del resto del territorio nacional. Esta característica natural ha incidido en un aislamiento relativo de los principales circuitos económicos nacionales.

Como consecuencia de su peculiar ecología, de su aislamiento geográfico y de las
culturas que lo han poblado, el Chocó alberga una de las selvas más sui géneris de toda Suramérica. El sur del territorio del Chocó al parecer contiene la proporción más elevada de endemismo específico de todo el continente. Pero la biodiversidad chocoana tiene como características fundamentales mucha diversidad y poca cantidad, lo que la hace ecológicamente frágil.

La mayor parte del territorio se encuentra dentro de las zonas de las calmas
ecuatoriales, por lo tanto el régimen de lluvias se prolonga durante todo el año. “Una
alta precipitación lluviosa se correlaciona, generalmente, con una gran riqueza en
especies vegetales y, sin lugar a duda, la espectacular diversidad que ostentan los
bosques chocoanos es el resultado directo de esta circunstancia”.

Una peculiaridad más de las tierras bajas del Chocó es que familias de plantas,
generalmente circunscritas a las alturas andinas, se encuentran aquí a nivel del mar o
muy cerca. La presencia de estas especies de montaña es una más de las similitudes
que tienen las selvas húmedas chocoanas con los bosques de niebla.

El Chocó, por la biodiversidad descrita someramente, se constituye en reserva y
patrimonio nacional. Pero distintas formas de intervención humana modifican con
celeridad el ambiente natural.

Características demográficas
A comienzos de los años sesenta, la conformación racial del Chocó se dividía así: Negros (80 %),  Indios (6 %), Blancos y mestizos (4 %), Mulatos (10 %). Actualmente, la población chocoana está constituida principalmente por los afro-chocoanos, en diferentes grados de mestizaje. Entre los grupos nativos indígenas se encuentran los Cuna, Emberá y Wanana. En los centros urbanos y ciertos sectores rurales de Quibdo (capital), Istmina, Tadó, Unguía, Riosucio, Acandí, El Carmen de Atrato y San José del Palmar, se encuentra población de colonos blancos provenientes de Antioquia, Risaralda, Caldas, Córdoba y Valle del Cauca, principalmente. La población indígena y negra se ubica al lado de los ríos, ejes primordiales para los asentamientos humanos y su economía se orienta a los recursos ribereños y los de la selva cercana.

Cuando los españoles llegaron al Chocó estaba habitado por una veintena de grupos indígenas que los conquistadores llamaron chocoes. En primera instancia se refirieron con esa denominación a los grupos Emberá que habitaban la parte superior de los ríos Atrato y San Juan y luego el término se amplió para designar también a todos los demás grupos de habla wanana del bajo San Juan. Por tanto, el término Chocó ha sido usado para designar tanto el grupo étnico como al grupo lingüístico integrado por los idiomas Emberá y Wanana.

En 1985 la mayor parte de la población censada (67.2%) era rural. Tan sólo el municipio de Quibdó tenía el 63.5% de sus pobladores en la cabecera. En 1973, el promedio de hijos por mujer era de 5.3 para la región Pacífica; en ese año, el 28.6% de la población del Chocó vivía en zonas urbanas. Para 1985, la población urbana aumentó al 32.8% y el número de hijos por mujer fue de 3.4, en tendencia similar a todo el país. No se dispone aún de esa información para 1993. Los rasgos demográficos más sobresalientes son la importancia de la población rural, la relativa baja densidad territorial (5,5 hab./km2) y la concentración de población en el casco urbano de Quibdó.

Para 1960, el nivel de salud del Chocó era el más bajo de los departamentos del país, con una esperanza de vida al nacer de sólo 35 años. La educación también era precaria, con 72.7% de analfabetismo. Quibdó era entonces la única ciudad con 9.640 habitantes. Al comparar este conjunto de índices con los promedios nacionales, el índice de calidad de vida en el departamento es de 27.9, mientras el nacional es de 39.0. La proporción de NBI (necesidades básicas insatisfechas) en el Chocó es de 82.8%, mientras en el país es de 45.6%. Ningún municipio alcanza el promedio nacional en cuanto a servicios básicos y para el nivel educativo, únicamente seis municipios lo superan. Las cifras no solamente reflejan las deficiencias o irregularidades en cuanto a la prestación de servicios, sino la carencia absoluta de ellas, para una parte importante de la población.

Dentro de los 1.000 municipios de Colombia, ordenados por grado de incidencia de pobreza, siete son municipios chocoanos con el porcentaje más alto de necesidades básicas insatisfechas del país. En 1985 el 60.3% de las viviendas no tenían ningún servicio de energía eléctrica, acueducto o alcantarillado y solamente el 7.9% tenía todos aquellos. Para 1993, quienes tenían este servicio aumentaron muy poco y cerca de la mitad de la población carece de todo servicio. La subnormalidad de las viviendas en el Chocó es de gran magnitud; el déficit estimado es cercano a 5.000 viviendas en total, y se concentra en las cabeceras, específicamente Quibdó. En la zona rural, la mayoría de las casas son fabricadas por sus mismos habitantes y la materia prima la encuentran en el bosque (maderas, palma). Pero el déficit de servicios de agua potable, alcantarillado y electrificación, aumenta el índice de necesidades básicas insatisfechas.

Según el Censo de 1985, la esperanza de vida al nacer en el Chocó era de 53.9 años, en Antioquia de 67.4 años y en Bogotá de 68.5. Chocó tenía la tasa más baja del país; el más cercano es Nariño con 61.2 años. “Por su parte, los indicadores de salud tomados por Planeación Nacional muestran que Chocó, Cauca y Nariño tienen los más bajos del país. El Pacífico cuenta con los mayores riesgos de morbi-mortalidad y la más baja esperanza de vida al nacer”.

Los registros del Servicio Seccional de Salud sobre mortalidad infantil en el Chocó muestran 100 niños menores de un año por cada 1.000 nacidos vivos, lo que equivale a 891 niños muertos antes de cumplir su primer año de vida, en 1988. Pero estas cifras presentan un subregistro considerable. Estudios nacionales sobre salud en Colombia muestran 150 niños muertos antes del primer año de edad, por cada mil nacidos vivos. En términos de morbi-mortalidad, la población está gravemente afectada por el pobre saneamiento ambiental. Las muertes están relacionadas con la carencia de alcantarillados, la deficiente disposición de basura y la calidad del agua para uso humano. Los ríos del Chocó son acueductos, alcantarillados, vertederos de sedimentos de la explotación minera y maderera, algunos de alta toxicidad, como el mercurio, bañaderos y vías. Las lagunas y pozos creados por la explotación minera de retroexcavadoras y motobombas se convierten en criaderos de zancudos y mosquitos, vectores de la malaria.  Igualmente, el dengue tiene el ambiente propicio para su proliferación. El paludismo y el cólera son enfermedades reconocidas como endémicas en el Chocó. Otras enfermedades como la tuberculosis, la parasitemia, que ocasiona entre otras cosas la desnutrición y la leishmaniasis, hacen grandes estragos en la población. En el Chocó se encuentran las diez especies que se conocen en el mundo del zancudo anopheles, transmisor de la malaria.

En el aspecto educativo, la situación del Chocó es sensiblemente inferior al promedio nacional. El analfabetismo en el departamento en 1985 alcanzó el 40.28% de la población total mayor de 5 años y quienes cursaron la primaria completa fueron el 43%, de manera que el porcentaje de analfabetismo efectivo era mayor. En 1993, el analfabetismo se redujo al 31.4% y el 48% completaron la primaria. Para el censo de 1985 en la educación por sexo, del total de población mayor de 5 años, el 18.33% de los hombres y el 19.86% de las mujeres eran analfabetas.

Es tan abrumador el panorama de carencias y dolencias, que parecería dibujarse una región triste y desolada. Pero quien la recorre desprevenidamente, por el contrario, se sorprende con la alegría y la presencia activa de lo festivo, bullicioso y sonoro en la vida cotidiana. Pero sin duda, también, sus carencias los llevan a dejar atrás los usos no destructivos de los recursos naturales y los presionan para entrar en la carrera para conseguir superarlas.

Grupos étnico-culturales, modelos de vida, interacciones y conflictos
En el departamento del Chocó se pueden distinguir como grupos étnico-culturales diferenciados, los negros, ahora también denominados afro-chocoanos, los indígenas y los blanco-mestizos. La población negra se estimaba en 300.000 personas, 80% del total departamental, pero si bien no se cuenta con cálculos sobre el número de blancos, se calcula que representaban alrededor del 10% de la población departamental. Los blanco-mestizos de las subregiones del San Juan y el Atrato medio difieren en cuanto al origen y la orientación cultural, de aquellos asentados en municipios como San José del Palmar, Unguía y el Carmen de Atrato, producto de la migración blanca de los departamentos de Antioquia, Caldas, Risaralda y Valle del Cauca. Los primeros pertenecen a una minoría demográfica que provino de corrientes migratorias del Cauca, la costa Atlántica y países árabes, ocurrida desde finales del siglo pasado y las primeras décadas del presente. De este grupo muy pocos permanecen en la zona. Tienen ciertos rasgos de influencia afrochocoana, como por ejemplo, patrones familiares y formas de socialización, entre otros aspectos, pues como élite local, sostuvieron un contacto directo con la población negra, aun a pesar de prácticas discriminatorias. Los blanco-mestizos de los municipios atrás mencionados, se encuentran en zonas de inmigración paisa, en general reciente y no han tenido un contacto interétnico prolongado.

Los indígenas pertenecen a los grupos cuna, emberá y wanana. Los dos últimos tienen diferencias lingüísticas pero comparten una cultura similar. Su población total está alrededor de 21.041 habitantes en algunos estimativos y en 26.700 en otros, distribuidos en 112 pequeñas comunidades en distintas partes del territorio chocoano. Representan el 8.4% de la población departamental.

Los tres grandes modelos culturales han tenido un contacto diferencial pero prolongado por centurias y marcado por la presencia hegemónica de los blanco-mestizos como patrón ideal de comportamiento y de supremacía sociopolítica. Los largos años de contacto han traído influencias recíprocas, además de lazos sociales y simbólicos. La organización familiar, las formas simbólicas de parentesco, los intercambios económicos y curativos, son algunos aspectos donde se reconocen los contactos históricos.

El trabajo se encuentra como una de las principales marcas de diferenciación étnica; en rasgos generales, los blanco-mestizos tradicionales no se ocuparon de actividades agrícolas, no fueron propietarios rurales y se ubicaron en los cascos urbanos, como comerciantes, o funcionarios en los cargos públicos. Las olas colonizadoras trajeron campesinos colonos hacia el suroriente del departamento (San José del Palmar, El Carmen de Atrato) y el norte (Urabá chocoano), han matizado esta distinción que, sin embargo, se mantiene para el grueso de la población. No hubo hasta fechas recientes, minero blanco.

La población negra se dedica a labores agrícolas, a la minería, y desde hace tres décadas ingresó a los empleos públicos, antes bajo predominio casi exclusivo blanco. Las mujeres negras venden frutas, hacen panadería, lavan ropas, actividades impropias de las blanco-mestizas. La gran minería estuvo, no obstante, en manos de blancos extranjeros, quienes ocuparon a los negros y blancos locales en escalas de labores diferentes. Desde la década pasada mineros blanco-mestizos de la región antioqueña se dedicaron a la mediana extracción de oro, compitiendo con la minería artesanal negra y con los pequeños empresarios negros.

Los indígenas, por su parte, se dedican casi exclusivamente a las labores de su chagra y venden esporádicamente artesanías, cestería en especial. Otro tipo de trabajo, el mágico curativo, es propio de los especialistas indígenas, los jaibaná. Sin embargo, se sabe de un “intercambio de procedimientos etnomedicinales” entre emberá y afro-colombianos y en otra proporción, con los blanco-mestizo. Entre los rasgos de diferenciación, otro campo son las celebraciones y rituales, de gran complejidad para las culturas cuna, wanana y emberá, asociadas a sistemas filosóficos de interpretación sobre la vida humana.

De la cultura negra, dice que los ritos colectivos de celebración, que cuentan con la presencia central de la música y el canto y el baile, según la ocasión, hacen parte de un viejo foco de resistencia proveniente de la época esclavista. Estos ritos de celebración van desde las celebraciones religiosas, hasta las seculares fiestas patronales (Ibid). En estas no han participado los blancos y hoy en día se limitan a dar sus aportes económicos. La distinción que existió en Quibdó hasta el incendio de 1966, entre las carreras (primera, segunda y tercera) y los barrios, los unos sitio de habitación de blancos y los otros de negros, estaba presente en las patronales de San Pacho, fiesta por excelencia de los barrios. Pero el baile de la chirimía y en general el gusto por bailar, cubre negros y blancos.

La música, por su parte, ha tenido un importante papel en la definición étnica de la identidad negra, aún adaptando modelos musicales europeos; el papel de la música negra, la chirimía, traspasa las fronteras étnicas y es símbolo de identidad regional, parte del ser chocoano de tradición. Los blancos chocoanos de la vieja élite, experimentan una gran carga emocional con esa música, aun cuando la escuchan desde Bogotá o Medellín. Es decir, a diferencia de otros campos, donde lo típico de un grupo, en este caso el negro, tiene connotaciones negativas para los otros, la música tiene una valoración positiva para los blancos tradicionales y es asumida como señal de un ser chocoano, que además les distingue de los paisas, vistos como recién llegados, como no chocoanos.

Los diferentes grupos étnico-culturales han vivido diferentes conflictos. Algunos han tenido como eje el predominio sociocultural blanco, las tensiones socio-raciales. Otros más recientes, se generan en la disputa por tierras y recursos forestales y mineros. En la actualidad, un foco de tensión se presenta entre las comunidades indígenas que hoy representan un bajo porcentaje de la población total y los campesinos negros y algunos colonizadores de otras regiones, en torno a la creación de nuevos resguardos y el saneamiento de los existentes. Los conflictos entre los colonos y los indígenas, entre éstos y los nativos negros, han llevado a la violencia en algunas zonas como el alto Andágueda, Tanela, Cutí, Arquía y Juradó.

Los conflictos territoriales están al orden del día y tienden a aumentar por la lenta respuesta institucional, sobre todo en las disputas entre indígenas y negros. Los procesos migratorios de colonos y mineros desde la Costa Atlántica y el interior del país aumentan las tensiones interétnicas actuales. La misma ley 70 de 1993 ha suscitado roces por liderazgo entre los activistas de las negritudes y entre éstos y comunidades indígenas.

Pero las interacciones no se limitan a los conflictos, a los enfrentamientos; entre los campesinos afrochocoanos y los indígenas emberá y wanana se estableció un circuito de intercambios y de alianzas, algunos de cuyos ejemplos ya se mencionaron. Incluso todo parece indicar que aprendieron unos de otros formas de manejo del ambiente húmedo que los rodea, hasta conformar un complejo de prácticas, conocimientos e interpretaciones. Entre los afrochocoanos de los cascos urbanos y los blancos de las élites tradicionales urbanas y posiblemente también con los actuales, se creó otro circuito de intercambios. Círculos más débiles se establecieron entre los blancos y los indígenas en este siglo; apenas algunas leyendas e imaginarios. Algunas nos hablan del enorme mero que un día surgió en el Atrato para devorar a la población, tal como el sábalo monstruo de los emberá; otros cuentan del mohán de Ichó, fiera entre tigre y león que podía devorar los niños y aún adultos del río Ichó, otra figura familiar a los emberá.

Sus rituales (2)
Para el afro-chocoano el mundo religioso se expresa continuamente en la vida a través de manifestaciones de fe y acción. Estas manifestaciones son: devoción a los santos, múltiples oraciones, leyendas, imágenes, símbolos, ritos, valores, costumbres, ceremonias, mitos y rituales con enseñanzas morales de gran valor y vigencia que tienen unas repercusiones de tipo económico y ético (2).

En esta región (también se incluye toda la Costa Pacífica Colombiana), hay dos acontecimientos especialmente transcendentales: el nacimiento y la muerte.

El nacimiento es un acontecimiento en el cual se celebra la vida como regalo de Dios, y el niño que nace va enriqueciendo paulatinamente la cultura: el nacimiento se convierte en un hecho de gozo, se celebra con una copa de ?viche, guarapo o aguardiente?, se celebra la vida en compañía de la familia, los amigos y los vecinos. Si el recién nacido es varón, se piensa que es la continuación de la descendencia y del apellido; se ve en él un respaldo para la familia, especialmente para el padre. Si es mujer, es el reemplazo de la madre y es quien va a colaborarle en los quehaceres de la casa.

En el otro extremo está la muerte, la realidad ineludible que hace parte de la historia misma del hombre. La muerte es un acontecimiento que el hombre de esta región vive con mucha aceptación y esperanza; lo que celebra no es la muerte, sino la vida misma. Es en la muerte en donde las relaciones que se habían perdido se reconstruyen nuevamente, se renuevan los vínculos de amistad. El luto une a todos los vecinos, todos colaboran en este momento, todo es estimación y solidaridad.

El muerto vive y participa de todo lo que está sucediendo a su alrededor: no es una persona que se ha ido, sino un hermano o un amigo que está participando de la vida del grupo, por eso el profundo respeto que se profesa al cadáver y el carácter sagrado de la tumba. Los signos que utilizan no significan fatalismo, magia u oscurantismo, significan que la muerte está relacionada con este mundo y con la vida del más allá. El difunto comparte con su familia y con sus allegados; es por esto que los lunes (día señalado para los difuntos), los templos se llenan y se celebra la Eucaristía por el alma de las personas fallecidas: el afro-chocoano sabe que al morir se vive para el Señor y asimila la dimensión trascendental.

1. Velorio o velatorio afro-chocoano
En el velorio se organiza una mesa a modo de tumba, que hace las veces de un altar, con sábanas blancas colgadas alrededor, en la parte superior central un moño negro que hace alusión a una mariposa; debajo de este moño va un crucifijo (esto significa luto, es decir que ha fallecido alguien de la casa). También se encuentra en la sala del velorio una cinta con el nombre del difunto; a los lados del ataúd se colocan cuatro cirios, dos adelante y dos atrás. El color negro expresa tristeza y luto, costumbre que aparece posteriormente y que es tomada del cristianismo traído por los españoles; lo negro se asocia con lo infernal, lo ignorante, lo primitivo, la mala suerte, el pasar apuros; mientras que lo blanco se relaciona con Dios, la pureza, la transparencia, la belleza, la limpieza, la persona laboriosa, educada, inteligente y civilizada.
El velorio comienza poco después que fallece la persona hasta el día siguiente, y a veces hasta 2 o 3 días. En el transcurso del mismo se recitan oraciones pidiendo el perdón de los pecados con el objeto de que el alma llegue al Padre; se cantan alabaos, se juega dominó, se reparten bananos, se brinda alguna comida y algunas bebidas (que se compran con el producto de las ganancias obtenidas en el juego), para mantener en pie a las personas que acompañan el velorio durante la noche y los días siguientes. Esta costumbre ha llevado a que se catalogue mal a los negros, llamándoles  ?borrachines?, ?fiesteros? y ?parranderos?. Esta costumbre puede llegar a prolongarse, una vez terminado el entierro, durante los 9 días que siguen con ?la novena?. No debe olvidarse que se considera que ?el alma del difunto se encuentra en la casa hasta el último día del novenario?.

2. El vaso con agua
Debajo del ataúd se coloca un vaso con agua mientras dura la velación, y posteriormente se deja por nueve noches sin cambiarla, para indicar que si, una vez muerto, el difunto tiene sed, podrá ir allí a tomarla (recuérdese el largo viaje mitológico de los difuntos ?por nueve días y nueve noches- desde su lecho de muerte hasta la región de los infiernos, propiamente hasta el Aqueronte). El agua va disminuyendo a medida que pasan los días. El agua que queda en el vaso, después de las nueve noches, tiene una connotación medicinal y se ofrece a las personas que sufren de ?asma, del corazón y de los nervios?. La ciencia convencional hablan de una evaporación durante este tiempo, mientras que los afro-chocoanos creen que la disminución del agua se debe a que ?el difunto se hizo presente allí para beberla?.

3. Vestido del difunto
Las personas, ?en vida?, piden cómo quieren ser vestidas en el momento de su muerte; algunos solicitan vestir el hábito de la ?Virgen del Carmen? o de algún santo de su devoción, o simplemente una túnica blanca; otros prefieren un ?traje elegante? (por ejemplo, el vestido de su matrimonio); la costumbre de ponerle los calcetines, sin zapatos, hace referencia a un pasaje del Èxodo: ?Quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es santo? (Ex. 3,5); esto significa que el difunto ?va a un lugar sagrado?.  Por otra parte, el ?llevar ropa nueva? significa que el difunto ?no lleva el olor de esta vida?, porque el encuentro con Dios debe ser muy digno.

4. El cordón
La presencia de un cordón con siete nudos en la cintura del difunto tiene el propósito de sostenerle y evitar que se deslice en su llegada al cielo. Así como los sacramentos, que son siete y significan el camino progresivo que se va dando hacia la salvación, el difunto con el cordón va escalando el camino salvífico al encuentro con Dios.

5. Las joyas
Inmediatamente muere, el difunto es despojado de todas sus joyas y de las prótesis dentales, porque ?para llegar a Dios no se necesita de todas estas vanidades?.
6. No barrer la casa
Debido a que el difunto es un invitado especial y la persona más importante, todo gira alrededor suyo; por ello, cuando su cuerpo se encuentra todavía en la casa, ésta no se puede barrer pues ?esto es de mal gusto y es una falta de respeto?; sólo se debe barrer antes de traerlo a la casa. Por otra parte, existe otra creencia sobre la acción de barrer: si se hace, los familiares van muriendo en cadena.

7. Cabo del año
Se trata de una práctica muy difundida en todo el Pacífico Colombiano, si bien se ha ido perdiendo; su ritual se conserva al final de la Eucaristía, cuando se dicen los responsos. En la ceremonia se representa al difunto con un ataúd, el cual se cubre con una sabana negra en señal de duelo o luto, y se colocan cuatros cirios encendidos. El celebrante repite la ceremonia en cuerpo presente y al final se prodigan los responsos acostumbrados. Hoy día es frecuente la ?Celebración de la Palabra? al pie de la tumba, en el Campo Santo o en la casa del difunto, con la intención de pedir la intercesión de los fallecidos, conmemorar aniversarios, cumpleaños, día de la madre, fin de año, etc. Con esta actitud también se manifiesta el deseo de estar cerca del difunto y compartir al pie de la tumba aquellas canciones y rezos que ellos normalmente cantaban en Vida.

8. El Chigualo
Cuando un niño de tierna edad (menor de 7 años) muere, se vuelve un angelito y se va derechito al cielo. El Cadáver del niño es vestido de blanco o rosado. A veces se le coloca un ramo de flores en la mano derecha y una corona de papel en la cabeza. Aquí la madrina juega un papel preponderante. Ella es la responsable de los gastos de la fiesta. Ayuda en la preparación del cadáver y es la encargada de bailar al niño. Se le coloca en una silla especial durante toda la noche y una mesa con velas y flores preparada en forma de altar. Durante la noche no se reza por el niño muerto, sino que se baila el ?chigualo? y se le canta arrullos o ?salves?, acompañados del bombo, cununo, guasa y marimba. En el baile las mujeres forman un semicírculo alrededor de la mesa y del altar; la madrina, o una persona que ella delegue, coge al niño y mientras cantan lo van ofreciendo a los presentes. En algunos lugares interviene el padrino acompañando a la madrina en la danza. La madrina entrega el cadáver a una de las mujeres que están en el semicírculo. Este rito dura toda la noche. Se acompaña la ceremonia con bebidas típicas de la región. La madre del niño acompaña el acto sin participar en el semicírculo. Al día siguiente llevan al niño al cementerio. La procesión es acompañada por muchos cantos que expresan la alegría del nuevo miembro del coro de los ángeles. Al niño no se le hace novenario pues ?su alma no está penando?.

Bibliografía
1. Jimeno, M., Sotomayor, M.L. y Valderrama, L.M.: Chocó: diversidad cultural y medio ambiente. http://www.banrep.gov.co/blaavirtual/letra-c/choco/indice.htm
2. Candelo Perea, J.W.: la muerte y sus manifestaciones en la costa del pacífico. En: http://axe-cali.tripod.com/muerte-candelo.htm