Respaldo de material de tanatología

Duelo: Generalidades de la Consulta-Consejería en Duelo

Duelo: Generalidades de la Consulta-Consejería en Duelo

Con los términos de “benévola neutralidad”, “neutralidad afectiva” y “separación compasiva”, a los que pueden añadirse “universalismo” y “determinación funcional”, se puede llamar la postura del profesional ante la persona en duelo; no obstante, y si bien se han escrito numerosos artículos y libros proponiendo programas innovadores y creativos para instruir a psicólogos, médicos y estudiantes sobre la muerte y el proceso del duelo asociado, la experiencia lleva a pensar que casi siempre la preparación es muy pobre (o nula) en comparación con las demandas que plantean las personas en duelo. Ciertamente existen tensiones inevitables entre las demandas organizacionales, los valores y responsabilidades profesionales y las necesidades individuales.

En la asistencia a la persona afligida, el profesional ha de intentar descubrir que significan los síntomas para el deudo, cómo los experimenta, cuales son los fenómenos resultantes de la muerte (efectos de la muerte en su mundo) y cuales son las molestias que siente a causa de estos. Ya no se trata de ?curar? esta situación de duelo, sino de acompañarle y hacerle llevadero y soportable el sufrimiento derivado del mismo proceso de duelo. Esto significa que los síntomas y el impacto de la pérdida sobre su mundo no deben ser objetivados sino subjetivizados por el propio deudo y no por el mismo profesional, ya que sus quejas pueden cobrar diversos significados.

Enfrentarse a una persona que ha perdido un ser querido hace a todos los individuos que le rodean conscientes de su propia fragilidad y vulnerabilidad; algunos son susceptibles a la depresión que esto evoca, otros a la pérdida de la auto-estima provocada por la incapacidad para ?curar? el dolor de la pérdida y la sensación de impotencia que les invade. Ciertamente no es fácil encarar positivamente las circunstancias particulares de un deudo, combinando la tristeza natural o el disgusto por la inevitabilidad de la muerte y el dolor observado en la persona. Como personas sensibles, es necesario darle una salida regular y constructiva a la aflicción, y mantener un equilibrio que permita seguir actuando efectivamente. Aceptar las propias limitaciones como uno más, coherentemente, facilita la comunicación de persona a persona.

Escuchar y comprender son los más apropiados procedimientos terapéuticos que se han de emplear. La compasión deberá ser valorada en su propio derecho y no considerada como una cualidad extra para aquel que la posee; la capacidad para funcionar bien a pesar de los diversos problemas empieza con el reconocimiento de que la pérdida de un ser querido es inevitable para todos y que el temor a la muerte es normal y aceptable.

En relación a la persona en duelo, es muy importante que los profesionales sean conscientes y controlen sus propios sentimientos y que no se confundan ni se atemoricen por los problemas fundamentales que pueden presentarse; el profesional debe demostrar, por su comportamiento, que está preparado para compartir los problemas con el deudo; debe percibirse como una persona segura y confiable, alentar la expresión de sentimientos, evitar las negaciones cuando sea apropiado, aceptar enojos y reconocer la vivencia de pérdida del deudo.

CONDUCTAS Y TÉCNICAS DE ENTREVISTA
Las discusiones sobre la orientación de la asistencia al proceso del duelo son antiguas y habitualmente reflejan más actitudes religiosas, emocionales e irracionales, que hechos de comprobación científica o clínica. Como afirmaba Freud, frente a la persona que tiene que morir (y frente a aquella que está de duelo) se reacciona de una manera especial, como para alguien que tiene que realizar una tarea difícil.

Hay muchas personas, tanto deudos recientes como si no, que esperan que su duelo ocurra rápidamente y que se enteren de ella muy pocas personas, a veces incluso ni ellos mismos; otros sencillamente no quieren percatarse de que están de duelo y se entregan constantemente, o al menos así lo creen, a la huida y al rechazo cuando se les hacen patentes algunos signos en ese sentido. Finalmente hay otros que luchan por sobrevivir adaptativamente, y quieren entablar diálogos diversos acerca de su recuperación, cualquiera que sea su concepción de la misma. El foco de atención consiste precisamente en captar los signos de la persona en duelo a este respecto, o lo que es lo mismo, en percibir los sentimientos que ella intenta expresar a través de su modo de hablar, de su silencio o sus gestos (comunicación infraverbal).

De esta forma, la relación entre el deudo y quien le asiste debe por consiguiente caracterizarse por un común escuchar: “la paciencia de concederle al otro realmente el que sea él mismo” de Sporken o el “ayudarle a vivir su propio duelo”, modificando la lectura de Rilke. La asistencia y el acompañamiento a la persona en duelo no son en el fondo algo diverso de la ayuda a la vida, es más, es precisamente durante el proceso de recuperación cuando la persona más asistencia requiere en su ?volver a vivir su vida? tras la muerte del ser querido.

Evidentemente no podemos “curar” al deudo de su dolor y tampoco podemos ?afligirnos por él?. En su lugar, podremos acompañarle en su dolor, en su tragedia, y esto supone una serie de consideraciones:

(1) No esperar lo imposible; no hacemos milagros ni tenemos las respuestas a todas las preguntas.
(2) Asistir a una persona en duelo supone admitir la propia vulnerabilidad y exponerse a despertar la propia ansiedad, los duelos no resueltos y favorecer la depresión y la tristeza. Si somos sinceros con nosotros mismos y lo preguntamos, veremos como nuestros sentimientos son idénticos a los de otros. Por otra parte, y si bien el duelo puede llegar a volverse una rutina para el profesional, ciertamente es algo nuevo para el deudo: es la primera vez que él pierde a ?ese ser querido? y esto es único y diferente para él.
(3) No existe un solo modelo de edad, tipo de muerte, circunstancias familiares u otro indicador en el que poder confiar para decidir lo que se va a comunicar al deudo. No obstante, si que existe un modelo de conducta frente al deudo y su familia: el mantenimiento de una vía de comunicación permeable.
(4) No somos inmunes al dolor del otro; en el momento en que construyamos una “coraza protectora” perdemos nuestra capacidad de “asistir”, de “compasión”, aun cuando conservemos un manejo adecuado y científicamente elaborado de la técnica.
(5) La adaptación del acompañamiento a cada persona en duelo es una necesidad evidente puesto que este deudo en particular es diferente de los demás; la flexibilidad y la adaptabilidad de los comportamientos debe ser la única norma común.
(6) La esencia misma de los cuidados al deudo es acompañar, y no “quitar el dolor”; si partimos de la idea de que acompañar es igual a quitar el dolor, viviremos el duelo de la persona como un fracaso, circunstancia que a su vez repercute en la manera de tratar a la persona. Por otro lado, “no hacer nada” es un factor fuertemente creador de ansiedad; para cada situación existe siempre un momento determinado para “hacer” y otro para “escuchar”. Solo cuando el deudo es rechazado porque su forma de expresar el dolor de la pérdida es inaceptable, el “no hacer nada” llega a ser angustiante.
(7) Es preciso reconocer que las necesidades del deudo y su familia cambian con el tiempo. Como fenómeno vivencial, el proceso del duelo intrafamiliar es un caso especial de ?pérdidas diversas en una constelación familiar?, y sus estados representan el modelo dinámico de adaptación emocional a cualquier pérdida real, sea manifiesta, oculta o ambigua.
(8) Las respuestas a los distintos problemas que pueden originarse en el trabajo con personas en duelo deben buscarse en el mismo contexto en el cual se dieron origen; los recursos propios, de equipo, y estos 10 principios tanatológicos son los elementos que constituyen la base en la cual encontrar las respuestas más aproximadas a las distintas demandas que puedan presentarse, matizadas por el sentido común y la empatía tan necesaria en este trabajo.
(9) Puede ser difícil darse cuenta cuando es necesario callarse y cuando es necesario estar allí. Esto pide conocer a la persona en duelo, comprender sus reacciones y asistirle el tiempo suficiente como para objetivar qué pertenece a él y qué es propio de nuestras reacciones ante su dolor y tragedia.
(10) Aunque la respuesta a la pérdida pueda incluir rebeldía y negación en algunos, y estoicismo en otros, no hay un único patrón de respuesta ni deberá anticiparse o animarse a que ocurra de una forma particular. Como en el caso de los enfermos terminales, la persona en duelo es el maestro, y será él quien nos dará sus directrices.

Aspectos generales
¿Cómo puede establecerse con los deudos una relación personal como la que se necesita para una adecuada asistencia al proceso del duelo?

Un principio rector de nuestra actitud ética es la consideración de que la persona que ha perdido un ser querido es un individuo normal, sometido a una circunstancia profundamente perturbadora y estresante, y que responderá a ella de acuerdo a su verdadera y específica historia personal y a su propia circunstancia bio-psico-socio-familiar y funcional; en el área de la experiencia real, los deudos son los profesores, mientras que aquellos que les acompañan siempre tienen algo que aprender.

El diálogo con el deudo presupone en principio las condiciones psicológicas de todo buen diálogo, y estas son, entre otras, la actitud de respeto a la interioridad del otro, el escuchar realmente lo que se dice y lo que no se dice expresamente, el intentar comprender de que trasfondo emocional proviene lo dicho y cuál es el auténtico valor que entonces cobra, el ayudar al otro a que perciba por sí mismo sus problemas y a que descubra la dirección de una solución.

Las conductas y técnicas de entrevista, de hecho, pueden aprenderse; el mejor método es sin duda el de un adiestramiento técnico bien planteado, aun cuando para muchos resultará difícil sino imposible lograrlo. Existen algunos elementos particularmente deseables y algunas habilidades peculiares que son condiciones para el establecimiento de cualquier relación humana y profesional con una persona que ha perdido un ser querido, matizadas por la flexibilidad que rige a todo intercambio bidireccional: la autenticidad (real, natural, honesta y sincera), su calidez (espontánea, acogedora y preocupada) y su empatía.

En las conversaciones con los deudo no se trata de hacer “formulaciones razonables”, de “ofrecer soluciones”, exponer teorías o de darle consejos sobre como ha de contemplar las cosas, sino mas bien de articular las sensaciones que en el fondo le preocupan y que él no ve expresamente o no es capaz de manifestar mediante la palabra, y ofrecerle así la oportunidad de dar expresión a sus sentimientos con el objeto de que pueda integrarlos más fácilmente.

Lo que se espera del profesional no es “que diga algo de lo que el deudo pueda sacar provecho”, sino el que asuma el sentimiento en el que se hizo la manifestación: el dolor, el miedo, el resentimiento, el desasosiego, la preocupación, etc., pueden y deben con frecuencia ser afirmados. Así, uno de los aspectos más importantes en las conversaciones con los deudos es el llegar a hablar tanto de los hechos que atañen al curso del duelo como, y muy especialmente, de las propias experiencias del deudo. Muchas personas temen no ser capaces de encontrar las palabras apropiadas en el momento oportuno, hecho que, de por sí, debe ser desaconsejado. Tal temor tiene que ver con la concepción muy generalizada de que las personas que asisten al proceso del duelo tienen que decir “aquello” o al menos “algo”; concepción que es, por supueso, errónea. No sólo por que en ocasiones las preguntas más expresas no se formulan como demanda de una respuesta sino como expresión de una sensación, sino porque prácticamente todos los estudios empíricos enfatizan la capacidad para escuchar por encima de la capacidad para decir algo.

No podemos suprimirle al deudo el sentimiento de “estar sólo en su dolor” y el “dolor de la pérdida ” que va ligado a la pérdida de un ser querido, pero si compartimos con él esos sentimientos mediante una relación adecuada y en conversaciones sinceras, podremos sin duda abrir entre ellos y nosotros un camino que, gracias a esa solidaridad, se le haga soportable su soledad.

Algunos de elementos que debemos tener en cuenta en las entrevistas con los deudos son:

(1) Es importante que la consulta sea aceptada antes de iniciar. Las consultas sorpresa no siempre son bienvenidas; cuando vea al deudo, salúdelo como normalmente lo haría, busque una silla y siéntese cerca de él; en lugar de preguntar ¿cómo está?, pregunte ¿cómo se siente hoy?, ¿cómo va el día? Es mejor evitar tópicos como “todo va bien”, “pronto estará mejor”, “tiene que confiar en Dios “,?el tiempo cura todas las heridas?,  etc.
(2) Enfoque la visita en el deudo; conceda suficiente atención a sus síntomas, a su dolor, a su desesperación, de lo contrario puede reflejar un rechazo general a preguntar sobre síntomas o problemas que el profesional no puede modificar.
(3) Una forma de entrevista tranquila, no preocupada, es importante, aun cuando la consulta pueda ser corta. Estas primeras conversaciones a veces pueden consistir exclusivamente en acompañar en silencio a esa persona mientras relata lo sucedido (técnica narrativa), de manera que el deudo, al experimentar nuestra cercanía, cobre el ánimo y la confianza de participarnos de todas sus preocupaciones. Sin embargo, no olvide que el deudo “elige un interlocutor” entre todos aquellos que le visitarán, al cual participa de las mismas y no a otros; por lo tanto, no se desanime. Recuerde que no todos los deudos quiere hablar acerca de su tragedia todo el tiempo; es humano querer callar e ignorar las realidades más serias por cortos períodos de tiempo: deporte, política, moda música y noticias acerca de amigos son a menudo buenos tópicos que ofrecen la oportunidad de un intercambio mutuo. La conducta que se tome ante el deudo debe ser apropiada: una actitud jovial superficial, la cual parece negar la seriedad de la situación, no es apropiada. El abatimiento y la tristeza tampoco son bienvenidos. La aproximación al deudo debe mostrar respeto y preocupación por la situación, y reflejar la voluntad de compartir intereses u otros aspectos de la vida del deudo sin enfocarse sólo en la pérdida. Un acompañamiento no ansioso es el tipo de interacción requerida, siendo sensible al humor de la persona.
(4) No subestime el dolor del deudo ante la muerte de su ser querido; si el profesional no es consciente de ello e intenta alentarlo respecto a sus angustias y temores, puede no ser creído. Por ello es necesario desconfiar de la tendencia que tenemos de hablar espontáneamente con los deudos que abiertamente señalan su recuperación sólo unos días después de acecina la muerte.
(5) Es imperativo que una vez que el acompañamiento haya sido ofrecido y aceptado, la promesa de la misma sea mantenida; malograr tal contacto sería una violación seria a la confianza de la otra persona. Deberá también ser asegurado, aunque sea evidente, que cualquier cosa que se diga en el curso de las entrevistas es personal y privado. La preocupación (interés) es uno de los atributos más altamente valorados, junto con la compasión; pocas cosas pueden molestar más a los deudos que el compromiso fingido. Por otra parte, apiadarse sólo del deudo no representa para él ninguna ayuda; la capacidad para estar a gusto con una persona que ha perdido un ser querido es una cualidad muy valorada.
(6) En principio, deberá indicarse la frecuencia de las consultas y apegarse al horario establecido; la frecuencia y duración de las mismas dependerá de la situación del deudo y, por supuesto, de su demanda. En gran parte, es el deudo  quien decide el momento de tales entrevistas. Lo principal es estar disponible y no hacerse el sordo. Esta actitud evita imponer una entrevista a un deudo que no está bien dispuesto. En los casos de muerte por enfermedad aguda, decir solamente al deudo “estoy aquí” puede reconfortarle. La consistencia y la perseveración son fundamentales, así como la calidad del tiempo es más importante que su cantidad. No haga promesas -el deudo también es un experto en “promesas rotas”-, de apoyo efectivo.
(7) En el transcurso de la primera entrevista, la actitud esencial es la de escuchar (técnica narrativa). Debe dejarse que el deudo tome la iniciativa en la conversación. Sea un buen oyente y no se incomode por los intervalos en la conversación. No tiene que pensar que tiene que decir algo. Si el deudo confía en usted, se comunicará abiertamente.
(8) Toda comunicación hablada envuelve un lenguaje no verbal, comunicación que suele ser la más honesta. Por otra parte, el afecto físico como comunicación también es importante: una palmadita en el brazo, un ademán, un guiño, una sonrisa o coger la mano a menudo transmiten un entendimiento y una tranquilidad importante que no pueden ser expresados con palabras.
(9) Los aspectos que se originan en el curso de las consultas pueden, en verdad, ser infinitos y estar matizados por diversos elementos “distorsionadores” (entorno, creencias religiosas, temores, etc.). Debe enfatizarse que nada de lo que la persona diga carece de interés, no es importante o es indiferente; se deberá estar muy atento, incluso para aquello que parece irrelevante. Debe tratarse de recordar cualquier cosa en particular que el deudo haya dicho; es más, las cosas que no haya dicho también deberán ser registradas. El deudo debe tener la oportunidad de verbalizar toda la ansiedad de lo que está en su cabeza, hablar acerca de temas religiosos, acerca del temor al castigo, de los sentimientos dé culpa, del resentimiento y de la esperanza de expiación. Uno debe ser capaz de expresar, cuando sea el caso, una creencia en la vida eterna o una convicción de que después de la muerte no hay nada. Aunque la filosofía del deudo y sus creencias religiosas deban ser respetadas, es también importante que uno sea honesto si se le pregunta acerca de las propias ideas y creencias; esta es una pregunta que muestra que el profesional aprecia el punto de vista del deudo aunque éste no sea compartido.
(10) En el curso de estas entrevistas es necesario respetar los mecanismos de defensa, dejar al deudo que muestre sus sentimientos, ser un niño si lo desea, o estar agresivo. La negación con frecuencia es un modo efectivo de tratar un problema aparentemente insoluble; sólo cuando el deudo está utilizando sin éxito la negación debe el profesional intentar ser más franco. Si el deudo tiene éxito en la negación, no escuchará lo que se le dice o incluso se negará a mantener la conversación.
(11) El no tener una visión exacta del curso del duelo y, en consecuencia, de no poder acomodarse suficientemente a la situación y sentimientos del deudo, es un obstáculo con el que puede tropezarse el profesional poco experimentado o que demanda desde un principio el “tener todas las respuestas” sin antes conocer al propio deudo. Quien determina si un miembro del equipo actúa o no de forma responsable son las auténticas demandas del deudo al que ha de atender, y no el que asiste.

Si se han de tener en cuenta todas las demandas del deudo, es preciso que cada profesional involucrado en su cuidado reconozca los límites de su propio rol y los servicios alternativos de sus compañeros de asistencia. La necesidad de uno u otro miembro del equipo sanitario generalmente también es determinada por el propio deudo y/o su familia. Lo importante es estar siempre disponibles.

Finalmente es importante señalar que los análisis que han sido hechos, las bases que se han establecido y los requerimientos que se han descrito no deben ser considerados más que como informaciones indispensables, sin las cuales los cuidados a los deudos descansarían en malentendidos. El contenido mismo de los cuidados parte esencialmente de la investigación de los equipos asistenciales.

ELEMENTOS DE LA CONSULTORÍA
La valoración en duelo (consultoría) es un proceso de diagnóstico multidimensional destinado a cuantificar las capacidades y/o problemas o alteraciones relacionadas con las esferas de la realidad, sentido de la vida y personalidad de las personas en duelo, para conseguir un plan racional de tratamiento y seguimiento a largo plazo.

De lo anterior, cabe destacar como elementos de la consultoría:

1. Proceso de diagnóstico
2. Multidimensional
3. Destinado a
4. Cuantificar
5. Capacidades
6. Problemas
7. Alteraciones
8. Esfera de la realidad
9. Esfera del sentido de vida
10. Esfera de la personalidad
11. Para conseguir
12. Plan racional de tratamiento
13. Seguimiento a largo plazo

Proceso de diagnóstico
Proceso organizado y orientado a la obtención de datos subjetivos -provenientes de la anamnesis-  y datos objetivos -de la exploración social- que tiene como propósito la valoración conjunta de los resultados obtenidos con el fin de proceder a formular un diagnóstico. Es a través de este proceso que podemos identificar problemas que pueden prevenirse, resolverse o minimizarse mediante actividad interdependientes y multidisciplinarias.

Multidimensional
Implica la valoración de las tres esferas o dimensiones de intervención: realidad, sentido de vida y personalidad.

Destinado a
La consultoría en duelo está básicamente destinada y orientada al deudo como ser individual, autónomo e independiente, y al sujeto como ente familiar, social e interdependiente.

Cuantificar
El propósito de la consultoría no es describir o enumerar el número de incapacidades del deudo, sino más bien cuantificar sus potencialidades en todas las esferas o dimensiones, y a valorar el peso global de los obstáculos para conseguir el máximo de sus capacidades.

Capacidades
La valoración de las capacidades del deudo significa determinar todo aquello que el individuo todavía puede hacer desde sus dimensiones (lo que queda de ellas); con ello (una vez identificadas) conseguiremos fortalecer sus puntos débiles y potenciar sus puntos fuertes, logrando así maximizar sus habilidades.

Problemas
El proceso de identificación de los problemas del deudo no es de ningún modo diferente al realizado en otras poblaciones, la diferencia más importante reside en el impacto que determinados problemas que no afectan de forma trascendental a otro individuos si pueden hacerlo en los deudos. Por otra parte, existen problemas que se presentan con más frecuencia en esta población o se asocian a ella. Un factor muy importante a tener en cuenta -que no suele presentarse en otras situaciones clínicas de forma tan pronunciada- es la presencia de los estereotipos relacionados con el duelo (p.ej., no llore que no lo deja descansar).

Alteraciones
Debido a que el límite entre lo fisiológico y lo patológico es muy difícil de establecer, las alteraciones que se presentan en el deudo pueden llegar a ser muy difíciles de valorar.

Esfera de la realidad
Incluye la valoración de todos los aspectos relacionados con el efecto de la pérdida sobre la realidad, es decir, sobre las personas con que se vive, la rutina diaria, las conversaciones con otros, la forma de reaccionar a las cosas, los proyectos, ilusiones, etc.

Esfera del sentido de vida
Incluye la valoración, directa o indirecta, del efecto de la pérdida sobre todos los aspectos relacionados con el sentido de vida, es decir, sobre las personas con las que se convive, los sueños, planes, ilusiones, deseos, las actividades y conversaciones que se tenían con la persona fallecida, etc.

Esfera de la personalidad
Incluye la valoración de todos los aspectos relacionados con los efectos ocasionados sobre la personalidad como consecuencia de la pérdida. Incluye también la valoración de todos los aspectos relacionados con el sujeto como organismo social, que existe en un ambiente social y es aceptado por el mismo, de su proceso de adaptación y salud mental.

Para conseguir
Como todo proceso de diagnóstico, el objetivo último de la consultoría en duelo es conseguir situar al deudo en el nivel adecuado y documentar su mejoría (evaluación de resultados) con el paso del tiempo (mantenimiento de los objetivos).

Plan racional de tratamiento
Cada nivel de intervención y evaluación (realidad, sentido de vida y personalidad) debe proporcionar un plan racional de tratamiento acorde con las capacidades reales del deudo (recursos internos) y los servicios sociales comunitarios y el entorno familiar, es decir, los recursos externos.

Seguimiento a largo plazo
Cada nivel de evaluación (realidad, sentido de vida y personalidad) debe estar sujeto a un seguimiento a largo plazo como única medida de valorar el éxito de la intervención. Debido a que el equilibrio dinámico de las tres esferas o dimensiones es muy frágil, este seguimiento deberá ser acordado entre los elementos que componer la interfase profesional/paciente/familia/recursos externos comunitarios.

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Fuente: http://montedeoya.homestead.com/consulta.html

GRUPOS DE AYUDA MUTUA EN DUELO

GRUPOS DE AYUDA MUTUA EN DUELO
El Modelo Medellín

Los Grupos de Ayuda Mutua (GAM), también conocidos como grupos de apoyo, son reuniones estructuradas de personas que comparten un sentir común, una situación o experiencia de vida, y se caracterizan por la ausencia de jerarquías entre sus miembros. La ayuda más importante que pueden ofrecer es el compartir experiencias con otras personas que están en la misma situación (este es el fundamento de los grupos de ayuda mutua), y el grupo proporciona el medio para que estas reuniones se realicen. Aunque existen muchos tipos de grupos, y no existe un tipo necesariamente mejor que otro, lo importante sigue siendo que sean beneficiosos para aquellos que en él participan.

Las metas del grupo (objetivos iniciales) suelen ser simples: (1) permitir a las personas que han perdido seres queridos el reunirse periódicamente para darse apoyo mutuo; (2) ofrecer a los deudos la oportunidad de conocer a otras personas en su misma situación, que comparten sus sentimientos y experiencias; (3) proporcionar a los deudos la oportunidad de aprender más sobre el duelo, la aflicción y el luto. En la ayuda mutua se exponen testimonios centrados en el tema, evitando interpretaciones, consejos y controversias. Se comparten emociones e interrogantes con la finalidad de sanar el dolor y poder ayudar y ayudarse. El rasgo que más distingue a estos grupos es indudablemente la experiencia compartida, lo que posibilita el lenguaje común y la rápida comprensión de la problemática.

La coordinación de los mismos es ejercida por un facilitador con características especiales. Tienen ciertos preceptos básicos que deben respetarse para su normal funcionamiento y que configuran el sistema de creencias que es acorde a la finalidad de cada grupo. Son gratuitos para sus integrantes y se abastecen de la institución a la cual pertenecen. No se adhieren a ninguna organización gubernamental, partido político, creencia religiosa o cultural en particular, y nadie es excluido por sus adhesiones personales en estos temas siempre y cuando respete las normas del grupo. Se trata de grupos de ayuda mutua y no de terapia de grupo, por lo que serán diferentes a aquellos a quienes los reúne una adicción o una enfermedad: perder un ser querido no significa una patología ni una enfermedad psicológica.

Sus propósitos más importantes son la educación en duelo, el compartir estrategias de afrontamiento y el proporcionar apoyo a sus miembros de manera que les permita sobrellevar mejor la situación. De esta forma, obtienen alivio:

1. Al compartir sus sentimientos y experiencias.
2. Al aprender acerca del duelo la aflicción y el luto, ofreciéndole al individuo la oportunidad de hablar sobre los problemas que le afectan o las elecciones que tiene que hacer.
3. Al escuchar a otros que comparten los mismos sentimientos y experiencias.
4. Al ayudar a otros, compartiendo ideas, información y anécdotas y dándoles su apoyo.
5. Al ofrecer al deudo un descanso y una oportunidad de salir de casa.
6. Al fomentar en él el cuidado personal, salvaguardando así su salud y bienestar personal.
7. Al saber que no están solos.

El grupo da a las personas la oportunidad de compartir sus sentimientos, problemas, ideas, anécdotas e información importante con otros que están pasando por las mismas experiencias y que, quizás, vienen un poco detrás. Además, permite que los deudos se den cuenta de la importancia de cuidarse ellos mismos y de prestar atención a sus propias necesidades y proporciona la satisfacción de poder compartir y ayudar a otros. Los GAM surgen como una necesidad y no como una panacea. Las personas con problemas mentales o de salud previos son invitadas a buscar ayuda en un ámbito más apropiado (terapéutico) el apoyo necesario a su problemática.

Deberá quedar claro que el grupo no quita el dolor, no puede resolver todos los problemas del deudo, ni cuidarlo totalmente por la familia, ni remplazar al profesional en salud mental, si bien se aconseja siempre disponer de la alternativa de un grupo de duelo, además del grupo familiar. Por otra parte, puede no ser útil para todas las personas, pues algunos se sienten incómodos y más tristes al compartir sus sentimientos con otros, no obstante, se le señalará que las puertas del grupo permanecerán siempre abiertas para cuando lo desee y que es aconsejable que asistan al menos a dos o tres reuniones antes de decidir su no participación definitiva.

Las reglas básicas
Durante la reunión, el grupo debe ser capaz de acordar un cierto número de reglas básicas que serán señaladas desde el principio; desconocerlas impide participar, comprender o disfrutar del mismo. Las reglas les dará la confianza necesaria para permitirles compartir con más facilidad sus sentimientos y experiencias. Estas reglas son plásticas, fluidas y modificables, adecuándose a la necesidad de crecimiento grupal.

Así, el grupo deberá asegurarse que:

1. Todo lo que se diga y se discuta es confidencial.
2. Los miembros del grupo escuchen y brinden su apoyo a los demás sin criticar o juzgar.
3. Todos están reunidos para aprender y compartir y nadie tiene o ha tenido un ?duelo perfecto?.
4. Cada uno de los miembros sea respetado y que todos sean iguales dentro del grupo.
5. Cada miembro tenga la oportunidad de hablar si así lo desea (y que para hablar se levantará la mano); no es obligatorio hablar.
6. La situación individual de cada miembro sea respetada.
7. Que lo que puede ser adecuado para una persona es posible que no lo sea para otra.
8. Que el objetivo principal es compartir, aprender y darse apoyo mutuo.
9. Que las propias vivencias y sugerencias de los participantes pueden ir incorporando paulatinas modificaciones a las reglas básicas. Toda sugerencia de cambios en las reglas de funcionamiento será presentada por el facilitador para ser considerada y aceptada o rechazada por el consenso del grupo.

Los GAM-Modelo Medellín son grupos abiertos (pueden asistir cuantas veces lo deseen, ininterrumpida o interrumpidamente) y heterogéneos (personas en diferentes niveles de evolución en su duelo), muy testimoniales, profundos, intimistas y reflexivos, con gran entrega, interacción, confiabilidad y sentido de pertenencia; además, trabajan mucho en torno a una idea generando buenos resultados y una gran capacidad de síntesis. Es tal su sentido de pertenencia, que las deserciones son investigadas y analizadas, además, se anima (y utiliza) la constitución de una Red Telefónica Externa de Apoyo (RETEA) para que las funciones del grupo continúen a lo largo de la semana a través del teléfono o en encuentros externos.

Estructura
Durante la reunión, y para facilitar el desarrollo de la misma, es importante fijar un límite de tiempo para cada una de las partes de la reunión (encuadre, presentación, bienvenida, desarrollo, cierre); su duración suele ser de 120-140 minutos. Será el facilitador quien decidirá el orden y el tiempo dedicado a cada parte según las circunstancias. Si los hechos lo ameritan, la reunión puede girar en torno a, o mayoritariamente, un deudo muy angustiado o nuevo que desea hablar.

1. Encuadre
Bienvenida a todos los miembros, presentación de los objetivos del grupo y de las reglas básicas. El carácter abierto de estos grupos facilita la integración de los participantes, generando un espacio donde todos sin excepción tienen cabida, cualquiera sea su ideología y sistema de creencias. No obstante, no debe olvidarse que los miembros del grupo pueden ser de diferentes estratos sociales y con mayor o menor disposición a compartir información de carácter personal. Su recepción será amistosa y facilitándoles que se sientan bien acogidos y cómodos.

2. Presentación
Para el desarrollo y cumplimiento de los objetivos del grupo, es imprescindible el conocimiento de los miembros del mismo; por ello, la presentación incluye: nombre, a quién perdieron, fecha del fallecimiento (esto permite al grupo situarse en el dolor de cada uno de los integrantes, además de permitirle conocer si ese día en particular ?o en fecha próxima- es una fecha de aniversario), con quién asisten y las circunstancias relacionadas con su duelo que espontáneamente ellos quieran proporcionar. La persona puede tomarse el tiempo que en ese momento considere necesario, si bien queda a criterio del facilitador el tiempo exacto que éste emplee en su presentación (el facilitador le remitirá a un momento posterior de la reunión si es del caso). Si el duelo es reciente y el nuevo integrante necesita ser escuchado y contenido, la descarga o catarsis es facilitada si es su deseo (pues es beneficiosa y una paso imprescindible en el proceso de recuperación); el grupo tratará de que el nuevo integrante pueda expresar libremente sus sentimientos, con una actitud comprensiva y brindándole todo el tiempo que necesita a través de sucesivas reuniones y, si fuera necesario, apoyarle vía RETEA fuera del horario establecido para las reuniones. A estos integrantes no les importa, de momento, cómo funcionan los grupos de ayuda mutua, cuáles son los proyectos del mismo, ni la conveniencia de la utilización y el seguimiento del temario; sólo quieren expresar todo su dolor y tal vez toda su rabia, solicitando a cambio toda la comprensión y respetuosa serenidad del grupo. En estas circunstancias, más que las palabras, es importante el lenguaje corporal: un brazo sobre los hombros, un pañuelo de papel, un abrazo que se otorgue, suelen ser ofrecidos y, en general, bienvenidos. Este el primer paso hacia la tarea de ayudar a los demás: poder escucharlos e identificarse con su dolor.

3. Bienvenida
En este punto de la reunión, y una vez todos los miembros se han presentado (algunos de ellos muy conmovidos), el facilitador -como una forma de permitir un tiempo de reflexión y de darle la trascendencia que la situación amerita-, señala ?el invitado en común -el dolor de la pérdida- que a todos les une y reúne?, expresando algunas de las características generales de este difícil dolor y la utilidad de encontrar apoyo para el proceso del duelo. Una vez terminado, se anima a los integrantes del grupo que así lo deseen a ofrecer, con algunas palabras, su bienvenida a los miembros nuevos; algunos de ellos brevemente describen su paso por el grupo y de cómo les ha ayudado en su proceso de recuperación.

4. Desarrollo
Comienzo de las discusiones: podrá comenzarse la discusión hablando sobre un punto de una reunión anterior o sobre otro cualquiera que haya llamado la atención del grupo mientras transcurría la presentación (para ello el facilitador irá apuntando en un tablero los puntos que, por las respuestas del grupo o su trascendencia, ameriten tratar posteriormente); dependiendo del tema y su reacción, podrán extenderse sobre éste o sobre cualquier otro. Los temas a tratar pueden en verdad ser infinitos, si bien pueden estar matizados por las peculiaridades del grupo (grupo de padres que han perdido hijos, muerte perinatal, grupo de viudas y viudos, grupo de sobrevivientes de suicidio, grupo mixto, etc.). Debido a que los padres necesitan hablar de sus hijos, contar como eran, mostrar sus fotos y sus escritos, narrar las circunstancias del deceso y expresar sus emociones personales, el grupo se abre siempre a estas discusiones y cuenta, además, con una sección periódica y voluntaria conocida como ?el protagonista? para aquellos padres que quieran ampliar el relato sobre sus hijos; en ella, podrán utilizar el tiempo que deseen (30, 45, 60, 90 minutos) y los medios que consideren necesarios para presentar a sus hijos a los miembros del grupo.

Dentro de los posibles temas a tratar en la reunión, están:

1. Impacto de la muerte en su mundo.
2. Qué ayuda en los primeros días.
3. Cómo trabajar con un síntoma en particular.
4. Cómo ha respondido la familia y los amigos.
5. Impacto de la pérdida en la relación de la pareja y en la relación con los demás hijos.
6. Nivel de comunicación intrafamiliar.
7. Miedos y aprehensiones a partir de la pérdida.
8. Aspectos evolutivos del duelo: el fenómenos de la ?Montaña Rusa? y las oleadas de angustia aguda, las reacciones de aniversario, las fechas significativas (cumpleaños, navidad, día de la madre, etc.).
9. Síntomas físicos que acompañan el duelo: olvidos, distracciones, alteraciones de la memoria, etc.
10. Diferencia entre apego y amor.
11. Aspectos propios del proceso de recuperación.
12. Los rituales funerarios y las conmemoraciones.

Aquellos compañeros que por su ocupación o profesión manejan encuadres o técnicas terapéuticas que pueden ser útiles al grupo, podrán ser invitados para la realización de talleres fuera de las reuniones habituales para los miembros de los grupos  que deseen participar de ellos.

5. Cierre
Poco antes de terminar la reunión, el facilitador podrá pedirá a uno o varios miembros que den su opinión e impresiones sobre la reunión, o hacerlo él mismo. Se destacarán los puntos más importantes tratados durante la misma y se les invitará para la próxima la siguiente semana. Una vez terminada la reunión, y antes de que se marchen, el facilitador se entrevistará brevemente con los miembros nuevos y les preguntará si se sintieron cómodos, si tuvieron la oportunidad de decir lo que deseaban, si les pareció útil la reunión, si se sintieron bien acogidos, sus sugerencias para mejorar el grupo, temas que desearía que se discutieran, etc., según su disposición a seguir hablando.

Consideraciones sobre el facilitador de grupo
Al pretender actuar como un facilitador de grupo, el candidato deberá inicialmente ocuparse en adquirir capacitación, formación y entrenamiento adecuado, precisar y delimitar su función, conocer  sus propios límites y, en lo posible, evitar trabajar en soledad, debiendo por tanto formar parte de un equipo de trabajo. Es importante evitar el paternalismo (aunque los mismos integrantes reclamen esa protección) y, muy especialmente, el protagonismo: cuanto más desapercibido pase, mejor habrá sido su función de facilitador.

En estos grupos se escucharán relatos muy descarnados, dolorosos y conmovedores, y en algunos casos el facilitador podrá resentirse. Es normal: nadie es inmune al dolor del otro. Permita un espacio de tiempo para que todos asimilen lo sucedido y reinicie la discusión, señalando la importancia de lo acaecido.

La forma de optimizar el funcionamiento de estos grupos está íntimamente relacionada con las características del facilitador. Algunas sugerencias para los facilitadotes de grupo son:

1. Evitar el diálogo y la polémica pues cada relato es en sí mismo un aporte que se debe agradecer sin cuestionar.
2. Evite la dispersión en los testimonios; si uno de los miembros se aleja en su relato de la idea directriz, ayúdelo a retomarla.
3. Anime a que los relatos de los participantes pasen por su “sentir” y no por su “pensar”, que el qué hable pueda comprometerse con las emociones que surgen de su propio comentario.
4. Colabore con los que no pueden redondear o limitar su mensaje.
5. Deje que el grupo fluya libremente; no teorice ni imponga sus puntos de vista. Nadie participa en estos grupos para escuchar una clase teórica.
6. Contribuya a resolver contradicciones
7. Evitar en lo posible descalificaciones del mensaje del otro, autocontradicciones, cambios bruscos de tema, manierismos idiomáticos, interpretar literalmente una metáfora o metafóricamente un mensaje literal.
8. Aunque se debe animar el compartir estrategias, trate que en el grupo no se den muchos consejos, pues cada cual tomará espontáneamente lo que le sea útil a partir de los relatos que escuche.
9. De a los miembros del grupo todo el tiempo posible en sus relatos, no los interrumpa ni los corrija.
10. Anime a que otros miembros del grupo se acerquen al integrante que esté más afligido y le den una taza de café, un pañuelo de papel o un abrazo.
11. Permita que los integrantes propongan aquellas iniciativas que consideren que pueden ser útiles, no importa de lo que se trate.
12. Reflexionar con los integrantes acerca de la tarea que se esté tratando.
13. Evite que se converse mientras alguien está hablando.
14. Señale la comunicación confusa (por ejemplo, el uso de verbos y pronombres impersonales o la insistencia de reincidir en lo obvio).
15. Trate de preguntar, proporcionar información, confirmar o rectificar, sugerir temas, recapitular y sintetizar la tarea sin asumir un rol protagónico (cuanto más inadvertido haya pasado, mejor habrá coordinado).
16. Trate de ayudar a aquellos integrantes que no pueden o no se animan a hablar.
17. Tenga a mano un tablero si el grupo se pone silencioso; sugiera uno de los temas para que los participantes vuelquen sus vivencias al respecto.
18. Establezca un padrinazgo con los integrantes pues en principio sólo lo conocen a usted, sea un puente entre ellos y los demás miembros del grupo, responda a sus interrogantes, ofrézcales ayuda por teléfono y comuníquese con ellos hasta que puedan integrarse por sí mismos en el grupo.
19. Pregunte a un compañero (si dispone de él) su nivel de continencia grupal, claridad y síntesis en sus intervenciones, distribución del tiempo, mantenimiento del mensaje de esperanza y acompañamiento a lo largo de la reunión, manejo de las situaciones conflictivas que pudieron presentarse, comunicación no verbal, etc.

¿Cómo comenzar un grupo de auto-ayuda?
Antes de comenzar, asegúrese de que no existe otro grupo en su área; si no lo hay donde usted vive, considere los siguientes puntos:

1. ¿Tiene el tiempo suficiente para ello y la energía necesaria?
2. ¿Cuenta con el apoyo de su familia, amigos y compañeros?
3. ¿Puede hacer frente a las demandas adicionales originadas por el grupo?
4. ¿Está dispuesto a escuchar las tragedias, penas y dolores de otras personas?
5. ¿Conoce otros deudos con los que pueda hablar?
6. ¿Hay organizaciones locales o nacionales en atención al duelo que puedan colaborarle?
7. ¿Conoce algunos profesionales de la salud (médicos, psicólogos, trabajadores sociales, enfermeras, etc.) que puedan colaborarle y ayudarle a divulgar la existencia del grupo?
8. ¿Ha pensado en algún lugar donde realizar las reuniones?
9. ¿El grupo es sólo para brindar apoyo? ¿Es para proporcionar información? ¿Es una combinación de apoyo e información?

Antes de convocar y empezar la primera reunión, es importante determinar cuáles serán las metas del grupo; esto le ayudará a explicar sus ideas a otros y obtener su colaboración. Estos objetivos iniciales, que serán revisados por el grupo ya formado, pueden ser simples:

1. Permitir a los deudos que se reúnan periódicamente para darse apoyo mutuo.
2. Ofrecer a los deudos la oportunidad de conocer a otras personas en su misma situación, que comparten sus sentimientos y experiencias.
3. Proporcionar a los deudos la oportunidad de aprender más sobre el duelo, la aflicción y el luto.

Como no toda la gente estará interesada en el grupo, es importante publicar un anuncio en un lugar visible (o varios anuncios en diferentes lugares) o hablar con los medios locales (TV, radio, prensa local) para reclutar a aquellos que puedan estar interesados en formar parte del mismo. A veces no podrá contarse más que con anuncios hechos en el computador (con dirección, teléfono, hora de la reunión y persona de contacto) y pegados en las funerarias, parroquias, hospitales, centros de salud, farmacias, supermercados o similares.

Primera reunión
Inicialmente no se preocupe por el número de personas que asistan; lo más probable es que muchos no puedan volver a asistir a todas las reuniones y, generalmente, el total de personas asistentes disminuirá después de la primera reunión. No se desanime, con el tiempo su número incrementará. Si el grupo es muy grande, considere dividirlo. Al preparar la primera reunión, será importante organizar las sillas en círculo para crear un ambiente amistoso y disponer de una persona que se encargue de dar la bienvenida a los miembros a medida que estos llegan.

El lugar para realizar la reunión dependerá del número y tipo de personas con que inicialmente cuente; no obstante, será apropiado disponer de un lugar amplio, bien ventilado, cómodo, central y accesible. Consulte funerarias, parroquias, escuelas, centros comunitarios o religiosos y pregunte si tiene o no algún costo su utilización; es probable que entre sus amistades o las de sus amigos cuente con alguien que pueda facilitarle gratuitamente el espacio. El lugar elegido deberá ser siempre el mismo, de esta forma si alguien falta a una reunión, sabrá dónde tendrá lugar la siguiente.

Durante la primera reunión también se establecerá la periodicidad de las mismas, el día y la hora de realización. Todo dependerá de la conveniencia del grupo. Un problema puede ser encontrar la hora oportuna y conveniente para todos; si los miembros intercambian sus números de teléfono, cuando falten a una reunión siempre tendrán un medio de mantenerse en contacto con los demás. La hora elegida será la que el consenso decida.

Aunque todo GAM debe ser gratuito, se puede optar por dar una mínima cuota para los refrescos y las fotocopias que sean necesarias; de esta forma los gastos no recaerán sobre una o dos personas (sólo en el caso de que el grupo no pertenezca a una institución).

Finalmente, una de las decisiones más importantes para constituir un GAM efectivo es la elección del facilitador para el grupo. Su papel es vital para el éxito del mismo. Pregunte entre los miembros del grupo si existe alguien que se sienta cómodo hablando en público y que reúna al menos las siguientes cualidades:

1. Capaz de estimular la participación de los miembros, asegurándose que todos aquellos que así lo desean tengan la oportunidad de participar activamente.
2. Capaz de escuchar sin juzgar.
3. Comprometido en asegurar que las normas acordadas sean respetadas.
4. Capaz de compartir información acerca del duelo, la aflicción y el luto.
5. Capaz de identificar aquellos deudos que pueden necesitar más apoyo y asistencia de lo que el grupo es capaz de ofrecer.
6. Capaz de ceder en caso de que el grupo contravenga sus opiniones.
7. Capaz de compartir el liderazgo en caso de necesidad.

Fuente: http://montedeoya.homestead.com/grupos.html

COMO INFORMAR DE UNA MUERTE

COMO INFORMAR DE UNA MUERTE
El arte de transmitir malas noticias

No hay forma fácil de dar las nuevas noticias, y el personal asistencial recibe poca o nula instrucción en relación a como manejar tal situación. Usualmente es en la formación y con la experiencia cuando se aprende.

En el mundo asistencial (cualquiera que sea su ámbito), si uno le investiga para encontrar el ajuste donde los profesionales asistenciales parecen actuar menos como profesionales y los familiares menos como “familiares “, las ocasiones de anuncios de muertes parecen ofrecerse como una situación paradigmática; durante las conversaciones que se siguen a la declaración de la muerte, el interés porque las demostraciones de pena sean adecuadas, por la coherencia de los hechos, por el comportamiento social, por la información suministrada e intercambiada, compiten y prácticamente anulan la competencia de los intereses que gobiernan toda entrevista profesional. Mediante su breve intercambio de observaciones, el profesional asistencial y el familiar, relacionados en tanto que personas, neutralizan efectiva y momentáneamente el carácter radical discrepante de la perspectiva de cada uno con respecto al acontecimiento de la muerte. Cada uno, más allá del respeto por la posición del otro, relega temporalmente a la muerte a una importancia secundaria al acordar mantener un período de “charla social”.

Es decir, se trata fusionar dos labores de forma simultánea: la de ?profesional? con la de ?persona que acompaña a otra que acaba de enterarse de la pérdida de un ser querido?. Puede ser difícil llevar a cabo ambos roles, más difícil uno u otro, y no siempre resulta fácil renunciar al rol de ser ?profesional?.

A todos nos gusta dar buenas noticias y a casi nadie le gusta dar las malas, y los profesionales asistenciales no somos una excepción. De hecho, toda persona sufre cuando tiene que hacerlo. Por lo tanto, el profesional teme, igual que el familiar, las malas noticias, en parte por las mismas razones que éste y en parte a causa de ciertos aspectos de su formación profesional (?no hacer daño?) y de persona común y corriente (pensamiento mágico de ?dar la muerte? o ?concederla? por hablar de ella). Lamentablemente, en los tiempos que corren, los profesionales no reciben durante su etapa de formación en las facultades y escuelas universitarias ningún adiestramiento en este sentido. Nuestras facultades consideran cumplida su misión si logran hacer del estudiante un buen técnico.

Resulta casi inútil intentar encontrar en los libros de texto escritos sobre cualquier tipo de orientación, bien teórica o doctrinal, bien basada en la propia experiencia de sus autores (de nuestros catedráticos y profesores), que pueda servir como norma de conducta o como guía de referencia para transmitir las malas noticias en casos de muerte. Parece como si estos aspectos de nuestra relación con las personas en tanto personas, de nuestra comunicación con ellas, y no digamos de todo lo referente al tema de cómo plantearle una noticia de muerte, rebasan el campo de la propia profesión y quedan relegados a lo que, no siempre con el respeto debido, suele ser calificado como ?tarea para los humanistas? o, en el peor de los casos, ?para aquellos sin escrúpulos?. Se establece en la práctica una separación que sitúa en un campo lo técnico-científico y en el otro los valores humanos, sin apenas dejar margen para algún que otro solitario puente entre ambos. No siempre es fácil decir la verdad, y siempre es difícil, muy difícil comenzar a decir la verdad cuando nunca se ha dicho.

ES UN ACTO HUMANO, ÉTICO, PROFESIONAL Y LEGAL. POR ESTE ORDEN.
Aunque existan imperativos legales, nunca se debe olvidar que informar de una muerte es, antes que nada, un acto incuestionablemente humano. Que una persona, aunque sea un profesional, deba comunicar a un semejante sobre la muerte de un ser querido es a la fuerza un hecho tremendamente humano, y el profesional debe hacer gala, más que nunca, de una auténtica humanidad. Es el momento de mayor grandeza del acto asistencial y también uno de los más difíciles. Debemos pues comprender que la comunicación es una ciencia que no se debe improvisar y que el profesional debe tener buenos conocimientos sobre la comunicación y todas sus formas de expresión.

LA COMUNICACIÓN
La comunicación es una herramienta terapéutica esencial que da acceso al principio de autonomía, al consentimiento informado, a la confianza mutua, a la seguridad y a la información que necesitan las personas para ser ayudados y ayudarse a sí mismos, así como para el desarrollo de las consecuencia que la información lleva consigo. También permite la imprescindible coordinación entre la institución, el equipo cuidador y la familia. Una buena comunicación entre la institución y las familias reduce ostensiblemente el estrés generado en la actividad diaria. Una familia con accesibilidad fácil a la información de lo que está sucediendo es más eficaz con ella misma y crea menos problemas.

Comunicar es hacer partícipe o transmitir a otra persona algo que se TIENE: información, sentimientos, pensamientos o ideas. Lo que no se tiene, no se puede transmitir.

Los objetivos más importantes de la comunicación son informar, orientar y apoyar, y sus componentes son:

Componente: a) Mensaje
Significado: Algo que transmitir
Ejemplo: Una muerte
¿Quién?: Un policía, un familiar

Componente: b) Emisor
Significado: Alguien que lo transmita
Ejemplo: ERC (*)
¿Quién?: Un psicólogo/a, otros

Componente: c) Receptor
Significado: Alguien que lo reciba
Ejemplo: Familiar
¿Quién?: Esposa/o, madre, padre, Hijo/a, hermano/a, amigo/a

Componente: d) Código
Significado: Lenguaje
Ejemplo: Castellano
¿Quién?: Analfabeta, escolarizado, discapacidad mental o física

Componente: e) Canal
Significado: Oral, escrito, telefónico, no verbal
Ejemplo: Oral/telefónico
¿Quién?: Estado de ánimo, edad

(*) ERC: Miembro del Equipo de Respuesta a Crisis
El Mensaje: las malas noticias
Las ?malas noticias? son aquellas que alteran las expectativas de futuro de las personas. El grado de ?maldad? viene definido por la distancia que separa las expectativas de futuro de la realidad de la situación. Las malas noticias nunca suenan bien.

Es difícil buscar una definición que refleje todas las situaciones y dimensiones que pueden implicar las malas noticias. En general, el personal asistencial tiende a dar importancia a lo que es importante para él, mientras no se la da a lo que él considera banal. No obstante, parece lógico que quien debe decidir si una información determinada es o no una mala noticia debe ser la persona sobre quien recae el problema, la persona a la que afecta esa información. Este argumento lleno de sentido común en el terreno de lo teórico es frecuentemente olvidado en nuestra práctica.

La mayoría de los autores parecen aceptar la definición de una mala noticia como aquella que afecta negativamente a las expectativas de la persona, bien por ser ella la directamente afectada por la situación de muerte o por ser alguna persona de su entorno la afectada, por ejemplo, los padres de un joven fallecido de forma inesperada y a quienes tenemos que informar del hecho.

¿Por qué nos preocupa cómo dar malas noticias?

1. Por falta de formación: no nos han formado en el área de la comunicación. Las facultades y academias contemplan el binomio salud-enfermedad desde una perspectiva totalmente biológica, desatendiendo la formación en habilidades de comunicación.
2. Por las consecuencias y las perspectivas: el ser poco hábiles dando malas noticias puede generar un sufrimiento añadido innecesario en la persona que recibe la mala noticia y un deterioro en la relación personal e institucional posterior. Saber manejar las malas noticias puede disminuir el impacto emocional en el momento de ser informado, permitiendo ir asimilando la nueva realidad poco a poco y afianzando la relación personal asistencial-familia. Además, un buen manejo disminuye nuestro nivel de ansiedad como profesionales en situaciones que, generalmente, son difíciles, aumentando de esta forma nuestro nivel de satisfacción.
3. Por imperativo profesional y humano: como se ha señalado, muchas veces tememos dar las malas noticias a causa de ciertos aspectos de la formación profesional (?no hacer daño?, quedar como ?verdugos?) y de persona común y corriente (pensamiento mágico de ?dar la muerte? o ?concederla? por hablar de ella).
4. Por temor a las nuevas demandas: El que transmite la información tiene que hacer frente a las nuevas demandas: intervención en crisis, apoyo psicoemocional permanente, recepción de angustias y agresiones, solicitud de protección y no abandono, conocimientos de la fase aguda del duelo, etc.

El emisor: el profesional
Habitualmente las personas elaboran una escueta historia de los hechos que desencadenaron la muerte, no importa en que medida su limitado conocimiento del muerto pueda restringir el grado de posibilidades, en un intento de reducir parte del shock que causan las muertes repentinas (no olvidemos el carácter de subitaneidad de la muerte) y en lograr un mejor entendimiento de las noticias por parte de los familiares. Por otra parte, también se pretende dar origen a algunos significados mediante los cuales el acontecimiento puede ubicarse en una secuencia de sucesos naturales o accidentales, o como consecuencia de la propia profesión, esto es, la muerte como fenómeno inherente al oficio o quehacer.

Debemos darnos cuenta de que la cuestión de la transmisión de las malas noticias no es un asunto de principios y dogmas, sino un problema de comunicación, en el cual nunca se ve afectada una sola de las partes (el familiar), sino también la otra (el profesional). La cuestión que debe plantearse no es sólo la de saber si el familiar puede soportar la verdad, sino también la de saber si el profesional, el familiar o cualquier otro asistente la soportan.

Nadie puede decir si esta solución es la buena ni tan solo si esta es mejor que otra, pues no podemos evitar que el familiar se entristezca: la tristeza es una respuesta normal y adaptativa a los eventos dolorosos de la vida. La cuestión importante es el impacto de esta elección sobre la relación entre el familiar y nosotros. Debemos saber que encausamos un tipo de relación diferente, tanto en un caso como en otro. Se trata de saber en que medida podemos contar con nosotros mismos y con el familiar para que la comunicación sea estorbada lo menos posible y que la relación pueda continuar.

El receptor (el familiar)
Debido a que muchas reacciones a la noticia son posibles, el ERC debe reconocer que cada persona reacciona de forma diferente y que es útil tener algún plan de acción en mente para permitir mayor variación y libertad de estas respuestas.

Las malas noticias son experimentadas como una serie de crisis psicosociales predecibles o fases que ocurren en relación a las preocupaciones existenciales asociadas con diferentes períodos después de la comunicación; sólo pronunciar la palabra “muerte” conlleva una fuerte carga emocional. Además, el “morir” está asociado culturalmente a fenómenos ajenos a nuestro control: violencia externa, castigo por malas acciones, malos pensamientos, etc. Finalmente, las creencias generalizadas respecto a ciertas profesiones (p.e.j., policía, militar, CTI, etc.) y la mala información influyen también en la reacción tanto social como del familiar.

Aunque la reacción varía de familiar a familiar, y aún en los mismos individuos existe un patrón de reacción dinámico  dependiendo de una gran variedad de variables  , un individuo dado, sin embargo, tiende a exhibir tendencias consistentes de reacción aún a través de diferentes detalles de tiempo en tiempo. Las mismas tendencias generales están presentes en todos los individuos pero la forma específica y la intensidad varían de acuerdo a tres patrones específicos: la herencia, el medio ambiente y las circunstancias.

Algunas de las variables señaladas como matizadoras de la reacción a una mala noticia son:

(1) Historia familiar y ambiente socio familiar.
(2) Edad, sexo y estado civil.
(3) Conocimiento, actitudes, creencias y percepción de la muerte y de susconsecuencias.
(4) Reacción del entorno socio-familiar del familiar.
(5) Percepción del miembro del ERC y del propio ERC, y tipo de relación mantenida con éste.
(6) Personalidad y estrategias de afrontamiento (mecanismos de defensa del yo, modo de funcionamiento en distintos roles, sistema de relaciones personales e interpersonales, nivel de optimismo en relación a la enfermedad y auto-evaluación en relación a su futuro).
(7) Antecedentes personales psiquiátricos, incluyendo abuso de alcohol o drogas.
(8) Características de la muerte.
(9) Grado de religiosidad y nivel socioeconómico.
(10) El “cómo” y el “por quién” es presentada la realidad.

Los primeros estudios sobre las reacciones a una mala noticia resaltaron el violento efecto transformador sobre la personalidad cuando el individuo busca integrar la idea de la muerte, usando sus mecanismos de defensa para evitar ser apabullado. Además, señalaron la necesidad de considerar una causa, de procesar la información y el tratar con el impacto sobre las relaciones como tipos de reacción consistentes y comunes a los individuos.

Sabemos que el sentido de dominio es favorecido al encontrar una causa racional a la muerte misma. Así, una de las respuestas típicas y adaptativas a estos hechos amenazantes es la búsqueda de un significado de lo sucedido. La noticia de la muerte trastorna completamente el sistema de relaciones:

(1) el resultado de la misma es desconocido y, consecuentemente, el individuo es enfrentado con el problema de un reajuste alternativo a varias posibilidades;
(2) es forzado a intentar adaptarse en un tiempo en que su “energía adaptativa” está ocupada con las consecuencias de la muerte ensu propio mundo;
(3) tiene que integrar dentro de su contexto una relación central con un extraño o una serie de extraños que mantienen su vida afectiva en sus manos. El familiar es entonces empujado a una relación repentina y decisivamente dependiente, a un grado que es proporcional a la gravedad de los síntomas o al conocimiento de la gravedad de lols hechos.

El período que coincide con la reacción a la mala noticia es descrito como el de una “fiebre o inflamación psíquica” (“aprieto existencial”, “impacto emocional agudo”), similar a una respuesta febril, pasajera y que no deja repercusiones graves en los individuos psicológicamente saludables. Esta respuesta se caracteriza por la presencia de un malestar agudo, de un trastorno emocional transitorio, el familiar usa la negación de forma temporal y se enfrenta activamente con el estrés. También se reconocen ciertos niveles de emoción y ansiedad como “normales” en esta situación clínica. Es un tiempo en que las demandas emocionales sobre el individuo exceden su capacidad de respuesta, resultando en una excitación psicológica y fisiológica (estrés). Es un tipo de respuesta ante una situación profundamente perturbadora, que orgánica y psíquicamente es sentida como peligrosa, y que biológicamente es la respuesta ante la pérdida.

Se le describe como un cuadro agudo (?fase aguda del duelo?, ?estado de shock emocional?), de mayor o menor intensidad, y con una expresión clínica variable que suele reunir algunos de los siguientes síntomas: shock inicial, aturdimiento, pensamientos negativos sobre el futuro, desesperanza, revisión negativista o pesimista de la vida, fantasías de suicidio, culpas, anorexia, sensación subjetiva de “tensión”, respuestas explosivas como pérdida de control, dificultades de concentración, incapacidad transitoria para el mantenimiento de las actividades de la vida diaria, imposibilidad para descansar, disforia, ansiedad y depresión; también se han descrito como parte de este cuadro clínico, la agitación psicomotriz, diarreas, palpitaciones, insomnio, llantos inexplicables, desinterés, sensación de haber sido sobrepasado por las circunstancias, impotencia, incertidumbre e irritabilidad.

Minimizar la naturaleza angustiante de los hechos, junto a un grado de negación mayor o menor, y simultáneamente con la presencia de una cierta esperanza (expresada en tópicos como ?voy a ser capaza de superarlo?), son mecanismos de defensa transitorios y útiles contra la ansiedad apabullante que permiten a la persona escuchar las “noticias” más gradualmente. Si esto no interfiere con su mundo, se le debe dejar un espacio de tiempo al familiar para que pueda adaptarse e incorporarse a un plan constructivo de acción, para expresar y confrontar sus miedos y para evaluar cómo esa experiencia afectará diversas esferas de su existencia.

Es importante resaltar que la reacción inicial de aturdimiento es natural, y que el shock puede, de alguna manera, proteger al familiar, dándole el tiempo necesario para un ajuste apropiado. La adaptación a largo plazo puede tardar meses o no darse, según sea el curso del duelo.

Las personas que han sido profundamente religiosas antes de la comunicación de las malas noticas, usualmente encuentran gran consuelo “poniendo las cosas en manos de Dios”, usado su religión y sus creencias como la estrategia de afrontamiento más importante. Aquellos que poseen fuertes creencias espirituales a menudo se muestran más calmados, en principio aceptan más la muerte, confían más en el confort de su sistema de creencias y en el apoyo de sus comunidades religiosas; para otros, una fe tibia o “el descuido de su deberes religiosos” hacen que, tras la comunicación, adquieran las mismas características que en el grupo anterior. Las personas que no tienen una orientación religiosa convencional, usualmente confían en su aproximación personal de la vida y la muerte. En todo caso, estos individuos puede beneficiarse de la discusión de sus creencias con los miembros del equipo  quiénes les animen a explorar sus pensamientos acerca de las preocupaciones existenciales  cuando ellos buscan una perspectiva desde la cual apreciar esta grave amenaza a su vida y su mundo.

El “estar de duelo” es sólo una parte del problema. El familiar debe enfrentarse a todo lo relacionado directa o indirectamente con la muerte: comunicación de las malas notiacias a otros, incluidos niños, cómo sobrevivir sin la otra persona, problemas económicos, miedo, rabia, sentimientos de culpa, reducción de la propia autonomía, etc.

Se identifican tres grandes variables que influyen en el proceso adaptativo del familiar a la muerte de su ser querido:

1. Información
Es decir, educación en duelo: qué es el duelo, cómo se presenta, qué me puede pasar, qué puedo hacer, qué pueden hacer otros por mi, etc.). Es importante recordar que una situación será tanto más angustiante cuanto más se la desconozca. Se trata de la primera de las tareas del duelo.
2. Compañía
El entorno familiar y social inmediato como interlocutores del dolor, que conozcan tanto del duelo como el mismo familiar afectado, llenos de paciencia y que sepan cómo acompañarle y escucharle.
3. Conversación
Una de las tareas más importantes es el hablar del ser querido, del dolor, de lo que le acompaña, de las angustias, del colapso del futuro, de la rabia y de la desesperación.

El reconocimiento de dónde está el familiar física, social y psicológicamente es especialmente útil en interpretar el impacto emocional de la muerte, y más útil aún al permitir anticipar problemas y planear soluciones apropiadas.

Las actitudes sociales y las creencias culturales acerca de la muerte no sólo afectan la forma en que nosotros tratamos al familiar, sino también a cómo los familiares se ven a ellos mismos, a su dolor y tragedia, y a su futuro. Los deudos ocasionalmente sufren de aislamiento social y a veces es “temido” por familiares y amigos, preocupados frecuentemente en no decir cosas inoportunas o hacer preguntas “inapropiadas”. Los sentimientos de rabia, negación, miedo y angustia pueden dominar el clima afectivo del entorno que le rodea.

En relación con el aspecto psicológico individual, destacan tres variables que afectan de forma dramática el proceso adaptativo del familiar al hecho de la muerte:

a) Ubicación en el ciclo vital:
Esto es, dónde la persona está con respecto a sus objetivos o tareas vitales, sociales, personales y biológicas cuando la muerte ocurre.
b) Estilo personal de afrontamiento:
Esto es, cómo el individuo “lleva” su duelo a través de los recursos previos de su personalidad, experiencias traumáticas anteriores, pérdidas anteriore, estrategias de afrontamiento y mecanismos de defensa empleados; en este también se incluyen los valores y creencias (culturales y religiosas internalizadas) como moduladores del ajuste psicosocial a la pérdida. El estilo de afrontamiento también se refiere a la resistencia relativa y a la forma característica en la cual el deudo responde a situaciones estresantes; las estrategias de afrontamiento son los patrones que emergen como resultado de los estilos de afrontamiento del individuo y representan conductas, cognisciones y percepciones empleadas en mantener el equilibrio de cara a la muerte acaecida. En situaciones de grave peligro – como un duelo – hay un cambio hacia tendencias o esfuerzos de dominio de la situación más primitivos, rígidos, reflexivos y menos realistas. Las estrategias establecidas o aprendidas en la juventud es más probable que emergan primero en situaciones de duelo futuro. Esto es, el individuo tiende a enfrentarse a una nueva situación de estrés con estrategias de afrontamiento previamente usadas y que resultaron efectivas. No obstante, en la situación del duelo, y dada la dinámica de este proceso, el enfrentamiento con el fracaso de estrategias previas que fueron efectivas en otro momento obliga al individuo a establecer nuevas estrategias a partir de recursos nuevos, en el menor de los casos propios, dado el agotamiento psicofísico del deudo, y mayormente de recursos provenientes de su entorno.
c) Recursos interpersonales:
Los recursos interpersonales son las estructuras sociales y otras personas que contribuyen al proceso de adaptación de las personas, esto es, otros familiares, amigos, vecinos, compañeros y grupos de personas y otros apoyos sociales que contribuyen al medio ambiente o entorno de la persona en duelo; constituye, por otra parte, la variable más fácil de abordar, más efectiva en lograr apoyo y la más económica. Durante el duelo el papel del apoyo social es trascendental; actúa como un “buffer” y reduce el impacto negativo de la pérdida, aumenta la moral, la autoestima, la capacidad de afrontamiento, el sentido de control, la capacidad de resolución de problemas y disminuye el estrés emocional. La naturaleza y cantidad de apoyo social disponible al deudo influyen de forma notable sobre su capacidad de afrontamiento; para examinar esta variable es preciso tener en cuenta sus cinco elementos constitutivos:

(1) Tipo: este puede ser exclusivamente informativo, afectivo emocional, físico financiero, aprecio valoración o pertenencia a grupo; su efectividad aumentaría en tanto y cuanto mayor sea el número de elementos simultáneos que intervengan, no obstante, la variabilidad puede, y en verdad lo es, notable; de cualquier forma, es necesario valorar periódicamente cuales de estos apoyos son requeridos según la situación del familiar en un momento determinado. Para algunos deudos el apoyo afectivo emocional puede ser el único requerido durante todo el proceso de duelo; lo importante es que exista una “puerta abierta” a cada uno de ellos.
(2) Fuente: proviene de cuatro grupos distintos: a) Familiares (cónyuge, compañero/a, otros familiares); b) Social (amigos, vecinos, compañeros, colegas); c) Comunitario (asistente especializado, grupo de ayuda mutua, grupos comunitarios y religiosos ), y d) Profesional (asistente social, profesionales de la salud). En este contexto cabe decir que el grupo menos desarrollado es el comunitario, siendo los familiares y, en ocasiones, el entorno social y menos frecuentemente el profesional, la principal fuente de apoyo y soporte para el deudo. Por otra parte, constituye el elemento con mayor potencial de crecimiento en la asistencia a estos familiares.
(3) Cantidad y disponibilidad: este elemento pretende determinar la variabilidad intrínseca y extrínseca del apoyo ofrecido al individuo, y tiene en cuenta los siguientes aspectos: busca, por un lado, explorar las relaciones más íntimas del deudo y, por otro, objetivar el posible “interlocutor elegido”; análisis de la red social: estabilidad, accesibilidad y reciprocidad del número de contactos directos y frecuencia de los mismos; valoración de las relaciones previas (igual a las actuales, menos/mayor que las anteriores al fallecimiento y pérdidas más significativas); disponibilidad: valora la accesibilidad del recurso y la disposición psicofísica del deudo a aceptarla a través de 6 ítems interrelacionados (imposibilidad para salir del hogar; imposibilidad para recibir visitas en casa; no busca ayuda aunque conoce las fuentes o recursos; no conoce las fuentes aunque le gustaría conocerlas; no le interesa conocerlas por ahora; no quiere/ desea ayuda externa ). En su conjunto, este elemento pretende explorar el grado de aislamiento social y afectivo del deudo y las repercusiones sobre éste y sobre el entorno mismo.
(4) Calidad: consiste en valorar el carácter del mismo, su situación temporal y su cantidad. Su valoración permite orientar, reforzar o motivar, y modificar la calidad del apoyo ofrecido al deudo durante el curso evolutivo del duelo.
(5) Necesidad percibida: este elemento permite una valoración más adecuada del apoyo ofrecido al deudo y su familia al confrontar las necesidades percibidas con las objetivadas por el observador y por la familia. En cuanto al deudo: éste no reconoce ninguna falta o carencia en la ayuda que se le da, está satisfecho con la misma; carencias reconocidas por el deudo; déficit de apoyo o soporte reconocidos por el entrevistador. A su vez, valora los principales temores relacionados a este tipo de apoyo (temor de ser abandonado, de ser rechazado, de ser una carga para los demás). Finalmente, y dentro del marco de los recursos interpersonales, es fundamental valorar el “sitio o sitios fuentes de problema” en obtener y mantener un adecuado apoyo o soporte psicosocial. Para ello se hace necesaria una valoración del entorno emocional más inmediato del deudo (cónyuge, hijos, hermanos, padres, etc.), confrontando a su vez las percepciones tanto del proveedor del apoyo como del receptor (deudo principal). Así, valoramos en el proveedor del apoyo: disponibilidad física y emocional, consciencia de necesidad, interés en proporcionar la ayuda, capacidad para iniciar los esfuerzos de ayuda (consciencia de lo que es útil, habilidad, experiencia y flexibilidad), efectividad del respaldo (satisfacción, ayuda alternativa). Y en el receptor: estado de la relación previa, capacidad para pedir/buscar ayuda, valoración de la ayuda ofrecida, estado de la relación actual, evolución de la relación desde el inicio del duelo.

La calidad de vida y la adaptación del deudo a un punto determinado de su duelo representa así el balance entre los hechos circunstanciales y el efecto mitigante de las estrategias de afrontamiento personales e interpersonales; este balance es delicado y dinámicamente cambiante, pudiendo inclinarse a mejor o peor calidad de vida por los cambios en la circunstancias (crisis conciurrentes), alternativas del proceso adaptativo y apoyo del entorno.
Las personas que son psicológicamente estables, con una buena red de apoyo social y síntomas mínimos o bien controlados, tendrán pocas dificultades psicológicas graves en su ajuste a la pérdida y al proceso del duelo; por el contrario, en presencia de un duelo complicado, aún el individuo con buenos recursos psicológicos puede naturalmente encontrar difícil su adaptación al duelo y, por tanto, requerir la intervención del equipo asistencial. Cuando un individuo con pobres recursos, tanto psicológicos como sociales, se enfrenta a la pérdida de un ser querido, la posibilidad de trastornos psiquiátricos es muy alta y es probable que requiera una intervención psicosocial más agresiva. Tales deudos necesitan ser identificados precozmente, suministrándoles el apoyo necesario para reducir el riesgo de descompensación de su frágil equilibrio sociofamiliar.

El código: el lenguaje
Cómo manejamos el lenguaje y la información también depende de nuestras creencias. El tipo de creencias que tengamos sobre una situación particular determina cómo responderemos a ella. Por ejemplo, algunas culturas creen que un nacimiento es un acontecimiento feliz, así que lo celebran. Y creen que la muerte no es buena, así que están tristes en los funerales. Pero algunas culturas creen que la muerte es una transformación gloriosa, un acontecimiento que merece ser celebrado, así que están contentos en los funerales. Así, no es el acontecimiento, sino nuestras creencias respecto a él lo que determina cómo nos sentimos. Toda información especialmente las noticias malas y tristes esta en función de una serie específica de creencias.

Cualquiera que sea nuestra posición al respecto, al transmitir la información de una muerte estamos a punto de ver cómo se modifica sustancialmente la forma en que una persona responde a cualquier situación, cambiando simplemente la forma en que se da la información. El lenguaje utilizado también modifica nuestra percepción de cómo recordamos las cosas: la forma en que se formula una pregunta puede causar un impacto sustancial en cómo recordamos los detalles (por ejemplo, respecto a un accidente automovilístico, a quienes se preguntó a qué velocidad iba el carro cuando se estrelló contra el otro, hicieron estimaciones más altas que aquellos a quienes se preguntó a qué velocidad iba cuando golpeó al otro carro).

El canal: oral, escrito, telefónico, no verbal
En el momento de la comunicación es muy importante tener en cuenta que tanto como el 90% de la comunicación pude llegar a ser no verbal. Es primordial analizar e interpretar los flujos de comunicación que se manifiestan mediante las expresiones faciales, gestuales, posturales, contacto físico, tono de voz y dirección e intensidad de la mirada. Así, el lenguaje no verbal incluye: posición de pie o sentado a la hora de dar la información, lugar (un pasillo o una habitación privada), dirección de la mirada, atención y escucha, tiempo dedicado, actitud, contacto físico, contacto ocular, la expresión facial, los movimientos de la cabeza, postura y porte, proximidad y orientación, apariencia y aspecto físico. Por otra parte, la mayoría de los profesionales subestiman el poder del contacto físico como forma de comunicación. No puede valorarse en todo su contenido la importancia que para la familia tiene el sujetar su mano, el tocar su hombro, el permitir un espacio para sollozar.

Ciertamente no es correcto utilizar la verdad como un arma arrojadiza sin reparar en el daño que se puede hacer. Nos preguntamos si el familiar es capaz de encajar la verdad; podríamos más bien preguntarnos si somos capaces de mantener una relación con alguien que ha perdido un ser querido y está muy afligido, especialmente afectado por un dolor que no le podemos quitar. Debemos también reconocer que aceptando hablarle de este modo entramos con el familiar en una relación en la que estaremos implicados personalmente. Una relación en la que el familiar hablará eventualmente de su dolor, de su angustia y de su tristeza, de los muchos otros sentimientos que experimenta y de los problemas de todo orden que esto le conlleva. Una relación en la que formaremos lazos diferentes de los que sirven de soporte a los cuidados puramente técnicos.

Debido a que muchas reacciones a la información son posibles, es útil tener un plan de acción en mente para permitir mayor variación y libertad de respuesta. Diferentes niveles de información pueden tener consecuencias distintas para el bienestar psicológico de las personas; una situación ambigua genera angustia.

CÓMO SE DEBE INFORMAR
Cuando se trata de informar a los familiares de un suceso inesperado como una muerte violenta, accidental, una enfermedad grave súbita, etc. es aconsejable utilizar la técnica narrativa, es decir, narrar todo lo sucedido desde el inicio, por ejemplo, accidente, medidas de reanimación si las hubo, transporte, llegada al hospital, etc. La narración permite a los familiares ir adaptándose a la nueva realidad.

¿Cuáles son las palabras “adecuadas”? Cuatro puntos caracterizan una exposición abierta y apropiada de los hechos: (1) hacerlo tranquilamente; (2) de forma corta (tres frases o menos); (3) de forma que estimule un diálogo posterior, y (4) reasegurar la atención y el cuidado continuo. Quedarse de pie mientras se transmiten malas noticias es considerado por las personas como despiadado y expresivo de un deseo de irse o terminar lo más pronto posible.

Al hablar del cómo informar intentaremos que nuestro lenguaje verbal (lo que decimos), el paralenguaje (tono que utilizamos) y el lenguaje no verbal sean coherentes. Como hemos visto, la información la daremos usando frases cortas y vocabulario lo más neutro posible. Hay que asegurar la bidireccionalidad, es decir, facilitar que el deudo principal o su familiar pregunten todo lo que deseen, adaptando la información en cantidad y cualidad a las emociones del deudo. En estos casos la información es un proceso y no un monólogo duro del profesional asistencial.

El silencio es una herramienta de información y de terapia: es terapéutico cuando el deudo se conmueve, llora o se irrita. Un silencio empático mirándole a la cara, prestándole nuestra atención, es terapéutico porque sabe que puede contar con nosotros. Además, si no sabemos qué decir en una situación muy emotiva es mejor que callemos. Además, la persona conmovida por una noticia grave puede querer hablar o no. Debemos escuchar sus palabras y su silencio. Muchas veces el silencio da más información que la expresión verbal. En situaciones muy emotivas tenemos la tendencia a interrumpir, ofrecer soluciones e incluso trivializar las expresiones de la persona. Es mejor permitir el llanto y facilitar la expresión de la emoción. La escucha activa propicia una baja reactividad que significa no interrumpir, esperar a que el familiar acabe antes de empezar a hablar, e incluso, si la situación lo requiere mantener silencios ya comentados.

La comunicación acerca del desenlace mortal y su correspondiente toma de conciencia, resultará siempre muy dura; sentarse junto al familiar durante un período de tiempo prudencial es una parte esencial de este primer encuentro. Si la persona rehuye y rechaza con excesiva vehemencia la posibilidad del desenlace fatal, el profesional asistente le ha de conceder ese espacio, y ha de “dosificar” la comunicación en varios momentos; en caso de duda sobre lo que el familiar desea saber, responder a una pregunta con otra pregunta. Si no se está seguro de lo que se ha dicho al deudo, deberá preguntársele, ya que lo importante no es lo que se dice sino lo que es oído. El familiar mismo ha de saber a su vez si los que le rodean están al corriente o no de su situación. Después de pronunciar palabras como ?muerte?, ?asesinado? o “atropellado ” la persona puede no recordar nada de lo que se le diga después; a esto se le llama ?bloqueo post-información?: el familiar puede olvidar hasta el 40% de la información recibida y más si han sido malas noticias.

La integración emocional de este diálogo decisivo puede provocar durante las horas siguientes, y en los días sucesivos, reacciones bruscas. El asistente debe, en consecuencia, visitar o llamar más a menudo al familiar; una fase optimista en el sujeto, motivada por diversas circunstancias, pueden inducir a una distorsión de la realidad; el muy ansioso probablemente confunda, mal interprete o no entienda la información, requiriendo en ocasiones varias repeticiones de la misma; el deprimido quizá sólo “escuche” los aspectos más negativos de la información, etc. Al igual que el desarrollo del duelo es cambiante, el proceso de información al deudo es dinámico, como lo es el receptor.

Quien dice el diagnóstico es igualmente importante desde una perspectiva psicológica. Tradicionalmente era el médico, el cura, el jefe o un superior, el informador habitual: conocía al fallecido y a su familia, era de confianza y estaba en mejor posición de decir cómo, cuándo y qué debería ser dicho. Hoy día, parece que todos deseamos que el deudo se entere de lo que tiene sin tener necesidad de decírselo; en cualquier caso, la información de este tipo debe proporcionarla la persona más directamente responsable del fallecido. La persona en cuestión habrá de saber a que se compromete e informar a los demás sobre el hecho de haber entablado esa conversación con el familiar de forma que no se perjudique la relación de confianza entre el deudo y la institución responsable de su caso.

Idealmente, las noticias deberán ser transmitidas por personal asistencial del que la familia tenga referencia o al menos conozca. El profesional asistente debe conservar la ecuanimidad y evitar que su situación anímica influya en la valoración pronostica de su información; debe estar accesible, abordable y no dar la sensación de tener prisa o de estar muy ocupado. Por otro lado, la necesidad de congruencia en la información ofrecida es fundamental, tanto para el deudo principal como para su familia.

En el ámbito institucional, es importante llevar a la familia a un lugar tranquilo donde la expresión de las emociones no sea embarazoso: también suele ser útil tener a otro familiar presente en el momento de transmitir la información (aflicción compartida); después de que la respuesta inicial ha disminuido, y si es posible, es importante que a la familia se le ofrezca la oportunidad de estar a solas con el cuerpo del fallecido: esto puede ser confortante y refuerza la realidad. Posteriormente la discusión deberá responder a cuestiones clínicas.

Si estamos en consulta, el espacio dispondrá como mínimo de tres sillas: 2 para los familiares y una para el profesional. Si estamos en el domicilio del deudo, convendría un lugar más o menos tranquilo. A ser posible, informar personalmente y evitar el teléfono porque no podemos prever la respuesta emocional ni modular la información según esta respuesta.

Propiciar que el familiar esté acompañado cuando le vayamos a informar o esperar con él hasta que llegue algún otro familiar si hemos tenido que informarle estando solo. También es importante evitar las horas nocturnas para dar la información. Tener en cuenta determinadas circunstancias personales y familiares del deudo si así ellos lo expresan o demandan. Es muy importante tener en cuenta la edad del familiar, intentando siempre ser veraces en lo que decimos y adecuando el leguaje a su comprensión y edad.

Una completa y clara explicación de las circunstancias que rodearon y condujeron a la muerte suele ser ya, de formas más tranquila, retomada y repetida. Las respuestas abiertas y la discusión de las preguntas permiten al deudo entender intelectualmente las circunstancias que condujeron a la misma o podrán aliviar o resolver interpretaciones erróneas de responsabilidad personal.

La reacción inmediata es usualmente la de un “shock”, e incredulidad, aun cuando se hubiese dado un período de aflicción anticipatoria, reflejando la fase inicial del duelo; el rango de emociones varía desde el estoico y no emotivo al histérico. Ocasionalmente ocurren respuestas patológicas; ellas son generalmente pasajeras, pero algunas pueden llegar a ser extremas y requerir intervención (p.ej., farmacológica) para proporcionar confort y seguridad. El patetismo del momento con frecuencia complica la capacidad para manejar la situación rápidamente; además, problemas psiquiátricos previos pueden verse exacerbados en esos momentos y resultar en una amenaza al propio sujeto o a otros. Adquirir una verdad existencial tarda un tiempo en incorporarse, y anunciar la muerte no es cosa racional.

Con el anuncio de muerte y la creación del “status” de deudo, sin embargo, la familia goza del derecho temporal de suspender su interés por los requerimientos normalmente forzosos de la conducta, la atención, la amabilidad, la deferencia y el respeto por el entorno. Una compostura apropiada sólo suele exigirse a los familiares más lejanos, amigos o conocidos; si el entorno es apropiado, pueden desbordarse sin miedo a ser sancionados, teniendo el derecho de esperar que otros respeten su posición.

Transmitir las noticias de la muerte es también para el doliente inmediato anunciar su propio estado de duelo, y al hacerlo puede obligar a otros a asumir una expresión de simpatía sin dejar que esta surja de forma natural; no sólo se fuerza una expresión de condolencia al transmitir las noticias, sino que también suele apreciarse una disminución del propio dolor por la pérdida.

Finalmente, recuerde que no existe una fórmula. Por este motivo se dice que transmitir malas noticias es un arte. Existen tantas formas de dar malas noticias, como personas y deudos. No hay una forma “justa” o una forma “equivocada” para hacerlo. Ningún profesional con sentido común usaría la misma técnica para todos los deudos. Los familiares sobrevivientes son demasiado distintos para ser tratados así. Su experiencia profesional, su conocimiento de técnicas de comunicación, su bagaje cultural y su estatura humana, serán las únicas herramientas de que dispondrá el profesional para poder enfrentarse a tan delicada tarea.

En este mismo contexto, y aunque no existe ninguna preferencia por el orden, en las conversaciones después del anuncio de muerte se recogen los siguientes temas:

1. El tema de la causa se incluye como tal aun cuando las referencias a las circunstancias que condujeron a la muerte hayan sido previamente explicadas. Tiene, por otra parte, el propósito de reforzar la realidad.
2. El tema del dolor. El interés acerca de si el muerto sintió dolor antes de fallecer es una preocupación común a toda muerte; aun cuando la familia pueda de hecho saber que la muerte fue dolorosa, hace sin embargo la pregunta y se va sin discutir la respuesta habitual del profesional asistencial.
3. El tema de la evitabilidad. El tema de la posible prevención y evitabilidad de la muerte es frecuente en casos de muertes súbitas, y deberá dedicarse tiempo a su discusión.
Reflexiones al Informar

(1) Busque un lugar tranquilo (sala privada, cómoda y tranquila, evite elementos distractores e interrupciones, cierre puertas y ventanas)
(2) No existe una fórmula
(3) Espere a que pregunten
(4) No discutir la negación (formas de negación: racionalización, desplazamiento, eufemismo, minimización, autoinculpación)
(5) Aceptar ambivalencias
(6) Simplicidad y sin palabras rebuscadas
(7) No establecer límites ni plazos
(8) Hacerlo gradualmente
(9) Sea receptivo
(10) Extreme la delicadeza
(11) Evitar paternalismo y excesiva emoción
(12) No diga nada que no sea verdad
(13) No presuponer lo que les da angustia
(14) Tómese su tiempo
(15) Cuide el lenguaje no verbal
(16) Esté atento a la solicitud de información
COMUNICACIÓN DE LAS MALAS NOTICIAS EN LA INFANCIA
Cuando muere un ser querido, ni los padres, otros familiares o amigos saben por lo general qué decir o hacer para que los niños comprendan lo que ha ocurrido. No obstante, de todos se obtienen sugerencias, muchas de ellas incongruentes o contradictorias unas con otras, dejándolo a uno más confundido, sin saber qué hacer o decir, la más de las veces optando por la que mejor nos parece en ese momento o por la sugerida por aquella persona en la que más confiamos.

Cinco preguntas, que tienen una relación directa con la comunicación de las malas noticias, deben ser manejadas para una comunicación apropiada de la muerte y las malas noticias a los niños:

1. ¿Cómo puedo comunicar a los niños la muerte acaecida?
2. ¿Cómo se les puede explicar qué es la muerte?
3. ¿Qué puedo decir cuando pregunten por qué?
4. ¿Se debe ocultar la pena a los niños?
5. ¿Hay algo que no se les deba decir?

¿Cómo puedo comunicar a los niños la muerte acaecida?
A la hora de comunicar la muerte de un ser querido a los niños, es importante que tenga en cuenta las características que debe reunir cualquier tipo de comunicación relacionada con la muerte:

1. Hacerlo con serenidad, dulzura y afecto.
2. Usar palabras sencillas.
3. Dedicar todo el tiempo que el niño requiera para esta comunicación y para asimilar sus consecuencias según sus directrices.
4. Estar dispuesto a repetir muchas veces lo mismo.
5. No añadir preguntas o comentarios que no se han hecho.

Siéntese con ellos en un lugar tranquilo, abrácelos (si se lo permiten) y explíqueles, en pocas palabras, cómo ha muerto el ser querido. Recuerde que los múltiples ?muy? ayudan a los niños a distinguir la muerte del ser querido de otras condiciones. Los eufemismos ?palabras que suavizan la realidad- del tipo ?pérdida?, ?se fue?, ?se lo han llevado?, ?ha desaparecido?, ?ha emprendido un largo viaje?, ?a pasado a mejor vida?, ?está con el Señor? es mejor evitarlos pues estimulan los miedos que tienen los niños a ser abandonados y crean ansiedad y más confusión.

¿Cómo se les puede explicar qué es la muerte?
Ante la pregunta ?¿qué significa o qué quiere decir muerto??, explíqueles de nuevo, con palabras sencillas y sinceras, y recordando que los niños piensan de forma muy concreta y tienden a interpretar las cosas literalmente, que ?muerto? significa que: ?El cuerpo se ha detenido del todo?, ?El cuerpo ha dejado de funcionar?, ?El cuerpo ya no puede hacer nada de lo que antes hacía?, ?El cuerpo ya no puede sentir dolor, caminar, respirar, comer, dormir, hablar, oír o  sentir frío o calor?, ?El cuerpo ya no sentirá nada nunca más?.

De igual forma, al explicar la muerte a los niños es importante que esta explicación se de en términos sencillos y reales, sin mentiras o invenciones. No dude en usar las palabras “muerto” y “muerte”; así, por ejemplo, siéntese con el niño, abrácelo y dígale: “Cariño, ha ocurrido algo muy triste. Tu papá ha muerto en un accidente; un carro lo golpeó y su cuerpo dejó de funcionar. Nadie tiene la culpa de que haya muerto. Lo vamos ha extrañar mucho porque lo queríamos, y él nos quería a nosotros”.

¿Qué puedo decir cuando pregunten por qué?
Ante esta pregunta, es bueno admitir que usted también se ha preguntado lo mismo. Si no sabe la respuesta, dígaselo. Dígale que, según sus creencias personales, todos los seres de la tierra han de morir algún día, que la muerte le ocurre a todo el mundo, que hay cosas que podemos controlar y otras que no, y que la muerte es una de las que no podemos controlar. Es muy importante hacer énfasis en que nada de lo que ellos hayan dicho, hecho o pensado ha causado la muerte del ser querido.

¿Se debe ocultar la pena a los niños?
Llorar delante de los niños es apropiado, normal y saludable, pues les estás enseñando que es bueno llorar y compartir el llanto, que con el llanto uno transmite su situación de dolor y la necesidad de ayuda y apoyo, y que llorar es la válvula natural para descargar el dolor y la angustia.

Si no lloramos delante de los niños, si fingimos no inmutarnos y negar nuestros sentimientos (?yo no lloro delante de mis hijos para no angustiarlos…?), les estaríamos enseñando que se deben ocultar para llorar, que deben arreglárselas solos, que deben hacer/aprender otras cosas para transmitir su dolor y angustia y que llorar es signo de debilidad. Si como adultos exteriorizamos nuestro dolor delante de los niños, los niños verán que es normal afligirse y, en ocasiones, esto les dará la oportunidad de expresarse ellos mismos.

Resulta casi imposible ocultar por completo los sentimientos a los niños ya que, no solo los niños son muy perspicaces y observadores, y si algo va mal, normalmente lo perciben, sino que la comunicación infraverbal (todo lo que acompaña a, excede o implica un mensaje), integrada por gestos, actitudes, silencios, acciones, presencias, ausencias, cambios en el tono de la voz, rechazos, negativas a una explicación coherente, incoherencias entre lo explicado y lo aconsejado, etc., encuentran al niño más indefenso y receptivo, y por ello empeora su estado de ánimo y estimula sus fantasías, sin olvidar que, a veces, las fantasías suelen ser más terribles que la cruda realidad.

En general, y especialmente desde los adultos, los mensajes no verbales son más creíbles por su espontaneidad, ya que carecen de connotaciones manipulativas. Así, ocultar los hechos y las consecuencias de una muerte en el seno de la familia no protege realmente a los niños del dolor, solo hace que se sientan más confusos, asustados, ansiosos y solitarios.

Teniendo presente que uno de los más terribles temores del niño es el de ser abandonado por su/s cuidador/es, sobre todo cuando ha muerto uno de los padres, no es bueno decirles que el ser querido muerto ?está realizando un largo viaje? pues esto pudiera reforzar su sentimiento de desamparo y llevarle a pensar que el ser querido se ha ido sin siquiera decirle adiós (esto estimula su pensamiento mágico respecto a cierta responsabilidad suya por el suceso que condujo a su ?haberse ido?), o que el ser querido está durmiendo, pues si equipara el sueño con la muerte pudiera desarrollar cierto miedo o terror a dormir. Como hemos visto, la comunicación sincera, apropiada y ajustada al nivel de compresión y edad del niño es y siempre será buena.

Consejos generales respecto a la comunicación
Por más que deseemos proteger a los  niños de conocer la muerte, depende de nosotros como adultos que les ayudemos a comprender esta realidad básica de todos los días, especialmente cuando no tenemos tiempo de ayudarles a entender lo que están viendo en sus video-juegos y dibujos animados, en donde la muerte parece tan extraña e irreal, casi un juego. Necesitamos ayudarles a afirmar y reconocer sus emociones y a resolver y entender sus miedos de una forma más adecuada para su desarrollo como adultos saludables.

Es importante tener presente las siguientes consideraciones generales:

1. Aproveche los momentos pedagógicos para hablar de la muerte.
2. Escuche y reconozca los sentimientos de los niños como válidos y adecuados.
3. Sea paciente y prepárese a repetir muchas veces la misma conversación.
4. Sea claro y objetivo.
5. Recuerde que el duelo es un asunto de familia.

Aproveche los momentos pedagógicos para hablar de la muerte.
La muerte de una mascota, de un animal común, de un personaje público o un acontecimiento trágico son buenos momentos pedagógicos para presentar a los niños el tema de la muerte. Pueden utilizarse palabras como ?Rufo ha dejado de vivir del todo y ya no volverá. Cuando alguien se muere, está bien y es normal estar tristes por un tiempo?. De esta forma el entenderá que los sentimientos de tristeza son normales y naturales y que la tristeza acabará por desaparecer.

En las conversaciones inmediatas a la muerte, es muy importante resaltarle al niño que es mucho mejor hablar del dolor y la tristeza y sentirla ?pues la tristeza es necesaria para curar la herida-, que guardársela dentro (reprimirla) y fingir que no está ahí o que no se siente; esto solo hará más daño que beneficio y la herida tardará más en curarse. Al acompañar a los niños en este proceso de aprendizaje de la muerte les estamos dando elementos esenciales (estrategias y herramientas) para afrontar las inevitables pérdidas futuras.

Escuche y reconozca los sentimientos de los niños como válidos y adecuados
Escuche lo que los niños dicen y sienten mientras hablan con usted, con sus amigos o cuando hablan o cantan solos, de esta forma tendrá alguna idea de lo que los niños están pensando y sintiendo. Observe su forma de expresarse y su nivel de actividad física. No es necesario que les hable a diario de la muerte u otros temas relacionados; aproveche los momentos que parezcan más naturales y agradables. Procure no proyectar sus miedos y ansiedades en ellos y sea consciente de sus estados de ánimo y preocupaciones (recuerde la comunicación infraverbal).

Sea paciente y prepárese a repetir muchas veces la misma conversación
El concepto de la muerte es algo muy complejo y los niños pequeños pueden no entenderlo. De igual forma, y aunque los adolescentes están aceptando su propia mortalidad, puede también resultarles difícil captar la realidad de la muerte. Es probable que necesite repetir la misma conversación muchas veces, por ello, intente permanecer tranquilo, serio y compasivo para ayudarlos a comprenderla.

Sea claro y objetivo
Cuando hable con los niños de la muerte, intente emplear siempre un lenguaje sencillo y directo pues evitará crear miedos y falsas ideas. Responda a sus preguntas con hechos concretos y con veracidad. Pídales que le repitan lo que se les ha dicho, pues de esta forma se asegurará que entienden lo que se les está diciendo.

Recuerde que el duelo es un asunto de familia
Debido a que el duelo es un asunto de familia, y que ésta constituye el primer y más valioso grupo de apoyo que compartirá información, preocupaciones e ideas relacionadas con la muerte, la aflicción y el luto, todos los miembros de la familia deben tener la misma oportunidad para expresarse y recibir atención y apoyo. Aprender sobre la muerte como una familia fortalece los lazos de unión y se desmitifican ciertos mitos como el que asegura que hablar de la muerte hace que las personas se mueran.

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Fuente: http://montedeoya.homestead.com/malasnoticias.html

DUELO POR LA MUERTE DE UNA MASCOTA

Cuando hablamos de mascotas, solemos referirnos a su tipo, raza, color, carácter, belleza e infinidad de otras características. No obstante, un tema que inevitablemente tendremos que tocar es el del duelo por su pérdida: para muchos seres humanos su primera experiencia real de muerte ocurre en la infancia, cuando se les muere una mascota.

Los animales realizan muchas tareas para los humanos y los lazos afectivos que se forman entre ellos pueden llegar a ser muy fuertes. Estos estrechos lazos se asocian especialmente a perros y gatos, pero de hecho, todas las mascotas, desde los caballos hasta los hámsteres, los pájaros y los peces, pueden despertar fuertes sentimientos de apego. Por eso, muchas personas se sorprenden ante la profundidad de los sentimientos que experimentan ante la muerte de su mascota. La verdad es que una mascota querida es más que una compañía, es un miembro valioso de la familia y una parte de su vida diaria.

Su afecto incondicional, su hacer y sus enseñanzas hacen que se gane su espacio en nuestra familia y en nuestros corazones. Su compañía nos permite expresar emociones y aliviar el estrés. Nuestra mascota nos enseña a:

1. Aprender a cuidar de otros.
2. Manifestar los afectos, desarrollar mejor la sensibilidad, la ternura y el cariño hacia un tercero.
3. Jugarse en un amor más profundo.
4. Educar (aprendemos a enseñar hábitos y normas a los demás y ponemos en práctica lo que nos han enseñado).
5. Entender el ciclo de la vida (especialmente en el caso de los niños, pues aprenderán que todos nacemos y moriremos alguna vez).

Las mascotas viven vidas relativamente cortas. Y para muchos de los que las amamos, su muerte puede afectarnos tanto o más que la de ciertos familiares o amigos. Sin duda, son muy pocos los que no son tocados por la muerte de un animal doméstico. Los animalitos simbolizan diferentes cosas en  cada uno de nosotros: pueden ser el niño que todavía no hemos concebido, o quizás el que todos llevamos dentro; puede reflejar al compañero o al padre ideal, siempre fiel, paciente, que nos da la bienvenida al llegar a casa y nos ama incondicionalmente. Es como un amigo y un hermano al mismo tiempo. Nos refleja a nosotros mismos, al incorporar nuestras actitudes negativas y positivas. Un mismo animal puede ser todo esto al mismo tiempo, dependiendo del día y de la persona con que trate.

Su pérdida puede dejar un enorme vacío, el cual puede ser tan grande como el que se siente con la muerte de un amigo humano o de un familiar; es una cosa para la que la mayoría de la gente no está preparada o no quiere estarlo. Se dice que San Francisco de Asís (conocido como el patrono y protector de los animales), respetaba y quería a los animales por el solo hecho de ser hijos de Dios y de venir del Creador.

En algunos países cada 4 de Octubre (Día de San Francisco de Asís) cientos de personas llevan sus perros a distintos lugares para buscar la bendición de este santo para cada una de sus mascotas.

La pérdida del compañero de andanzas es un dolor único e irrepetible, una experiencia que hay que vivir para poder entender; echamos de menos su olor, sus ladridos, sus juegos. Pocas pérdidas duelen tanto como la de la mascota: son años de complicidad, de entrega mutua y de compañerismo. Buscamos en todos los rincones de la casa, y, al no encontrarla, nos invade un vacío profundo. El dolor se agolpa en el pecho y, aunque intentamos controlarlo, las lágrimas comienzan a rodar por nuestra cara.

Es una experiencia que jamás se olvida, no solo porque a menudo desarrollamos relaciones particularmente cercanas con las mascotas, sino porque los animales pueden jugar un papel importante en nuestro desarrollo emocional, además de proveer una fuente de compañía, de afecto sin prejuicios, de seguridad y estabilidad en nuestras vidas. Así, no es extraño ver caminar por las calles a dos viejos amigos, una está con correa y el otro camina a paso lento y posiblemente ayudado por un bastón.

La pérdida de una mascota puede ser devastadora para un adulto mayor y es fácil que caiga en la absoluta tristeza. Muchos, particularmente aquellos que viven solos, establecen profundos lazos emocionales con sus mascotas y pueden experimentar un sentimiento de pérdida significativo cuando éstas mueren; para algunas parejas sin hijos, el animal puede incluso asumir el rol de un hijo.

La muerte de la mascota también puede actualizar sentimientos de dolor por viejos conflictos no resueltos en el pasado, por un cónyuge fallecido, un hijo muerto o algún otro pariente o amigo, y es un recuerdo tangible de la propia mortalidad. El apoyo y la comprensión por parte de las personas que rodean al anciano son muy importantes y algunos pueden necesitar la reafirmación de ser todavía personas valiosas para su comunidad. De igual forma, cuando se muere el animal, el niño necesita que se le consuele, ame y respalde y que se le brinde afecto, en lugar de darle complejas explicaciones médicas o científicas.

El duelo por la pérdida
Después de la muerte de una mascota, es probable que experimente un amplio espectro de emociones, desde incredulidad, dolor, rabia, culpa y ansiedad hasta, finalmente, aceptación. Es normal sentirse deprimido y hasta físicamente indispuesto los días posteriores al fallecimiento de su mascota. Los síntomas de depresión que probablemente lleguen a sentirse incluyen llanto, falta de interés en la vida, trastornos del sueño, pérdida del apetito, sentimientos de desesperación y sensación de abandono, dolores de cabeza y fatiga. Algunas personas incluso pueden llegar a experimentar algún grado de desorientación durante su duelo y no es raro para algunos el imaginar que pueden escuchar a sus mascotas haciendo ruido en la casa, o sentir su toque en sus manos o piernas.

Estas reacciones son normales y naturales; sólo permitiéndose a sí mismo el sentir dolor, podrá aceptar eventualmente la pérdida y, con tiempo, la tristeza desaparecerá.

En este difícil momento, se necesita la ayuda y el apoyo de amigos, familiares y compañeros de trabajo. Sin embargo, muy a menudo esto no se consigue tan fácilmente como pareciera, ya que muchas personas no entienden cuánto puede significar la muerte de un animal para otras personas, difícilmente pueden sentir la profunda tristeza que abarca nuestro ser o sencillamente pueden sentirse avergonzadas y no saber cómo reaccionar. Lo cierto es que el proceso de duelo por su muerte, no es diferente al que se realiza por el fallecimiento de un ser humano.

Permitirse expresar sus sentimientos libremente y discutirlos con alguien que simpatice con usted es muchas veces la mejor manera: hable con su veterinario acerca de las circunstancias de la enfermedad y muerte de su mascota y pídale que lo ponga en contacto con un grupo de autoayuda local conformado por profesionales y por gente que padece su mismo problema. Si se le dificulta asistir a un grupo de apoyo, bien sea porque prefiere llevar su duelo en privado o porque siente que nadie es capaz de entenderlo, puede resultar de ayuda el escribir sus pensamientos o expresarse a través de la poesía.

Gradualmente, usted comenzará a adaptarse a la vida sin su mascota, a aceptar su muerte y los sentimientos de tristeza, rabia y dolor. Durante este tiempo, a algunas personas les resultar difícil el recordar constantemente la ausencia de su mascota y prefieren desechar sus pertenencias o guardarlas hasta otro momento. Otras, en cambio, prefieren mantener la memoria de su mascota viva exhibiendo fotografías u otros recuerdos. Cuando sea capaz de recordar a su mascota con felicidad y afecto, sin tanta tristeza y dolor, estará en condiciones de tomar una decisión racional sobre si debe o no obtener una nueva mascota.

Vivir el dolor de la pérdida es el principio de la curación. Si uno no lo vive y evita por todos los medios el duelo, comienza un duelo enfermizo que genera en la persona una rigidez emocional que podría llevarla a no querer tener más una mascota para no volver a sentir esa tristeza.

Es muy importante recobrar su cariño a través de las innumerables anécdotas que se vivieron con él. Debemos aceptar este sentimiento de tristeza, no negarlo, y, por ende, darse espacio para llorar. También es esencial rodearse de un buen círculo afectivo, pues, como sabemos, una pena compartida y expresada es media pena. Hablar del tema alivia el corazón y nos permite integrar la muerte a la vida.

Las mascotas y los niños
Cuando la mascota muere, la respuesta del niño dependerá no sólo de la fuerza del lazo emocional entre ellos, sino también de la edad del niño y de la manera en la que se maneja la pérdida. Es natural que intentemos proteger a nuestros hijos de las situaciones adversas y dolorosas. Sin embargo, muchos adultos se sorprenden al ver lo bien que los niños asumen estas experiencias, sobre todo cuando se les dan explicaciones claras y honestas y se les permite expresar su dolor. Apóyelos reconociendo su dolor. La muerte de una mascota puede ser una buena oportunidad para demostrarle la seguridad que usted puede otorgar a su familia en situaciones extremas.

Los niños pueden experimentar tristeza, ira, temor, negación y culpabilidad cuando se muere su mascota. También pueden ponerse celosos de los amigos que todavía tienen sus respectivos animales.

A los niños se les debe tranquilizar diciéndoles que la muerte del animal no tiene ninguna relación con algo que hayan dicho o hecho. Es muy común que los más pequeños, de 2 a 3 años, acepten fácilmente a otro animal en reemplazo del que ha fallecido. Entre los 4 y los 6 años, pueden crear que el animal se fue a vivir debajo de la tierra, que continúa comiendo, respirando, y jugando; también pueden pensar que está dormido. Otros creen que la muerte será contagiosa y lo afectará a él o a algún miembro de la familia, por lo que también aquí deben dárseles explicaciones amplias y claras. A los niños muy pequeños se les debe decir que cuando se muere un animal éste deja de moverse, ya no puede oír ni ver y no se va a volver a despertar. Puede que ellos necesiten el que se les repita varias veces esta explicación. De los nueve años en adelante, la mayoría de los niños pueden experimentar el mismo rango de emociones que los adultos después de la muerte de su mascota.

Hay muchas formas mediante las cuales los padres pueden decirle a sus niños que se ha muerto su mascota. A veces ayuda el poner a los niños lo más cómodamente posible (usar una voz calmada, tomarles las manos y ponerles el brazo alrededor de ellos) y el decírselos en un ambiente familiar. Es también importante ser sincero cuando se le dice al niño que se ha muerto su animal. Tratar de proteger al niño con explicaciones vagas o inexactas puede crearle ansiedad, confusión y desconfianza.

A menudo los niños tienen dificultad en aceptar la muerte de sus mascotas y el dolor, si es extremo, puede resultar en problemas físicos o de conducta. Ellos pueden experimentar todos los síntomas de depresión que muestran los adultos, pero las alteraciones en el sueño o en los patrones de conducta también pueden ser más aparentes, como aferrarse en exceso a las personas, mojar la cama, tener pesadillas, mostrar una conducta desobediente o reflejar inhabilidad para concentrarse en la escuela. La muerte del animal puede hacer que el niño recuerde otras pérdidas dolorosas o eventos inquietantes.

Es importante animar a los niños a hablar sobre sus sentimientos si lo desean. El escribir historias o dibujar, son otras maneras en las que los niños son capaces de expresarse. Sea honesto con ellos en relación con la muerte de su mascota, utilizando un lenguaje que puedan entender y permítales que compartan el dolor de la familia. Si fuese necesario recurrir a la eutanasia, trate de involucrar a los niños en el proceso de decisión, si son lo suficientemente mayores para entender. Los niños pueden experimentar resentimiento con otros, y hasta con ellos mismos, ya que pueden no entender que existen muchos factores que deben ser tomados en cuenta, como los conceptos de “enfermedad incurable”, “calidad de vida” y “falta de presupuesto para llevar a cabo el tratamiento”. Sea cuidadoso al utilizar la frase “poner a dormir” para describir la eutanasia ya que esto puede causar confusiones y miedos en los niños quienes pueden relacionar en sus mentes las palabras “dormir” y “morir”.

Los niños a menudo tienen muchas preguntas después de que se muere su mascota, incluyendo: ¿Por qué se murió?, ¿Fue culpa mía?, ¿A dónde va a parar su cuerpo? ¿Volveré a verlo? Si yo lo deseo mucho y me porto muy bien, ¿puedo hacer que regrese? ¿La muerte dura para siempre? Es muy importante contestar tales preguntas de manera sencilla, breve y sincera.

Cuando el animal está muy enfermo o se está muriendo, saque el tiempo necesario para hablar con su hijo acerca de sus sentimientos, miedos y angustias. Si posible, es de gran ayuda el que el niño le diga adiós al animal antes de que éste muera. Los padres pueden servir de modelos de rol al compartir sus sentimientos con los niños. Permita que su hijo se dé cuenta de que es normal sentirse triste y extrañar al animal después de su muerte; estimule a su niño a que venga donde usted con sus preguntas o para buscar consuelo y alivio. Hablar acerca del animal con amigos y familiares ayuda.

No hay formas preferibles, buenas o malas, en la cual los niños lamenten a sus mascotas; en el duelo no hay cosas buenas o malas, más bien, cosas útiles y cosas no tan útiles. Ellos necesitan que se les dé tiempo para recordar a sus animales y libertad para hacerlo en su propio estilo. Después que el animal se muere los niños pueden querer enterrarlo, llevar a cabo un acto conmemorativo o tener una ceremonia. Otros niños pueden escribir poemas e historias o hacer dibujos de su animal. No es adecuado el reemplazar al animal muerto enseguida; debe permitírsele al niño el espacio y el tiempo necesario para que se aflija por su mascota muerta. Él será quien dicte la pauta.

La despedida
Al igual que con la muerte de un ser humano, el duelo por una mascota implica aceptar que alguien significativo se ha ido para no volver más. Se trata de un proceso que hay vivirlo como tal. Para ello, es fundamental celebrar un rito de despedida para nuestro querido amigo, ya sea enterrándolo en el jardín de la casa, rezando una oración o llevándolo a algún cementerio. Recuerde que la despedida es un acto de agradecimiento que usted hace hacia su mascota y no olvide que los niños y los ancianos pueden tener necesidades diferentes a las suyas y reaccionar de muy diferente manera ante la muerte de una mascota.

El lugar de descanso final de una mascota e, incluso, la posibilidad de reemplazarla, son algunas de las muchas cosas que debe considerar en estos difíciles momentos. Si la muerte es repentina o inesperada, puede haber mucha confusión y dificultad para decidir cómo disponer del cuerpo del animal. En los casos en que sea posible, debe discutir este tema con antelación y conseguir un consenso familiar que más tarde no sea motivo de arrepentimiento. Su veterinario le explicará las opciones disponibles, opciones que, en general, están dentro de cuatro categorías principales: (1) Entierro en el hogar (no permitido en algunos países), (2) Entierro en un cementerio de mascotas, (3) Cremación Individual (donde las cenizas le son devueltas en un ataúd) y (4) Cremación Comunal, la forma más común de disposición de las mascotas fallecidas. Existen muchas limitaciones que pueden influir en la decisión, tal como costos, normas legales o falta de espacio. Cualquiera que sea la decisión que se tome, asegúrese de que el resultado final sea aceptado por todos los involucrados.

Si fuera necesario practicar la eutanasia, a algunas personas les gusta acompañar a sus mascotas mientras se lleva a cabo el procedimiento. Esto es usualmente posible, pero incluso si usted no puede estar allí, se le permitirá ver o quizá pasar un rato con su mascota una vez realizado el procedimiento. Esto le dará la oportunidad de decirle adiós y de confirmar en sus propios términos que su mascota en realidad ha fallecido. Para algunos el llevar a cabo un simple funeral para su mascota puede ser de gran ayuda; esto es especialmente útil para ayudar a los niños a aceptar la muerte, además de que se les deja saber que ellos no son los únicos que sienten la pérdida. Recuerde que los niños no deben ser forzados a atender a estos servicios si no lo desean.

Reemplazar la mascota
Perder una mascota puede ser muy traumático. La mayoría de las personas necesitarán atravesar por un período de duelo antes de poder pensar en adquirir un nuevo animal. En los primeros días, muchos desearán nunca tener otra mascota pues no pueden soportar la idea de volver a padecer una pérdida semejante. Para otros, estos sentimientos desaparecen con el tiempo y, eventualmente, buscarán un reemplazo para su mascota. Sin embargo, antes de hacer esto, es importante aceptar la muerte de la mascota original y terminar todos los asuntos pendientes con ella. De otro modo, se pueden generar dificultades al intentar aceptar a una nueva mascota. Por esta razón, no es aconsejable que familiares o amigos, sin consentimiento previo, regalen un nuevo animal a otra persona que está sufriendo por una pérdida previa.

Para algunas personas, el dolor y la vida sin una mascota puede ser intolerable y necesitarán encontrar un reemplazo cuanto antes para su mascota muerta unos pocos días antes. Si la persona se siente de esta forma, tal respuesta es perfectamente aceptable y de ninguna forma se debe hacer sentir culpable a esta por este legítimo deseo; tampoco debe considerarse que se esté traicionando la memoria de la mascota muerta con esta actitud. Si se decide reemplazar a la mascota muerta, se deben considerar las actuales circunstancias pues éstas pueden haber cambiado desde que adquirió la primera mascota: es posible que ahora sea más apropiada otra raza o aún una especie diferente. También se debe decidir si se es capaz de controlar el entrenamiento y el ejercicio requeridos por un animal joven, o si sería más adecuado adquirir uno adulto.

Cada uno de nosotros experimentará el duelo de forma diferente. Algunos lo  vivirán de una forma muy privada y lenta, mientras que otros se recuperan rápida y abiertamente. En todo caso, no se apure a tomar un animal como reemplazo. Dese tiempo apara asimilar el duelo. Finalmente, es importante recordar que la nueva mascota es un individuo con personalidad propia, que al principio tomará tiempo construir una nueva relación y que puede ser muy difícil evitar hacer comparaciones con la mascota muerta.

La decisión sobre si reemplazar o no a una mascota puede ser particularmente difícil para una persona mayor. Existen muchos factores que deben ser tenidos en cuenta, factores que antes no era necesario considerar, como, por ejemplo, nivel de ejercicio que requiere el animal, espacio, facilidades disponibles, costo y habilidad física para cuidar al animal. El adulto mayor también puede ser consciente de la posibilidad de que su mascota viva más tiempo que ellos. Estos factores influirán en la selección de la especie, el tamaño, la edad y la raza de la mascota. Al tomar esta decisión, no se debe olvidar que el bienestar del animal es de la mayor importancia.

Razones para la eutanasia
Nunca estamos preparados para la muerte de una mascota, tanto si llega de una forma rápida e inesperada, como si viene luego de un doloroso y largo proceso. Nuestra actitud y compromiso en el resultado final puede incluso ser muy pasiva. Tal vez deseemos no darle a nuestra vieja mascota un tratamiento médico que solo alargue su agonía; aunque, si su enfermedad no tiene cura, también podríamos evitarle que viva el resto de sus días con sufrimiento.

Todos esperan y desean que el último día del animal sea en absoluta calma, sin muchos quejidos, encontrarlo ya muerto en su cama como si estuviera dormido, al día siguiente. No obstante, cuando hay que tomar la decisión y debemos recurrir a la eutanasia, el impacto por su muerte es doblemente mayor.

La eutanasia se puede definir como la introducción a la muerte sin necesidad de sufrir dolor. En la práctica, suele administrarse mediante una inyección intravenosa con una dosis concentrada de anestesia. El animal solo sentirá un leve malestar cuando la aguja le atraviesa la piel, pero esta dolencia no será mayor que la de cualquier inyección que haya recibido. La inyección toma solo unos segundos para provocar la perdida de sentido, a la que inmediatamente le seguirá una depresión respiratoria, un paro cardíaco y la muerte.

Como todo médico, los veterinarios no suelen inclinarse por esta opción tan fácilmente. Primero agotan todas las posibilidades de diagnósticos y tratamiento para encontrar alguna forma de mantener al animal con vida y sin sufrimiento. Conocen muy bien la diferencia entre alargar la vida y prolongar el sufrimiento. La eutanasia es el último recurso con que se cuentan para acabar con el dolor de un animal que sufre.

Solicitar la eutanasia para nuestras mascotas es probablemente una de las decisiones más duras que tenemos que tomar durante nuestras vidas. Se vendrán encima todas las etapas del duelo y se sentirá un gran enojo con el animal, con nuestra familia, con el veterinario y con la vida por obligarnos a tomar esta decisión. Estaremos tentados a posponer la decisión, esperando que en algún momento ya no sea necesario tomarla. Por muy difícil y dolorosa que sea, el sufrimiento del animal debe primar sobre los sentimientos de culpa que tomar esta decisión pueda generar.

Para decidir si tomar o no la decisión de la eutanasia, tómese su tiempo; hable y aclare dudas con su veterinario: ¿Qué opción le ofrece menos dolor una vez que su mascota haya muerto? Considere las siguientes preguntas como orientación:

1. Respecto a la mascota:
? ¿Cuál es su calidad de vida?
? ¿Sufre de dolores constantes?
? ¿Come bien y sin dificultad?
? ¿Continúa siendo juguetón y cariñoso?
? ¿Se interesa o tiene ánimos por seguir haciendo las cosas que le gustaba hacer antes?
? ¿Se lo nota agotado y triste la mayor parte del tiempo?

2. Respecto a usted mismo:
? ¿Tiene alguna otra alternativa para aliviarle su sufrimiento?
? ¿Es legítima su decisión o se relaciona con su enojo por las restricciones que le ha impuesto a su vida?
? ¿Consultó previamente con algún veterinario al respecto?
? ¿Su sufrimiento está afectando mucho su vida y la de sus familiares?
? ¿Desea estar presente durante la aplicación de la eutanasia o prefiere esperar en la recepción o en un pasillo?
? ¿Desea estar solo o acompañado en ese momento?
? ¿Prefiere recuperarse de esa pérdida antes de considerar adquirir otra mascota?

3. Respecto a las mascotas:
? ¿Desea que el veterinario conserve su cuerpo hasta que decida que hacer?
? ¿Quiere tomar medidas especiales para el entierro, la cremación o la lápida?
? ¿Desea adoptar de forma inmediata a otra mascota?
? ¿Tomarán medidas especiales respecto a algún acto de memorialización?

Sobreviviendo el vacío el día después de que la mascota ha muerto
Un tiempo tradicionalmente para la familia nos recuerda quién o qué es lo que hemos perdido. Para recuperarse de la pérdida de una mascota y sobrevivir a los festivos recuerde:

1. Reconozca que tiene un duelo con todas sus características y que puede tener algunas dificultades emocionales durante los festivos; aunque parezca obvio, no lo olvide.
2. Permítase afligirse sin temor o vergüenza de otros.
3. Comparta sus sentimientos con otras personas de su confianza. Si no encuentra ayuda en su círculo de amistades o familiares, asista o forme grupos de ayuda-mutua o apoyo en línea.
4. Aprecie y valore sus recuerdos, tanto fotográficos como de video, y utilícelos en momentos de nostalgia.
5. Haga algo simbólico, por ejemplo, un regalo a un refugio de animales u organización de defensa de éstos, encienda una vela, ponga una media con el nombre de la mascota, escriba una nota o diseñe una página en internet para ese propósito.
6. Hágase un regalo: duerma y coma bien y haga ejercicio. Recuerde que el duelo exige de mucha energía.
7. Ayude a alguien.
8. Confíe en su sistema de creencias individuales.
9. Resista la tentación de conseguir una nueva mascota prematuramente para llenar el vacío dejado por la previa. Recuerde que ninguna relación puede ser duplicada. El tiempo para conseguir una nueva mascota depende de muchas variables, si bien será cada persona quien así o considerará.
10.  Recuerde que los festivos son temporales.

Bibliografía
http://www.enplenitud.com/nota.asp?articuloID=2440: La parte triste de tener una mascota.
Los niños y la muerte de una mascota. Child Psychiatry. American Academy of Child and Adolescent Psychiatry, 2004
http://www.mypetstop.com/ARG/Fish/Relationship/Grief+Support/: Sustituyendo a una mascota
http://www.vidadeperros.cl/anterior/rev18b.htm: Todos los perros se van al cielo
http://www.homestead.com/montedeoya/duelos.html: Sobreviviendo al vacío el día después de que la mascota ha muerto

Fuente: http://montedeoya.homestead.com/mascota.html

MUERTE POR SUICIDIO: Un caso de Duelo Complicado

“El que se mata por sus propios deseos comete suicidio”.
Abate Francois Desfontaines, 1735 (creador del término)

“La persona que se suicida deposita todos sus secretos en el corazón del sobreviviente, le sentencia a afrontar muchos sentimientos negativos y, es más, a obsesionarse con pensamientos relacionados con su papel, real o posible, a la hora de haber precipitado el acto suicida o de haber fracasado en evitarlo. Puede ser una carga muy pesada”.
(Caín, 1972, página X, citado por Worden, J.W., 1997)

En la muerte por suicidio es preciso separar la forma de la muerte del muerto mismo; hay que rescatarlos de ésta, rescatar su vida de la forma de morir. Es necesario realizar este desdoblamiento para que se de el proceso de sanación.
Lo que realmente importa no es la forma de morir, sino el hecho de que YA NO ESTÁN. El trabajo de recuperación debe hacerse por su ausencia, no por su forma de morir.
J. Montoya Carrasquilla (2004)

ANTECEDENTES
A lo largo de la historia, las culturas que han poblado el planeta han considerado el suicidio de distinta manera. Aunque algunas de ellas son muy parecidas, las mismas culturas han incluso modificado su propio acercamiento al mismo con el paso de los años, retomando o abandonando posturas anteriores.

El impacto de tales consideraciones aún persiste de forma más o menos importante hoy día. Algunos de sus antecedentes son:

La Antigüedad
Los Galios consideraron razonable el suicidio por vejez, por muerte de los esposos, por muerte del jefe o por enfermedad grave o dolorosa. De igual forma, para Celtas Hispanos, Vikingos y Nórdicos, la vejez y la enfermedad eran causas razonables. En los pueblos germánicos (Visigodos), el suicidio buscaba evitar la muerte vergonzosa (“kerlingedale”), lo cual era loable y bien visto. En la China (1.800 ac) se llevaba a cabo por lealtad, en Japón se trataba de un acto ceremonial, por expiación o por derrota, y en la India por motivos litúrgicos o religiosos, así como por muerte de los esposos (éste último considerado hoy día un delito criminal).

Las Tribus Africanas consideraban maligno y terrible el contacto físico con el cuerpo del suicida, incluso se quemaba la casa y el árbol donde se hubiese ahorcado éste; el suicidio reflejaba la ira de los antepasados y se consideraba asociado a brujería; por otra parte, el cuerpo se enterraba sin los ritos habituales.

En los Antiguos Cristianos el suicidio era muy raro pues atentaba contra el V mandamiento. En La Biblia aparecen 8 referencias a suicidios: 3 de guerreros para no entregarse al enemigo, 2 en defensa de la patria, 1 al ser herido por una mujer, y 2 por decepción (Ajitófel y Judas). Existe también la referencia a dos suicidios colectivos, uno de 40 personas en un subterráneo de Jerusalén y el suicido de la fortaleza sitiada de Massada.

En Grecia y Roma las referencias a los suicidios son innumerables y por diversos motivos: por conducta heroica y patriótica, por vínculos societarios y solidarios, por fanatismo, por locura, por decreto (Sócrates), suicidio asistido por el senado. Durante la antigüedad clásica el suicidio del enfermo de “enfermedad incurable por necesidad” fuese una alternativa razonable; en Roma sólo se penaba el suicidio irracional. Prevalecía la idea de que quién no era capaz de cuidar de sí mismo, tampoco cuidaría de los demás, por lo que se despreciaba el suicidio sin causa aparente. Se consideraba que el enfermo “terminal” que se suicidaba tenía motivos suficientes. Se aceptaba pues el suicidio provocado por “la impaciencia del dolor o la enfermedad”, ya que según decían se debía al “cansancio de la vida (…), la locura o el miedo al deshonor”. La idea de “bien morir” (Eu thanatos) era un Summun bonum: “(…) porque es mejor morir de una vez que tener que padecer desdichas un día tras el otro” (Esquilo, Prometeo encadenado). Es más, “no es de buen médico entonar conjuros a una herida que reclama amputación (Sófocles, Áyax).

Las filosofías de los estoicos, pitagóricos, platónicos, aristotélicos y epicúreos tuvieron una gran influencia sobre el concepto romano del suicidio como liberación de un sufrimiento insoportable. Para los romanos y los griegos, morir decentemente, racionalmente y al mismo tiempo con dignidad, era muy importante. En cierto modo, la forma de morir era la medida del valor final de la vida, en especial para aquellas vidas consumidas por la enfermedad, el sufrimiento y el deshonor: “¿Seguimos o no aceptando el principio de que lo importante no es vivir sino vivir bien? (…) ¿Y que vivir bien, vivir honradamente y de acuerdo con la justicia, constituyen la misma cosa? (Platón: Critón)”. Aristóteles lo consideraba una injusticia sino era autorizado por el Estado: “Entonces eran rehusados los honores de la sepultura normal y la mano derecha era cortada y apartada del cuerpo”.

En los primeros tiempos republicanos, Tarquino el Soberbio ordenó poner en cruz los cadáveres de los suicidas y abandonarlos como presas de los pájaros y animales salvajes para combatir una epidemia de suicidios. No dar sepultura a los suicidas era habitual. Para Séneca, “el suicidio era un acto enérgico, por el que tomamos posesión de nosotros mismos y nos libramos de inevitables servidumbres”. Celebró el suicidio de Catón como “el triunfo de la voluntad humana sobre las cosas”.

El Neoplatonismo, la filosofía de la felicidad más influyente en la antigüedad clásica, consideraba que el hombre no debía abandonar voluntariamente el lugar asignado por Dios. El suicidio, por lo tanto, afectaba al alma negativamente después de la muerte. San Agustín (354 430 d.c.) describió el suicidio como “detestable y abominable perversidad”. Agustín afirmaba que dios otorgaba la vida y los sufrimientos, y que por lo tanto se tenían que soportar. De igual forma, el Islamismo lo condena de tal forma que lo considera un hecho más grave que el homicidio.

Edad Media
Durante esta época el suicidio es penado rígidamente por las leyes religiosas. El Concilio de Arlés (452) declaró que el suicidio era un crimen. El Concilio de Braga (563) lo sancionó penalmente al dictaminar que el suicida no fuera honrado con ninguna conmemoración en la liturgia, excluido del camposanto. Lo mismo sucedió en el Concilio de Auxerre (578). El cuerpo de los suicidas era trasladado con escarnio, enterrado en la encrucijada de los caminos, su memoria difamada y sus bienes confiscados.

Renacimiento
Es variable, aumenta y disminuye según el período, siendo muy notable durante el romanticismo (llamado “mal del siglo”). Persisten las sanciones religiosas.

Hoy día
Varios hechos se esgrimen hoy día como elementos importantes que favorecen la actitud suicida: una salud psicológica quebrantada, la superioridad de lo material sobre lo espiritual, la ambición desmesurada del hombre por el poder, la frialdad del cientificismo tecnológico, el estrés de la vida, la vejez desprotegida e institucionalizada, la disolución familiar, la pérdida de vínculos, la falta de valores morales, la masificación, la soledad del hombre, la pérdida de roles y valores.

Por otra parte y de enorme trascendencia en las culturas cristianas, el Catecismo de la Iglesia Católica, edición 1992, señala que “La iglesia ora por las personas que han intentado contra su vida”, asumiendo así una actitud más pastoral que antaño y teniendo en cuenta la actitud mental y psicológica del suicida y las consecuencias sobre la familia.

FACTORES DESENCADENANTES
Varios factores se consideran implicados en el suicidio:

1. Sociales
El estilo de vida moderno, cultura “light”, consumismo exagerado, falta de autoridad, manipulación, fácil, falta de valores y referencias, desarraigos graves, disolución familiar, tecnicismo avasallador, ausencia de significatividad religiosa, sexualidad deshumanizada, alto grado de agresividad. Algunos autores hablan del suicidio anómico (el que tiene lugar después de una ruptura social importante), el altruista (para salvar el honor familiar o personal o para que otros no se hagan cargo de su persona) y el egoísta (los que nunca estuvieron integrados en la sociedad y que no pertenecen a ella).
2. Factores psicológicos
Personalidad impulsiva y con baja tolerancia al fracaso, dependientes y con expectativas excesivamente ambiciosas o irreales.
3. Factores patológicos
Trastornos del ánimo (depresión, enfermedad bipolar, distimia), trastornos psicóticos, obsesivo-compulsivos, trastorno limítrofe.
4. Factores biológicos
Trastorno neuroquímico.
5. Factores clínicos
Enfermedad terminal, cirugía reciente sin éxito, dolor no controlado, tumores (especialmente craneales), deformaciones (especialmente faciales), amputaciones graves e invalidantes.
6. Factores demográficos
(a) Edad: Aumenta con la edad: mayor riesgo en los mayores de 65 años; 70% de los intentos en menores de 40 años.
(b) Sexo: Más frecuente en mujeres pero más efectivo en hombres.
(c) Estado civil: Variable, puede ser más frecuente en solteros, viudos o separados.
(d) Ocupación: Variable, en desempleados y trabajos de mucha responsabilidad y estrés.
(e) Razas: Más frecuente en raza blanca, presencia de fenómenos de contaminación cultural; para 1996 UNICEF-, el mayor índice de suicidio fue en países como Finlandia, Lituania, Nueva Zelanda, Federación Rusa y Eslovenia.
(f) Grupos sociales: Variable según el país; los países más desarrollados tienen los índices más altos de suicido: Suecia, Japón, Suiza, USA.
(g) Religión: Una vida espiritual sana y consecuente parece ser un factor protector.
(h) Zona geográfica: Variable según el país.
(i) Período del año: Variable, parecen existir ciclos, más frecuentes en primavera y otoño y los días lunes.
7. Antecedentes familiares
Mayor riesgo cuando hay antecedentes por posible contaminación psicológica y/o historia de enfermedad psiquiátrica (enfermedad bipolar). Se destacan mala comunicación, alcoholismo, lazos familiares rotos.
8. Factores etiológicos agudos
Depresión grave, desesperación, pérdida significativa (muerte, separación, pérdida económica, etc.), interrupción de medicación, intoxicación por alcohol o drogas.
9. Triángulo letal de Schneiderman
Síntomas característicos que acompañan a la persona cuando está a punto de cometer suicidio:
a) Baja auto-estima.
b) Agitación extrema en la cual la persona se encuentra muy pensionada y no discierne claramente; las decisiones intelectuales se transforman en decisiones impulsivas de orden afectivo: ¨El dolor de ellos es más superable que el que yo tengo ahora¨.
c) “Visión en túnel” (“no se ve otra cosa que la muerte como salida”) o limitación en las posibilidades intelectuales que determinan que el sujeto no puede discernir serenamente más allá de la situación inmediata.

LOS ESTADOS DEL PROCESO SUICIDA

Primer Estado
Fase sintomática disfórica (malestar), surge la primera idea de suicidio, si bien la reacción inicial es de oposición.
Segundo Estado
La idea va tomando cuerpo. No ve otra salida. El 40% lo comunica al médico, psicólogo o sacerdote y el 80% a familiares y conocidos.
Tercer Estado
Tranquilidad y calma antes de la tormenta. Ya está decidido el cómo, el cuándo y el dónde.

FACTORES ETIOLÓGICOS POR EDADES

1. Niños
Problemas severos de incomunicación, huida de la agresión física o sexual, fracaso o humillación en el colegio, antecedentes de suicidio en la familia o en un amigo, muerte reciente de un familiar, padres separados con relaciones conflictivas (70% mayor de incidencia), traslados de domicilio, pérdidas de amigos, incapacidad de adaptación a nuevos estilos de vida, experiencias tempranas traumáticas.
2. Adolescentes
Padres divorciados, alcohólicos o depresivos, embarazos no deseados, pérdida de autoestima (por discusión familiar, humillación, fracaso escolar, homosexualidad, inadaptación y rechazos sociales, etc.), abuso de alcohol o drogas, trastorno de la conducta, fracaso del noviazgo, contacto con familiares o sobrevivientes de suicidio (alto grado de contaminación), traslados de domicilio, pérdidas de amigos, incapacidad de adaptación a nuevos estilos de vida, carencia de estructura o límites familiares, amputación del futuro (“ya nada me ilusiona”), deseo fantasiosos de castigar o manipular a los seres queridos.
3. Estudiantes universitarios
Presión para el éxito, fracaso académico.
4. Adultos
Depresión o trastorno de la personalidad, desempleo o inestabilidad laboral, duelo (reunificación mágica, urgencia de sustraerse al dolor), infidelidad y problemas sexuales, divorcio, violencia familiar, abortos, prisión.
5. Ancianos
Depresión, soledad, aislamiento social, problemas económicos, pérdida de autonomía e independencia, problemas de salud, nido vacío, insomnio, maltrato.

EL SUICIDIO Y LOS NIÑOS
Como factor de riesgo conocido, es difícil decidir el momento adecuado para hablarle a un niño sobre el suicidio. El mejor momento para hacerlo parece ser el de la muerte misma, antes de que los conflictos e inquietudes hayan adoptado la forma de síntomas o problemas de comportamiento y antes de que otros niños lo comenten. Los niños comprenden mejor el asesinato que el suicidio, porque conocen y están familiarizados con sus sentimientos agresivos. Si el padre superviviente opta por mantener el secreto o deformar la realidad de los hechos (comunicación distorsionada), el niño se dará cuenta de que hay algo que se le oculta o es incongruente con la realidad que aprecia, lo cual levantará una barrera en la comunicación entre padre e hijo, precisamente en un momento en que el niño necesita expresar sus ambivalentes y conflictivas emociones.

Cuatro aspectos de carácter general, y relacionados con el suicidio, permiten estudiar las consideraciones comunes y generales de las reacciones de los niños al suicidio paterno:

(1) Cada suicidio posee características únicas;
(2) Las circunstancias familiares en el marco del suicidio son únicas;
(3) La estructura de la personalidad del niño y su nivel de desarrollo en el momento del suicidio hacen que la reacción sea absolutamente individualizada en cada caso;
(4) En muchos casos, antes del suicidio, ya existían problemas de desarrollo en los niños.

Además de ello, los niños están frecuentemente involucrados en algunos aspectos del acto mismo del suicidio. El sentimiento dominante originado por el suicidio de uno de sus padres es el de culpabilidad; su origen es diverso:

a. Dado que la forma de pensar de los niños es eminentemente concreta y caracterizada por un concepto deformado de causalidad, egocentrismo y pensamiento mágico al interpretar las realidades psíquicas, muchos niños creen que determinados incidentes inmediatamente anteriores al suicidio -sobre todo quejas de sus padres por su mala conducta- son la causa directa de aquel.
b. En muchos casos el padre deprimido ha hecho sentirse culpables y parcialmente responsables de su desesperación a los miembros de la familia, por lo que éstos se sienten aún más culpables al producirse el suicidio.
c. Dadas las características de los trastornos que habitualmente se asocian a conductas autolíticas, se advierte reiteradamente al niño de que tenga cuidado de no indisponer o preocupar a uno de ellos, con lo cual se deposita la responsabilidad de su bienestar psicológico sobre el crío.

El sentimiento de culpabilidad del niño se suele concentrar también en el propio acto de suicidio y es matizado por cuestionamientos del tipo “¿Cómo pudo, cómo debió evitarlo”? Este sentimiento de culpa es intenso y agobiante, y sus efectos son claramente visibles en el niño: declaraciones insistentes y directas de culpabilidad y auto-reproche, depresión, comportamiento provocativo, auto-castigo, conducta obsesiva, pensamientos cargados de culpabilidad y esfuerzos desesperados para defenderse demostrando que es absolutamente bueno, que no hace daño a nadie y que no es malo ni peligroso.

Las implicaciones del suicidio paterno, y sus graves consecuencias a largo plazo sobre la estructura psíquica del niño, exigen una cuidadosa y continuada vigilancia a todo lo largo del duelo desde una perspectiva multidimensional y multidisciplinaria

EL SUICIDIO O EL DESEO DE MORIR EN EL ENFERMO TERMINAL
La desesperanza es la variable clave que une la depresión al suicidio, y es significativamente mejor predictor de suicidio consumado que la depresión sola. La soledad, el abandono, la pérdida de control interno y externo, así como la sensación de desamparo o impotencia ante la enfermedad -habituales compañeros del paciente con enfermedad terminal- son factores muy destacables asociados a una mayor vulnerabilidad al suicidio. Por otra parte, el dolor es la primera causa de morbilidad en el enfermo moribundo; la gran mayoría de los suicidios en el marco oncológico se presentan en pacientes con dolor grave mal controlado y pobremente tolerado.

Los trastornos confusionales son también una causa importante de suicidio, especialmente en pacientes hospitalizados; su presencia  asociada a una pérdida en la capacidad de control de impulsos  puede conducir a un “acting out” (impulso) de pensamientos autolíticos en un paciente, por lo demás, deprimido, gravemente enfermo y confuso. La fatiga psicoemocional y el agotamiento físico, financiero, espiritual, familiar, comunitario y de los recursos de salud son otros de los elementos trascendentes en la motivación del suicidio en el enfermo terminal o moribundo. Para algunas personas, particularmente desde una perspectiva filosófica, el suicidio en los enfermos que afrontan una enfermedad fatal es visto como “razonable” y provisto de un significado positivo: retomar el control de la propia vida y mantener la seguridad de una “muerte digna”. Las posturas habitualmente defendidas comportan elementos más emocionales que científicos.

En cualquier caso, no es raro que el enfermo moribundo pida algo que acabe con sus sufrimientos; a menudo reconsideran la idea cuando el médico comprende la legitimidad de su opción y la necesidad de mantener un sentido de control sobre aspectos de su muerte. El objetivo no es prevenir el suicidio a toda costa, sino prevenir aquel que se debe a la desesperación, a la soledad y aislamiento, y a un inapropiado control de los síntomas.

MITOS ERRÓNEOS ACERCA DEL SUICIDIO
1. La persona que amenaza con suicidarse en realidad no lo va a hacer y quien desea seriamente hacerlo no avisa.
2. La familia siempre es contenedora.
3. La persona histérica no se suicida.
4. El suicidio es un problema solo de viejos.
5. Hablar de suicidio con la persona que ha pensado o intentado hacerlo induce al acto.
6. Solo los locos o raros se suicidan.
7. Cuando alguien planea suicidarse, nada ni nadie puede detenerlo.
8. La pobreza es el mayor desencadenante del suicidio.
9. La gente que intenta suicidarse realmente quiere morirse, antes o después.
10. Solo se suicidan los cobardes.
11. Todos escriben cartas antes de suicidarse (solo uno de cada 6 suicidas deja una carta a los seres queridos).

RELACIÓN DE ACOMPAÑAMIENTO CON LOS SOBREVIVIENTES
El suicidio de un ser querido es una tragedia devastadora que deja despedazada la vida de los sobrevivientes y produce un duelo muy traumatizante. Algunos elementos propios del suicidio, incluyen:

1. Sentimiento de traición y abandono
“¿Qué le hice para que me hiciera tanto daño?”, “¿Cómo pudo hacerme esto?”, “¿Acaso no pensó en mi, en los niños, en su mamá?”, “¿Porqué no pudimos llenar su vida?”, “¿Porqué lo hizo?”, “¿Estaba enojado conmigo?”. El suicidio despierta un angustiante y molesto sentido de traición por tantos años de paciencia y cariño que se brindó.
2. Sentimiento de culpa
La muerte por suicidio no implica solo su ausencia sino que, además, la muerte se vivencia como una acusación por lo que se hizo o no se hizo, se dijo o no se dijo. Es común a toda pérdida pero más acusada en suicidio.
3. Fracaso de rol
Muy unido al sentimiento de culpa, el suicidio produce un angustiante sentimiento de fracaso de rol, muy notable entre las madres.
4. Preguntas sin respuesta
Hay mucha confusión y no hay respuestas. Existe una urgente necesidad de encontrar una justificación racional al mismo, una causa medianamente aceptable.
5. Muerte sin adiós
Queda la sensación angustiante de haber sido abandonados de forma unilateral e injusta.
6. Rabia
El suicidio produce un intenso sentimiento de rechazo hacia aquel ser querido que terminó con su vida (amor-odio contra el objeto amado), resentimiento por haberse dado por vencido, contra nosotros por no habernos dado cuenta, hacia Dios por no haber evitado la tragedia. La rabia, como sentimiento, es un intento de sacar el dolor de sí mismos.
7. El estigma
Aun cuando las condenas históricas han desaparecido en gran parte, el suicidio estigmatiza gravemente a la familia: “Ahí va la madre el suicida”, “Qué sería lo que le hicieron”, etc. La condena es tanto hacia la familia como hacia el mismo suicida. Los supervivientes suelen experimentar menos apoyo social que sus contrapartes y sienten más necesidad de comprensión que en otras muertes. La vergüenza asociada al estigma es uno de los sentimientos más difíciles de sobrellevar.
8. Miedo
Es muy frecuente, tanto por lo anterior como por el reconocimiento de los propios sentimientos autodestructivos, incluso pueden arrastrar con ellos una sensación de destino o predestinación. Además, existe el constante miedo sobre el futuro “más allá de la muerte” de su ser querido (condenación, infierno, etc.).
9. Pensamiento distorsionado
Se presenta por la necesidad de ver la conducta de la víctima, no como un suicidio sino como una muerte accidental, creándose un patrón de comunicación distorsionada en las familias. La familia crea así un mito respecto a lo que realmente le ocurrió a la víctima, y si alguien cuestiona la muerte llamándola por su nombre real, produce un gran enojo y rechazo de los demás, aquellos que necesitan verla como una muerte accidental o natural. Así, es frecuente que los miembros de familia oculten la causa de la muerte y sepan quién sabe y quién no la verdad.

ELEMENTOS DEL ASESORAMIENTO PARA SUPERVIVIENTES DE SUICIDIOS

1. Educación en duelo y en suicidio (libros, artículos, películas).
2. Intervenciones precoces antes de que se establezcan patrones disfuncionales como los pensamientos distorsionados.
3. Intervención sintomática
A. Confrontar con la realidad la culpabilidad hacia uno mismo y hacia los otros (diferenciar entre culpa racional e irracional);
B. Ayudar a corregir las negaciones y distorsiones (afrontar la realidad del suicidio, utilizar las palabras difíciles como “se suicidó”, “se ahorcó”, etc., corregir distorsiones);
C. Trabajar el enfado y la rabia (extraerlo de sí mismo y dirigirlo constructivamente hacia afuera);
D. Confrontar la sensación de traición y abandono con la realidad;
E. Explorar fantasías de futuro (efecto de la muerte sobre su futuro);
F. Manejo grupal del estigma y la vergüenza.
4. Intervención relacional
A. Explorar las funciones de rol y la vivencia de fracaso del mismo.
B. Confrontar la necesidad de encontrar una justificación racional al mismo (una causa medianamente aceptable).
5. Establecer un ritual de despedida.
6. Terapia individual y terapia grupal.
7. Encuentros mixtos de personas que intentaron suicidarse y supervivientes de suicidios.

BIBLIOGRAFÍA
1. Bautista, M y Correa, M: Relación de ayuda ante el Suicidio. Editorial San Pablo. Buenos Aires, 1996
2. Doka, K.J. (Editor): Living with grief alter sudden loss. Hospice Foundation of America, 1996
3. Montoya Carrasquilla, J.: Guía para el Duelo. Editorial Piloto, Funeraria San Vicente. Medellín. 2000-2003.
4. Montoya Carrasquilla, J.: El Arte del Bien Morir: http://www.artemorir.homestead.com/index.html
5. Montoya Carrasquilla, J.: El enfermo con cáncer avanzado: el suicidio o el deseo de morir. Anales de Psiquiatría, 8 (5): 188-191; 1992
6. Montoya Carrasquilla, J.: El duelo del anciano. Geriátrika, 8 (4): 180-184; 1992
7. Montoya Carrasquilla, J.: Cáncer avanzado. Control de síntomas. Editado por el Departamento de Publicaciones de Laboratorios Delagrange. Madrid. 1992
8. Worden, J.W.: El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia. Editorial Pailón. Barcelona, 1997

CRITERIOS REVISADOS DE DUELO COMPLICADO (CRDC)
Criterio A (estrés por la separación afectiva que conlleva la muerte).
Presentar, cada día o en grado acusado, 3 de los 4 síntomas siguientes: 1. Pensamientos intrusos -que entran en la mente sin control- acerca del fallecido. 2.  Añoranza -recordar su ausencia con enorme y profunda tristeza- del fallecido. 3.  Búsqueda -aún sabiendo que está muerto- del fallecido. 4. Sentimientos de soledad como resultado del fallecimiento.
Criterio B (estrés por el trauma psíquico que supone la muerte).
Presentar, cada día o en grado acusado, y como consecuencia del fallecimiento, 4 de los 8 síntomas siguientes: 1. Falta de metas y/o tener la sensación de que todo es inútil respecto al futuro. 2. Sensación subjetiva de frialdad, indiferencia y/o ausencia de respuesta emocional. 3. Dificultad para aceptar la realidad de la muerte (p.ej., no terminar de creérselo). 4. Sentir que la vida está vacía y/o que no tiene sentido. 5. Sentir que se ha muerto una parte de si mismo. 6. Asumir síntomas y/o conductas perjudiciales del fallecido, o relacionadas con él. 7. Excesiva irritabilidad, amargura, y/o enfado en relación con el fallecimiento. 8. Tener alterada la manera de ver e interpretar el mundo (p.ej: haber perdido la sensación de seguridad, la sensación de control, la confianza en los demás).
Criterio C (cronología).
La duración del trastorno -los síntomas arriba indicados- es de al menos 6 meses.
Criterio D (deterioro).
El trastorno causa un importante deterioro de la vida social, laboral u otras actividades significativas de la persona en duelo.

Bibliografía
Landa V, García-García JA. El proceso de duelo. En: De la Revilla L, Montoso R, eds. Atención familiar en el enfermo crónico, inmovilizado y terminal. Granada: Fundación para el Estudio de la Atención a la Familia; 2000.
García-García JA, Landa V, Grandes G, Mauriz A, Andollo I. Cuidados Primarios de Duelo (CPD). El nivel primario de atención al doliente. Sestao: Grupo de Estudios de Duelo de Vizcaya; 2001. p 17-8.
Prigerson HG, Shear MK, Jacobs SC, Reynolds III CF, Maciejewski PK, Davidson JRT et al. Consensus criteria for traumatic grief. A preliminary empirical test. Br J Psychiatry 1999; 174: 67-73.
Prigerson HG, Jacobs SC. Traumatic Grief as a distinct disorder: a rationale, consensus criteria, and empirical test. In: Stroebe MS, Hansson RO, Stroebe W, Henk Schut. Handbook of Bereavement Research. Consequences, coping, and care. Washington DC: American Psychological Association; 2001. p 613-48.
Prigerson HG, Jacobs SC. Caring for bereaved patients. “All the doctors just suddenly go”. JAMA 2001; 286: 1369-76.

Fuente: http://montedeoya.homestead.com/suicidio.html

RITUALES FUNERARIOS

RITUALES FUNERARIOS.
La sepultura de los cadáveres “según leyes anteriores a todo escrito e inmutables, pues esas leyes divinas no están vigentes ni por lo más remoto, sólo desde hoy ni desde ayer, sino permanentemente y en toda ocasión, y no hay quién sepa en que fecha aparecieron” (Sófocles, Antígona)- era necesaria para que pudieran darse las lamentaciones funerarias, lamentaciones que, a modo de herencia, eran una forma de “darse a conocer” a las generaciones futuras. Así, enterrar a los muertos estaba por encima de todo: era una labor muy preciada por los dioses. En este sentido, la más hermosa defensa del enterramiento de los muertos puede encontrarse en Antígona, quien está dispuesta a morir por ver enterrado a su hermano, pues “(…) es más largo el tiempo durante el que debo agradar a los de abajo que el tiempo durante el que debo agradar a los de aquí arriba, pues allí yaceré por siempre”. Para Teucro (Sófocles, Áyax) “no trates mal a los muertos, pues, si así lo haces, sábete que te harás daño a ti mismo”.
Antecedentes
La muerte señala en la comunidad que ha pasado algo, y hay grandes y fastuosas pausas. La muerte de un individuo afecta en todo la continuidad del ritmo social: en la ciudad nada continua igual.
El presente
La muerte olvidada, oculta, triste y solitaria. Ni en la ciudad ni en la comunidad, ni en el mismo vecindario pasa nada.
INTRODUCCIÓN
La muerte parece un ejemplo paradigmático de lo que puede llamarse un “hecho social”. Sabemos que la muerte tiene lugar en un contexto social, en función de organizaciones, definiciones profesionales de rol social, interacción y significado social.

El significado de la muerte se define socialmente, y la naturaleza de los rituales funerarios, del duelo y el luto reflejan la influencia del contexto social en donde ocurren. Así, diferentes culturas manejan el problema de diferente manera. Las pequeñas diferencias serán impuestas por el muy personal concepto de muerte de cada uno. Por otra parte, el tipo de muerte (“buena” o “mala” muerte) se corresponde también con un estilo funerario particular (ver tabla).

En la sociedad occidental, históricamente, el luto ha dejado de ser una costumbre donde se especificaba indumentaria, comportamiento y límites de interacción y tiempo. Al parecer existe una rápida caída de prestigio y desacreditación de la persona en duelo. Esto ha llevado a que muchas de las dificultades actuales para recuperarse de la pérdida de un ser amado se debe, en parte, a la ausencia de rituales establecidos y patrones estructurados de duelo. No debemos olvidar que la interacción social es un elemento central que permite que el deudo comience a reconstruir su realidad con un significado e identidad en la vida.
Modelos de “Buena Muerte” y “Mala Muerte” a lo largo de la historia

Período:  Antiguedad Clásica
Buena Muerte: Se acepta la muerte por suicidio como razonable en caso de enfermedad o dolor. La forma de morir es la medida del valor final de la vida. La “Euthanasia” es “Summun Bonum”.
Mala Muerte: Vida consumida por la enfermedad y el sufrimiento. Muerte sin sepultura.

Período: Edad Media
Buena Muerte: Muerte lenta y anunciada; muerte asistida.
Mala Muerte: Muerte repentina e imprevista; muerte clandestina.

Período: Siglos XIV  XVIII
Buena Muerte: La muerte del justo, de aquel que piensa poco cuando viene pero que ha pensado en ella toda la vida. La agonía dolorosa y el dolor adquieren un notable valor religioso. Se pierde el temor a la muerte repentina. El “ángel guardián” conserva su libro, y el diablo, confundido, se arroja a los infiernos.
Mala Muerte: La muerte del no preparado. La muerte tranquila, sin dolor. El diablo presenta “su libro” y el ángel guardián, afligido, le abandona.

Período: Siglos XVIII  XIX
Buena Muerte: Muerte testada y preparada espiritualmente (recursos salvíficos)
Mala Muerte: Muerte sin testamento; retorna la muerte imprevista.

Período: Segunda mitad Del siglo XIX
Buena Muerte: Muerte en la ignorancia de la misma.
Mala Muerte: Morir consciente de que se muere.

Período: Siglo XX (a partir de 1914-18)
Buena Muerte: Muerte repentina e imprevista; se refuerza la muerte en la ignorancia.
Mala Muerte: Muerte lenta, llena de sufrimiento y dolor (delirium, dolor, disnea, respiración estertórea); muerte consciente, muerte en la UCI-UVI.

La forma en la que se moría y la actividad del difunto durante la vida era lo que daba al ritual mortuorio sus características esenciales y lo que determinaba el sitio final en el que residiría el alma del fallecido.

Esto ha llevado a una práctica común en nuestra sociedad, que en cierto modo sustituye la costumbre de llevar insignias visibles de luto, y es la de que el superviviente, en el periodo de aflicción aguda, se aísle durante un período de tiempo suficientemente largo, actualmente cada más reducido, como para que a su retorno al ambiente social habitual se haya disipado la importancia de la  muerte, y tanto él como otros puedan manejar la interacción con menos tensión y de una forma más normal.

Si bien la muerte se considera un “asunto de familia”, la ocasión del duelo puede constituir un modo en que se rompen las reglas generales de convivencia; con bastante frecuencia la “casa de los deudos” suele permanecer “abierta” durante los días que siguen inmediatamente a la muerte. Así, uno se encuentra en tales circunstancias tal mezcla de familiares, amigos, conocidos, compañeros y vecinos que, en virtud de la tan extremadamente variable perspectiva que los presentes tienen del difunto, tal reunión se convierte en verdaderos “momentos sociales”. Con todo, hoy día la muerte ha dejado de ser un momento eminentemente familiar.

En nuestro tiempo, la muerta causa tanto miedo que ya no nos atrevemos a decir su nombre (usamos multitud de eufemismos), miedo que, a su vez, es considerado normal y necesario. Actualmente domina en los países industrializados una concepción de muerte que puede designarse como “muerte invisible” y que ha llegado también a los países en desarrollo. A partir de la primera mitad del siglo XX la muerte comienza a desaparecer de la vida pública (en Colombia solo queda la parte fea de la muerte, el homicidio o el accidente). El duelo también desaparece como práctica, los funerales se hacen breves (a veces de minutos pues el difunto pasa directamente de la casa a una “cajita” en cuestión de minutos según la “influencia” que la familia tenga) y la cremación se vuelve cada vez más frecuente.

Nuestra sociedad, mercantil y triunfalista, tiene pocos hábitos y actitudes compartidas, cosa a la que la muerte obliga. Sin embargo, se ha unificado en una respuesta de vergüenza frente a la muerte. Admitirla pareciera ser admitir un fracaso en el mandato social de ser felices y tener éxito. La muerte, hecho esencial a la existencia humana, pasa a ser un acontecimiento absurdo y que molesta a los demás.

SENTIDO Y PORQUÉ DE LOS RITUALES
Entre los pueblos primitivos, la muerte constituía una seria amenaza a la cohesión y, por tanto, a la supervivencia de todo el grupo; ésta podía desencadenar una explosión de temor y variadas expresiones irracionales de defensa. La solidaridad del grupo se salvaba entonces haciendo de este acontecimiento natural un rito social. Así, la muerte de un miembro del grupo se transforma en una ocasión para una celebración excepcional: de esta forma la muerte pone en marcha una serie de obligaciones sociales.

En la mayoría de las sociedades hoy día, los rituales funerarios benefician a los vivos y a los muertos: ayudan a los sobrevivientes a aceptar la realidad de la muerte (todos los rituales del luto sirven para reforzar la realidad y reducir la sensación de irrealidad que favorece la esperanza de retorno del difunto), recordar al difunto y darse soporte el uno al otro. El sentido y porqué de los rituales funerarios se ha asociado pues a:

1. Como un medio de certificar la muerte -es decir, de confirmar la muerte del otro, “de que está bien muerto”- y por necesidades higiénicas.
2. Para facilitarle el camino, regreso y arribo al muerto a su lugar de destino. En la cultura egipcia también tenía la utilidad de permitir la realización del denominado gesto “KA” destinado a mantener la energía creadora que tenía que sobrevivir a la nada. En la cultura griega, antecedente directo de nuestra actual cultura “occidental y cristiana”, se creía en una cierta vida después de la muerte, por ello los muertos eran objeto de atenciones durante los primeros días sucesivos a su deceso.
3. Como una forma de alejar y espantar los malos espíritus. Los habituales cantos, gestos y gritos pretendían asustar y confundir al alma del difunto de forma que no volviera y trajera malas energías sobre sus deudos. En la antigua Grecia, los fantasmas tenían derecho a tres días de presencia en la ciudad… Todo el mundo se sentía mal en esos días. Al tercero, se invitaba a todos los espíritus a entrar en las casas, se les servía entonces una comida preparada a propósito; después, cuando se consideraba que su apetito estaba saciado, se les decía con firmeza: “Espíritus amados, ya habéis comido y bebido, ahora marcharos”. Tanto en Roma como en Grecia el entierro de los muertos era un deber sagrado. Negar sepultura a un cadáver era condenar al alma a errar sin descanso y, en consecuencia, crear un peligro real para los vivos, pues esas “almas en pena” eran maléficas. Siempre se ha temido la presencia de los aparecidos, motivo por el cual se ha procurado que los ritos funerarios se cumplan sin fallos, para evitar el regreso de los muertos al mundo de los vivos.
4. Desde la más remota antigüedad se tiene la creencia de que los difuntos ejercen de mediadores entre las deidades y los seres vivos, siempre y cuando cumplan unos ritos que han sido transmitidos de generación en generación hasta nuestros días.
5. Para facilitar el proceso de adaptación de los que quedan vivos a este período de convalecencia. No solo los rituales pretenden que los vivos estén más tranquilos al aplacar los espíritus, también sirven para ayudar a los deudos a aceptar la realidad de la muerte y obtener el apoyo de la comunidad. Los rituales contemplados deben desarrollar un equilibrio entre el reconocimiento realista de la tristeza y la alegría sincera por el hecho de que los creyentes que se ausentan del cuerpo están ahora con la entidad superior particular y propia de cada mito. Un funeral bien planeado puede facilitar el proceso de recuperación tras la pérdida de un ser querido y ayudar a disminuir la probabilidad de un duelo patológico. La importancia de los rituales funerarios de cara al proceso de recuperación del duelo puede verse en la triste situación de los desaparecidos y la necesidad de realizar rituales funerarios simbólicos para dar resolución a un duelo no iniciado.
6. Otros fines contemplados son: para cumplir con una tradición, servir de escaparate social (antiguamente las familias daban más importancia al funeral que al matrimonio), como actividad económica y como manifestación espiritual general.

El hecho de la conmemoración de la muerte de una persona ha hecho que sea considerado necesario el funeral como una forma extrema de la importancia social de ese hecho y no hacerlo representa su negación, algo así como un ostracismo o abandono social. De aquí se desprende que en varios países la gente, aunque muy pobre, siempre guarda dinero para recibir una sepultura decente.

Así pues, los rituales funerarios son más que un ritual de despedida y pone en juego una serie de símbolos que otorgan elementos de integración al grupo social.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS
Aunque el culto a los muertos se viene practicando desde el neolítico (o desde las fases finales del paleolítico), al menos dos aspectos históricos destacan por su interés en los orígenes de la respuesta a la pérdida de algo amado. El primero de ellos proviene de los registros arqueológicos: uno de los primeros datos que ofrecen señalan la existencia de prácticas de enterramiento; esto, al menos en parte, permite suponer la conciencia de la muerte y el dolor por la pérdida de algo querido. El segundo, mucho más tardío, proviene del desarrollo del concepto de responsabilidad personal y la atribución de la conducta humana a causas totalmente internas; este no aparece hasta aproximadamente el año 500 a.c., en las obras de los dramaturgos griegos (“por ello, dice el poeta, el hombre pregunta qué divinidad es la que ha causado una determinada enfermedad, guerra, muerte o pérdida”).

Los últimos hallazgos realizados en el principal yacimiento paleontológico de Europa (Sierra de los Huesos de Atapuerca, en la sierra de Burgos, España) confirman que los homínidos que habitaban esta zona de la provincia de Burgos hace 300.000 años, conocidos como “Homo Antecesor”, realizaba de forma conciente y con un comportamiento ritual y simbólico los enterramientos de sus congéneres.

El corazón de los dioses sólo se alegraba cuando los hombres cumplían fielmente los múltiples mandatos que ellos les habían impuesto; de no ser así, enviaban sobre los mortales su castigo, habitualmente bajo la forma de infortunios, dolor, angustia moral o enfermedad (actitud muy general que aún persiste en ciertas culturas y/o niveles culturales); no obstante, tal pérdida podía deberse a la lucha o los celos entre los mismos dioses, siendo sus protegidos los afectados (duelo).

LA ANTIGÜEDAD: Lo Clásico y lo Mitológico
Es en la antiquísima narración babilónica de la aventura del mítico héroe de Sumeria Gilgamesh  el Poema de Gilgamesh es la epopeya cronológicamente más antigua de la historia del mundo; fue redactada o compilada en 12 tablas de arcilla hace más o menos 4000-5000 años , donde encontramos la más primitiva descripción del proceso del duelo humano y de los rituales respectivos. Con todo, nunca hubo en la historia del hombre otro período durante el cual los rituales funerarios y la expresión del duelo cobrara tal dramatismo y realidad como durante el largo período de la antigüedad, expresiones que rayan, ciertamente, en lo mitológico. La muerte señala en la comunidad que ha pasado algo, y hay grandes y fastuosas pausas (p.ej., los juegos fúnebres). La muerte de un individuo afecta en todo la continuidad del ritmo social: en la ciudad nada continua igual.

El primer rasgo que salta a la vista es su dramatismo; las manifestaciones del duelo, rituales de carácter dramático y violento, son frecuentes -casi la norma- en la antigüedad clásica (pueden verse ya en el poema de Gilgamesh). Así, tenemos como más frecuentes: llanto intenso, desvanecimientos, rasgado de vestidos, gemidos de agudos trinos, golpes en la cabeza y en el pecho (rito de plañideras cisias), arrancamiento de pelos de la barba y la cabeza, heridas en el rostro producto de violentos arañazos, gritos agudos, arrastrarse por el suelo, golpear la tierra con las dos manos, etc. Por otro lado, en los funerales podían tener lugar sacrificios humanos y de animales.

De estos rituales, dos merecen especial atención: el primero tiene relación con la ofrenda de cabellos que en los hombres se trataba sólo de un rizo, en las viudas de raparse la cabeza (la parte más noble de la persona), y en las demás mujeres, durante el cortejo fúnebre, llevar el cabello suelto. Recuérdese que, mágicamente, el pelo representa a la persona. La ofrenda de cabellos que hacían los amigos y familiares del muerto significaba el deseo de seguir íntimamente unidos con él. Por otro lado, en los funerales se le ofrece también un mechón de cabellos de la persona muerta a Perséfone (Proserpina), diosa de los infiernos, para que fuese bien acogido por la diosa. Por otra parte, ya el luto riguroso también podía apreciarse:

Sófocles, y los actores que iban a representar una tetralogía, enterados del fallecimiento del gran dramaturgo (Eurípides), se presentaron ante el público de luto riguroso, desprovisto de las coras rituales (Francesc-Lluís Cardona, Prólogo y Presentación de Eurípides: Las Troyanas, Las Bacantes, Edicomunicaciones, S.A. Barcelona, 1993; José Vara Donado, 1991. En: Sófocles: Tragedias Completas. Ed. Cátedra, Madrid. 1991). Electra, hermana de Orestes, se encamina ataviada de luto a la tumba de Agamenón (Francesc-Lluís Cardona, Prólogo y Presentación de Eurípides: Las Troyanas, Las Bacantes, Edicomunicaciones, S.A. Barcelona, 1993).

En las culturas precolombinas el color negro representa el principio femenino-nocturno -inframundano y el rojo el principio masculino-diurno-terrenal.

El segundo ritual de interés son los juegos fúnebres que se llevaban a cabo durante los primeros nueve días tras el fallecimiento: la carrera de carros, el pugilato, la lucha, la carrera, el combate, el lanzamiento del peso, el juego del arco y el lanzamiento de jabalina (véase La Ilíada, canto XXIII, “Los funerales de Patroclo”. La Eneida, libro V).

Algunos de los juegos fúnebres más célebres son los realizados en honor de Patroclo, Ofeltes (los primeros Juegos Nemeos, cuyos jueces vistieron siempre túnicas negras en señal de duelo), Aquiles, Pelias, Layo, Anquises (llamados Juegos Troyanos y celebrados en Roma hasta el Imperio), Azán, Cícico, Heracles, Paris (celebrados aún estando vivo éste), Sinis (bandido que murió a manos del héroe Teseo; son los llamados Juegos Ístmicos; otra tradición considera que estos juegos conmemoraban la muerte de Escirón, otro bandido muerto por Teseo), Abdero (incluían las competiciones acostumbradas con excepción de la carrera de carros) y los celebrados por Teutámides en honor de su padre, en los que, durante su celebración, Perseo mató accidentalmente a su abuelo Acrisio.

Finalmente, el tercer rasgo más sobresaliente es su duración, que solía ser corta pero intensa (de 1, 7 y 9 días) en épocas más antiguas, y más larga (hasta un año) en épocas posteriores (La Ilíada, canto XIX, “Reconciliación de Aquiles y Agamenón”; Séneca, Cartas Morales a Lucilio, carta LXIII).

La actitud general ante la muerte de un ser querido (o, más usualmente, un amigo o un héroe) bien puede expresarse con estas palabras de Eurípides: “¡Cuán dulce para los desgraciados es llorar, gemir lúgubremente y cantar sus males! (…) Pero para los desgraciados es un consuelo lanzar lúgubres gemidos” (Eurípides: Las Troyanas), aunque, si bien se fomenta la expresión del dolor, se aprecian algunas manifestaciones de rechazo del duelo muy ocasionales: “No quería el rey Príamo el llanto; en silencio, afligidos dentro del corazón, a la pira los muertos llevaron …. (La Ilíada, canto VII, La Tregua. Construcción del muro).

Es en Séneca donde encontramos la necesidad de una mayor moderación en las expresiones del duelo, si bien a su vez estimula una expresión natural y no fingida de la tristeza y las lágrimas (cartas XCIX y LXIII). También en Séneca encontramos una clara visión social del duelo y del deudo, tal como Sudnow lo haría 20 siglos después:

“No es virtud, sino inhumanidad, esto de contemplar el entierro de los suyos con los mismos ojos que cuando estaban vivos y no conmoverse en el primer momento de su separación. Aun suponiendo que te lo prohibiese, hay cosas que permanecen fuera de todo dominio: las lágrimas fluyen aun en aquel que intenta detenerlas, y procuran alivio al espíritu. ¿Qué haremos, pues? Les permitiremos que caiga, pero sin forzarlas a ello; que fluyan las que derramen el sentimiento, no las que exijan la imitación. Pero no añadamos nada a la tristeza ni debemos aumentarla con el ejemplo ajeno”. “La ostentación del dolor es más exigente que el dolor mismo. ¿Cuántos hay que están tristes para sí solos? Cuando pueden ser escuchados, gimen con mayor violencia, pero más calladamente, con mayor serenidad, en secreto; en cuanto ven a alguien, se siente excitados a nuevos lloros. Entonces se golpean la cabeza, cosa que hubiesen podido hacer más libremente cuando nadie podía impedirlo; entonces invocan a la muerte y se revuelven sobre el lecho; el espectador se va, y cesa todo aquel dolor. También en ésta, como en otras cosas, caemos en el vicio de comportarnos según el ejemplo de la mayoría y de no atender a lo que conviene, sino a lo que se acostumbra”. “Nos apartamos de la Naturaleza y nos entregamos al arbitrio del pueblo, que no suele ser ejemplo de nada bueno, y en esta cosa, como en tantas otras, se muestra lleno de inconsecuencia. Ve a alguien entero en su dolor, y le califica de poco afectivo y áspero; ve a alguien caído en tierra y abrazado al cadáver, y le llama afeminado y flojo. Es menester, por lo tanto, regular todo según la razón (carta XCIX: Consolaciones por la muerte de un hijo)”.

Hoy día sucede un tanto de lo mismo: llorar se ha vuelto sospechoso; si la persona llora mucho, según se dice, “… es porque tiene remordimientos”. Si, por el contrario, no llora “… es porque no le quería”. Ante esta situación las personas optan por una postura intermedia: llanto moderado visible a sus vecinos y ocultación en la soledad de su intimidad, donde ya siente que puede hacerlo con la intensidad necesaria, si bien pierde el beneficio del reconocimiento social de su dolor.

UN FUNERAL ROMANO
Tanto en Roma como en Grecia el entierro de los muertos era un deber sagrado. Negar sepultura a un cadáver era condenar al alma a errar sin descanso y, en consecuencia, crear un peligro real para los vivos, pues esas “almas en pena” eran maléficas. Los romanos practicaban simultáneamente los dos grandes ritos funerarios, la cremación y la inhumación. Una vez que se comprobaba la muerte, el hijo mayor cerraba los ojos de su padre y lo llamaba por su nombre por última vez. Luego se lavaba el cadáver, se lo adornaba, se lo revestía con la toga praetexta y se lo exponía en el atrium sobre un lecho mortuorio, en medio de flores y guirnaldas. Durante varios días, mujeres flautistas y plañideras a sueldo tocaban una música fúnebre. Luego, legado el momento, se formaba un cortejo para acompañar el cadáver fuera del recinto de la ciudad, en donde se erigía la pira (primitivamente en la noche, posteriormente en las mañanas). Detrás de los músicos y de las plañideras caminaban hombres que llevaban representaciones de lo que había sido la vida del difunto.

Si el difunto era noble (patricio), aparecían clientes o actores que llevaban el rostro cubierto por una máscara que imitaba los ancestros del muerto, de manera que todo el linaje parecía haber venido a recibir a su descendiente (acto conocido como “jus imaginum o “derecho de imágenes”); luego venía el cadáver transportado sobre una camilla con el rostro descubierto. Lo seguían parientes y amigos, los hombres con toga de color oscuro, las mujeres con los cabellos sueltos y en desorden. En los funerales de los nobles, la oración fúnebre para el muerto (laudatio) la rezaba en el foro su pariente más cercano. Finalmente se llegaba hasta la pira en la que se depositaba el cadáver entre perfumes y presentes. Mientras duraba la cremación, los parientes no debían alejarse. Luego, se recogían los huesos calcinados en medio de las cenizas calientes, se les lavaba con vino y se les ponía dentro de una urna, depositada a su vez en una tumba.

Si los Vitalia conciernen a la vita del difunto y a todo lo que está destinado a protegerla, los Parentalia remiten a las honras que son debidas a los parientes muertos y a la solemne ceremonia con la cual los vivientes le manifiestan su cariño. A los nueve días del sepelio tenía lugar el banquete fúnebre conocido como novendalia.

En torno a la muerte los romanos desarrollaron complejos ritos. Cuando una persona estaba a punto de morir, su cuerpo se ponía en el suelo, uno de sus seres queridos le daba el último beso y cerraba los ojos. Al morir, se producía la conclamatio por la que los presentes invocaban el nombre del difunto. Las mujeres de la casa y los trabajadores de pompas fúnebres preparan el cadáver limpiándolo con agua caliente y aplicándole ungüentos para vestirlos con sus mejores galas. La presencia de los ritos funerarios de ceremonias de purificación que incluían banquetes fúnebres posteriores a la muerte, junto a las comidas y ceremonias con motivo de las fiestas anuales de las Parentalia y las Lemuria entre los romanos, justificaban la necesidad de edificios sepulcrales y motivaban la agrupación de los menos favorecidos en asociaciones funerarias que les garantizasen los ritos sociales que debían acompañar su muerte.

LOS ANTIGUOS CRISTIANOS
Durante este período, el fenómeno de las “plañideras” -ya “alquiladas” o “pagadas” para hacer más intenso el duelo- estaba muy extendido; así lo apoyan dos aportaciones del antropólogo francés P. Ariés: San Juan Crisóstomo se indignaba contra los cristianos que “alquilaban a mujeres, a paganas como plañideras, para hacer más intenso el luto y atizar el fuego del dolor sin escuchar a San Pablo”. Por otra parte, los Canones del Patriarcado de Alejandría también reprobaban estas manifestaciones: “los que están de duelo deben limitarse a la iglesia, al monasterio, a la casa, silenciosos, calmos y dignos, como deben serlo los que creen en la verdad de la resurrección”.

Por principio y por tradición popular, el duelo durante esta época debía sobrepasar la medida; se condenaba menos su carácter mercenario que el exceso que manifestaban, puesto que se descargaba sobre otros la expresión de un dolor que no se sentía lo bastante personalmente. No obstante, tal manifestación debía mantenerse con esplendor, aunque el precio fuese muy alto.

PRIMERA EDAD MEDIA
En la primera Edad Media los ritos de la muerte estaban dominados por la familia y amigos del difunto, quienes protagonizaban las escenas del duelo y acompañamiento. Estos ritos eran fundamentalmente civiles y el papel de la iglesia se reducía a la absolución ántuma y póstuma.

La escena del duelo se hallaba dividida en dos actos sucesivos e inmediatos: durante el primero, las manifestaciones eran salvajes (al más puro estilo antiguo) o así debían parecerlo: “a penas se constataba la muerte, a su alrededor estallaban violentas manifestaciones de desesperación”, circunstancia que contrastaba con la calma y sencillez del moribundo en espera de la muerte. Tales gestos de pena y dolor sólo eran interrumpidos por el elogio del difunto, segundo acto de esta escena; habitualmente existía un “guía” del duelo quien se encargaba de las palabras de despedida, haciéndose especial hincapié en la espontaneidad de los acompañantes (familiares, amigos, señores y vasallos del difunto).

El duelo solía durar algunas horas, el tiempo de la vela, a veces el tiempo del entierro: un mes como máximo en las grandes ocasiones; las gentes se vestían de rojo, de verde, de azul, del color de los vestidos más hermosos para honrar al muerto.

SEGUNDA EDAD MEDIA
Las convenciones sociales ya no tendían a expresar la violencia del dolor y se inclinaban desde el momento de la muerte hacia la dignidad y el control de uno mismo: ya no parecía tan legítimo ni tan poco tan usual perder el control de uno mismo para llorar a los muertos. El duelo medieval expresaba la angustia de la comunidad visitada por la muerte. Las visitas del duelo rehacían la unidad del grupo, recreaban el calor de los días de fiesta (retorno a lo antiguo): las ceremonias del entierro se convertían también en una fiesta de la que no estaba ausente la alegría, donde la risa hacía que con frecuencia las lágrimas desaparecieran.

Allí donde las manifestaciones tradicionales del dolor subsistían, como en la España de los siglos XIV y XV (aún persistían las plañideras y el duelo tenía por objeto descargar el sufrimiento de los supervivientes), su apariencia de espontaneidad y su dolorismo se han atenuado; lo que no se quería decir mediante palabras o gestos, se significaba entonces por el traje y el color: “En el siglo XII, Baudry, abad de Bourgueil, señalaba como rareza extraña que los españoles se vistieran de negro al morir sus parientes”.

En la segunda Edad Media, y más particularmente después del establecimiento de las ordenes mendicantes (carmelitas, agustinos, capuchinos y dominicos), la ceremonia del duelo, el velatorio y el entierro cambió de naturaleza; la familia y los amigos, ahora silenciosos, han dejado de ser los principales actores de una acción desdramatizada. En adelante, y probablemente a partir de los siglos XII y XIII, los principales papeles estarán reservados a los sacerdotes (ordenes mendicantes especialmente), a personas semejantes a monjes, laicos con funciones religiosas, como las ordenes terceras o los cofrades, es decir, a los nuevos especialistas de la muerte.

Así, el acompañamiento se convierte en una solemne procesión escolástica: los parientes y amigos no fueron desde luego apartados, pero en los cortejos ordinarios son tan discretos que llega a dudarse de su presencia; pobres y niños de hospital (expósitos o abandonados) empiezan a integrar el cortejo según la riqueza y generosidad del difunto, al tiempo que intercederían en favor suyo ante la corte celestial.

La procesión solemne del séquito se convierte así en la imagen simbólica de la muerte y los funerales; el orden y composición del séquito eran fijados por el muerto en el testamento (costumbre que persiste en los siglos XVI-XVIII): “Desde su último suspiro, el muerto no pertenece ya ni a sus iguales o compañeros, ni a su familia, sino a la iglesia; la lectura del oficio de los muertos a sustituido a las antiguas lamentaciones”.

SIGLOS XVI, XVII y XVIII
Hay suficientes pruebas para concluir que los rituales mortuorios, propios de siglos anteriores, habían entrado en crisis; el abundante cortejo religioso así como las representaciones de caridad y pobreza (comunidades mendicantes, hermandades, pobres, etc.) tendieron a volverse más sencillas, “sin fasto ni pompa”, las procesiones se hicieron menos numerosas y las exequias barrocas comienzan a ser mal vistas.

Así, las manifestaciones del duelo se relacionaban con la sencillez: los testadores piden humildad, tanto en la casa como en la iglesia. A pesar de ello, el duelo con plañideras subsistía en algunas regiones.

Las noticias de una muerte se acogen con frialdad: “quién pierde a su marido o a su mujer busca rápidamente alguien que lo reemplace”; en otros casos el superviviente se “retira del mundo” y espera su propio fin. La expresión de dolor sobre el lecho de muerte ya no se admite; en cualquier caso, es pasada en silencio. El que está demasiado afligido como para volver a una vida normal tras el breve lapso concedido por la costumbre, no tiene más remedio que el retirarse al convento, al campo, fuera del mundo en que es conocido. Para Ariés, la voluntad de simplificar los ritos de la muerte, de reducir la importancia afectiva de la sepultura y del duelo fue inspirada por una causa religiosa, por un ejercicio de humildad cristiana, pero ésta se confundió rápidamente con un sentimiento más ambiguo. Desde entonces el duelo comienza a perder definitivamente su significado de “liberación”, de expresión de sentimientos. Por otra parte, el uso del negro se hace general a partir del siglo XVI.

SIGLOS XIX y XX
En el siglo XIX, la muerte era algo muy familiar y natural, que no se escondía y que no se revestía de gran dramaticidad. Había incluso una reticencia a dar nombre a los niños al nacer, se esperaba un tiempo prudencial hasta ver si iban a sobrevivir. Esta actitud de resignación ante la muerte de los niños como un hecho posible puede observarse entre comunidades pobres dentro de las cuales la lucha por la sobrevivencia es grande y la muerte una de las posibilidades cotidianas. No es raro escuchar con total naturalidad a un padre o a una madre de familia que tuvieron un cierto número de hijos de los cuales sobrevivió otro cierto número.

Las manifestaciones públicas del duelo, así como una expresión privada demasiado insistente y lánguida, son ya de naturaleza morbosa: las crisis de lágrimas y las manifestaciones dramáticas se convierten en “crisis de nervios”. Después de la muerte se clava en la puerta de la casa del difunto una “esquela de duelo”, sustituyendo así a la antigua costumbre de exposición del difunto o del ataúd; el período de duelo se convierte en un “período de visitas”: visitas de la familia al cementerio, visitas de los parientes y amigos de la familia, etc.

El abandono del duelo, según Ariés, se inicia a partir de finales del siglo XIX, y su prohibición, a partir de 1914. Sin embargo, tal frivolidad no se debe a los supervivientes, sino a una coacción despiadada de la sociedad: el superviviente queda aplastado entre el peso de su pena y el de la prohibición de la sociedad.

GITANOS
Los gitanos romá de Chile manifiestan un gran respeto por sus difuntos. De hecho, el peor insulto entre ellos consiste en ofender a los muertos. Cuando un gitano fallece se le vela en una carpa 3 días. Bajo el ataúd se colocan aquellas cosas que más le gustaban (café, cigarrillos, vino, frutas, etc.). Sus familiares deben cumplir con un duelo que consiste en no usar jabón, no afeitarse, no usar ropa nueva, no escuchar música, no asistir a las fiestas de la comunidad (no bailar ni cantar), no pintar, etc. Los gitanos hombres deben usar una pequeña cinta de color negro en la camisa como señal externa del luto (esta debe quemarse una vez terminado el luto). La duración de estas restricciones dependen del parentesco (desde una semana a un año). Una tradición mantenida hasta el día de hoy es el banquete fúnebre que se realiza en memoria del gitano fallecido: se celebra a los 7 días, a los 6 meses y al año después de la muerte.  Se comen las comidas que especialmente le gustaban al difunto y se deja un espacio en la mesa reservado para él. Los alimentos que sobran deberán botarse. En la visita al cementerio (limoria) se llevan frutas, flores, velas y se encienden cigarrillos. Pueden realizarse promesas a cumplir una vez el fallecimiento (por ejemplo, no beber licor durante un tiempo determinado), promesas que son de carácter sagrado; en caso de no cumplirlas, quedará prókleto (maldito) y será marginado y despreciado por la comunidad. Por otra parte, no se permiten las autopsias. Los gitanos deben enterrarse tal y como fallecieron, con todas sus pertenencias, si tenían joyas, se les entierra con sus joyas, a menos que él en vida haya dicho otra cosa.
LOS IGBO (Nigeria)
Cuando muere una persona importante en la comunidad, su cuerpo es llevado a un recinto funerario especial (Oto Kwbu) para ser lavado. Realizan una fiesta fúnebre durante toda la noche entre cantos y lamentaciones. Se pintan la cara con tinte negro y se ponen ropa de luto durante 10 meses. Mujeres y hombres se afeitan la cabeza, excepto las viudas que no deben cortarse el pelo ni cubrir su cabeza durante 10 meses. 10 meses después del entierro se celebra otra ceremonia (Kopinai), gran fiesta con variedad de comidas y bebidas. Su ritual es muy elaborado y rico.

ELEMENTOS QUE COMPONEN LOS RITUALES FUNERARIOS
Relacionados con el cuerpo
-Presentes y ofrendas
-Lavado y preparación del cuerpo
-Perfumado
-Ropaje (lienzo, papel, algodón)
-Sacrificios
-Mortajas: El uso el hábito de San Francisco como mortaja es una costumbre que se remonta a la Edad Media europea pues San Francisco era habitualmente representado usando la cuerda de su hábito para rescatar las almas del purgatorio; así, el propósito era ayudar al difunto a cruzar con éxito el camino del purgatorio.
-Toques de campana
-Velas
-Flores: Crisantemos, siempre viva
-Crucifijos
-Escapulario: El escapulario daba a quién lo llevaba durante toda su  vida la certidumbre de una buena muerte y, cuando menos, una abreviación de su tiempo de purgatorio.
-Quemado de la ropa del difunto
-Conclamatio: A partir del 1600 (hasta 1800), la comprobación jurídica de la muerte se hacía a través del llamado “conclamatio”, por la que el notario invocaba tres veces el nombre del difunto: “se le llamará varias veces para asegurarse de que está bien muerto”.
Relacionados con la ceremonia
-Cláusula pía
-Entierro o cremación
-Elogio o sermón fúnebre
-Recepción de los asistentes a las puertas de la Iglesia
-Cortejo: Variable según los tiempos, la cultura y el poder económico del difunto.
-Máscaras
-Recordatorio
-Bulas
-Foto con el difunto
-Ceremonia de “levantar el duelo”: Una costumbre colonial que se mantuvo durante largos años fue la de retornar a la casa del difunto y permanecer en ella largas horas, hasta que alguno se atrevía a levantarse y despedirse, momento en que se concluía esta ceremonia y todos se despedían y se retiraban. Generalmente a las 8 de la noche era el momento apropiado para “levantar el duelo”. Se reconocía incluso, posteriormente, aquella “persona encargada de levantar el duelo”.
-Carrozas, coches y carros fúnebres
-Saludo al final de la misa: “Duelo que se despide con etiqueta”.
-Música fúnebre
-Oración fúnebre
-Banquete fúnebre o Novendalia: Se repite 1 a 3 veces en el año en períodos de tiempo variables según la cultura.
-Esquelas
-Tablones
-Prohibición de pronunciar el nombre del difunto
-Plañideras
-Testamento: Los testamentos, documentos que manifiestan los cambios de actitud frente a la muerte, expresaban los sentimientos, ideas y voluntades de quien se sentía próximo a morir. En estos, había una sección muy importante, la denominada “Cláusula Pía” donde el testador indicaba con todo detalle cómo debía ser su sepultura, los servicios religiosos o limosnas y las rentas que debían destinar para solventar los gastos de estos servicios, así como las limosnas que se debían destinar para hacer actos de caridad. Sin embargo, a partir de la segunda mita del siglo XVIII, las cláusulas pías, las elecciones de sepultura, fundaciones de misas y servicios religiosos, así como las limosnas, desaparecieron en todo el occidente cristiano-protestante o católico, quedando el documento como un simple instrumento legal de transmisión de bienes. Este cambio radical refleja una laicización de los testamentos en el mundo occidental pero también una nueva concepción sobre la familia al depositar en ella la confianza suficiente como para que ya no sea necesario dejar la voluntad del testador en un documento. Todo o relacionado a la ceremonia fúnebre y la distribución de bienes para las misas del difunto será comunicado oralmente a los familiares y ellos pasarán a encargarse de estas tareas.
-Libro de los muertos
-Ayunos: Sea a causa de la pena, sea por el principio higiénico-religioso que considera impuro los cadáveres, se imponía la prohibición de comer hasta después del entierro. De ahí que en muchas culturas (en Galicia, por ejemplo) se celebrase un banquete llamado “duelo” después del entierro. El ayuno cuaresmal (cuaresma=40) empezó siendo en el cristianismo de 40 horas y luego pasó a 40 días.
Relacionados con el duelo
-Visita de pésame o condolencia
-Misas de aniversario
-Sufragios o cartas de condolencia
-Avisos de agradecimiento

FUNERALES CATÓLICOS
La muerte es siempre dolorosa pero para el cristiano no es el fin sino el pasaje a la vida eterna. Dar entierro es una de las obras de misericordia. El lugar del entierro debe ser un cementerio, preferentemente católico, ya que estos han sido consagrados como lugar santo de reposo y manifiestan el respeto que los católicos le tienen a la vida y a la muerte de Cristo. Las funciones litúrgicas son las prácticas rituales de la Iglesia durante el entierro de sus hijos. La Constitución sobre la Liturgia del Concilio Vaticano Segundo instruyó que se revisaran los servicios de funeral para que “estos expresaran más claramente el carácter pascual de la muerte de Cristo; y que se incluyera una “Misa especial al rito para el funeral de los niños”. Ambas cláusulas se implementaron en el nuevo rito promulgado por el Papa Paulo VI que tomó efecto el 1º de Junio de 1970. Éste hace un mayor énfasis en la esperanza Cristiana en la vida eterna y en la resurrección final de entre los muertos.

Los funerales pueden ser sencillos pero siempre guardando el respeto y la dignidad del cuerpo humano. Lo importante es acudir al Señor en oración, lo cual es la razón para celebrar los ritos fúnebres católicos: la vigilia, la liturgia funeral, el rito de despedida y el entierro. Por medio de ella se expresa la fe y se encomienda el difunto a la misericordia de Dios.

Artículo 2: Las Exequias Cristianas
1680. Todos los sacramentos, principalmente los de la iniciación cristiana, tienen como fin último la Pascua definitiva del cristiano, es decir, la que a través de la muerte hace entrar al creyente en la vida del Reino. Entonces se cumple en él lo que la fe y la esperanza han confesado: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro” (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
I. La última Pascua del cristiano
1681. El sentido cristiano de la muerte es revelado a la luz del Misterio Pascual de la muerte y la resurrección de Cristo, en quien radica nuestra única esperanza. El cristiano que muere en Cristo Jesús “sale de este cuerpo para vivir con el Señor” (2 Co 5,8).
1682. El día de la muerte inaugura para el cristiano, al término de su vida sacramental, la plenitud de su nuevo nacimiento comenzado en el Bautismo, la “semejanza” definitiva a “imagen del Hijo”, conferida por la Unción del Espíritu Santo y la participación en el Banquete del Reino anticipado en la Eucaristía, aunque pueda todavía necesitar últimas purificaciones para revestirse de la túnica nupcial.
1683. La Iglesia que, como Madre, ha llevado sacramentalmente en su seno al cristiano durante su peregrinación terrena, lo acompaña al término de su caminar para entregarlo “en las manos del Padre”.
II. La celebración de las exequias
1684. Las exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia. El ministerio de la Iglesia pretende expresar también aquí la comunión eficaz con el difunto, hacer participar en esa comunión a la asamblea reunida para las exequias y anunciarles la vida eterna.
1685. Los diferentes rito de las exequias expresan el carácter pascual de la muerte cristiana y responden a las situaciones y a las tradiciones de cada región, aún en lo referente al color litúrgico (cf SC 81).
1686. El Ordo exequiarum (OEx) o Ritual de los Funerales de la liturgia romana propone tres tipos de celebración de las exequias, correspondientes a tres lugares de su desarrollo (la casa, la iglesia, el cementerio), y según la importancia que les presten la familia, las costumbres locales, la cultura y la piedad popular. Por otra parte, este desarrollo es común a todas las tradiciones litúrgicas y comprende 4 momentos principales:
1687. La Acogida de la Comunidad: El saludo de fe abre la celebración. Los familiares del difunto son acogidos con una palabra de “consolación” (en el sentido el Nuevo Testamento: la fuerza del Espíritu Santo es la esperanza; cf 1 Ts 4,18). La comunidad orante que se reúne espera también “las palabras de vida eterna”. La muerte de un miembro de la comunidad (o el aniversario, el séptimo o el trigésimo día) es un acontecimiento que debe hacer superar las perspectivas de “este mundo”  y atraer a los fieles a las verdaderas perspectivas de la fe en Cristo resucitado.
1688. La Liturgia de la Palabra. La celebración de la Liturgia de la Palabra en las exequias exige una preparación, tanto más atenta cuanto que la asamblea allí presente puede incluir fieles poco asiduos a la liturgia y amigos del difunto que no son cristianos. La homilía, en particular, debe “evitar” el género literario de elogio fúnebre (OEx 41) y debe iluminar el misterio de la muerte cristiana a la luz de Cristo resucitado.
1689. El Sacrificio Eucarístico. Cuando la celebración tiene lugar en la Iglesia, la Eucaristía es el corazón de la realidad pascual de la muerte cristiana (cf OEx 1). La Iglesia expresa entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio y resurrección de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus consecuencias y que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino (cf OEx 57). Así celebrada la Eucaristía, la comunidad de fieles, especialmente la familia del difunto, aprende a vivir en comunión con quien “se durmió en el Señor”, comulgando con el Cuerpo de Cristo, de quien es miembro vivo, y orando luego por él y con él.
1690. El Adiós (“a Dios”) al difunto es “su recomendación a Dios” por la Iglesia. Es el “último adiós por el que la comunidad cristiana despide a uno de sus miembros antes que su cuerpo sea llevado a su sepulcro” (OEx 10). La tradición bizantina lo expresa con el beso de adiós al difunto: “Con este saludo final se canta por su partida de esta vida y por su separación, pero también porque existe una comunión y una reunión. En efecto, una vez muertos no estamos en absoluto separados unos de otros, pues todos recorremos el mismo camino y nos volvemos a encontrar en un mismo lugar. No nos separaremos jamás, porque vivimos para Cristo y ahora estamos unidos a Cristo, yendo hacia él… estaremos todos juntos en Cristo” (S. Simeón de Taselónica, De ordine ep).
2300. Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo.
2301. La autopsia de los cadáveres es moralmente admisible cuando hay razones de orden legal o de investigación científica. El don gratuito de órganos después de la muerte es legítimo y puede ser meritorio. La Iglesia permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la resurrección del cuerpo.

EL DÍA DE MUERTOS O DE LOS SANTOS DIFUNTOS
No se trata de una fiesta con rasgos netamente prehispánicos, es una mezcla de elementos culturales indígenas y españoles que alcanza su máxima expresión en México (México y la India deben estar presentes en cualquier recuento referido a los rituales fúnebres). Los días que se lleva a cabo la celebración no son para todos los pueblos el 1 y 2 de Noviembre, como lo marca el calendario católico, pues mucho grupos indígenas comienzan la conmemoración a sus familiares fallecidos el 28 de Octubre y la terminan el 3 de Noviembre. Esta festividad se divide realmente en 2 partes: una destinada a los “muertecitos”, niños o angelitos (Octubre 31 y Noviembre 1) y la de los adultos (Noviembre 1 y 2).

Son muy pocas las referencias de las festividades dedicadas a los muertos en la época prehispana, si bien estas se realizaban en diferentes meses ya que al mismo tiempo se rendía culto al dios de la fiesta. Estas festividades eran muy solemnes, se entonaban cantos, se danzaba, se ofrecían todo tipo de ofrendas a las imágenes de los dioses y a las sepulturas de los muertos (flores, frutas, gallinas, maíz, vestidos, mantas, legumbres, incienso, etc.), incluso se llegaban a realizar sacrificios humanos en algunas comunidades indígenas. Algunas culturas diferenciaban las fiestas para sus muertos, ya fueran estos niños (p.ej., fiesta de los muerecitos), la cual se realizaba con antelación, y la fiesta de los muertos adultos. Después de la Conquista, ambas fiestas comenzaron a celebrarse conjuntamente el día de Todos los Santos. Algunas culturas conservan, sin embargo, otras festividades dedicadas a los muertos en otros meses del año (véase cultura mexicana), por ejemplo, en el día de las madres, día de los niños, etc.

Es interesante señalar que la festividad dedicada a los difuntos tiene especial importancia dentro de la localidad, por ello muchos de los habitantes comienzas a hacer sus ahorros económicos para dicha fiesta, pero esto no basta pues los muertos no vienen a ver cuánto dinero se tiene si no a compartir los productos producidos por los vivos. Uno de los aspectos de esta tradicional fiesta es la concentración de los vecinos en el cementerio para arreglar las tumbas de sus muertos, pues “las almas de los difuntos retornan a su lugar”. En este bullicio, las sepulturas se cubren de flores, veladoras, fruta, comida, dándose el trueque de los artículos en algunos casos o simplemente el compartir y acercarse a saludar. Es decir, se trata de un momento comunitario, un acercamiento en la igualdad de la muerte.

Con relación a España, para aquellos del siglo XVI la celebración del día de difuntos era muy semejante, es decir, ofrenda de alimentos pues los muertos regresaban a la tierra a visitar y compartir los alimentos con sus parientes vivos, si bien no se trata de una creencia totalmente española sino de costumbres chinas y egipcias que les fueron heredadas a través de los árabes. Esta creencia estaba tan arraigada en la antigüedad que en algunos pueblos durante la víspera de la llegada de las benditas ánimas las familias no hacían la cama con el fin de que las almas de sus parientes pudieran descansar después de su largo viaje a este mundo.

PRESENTE Y FUTURO
Hoy día, si usted es el responsable de hacer los planes para alguien que ha muerto, entonces usted necesitará definir lo siguiente:

A. El Certificado de Defunción.
Es de obligada presentación.
B. Póliza de servicios funerarios.
C. ¿Qué tipo de servicio desea para la disposición del cuerpo?
Primero investigue si el difunto dejó una carta de instrucciones; si este es el caso, siga las instrucciones lo mejor que pueda; en caso contrario, su asesor/director funerario podrá ayudarle, o hacer usted algunas gestiones; tómeselo con calma, no permita que le presionen y demande tiempo extra para hacer los preparativos. Ninguna institución está autorizada para sacar un cadáver sin el consentimiento del familiar más próximo. Si van a haber donaciones del cuerpo o de órganos, deberá ponerse en contacto con la institución respectiva rápidamente.
Los tipos de servicio actualmente disponibles son:
1. Servicio Funerario: Usualmente se lleva a cabo en la Iglesia o en la funeraria, con el cuerpo presente, y se hace prontamente después de la muerte.
2. Servicio Memorial: Un memorial se lleva a cabo sin el cuerpo presente y puede tener lugar días o semanas después de la muerte. Puede realizarse en una Iglesia, en una funeraria o en un lugar público como un parque.
3. Servicio Fúnebre: Se realiza junto al sitio de la tumba justo antes del entierro, o en una capilla justo antes de la cremación.
4. Cremación: Cuando se elige la cremación, pueden tenerse los servicios descritos anteriormente, solo que el cuerpo es llevado al cuarto de incineramiento.
5. Servicio de Envío: Para enviar un cadáver a otra ciudad o país.
6. Servicio de Recibo:  Para recibir un cadáver de otro departamento o país.
7. Elección de ataúdes, contenedores alternativos y urnas: Los ataúdes están disponibles en diferentes materiales: madera, acero, cobre, aleaciones, etc.; los contenedores alternativos pueden ser cajas de cartón o de madera en forma de ataúd para las cremaciones; las urnas para las cenizas pueden ser de cerámica, madera, granito, mármol, etc.
8. Disposición del cuerpo: Usualmente es en un cementerio; dispone de varias alternativas: lote, bóveda, placa conmemorativa, cripta/mausoleo, columbario, con los gastos de mantenimiento respectivos.

D. Ceremonias según las diferentes tradiciones religiosas
Cristiano Ortodoxo: Un entierro tradicional con servicio en la iglesia.
Católico: Misa en la iglesia. La mayoría de los católicos eligen un entierro tradicional con un día de velorio y visitas.
Judío Ortodoxo: Se exige el entierro del cuerpo en las primera 24 horas de ocurrida la muerte, sin embalsamamiento ni velación; ataúdes de madera.
Griega Ortodoxa: Un entierro tradicional con servicio en la iglesia.
Evangélica: Entierro tradicional con velorio y visitas.
Musulmán: Servicio tradicional de velorio y visitación con servicio en una iglesia o en una funeraria; los miembros de la comunidad acostumbran vestir y maquillar el cuerpo; entierro del cuerpo en las primera 24 horas de ocurrida la muerte.
Hindú/Islámico: Cremación de manera tradicional el mismo día y visitación.

E. ¿Posee la persona fallecida algún beneficio en particular? (p.ej., militar, policía).

Como una forma de reaccionar a la tradición funeraria, y con el ánimo de expresar nuevas formas de pensamiento y expresión artística fúnebre, surge en Europa (Amsterdan, Holanda) el “Funeral Alternativo”, considerado por algunos como la nueva Ars Moriendi. Sus elementos más característicos son:

Ataúdes en forma de cuna o pintados con motivos florales, fuegos artificiales (cohetes conocidos como Last Rest Rocket)  que esparcen en el cielo las cenizas del difunto, Funeraire Café (café funerario donde se reúnen artistas, intelectuales y empresarios del ramo), oficinas y representaciones de funerarias y crematorios que ofrecen paquetes de entierros y cremaciones a medida, galerías especializadas en arte funerario, armarios-ataúdes, lápidas inusuales (incluidas las lápidas de miga de pan), ataúdes ensamblables, funerales “hágalo-usted-mismo”, funerales ecológicos (sin lápidas ni recordatorios, solo se planta una flor o un árbol), casas de banquetes fúnebres organizados, esculturas o adornos recordatorios en lugar de lápidas que pueden ser colocados en interiores o jardines.

Como hemos vistos, un funeral bien planeado puede facilitar el proceso de recuperación tras la pérdida de un ser querido y ayudar a disminuir la probabilidad de un duelo patológico. Además, es evidente la considerable dificultad que los deudos tienen para manejar los elementos de su propia situación; como parte de la fase inicial de shock y aturdimiento, frecuentemente no saben reiniciar las actividades de la vida diaria que abandonaron antes de la muerte y el ir-muriéndose de su ser querido. Una gran parte de estos problemas deriva de su propio “status”, que les deja libre la posibilidad de ser tratados con demostraciones de pesar, sin importar como haya sido su comportamiento inicial.

De todos es conocido que durante la fase inicial del duelo predominan sentimientos de incredulidad, aturdimiento, confusión, inquietud y trastornos de memoria transitorios (relacionados con una afectación temporal de la capacidad de concentración y de la atención). Debido a estos trastornos, y a que el deudo suele estar más hipersensible a la información que proviene de la comunicación infraverbal que de la verbal, el mejor reconocimiento de la realidad de la pérdida durante esta fase inicial del duelo dependerá mucho de la información obtenida visualmente.

Por otra parte, sabemos que la negación de la muerte y el duelo, y la simplificación de los rituales funerarios, se asocia a una mayor dificultad en la recuperación por la pérdida de un ser querido, debemos entonces recuperar, potenciar y/o rehabilitar aquellos rituales que ofrezcan al deudo mayor información visual importante para facilitar su reconocimiento de la realidad.

Ante el deterioro de las costumbres funerarias, tan necesarias para el proceso de recuperación, debemos entonces conservar lo poco que aún se tiene e intentar encontrar otros recursos (fundamentalmente comunitarios) que nos permitan recuperarnos de la pérdida de nuestros familiares.

Fuente: http://montedeoya.homestead.com/rituales.html

BOTIQUIN DE PRIMEROS AUXILIOS ESPIRITUALES-1344

De la misma forma que en situaciones de urgencia física  (por ejemplo, ante una herida o quemadura) acudimos a nuestro botiquín personal, familiar o empresarial de primeros auxilios, igualmente debemos implementar nuestro “botiquín de primeros auxilios espirituales” en caso de dolor TOTAL. He aquí algunas ideas aportadas por los grupos de duelo:

1. Pañuelos desechables

2. Devocionario o Biblia

3. Libro preferido

4. Teléfonos de amigos que nos pueden ayudar y que saben escuchar

5. Fotos que nos traen gratos recuerdos

6. Frases célebres o reflexiones escritas o grabadas

7. Objetos personales del fallecido

8. Cartas personales

9. Música preferida por el fallecido o por uno mismo

10. Radio-grabadora para escuchar o reproducir

11. Grabación de audio o imagen (VHS)

12. Libreta y bolígrafo para tomar apuntes

13. Vela, veladora o velón

Fuente: http://montedeoya.homestead.com/botiquin.html

COSAS QUE SE DEBEN HACER

Cuando queremos ayudar a una persona que ha perdido un ser querido

1. Leer e informarse de todo lo relacionado con el duelo, la aflicción y el luto. De esta forma la ayuda será más efectiva. Además, deberán mantenerse abiertas las puertas de la comunicación. Si no sabe qué decir, pregunte: “¿cómo ha estado hoy?”, “¿Cómo va el día?”.

2. Mantener los oídos atentos para escuchar el dolor, la tristeza, la rabia, la frustración, la soledad y todos los otros sentimientos que acompañan a la aflicción. Intente escuchar un 80% del tiempo y hablar solo un 20%. Hay muy pocas personas que se tomen el tiempo necesario para escuchar las preocupaciones más profundas de otros.

3. Permita y anime la expresión de los sentimientos de dolor y tristeza por la pérdida del ser amado, sin salir huyendo ante la expresión de los mismos. Establezca un contacto físico adecuado (por ejemplo, poniendo el brazo sobre el hombro del otro o dándole un abrazo cuando fallan las palabras) y aprenda a sentirse cómodo con el silencio compartido en lugar de intentar hablar para animar a la persona. Además, sea paciente con la historia de la persona que ha sufrido la pérdida y permitirle compartir sus recuerdos del ser querido.

4. Preste, indefinidamente y mientras sea necesario, sus hombros, brazos y pecho como consuelo para sostener la afligida existencia de su afligido hermano.

5. No espere a que el deudo busque ayuda, tomaré siempre la iniciativa visitándolo o llamándolo. Puede también ofrecer ayuda concreta con las tareas de la vida cotidiana. Lo importante sigue siendo estar ahí.

6. Contribuya a que el apoyo y la comunicación efectiva de la familia sean los instrumentos más efectivos que faciliten la recuperación por la pérdida del ser amado.

7. Respete las diferencias individuales en la expresión del dolor y en la recuperación del mismo.

8. Este atento a la presencia de reacciones anormales o distorsionadas del duelo.

9. Anime la realización de todas las actividades necesarias para la promoción, mantenimiento de la salud y prevención de enfermedades durante el duelo.

10. Una vez alcanzada la recuperación, anime y colabore en el establecimiento de grupos de auto-ayuda en mi vecindario.

EL ARTE DEL BIEN MORIR

Sobre el Cómo Ayudar a Otros a Bien Morir

Biblioteca Básica de Tanatología
Introducción
El “Ir-Muriéndose” (Conociendo al Enfermo Terminal o Moribundo)
El Entorno Afectivo
Las Artes
Bibliografía
Respecto a esta ciencia del morir, sólo de ella podemos decir que llegará sin falta el día en que nos será exigida su aplicación
Séneca: Cartas morales a Lucilio, LXX
Aun cuando podamos asegurar que en nuestros días el dolor antes intratable puede ser dominado, y que la incomodidad y la angustia de morir pueden ser aliviadas por una asistencia multidisciplinaria y multidimensional apropiada, la negación de la muerte y su inversión persistirán como un reflejo de esos profundos cambios en la consciencia colectiva. El problema no es tanto el dolor físico, más bien es el dolor de tener que morir.

No hay duda de que la muerte no es un suceso menor ni accidental, sino más bien la consecuencia natural de una vida que se ha consumado. Así, tratamos con individuos aún vivos, sometidos a un acelerado proceso de ir-muriéndose dentro de esa vida que aún existe y con quiénes la comunicación no siempre puede establecerse: una veces -las más- las barreras son de orden psicológico.

Nuestro éxito en estos quehaceres no proviene de “curar al enfermo de su morir” sino más bien del permitirle que muera siendo él mismo -según su propia y particular historia- sin los molestos aditivos que provienen de un inapropiado control de los síntomas físicos, de una comunicación defectuosa y de una falta de solidaridad.

Si el ir-muriéndose se acompaña de un adecuado control de los síntomas físicos, de una comunicación competente y de una solidaridad natural y espontánea, es probable que sólo nos quede el difícil problema de resolver el dolor de tener que morir.
AUTOR
J. Montoya Carrasquilla, MD, MS
Página Sobre El Duelo
2.1. Dimensiones del morir y problemas relacionados
El tiempo, dimensión central del moribundo
Pérdidas y ganancias
Esperanza y desesperación
La espiritualidad
El entorno o universo de relación
La incertidumbre
Sentimientos negativos
Pérdida de control
Amenaza a la auto-estima
2.2. Valoración de las pérdidas asociadas
2.3. Consecuencias del fallecer
El deseo de pertenencia y la necesidad de consideración
La angustia
Causas de la angustia en el enfermo moribundo
La regresión
Las causas de la regresión
El repliegue sobre sí mismo
Causas del repliegue sobre sí mismo
Causas de la depresión en el enfermo moribundo
El suicidio o el deseo de morir
2.4. Mecanismos de defensa frente a la angustia y la depresión
2.5. La dinámica del proceso de ir-muriéndose
3.1. La familia del que muere
3.2. La familia como un todo
Organización y funcionamiento familiar
El subsistema conyugal
El subsistema parental
El subsistema filial
El subsistema fraternal
Los abuelos
3.3. La familia como facilitadora de cuidado al paciente
3.4. El trabajo con los familiares: aproximación centrada en la familia
4.1. Conductas y técnicas de entrevista
4.2. La información
La comunicación de la situación real: el problema de la verdad
Cómo se debe informar
Cuándo se debe informar
Dónde se debe informar
Quién debe informar
Cuando la familia se opone a toda información: la conspiración del silencio
4.3. Abordaje
Generalidades
Pautas generales en el estrés agudo
Según la dinámica del ir-muriéndose
4.4. Respuestas inadecuadas
Links de interés
desde el 27 de Mayo de 2001
Abordaje Psicoterapéutico del Enfermo Terminal
Comunidad El Arte de Morir