Henri Bergson
A diferencia de Hegel, Schopenhauer y Spencer, Bergson no fue el creador de un sistema filosófico concebido como conjunto en su juventud y desarrollado más tarde en la vida. Hay, no obstante, en su filosofía una idea que se destaca y que, según se cuenta, fue concebida por él durante una caminata por Clermont-Ferrand cuando tenía 25 años de edad. Desde Platón, la filosofía había consistido en eliminar la duración, en contemplar el tiempo como una ilusión, y Bergson se pregutó si, por él contrario, el ser finito del que los filósofos tenían conocimiento por la reflexión, no sería el Tiempo mismo, no sería algo imperecedero. El substituyó, por consiguiente, la frase de Descartes “Yo soy una cosa que piensa” por la frase “Yo soy una cosa que dura” y el “sub specie ternitatis” de Spinoza, ,por la “sub specie durationis”. Reemplazando en esta forma los valores estéticos por valores de moción y cambio, operó una verdadera revolución en el campo de la filosofía. Toda su obra esta racionada con la duración y el movimiento. Bergson no procede por especulación general. Según él, la filosofía como ciencia sólo puede progresar descartando las teorías generales y los sistemas universales y dedicando la atención a los problemas particulares, da uno de los cuales exige su propio punto de vista, y la solución de uno de estos problemas no implica necesariamente una solución análoga de los demás. El propósito de cada una de sus obras es la éluadación de, un problema detallado, aunque cada una es también parte de una filosofía general: la filosofía de la duración y del cambio. En cuanto a su método, mientras la mayor parte de los filósofos idealistas contemporáneos trataban de conciliar la filosofía con la ciencia, Bergson substituyó el método propiamente científico por un método nuevo fundado, no en la lógica, sin, o en la intuición. El parte de esta idea esencial: que si queremos representarnos la verdadera naturaleza de la vida, debemos aplicar a este objeto, sobre él cual el conocimiento intelectual no puede tener ninguna captación, otra forma de conocimiento, no analítico, sino directo, inmediato, el cual tiene su principio en el instinto, razón por la cuál muchos han creído ver en el bergsonismo una apoteosis de la intuición y de los valores místicos y una depreciación de la inteligencia.
Brevemente esbozadas, las ideas fundamentales de la que es considerada su obra maestra, “La Evolución Creadora”, que estudia todo el problema de la existencia, son las siguientes: rechazando el monismo tanto idealista como materialista, Bergson concibe el universo como algo que no es ni puramente materia ni puramente espíritu, sino como un proceso eterno, como un “devenir” que preserva el pasado y crea el futuro. El mundo para él no es fijo, sino que se mueve eternamente, evolucionando, adoptando la forma de un equilibrio eterno en el que “nada se crea, nada se aniquila”. El Tiempo, tal como nosotros lo hemos concebido, es una mera ficción de nuestro espíritu que hemos extraído de la idea de yuxtaposición en el espacio. El Tiempo real es el Tiempo eternamente presente. Esté concepto soluciona las antinomias del instinto y de la inteligencia, de la materia y del espíritu, de la libertad y el determinismo. En vez de estar atado por los grillos de hierro de la necesidad, el universo se mueve siempre hacia adelante, evoluciona constantemente en una actividad libre y creadora.
Después de haber leído “La Evolución Creadora”, el filósofo norteamericano William James, de quien Bergson fue en el comienzo de su carrera más o menos discípulo, expresó su entusiasmo en una carta dirigida a un amigo suyo, en la siguiente frase: “Todo me parece palidecer delante de esta aparición divina”. Se cuenta también que el padre del pragmatismo solía decir en clase a sus alumnos: “¡ Qué hombre tan notable es Bergson! Pero yo no sé por qué se lo llama un gran filósofo francés. Cuando oigo decir esto, pienso en lo que se escribió en otro tiempo acerca del Santo Imperio Romano- Germánico: No es santo, no es romano, ni es germánico. Así, a mi modo de ver, Bergson no es grande… ved su talla… No es filósofo, puesto que deja la filosofía a los alemanes y es mi mejor discípulo; no es tampoco francés… o por lo menos durante largo tiempo su nombre me hizo creer que no lo era”. Y James agregaba: “Pero, vosotros sabéis como yo, señores, que este hombrecito honra a la humanidad entera”.
No obstante la duda que expresó James sobre la nacionalidad francesa de Bergson, éste se demostró como un fervoroso patriota durante la primera Guerra Mundial. Al estallar el conflicto, se ha. liaba preparando un libro sobre el hombre en la sociedad, que debía ser una continuación de “La Evolución Creadora”, pero la (guerra le hizo abandonar su empresa para consagrarse a servir a su patria con su pluma y con su palabra. En 1915, dirigió una alocución al Ejército en el “Bulletin des Armées” y otra al Rey de Bélgica, y en 1916, emprendió un viaje a aquellos países extranjeros donde él gozaba de mayor reputación, a fin de defender en ellos la causa de Francia, que él estimaba unida a la causa de la civilización. Fue primero a España y, en enero de 1917, se embarcó para los Estados Unidos, a donde regresó nuevamente en 1918.
Terminada la guerra, Bergson continuó sus trabajos filosóficos. En 1919 publicó una serie de conferencias y ensayos con el título de “Lenergie Spirituelle” (La Energía Espiritual). Su popularidad, en tanto, seguía creciendo en tal forma que ella concluyó por exasperar a Bergson, quien se veía asediado por invitaciones sociales, cartas de admiradoras y solicitaciones de entrevistas y opiniones. Dándose cuenta de que mientras ocupara un cargo oficial estaría sometido a~ todo este alboroto, decidió renunciar en 1921 a su puesto en el College de France para dejárselo a su discípulo Alphonse Le Roy.
Un hermano de este último, Edouard Le Roy, ha trazado en el libro titulado “Bergson”, editado en España por la Colección “Labor”, la ruta seguida por el pensamiento de Bergson en el siguiente párrafo:
“Esta ruta, en concreto, se halla jalonada por algunos libros que nos bastará hojear uno tras otro, tomándolos sucesivamente como texto de nuestras reflexiones. En 1889, Bergson comenzaba con sus “Essais sur les données inmédiates de la conscience”, que era su tesis doctoral: instalábase en el interior de la persona humana, en lo más mínimo del espíritu, esforzándose en apoderarse, en su fugaz originalidad generalmente desconocida, de su vida profunda y de su acción libre. Algunos años después, en 1896, transportándose esta vez a la periferia de la conciencia, a la superficie de contacto entre el yo y las cosas, publicaba “Matiére et Mémoire”;: estudio magistral de la percepción y del recuerdo, que él mismo presentaba como una encuesta sobre la relación de cuerpo y espíritu. En 1907, “Levolution créatricé”, donde la nueva metafísica se dibujaba con toda su amplitud, se desplegaba en toda su riqueza, con perspectivas abiertas sobre infinitos lejanos: evolución universal, significación de la vida, naturaleza del espíritu y de la materia, de la inteligencia y del instinto; tales eran entonces los grandes problemas tratados, conduciendo a una crítica general del conocimiento y a una definición completamente original de la filosofía”.
Una parte muy importante de la filosofía de Bergson se encuentra asimismo en sus trabajos menores, como ser “Le Rire”; en sus conferencias sobre “La Perception du Changement” (La percepción del cambio), “Le intuition philosophique” (La intuición filosófica), “La conscience et la vie” (La conciencia y la vida), “Lame et le corps” (El Alma y el Cuerpo, 1912). “La Philosophie de Claude Bernard”, leída en el Collége de France; en su volumen titulado “Durée et simultaneité” (Duración y Simultaneidad, 1922), en que discute las teorías de Einstein, y en prefacios escritos a varios volúmenes de filosofía.
Sus obras han sido traducidas al alemán, inglés, italiano, ruso, húngaro, polaco, checoslovaco, etc. En español existen: “Materia y Memoria”, “La Evolución Creadora”, “La Risa”, “Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia”, “La Energía espiritual” y “-El pensamiento y lo Movible”, una versión española de “La Pensée et la Mouvant” (1935), en que Bergson recopiló sus últimos trabajos. Son artículos y conferencias precedidos de dos ensayos introductivos, uno sobre “el crecimiento de la verdad” y el otro sobre “posición de problemas” en que, sin descender a la polémica, Bergson trató de responder a las críticas que se alzaron contra su método.
Pero la filosofía de Bergson carecía, para ser completa, de una Moral. En 1932, la proporcionó a sus discípulos con la publicación de su obra “Les deux sources de la Morale et de la Religion” (Las dos fuentes de la Moral y de la Religión), que aparece dividida en cuatro partes: la primera está consagrada a la Obligación Moral; la segunda, a la Religión estática; la tercera, a la Religión dinámica, y la cuarta, a la Mecánica y a la Mística. El libro termina con algunas observaciones en que el autor expresa sus puntos de vista sobre el porvenir de la Sociedad y sobre las cuestiones sociales que dominan nuestra época, como ser la Democracia, la Sociedad de las Naciones, el eugenismo, el industrialismo, etc. Oponiendo la Mecánica a la Mística, Bergson piensa que la era del maquinismo debe ceder ante un retorno a la vida simple que el propio progreso mecánico hará posible, a una vida mística cuya primera luz se vislunibra quizás en el umbral de esta “terra incognita” que Ja metafísica intenta hoy explorar.
Bergson fue uno de los pocos filósofos que tuvo la satisfacción de ver el progreso y el triunfo de sus ideas en el mundo, durante el curso de su propia vida.
Ya a fines de la última década del siglo pasado, el bergsonismo había comenzado a infiltrarse en la filosofía y en la educación, como lo recuerda Albert Thibaudet~ y, según René Le Senne, el fervor que Bergson despertaba en su auditorio se debía en parte a que éste encontraba en sus doctrinas secretas complicidades con el simbolismo y el expresionismo, que hacían furor en la época. Los “Essais súr les données inmédiates de la Consciencé”, dice Le Senne, “se ligaban a “Laprés Midi dun Faune” y a “Pejléas et Mélisande”. Sus primeros lectores buscaron en Bergson a un revolucionario; hoy día es considerado como un clásico de la filosofía. Su influencia no ha sido menos grande en el extranjero. No existe país donde su filosofía no tenga partidarios. La corriente irracionalista debe al teorizante de, la filosofía del cambio y de la movilidad su más inmenso empuje; el intuicionismo y el pragmatismo lo siguen de cerca, y, después de Francia, fue en Alemania donde más se lo aprovechó, a pesar de que este último país se mostró siempre rebelde a las infiltraciones del espíritu francés. En efecto, dos filósofos alemanes, el uno muy cercano al pensamiento popular, el otro retraído en su torre de marfil (Keyserling y Heidegger), confesaron lo que deben al bergsonismo.
Una serie de honores recompensaron la larga vida de trabajo de Bergson. La Academia Francesa de Ciencias Morales y Científicas y la Academia Francesa lo acogieron en su seno en 1911 y 1914, respectivamente; en 1923, le fue concedida la Gran Cruz de la Legión de Honor, conjuntamente con el acceso al Consejo de la Orden. La Sociedad de las Naciones lo ,nombró en 1925 presidente de una comisión de cooperación intelectual compuesta de 12 miembros, y en 1927 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura; pues, espíritu inventivo y penetrante, Bergson fue también un escritor de primer orden. Su estilo, modelado sobre el de los grandes filósofos, es vigoroso, ágil y conciso a la vez, como el de Condillac, y al mismo tiempo lleno de colorido e imágenes expresivas, como el de Platón y Bacon. Cada una de sus obras es un modelo de argumentación clásica, cuidadosa no sólo de no dejar lagunas en su exposición, sino también de la belleza y corrección del lenguaje. En el campo de la literatura es, al mismo tiempo, donde la influencia de Bergson se hace más evidente, sobre todo en las novelas de Proust, en la poesía de Claudel y en los ensayos de Péguy y Thibaudet. “Cualquiera que sea el destino de su mensaje “La Evolución Creadora”, dice Thibaudet, “quedará como una obra literaria fundamental por el poder fascinador y poético de su estilo”.
En los últimos años de su vida, Bergson solía cambiar con frecuencia de residencia para huir de los visitantes que acudían de todas partes a turbar su soledad, y por esta razón se le había puesto el apodo de “el Judío Errante”. Su último hogar fue una casa en el barrio de Passy, en París, donde vivía con su hija en un aislamiento total. Allí permaneció al estallar la Segunda Guerra Mundial, no obstante la advertencia de sus amigos de que se pusiera a salvo de la posible persecución “nazi”. Orgulloso de su sangre judía, rehusó, en diciembre de 1940 y un mes antes de su muerte, el ofrecimiento del gobierno de Vichy de eximirlo de los decretos que exigían la renuncia de los judíos a todos los cargos prominentes. El 9 de diciembre entregó voluntariamente su cátedra honoraria en el College de France, aun cuando el gobierno le pidió que permaneciera, en mérito a “sus servicios artísticos y literarios a la nación”. También rehuso ser eximido de firmar los registros públicos de los judíos. A los ochenta y un años, se levantó de su lecho de enfermo e hizo cola para firmar dichos registros. Y así murió en su orgullosa y altanera soledad, el 4 de enero de 1941, poniendo un fin supremamente dramático a una gran carrera.
http://www.geocities.com/SoHo/Atrium/1788/bios/bergson.htm