Respaldo de material de tanatología

VICTIMOLOGÍA INFANTIL. PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO

VICTIMOLOGÁ INFANTIL. PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO
por

DAVID FINKELHOR

Este texto se corresponde con el capítulo 9 del libro coordinado por José Sanmartín, “Violencia contra niños”, Barcelona: Ariel, 2005, pp. 203-223.]
. Introducción pese al relativo abandono y, en ocasiones, menosprecio en que se encuentra el estudio sobre la victimización infantil, una de sus formas no ha sido ni mucho menos desatendida o minimizada: el abuso sexual. Por el contrario, este tema ha adquirido durante la última década en Estados Unidos el rango de problema social gracias, sobre todo, al incremento del nivel de concienciación de la sociedad. Por su notoriedad, el abuso sexual ha sido el vehículo que nos ha permitido adentrarnos en este ámbito para, así, entender mejor muchos aspectos relativos a la victimización infantil y también sobre las políticas de apoyo a las víctimas infantiles, así como las limitaciones de las mismas. De hecho, al final de esta década, en la que se ha profundizado en el estudio del abuso sexual infantil, hemos alcanzado una mejor visión del conjunto. Sin embargo, nuestro conocimiento es todavía escaso y defectuoso tanto en la teoría como en la práctica. Por ello, quizás necesitemos dar un paso atrás para reconsiderar algunas cuestiones relativas a este problema.
. Origen de la concienciación social en torno al abuso sexual para entender los antecedentes de esta concienciación necesitamos revisar los orígenes de nuestro conocimiento sobre el problema del abuso sexual infantil. Esta cuestión nació en medio de un conflicto político y cultural. No fue, como sucedió con otros muchos aspectos referidos al bienestar del niño o a la salud mental infantil -por  ejemplo, el conocimientos sobre el abuso físico o el síndrome de alcoholismo fetal-, algo que surgiera a partir del trabajo de los investigadores médicos y de profesionales reconocidos, sino que comenzó a manifestarse gracias al movimiento de mujeres, su toma de conciencia y su apoyo a las víctimas de violación. Los primeros pasos en este campo se dieron a raíz del trabajo de aficionados y escritores, pero, cuando llegó a la salud pública y al campo de la salud mental, encontró un fuerte escepticismo y resistencia. Muchos, entonces, dudaron de que fuera un problema acuciante, o lo vieron como algo freudiano que carecía de importancia real. En mi opinión, el hecho de que el problema del abuso sexual superara esta resistencia inicial y llegara a ser aceptado por la comunidad científica constituye una de las primeras revoluciones populares que han tenido éxito en el campo de la salud mental. A diferencia del modo como los nuevos tópicos se desarrollan en esta área, fueron los pacientes o los potenciales usuarios del sistema de salud mental quienes presionaron para que el abuso sexual fuera reconocido dentro de la profesión. Así, se puso de manifiesto una nueva relación histórica entre los profesionales de la salud mental y la comunidad de legos.

3. El paradigma convencional de la investigación del abuso sexual

Así, gran parte de la investigación sobre el abuso sexual infantil se centró en vencer el escepticismo que este tema suscitaba. La tendencia de muchas de las primeras investigaciones fue la de demostrar que el abuso sexual era, en efecto, un trauma en el desarrollo del individuo. En esta investigación, el argumento más convincente era la existencia de correlaciones estadísticas significativas entre una experiencia de abuso sexual y toda la panoplia de problemas psiquiátricos y sociales que la opinión pública -y, particularmente, los principales investigadores de la salud mental- consideraban verdaderamente serios, tales como la depresión, el abuso de sustancias, los trastornos disociativos, el trastorno de estrés postraumático, los embarazos en la adolescencia, trastornos en la alimentación, etc.
Estas correlaciones, claras y significativas, se establecieron con gran facilidad. Algunos de estos sorprendentes hallazgos se pueden ilustrar gracias al primer estudio epidemiológico comunitario (Los Ángeles,  Epidemiological Catchment Area Study,  Stein, 1998, p. 263). A esta investigación le siguieron innumerables estudios de similares características sobre poblaciones clínicas y no clínicas.

Si nos detenemos a revisar esta documentación, e incluso si leemos mensualmente uno de estos estudios durante diez años, es fácil quedarse con la impresión de que el abuso sexual debería explicar prácticamente todo. Sabemos que, generalmente, se asocia con todo lo malo como si fuera el gran responsable.

No obstante, de esta idea a concebir un único tipo de tratamiento para todos los casos tan sólo hay un paso: «Alguien parece tener problemas crónicos en su vida. Hay que encontrar sus experiencias de abuso sexual, adentrarse en ellas, trabajadas. A lo mejor su problema se esclarecerá.» Ã?sta parece una idea simplista, pero no está lejos de la orientación que algunos profesionales de Estados Unidos han adoptado, consciente o inconscientemente. Y funciona lo bastante  bien como para aliviar a los pacientes, ya que nada refuerza tanto como el éxito, aunque éste sea intermitente.

Hay otro factor que puede ayudar a esclarecer el aumento de la importancia de la teoría del abuso sexual: la resurrección del modelo de los sucesos traumáticos en psicopatología. Hasta hace diez años, los estudiosos de la salud mental consideraban a la psicopatología principalmente en términos de distorsiones a largo plazo del proceso de socialización, producidas por hechos tales como ser rechazado por la madre, recibir mensajes contradictorios («sé fuerte», «no me provoques»), o ser el niño que adopta el rol de padre de familia (parentified child). El modelo de los sucesos traumáticos ha sido en gran parte secundario respecto de la corriente principal de la salud mental. Aun así, la identificación del trastorno de estrés postraumático y su aceptación en la nosología psiquiátrica oficial ha dado un nuevo y considerable énfasis a los acontecimientos traumáticos -el shock de la guerra, el trauma de la violación y los efectos de los desastres naturales-. Este cambio puede haber tenido sus raíces en la búsqueda de causas que fueran relativamente susceptibles de un tratamiento rápido y directo. El abuso sexual, al ser conceptualizado como un acontecimiento traumático, más incluso que el abuso físico o el abandono, consiguió una gran, atención porque encajó en este modelo.

El abuso sexual, que en la generación anterior no había sido tenido en cuenta en el ámbito de la salud mental, ha pasado a ser hoy el foco de muchas investigaciones y planteamientos clínicos referidos a lasfuentes de la psicopatología. 

Ahora estamos avanzando. Así pues, ¿qué ha cambiado?

4. El abuso sexual y sus antecedentes adversos

Normalmente, el abuso sexual no es fruto de la casualidad. Con mucha frecuencia se da en niños que han sufrido otras adversidades: maltrato emocional, otros tipos de abuso, una relación con los padres inadecuada; la existencia de conflictos y privaciones, sexismo, etc. Esto sucede por varias razones. Por un lado, la existencia de agresores en el entorno familiar o social, asociada a otros problemas, como el abuso de alcohol, los conflictos interpersonales, los maltratos a la esposa, los problemas psiquiátricos y el estrés social (Finkelhor, 1979, p. 162). Estas patologías sociales y familiares a menudo facilitan la aparición de los agresores o los impulsan a actuar. En segundo lugar, los niños que han sido víctimas de abuso sexual son, por lo general, niños que han sufrido privaciones -sus padres los han ignorado, han abusado física o emocionalmente de ellos o de otros niños o miembros de la familia- o se han visto inmersos en un conflicto familiar (Finkelhor,  1979, p. 162). Actualmente, muchos estudios han demostrado que los padres que abusan de sus hijos suelen ingerir sustancias tóxicas, padecen problemas psiquiátricos, tienen peleas maritales, o son padres muy punitivos y distantes. Por sí solas, estas condiciones originan daños psicológicos, pero también ponen al niño en situación de riesgo porque son escasamente atendidos a la vez que están condicionados a aceptar la violencia y la victimización, y se vuelven vulnerables a las estrategias de los agresores -quienes les ofrecen atención y afecto a cambio de sexo-. De este modo, muchos niños que han sufrido abuso sexual han sido psicológicamente dañados antes incluso de que éste se produzca. En un estudio en el que entrevistamos dos veces a lo largo de un período de 18 meses a una muestra representativa compuesta por 2.000 niños estadounidenses entre 10 y 16 años, pudimos comprobar que el 45 por ciento de los que manifestaban haber sido objeto de abusos sexuales por primera vez entre la primera y la segunda entrevista ya estaban deprimidos con anterioridad. También observamos que únicamente el 16 por ciento del resto de niños se habían deprimido, lo que significa que el estar deprimido conlleva un riesgo cuatro veces mayor de ser víctima de abuso sexual. Este hecho da idea de cómo un problema psicológico puede predeterminar el abuso sexual y de cuánto de lo que inicialmente se atribuye al abuso puede ser, en realidad, resultado de alguna conducta o hecho que se produzca con anterioridad al mismo.

La consecuencia inmediata es que, cuando preguntamos a un adulto si sufrió abuso durante su infancia y la respuesta es «sí», podemos asociar este hecho a un conjunto de factores negativos que se produjeron durante su niñez y que rodearon al abuso sexual. De la misma forma, cuando determinados problemas que se producen en la edad adulta se asocian al hecho de haber sufrido abuso sexual, no debemos tener únicamente en cuenta ese abuso, sino todos aquellos factores que con frecuencia lo acompañan y que pueden incluir otras formas de maltrato, negligencia o privaciones.

Por lo tanto, el trauma del abuso sexual está asociado a otras fuentes de dolor. Tanto es así que, con frecuencia, los que han sufrido abuso sexual hablan también de una madre que no les escuchaba, de un padre punitivo y violento o de un ambiente social cerrado. Y en efecto, cuando los investigadores tratan de controlar estos factores descubren cómo las correlaciones estadísticas entre el abuso sexual infantil y los problemas durante la edad adulta dejan de ser significativas, y, en algunos casos, desaparecen totalmente. Esta idea quedó ilustrada magistralmente en el estudio neozelandés Dudenin, realizado a 2.250 mujeres, en el que, al controlar los antecedentes como el maltrato físico, los cambios frecuentes de domicilio familiar y la separación o los problemas psiquiátricos de los padres, se observó cómo el riesgo de sufrir efectos a largo plazo (problemas de tipo sexual, divorcios, etcétera) disminuía considerablemente y el riesgo de ser madre soltera no era significativo.

El citado estudio estaba interesado en comprobar cómo interactúan el abuso sexual y estos otros problemas. A través de esta investigación se pudo observar que el abuso sexual sólo afectaba a las mujeres si éstas habían tenido antecedentes adversos, como haber sufrido abandono, haber tenido unos padres excesivamente rígidos o haber vivido el divorcio de sus progenitores, así como en el caso de aquellas mujeres que habían sufrido abuso sexual grave con penetración. Entonces, cualquier tipo de abuso sexual parecía predecir dificultades en la edad adulta.

Esto indica que no debemos atribuir todos estos efectos negativos a la experiencia del abuso sexual.

5. La cascada de efectos negativos del abuso sexual

Es interesante comprobar que el abuso sexual no tiene unos efectos negativos inmediatos sobre los niños, como sucede, por ejemplo, con la polio, enfermedad propia de la infancia que causa lesiones físicas que perduran durante el resto de la vida. Es cierto que en el caso del abuso pueden quedar unas cicatrices psicológicas indelebles, pero, si el niño no volviera a padecerlo, probablemente se cerraría esa herida. Lo que parece cierto es que, como en una maldición, aquellas personas que han padecido abusos sexuales sufren unas vejaciones traumáticas adicionales en una proporción tan alarmante, que acaban arrastrando el trauma original y a veces hasta añaden secuelas de índole psicológica. Y esto sucede durante toda la vida.

Así, por ejemplo, las personas que han sufrido abuso sexual son más proclives a tener embarazos no deseados, a contraer enfermedades venéreas, a que su pareja abuse de ellos, a sufrir un descenso en su situación económica y, en general, a padecer agresiones sexuales o físicas durante el resto de su vida (Browning, 1995, p. 833).

No obstante, cuando te encuentras con alguien que abusa del alcohol o las drogas y tiene síntomas de ansiedad o depresión y, más tarde, descubres que durante su infancia fue objeto de abuso sexual, no tienes por qué pensar inmediatamente que todos esos problemas son fruto de aquella experiencia. Los antecedentes de su situación podrían ser mucho más inmediatos y estar, por ejemplo, en un matrimonio deteriorado o en el hecho de haber sido recientemente víctima de algún delito, hechos que sí pueden estar relacionados con el abuso sexual padecido durante la infancia, ya que hacen a la persona más vulnerable a sufrir otras adversidades. Sin embargo, de no producirse estas adversidades, la víctima llevaría una vida normal.

Cuando los estudios consideran estos últimos sucesos ocurridos en la vida del individuo, las correlaciones estadísticas entre abuso y problemas  en la vida de adulto no aparecen o decrecen sustancialmente. Por ello, estos sucesos han sido denominados mediadores, porque median entre el abuso sexual y la psicopatología posterior del individuo.

6. La realidad de la recuperación

La realidad de la recuperación es otro aspecto complejo del impacto a largo plazo del abuso sexual, ya que gran parte de las investigaciones presentan sus efectos como un catecismo cuando asocian el abuso sexual a desórdenes disociativos, ansiedad, depresión, abuso de sustancias, trastornos en la alimentación, disfunción sexual y trastornos de estrés postraumático, con lo que sufrir efectos a largo plazo -consecuencia del abuso sexual- parece algo inevitable. Pero lo cierto es que se trata de probabilidades estadísticas y no de efectos inevitables y, en este caso, las probabilidades estadísticas no son tan abrumadoras. Ã?ste es otro caso en el que podríamos decir que la botella está medio llena o medio vacía.

No obstante, debemos tener en cuenta que los que han padecido abuso sexual tienen un riesgo tres veces mayor de sufrir depresión, aunque el 85 por ciento de ellos no se encuentren normalmente deprimidos (Stein, 1998, p. 263), un riesgo 14 veces mayor de desarrollar alguna fobia, aunque el 93 por ciento no manifiesten de hecho ninguna fobia, y casi nunca nadie dice que el 77 por ciento de los que han sufrido abuso sexual no tienen diagnóstico psiquiátrico.

Existen casos de personas que se desenvuelven con normalidad a pesar de haber sufrido abuso sexual.
Sabemos que esto es posible. Por ello, deberíamos adoptar una perspectiva más conforme a esta realidad que nos permita animar a los supervivientes. Para ello, hemos de recordar que todos somos vulnerables a la «falacia clínica» a la que antes hacíamos referencia y que nuestro punto de vista está sesgado por nuestra experiencia profesional, que nos lleva a prestar mayor atención a los que no consiguen mejorar que a los que lo hacen y se recuperan.

Como ejemplo de esto se me ocurre una historia que transcurrió en la famosa ciudad de los cuentos judíos de Chelm. Los ciudadanos de esta población tenían fama de bobalicones. Un día, un chelmita vio a un viejo amigo en la calle: «Hola, Max, ¿cómo estás?», le preguntó, y luego, mirándole a la cara, le dijo: «jOh Max!, ¿qué te ha pasado? Parece que has envejecido veinte años; se te ha caído el pelo, has perdido quince kilos, la espalda se te ha curvado, caminas con bastón… ¿qué ha pasado?» El hombre, entonces, le respondió: «Disculpe, señor, pero yo no soy Max», y el chelmita, aturdido, le espetó: «¡Dios mío!, si hasta te has cambiado el nombre.»
Al respecto, cabría señalar que, una vez tenemos una concepción pesimista sobre algo, solemos resistirnos a aceptar cualquier información que contradiga esa idea.

7. Factores que facilitan la recuperación

Además de evaluar un conjunto de datos sobre los problemas que acarrea el abuso sexual y su diagnóstico, nuestra investigación también quiere ser un análisis de los aspectos que pueden ayudar a la recuperación, especialmente de aquellos elementos sobre los que podamos centrar nuestra intervención.
Una vez más, algunas de las mejores ideas al respecto provienen del estudio neozelandés Dunedin, donde se analizan una lista de sucesos vitales que pueden incidir en la recuperación de aquellas personas que han sido objeto de abuso sexual, amortiguando o aumentando sus efectos. Los resultados no fueron particularmente sorprendentes, pero resaltan algunos aspectos de los efectos a largo plazo que otras investigaciones obvian.

De este modo, por ejemplo, si una mujer que había sufrido abusos sexuales decía que su etapa en el instituto fue positiva, el riesgo de padecer problemas psiquiátricos en la edad adulta se reducía en, al menos, el 60 por ciento. En general, aquellas mujeres que afirmaban haber disfrutado de la vida escolar lo hacían porque se habían sentido competentes en alguna de estas tres áreas: la académica, la social o la deportiva. Este descubrimiento puede resultar potencialmente muy útil, ya que de él podemos extraer una conclusión: deberíamos comprometernos a mejorar las experiencias escolares de aquellos niños que han sido víctimas de abuso sexual.

Otra experiencia que puede amortiguar los efectos del abuso sexual es la de tener una buena relación con el padre. Aunque la mayoría de los casos de abuso sexual no son del tipo incestuoso padre-hija, sí son cometidos por hombres. Por ello, resulta obvio pensar que una buena relación con el padre puede ayudar mucho a la rehabilitación del adolescente. Por otro lado, tener una relación positiva con otros adolescentes tiene un efecto similar sobre la autoestima de la víctima, pero no sobre los trastornos detipo psiquiátrico.

El estudio también puso de relieve cómo ciertas  experiencias en la vida adulta ayudan a la recuperación. Por ejemplo, en el caso de aquellas víctimas de abuso sexual que han tenido un confidente habitual, el riesgo de sufrir trastornos psiquiátricos se reduce de un 90 a un 17 por ciento.
Asimismo, un matrimonio en el que la mujer se sienta segura o un trabajo bien remunerado es también un factor positivo para la recuperación. En conclusión, podríamos decir que existen sucesos que se producen en la vida adulta de las víctimas que facilitan su recuperación.

8. El tratamiento que realmente necesitan los niños

Del mismo modo, una actitud pesimista puede alejarnos de la consecución de nuestro objetivo; es decir, de impartir y determinar el tratamiento que realmente necesitan los niños víctimas de abuso sexual.
Uno de los descubrimientos más sorprendentes e interesantes de las últimas investigaciones en torno a los programas de tratamiento es el de que muchos de los niños que han sufrido abuso sexual no presentan ninguna sintomatología (Finkelhor, 1995). En algunos casos, este índice puede elevarse hasta el 40 por ciento de los niños víctimas de abuso sexual. Hasta la fecha no sabemos a qué se debe este hecho. No obstante, entre las posibilidades que se barajan podríamos señalar que el impacto del abuso sobre estos niños se retrasa en el tiempo o se manifiesta de modo muy sutil. Así, puede ser que los síntomas de ese abuso no aparezcan hasta pasado un tiempo, o que estos niños hayan superado bastante bien la experiencia. Sin embargo, nuestra falta de objetividad y prejuicios nos impiden aceptar este hecho sin más.

Otro aspecto a tener en cuenta es que los niños víctimas de abuso sexual son algo anómalos en el campo de la salud mental. Estos niños no reciben tratamiento por los mismos motivos que el resto de niños, es decir, a causa de unos síntomas determinados -por ejemplo, los conocidos como «síntomas del ajo» o mal comportamiento (molesto para otras personas), o los «síntomas de la cebolla», fobias y depresiones, que resultan molestas para uno mismo-. Pero los niños que han sufrido abuso sexual no acuden a la terapia porque se sientan o comporten mal, sino, simplemente, porque les ha ocurrido algo.
Con mucha frecuencia, los padres y, en general, los responsables de estos niños les llevan a la terapia porque están preocupados por los efectos que sobre estos niños puede tener el abuso sexual y quieren tranquilizarse, y no porque tengan evidencias de que ese abuso, efectivamente, haya traumatizado al niño.

Todavía no sabemos qué hacer con estos niños que no presentan síntomas, ya que sabemos lo suficiente sobre el abuso sexual como para estar preocupados y no pensar que, simplemente, todo va bien. Puede que ellos nieguen su problema, pero de este hecho no debemos deducir que lo hagan porque no tengan secuelas. Tampoco debemos pensar que hay algo malo en ellos. Quizás simplemente necesiten unas palabras de apoyo y algunas estrategias que permitan identificar cuándo necesitan este apoyo y cómo recurrir a él.

9. Implicaciones para las futuras investigaciones

Lo anteriormente expuesto tiene unas implicaciones tanto para los investigadores como para los profesionales clínicos. En cuanto a los investigadores, éstas serían mis recomendaciones:

1. Debemos dejar de hacer lo que podríamos denominar estudios de un solo factor, esto es, estudios que solamente comprueban si alguna población clínica o problemática tiene un número inusualmente alto de experiencias de abuso sexual. A priori, y en este caso, casi podría garantizar que lo tienen.

2. Deberíamos obtener una información más exhaustiva acerca de otras experiencias negativas que se hayan producido en la infancia, la adolescencia o en la edad adulta de las víctimas. Se trata de intentar descubrir si hubo -o hay- otras formas de abuso y negligencia, si las habilidades paternas para resolver conflictos eran las adecuadas, o si se produjeron otro tipo de conflictos, malos tratos o victimización.
Deberíamos, incluso, ser capaces de realizar una evaluación retrospectiva para obtener información sobre el momento en el que estos problemas se produjeron para poder relacionados con el abuso sexual.

3. Deberíamos también cuantificar pormenorizadamente el número de los que han padecido abuso sexual que se están recuperando positivamente y cuántos lo hacen de un modo deficiente. Sobre este tema, tenemos que estar seguros de que nuestros  informes contemplen un número suficiente de supervivientes de abuso sexual que no tienen problemas clínicamente significativos.

4. Finalmente, como aspecto más importante, deberíamos formular y comprobar las hipótesis relativas a cómo el abuso sexual deteriora al individuo, e interfiere y genera problemas sociales y trastornos mentales durante las etapas posteriores de la vida. Para ello es imprescindible buscar los mecanismos mediadores, las experiencias vitales que le afectan, así como los cambios afectivos y cognitivos que se producen en los supervivientes si queremos intervenir sobre ellos decisivamente.

10. Los mediadores del impacto del abuso sexual

Existen dos modelos teóricos que intentan explicar el trauma producido por el abuso sexual. Uno de ellos ha tratado de argumentar que existe un núcleo de procesos traumáticos que explican la mayoría de los efectos a largo plazo. De este modo, Chris Bagley ha indicado que el abuso sexual deteriora la autoestima y que la baja autoestima es la que suscita un bajo rendimiento escolar y un escaso éxito en el trabajo. Además, hace a los supervivientes vulnerables a la manipulación y a la agresión sexual, y provoca que éstos se contenten con esposos de «menor calidad», etc. (Bagley, 1986, p. 259).

Por su parte, Polusiny y Follete argumentan que el deterioro principal que provoca el abuso sexual es la tendencia a evitar todo aquello que resulta doloroso, que es lo que subyace en las conductas disociativas, el abuso de sustancias, las actividades sexuales compulsivas, los trastornos en la alimentación y la tendencia a autolesionarse. Para Alexander, el daño principal se produce en el área de la afectividad, y para Andrews, en el área de la vergüenza. Ã?sta es, en definitiva, una de las líneas teóricas.

El otro enfoque -que yo comparto- cree que el abuso sexual da lugar a una amplia variedad de efectos no específicos, que suelen variar mucho de un caso a otro (Kendall y Tackett, 1993, p. 41). Estos efectos negativos incluyen el desarrollo sexual precoz, los complejos, la vergüenza, la decepción y falta de confianza en los demás, la baja autoestima, el estrés postraumático, un estilo disociativo, etc. Por ejemplo, en el modelo que yo propongo, en el que intervienen cuatro fuerzas traumagénicas (generadoras de traumas) (Finkelhor, 1985, p. 93), entiendo por «fuerzas» un conjunto de efectos que, a modo de perchas en un armario, nos permiten organizar esos traumas, algunos de los cuales he catalogado. Es un acercamiento de «mecanismos múltiples».

Esta investigación se enfrenta directamente al otro enfoque, que da mayor importancia al trauma central. Nosotros, en cambio, no examinamos los efectos del abuso sexual como un conjunto cerrado, sino que los consideramos como un grupo más amplio de efectos de diversa índole. Por ello, prestamos la misma consideración a las víctimas de abuso sexual y a aquellas que han padecido otro tipo de maltrato grave durante su infancia.
Por otro lado, este enfoque carece de una investigación teórica amplia, y, por el momento, tampoco disponemos de suficientes estudios sistemáticos sobre los sutiles daños intrapsíquicos. Hasta la fecha, hemos buscado principalmente lesiones, deterioros y síntomas de carácter muy grave. A este nivel, muchas veces los traumas parecen ser similares, y por ello es muy difícil diferenciar entre sus distintos tipos, pero ésta es la dirección que debemos tomar en nuestras investigaciones; es decir, debemos esclarecer dónde se encuentran los daños específicos del abuso sexual (llegando al origen mismo de esos síntomas y de la conducta problemática que provocan) y mostrar que esos daños psicológicos realmente existen entre los supervivientes que manifiestan estos problemas.

Un ejemplo de alguien que ha trabajado en esta dirección y que ha obtenido resultados interesantes es David Lisak, de la Universidad de Massachusetts, quien ha reunido la información de las diferentes teorías en torno a la socialización masculina que se maneja en la actualidad, así como los descubrimientos sobre la transmisión intergeneracional del abuso, teniendo en cuenta que son los hombres y no las mujeres los que normalmente cometen abuso sexual.

Al respecto, Lisak señala que, cuando se abusa sexualmente de un niño, se están frustrando muchas de las expectativas que se tienen en torno al rol que desempeña el sexo masculino en nuestra sociedad.
Así, se supone que los varones no son víctimas, y que no piden ayuda y no hablan de su dolor, por lo que el niño que ha sufrido abuso se enfrenta a un dilema. Algunos lo resuelven aceptando la socialización convencional y muestran un estilo de comportamiento esquivo: niegan el dolor, no hablan de él e intensifican su esfuerzo para acoplarse al modelo masculino que conocen, especialmente ante la posibilidad de ser tachados de desviados a causa del abuso que han padecido. Otros chicos, sin embargo, tratan este conflicto de forma diferente y cuestionan o  redefinen el rol masculino. En definitiva, el sentimiento de ser diferente les empuja a redefinirse en relación con las normas que impone la asunción de ese rol masculino y, al hacerla, experimentan dolor, procesan la experiencia y, algunas veces, buscan ayuda.

Lisak también indicó que aquellos hombres que fracasan a la hora de superar el conflicto sobre el rol masculino serán los que mayor probabilidad tengan de convertirse en perpetradores del abuso sexual, en parte a causa de su adhesión a estas normas que le dificultan la recuperación y el empatizar con las víctimas.

De este modo, en un estudio sobre estudiantes universitarios varones se detectó que las víctimas que más tarde se convertían en perpetradores de abuso sexual eran aquellos que alcanzaban puntuaciones más altas en la llamada Escala de Estrés del Rol de Género, que mide la ansiedad que les genera a los hombres su propia expresión de los sentimientos, la inadecuación física,  estar subordinado a las mujeres o fracasar en su vida. En otras palabras, los varones que tenían puntuaciones más altas en la mencionada escala eran aquellos que estaban más preocupados ante el hecho de no alcanzar los patrones masculinos convencionales. Resulta interesante constatar cómo los hombres que habían sido víctimas de abuso sexual y que después no se habían convertido en perpetradores del mismo obtenían en esta escala unos resultados más bajos incluso que aquellos que no habían padecido abuso sexual. En este caso, el abuso les había forzado a no responder a las expectativas masculinas que el proceso de socialización les imponía y a aprender a tolerar esa desviación del rol masculino a través de normas alternativas.

Esta teoría tiene un gran valor porque nos da una pista sobre cómo se podría facilitar la recuperación de las víctimas de abuso y cómo prevenir que otros se conviertan en abusadores. Ã?ste es un ejemplo de cómo se pueden plantear e incluso medir los mecanismos psicológicos que actúan como mediadores.

11. Implicaciones para los profesionales

Las implicaciones para los profesionales de la práctica clínica relacionada con el tratamiento del abuso sexual se podrían cifrar en dos:
1. La estrategia utilizada con los adultos puede resultar muy gratificante para el terapeuta y el paciente.
En el caso del terapeuta, porque el descubrimiento del abuso «te hace sentirte muy listo» y, en el caso de los pacientes, porque se sienten liberados y son capaces de hablar de aquella experiencia, recordarla o incluso apoyarse en ella para explicar sus actuales problemas.

No obstante, debemos tener en cuenta que este enfoque puede no funcionar por igual con todas las personas. Además, no debe convertirse en el sustituto de una terapia más compleja, ya que, en algunos casos, podría ser contraproducente.

Para comprender la complejidad del impacto del abuso sexual, los profesionales deberían ampliar su foco de atención para analizar todos los aspectos de la vida del sujeto que les sea posible y no sólo la experiencia de abuso sexual. Esto les permitirá comprender el contexto y otros daños que puedan haberse producido.

2. En segundo lugar, los profesionales deberían dirigir su atención al mayor número de áreas posibles, además del abuso sexual, ya que éste puede no ser la llave que abra todo lo demás. No se debería descartar a priori a los pacientes que niegan que el abuso sexual sea la fuente principal de sus problemas porque podrían estar en lo cierto. Incluso en el caso de aquellos pacientes que son tratados únicamente a causa del abuso sexual, en ocasiones puede resultar beneficioso dirigir la atención a otros hechos. Hay un gran número de investigaciones que afirman que puede resultar más eficaz tratar el problema tal y como se presenta que profundizar en la historia del paciente.

Así pues, los terapeutas deben ser cautos. Recuperar los recuerdos del abuso sexual como aspecto central de la terapia es, probablemente, un error que cada vez más se considera una práctica terapéutica pobre.

12. El impacto del abuso sexual en el contexto histórico y social

De este modo, los terapeutas, los investigadores y la sociedad en general deben actuar con cautela.
Incluso yo mismo he de ser cauto. El hecho es que mucho de  lo que hemos aprendido como investigadores y como clínicos, e incluso mucho de lo que aquí he escrito, se está quedando obsoleto no como consecuencia del cambio en el conocimiento, sino a causa del cambio en el contexto social. Al respecto, cabe señalar que muchos de los supervivientes del abuso sexual que hemos estudiado y tratado durante los últimos quince  años -los sujetos de prácticamente la totalidad de nuestras investigaciones y experiencias clínicas- eran personas que, tras padecer el abuso sexual, crecieron en un contexto de secretismo e ignorancia sobre su problema. Este contexto ha sido un factor crucial a la hora de desentrañar cómo ese trauma ha influido en sus vidas: en cuanto a su apreciación, al hecho de sentirse diferentes, a la vergüenza de ocultar ese secreto, al aislamiento, etc. Todos esos factores se convierten en una fuente de dolor y sufrimiento adicional. 

Sin embargo, durante los últimos diez años, en Norteamérica -y cada vez más en el resto del mundo-, el abuso sexual se ha convertido en un problema de toda la sociedad. Al respecto, en un estudio reciente, dos tercios de los niños estadounidenses afirmaron haber recibido información sobre el abuso sexualcomo parte de su educación escolar; la mitad dijeron que sus padres les habían hablado de ello; el tema del abuso sexual había recibido gran atención por parte de los medios de comunicación y el número de denuncias, en consecuencia, se disparó.

De este modo, la actual generación de niños víctimas de abuso -los que han crecido durante los últimos diez años han vivido en un contexto social muy diferente. En su caso, es más probable que hayan oído hablar del abuso y que, en caso de padecerlo, éste sea descubierto, que consigan información que les ayude a entender lo sucedido y que conozcan a otros con su misma experiencia. Esto supone un enorme cambio en cuanto al contexto, que podría tener efectos en el impacto a largo plazo del abuso.

En un estudio reciente sobre el maltrato infantil, Mannarino y Cohen descubrieron que la sensación de ser creídos es uno de los mejores mecanismos para predecir si los niños víctimas de abuso sexual manifestarán un año después algún síntoma. Si los niños de la generación presente se sienten mucho más creídos y comprendidos que los de la generación pasada -y esto es más que probable-, entonces, el alcance general y la dinámica del impacto del abuso puede, de hecho, haber cambiado mucho.

El mencionado cambio muestra algún paralelismo con lo que ocurrió en el campo de los trastornos sexuales en la década de los sesenta. Después de que vieran la luz pública un gran número de investigaciones que aparecieron en toda clase de publicaciones y de que la sociedad cambiara su punto de vista al respecto, los terapeutas comenzaron a tratar muchos menos casos de disfunciones sexuales simples, como la eyaculación precoz o la anorgasmia -problemas muy extendidos y con un tratamiento inmediato-. La gente, entonces, se recuperaba de estos problemas por sí misma (o, al menos, sin recurrir a profesionales), con la ayuda del conocimiento que tenían al alcance de la mano. A partir de ese momento los terapeutas comenzaron a tratar desórdenes más complejos; es decir, problemas sexuales que hundían sus raíces en matrimonios disfuncionales o en un pasado repleto de abusos. Estos casos eran mucho más difíciles de tratar.

Podemos encontrar algún paralelismo entre los cambios que se han producido en el campo de los trastornos sexuales y del abuso sexual. Así, por ejemplo, como resultado de un nuevo contexto social más sensibilizado, tanto en la práctica clínica como en nuestra investigación, vemos menos casos de los considerados traumas simples de abuso sexual (supervivientes para los cuales la experiencia del abuso es la fuente principal del trauma). Este hecho puede ser la consecuencia de una recuperación más rápida o, simplemente, de una menor turbación en el clima cotidiano de aquellos en los que el abuso sexual no se vio complicado por una patología familiar grave. En estos casos, la mayor concienciación pública, la reducción de estigmas y la mayor habilidad que, en general, existe para pedir y recibir ayuda, puede ser la clave de que ello ocurra. Pero lamentablemente, al mismo tiempo nos encontramos con muchos casos de abuso sexual complejos que se entremezclan con otras patologías de la familia y, en estos casos, el cambio en el contexto social no tiene los efectos beneficiosos anteriormente descritos.

Estas predicciones que he avanzado aquí pueden parecer excesivamente esperanzadoras o positivas.
Los profesionales de la salud mental tienden a ser escépticos y a enmarcar sus opiniones en un halo de amargura, ya que, sin duda, desde las trincheras en que trabajamos las cosas pueden parecer sombrías y cada vez peores. Por desgracia, la magnitud de los problemas con los que trabajamos nos impide tener una visión general más amplia que nos permita encontrar algo de esperanza e inspiración.

Todos sabemos que el problema contra el que estamos luchando no empezó ayer o hace apenas un par de generaciones, sino que tiene una historia de cientos e incluso miles de años. Por lo que podemos apreciar, tenemos la percepción de que tiene un mecanismo de transmisión casi vírico, que parece reproducirse generación tras generación. No obstante, si tenemos en cuenta el hecho de que en una sola generación hemos sido capaces de avanzar mucho en la investigación y de que la sociedad haya aceptado la idea de que el maltrato infantil es evitable, estaremos ante un logro importante.

Otros de los aspectos a resaltar es que, al mismo tiempo, se han abierto centros de atención y apoyo al menor que han rescatado a millones de niños de la miseria del abuso sexual. Si pensamos en ello, este tema está sembrado de una esperanza que nunca antes nos habíamos atrevido ni siquiera a acariciar: la de que los niños crezcan libres de violencia y abusos. Les insto a creer en esa esperanza; para ello piensen en lo limitada que es nuestra visión sobre el tema; observen todos los avances que hemos sido capaces de realizar en este campo, y cuántos aliados -llenos de talento, comprometidos y preocupados- ha despertado la lucha contra el abuso sexual infantil.

13. Referencias bibliográficas

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