Respaldo de material de tanatología

RITUALES FUNERARIOS

RITUALES FUNERARIOS.
La sepultura de los cadáveres “según leyes anteriores a todo escrito e inmutables, pues esas leyes divinas no están vigentes ni por lo más remoto, sólo desde hoy ni desde ayer, sino permanentemente y en toda ocasión, y no hay quién sepa en que fecha aparecieron” (Sófocles, Antígona)- era necesaria para que pudieran darse las lamentaciones funerarias, lamentaciones que, a modo de herencia, eran una forma de “darse a conocer” a las generaciones futuras. Así, enterrar a los muertos estaba por encima de todo: era una labor muy preciada por los dioses. En este sentido, la más hermosa defensa del enterramiento de los muertos puede encontrarse en Antígona, quien está dispuesta a morir por ver enterrado a su hermano, pues “(…) es más largo el tiempo durante el que debo agradar a los de abajo que el tiempo durante el que debo agradar a los de aquí arriba, pues allí yaceré por siempre”. Para Teucro (Sófocles, Áyax) “no trates mal a los muertos, pues, si así lo haces, sábete que te harás daño a ti mismo”.
Antecedentes
La muerte señala en la comunidad que ha pasado algo, y hay grandes y fastuosas pausas. La muerte de un individuo afecta en todo la continuidad del ritmo social: en la ciudad nada continua igual.
El presente
La muerte olvidada, oculta, triste y solitaria. Ni en la ciudad ni en la comunidad, ni en el mismo vecindario pasa nada.
INTRODUCCIÓN
La muerte parece un ejemplo paradigmático de lo que puede llamarse un “hecho social”. Sabemos que la muerte tiene lugar en un contexto social, en función de organizaciones, definiciones profesionales de rol social, interacción y significado social.

El significado de la muerte se define socialmente, y la naturaleza de los rituales funerarios, del duelo y el luto reflejan la influencia del contexto social en donde ocurren. Así, diferentes culturas manejan el problema de diferente manera. Las pequeñas diferencias serán impuestas por el muy personal concepto de muerte de cada uno. Por otra parte, el tipo de muerte (“buena” o “mala” muerte) se corresponde también con un estilo funerario particular (ver tabla).

En la sociedad occidental, históricamente, el luto ha dejado de ser una costumbre donde se especificaba indumentaria, comportamiento y límites de interacción y tiempo. Al parecer existe una rápida caída de prestigio y desacreditación de la persona en duelo. Esto ha llevado a que muchas de las dificultades actuales para recuperarse de la pérdida de un ser amado se debe, en parte, a la ausencia de rituales establecidos y patrones estructurados de duelo. No debemos olvidar que la interacción social es un elemento central que permite que el deudo comience a reconstruir su realidad con un significado e identidad en la vida.
Modelos de “Buena Muerte” y “Mala Muerte” a lo largo de la historia

Período:  Antiguedad Clásica
Buena Muerte: Se acepta la muerte por suicidio como razonable en caso de enfermedad o dolor. La forma de morir es la medida del valor final de la vida. La “Euthanasia” es “Summun Bonum”.
Mala Muerte: Vida consumida por la enfermedad y el sufrimiento. Muerte sin sepultura.

Período: Edad Media
Buena Muerte: Muerte lenta y anunciada; muerte asistida.
Mala Muerte: Muerte repentina e imprevista; muerte clandestina.

Período: Siglos XIV  XVIII
Buena Muerte: La muerte del justo, de aquel que piensa poco cuando viene pero que ha pensado en ella toda la vida. La agonía dolorosa y el dolor adquieren un notable valor religioso. Se pierde el temor a la muerte repentina. El “ángel guardián” conserva su libro, y el diablo, confundido, se arroja a los infiernos.
Mala Muerte: La muerte del no preparado. La muerte tranquila, sin dolor. El diablo presenta “su libro” y el ángel guardián, afligido, le abandona.

Período: Siglos XVIII  XIX
Buena Muerte: Muerte testada y preparada espiritualmente (recursos salvíficos)
Mala Muerte: Muerte sin testamento; retorna la muerte imprevista.

Período: Segunda mitad Del siglo XIX
Buena Muerte: Muerte en la ignorancia de la misma.
Mala Muerte: Morir consciente de que se muere.

Período: Siglo XX (a partir de 1914-18)
Buena Muerte: Muerte repentina e imprevista; se refuerza la muerte en la ignorancia.
Mala Muerte: Muerte lenta, llena de sufrimiento y dolor (delirium, dolor, disnea, respiración estertórea); muerte consciente, muerte en la UCI-UVI.

La forma en la que se moría y la actividad del difunto durante la vida era lo que daba al ritual mortuorio sus características esenciales y lo que determinaba el sitio final en el que residiría el alma del fallecido.

Esto ha llevado a una práctica común en nuestra sociedad, que en cierto modo sustituye la costumbre de llevar insignias visibles de luto, y es la de que el superviviente, en el periodo de aflicción aguda, se aísle durante un período de tiempo suficientemente largo, actualmente cada más reducido, como para que a su retorno al ambiente social habitual se haya disipado la importancia de la  muerte, y tanto él como otros puedan manejar la interacción con menos tensión y de una forma más normal.

Si bien la muerte se considera un “asunto de familia”, la ocasión del duelo puede constituir un modo en que se rompen las reglas generales de convivencia; con bastante frecuencia la “casa de los deudos” suele permanecer “abierta” durante los días que siguen inmediatamente a la muerte. Así, uno se encuentra en tales circunstancias tal mezcla de familiares, amigos, conocidos, compañeros y vecinos que, en virtud de la tan extremadamente variable perspectiva que los presentes tienen del difunto, tal reunión se convierte en verdaderos “momentos sociales”. Con todo, hoy día la muerte ha dejado de ser un momento eminentemente familiar.

En nuestro tiempo, la muerta causa tanto miedo que ya no nos atrevemos a decir su nombre (usamos multitud de eufemismos), miedo que, a su vez, es considerado normal y necesario. Actualmente domina en los países industrializados una concepción de muerte que puede designarse como “muerte invisible” y que ha llegado también a los países en desarrollo. A partir de la primera mitad del siglo XX la muerte comienza a desaparecer de la vida pública (en Colombia solo queda la parte fea de la muerte, el homicidio o el accidente). El duelo también desaparece como práctica, los funerales se hacen breves (a veces de minutos pues el difunto pasa directamente de la casa a una “cajita” en cuestión de minutos según la “influencia” que la familia tenga) y la cremación se vuelve cada vez más frecuente.

Nuestra sociedad, mercantil y triunfalista, tiene pocos hábitos y actitudes compartidas, cosa a la que la muerte obliga. Sin embargo, se ha unificado en una respuesta de vergüenza frente a la muerte. Admitirla pareciera ser admitir un fracaso en el mandato social de ser felices y tener éxito. La muerte, hecho esencial a la existencia humana, pasa a ser un acontecimiento absurdo y que molesta a los demás.

SENTIDO Y PORQUÉ DE LOS RITUALES
Entre los pueblos primitivos, la muerte constituía una seria amenaza a la cohesión y, por tanto, a la supervivencia de todo el grupo; ésta podía desencadenar una explosión de temor y variadas expresiones irracionales de defensa. La solidaridad del grupo se salvaba entonces haciendo de este acontecimiento natural un rito social. Así, la muerte de un miembro del grupo se transforma en una ocasión para una celebración excepcional: de esta forma la muerte pone en marcha una serie de obligaciones sociales.

En la mayoría de las sociedades hoy día, los rituales funerarios benefician a los vivos y a los muertos: ayudan a los sobrevivientes a aceptar la realidad de la muerte (todos los rituales del luto sirven para reforzar la realidad y reducir la sensación de irrealidad que favorece la esperanza de retorno del difunto), recordar al difunto y darse soporte el uno al otro. El sentido y porqué de los rituales funerarios se ha asociado pues a:

1. Como un medio de certificar la muerte -es decir, de confirmar la muerte del otro, “de que está bien muerto”- y por necesidades higiénicas.
2. Para facilitarle el camino, regreso y arribo al muerto a su lugar de destino. En la cultura egipcia también tenía la utilidad de permitir la realización del denominado gesto “KA” destinado a mantener la energía creadora que tenía que sobrevivir a la nada. En la cultura griega, antecedente directo de nuestra actual cultura “occidental y cristiana”, se creía en una cierta vida después de la muerte, por ello los muertos eran objeto de atenciones durante los primeros días sucesivos a su deceso.
3. Como una forma de alejar y espantar los malos espíritus. Los habituales cantos, gestos y gritos pretendían asustar y confundir al alma del difunto de forma que no volviera y trajera malas energías sobre sus deudos. En la antigua Grecia, los fantasmas tenían derecho a tres días de presencia en la ciudad… Todo el mundo se sentía mal en esos días. Al tercero, se invitaba a todos los espíritus a entrar en las casas, se les servía entonces una comida preparada a propósito; después, cuando se consideraba que su apetito estaba saciado, se les decía con firmeza: “Espíritus amados, ya habéis comido y bebido, ahora marcharos”. Tanto en Roma como en Grecia el entierro de los muertos era un deber sagrado. Negar sepultura a un cadáver era condenar al alma a errar sin descanso y, en consecuencia, crear un peligro real para los vivos, pues esas “almas en pena” eran maléficas. Siempre se ha temido la presencia de los aparecidos, motivo por el cual se ha procurado que los ritos funerarios se cumplan sin fallos, para evitar el regreso de los muertos al mundo de los vivos.
4. Desde la más remota antigüedad se tiene la creencia de que los difuntos ejercen de mediadores entre las deidades y los seres vivos, siempre y cuando cumplan unos ritos que han sido transmitidos de generación en generación hasta nuestros días.
5. Para facilitar el proceso de adaptación de los que quedan vivos a este período de convalecencia. No solo los rituales pretenden que los vivos estén más tranquilos al aplacar los espíritus, también sirven para ayudar a los deudos a aceptar la realidad de la muerte y obtener el apoyo de la comunidad. Los rituales contemplados deben desarrollar un equilibrio entre el reconocimiento realista de la tristeza y la alegría sincera por el hecho de que los creyentes que se ausentan del cuerpo están ahora con la entidad superior particular y propia de cada mito. Un funeral bien planeado puede facilitar el proceso de recuperación tras la pérdida de un ser querido y ayudar a disminuir la probabilidad de un duelo patológico. La importancia de los rituales funerarios de cara al proceso de recuperación del duelo puede verse en la triste situación de los desaparecidos y la necesidad de realizar rituales funerarios simbólicos para dar resolución a un duelo no iniciado.
6. Otros fines contemplados son: para cumplir con una tradición, servir de escaparate social (antiguamente las familias daban más importancia al funeral que al matrimonio), como actividad económica y como manifestación espiritual general.

El hecho de la conmemoración de la muerte de una persona ha hecho que sea considerado necesario el funeral como una forma extrema de la importancia social de ese hecho y no hacerlo representa su negación, algo así como un ostracismo o abandono social. De aquí se desprende que en varios países la gente, aunque muy pobre, siempre guarda dinero para recibir una sepultura decente.

Así pues, los rituales funerarios son más que un ritual de despedida y pone en juego una serie de símbolos que otorgan elementos de integración al grupo social.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS
Aunque el culto a los muertos se viene practicando desde el neolítico (o desde las fases finales del paleolítico), al menos dos aspectos históricos destacan por su interés en los orígenes de la respuesta a la pérdida de algo amado. El primero de ellos proviene de los registros arqueológicos: uno de los primeros datos que ofrecen señalan la existencia de prácticas de enterramiento; esto, al menos en parte, permite suponer la conciencia de la muerte y el dolor por la pérdida de algo querido. El segundo, mucho más tardío, proviene del desarrollo del concepto de responsabilidad personal y la atribución de la conducta humana a causas totalmente internas; este no aparece hasta aproximadamente el año 500 a.c., en las obras de los dramaturgos griegos (“por ello, dice el poeta, el hombre pregunta qué divinidad es la que ha causado una determinada enfermedad, guerra, muerte o pérdida”).

Los últimos hallazgos realizados en el principal yacimiento paleontológico de Europa (Sierra de los Huesos de Atapuerca, en la sierra de Burgos, España) confirman que los homínidos que habitaban esta zona de la provincia de Burgos hace 300.000 años, conocidos como “Homo Antecesor”, realizaba de forma conciente y con un comportamiento ritual y simbólico los enterramientos de sus congéneres.

El corazón de los dioses sólo se alegraba cuando los hombres cumplían fielmente los múltiples mandatos que ellos les habían impuesto; de no ser así, enviaban sobre los mortales su castigo, habitualmente bajo la forma de infortunios, dolor, angustia moral o enfermedad (actitud muy general que aún persiste en ciertas culturas y/o niveles culturales); no obstante, tal pérdida podía deberse a la lucha o los celos entre los mismos dioses, siendo sus protegidos los afectados (duelo).

LA ANTIGÜEDAD: Lo Clásico y lo Mitológico
Es en la antiquísima narración babilónica de la aventura del mítico héroe de Sumeria Gilgamesh  el Poema de Gilgamesh es la epopeya cronológicamente más antigua de la historia del mundo; fue redactada o compilada en 12 tablas de arcilla hace más o menos 4000-5000 años , donde encontramos la más primitiva descripción del proceso del duelo humano y de los rituales respectivos. Con todo, nunca hubo en la historia del hombre otro período durante el cual los rituales funerarios y la expresión del duelo cobrara tal dramatismo y realidad como durante el largo período de la antigüedad, expresiones que rayan, ciertamente, en lo mitológico. La muerte señala en la comunidad que ha pasado algo, y hay grandes y fastuosas pausas (p.ej., los juegos fúnebres). La muerte de un individuo afecta en todo la continuidad del ritmo social: en la ciudad nada continua igual.

El primer rasgo que salta a la vista es su dramatismo; las manifestaciones del duelo, rituales de carácter dramático y violento, son frecuentes -casi la norma- en la antigüedad clásica (pueden verse ya en el poema de Gilgamesh). Así, tenemos como más frecuentes: llanto intenso, desvanecimientos, rasgado de vestidos, gemidos de agudos trinos, golpes en la cabeza y en el pecho (rito de plañideras cisias), arrancamiento de pelos de la barba y la cabeza, heridas en el rostro producto de violentos arañazos, gritos agudos, arrastrarse por el suelo, golpear la tierra con las dos manos, etc. Por otro lado, en los funerales podían tener lugar sacrificios humanos y de animales.

De estos rituales, dos merecen especial atención: el primero tiene relación con la ofrenda de cabellos que en los hombres se trataba sólo de un rizo, en las viudas de raparse la cabeza (la parte más noble de la persona), y en las demás mujeres, durante el cortejo fúnebre, llevar el cabello suelto. Recuérdese que, mágicamente, el pelo representa a la persona. La ofrenda de cabellos que hacían los amigos y familiares del muerto significaba el deseo de seguir íntimamente unidos con él. Por otro lado, en los funerales se le ofrece también un mechón de cabellos de la persona muerta a Perséfone (Proserpina), diosa de los infiernos, para que fuese bien acogido por la diosa. Por otra parte, ya el luto riguroso también podía apreciarse:

Sófocles, y los actores que iban a representar una tetralogía, enterados del fallecimiento del gran dramaturgo (Eurípides), se presentaron ante el público de luto riguroso, desprovisto de las coras rituales (Francesc-Lluís Cardona, Prólogo y Presentación de Eurípides: Las Troyanas, Las Bacantes, Edicomunicaciones, S.A. Barcelona, 1993; José Vara Donado, 1991. En: Sófocles: Tragedias Completas. Ed. Cátedra, Madrid. 1991). Electra, hermana de Orestes, se encamina ataviada de luto a la tumba de Agamenón (Francesc-Lluís Cardona, Prólogo y Presentación de Eurípides: Las Troyanas, Las Bacantes, Edicomunicaciones, S.A. Barcelona, 1993).

En las culturas precolombinas el color negro representa el principio femenino-nocturno -inframundano y el rojo el principio masculino-diurno-terrenal.

El segundo ritual de interés son los juegos fúnebres que se llevaban a cabo durante los primeros nueve días tras el fallecimiento: la carrera de carros, el pugilato, la lucha, la carrera, el combate, el lanzamiento del peso, el juego del arco y el lanzamiento de jabalina (véase La Ilíada, canto XXIII, “Los funerales de Patroclo”. La Eneida, libro V).

Algunos de los juegos fúnebres más célebres son los realizados en honor de Patroclo, Ofeltes (los primeros Juegos Nemeos, cuyos jueces vistieron siempre túnicas negras en señal de duelo), Aquiles, Pelias, Layo, Anquises (llamados Juegos Troyanos y celebrados en Roma hasta el Imperio), Azán, Cícico, Heracles, Paris (celebrados aún estando vivo éste), Sinis (bandido que murió a manos del héroe Teseo; son los llamados Juegos Ístmicos; otra tradición considera que estos juegos conmemoraban la muerte de Escirón, otro bandido muerto por Teseo), Abdero (incluían las competiciones acostumbradas con excepción de la carrera de carros) y los celebrados por Teutámides en honor de su padre, en los que, durante su celebración, Perseo mató accidentalmente a su abuelo Acrisio.

Finalmente, el tercer rasgo más sobresaliente es su duración, que solía ser corta pero intensa (de 1, 7 y 9 días) en épocas más antiguas, y más larga (hasta un año) en épocas posteriores (La Ilíada, canto XIX, “Reconciliación de Aquiles y Agamenón”; Séneca, Cartas Morales a Lucilio, carta LXIII).

La actitud general ante la muerte de un ser querido (o, más usualmente, un amigo o un héroe) bien puede expresarse con estas palabras de Eurípides: “¡Cuán dulce para los desgraciados es llorar, gemir lúgubremente y cantar sus males! (…) Pero para los desgraciados es un consuelo lanzar lúgubres gemidos” (Eurípides: Las Troyanas), aunque, si bien se fomenta la expresión del dolor, se aprecian algunas manifestaciones de rechazo del duelo muy ocasionales: “No quería el rey Príamo el llanto; en silencio, afligidos dentro del corazón, a la pira los muertos llevaron …. (La Ilíada, canto VII, La Tregua. Construcción del muro).

Es en Séneca donde encontramos la necesidad de una mayor moderación en las expresiones del duelo, si bien a su vez estimula una expresión natural y no fingida de la tristeza y las lágrimas (cartas XCIX y LXIII). También en Séneca encontramos una clara visión social del duelo y del deudo, tal como Sudnow lo haría 20 siglos después:

“No es virtud, sino inhumanidad, esto de contemplar el entierro de los suyos con los mismos ojos que cuando estaban vivos y no conmoverse en el primer momento de su separación. Aun suponiendo que te lo prohibiese, hay cosas que permanecen fuera de todo dominio: las lágrimas fluyen aun en aquel que intenta detenerlas, y procuran alivio al espíritu. ¿Qué haremos, pues? Les permitiremos que caiga, pero sin forzarlas a ello; que fluyan las que derramen el sentimiento, no las que exijan la imitación. Pero no añadamos nada a la tristeza ni debemos aumentarla con el ejemplo ajeno”. “La ostentación del dolor es más exigente que el dolor mismo. ¿Cuántos hay que están tristes para sí solos? Cuando pueden ser escuchados, gimen con mayor violencia, pero más calladamente, con mayor serenidad, en secreto; en cuanto ven a alguien, se siente excitados a nuevos lloros. Entonces se golpean la cabeza, cosa que hubiesen podido hacer más libremente cuando nadie podía impedirlo; entonces invocan a la muerte y se revuelven sobre el lecho; el espectador se va, y cesa todo aquel dolor. También en ésta, como en otras cosas, caemos en el vicio de comportarnos según el ejemplo de la mayoría y de no atender a lo que conviene, sino a lo que se acostumbra”. “Nos apartamos de la Naturaleza y nos entregamos al arbitrio del pueblo, que no suele ser ejemplo de nada bueno, y en esta cosa, como en tantas otras, se muestra lleno de inconsecuencia. Ve a alguien entero en su dolor, y le califica de poco afectivo y áspero; ve a alguien caído en tierra y abrazado al cadáver, y le llama afeminado y flojo. Es menester, por lo tanto, regular todo según la razón (carta XCIX: Consolaciones por la muerte de un hijo)”.

Hoy día sucede un tanto de lo mismo: llorar se ha vuelto sospechoso; si la persona llora mucho, según se dice, “… es porque tiene remordimientos”. Si, por el contrario, no llora “… es porque no le quería”. Ante esta situación las personas optan por una postura intermedia: llanto moderado visible a sus vecinos y ocultación en la soledad de su intimidad, donde ya siente que puede hacerlo con la intensidad necesaria, si bien pierde el beneficio del reconocimiento social de su dolor.

UN FUNERAL ROMANO
Tanto en Roma como en Grecia el entierro de los muertos era un deber sagrado. Negar sepultura a un cadáver era condenar al alma a errar sin descanso y, en consecuencia, crear un peligro real para los vivos, pues esas “almas en pena” eran maléficas. Los romanos practicaban simultáneamente los dos grandes ritos funerarios, la cremación y la inhumación. Una vez que se comprobaba la muerte, el hijo mayor cerraba los ojos de su padre y lo llamaba por su nombre por última vez. Luego se lavaba el cadáver, se lo adornaba, se lo revestía con la toga praetexta y se lo exponía en el atrium sobre un lecho mortuorio, en medio de flores y guirnaldas. Durante varios días, mujeres flautistas y plañideras a sueldo tocaban una música fúnebre. Luego, legado el momento, se formaba un cortejo para acompañar el cadáver fuera del recinto de la ciudad, en donde se erigía la pira (primitivamente en la noche, posteriormente en las mañanas). Detrás de los músicos y de las plañideras caminaban hombres que llevaban representaciones de lo que había sido la vida del difunto.

Si el difunto era noble (patricio), aparecían clientes o actores que llevaban el rostro cubierto por una máscara que imitaba los ancestros del muerto, de manera que todo el linaje parecía haber venido a recibir a su descendiente (acto conocido como “jus imaginum o “derecho de imágenes”); luego venía el cadáver transportado sobre una camilla con el rostro descubierto. Lo seguían parientes y amigos, los hombres con toga de color oscuro, las mujeres con los cabellos sueltos y en desorden. En los funerales de los nobles, la oración fúnebre para el muerto (laudatio) la rezaba en el foro su pariente más cercano. Finalmente se llegaba hasta la pira en la que se depositaba el cadáver entre perfumes y presentes. Mientras duraba la cremación, los parientes no debían alejarse. Luego, se recogían los huesos calcinados en medio de las cenizas calientes, se les lavaba con vino y se les ponía dentro de una urna, depositada a su vez en una tumba.

Si los Vitalia conciernen a la vita del difunto y a todo lo que está destinado a protegerla, los Parentalia remiten a las honras que son debidas a los parientes muertos y a la solemne ceremonia con la cual los vivientes le manifiestan su cariño. A los nueve días del sepelio tenía lugar el banquete fúnebre conocido como novendalia.

En torno a la muerte los romanos desarrollaron complejos ritos. Cuando una persona estaba a punto de morir, su cuerpo se ponía en el suelo, uno de sus seres queridos le daba el último beso y cerraba los ojos. Al morir, se producía la conclamatio por la que los presentes invocaban el nombre del difunto. Las mujeres de la casa y los trabajadores de pompas fúnebres preparan el cadáver limpiándolo con agua caliente y aplicándole ungüentos para vestirlos con sus mejores galas. La presencia de los ritos funerarios de ceremonias de purificación que incluían banquetes fúnebres posteriores a la muerte, junto a las comidas y ceremonias con motivo de las fiestas anuales de las Parentalia y las Lemuria entre los romanos, justificaban la necesidad de edificios sepulcrales y motivaban la agrupación de los menos favorecidos en asociaciones funerarias que les garantizasen los ritos sociales que debían acompañar su muerte.

LOS ANTIGUOS CRISTIANOS
Durante este período, el fenómeno de las “plañideras” -ya “alquiladas” o “pagadas” para hacer más intenso el duelo- estaba muy extendido; así lo apoyan dos aportaciones del antropólogo francés P. Ariés: San Juan Crisóstomo se indignaba contra los cristianos que “alquilaban a mujeres, a paganas como plañideras, para hacer más intenso el luto y atizar el fuego del dolor sin escuchar a San Pablo”. Por otra parte, los Canones del Patriarcado de Alejandría también reprobaban estas manifestaciones: “los que están de duelo deben limitarse a la iglesia, al monasterio, a la casa, silenciosos, calmos y dignos, como deben serlo los que creen en la verdad de la resurrección”.

Por principio y por tradición popular, el duelo durante esta época debía sobrepasar la medida; se condenaba menos su carácter mercenario que el exceso que manifestaban, puesto que se descargaba sobre otros la expresión de un dolor que no se sentía lo bastante personalmente. No obstante, tal manifestación debía mantenerse con esplendor, aunque el precio fuese muy alto.

PRIMERA EDAD MEDIA
En la primera Edad Media los ritos de la muerte estaban dominados por la familia y amigos del difunto, quienes protagonizaban las escenas del duelo y acompañamiento. Estos ritos eran fundamentalmente civiles y el papel de la iglesia se reducía a la absolución ántuma y póstuma.

La escena del duelo se hallaba dividida en dos actos sucesivos e inmediatos: durante el primero, las manifestaciones eran salvajes (al más puro estilo antiguo) o así debían parecerlo: “a penas se constataba la muerte, a su alrededor estallaban violentas manifestaciones de desesperación”, circunstancia que contrastaba con la calma y sencillez del moribundo en espera de la muerte. Tales gestos de pena y dolor sólo eran interrumpidos por el elogio del difunto, segundo acto de esta escena; habitualmente existía un “guía” del duelo quien se encargaba de las palabras de despedida, haciéndose especial hincapié en la espontaneidad de los acompañantes (familiares, amigos, señores y vasallos del difunto).

El duelo solía durar algunas horas, el tiempo de la vela, a veces el tiempo del entierro: un mes como máximo en las grandes ocasiones; las gentes se vestían de rojo, de verde, de azul, del color de los vestidos más hermosos para honrar al muerto.

SEGUNDA EDAD MEDIA
Las convenciones sociales ya no tendían a expresar la violencia del dolor y se inclinaban desde el momento de la muerte hacia la dignidad y el control de uno mismo: ya no parecía tan legítimo ni tan poco tan usual perder el control de uno mismo para llorar a los muertos. El duelo medieval expresaba la angustia de la comunidad visitada por la muerte. Las visitas del duelo rehacían la unidad del grupo, recreaban el calor de los días de fiesta (retorno a lo antiguo): las ceremonias del entierro se convertían también en una fiesta de la que no estaba ausente la alegría, donde la risa hacía que con frecuencia las lágrimas desaparecieran.

Allí donde las manifestaciones tradicionales del dolor subsistían, como en la España de los siglos XIV y XV (aún persistían las plañideras y el duelo tenía por objeto descargar el sufrimiento de los supervivientes), su apariencia de espontaneidad y su dolorismo se han atenuado; lo que no se quería decir mediante palabras o gestos, se significaba entonces por el traje y el color: “En el siglo XII, Baudry, abad de Bourgueil, señalaba como rareza extraña que los españoles se vistieran de negro al morir sus parientes”.

En la segunda Edad Media, y más particularmente después del establecimiento de las ordenes mendicantes (carmelitas, agustinos, capuchinos y dominicos), la ceremonia del duelo, el velatorio y el entierro cambió de naturaleza; la familia y los amigos, ahora silenciosos, han dejado de ser los principales actores de una acción desdramatizada. En adelante, y probablemente a partir de los siglos XII y XIII, los principales papeles estarán reservados a los sacerdotes (ordenes mendicantes especialmente), a personas semejantes a monjes, laicos con funciones religiosas, como las ordenes terceras o los cofrades, es decir, a los nuevos especialistas de la muerte.

Así, el acompañamiento se convierte en una solemne procesión escolástica: los parientes y amigos no fueron desde luego apartados, pero en los cortejos ordinarios son tan discretos que llega a dudarse de su presencia; pobres y niños de hospital (expósitos o abandonados) empiezan a integrar el cortejo según la riqueza y generosidad del difunto, al tiempo que intercederían en favor suyo ante la corte celestial.

La procesión solemne del séquito se convierte así en la imagen simbólica de la muerte y los funerales; el orden y composición del séquito eran fijados por el muerto en el testamento (costumbre que persiste en los siglos XVI-XVIII): “Desde su último suspiro, el muerto no pertenece ya ni a sus iguales o compañeros, ni a su familia, sino a la iglesia; la lectura del oficio de los muertos a sustituido a las antiguas lamentaciones”.

SIGLOS XVI, XVII y XVIII
Hay suficientes pruebas para concluir que los rituales mortuorios, propios de siglos anteriores, habían entrado en crisis; el abundante cortejo religioso así como las representaciones de caridad y pobreza (comunidades mendicantes, hermandades, pobres, etc.) tendieron a volverse más sencillas, “sin fasto ni pompa”, las procesiones se hicieron menos numerosas y las exequias barrocas comienzan a ser mal vistas.

Así, las manifestaciones del duelo se relacionaban con la sencillez: los testadores piden humildad, tanto en la casa como en la iglesia. A pesar de ello, el duelo con plañideras subsistía en algunas regiones.

Las noticias de una muerte se acogen con frialdad: “quién pierde a su marido o a su mujer busca rápidamente alguien que lo reemplace”; en otros casos el superviviente se “retira del mundo” y espera su propio fin. La expresión de dolor sobre el lecho de muerte ya no se admite; en cualquier caso, es pasada en silencio. El que está demasiado afligido como para volver a una vida normal tras el breve lapso concedido por la costumbre, no tiene más remedio que el retirarse al convento, al campo, fuera del mundo en que es conocido. Para Ariés, la voluntad de simplificar los ritos de la muerte, de reducir la importancia afectiva de la sepultura y del duelo fue inspirada por una causa religiosa, por un ejercicio de humildad cristiana, pero ésta se confundió rápidamente con un sentimiento más ambiguo. Desde entonces el duelo comienza a perder definitivamente su significado de “liberación”, de expresión de sentimientos. Por otra parte, el uso del negro se hace general a partir del siglo XVI.

SIGLOS XIX y XX
En el siglo XIX, la muerte era algo muy familiar y natural, que no se escondía y que no se revestía de gran dramaticidad. Había incluso una reticencia a dar nombre a los niños al nacer, se esperaba un tiempo prudencial hasta ver si iban a sobrevivir. Esta actitud de resignación ante la muerte de los niños como un hecho posible puede observarse entre comunidades pobres dentro de las cuales la lucha por la sobrevivencia es grande y la muerte una de las posibilidades cotidianas. No es raro escuchar con total naturalidad a un padre o a una madre de familia que tuvieron un cierto número de hijos de los cuales sobrevivió otro cierto número.

Las manifestaciones públicas del duelo, así como una expresión privada demasiado insistente y lánguida, son ya de naturaleza morbosa: las crisis de lágrimas y las manifestaciones dramáticas se convierten en “crisis de nervios”. Después de la muerte se clava en la puerta de la casa del difunto una “esquela de duelo”, sustituyendo así a la antigua costumbre de exposición del difunto o del ataúd; el período de duelo se convierte en un “período de visitas”: visitas de la familia al cementerio, visitas de los parientes y amigos de la familia, etc.

El abandono del duelo, según Ariés, se inicia a partir de finales del siglo XIX, y su prohibición, a partir de 1914. Sin embargo, tal frivolidad no se debe a los supervivientes, sino a una coacción despiadada de la sociedad: el superviviente queda aplastado entre el peso de su pena y el de la prohibición de la sociedad.

GITANOS
Los gitanos romá de Chile manifiestan un gran respeto por sus difuntos. De hecho, el peor insulto entre ellos consiste en ofender a los muertos. Cuando un gitano fallece se le vela en una carpa 3 días. Bajo el ataúd se colocan aquellas cosas que más le gustaban (café, cigarrillos, vino, frutas, etc.). Sus familiares deben cumplir con un duelo que consiste en no usar jabón, no afeitarse, no usar ropa nueva, no escuchar música, no asistir a las fiestas de la comunidad (no bailar ni cantar), no pintar, etc. Los gitanos hombres deben usar una pequeña cinta de color negro en la camisa como señal externa del luto (esta debe quemarse una vez terminado el luto). La duración de estas restricciones dependen del parentesco (desde una semana a un año). Una tradición mantenida hasta el día de hoy es el banquete fúnebre que se realiza en memoria del gitano fallecido: se celebra a los 7 días, a los 6 meses y al año después de la muerte.  Se comen las comidas que especialmente le gustaban al difunto y se deja un espacio en la mesa reservado para él. Los alimentos que sobran deberán botarse. En la visita al cementerio (limoria) se llevan frutas, flores, velas y se encienden cigarrillos. Pueden realizarse promesas a cumplir una vez el fallecimiento (por ejemplo, no beber licor durante un tiempo determinado), promesas que son de carácter sagrado; en caso de no cumplirlas, quedará prókleto (maldito) y será marginado y despreciado por la comunidad. Por otra parte, no se permiten las autopsias. Los gitanos deben enterrarse tal y como fallecieron, con todas sus pertenencias, si tenían joyas, se les entierra con sus joyas, a menos que él en vida haya dicho otra cosa.
LOS IGBO (Nigeria)
Cuando muere una persona importante en la comunidad, su cuerpo es llevado a un recinto funerario especial (Oto Kwbu) para ser lavado. Realizan una fiesta fúnebre durante toda la noche entre cantos y lamentaciones. Se pintan la cara con tinte negro y se ponen ropa de luto durante 10 meses. Mujeres y hombres se afeitan la cabeza, excepto las viudas que no deben cortarse el pelo ni cubrir su cabeza durante 10 meses. 10 meses después del entierro se celebra otra ceremonia (Kopinai), gran fiesta con variedad de comidas y bebidas. Su ritual es muy elaborado y rico.

ELEMENTOS QUE COMPONEN LOS RITUALES FUNERARIOS
Relacionados con el cuerpo
-Presentes y ofrendas
-Lavado y preparación del cuerpo
-Perfumado
-Ropaje (lienzo, papel, algodón)
-Sacrificios
-Mortajas: El uso el hábito de San Francisco como mortaja es una costumbre que se remonta a la Edad Media europea pues San Francisco era habitualmente representado usando la cuerda de su hábito para rescatar las almas del purgatorio; así, el propósito era ayudar al difunto a cruzar con éxito el camino del purgatorio.
-Toques de campana
-Velas
-Flores: Crisantemos, siempre viva
-Crucifijos
-Escapulario: El escapulario daba a quién lo llevaba durante toda su  vida la certidumbre de una buena muerte y, cuando menos, una abreviación de su tiempo de purgatorio.
-Quemado de la ropa del difunto
-Conclamatio: A partir del 1600 (hasta 1800), la comprobación jurídica de la muerte se hacía a través del llamado “conclamatio”, por la que el notario invocaba tres veces el nombre del difunto: “se le llamará varias veces para asegurarse de que está bien muerto”.
Relacionados con la ceremonia
-Cláusula pía
-Entierro o cremación
-Elogio o sermón fúnebre
-Recepción de los asistentes a las puertas de la Iglesia
-Cortejo: Variable según los tiempos, la cultura y el poder económico del difunto.
-Máscaras
-Recordatorio
-Bulas
-Foto con el difunto
-Ceremonia de “levantar el duelo”: Una costumbre colonial que se mantuvo durante largos años fue la de retornar a la casa del difunto y permanecer en ella largas horas, hasta que alguno se atrevía a levantarse y despedirse, momento en que se concluía esta ceremonia y todos se despedían y se retiraban. Generalmente a las 8 de la noche era el momento apropiado para “levantar el duelo”. Se reconocía incluso, posteriormente, aquella “persona encargada de levantar el duelo”.
-Carrozas, coches y carros fúnebres
-Saludo al final de la misa: “Duelo que se despide con etiqueta”.
-Música fúnebre
-Oración fúnebre
-Banquete fúnebre o Novendalia: Se repite 1 a 3 veces en el año en períodos de tiempo variables según la cultura.
-Esquelas
-Tablones
-Prohibición de pronunciar el nombre del difunto
-Plañideras
-Testamento: Los testamentos, documentos que manifiestan los cambios de actitud frente a la muerte, expresaban los sentimientos, ideas y voluntades de quien se sentía próximo a morir. En estos, había una sección muy importante, la denominada “Cláusula Pía” donde el testador indicaba con todo detalle cómo debía ser su sepultura, los servicios religiosos o limosnas y las rentas que debían destinar para solventar los gastos de estos servicios, así como las limosnas que se debían destinar para hacer actos de caridad. Sin embargo, a partir de la segunda mita del siglo XVIII, las cláusulas pías, las elecciones de sepultura, fundaciones de misas y servicios religiosos, así como las limosnas, desaparecieron en todo el occidente cristiano-protestante o católico, quedando el documento como un simple instrumento legal de transmisión de bienes. Este cambio radical refleja una laicización de los testamentos en el mundo occidental pero también una nueva concepción sobre la familia al depositar en ella la confianza suficiente como para que ya no sea necesario dejar la voluntad del testador en un documento. Todo o relacionado a la ceremonia fúnebre y la distribución de bienes para las misas del difunto será comunicado oralmente a los familiares y ellos pasarán a encargarse de estas tareas.
-Libro de los muertos
-Ayunos: Sea a causa de la pena, sea por el principio higiénico-religioso que considera impuro los cadáveres, se imponía la prohibición de comer hasta después del entierro. De ahí que en muchas culturas (en Galicia, por ejemplo) se celebrase un banquete llamado “duelo” después del entierro. El ayuno cuaresmal (cuaresma=40) empezó siendo en el cristianismo de 40 horas y luego pasó a 40 días.
Relacionados con el duelo
-Visita de pésame o condolencia
-Misas de aniversario
-Sufragios o cartas de condolencia
-Avisos de agradecimiento

FUNERALES CATÓLICOS
La muerte es siempre dolorosa pero para el cristiano no es el fin sino el pasaje a la vida eterna. Dar entierro es una de las obras de misericordia. El lugar del entierro debe ser un cementerio, preferentemente católico, ya que estos han sido consagrados como lugar santo de reposo y manifiestan el respeto que los católicos le tienen a la vida y a la muerte de Cristo. Las funciones litúrgicas son las prácticas rituales de la Iglesia durante el entierro de sus hijos. La Constitución sobre la Liturgia del Concilio Vaticano Segundo instruyó que se revisaran los servicios de funeral para que “estos expresaran más claramente el carácter pascual de la muerte de Cristo; y que se incluyera una “Misa especial al rito para el funeral de los niños”. Ambas cláusulas se implementaron en el nuevo rito promulgado por el Papa Paulo VI que tomó efecto el 1º de Junio de 1970. Éste hace un mayor énfasis en la esperanza Cristiana en la vida eterna y en la resurrección final de entre los muertos.

Los funerales pueden ser sencillos pero siempre guardando el respeto y la dignidad del cuerpo humano. Lo importante es acudir al Señor en oración, lo cual es la razón para celebrar los ritos fúnebres católicos: la vigilia, la liturgia funeral, el rito de despedida y el entierro. Por medio de ella se expresa la fe y se encomienda el difunto a la misericordia de Dios.

Artículo 2: Las Exequias Cristianas
1680. Todos los sacramentos, principalmente los de la iniciación cristiana, tienen como fin último la Pascua definitiva del cristiano, es decir, la que a través de la muerte hace entrar al creyente en la vida del Reino. Entonces se cumple en él lo que la fe y la esperanza han confesado: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro” (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
I. La última Pascua del cristiano
1681. El sentido cristiano de la muerte es revelado a la luz del Misterio Pascual de la muerte y la resurrección de Cristo, en quien radica nuestra única esperanza. El cristiano que muere en Cristo Jesús “sale de este cuerpo para vivir con el Señor” (2 Co 5,8).
1682. El día de la muerte inaugura para el cristiano, al término de su vida sacramental, la plenitud de su nuevo nacimiento comenzado en el Bautismo, la “semejanza” definitiva a “imagen del Hijo”, conferida por la Unción del Espíritu Santo y la participación en el Banquete del Reino anticipado en la Eucaristía, aunque pueda todavía necesitar últimas purificaciones para revestirse de la túnica nupcial.
1683. La Iglesia que, como Madre, ha llevado sacramentalmente en su seno al cristiano durante su peregrinación terrena, lo acompaña al término de su caminar para entregarlo “en las manos del Padre”.
II. La celebración de las exequias
1684. Las exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia. El ministerio de la Iglesia pretende expresar también aquí la comunión eficaz con el difunto, hacer participar en esa comunión a la asamblea reunida para las exequias y anunciarles la vida eterna.
1685. Los diferentes rito de las exequias expresan el carácter pascual de la muerte cristiana y responden a las situaciones y a las tradiciones de cada región, aún en lo referente al color litúrgico (cf SC 81).
1686. El Ordo exequiarum (OEx) o Ritual de los Funerales de la liturgia romana propone tres tipos de celebración de las exequias, correspondientes a tres lugares de su desarrollo (la casa, la iglesia, el cementerio), y según la importancia que les presten la familia, las costumbres locales, la cultura y la piedad popular. Por otra parte, este desarrollo es común a todas las tradiciones litúrgicas y comprende 4 momentos principales:
1687. La Acogida de la Comunidad: El saludo de fe abre la celebración. Los familiares del difunto son acogidos con una palabra de “consolación” (en el sentido el Nuevo Testamento: la fuerza del Espíritu Santo es la esperanza; cf 1 Ts 4,18). La comunidad orante que se reúne espera también “las palabras de vida eterna”. La muerte de un miembro de la comunidad (o el aniversario, el séptimo o el trigésimo día) es un acontecimiento que debe hacer superar las perspectivas de “este mundo”  y atraer a los fieles a las verdaderas perspectivas de la fe en Cristo resucitado.
1688. La Liturgia de la Palabra. La celebración de la Liturgia de la Palabra en las exequias exige una preparación, tanto más atenta cuanto que la asamblea allí presente puede incluir fieles poco asiduos a la liturgia y amigos del difunto que no son cristianos. La homilía, en particular, debe “evitar” el género literario de elogio fúnebre (OEx 41) y debe iluminar el misterio de la muerte cristiana a la luz de Cristo resucitado.
1689. El Sacrificio Eucarístico. Cuando la celebración tiene lugar en la Iglesia, la Eucaristía es el corazón de la realidad pascual de la muerte cristiana (cf OEx 1). La Iglesia expresa entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio y resurrección de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus consecuencias y que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino (cf OEx 57). Así celebrada la Eucaristía, la comunidad de fieles, especialmente la familia del difunto, aprende a vivir en comunión con quien “se durmió en el Señor”, comulgando con el Cuerpo de Cristo, de quien es miembro vivo, y orando luego por él y con él.
1690. El Adiós (“a Dios”) al difunto es “su recomendación a Dios” por la Iglesia. Es el “último adiós por el que la comunidad cristiana despide a uno de sus miembros antes que su cuerpo sea llevado a su sepulcro” (OEx 10). La tradición bizantina lo expresa con el beso de adiós al difunto: “Con este saludo final se canta por su partida de esta vida y por su separación, pero también porque existe una comunión y una reunión. En efecto, una vez muertos no estamos en absoluto separados unos de otros, pues todos recorremos el mismo camino y nos volvemos a encontrar en un mismo lugar. No nos separaremos jamás, porque vivimos para Cristo y ahora estamos unidos a Cristo, yendo hacia él… estaremos todos juntos en Cristo” (S. Simeón de Taselónica, De ordine ep).
2300. Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo.
2301. La autopsia de los cadáveres es moralmente admisible cuando hay razones de orden legal o de investigación científica. El don gratuito de órganos después de la muerte es legítimo y puede ser meritorio. La Iglesia permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la resurrección del cuerpo.

EL DÍA DE MUERTOS O DE LOS SANTOS DIFUNTOS
No se trata de una fiesta con rasgos netamente prehispánicos, es una mezcla de elementos culturales indígenas y españoles que alcanza su máxima expresión en México (México y la India deben estar presentes en cualquier recuento referido a los rituales fúnebres). Los días que se lleva a cabo la celebración no son para todos los pueblos el 1 y 2 de Noviembre, como lo marca el calendario católico, pues mucho grupos indígenas comienzan la conmemoración a sus familiares fallecidos el 28 de Octubre y la terminan el 3 de Noviembre. Esta festividad se divide realmente en 2 partes: una destinada a los “muertecitos”, niños o angelitos (Octubre 31 y Noviembre 1) y la de los adultos (Noviembre 1 y 2).

Son muy pocas las referencias de las festividades dedicadas a los muertos en la época prehispana, si bien estas se realizaban en diferentes meses ya que al mismo tiempo se rendía culto al dios de la fiesta. Estas festividades eran muy solemnes, se entonaban cantos, se danzaba, se ofrecían todo tipo de ofrendas a las imágenes de los dioses y a las sepulturas de los muertos (flores, frutas, gallinas, maíz, vestidos, mantas, legumbres, incienso, etc.), incluso se llegaban a realizar sacrificios humanos en algunas comunidades indígenas. Algunas culturas diferenciaban las fiestas para sus muertos, ya fueran estos niños (p.ej., fiesta de los muerecitos), la cual se realizaba con antelación, y la fiesta de los muertos adultos. Después de la Conquista, ambas fiestas comenzaron a celebrarse conjuntamente el día de Todos los Santos. Algunas culturas conservan, sin embargo, otras festividades dedicadas a los muertos en otros meses del año (véase cultura mexicana), por ejemplo, en el día de las madres, día de los niños, etc.

Es interesante señalar que la festividad dedicada a los difuntos tiene especial importancia dentro de la localidad, por ello muchos de los habitantes comienzas a hacer sus ahorros económicos para dicha fiesta, pero esto no basta pues los muertos no vienen a ver cuánto dinero se tiene si no a compartir los productos producidos por los vivos. Uno de los aspectos de esta tradicional fiesta es la concentración de los vecinos en el cementerio para arreglar las tumbas de sus muertos, pues “las almas de los difuntos retornan a su lugar”. En este bullicio, las sepulturas se cubren de flores, veladoras, fruta, comida, dándose el trueque de los artículos en algunos casos o simplemente el compartir y acercarse a saludar. Es decir, se trata de un momento comunitario, un acercamiento en la igualdad de la muerte.

Con relación a España, para aquellos del siglo XVI la celebración del día de difuntos era muy semejante, es decir, ofrenda de alimentos pues los muertos regresaban a la tierra a visitar y compartir los alimentos con sus parientes vivos, si bien no se trata de una creencia totalmente española sino de costumbres chinas y egipcias que les fueron heredadas a través de los árabes. Esta creencia estaba tan arraigada en la antigüedad que en algunos pueblos durante la víspera de la llegada de las benditas ánimas las familias no hacían la cama con el fin de que las almas de sus parientes pudieran descansar después de su largo viaje a este mundo.

PRESENTE Y FUTURO
Hoy día, si usted es el responsable de hacer los planes para alguien que ha muerto, entonces usted necesitará definir lo siguiente:

A. El Certificado de Defunción.
Es de obligada presentación.
B. Póliza de servicios funerarios.
C. ¿Qué tipo de servicio desea para la disposición del cuerpo?
Primero investigue si el difunto dejó una carta de instrucciones; si este es el caso, siga las instrucciones lo mejor que pueda; en caso contrario, su asesor/director funerario podrá ayudarle, o hacer usted algunas gestiones; tómeselo con calma, no permita que le presionen y demande tiempo extra para hacer los preparativos. Ninguna institución está autorizada para sacar un cadáver sin el consentimiento del familiar más próximo. Si van a haber donaciones del cuerpo o de órganos, deberá ponerse en contacto con la institución respectiva rápidamente.
Los tipos de servicio actualmente disponibles son:
1. Servicio Funerario: Usualmente se lleva a cabo en la Iglesia o en la funeraria, con el cuerpo presente, y se hace prontamente después de la muerte.
2. Servicio Memorial: Un memorial se lleva a cabo sin el cuerpo presente y puede tener lugar días o semanas después de la muerte. Puede realizarse en una Iglesia, en una funeraria o en un lugar público como un parque.
3. Servicio Fúnebre: Se realiza junto al sitio de la tumba justo antes del entierro, o en una capilla justo antes de la cremación.
4. Cremación: Cuando se elige la cremación, pueden tenerse los servicios descritos anteriormente, solo que el cuerpo es llevado al cuarto de incineramiento.
5. Servicio de Envío: Para enviar un cadáver a otra ciudad o país.
6. Servicio de Recibo:  Para recibir un cadáver de otro departamento o país.
7. Elección de ataúdes, contenedores alternativos y urnas: Los ataúdes están disponibles en diferentes materiales: madera, acero, cobre, aleaciones, etc.; los contenedores alternativos pueden ser cajas de cartón o de madera en forma de ataúd para las cremaciones; las urnas para las cenizas pueden ser de cerámica, madera, granito, mármol, etc.
8. Disposición del cuerpo: Usualmente es en un cementerio; dispone de varias alternativas: lote, bóveda, placa conmemorativa, cripta/mausoleo, columbario, con los gastos de mantenimiento respectivos.

D. Ceremonias según las diferentes tradiciones religiosas
Cristiano Ortodoxo: Un entierro tradicional con servicio en la iglesia.
Católico: Misa en la iglesia. La mayoría de los católicos eligen un entierro tradicional con un día de velorio y visitas.
Judío Ortodoxo: Se exige el entierro del cuerpo en las primera 24 horas de ocurrida la muerte, sin embalsamamiento ni velación; ataúdes de madera.
Griega Ortodoxa: Un entierro tradicional con servicio en la iglesia.
Evangélica: Entierro tradicional con velorio y visitas.
Musulmán: Servicio tradicional de velorio y visitación con servicio en una iglesia o en una funeraria; los miembros de la comunidad acostumbran vestir y maquillar el cuerpo; entierro del cuerpo en las primera 24 horas de ocurrida la muerte.
Hindú/Islámico: Cremación de manera tradicional el mismo día y visitación.

E. ¿Posee la persona fallecida algún beneficio en particular? (p.ej., militar, policía).

Como una forma de reaccionar a la tradición funeraria, y con el ánimo de expresar nuevas formas de pensamiento y expresión artística fúnebre, surge en Europa (Amsterdan, Holanda) el “Funeral Alternativo”, considerado por algunos como la nueva Ars Moriendi. Sus elementos más característicos son:

Ataúdes en forma de cuna o pintados con motivos florales, fuegos artificiales (cohetes conocidos como Last Rest Rocket)  que esparcen en el cielo las cenizas del difunto, Funeraire Café (café funerario donde se reúnen artistas, intelectuales y empresarios del ramo), oficinas y representaciones de funerarias y crematorios que ofrecen paquetes de entierros y cremaciones a medida, galerías especializadas en arte funerario, armarios-ataúdes, lápidas inusuales (incluidas las lápidas de miga de pan), ataúdes ensamblables, funerales “hágalo-usted-mismo”, funerales ecológicos (sin lápidas ni recordatorios, solo se planta una flor o un árbol), casas de banquetes fúnebres organizados, esculturas o adornos recordatorios en lugar de lápidas que pueden ser colocados en interiores o jardines.

Como hemos vistos, un funeral bien planeado puede facilitar el proceso de recuperación tras la pérdida de un ser querido y ayudar a disminuir la probabilidad de un duelo patológico. Además, es evidente la considerable dificultad que los deudos tienen para manejar los elementos de su propia situación; como parte de la fase inicial de shock y aturdimiento, frecuentemente no saben reiniciar las actividades de la vida diaria que abandonaron antes de la muerte y el ir-muriéndose de su ser querido. Una gran parte de estos problemas deriva de su propio “status”, que les deja libre la posibilidad de ser tratados con demostraciones de pesar, sin importar como haya sido su comportamiento inicial.

De todos es conocido que durante la fase inicial del duelo predominan sentimientos de incredulidad, aturdimiento, confusión, inquietud y trastornos de memoria transitorios (relacionados con una afectación temporal de la capacidad de concentración y de la atención). Debido a estos trastornos, y a que el deudo suele estar más hipersensible a la información que proviene de la comunicación infraverbal que de la verbal, el mejor reconocimiento de la realidad de la pérdida durante esta fase inicial del duelo dependerá mucho de la información obtenida visualmente.

Por otra parte, sabemos que la negación de la muerte y el duelo, y la simplificación de los rituales funerarios, se asocia a una mayor dificultad en la recuperación por la pérdida de un ser querido, debemos entonces recuperar, potenciar y/o rehabilitar aquellos rituales que ofrezcan al deudo mayor información visual importante para facilitar su reconocimiento de la realidad.

Ante el deterioro de las costumbres funerarias, tan necesarias para el proceso de recuperación, debemos entonces conservar lo poco que aún se tiene e intentar encontrar otros recursos (fundamentalmente comunitarios) que nos permitan recuperarnos de la pérdida de nuestros familiares.

Fuente: http://montedeoya.homestead.com/rituales.html