Respaldo de material de tanatología

EN LA BRECHA – JOSÉ DE DIEGO

De: Alias de MSNGloria-en-duelo  (Mensaje original) Enviado: 26/01/2007 8:05

EN LA BRECHA – JOSÉ DE DIEGO

¡Ah desgraciado, si el dolor te abate, si el cansancio tus miembros entumece!

Haz como el árbol seco: reverdece

y como el germen enterrado: late.

Resurge, alienta, grita, anda, combate, vibra, ondula, retruena, resplandece…

Haz como el río con la lluvia: ¡crece!

Y como el mar contra la roca: ¡bate!

De la tormenta al iracundo empuje, no has de balar, como el cordero triste, sino rugir, como la fiera ruge.

¡Levántate!, ¡revuélvete!, ¡resiste!

Haz como el toro acorralado: ¡muge!

O como el toro que no muge: ¡embiste!

¿Cómo compaginar la aniquiladora idea de la muerte?

¿Cómo compaginar la aniquiladora idea de la muerte con este incontenible afán de vida?

Mario Benedetti

ERA SÓLO VARICELA

M. dijo: -Yo quiero ir a Rafaela.

Y tosía una vez más, sin poder contenerse. Pero además de la tos, la fiebre, los escalofríos, el dolor de cabeza que se sentía como si martillaran dentro del cráneo.

El pediatra que examinaba a su hijo le informó el diagnóstico: -Es una varicela, tiene que evitar exponerlo al sol, en lo posible que no se toque las lesiones. Primero son pequeñas ronchitas llamadas pápulas que luego se convierten en vesículas y finalmente en costras. ¿Usted ya tuvo varicela?

-No recuerdo.

-Si no la ha tenido, la va a tener, porque su hijo está contagiando desde antes de la erupción. Y algo muy importante: no le dé ningún medicamento que contenga aspirina, porque existe el riesgo de una complicación muy seria que afecta al sistema nervioso central, es una inflamación grave del cerebro.

M. escuchó las indicaciones como desde un planeta lejano y pidió al médico que se las escribiera por miedo a no recordarlas. Tomó en brazos a su bebé -tenía dos años recién cumplidos- y salió. Si tuviera que repetir, si tuviera que recordar lo que hizo hasta el momento en que subió por fin al colectivo, no hubiera podido, todo le parecía confuso, desconocido y hasta amenazante. Tenía un solo pensamiento: Yo quiero ir a Rafaela. La mujer del asiento de al lado no pudo menos que advertir que algo malo le ocurría a ese inquieto pasajero, especialmente por su profesión, era enfermera. El hombre temblaba, sacudido por los escalofríos.

Durante los cabeceos frecuentes, cuando el sueño lo vencía, sus brazos se aflojaban y el chico quedaba desprotegido. Solidariamente lo convenció de que se lo cuidaría hasta llegar al destino. M. tampoco recordaría que sus familiares lo esperaban en la terminal, ni sus rostros alarmados al ver su estado demacrado, el pelo mojado por la transpiración febril, los escalofríos intermitentes, la respiración superficial y agitada, con la boca abierta, los labios secos. M. fue internado esa tarde en terapia intensiva. Por la noche, fue necesario colocarlo en respiración asistida, con diagnóstico de neumonía bilateral grave, probablemente de causa varicelosa.

La evolución fue larga y complicada, lo que ocurre en un porcentaje muy reducido de pacientes. M. agregó insuficiencia cardiaca al cuadro infeccioso, además de que las lesiones por la varicela se sobre infectaron.

El virus de la varicela deprime la respuesta inmune, es decir las defensas que tiene el organismo para contrarrestar la colonización bacteriana.  La invasión del virus al sistema nervioso también determinó períodos de excitación y confusión, que se sumaban a los efectos de la persistente fiebre. Por más de una semana, el cuadro fue crítico y con un desenlace incierto.

Afortunadamente, el trabajo conjunto del equipo humano y las medidas de sostén que se corregían cotidianamente rindieron su fruto. En el décimo día de internación, se pudo desconectar del respirador y al día siguiente comenzó a ingerir alimento nuevamente. Hasta entonces, durante la conexión al respirador, la nutrición se mantenía mediante una sonda.

Ese mismo día, la enfermera le mostró una foto del responsable de su contagio, que sus familiares le acercaron.

Inmediatamente, reaccionó: -Ese es mi hijo, ¿de dónde sacaste eso?  M ya estaba por el buen camino.

ACERCA DE LA SALUD/Por el Dr. Armando Peláez – http://laopinion-rafaela.com.ar/opinion/2007/06/20/h762003.htm

DE LA PÉRDIDA A LA RENOVACIÓN

DE LA PÉRDIDA A LA RENOVACIÓN

“Hace poco tiempo conocí a una mujer cuyo esposo había fallecido siete meses antes. Entró a mi oficina con lágrimas en los ojos. Tan pronto se sentó, se soltó llorando durante unos cinco minutos. Permanecí con ella en silencio, respetando su pena, reconociendo la necesidad que tenía de soltar la gran carga que llevaba. Luego le pregunté por la causa de esa tristeza. Con la voz llena de pasión y temor, me dijo que ese día había escuchado un programa en el radio sobre el luto, y esto la había trastornado terriblemente.

El experto hablaba sobre la necesidad que la persona enlutada tenía de despedirse de su ser querido para dejarlo ir. Tan pronto dijo las palabras “dejarlo ir”, comenzó a llorar de nuevo. Y agregó: “nunca olvidaré a mi esposo. Nunca dejaré mis recuerdos de él. ¿Cómo puedo borrar 38 años de amor?”. Era evidente que había entendido mal. Pensó que tenía que desconectarse de todo lo bueno que había tenido con su esposó y empezar de nuevo con la pizarra limpia para poder enfrentarse a su pena. Intenté asegurarle que estaba equivocada. La pérdida no requiere que olvidemos nuestros recuerdos, más bien hace falta abrazarlos.

La pérdida no requiere que dejemos de amar a nuestros seres queridos, sino que encontremos nuevas formas de amarlos. Antes, nuestro amor estaba mediado por la presencia. Ahora, está mediado por la ausencia. Necesitamos aprender a recordarlos y a amarlos aunque no estemos juntos. Quizás ustedes, como esta mujer, no estén de acuerdo.

Pero que hay de dejarlo ir, todo el mundo habla de dejarlo ir. La verdad, me parece, es que hace falta dejar ir, pero sólo en cierta forma. Tengo que dejar ir las expectativas y entender que mi vida ya no será como solía ser. Con el paso del tiempo, y a veces de bastante tiempo, tengo que aprender a dejar ir mi dolor, y reconocer y confiar en que puedo estar cerca de mí ser querido sin la presencia del dolor. Tengo que dejar ir la añoranza, y en su lugar sustituirlo con el recuerdo. Cuando recuerdo, estoy consciente de lo que todavía tengo y puedo rescatar.

No me concentro en lo que no tengo, sino en lo que queda. Este proceso de luto puede ser muy difícil. Cada uno de nosotros pasa por un proceso de abrir un nuevo espacio en nuestro corazón. Los enlutados hemos sido colocados en el salón de clases de la vida donde debemos aprender un nuevo idioma. Los políglotas saben la cantidad de tiempo, de repetición y de frustración que requiere poder hablar con fluidez un idioma. Es un proceso lento, pero no es insuperable. Lo mismo sucede con el idioma de amar en la separación.

Con la práctica, con apoyo, y con fe en nuestra capacidad de soportar momentos, días y a veces años de práctica, también nosotros podemos aprender a vivir en un mundo diferente donde los recuerdos de nuestros seres queridos se convierten en una fuente de esperanza y crecimiento. ”

Marcelo Rittner

Decrepitud: Notas sin destino

Me asusta la decrepitud. Sobre todo la que recuerda el olor de lo rancio. La que vaticina la ausencia de esperanza. La que se mofa de las manos que acompañan. La que elude las voces de quien pretende mitigar el acre sabor de lo que nunca regresará. Me inquieta la decrepitud porque entiendo que en muchas ocasiones dar un paso es imposible.

Me angustia la decadencia porque los enfermos decrépitos no logran expresar una palabra o gesticular un guiño alegre: el desasosiego supera el deseo. Me trastoca la decrepitud porque sé que es irreversible. Más irreversible y más dolorosa incluso que la muerte. ¿Por qué? La muerte calla y no duele. Es total.

La muerte nunca es problema para el muerto. Los muertos no se enteran que han muerto. Dejan de sufrir, dejan de estar, dejan de saber. Heredan sus recuerdos y su propia muerte a los vivos. Sé que me repito y me repito -muerto, muerte, muerto-, pero así es: con la muerte muere todo y todo se repite. En cambio, con la decrepitud todo vive. Todo vive, pero vive peor. Todo sigue, pero continúa sin destino. Decrepitud y falta de destino son casi sinónimos. Duelen diferente y achican distinto. Laceran y enturbian igual. La decrepitud hiere a quien la ve.

La ausencia de destino asfixia a quien lo padece. Lo vetusto se vuelve cada día más vetusto. La decrepitud hermana. Decadencia y ausencia de destino habitan el mismo cuerpo. Observo el rostro de la decrepitud en la cara de los enfermos. Huelo el sabor de lo viejo en sus zapatos deformes. El rostro decrépito es plano, insípido, sin guiños. Sin tiempo. Nada lo modifica. Es seco. Tan seco que nada lo mueve. Tan lejano que es ausente. El rostro decrépito casi no se inmuta, casi no es rostro. Unos cabellos sin tono caen en la frente. Los párpados no pestañean. Unos suspiros ladean la cabeza. Los labios apenas se mueven. La frente no se arruga. La facies del decrépito es la misma ayer y hoy. Y la de mañana será igual. El tiempo en esos rostros no transcurre. El reloj del buró es testigo de la inacción del tiempo: marca la misma hora desde hace semanas. El rostro es siempre el mismo. Siempre está teñido por la misma ausencia. Casi no contiene muecas. Las muecas son vida, son presencia. Las manos paradas, apenas vivas, son extensión de la falta de expresión propia del decrépito.

La mirada del decrépito es fija e imperturbable. Mira el vacío. El vacío donde nada se mueve y nada pasa. El vacío que observan quienes entienden lo que significa desesperanza. Me inquieta y atemoriza la mirada perdida. La que no regresa porque no tiene que otear. La mirada que al evadir la vida pregunta poco, pregunta quedo, pregunta sin preguntar, pregunta para no saber. La mirada del decrépito anticipa la muerte. Mirar la nada no es un ejercicio voluntario; es una condición inequívoca de la decrepitud. Esa mirada sólo escapa temporalmente de su ingravidez por el murmullo de la voz, no por las imágenes. Mirar personas es demasiado. Mirar la voz es obligado. Es como el último aliento o el aliento indispensable. Mirar el vacío sin percibir siquiera que se observa es sinónimo de decadencia. Los zapatos del decrépito reflejan también los rasgos del deterioro. Son inamovibles, sin brillo. Los pies recargados perennemente en ellos imponen una serie de dobleces en la piel característicos de los pies decrépitos. Siempre están ahí y siempre son iguales. Calzarlos adecuadamente es imposible. Se requiere demasiada fuerza para levantar los pies y calzar bien los zapatos. Las labores diarias, antaño practicadas incontables veces, recuerdan el significado de la decrepitud. Los zapatos permanecen siempre en el mismo sitio. Siempre es también una vivencia que se repite inexorablemente en los telares de la decrepitud. Nada cambia. La decrepitud suele ser siempre la misma. Me asusta la decrepitud. La del rostro, la de la mirada, la de los zapatos. Me amedrenta porque es inmodificable hasta que llega la muerte.

¿Por qué es inmodificable? Porque es una forma de estar en la vida sin recursos, desarmado, exangüe, sin peso, sin tiempo. Sin siquiera entender que la vida ha sido suplida por otra vida. Me acobarda porque no encuentro cómo modificarla, a pesar de que deseo hacerlo. La decrepitud duele diferente. Quien la mira se rinde ante su impotencia. Quien la padece la acepta como parte de un destino inamovible. Son, ciertamente, llagas distintas. Ver lo no visto. / Decir lo no dicho, escribió Cardoza y Aragón. Ver y hablar. Recogerse y escribir. Callar. Vivir la decrepitud de los otros, atado ante lo imposible, impide escribir lo que se siente.

1/3/2006 Arnoldo Graus Decrepitud: notas sin destino La Jornada, Mx

LA INUTILIDAD DEL SUFRIMIENTO

Introducción de “La inutilidad del sufrimiento

Por cortesía de ‘La Esfera de los libros’ les ofrecemos la introducción de ‘La inutilidad del sufrimiento’

¡Nos pasamos la vida sufriendo!

¿Alguna vez nos hemos puesto a pensar con qué facilidad sufrimos? o, para decirlo de otra forma, ¿cuánta vida se nos escapa sufriendo?, ¿cuánta energía desperdiciamos?, ¿cuántas ilusiones y esperanzas tiramos?, ¿cuántas ocasiones perdemos?, ¿cuántas alegrías ahogamos?… Realmente, ¿hay justificación a tanto sufrimiento?, ¿la vida es tan difícil y la felicidad tan imposible?, ¿de verdad nos creemos que nuestro destino es sufrir?, ¿que estamos «aquí» para pasarlo mal?…

Casi nadie, al menos en nuestra sociedad occidental, contestaría de forma afirmativa a estas preguntas, pero lo cierto es que parecen actuar como si creyeran en un destino fatalista de la vida. Personalmente, desearía que a estas alturas de la historia, en pleno siglo xxi, la mayoría de las personas no se sintieran «atrapadas» por «algo» de lo que no pudieran escapar. No obstante, la verdad es que mucha gente sufre de forma inútil y, además, sufre prolongadamente. La psicología, y sobre todo los 25 años de experiencia profesional, me han enseñado muchas cosas, pero quizá lo que más valore es ¡cómo se ha desarrollado mi capacidad de observación! ¡Qué fácil te resulta «mirar y ver» cuando has aprendido a hacerlo!; pero ¡qué difícil! les resulta la vida a las personas que se sienten atrapadas por su trabajo, por sus estudios, por sus padres, por sus parejas, por sus hijos, por su edad?; en definitiva, atrapadas por sus circunstancias y sin aparente posibilidad de «ver» la salida o la solución final. La verdad es que sin darnos cuenta repetimos conductas, rutinas, costumbres, hábitos…, formas de actuar que, inexorablemente, nos hacen sentirnos mal, pero que se nos antojan imposibles de evitar. Ante lo que consideramos una mala noticia nos preocupamos, en lugar de prepararnos para superarla en las mejores condiciones; los contratiempos nos alteran y con facilidad nos dispersan, dificultándonos la búsqueda de las mejores opciones; rápidamente vemos en los acontecimientos la parte negativa, las dificultades, los obstáculos, en lugar de las oportunidades que encierran. Al final sufrimos y, de nuevo, sufrimos inútilmente.

La primera vez que me quedé muy impactada por la falta de felicidad que parecía tener la mayoría de las personas que me rodeaban fue a finales de los años setenta. Entonces, yo era una persona muy joven, recién licenciada, entusiasmadísima con mi trabajo y? muy sorprendida ante la aparente infelicidad que veía a mi alrededor. No se me ocurrió otra forma mejor que intentar «medir» la satisfacción o insatisfacción que las personas sentían en su vida. Ni corta ni perezosa, dentro de lo que entonces era mi ámbito laboral, en el transcurso de las entrevistas personales que realizaba para hacer la historia de los niños y comentar el desarrollo que tenían, pregunté a aproximadamente 180 parejas de padres, con niños entre uno y seis años, qué opinión de conjunto tenían sobre sus vidas; lógicamente, las preguntas no eran tan literales, pero a través de la información recibida se podía clasificar con bastante precisión a las parejas: las que se sentían en general muy felices y satisfechas, felices, insatisfechas, agobiadas, decepcionadas, atrapadas en el día a día y agotadas ante sus circunstancias. Los datos fueron demoledores, tanto que prefiero no transcribirlos. La verdad es que eran un prototipo, quizá avanzado para la época, de lo que hoy día es la realidad para casi todas las parejas jóvenes.

En el contexto en que nos movíamos, lo habitual es que ambos padres trabajasen; además, eran lo suficientemente jóvenes como para tener niños menores de seis años, estaban pagando casi todos la hipoteca de la casa, tenían salarios medios y un nivel cultural medio-alto. A pesar de llevar relativamente poco tiempo casados o viviendo en pareja (la media no sobrepasaba los seis años de convivencia), la mayoría se sentían muy agotados con la experiencia de ser padres y simultanear su trabajo con las «obligaciones» y responsabilidades que conlleva la atención de los niños. En muchos casos se mostraban hostiles hacia el otro miembro de la pareja, como si éste tuviera la culpa de su situación, de su agobio, de su falta de tiempo personal. Estas circunstancias influían muy negativamente en su relación y muchos de ellos, si hubieran podido dar marcha atrás, se hubiesen planteado caminos diferentes. No pensemos que su realidad era peor que la que podían tener otras parejas; al contrario, al menos ellos disfrutaban de una guardería en su trabajo, que les prestaba un servicio de indudable calidad, además de proporcionarles más facilidades en el cuidado de sus hijos. Pero si la mayoría de estas parejas se sentían agotadas ante las circunstancias de su vida diaria: prisas, tensiones, lucha constante con el reloj, con los imprevistos, con las enfermedades de los niños, con los contratiempos típicos?, ¿cómo creemos que se siente hoy ese segmento tan importante de nuestra población? Posteriormente, mi actividad profesional me llevó a seguir trabajando con niños y padres.

Además, tuve la suerte, casi desde el principio, de simultanear esta faceta con la psicología clínica (niños, adolescentes, jóvenes, adultos?) y, finalmente, completé mi abanico con una intensa experiencia en el mundo de la psicología de la empresa. La verdad es que no he vuelto a hacer más trabajos estadísticos de este estilo, ¡no quiero deprimirme inútilmente!, pero no tengo dudas sobre cuáles serían los resultados. ¿Alguien piensa que las circunstancias han mejorado y que hoy día es más fácil compatibilizar la vida profesional y familiar? Seguramente pocas personas se atreverían a contestar de forma afirmativa. Mi trabajo como psicóloga abarca todos los ámbitos y los tramos de la población y cada día siento más contraste entre cómo me gustaría ver a la mayoría de la gente y cómo la veo en realidad. Con frecuencia, tanto en el ámbito de la formación como en el marco de la consulta, muchas personas me dicen que les encanta verme de buen humor, irradiando energía y «calma». Seguramente, para ellos resulto el prototipo de lo que pueden considerar como una persona agradable, relajada y a la par activa, que se lo pasa bien trabajando y parece ser feliz en su vida personal. gYo, que me conozco bien, no me considero nada excepcional, aunque es verdad que en general me encuentro muy a gusto con mi vida; me siento, por el contrario, muy defraudada por la falta de felicidad que veo en la mayoría de las personas. Bien, ¡pues de eso se trata! Por supuesto, a veces las circunstancias que nos rodean hacen difícil, muy difícil, que nos encontremos bien, pero si hemos conseguido un buen control de nuestros pensamientos lograremos ser dueños de nuestras emociones, y esas circunstancias podemos verlas como oportunidades para desarrollar nuevas habilidades y recursos, que nos facilitarán el control de nuestras vidas. Todos conocemos a personas, supuestamente afortunadas, a las que la vida parece sonreír y, sin embargo, se sienten tremendamente desgraciadas.

Por el contrario, vemos a seres humanos con vivencias terribles que, a pesar de todo, consiguen mantener un espíritu animoso, y siguen «luchando» con una fuerza constante, cuando no arrolladora, que los lleva a esa sensación tan maravillosa de «encontrarse bien consigo mismos». Esa vivencia es aún más intensa y plena cuando la experimentamos en esos momentos en que la vida parece ponernos a prueba. En definitiva, y con palabras llanas, se trata de que nuestro cerebro actúe a nuestro favor y no en nuestra contra. Nuestro cerebro nos acompañará siempre, al igual que nuestro Sistema Nervioso Autónomo (SNA) y nuestro Sistema Nervioso Central (SNC). Seguramente, una de las primeras cosas que nos tendrían que haber enseñado es cómo descubrirlos y cómo ponerlos a nuestro servicio. Lejos de esa realidad tan palpable, la verdad es que muchas personas, a pesar de los años que ya llevan a sus espaldas, se siguen sintiendo prisioneras de «sus nervios», de «su forma de ser», de «su manera de actuar», «de ver la vida»? No hay nada que justifique ese encadenamiento, ese sufrimiento «tan inútil como prolongado». Vamos a tratar de aprender cómo controlar nuestra vida y, para ello, descubriremos cómo encaminar mejor a la persona hacia la ilusión y no hacia el sufrimiento. http://elmundolibro.elmundo.es/elmundolibro/2003/05/14/no_ficcion/1052936478.html

VIDA

VIDA

Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años. – Abraham Lincoln (1808-1865) Político estadounidense.

La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa. – Albert Einstein (1879-1955) Científico estadounidense de origen alemán.

La mayor rémora de la vida es la espera del mañana y la pérdida del día de hoy. – Lucio Anneo Séneca (2 AC-65) Filósofo latino.

Cuando la vida te presente razones para llorar, demuéstrale que tienes mil y una razones para reír. – Anónimo

Vivir no es sólo existir, / sino existir y crear, / saber gozar y sufrir / y no dormir sin soñar. / Descansar, es empezar a morir. – Gregorio Marañon (1887-1960) Médico y escritor español.

Así es -suspiró el coronel-. La vida es la cosa mejor que se ha inventado. – Gabriel García Márquez (1927-?) Escritor colombiano.

La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes. – John Lennon (1940-1980) Cantante y compositor británico.

Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único. – Agatha Christie (1891-1976) Novelista inglesa.

Estar preparado es importante, saber esperar lo es aún más, pero aprovechar el momento adecuado es la clave de la vida. – Arthur Schnitzler (1862-1931) Dramaturgo austriaco.

A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante. – Oscar Wilde (1854-1900) Dramaturgo y novelista irlandés.

ORACION DE UN MORIBUNDO

ORACION DE UN MORIBUNDO

Porque esta enfermedad corre sin pausa al ritmo acelerado de las olas del mar.

Y con su estruendo va inundando mi playa de tristeza.

Acudo a ti, Señor, tan desvalido, con sed de ti, desierto y sin oasis.

Yo te llamo, Señor, y me respondes con rotundo silencio,

y hasta a veces el silencio es callado y se desgarra la ilusión de sanarme.

¡Tanta lucha!

Escucho una campana que a lo lejos ensombrece esta noche,

y como estrellas titilan en mis pulsos los perfiles del júbilo,

poblando con sus luces mi destierro de fiebre.

La campana suena con un dolor tan insistente que me olvido de mí, por un instante.

Y pienso que tu voz es la que suena en este corazón desalentado.

Que esta brisa que azota mi crepúsculo sea tu aliento, Dios.

Que tengo frío; frío, como esos pájaros que vuelan en bandadas,

reptando el firmamento, sin dejar huella, diminutos: manchas grises en la amplitud de tu horizonte.

Que la brisa y el bronce que requiebra este sosiego sea suave bálsamo en las fatigas últimas que vienen como náufragos, Dios, a la deriva.

Sí, suena la campana nuevamente y oigo que tu voz me está llamando por mi nombre: “¡Hijo, es hora de abrazarte!”.

Teodoro Rubio

testamento de un agonizante

BADR SHAKIR AL SAYYAB (1926-1964)
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Poemario: LA CASA DE LOS ESCLAVOS (1963)

Traducido del árabe por:

María Luisa Prieto

TESTAMENTO DE UN AGONIZANTE

¡Silencio! Silencio de los cementerios en vuestras tristes calles.

Yo clamo, grito, me lamento y en el silencio oigo

la solemne nieve esparcida en la sombra

donde se repiten unos pasos solitarios cuyo eco se traga

la ciudad, como si una bestia de hierro y piedra

devorara la vida y no quedara vida desde la tarde hasta el día.

¿Dónde está Iraq? ¿Dónde está el sol de sus mañanas, transportado por un navío

sobre el agua del Tigris o del Buwayb? ¿Dónde están los ecos de los cantos

que palpitan cual alas de palomas sobre las espigas y las palmeras,

acudiendo desde cada casa al aire libre,

desde cada colina que cubren las flores de las llanuras?

Si muero, patria, no tengo mayor deseo que

una tumba en tus tristes cementerios, y si

me salvo, no quiero de la vida más que una choza en tu campo.

Por tus desiertos infinitos, para protegerte de las desgracias,

yo daría las calles y los barrios de Londres.

Tal vez muera mañana: el mal corta sin contemplaciones

la cuerda que ata a la vida

los escombros de mi cuerpo, como una casa

de muros desgastados por el viento y techo perforado por goteras.

Hermanos, dispersados desde el Sur hasta el Norte

por caminos, llanuras y altas montañas,

hijos de mi pueblo en aldeas y ciudades amadas,

no reneguéis de los dones de Iraq,

habéis habitado el mejor país, entre el verdor y el agua:

al sol, luz de Dios, lo inundan el verano y el invierno,

no lo olvidéis por otro.

Esto es un paraíso: cuidado con la víbora que repta por su fertilidad.

Yo estoy muerto, y un muerto no miente. Reniego de todo pensamiento

si el corazón no es su fuente.

Resplandor del día,

inunda Iraq con tu oro porque del barro de Iraq

es mi cuerpo, y del agua de Iraq.

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el momento de partir

Cuando llegue el momento de partir, nos preguntaremos si nuestra vida ha tenido sentido, o más sencillamente, si ha merecido la pena.

Entonces nos acordaremos de a quién hemos querido realmente y de quién nos ha querido. Algunos, los menos, los victoriosos, se acordarán de su otra mitad, de su ser amado, de su hogar, y morirán en paz y con gozo. Para el resto, la mayoría, todo habrá sido en vano.

¡Cuidado!, mañana puede ser demasiado tarde.

http://www.zenuniversal.org/blog/  = ¿Cómo morir?

Enfrentando el temor a la muerte

“De todos modos, la muerte llegará para ti. Tal vez te vayas durante el sueño o repentinamente, mientras estás en actividad. Pero es muy probable que te parecerá perder la conciencia y permanecerás en ese estado hasta que tu cuerpo muera.

Primero mira la condición de tu cuerpo y entiende que tu muerte es inevitable. Todo se ha terminado, enfréntate a esto. Tu cuerpo está gastado o irreparable, no puede seguir. De todas maneras, fue solamente una fina máquina que usaste para existir. Todos los que se han muerto antes que tú desde el comienzo de los tiempos se han ido de este modo. No tengas miedo, es completamente natural.

Morir, como nacer, es un hecho para ti. Cuando comience te sentirás sostenido en un proceso. No puedes detenerlo del mismo modo en que no podías detener las olas en las que naciste, los dolores de parto de tu madre. Si eres una madre sabes cuán impotente estabas cuando las contracciones comenzaron en tu cuerpo. Es así con la muerte, sólo que las contracciones no son físicamente dolorosas.

Relájate, cuando empiece no trates de mirar hacia afuera. Observa todos los movimientos interiores y las sensaciones, focaliza allí toda tu atención. Sucederán muchas cosas extraordinarias que no podrías describir aunque pudieses hablar. Deja que el proceso se haga cargo de ti completamente, tú eres el bebé esta vez, yendo hacia un nuevo nacimiento. Siéntate en la primera fila en tu interior, ante el asombroso espectáculo de la muerte de tu cuerpo y date cuenta del cambio aún más asombroso que está sucediendo en ti, el que está observando.

Entrégate. Está todo fuera de tus manos. Ignora cualquier sentimiento que tengas de tener que hacer o comunicar algo, te causará tensión, y la tensión, al igual que el miedo, hará que te pierdas lo que está sucediendo adentro. Recuerda, el propósito de la muerte, el arte de morir, es que permanezcas consciente en tu interior todo el tiempo.

El miedo y el pánico causan inconsciencia, ésta es la protección de la naturaleza, te desmayas. Pero entonces te pierdes mucha de la maravilla, de la pura energía de la experiencia. En cada vida tienes una sola oportunidad de morir. Es un tiempo precioso y es un don precioso, como vas a ver. La muerte es la experiencia culminante de vivir, la oportunidad última de percibir por ti mismo la verdad completa que subyace a la existencia.

Cuando pareces estar inconsciente para el mundo, aún estás consciente de ti mismo. Puede que percibas tu cuerpo y las personas que están en la habitación como se describió antes, pero gradualmente la escena retrocederán y desaparecerá y, de todos modos ya no estarás más interesado en ella.

Luego hay un período de soñar, pero ya no puedes ver la diferencia entre el sueño y la realidad porque la única realidad que conocías, tu memoria del mundo, ahora se ha desvanecido. Estás en el subconsciente, por debajo de la memoria, y es tan real como estar vivo de nuevo, sólo que es diferente. Puedes volver a vivir sucesos de tu vida o vivir experiencias asociadas con los conceptos de cielo o de infierno, o sus equivalentes.

Finalmente, harás el viaje a través de la muerte. La muerte es negra. La muerte es aterradora porque en ella no hay nada más que tú. Parece interminable porque no hay movimiento aparente. Pero si estás en quietud, te darás cuenta de que eres más fuerte, más libre, más tú mismo, más consciente que nunca de la realidad de ti mismo. Sabes que eres tú mismo, mientras que cuando estabas vivo nunca lo supiste.

La muerte es un largo pasaje negro hacia la vida, hacia la cual todo lo que alguna vez vivió regresa. Si puedes hallar suficiente amor o conciencia en ti mismo, permanecerás consciente y te darás cuenta, en la medida en que vayas más y más profundo, que ya has estado aquí muchas veces antes. Pero si tu amor todavía no es suficiente como para mantenerte despierto, estarás inconsciente. Y cuando el viaje a través de la muerte concluya, te despertarás en un mundo equivalente al amor y la conciencia que eres. Te sentirás más en casa que nunca antes en tu vida. De cualquier manera que vayas, consciente o inconsciente, llegas al fin del viaje.

Entonces te darás cuenta que el amor es lo más importante de la vida y que el mundo de los vivos existe sólo para la demostración de más amor. Verás cuán lejos está del amor y querrás decirle a todo el mundo lo que has descubierto. Pero eso no será posible porque tienes que descubrirlo, declararlo y vivirlo mientras estás vivo. Cada uno debe descubrir por sí mismo el secreto del amor, si no lo hace antes de morir, después. A nadie le puede ser dicho.

En la medida en que amaste verdaderamente a otros sobre la Tierra y ellos a ti, serás capaz de llegar a ellos y de influenciarlos. Pero encontrarás que el mundo de los vivos es un lugar muy muerto para tratar de atravesar con el mensaje del amor verdadero. Sin embargo, según la fuerza de tu amor, seguirás intentándolo, hasta que un día en el tiempo de la Tierra, volverás al mundo de los vivos en un nuevo cuerpo físico, otra fina máquina, y pasarás tu vida en él, intentando recordar la poderosa lección que aprendiste al morir: que el amor lo es todo. =Alégrate mientras te estás yendo. No hay muerte”

POR: BARRY LONG