Respaldo de material de tanatología

El bien morir

El bien morir

Por Pablo Martínez-Calleja

Los presos, los locos y los moribundos viven alejados de nosotros, los hemos echado del mundo y de nuestras vidas : a los presos, porque ponen en peligro lo que tenemos; a los locos, porque pueden decirnos la verdad; a los moribundos, porque nos llenan la casa de miedos y de olores.
Desde que se inventó la máquina de vapor, nuestro comportamiento en la vida ha ido perdiendo naturalidad. Para los campesinos nacer o morir son dos grandes verdades y viven con ellas sin huirlas, sin esconderse, aunque las teman. Los habitantes del mundo industrial y tecnológico, por el contrario, nos hemos ido apartando, poco a poco, del contacto real con la Naturaleza, al tiempo que hemos ganado conocimiento científico. Tener contacto real con la Naturaleza no es salir al campo o pasear por las montañas. La Naturaleza no son los árboles y los prados sino su nacer, su vivir y su morir. El Mundo no es la gente, sino todo lo que acontece a las personas. Y por cierto que todos juntos somos la Naturaleza.

El conocimiento médico sacó a las mujeres de su casa y las llevó a los hospitales para que no murieran (ellas, sus hijos, o todos), en las camas de sus casas, durante el parto. También sacaron los médicos a los enfermos para curarles, para salvarles. La medicina realizó logros increibles, prolongó la vida de las personas y aumentó la salud y el bienestar de los enfermos.
Cuando en el pasillo de un hospital, el médico anuncia que el enfermo ha empezado a morir nos llega, primero, el horror, la desesperación, el dolor. Comenzamos, ya, a vivir la pérdida. El médico dirá que nada más pueden hacer por el enfermo, que lo mandan a casa, a morir, entre su familia con un tratamiento contra el dolor y algunas indicaciones para el médico de cabecera y la enfermera. Hasta aquí todo iba bien; mal, pero bien. Resulta, sin embargo, que la vida se nos ha llenado de cosas, de citas, de quehaceres; nos ha quitado sitio en casa o no podemos instalarlo con nosotros porque tenemos niños, trabajo, qué sé yo. El médico argumentará que necesitan la cama, que un hospital es para otra cosa. La familia responderá que su enfermo es también un enfermo, y que la medicina debe actuar hasta que no haya vida, ni un soplo.
Aparte de la discusión de hasta dónde debe y puede la medicina luchar hacia la vida, con medicamentos y ciencia se ayuda al bien morir, que como en el caso del bien nacer, es importante el cómo, el dónde y el con quién. Mejor, sin duda, entre la familia. ¿O es que porque el moribundo no vivirá mucho más, pierden importancia las atenciones que prodigamos a los vivos? El moribundo vive, está vivo, aunque sea, un poco, como en el teatro barroco donde, tras un duelo con la vida, uno de los caballeros caiga al grito de ?muerto soy?. Aun quedará tiempo en la escena, un cojín para la cabeza, una manta para combatir al frío, consuelo moral.No se trata de hacer del morirse una comedia, sino de vivirlo con mayor naturalidad. Morir tiene poco de extraordinario. Lo raro sería no morirse.

Pablo Martínez-Calleja