Respaldo de material de tanatología

El derecho a vivir y morir sin dolor

El derecho a vivir y morir sin dolor Los profesionales de cuidados paliativos defienden que su actividad va más allá de la sedación del paciente

C. CANALS. PALMA. En ocasiones, la enfermedad no admite cura, porque es mortal, como ocurre cada año con las 1.400 personas que caen víctimas del cáncer en Balears; o porque es crónico y conduce a la pérdida progresiva de autonomía, como sucede con las demencias. Llega entonces del turno de los llamados cuidados paliativos.
Estos han quedado reducidas a arma política entre los socialistas y los conservadores de Madrid por el llamado ´caso Leganés´, en que varias de estas actuaciones fueron señaladas como causa de óbito, aunque la instancia judicial ha descartado mala praxis.
La ayuda profesional puede plasmarse mediante sedación, en una disminución del dolor y la angustia. Esta acción puede ser terminal; en este caso implica una pérdida profunda de la conciencia, que puede ser irreversible .
La práctica, sin embargo, sólo acostumbra a darse en la última fase de la agonía, y en apenas uno de cada cuatro o cinco casos. Además, únicamente se administra sedación bajo consentimiento previo del paciente o de sus familiares. De ninguna manera debe ser confundida con la eutanasia.
“Ayudamos a la gente en el sufrimiento de su proceso desde que la enfermedad deja de ser curable”, define Enric Benito, jefe de la unidad de cuidados paliativos del hospital Joan March; y “en ningún caso estos cuidados se reducen a la sedación”.
“El respeto a la autonomía del enfermo es imprescindible”, defiende el doctor Benito, quien observa, sin embargo, que el campo en el que trabaja “sale del paradigma habitual de la medicina”, donde prima el conocimiento clínico.
Para Benito, el estudio sobre el ´caso Leganés´ muestra claramente que en aquel hospital “no había infraestructura suficiente para tratar a los pacientes, como sí tenemos en Mallorca”; en consecuencia, los médicos de curas paliativas en el área de urgencias “hacían aquello que podían hacer”.
“Nosotros tenemos mucha mayor capacidad de respuesta”, presume el jefe de esta área en el Joan March. Además de esta sección, la sanidad balear cuenta con una segunda unidad fija en el Hospital General de Palma, a cargo de Joan Santamaría, más un equipo de atención domiciliaria dirigido por Marta Vergara.
Las curas en la casa del paciente son una opción que puede solicitar el mismo enfermo o un profesional sanitario, y presentan características específicas marcadas. La más importante para los pacientes es que los cuidados se prestan “en su mundo”.
“Es su terreno”, dice Vergara; “es uno que se ha de integrarse en él, no al revés, como ocurre en el hospital”. Esto se demuestra en algo tan claro como que el paciente “puede abrir las puertas de su casa al médico… o no”.
En Europa las primeras unidades de cuidados paliativos nacieron hace casi cuatro décadas; pero no se implantaron en territorio español hasta los ochenta. Hace quince años se abrió la primera unidad en Balears.
Los oncólogos y los médicos de familia que se integran estas unidades son propensos a sufrir depresión o a somatizarla, aunque Benito rechaza que su trabajo sea “desagradable”. Al contrario, “proporciona grandes satisfacciones”, como demuestra el hecho que las unidades de Mallorca cuenten con un grupo de 38 voluntarios, recogidos desde el año pasado en la asociación Dime. Estos acompañan a los enfermos en el hospital, pues “las verdades salen a la luz en las habitaciones de cuidados paliativos”, asegura Benito. “La gente no se preocupa de tener coches o cosas semejantes; aquí las cuestiones son ´te quieren o no te quieren´, ´estás solo o o estás solo´.”
Sin embargo resulta poco sorprendente saber que la principal queja en estas salas corresponde a la proverbial insipidez de la comida hospitalaria.
El trabajo es “gratificante”; pero exige una “formación específica para la gestión de las emociones”.
Algunos médicos y enfermeros practican el yoga o la meditación; otros optan por actividades como el punto. Pero todos saben de algún compañero que no ha podido resistir la presión.