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William Shakespeare- Romeo y Julieta

William Shakespeare ROMEO Y JULIETA

 

Romeo y Julieta
DRAMATIS PERSONAE

El CORO

ROMEO
MONTESCO, su padre
SEÑORA MONTESCO
BENVOLIO, sobrino de Montesco
ABRAHAN, criado de Montesco
BALTASAR, criado de Romeo

JULIETA
CAPULETO, Su padre
SEÑORA CAPULETO
TEBALDO, su sobrino
PARIENTE DE CAPULETO
El AMA de Julieta
PEDRO criado de Capuleto
SANSÓN criado de Capuleto
GREGORIO criado de Capuleto

Della Scala, PRINCIPE de Verona
MERCUCIO pariente del Príncipe
El Conde PARIS pariente del Príncipe
PAJE de Paris

FRAY LORENZO
FRAY JUAN
Un BOTICARIO

Criados, músicos, guardias, ciudadanos, máscaras, etc.

LA TRAGEDIA DE ROMEO Y JULIETA

PRÓLOGO [Entra] el CORO ..

CORO
En Verona, escena de la acción,
dos familias de rango y calidad
renuevan viejos odios con pasión
y manchan con su sangre la ciudad.
De la entraña fatal de estos rivales
nacieron dos amantes malhadados,
cuyas desgracias y funestos males
enterrarán conflictos heredados.
El curso de un amor de muerte herido
y una ira paterna tan extrema
que hasta el fin de sus hijos no ha cedido
será en estas dos horas . nuestro tema.
Si escucháis la obra con paciencia,
nuestro afán salvará toda carencia.

[Sale.]

I.i Entran SANSÓN y GREGORIO, de la casa de los
Capuletos, armados con espada y escudo.

SANSÓN
Gregorio, te juro que no vamos a tragar saliva.
GREGORIO
No, que tan tragones no somos.
SANSÓN
Digo que si no los tragamos, se les corta el cuello.
GREGORIO
Sí, pero no acabemos con la soga al cuello.
SANSÓN
Si me provocan, yo pego rápido.
GREGORIO
Sí, pero a pegar no te provocan tan rápido.
SANSÓN
A mí me provocan los perros de los Montescos.
GREGORIO
Provocar es mover y ser valiente, plantarse, así que si te provocan, tú sales corriendo.
SANSÓN
Los perros de los Montescos me mueven a plantar¬me. Con un hombre o mujer de los Montescos me agarro a las paredes.
GREGORIO
Entonces es que te pueden, porque al débil lo em¬pujan contra la pared.
SANSÓN
Cierto, y por eso a las mujeres, seres débiles, las empujan contra la pared. Así que yo echaré de la pared a los hombres de Montesco y empujaré contra ella a las mujeres.
GREGORIO
Pero la disputa es entre nuestros amos y nosotros, sus criados.
SANSÓN
Es igual; me portaré como un déspota. Cuando haya peleado con los hombres, seré cortés con las donce¬llas: las desvergaré.
GREGORIO
¿Desvergar doncellas?
SANSÓN
Sí, desvergar o desvirgar. Tómalo por donde quieras.
GREGORIO
Por dónde lo sabrán las que lo prueben.
SANSÓN
Pues me van a probar mientras este no se encoja, y ya se sabe que soy más carne que pescado.
GREGORIO
Menos mal, que, si no, serías un merluzo. Saca el hierro, que vienen de la casa de Montesco.

Entran otros dos criados [uno llamado
ABRAHAM .

SANSÓN
Aquí está mi arma. Tú pelea; yo te guardo las es¬paldas.
GREGORIO
¿Para volver las tuyas y huir?
SANSÓN
Descuida, que no.
GREGORIO
No, contigo no me descuido.
SANSÓN
Tengamos la ley de nuestra parte: que empiecen ellos.
GREGORIO
Me pondré ceñudo cuando pase por su lado, y que se lo tomen como quieran.
SANSÓN
Si se atreven. Yo les haré burla ., a ver si se dejan insultar.
ABRAHÁN
¿Nos hacéis burla, señor?
SANSóN
Hago burla.
ABRAHÁN
¿Nos hacéis burla a nosotros, señor?
SANSÓN [aparte a GREGORIO]
¿Tenemos la ley de nuestra parte si digo que sí?
GREGORIO [aparte a SANSÓN]
No.
SANSÓN
No, señor, no os hago burla. Pero hago burla, señor.
GREGORIO
¿Buscáis pelea?
ABRAHÁN
¿Pelea? No, señor.
SANSÓN
Mas si la buscáis, aquí estoy yo: criado de tan buen amo como el vuestro.
ABRAHÁN
Mas no mejor.
SANSÓN
Pues…

Entra BENVOLIO.

GREGORIO [aparte a SANSóN]
Di que mejor: ahí viene un pariente del amo ..
SANSÓN
Sí, señor: mejor.
ABRAHÁN
¡Mentira!
SANSÓN
Desenvainad si sois hombres. Gregorio, recuerda tu mandoble.

Pelean.

BENVOLIO [desenvaina]
¡Alto, bobos! Envainad; no sabéis lo que hacéis.

Entra TEBALDO.

TEBALDO
¿Conque desenvainas contra míseros esclavos?
Vuélvete, Benvolio, y afronta tu muerte.
BENVOLIO
Estoy poniendo paz. Envaina tu espada
o ven con ella a intenta detenerlos.
TEBALDO
¿Y armado hablas de paz? Odio esa palabra
como odio el infierno, a ti y a los Montescos.
¡Vamos, cobarde!

[Luchan.]
Entran tres o cuatro CIUDADANOS con palos.

CIUDADANOS
¡Palos, picas, partesanas! ¡Pegadles! ¡Tumbadlos!
¡Abajo con los Capuletos! ¡Abajo con los Montescos!

Entran CAPULETO, en bata ., y su espo¬sa
[la SEÑORA CAPULETO].

CAPULETO
¿Qué ruido es ese? ¡Dadme mi espada de guerra!
SEÑORA CAPULETO
¡Dadle una muleta!  ¿Por qué pides la espada?

Entran MONTESCO y su esposa
[la SEÑO¬RA MONTESCO].

CAPULETO
¡Quiero mi espada! ¡Ahí está Montesco, blandiendo su arma en desafío!
MONTESCO
¡Infame Capuleto!  ¡Suéltame, vamos!
SEÑORA MONTESCO
Contra tu enemigo no darás un paso.

Entra el PRINCIPE DELLA SCALA, con su séquito.

PRÍNCIPE
¡Súbditos rebeldes, enemigos de la paz,
que profanáis el acero con sangre ciudadana! ?
¡No escuchan!  ¡Vosotros, hombres, bestias,
que apagáis el ardor de vuestra cólera
con chorros de púrpura que os salen de las venas!
¡Bajo pena de tormento, arrojad de las manos
sangrientas esas mal templadas armas
y oíd la decisión de vuestro Príncipe!
Tres refriegas, que, por una palabra de nada,
vos causasteis, Capuleto, y vos, Montesco,
tres veces perturbaron la quietud de nuestras calles
e hicieron que los viejos de Verona
prescindiesen de su grave indumentaria
y con viejas manos empuñasen viejas armas,
corroídas en la paz, por apartaros
del odio que os corroe. Si causáis
otro disturbio, vuestra vida será el precio.
Por esta vez, que todos se dispersen.
Vos, Capuleto, habréis de acompañarme.
Montesco, venid esta tarde a Villa Franca .,
mi Palacio de Justicia, a conocer
mis restantes decisiones sobre el caso.
¡Una vez más, bajo pena de muerte, dispersaos!

Salen [todos, menos MONTESCO, la
SE„ORA MONTESCO y BENVOLIO].

MONTESCO
¿Quién ha renovado el viejo pleito?
Dime, sobrino, ¿estabas aquí cuando empezó?
BENVOLIO
Cuando llegué, los criados de vuestro adversario
estaban enzarzados con los vuestros.
Desenvainé por separarlos. En esto apareció
el fogoso Tebaldo, espada en mano,
y la blandía alrededor de la cabeza,
cubriéndome de insultos y cortando el aire,
que, indemne, le silbaba en menosprecio.
Mientras cruzábamos tajos y estocadas,
llegaron más, y lucharon de uno y otro lado
hasta que el Príncipe vino y pudo separarlos.
SEÑORA MONTESCO
¿Y Romeo? ¿Le has visto hoy? Me alegra
el ver que no ha estado en esta pelea.
BENVOLIO
Señora, una hora antes de que el astro rey
asomase por las áureas ventanas del oriente,
la inquietud me empujó a pasear.
Entonces, bajo unos sicamores
que crecen al oeste de Verona,
caminando tan temprano vi a vuestro hijo.
Fui hacia él, que, advirtiendo mi presencia,
se escondió en el boscaje.
Medí sus sentimientos por los míos,
que ansiaban un espacio retirado
(mi propio ser entristecido me sobraba),
seguí mi humor al no seguir el suyo .
y gustoso evité a quien por gusto me evitaba.
MONTESCO
Le han visto allí muchas mañanas, aumentando
con su llanto el rocío de la mañana,
añadiendo a las nubes sus nubes de suspiros.
Mas, en cuanto el sol, que todo alegra,
comienza a descorrer por el remoto oriente
las oscuras cortinas del lecho de Aurora,
mi melancólico hijo huye de la luz
y se encierra solitario en su aposento,
cerrando las ventanas, expulsando toda luz
y creándose una noche artificial ..
Este humor será muy sombrío y funesto
si la causa no la quita el buen consejo.
BENVOLIO
Mi noble tío, ¿conocéis vos la causa?
MONTESCO
Ni la conozco, ni por él puedo saberla.
BENVOLIO
¿Le habéis apremiado de uno a otro modo?
MONTESCO
Sí, y también otros amigos,
mas él sólo confía sus sentimientos
a sí mismo, no sé si con acierto,
y se muestra tan callado y reservado,
tan insondable y tan hermético
como flor comida por gusano
antes de abrir sus tiernos pétalos al aire
o al sol ofrecerle su hermosura.
Si supiéramos la causa de su pena,
le daríamos remedio sin espera.

Entra ROMEO.

BENVOLIO
Ahí viene. Os lo ruego, poneos a un lado:
me dirá su dolor, si no se ha obstinado.
MONTESCO
Espero que, al quedarte, por fin oigas
su sincera confesión. Vamos, señora.

Salen [MONTESCO y la
SEÑORA MON¬TESCO].

BENVOLIO
Buenos días, primo.
ROMEO
¿Ya es tan de mañana?
BENVOLIO
Las nueve ya han dado.
ROMEO
¡Ah! Las horas tristes se alargan.
¿Era mi padre quien se fue tan deprisa?
BENVOLIO
Sí. ¿Qué tristeza alarga las horas de Romeo?
ROMEO
No tener lo que, al tenerlo, las abrevia.
BENVOLIO
¿Enamorado?
ROMEO
Cansado.
BENVOLIO
¿De amar?
ROMEO
De no ser correspondido por mi amada.
BENVOLIO
¡Ah! ¿Por qué el amor, de presencia gentil,
es tan duro y tiránico en sus obras?
ROMEO
¡Ah! ¿Por qué el amor, con la venda en los ojos,
puede, siendo ciego imponer sus antojos?
¿Dónde comemos? .. ¡Ah! ¿Qué pelea ha habido?
No me lo digas, que ya lo sé todo.
Tumulto de odio, pero más de amor.
¡Ah, amor combativo! ¡Ah, odio amoroso!
¡Ah, todo, creado de la nada!
¡Ah, grave levedad, seria vanidad, caos deforme
de formas hermosas, pluma de plomo,
humo radiante, fuego glacial, salud enfermiza,
sueño desvelado, que no es lo que es!
Yo siento este amor sin sentir nada en él.
¿No te ríes?
BENVOLIO
No, primo; más bien lloro.
ROMEO
¿Por qué, noble alma?
BENVOLIO
Porque en tu alma hay dolor.
ROMEO
Así es el pecado del amor:
mi propio pesar, que tanto me angustia,
tú ahora lo agrandas, puesto que lo turbas
con el tuyo propio. Ese amor que muestras
añade congoja a la que me supera.
El amor es humo, soplo de suspiros:
se esfuma, y es fuego en ojos que aman;
refrénalo, y crece como un mar de lágrimas.
¿Qué cosa es, si no? Locura juiciosa,
amargor que asfixia, dulzor que conforta.
Adiós, primo mío.
BENVOLIO
Voy contigo, espera;
injusto serás si ahora me dejas.
ROMEO
¡Bah! Yo no estoy aquí, y me hallo perdido.
Romeo no es este: está en otro sitio.
BENVOLIO
Habla en serio y dime quién es la que amas.
ROMEO
¡Ah! ¿Quieres oírme gemir?
BENVOLIO
¿Gemir? No: quiero que digas en serio quién es.
ROMEO
Pídele al enfermo que haga testamento;
para quien tanto lo está, es un mal momento.
En serio, primo, amo a una mujer.
BENVOLIO
Por ahí apuntaba yo cuando supe que amabas.
ROMEO
¡Buen tirador! Y la que amo es hermosa.
BENVOLIO
Si el blanco es hermoso, antes se acierta.
ROMEO
Ahí has fallado: Cupido no la alcanza
con sus flechas; es prudente cual Diana:
su casta coraza la protege tanto
que del niño Amor no la hechiza el arco.
No puede asediarla el discurso amoroso,
ni cede al ataque de ojos que asaltan,
ni recoge el oro que tienta hasta a un santo.
En belleza es rica y su sola pobreza
está en que, a su muerte, muere su riqueza.
BENVOLIO
¿Así que ha jurado vivir siempre casta?
ROMEO
Sí, y con ese ahorro todo lo malgasta:
matando lo bello por severidad
priva de hermosura a la posteridad.
Al ser tan prudente con esa belleza
no merece el cielo, pues me desespera.
No amar ha jurado, y su juramento
a quien te lo cuenta le hace vivir muerto.
BENVOLIO
Hazme caso y no pienses más en ella.
ROMEO
Enséñame a olvidar.
BENVOLIO
Deja en libertad a tus ojos:
contempla otras bellezas.
ROMEO
Así estimaré la suya en mucho más.
Esas máscaras negras que acarician
el rostro de las bellas nos traen al recuerdo
la belleza que ocultan. Quien ciego ha quedado
no olvida el tesoro que sus ojos perdieron.
Muéstrame una dama que sea muy bella.
¿Qué hace su hermosura sino recordarme
a la que supera su belleza?
Enseñarme a olvidar no puedes. Adiós.
BENVOLIO
Pues pienso enseñarte o morir tu deudor.

Salen.

I.ii Entran CAPULETO, el Conde PARIS y el gracioso
[CRIADO de Capuleto].

CAPULETO
Montesco está tan obligado como yo,
bajo la misma pena. A nuestros años
no será difícil, creo yo, vivir en paz.
PARIS
Ambos gozáis de gran reputación y es lástima
que llevéis enfrentados tanto tiempo.
En fin, señor, ¿qué decís a este pretendiente?
CAPULETO
Lo que ya he dicho antes:
mi hija nada sabe de la vida;
aún no ha llegado a los catorce.
Dejad que muera el esplendor de dos veranos
y habrá madurado para desposarse.
PARIS
Otras más jóvenes ya son madres felices.
CAPULETO
Quien pronto se casa, pronto se amarga.
Mis otras esperanzas las cubrió la tierra;
ella es la única que me queda en la vida.
Mas cortejadla, Paris, enamoradla,
que en sus sentimientos ella es la que manda.
Una vez que acepte, daré sin reservas
mi consentimiento al que ella prefiera.
Esta noche doy mi fiesta de siempre,
a la que vendrá multitud de gente,
y todos amigos. Uníos a ellos
y con toda el alma os acogeremos.
En mi humilde casa esta noche ved
estrellas terrenas el cielo encender.
La dicha que siente el joven lozano
cuando abril vistoso muda el débil paso
del caduco invierno, ese mismo goce
tendréis en mi casa estando esta noche
entre mozas bellas. Ved y oíd a todas,
y entre ellas amad a la más meritoria;
con todas bien vistas, tal vez al final
queráis a la mía, aunque es una más.
Venid vos conmigo. [Al CRIADO.] Tú ve por Verona,
recorre sus calles, busca a las personas
que he apuntado aquí; diles que mi casa,
si bien les parece, su presencia aguarda.

Sale [con el Conde PARIS].

CRIADO
¡Que busque a las personas que ha apuntado aquí! Ya lo dicen: el zapatero, a su regla; el sastre, a su horma; el pescador, a su brocha, y el pintor, a su red. Pero a mí me mandan que busque a las personas que ha apuntado, cuando no sé leer los nombres que ha escrito el escribiente. Preguntaré al instruido.

Entran BENVOLIO y ROMEO.

¡Buena ocasión!
BENVOLIO
Vamos, calla: un fuego apaga otro fuego;
el pesar de otro tu dolor amengua;
si estás mareado, gira a contrapelo;
la angustia insufrible la cura otra pena.
Aqueja tu vista con un nuevo mal
y el viejo veneno pronto morirá.
ROMEO
Las cataplasmas son grandes remedios.
BENVOLIO
Remedios, ¿contra qué!
ROMEO
Golpe en la espinilla.
BENVOLIO
Pero, Romeo, ¿tú estás loco?
ROMEO
Loco, no; más atado que un loco:
encarcelado, sin mi alimento, azotado
y torturado, y… Buenas tardes, amigo.
CRIADO
Buenas os dé Dios. Señor, ¿sabéis leer?
ROMEO
Sí, mi mala fortuna en mi adversidad.
CRIADO
Eso lo habréis aprendido de memoria. Pero, os lo ruego, ¿sabéis leer lo que veáis?
ROMEO
Si conozco el alfabeto y el idioma, sí.
CRIADO
Está claro. Quedad con Dios.
ROMEO
Espera, que sí sé leer.

Lee el papel.

«El signor Martino, esposa e hijas.
El conde Anselmo y sus bellas hermanas.
La viuda del signor Vitruvio.
El signor Piacencio y sus lindas sobrinas.
Mercucio y su hermano Valentino.
Mi tío Capuleto, esposa a hijas.
Mi bella sobrina Rosalina y Livia.
El signor Valentio y su primo Tebaldo.
Lucio y la alegre Elena.»

Bella compañía. ¿Adónde han de ir?
CRIADO
Arriba.
ROMEO
¿Adónde? ¿A una cena?
CRIADO
A nuestra casa.
ROMEO
¿A casa de quién?
CRIADO
De mi amo.
ROMEO
Tenía que habértelo preguntado antes.
CRIADO
Os lo diré sin que preguntéis. Mi amo es el grande y rico Capuleto, y si vos no sois de los Montescos, venid a echar un trago de vino. Quedad con Dios.

Sale.
BENEVOLIO
En el festín tradicional de Capuleto
estará tu amada, la bella Rosalina .,
con las más admiradas bellezas de Verona.
Tú ve a la fiesta: con ojo imparcial
compárala con otras que te mostraré,
y, en lugar de un cisne, un cuervo has de ver.
ROMEO
Si fuera tan falso el fervor de mis ojos,
que mis lágrimas se conviertan en llamas,
y si se anegaron, siendo mentirosos,
y nunca murieron, cual herejes ardan.
¡Otra más hermosa! Si todo ve el sol,
su igual nunca ha visto desde la creación.
BENVOLIO
Te parece bella si no ves a otras:
tus ojos con ella misma la confrontan.
Pero si tus ojos hacen de balanza,
sopesa a tu amada con cualquier muchacha
que pienso mostrarte brillando en la fiesta,
y lucirá menos la que ahora te ciega.
ROMEO
Iré, no por admirar a las que elogias,
sino sólo el esplendor de mi señora.

[Salen. ]


7 thoughts on William Shakespeare- Romeo y Julieta

  1. I.iii Entran la SEÑORA CAPULETO y el AMA.

    SEÑORA CAPULETO
    Ama, ¿y mi hija? Dile que venga.
    AMA
    Ah, por mi virginidad a mis doce años,
    ¡si la mandé venir! ¡Eh, paloma! ¡Eh, reina!
    ¡Santo cielo! ¿Dónde está la niña? ¡Julieta!

    Entra JULIETA.

    JULIETA
    Hola, ¿quién me llama?
    AMA
    Tu madre.
    JULIETA
    Aquí estoy, señora. ¿Qué deseáis?
    SEÑORA CAPULETO
    Pues se trata… Ama, déjanos un rato;
    hemos de hablar a solas… Ama, vuelve.
    Pensándolo bien, más vale que to oigas.
    Sabes que mi hija está en edad de merecer.

    AMA
    Me sé su edad hasta en las horas.

    SEÑORA CAPULETO
    Aún no tiene los catorce.

    AMA
    Apuesto catorce de mis dientes
    (aunque, ¡válgame!, no me quedan más que cuatro)a que no ha cumplido los catorce.
    ¿Cuánto falta para que acabe julio? ..

    SEÑORA CAPULETO
    Dos semanas y pico.

    AMA
    Pues con o sin pico, entre todos los días del año
    la última noche de julio cumple los catorce.
    Susana y ella (¡Señor, da paz a las ánimas!)
    tenían la misma edad. Bueno, Susana
    está en el cielo, yo no la merecía. Como digo,
    la última noche de julio cumple los catorce,
    vaya que sí; me acuerdo muy bien.
    Del terromoto hace ahora once años
    y, de todos los días del año (nunca
    se me olvidará) ese mismo día la desteté:
    me había puesto ajenjo en el pecho,
    ahí sentada al sol, bajo el palomar.
    El señor y vos estabais en Mantua
    (¡qué memoria tengo!). Pero, como digo,
    en cuanto probó el ajenjo en mi pezón
    y le supo tan amargo… Angelito,
    ¡hay que ver qué rabia le dio la teta!
    De pronto el palomar dice que tiembla; desde luego,
    no hacía falta avisarme que corriese.
    Y de eso ya van once años, pues entonces
    se tenía en pie ella solita. ¡Qué digo!
    ¡Pero si podía andar y correr!
    El día antes se dio un golpe en la frente,
    y mi marido (que en paz descanse,
    siempre alegre) levantó a la niña.
    «Ajá», le dijo, «¿te caes boca abajo?
    Cuando tengas más seso te caerás boca arriba,
    ¿a que sí, Juli?» . Y, Virgen santa,
    la mocosilla paró de llorar y dijo que sí.
    ¡Pensar que la broma iba a cumplirse!
    Aunque viva mil años, juro que nunca
    se me olvidara. «¿A que sí, Juli?», dice.
    Y la pobrecilla se calla y le dice que sí.

    SEÑORA CAPULETO
    Ya basta. No sigas, te lo ruego.

    AMA
    Sí, señora. Pero es que me viene la risa
    de pensar que se calla y le dice que sí.
    Y eso que llevaba en la frente un chichón
    de grande como un huevo de pollo;
    un golpe muy feo, y lloraba amargamente.
    «Ajá» , dice mi marido, «¿te caes boca abajo?
    Cuando seas mayor te caerás boca arriba,
    ¿a que sí, Juli?» Y se calla y le dice que sí.

    JULIETA
    Calla tú también, ama, te lo ruego.

    AMA
    ¡Chsss…! He dicho. Dios te dé su gracia;
    fuiste la criatura más bonita que crié.
    Ahora mi único deseo es vivir para verte casada.

    SEÑORA CAPULETO
    Pues de casamiento venía yo a hablar.
    Dime, Julieta, hija mía,
    ¿qué te parece la idea de casarte?

    JULIETA
    Es un honor que no he soñado.

    AMA
    ¡Un honor! Si yo no fuera tu nodriza,
    diría que mamaste listeza de mis pechos.

    SEÑORA CAPULETO
    Pues piensa ya en el matrimonio. Aquí, en Verona,
    hay damas principales, más jóvenes que tú,
    que ya son madres. Según mis cuentas,
    yo te tuve a ti más o menos a la edad
    que tú tienes ahora. Abreviando:
    el gallardo Paris te pretende.

    AMA
    ¡Qué hombre, jovencita! Un hombre
    que el mundo entero… ¡Es la perfección!

    SEÑORA CAPULETO
    El estío de Verona no da tal flor.

    AMA
    ¡Eso, es una flor, toda una flor!

    SEÑORA CAPULETO
    ¿Qué dices? ¿Podrás amar al caballero?
    Esta noche le verás en nuestra fiesta ..
    Si lees el semblante de Paris como un libro,
    verás que la belleza ha escrito en él la dicha.
    Examina sus facciones y hallarás
    que congenian en armónica unidad,
    y, si algo de este libro no es muy claro,
    en el margen de sus ojos va glosado.
    A este libro de amor, que ahora es tan bello,
    le falta cubierta para ser perfecto.
    Si en el mar vive el pez, también hay excelencia
    en todo lo bello que encierra belleza:
    hay libros con gloria, pues su hermoso fondo
    queda bien cerrado con broche de oro.
    Todas sus virtudes, uniéndote a él,
    también serán tuyas, sin nada perder.

    AMA
    Perder, no; ganar: el hombre engorda a la mujer.

    SEÑORA CAPULETO
    En suma, ¿crees que a Paris amarás?
    J
    ULIETA
    Creo que sí, si la vista lleva a amar.
    Mas no dejaré que mis ojos le miren
    más de lo que vuestro deseo autorice.

    Entra un CRIADO.

    CRIADO
    Señora, los convidados ya están; la cena, en la mesa; preguntan por vos y la señorita; en la despensa mal¬dicen al ama, y todo está por hacer. Yo voy a servir. Os lo ruego, venid en seguida.

    Sale.

    SEÑORA CAPULETO
    Ahora mismo vamos. Julieta, te espera el conde.
    AMA
    ¡Vamos! ¡A gozar los días gozando las noches!

    Salen.

    I.iv Entran ROMEO, MERCUCIO, BENVOLIO, con
    cin¬co o seis máscaras, portadores de antorchas.

    ROMEO
    ¿Decimos el discurso de rigor
    o entramos sin dar explicaciones?
    BENVOLIO
    Hoy ya no se gasta tanta ceremonia:
    nada de Cupido con los ojos vendados
    llevando por arco una regla pintada
    y asustando a las damas como un espantajo,
    ni tímido prólogo que anuncia una entrada
    dicho de memoria con apuntador.
    Que nos tomen como quieran. Nosotros
    les tomamos algún baile y nos vamos.
    ROMEO
    Dadme una antorcha, que no estoy para bailes.
    Si estoy tan sombrío, llevaré la luz.
    MERCUCIO
    No, gentil Romeo: tienes que bailar.
    ROMEO
    No, de veras. Vosotros lleváis calzado
    de ingrávida suela, pero yo del suelo
    no puedo moverme, de tanto que me pesa el alma.
    MERCUCIO
    Tú, enamorado, pídele las alas a Cupido
    y toma vuelo más allá de todo salto.
    ROMEO
    El vuelo de su flecha me ha alcanzado
    y ya no puedo elevarme con sus alas,
    ni alzarme por encima de mi pena,
    y así me hundo bajo el peso del amor.
    MERCUCIO
    Para hundirte en amor has de hacer peso:
    demasiada carga para cosa tan tierna.
    ROMEO
    ¿Tierno el amor? Es harto duro,
    harto áspero y violento, y se clava como espina.
    MERCUCIO
    Si el amor te maltrata, maltrátalo tú:
    si se clava, lo clavas y lo hundes.
    Dadme una máscara, que me tape el semblante:
    para mi cara, careta. ¿Qué me importa ahora
    que un ojo curioso note imperfecciones?
    Que se ruborice este mascarón.
    BENVOLIO
    Vamos, llamad y entrad. Una vez dentro,
    todos a mover las piernas.
    ROMEO
    Dadme una antorcha. Que la alegre compañía
    haga cosquillas con sus pies a las esteras .,
    que a mí bien me cuadra el viejo proverbio:
    bien juega quien mira, y así podré ver
    mejor la partida; pero sin jugar.
    MERCUCIO
    Te la juegas, dijo el guardia.
    Si no juegas, habrá que sacarte;
    sacarte, con perdón, del fango amoroso
    en que te hundes. Ven, que se apaga la luz.
    ROMEO
    No es verdad.
    MERCUCIO
    Digo que si nos entretenemos,
    malgastamos la antorcha, cual si fuese de día.
    Toma el buen sentido y verás que aciertas
    cinco veces más que con la listeza.
    ROMEO
    Nosotros al baile venimos por bien,
    mas no veo el acierto.
    MERCUCIO
    Pues dime por qué.
    ROMEO
    Anoche tuve un sueño.
    MERCUCIO
    Y también yo.
    ROMEO
    ¿Qué soñaste?
    MERCUCIO
    Que los sueños son ficción.

    ROMEO
    No, porque durmiendo sueñas la verdad.
    MERCUCIO
    Ya veo que te ha visitado la reina Mab .,
    la partera de las hadas. Su cuerpo
    es tan menudo cual piedra de ágata
    en el anillo de un regidor.
    Sobre la nariz de los durmientes
    seres diminutos tiran de su carro,
    que es una cáscara vacía de avellana
    y está hecho por la ardilla carpintera o la oruga
    (de antiguo carroceras de las hadas).
    Patas de araña zanquilarga son los radios,
    alas de saltamontes la capota;
    los tirantes, de la más fina telaraña;
    la collera, de reflejos lunares sobre el agua;
    la fusta, de hueso de grillo; la tralla, de hebra;
    el cochero, un mosquito vestido de gris,
    menos de la mitad que un gusanito
    sacado del dedo holgazán de una muchacha.
    Y con tal pompa recorre en la noche
    cerebros de amantes, y les hace soñar el amor;
    rodillas de cortesanos, y les hace soñar reverencias;
    dedos de abogados, y les hace soñar honorarios;
    labios de damas, y les hace soñar besos,
    labios que suele ulcerar la colérica Mab,
    pues su aliento está mancillado por los dulces.
    A veces galopa sobre la nariz de un cortesano
    y le hace soñar que huele alguna recompensa;
    y a veces acude con un rabo de cerdo por diezmo
    y cosquillea en la nariz al cura dormido,
    que entonces sueña con otra parroquia.
    A veces marcha sobre el cuello de un soldado
    y le hace soñar con degüellos de extranjeros,
    brechas, emboscadas, espadas españolas,
    tragos de a litro; y entonces le tamborilea
    en el oído, lo que le asusta y despierta;
    y él, sobresaltado, entona oraciones
    y vuelve a dormirse. Esta es la misma Mab
    que de noche les trenza la crin a los caballos,
    y a las desgreñadas les emplasta mechones de pelo,
    que, desenredados, traen desgracias.
    Es la bruja que, cuando las mozas yacen boca arriba,
    las oprime y les enseña a concebir
    y a ser mujeres de peso. Es la que…
    ROMEO
    ¡Calla, Mercucio, calla!
    No hablas de nada.
    MERCUCIO
    Es verdad: hablo de sueños,
    que son hijos de un cerebro ocioso
    y nacen de la vana fantasía,
    tan pobre de sustancia como el aire
    y más variable que el viento, que tan pronto
    galantea al pecho helado del norte
    como, lleno de ira, se aleja resoplando
    y se vuelve hacia el sur, que gotea de rocío.
    BENVOLIO
    El viento de que hablas nos desvía.
    La cena terminó y llegaremos tarde.
    ROMEO
    Muy temprano, temo yo, pues presiento
    que algún accidente aún oculto en las estrellas
    iniciará su curso aciago
    con la fiesta de esta noche y pondrá fin
    a esta vida que guardo en mi pecho
    con el ultraje de una muerte adelantada.
    Mas que Aquél que gobierna mi rumbo
    guíe mi nave. ¡Vamos, alegres señores!
    BENVOLIO
    ¡Que suene el tambor!

    Desfilan por el escenario [y salen].

    I.v Entran CRIADOS con servilletas.

    CRIADO 1.°
    ¿Dónde está Perola, que no ayuda a quitar la mesa? ¿Cuándo coge un plato? ¿Cuándo friega un plato?
    CRIADO 2.°
    Si la finura sólo está en las manos de uno, y encima no se las lava, vamos listos.
    CRIADO 1.°
    Llevaos las banquetas, quitad el aparador, cuidado con la plata. Oye, tú, sé bueno y guárdame un poco de mazapán; y hazme un favor: dile al portero que deje entrar a Susi Muelas y a Lena ..

    [Sale el CRIADO 2.°]

    ¡Antonio! ¡Perola!

    [Entran otros dos CRIADOS.]

    CRIADO 3.°
    Aquí estamos, joven.
    CRIADO 1. °
    Te buscan y rebuscan, lo llaman y reclaman allá, en el salón.
    CRIADO 4.°
    No se puede estar aquí y allí. ¡Ánimo, muchachos! Venga alegría, que quien resiste, gana el premio.

    Salen.
    Entran [CAPULETO, la SEÑORA CAPULE¬TO, JULIETA, TEBALDO, el AMA], todos los convidados y las máscaras [ROMEO, BENVOLIO y MERCUCIO].

    CAPULETO
    ¡Bienvenidos, señores! Las damas sin callos
    querrán echar un baile con vosotros.-
    ¬¡Vamos, señoras! ¿Quién de vosotras
    se niega a bailar? La que haga remilgos
    juraré que tiene callos. ¿A que he acertado?
    ¡Bienvenidos, señores! Hubo un tiempo
    en que yo me ponía el antifaz
    y musitaba palabras deleitosas
    al oído de una bella. Pero pasó, pasó.
    Bienvenidos, señores. ¡ Músicos, a tocar!
    ¡Haced sitio, despejad! ¡Muchachas, a bailar!

    Suena la música y bailan.

    ¡Más luz, bribones! Desmontad las mesas
    y apagad la lumbre, que da mucho calor ..
    Oye, ¡qué suerte la visita inesperada! .
    Vamos, siéntate, pariente Capuleto,
    que nuestra época de bailes ya pasó.
    ¿Cuánto tiempo hace
    que estuvimos en una mascarada?
    PARIENTE DE CAPULETO
    ¡Virgen santa! Treinta años.
    CAPULETO
    ¡Qué va! No tanto, no tanto.
    Fue cuando la boda de Lucencio:
    en Pentecostés hará unos veinticinco años.
    Esa fue la última vez.
    PARIENTE DE CAPULETO
    Hace más, hace más: su hijo es mayor;
    tiene treinta años.
    CAPULETO
    ¿Me lo vas a decir tú? Hace dos años
    era aún menor de edad.
    ROMEO [a un CRIADO]
    ¿Quién es la dama cuya mano
    enaltece a ese caballero?
    CRIADO
    No lo sé, señor.
    ROMEO
    ¡Ah, cómo enseña a brillar a las antorchas!
    En el rostro de la noche es cual la joya
    que en la oreja de una etíope destella…
    No se hizo para el mundo tal belleza.
    Esa dama se distingue de las otras
    como de los cuervos la blanca paloma.
    Buscaré su sitio cuando hayan bailado
    y seré feliz si le toco la mano.
    ¿Supe qué es amor? Ojos, desmentidlo,
    pues nunca hasta ahora la belleza he visto.
    TEBALDO
    Por su voz, este es un Montesco.¬-
    Muchacho, tráeme el estoque.- ¿Cómo se atreve
    a venir aquí el infame con esa careta,
    burlándose de fiesta tan solemne?
    Por mi cuna y la honra de mi estirpe,
    que matarle no puede ser un crimen.
    CAPULETO
    ¿Qué pasa, sobrino? ¿Por qué te sulfuras?
    TEBALDO
    Tío, ese es un Montesco, nuestro enemigo:
    un canalla que viene ex profeso
    a burlarse de la celebración.
    CAPULETO
    ¿No es el joven Romeo?
    TEBALDO
    El mismo: el canalla de Romeo.
    CAPULETO
    Cálmate, sobrino; déjale en paz:
    se porta como un digno caballero
    y, a decir verdad, Verona habla con orgullo
    de su nobleza y cortesía.
    Ni por todo el oro de nuestra ciudad
    le haría ningún desaire aquí, en mi casa.
    Así que calma, y no le hagas caso.
    Es mi voluntad, y si la respetas,
    muéstrate amable y deja ese ceño,
    pues casa muy mal con una fiesta.
    TEBALDO
    Casa bien si el convidado es un infame.
    ¡No pienso tolerarlo!
    CAPULETO
    Vas a tolerarlo. óyeme, joven don nadie:
    vas a tolerarlo, ¡pues sí!
    ¿Quién manda aquí, tú o yo? ¡Pues sí!
    ¿Tú no tolerarlo? Dios me bendiga,
    ¿tú armar alboroto aquí, en mi fiesta?
    ¿Tú andar desbocado? ¿Tú hacerte el héroe?
    TEBALDO
    Pero, tío, ¡es una vergüenza!
    CAPULETO
    ¡Conque sí! ¡Serás descarado!
    ¡Conque una vergüenza! Este juego tuyo
    te puede costar caro, te lo digo yo.
    ¡Tú contrariarme! Ya está bien.-
    ¬¡Magnífico, amigos! ¡ Insolente!
    Vete, cállate o… ¡Más luz, más luz!¬-
    Te juro que te haré callar ¡ Alegría, amigos!
    TEBALDO
    Calmarme a la fuerza y estar indignado
    me ha descompuesto, al ser tan contrarios.
    Ahora me retiro, mas esta intrusión,
    ahora tan grata, causará dolor.

    Sale.

    ROMEO
    Si con mi mano indigna he profanado
    tu santa efigie, sólo peco en eso:
    mi boca, peregrino avergonzado,
    suavizará el contacto con un beso.
    JULIETA
    Buen peregrino, no reproches tanto
    a tu mano un fervor tan verdadero:
    si juntan manos peregrino y santo,
    palma con palma es beso de palmero.
    ROMEO
                    ¿Ni santos ni palmeros tienen boca?
    JULIETA
    Sí, peregrino: para la oración.
    ROMEO
    Entonces, santa, mi oración te invoca:
    suplico un beso por mi salvación.
    JULIETA
    Los santos están quietos cuando acceden.
    ROMEO
    Pues, quieta, y tomaré lo que conceden ..

    [La besa.]

    Mi pecado en tu boca se ha purgado.
    JULIETA
    Pecado que en mi boca quedaría.
    ROMEO
    Repruebas con dulzura. ¿Mi pecado?
    ¡Devuélvemelo!
    JULIETA
    Besas con maestría.
    AMA
    Julieta, tu madre quiere hablarte.
    ROMEO
    ¿Quién es su madre?
    AMA
    Pero, ¡joven!
    Su madre es la señora de la casa,
    y es muy buena, prudente y virtuosa.
    Yo crié a su hija, con la que ahora hablabais.
    Os digo que quien la gane,
    conocerá el beneficio.
    ROMEO
    ¿Es una Capuleto? ¡Triste cuenta!
    Con mi enemigo quedo en deuda.
    BENVOLIO
    Vámonos, que lo bueno poco dura.
    ROMEO
    Sí, es lo que me temo, y me preocupa.
    CAPULETO
    Pero, señores, no queráis iros ya.
    Nos espera un humilde postrecito.

    Le hablan al oído.

    ¿Ah, sí? Entonces, gracias a todos.
    Gracias, buenos caballeros, buenas noches.-
    ¬¡Más antorchas aquí, vamos! Después, a acostarse.¬-
    Oye, ¡qué tarde se está haciendo! ..
    Me voy a descansar.

    Salen todos [menos JULIETA y el AMA].

    JULIETA
    Ven aquí, ama. ¿Quién es ese caballero?
    AMA
    El hijo mayor del viejo Tiberio.
    JULIETA
    ¿Y quién es el que está saliendo ahora?
    AMA
    Pues creo que es el joven Petrucio.
    JULIETA
    ¿Y el que le sigue, el que no bailaba?
    AMA
    No sé.
    JULIETA
    Pregunta quién es. Si ya tiene esposa,
    la tumba sería mi lecho de bodas.
    AMA
    Se llama Romeo y es un Montesco:
    el único hijo de tu gran enemigo.
    JULIETA
    ¡Mi amor ha nacido de mi único odio!
    Muy pronto le he visto y tarde le conozco.
    Fatal nacimiento de amor habrá sido
    si tengo que amar al peor enemigo.
    AMA
    ¿Qué dices? ¿Qué dices?
    JULIETA
    Unos versos que he aprendido
    de uno con quien bailé.

    Llaman a JULIETA desde dentro.

    AMA
    ¡Ya va! ¡Ya va!
    Vamos, los convidados ya no están.

    Salen.

    II. PRÓLOGO [Entra] el CORO ..

    CORO
    Ahora yace muerto el viejo amor
    y el joven heredero ya aparece.
    La bella que causaba tal dolor
    al lado de Julieta desmerece.
    Romeo ya es amado y es amante:
    los ha unido un hechizo en la mirada.
    Él es de su enemiga suplicante
    y ella roba a ese anzuelo la carnada.
    Él no puede jurarle su pasión,
    pues en la otra casa es rechazado,
    y su amada no tiene la ocasión
    de verse en un lugar con su adorado.
    Mas el amor encuentros les procura,
    templando ese rigor con la dulzura.

    [Sale.]

    II.i Entra ROMEO solo.

    ROMEO
    ¿Cómo sigo adelante, si mi amor está aquí?
    Vuelve, triste barro, y busca tu centro.

  2. [Se esconde.]
    Entran BENVOLIO y MERCUCIO.

    BENVOLIO
    ¡Romeo! ¡Primo Romeo! ¡Romeo!
    MERCUCIO
    Este es muy listo, y seguro que se ha ido a dormir.
    BENVOLIO
    Vino corriendo por aquí y saltó
    la tapia de este huerto. Llámale, Mercucio.
    MERCUCIO
    Haré una invocación.
    ¡Antojos! ¡Locuelo! ¡Delirios! ¡Prendado!
    Aparece en forma de suspiro.
    Di un verso y me quedo satisfecho.
    Exclama «¡Ay de mí!», rima « amor » con « flor »,
    di una bella palabra a la comadre Venus
    y ponle un mote al ciego de su hijo,
    Cupido el golfillo ., cuyo dardo certero
    hizo al rey Cofetua amar a la mendiga.
    Ni oye, ni bulle, ni se mueve:
    el mono se ha muerto; haré un conjuro ..
    Conjúrote por los ojos claros de tu Rosalina,
    por su alta frente y su labio carmesí,
    su lindo pie, firme pierna, trémulo muslo
    y todas las comarcas adyacentes,
    que ante nosotros aparezcas en persona.
    BENVOLIO
    Como te oiga, se enfadará.
    MERCUCIO
    Imposible. Se enfadaría si yo
    hiciese penetrar un espíritu extraño
    en el cerco de su amada, dejándolo erecto
    hasta que se escurriese y esfumase.
    Eso sí le irritaría. Mi invocación
    es noble y decente: en nombre de su amada
    yo sólo le conjuro que aparezca.
    BENVOLIO
    Ven, que se ha escondido entre estos árboles, en alianza con la noche melancólica. Ciego es su amor, y to oscuro, su lugar.
    MERCUCIO
    Si el amor es ciego, no puede atinar.
    Romeo está sentado al pie de una higuera
    deseando que su amada fuese el fruto
    que las mozas, entre risas, llaman higo.
    ¡Ah, Romeo, si ella fuese, ah, si fuese
    un higo abierto y tú una pera!
    Romeo, buenas noches. Me voy a mi camita,
    que dormir al raso me da frío.
    Ven, ¿nos vamos?
    BENVOLIO
    Sí, pues es inútil
    buscar a quien no quiere ser hallado.

    Salen.

    ROMEO [adelantándose]
    Se ríe de las heridas quien no las ha sufrido.
    Pero, alto. ¿Qué luz alumbra esa ventana?
    Es el oriente, y Julieta, el sol.
    Sal, bello sol, y mata a la luna envidiosa,
    que está enferma y pálida de pena
    porque tú, que la sirves, eres más hermoso.
    Si es tan envidiosa, no seas su sirviente.
    Su ropa de vestal es de un verde apagado
    que sólo llevan los bobos .. ¡Tírala!

    (Entra JULIETA arriba, en el balcón . .]

    ¡Ah, es mi dama, es mi amor!
    ¡Ojalá lo supiera!
    Mueve los labios, mas no habla. No importa:
    hablan sus ojos; voy a responderles.
    ¡Qué presuntuoso! No me habla a mí.
    Dos de las estrellas más hermosas del cielo
    tenían que ausentarse y han rogado a sus ojos
    que brillen en su puesto hasta que vuelvan.
    ¿Y si ojos se cambiasen con estrellas?
    El fulgor de su mejilla les haría avergonzarse,
    como la luz del día a una lámpara; y sus ojos
    lucirían en el cielo tan brillantes
    que, al no haber noche, cantarían las aves.
    ¡Ved cómo apoya la mejilla en la mano!
    ¡Ah, quién fuera el guante de esa mano
    por tocarle la mejilla!
    JULIETA
    ¡Ay de mí!
    ROMEO
    Ha hablado. ¡Ah, sigue hablando,
    ángel radiante, pues, en tu altura,
    a la noche le das tanto esplendor
    como el alado mensajero de los cielos
    ante los ojos en blanco y extasiados
    de mortales que alzan la mirada
    cuando cabalga sobre nube perezosa
    y surca el seno de los aires!
    JULIETA
    ¡Ah, Romeo, Romeo! ¿Por qué eres Romeo?
    Niega a tu padre y rechaza tu nombre,
    o, si no, júrame tu amor
    y ya nunca seré una Capuleto.
    ROMEO
    ¿La sigo escuchando o le hablo ya?
    JULIETA
    Mi único enemigo es tu nombre.
    Tú eres tú, aunque seas un Montesco.
    ¿Qué es «Montesco» ? Ni mano, ni pie,
    ni brazo, ni cara, ni parte del cuerpo.
    ¡Ah, ponte otro nombre!
    ¿Qué tiene un nombre? Lo que llamamos rosa
    sería tan fragante con cualquier otro nombre.
    Si Romeo no se llamase Romeo,
    conservaría su propia perfección
    sin ese nombre. Romeo, quítate el nombre
    y, a cambio de él, que es parte de ti,
    ¡tómame entera!
    ROMEO
    Te tomo la palabra.
    Llámame « amor » y volveré a bautizarme:
    desde hoy nunca más seré Romeo.
    JULIETA
    ¿Quién eres tú, que te ocultas en la noche
    e irrumpes en mis pensamientos?
    ROMEO
    Con un nombre no sé decirte quién soy.
    Mi nombre, santa mía, me es odioso
    porque es tu enemigo.
    Si estuviera escrito, rompería el papel.
    JULIETA
    Mis oídos apenas han sorbido cien palabras
    de tu boca y ya te conozco por la voz.
    ¿No eres Romeo, y además Montesco?
    ROMEO
    No, bella mía, si uno a otro te disgusta.
    JULIETA
    Dime, ¿cómo has llegado hasta aquí y por qué?
    Las tapias de este huerto son muy altas
    y, siendo quien eres, el lugar será tu muerte
    si alguno de los míos te descubre.
    ROMEO
    Con las alas del amor salté la tapia,
    pues para el amor no hay barrera de piedra,
    y, como el amor lo que puede siempre intenta,
    los tuyos nada pueden contra mí.
    JULIETA
    Si te ven, te matarán.
    ROMEO
    ¡Ah! Más peligro hay en tus ojos
    que en veinte espadas suyas. Mírame con dulzura
    y quedo a salvo de su hostilidad.
    JULIETA
    Por nada del mundo quisiera que te viesen.
    ROMEO
    Me oculta el manto de la noche
    y, si no me quieres, que me encuentren:
    mejor que mi vida acabe por su odio
    que ver cómo se arrastra sin tu amor.
    JULIETA
    ¿Quién te dijo dónde podías encontrarme?
    ROMEO
    El amor, que me indujo a preguntar.
    Él me dio consejo; yo mis ojos le presté.
    No soy piloto, pero, aunque tú estuvieras lejos,
    en la orilla más distante de los mares más remotos,
    zarparía tras un tesoro como tú.
    JULIETA
    La noche me oculta con su velo;
    si no, el rubor teñiría mis mejillas
    por lo que antes me has oído decir.
    ¡Cuánto me gustaría seguir las reglas,
    negar lo dicho! Pero, ¡adiós al fingimiento!
    ¿Me quieres? Sé que dirás que sí
    y te creeré. Si jurases, podrías
    ser perjuro: dicen que Júpiter se ríe
    de los perjurios de amantes. ¡Ah, gentil Romeo!
    Si me quieres, dímelo de buena fe.
    O, si crees que soy tan fácil,
    me pondré áspera y rara, y diré « no »
    con tal que me enamores, y no más que por ti.
    Mas confía en mí: demostraré ser más fiel
    que las que saben fingirse distantes.
    Reconozco que habría sido más cauta
    si tú, a escondidas, no hubieras oído
    mi confesión de amor. Así que, perdóname
    y no juzgues liviandad esta entrega
    que la oscuridad de la noche ha descubierto.
    ROMEO
    Juro por esa luna santa
    que platea las copas de estos árboles…
    JULIETA
    Ah, no jures por la luna, esa inconstante
    que cada mes cambia en su esfera,
    no sea que tu amor resulte tan variable.
    ROMEO
    ¿Por quién voy a jurar?
    JULIETA
    No jures; o, si lo haces,
    jura por tu ser adorable,
    que es el dios de mi idolatría,
    y te creeré.
    ROMEO
    Si el amor de mi pecho…
    JULIETA
    No jures. Aunque seas mi alegría,
    no me alegra nuestro acuerdo de esta noche:
    demasiado brusco, imprudente, repentino,
    igual que el relámpago, que cesa
    antes de poder nombrarlo. Amor, buenas noches.
    Con el aliento del verano, este brote amoroso
    puede dar bella flor cuando volvamos a vernos.
    Adiós, buenas noches. Que el dulce descanso
    se aloje en tu pecho igual que en mi ánimo.
    ROMEO
    ¿Y me dejas tan insatisfecho?
    JULIETA
    ¿Qué satisfacción esperas esta noche?
    ROMEO
    La de jurarnos nuestro amor.
    JULIETA
    El mío te lo di sin que to pidieras;
    ojalá se pudiese dar otra vez.
    ROMEO
    ¿Te lo llevarías? ¿Para qué, mi amor?
    JULIETA
    Para ser generosa y dártelo otra vez.
    Y, sin embargo, quiero lo que tengo.
    Mi generosidad es inmensa como el mar,
    mi amor, tan hondo; cuanto más te doy,
    más tengo, pues los dos son infinitos.

    [Llama el AMA dentro.]

    Oigo voces dentro. Adiós, mi bien.-
    ¬¡Ya voy, ama! Buen Montesco, sé fiel.
    Espera un momento, vuelvo en seguida.

    [Sale. ]

    ROMEO
    ¡Ah, santa, santa noche! Temo
    que, siendo de noche, todo sea un sueño,
    harto halagador y sin realidad.

    [Entra JULIETA arriba.]

    JULIETA
    Unas palabras, Romeo, y ya buenas noches.
    Si tu ánimo amoroso es honrado
    y tu fin, el matrimonio, hazme saber mañana
    (yo te enviaré un mensajero)
    dónde y cuándo será la ceremonia
    y pondré a tus pies toda mi suerte
    y te seguiré, mi señor, por todo el mundo.
    AMA [dentro]
    ¡Julieta!
    JULIETA
    ¡Ya voy! Mas, si no es buena tu intención,
    te lo suplico…
    AMA [dentro]
    ¡Julieta!
    JULIETA
    ¡Voy ahora mismo!  …abandona tu empeño
    y déjame con mi pena. Mañana lo dirás.
    ROMEO
    ¡Así se salve mi alma…!
    JULIETA
    ¡Mil veces buenas noches!

    Sale.

    ROMEO
    Mil veces peor, pues falta tu luz.
    El amor corre al amor como el niño huye del libro
    y, cual niño que va a clase, se retira entristecido.

    Vuelve a entrar JULIETA [arriba].

    JULIETA
    ¡Chss, Romeo, chss! ¡Ah, quién fuera cetrero
    por llamar a este halcón peregrino!
    Mas el cautivo habla bajo, no puede gritar;
    si no, yo haría estallar la cueva de Eco
    y dejaría su voz más ronca que la mía
    repitiendo el nombre de Romeo.
    ROMEO
    Mi alma me llama por mi nombre.
    ¡Qué dulces suenan las voces de amantes en la noche,
    igual que la música suave al oído!
    JULIETA
    ¡Romeo!
    ROMEO
    ¿Mi neblí? ..
    JULIETA
    Mañana, ¿a qué hora te mando el mensajero?
    ROMEO
    A las nueve.
    JULIETA
    Allá estará. ¡Aún faltan veinte años!
    No me acuerdo por qué te llamé.
    ROMEO
    Deja que me quede hasta que te acuerdes.
    JULIETA
    Lo olvidaré para tenerte ahí delante,
    recordando tu amada compañía.
    ROMEO
    Y yo me quedaré para que siempre lo olvides,
    olvidándome de cualquier otro hogar.
    JULIETA
    Es casi de día. Dejaría que te fueses,
    pero no más allá que el pajarillo
    que, cual preso sujeto con cadenas,
    la niña mimada deja saltar de su mano
    para recobrarlo con hilo de seda,
    amante celosa de su libertad.
    ROMEO
    ¡Ojalá fuera yo el pajarillo!

    JULIETA
    Ojalá lo fueras, mi amor,
    pero te mataría de cariño.
    ¡Ah, buenas noches! Partir es tan dulce pena
    que diré « buenas noches » hasta que amanezca.

    [Sale.]

    ROMEO
    ¡Quede el sueño en tus ojos, la paz en tu ánimo!
    ¡Quién fuera sueño y paz, para tal descanso!
    A mi buen confesor en su celda he de verle
    por pedirle su ayuda y contarle mi suerte.

    [Sale.]

    II.ii Entra FRAY LORENZO solo, con una cesta.

    FRAY LORENZO
    Sonríe a la noche la clara mañana
    rayando las nubes con luces rosáceas.
    Las sombras se alejan como el que va ebrio,
    cediendo al día y al carro de Helio ..
    Antes que el sol abra su ojo de llamas,
    que alegra el día y ablanda la escarcha,
    tengo que llenar esta cesta de mimbre
    de hierbas dañosas y flores que auxilien.
    La tierra es madre y tumba de natura,
    pues siempre da vida en donde sepulta:
    nacen de su vientre muy diversos hijos
    que toman sustento del seno nutricio.
    Por muchas virtudes muchos sobresalen;
    ninguno sin una y todos dispares.
    Grande es el poder curativo que guardan
    las hierbas y piedras y todas las plantas.
    Pues no hay nada tan vil en la tierra
    que algún beneficio nunca le devuelva,
    ni nada tan bueno que, al verse forzado,
    no vicie su ser y se aplique al daño.
    La virtud es vicio cuando sufre abuso
    y a veces el vicio puede dar buen fruto.

    Entra ROMEO.

    Bajo la envoltura de esta tierna flor
    convive el veneno con la curación,
    porque, si la olemos, al cuerpo da alivio,
    mas, si la probamos, suspende el sentido.
    En el hombre acampan, igual que en las hierbas,
    virtud y pasión, dos reyes en guerra;
    y, siempre que el malo sea el que aventaja,
    muy pronto el gusano devora esa planta.
    ROMEO
    Buenos días, padre.
    FRAY LORENZO
    ¡Benedicite!
    ¿Qué voz tan suave saluda tan pronto?
    Hijo, despedirse del lecho a estas horas
    dice que a tu mente algo la trastorna.
    La preocupación desvela a los viejos
    y donde se aloja, no reside el sueño;
    mas donde la mocedad franca y exenta
    extiende sus miembros, el sueño gobierna.
    Si hoy madrugas, me inclino a pensar
    que te ha levantado alguna ansiedad.
    O, si no, y entonces seguro que acierto,
    esta noche no se ha acostado Romeo.
    ROMEO
    Habéis acertado, pero fue una dicha.
    FRAY LORENZO
    ¡Dios borre el pecado! ¿Viste a Rosalina?
    ROMEO
    ¿Cómo Rosalina? No, buen padre, no.
    Ya olvidé ese nombre y el pesar que dio.
    FRAY LORENZO
    Bien hecho, hijo mío. Mas, ¿dónde has estado?
    ROMEO
    Dejad que os lo diga sin gastar preámbulos.
    He ido a la fiesta del que es mi enemigo,
    donde alguien de pronto me ha dejado herido,
    y yo he herido a alguien. Nuestra curación
    está en vuestra mano y santa labor.
    No me mueve el odio, padre, pues mi ruego
    para mi enemigo también es benéfico.
    FRAY LORENZO
    Habla claro, hijo: confesión de enigmas
    solamente trae absolución ambigua.
    ROMEO
    Pues oíd: la amada que llena mi pecho
    es la bella hija del gran Capuleto.
    Le he dado mi alma, y ella a mí la suya;
    ya estamos unidos, salvo lo que una
    vuestro sacramento. Dónde, cómo y cuándo
    la vi, cortejé, y juramos amarnos,
    os lo diré de camino; lo que os pido
    es que accedáis a casarnos hoy mismo.
    FRAY LORENZO
    ¡Por San Francisco bendito, cómo cambias!
    ¿Así a Rosalina, amor de tu alma,
    ya has abandonado? El joven amor
    sólo está en los ojos, no en el corazón.
    ¡Jesús y María! Por tu Rosalina
    bañó un océano tus mustias mejillas.
    ¡Cuánta agua salada has tirado en vano,
    sazonando amor, para no gustarlo!
    Aún no ha deshecho el sol tus suspiros,
    y aún tus lamentos suenan en mi oído.
    Aquí, en la mejilla, te queda la mancha
    de una antigua lágrima aún no enjugada.
    Si eras tú mismo, y tanto sufrías,
    tú y tus penas fueron para Rosalina.
    ¿Y ahora has cambiado? Pues di la sentencia:
    «Que engañe mujer si el hombre flaquea.»
    ROMEO
    Me reñíais por amar a Rosalina.
    FRAY LORENZO
    Mas no por tu amor: por tu idolatría.
    ROMEO
    Queríais que enterrase el amor.
    FRAY LORENZO
    No quieras meterlo en la tumba y tener otro fuera.
    ROMEO
    No me censuréis. La que amo ahora
    con amor me paga y su favor me otorga.
    La otra lo negaba.
    FRAY LORENZO
    Te oía muy bien
    declamar amores sin saber leer ..
    Mas ven, veleidoso, ven ahora conmigo;
    para darte ayuda hay un buen motivo:
    en vuestras familias servirá la unión
    para que ese odio se cambie en amor.
    ROMEO
    Hay que darse prisa. Vámonos ya, venga.
    FRAY LORENZO
    Prudente y despacio. Quien corre, tropieza.

    Salen.

    II.iii Entran BENVOLIO y MERCUCIO.

    MERCUCIO
    ¿Dónde demonios puede estar Romeo?
    Anoche, ¿no volvió a casa?
    BENVOLIO
    No a la de su padre, según un criado.
    MERCUCIO
    Esa moza pálida y cruel, esa Rosalina,
    le va a volver loco de tanto tormento.
    BENVOLIO
    Tebaldo, sobrino del viejo Capuleto,
    ha enviado una carta a casa de su padre.
    MERCUCIO
    ¡Un reto, seguro!
    BENVOLIO
    Romeo responderá.
    MERCUCIO
    Quien sabe escribir puede responder una carta.
    BENVOLIO
    No, responderá al que la escribe: el retado retará.
    MERCUCIO
    ¡Ah, pobre Romeo! Él, que ya está muerto, traspa¬sado por los ojos negros de una moza blanca, el oído atravesado por canción de amor, el centro del cora¬zón partido por la flecha del niño ciego. ¿Y él va a enfrentarse a Tebaldo?
    BENVOLIO
    Pues, ¿qué tiene Tebaldo?

    MERCUCIO
    Es el rey de los gatos ., pero más. Es todo un artista del ceremonial: combate como quien canta las notas, respetando tiempo, distancia y medida; observando las pausas, una, dos y la tercera en el pecho; perfo¬rándote el botón de la camisa; un duelista, un due¬lista. Caballero de óptima escuela, de la causa pri¬mera y segunda .. Ah, la fatal «passata» , el «punto reverso», el «hai»  .!

    BENVOLIO
    ¿El qué?

    MERCUCIO
    ¡Mala peste a estos afectados, a estos relamidos y a su nuevo acento! .. «¡Jesús, qué buena espada! ¡Qué hombre más apuesto! ¡Qué buena puta!» ¿No es tris¬te, abuelo, tener que sufrir a estas moscas foráneas, estos novedosos, estos « excusadme» , tan metidos en su nuevo ropaje que ya no se acuerdan de los viejos hábitos? ¡Ah, su cuerpo, su cuerpo!

    Entra ROMEO.

    BENVOLIO
    Aquí está Romeo, aquí está Romeo.
    MERCUCIO
    Sin su Romea y como un arenque ahumado. ¡Ah, carne, carne, te has vuelto pescado! Ahora está para los versos en los que fluía Petrarca. Al lado de su amada, Laura fue una fregona (y eso que su amado sí sabía celebrarla); Dido, un guiñapo; Cleopatra, una gitana; Helena y Hero, pencos y pendones; Tisbe, con sus ojos claros, no tenía nada que hacer. Signor Romeo, bon jour: saludo francés a tu calzón francés. Anoche nos lo diste bien.
    ROMEO
    Buenos días a los dos. ¿Qué os di yo anoche?
    MERCUCIO
    El esquinazo. ¿Es que no entiendes?
    ROMEO
    Perdona, buen Mercucio. Mi asunto era importante, y en un caso así se puede plegar la cortesía.
    MERCUCIO
    Eso es como decir que en un caso como el tuyo se deben doblar las corvas.
    ROMEO
    ¿Hacer una reverencia?
    MERCUCIO
    La has clavado en el blanco.
    ROMEO
    ¡Qué exposición tan cortés!
    MERCUCIO
    Es que soy el culmen.
    ROMEO
    ¿De la cortesía?
    MERCUCIO
    Exacto.
    ROMEO
    No, eres el colmo, y sin la cortesía.
    MERCUCIO
    ¡Qué ingenio! Sígueme la broma hasta gastar el zapato, que, cuando suelen gastarse las suelas, te que¬das desolado por el pie.
    ROMEO
    ¡Ah, broma descalza, que ya no con suela!
    MERCUCIO
    Sepáranos, Benvolio: me flaquea el sentido.
    ROMEO
    Mete espuelas, mete espuelas o te gano.
    MERCUCIO
    Si hacemos carrera de gansos, pierdo yo, que tú eres más ganso con un solo sentido que yo con mis cinco. ¿Estamos empatados en lo de «ganso» ?
    ROMEO
    Empatados, no. En lo de «ganso» estamos engan¬sados.
    MERCUCIO
    Te voy a morder la oreja por esa.
    ROMEO
    Ganso que grazna no muerde.
    MERCUCIO
    Tu ingenio es una manzana amarga, una salsa picante.
    ROMEO
    ¿Y no da sabor a un buen ganso?
    MERCUCIO
    ¡Vaya ingenio de cabritilla, que de una pulgada se estira a una vara!
    ROMEO
    Yo lo estiro para demostrar que a lo ancho y a lo largo eres un inmenso ganso.
    MERCUCIO
    ¿A que más vale esto que gemir de amor? Ahora eres sociable, ahora eres Romeo, ahora eres quien eres, por arte y por naturaleza, pues ese amor babeante es como un tonto que va de un lado a otro con la lengua fuera para meter su bastón en un hoyo.
    BENVOLIO
    ¡Para, para!
    MERCUCIO
    Tú quieres que pare mi asunto a contrapelo.
    BENVOLIO
    Si no, tu asunto se habría alargado.
    MERCUCIO
    Te equivocas: se habría acortado, porque ya había llegado al fondo del asunto y no pensaba seguir con la cuestión.
    ROMEO
    ¡Vaya aparato!

    Entran el AMA y su criado [PEDRO].

    ¡Velero a la vista!
    MERCUCIO
    Dos, dos: camisa y camisón.
    AMA
    ¡Pedro!
    PEDRO
    Voy.
    AMA
    Mi abanico, Pedro.
    MERCUCIO
    Para taparle la cara, Pedro: el abanico es más bonito.
    AMA
    Buenos días, señores.
    MERCUCIO
    Buenas tardes, hermosa señora.
    AMA
    ¿Buenas tardes ya?
    MERCUCIO
    Sí, de veras, pues el obsceno reloj está clavado en la raya de las doce.
    AMA
    ¡Fuera! ¿Qué hombre sois?
    ROMEO
    Señora, uno creado por Dios para que se vicie solo.
    AMA
    Muy bien dicho, vaya que sí. «Para que se vicie solo», bien. Señores, ¿puede decirme alguno dónde en¬contrar al joven Romeo?
    ROMEO
    Yo puedo, pero, cuando le halléis, el joven Romeo será menos joven de lo que era cuando le buscabais: yo soy el más joven con ese nombre a falta de otro peor.
    AMA
    Muy bien.
    MERCUCIO
    ¡Ah! ¿Está bien ser el peor? ¡Qué agudeza! Muy lis¬ta, muy lista.
    AMA
    Si sois vos, señor, deseo hablaros conferencialmente.
    BENVOLIO
    Le intimará a cenar.
    MERCUCIO
    ¡Alcahueta, alcahueta! ¡Eh oh!
    ROMEO
    ¿Has visto una liebre?
    MERCUCIO
    Una liebre, no: tal vez un conejo viejo y pellejo para un pastel de Cuaresma.

    Anda alrededor de ellos cantando.

    Conejo viejo y pellejo,
    conejo pellejo y viejo
    es buena carne en Cuaresma.

  3. Pero conejo pasado
    ya no puede ser gozado
    si se acartona y reseca.

    Romeo, ¿vienes a casa de tu padre? Comemos allí.
    ROMEO
    Ahora os sigo.

    MERCUCIO
    Adiós, vieja señora. Adiós, señora, señora, señora.

    Salen MERCUCIO y BENVOLIO.

    AMA
    Decidme, señor. ¿Quién es ese grosero tan lleno de golferías?
    ROMEO
    Un caballero, ama, al que le encanta escucharse y que habla más en un minuto de lo que oye en un mes.
    AMA
    Como diga algo contra mí, le doy en la cresta, por muy robusto que sea, él o veinte como él. Y, si yo no puedo, ya encontraré quien lo haga. ¡Miserable! Yo no soy una de sus ninfas, una de sus golfas.

    Se vuelve a su criado PEDRO.

    ¡Y tú delante, permitiendo que un granuja me trate a su gusto!
    PEDRO
    Yo no vi que nadie os tratara a su gusto. Si no, habría sacado el arma al instante. De verdad: soy tan rápido en sacar como el primero si veo una buena razón para luchar y tengo la ley de mi parte.
    AMA
    Dios santo, estoy tan disgustada que me tiembla todo el cuerpo. ¡Miserable!  Deseo hablaros, señor. Como os decía, mi señorita me manda buscaros. El mensaje me lo guardo. Primero, permitid que os diga que si, como suele decirse, pensáis tenderle un lazo, sería juego sucio. Pues ella es muy joven y, si la engañáis, sería una mala pasada con cualquier mu¬jer, una acción muy turbia.
    ROMEO
    Ama, encomiéndame a tu dama y señora. Declaro solemnemente…
    AMA
    ¡Dios os bendiga! Voy a decírselo. Señor, Señor, ¡no cabrá de gozo!
    ROMEO
    ¿Qué vas a decirle, ama? No has entendido.
    AMA
    Le diré, señor, que os declaráis, y que eso es pro¬posición de caballero.
    ROMEO
    Dile que vea la manera de acudir esta tarde a confesarse, y allí, en la celda de Fray Lorenzo, se confesará y casará. Toma, por la molestia.
    AMA
    No, de veras, señor. Ni un centavo.
    ROMEO
    Vamos, toma.
    AMA
    ¿Esta tarde, señor? Pues allí estará.
    ROMEO
    Ama, espera tras la tapia del convento.
    A esa hora estará contigo mi criado
    y te dará la escalera de cuerda
    que en la noche secreta ha de llevarme
    a la cumbre suprema de mi dicha.
    Adiós, guarda silencio y serás recompensada.
    Adiós, encomiéndame a tu dama.
    AMA
    ¡Que el Dios del cielo os bendiga! Esperad, señor.
    ROMEO
    ¿Qué quieres, mi buena ama?
    AMA
    ¿Vuestro criado es discreto? Lo habréis oído:
    « Dos guardan secreto si uno lo ignora.»
    ROMEO
    Descuida: mi criado es más fiel que el acero.
    AMA
    Pues mi señorita es la dama más dulce… ¡Señor, Señor! ¡Tan parlanchina de niña! Ah, hay un noble en la ciudad, un tal Paris, que le tiene echado el ojo, pero ella, Dios la bendiga, antes que verle a él pre¬fiere ver un sapo, un sapo de verdad. Yo a veces la irrito diciéndole que Paris es el más apuesto, pero, de veras, cuando se lo digo, se pone más blanca que una sábana. ¿A que « romero » y « Romeo » empiezan con la misma letra?
    ROMEO
    Sí, ama, con una erre. ¿Qué pasa?
    AMA
    ¡Ah, guasón! «Erre» es lo que hace el perro. Con erre empieza la… No, que empieza con otra letra. Ella ha hecho una frase preciosa sobre vos y el ro¬mero; os daría gusto oírla.
    ROMEO
    Encomiéndame a tu dama.
    AMA
    Sí, mil veces.

    Sale [ROMEO].

    ¡Pedro!
    PEDRO
    ¡Voy!
    AMA
    Delante y deprisa.

    Salen.

    II.iv Entra JULIETA.

    JULIETA
    El reloj daba las nueve cuando mandé al ama;
    prometió volver en media hora.
    Tal vez no lo encuentra; no, imposible.
    Es que anda despacio. El amor debiera anunciarlo
    el pensamiento, diez veces más rápido
    que un rayo de sol disipando las sombras
    de los lúgubres montes. Por eso llevan a Venus
    veloces palomas y Cupido tiene alas.
    El sol está ahora en la cumbre
    más alta del día; de las nueve a las doce
    van tres largas horas, y aún no ha vuelto.
    Si tuviera sentimientos y sangre de joven,
    sería más veloz que una pelota:
    mis palabras la enviarían a mi amado,
    y las suyas me la devolverían.
    Pero estos viejos… Muchos se hacen el muerto;
    torpes, lentos, pesados y más pálidos que el plomo.

    Entra el AMA [con PEDRO].

    ¡Dios santo, es ella! Ama, mi vida, ¿qué hay?
    ¿Le has visto? Despide al criado.
    AMA
    Pedro, espera a la puerta.

    [Sale PEDRO.]

    JULIETA
    Mi querida ama… Dios santo, ¿tan seria?
    Si las noticias son malas, dilas alegre;
    si son buenas, no estropees su música
    viniéndome con tan mala cara.
    AMA
    Estoy muy cansada. Espera un momento.
    ¡Qué dolor de huesos! ¡Qué carreras!
    JULIETA
    Por tus noticias te daría mis huesos.
    Venga, vamos, habla, buena ama, habla.
    AMA
    ¡Jesús, qué prisa! ¿No puedes esperar?
    ¿No ves que estoy sin aliento?
    JULIETA
    ¿Cómo puedes estar sin aliento, si lo tienes
    para decirme que estás sin aliento?
    Tu excusa para este retraso
    es más larga que el propio mensaje.
    ¿Traes buenas o malas noticias? Contesta.
    Di una cosa a otra, y ya vendrán los detalles.
    Que sepa a qué atenerme: ¿Son buenas o malas?
    AMA
    Eres muy simple eligiendo, no sabes elegir hombre.
    ¿Romeo? No, él no. Y eso que es más guapo que
    nadie, que tiene mejores piernas, y que las manos,
    los pies y el cuerpo, aunque no merecen comentarse
    no tienen comparación. Sin ser la flor de la cortesía
    es más dulce que un cordero. Anda ya, mujer, sirve
    a Dios. ¿Has comido en casa?
    JULIETA
    ¡No, no! Todo eso lo sabía.
    ¿Qué dice de matrimonio, eh?
    AMA
    ¡Señor, qué dolor de cabeza! ¡Ay, mi cabeza!
    Palpita como si fuera a saltar en veinte trozos.
    Mi espalda al otro lado… ¡Ay, mi espalda!
    ¡Que Dios te perdone por mandarme por ahí
    para matarme con tanta carrera!
    JULIETA
    Me da mucha pena verte así.
    Querida, mi querida ama, ¿qué dice mi amor?
    AMA
    Tu amor dice, como caballero
    honorable, cortés, afable y apuesto,
    y sin duda virtuoso… ¿Dónde está tu madre?
    JULIETA
    ¿Que dónde está mi madre? Pues, dentro.
    ¿Dónde iba a estar? ¡Qué contestación más rara!
    «Tu amor dice, como caballero…
    ¿Dónde está tu madre?»
    AMA
    ¡Virgen santa! ¡Serás impaciente! Repórtate.
    ¿Es esta la cura para mi dolor de huesos?
    Desde ahora, haz tú misma los recados.
    JULIETA
    ¡Cuánto embrollo! Vamos, ¿qué dice Romeo?
    AMA
    ¿Tienes permiso para ir hoy a confesarte?
    JULIETA
    Sí.
    AMA
    Pues corre a la celda de Fray Lorenzo:
    te espera un marido para hacerte esposa.
    Ya se te rebela la sangre en la cara:
    por cualquier noticia se te pone roja.
    Corre a la iglesia. Yo voy a otro sitio
    por una escalera, con la que tu amado,
    cuando sea de noche, subirá a tu nido.
    Soy la esclava y me afano por tu dicha,
    pero esta noche tú serás quien lleve la carga.
    Yo me voy a comer. Tú vete a la celda.
    JULIETA
    ¡Con mi buena suerte! Adiós, ama buena.

    Salen.

    II.v Entran FRAY LORENZO y ROMEO.

    FRAY LORENZO
    Sonría el cielo ante el santo rito
    y no nos castigue después con pesares.
    ROMEO
    Amén. Mas por grande que sea el sufrimiento,
    no podrá superar la alegría que me invade
    al verla un breve minuto.
    Unid nuestras manos con las santas palabras
    y que la muerte, devoradora del amor,
    haga su voluntad: llamarla mía me basta.

    FRAY LORENZO
    El gozo violento tiene un fin violento
    y muere en su éxtasis como fuego y pólvora,
    que, al unirse, estallan. La más dulce miel
    empalaga de pura delicia
    y, al probarla, mata el apetito.
    Modera tu amor y durará largo tiempo:
    el muy rápido llega tarde como el lento.

    Entra JULIETA apresurada y abraza a ROMEO.

    Aquí está la dama. Ah, pies tan ligeros
    no pueden desgastar la dura piedra.
    Los enamorados pueden andar sin caerse
    por los hilos de araña que flotan en el aire
    travieso del verano; así de leve es la ilusión.
    JULIETA
    Buenas tardes tenga mi padre confesor.
    FRAY LORENZO
    Romeo te dará las gracias por los dos, hija.
    JULIETA
    Y un saludo a él, o las suyas estarían de más.
    ROMEO
    Ah, Julieta, si la cima de tu gozo
    se eleva como la mía y tienes más arte
    que yo para ensalzarlo, que tus palabras endulcen
    el aire que nos envuelve, y la armonía de tu voz
    revele la dicha íntima que ambos
    sentimos en este encuentro.
    JULIETA
    El sentimiento, si no lo abruma el adorno,
    se precia de su verdad, no del ornato.
    Sólo los pobres cuentan su dinero,
    mas mi amor se ha enriquecido de tal modo
    que no puedo sumar la mitad de mi fortuna.
    FRAY LORENZO
    Vamos, venid conmigo y pronto acabaremos,
    pues, con permiso, no vais a quedar solos
    hasta que la Iglesia os una en matrimonio.

    Salen.

    III.i Entran MERCUCIO, BENVOLIO y sus criados.

    BENVOLIO
    Te lo ruego buen Mercucio, vámonos.
    Hace calor ., los Capuletos han salido
    y, si los encontramos, tendremos pelea,
    pues este calor inflama la sangre.
    MERCUCIO
    Tú eres uno de esos que, cuando entran en la taber¬na, golpean la mesa con la espada diciendo «Quiera Dios que no te necesite» y, bajo el efecto del segun¬do vaso, desenvainan contra el tabernero, cuando no hay necesidad.
    BENVOLIO
    ¿Yo soy así?
    MERCUCIO
    Vamos, vamos. Cuando te da el ramalazo, eres tan vehemente como el que más en Italia: te incitan a ofenderte y te ofendes porque te incitan.
    BENVOLIO
    ¿Ah, sí?
    MERCUCIO
    Si hubiera dos así, muy pronto no habría ninguno, pues se matarían. ¿Tú? ¡Pero si tú te peleas con uno porque su barba tiene un pelo más o menos que la tuya! Te peleas con quien parte avellanas porque tie¬nes ojos de avellana. ¿Qué otro ojo sino el tuyo ve¬ría en ello motivo? En tu cabeza hay más broncas que sustancia en un huevo, sólo que, con tanta bron¬ca, a tu cabeza le han zurrado más que a un huevo huero. Te peleaste con uno que tosió en la calle por¬que despertó a tu perro, que estaba durmiendo al sol. ¿No la armaste con un sastre porque estrenó jubón antes de Pascua? ¿Y con otro porque les puso cordoneras viejas a los zapatos nuevos? ¿Y ahora tú me sermoneas sobre las broncas? ..
    BENVOLIO
    Si yo fuese tan peleón como tú, podría vender mi renta vitalicia por simplemente una hora y cuarto.
    MERCUCIO
    ¿Simplemente? ¡Ah, simple!

    Entran TEBALDO y otros.

    BENVOLIO
    Por mi cabeza, ahí vienen los Capuletos.
    MERCUCIO
    Por mis pies, que me da igual.
    TEBALDO
    Quedad a mi lado, que voy a hablarles.
    Buenas tardes, señores. Sólo dos palabras.
    MERCUCIO
    ¿Una para cada uno? Ponedle pareja: que sea pala¬bra y golpe.
    TEBALDO
    Señor, si me dais motivo, no voy a quedarme quieto.
    MERCUCIO
    ¿No podríais tomar motivo sin que se os dé?
    TEBALDO
    Mercucio, sois del grupo de Romeo.
    MERCUCIO
    ¿Grupo? ¿Es que nos tomáis por músicos? Pues si somos músicos, vais a oír discordancias. Aquí está el arco de violín que os va a hacer bailar. ¡Voto a…! ¡Grupo!
    BENVOLIO
    Estamos hablando en la vía pública.
    Dirigíos a un lugar privado,
    tratad con más calma vuestras diferencias
    o, si no, marchaos. Aquí nos ven muchos ojos.
    MERCUCIO
    Los ojos se hicieron para ver: que vean.
    No pienso moverme por gusto de nadie.

    Entra ROMEO.

    TEBALDO
    Quedad en paz, señor. Aquí está mi hombre.
    MERCUCIO
    Que me cuelguen si sirve en vuestra casa.
    Os servirá en el campo del honor:
    en eso vuestra merced sí puede llamarle hombre.
    TEBALDO
    Romeo, es tanto lo que te estimo
    que puedo decirte esto: eres un ruin.
    ROMEO
    Tebaldo, razones para estimarte tengo yo
    y excusan el furor que corresponde
    a tu saludo. No soy ningún ruin,
    así que adiós. Veo que no me conoces.
    TEBALDO
    Niño, eso no excusa las ofensas
    que me has hecho, conque vuelve y desenvaina.
    ROMEO
    Te aseguro que no te he ofendido
    y que te aprecio más de lo que puedas
    figurarte mientras no sepas por qué.
    Así que, buen Capuleto, cuyo nombre
    estimo en tanto como el mío, queda en paz.
    MERCUCIO
    ¡Qué rendición tan vil y deshonrosa!
    Y el Stocatta sale airoso.

    [Desenvaina.]

    Tebaldo, cazarratas, ¿luchamos?
    TEBALDO
    ¿Tú qué quieres de mí?
    MERCUCIO
    Gran rey de los gatos ., tan sólo perderle el respeto a una de tus siete vidas y, según como me trates desde ahora, zurrar a las otras seis. ¿Quieres sacar ya de cuajo tu espada? Deprisa, o la mía te hará echar el cuajo.
    TEBALDO [desenvaina] Dispuesto.
    ROMEO
    Noble Mercucio, envaina esa espada.
    MERCUCIO
    Venga, a ver tu «passata».

    [Luchan. ]

    ROMEO
    Benvolio, desenvaina y abate esas espadas.-
    ¬¡Señores, por Dios, evitad este oprobio!
    Tebaldo, Mercucio, el Príncipe ha prohibido
    expresamente pelear en las calles de Verona.
    ¡Basta, Tebaldo, Mercucio!

    TEBALDO hiere a MERCUCIO bajo el bra¬zo de ROMEO y huye [con los suyos].

    MERCUCIO
    Estoy herido. ¡Malditas vuestras familias!
    Se acabó. ¿Se fue sin llevarse nada?
    BENVOLIO
    ¿Estás herido?
    MERCUCIO
    Sí, sí: es un arañazo, un arañazo. Eso basta.
    ¿Y mi paje?  Vamos, tú, corre por un médico.

    [Sale el paje.]

    ROMEO
    Ánimo, hombre. La herida no será nada.

    MERCUCIO
    No, no es tan honda como un pozo, ni tan ancha como un pórtico, pero es buena, servirá. Pregunta por mí mañana y me verás mortuorio. Te juro que en este mundo ya no soy más que un fiambre. ¡Mal¬ditas vuestras familias! ¡Voto a…! ¡Que un perro, una rata, un ratón, un gato me arañe de muerte! ¡Un bravucón, un granuja, un canalla, que lucha según reglas matemáticas! ¿Por qué demonios te metiste en medio? Me hirió bajo tu brazo.

    ROMEO
    Fue con la mejor intención.
    MERCUCIO
    Llévame a alguna casa, Benvolio,
    o me desmayo. ¡Malditas vuestras familias!
    Me han convertido en pasto de gusanos.
    Estoy herido, y bien. ¡Malditas!

    Sale [con BENVOLIO].

    ROMEO
    Este caballero, pariente del Príncipe, amigo entrañable, está herido de muerte por mi causa; y mi honra, mancillada con la ofensa de Tebaldo. Él, que era primo mío desde hace poco. ¡Querida Julieta, tu belleza me ha vuelto pusilánime y ha ablandado el temple de mi acero!

    Entra BENVOLIO.

    BENVOLIO
    ¡Romeo, Romeo, Mercucio ha muerto!
    Su alma gallarda que, siendo tan joven,
    desdeñaba la tierra, ha subido al cielo.
    ROMEO
    Un día tan triste augura otros males:
    empieza un dolor que ha de prolongarse.

    Entra TEBALDO.

    BENVOLIO
    Aquí retorna el furioso Tebaldo.

    ROMEO
    Vivo, victorioso, y Mercucio, asesinado.
    ¡Vuélvete al cielo, benigna dulzura,
    y sea mi guía la cólera ardiente!
    Tebaldo, te devuelvo lo de «ruin»
    con que me ofendiste, pues el alma de Mercucio
    está sobre nuestras cabezas esperando
    a que la tuya sea su compañera.
    Tú, yo, o los dos le seguiremos.
    TEBALDO
    Desgraciado, tú, que andabas con él,
    serás quien le siga.
    ROMEO
    Esto lo decidirá.

    Luchan. Cae TEBALDO.

    BENVOLIO
    ¡Romeo, huye, corre! La gente
    está alertada y Tebaldo ha muerto.
    ¡No te quedes pasmado! Si te apresan, el Príncipe
    te condenará a muerte. ¡Vete, huye!
    ROMEO
    ¡Ah, soy juguete del destino!
    BENVOLIO
    ¡Muévete!

    Sale ROMEO. Entran CIUDADANOS.

    CIUDADANO
    ¿Por dónde ha huido el que mató a Mercucio?
    Tebaldo, ese criminal, ¿por dónde ha huido?
    BENVOLIO
    Ahí yace Tebaldo.
    CIUDADANO
    Vamos, arriba, ven conmigo.
    En nombre del Príncipe, obedece.

    Entran el PRÍNCIPE, MONTESCO, CAPU¬LETO, sus esposas y todos.

    PRÍNCIPE
    ¿Dónde están los viles causantes de la riña?
    BENVOLIO
    Ah, noble Príncipe, yo puedo explicaros
    lo que provocó el triste altercado.
    Al hombre que ahí yace Romeo dio muerte;
    él mató a Mercucio, a vuestro pariente.
    SEÑORA CAPULETO
    ¡Tebaldo, sobrino! ¡Hijo de mi hermano!
    ¡Príncipe, marido! Se ha derramado
    sangre de mi gente. Príncipe, sois recto:
    esta sangre exige sangre de un Montesco.
    ¡Ah, Tebaldo, sobrino!
    PRÍNCIPE
    Benvolio, ¿quién provocó este acto sangriento?
    BENVOLIO
    Tebaldo, aquí muerto a manos de Romeo.
    Siempre con respeto, Romeo le hizo ver
    lo infundado de la lucha y le recordó
    vuestro disgusto; todo ello, expresado
    cortésmente, con calma y doblando la rodilla,
    no logró aplacar la ira indomable
    de Tebaldo, quien, sordo a la amistad,
    con su acero arremetió contra el pecho de Mercucio,
    que, igual de furioso, respondió desenvainando
    y, con marcial desdén, apartaba la fría muerte
    con la izquierda, y con la otra devolvía
    la estocada a Tebaldo, cuyo arte
    la paraba. Romeo les gritó
    «¡Alto, amigos, separaos!» , y su ágil brazo,
    más presto que su lengua, abatió sus armas
    y entre ambos se interpuso. Por debajo
    de su brazo, un golpe ruin de Tebaldo acabó
    con la vida de Mercucio. Huyó Tebaldo,
    mas pronto volvió por Romeo, que entonces
    pensó en tomar venganza. Ambos se enzarzaron
    como el rayo, pues antes de que yo
    pudiera separarlos, Tebaldo fue muerto;
    y antes que cayera, Romeo ya huía.
    Que muera Benvolio si dice mentira.
    SEÑORA CAPULETO
    Este es un pariente del joven Montesco;
    no dice verdad, miente por afecto.
    De ellos lucharon unos veinte o más
    y sólo una vida pudieron quitar.
    Que hagáis justicia os debo pedir:
    quien mató a Tebaldo, no debe vivir.
    PRÍNCIPE
    Le mató Romeo, él mató a Mercucio.
    ¿Quién paga su muerte, que llena de luto?
    MONTESCO
    No sea Romeo, pues era su amigo.
    Matando a Tebaldo, él tan sólo hizo
    lo que hace la ley.
    PRÍNCIPE

    Pues por ese exceso
    inmediatamente de aquí le destierro.
    Vuestra gran discordia ahora me atañe:
    con vuestras refriegas ya corre mi sangre.
    Mas voy a imponeros sanción tan severa
    que habrá de pesaros el mal de mi pérdida.
    Haré oídos sordos a excusas y ruegos,
    y no va a libraros ni el llanto ni el rezo,
    así que evitadlos. Que Romeo huya,
    pues, como le encuentren, su muerte es segura.
    Llevad este cuerpo y cumplid mi sentencia:
    si a quien mata absuelve, mata la clemencia.

    Salen.

    III.ii Entra JULIETA sola.

    JULIETA
    Galopad raudos, corceles fogosos,
    a la morada de Febo; la fusta
    de Faetonte os llevaría al poniente,
    trayendo la noche tenebrosa ..
    Corre tu velo tupido, noche de amores;
    apáguese la luz fugitiva y que Romeo,
    en silencio y oculto, se arroje en mis brazos.
    Para el rito amoroso basta a los amantes
    la luz de su belleza; o, si ciego es el amor,
    congenia con la noche. Ven, noche discreta,
    matrona vestida de negro solemne,
    y enséñame a perder el juego que gano,
    en el que los dos arriesgamos la virginidad.
    Con tu negro manto cubre la sangre inexperta
    que arde en mi cara, hasta que el pudor
    se torne audacia, y simple pudor un acto de amantes.
    Ven, noche; ven, Romeo; ven, luz de mi noche,
    pues yaces en las alas de la noche
    más blanco que la nieve sobre el cuervo.
    Ven, noche gentil, noche tierna y sombría,
    dame a mi Romeo y, cuando yo muera,
    córtalo en mil estrellas menudas:
    lucirá tan hermoso el firmamento
    que el mundo, enamorado de la noche,
    dejará de adorar al sol hiriente.
    Ah, compré la morada del amor

  4. y aún no la habito; estoy vendida
    y no me han gozado. El día se me hace eterno,
    igual que la víspera de fiesta
    para la niña que quiere estrenar
    un vestido y no puede. Aquí viene el ama.

    Entra el AMA retorciéndose las manos, con la escalera de cuerda en el regazo.

    Ah, me trae noticias, y todas las bocas
    que hablan de Romeo rebosan divina elocuencia.
    ¿Qué hay de nuevo, ama? ¿Qué llevas ahí?
    ¿La escalera que Romeo te pidió que trajeses?
    AMA
    Sí, sí, la escalera.

    [La deja en el suelo.]

    JULIETA
    Pero, ¿qué pasa? ¿Por qué te retuerces las manos?
    AMA
    ¡Ay de mí! ¡Ha muerto, ha muerto!
    Estamos perdidas, Julieta, perdidas.
    ¡Ay de mí! ¡Nos ha dejado, está muerto!
    JULIETA
    ¿Tan malvado es el cielo?
    AMA
    El cielo, no: Romeo. ¡Ah, Romeo, Romeo!
    ¿Quién iba a pensarlo? ¡Romeo!
    JULIETA
    ¿Qué demonio eres tú para así atormentarme?
    Es una tortura digna del infierno.
    ¿Se ha matado Romeo? Di que sí,
    y tu sílaba será más venenosa
    que la mirada mortal del basilisco.
    Yo no seré yo si dices que sí, o si están
    cerrados los ojos que te lo hacen decir.
    Si ha muerto di « sí »; si vive, di  « no ».
    Decirlo resuelve mi dicha o dolor.
    AMA
    Vi la herida, la vi con mis propios ojos
    (¡Dios me perdone!) en su pecho gallardo.
    El pobre cadáver, triste y sangriento,
    demacrado y manchado de sangre,
    de sangre cuajada. Me desmayé al verlo.
    JULIETA
    ¡Estalla, corazón, mi pobre arruinado!
    ¡Ojos, a prisión, no veáis la libertad!
    ¡Barro vil, retorna a la tierra, perece
    y únete a Romeo en lecho de muerte!
    AMA
    ¡Ay, Tebaldo, Tebaldo! ¡Mi mejor amigo!
    ¡Tebaldo gentil, caballero honrado,
    vivir para verte muerto!
    JULIETA
    ¿Puede haber tormenta más hostil?
    ¿Romeo sin vida y Tebaldo muerto?
    ¿Mi querido primo, mi amado señor?
    Anuncia, trompeta, el Día del Juicio,
    pues, si ellos han muerto, ¿quién queda ya vivo?
    AMA
    Tebaldo está muerto y Romeo, desterrado.
    Romeo le mató y fue desterrado.
    JULIETA
    ¡Dios mío! ¿Romeo derramó sangre de Tebaldo?
    AMA
    Sí, sí, válgame el cielo, sí.
    JULIETA
    ¡Qué alma de serpiente en su cara florida!
    ¿Cuándo un dragón guardó tan bella cueva?
    ¡Hermoso tirano, angélico demonio!
    ¡Cuervo con plumas de paloma, cordero lobuno!
    ¡Ser despreciable de divina presencia!
    Todo lo contrario de lo que parecías,
    un santo maldito, un ruin honorable.
    Ah, naturaleza, ¿qué no harías en el infierno
    si alojaste un espíritu diabólico
    en el cielo mortal de tan grato cuerpo?
    ¿Hubo libro con tal vil contenido
    y tan bien encuadernado? ¡Ah, que el engaño
    resida en palacio tan regio!
    AMA
    En los hombres no hay lealtad, fidelidad,
    ni honradez. Todos son perjuros, embusteros,
    perversos y falsos. ¿Dónde está mi criado?
    Dame un aguardiente: las penas y angustias
    me envejecen. ¡Caiga el deshonor sobre Romeo!
    JULIETA
    ¡Que tu lengua se llague por ese deseo!
    Él no nació para el deshonor. El deshonor
    se avergüenza de posarse en su frente,
    que es el trono en que el honor puede reinar
    como único monarca de la tierra.
    ¡Ah, qué monstruo he sido al insultarle!
    AMA
    ¿Vas a hablar bien del que mató a tu primo?
    JULIETA
    ¿Quieres que hable mal del que es mi esposo?
    ¡Mi pobre señor! ¿Quién repara el daño
    que ha hecho a tu nombre tu reciente esposa?
    Mas, ¿por qué, infame, mataste a mi primo?
    Porque el infame de mi primo te habría matado.
    Atrás, necias lágrimas, volved a la fuente;
    sed el tributo debido al dolor
    y no, por error, una ofrenda a la dicha.
    Mi esposo está vivo y Tebaldo iba a matarle;
    Tebaldo ha muerto y habría matado a Romeo.
    Si esto me consuela, ¿por qué estoy llorando?
    Había otra palabra, peor que esa muerte,
    que a mí me ha matado. Quisiera olvidarla,
    mas, ay, la tengo grabada en la memoria
    como el crimen en el alma del culpable.
    «Tebaldo está muerto y Romeo, desterrado.»
    Ese «desterrado», esa palabra
    ha matado a diez mil Tebaldos. Su muerte
    ya sería un gran dolor si ahí terminase.
    Mas si este dolor quiere compañía
    y ha de medirse con otros pesares,
    ¿por qué, cuando dijo «Tebaldo ha muerto»,
    no añadió «tu padre», «tu madre», o los dos?
    Mi luto hubiera sido natural.
    Pero a esa muerte añadir por sorpresa
    «Romeo, desterrado», pronunciar tal palabra
    es matar a todos, padre, madre, Tebaldo,
    Romeo, Julieta, todos. «¡Romeo, desterrado!»
    No hay fin, ni límite, linde o medida
    para la muerte que da esa palabra, ni palabras
    que la expresen. Ama, ¿dónde están mis padres?
    AMA
    Llorando y penando sobre el cuerpo de Tebaldo.
    ¿Vas con ellos? Yo te llevo.
    JULIETA
    Cesará su llanto y seguirán fluyendo
    mis lágrimas por la ausencia de Romeo.
    Como yo, las pobres cuerdas se engañaron;
    recógelas: Romeo está desterrado.
    Para subir a mi lecho erais la ruta,
    mas yo, virgen, he de morir virgen viuda.
    Venid, pues. Ven, ama. Voy al lecho nupcial,
    llévese la muerte mi virginidad.
    AMA
    Tú corre a tu cuarto. Te traeré a Romeo
    para que te consuele. Sé bien dónde está.
    Óyeme, esta noche tendrás a Romeo:
    se esconde en la celda de su confesor.
    JULIETA
    ¡Ah, búscale! Dale este anillo a mi dueño
    y dile que quiero su último adiós.

    Salen.

    III.iii Entra FRAY LORENZO.

    FRAY LORENZO
    Sal, Romeo, sal ya, temeroso.
    La aflicción se ha prendado de ti
    y tú te has casado con la desventura.

    Entra ROMEO.

    ROMEO
    Padre, ¿qué noticias hay? ¿Qué decidió el Príncipe?
    ¿Qué nuevo infortunio me aguarda
    que aún no conozca?
    FRAY LORENZO
    Hijo, harto bien conoces tales compañeros.
    Te traigo la sentencia del Príncipe.
    ROMEO
    La sentencia, ¿dista mucho de la muerte?
    FRAY LORENZO
    La que ha pronunciado es más benigna:
    no muerte del cuerpo, sino su destierro.
    ROMEO
    ¿Cómo, destierro? Sed clemente, decid «muerte»,
    que en la faz del destierro hay más terror,
    mucho más que en la muerte. ¡No digáis « destierro»!
    FRAY LORENZO
    Estás desterrado de Verona.
    Ten paciencia: el mundo es ancho.
    ROMEO
    No hay mundo tras los muros de Verona,
    sino purgatorio, tormento, el mismo infierno:
    destierro es para mí destierro del mundo,
    y eso es muerte; luego « destierro» es un falso
    nombre de la muerte. Llamarla «destierro»
    es decapitarme con un hacha de oro
    y sonreír ante el hachazo que me mata.
    FRAY LORENZO
    ¡Ah, pecado mortal, cruel ingratitud!
    La ley te condena a muerte, mas, en su clemencia,
    el Príncipe se ha apartado de la norma,
    cambiando en «destierro» la negra palabra «muerte».
    Eso es gran clemencia, y tú no lo ves.
    ROMEO
    Es tormento y no clemencia. El cielo está
    donde esté Julieta, y el gato, el perro,
    el ratoncillo y el más mísero animal
    aquí están en el cielo y pueden verla.
    Romeo, no. Hay más valor, más distinción
    y más cortesanía en las moscas
    carroñeras que en Romeo: ellas pueden
    posarse en la mano milagrosa de Julieta
    y robar bendiciones de sus labios,
    que por pudor virginal siempre están rojos
    pensando que pecan al juntarse.
    Romeo, no: le han desterrado.
    Las moscas pueden, mas yo debo alejarme.
    Ellas son libres; yo estoy desterrado.
    ¿Y decís que el destierro no es la muerte?
    ¿No tenéis veneno, ni navaja,
    ni medio de morir rápido, por vil que sea?
    ¿Sólo ese «destierro» que me mata? ¿Destierro?
    Ah, padre, los réprobos dicen la palabra
    entre alaridos. Y, siendo sacerdote,
    confesor que perdona los pecados
    y dice ser mi amigo, ¿tenéis corazón
    para destrozarme hablando de destierro?
    FRAY LORENZO
    ¡Ah, pobre loco! Deja que te explique.
    ROMEO
    Volveréis a hablarme de destierro.
    FRAY LORENZO
    Te daré una armadura contra él,
    la filosofía, néctar de la adversidad,
    que te consolará en to destierro.
    ROMEO
    ¿Aún con el «destierro»? ¡Que cuelguen la filosofía!
    Si no puede crear una Julieta,
    mover una ciudad o revocar una sentencia,
    la filosofía es inútil, así que no habléis más.
    FRAY LORENZO
    Ya veo que los locos están sordos.
    ROMEO
    No puede ser menos si los sabios están ciegos.
    FRAY LORENZO
    Deja que te hable de tu situación.
    ROMEO
    No podéis hablar de lo que no sentís.
    Si fuerais de mi edad, y Julieta vuestro amor,
    recién casado, asesino de Tebaldo,
    enamorado y desterrado como yo,
    podríais hablar, mesaros los cabellos
    y tiraros al suelo como yo
    a tomar la medida de mi tumba.

    Llama a la puerta el AMA.

    FRAY LORENZO
    ¡Levántate, llaman! ¡Romeo, escóndete!
    ROMEO
    No, a no ser que el aliento de mis míseros
    gemidos me oculte cual la niebla.

    Llaman.

    FRAY LORENZO
    ¡Oye cómo llaman! ¿Quién es? ¡Levántate,
    Romeo, que te llevarán! ¡Un momento! ¡Arriba!

    Llaman.

    ¡Corre a mi estudio! ¡Ya voy! Santo Dios,
    ¿qué estupidez es esta? ¡Ya voy, ya voy!

    Llaman.

    ¿Quién llama así? ¿De dónde venís? ¿Qué queréis?
    AMA [dentro]
    Dejadme pasar, que traigo un recado.
    Vengo de parte de Julieta.
    FRAY LORENZO
    Entonces, bienvenida.

    Entra el AMA.

    AMA
    Ah, padre venerable, decidme dónde está
    el esposo de Julieta. ¿Dónde está Romeo?
    FRAY LORENZO
    Ahí, en el suelo, embriagado de lágrimas.
    AMA
    Ah, está en el mismo estado que Julieta,
    el mismísimo. ¡Ah, concordia en el dolor!
    ¡Angustioso trance! Así yace ella,
    llorando y gimiendo, gimiendo y llorando.
    Levantaos, levantaos y sed hombre;
    en pie, levantaos, por Julieta.
    ¿A qué vienen tantos ayes y gemidos?
    ROMEO
    ¡Ama!

    [Se pone en pie.]

    AMA
    ¡Ah, señor! La muerte es el fin de todo.
    ROMEO
    ¿Hablábas de Julieta? ¿Cómo está?
    ¿No me cree un frío asesino
    que ha manchado la niñez de nuestra dicha
    con una sangre que es casi la suya?
    ¿Dónde está? ¿Y cómo está? ¿Y qué dice
    mi secreta esposa de este amor invalidado?
    AMA
    No dice nada, señor: llora y llora,
    se arroja a la cama, se levanta,
    exclama «¡Tebaldo!», reprueba a Romeo
    y vuelve a caer.
    ROMEO
    Como si mi nombre, por disparo
    certero de cañón, la hubiese matado,
    como ya mató a su primo el infame
    que lleva ese nombre. Ah, padre, decidme,
    ¿qué parte vil de esta anatomía
    alberga mi nombre? Decídmelo, que voy
    a saquear morada tan odiosa.

    Se dispone a apuñalarse, y el AMA le arre¬bata el puñal.

    FRAY LORENZO
    ¡Detén esa mano imprudente!
    ¿Eres hombre? Tu aspecto lo proclama,
    mas tu llanto es mujeril y tus locuras recuerdan
    la furia de una bestia irracional.
    Impropia mujer bajo forma de hombre,
    impropio animal bajo forma de ambos.
    Me asombras. Por mi santa orden,
    te creía de temple equilibrado.
    ¿Mataste a Tebaldo y quieres matarte
    y matar a tu esposa, cuya vida es la tuya,
    causándote la eterna perdición?
    ¿Por qué vituperas tu cuna, el cielo y la tierra
    si de un golpe podrías perder
    cuna, cielo y tierra, en ti concertados?
    Deshonras tu cuerpo, tu amor y tu juicio
    y, como el usurero, abundas en todo
    y no haces buen uso de nada
    que adorne tu cuerpo, tu amor y tu juicio.
    Tu noble figura es efigie de cera
    y carece de hombría; el amor
    que has jurado es pura falacia
    y mata a la amada que dijiste adorar;
    tu juicio, adorno de cuerpo y amor,
    yerra en la conducta que les marcas
    y, como pólvora en soldado bisoño,
    se inflama por to propia ignorancia
    y tu despedaza, cuando debe defenderte.
    Vamos, ten valor. Tu Julieta vive
    y por ella ibas a matarte:
    ahí tienes suerte. Tebaldo te habría matado,
    mas tú le mataste: ahí tienes suerte.
    La ley que ordena la muerte se vuelve tu amiga
    y decide el destierro: ahí tienes suerte.
    Sobre ti desciende un sinfín de bendiciones,
    te ronda la dicha con sus mejores galas,
    y tú, igual que una moza tosca y desabrida,
    pones mala cara a tu amor y tu suerte.
    Cuidado, que esa gente muere desdichada.
    Vete con tu amada, como está acordado.
    Sube a su aposento y confórtala.
    Pero antes que monten la guardia, márchate,
    pues, si no, no podrás salir para Mantua,
    donde vivirás hasta el momento propicio
    para proclamar tu enlace, unir a vuestras familias,
    pedir el indulto del Príncipe y regresar
    con cien mil veces más alegría
    que cuando partiste desolado.
    Adelántate, ama, encomiéndame a Julieta,
    y que anime a la gente a acostarse temprano;
    el dolor les habrá predispuesto.
    Ahora va Romeo.
    AMA
    ¡Dios bendito! Me quedaría toda la noche
    oyéndoos hablar. ¡Lo que hace el saber!-
    ¬Señor, le diré a Julieta que venís.
    ROMEO
    Díselo, y dile que se apreste a reprenderme.

    El AMA se dispone a salir, pero vuelve.

    AMA
    Tomad este anillo que me dio para vos.
    Vamos, deprisa, que se hace tarde.
    ROMEO
    Esto reaviva mi dicha.

    Sale el AMA.

    FRAY LORENZO
    Vete, buenas noches, y ten presente esto:
    o te vas antes que monten la guardia
    o sales disfrazado al amanecer.
    Permanece en Mantua. Buscaré a tu criado
    y de cuando en cuando él te informará
    de las buenas noticias de Verona.
    Dame la mano, es tarde. Adiós, buenas noches.
    ROMEO
    Me espera una dicha mayor que la dicha,
    que, si no, alejarme de vos sentiría.
    Adiós.

    Salen.

    III.iv Entran CAPULETO, la SEÑORA CAPULETO y PARIS.

    CAPULETO
    Todo ha sucedido tan adversamente
    que no ha habido tiempo de hablarlo con Julieta.
    Sabéis cuánto quería a su primo Tebaldo;
    yo también. En fin, nacimos para morir.
    Ahora es tarde; ella esta noche ya no bajará.
    Os aseguro que, si no fuese por vos,
    me habría acostado hace una hora.
    PARIS
    Tiempo de dolor no es tiempo de amor.
    Señora, buenas noches. Encomendadme a Julieta.
    SEÑORA CAPULETO
    Así lo haré, y por la mañana veré cómo responde.
    Esta noche se ha enclaustrado en su tristeza.

    PARIS se dispone a salir, y CAPULETO le llama.

    CAPULETO
    Conde Paris, me atrevo a aseguraros
    el amor de mi hija: creo que me hará
    caso sin reservas; vamos, no lo dudo.
    Esposa, vete a verla antes de acostarte;
    cuéntale el amor de nuestro yerno Paris
    y dile, atiende bien, que este miércoles…
    Espera, ¿qué día es hoy?

    PARIS
    Lunes, señor.
    CAPULETO
    Lunes… ¡Mmmm…! Eso es muy precipitado.
    Que sea el jueves. Dile que este jueves
    se casará con este noble conde.¬-
    ¿Estaréis preparados? ¿Os complace la presteza?
    No lo celebraremos: uno o dos amigos,
    porque, claro, con Tebaldo recién muerto,
    que era pariente, si lo festejamos
    dirán que le teníamos poca estima.
    Así que invitaremos a unos seis amigos
    y ya está. ¿Qué os parece el jueves?
    PARIS
    Señor, ojalá que mañana fuese el jueves.
    CAPULETO
    Muy bien; ahora marchad. Será el jueves.-
    ¬Tú habla con Julieta antes de acostarte
    y prepárala para el día de la boda.¬-
    Adiós, señor. ¡Eh, alumbrad mi cuarto!¬-
    Por Dios, que se ha hecho tan tarde
    que pronto diremos que es temprano. Buenas noches.

    Salen.

    III.v Entran ROMEO y JULIETA arriba, en el balcón.

    JULIETA
    ¿Te vas ya? Aún no es de día.
    Ha sido el ruiseñor y no la alondra
    el que ha traspasado tu oído medroso.
    Canta por la noche en aquel granado.
    Créeme, amor mío; ha sido el ruiseñor.
    ROMEO
    Ha sido la alondra, que anuncia la mañana,
    y no el ruiseñor. Mira, amor, esas rayas hostiles
    que apartan las nubes allá, hacia el oriente.
    Se apagaron las luces de la noche
    y el alegre día despunta en las cimas brumosas.
    He de irme y vivir, o quedarme y morir.
    JULIETA
    Esa luz no es luz del día, lo sé bien;
    es algún meteoro que el sol ha creado .
    para ser esta noche tu antorcha
    y alumbrarte el camino de Mantua.
    Quédate un poco, aún no tienes que irte.
    ROMEO
    Que me apresen, que me den muerte;
    lo consentiré si así lo deseas.
    Diré que aquella luz gris no es el alba,
    sino el pálido reflejo del rostro de Cintia . ,
    y que no es el canto de la alondra
    lo que llega hasta la bóveda del cielo.
    En lugar de irme, quedarme quisiera.
    ¡Que venga la muerte! Lo quiere Julieta.
    ¿Hablamos, mi alma? Aún no amanece.
    JULIETA
    ¡Si está amaneciendo! ¡Huye, corre, vete!
    Es la alondra la que tanto desentona
    con su canto tan chillón y disonante.
    Dicen que la alondra liga notas con dulzura:
    a nosotros, en cambio, nos divide;
    y que la alondra cambió los ojos con el sapo .:
    ojalá que también se cambiasen las voces,
    puesto que es su voz lo que nos separa
    y de aquí te expulsa con esa alborada.
    Vamos, márchate, que la luz ya se acerca.
    ROMEO
    Luz en nuestra luz y sombra en nuestras penas.

    Entra el AMA a toda prisa.

    AMA
    ¡Julieta!
    JULIETA
    ¿Ama?
    AMA
    Tu madre viene a tu cuarto.
    Ya es de día. Ten cuidado. Ponte en guardia.

    [Sale.]

    JULIETA
    Pues que el día entre, y mi vida salga.
    ROMEO
    Bien, adiós. Un beso, y voy a bajar.

    Desciende ..

    JULIETA
    ¿Ya te has ido, amado, esposo, amante?
    De ti he de saber cada hora del día,
    pues hay tantos días en cada minuto…
    Ah, haciendo estas cuentas seré muy mayor
    cuando vea a Romeo.
    ROMEO [abajo]
    ¡Adiós! No perderé oportunidad
    de enviarte mi cariño.
    JULIETA
    ¿Crees que volveremos a vernos?
    ROMEO
    Sin duda, y recordaremos todas nuestras penas
    en gratos coloquios de años venideros.
    JULIETA
    ¡Dios mío, mi alma presiente desgracias!
    Estando ahí abajo, me parece verte
    como un muerto en el fondo de una tumba.
    Si la vista no me engaña, estás pálido.
    ROMEO
    A mi vista le dices lo mismo, amor.
    Las penas nos beben la sangre .. Adiós.

    Sale.

    JULIETA
    Fortuna, Fortuna, te llaman voluble.
    Si lo eres, ¿por qué te preocupas
    del que es tan constante? Sé voluble, Fortuna,
    pues así no tendrás a Romeo mucho tiempo
    y podrás devolvérmelo.

    Entra la SEÑORA CAPULETO.

    SEÑORA CAPULETO
    ¡Hija! ¿Estás levantada?
    JULIETA
    ¿Quién me llama? Es mi madre.
    ¿Aún sin acostarse o es que ha madrugado?
    ¿Qué extraño motivo la trae aquí ahora?

    Baja del balcón y entra abajo.

    SEÑORA CAPULETO
    ¿Qué pasa, Julieta?
    JULIETA
    No estoy bien, señora.
    SEÑORA CAPULETO
    ¿Sigues llorando la muerte de tu primo?
    ¿Quieres sacarle de la tumba con tus lágrimas?
    Aunque pudieras, no podrías darle vida,
    así que ya basta. Dolor moderado indica amor;

  5. dolor en exceso, pura necedad.
    JULIETA
    Dejadme llorar mi triste pérdida.
    SEÑORA CAPULETO
    Así lloras la pérdida, no a la persona.
    JULIETA
    Lloro tanto la pérdida que no puedo
    dejar de llorar a la persona.
    SEÑORA CAPULETO
    Hija, tú no lloras tanto su muerte
    como el que esté vivo el infame que le mató.
    JULIETA
    ¿Qué infame, señora?
    SEÑORA CAPULETO
    El infame de Romeo.
    JULIETA [aparte]
    Entre él y un infame hay millas de distancia.
    [A la SEÑORA CAPULETO]
    Dios le perdone, como yo con toda el alma.
    Y eso que ninguno me aflige como él.
    SEÑORA CAPULETO
    Porque el vil asesino aún vive.
    JULIETA
    Sí, señora, fuera del alcance de mis manos.
    ¡Ojalá sólo yo pudiera vengar a mi primo!
    SEÑORA CAPULETO
    Tomaremos venganza, no lo dudes.
    No llores más. Mandaré a alguien a Mantua,
    donde vive el desterrado, y le dará
    un veneno tan insólito que muy pronto
    estará en compañía de Tebaldo.
    Supongo que entonces quedarás contenta.
    JULIETA
    Nunca quedaré contenta con Romeo
    hasta que le vea… muerto…
    está mi corazón de llorar a Tebaldo.
    Señora, si a alguien encontráis
    para que lleve un veneno, yo lo mezclaré,
    de modo que Romeo, al recibirlo,
    pronto duerma en paz. ¡Cuánto me disgusta
    oír su nombre y no estar cerca de él
    para hacerle pagar mi amor por Tebaldo
    en el propio cuerpo que le ha dado muerte!
    SEÑORA CAPULETO
    Tú busca los medios; yo buscaré al hombre.
    Pero ahora te traigo alegres noticias.
    JULIETA
    La alegría viene bien cuando es tan necesaria.
    ¿Qué nuevas traéis, señora?
    SEÑORA CAPULETO
    Hija, tienes un padre providente
    que, para descargarte de tus penas,
    de pronto ha dispuesto un día de dicha
    que ni tú te esperabas ni yo imaginaba.
    JULIETA
    Muy a propósito. ¿Qué día será?
    SEÑORA CAPULETO
    Hija, este jueves, por la mañana temprano,
    en la iglesia de San Pedro, un gallardo, joven
    y noble caballero, el Conde Paris,
    te hará una esposa feliz.
    JULIETA
    Pues por la iglesia de San Pedro y por San Pedro,
    que allí no me hará una esposa feliz.
    Me asombra la prisa, tener que casarme
    antes de que el novio me enamore.
    Señora, os lo ruego: decidle a mi padre y señor
    que aún no pienso casarme y que, cuando lo haga,
    será con Romeo, a quien sabes que odio,
    en vez de con Paris. ¡Pues vaya noticias!

    Entran CAPULETO y el AMA.

    SEÑORA CAPULETO
    Aquí está tu padre. Díselo tú misma,
    a ver cómo lo toma.
    CAPULETO
    Cuando el sol se pone, la tierra llora rocío .,
    mas en el ocaso del hijo de mi hermano,
    cae un diluvio.
    ¡Cómo! ¿Hecha una fuente, hija? ¿Aún llorando?
    ¿Bañada en lágrimas? Con tu cuerpo menudo
    imitas al barco, al mar, al viento,
    pues en tus ojos, que yo llamo el mar,
    están el flujo y reflujo de tus lágrimas;
    el barco es tu cuerpo, que surca ese mar;
    el viento, tus suspiros, que, a porfía con tus lágrimas,
    hará naufragar ese cuerpo agitado
    si pronto no amaina. ¿Qué hay, esposa?
    ¿Le has hecho saber mi decisión?
    SEÑORA CAPULETO
    Sí, pero ella dice que no, y gracias.
    ¡Ojalá se casara con su tumba!
    CAPULETO
    Un momento, esposa; explícame eso, explícamelo.
    ¿Cómo que no quiere? ¿No nos lo agradece?
    ¿No está orgullosa? ¿No se da por contenta
    de que, indigna como es, hayamos conseguido
    que tan digno caballero sea su esposo?
    JULIETA
    Orgullosa, no, mas sí agradecida.
    No puedo estar orgullosa de lo que odio,
    pero sí agradezco que se hiciera por amor.
    CAPULETO
    ¿Así que con sofismas? ¿Qué es esto?
    ¿«Orgullosa», «lo agradezco», «no lo agradezco»
    y «orgullosa, no», niña consentida?
    A mí no me vengas con gracias ni orgullos
    y prepara esas piernecitas para ir
    el jueves con Paris a la iglesia de San Pedro
    o te llevo yo atada y a rastras.
    ¡Quita, cadavérica! ¡Quita, insolente,
    cara lívida!
    SEÑORA CAPULETO
    ¡Calla, calla! ¿Estás loco?
    JULIETA
    Mi buen padre, te lo pido de rodillas;
    escúchame con calma un momento.
    CAPULETO
    ¡Que te cuelguen, descarada, rebelde!
    Escúchame tú: el jueves vas a la iglesia
    o en tu vida me mires a la cara.
    No hables, ni respondas, ni contestes.
    Me tientas la mano. Esposa, nos creíamos
    con suerte porque Dios nos dio sólo esta hija,
    pero veo que la única nos sobra
    y que haberla tenido es maldición.
    ¡Fuera con el penco!
    AMA
    ¡Dios la bendiga! Señor,
    sois injusto al tratarla de ese modo.
    CAPULETO
    ¿Y por qué, doña Sabihonda? ¡Cállese
    doña Cordura, y a charlar con las comadres!
    AMA
    No he faltado a nadie.
    CAPULETO
    Ahí está la puerta.
    AMA
    ¿No se puede hablar?
    CAPULETO
    ¡A callar, charlatana! Suelta tu sermón
    a tus comadres, que aquí no hace falta.
    SEÑORA CAPULETO
    No te excites tanto.
    CAPULETO
    ¡Cuerpo de Dios, me exaspera! Día y noche,
    trabajando u ocioso, solo o acompañado,
    mi solo cuidado ha sido casarla;
    y ahora que le encuentro un joven caballero
    de noble linaje, de alcurnia y hacienda,
    adornado, como dicen, de excelsas virtudes,
    con tan buena figura como quepa imaginar,
    me viene esta tonta y mísera llorica,
    esta muñeca llorona, en la cumbre de su suerte,
    contestando «No me caso, no le quiero;
    no tengo edad; perdóname, te lo suplico».
    Pues no te cases y verás si te perdono:
    pace donde quieras y lejos de mi casa.
    Piénsalo bien, no suelo bromear,
    El jueves se acerca, considéralo, pondera:
    si eres hija mía, te daré a mi amigo; si no,
    ahórcate, mendiga, hambrea, muérete en la calle,
    pues, por mi alma, no pienso reconocerte
    ni dejarte nada que sea mío.
    Ten por seguro que lo cumpliré.

    Sale.

    JULIETA
    ¿No hay misericordia en las alturas
    que conciba la hondura de mi pena?
    ¡Ah, madre querida, no me rechacéis!
    Aplazad esta boda un mes, una semana
    o, si no, disponed mi lecho nupcial
    en el panteón donde yace Tebaldo.
    SEÑORA CAPULETO
    Conmigo no hables; no diré palabra.
    Haz lo que quieras. Contigo he terminado.

    Sale.

    JULIETA
    ¡Dios mío! Ama, ¿cómo se puede impedir esto?
    Mi esposo está en la tierra; mi juramento, en el cielo.
    ¿Cómo puede volver a la tierra
    si, dejando la tierra, mi esposo
    no me lo envía desde el cielo? Confórtame,
    aconséjame. ¡Ah, que el cielo emplee sus mañas
    contra un ser indefenso como yo!
    ¿Qué me dices? ¿No puedes alegrarme?
    Dame consuelo, ama.
    AMA
    Aquí lo tienes:
    Romeo está desterrado, y el mundo contra nada
    a que no se atreve a volver y reclamarte,
    o que, si lo hace, será a hurtadillas.
    Así que, tal como ahora está la cosa,
    creo que más vale que te cases con el conde.
    ¡Ah, es un caballero tan apuesto!
    A su lado, Romeo es un pingajo. Ni el águila
    tiene los ojos tan verdes, tan vivos y hermosos
    como Paris. Que se pierda mi alma
    si no vas a ser feliz con tu segundo esposo,
    pues vale más que el primero; en todo caso,
    el primero ya está muerto, o como si lo estuviera,
    viviendo tú aquí y sin gozarlo.
    JULIETA
    Pero, ¿hablas con el corazón?
    AMA
    Y con el alma, o que se pierdan los dos.
    JULIETA
    Amén.
    AMA
    ¿Qué?
    JULIETA
    Bueno, me has dado un gran consuelo.
    Entra y dile a mi madre que, habiendo disgustado
    a mi padre, me voy a la celda de Fray Lorenzo
    a confesarme y pedir la absolución.
    AMA
    En seguida. Eso es muy sensato.

    [Sale.]

    JULIETA
    ¡Condenada vieja! ¡Perverso demonio!
    ¿Qué es más pecado? ¿Tentarme al perjurio
    o maldecir a mi esposo con la lengua
    que tantas veces lo ensalzó
    con desmesura? Vete, consejera.
    Tú y mis pensamientos viviréis como extraños.
    Veré qué remedio puede darme el fraile;
    si todo fracasa, habré de matarme.

    Sale.

    IV.i Entran FRAY LORENZO y el Conde PARIS.

    FRAY LORENZO
    ¿El jueves, señor? Eso es muy pronto.
    PARIS
    Así lo quiere mi suegro Capuleto
    y yo no me inclino a frenar su prisa.
    FRAY LORENZO
    ¿Decís que no sabéis lo que ella piensa?
    Esto es muy irregular y no me gusta.
    PARIS
    Llora sin cesar la muerte de Tebaldo
    y por eso de amor he hablado poco.
    Venus no sonríe en la casa del dolor.
    Señor, su padre juzga peligroso
    que su pena llegue a dominarla
    y, en su prudencia, apresura nuestra boda
    por contener el torrente de sus lágrimas,
    a las que ella es tan propensa si está sola
    y que puede evitar la compañía.
    Ahora ya sabéis la razón de la premura.
    FRAY LORENZO
    [aparte] Ojalá no supiera por qué hay que frenarla.-
    ¬Mirad, señor: la dama viene a mi celda.

    Entra JULIETA.

    PARIS
    Bien hallada, mi dama y esposa.
    JULIETA
    Señor, eso será cuando pueda ser esposa.
    PARIS
    Ese «pueda ser» ha de ser el jueves, mi amor.
    JULIETA
    Lo que ha de ser, será.
    FRAY LORENZO
    Un dicho muy cierto.
    PARIS
    ¿Venís a confesaros con el padre?
    JULIETA
    Si contestase, me confesaría con vos.
    PARIS
    No podéis negarle que me amáis.
    JULIETA
    Voy a confesaros que le amo.
    PARIS
    También confesaréis que me amáis.
    JULIETA
    Si lo hago, valdrá más por ser dicho
    a vuestras espaldas que a la cara.
    PARIS
    Pobre, no estropeéis vuestra cara con el llanto.
    JULIETA
    La victoria del llanto es bien pequeña:
    antes de dañarla, mi cara valía poco.
    PARIS
    Decir eso la daña más que vuestro llanto.
    JULIETA
    Señor, lo que es cierto no es calumnia,
    y lo que he dicho, me lo he dicho a la cara.
    PARIS
    Esa cara es mía y vos la calumniáis.
    JULIETA
    Tal vez, porque mía ya no es.
    Padre, ¿estáis desocupado
    u os veo tras la misa vespertina?
    FRAY LORENZO
    Estoy desocupado, mi apenada hija.
    Señor, os rogaré que nos dejéis a solas.
    PARIS
    Dios me guarde de turbar la devoción.
    Julieta, os despertaré el jueves bien temprano.
    Adiós hasta entonces y guardad mi santo beso.

    Sale.

    JULIETA
    ¡Ah, cerrad la puerta y llorad conmigo!
    No queda esperanza, ni cura, ni ayuda.
    FRAY LORENZO
    Ah, Julieta, conozco bien tu pena;
    me tiene dominada la razón.
    Sé que el jueves tienes que casarte
    con el conde, y que no se aplazará.
    JULIETA
    Padre, no me digáis que lo sabéis
    sin decirme también cómo impedirlo.
    Si, en vuestra prudencia, no me dais auxilio,
    aprobad mi decisión y yo al instante
    con este cuchillo pondré remedio a todo esto.
    Dios unió mi corazón y el de Romeo,
    vos nuestras manos y, antes que esta mano,
    sellada con la suya, sea el sello de otro enlace
    o este corazón se entregue a otro
    con perfidia, esto acabará con ambos.
    Así que, desde vuestra edad y experiencia,
    dadme ya consejo, pues, si no, mirad,
    este cuchillo será el árbitro que medie
    entre mi angustia y mi persona con una decisión
    que ni vuestra autoridad ni vuestro arte
    han sabido alcanzar honrosamente.
    Tardáis en hablar, y yo la muerte anhelo
    si vuestra respuesta no me da un remedio.
    FRAY LORENZO
    ¡Alto, hija! Veo un destello de esperanza,
    mas requiere una acción tan peligrosa
    como el caso que se trata de evitar.
    Si, por no unirte al Conde Paris, tienes
    fuerza de voluntad para matarte,
    seguramente podrás acometer
    algo afín a la muerte y evitar este oprobio,
    pues por él la muerte has afrontado.
    Si tú te atreves, yo te daré el remedio.
    JULIETA
    Antes que casarme con Paris, decidme
    que salte desde las almenas de esa torre,
    que pasee por sendas de ladrones, o que ande
    donde viven las serpientes; encadenadme
    con osos feroces o metedme de noche en un osario,
    enterrada bajo huesos que crepiten,
    miembros malolientes, calaveras sin mandíbula;
    decidme que me esconda en un sepulcro,
    en la mortaja de un recién enterrado…
    Todo lo que me ha hecho temblar con sólo oírlo
    pienso hacerlo sin duda ni temor
    por seguir siéndole fiel a mi amado.
    FRAY LORENZO
    Entonces vete a casa, ponte alegre y di
    que te casarás con Paris. Mañana es miércoles:
    por la noche procura dormir sola;
    no dejes que el ama duerma en tu aposento.
    Cuando te hayas acostado, bébete
    el licor destilado de este frasco.
    Al punto recorrerá todas tus venas
    un humor frío y soñoliento; el pulso
    no podrá detenerlo y cesará;
    ni aliento ni calor darán fe de que vives;
    las rosas de tus labios y mejillas
    serán pálida ceniza; tus párpados caerán
    cual si la muerte cerrase el día de la vida;
    tus miembros, privados de todo movimiento,
    estarán más fríos y yertos que la muerte.
    Y así quedarás cuarenta y dos horas
    como efigie pasajera de la muerte,
    para despertar como de un grato sueño.
    Cuando por la mañana llegue el novio
    para levantarte de tu lecho, estarás muerta.
    Entonces, según los usos del país,
    con tus mejores galas, en un féretro abierto,
    serás llevada al viejo panteón
    donde yacen los difuntos Capuletos.
    Entre tanto, y mientras no despiertes,
    por carta haré saber a Romeo nuestro plan
    para que venga; él y yo asistiremos
    a tu despertar, y esa misma noche
    Romeo podrá llevarte a Mantua.
    Esto te salvará de la deshonra,
    si no hay veleidad ni miedo femenil
    que frene tu valor al emprenderlo.
    JULIETA
    ¡Dádmelo, dádmelo! No me habléis de miedo.
    FRAY LORENZO
    Bueno, vete. Sé firme, y suerte
    en tu propósito. Ahora mismo mando un fraile
    a Mantua con carta para tu marido.
    JULIETA
    Amor me dé fuerza, y ella me dé auxilio.
    Adiós, buen padre.

    Salen.

    IV.ii Entran CAPULETO, la SEÑORA CAPULETO, el
    AMA y dos o tres CRIADOS.

    CAPULETO
    Invita a todas las personas de esta lista.

    [Sale un CRIADO.]

    Tú, contrátame a veinte buenos cocineros.
    CRIADO
    Señor, no os traeré a ninguno malo, pues probaré a ver si se chupan los dedos.
    CAPULETO
    ¿Qué prueba es esa?
    CRIADO
    Señor, no será buen cocinero quien no se chupe los dedos; así que por mí, el que no se los chupe, ahí se queda.
    CAPULETO
    Bueno, andando.

    Sale el CRIADO.

    Esta vez no estaremos bien surtidos.
    Mi hija, ¿se ha ido a ver al padre?
    AMA
    Sí, señor.
    CAPULETO
    Bueno, quizá él le haga algún bien.
    Es una cría tonta y testaruda.

    Entra JULIETA.

    AMA
    Pues vuelve de la confesión con buena cara.

    CAPULETO
    ¿Qué dice mi terca? ¿Dónde fuiste de correteo?

    JULIETA
    Donde he aprendido a arrepentirme
    del pecado de tenaz desobediencia
    a vos y a vuestras órdenes. Fray Lorenzo
    ha dispuesto que os pida perdón
    postrada de rodillas. Perdonadme.
    Desde ahora siempre os obedeceré.
    CAPULETO
    ¡Llamad al conde! ¡Contádselo!
    Este enlace lo anudo mañana por la mañana .  .
    JULIETA
    He visto al joven conde en la celda del fraile
    y le he dado digna muestra de mi amor
    sin traspasar las lindes del decoro.
    CAPULETO
    ¡Cuánto me alegro! ¡Estupendo! Levántate.
    Así debe ser. He de ver al conde.
    Sí, eso es. Vamos, traedle aquí.
    ¡Por Dios bendito, cuánto debe la ciudad
    a este padre santo y venerable!
    JULIETA
    Ama, ¿me acompañas a mi cuarto
    y me ayudas a escoger las galas
    que creas que mañana necesito?
    SEÑORA CAPULETO
    No, es el jueves. Hay tiempo de sobra.
    CAPULETO
    Ama, ve con ella. La boda es mañana.

    Salen el AMA y JULIETA.

    SEÑORA CAPULETO
    No estaremos bien provistos.
    Ya es casi de noche.
    CAPULETO
    Calla, deja que me mueva
    y todo irá bien, esposa, te lo garantizo.
    Tú ve con Julieta, ayúdala a engalanarse.
    Esta noche no me acuesto. Tú dejame:
    esta vez yo haré de ama de casa. ¡Eh!¬-
    Han salido todos. Bueno, yo mismo iré a ver
    al Conde Paris y le prepararé
    para mañana. Me brinca el corazón
    desde que se ha enmendado la rebelde.

    Salen.

    IV.iii Entran JULIETA y el AMA.

    JULIETA
    Sí, mejor esa ropa. Pero, mi buena ama,
    ¿quieres dejarme sola esta noche?
    Necesito rezar mucho y lograr
    que el cielo se apiade de mi estado,
    que, como sabes, es adverso y pecaminoso.

    Entra la SEÑORA CAPULETO.

    SEÑORA CAPULETO
    ¿Estáis ocupadas? ¿Necesitáis mi ayuda?
    JULIETA
    No, señora. Ya hemos elegido lo adecuado
    para la ceremonia de mañana.
    Si os complace, desearía quedarme sola;
    el ama os puede ayudar esta noche,
    pues seguro que estaréis atareada
    con toda esta premura.
    SEÑORA CAPULETO
    Buenas noches. Acuéstate y descansa,
    que lo necesitas.

    Salen [la SEÑORA CAPULETO y el AMA].

    JULIETA
    ¡Adiós! Sabe Dios cuándo volveremos a vernos.
    Tiembla en mis venas un frío terror
    que casi me hiela la vida.
    Las llamaré para que me conforten.
    ¡Ama! ¿Y qué puede hacer?
    En esta negra escena he de actuar sola.
    Ven, frasco.
    ¿Y si no surte efecto la mezcla?
    ¿Habré de casarme mañana temprano?
    No, no: esto lo impedirá. Quédate ahí.

    [Deja a su lado un puñal.]

    ¿Y si fuera un veneno que el fraile
    preparó con perfidia para darme muerte,
    no sea que mi boda le deshonre
    tras haberme casado con Romeo?
    Temo que sí y, sin embargo, creo que no,
    pues siempre ha demostrado ser piadoso.
    ¿Y si, cuando esté en el panteón,
    despierto antes que Romeo
    venga a rescatarme? Tiemblo de pensarlo.
    ¿Podré respirar en un sepulcro
    en cuya inmunda boca no entra aire sano
    y morir asfixiada antes que llegue Romeo?
    O si vivo, ¿no puede ocurrir que la horrenda
    imagen que me inspiran muerte y noche,
    junto con el espanto del lugar…?
    Pues al ser un sepulcro, un viejo mausoleo
    donde por cientos de años se apilan
    los restos de todos mis mayores;
    donde Tebaldo, sangriento y recién enterrado,
    se pudre en su mortaja; donde dicen
    que a ciertas horas de la noche acuden espíritus…
    ¡Ay de mí! ¿No puede ocurrir que, despertando
    temprano, entre olores repugnantes
    y gritos como de mandrágora arrancada
    de cuajo, que enloquece a quien lo oye…? ..
    Ah, si despierto, ¿no podría perder el juicio,
    rodeada de horrores espantosos,
    y jugar como una loca con los esqueletos,
    a Tebaldo arrancar de su mortaja
    y, en este frenesí, empuñando como maza
    un hueso de algún antepasado, partirme
    la cabeza enajenada? ¡Ah! Creo ver
    el espectro de mi primo en busca de Romeo,
    que le atravesó con su espada. ¡Quieto, Tebaldo!
    ¡Romeo, Romeo! Aquí está el licor. Bebo por ti.

    Cae sobre la cama, tras las cortinas ..

  6. IV.iv Entran la SEÑORA CAPULETO y el AMA con hierbas.

    SEÑORA CAPULETO
    Espera. Toma estas llaves y trae más especias.
    AMA
    En el horno piden membrillos y dátiles.

    Entra CAPULETO.

    CAPULETO
    Vamos, daos prisa. El gallo ha cantado
    dos veces, ha sonado la campana: son las tres.
    Angélica, ocúpate de las empanadas;
    no repares en gastos.
    AMA
    Marchaos ya, cominero, acostaos.
    Ya veréis, mañana estaréis malo
    por falta de sueño.
    CAPULETO
    ¡Qué va! Por mucho menos velé
    noches enteras sin ponerme malo.
    SEÑORA CAPULETO
    Sí, en tus tiempos fuiste muy trasnochador,
    pero ahora velaré por que no veles.

    Salen la SEÑORA CAPULETO y el AMA.

    CAPULETO
    ¡Será celosa, será celosa!

    Entran tres o cuatro CRIADOS con asa¬dores, leña y cestas.

    Oye, tú, ¿qué lleváis ahí?
    CRIADO 1. °
    No sé, señor; cosas para el cocinero.
    CAPULETO
    Date prisa, date prisa. Tú, trae leña más seca.
    Llama a Pedro: él te dirá dónde hay.
    CRIADO 2.°
    Señor, a Pedro no hay que molestarle:
    para encontrar tarugos tengo yo buena cabeza.
    CAPULETO
    Vive Dios, qué bien dicho. El pillo es chistoso.
    Te llamaremos «cabeza de tarugo».

    Salen [los CRIADOS].

    ¡Pero si ya es de día!
    El conde estará aquí pronto con la música.
    Eso es lo que dijo.

    Tocan música [dentro].

    Ya se acerca. ¡Ama! ¡Esposa! ¡Eh! ¡Ama!

    Entra el AMA.

    Despierta a Julieta, corre a arreglarla.
    Yo voy a hablar con Paris. Date prisa,
    date prisa, que ha llegado el novio.
    Vamos, date prisa.

    [Sale ..]

    AMA
    ¡Señorita! ¡Julieta! ¡Anda, vaya sueño!
    ¡Eh, paloma! ¡Eh, Julieta! ¡Será dormilona!
    ¡Eh, cariño! ¡Señorita! ¡Reina! ¡Novia, vamos!
    ¡Ni palabra! Aprovecha bien ahora,
    duerme una semana, que, ya verás,
    esta noche el Conde Paris sueña
    con quitarte el sueño. ¡Dios me perdone!
    ¡Amén, Jesús! … Se le han pegado las sábanas.
    Tendré que despertarla. ¡Señorita, señorita!
    Sí, sí, ya verás como el conde te coja en la cama:
    te va a meter miedo. ¿Es que no despiertas?

    [Descorre las cortinas.]

    ¡Cómo, te vistes y vuelves a acostarte!
    Tendré que despertarte. ¡Señorita, señorita!
    ¡Ay, ay! ¡Socorro, socorro! ¡Está muerta!
    ¡Ay, dolor! ¿Para qué habré nacido?
    ¡Ah, mi aguardiente! ¡Señor! ¡Señora!

    Entra la SEÑORA CAPULETO.

    SEÑORA CAPULETO
    ¿Qué escándalo es ese?
    AMA
    ¡Ah, día infortunado!
    SEÑORA CAPULETO
    ¿Qué pasa?
    AMA
    ¡Mirad, mirad! ¡Ah, día triste!
    SEÑORA CAPULETO
    ¡Ay de mí, ay de mí! ¡Mi hija, mi vida!
    ¡Revive, mírame o moriré contigo!
    ¡Socorro, socorro! ¡Pide socorro!

    Entra CAPULETO.

    CAPULETO
    Por Dios, traed a Julieta, que ha llegado el novio!
    AMA
    ¡Está muerta, muerta, muerta! ¡Ay, dolor!
    SEÑORA CAPULETO
    ¡Ay, dolor! ¡Está muerta, muerta, muerta!
    CAPULETO
    ¡Cómo! A ver. ¡Ah, está fría!
    La sangre, parada; los miembros, rígidos.
    Hace tiempo que la vida salió de sus labios.
    La Muerte la cubre como escarcha intempestiva
    sobre la más tierna flor de los campos.
    AMA
    ¡Ah, día infortunado!
    SEÑORA CAPULETO
    ¡Ah, tiempo de dolor!
    CAPULETO
    La Muerte la llevó para hacerme gritar,
    pero ahora me ata la lengua y el habla.

    Entran FRAY LORENZO y el Conde PARIS [con los MÚSICOS].

    FRAY LORENZO
    ¿Está lista la novia para it a la iglesia?
    CAPULETO
    Lista para ir, no para volver.-
    ¬Ah, hijo, la noche antes de tu boda
    la Muerte ha dormido con tu amada. La flor
    que había sido yace ahora desflorada.
    La Muerte es mi yerno, la Muerte me hereda;
    con mi hija se ha casado. Moriré
    dejándole todo: la vida, el vivir, todo es suyo.
    PARIS
    ¡Tanto desear que llegase este día
    para ver una escena como esta!

    Todos a una gritan y se retuercen las manos ..

    SEÑORA CAPULETO
    ¡Día maldito, funesto, mísero, odioso!
    ¡La hora más triste que vio el tiempo
    en su largo y asiduo peregrinar!
    ¡Una, sólo una, una pobre y tierna hija,
    que me daba alegría y regocijo,
    y la cruel Muerte me la arranca de mi lado!
    AMA
    ¡Ah, dolor! ¡Día triste, triste, triste!
    ¡El más infortunado, el más doloroso
    de mi vida, de toda mi vida!
    ¡Ah, qué día, qué día más odioso!
    ¡Cuándo se ha visto un día tan negro!
    ¡Ah, día triste, día triste!
    PARIS
    ¡Engañado, separado, injuriado, muerto!
    ¡Engañado por ti, Muerte execrable,
    derrotado por ti en tu extrema crueldad!
    ¡Amor! ¡Vida! ¡Vida, no: amor en la muerte!
    CAPULETO
    ¡Despreciado, vejado, odiado, torturado, muerto!
    Tiempo de angustia, ¿por qué vienes ahora
    matando nuestra celebración?
    ¡Hija, ah, hija! ¡Mi alma, y no mi hija!
    Yaces muerta. Ah, ha muerto mi hija
    y con ella se entierra mi gozo.
    FRAY LORENZO
    ¡Por Dios, callad! El trastorno no se cura
    con trastornos. El cielo y vos teníais
    parte en la bella muchacha; ahora todo
    es del cielo, y para ella es lo mejor.
    Vuestra parte no pudisteis salvarla de la muerte,
    mas la otra eternamente guarda el cielo.
    Vuestro anhelo era verla encumbrada;
    elevarla habría sido vuestra gloria.
    ¿Y lloráis ahora que se ha elevado
    más allá de las nubes y ya alcanza la gloria?
    ¡Ah, con ese amor la amáis tan poco
    que os perturba su bienaventuranza!
    No es buen matrimonio el que años conoce:
    la mejor casada es la que muere joven.
    Secad vuestras lágrimas y cubrid de romero
    este hermoso cuerpo, según la costumbre .,
    y llevadla a la iglesia con sus mejores galas.
    La blanda natura llorar ha mandado,
    mas nuestra cordura se ríe del llanto.
    CAPULETO
    Lo que dispusimos para nuestra fiesta
    cambiará su objeto para estas exequias:
    ahora los músico! tocarán a muerto,
    el banquete será una comida de luto,
    los himnos de boda, dolientes endechas,
    las flores nupciales lucirán sobre el féretro
    y todo ha de volverse su contrario.
    FRAY LORENZO
    Entrad, señor; señora, entrad con él.
    Venid, Conde Paris. Que todos se preparen
    para acompañar a la bella difunta en su entierro.
    Los cielos os penan por algún pecado;
    no los enojéis: cumplid su mandato.

    Salen todos, menos [los Músicos y] el AMA, que echa romero sobre el cadáver y corre las cortinas.

    MÚSICO 1.°
    Ya podemos irnos con la música a otra parte.
    AMA
    Marchaos, amigos, marchaos;
    ya veis que es un caso de dolor.

    Sale.

    MÚSICO 1.°
    Sí, es el caso que te hacen cuando duele.

    Entra PEDRO ..

    PEDRO
    ¡Músicos, músicos! «Paz del alma», «Paz del alma».
    Si queréis que siga vivo, tocad « Paz del alma» ..
    MÚSICO 1.°
    ¿Por qué «Paz del alma»?
    PEDRO
    Ah, músicos, porque en mi alma oigo sonar «Se me parte el alma». Ah, confortadme con una endecha que sea alegre.
    MÚSICO 1.°
    Nada de endechas. No es hora de tocar.
    PEDRO
    Entonces ¿no?
    MÚSICO 1.°
    No.
    PEDRO
    Pues os la voy a dar sonada.
    MÚSICO 1.°
    ¿Qué nos vas a dar?
    PEDRO
    Dinero, no; guerra. Te voy a poner a tono.
    MÚSICO 1.°
    Y yo te pondré de esclavo.
    PEDRO
    Entonces este puñal de esclavo te va a rapar la ca¬beza. A mí no me trines, que te solfeo. Toma nota.
    MÚSICO 1.°
    Solfea y darás la nota.
    MÚSICO 2.°
    Anda, demuestra lo listo que eres y envaina ese puñal.
    PEDRO
    ¡Pues, en guardia! Envainaré mi puñal y os batiré con mi listeza. Respondedme como hombres:

    «Cuando domina la aflicción
    y el alma sufre del pesar,
    la música, argénteo son…»

    ¿Por qué «argénteo» ? ¿Por qué « la música, argénteo son»? ¿Qué dices tú, Simón Cuerdas?
    MÚSICO 1.°
    Pues porque, igual que la plata, suena dulce.
    PEDRO
    ¡Palabras! ¿Tú qué dices, Hugo Violas?
    MÚSICO 2.°
    «Argénteo» porque a los músicos nos pagan en plata.
    PEDRO
    ¡Más palabras! ¿Y tú qué dices, Juan del Coro?
    MÚSICO 3.°
    Pues no sé qué decir.
    PEDRO
    ¡Ah, disculpad! Sois el cantor. Yo os lo diré. «La música, argénteo son» porque a los músicos nunca os suena el oro.

    «… la música, argénteo son,
    el mal no tarda en reparar».

    Sale.

    MÚSICO 1.°
    ¡Qué pillo más irritante!
    MÚSICO 2.°
    ¡Que lo zurzan! Venga, vamos a entrar. Aguardamos a los dolientes y esperamos a comer.

    Salen.

    V.i Entra ROMEO.

    ROMEO
    Si puedo confiar en la verdad
    de un sueño halagador, se acercan buenas nuevas.
    El rey de mi pecho está alegre en su trono
    y hoy un insólito vigor me eleva
    sobre el suelo con pensamientos de júbilo.
    Soñé que mi amada vino y me halló muerto
    (sueño extraño, si en él un muerto piensa)
    y me insufló tanta vida con sus besos
    que resucité convertido en un emperador.
    ¡Ah, qué dulce ha de ser el amor real
    si sus sombras albergan tanta dicha!

    Entra BALTASAR, criado de Romeo.

    ¡Noticias de Verona! ¿Qué hay, Baltasar?
    ¿No traes cartas del fraile?
    ¿Cómo está mi amor? ¿Está bien mi padre?
    ¿Cómo está Julieta? Dos veces lo pregunto,
    pues nada puede ir mal si ella está bien.
    BALTASAR
    Entonces está bien y nada puede ir mal.
    Su cuerpo descansa en la cripta de los Capuletos
    y su alma inmortal vive con los ángeles.
    Vi cómo la enterraban en el panteón
    y a toda prisa cabalgué para contároslo.
    Perdonadme por traeros malas nuevas,
    pero cumplo el deber que me asignasteis.
    ROMEO
    ¿Es verdad? Entonces yo os desafío, estrellas.¬-
    Ya sabes dónde vivo; tráeme papel y tinta
    y alquila caballos de posta. Salgo esta noche.
    BALTASAR
    Calmaos, señor, os lo ruego.
    Estáis pálido y excitado, y eso anuncia
    alguna adversidad.
    ROMEO
    Calla, te equivocas.
    Déjame y haz lo que te he dicho.
    ¿No tienes carta para mí de Fray Lorenzo?
    BALTASAR
    No, señor.
    ROMEO
    No importa. Vete. Y alquila esos caballos.
    Yo voy contigo en seguida.

    Sale BALTASAR.

    Bien, Julieta, esta noche yaceré contigo.
    A ver la manera. ¡Ah, destrucción, qué pronto
    te insinúas en la mente de un desesperado!
    Recuerdo un boticario, que vive
    por aquí. Le vi hace poco, cubierto
    de andrajos, con cejas muy pobladas,
    recogiendo hierbas. Estaba macilento;
    su penuria le había enflaquecido.
    En su pobre tienda pendía una tortuga,
    un caimán disecado y varias pieles
    de peces deformes; y por los estantes,
    expuestas y apenas separadas,
    un número exiguo de cajas vacías,
    cazuelas verdes, vejigas, semillas rancias,
    hilos bramantes y panes de rosa ya pasados.
    Viendo esa indigencia, yo me dije:
    «Si alguien necesita algún veneno,
    aunque en Mantua venderlo se pena con la muerte,
    este pobre hombre se lo venderá.»
    Ah, la idea se adelantó a mi menester
    y ahora este menesteroso ha de vendérmelo.
    Que yo recuerde, esta es la casa;
    hoy es fiesta, y la tienda está cerrada.
    ¡Eh, boticario!

    Entra el BOTICARIO.

    BOTICARIO
    ¿Quién grita?
    ROMEO
    Vamos, ven aquí. Veo que eres pobre.
    Toma cuarenta ducados y dame
    un frasco de veneno, algo que actúe rápido
    y se extienda por las venas, de tal modo
    que el cansado de la vida caiga muerto
    y el aliento salga de su cuerpo
    con el ímpetu de la pólvora inflamada
    cuando huye del vientre del cañón.
    BOTICARIO
    De esas drogas tengo, pero las leyes de Mantua
    castigan con la muerte a quien las venda.
    ROMEO
    ¿Y tú temes la muerte, estando tan escuálido
    y cargado de penuria? El hambre está en tu cara;
    en tus ojos hundidos, la hiriente miseria;
    tu cuerpo lo visten indignos harapos.
    El mundo no es tu amigo, ni su ley,
    y el mundo no da ley que te haga rico,
    conque no seas pobre, viola la ley y toma esto.
    BOTICARIO
    Accede mi pobreza, no mi voluntad.
    ROMEO
    Le pago a to pobreza, no a to voluntad.
    BOTICARIO
    Disolved esto en cualquier líquido
    y bebedlo y, aunque tengáis el vigor
    de veinte hombres, al instante os matará.
    ROMEO
    Aquí está el oro, peor veneno para el alma;
    en este mundo asesina mucho más
    que las tristes mezclas que no puedes vender.
    Soy yo quien te vende veneno, no tú a mí.
    Adiós, cómprate comida y echa carnes.

    [Sale el BOTICARIO.]

    Cordial y no veneno, ven conmigo
    a la tumba de Julieta, que es tu sitio.

    V.ii Entra FRAY JUAN.

    FRAY JUAN
    ¡Eh, santo franciscano, hermano!

    Entra FRAY LORENZO.

    FRAY LORENZO
    Esa parece la voz de Fray Juan.
    Bien venido de Mantua. ¿Qué dice Romeo?
    Si escribió su mensaje, dame la carta.
    FRAY JUAN
    Fui en busca de un hermano franciscano
    que había de acompañarme. Le hallé
    en la ciudad, visitando a los enfermos.
    La guardia sanitaria, sospechando
    que la casa en que vivíamos los dos
    estaba contagiada por la peste,
    selló las puertas y nos prohibió salir.
    Por eso no pude viajar a Mantua.
    FRAY LORENZO
    Entonces, a Romeo, ¿quién le llevó mi carta?
    FRAY JUAN
    Aquí está, no pude mandársela
    ni conseguir que nadie os la trajese.
    Tenían mucho miedo de contagios.
    FRAY LORENZO
    ¡Ah, desventura! Por la orden franciscana,
    no era una carta cualquiera, sino de gran
    trascendencia. No entregarla podría hacer
    mucho daño. Vamos, Fray Juan, buscadme
    una palanca y llevádmela a la celda.
    FRAY JUAN
    Ahora mismo os la llevo, hermano.

    Sale.

    FRAY LORENZO
    He de ir solo al panteón. De aquí
    a tres horas despertará Julieta.
    Se enfadará conmigo cuando sepa que Romeo
    no ha sido avisado de lo sucedido.
    Volveré a escribir a Mantua; a ella la tendré
    aquí, en mi celda, hasta que llegue Romeo.
    ¡Ah, cadáver vivo en tumba de muertos!

    Sale.

    V.iii Entran PARIS y su PAJE, con flores, agua perfu¬mada [y una antorcha].

    PARIS

    Muchacho, dame la antorcha y aléjate.
    No, apágala; no quiero que me vean.
    Ahora échate al pie de esos tejos
    y pega el oído a la hueca tierra.
    Así no habrá pisada que no oigas
    en este cementerio, con un suelo tan blando
    de tanto cavar tumbas. Un silbido tuyo
    será aviso de que alguien se acerca.
    Dame esas flores. Haz lo que te digo, vamos.
    PAJE [aparte]
    Me asusta quedarme aquí solo
    en el cementerio, pero lo intentaré.

    [Sale. ] PARIS cubre la tumba de flores.

    PARIS
    Flores a esta flor en su lecho nupcial.
    Mas, ay, tu dosel no es más que polvo y piedra.
    Con agua de rosas lo he de rociar
    cada noche, o con lágrimas de pena.
    Las exequias que desde ahora te consagro
    son mis flores cada noche con mi llanto.

    Silba el PAJE.

    Me avisa el muchacho; viene alguien.
    ¿Qué pie miserable se acerca a estas horas
    turbando mis ritos de amor y mis honras?

    Entran ROMEO y BALTASAR con una an¬torcha, una azada y una barra de hierro.

    ¡Cómo! ¿Con antorcha? Noche, ocúltame un instante.

    [Se esconde.]

    ROMEO
    Dame la azada y la barra de hierro.
    Ten, toma esta carta. Haz por entregarla
    mañana temprano a mi padre y señor.
    Dame la antorcha. Te lo ordeno por tu vida:
    por más que oigas o veas, aléjate
    y no interrumpas mi labor.
    Si desciendo a este lecho de muerte
    es por contemplar el rostro de mi amada,
    pero, sobre todo, por quitar de su dedo
    un valioso anillo, un anillo que he de usar
    en un asunto importante. Así que vete.
    Si, por recelar, vuelves y me espías
    para ver qué más cosas me propongo,
    por Dios, que te haré pedazos y te esparciré
    por este insaciable cementerio.
    El momento y mi propósito son fieros,
    más feroces y mucho más inexorables
    que un tigre hambriento o el mar embravecido.
    BALTASAR
    Me iré, señor, y no os molestaré.
    ROMEO
    Con eso me demuestras tu amistad. Toma:
    vive y prospera. Adiós, buen amigo.
    BALTASAR [aparte]
    Sin embargo, me esconderé por aquí.
    Su gesto no me gusta y sospecho su propósito.

    [Se esconde.]

    ROMEO
    Estómago odioso, vientre de muerte,
    saciado del manjar más querido de la tierra,
    así te obligo a abrir tus mandíbulas podridas
    y, en venganza, te fuerzo a tragar más alimento .,

    Abre la tumba.

    PARIS
    Este es el altivo Montesco desterrado,
    el que mató al primo de mi amada, haciendo
    que ella, según dicen, muriese de la pena.
    Seguro que ha venido a profanar
    los cadáveres. Voy a detenerle.

    [Desenvaina.]

    ¡Cesa tu impía labor, vil Montesco!
    ¿Pretendes vengarte más allá de la muerte?
    ¡Maldito infame, date preso!
    Obedece y ven conmigo, pues has de morir.
    ROMEO
    Es verdad, y por eso he venido.
    Querido joven, no provoques a un desesperado;
    huye y déjame. Piensa en estos muertos
    y teme por tu vida. Te lo suplico,
    no añadas a mi cuenta otro pecado
    moviéndome a la furia. ¡Márchate!
    Por Dios, más te aprecio que a mí mismo,
    pues vengo armado contra mí mismo.
    No te quedes; vete. Vive y después di
    que el favor de un loco te dejó vivir.
    PARIS
    Rechazo tus súplicas y por malhechor te prendo.
    ROMEO
    ¿Así que me provocas? Pues toma, muchacho.

    Luchan. [Entra el PAJE de Paris.]

    PAJE
    ¡Dios del cielo, están luchando! Llamaré a la guardia.

    [Sale.]

    PARIS
    ¡Ah, me has matado! Si tienes compasión,
    abre la tumba y ponme al lado de Julieta.

    [Muere.]

  7. ROMEO
    Te juro que lo haré. A ver su cara.
    ¡El pariente de Mercucio, el Conde Paris!
    ¿Qué decía mi criado mientras cabalgábamos
    que mi alma agitada no escuchaba? Creo que dijo
    que Paris iba a casarse con Julieta.
    ¿Lo dijo? ¿O lo he soñado?
    ¿O me he vuelto loco oyéndole hablar de Julieta
    y creo que lo dijo? Ah, dame la mano:
    tú estás conmigo en el libro de la adversidad.
    Voy a enterrarte en regio sepulcro.
    ¿Sepulcro? No, salón de luz, joven muerto:
    aquí yace Julieta, y su belleza convierte
    el panteón en radiante cámara de audiencias.
    Muerte, yace ahí, enterrada por un muerto.

    [Coloca a PARIS en la tumba.]

    ¡Cuántas veces los hombres son felices
    al borde de la muerte! Quienes los vigilan
    lo llaman el último relámpago. ¿Puedo yo
    llamar a esto relámpago? Ah, mi amor, mi esposa,
    la Muerte, que robó la dulzura de tu aliento,
    no ha rendido tu belleza, no te ha conquistado.
    En tus labios y mejillas sigue roja
    tu enseña de belleza, y la Muerte
    aún no ha izado su pálida bandera.
    Tebaldo, ¿estás ahí, en tu sangrienta mortaja?
    ¿Qué mejor favor puedo yo hacerte
    que, con la misma mano que segó tu juventud,
    matar la del que ha sido tu enemigo?
    Perdóname, primo. ¡Ah, querida Julieta!
    ¿Cómo sigues tan hermosa? ¿He de creer
    que la incorpórea Muerte se ha enamorado
    y que la bestia horrenda y descarnada
    te guarda aquí, en las sombras, como amante?
    Pues lo temo, contigo he de quedarme
    para ya nunca salir de este palacio
    de lóbrega noche. Aquí, aquí me quedaré
    con los gusanos, tus criados.
    Ah, aquí me entregaré a la eternidad
    y me sacudiré de esta carne fatigada
    el yugo de estrellas adversas. ¡Ojos, mirad
    por última vez! ¡Brazos, dad vuestro último abrazo!
    Y labios, puertas del aliento, ¡sellad con un beso
    un trato perpetuo con la ávida Muerte!
    Ven, amargo conductor; ven, áspero guía.
    Temerario piloto, ¡lanza tu zarandeado
    navío contra la roca implacable!
    Brindo por mi amor.

    [Bebe.]

    ¡Ah, leal boticario, tus drogas son rápidas!
    Con un beso muero.

    Cae.
    Entra FRAY LORENZO con linterna, pa¬lanca y azada.

    FRAY LORENZO
    ¡San Francisco me asista! ¿En cuántas tumbas
    habré tropezado esta noche? ¿Quién va?
    BALTASAR
    Un amigo, alguien que os conoce.
    FRAY LORENZO
    Dios te bendiga. Dime, buen amigo,
    ¿de quién es esa antorcha que en vano da luz
    a calaveras y gusanos? Parece que arde
    en el panteón de los Capuletos.

    BALTASAR
    Así es, venerable señor, y allí está mi amo,
    a quien bien queréis.
    FRAY LORENZO
    ¿Quién es?
    BALTASAR
    Romeo.
    FRAY LORENZO
    ¿Cuánto lleva ahí?
    BALTASAR
    Media hora larga.
    FRAY LORENZO
    Ven al panteón.
    BALTASAR
    Señor, no me atrevo.
    Mi amo cree que ya me he ido
    y me amenazó terriblemente con matarme
    si me quedaba a observar sus intenciones.
    FRAY LORENZO
    Entonces quédate; iré solo. Tengo miedo.
    Ah, temo que haya ocurrido una desgracia.
    BALTASAR
    Mientras dormía al pie del tejo,
    soñé que mi amo luchaba con un hombre
    y que le mataba.

    [Sale.]

    FRAY LORENZO
    ¡Romeo!

    Se agacha y mira la sangre y las armas.

    ¡Ay de mí! ¿De quién es la sangre que mancha
    las piedras de la entrada del sepulcro?
    ¿Qué hacen estas armas sangrientas y sin dueño
    junto a este sitio de paz?
    ¡Romeo! ¡Qué pálido! ¿Quién más? ¡Cómo! ¿Paris?
    ¿Y empapado de sangre? ¡Ah, qué hora fatal
    ha causado esta triste desgracia!

    [Se despierta JULIETA.]

    La dama se mueve.

    JULIETA
    Ah, padre consolador, ¿dónde está mi esposo?
    Recuerdo muy bien dónde debo hallarme,
    y aquí estoy. ¿Dónde está Romeo?
    FRAY LORENZO
    Oigo ruido, Julieta. Sal de ese nido
    de muerte, infección y sueño forzado.
    Un poder superior a nosotros
    ha impedido nuestro intento. Vamos, sal.
    Tu esposo yace muerto en tu regazo .,
    y también ha muerto Paris. Ven, te confiaré
    a una comunidad de religiosas.
    Ahora no hablemos: viene la guardia.
    Vamos, Julieta; no me atrevo a seguir aquí.

    Sale.

    JULIETA
    Marchaos, pues yo no pienso irme.
    ¿Qué es esto? ¿Un frasco en la mano de mi amado?
    El veneno ha sido su fin prematuro.
    ¡Ah, egoísta! ¿Te lo bebes todo sin dejarme
    una gota que me ayude a seguirte?
    Te besaré: tal vez quede en tus labios
    algo de veneno, para que pueda morir
    con ese tónico. Tus labios están calientes.
    GUARDIA [dentro]
    ¿Por dónde, muchacho? Guíame.
    JULIETA
    ¿Qué? ¿Ruido? Seré rápida. Puñal afortunado,
    voy a envainarte. Oxídate en mí y deja que muera.

    Se apuñala y cae. Entra el PAJE [de Paris] y la guardia.

    PAJE
    Este es el lugar, ahí donde arde la antorcha.
    GUARDIA 1.°
    Hay sangre en el suelo; buscad por el cementerio.
    Id algunos; prended a quien halléis.

    [Salen algunos GUARDIAS.]

    ¡Ah, cuadro de dolor! Han matado al conde
    y sangra Julieta, aún caliente y recién muerta,
    cuando llevaba dos días enterrada.
    ¡Decídselo al Príncipe, avisad a los Capuletos,
    despertad a los Montescos! Los demás, ¡buscad!

    [Salen otros GUARDIAS.]

    Bien vemos la escena de tales estragos,
    pero los motivos de esta desventura,
    si no nos los dicen, no los vislumbramos.

    Entran GUARDIAS con [BALTASAR] el criado de Romeo.

    GUARDIA 2.°
    Esté es el criado de Romeo; estaba en el cementerio.
    GUARDIA 1.°
    Vigiladle hasta que venga el Príncipe.

    Entra un GUARDIA con FRAY LORENZO.

    GUARDIA 3.°
    Aquí hay un fraile que tiembla, llora y suspira.
    Le quitamos esta azada y esta pala
    cuando salía por este lado del cementerio.
    GUARDIA 1.°
    Muy sospechoso. Vigiladle también.

    Entra el PRINCIPE con otros.

    PRINCIPE
    ¿Qué desgracia ha ocurrido tan temprano
    que turba mi reposo?

    Entran CAPULETO y la SEÑORA CAPU¬LETO.

    CAPULETO
    ¿Qué ha sucedido que todos andan gritando?
    SEÑORA CAPULETO
    En las calles unos gritan «¡Romeo!»;
    otros, «¡Julieta!»; otros, «¡Paris!»; y todos
    vienen corriendo hacia el panteón.
    PRINCIPE
    ¿Qué es lo que tanto os espanta?
    GUARDIA 1.°
    Alteza, ahí yace asesinado el Conde Paris;
    Romeo, muerto; y Julieta, antes muerta,
    acaba de morir otra vez.
    PRINCIPE
    ¡Buscad y averiguad cómo ha ocurrido este crimen!
    GUARDIA 1.°
    Aquí están un fraile y el criado de Romeo,
    con instrumentos para abrir
    las tumbas de estos muertos.
    CAPULETO
    ¡Santo cielo! Esposa, mira cómo se desangra
    nuestra hija. El puñal se equivocó.
    Debiera estar en la espalda del Montesco
    y se ha envainado en el pecho de mi hija.
    SEÑORA CAPULETO
    ¡Ay de mí! Esta escena de muerte es la señal
    que me avisa del sepulcro.

    Entra MONTESCO.

    PRINCIPE
    Venid, Montesco: pronto os habéis levantado
    para ver a vuestro hijo tan pronto caído.
    MONTESCO
    Ah, Alteza, mi esposa murió anoche:
    el destierro de mi hijo la mató de pena.
    ¿Qué otro dolor amenaza mi vejez?
    PRINCIPE
    Mirad y veréis.
    MONTESCO
    ¡Qué desatención! ¿Quién te habrá enseñado
    a ir a la tumba delante de tu padre?
    PRINCIPE
    Cerrad la boca del lamento
    hasta que podamos aclarar todas las dudas
    y sepamos su origen, su fuente y su curso.
    Entonces seré yo el guía de vuestras penas
    y os acompañaré, si cabe, hasta la muerte.
    Mientras, dominaos; que la desgracia
    ceda a la paciencia. Traed a los sospechosos.
    FRAY LORENZO
    Yo soy el que más; el menos capaz
    y el más sospechoso (pues la hora y el sitio
    me acusan) de este horrendo crimen.
    Y aquí estoy para inculparme y exculparme,
    condenado y absuelto por mí mismo.
    PRINCIPE
    Entonces decid ya lo que sabéis.
    FRAY LORENZO
    Seré breve, pues la vida que me queda
    no es muy larga para la premiosidad.
    Romeo, ahí muerto, era esposo de Julieta
    y ella, ahí muerta, fiel esposa de Romeo:
    yo los casé. El día del secreto matrimonio
    fue el postrer día de Tebaldo, cuya muerte
    intempestiva desterró al recién casado.
    Por él, no por Tebaldo, lloraba Julieta.
    Vos, por apagar ese acceso de dolor,
    queríais casarla con el Conde Paris
    a la fuerza. Entonces vino a verme
    y, desquiciada, me pidió algún remedio
    que la librase del segundo matrimonio,
    pues, si no, se mataría en mi celda.
    Yo, entonces, instruido por mi ciencia,
    le entregué un narcótico, que produjo
    el efecto deseado, pues le dio el aspecto
    de una muerta. Mientras, a Romeo le pedí
    por carta que viniera esta noche y me ayudase
    a sacarla de su tumba temporal,
    por ser la hora en que el efecto cesaría.
    Mas Fray Juan, el portador de la carta,
    se retrasó por accidente y hasta anoche
    no me la devolvió. Entonces, yo solo,
    a la hora en que Julieta debía despertar,
    vine a sacarla de este panteón,
    pensando en tenerla escondida en mi celda
    hasta poder dar aviso a Romeo.
    Pero al llegar, unos minutos antes
    de que ella despertara, vi que yacían muertos
    el noble Paris y el fiel Romeo.
    Cuando despertó, le pedí que saliera
    y aceptase la divina voluntad,
    pero entonces un ruido me hizo huir
    y ella, en su desesperación, no quiso
    venir y, por lo visto, se dio muerte.
    Esto es lo que sé; el ama es conocedora
    de este matrimonio. Si algún daño se ha inferido
    por mi culpa, que mi vida sea sacrificada,
    aunque sea poco antes de su hora,
    con todo el rigor de nuestra ley.
    PRINCIPE
    Siempre os he tenido por hombre venerable.
    ¿Y el criado de Romeo? ¿Qué dice a esto?
    BALTASAR
    A mi amo hice saber la muerte de Julieta,
    y desde Mantua él vino a toda prisa
    a este lugar, a este panteón. Me dijo
    que entregase esta carta a su padre sin demora
    y, al entrar en la tumba, me amenazó de muerte
    si no me iba y le dejaba solo.
    PRINCIPE
    Dame la carta; la leeré. ¿Dónde está
    el paje del conde que avisó a la guardia?
    Dime, ¿qué hacía tu amo en este sitio?
    PAJE
    Quería cubrir de flores la tumba de su amada.
    Me pidió que me alejase; así lo hice.
    Al punto llegó alguien con antorcha
    dispuesto a abrir la tumba. Mi amo le atacó
    y yo corrí a llamar a la guardia.
    PRINCIPE
    La carta confirma las palabras del fraile,
    el curso de este amor, la noticia de la muerte;
    y aquí dice que compró a un humilde
    boticario un veneno con el cual
    vino a morir y yacer con Julieta.
    ¿Dónde están los enemigos, Capuleto y Montesco?
    Ved el castigo a vuestro odio: el cielo halla
    medios de matar vuestra dicha con el amor,
    y yo, cerrando los ojos a vuestras discordias,
    pierdo dos parientes. Todos estamos castigados.
    CAPULETO
    Hermano Montesco, dame la mano:
    sea tu aportación a este matrimonio,
    que no puedo pedir más.
    MONTESCO
    Pero yo sí puedo darte más:
    haré a Julieta una estatua de oro
    y, mientras Verona lleve su nombre,
    no habrá efigie que tan gran estima vea
    como la de la constante y fiel Julieta.
    CAPULETO
    Tan regio yacerá Romeo a su lado.
    ¡Pobres víctimas de padres enfrentados!
    PRINCIPE
    Una paz sombría nos trae la mañana:
    no muestra su rostro el sol dolorido.
    Salid y hablaremos de nuestras desgracias.
    Perdón verán unos; otros, el castigo,
    pues nunca hubo historia de más desconsuelo
    que la que vivieron Julieta y Romeo.

    Salen todos.

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