Siembra de Marte
Clark Ashton Smith & E. M. Johnson (argumento)
Seedling of Mars or The planet entity, © 1931.
Fue en el otoño de 1947, tres días antes del encuentro de balompié anual entre Stanford y la Universidad de California, cuando el extraño visitante procedente del espacio exterior aterrizó en mitad del enorme estadio en Berkeley donde debía celebrarse el encuentro.
Descendiendo con una curiosa intención, fue visto y señalado por multitudes en los pueblos que bordean la bahía de San Francisco, en Berkeley, en Oakland, en Alameda y en el propio San Francisco. Brillando con una luz rojiza, de un tono cobre dorado, flotó descendiendo desde un cielo azul celeste sin nubes, dejándose caer en una especie de lenta espiral sobre el estadio. Era completamente diferente de cualquier otro tipo de nave aérea y tenía casi cien pies de longitud.
La forma general era ovoide, y, más o menos, angular, con una superficie dividida en docenas de planos distintos, además de muchas escotillas, con forma de diamante, de un material de color purpúreo, diferente del que se había empleado para construir el cuerpo de la nave. Incluso a primera vista, sugería el genio inventivo y la artesanía de un mundo extraterrestre, de una gente cuyas ideas sobre la simetría mecánica habían sido condicionadas por necesidades evolutivas y por sentidos y facultades distintos de los nuestros.
Sin embargo, cuando la extraña nave hubo aterrizado en el anfiteatro, muchas teorías conflictivas en relación a su origen y a su propósito se propagaron por los pueblos de la bahía. Había quien temía la invasión de algún enemigo extranjero, y quien pensó que la extraña nave era la vanguardia de algún ataque, planeado durante mucho tiempo, desde los soviets de Rusia y China, o incluso desde Alemania, cuyas intenciones eran aún sospechosas, y muchos de entre los que postulaban un origen ultraplanetario estaban también preocupados, considerando que quizá el visitante fuese hostil, y podría señalar el comienzo de alguna incursión desde otros mundos.
Mientras tanto, completamente inmóvil y en silencio, y sin signos de vida o de ocupación, la nave reposaba sobre el estadio, donde las multitudes empezaron a amontonarse para mirarla. Estas multitudes, sin embargo, fueron pronto dispersadas por orden de las autoridades civiles, ya que la naturaleza e intenciones del extraño eran tan indeclaradas como sospechosas. El estadio fue cerrado al público; y, para el caso de manifestaciones de hostilidad, se montaron nidos de ametralladoras en las gradas superiores con la presencia de una compañía de infantes de marina, y con bombarderos revoloteando preparados para soltar su letal carga sobre la brillante masa cobriza.
El interés más intenso fue sentido por la hermandad científica, y un gran grupo de profesores, de químicos, de metalúrgicos, de astrónomos y de biólogos fue organizado para visitar y estudiar el objeto desconocido. Cuando, a la tarde siguiente a su aterrizaje, los observatorios locales emitieron un boletín indicando que la nave había sido vista acercándose a la Tierra desde el espacio traslunar la noche anterior a su aterrizaje, quedó establecido, más allá de cualquier discusión, el hecho de su génesis no terrestre a los ojos de la mayoría; y la discusión se centró en sobre si había venido de Marte, Venus, Mercurio o uno de los planetas superiores; o si, quizá, se trataba de un vagabundo que procedía de un sistema solar distinto del nuestro.
Pero, por supuesto, los planetas más cercanos eran preferidos en esta discusión por la mayoría, especialmente Marte; porque, según podían determinar los que habían observado con mayor exactitud, la línea de acercamiento de la nave habría formado una trayectoria al planeta rojo.
Durante todo aquel día, mientras hervían las discusiones, mientras números extras con titulares vívidamente especulativos y fantásticos eran editados tanto por la prensa local como por la prensa de todo el mundo civilizado, cuando el sentimiento del público estaba dividido entre el miedo y la curiosidad, y los infantes y pilotos de guardia continuaban expectantes ante signos de posible hostilidad, la nave sin identificar mantenía su silencio e inmovilidad iniciales.
Los telescopios y catalejos estaban fijos sobre ella desde las colinas próximas sobre el estadio; pero incluso éstas mostraban poco en relación a su carácter. Aquellos que la estudiaban vieron que sus ventanas numerosas estaban hechas con algún tipo de material vítreo, más o menos transparente; pero nada se movía detrás de aquél, y las imágenes de rara maquinaria que permitían ver en el interior de la nave carecían de sentido para los observadores. Una de las ventanas, más grande que las demás, se creía que era una especie de puerta o escotilla; pero nadie se acercó para abrirla; y, detrás de ella, había una extraña fila de bastones inmóviles, muelles y pistones, que impedían ver más lejos.
Fue considerado que sin duda los ocupantes de la nave eran tan cautelosos ante el entorno extraterrestre como las gentes de la bahía ante la nave. Quizá tenían miedo de mostrarse ante los ojos humanos; quizá tenían dudas respecto a la atmósfera terrestre y del efecto que podría tener en ellos; o quizá estaban sencillamente al acecho y planeando algún ataque demoníaco con armas inconcebibles o ingenios de destrucción.
Aparte de los miedos de algunos, y el asombro y las especulaciones de otros, una tercera división de los sentimientos del público comenzó a cristalizarse. En círculos estudiantiles y entre los amantes del deporte, el sentimiento era que la extraña nave se había tomado una libertad inadmisible al ocupar el estadio, especialmente en un momento tan próximo a un acontecimiento deportivo. Circuló una petición para que se retirase, y fue presentada a las autoridades de la ciudad. El gran casco metálico, se sentía, sin importar de dónde procediese o por qué, no debía ser permitido que se interfiriese con algo tan sacrosanto, o de tanta importancia, como un partido de balompié.
Sin embargo, a pesar de la intranquilidad que había creado, la nave se negó a moverse ni siquiera una fracción de pulgada. Muchos empezaron a creer que los ocupantes habían sido aplastados por las circunstancias de su tránsito a través del espacio; o quizá habían muerto, incapaces de soportar la atmósfera y la presión gravitatoria de la Tierra.
Se decidió no acercarse a la nave hasta la mañana del día siguiente, cuando el comité de investigación la visitara. Durante la tarde y la noche, científicos de muchos Estados se dirigieron a California por aeroplano o cohete para llegar a tiempo al acontecimiento.
Se consideró aconsejable limitar el número de miembros de este comité. Entre los sabios afortunados que habían sido seleccionados estaba John Gaillard, astrónomo asistente en el observatorio de Monte Wilson. Gaillard representaba la corriente más radical y libremente especulativa del pensamiento científico y se había hecho famoso por sus teorías concernientes a la habitabilidad de los planetas inferiores, especialmente Marte y Venus. Desde hacía largo tiempo, había defendido la idea de vida inteligente, y altamente desarrollada, en aquellos mundos, y había incluso publicado más de un tratado relativo a estos temas. Su emoción ante la noticia de la extraña nave fue intensa. Era uno de los que habían visto la mota, brillante e inclasificable, en el espacio más allá de la órbita de la Luna, a última hora de la noche anterior; y había sentido, incluso entonces, una premonición de su verdadera naturaleza. Otros miembros del grupo también eran de mente libre y abierta, pero ninguno tenía un interés tan vital y profundo como Gaillard.
Godfrey Stilton, profesor de astronomía de la universidad de California, que también estaba en el comité, podía haber sido como la verdadera antítesis de Gaillard en sus ideas y tendencias. Estrecho, dogmático, escéptico de todo aquello que no pudiese demostrarse matemáticamente, despreciativo de todo aquello que quedase fuera de los límites del más estrecho empirismo, era contrario a admitir el origen extraterrestre de la nave, e incluso la posibilidad de vida orgánica en otro mundo que no fuese la Tierra. Varios de sus cofrades pertenecían al mismo tipo intelectual.
Aparte de estos dos hombres y sus compañeros científicos, el grupo incluía tres periodistas, además del jefe de policía local, William Polson, y el alcalde de Berkeley, James Gresham, ya que se consideraba que las fuerzas del gobierno deberían estar presentes. El comité al completo constaba de cuarenta hombres, y cierto número de mecánicos expertos, equipados con sopletes de acetileno e instrumentos de cortar, fueron mantenidos en reserva fuera del estadio para el caso de que fuese necesario abrir la nave a la fuerza.
A las nueve de la mañana, los investigadores entraron en el estadio y se acercaron al objeto brillante multiangular. Muchos sintieron la emoción que acompaña al acercarse a un imprevisible peligro; pero estaban animados por la más viva curiosidad y por sentimientos del más vivo asombro. Gaillard, especialmente, se sentía en presencia de un misterio de más allá de este mundo y se maravilló al acercarse a la masa cobriza dorada, su sentimiento aumentó hasta ser un auténtico vértigo, como sentiría quien contempla las simas insondables de los secretos arcanos y las pasmosas maravillas de un mundo extraterrestre. Le parecía estar en el mismo borde entre lo concreto y lo inconmensurable, entre lo finito y lo infinito.
Otros del grupo, en un grado menor, estaban poseídos por idéntica emoción. E incluso el duro y poco imaginativo Stilton se sintió algo afectado por un raro nerviosismo, que, con la mentalidad que tenía, atribuyó al tiempo que hacía… o a un toque de su úlcera.
La extraña nave reposaba en una completa tranquilidad, como antes. Los miedos de quienes esperaban a medias una mortífera emboscada se calmaron mientras se acercaban; y las esperanzas de los que contaban con una manifestación amistosa de ocupantes vivos quedaron insatisfechas. El grupo se reunió ante la puerta principal, que, como todas las demás, tenía la forma de un gran diamante. Se levantaba varios pies por encima de sus cabezas en un ángulo del casco; y se quedaron mirando, a través de su transparencia malva, los intrincados mecanismos, coloreados como los ricos paneles de una catedral medieval.
Todos dudaban sobre lo que debía hacerse, porque parecía evidente que los ocupantes de la nave, si estaban vivos y conscientes, no tenían prisa en mostrarse al escrutinio humano. La delegación decidió esperar unos pocos minutos antes de requerir los servicios de los mecánicos que se habían reunido y de sus antorchas de acetileno; y, mientras esperaban, dieron un paseo e inspeccionaron las paredes de metal, que parecían estar hechas con una aleación de cobre y oro rojo, templado a una dureza sobrenatural mediante un proceso desconocido para la metalurgia terrestre. No había signos de unión en la miríada de planos y facetas, y todo el enorme casco, aparte de sus ventanas transparentes, podría haber estado hecho con una sola lámina de la rica aleación.
Gaillard se quedó mirando hacia arriba a la puerta principal, mientras sus compañeros daban vueltas en torno a la nave hablando y discutiendo entre ellos. De alguna manera, tuvo una intuición de que algo extraño y milagroso estaba a punto de suceder, y, cuando la gran puerta comenzó a abrirse lentamente, sin ninguna agencia visible, dividiéndose en dos válvulas que se apartaron a los lados, la emoción que sintió no fue por completo de sorpresa. Tampoco se quedó sorprendido cuando una especie de escalera metálica, consistente en estrechos escalones que eran poco más que barrotes, descendió paso a paso desde la escotilla hasta el suelo a sus propios pies.
La ventana se había abierto y la escalera se había estirado en silencio, sin el menor crujido o sonido metálico; pero otros, además de Gaillard, se habían fijado en el acontecimiento, y todos se dieron prisa muy excitados y se agruparon ante los escalones.
Contrariamente a sus lógicas expectativas, nadie salió de la nave; y podían ver poco más del interior de lo que había sido visible por las válvulas cerradas. Esperaban a algún exótico embajador de Marte, a algún precioso y raro plenipotenciario de Venus que descendiese por la curiosa escalera; pero el silencio y la soledad de la habilidad mecánica de todo ello resultaban pasmosos. Parecía que la gran nave fuese una entidad viviente, y poseyese cerebro y nervios propios, ocultos en su interior forrado de metal.
La puerta abierta y los escalones representaban una clara invitación, y, después de algunas vacilaciones, los científicos se decidieron a entrar. Algunos todavía estaban temerosos de una trampa; y cinco de los cuarenta hombres decidieron, desconfiados, permanecer fuera; pero todos los demás se sentían atraídos poderosamente por una ardiente curiosidad y por el entusiasmo investigador, y, uno por uno, ascendieron por las escaleras y entraron en la nave.
Encontraron el interior todavía más causante de asombro de lo que lo habían sido las paredes exteriores. Era bastante amplio y se hallaba dividido en varios espaciosos compartimentos, dos de los cuales estaban en el centro de la nave, amueblados con sofás bajos cubiertos con tejidos suaves y lustrosos de color gris perla amontonados. Los otros, además de la antecámara detrás de la entrada, estaban llenos de maquinaria, cuya fuerza motriz y modo de funcionamiento resultaban igualmente obscuros para los más expertos de entre los investigadores.
Raros metales y extrañas aleaciones, algunos de ellos difíciles de clasificar, habían sido empleados en la construcción de esta maquinaria. Cerca de la entrada, se encontraba una especie de mesa tripodal, o tablero de instrumentos, cuyas extrañas filas de palancas y botones no eran menos misteriosas que los caracteres de algún criptograma. Toda la nave parecía estar completamente abandonada, sin ningún rastro de vida humana o extraterrestre.
Vagabundeando por los apartamentos y asombrándose ante las maravillas mecánicas sin resolver que se encontraban ante ellos, los miembros de la delegación no se dieron cuenta de que las anchas válvulas se habían cerrado detrás de ellos con el mismo sigilo con el que se habían abierto.
Ni tampoco escucharon los gritos de advertencia de los que se habían quedado fuera.
La primera sugerencia de algo fuera de lo normal vino de una repentina inclinación y levantamiento de la nave. Sorprendidos, miraron por las escotillas como ventanas, y vieron por los paneles, violetas y vítreos, el alejarse y el girar de las innumerables filas de asientos que rodeaban el enorme estadio. La nave extraterrestre, sin ningún piloto visible para guiarla, estaba elevándose en el aire rápidamente en una especie de movimiento espiral. Se estaba llevando hacia algún mundo desconocido a toda la delegación de atrevidos científicos que la habían abordado, junto al alcalde de Berkeley y el jefe de policía, además de los tres privilegiados reporteros, que habían pensado que obtendrían una ultrasensacional exclusiva para sus respectivos periódicos.
La situación era por completo sin precedente, y más que sorprendente; y las reacciones de los distintos hombres, todas estuvieron señaladas por la sorpresa y la consternación. Muchos estaban demasiado pasmados y confundidos para darse cuenta de todas las implicaciones y las consecuencias; otros estaban francamente aterrorizados; y todavía otros estaban indignados.
?¡Esto es un abuso! ?exclamó Stilton, tan pronto como se hubo recobrado un poco de su sorpresa inicial.
Hubo exclamaciones similares procedentes de otros de temperamento parecido al suyo; todos consideraban de una manera enfática que algo debía hacerse respecto a la situación, y que alguien (a quien desafortunadamente no eran capaces de identificar) debería sufrir las consecuencias de esta audacia sin paralelo.
Gaillard, aunque compartía el asombro generalizado, estaba emocionado en el fondo de su corazón por una sensación de prodigiosa aventura ultraterrena, por una premonición de una empresa ultraplanetaria. Sentía una certeza mística de que él y los demás se habían embarcado en un viaje a un mundo que nunca antes había sido pisado por el hombre; y que la extraña nave había descendido a la Tierra y abierto sus puertas para cumplir con este propósito; que un poder esotérico y remoto estaba guiando cada uno de sus movimientos y los estaba extrayendo a su destino preestablecido. Vastas imágenes, incoadas, de un espacio sin límites y de un esplendor de rareza interestelar llenaban su mente, e imágenes que no podrían dibujarse se alzaron para asombrar su vista desde unos límites ultratelúricos.
De alguna manera incomprensible, sabía que el deseo de toda su vida de penetrar en los misterios de las distantes esferas pronto sería gratificado; y él (si no sus compañeros) estuvo resignado desde el primer momento de su extraño secuestro y cautividad en la nave espacial voladora.
Discutiendo su situación de una manera muy voluble y vociferante, los sabios reunidos se apresuraron a las distintas ventanas y miraron abajo, al mundo que estaban abandonando. En una simple fracción de tiempo, se habían elevado a la altitud de las nubes. Toda la región en torno a la bahía de San Francisco, así como los bordes del océano Pacífico, se extendía a sus pies como un inmenso mapa en relieve; y podían ver la curvatura del horizonte, que parecía torcerse y hundirse conforme se elevaban.
Era una perspectiva terrible y magnífica; pero la aceleración creciente de la nave, que había ganado ahora una velocidad igual, y mayor, que la de los cohetes que eran utilizados en aquellos tiempos para circunvalar el globo en su estratosfera, les obligó enseguida a abandonar su postura vertical y a buscar el refugio de los cómodos sofás. También se abandonó la conversación, porque casi todo el mundo empezó a sentir una constricción y presión intolerable, que sujeto sus cuerpos como por argollas de un inflexible metal.
Sin embargo, cuando todos se hubieron tumbado en los sofás, sintieron un misterioso alivio cuyo origen no pudieron determinar. Parecía como si una fuerza emanase de los sofás, aliviando de alguna manera el peso plomizo de la gravedad aumentada a causa de la aceleración y haciendo posible a los hombres soportar la terrible velocidad con que la nave se alejaba de la Tierra y de su campo gravitacional.
De repente, se encontraron capaces de levantarse y andar una vez más. Sus sensaciones, en conjunto, eran prácticamente normales; aunque, contrastando con el aplastante peso inicial, había ahora una extraña ligereza que les impulsaba a acortar sus pasos para evitar chocarse con la maquinaria y las paredes. Su peso era menor de lo que habría sido en la Tierra, pero la pérdida no era suficiente como para producirles incomodidad o mareo, y era acompañada por una especie de alborozo.
Se dieron cuenta de que estaban respirando un aire fino, rarificado y estimulante que no era diferente del que se respira en la cima de las montañas de la Tierra, aunque impregnado por uno o dos elementos desconocidos que le daban un toque de acidez cítrica. Este aire tendía a aumentar el regocijo y a acelerar su pulso y sus respiraciones un poco.
?¡Esto es lamentable! ?farfulló el indignado Stilton, tan pronto como descubrió que sus facultades de moverse y respirar se encontraban razonablemente controladas?. Esto resulta contrario a toda ley, decencia y orden. El gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica debería hacer algo inmediatamente al respecto.
?Me temo ?comentó Gaillard? que nos encontramos fuera de la jurisdicción de los U.S.A., además de la de todos los demás gobiernos mundanos. Ningún avión ni ningún cohete podría atravesar las capas del aire por las que nos estamos moviendo; y, en breves momentos, penetraremos en el éter interestelar. Presumiblemente, esta nave está regresando al mundo desde el que partió; y nosotros vamos con ella.
?¡Absurdo! ¡Descabellado! ¡Indignante! ?la voz de Stilton era un rugido, apenas atenuado por la finura de la atmósfera?. Siempre he defendido que el viaje por el espacio era completamente quimérico. Ni siquiera los científicos de la Tierra han sido capaces de inventar una nave semejante; y es ridículo suponer que exista vida muy inteligente, capaz de desarrollar inventos semejantes, en otros planetas.
?Entonces, ¿cómo explica nuestra situación? ?preguntó Gaillard.
?La nave es, por supuesto, de fabricación humana. Debe ser un nuevo, y ultrapoderoso, tipo de cohete, diseñado por los soviéticos, y bajo control automático o por radio, que probablemente aterrizará en Siberia, después de viajar por las capas más elevadas de la estratosfera.
Gaillard, sonriendo con amable ironía, consideró que podía abandonar con seguridad la discusión. Dejando a Stilton mirando indignado, por una de las ventanas traseras, la masa que se alejaba del mundo, de la cual el conjunto de Norteamérica, junto con Alaska y Hawai, había empezado a mostrar las siluetas de la costa, se reunió con el resto del grupo en una renovada investigación de la nave.
Algunos aún defendían que tenía que haber seres vivientes ocultos en el interior de la nave; pero una búsqueda cuidadosa en cada uno de los apartamentos, esquinas y rincones obtuvo el mismo resultado que antes. Abandonando ese objetivo, los hombres comenzaron a examinar de nuevo la maquinaria, cuya fuerza motriz y método de funcionamiento aún eran incapaces de comprender. Completamente perplejos y confundidos, miraron el tablero de instrumentos, sobre el cual ciertas llaves se movían ocasionalmente, como manejadas por una mano invisible. Estos cambios de situación siempre iban acompañados de algún cambio en la velocidad de la nave, o por una ligera alteración de su rumbo, posiblemente para evitar la colisión con un fragmento meteórico.
Aunque nada concreto podía descubrirse respecto al mecanismo por el que la nave era empujada, ciertos factores negativos quedaron enseguida establecidos. El método de propulsión era claramente no explosivo, ya que no había un rugido ni una estela llameante dejada por los cohetes. Era un deslizamiento silencioso y sin vibraciones, sin nada que indicase actividad mecánica, que no fuese el movimiento de ciertas palancas y el brillo de ciertos intrincados mecanismos y pistones con una extraña luz azul. Esta luz, tan fría y temblorosa como la del Ártico, no era de naturaleza eléctrica, sino que sugería más bien una fuente desconocida de radiactividad.
Después de un rato, Stilton se reunió con los que estaban agrupados en torno al tablero de instrumentos. Murmurando aún a causa de la ilegal y poco científica indignidad a la que se habían visto sometidos, contempló las palancas alrededor de un minuto, y entonces, agarrando una entre sus dedos, experimentó con la idea de ganar el control de los movimientos de la nave.
Para su pasmo y el de todos sus colegas, la palanca resultó ser imposible de mover. Stilton se esforzó hasta que se le marcaron venas azules en su mano, y le corría el sudor a chorros por su cabeza medio calva. Entonces, una por una, intentó mover las otras palancas tirando de ellas, pero siempre con el mismo resultado. Evidentemente, las palancas estaban bloqueadas a otro control que no fuese el del piloto desconocido.
Persistiendo aún en su intento, Stilton se aproximó a otra palanca de un tamaño más grande y de una forma diferente al resto. Al tocarla, gritó con agonía, y retiró sus dedos del extraño objeto con alguna dificultad. La palanca estaba fría como si estuviese sumergida en el frío absoluto del espacio exterior. De hecho, parecía quemar sus dedos con su extremada congelación. Después de esto, desistió, y no hizo ningún nuevo intento de interferir en el funcionamiento de la nave.
Gaillard, después de contemplar estos acontecimientos, había vagabundeado a uno de los apartamentos principales. Mirando una vez más desde su asiento en el sofá de una blandura y elasticidad sobrenaturales, contempló un espectáculo que le dejó sin aliento. El mundo entero, un gran globo brillante, de muchos colores, estaba flotando detrás de la nave en la negra sima salpicada de estrellas. Lo terrible de las profundidades sin dirección, el impensable aislamiento del infinito, cayeron sobre él, y se sintió mareado y con la cabeza dándole vueltas, y fue arrastrado por un pánico que le dominaba, sin límites ni nombre.
Entonces, extrañamente, el terror desapareció, en un regocijo que surgía ante la perspectiva de un viaje por cielos vírgenes hasta costas que nadie había pisado. Ignorando el peligro, olvidando el terrible distanciamiento del entorno acostumbrado al hombre, se entregó por completo a la mágica convicción de una maravillosa aventura y de un destino único que estaba por llegar.
Otros, sin embargo, eran menos capaces de orientarse en esas circunstancias raras y terribles. Pálidos y horrorizados, con una sensación de pérdida irreparable, de un peligro omnipresente y de una confusión mareante, miraban cómo se alejaba la Tierra, de cuyos confortables entornos habían sido arrancados de una manera tan inexplicable y tan terriblemente repentina.
Muchos estaban mudos a causa del miedo, al darse cuenta más claramente de su impotencia en manos de una fuerza todopoderosa y desconocida.
Algunos hablaban en voz alta y sin sentido sobre cosas banales, en un esfuerzo para ocultar su alteración. Los tres periodistas lamentaron ser incapaces de comunicarse con los periódicos a los que representaban. James Gresham, el alcalde, y William Polson, el jefe de policía, estaban estupefactos y eran completamente incapaces de decir qué hacer bajo circunstancias que anulaban su acostumbrada importancia en los asuntos cívicos. Y los científicos, como podría haberse esperado, estaban divididos en dos grandes grupos. Los más radicales, y aventureros, estaban más o menos inclinados a recibir favorablemente lo que quiera que estuviese por venir, a causa de los nuevos conocimientos; mientras que los otros aceptaban su destino con distintos grados de desgana, de protesta o de miedo.
Pasaron varias horas; y la Luna, una esfera de cegadora desolación en el gris abismo, había sido dejada atrás junto a la menguante Tierra. La nave aceleraba sola a través de la extensión cósmica, en un Universo cuya grandeza era una revelación hasta para los astrónomos, familiarizados como estaban con las magnitudes y las multitudes de los soles, las nebulosas y las galaxias. Los treinta y cinco hombres estaban siendo apartados de su planeta natal, por una inmensidad impensable, a una velocidad mayor que la de cualquier cuerpo del sistema solar o satélite.
Era difícil medir la velocidad exacta; pero podían formarse una idea de ésta basándose en la velocidad con la que los planetas más próximos, Marte, Mercurio y Venus, iban modificando sus posiciones relativas. Parecían casi estar saliendo disparados como las pelotas de un malabarista.
Resultaba claro que alguna especie de gravedad artificial estaba funcionando en la nave; porque la falta de peso, que de otra manera habría sido inevitable en el espacio exterior, no era sentida en ningún momento. Además, los científicos descubrieron que estaban siendo aprovisionados con aire de ciertos tanques de forma rara. Evidentemente, además, había algún sistema de calefacción oculto alguna especie de aislamiento ante la frialdad del espacio; porque la temperatura del interior de la nave se mantenía constante en torno a unos 65 a 70 grados Fahrenheit.
Mirando sus relojes, algunos del grupo descubrieron que ya había pasado la hora del mediodía en la Tierra; aunque hasta los menos imaginativos se dieron cuenta de lo absurda que resultaba la división del tiempo en veinticuatro horas del día y de la noche, en medio de la eterna luz de Sol del vacío.
Muchos comenzaron a sentir sed y hambre, y a mencionar sus apetitos en voz alta. No mucho más tarde, como respondiendo, igual que el servicio que se proporciona a una buena mesa, en un hotel o en un restaurante, ciertos paneles de la pared metálica del interior, hasta entonces inadvertidos por los sabios, se abrieron sin ruido ante sus ojos y dejaron al descubierto mesas sobre las cuales había curiosos aguamaniles de boca ancha y platos profundos, parecidos a soperas, llenos hasta el borde con comidas desconocidas.
Demasiado sorprendidos para comentar durante mucho tiempo este nuevo milagro, los miembros de la delegación procedieron a probar las viandas y las bebidas que así se les ofrecían. Stilton, todavía sumido en su indignado silencio, se negó a probarlas, pero se quedó solo en su negativa.
El agua era, por supuesto, potable, aunque con un sabor ligeramente alcalino, como si procediese de pozos del desierto; y la comida, una especie de pasta rojiza, respecto a cuya naturaleza y composición los químicos dudaban, sirvió para apagar las punzadas del hambre, aunque no resultase especialmente seductora para el paladar.
Después de que los hombres de la Tierra hubiesen tomado esta comida, los paneles se cerraron de una manera tan silenciosa y discreta como se habían abierto. La nave avanzó por el espacio, hora tras hora, hasta que resultó evidente para Gaillard y sus compañeros astrónomos que o bien se dirigía directamente al planeta Marte, o bien pasaría muy cerca del mismo, en su camino a otro planeta.
El planeta rojo, con sus señales familiares, que habían contemplado tan a menudo por los telescopios del observatorio, y sobre cuya naturaleza y origen se habían hecho muchas preguntas, empezó a alzarse ante ellos y a crecer con una velocidad taumatúrgica. Entonces, notaron una señalada disminución en la velocidad de la nave, que continuó directa hacia el planeta cobrizo, como si su objetivo estuviese oculto entre el laberinto de manchas obscuras y singulares; y resultó imposible dudar por más tiempo que Marte era su punto de destino.
Gaillard y aquellos que le eran más o menos afines en sus intereses e inclinaciones se emocionaron con expectativas, pavorosas y sublimes, cuando la nave se aproximó al planeta extraño. Entonces, empezó a flotar delicadamente sobre un exótico paisaje en el que los famosos ?mares? y ?canales?, enormes a causa de su proximidad, podían ser claramente reconocidos.
Pronto se acercaron a la superficie del planeta rojizo, describiendo espirales por su atmósfera sin nieblas ni nubes, mientras la deceleración aumentaba hasta alcanzar la velocidad de un paracaídas. Marte les rodeaba con horizontes rígidos y monótonos, más próximos que los de la Tierra, sin mostrar ninguna otra elevación saliente, como colinas o lomas; y pronto colgaban sobre él a una altura de media milla o menos. Aquí la nave pareció frenar y pararse, sin descender más.
Debajo de ellos, podían ver un desierto de bajas elevaciones y arena amarilla rojiza, interseccionado por uno de los llamados ?canales?, que se extendía sinuosamente a cada lado hasta desaparecer en el horizonte.
Los científicos estudiaron este terreno con una sorpresa que iba en continuo aumento, al imponerse en sus percepciones la verdadera naturaleza del venoso canal. No era agua, como muchos antes de entonces habían supuesto, sino una masa de pálida vegetación verde, de vastas hojas o frondes dentados, todos los cuales parecían emanar de un único tallo rastrero de color carne, de varios cientos de pies de diámetro y con hinchadas articulaciones nodulares a intervalos de media milla. Aparte de esta parra anómala y supergigantesca, no había signos de vida, animal ni vegetal, en todo el horizonte; y la longitud del tallo rastrero, que cubría todo el horizonte visible pero que, por su forma y características, parecía ser un simple zarcillo de algún crecimiento aún más grande, era algo que hacía temblar las ideas previas de la botánica terrestre.
Muchos de entre los científicos estaban casi estupefactos a causa del asombro mientras miraban abajo, desde las ventanas violetas, a esta titánica enredadera. Más que nunca, los periodistas elevaron un lamento por los avasalladores titulares que, bajo las circunstancias que prevalecían, serían incapaces de proporcionar a sus periódicos respectivos. Gresham y Polson creían que había algo vagamente ilegal en la existencia de un ser tan monstruoso bajo la forma de una planta; y la desaprobación científica sentida por Stilton y sus cofrades de mentalidad académica era la más pronunciada.
?¡Escandaloso! ¡Inaudito! ¡Ridículo! ?murmuro Stilton?. Esta cosa desafía las leyes más elementales de la botánica. No existe un precedente concebible para ella.
Gaillard, que se hallaba de pie a su lado, estaba tan arrebatado por su concentración en la contemplación de la nueva planta, que apenas escuchó el comentario. El convencimiento de una aventura vasta y sublime, que había estado creciendo en su interior desde el inicio de aquel viaje, raro y estupendo, se veía ahora confirmado con diáfana claridad. No podía dar forma definitiva o coherencia al sentimiento que le poseía; pero le inundaba el presentimiento de una maravilla presente y de un milagro futuro, y la intuición de revelaciones, extrañas y tremendas, que estaban por venir.
Pocos del grupo querían hablar, o habrían sido capaces de hacerlo. Todo lo que les había sucedido durante las horas recientes, y todo lo que ahora veían, estaba tan alejado del alcance de los actos y de la inteligencia humanos, que el ejercicio normal de sus facultades estaba más o menos inhibido por el esfuerzo para ajustarse a estas condiciones únicas.
Después de que hubiesen contemplado la parra de proporciones gigantescas durante un par de minutos, los sabios se dieron cuenta de que la nave se movía de nuevo, esta vez en una dirección lateral. Volando muy lentamente y con intención, seguía lo que parecía ser el rumbo del zarcillo en dirección al oeste de Marte, sobre el que estaba descendiendo un Sol pequeño y pálido por un cielo quemado y empañado, vertiendo una luz débil y gélida sobre el desolado paisaje.
Los hombres fueron abrumadoramente conscientes de una voluntad inteligente detrás de todo lo que estaba ocurriendo; y la sensación de esta supervisión, remota y desconocida, era más fuerte en Gaillard que en los demás. Nadie podía dudar que cada movimiento de la nave estaba medido y predestinado; y Gaillard sentía que la lentitud con que seguían el curso de la gran planta estaba calculada para proporcionar a la delegación tiempo suficiente como para estudiar su nuevo entorno; y, en particular, para estudiar la misma planta.
En vano, sin embargo, observaron su cambiante entorno para descubrir algo que pudiese indicar la presencia de formas orgánicas de tipo humano, no humano o sobrehumano, como se podría imaginar que existían en Marte. Por supuesto, Sólo entidades semejantes, se creía, podrían haber construido, enviado y guiado la nave en que ahora se encontraban cautivos.
La nave continuó avanzando durante por lo menos una hora, recorriendo un territorio inmenso, en el cual, después de muchas millas, la desolación inicial cedía su lugar a una especie de pantano. Aquí, donde las aguas lodosas se entretejían con la tierra gredosa, el retorcido tallo se hinchaba hasta proporciones increíbles con hojas lustrosas que emparraban el suelo pantanoso casi a una milla por cada lado del elevado tallo.
Aquí también, el follaje asumía una verdosidad más viva y más rica, cargada con una sublime exuberancia vital; y el propio tallo mostraba una increíble suculencia, junto con un barniz y un brillo lustrosos, un florecimiento que, de manera rara e incongruente, sugería carne bien alimentada. La cosa parecía palpitar a intervalos regulares y rítmicos, bajo los ojos de los observadores, como una entidad viva; y. en algunos lugares, había nódulos de forma rara, o uniones al tallo, cuyo propósito nadie conseguía imaginar.
Gaillard llamó la atención de Stilton al extraño latido que podía notarse en la planta; un latido que parecía comunicarse a las hojas de cien pies que temblaban como si fuesen plumas.
?¡Humpf! ?exclamó Stilton agitando la cabeza con un aire en que se mezclaba la incredulidad y el asco?. Esta palpitación es del todo imposible. Tiene que haber algo que esté más en nuestra vista…, quizá alguna alteración en el foco a causa de la velocidad de nuestro viaje. Es eso, o que hay una cualidad reflectiva en la atmósfera que da una ilusión de movimiento a los objetos estables.
Gaillard se abstuvo de llamarle la atención sobre el hecho de que este supuesto fenómeno de enfermedad visual o refracción atmosférica se limitaba en su aplicación enteramente a la planta y no extendía sus límites al paisaje que les rodeaba.
Poco después de esto, la nave llegó a una enorme ramificación de la planta; y aquí los terrestres descubrieron que el tallo que habían estado siguiendo no era más que uno de tres que se separaban para interseccionar el suelo pantanoso desde ángulos muy distintos entre sí y luego desaparecían por horizontes opuestos. La intersección estaba señalada por un doble nódulo, del tamaño de una montaña, que tenía una extraña similitud con unas caderas humanas. Aquí, el latido era más fuerte y se notaba más fácilmente que nunca; y extrañas manchas variadas y venosidades de color rojizo resultaban visibles en la pálida superficie del tallo.
Los sabios se sintieron cada vez más emocionados ante la magnitud, sin precedentes, y las singulares características de la notable planta. Pero les aguardaban revelaciones de una naturaleza aún más extraordinaria. Después de posarse durante un momento sobre la monstruosa juntura, la nave voló elevándose más a una velocidad acelerada, a lo largo del tallo principal, de una longitud incalculable, que se extendía por el horizonte de Marte occidental. Revelaba nuevas ramificaciones e intervalos variables, volviéndose incluso más grande y lujuriante al penetrar regiones pantanosas que eran, sin duda, el barro residual de un mar hundido.
?¡Dios mío! La cosa debe rodear todo el planeta ?dijo uno de los periodistas con voz impresionada.
?Eso parece ?Gaillard asintió gravemente?. Tenemos que estar viajando casi en línea paralela con el ecuador; y ya hemos seguido a la planta a lo largo de cientos de millas. Basándonos en lo que hemos visto, parece que los ?canales? marcianos son sencillamente sus ramificaciones, y quizá las masas señaladas por los astrónomos como ?mares? son masas de su follaje.
?No puedo comprenderlo ?gruñó Stilton?; la maldita cosa es completamente contraria a la ciencia y a la naturaleza…, no debería existir en ningún Universo racional o concebible.
?Bueno ?dijo Gaillard un poco frívolamente?. Existe; y no veo cómo te puedes librar de eso. Además, aparentemente se trata de la única forma de vida vegetal en el planeta; por lo menos, hasta el momento hemos fracasado en encontrar algo remotamente parecido. No hay ninguna razón en absoluto para suponer que los reinos animal y vegetal tengan que exhibir en otros reinos la misma naturaleza y multiplicidad que muestran en la Tierra.
Stilton, mientras escuchaba el poco ortodoxo argumento, miraba a Gaillard fijamente como un mahometano miraría a algún infiel descarriado, pero estaba demasiado furioso o demasiado asqueado como para decir nada más.
La atención de los científicos fue ahora atraída a un área verdosa en la línea de su vuelo, cubriendo muchas millas cuadradas. Aquí, vieron que el tallo principal había echado una multitud de raíces, cuyo follaje ocultaba el suelo de debajo igual que un denso bosque.