Respaldo de material de tanatología

UNA MUERTE DIGNA

UNA MUERTE DIGNA
El derecho a morir con dignidad parece ir adquiriendo cada vez
más su estatuto en nuestra sensibilidad contemporánea. A pesar de
verse aún repetidamente conculcado, son cada vez más quienes lo
afirman como aspecto insoslayable de todo ser humano. Sin
embargo, conviene profundizar en su exacta significación y hacerlo
desde una reflexión filosófica que tenga en cuenta las aportaciones
de la ciencia.
Aunque los avances científicos hayan conseguido alargar
notablemente las esperanzas de vida del promedio de la población,
ello no obstante, es un hecho aún evidente que todo ser existente es
mortal. Podríamos decir que sólo aquellos que no existen, los
personajes de ficción, no mueren. Tal constatación, por otra parte
evidente, de nuestra finitud radical, no debe ser menospreciada ni
olvidada si queremos tener firmemente las riendas de nuestra vida.
Además, el gozo de vivir tiene su correlato en el gozo de morir. El ser
humano no sería coherente si dijera que se alegra de vivir y no se
alegrase igualmente de morir, porque precisamente cifra su gozo en
una existencia que es mortal.
La muerte, además, constituye la prueba más fehaciente de que un
día no éramos, que empezamos a ser y que estamos siendo. Si una
minucia pudo dar al traste nuestro engendramiento, también una
minucia puede poner fin a nuestros días.
Ciertamente esta aceptación no es fácil. Incluso si uno puede llegar a
aceptar con gozo el hecho de ser mortal (porque o es así o no es), lo
que más puede costarle es aceptar la muerte de sus seres queridos
aunque esa aceptación fluya coherentemente de la primera.
A la luz de tales postulados, el derecho a morir con dignidad no se
restringe a evitar sufrimientos innecesarios o a mantener la calidad
de vida del enfermo terminal. Podríamos decir que incluso va más
allá de la dignidad que comporta morir en brazos de los seres que
uno ama, en la propia casa y no en la soledad de un hospital. Todo
ello son condiciones apetecibles que favorecen el ejercicio de este
derecho, pero no pueden hacernos olvidar una dimensión más honda
y radical: la dignidad de morir comporta la dignidad con que uno
asuma la propia muerte. Es un proceso pedagógico en el que se da
una interiorización gradual de dicha finitud, para asumirla sin acritud
ni desespero.

Recuerdo una obra ya antigua de Ricardo Ruiz Carnero que llevaba
por título “Cómo murieron los  personajes célebres”. Era una
panorámica ilustrativa de los últimos reyes y políticos, y de literatos
de todos los tiempos. A mi juicio, había en aquella obra una intuición
notable. No se trataba tan sólo  de presentar la muerte de los
famosos, sino de reflejar la actitud con que la afrontaban.
Del mismo modo que distinguimos entre una libertad externa y una
libertad interna, podemos también distinguir entre una dignidad
exterior y otra interior.
Quien muera en la trinchera  o en accidente de tráfico no podrá
ejercer el derecho a morir externamente con dignidad. ¡Ojalá también
los accidentados, al morir, puedan hacerlo con la dignidad interior de
saberse seres finitos!
Jaime Aymar Ragolta
Historiador.
Abril 1991