Lotófagos
Stanley G. Weinbaum
The lotus eaters, © 1935 by Street & Smith Publications Inc., para Astounding Stories, Abril de 1935. Traducción de Mariano Orta en Lo mejor de Stanley G. Weinbaum, Super Ficción 20, Ediciones Martínez Roca S.A., primera edición en 1977.
?¡Uf! ?exclamó «Ham» Hammond, mirando por la claraboya de babor de la cámara de observación?. ¡Vaya un sitio para pasar una luna de miel!
?Entonces no deberías de haberte casado con una bióloga ?contestó la señora Hammond. Apoyaba la cabeza sobre el hombro de su marido y él pudo ver los grises ojos de su esposa bailar en el cristal de la claraboya?. Ni con la hija de un explorador ?añadió.
Porque Pat Hammond, hasta su boda con Ham unas cuatro semanas antes, había sido Patricia Burlingame, hija del gran explorador inglés que había conquistado para Gran Bretaña tanta zona crepuscular de Venus como Crowly había ganado para los Estados Unidos.
?No me casé con una bióloga ?replicó Ham?. Me casé con una muchacha que casualmente se interesa por la biología; eso es todo. Es uno de sus pocos defectos.
Redujo el chorro de los reactores inferiores y el cohete descendió suavemente sobre un cojín de llamas hacia el negro paisaje inferior. Lenta y cuidadosamente, Ham reguló los controles hasta conseguir la mínima vibración y luego cerró el chorro de repente. Se posaron con un leve temblor y un extraño silencio cayó como una manta tras el cese del rugiente estampido.
?Ya estamos ?anunció él.
?Ya estamos ?repitió Pat?. ¿Dónde?
?Exactamente a ciento treinta kilómetros al este de la cordillera opuesta a Venoble, en la Tierra Fría británica. Al norte está, supongo, la continuación de las Montañas de la Eternidad. Al sur y al oeste, misterio.
?Acabas de conseguir una buena descripción técnica de ningún sitio ?se rió Pat?. Voy a apagar las luces para ver el exterior.
Así lo hizo y en la obscuridad las claraboyas parecieron círculos débilmente luminosos.
?Sugiero ?prosiguió ella? que la Expedición Conjunta suba a la cúpula para iniciar las observaciones. Si estamos aquí para investigar, investiguemos un poco.
?Este apéndice de la expedición está conforme ?respondió Ham con una risita.
Hizo una mueca de contento en la obscuridad ante la desenvoltura con que Pat abordaba el serio problema de la exploración. Aquí estaban ellos, la «Expedición Conjunta de la Royal Society y el Smithsonian Institute para la Investigación de las Condiciones en el Lado Obscuro de Venus» como rezaba el largo título oficial.
Ham representaba técnicamente la mitad americana del proyecto ?Pat no había querido admitir a ningún otro? pero era a ella a quien la sociedad y los miembros del Instituto dirigían sus preguntas, sus requerimientos y sus instrucciones. Era lo justo. Después de todo, Pat era la autoridad más competente en lo relativo a la flora y la fauna de las Tierras Cálidas y, además, la primera criatura hu¬mana nacida en Venus, en tanto que Ham era sólo un ingeniero que el lucrativo comercio de xixtchil había atraído a la frontera de las Tierras Cálidas.
Allí había conocido a Patricia Burlingame y allí, después de un azaroso viaje hasta el pie de las Montañas de la Eternidad, la había conquistado. Se casaron en Erotia, el asentamiento americano, hacía poco menos de un mes, y luego habían aceptado hacerse cargo de la expedición a la cara obscura de Venus.
En un principio, Ham no estuvo de acuerdo. Hubiera preferido una buena luna de miel terrestre en New York o Londres, pero había dificultades. La principal de ellas la astronómica; Venus había superado el perigeo y transcurrirían ocho largos meses antes de que el planeta, en su lento giro alrededor del Sol, alcanzase un punto desde donde un cohete pudiera llegar a la Tierra.
Ocho meses en la primitiva y fronteriza Erotia o en la igualmente primitiva Venoble, si elegían el asentamiento británico, sin ninguna diversión excepto cazar, sin radio ni juegos, incluso muy pocos libros. Y si tenían que cazar, argüía Pat, ¿por qué no añadir la emoción y el peligro de lo desconocido?
Nadie sabía qué vida, si había alguna, se ocultaba en el lado obscuro del planeta. Muy pocos lo habían visto alguna vez, y esos pocos desde cohetes que sobrevolaban a toda velocidad grandes cordilleras o infinitos océanos helados. Ahora se presentaba una oportunidad de avistar el misterio y explorarlo con los gastos pagados.
Había que ser multimillonario para construir y equipar un cohete privado, pero la Royal Society y el Smithsonian Institute, gastando dinero del gobierno, estaban por encima de semejantes consideraciones. Habría peligro, quizás, y emociones de las que dejan sin aliento, pero… podrían estar solos.
Este último punto había convencido a Ham. Así pues, habían consumido dos afanosas semanas avituallando y equipando el cohete, habían volado muy alto sobre la barrera de hielo que limita la zona crepuscular y se habían precipitado frenéticamente a través de la línea de tormentas donde el frío viento inferior de la cara sin sol choca con los cálidos vientos superiores que azotan desde la cara desierta del planeta.
Porque Venus, desde luego, no tiene rotación ninguna y por tanto no tiene alternancia de días y noches. Una cara está siempre iluminada por el Sol y la otra está siempre sumida en la obscuridad, y sólo la lenta libración del planeta presta a la zona crepuscular una cierta apariencia de estaciones. Esta zona crepuscular, la única parte habitable del planeta, apunta por un lado al llameante desierto y por el otro acaba bruscamente en la barrera de hielo donde los vientos superiores ceden su humedad a las escalofriantes corrientes inferiores.
Así pues, allí estaban ellos, apretados en la diminuta cúpula de cristal, por encima del panel de navegación, muy juntos sobre el peldaño superior de la escalerilla y con el sitio justo en la cúpula para las cabezas de uno y otro. Ham rodeó con un brazo a la muchacha mientras contemplaban el paisaje exterior.
Lejos hacia el oeste, la luz centelleaba sobre la barrera de hielo. Como inmensas columnas, las Montañas de la Eternidad se recortaban contra la luz, con sus poderosos picachos perdidos en las nubes inferiores. Hacia el sur, estaban las explanadas de las Eternidades Menores, que limitaban la Venus americana y, entre las dos cordilleras, se perfilaban los perpetuos relámpagos de la línea de tormentas.
En torno a ellos, iluminado débilmente por la refracción de la luz solar, se extendía un yermo de obscuro y salvaje esplendor. Por todas partes había hielo, colinas de hielo, torres, llanuras, peñascos y acantilados de hielo, todo reluciendo con un hábito verdoso al débil resplandor que llegaba desde detrás de la barrera. Un mundo sin movimiento, helado y estéril.
?¡Es… es glorioso! ?murmuró Pat.
?Sí ?convino él?, pero frío, sin vida, amenazador. Pat, ¿crees que hay vida aquí?
?Yo diría que sí. Si la vida puede existir en mundos tales como Titán y Japeto, debería de existir aquí. ¿Qué frío hace? ?miró el termómetro exterior de columnas y cifras luminiscentes?. Sólo treinta bajo cero. En la Tierra existe vida a esa temperatura.
?Existe, sí. Pero no podría haberse desarrollado a una tempera¬tura bajo cero. La vida tiene que comenzar en un medio líquido. Ella se echó a reír suavemente.
?Estás hablando con una bióloga, Ham. Tienes razón; la vida no podría haberse desarrollado a treinta bajo cero, pero suponte que tuvo su origen en la zona crepuscular y emigró aquí. O suponte que fue empujada aquí por la terrorífica competencia de las regiones cálidas. Ya sabes las condiciones que reinan en las Tierras Cálidas, con los hongos, los árboles Jack Ketch y los millones de pequeñísimos parásitos que se devoran unos a otros.
Ham quedó pensativo.
?¿Qué clase de vida esperarías encontrar? Ella soltó una risita.
?¿Quieres que te haga una predicción? Muy bien. Supondría, por lo pronto, alguna especie de vegetación como base, porque la vida animal no puede mantenerse sin ella.
?Entonces, tiene que haber alguna vegetación. ¿De qué tipo?
?Dios lo sabe. Puede conjeturarse que la vida de la cara obscura si es que existe, provino en su origen de los terrenos más débiles de la zona crepuscular, pero en lo que pueda haberse convertido, eso no lo sé imaginar. Desde luego, hay el triops noctivivans que descubrí en las Montañas de la Eternidad.
?¡Descubriste! ?Soltó una risa burlona?. Estabas tan fría como el hielo cuando te saqué de aquel nido de diablos. ¡Ni siquiera viste a uno!
?Examiné el que los cazadores trajeron a Venoble ?replicó ella sin turbarse?. Y no olvides que la sociedad quiso ponerle mi nombre: el triops patriciae. ?Un estremecimiento involuntario la agitó al recordar a aquellas criaturas satánicas que lo habían destrozado todo excepto a ellos dos?. Pero yo preferí otro nombre: triops noctivivans, el morador de tres ojos en la obscuridad.
?Romántico nombre para una bestia diabólica.
?Sí, pero a lo que yo quería referirme es a esto: que es probable que los triops… o triopses… Oye, ¿cuál es el plural de triops?
?Trioptes ?gruñó él?. Raíz latina.
?Bien, es probable que los trioptes estén entre las criaturas que se puedan encontrar aquí, en el lado de la noche eterna, y que aquellos feroces diablos que nos atacaron en el sombrío cañón de las Montañas de la Eternidad sean una avanzadilla que penetran en la zona crepuscular a través de los pasos obscuros y sin sol que hay en las montañas. No pueden resistir la luz; tú mismo lo viste.
?¿Qué me cuentas?
Pat se echó a reír por la expresión.
?Esto: por su forma y su estructura, seis miembros, tres ojos y todo lo demás, está claro que los trioptes están emparentados con los nativos ordinarios de las Tierras Cálidas. Por eso deduzco que están recién llegados a la cara obscura; que no se desenvolvieron aquí, sino que fueron empujados hace muy poco tiempo, geológicamente hablando. Bueno, geológicamente no es la palabra, porque geos significa tierra. Venéreamente hablando, debería decir.
?Creo que no. Confundes la raíz. Lo que has dicho significa afrodisíacamente hablando. Ella rió de nuevo.
?Lo que quiero decir, y debería haber empezado por aquí para evitar la discusión, es paleontológicamente hablando. Eso lo entiende todo el mundo. De cualquier modo, quiero decir que los trioptes no llevan en el lado obscuro más que de unos veinte a cincuenta mil años terrestres, o quizá menos. ¿Qué sabemos nosotros de la velocidad de evolución en Venus? Quizás es más rápida que en la Tierra; quizás un triops puede adaptarse a la vida nocturna en cinco mil años.
?Yo he visto estudiantes universitarios adaptarse a la vida nocturna en un semestre ?observó Ham con una sonrisa burlona. Ella pasó por alto el comentario y continuó:
?Y por eso mantengo que tenía que existir vida aquí antes de llegar los trioptes. De no haber encontrado qué comer no podrían haber sobrevivido. Y puesto que mi examen mostró que el triops es en parte carnívoro, aquí no sólo debe de haber vida vegetal, sino vida animal. Eso es todo cuanto puede deducirse con arreglo a un simple razonamiento.
?Entonces no puedes deducir qué clase de vida animal será esa. ¿Inteligente quizá?
?No lo sé. Podría ser. Pero a pesar de la forma como vosotros los yanquis adoráis la inteligencia, biológicamente es un hecho sin importancia. Ni siquiera tiene mucho valor para la supervivencia.
?¿Qué? ¿Cómo puedes decir eso, Pat? ¿Qué es, si no la inteligencia, lo que ha dado al hombre la supremacía en la Tierra… y en Venus también, dicho sea de paso?
?Pero, ¿tiene realmente el hombre la supremacía en la Tierra? Mira, Ham, he aquí lo que quiero decir con eso de la inteligencia. El gorila tiene un cerebro mucho mejor que la tortuga, ¿no es así? Y sin embargo, ¿quién ha tenido más éxito: el gorila, que escasea y está limitado a sólo una pequeña región en África, o la tortuga, que es común por doquier, desde el Ártico al Antártico? En cuanto al hombre…, bueno, si tuvieses ojos microscópicos y pudieses ver todos los seres que pueblan la Tierra, llegarías a la conclusión de que el hombre es un ejemplar raro y de que el planeta es realmente un mundo de nematodos, esto es, un mundo de gusanos, porque los nematodos superan con mucho todas las otras formas de vida puestas juntas.
?Pero eso no es supremacía, Pat.
?No he dicho que lo fuera. Dije meramente que la inteligencia no es lo más importante para sobrevivir. Si lo fuera, ¿por qué los insectos, que no tienen inteligencia, sino sólo instinto, plantean tal batalla a la raza humana? Los hombres tienen mejores cerebros que los pulgones del trigo, la filoxera, la mosca de las frutas, los escarabajos, las polillas y todas las demás plagas, y sin embargo ellos combaten nuestra inteligencia con sólo un arma: su enorme fecundidad. ¿Te das cuenta de que cada vez que nace un niño, hasta que es equilibrado por una muerte, sólo puede ser alimentado de una manera? Y esa manera es privando a los insectos de toda la comida que representa el peso del niño en insectos.
?Todo eso parece bastante razonable, pero, ¿qué tiene que ver con la inteligencia en la cara obscura de Venus?
?No lo sé ?replicó Pat, y su voz tomó un extraño tono de nerviosismo?. Sólo quiero decir… Vamos a ver, Ham. Un lagarto es más inteligente que un pez, pero no lo bastante para conseguir ninguna ventaja por ello. Entonces, ¿por qué el lagarto y sus descendientes siguen desarrollando inteligencia? ¿Por qué…, a menos que toda la vida tienda a hacerse inteligente con el tiempo? Y, si eso es verdad entonces puede haber inteligencia incluso aquí, una inteligencia extraña, ajena, incomprensible.
Se estremeció en la obscuridad y se apretó contra él.
?No te preocupes ?dijo de pronto con voz alterada?. Probablemente no es más que fantasía. El mundo de aquí es tan raro, tan extraterrestre… Estoy cansada, Ham. Ha sido un día largo.
Bajaron hasta el cuerpo del cohete. Cuando las luces flamearon sobre el extraño paisaje, más allá de las claraboyas, él sólo vio a Pat, encantadora con el exiguo vestidito a la moda de la Tierra Fría,
?Ya veremos mañana ?dijo él?. Tenemos comida para tres semanas.
Mañana, desde luego, significaba sólo tiempo y no luz de día. Se levantaron sumidos en la eterna obscuridad de la cara sin Sol de Venus. Pero Pat estaba de mejor humor y se dedicó alegremente a los preparativos de la primera salida al exterior. Sacó los trajes espaciales de gruesa lana reforzada con cuero y Ham, en su calidad de ingeniero, inspeccionó cuidadosamente las cuatro poderosas lámparas que coronaban las caperuzas.
Por supuesto, eran primordialmente para ver, pero también tenían otro propósito. Se sabía que los trioptes, tan increíblemente fieros, no podían afrontar la luz y así, usando los cuatro rayos del casco, uno podía moverse rodeado por un halo protector. Eso no impedía que ambos incluyeran en su equipo dos revólveres y un par de terroríficos lanzallamas. Pat llevaba también una bolsa colgada a la cintura en la que se proponía meter ejemplares de toda la flora que encontrase en el lado obscuro y también ejemplares de la fauna, si los había pequeños e inofensivos.
Se sonrieron a través de las máscaras.
?Te hace parecer gorda ?comentó Ham maliciosamente y gozó al verla hacer una mueca de fastidio.
Ella se volvió, abrió la puerta y salió.
Era diferente que mirar por la claraboya. La escena que antes vieran con algo de la irrealidad y de toda la inmovilidad y silencio de un cuadro, estaba ahora efectivamente alrededor de ellos, y el frío aliento y la voz quejumbrosa del viento inferior probaban sin duda alguna que el mundo era real. Por un momento permanecieron en el círculo de luz de las claraboyas del cohete, mirando con respeto al horizonte, donde los increíbles picos de las Grandes Eternidades se recortaban, negros, contra la falsa puesta de sol.
Hasta donde podía alcanzar la visión en aquella región sin sol, sin luna y sin estrellas, se extendía una desolada llanura donde picos, alminares, torres y lomas de hielo y de piedra surgían en indescriptibles y fantásticas formas, esculpidas por la salvaje maestría del viento inferior.
Ham rodeó con un acolchado brazo la cintura de Pat y se sor¬prendió al sentirla estremecerse.
?¿Tienes frío? ?preguntó, mirando la esfera del termómetro que tenía en la muñeca?. Sólo estamos a uno bajo cero.
?No tengo frío ?replicó Pat?. Es el escenario; eso es todo. ?Se apartó un poco?. Me pregunto qué es lo que dará calor a esta zona. Porque sin luz solar…
?Te equivocas ?interrumpió Ham?. Cualquier ingeniero sabe que los gases se difunden. Los vientos superiores pasan a nueve o diez kilómetros por encima de nuestras cabezas y naturalmente traen mucho del calor del desierto que se encuentra más allá de la zona crepuscular. Hay alguna difusión del aire caliente en el frío y luego, además, cuando los vientos calientes se enfrían, tienden a bajar. Y lo que es más, el contorno del país tiene mucho que ver con eso. ?Hizo una pausa?. Oye ?continuó pensativamente?, no me extrañaría que encontrásemos zonas cerca de las Eternidades donde hubiese una corriente baja, donde los vientos superiores se deslizaran a lo largo de la ladera y proporcionaran a ciertos sitios un clima bastante soportable.
Seguía a Pat mientras ella iba indagando alrededor de los peñascos que estaban cerca del círculo luminoso del cohete.
?¡Vaya! ?exclamó ella?. ¡Aquí está, Ham! ¡He aquí nuestro ejemplar de vida vegetal del lado obscuro.
Se inclinó sobre una gris masa bulbosa.
?Tipo liquen u hongo ?continuó?. Nada de hojas, por supuesto; las hojas sólo son útiles a la luz del Sol. Nada de clorofila por la misma razón. Una planta muy primitiva, muy simple y, sin embargo, en algunos aspectos, nada simple. ¡Mira, Ham, un sistema circulatorio altamente desarrollado!
Él se acercó aún más y, a la débil luz amarillenta que se filtraba desde las claraboyas, vio la fina tracería de venas que indicaba la muchacha.
?Eso ?continuó ella? indicaría una especie de corazón y me pregunto si… ?Bruscamente aplicó la esfera de su termómetro contra la masa carnuda, la sostuvo allí un momento y luego miró?. ¡Sí! Mira cómo la aguja se ha movido, Ham. ¡Es un vegetal caliente! Una planta de sangre caliente. Y, si lo piensas bien, es lo más natural, Porque es la única clase de planta que podría vivir en una región que está eternamente por debajo del grado de congelación. La vida tiene que vivirse en agua líquida.
Ella tiró de aquella cosa que, con un súbito estallido, se soltó mientras obscuras gotas de líquido fluían de la desgarrada raíz.
?¡Uf! ?exclamó Ham?. ¡Que cosa tan repugnante! «Y desgarra la sangrienta mandragora», ¿eh? Sólo que decían que éstas gritaban al ser arrancadas.
Se detuvo. Un lento, pulsante y ominoso gemido salió de la temblorosa masa de pulpa y Ham dirigió una mirada de asombro a Pat.
?¡Uf! ?gruñó de nuevo?. ¡Es repugnante!
?¿Repugnante? ¿Por qué? Es un organismo hermoso. Está adaptado perfectamente a su entorno.
?Bueno, me alegro de no ser más que un ingeniero ?rezongó él al ver cómo Pat abría la puerta del cohete y depositaba aquella cosa sobre un cuadrado de caucho que había allí dentro?. Ven, vamos a mirar por aquí.
Pat cerró la puerta y lo siguió fuera del cohete. Instantáneamente la noche los envolvió como una negra niebla y sólo al mirar atrás a las iluminadas claraboyas pudo convencerse Pat de que estaban en un mundo real.
?¿No deberíamos encender nuestras lámparas? ?preguntó Ham?. Seria lo mejor, o nos arriesgamos a una caída.
Antes de que uno de ellos pudiese dar un paso, un sonido se impuso a través de la queja del viento inferior, un grito salvaje, feroz, extraterrestre, que sonaba como una carcajada infernal.
?¡Es triopts! ?jadeó Pat, olvidando plurales y gramática al mismo tiempo.
Estaba asustada; por lo general era tan valiente como Ham y a veces más temeraria y atrevida, pero aquellos chillidos misteriosos le hacían recordar los momentos de angustia vividos en el cañón de las Montañas de la Eternidad. Estaba horriblemente asustada y manoteó frenética e ineficazmente en busca de los interruptores de las lámparas y en busca del revólver.
Justo cuando doce piedras pasaron zumbando junto a ellos, y una golpeó dolorosamente en el hombro de Ham, éste encendió sus luces. Cuatro rayas se dispararon en una larga cruz sobre los relucientes picachos y las risas salvajes se trocaron en un alarido de dolor. Por un instante alcanzó a vislumbrar unas figuras sombrías que se alejaban por montículos y peñascos, deslizándose como espectros hacia la obscuridad y el silencio.
?Llegué a tener miedo, Ham ?murmuró Pat; se acurrucó contra él y continuó luego con más fuerza?: Pero he aquí la prueba. El triops noctivivans es actualmente una criatura del lado nocturno. Los que están en las montañas son avanzadillas que han emigrado a los abismos sin sol.
Muy lejos sonó la risa cortante.
?Me pregunto ?dijo Ham? si ese ruido que hacen podría constituir una especie de lenguaje.
?Es lo más probable. Después de todo, las especies nativas de las Tierras Cálidas son inteligentes, y estas criaturas están emparentadas con ellas. Además lanzan piedras y conocen el uso de aquellas vainas asfixiantes que nos mostraron en el cañón, vainas que, dicho sea de paso, deben de ser el fruto de alguna planta del lado nocturno. Los trioptes son sin duda inteligentes de una manera bárbara, feroz y ávida de sangre, pero son bestias tan inaccesibles que dudo que los seres humanos consigan enterarse de mucho de su lenguaje o de sus mentes.
Ham le dio la razón con solemnidad, tanto más cuanto que en aquel momento una piedra malignamente lanzada arrancó brillantes chispas de una helada columna situada a doce pasos de distancia. Él torció la cabeza enviando de soslayo las lámparas de su casco sobre la llanura, y un grito de dolor brotó de la obscuridad.
?Gracias a Dios, las luces los mantienen bastante a raya ?masculló?. Son unos pequeños y divertidos súbditos de Su Majestad * , ¿no es así? ¡Dios salve a la Reina, si tiene muchos como ellos!
* ? Estaban en territorio británico, en la latitud de Venoble. El Congreso internacional de Lisl había dividido los derechos de la cara obscura en el año 2020, dando a cada nación con posesiones en Venus una extensión que se alargaba desde la zona crepuscular a un punto del planeta directamente opuesto al Sol a mediados de otoño. (Nota del autor)
Pero Pat estaba ocupada de nuevo en su búsqueda de ejemplares. Había encendido sus lámparas y se movía ágilmente de un lado a otro entre los fantásticos monumentos de aquella extraña llanura. Ham la seguía, mirando cómo arrancaba trozos de una sangrante y gimiente vegetación. Encontró una docena de variedades y una pequeña criatura en forma de cigarro puro a la que le fue imposible considerar como planta, como animal o como ninguna de ambas cosas. Cuando su bolsa estuvo completamente llena, volvieron por la llanura al cohete, cuyas claraboyas relucían a lo lejos como una fila de ojos escrutadores.
Pero una sorpresa los aguardaba cuando abrieron la puerta y entraron. Una bocanada de aire cálido, pegajoso, pútrido e irrespirable que les subió a la cara con un olor a carroña, les hizo retroceder.
?¡Vaya…! ?jadeó Ham y luego se echó a reír?. ¡Tu mandrágora! ?cloqueó burlonamente?. ¡Mírala!
La planta que ella había colocado dentro se había convertido en una masa de podredumbre, En el calor del interior se había descompuesto rápida y completamente y ahora no era más que un montón semilíquido sobre la esterilla de caucho. Pat la empujó hacia la entrada y la arrojó afuera.
Penetraron en el interior, que todavía olía mal, y Ham conectó un ventilador. El aire que entraba era frío, por supuesto, pero puro, estéril y sin polvo. Cerró la puerta, puso en marcha un calentador y alzó la visera para lanzarle a Pat una sonrisa burlona.
?¡Conque este era tu hermoso organismo!, ¿eh? ?bromeó.
?Lo era. Era un hermoso organismo, Ham. No puedes censurarle nada si lo hemos expuesto a temperaturas con las que nunca sospechaba tropezar, ?Suspiró y extendió su bolsa de ejemplares sobre la mesa?. Creo que lo mejor será que me ocupe de todo esto inmediatamente, ya que no se conservan.
Ham lanzó un gruñido y se dedicó por su parte a preparar una comida, trabajando con la maestría de un verdadero colono de las Tierras Cálidas. Miró a Pat mientras ésta se inclinaba sobre sus ejemplares inyectándoles una solución de bicloruro.
?¿Crees tú? ?preguntó él? que el triops es la forma más desarrollada de vida en este lado obscuro?
?Sin duda alguna ?replicó Pat?. Si existiera alguna forma superior, hace mucho tiempo que habría exterminado a estos pequeños diablos.
Pero estaba totalmente equivocada.
En el espacio de cuatro días, agotaron las posibilidades de exploración que ofrecía la llanura próxima al cohete, Pat había reunido una amplia colección de ejemplares y Ham había tomado un número incalculable de observaciones sobre temperaturas, variaciones magnéticas y direcciones y velocidad del viento inferior.
Así pues, decidieron trasladar la base. Volaron hacia el sur, hacia la región donde las vastas y misteriosas Montañas de la Eternidad se alzaban al otro lado de la barrera de hielo en el obscuro mundo de la cara nocturna. Volaban lentamente, a algo menos de cien kilómetros por hora, pendientes sólo de que la luz delantera les alertase contra picachos aislados.
Hicieron alto dos veces y en cada una de ellas les bastó un día o dos para convencerse de que la región era similar a su primera base. Las mismas plantas venosas y bulbosas, el mismo y eterno viento inferior, las mismas risas de gargantas triópticas sedientas de sangre.
La tercera parada fue diferente. Se detuvieron a descansar en una salvaje y árida meseta entre los ribazos de las Grandes Eternidades. Muy hacia el oeste, medio horizonte todavía relumbraba en verde con la falsa puesta de sol, pero todo el espacio hacia el sur era negro y quedaba oculto a la vista por los inmensos escarpes de la cordillera que se alzaba sobre ellos a unos cuarenta kilómetros en los negros cielos. Las montañas eran invisibles, desde luego, en aquella región de noche interminable, pero Pat y Ham sentían la colosal proximidad de aquellos increíbles picos.
La poderosa presencia de las Montañas de la Eternidad los afectaba en otro modo. La región estaba caliente, no caliente conforme a las normas de la zona crepuscular, sino mucho más caliente que la llanura de abajo. Sus termómetros señalaban cero a un lado del cohete y cinco sobre cero al otro. Los inmensos picos, que ascendían hasta entrar en el nivel de los vientos superiores, desviaban corrientes que traían aire caliente para templar el frío hálito del viento inferior.
Ham contempló lúgubremente la parte de la meseta visible a la luz del cohete.
?No me gusta ?gruñó?. Nunca me gustaron estas montañas, sobre todo desde que te dio la chifladura de cruzarlas para volver a la Tierra Fría.
?¡Chifladura! ?repitió Pat?. ¿Quién bautizó estas montañas? ¿Quién las cruzó? ¿Quién las descubrió? ¡Mi padre! ¡Él y nadie más que él!
?¿Y eso qué tiene que ver? ¿Acaso imaginas que te basta silbar para que se doblen de rodillas a tus pies y el Paso del Loco se transforme en la alameda de un parque?
?¡No eres más que un yanqui cobardica! ?increpó ella?. Voy a salir a dar un vistazo. ?Se puso el traje, se dirigió hacia la puerta y allí se detuvo?. ¿No vas…, no vas a venir también? ?preguntó tímidamente.
Él sonrió con cierta malicia.
?Desde luego. Estaba esperando que me lo pidieses.
Se puso su traje y la siguió.
El paisaje tenía sus particularidades. A primera vista la meseta presentaba la misma salvaje aridez de hielo y piedra que habían encontrado en la llanura anterior. Había pináculos que la erosión del viento había esculpido con las formas más fantásticas, y el agreste paisaje que los rayos de sus cascos desvelaban era un terreno análogo a los ya conocidos. Pero el frío aquí era menos cruel; por extraño que parezca, en este curioso planeta, ganar altitud producía calor en lugar de frío, porque se llegaba así a la región de los vientos superiores. Aquí, en las Montañas de la Eternidad, el viento inferior aullaba menos persistentemente, roto en ráfagas por los poderosos picos.
La vegetación era más abundante. Las venosas y bulbosas masas estaban por todas partes y Ham tenía que pisar con mucho cuidado para no repetir la desagradable experiencia de arrancar una y oír su doloroso gemido. Pat no sentía tales escrúpulos, insistiendo en que el gemido no era más que un tropismo; que los ejemplares que ella arrancaba y preparaba para su disección no sentían más dolor que el que pudiera sentir una manzana al ser comida; y que, al fin y al cabo, era misión de una bióloga ser una bióloga.
En algún lado más allá del círculo de luz que les envolvía chirrió la risa burlona de un triops y más que ver, Ham imaginaba las formas de aquellos demonios de la obscuridad. Por el momento, sin embargo, se mantenían en calma puesto que ninguna piedra que pasase zumbando había revelado una intención hostil.
Caminar en el centro de un círculo móvil de luz producía una sensación extraña. Ham no podía dejar de pensar que detrás del límite de visibilidad acechaban Dios sabe qué criaturas extrañas e increíbles, aunque la razón arguyera que tales monstruos no podían permanecer eternamente invisibles.
Ham y Pat seguían avanzando, Delante de ellos, los rayos de los cascos resplandecieron sobre un helado escarpe, un acantilado que se alzaba al término del camino que seguían.
Pat lo señaló con un ademán urgente.
?¡Mira allí! ?exclamó, manteniendo fija su luz?. Cuevas en el hielo, madrigueras tal vez. ¿Las ves?
Las vio: un rosario de pequeños boquetes negros en la base del escarpe de hielo. Algo negro se deslizó riendo sobre la helada cuesta y se alejó: un triops. ¿Eran estos los habitáculos de las bestias?
?Fíjate ?dijo Ham?, más de la mitad de agujeros tienen algo delante. ¿Rocas, quizá?
Precavidamente, con los revólveres en la mano, avanzaron. A la creciente intensidad de los rayos, disminuía la apariencia pétrea de aquellos objetos y se afirmaba su carácter de seres vivos. Finalmente no quedó duda alguna: la carnosa esponjosidad de los bulbos y la visible red circulatoria que se transparentaba la confirmaron. Habían dado con una nueva variedad de vida.
Estaban ahora a cuatro metros escasos de una de las criaturas. Recordaba un cesto boca abajo por su forma y tamaño. Como rasgos característicos destacaban un círculo completo de ojos que contor¬neaban el organismo y numerosas patas en su parte inferior. Ham acertó a distinguir cómo unos párpados semitransparentes se cerra¬ban para proteger los ojos de la claridad de los focos.
Tras un instante de vacilación, Pat se encaró al inmóvil misterio.
?¡Bien! ?exclamó?. Dimos con un nuevo amigo. ¡Hola paisano!
Entonces se produjo el acontecimiento que, por unos momentos, sumiría a Pat y a Ham en la consternación más profunda, que les dejaría asombrados, perplejos y aturdidos. Desde una membrana situada al parecer en la parte superior de la criatura, surgió una voz aguda y destemplada, que repitió:
?¡Hola, paisano!
Sobrevino un silencio expectante. Ham empuñó su revólver sin saber demasiado por qué. De haber sido necesario no habría atinado a utilizarlo. Estaba paralizado, atónito.
Pat recobró al fin la voz.
?No es… no puede ser real ?dijo débilmente?. Es un tropismo. Esa cosa se ha limitado a repetir los sonidos que la han alcanzado. ¿No es así, Ham? ¿No es así?
?¡Bueno…, desde luego! ?estaba mirando la hilera de ojos?. Tiene que ser así. Escucha ?se inclinó hacia adelante y gritó directamente a la criatura?: ¡Hola! ?Y volviéndose a Pat?: Vamos a ver si responde.
Lo hizo.
?No es un tropismo ?chirrió en un inglés agudo, pero perfecto.
?¡No es ningún eco! ?jadeó Pat. Retrocedió?. Estoy asustada ?gimió, tirando de un brazo de Ham?. ¡Vámonos, pronto! Ham hizo que se colocara detrás de él.
?No soy más que un yanqui cobardica ?gruñó?, pero voy a interrogar a este gramófono viviente hasta descubrir qué o quién lo hace funcionar.
?¡No, Ham, no! ¡Estoy asustada!
?No parece peligroso ?observó Ham.
?No es peligroso ?afirmó aquella criatura sobre el hielo.
Ham tragó saliva y Pat dejó escapar un débil chillido.
?¿Quién… quién eres? ?preguntó Ham, titubeando.
No hubo ninguna respuesta. Los ojos lo miraban fijamente desde detrás de los párpados traslúcidos.
?¿Quién eres? ?intentó otra vez.
De nuevo ninguna respuesta.
?¿Cómo es que sabes inglés? ?preguntó al azar.
La voz chirriante sonó:
?Yo no saber inglés.
?Entonces, ¿por qué hablas inglés?
?Tú hablas inglés ?explicó el misterio con toda lógica.
?No quería decir por qué. Quiero decir cómo.
Pat había superado en parte su aterrorizado asombro y su rápida mente percibía una pista.
?Ham ?susurró, anhelante?, fíjate que usa las mismas palabras que nosotros hemos usado. Somos nosotros quienes le damos el significado.
?Nosotros me damos el significado ?confirmó la cosa, sin ningún respeto a la gramática. Ham comprendió por fin.
?¡Dios mío! ?exclamó?. Entonces somos nosotros los que tenemos que darle un vocabulario.
?Vosotros habláis, yo hablo ?sugirió la criatura.
?¡Claro! ¿Comprendes, Pat? Podemos decir cualquier cosa. ?Hizo una pausa?. Veamos…, «cuando en el curso de los acontecimientos humanos sucede…»
?¡Cierra el pico! ?espetó Pat?. ¡Yanqui, no te olvides que ahora estás en territorio de la Corona! «Ser o no ser; esa es la cuestión…»
Ham sonrió burlonamente y guardó silencio. Cuando ella hubo ahogado su memoria, se encargó él de la tarea: «Una vez había tres ositos…»
Y así continuaron. De pronto la situación le pareció a Ham fantásticamente ridícula. ¡Allí estaba Pat, en la cara nocturna de Venus, relatándole cuidadosamente el cuento de Caperucita Roja a una monstruosidad carente de humor! La muchacha le lanzó una mirada de perplejidad al prorrumpir él en una carcajada.
?¡Cuéntale el del caminante y la hija del granjero! ?dijo él, desternillándose?. A ver si puedes arrancarle una sonrisa. Ella se unió a su carcajada aunque después añadió:
?En realidad, se trata de un asunto serio. ¡Imagínate, Ham! ¡Vida inteligente en el lado obscuro! ¿O es que no eres inteligente? ?le preguntó de pronto a la cosa que estaba sobre el hielo.
?Soy inteligente ?aseguró la criatura?. Soy inteligentemente inteligente.
?Por lo menos eres un lingüista maravilloso ?dijo la muchacha?. ¿Has oído hablar alguna vez de alguien que haya aprendido inglés en media hora, Ham? ¡Figúrate lo que es eso!
Por lo visto, le había perdido ya todo el miedo a la criatura.
?Bueno, vamos a ver cómo resulta ?sugirió Ham?. ¿Cómo te llamas, amigo?
No hubo ninguna respuesta.
?Es natural ?intervino Pat?. No puede decirnos su nombre hasta que se lo digamos en inglés, y no podemos hacer eso porque… Bueno, vamos a llamarlo Oscar. Eso servirá.
?Está bien. Vamos a ver, Oscar, ¿qué eres tú?
?Humano; soy un hombre.
?¿Eh? ¡Que te aspen, si lo eres!
?Esas son las palabras que vosotros me habéis dado. Para mí, yo soy un hombre para vosotros.
?Espera un momento. «Para mí, yo soy…» Ya comprendo, Pat. Quiere decir que las únicas palabras que nosotros tenemos para lo que él se considera a sí mismo son palabras como hombre y humano. Bien, ¿cuál es tu pueblo, entonces?
?Pueblo.
?Quiero decir tu raza. ¿A qué raza perteneces?
?A la humana.
?¡Oh! ?gimió Ham?. Prueba tú, Pat.
?Oscar ?dijo la muchacha?, tú eres humano, ¿Eres un mamífero?
?Para mí, el hombre es un mamífero para ti.
?¡Vaya por Dios! ?lo intentó de nuevo?. Oscar, ¿cómo se reproduce tu raza?
?No tengo las palabras.
?¿Naciste?
El extraño rostro, o el cuerpo sin rostro, de la criatura cambió ligeramente. Pesados párpados cayeron sobre los semitransparentes que defendían sus muchos ojos; parecía como si aquella cosa se estuviese concentrando.
?Nosotros no nacemos ?chirrió.
?Entonces…, ¿semillas, esporas, partenogénesis? ¿O división?
?Esporas ?chilló el misterio? y división.
?Pero…
Se detuvo, desconcertada. En el momentáneo silencio llegó la burlona risotada de un triops y ambos se volvieron automáticamente hacia la izquierda. Se quedaron mirando con fijeza y apartaron la vista consternados, Uno de aquellos diablos se había apoderado de una de las criaturas de las cuevas y se la estaba llevando. Y para que el horror resultase más espeluznante, el resto de sus congéneres permanecía delante de sus agujeros mirando con la mayor indiferencia.
?¡Oscar ?chilló Pat?, han atrapado a uno de los tuyos! Se interrumpió de pronto al oír el estampido del revólver de Ham, pero fue un disparo inútil.
?¡Oh! ?gimió la muchacha?. ¡Los diablos! ¡Han atrapado a uno!
?La criatura que estaba ante ellos no hizo el menor comentario?. Oscar ?gritó Pat?, ¿es que no te importa? ¡Han asesinado a uno de los tuyos! ¿No comprendes?
?Sí.
?Pero, ¿es que eso no te afecta en absoluto? ?En cierto modo, las criaturas habían llegado a ganarse la simpatía de Pat: sabían hablar, eran algo más que animales?. ¿No te importa en absoluto?
?No.
?Pero, ¿qué son esos diablos para vosotros? ¿Qué hacen para que los dejéis asesinaros?
?Nos comen ?dijo Oscar plácidamente.
?¡Oh! ?jadeó Pat, horrorizada?. Pero, ¿por qué no…? Se interrumpió; la criatura estaba retrocediendo lenta y metódicamente hacia su agujero.
?¡Espera! ?gritó la muchacha?. No pueden llegar aquí. Con nuestras luces…
La voz chirriante se dejó oír:
?Hace frío. Me voy por culpa del frío.
Se hizo el silencio.
La temperatura había bajado. El radicado viento inferior gemía ahora más firmemente y, mirando a lo largo del ribazo, Pat vio que todas y cada una de las criaturas estaban retirándose como Óscar a sus respectivos agujeros. Volvió una mirada de impotencia hacia Ham.
?¿He soñado todo esto? ?susurró.
?Entonces lo hemos soñado los dos, Pat.
La tomó del brazo y la guió de vuelta al cohete, cuyas redondas claraboyas brillaban como una invitación en la obscuridad.
Una vez en el cálido interior, habiéndose quitado el pesado traje, Pat se sentó con las piernas cruzadas, encendió un cigarrillo e inició una consideración más racional del misterio.
?Hay algo que no entiendo en esto, Ham. ¿Notas tú algo raro en la mente de Óscar?
?Es diabólicamente rápida.
?Sí; es bastante inteligente. Inteligencia de nivel humano o incluso ?vaciló?, más que humano. Pero no es una mente humana. Es distinta en cierto modo, alienígena, extraña. No puedo expresar completamente lo que pienso, pero, ¿te has dado cuenta de que Óscar nunca hace una pregunta? Ni la más mínima.