Respaldo de material de tanatología

Cambios. Testimonio de una madre en duelo

Cambios. Testimonio de una madre en duelo
Por Gisela Luján

La vida consiste en situaciones que se presentan una tras otra y que nos mantienen en una constante toma de decisiones. Estas situaciones, son figuras que exigen nuestra atención y energía hasta ser resueltas, para pasar luego a formar parte del bagaje de nuestras experiencias, dándole forma y consistencia a la persona que somos.

Necesitamos tomar desde las decisiones más triviales hasta las más trascendentales, aquéllas que muchas veces implican cambios profundos, que nos transforman y nos llevan a buscar un nuevo sentido a nuestras vidas. La muerte de un hijo implica cambios, toma de decisiones, abandonar modelos y patrones de conducta que hemos acumulado, quizás neuróticamente, y aprender a vivir de nuevo, asimilando la nueva realidad, asumiendo nuevos roles, reajustándonos y acomodándonos – proceso que puede durar largos años – hasta lograr reconstruirnos y reconectarnos de nuevo con la vida.

No sabemos cómo vamos a cambiar ante las situaciones traumáticas que se presentan a lo largo de nuestras vidas, incluyendo la muerte de un hijo, que nos arroja violentamente a un caos existencial. Sin lugar a dudas, no estamos preparados para afrontar la muerte de un ser querido y aunque racionalmente estemos concientes de que no somos eternos y de que en algún momento moriremos, la muerte de un hijo escapa a lo que pensamos es la secuencia natural del ciclo de vida y muerte.

Un nuevo aniversario de la muerte de mi hija me golpea sin piedad y no puedo escapar de su impacto, pero me brinda la oportunidad para detenerme en este camino del duelo y reflexionar sobre mi travesía en estos largos años. Estoy consciente de los cambios que se han operado en mí, tal vez imperceptibles para la mayoría de las personas que me conocen y que me han transformado en una persona diferente – no sé si mejor o peor – a la que era antes de la muerte de mi hija. Tengo la sensación de estar viviendo dos vidas en paralelo, donde las nuevas experiencias y logros de una no son suficientes para compensar lo que perdí en la otra. Sin embargo, reconozco que a pesar de la experiencia traumática que he vivido, hay cosas que han quedado inalteradas y que forman parte de mis dos vidas.

La muerte de Mariana me ha puesto en contacto de una manera mucho más profunda con mi vulnerabilidad física, con la realidad y el temor a mi propia muerte y esta certeza que me acompaña permanentemente, es con frecuencia fuente de serenidad y de una paz interior que nunca antes había sentido. Me he convertido en una persona que vive mucho más hacia su propia interioridad que hacia afuera y definitivamente, he perdido mi capacidad de asombro – si mi hija murió, cualquier cosa puede pasar – Esta revelación me permite comprender y ver la realidad tal como es y no distorsionada a través de un cristal, como yo quisiera que fuese.

Antes, solía comenzar mi día con entusiasmo y me sobraba energía para mi familia y todas las actividades que realizaba, disfrutando intensamente de todo lo que la vida me ofrecía. Ahora, mi nivel de energía es más bajo y muchos días debo hacer un esfuerzo por encontrar entusiasmo. He vuelto a sentir los colores, sonidos y olores de la vida, pero no con la misma intensidad.

Las divagaciones filosóficas y preguntas que por muchos años han ocupado mis pensamientos aún siguen sin respuestas y continúo sin saber si la muerte de Mariana fue un evento que ocurrió porque había llegado su momento, porque estaba escrito, era su destino, su karma o tal vez por un error del universo. Sigo pensando que si algunas cosas hubieran sucedido de otra manera, Mariana aún se encontraría con nosotros. En estos años no he conseguido desarrollar la fe de otras personas que se resignan y aceptan los designios de un Dios en cuyas manos están nuestra vida y nuestra muerte. La idea de que Mariana está ?en un lugar mejor? como me dicen muchas personas, no me brinda consuelo. Yo la quiero aquí conmigo, tejiendo juntas nuestra historia que quedó inconclusa.

Me he vuelto más tolerante con las otras personas y mis expectativas han disminuido. Una vez leí algo que me gustó mucho: ?la verdadera libertad proviene de aprender a vivir sin expectativas.? Tener pocas expectativas hacia los demás me ha enseñado a aceptarlos tal como son, a no esperar más de lo que me pueden dar y a tener siempre presente su transitoriedad. Las personas llegan y se van de nuestras vidas como la ola llega a la orilla de la playa y luego se retira. No nos queda sino atrapar el instante de ese contacto y dejarlo ir cuando es el momento, sin tratar de alargarlo. Ya no peleo por cosas que antes me parecían trascendentales. Cuando se ha perdido lo más valioso en la vida, ¿qué otra cosa puede ser tan importante que valga la pena pelear por ella? He aprendido a administrar mi energía con mucha más sabiduría, a proteger mi fragilidad emocional y a acercarme y retirarme de las personas respetando mis límites y necesidades. Me ha tomado mucho tiempo ubicarme de nuevo en un mundo donde a menudo me siento extraña, pero he luchado ferozmente por conseguir un espacio en el nuevo mundo que he construido en estos años.

Sé que la muerte de mi hija no tiene resolución porque he perdido una parte mía que es irrecuperable, pero también es cierto que la vida continúa y no me queda sino seguir armando el rompecabezas de mi vida sin Mariana, con los pedazos que quedaron, y continuar deambulando por este valle de sombras donde ya nada volverá a ser igual. Estoy atenta a las señales, que en mi proceso de duelo, me indican el camino a seguir en mi reconstrucción y búsqueda de un nuevo sentido a mi vida. A pesar de todo lo que he perdido, he decidido arriesgarme a seguir viviendo.

Gisela Luján