Respaldo de material de tanatología

Goethe W. Johan- Fausto

GOETHE, WOLFGANG, JOHAN

FAUSTO

DEDICATORIA

Os aproximáis de nuevo, formas temblorosas que os mostrasteis hace ya mucho tiempo a mi turbada vista. Mas, ¿intento apresaros ahora?, ¿se siente mi corazón aún capaz de semejante locura? Os agolpáis, luego podéis reinar al igual que, saliendo del vaho y la niebla, os vais elevando a mi alrededor. Mi pecho se estremece ju¬venilmente al hálito mágico de vuestra procesión.
Me traéis imágenes de días felices, y algunas sombras queridas se alzan. Como a una vieja leyenda casi olvidada, os acompañan el primer amor y la amistad; el dolor se renueva; la queja vuelve a emprender el errático y laberíntico camino de la vida y pronuncia el nombre de aquellas nobles personas que, engañadas por la espe¬ranza de días de felicidad, han desaparecido antes que yo.
Las almas a las que canté por primera vez ya no escucharán es¬tos cantos. Se disolvió aquel amigable grupo y se extinguió el eco primero. Mi canción se entona para una multitud de extraños cuyo aplauso me provoca temor, y todo aquello que se regocijaba con mi canto, si aún vive, vaga disperso por el mundo.
Me sumo en una nostalgia, que no sentía hace mucho tiempo, de aquel reino de espíritus, sereno y grave. Mi canto susurrante flota como arpa de Eolo; un escalofrío se apodera de mí. Las lágrimas van cayendo una tras otra. El recio corazón se enternece y ablanda. Lo que poseo lo veo en la lejanía y lo que desapareció se convierte para mí en realidad.

PRELUDIO EN EL TEATRO

DIRECTOR
Vosotros dos, que tantas veces nos apoyasteis en la necedad y la aflicción, decidme qué acogida esperáis para nuestra empresa en estas tierras alemanas. Yo, sobre todo, querría agradar sobremanera al estado llano, porque vive y deja vivir. Ya están colocados los postes, ya se montó el tablado y todos se las prometen felices. Se han sentado allí confiados, con los ojos bien abiertos y deseando que asombren. Aunque sé cómo dar sosiego al espíritu del pueblo, nunca me he sentido tan desconcertado: no están acostumbrados a lo bueno, pero han leído mucho. ¿Cómo conseguiremos que, siendo todo fresco, nuevo y relevar resulte a la vez agradable? Y es que, la verdad, me gusta ver al pueblo llano acercarse en torrente a nuestra carpa y agolparse con insistente afán para pasar por la estrecha puerta de la Gracia, verlo a pleno sol, antes de las cuatro, llegar a empellones hasta la taquilla y casi romperse el cuello por su entrada, como se lo rompen por el pan en tiempos de escasez. Propiciar este milagro en gente tan diversa es algo que sólo logra el poeta, ¡consíguelo hoy, amigo!
POETA
No me hables de esa abigarrada multitud cuyo aspecto panta al espíritu. Presérvame del ondulante flujo que, a nuestro pesar, nos empuja hacia el torbellino. No; llévame a ese sereno rincón del cielo donde sólo para el poeta flo¬rece la auténtica alegría, donde, con mano divina, el amor y la amistad procuran y dispensan bendiciones a nuestro corazón. Lo que de nuestro pecho brotó, lo que los labios empezaron a balbucir, malogrado o tal vez conseguido, queda envuelto por la salvaje violencia del instante. Lo que brilla nació para el instante; lo auténtico permanece imperecedero en la posteridad.
PERSONAJE CÓMICO
Cómo me gustaría dejar de oír hablar de posteridad. Si me pongo a hablar de ella, ¿quién hará reír a nuestra época? Esta quiere y debe disfrutar. Nunca es poco la presencia de un muchacho divertido; el que sabe expresarse con gra¬cia no amargará el humor del pueblo; deseará estar ante un público amplio para conmoverlo con más seguridad. Por eso, pórtate bien y sé ejemplar; haz oír a la fantasía con todos sus coros, a la razón, al entendimiento, a la sen¬sibilidad, a la pasión; pero, eso sí, cuídate de la locura.
DIRECTOR
Pero, sobre todo, ¡que haya acción! Se viene a ver; lo que gusta es mirar. Si ante los ojos ofreces una trama con mu¬chos sucesos, de manera que la gente se quede boquia¬bierta, te habrás ganado a la masa y serás un hombre bie¬namado. La masa sólo puede ser movida por la masa y así cada cual se procurará lo suyo. El que mucho reparte, da un poco a cada uno, y así todos salen contentos de la sala. Si les das una pieza, dásela en piezas, con ese ragú te sonreirá la fortuna: lo representado con sencillez es igual de fácil de imaginar. De nada sirve que lo ofrezcas todo entero, pues el público lo desmenuzará.
POETA
No comprendéis lo innoble que es ese oficio, lo poco se adecua al auténtico artista. Veo que las chapuza esos esmerados señores se han convertido en tu máxima.
DIRECTOR
Semejante reproche me deja indiferente. Aquel que qu obrar correctamente, debe servirse de la herramienta a piada. Piensa que has de partir madera blanda y mira a aquellos para quienes tienes que escribir. Uno viene aburrimiento; el otro llega ahíto de su mesa y, lo que es peor, algunos lo hacen después de haber leído el periódico. Acuden distraídos, como a un baile de máscaras; las damas, para lucirse, se esmeran en su arreglo y represe desinteresadamente su comedia. ¿Qué imaginabas desde tus alturas poéticas? ¿Qué hay de malo en una sala llena? Observa de cerca a esos mecenas: la mitad son frío; la otra, rudos. Uno, después de la función, espera jugar a las cartas; otro pasar una noche de amor al abrigo de los pechos de una fulana. ¿A qué viene, pobre loco, molestar a las amables musas para tal fin? Te lo digo: dales más y más, y mucho más, y así nunca te apartarás del objetivo. Intenta sólo embrollar a los hombres; satisfacerlos es muy difícil… ¿Qué prefieres, el entusiasmo o el dolor?
POETA
Anda y búscate otro esclavo ¿Debe el poeta desaprovechar frívolamente el supremo derecho que la naturales dona? ¿Con qué conmueve él a todos los corazones? ¿Con qué logra vencer todo elemento? ¿No es acaso la armonía la que, saliendo del pecho, anuda el mundo al corazón? Cuando la naturaleza, tejiendo serena, somete en el huzo la longitud infinita del hilo; cuando, provocándonos fastidio, la inarmónica multitud de todos los seres, por entreverarse unos con otros, resuena desordenada, ¿quién, dole vida, divide en intervalos esa serie monótona para que tenga ritmo?, ¿quién atrae lo aislado hacia esa consagración universal en la que tañen magníficos acordes? ¿quién hace que se desencadenen con furor las tormentas y que brille con gravedad el crepúsculo?, ¿quién esparce todas las bellas flores de la primavera por la senda que pisa la amada?, ¿quién trenza insignificantes hojas dándoles la forma de una corona merecedora de todo mérito? La fuerza del hombre puesta de manifiesto en el poeta.
PERSONAJE CÓMICO
Pues usa, entonces, esas fuerzas formidables y emprende tu labor creadora como se emprende una aventura amo¬rosa: uno se aproxima por casualidad, siente y se queda. Poco a poco se ve atrapado y crece la dicha, pero pronto se pelea. Aunque se esté encantado, el dolor viene y, antes de que se repare, se ha acabado la novela ¡Ofrécenos una función de este tipo! Echa mano de la vida en su totali¬dad. Todos la viven, pero no muchos la conocen; cuando les asombre, les parecerá interesante. Poca claridad con mucho color, mucho yerro y una sombra de verdad, así fermenta la mejor bebida, que a todo el mundo refresca y reconstituye. Entonces se reunirá la flor de la juventud ante tu escena y escuchará atentamente tu mensaje, y toda alma sensible absorberá en tu obra el sustento de su me¬lancolía. Ora este, ora el otro se emociona; cada cual ve lo que lleva en el corazón. Ya están dispuestos tanto a reír como a llorar. Todavía alaban el ímpetu; disfrutan con la apariencia. No hay nada que conmueva al ya maduro, pero el que se está haciendo, siempre lo agradecerá.
POETA
Devuélveme entonces ese tiempo en el que yo estaba aún en formación, cuando nacía siempre un manantial de can¬tos que salían en tumulto; cuando la niebla me velaba el mundo y los brotes prometían milagros; cuando cortaba las mil flores que llenaban todos los valles de riqueza. No tenía nada y, sin embargo, nada me faltaba: el anhelo de verdad y el placer por la alucinación. Devuélveme el em¬puje desatado, la profunda y dolorosa alegría, la fuerza del odio y el poder del amor, ¡devuélveme mi juventud!
PERSONAJE CÓMICO
Amigo, sólo necesitarías la juventud si los enemigos te acosaran en los combates; si adorables muchachas se col¬garan con fuerza de tu cuello; si a la cabeza de una carrera de velocidad, te llamara a lo lejos la difícil meta; si, después del torbellino de la danza, pasaras la noche bebiendo. Pero hoy, viejo señor, sólo tienes que interpretar con ánimo y gracia el conocido tañido de la lira y, vacilando en dulce errar, avanzar hacia la meta que tú mismo te ha impuesto; pero no por eso te admiramos menos. No es que, como se dice, la vejez nos haga niños, sino que no alcanza siendo aún auténticos niños.
DIRECTOR
Ya habéis intercambiado suficientes palabras; hacedme ver también los hechos de una vez. Mientras os piropeáis se podría hacer algo de provecho. ¿Para qué hablar tanto de la inspiración? Esta no se le presenta nunca al que vacila. Puesto que te las das de poeta, ponte al mando de la poesía. Ya sabes lo que necesitamos: queremos bebida fuertes, ponlas a fermentar inmediatamente. Lo que hoy no ocurra, no estará hecho mañana y no hay que dejar pasar ni un solo día. Cuando se toma la decisión de crear, tiene que hacerse valientemente y, en lo posible, de inmediato; si no se la deja escapar, esta seguirá haciendo efecto, porque así ha de ser.
Sabéis que en nuestros escenarios alemanes cada cual pone a prueba lo que desea. Por eso, en este día, no escatiméis en decorados ni artilugios. Usad las luces del cielo la grande y la pequeña; podéis derrochar las estrella; que no falte ni agua, ni fuego, ni paredes de roca, ni animales, ni plantas. Que entre en la estrechez del escenario todo el círculo de la Creación y vaya, con moderada rapidez, pasando por el mundo, del Cielo al Infierno.

PRÓLOGO EN EL CIELO

(EL SEÑOR. Las Huestes celestiales. Después MEFISTÓFELE: Se acercan los tres Arcángeles.)

RAFAEL
El Sol templa, a la antigua usanza, el duelo de canto de las esferas hermanadas y culmina con un rayo su prescrito viaje. Su luz da fuerza a los ángeles, aunque ninguno puede dar razón de él. Las nobles y sublimes obras está tan espléndidas como el primer día.
GABRIEL
Y, con una velocidad inconcebible, la hermosa Tierra gira rápida sobre su eje e intercambia el esplendor paradisíaco con la noche profunda y estremecedora. Grandes oleadas de mar rompen en espuma al estrellarse en la honda base de las rocas, y estas y el mar son arrastrados por el rápido y eterno curso de la esfera.
MIGUEL
Las tempestades rugen con el desafío del mar y la tierra, de la tierra y la mar, a su alrededor e, iracundas, van tres zando una cadena del más poderoso influjo. Allí, una desolación ardiente hace brillar la senda que precede trueno; pero tus mensajeros, Señor, admiran el apacible caminar de tu día.
LOS TRES A LA VEZ
Esta visión da fuerzas a los ángeles, porque nadie puede dar razón de Ti y todas tus nobles obras están espléndidas como el primer día.
MEFISTÓFELES
Señor, ya que te acercas otra vez a preguntar cómo nos va todo por aquí, y ya que te agradó mirarme en otros tiem¬pos, estoy de nuevo entre tu servidumbre. Perdona que no pueda hablarte con palabras elevadas, aunque de mí se mofe toda esta reunión; mi patetismo te haría reír, si no te hubieras acostumbrado a dejar de hacerlo. No sé nada sobre el sol y los mundos, sólo veo cómo se atormenta el hombre. El pequeño dios del mundo sigue igual que siem¬pre, tan extraño como el primer día. Viviría un poco me¬jor si no le hubieras dado el reflejo de la luz celestial, a la que él llama razón y que usa sólo para ser más brutal que todos los animales. Lo comparo, con licencia de Vuestra Gracia, con esas cigarras zancudas que vuelan continua¬mente, dando saltos, y, una vez que están sobre la hierba, cantan su vieja canción. ¡Si al menos permaneciera en la hierba!, pero no, tiene que meter las narices donde no le importa.
EL SEÑOR
¿No tienes nada más que decir?, ¿sólo vienes aquí a acu¬sar? ¿Es que no hay sobre la tierra nada bueno?
MEFISTÓFELES
No, Señor; sinceramente me parece que allí todo va tan mal como siempre. Compadezco la vida de calamidades que llevan los hombres. Ni siquiera me apetece atormen¬tar a esos desdichados.
EL SEÑOR
¿Conoces a Fausto?
MEFISTÓFELES
¿El doctor?
EL SEÑOR
Mi servidor.
MEFISTÓFELES
Sí; y cierto es que os sirve de una manera muy peculiar. Ni la comida ni la bebida de ese insensato son terrenales. Su inquietud lo inclina hacia lo inalcanzable, pero percibe su locura sólo a medias. Le exige al Cielo las más hermosas estrellas y a la Tierra los goces más elevados y, sin embargo, nada cercano ni lejano sacia su pecho profundamente agitado.
EL SEÑOR
Aunque ahora me sirve en la confusión, pronto lo llevaré a la claridad. El jardinero sabe, cuando el arbolito echa renuevos, que le crecerán ramas y le saldrán frutas.
MEFISTÓFELES
¿Qué apostáis? Todavía habéis de perder si me permitís llevarlo a mi terreno.
EL SEÑOR
Mientras él viva sobre la tierra, no te será prohibido intentarlo. Siempre que tenga deseos y aspiraciones, el hombre puede equivocarse.
MEFISTÓFELES
Te lo agradezco, pues con los muertos nunca me he entendido muy bien. Prefiero unas mejillas frescas y gordezuelas. Con un cadáver no me encuentro nunca a gusto: me pasa lo que al gato con el ratón.
EL SEÑOR
Bien, lo dejo a tu disposición. Aparta a esa alma de su fuente originaria y, si puedes aferrarla por tu camino, llé¬vala abajo, junto a ti. Pero te avergonzará reconocer que un hombre bueno, incluso extraviado en la oscuridad, es consciente del buen camino.
MEFISTÓFELES
¡Muy bien!, no tardaremos mucho tiempo. No me da miedo la apuesta. Permíteme, si logro mi objetivo, sen¬tirme henchido por mi triunfo. Para mi regogijo, él tendrá que morder el polvo, como mi tía, la famosa serpiente.
EL SEÑOR
Podrás actuar con toda libertad. Nunca he odiado a tus se¬mejantes. De todos los espíritus que niegan, el pícaro es el que menos me desagrada. El hombre es demasiado pro¬penso a adormecerse; se entrega pronto a un descanso sin estorbos; por eso es bueno darle un compañero que lo es¬timule, lo active y desempeñe el papel de su demonio. Pero vosotros, auténticos hijos de Dios, disfrutad de la vi¬viente y rica belleza. Que lo cambiante, lo que siempre actúa y está vivo, os encierre en los suaves confines del amor, y fijad en ideas eternas lo que flota en oscilantes apariencias.

(El Cielo se cierra y los Arcángeles se dis¬persan.)

MEFISTÓFELES
De vez en cuando me gusta ver al Viejo y me guardo de indisponerme y romper con Él. Es muy generoso que un señor tan grande tenga la bondad de hablar incluso con el diablo.

LA TRAGEDIA

PRIMERA PARTE

DE NOCHE

(En una habitación gótica, estrecha y de altas bóvedas, FAUSTO está sentado en un sillón ante su pupitre.)

FAUSTO
Ay, he estudiado ya Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología, todo ello en profundidad extrema y con enconado esfuerzo. Y aquí me veo, pobre loco, sin saber más que al principio. Tengo los títulos de Licenciado y de Doctor y hará diez años que arrastro mis discípulos de arriba abajo, en dirección recta o curva, y veo que no sabemos nada. Esto consume mi corazón. Claro está que soy más sabio que todos esos necios doctores, licenciados, escribanos y frailes; no me atormentan ni los escrúpulos ni las dudas, ni temo al infierno ni al demonio. Pero me he visto privado de toda alegría; no creo saber nada con sentido ni me jacto de poder enseñar algo que mejore la vida de los hombres y cambie su rumbo. Tampoco tengo bienes ni dinero, ni honor, ni distinciones ante el mundo. Ni siquiera un perro querría seguir viviendo en estas circunstancias. Por eso me he entregado a la magia: para ver si por la fuerza y la palabra del espíritu me son revelados ciertos misterios; para no tener que decir con agrio sudor lo que no sé; para conseguir reconocerlo que el mundo contiene en su interior; para contemplar toda fuerza creativa y todo germen y no volver a crear confusión con las palabras.
Oh, reflejo de la luna llena, por la que tantas veces velé sentado ante este pupitre hasta que aparecías, melancólico amigo, sobre los libros y los papeles, si iluminaras por úl¬tima vez mi pena; ¡ay!, si pudiera andar por las cumbres de los montes bajo tu amada claridad; flotar en las grutas acompañado de espíritus; vagar en tu penumbra por los prados y, habiéndose disipado todas las brumas del saber, bañarme, robusto, en tu rocío. ¡Ah!, ¿pero seguiré preso en esta cárcel?, agujero maldito y húmedo, hecho en un muro a través del cual incluso la querida luz del cielo en¬tra turbia al pasar por las vidrieras. Encerrado detrás de un montón de libros roídos por los gusanos y cubiertos de polvo, que llegan hasta las altas bóvedas y están envuel¬tos en papel ahumado. Cercado por cofres y retortas, ahe¬rrojado por instrumentos y trastos de los antepasados. Este es tu mundo, ¡vaya un mundo!
¿Y aún te preguntas por qué tu corazón se para, teme¬roso, en el pecho? ¿Por qué un dolor inexplicable inhibe tus impulsos vitales? En lugar de la naturaleza viva, en medio de la que Dios puso al hombre, lo que te rodea son osamentas de animales y esqueletos humanos humeantes y mohosos.
¡Huye!, sal fuera, a la amplia llanura. ¿No te será sufi¬ciente compañía ese libro misterioso, autógrafo de Nos¬tradamus? Con su ayuda reconocerás el curso de las estrellas y, cuando la naturaleza te haya instruido, aumen¬tará en ti la fuerza del alma, como si un espíritu le hablara a otro. En vano tratarás de explicar los sagrados signos mediante la ayuda de la árida reflexión; ¡volad, oh espíri¬tus, junto a mí y decidme si me oís! (Abre el libro y serva el signo del Macrocosmosl.) ¡Ah!, qué deleite corre de súbito, al mirarlo, todos mis sentidos. Siento cómo la joven y santa felicidad vital me fluye por músculos y las venas con renovado ardor. ¿Fue acaso un Dios el que escribió estos signos que calman el furor de mi interior, llenan mi pobre corazón de gozo y, con un impulso secreto, me desvelan las fuerzas naturales? ¿Soy acaso, un dios? Todo se llena de claridad. En estos trazos puros se evidencia ante mi espíritu la activa naturaleza. Ahora sí que entiendo lo que dice el sabio: «No está cerrado el mundo espiritual; son tus sentidos los que están cerrados, es tu corazón el que está muerto; discípulo, levanta, y baña infatigablemente tu pecho terrenal en la aurora». (Observa el signo.)
¡Cómo se entreteje el conjunto de las cosas en el Todo y cómo lo uno repercute y vive en lo otro! ¡Cómo las fuerzas celestiales suben y bajan y se siguen los áureos cangilones! ¡Con un vaivén que huele a bendición, bajan desde el cielo a recorrer la tierra y hacen que resuene en armonía el universo!
¡Qué espectáculo!; pero, ay, ¡es sólo un espectáculo! ¿Dónde te comprenderé, naturaleza infinita? ¿Dónde estáis, pechos, fuentes de la vida de las que penden el cielo y la tierra y adonde el corazón marchito acude? Vosotros manáis en torrentes y alimentáis el mundo; ¿languidezco yo en vano? (Hojea el libro de mala gana y ve el signo del Espíritu de la Tierra.)
¡Qué diferente es el efecto de este signo sobre mí! Tú, Espíritu de la Tierra, me resultas más cercano. Siento que mis fuerzas aumentan, ardo como si hubiera bebido un vino nuevo; siento valor para aventurarme por el mundo, para afrontar el dolor y la fortuna que me reporte la tierra, para adentrarme en la tempestad y no temer el crujido de la nave al zozobrar. Las nubes se amontonan sobre mí, la luna oculta su luz, la lámpara se extingue, el ambiente está húmedo. Unos rayos rojos se concentran sobre mi cabeza, un estremecimiento va descendiendo desde la bóveda y se hace dueño de mí. Siento que flotas sobre mí, espíritu an¬helado, ¡revélate! Ah, ¡cómo se desgarra mi corazón! Mis sentidos se abren a nuevos sentimientos. Mi corazón está plenamente entregado a ti. ¡Revélate!, aunque me cueste la vida. (Toma el libro y pronuncia misteriosamente el signo del ESPÍRITU. Se enciende una llama rojiza y el ES¬PÍRITU aparece en la llama.)
ESPÍRITU
¿Quién me llama?
FAUSTO (Volviendo la cara.)
¡Qué aterradora visión!
ESPÍRITU
Me has atraído aquí con gran poder, absorbiéndome lejos de mi esfera; y ahora, ¿qué?
FAUSTO
¡Vete!; no te soporto.
ESPÍRITU
Has suplicado, hasta quedarte sin aliento, poder contem¬plarme, poder oír mi voz y ver mi cara; el fuerte anhelo de tu alma me ha atraído aquí, y aquí estoy. ¡Qué deplorable pavor se ha apoderado de ti, superhombre! ¿Dónde está la llamada del alma? ¿Dónde está el pecho que creó un mundo dentro de sí, lo portó, lo cuidó y, temblando de gozo, se en¬grandeció para elevarse a nuestra altura, la de los espíritus? ¿Dónde está Fausto, cuya voz resonó para que acudiera? ¿Eres tú el que, al respirar mi hálito, tiembla en lo más pro¬fundo de su vida, gusano asustadizo y encogido?
FAUSTO
¿Podría eludirte, hijo de la llama? Yo soy Fausto; yo soy tu semejante.
ESPÍRITU
En las mareas de la vida, en la tempestad de la acción, si y bajo en oleadas, me agito de un lado para otro. El nacimiento y la sepultura son un mar eterno, una trama cambiante, una vida candente que voy tejiendo en el veloz telar del tiempo, para hacerle a la divinidad su manto viviente.
FAUSTO
Tú, que das vueltas por el ancho mundo, ¡qué cercano me siento a ti, atareado espíritu!
ESPÍRITU
Te asemejas al espíritu que concibes, no a mí. (Desaparece.)
FAUSTO (Desplomándose.)
¿No a ti? Entonces, ¿a quién me asemejo? Yo, imagen de Dios, ni siquiera soy semejante a ti. (Llaman.) Oh, muerte, ya sé quién es: es mi fámulo. ¡Mi más hermozo gozo se echa a perder! ¡Que este ser rastrero y mezquino interrumpa semejante riqueza de visiones!
(Entra WAGNER en batín y gorro de dormir y con una lámpara en la mano. FAUTO se vuelve de mala gana.)
WAGNER
¡Perdone!, le he escuchado declamar; ¿no leía usted una tragedia griega? Me gustaría iniciarme en ese arte, pues resulta provechoso hoy en día. He oído muchas veces que un actor puede aleccionar a un predicador.
FAUSTO
Siempre y cuando el predicador sea un actor, lo cual puede muy bien pasar en los tiempos que corren.
WAGNER
¡Ay!, estando tan encerrado en el museo y viendo el mundo apenas los días de fiesta, y eso a través de un cata¬lejo, sólo desde una distancia lejana, ¿cómo queréis que lo domine por la persuasión?
FAUSTO
Si no lo sientes, no lo lograrás; si no brota de tu alma y no consigues estremecer los corazones de todos los oyentes con un placer fuerte y primario, limítate a sentarte. Reúne piezas, prepara un ragú con las sobras de otros y reaviva las miserables llamas de tu diminuto montón de cenizas. Agradando el paladar obtendrás la admiración de los ni¬ños y de los monos, pero no conseguirás conmover otros corazones si del corazón nada te sale.
WAGNER
Sólo la oratoria reporta fortuna al orador, pero siento que estoy muy atrasado en este arte.
FAUSTO
¡Busca una ganancia honrada! ¡No seas como el bufón que hace sonar las campanillas! La razón y el buen sen¬tido se manifiestan con muy poco arte, y si te tomas en se¬rio el decir algo, ¿necesitarás entonces las palabras? Sí. Tus discursos de gran brillo, en los que sacas punta a todo asunto humano, son tan molestos como el viento otoñal que, acompañado de bruma, sopla entre las hojas.
WAGNER
¡Ay, Dios!, el arte es largo, pero nuestra vida corta. En mis afanes críticos, siento muchas veces miedo en la ca¬beza y en el pecho. ¡Qué difícil es obtener los medios con los que ascender hasta las fuentes! Antes de haber llegado a la mitad del camino, uno, pobre diablo, habrá de morirse.
FAUSTO
¿Es el pergamino una fuente sagrada de la que un sorbo saciará nuestra sed para la eternidad? No, no repararás tu sed si la bebida no brota de ti mismo.
WAGNER
Discúlpeme y permítame que le diga que es un gran pla¬cer trasladarse al espíritu de otros tiempos, ver cómo pensó el sabio antes de nosotros, y cómo hemos continuado admirablemente nuestro camino.
FAUSTO
Sí, ¡hasta las estrellas hemos llegado! Amigo mío, el pasado es para nosotros un libro de siete sellos. Eso que llamas el espíritu de otros tiempos no es más que el espíritu de aquellas personas en las que los tiempos se reflejan. Y la verdad es que, a menudo, son una auténtica lástima; vamos, para echar a correr sólo de verlos: un saco de inmundicia o un desván, o todo lo más un drama histórico  con espléndidas máximas morales de tipo pragmático, como las que se ponen en boca de los títeres.
WAGNER
Pero algo sabría cada uno de ellos de lo que son el mundo y el corazón y el talante humanos.
FAUSTO
Sabrían lo que normalmente se llama saber; pero, ¿quién se atreve realmente a poner los puntos sobre las íes? Los pocos que sabían algo, y que insensatamente no se cuidaron de expresar lo que llevaban en su lleno corazón, mostrando a la plebe su sentimiento y su punto de vista, fueron crucificados o llevados a la hoguera. Pero, perdona amigo, la noche está muy avanzada; hemos de interrumpir nuestra conversación por esta vez.
WAGNER
De buena gana me mantendría en vela para seguir hablando con usted con tanta erudición. Pero mañana que es primer día de Pascua, déjeme que le haga otras preguntas. Me he entregado, diligente, al estudio, pero, aunque sé mucho, me gustaría saberlo todo. (Se va.)
FAUSTO (Solo.)
¡Cuánto tarda en disiparse la esperanza en la cabeza de quien se aferra a bagatelas y, escarbando curiosamente en busca de tesoros, se siente feliz si encuentra lombrices. ¿Cómo es posible que en este lugar, donde me rodea una multitud de espíritus, se haya atrevido a dejarse oír la voz de semejante hombre? Pero, ay, por esta vez debo agrade¬cerle al más mísero de los hijos de la tierra el haberme arrancado de la desesperación que amenazaba con destro¬zarme los sentidos. La aparición fue tan colosal que no pude menos que sentirme como un enano.
Yo, imagen de Dios, que creía hallarme muy cerca de la verdad eterna, me había despojado de mi ser terreno y go¬zaba de mí mismo en el fulgor y la claridad celestiales; yo, creyéndome superior a un querubín, derramaba la fuerza libre por las venas de la naturaleza y me atrevía, lleno de esperanza, a disfrutar de una vida de dioses, creando. ¡Cómo habría de pagarlo! ¡Un trueno me ha ani¬quilado!
No debo pretender asemejarme a Ti. Aunque tuve fuer¬zas para atraerte, me faltan para retenerte. En aquel ins¬tante de gran ventura, me sentí al mismo tiempo tan grande y tan pequeño: tú me has lanzado con un empujón cruel al destino inseguro de los hombres. ¿Quién me en¬señará ahora?, ¿qué debo evitar?, ¿debo obedecer a aquel impulso? Tanto nuestros actos como nuestras pasiones es¬torban el fluir de nuestra vida.
A lo mejor que el alma ha acogido se añade más y más materia extraña. Cuando alcanzamos lo bueno de este mundo, le damos el nombre de locura y engaño. Los mag¬níficos sentimientos que nos llenaron de vida, se queda¬ron anquilosados en el caos del mundo. Si con audaz vuelo la fantasía se lanza, esperanzada, ampliando el es¬pacio hacia el infinito, le basta luego un pequeño recodo si, pasada la fortuna, fracasa en el torbellino del tiempo. La preocupación anida de inmediato en las profundidades del corazón; allí da pábulo a secretos dolores, se mece, in¬quieta, y perturba el plan y la calma; se cubre constante¬mente con máscaras nuevas: puede aparecer como casa y corte, corno mujer y niño, como fuego y agua, daga y ve¬neno; pero, sobre todo, te estremece lo que no te afecta y siempre lloras lo que nunca pierdes.
¡No soy como los dioses!, bien lo noto. Soy como un gusano que escarba el polvo y al que, nutriéndose de polvo, aplasta y sepulta la pisada del caminante.
¿No es polvo lo que en esa alta pared de cien balda me sofoca? ¿No hay polvo en los mil cachivaches que me abruman y me confinan en este mundo de polillas? ¿Habré de leer, quizá, en miles de libros, que por todas partes los hombres se torturan y que aquí y allá hubo uno feliz? ¿De qué te ríes sardónicamente, hueca calavera? ¿Se extravió tu seso como el mío? ¿Buscó el día claro y, ansiando la verdad, se perdió lamentablemente en el crepúsculo? Instrumentos, ya sé que me hacéis burla con vuestras ruedas, dientes, cilindros y planchas: yo estaba junto a la puerta y tendríais que haberme servido de llave pero a pesar de que vuestras barbas están rizadas, no abrís el cerrojo. Misteriosa en pleno día, la naturaleza no se deja quitar el velo, y lo que ella no muestra a tu espíritu no lo puedes forzar tú con palancas y tornillos. Tú, viejo trasto que no he usado, sólo estás aquí porque mi padre te utilizó. Tú, viejo pergamino, te has ennegrecido con el humo de la lámpara que está sobre el pupitre. ¡Mas me hubiera valido disipar mis pocos haberes, que vivir agobiado con ellos! Lo que se hereda de los padres, has de ganarlo para llegar a hacerlo tuyo. Lo que no se utiliza se convierte en pesada carga; sólo lo que el instante crea puede ser usado por este.
Pero, ¿por qué se fija mi vista en aquel punto? ¿Es ese frasquito un imán para los ojos? ¿Por qué, de pronto, todo se vuelve dulce claridad para mí, como si en el bosque de la noche me iluminara el fulgor de la luna?
Te saludo, redoma singular, que ahora, con respeto cojo de tu estante. En ti venero el ingenio y la habilidad del hombre. Tú, síntesis de todos los propicios jugos que adormecen, tú, extracto de sutil fuerza mortal, ¡concédele tus favores a tu dueño! Te miro y el dolor queda paliado; te tomo y se moderan mis ansias, la marea del alma va bajando más y más. Soy transportado hacia alta mar, el espejo del agua brilla a mis pies: un nuevo día llama a orillas nuevas.
Un carro de fuego vuela en leve vaivén y se me acerca. Estoy dispuesto a cruzar por nuevas sendas y llegar a nue¬vas esferas de actividad pura. ¿Vas a merecer tú, que aún eres un gusano, esta alta vida, este placer de dioses? ¡Sí, sólo consiste en volverle decidido la espalda al dulce sol de esta tierra! Prepárate a forzar las puertas ante las que todos quieren pasar de largo. Ya es hora de demostrar mediante hechos que la dignidad del hombre no cede ante la grandeza de los dioses; que no siente temor cuando se encuentra ante esa oscura sima en la que la fantasía se condena a su propio tormento; que no elude adentrarse por ese estrecho pasaje, alrededor de cuya abertura arde en llamas el infierno entero; que puede, resuelto, deci¬dirse a dar ese paso, aun a riesgo de convertirse en nada.
Baja pues, recipiente límpido, recipiente de cristal. Sal de tu viejo estuche, en el que no he pensado durante mu¬chos años. En las fiestas paternas relucías y alegrabas a los graves invitados cuando pasabas de mano en mano. Era obligación del que bebía explicar el rico lujo y arte de tus relieves y vaciarte de un trago. Esto me recuerda a mu¬chas noches de mi juventud. En esta ocasión no tengo que pasarte a mi vecino, ni he de mostrar mi ingenio al ver tus adornos; aquí hay un jugo que produce una rápida em¬briaguez y que, con oscuro fluir, colmará mi vaciedad. Sea este el último trago que prepare y elija. Lo dedico, con toda mi alma, como saludo festivo y solemne, a la mañana. (Se lleva el recipiente a la boca.)
(Repique de campanas y cánticos de coros.)

CORO DE LOS ÁNGELES
¡Cristo ha resucitado!
Alegría al mortal,
al que estaba sumido
en funestas, insidiosas
y heredadas taras.
FAUSTO
¿Qué profunda melodía, qué sonido claro aparta con fuerza el vaso de mi boca? Campanas silenciosas, ¿anunciáis ya la primera hora de la Pascua? Coros, ¿cantáis el canto de consuelo que en la noche de la Vigilia pascual fue entonado por los labios de los ángeles y sirvió de testimonio de la Nueva Alianza?
CORO DE LAS MUJERES
Con perfumes y ungüentos lo embalsamamos.
Nosotras, sus fieles, allí lo dejamos.
Con vendas y lienzos, pulcro, lo envolvimos.
Mas, de vuelta al Sepulcro, a Cristo no vimos.
CORO DELOS ÁNGELES
¡Cristo ha resucitado!
Dichoso quien lo amó,
pues superó la prueba
que, aun siendo dolorosa,
nos da la salvación.
FAUSTO
¿Por qué me buscáis, melodías celestiales, con fuerza y dulzura a la vez, a mí, que estoy sumido en el polvo? Sonad donde haya hombres más sensibles. Oigo el mensaje, pero me falta la fe. No me atrevo a elevarme a esas esferas de donde procede la Buena Noticia, pero este son que oí de niño me llama de nuevo hacia la vida. El beso del amor celestial caía sobre mí en la grave tranquilidad de la fiesta; entonces, sonaban las campanas llenas de presa¬gios y era un placer ardiente la oración. Un anhelo noble e inconcebible me impulsaba a andar por bosques y pra¬deras entre miles de cálidas lágrimas; sentía que un mundo nacía ante mí. Esta canción me anunciaba anima¬dos juegos juveniles y de libre dicha en la primavera. Hoy, el recuerdo, con sentimientos pueriles, hace que retroceda ante el último y grave paso. ¡Seguid sonando, cantos celestiales! ¡Las lágrimas caen, la tierra me recobra!
CORO DE LOS DISCÍPULOS
Mientras que el sepultado
vivo, sublime y espléndido
por fin ha resucitado
y está del gozo creador
cercano, aquí nosotros,
aferrados a la tierra,
penarnos. Él nos dejó
en congoja a los suyos.
¡Ay!, ¡cómo hemos de llorar,
maestro, la gloria tuya!
CORO DE LOS ÁNGELES
¡Cristo ha resucitado
de tu seno, corrupción!
Liberad vuestras cadenas.
Alabadle, activos;
demostradle vuestro amor,
comed fraternalmente,
predicadlo en viajes,
anunciad la Salvación.
El maestro, cercano,
siempre irá con vosotros.

ANTE LA PUERTA DE LA CIUDAD

(Salen paseantes de toda índole.)

ALGUNOS APRENDICES
¿Por qué salís?
OTROS
Porque vamos a la Hostería de los Cazadores.
LOS DE ANTES
Queremos ir paseando al molino.
UN APRENDIZ
Os aconsejo que vayáis a Wasserhof.
APRENDIZ 2.°
El camino hasta allí no es bonito.
LOS DEMÁS
Entonces, ¿qué haces tú?
APRENDIZ 3.°
Yo voy con los demás.
APRENDIZ 4.°
Vayamos hasta Burgdorf: seguro que allí encontraremos las muchachas más guapas y la mejor cerveza.
APRENDIZ 5.°
Compañero de juergas. ¿Quieres que te den una paliza por tercera vez? No quiero ir allí, me espanta ese lugar.
CRIADA
No, no, ¡yo regreso a la ciudad!
OTRAS CRIADAS
Seguro que lo encontramos junto a esos chopos.
LA ANTERIOR
Para mí no es nada seductor; él se pondrá a tu lado, él solo bailará contigo en la explanada. ¡Qué gano yo con tu suerte!
OTRA
Seguro que hoy no está solo; nos ha dicho que el del pelo rizado vendrá con él.
ESTUDIANTE
¡Caramba con los andares de esas buenas mozas! Hermano, vamos, tenemos que acompañarlas. Cerveza recia, tabaco aromático y una criada bien vestida: eso es lo que me gusta.
UNA SEÑORITA
¡Mira aquellos apuestos muchachos! Es una auténtica ver¬güenza. Pudiendo tener la compañía más selecta, persi¬guen a esas criadas.
ESTUDIANTE 2.° (Al primero.)
No tan rápido. Por allí vienen dos delicadamente arregla¬das. Mi vecina es una de ellas; me siento muy atraído por esa muchacha. Van con paso tranquilo, pero acabarán por alcanzarnos.
ESTUDIANTE 1.°
No, hermano, no quiero exquisiteces.. La mano que mo¬vió la escoba el sábado, te acaricia el domingo como nadie.
UN BURGUÉS
No, no me gusta el nuevo alcalde. Desde que desem¬peña su cargo está cada día más insolente. Y ¿qué hace por la ciudad? ¿No está cada vez peor? Hay que obede¬cer más que nunca y pagar más que en ningún tiempo anterior.
UN MENDIGO (Canta.)
Distinguidos señores y bellas damas
elegantes y de suave tez,
dignaos echarme una mirada,
y en vano no sonarás, organillo.
Sólo es feliz aquel que puede dar.
El día que es de fiesta para todos
es para mí un día de cosecha.
OTRO BURGUÉS
Los domingos y la fiestas no hay nada mejor que charlar de guerras y batallas, mientras que allá, en la lejana Tur¬quía, los pueblos luchan entre sí. Uno bebe su vaso sen¬tado junto a la ventana, ve las barcas engalanadas que van río abajo y vuelve a casa bendiciendo las épocas de paz.
TERCER BURGUÉS
Eso mismo hago yo, señor vecino, y allá pueden abrirse la cabeza y todo puede andar revuelto con tal de que en casa todo siga como siempre.
VIEJA (A las señoritas.)
¡Ay, qué elegantes!, ¡la hermosa sangre joven! ¿Quién no se fijará en vosotras? Pero no seáis tan orgullosas, ya está bien. Sabré conseguir lo que queréis.
UNA SEÑORITA
¡Vamos, Agathe! Me cuidaré mucho de que me vea la gente en compañía de esta bruja. Ella hizo que en la noche de San Andrés viera en carne y hueso a mi futuro amado.
LA OTRA
A mí me lo enseñó por un cristal. Tenía aspecto marcial iba junto a otros valientes. Mas yo miro alrededor y lo busco por todas partes sin encontrarlo.
SOLDADOS
Me gustaría ganar
fortalezas con altas
murallas y almenas,
muchachas de altiva
y despectiva alma.
Audaz es la empresa,
magnífico el premio.
Hagamos resonar
la trompeta llamando
para la destrucción
igual que para el gozo.
Esto es un asedio.
Esto es una fiesta.
Mozas y fortalezas
pronto nuestras serán.
Audaz es la empresa,
magnífico el premio,
y los bravos soldados
continúan su marcha.


17 thoughts on Goethe W. Johan- Fausto

  1. [align=center](FAUSTO y WAGNER.)[/align]

    FAUSTO
    Los ríos y los arroyos están libres ya de hielo gracias a la dulce y vivificante mirada de la primavera. En el valle brota verde la alegría de la esperanza. El viejo invierno, en su decrepitud, se retira a los ásperos montes. Desde allí, fugitivo, manda a ráfagas, sobre las llamas que ver¬dean, un imponente chaparrón de granizo. Pero el sol no tolera nada blanco, todo se agita en formación y creci¬miento, todo quiere tomar vida llenándose de colores. Aunque faltan flores en esta zona, son suplidas por per¬sonas bien arregladas. Vuélvete a mirar desde esta altura la ciudad que está allá detrás. De la puerta oscura y hueca sale una abigarrada muchedumbre. Hoy todos gustan de tomar el sol. Celebran la Resurrección del Se¬ñor y ellos también están resucitados. Saliendo de las si¬lenciosas habitaciones de casas bajas, despojándose de las ataduras de talleres y gremios, liberándose de la opresión de techos y fachadas, zafándose de la estrechez aplastante de las calles y habiendo culminado una ve¬lada de respetuosa piedad en la iglesia, todos van hacia la luz. ¡Mira!, mira con qué afán la gente se dispersa por campos y jardines. Mira cómo el río mueve a lo largo y a lo ancho todos esos divertidos botes y esa última lancha va alejándose cargada, a punto de zozobrar. Incluso desde los caminos de los montes llegan hasta aquí deste¬llos del color de sus trajes. Escucho ya el tumulto de la villa, este es el auténtico cielo del pueblo. Los mayores y los pequeños proclaman alegres: aquí soy hombre, aquí puedo serlo.
    WAGNER
    Pasear con usted, Doctor, es un honor y es provechoso, pero no me gustaría perderme solo, pues soy enemigo de todo lo rudo. El rascado de los violines, el griterío y el caer de los bolos es un ruido odioso. Alborotan como si estuvieran poseídos por un espíritu maligno y a ese albo¬roto lo llaman alegría, lo llaman canto.
    CAMPESINOS (Cantando y bailando bajo un tilo.)
    El pastor se arrregló para el baile;
    Con su chaqueta de color, pañuelo
    y faja, iba soberbio y flamante.
    El gentío ya estaba junto al tilo
    y bailó hasta la misma locura.
    ¡Hurra!, ¡hurra!,
    ¡viva!, ¡ea!
    El violín resonará.
    Él avanza con rapidez y empuje.
    Bailando, topa con una muchacha.
    Pícaro, la golpea con un codo.
    La buena moza vuelve la mirada
    y dice: qué tonto eres gañán.
    ¡Hurra!, ¡hurra!,
    ¡viva!, ¡ea!
    Nunca grosero serás.
    Pero el corro da vueltas muy deprisa,
    bailando a la derecha y a la izquierda,
    y las faldas se ponen a volar.
    Todos enrojecían sofocados
    y descansaban sin soltar los brazos.
    ¡Hurra!, ¡hurra!,
    ¡viva!, ¡ea!
    La cadera contra el codo.
    Conmigo no tengas tantas confianzas.
    Muchos ha habido que engañaron
    y traicionaron a su prometida.
    El se la llevó aparte, zalamero,
    y lejos del tilo la conquistó.
    ¡Hurra!, ¡hurra!,
    ¡viva!, ¡ea!
    Gritos y son del violín.
    VIEJO CAMPESINO
    Doctor, es muy amable por su parte no despreciarnos en un día como hoy, y es bueno que en medio de este tumulto de gente se encuentre un hombre tan sabio como usted. Tome la jarra más hermosa, que hemos llenado con bebida fresca; se la entrego y deseo que no sólo sacie su sed sino que su vida dure tantos días como gotas ella contenga.
    FAUSTO
    Tomo la refrescante bebida y brindo por vosotros con gra¬titud.

    [align=center](La gente se reúne en corro a su alrededor.) [/align]

    VIEJO CAMPESINO
    Realmente está muy bien que aparezca usted en días de alegría, al igual que fue bueno con nosotros los días ma¬los. A buen número de los que hay aquí los arrancó su pa¬dre a última hora de la tórrida furia de la fiebre, cuando supo ponerle coto a la epidemia. También entonces, us¬ted, que era un hombre joven, visitaba a los enfermos en sus casas. Se sacaron muchos cadáveres, pero usted salió indemne y superó muchas pruebas duras. El que ayuda recibe la ayuda de Aquel que ayuda desde arriba.
    TODOS
    Brindemos por el hombre protegido que puede seguir dando ayuda.
    FAUSTO
    Inclinaos siempre ante el Altísimo que enseña a ayudar y envía ayuda. (Prosigue su camino con WAGNER.)
    WAGNER
    Qué sensación debe experimentar al ver cómo lo admira el pueblo. Feliz aquel que de sus talentos puede obtener tal beneficio. Los padres le señalan diciéndoles a sus hijos quién es usted. Todos preguntan, corren y se agolpan. El violín para de tocar y el danzante se detiene. Todos se abren respetuosos a su paso; los gorros vuelan por lo alto y falta poco para que se arrodillen, como si en lugar de usted pasara el Venerabile.
    FAUSTO
    Andemos un poco más hasta aquellas piedras, allí descansaremos del paseo. He estado muchas veces aquí, miditando, y me torturaba con oraciones y ayuno. Rico en esperanza y firme en fe, con llantos, suspiros, y las manos juntas e implorantes, creía que obligaba al Señor del Cielo a que acabara con aquella peste. El aplauso del pueblo me suena a burla. ¡Si pudieras leer en mi interior lo poco que padre e hijo merecíamos tales alabanzas! Mi padre era un individuo sospechoso que pensaba con visionario afán sobre la naturaleza y sus ciclos sagrados. Lo hacía con honradez, pero a su manera. Se encerraba en la cocina negra en compañía de adeptos y, después de interminables formulas, conseguía reunir los contrarios. Allí un León Rojo, uno libre y audaz, era desposado en tibio baño con el Lirio y ambos eran torturados con fuego vivo y llameante para pasar de una cámara nupcial a otra y, así, finalmente, surgía la Joven Reina en el cristal. Ahí estaba el medicamento; los pacientes morían y nadie se preguntaba quién había sido curado. Con nuestros elixires infernales hicimos por estos valles y estos montes estragos muchos peores que los de la peste. Yo mismo di a muchos el veneno y ellos se fueron marchitando, y hoy tengo que ver cómo alaban al desvergonzado criminal.
    WAGNER
    ¿Cómo puede usted abrumarse por eso? ¿No hace suficiente un hombre honrado con ejercer concienzuda y puntualmente la profesión que se le enseñó? Si de joven ad¬miras a tu padre, recibirás con gusto lo que él sepa; si, siendo ya un hombre, aumentas esa ciencia, tu hijo podrá alcanzar metas más altas.
    FAUSTO
    Oh, ¡feliz aquel que todavía tiene esperanza de emerger de este mar de confusión! Lo que se necesita no se sabe, lo que se sabe no se puede usar. Pero no llenemos de pe¬sar esta hora de hermoso bien. Mira cómo resplandecen esas chozas a la luz ardiente del atardecer, rodeadas de hierba. El sol se aleja y cede, pero el día sobrevive, pues aquél marcha hacia otro lugar donde animará nueva vida. ¡Cómo desearía que unas alas me elevaran del suelo y pudiera acercarme a él más y más!. Entonces, en el ful¬gor perenne del ocaso, vería a mis pies al tranquilo mundo: encendidos los altos, serenos los valles y el arroyo de plata fluyendo en corriente dorada. Este vuelo, propio de dioses, no se vería impedido por el salvaje monte lleno de barrancos, y entonces, el mar, con sus ti¬bias ensenadas, se abriría a mis ojos asombrados. Pero, finalmente, parece que el dios Sol se hunde, tan sólo si¬gue despierta el ansia. Me apresuro para beber su luz eterna. Ante mí, el día, y tras de mí, la noche; sobre mí, el cielo, y abajo, el oleaje. Es un hermoso sueño, pero él se escapa. Ah, no es tan fácil que a las alas del alma se aña¬dan otras del cuerpo. Sin embargo, en todos es innato que su sentir se eleve y adelante, cuando, perdida en el cielo azul, la alondra gorjea su canto, cuando el águila flota so¬bre las escarpadas cimas plagadas de pinos, y cuando, so¬bre las llanuras y los mares, la grulla va en busca de su patria.

    WAGNER
    Yo también he tenido fantasías, pero nunca he sentido ese impulso. Los bosques y los campos hastían pronto; nunca envidiaré las alas de los pájaros. De qué manera tan dis¬tinta los placeres del espíritu nos llevan de libro a libro, de página a página. Así, las noches de invierno se hacen agradables y bellas; una vida tranquila da calor a todos los miembros. Y ¡ah!, si aciertas a desplegar un buen perga¬mino, el cielo entero baja hasta ti.
    FAUSTO
    Sólo eres consciente de un impulso. ¡Nunca aprendes el otro! Dos almas, ay, viven en mi pecho. Una quiere sepa¬rarse de la otra. Una, con recio amor a la vida, se aferra al mundo sirviéndose de sus miembros prensiles; la otra se eleva con fuerza desde el polvo y va hacia los campos de los nobles antepasados. Oh, si es verdad que hay espíritus en el aire que flotan entre la tierra y el cielo, que descien¬dan desde la áurea neblina y que me lleven a una nueva vida llena de colores. Si tuviera un manto mágico que me transportara a tierras lejanas, sería mi mejor gala y no lo cambiaría por el manto de un rey.
    WAGNER
    No nombre a este conocido ejército de espíritus que, tor¬mentoso, se despliega por la atmósfera y, desde todos los extremos del mundo, acecha al hombre con múltiples pe¬ligros. Desde el Norte se acerca el estrago de los espíritus, armado con sus lenguas puntiagudas; cuando desde Na¬ciente estas avanzan resecas, se alimentan de tus pulmo¬nes; cuando el Mediodía te las manda desde el desierto, el ardor se acumula en tu coronilla; entonces, el Oeste trae el enjambre que, primero, refresca, pero luego agosta el campo y el prado. Gustan de escucharnos, pues están pre¬parados para provocarnos daño; gustan de obedecer, por¬que les encanta engañarnos; se presentan como enviados del Cielo y cuando mienten susurran angelicalmente. Pero, ¡vámonos!, el mundo se oscurece, el aire se enfría, la niebla desciende. A la caída de la noche se empieza a apreciar el calor del hogar. ¿Por qué se para asombrado?, ¿qué atrapa su atención en la penumbra?
    FAUSTO
    ¿Ves a ese perro negro andando por los sembrados y los rastrojos?
    WAGNER
    Hace rato que lo veo. No me ha llamado la atención.
    FAUSTO
    ¡Míralo bien!, ¿qué te parece?
    WAGNER
    Un perro de aguas que, a su manera, sigue el rastro de su dueño.
    FAUSTO
    ¿No notas cómo se va acercando a nosotros describiendo amplias curvas? Y, si no me equivoco, va dejando remoli¬nos de fuego a su paso.
    WAGNER
    No veo más que un perro de aguas negro; quizás esté su¬friendo usted una alucinación.
    FAUSTO
    Parece como si fuera trazando leves lazos mágicos que acabarán atando nuestros pies.
    WAGNER
    Yo lo veo rodearnos, inseguro y temeroso, porque en vez de su amo ve dos desconocidos.
    FAUSTO
    ¡El círculo se estrecha, ya está cerca!
    WAGNER
    ¿No lo ve? Ahí hay un perro, no un fantasma. Gruñe, re¬molonea, se echa sobre la tripa, mueve la cola. ¡Igual que todos los perros!
    FAUSTO
    ¡Acompáñanos! ¡Ven aquí!
    WAGNER
    Es un animal muy gracioso: si te paras, se queda esperándote; si pierdes algo, lo va a buscar, y si se te cae el bas¬tón, se tira al agua por él.
    FAUSTO
    Tienes razón, no encuentro rastro alguno de un fantasma. Todo lo que hace es fruto de su adiestramiento.
    WAGNER
    Incluso el sabio se siente atraído por el perro cuando está bien. Sí, él merece su favor, pues es un aventajado apren¬diz de muchos estudiantes.

    [align=center]GABINETE DE ESTUDIO[/align]

    FAUSTO (Entrando acompañado del perro de aguas.)
    He dejado atrás el campo y la pradera, cubiertos por la os¬cura noche que, con un miedo sacro, lleno de presagios, despierta en nosotros la mejor alma. Los impulsos salva¬jes, con su impetuosa fogosidad, se han sumido en el sueño. Ahora despierta el amor humano y el amor a Dios va animándose.
    ¡Quieto, perro! ¡No corras de acá para allá! ¿Qué olfa¬teas aquí, en el umbral? Túmbate tras la estufa, te daré mi mejor cojín. Así como en el escarpado sendero nos diver¬tiste con tus carreras, deja ahora que te cuide como a hués¬ped tranquilo y bienvenido.
    Ay, cuando en esta estrecha celda la lámpara arde de nuevo, amigable, en nuestro pecho hay claridad, la del alma que se conoce a sí misma. La razón empieza a ha¬blar de nuevo y la esperanza florece otra vez. Se añoran los arroyos de la vida, se ansía llegar a las fuentes de la vida.
    No gruñas, chucho. El ruido animal no armoniza con las sagradas músicas que ahora envuelven mi alma. Esta¬mos acostumbrados a que los seres humanos se rían de lo que no entienden, a que rezonguen ante lo bueno y lo be¬llo, que a menudo les resulta fastidioso. ¿Gruñe también el perro como los hombres?
    Pero, ay, ya no siento brotar satisfacción de mi pecho, aunque ponga en ello el mayor de mis empeños. ¿Por qué tiene que secarse tan pronto el arroyo y hemos de sufrir sed una vez más? Ya he experimentado eso en muchas ocasiones, pero sé cómo satisfacer esa carencia. Aprenda¬mos a valorar lo sobrenatural: ansiemos la revelación, que en ningún lugar refulge con mayores dignidad y hermo¬sura que en el Nuevo Testamento. Siento el impulso de abrir este volumen con el texto original y, con honesto sentimiento, traducir de nuevo el sagrado texto a mi ale¬mán querido. (Abre el volumen y se dispone a leerlo.)
    Aquí dice: «En el principio fue la Palabra». Ya empiezo a atascarme, ¿quién me ayudará a seguir? No puedo darle tanto valor a la Palabra. Tengo que traducirlo de otra manera. Si el Espíritu me iluminara… Aquí dice: «En el principio fue el Pensamiento». Piensa bien en esta línea, la primera; que tu pluma no se apresure. ¿Es el pensa¬miento el que todo lo crea y por el que todo se obra? Tal vez ponga «En el principio fue la Fuerza». Pero ya, al es¬cribirlo, algo me dice que no he de dejarlo así. Me ayuda el Espíritu, veo cuál es su consejo y escribo confiado: «En el principio fue la Acción».
    Si quieres compartir el cuarto conmigo, perro, deja ya de ladrar. No quiero sufrir la cercanía de un compañero tan molesto. Uno de los dos tendrá que abandonar la celda. Con disgusto deniego tu derecho a disfrutar de mi hospitalidad. Te abro la puerta, tienes libre el camino. Pero ¿qué veo? ¿Puede ocurrir esto en la naturaleza? ¿Es una sombra o realidad? ¿Qué es lo que hace que mi perro de aguas crezca y se hinche? Se alza violentamente. Esa no es la forma de un perro. ¿Qué fantasma he metido en esta casa? Ahora tiene el aspecto de un hipopótamo de ojos de fuego y dientes espantosos. Oh, serás mío, seguro. Para estos engendros del infierno es buena la Clave de Sa¬lomón.
    ESPÍRITUS
    Dentro hay uno preso,
    no lo sigáis, quedaos.
    Como en la trampa el zorro,
    tiene miedo el demonio.
    Mas, atención, ¡mirad!
    Volad de un lado a otro.
    Volad de arriba abajo,
    y así se zafará.
    Tenéis que ayudarlo,
    no lo dejéis plantado,
    pues a todos nosotros
    nos colmó de favores.
    FAUSTO
    Para acercarme al animal emplearé ahora el conjuro de los cuatro: «¡Que arda la Salamandra! ¡Que la Ondina se enrosque! ¡Que desaparezca el Elfo y que el Duende tra¬baje!». Aquel que nada sabe sobre los elementos, sobre su enorme fuerza, sobre sus propiedades, nunca logrará dominar a los espíritus. «¡Desaparece en llamas, Salaman¬dra! ¡Fluye en la rauda corriente, Ondina! ¡Elfo, brilla en el bello meteoro! ¡Duende, trae ayuda hogareña! ¡Ade¬lántate y cierra la marcha!»
    Ninguno de los cuatro está en el animal, pues está tran¬quilo y le rechinan los dientes. Todavía no le he hecho daño. Pero me has a oír; te invocaré aún más. ¿Acaso, compañero, ta has escapado del infierno? Mira entonces el símbolo ante el que se posterna el oscuro ejército. Ya se hincha y se le erizan los pelos. Ser vil y depravado, ¿acaso distingues la presencia del de insondable origen, del ja¬más nombrado y enviado del Cielo, vilmente asesinado? Tras la estufa, escondido, se hincha como un elefante y llena el cuarto entero; desea escapar. ¡No subas hasta el techo! ¡Quédate a los pies del maestro! Yo no amenazo en vano. ¡Obedece o te abraso! No quieras esperar la luz del triple fuego. No quieras esperar mi más fuerte recurso.
    MEFISTÓFELES (Al disiparse la niebla aparece con la figura de un estudiante viajero desde detrás de la estufa.)
    ¿A qué viene tanto ruido?, ¿en qué puedo servir al señor?
    FAUSTO
    ¿Esto es lo que había dentro del perro de aguas? ¿Un estu¬diante viajero? Esto me hace reír.
    MEFISTÓFELES
    Saludo al erudito señor. Me ha hecho usted sudar la gota gorda.
    FAUSTO
    ¿Cuál es tu nombre?
    MEFISTÓFELES
    La pregunta me parece de poca categoría para alguien que desprecia la Palabra; para alguien que, desdeñando toda apariencia, busca la esencia ahondando en las profundida¬des.
    FAUSTO
    En vuestro caso, señor, se puede llegar a la esencia cono¬ciendo el nombre; esto ocurriría si supiera, con toda clari¬dad, si os apellidáis «Dios de las moscas», «Corruptor» o «Mentiroso». Bueno, ¿quién eres?
    MEFISTÓFELES
    Una parte de esa fuerza que siempre quiere el mal y siem¬pre hace el bien.
    FAUSTO
    ¿Qué significa ese acertijo?
    MEFISTÓFELES
    Soy el espíritu que siempre niega. Y lo hago con pleno de¬recho, pues todo lo que nace merece ser aniquilado, mejor sería entonces que no naciera. Por ello, mi auténtica natu¬raleza es eso que llamáis pecado y destrucción, en una pa¬labra, el Mal.
    FAUSTO
    ¿Por qué te defines como parte si estás entero ante mí?
    MEFISTÓFELES
    Te diré una discreta verdad: aunque el hombre, ese pequeño mundo de locos, suele considerarse un todo, yo soy una parte de la parte que al principio lo era todo. Soy una parte de la oscuridad que la luz engendró, esa luz soberbia que le disputa a la madre noche su antiguo rango y su lugar. Sin embargo, aunque se esfuerce no lo logra, pues está presa de los cuerpos. Surge de los cuerpos y a los cuerpos embellece, pero un cuerpo opaco la detiene. Espero que esto no dure mucho tiempo y que sucumba pronto a los mismos cuerpos.
    FAUSTO
    Ahora capto tus dignas obligaciones. No puedes aniquilar nada grande, por eso empiezas por lo pequeño.
    MEFISTÓFELES
    Y cierto es que no he conseguido mucho con ello. Por más que me he empeñado, no he conseguido destruir lo que se enfrenta a la Nada, el Algo, este mundo tan tosco. A pesar de las olas, las tormentas, los terremotos y los incendios, al final se quedan en paz el mar y la tierra. Y a ese maldito engendro de vida humana y animal tampoco hay por dónde cogerlo. ¡A cuántos he enterrado ya! Y sin em¬bargo, la sangre vuelve a fluir, nueva y fresca; y así conti¬núa todo. Es como para volverse loco. En el aire, en el agua y en la tierra germinan miles de semillas, ya sea el medio seco, húmedo, caliente o frío. Si no me hubiera re¬servado el fuego, no tendría nada para mí.
    FAUSTO
    Así opones tú al eterno poder creador y salvífico tu frío puño diabólico, que aprietas impotente con alevosía. ¡Em¬prende algo diferente, extraño hijo del caos!
    MEFISTÓFELES
    Te aseguro que pensaremos más en ello la próxima vez. ¿Me puedo marchar ahora?
    FAUSTO
    No comprendo por qué me lo preguntas. Ahora que te co¬nozco, ven a visitarme cuando quieras. Aquí tienes la ven¬tana, ahí la puerta, incluso el hueco de la chimenea está a tu disposición.
    MEFISTÓFELES
    He de confesarlo: hay un pequeño obstáculo que me im¬pide salir de aquí, la estrella de cinco puntas del umbral.
    FAUSTO
    ¿Te hace daño esta estrella? Pues si eso te espanta, hijo del infierno, dime entonces, ¿cómo entraste aquí? ¿Cómo conseguiste burlar a ese espíritu?
    MEFISTÓFELES
    Fíjate en ella. No está bien trazada. El ángulo que va ha¬cia fuera, como ves, se abre excesivamente.
    FAUSTO
    ¡El azar ha acertado! ¡Eres mi prisionero! Pero ¿lo he con¬seguido por casualidad?
    MEFISTÓFELES
    El perro de aguas no lo vio al entrar de un salto. Pero ahora la cosa cambia, el diablo no puede salir de la casa.
    FAUSTO
    Y ¿por qué no sales por la ventana?
    MEFISTÓFELES
    Es una ley del diablo y los fantasmas. Allá por donde lo¬gramos entrar hemos de marcharnos. Para lo primero te¬nemos libertad, de lo segundo somos esclavos.
    FAUSTO
    ¿Hay también leyes en el infierno? Me alegro de saberlo; entonces, ¿se podrá pactar con vosotros, señores?
    MEFISTÓFELES
    Podrás disfrutar lo pactado sin que te sea escatimado nada. Pero explicar esto requiere su tiempo y a tal efecto nos veremos otro día. Esta vez ruego encarecidamente que se me deje salir de aquí.
    FAUSTO
    Pero, quédate un momento y dime la buenaventura.
    MEFISTÓFELES
    ¡Déjame salir! Pronto volveré. Entonces podrás pregun¬tarme lo que quieras.
    FAUSTO
    Yo no te he perseguido. Has sido tú el que ha caído en la red. Aquel que ha atrapado al diablo, ¡que no lo suelte!; no volverá a atraparlo por segunda vez.
    MEFISTÓFELES
    Si tanto lo deseas, estoy dispuesto a quedarme haciéndote compañía a condición de poder hacerte pasar el tiempo con mis artes.
    FAUSTO
    Me parece muy bien, tienes permiso con tal de que esas artes sean gratas.
    MEFISTÓFELES
    Amigo mío, ganarás más para tus sentidos en esta hora, que en la monotonía de un año. Lo que te canten los tier¬nos espíritus, las bellas imágenes que te brinden, no serán un vacío juego de magia. Tendrás placer para el olfato y un agradable regusto en el paladar, y al final se encende¬rán tus sentimientos. No es necesario hacer preparativos. Estamos juntos, vamos a empezar.
    ESPÍRITUS
    Desapareced, bóvedas
    oscuras de la techumbre.
    Mira el mayor hechizo
    del amigable y azul
    éter que está penetrando.
    Desvaneceos de una vez,
    tenebrosas nubes negras.
    Centellean estrellitas,
    pues la luz de suaves soles
    entre ellas se va filtrando.
    Esa belleza sutil
    de los hijos de los cielos,
    al flotar sobre nosotras,
    tímida, nos reverencia.
    El deseo anhelante
    acompaña nuestros pasos.
    Y los aleteantes
    flecos de los atavíos
    cubren todas las tierras,
    cubren la vegetación
    de allí donde los amantes
    muy solemnes prometieron
    entregarse de por vida.
    ¡Follaje sobre follaje!
    ¡Sarmientos que echan renuevos!
    El bien cargado racimo
    cae en el receptáculo
    del lagar que lo tritura,
    y brota un gran arroyo
    de vinos espumeantes
    que se desliza por rápidos
    de bellas piedras preciosas
    y, dejando las alturas
    tras de sí, en su caída,
    se ensancha y hace un lago
    y así la felicidad
    reinará en las colinas.
    Y un ejército de aves
    paladea el placer.
    Se van acercando al sol,
    se aproximan a las islas
    claras que, sobre las olas,
    en apariencia se mueven.
    Allá en coro oímos
    suspiros alborozados.
    Volando sobre llanuras
    vemos figuras que bailan
    y que se van desperezando
    bajo el manto del cielo.
    Algunos van escalando
    por las elevadas cumbres.
    Otros, cruzando a nado,
    cortan las olas del mar.
    Otros van volando y flotan.
    Todos en busca de vida,
    en busca de tierras lejanas,
    de estrellas acogedoras,
    de gracia y serenidad.
    MEFISTÓFELES
    ¡Duerme! ¡Muy bien, tiernos hijos del aire! ¡Lo habéis arrullado a conciencia! Estoy en deuda con vosotros por este concierto. -¡Todavía no eres el hombre indicando para retener al demonio!- ¡Seducidlo con dulces formas oníricas, hundidlo en un mar de delirios! Mas, para romper el hechizo del umbral, requiero el diente de un ratón… Aunque no habré de conjurarlo mucho tiempo; ya oigo deslizarse a uno y pronto me escuchará.
    El señor de las ratas y los ratones, de las moscas, ranas, chinches y piojos, te manda que te atrevas a salir y roas ese umbral tan rápido como si rezumara aceite. Ya veo que sales. ¡Manos a la obra! El pico que me retenía era el de la esquina de delante. ¡Otro mordisco más y ya está he¬cho! -Fausto, sigue soñando hasta que nos volvamos a ver.
    FAUSTO (Despertando.)
    Entonces, ¿he sido engañado otra vez? ¿Se disipa así la fuerza de tantos espíritus? ¿Acaso fue una mentira, un sueño, que viniera un demonio y que un perro se me esca¬para?

    [align=center]GABINETE DE ESTUDIO[/align]

    FAUSTO
    ¿Llaman? ¡Adelante! ¿Quién querrá incordiarme?
    MEFISTÓFELES
    Soy yo.
    FAUSTO
    ¡Adelante!
    MEFISTÓFELES
    Lo habrás de decir tres veces.
    FAUSTO
    ¡Adelante, pues!
    MEFISTÓFELES
    Así es como me gusta que seas. Confío en que nos tolere¬mos. Para disipar tu mal humor he venido aquí vestido de hidalgo, con traje rojo, bordado en oro, con esclavina de tersa seda, una pluma de gallo en el sombrero y una daga larga y afilada. Y ahora te recomiendo que, sin más dila¬ción, te vistas igual para que, una vez liberado, experi¬mentes lo que es la vida.
    FAUSTO
    Con cualquier traje sufriré la pena de las estrecheces de la vida terrenal. Soy demasiado viejo para limitarme a jugar y demasiado joven para morir sin deseos. ¿Qué podrá ofrecerme el mundo?
    «¡Renuncia, tienes que renunciar!». He aquí el pre¬cepto que continuamente resuena en nuestro oído y que cada hora repite con ronca y acompasada voz. Por la ma¬ñana me despierto sobresaltado, y con razón podría llorar amargamente al ver que el nuevo día sigue con rapidez su camino sin dejar satisfecho ninguno de mis deseos; al ver que con su curso ahoga toda esperanza de felicidad, y que, con la ayuda de los ridículos y cómicos actos de la vida, hace desaparecer cuantas agradables creaciones buscan un albergue en mi mente. Después, al llegar la no¬che, me acuesto con desasosiego ni aun allí puedo des¬cansar, e incluso me llenan de espanto pesados y horroro¬sos sueños. El espíritu que reina en mi interior puede conmover profundamente mi ser; no obstante, a pesar de que tiene imperio sobre todas mis fuerzas, no puede ha¬cerlas obrar en el exterior: por eso me he convencido de que vivir es una pesada carga, por eso deseo la muerte y aborrezco la vida.
    MEFISTÓFELES
    Y sin embargo, en aquella noche hubo alguien que no se bebió la pócima color marrón.
    FAUSTO
    Parece que te gusta el fisgoneo.
    MEFISTÓFELES
    No soy omnisciente, pero sé muchas cosas.
    FAUSTO
    Aunque un dulce y conocido canto, con ecos de los bue¬nos tiempos, me apartó del terrible abismo y despertó lo que queda en mí de sentimientos infantiles, maldigo ahora todo lo que el alma enreda con sus juegos de seducción y engaño y cómo, cegándonos y adulándonos, nos ata a esta cueva de penas. ¡Desde ahora declaro maldita la alta opinión de sí mismo con la que el espíritu se aprisiona!, ¡maldito el engaño de los sentidos que oprime nuestra alma!, ¡mal¬dito todo aquello que nos embelece en sueños: el engaño de la fama y el renombre!, ¡maldito lo que nos halaga como posesión, como mujer y como hijo, como criado y arado!, ¡maldito Mammón cuando, prometiéndonos teso¬ros, nos anima a hazañas temerarias y cuando nos ofrece almohadones para nuestro ocioso placer!, ¡maldito el bal¬sámico jugo de uvas!, ¡maldita la más refinada caricia del amor!, ¡maldita la esperanza!, ¡maldita la fe! y, sobre todo, ¡maldita la paciencia!
    CORO DE LOS ESPÍRITUS (Invisible.)
    ¡Oh, dolor!, ¡qué gran dolor!
    Con un poderoso puño,
    tú has conseguido destruir,
    asolar y abatir
    este espléndido mundo.
    Un semidiós lo asoló
    y nosotros llevaremos
    sus ruinas hacia la nada
    y lamentaremos también
    esa belleza perdida.
    Dotado de gran poder,
    vástago de la tierra,
    vuelve tú a construirlo,
    con un esplendor mayor,
    edifícalo en tu pecho;
    con aguda inteligencia,
    has de volver a dar
    un nuevo curso a la vida
    y, así, nuevas canciones,
    mientras tanto resonarán.
    MEFISTÓFELES
    Estos son mis pequeños. Escucha cómo incitan, con sabi¬duría, al placer y a la acción. Haciéndote salir de la sole¬dad, donde los sentidos se atrofian y los humores dejan de fluir, quieren atraerte hacia la amplitud del mundo. Deja ya de avivar el rencor que, como un buitre, te va devorando la vida. La peor de las compañías te hace sen¬tir que eres un hombre entre los hombres. Pero no se pre¬tende que te sumas en el vulgo. No soy ninguno de los grandes, pero si quieres caminar junto a mí a través de la vida, con gusto estaré contigo en el acto. Soy tu compa¬ñero y, si te parece bien, seré tu servidor, tu criado.
    FAUSTO
    ¿Y qué habré de cumplir yo a cambio?
    MEFISTÓFELES
    Tienes todavía un plazo largo para ello.
    FAUSTO
    No, no. El diablo es egoísta y no hace nada que le sea útil a otro por amor de Dios. Expón claramente cuáles son tus condiciones; un criado así pone la casa en peligro.
    MEFISTÓFELES
    Quiero ponerme a tu servicio aquí. Cuando des la señal, ni me detendré ni descansaré, pero cuando volvamos a en¬contrarnos allí, tú deberás hacer lo mismo conmigo.
    FAUSTO
    El futuro apenas me inquieta. Si destruyes este mundo y lo conviertes en ruinas, el otro surgirá después. Pero mis alegrías brotan de esta tierra y este sol ilumina mis dolo¬res. Si he de separarme de ellos con antelación, entonces que ocurra lo que sea. No quiero oír nada acerca de si en el más allá se amará o se odiará y de si también en aque¬llas esferas hay un arriba y un abajo.
    MEFISTÓFELES
    En ese caso puedes arriesgarte. Únete a mí. Durante estos días verás con placer cuáles son mis artes. Te daré lo que nunca ha visto hombre alguno.
    FAUSTO
    ¿Qué podrás darme tú, pobre diablo? ¿Alguno de los tu¬yos ha llegado a comprender alguna vez las altas aspira¬ciones del espíritu humano? ¿Qué es lo que ofreces? Ali¬mento que no sacia; oro candente que, como el mercurio, se escapa de las manos sin descanso; un juego en el que nunca se gana; una muchacha que, abrazada a mi pecho, ya guiña el ojo y se entiende con el más cercano; el es¬pléndido y divino placer del honor, que se desvanece como un meteoro. Muéstrame frutos que se pudran antes de nacer y árboles que verdeen de nuevo cada día.
    MEFISTÓFELES
    No me asusta semejante encargo; puedo, muy bien, brindarte esos tesoros. Pero, buen amigo, se acerca el tiempo en el que podremos disfrutar en plena paz de algo bueno.
    FAUSTO
    Si llega el día en el que pueda tumbarme ociosamente, con toda tranquilidad, me dará igual lo que sea de mí; si entonces logras engañarme con lisonjas haciendo que me agrade a mí mismo, ese será para mí mi último día. En eso consistirá mi apuesta.
    MEFISTÓFELES
    ¡La acepto!
    FAUSTO
    Choquemos esos cinco. Si alguna vez digo ante un ins¬tante: «¡Deténte, eres tan bello!», puedes atarme con ca¬denas y con gusto me hundiré. Entonces podrán sonar las campanas a difuntos, que seré libre para servirte. El reloj se habrá parado, las agujas habrán caído y el tiempo habrá terminado para mí.
    MEFISTÓFELES
    Piénsatelo bien; no lo olvidaré.
    FAUSTO
    Tienes pleno derecho a ello. No he entrado locamente en la apuesta. Si alguna vez me siento extasiado, seré esclavo y no preguntaré si tuyo o de otro dueño.
    MEFISTÓFELES
    Hoy mismo, en el banquete doctoral, cumpliré mi obli¬gación como criado. ¡Sólo una cosa! Por amor a la vida o a la muerte, te ruego que escribas unas líneas.
    FAUSTO
    Ah, ¿exiges algo escrito, pedante? ¿No has conocido nunca a un hombre de palabra?, ¿no es bastante que mi palabra empeñada haya dispuesto para siempre de mis días? Si este mundo que corre en todos sus torrentes no me ha detenido, ¿lo hará una promesa? Pero esta locura se ha apoderado de mi corazón, ¿quién se atreverá a libe¬rarme de ella? ¡Afortunado aquel que lleva la fidelidad en su pecho!, ¡no hay sacrificio que le pese! Un pergamino escrito y sellado es un fantasma que espanta a todos. La palabra muere en la pluma, y el papel y la cera son los amos. ¿Qué deseas de mí, espíritu maligno? ¿Bronce, mármol, pergamino o papel? ¿He de escribir con pizarrín, buril o pluma? Te dejo libre la elección.
    MEFISTÓFELES
    ¿Por qué exageras con tanto calor tu charlatanería? Cual¬quier hojita valdrá. Firmarás con una pequeña gota de tu sangre.
    FAUSTO
    Si te hace ilusión, te seguiré en este grotesco juego.
    MEFISTÓFELES
    La sangre es un humor muy especial.
    FAUSTO
    No temas que rompa la alianza. Lo que ahora mismo te prometo es el alcance de toda mi fuerza. Me he engrande¬cido tanto que ya sólo pertenezco a tu rango. El gran Es¬píritu me ha despreciado, ante mí se cierra la naturaleza. Se ha roto el hilo del pensamiento, hace mucho que me asquean los saberes. ¡Que las pasiones que arden dentro de mí se hundan en lo profundo de la sensualidad! ¡Que todo milagro me espere dispuesto tras un velo mágico im¬penetrable! ¡Lancémonos a la embriaguez del tiempo, a la sucesión de los acontecimientos! ¡Que se alternen como quieran el dolor y el placer, el logro y la desazón!: sola¬mente sin descanso se pone el hombre en actividad.
    MEFISTÓFELES
    No se te impondrá ninguna medida ni se limitarán tus me¬tas. Si te place picotear aquí y allá y atrapar algo al vuelo, tendrás aquello que te deleite. No seas estúpido y aférrate a mí.
    FAUSTO

  2. Ya oíste, no se trata sólo de gozar. Me entrego al vértigo, al placer más doloroso, al amado odio, al fastidio que re¬conforta. Mi pecho, que se ha liberado del ansia de saber, jamás se cerrará a ningún dolor. Quiero disfrutar dentro de mí de lo que ha disfrutado el conjunto de la humani¬dad. Quiero apresar con mi espíritu lo más elevado y lo más sumido en la profundidad, amontonar su ventura y su dolor en mi pecho y, de esta manera, ampliar mi yo y con¬vertirlo en el suyo, y, al final, sucumbir como ella misma.
    MEFISTÓFELES
    Ah, confía en mí, que llevo mascando hace varios miles de años ese manjar de áspero sabor. No hay nadie, desde la cuna hasta la tumba, que digiera la vieja levadura. Crée¬me: esa totalidad sólo fue hecha para un dios. Él se en¬cuentra en la plena y eterna luz, a nosotros nos confinó en las tinieblas y sólo a vosotros os dio el día y la noche.
    FAUSTO
    ¡Pero yo lo quiero!
    MEFISTÓFELES
    ¡De acuerdo!, pero hay algo que me da miedo. El tiempo es breve y el arte es largo. Diría que debieras aprender: asóciate a un poeta que se afane en encontrar ideas y en amontonar sobre tu cabeza de laureado todas las nobles cualidades: el valor del león, la rapidez del cuervo, la san¬gre ardiente del italiano y la tenacidad de los del norte. Déjale que encuentre el secreto de unir magnanimidad y astucia con el cálido impulso juvenil que te haga enamo¬rar conforme a un plan. Me gustaría conocer a un ser así; le pondría por nombre microcosmos.
    FAUSTO
    ¿Qué soy, entonces, si no me es posible alcanzar la corona de lo humano, a la que todos los sentidos tienden?
    MEFISTÓFELES
    Eres, al fin y al cabo, lo que eres. Aunque te pongas una peluca con miles de rizos, aunque te pongas tacones de un codo de altura, seguirás siendo lo que eres.
    FAUSTO
    Siento que he acumulado en vano los tesoros del espíritu humano. Y ahora que me detengo, ninguna fuerza brota de mi interior; no soy ni un pelo más alto ni me he acer¬cado al infinito.
    MEFISTÓFELES
    Mi señor, ves las cosas tal como suelen verse. Hay que ac¬tuar con mayor sutileza antes de que se nos escape el gozo de la vida. ¡Qué demonios! Las manos, los pies, la cabeza y hasta el trasero son tuyos, pero ¿no es por ello menos mío todo lo que disfruto y está rebosante de vida? Si puedo permitirme pagar seis caballos, ¿no hago mías sus fuerzas y, sin dejar de ser un hombre, camino con veinti¬cuatro patas? Así pues, cumple tus pensamientos y lán¬zate al mundo. Date cuenta: un tipo que especula es como un animal en una llanura yerma al que un genio maligno le hace dar vueltas en círculo mientras, a su alrededor, hay bellos prados verdes.
    FAUSTO
    ¿Cómo empezamos?
    MEFISTÓFELES
    Ahora mismo nos ponemos en marcha. ¿Qué lugar de martirio es este? ¿Qué clase de vida es aburrirse y aburrir a los muchachos? Deja eso para tu vecino, el señor Wanst. ¿Por qué te empeñas en desgranar la paja? Lo mejor que podrías conocer no puedes enseñárselo a los muchachos. ¡Ahora mismo oigo a uno en el pasillo!
    FAUSTO
    No me es posible verlo.
    MEFISTÓFELES
    El pobre muchacho espera desde hace mucho tiempo; no puede marcharse desconsolado. Venga, dame la esclavina y el birrete, este disfraz me ha de sentar bien. (Se viste.) Ahora déjalo todo en manos de mi ingenio. Sólo necesito un cuarto de hora; entretanto, prepárate para nuestro bello viaje.

    [align=center](Sale FAUSTO.)[/align]

    (Con las largas ropas de FAUSTO.) Si desprecia la razón y la ciencia, la más potente fuerza de los hombres, y se forta¬lece con el espíritu del engaño con obras de ilusionismo y magia, ya lo tengo en mis manos incondicionalmente. El destino le dio un alma que avanza sin detenerse y cuyas apresuradas aspiraciones sobrepasan los gozos del mundo. Ya sabré arrastrarlo por la vida salvaje a través de lo irrele¬vante y lo insignificante; habrá de quedar atrapado por mí, se aferrará a mí, lo dejaré paralizado y avivaré su insaciabi¬lidad haciendo pasar comida y bebida ante sus ansiosos la¬bios. Suplicará alivio en vano y, aunque al diablo no se hu¬biera entregado, sucumbirá.

    [align=center](Entra un ESTUDIANTE.)[/align]

    ESTUDIANTE
    Llevo aquí poco tiempo y vengo, lleno de devoción, a co¬nocer y hablar al hombre que todos mencionan con res¬peto.
    MEFISTÓFELES
    ¡Me congratulo al ver vuestra educación! Estáis ante un hombre como otro cualquiera. ¿Habéis andado ya por otros sitios?
    ESTUDIANTE
    Os ruego que me aceptéis entre los vuestros. Vengo con toda mi buena voluntad, una aceptable cantidad de dinero y sangre joven y sana. Mi madre no quería que me fuera, pero quiero estudiar algo de Leyes.
    MEFISTÓFELES
    Estáis en el lugar más adecuado.
    ESTUDIANTE
    La verdad es que me querría marchar ya: entre las paredes de estas aulas no consigo estar a gusto. El espacio es muy limitado. No se ve nada verde, no se ve un árbol y en esos bancos y en esas aulas noto que pierdo oído, vista y pen¬samiento.
    MEFISTÓFELES
    Sólo es cuestión de costumbre. Al principio tampoco el niño toma con mucho gusto el pecho de la madre. De igual modo, podréis disfrutar cada día más de los pechos de la ciencia.
    ESTUDIANTE
    Me gustaría ir colgado de su cuello, pero cómo podría lle¬gar a alcanzarlo.
    MEFISTÓFELES
    Antes de seguir, decidme qué Facultad pensáis escoger.
    ESTUDIANTE
    Mi deseo es llegar a tener una buena erudición y saber qué hay sobre la tierra y en el cielo; es decir, comprender la ciencia y la naturaleza.
    MEFISTÓFELES
    Emplead bien el tiempo, pues este no deja de correr, pero el orden os enseñará a aprovecharlo. Por ello, querido amigo, os aconsejo que os inscribáis en primer lugar en el Collegium Logicum. Allí os adiestrarán bien el pen¬samiento, calzándolo con normas para que avance por la senda del espíritu y no persiga bagatelas vagando de un lado a otro. Entonces aprenderéis un día que lo que antes hacíais de un golpe, como el comer o el beber, ahora requiere uno, dos y tres. Cierto es que en el taller del pensamiento ocurre como en la obra maestra de un tejedor, donde un solo impulso mueve a la vez mil hi¬los. La lanzadera se pone en marcha, va de arriba abajo y un solo golpe da lugar a mil tramas. El filósofo que considere este asunto os demostrará que es así, porque si lo primero es así, así será lo segundo y por ello serán así lo tercero y lo cuarto. Y si lo primero y lo segundo no fueran, lo tercero y lo cuarto nunca hubieran sido. Esto lo saben los estudiantes de todos los lugares, pero jamás se han hecho tejedores. El que quiera conocer y describir algo viviente, que empiece por echar fuera el espíritu y, así, tendrá las partes en su mano. Pero enton¬ces, por desgracia, le faltarán los lazos del espíritu. En¬cheiresin naturae, dice la química burlándose de sí misma.
    ESTUDIANTE
    No consigo entenderos plenamente.
    MEFISTÓFELES
    Con el tiempo os irá mejor cuando sepáis reducirlo todo y clasificarlo como corresponde.
    ESTUDIANTE
    Me siento tan torpe como si en mi cabeza girara una rueda de molino.
    MEFISTÓFELES
    Más tarde, antes de afrontar otras cosas, deberíais dedica¬ros a la Metafísica. Veréis cómo comprendéis con clari¬dad lo que no cabe en cabeza humana; quepa o no quepa, siempre encontramos a nuestra disposición una brillante frase. Pero, ante todo, en este semestre, seguid el mejor orden. Oíd cinco lecciones cada día y entrad cuando suene la campana. Preparaos primero minuciosamente, estu¬diando muy bien los apuntes, para que volváis a ver de nuevo que no dicen nada diferente de lo que hay en el li¬bro. Pero esforzaos en la toma de apuntes como si os los dictara el Espíritu Santo.
    ESTUDIANTE
    No tendréis que decírmelo dos veces. Comprendo que es algo muy útil, pues lo que se tiene en negro sobre blanco puede llevarse tranquilamente a casa.
    MEFISTÓFELES
    ¡Pero habéis de elegir la Facultad!
    ESTUDIANTE
    El Derecho no acaba de gustarme.
    MEFISTÓFELES
    No he de ser yo quien os lo tome a mal; sé lo que ocurre con esa doctrina. La Ley y el Derecho se heredan como una enfermedad incurable, se deslizan de generación en generación y avanzan de un lugar a otro. La razón se con¬vierte en algo absurdo, la bondad en perjuicio. Y ¡ay de ti si eres nieto! Del Derecho que nace con nosotros no se habla jamás.
    ESTUDIANTE
    Con eso hacéis que aumente mi aversión. Dichoso aquel al que instruís. Casi voy a estudiar Teología.
    MEFISTÓFELES
    No querría extraviaros, pero, en lo que toca a esa ciencia, es difícil evitar el camino errado. En ella hay mucho ve¬neno y apenas puede distinguirse de la Medicina. Lo bueno aquí es que oigáis sólo a uno y juréis por la familia del maestro. En definitiva, ateneos a la palabra, así entra¬réis por la puerta segura del templo del saber.
    ESTUDIANTE
    Pero ha de haber concepto en la palabra.
    MEFISTÓFELES
    ¡Bien! Pero no hay por qué angustiarse, pues allá donde faltan conceptos se encaja oportunamente la palabra. Con palabras se puede discutir acertadamente, con palabras se puede construir un sistema; se puede creer en las palabras. No hay que escatimarle ni una jota a una palabra.
    ESTUDIANTE
    Perdonad que os haga tantas preguntas, pero aún tengo que pediros que os sigáis esforzando por mí. ¿No podríais darme un consejo sincero sobre Medicina? Tres años es poco tiempo y, ¡Dios!, el campo es demasiado amplio; con una indicación, podemos avanzar mucho mejor.
    MEFISTÓFELES (Hablando para sí.)
    Estoy cansado de esta sobriedad, debo hacer nuevamente de demonio. (En voz alta.) El sentido de la Medicina es fá¬cil de entender. Ella estudia el mundo grande y el pequeño para, finalmente, dejar que todo vaya como Dios quiera. Es cosa vana que sigáis dando vueltas y sudando tras la cien¬cia. Todo el mundo aprende lo que se puede aprender, pero el hombre perfecto es aquel que aprovecha su momento. Tenéis una buena constitución física y no os falta audacia; si confiáis en vos mismo, la gente confiará en vos. Apren¬ded especialmente a dominar a las mujeres. Sus eternos y múltiples lamentos y quejas se curan solamente desde un punto y os bastará comportaros con mediana decencia para tenerlas a todas a vuestros pies. Un título debe convencer¬las de que vuestro arte es superior a muchos artes. Para em¬pezar, atreveos a hacer cosas que otro tan sólo se atrevería a rozar durante muchos años, aprended a tomarles el pulso y, con mirada audaz y fogosa, oprimidles sus estrechas cade¬ras para ver qué bien apretado tienen el corsé.
    ESTUDIANTE
    Esto tiene mucha mejor pinta. Se ve el dónde y el cómo.
    MEFISTÓFELES
    Querido amigo, toda teoría es gris, pero es verde el áureo árbol de la vida.
    ESTUDIANTE
    Juraría que estoy soñando. ¿Podría molestaros de nuevo para oíros ir hasta los fundamentos de vuestra sabi¬duría?
    MEFISTÓFELES
    En lo que de mí dependa, no habrá ningún problema.
    ESTUDIANTE
    No puedo marcharme sin presentaros mi libro de recuer¬dos. ¿Me haríais el favor de escribir algo? MEFISTÓFELES (Lee.)
    «Eritis sicut Deus scientes bonum et malum». (Cierra el libro con veneración y se despide.) Sólo sigue el viejo di¬cho y a mi tía la Serpiente, y algún día tu semejanza con Dios te causará espanto.
    FAUSTO (Entrando.)
    ¿Adónde iremos?
    MEFISTÓFELES
    Iremos donde quieras. Veremos el Gran Mundo y el Pe¬queño. Con qué alegría y qué provecho harás este viaje.
    FAUSTO
    Pero, a pesar de mi larga barba, me falta la naturalidad de trato. No resultará bien el ensayo, no sabré manejarme bien por la vida. Me siento empequeñecido ante los otros, siempre estaré cohibido.
    MEFISTÓFELES
    Mi buen amigo, todo llegará a su debido tiempo. Tan pronto como tengas confianza, sabrás vivir.
    FAUSTO
    ¿Nos vamos, pues, de casa? ¿Dónde están los caballos, el coche y el cochero?
    MEFISTÓFELES
    Basta con que extendamos las capas y ellas nos llevarán por los aires. Para dar este osado paso no debes llevar nada contigo. Un poco de aire ardiente que he preparado nos alzará del suelo. Como somos ligeros, subiremos. Te felicito por tu nueva vida.

    [align=center]TABERNA DE AUERBACH

    (Alegres compadres de taberna.)[/align]

    FROSCH
    ¿Nadie quiere beber?, ¿nadie se ríe? ¡Ojo, que os voy a poner mala cara! Vosotros, que en otras ocasiones ardéis en llamas, estáis hoy como paja mojada.
    BRANDER
    Es por tu culpa. No aportas nada, ni una sandez, ni una mamarrachada.
    FROSCH (Le vierte un vaso de vino en la cabeza.)
    Ahí tienes ambas.
    BRANDER
    Eres un cerdo por partida doble.
    FROSCH
    Si tú lo has querido, así ha de ser.
    SIEBEL
    ¡Afuera los que riñen! ¡Cantemos a pleno pulmón! ¡Bebed y gritad! ¡Hala, eh!
    ALTMAYER
    ¡Pobre de mí!, estoy perdido. ¡Que me traigan algodones para los oídos! Este muchacho me los va a reventar.
    SIEBEL
    Si la bóveda resuena, se siente la potencia del bajo.
    FROSCH
    ¡Vamos!, y que se vaya quien se lo tome mal. Tra-la-rá-la¬rá.
    ALTMAYER
    Tra-la-rá-la-rá.
    FROSCH
    Las gargantas están bien templadas. (Cantando.)
    Querido y Sacro Imperio Romano,
    ¿cómo puedes tenerte aún en pie?
    BRANDER
    ¡Repelente! ¡Una canción política, una canción triste! Agradece a Dios cada día que no tengas que preocuparte por el Imperio Romano. Me parece un magnífico logro no ser ni emperador ni canciller. Pero no debe faltar un man¬datario. Elijamos Papa. Sabéis qué cualidad es la impor¬tante, la que eleva al hombre.
    FROSCH (Canta.)
    Flota por el aire, señora ruiseñor.
    Saluda diez mil veces a mi amorcito.
    SIEBEL
    Ningún saludo al amorcito. No quiero oír hablar de eso.
    FROSCH
    No me impedirás ni saludar ni besar al amorcito. (Canta.)
    Se abre el cerrojo, en la noche oscura.
    Se abre el cerrojo, la amada se despierta.
    Se cierra el cerrojo, en la clara mañana.
    SIEBEL
    ¡Sí, canta, canta, alábala y elógiala! Cuando me llegue el turno, me reiré. A mí me engañó y contigo hará lo mismo. A la amada, que le regalen un duende que retoce con ella en un Via-crucis y un viejo macho cabrío que, cuando regrese del Blocksberg, le bale un «buenas noches» al galope. Para esa fulana es demasiado bueno un muchacho de carne y hueso auténticos. El único saludo que le haría sería romperle los cristales de su ventana.
    BRANDER (Dando golpes en la mesa.)
    ¡Atended, atended! ¡Escuchadme! Confesad, señores, que yo sé vivir bien. Aquí se sientan personas enamoradas y conforme a la buena educación. A estos, al darles las bue¬nas noches, hay que obsequiarles con algo. ¡Atención! ¡Oídme la canción de última moda! ¡Cantad conmigo fuerte el estribillo! (Canta.)
    Había una rata en la despensa
    que sólo comía grasa y mantequilla,
    tenía una panza tan lustrosa
    como la tuvo el buen Doctor Lutero.
    Mas la cocinera le puso veneno
    y la vida se le hizo tan angustiosa
    como si en el pecho abrigara el amor.
    CORO (Jubiloso.)
    Como si en el pecho abrigara el amor.
    BRANDER
    Empezó a dar vueltas, luego salió.
    Quiso apagar su ardor en todos los charcos.
    Royó y arañó la casa entera.
    Brincaba y se retorcía de dolor;
    pronto el animal su vida acabó
    como si en el pecho abrigara el amor.
    CORO
    Como si en el pecho abrigara el amor.
    BRANDER
    Un día claro, siendo presa del miedo,
    la rata cruzó corriendo la cocina,
    cayó en el horno y un respingo dio
    y empezó a respirar con dificultad.
    La envenenadora con ganas se rió.
    Ja, está con un pie en la sepultura
    como si en el pecho abrigara el amor.
    CORO
    Como si en el pecho abrigara el amor.
    SIEBEL
    Cómo se divierten estos muchachos tan simplones. Me gusta mucho el arte de echarles veneno a las pobres ratas.
    BRANDER
    ¿Tienes predilección por ellas?
    ALTMAYER
    El ventrudo calvete se enternece con la desgracia. Ve su propia imagen reflejada en la de la hinchada rata.

    (Entran FAUSTO y MEFISTÓFELES.)
    MEFISTÓFELES
    Antes de nada, quiero ponerte en compañía de gentes ale¬gres para que veas lo fácil que es la vida. Para el pueblo aquí reunido, todos los días son fiesta. Con poco talento y mucho placer, todos giran danzando en estrechos círculos, como gatitos persiguiendo su cola. Mientras que no se quejen de dolor de cabeza, el tabernero les sigue fiando y están satisfechos y despreocupados.
    BRANDER
    Parece que están de viaje, tienen un aspecto extraño; se¬guro que no llevas aquí ni una hora.
    FROSCH
    Verdaderamente tienes razón. Adoro mi Leipzig. Es como un pequeño París que deja su impronta en la gente.
    SIEBEL
    ¿De dónde crees que son esos forasteros?
    FROSCH
    ¡Voy a ver! Con un solo vaso y con la facilidad con la que se arranca un diente voy a sonsacar a estos tipos. Parecen de familia distinguida, tienen aires altivos y descontentos.
    BRANDER
    Apuesto a que son charlatanes de fiesta.
    ALTMAYER
    Quizá.
    FROSCH
    Ved cómo me río de ellos.
    MEFISTÓFELES (A FAUSTO.)
    La gentuza del pueblo no siente la presencia del diablo aunque les esté cogiendo por el cuello.
    FAUSTO
    ¡Sean saludados, señores!
    SIEBEL
    Muchas gracias, igualmente. (A media voz, mirando a MEFISTÓFELES de reojo.) ¿Por qué cojeará ese?
    MEFISTÓFELES
    ¿Nos permiten sentarnos con ustedes? En lugar de un buen trago, que aquí falta, disfrutaremos de la compañía.
    ALTMAYER
    Parece usted un hombre muy bien tratado por la vida.
    FROSCH
    ¿Han salido esta noche de Rippach con retraso? ¿Han ce¬nado en casa del señor Hans?
    MEFISTÓFELES
    Hoy hemos pasado de largo ante su casa; la última vez ya charlamos con él. Nos habló mucho de sus primos. Nos dio recuerdos para todos. (Se inclina haciéndole una reve¬rencia a FROSCH.)
    ALTMAYER (En voz baja.)
    ¡Chúpate esa! Este sí que entiende.
    SIEBEL
    Es todo un sinvergüenza.
    FROSCH
    Descuida, que ya le cazaré.
    MEFISTÓFELES
    Si no me equivoco, al llegar escuchábamos un coro de vo¬ces bien entonadas. Sin duda alguna, el canto debe reso¬nar muy bien bajo estas bóvedas.
    FROSCH
    Seguro que usted es un virtuoso.
    MEFISTÓFELES
    No; mi capacidad es endeble, pero el placer es grande.
    ALTMAYER
    ¡Cántenos algo!
    MEFISTÓFELES
    Si lo desean; puedo entonar muchas canciones.
    SIEBEL
    Una pieza nueva.
    MEFISTÓFELES
    Acabamos de volver de España, el bello país del vino y sus canciones. (Canta.)
    Había una vez un rey
    que tenía una gran pulga.
    No era poco lo que la amaba.
    La quería como a su hija.
    Entonces llamó a su sastre
    y su sastre allí acudió.
    Al noble le tomó medidas
    y le hizo calzas y jubones.
    BRANDER
    No olvidéis encarecerle al sastre que mida con la máxima exactitud y que, si tiene estima por su cabeza, no le salgan arrugas en las calzas.
    MEFISTÓFELES
    De terciopelo y de seda
    iba aquella pulga vestida,
    de su jubón colgaban bandas
    y estaba prendida una cruz.
    Llegó enseguida a ministro
    con magna condecoración.
    Fue entonces cuando sus parientes
    renombre en la corte tuvieron.
    Las damas y los cortesanos
    sufrieron enorme fastidio.
    A la reina y sus doncellas
    ellas picaron e incordiaron.
    Mas aplastarlas no podían,
    aunque todo les escociera.
    Las aplastamos y matamos
    tan pronto como una nos pica.
    CORO (Jubiloso.)
    Las aplastamos y matamos
    tan pronto como una nos pica.
    FROSCH
    ¡Bravo!, ¡bravo!, eso estuvo muy bien.
    SIEBEL
    Ese es el merecido de todas las pulgas.
    BRANDER
    Hay que afilar las uñas y machacarlas.
    ALTMAYER
    ¡Viva la libertad!, ¡viva la vida!
    MEFISTÓFELES
    Alzaría mi copa para honrar la libertad, si vuestro vino fuera más bueno.
    SIEBEL
    No queremos volver a oír eso.
    MEFISTÓFELES
    Me temo que el tabernero se ofendería, pero, de no ser así, daría de mis bodegas algo mejor a estos dignos hués¬pedes.
    SIEBEL
    Venga, venga, esta corre por mi cuenta.
    FROSCH
    Procuradnos un buen trago y os alabaremos. Pero no nos deis catas muy pequeñas, que yo para juzgar necesito te¬ner la boca llena.
    ALTMAYER (En voz baja.)
    Me parece que son del Rin.
    MEFISTÓFELES
    Conseguidme una barrena.
    BRANDER
    ¿Para qué? ¿Pero es que no tenéis los barriles ante la puerta?
    ALTMAYER
    Ahí, detrás del tabernero, hay una espuerta con herramientas.
    MEFISTÓFELES (Toma la barrena. A FROSCH.)
    Ahora dígame, ¿qué quiere usted probar?
    FROSCH
    Pero, ¿qué significa esto?, ¿tenéis varios vinos?
    MEFISTÓFELES
    ¡Ofrezco a cada cual su preferido!
    ALTMAYER
    Ah, ¡ya empiezas a relamerte!
    FROSCH
    ¡Bien! Si tengo que elegir, prefiero tomar vino del Rin. La patria nos ofrece las mejores dádivas.
    MEFISTÓFELES (Mientras va haciendo un agujero en el canto de la mesa, a la altura del sitio donde se    sienta FROSCH.)
    Consígame un poco de cera para hacer espitas.
    ALTMAYER
    Ah, son juegos de ilusionismo.
    MEFISTÓFELES
    ¿Qué queréis?
    BRANDER
    Quiero vino de la Champaña, y debe tener mucha espuma.

    (MEFISTÓFELES sigue barrenando mientras otro va haciendo y colocando los tapones de cera.)

    No se puede estar evitando lo extranjero constantemente. A menudo, lo bueno se encuentra lejos de nosotros. Un auténtico alemán no soporta a un francés, pero bebe con gusto sus vinos.
    SIEBEL (Mientras MEFISTÓFELES se va acercando a su sitio.)
    Lo confieso: no me gusta el seco. Dadme un vaso de ge¬nuino vino dulce.
    MEFISTÓFELES (Barrenando.)
    Enseguida saldrá Tokay de aquí.
    ALTMAYER
    ¡Nada, señores, mírenme a la cara! Sé que este hombre nos está tomando el pelo.
    MEFISTÓFELES
    ¿Qué me dice usted? Con estos distinguidos huéspedes sería demasiado atrevimiento. Rápido, diga con franqueza qué vino he de servirle.
    ALTMAYER
    Cualquiera. Y no pregunte tanto.

    (Una vez que los agujeros han sido barrena¬dos y taponados.)

    MEFISTÓFELES (Con gestos raros.)
    La cepa tiene racimos,
    el macho cabrío cuernos;
    el vino es jugoso, la cepa leñosa,
    la mesa de madera da también vino.
    Mirad la naturaleza.
    Creed, esto es un milagro.
    Quitad los tapones y disfrutad.
    TODOS (Mientras quitan los tapones y reciben en el vaso el vino deseado.)
    ¡Qué buena fuente esta que nos sacia!
    MEFISTÓFELES
    Tened cuidado de derramar nada (Ellos continúan can¬tando.)
    TODOS (Cantando.)
    Nos va hacer el caníbal
    como a quinientos puercos.
    MEFISTÓFELES
    El pueblo es libre. Ved lo bien que le va.
    FAUSTO
    Me gustaría marcharme ahora mismo.
    MEFISTÓFELES
    Primero asiste a ver cómo se manifestará la bestialidad de modo esplendoroso.
    SIEBEL (Bebe descuidadamente. El vino cae al suelo y se convierte en llamas.) ¡Socorro!, ¡fuego!, ¡socorro!, ¡arde el infierno!
    MEFISTÓFELES (Hablando a la llama.)
    Tranquilízate, amigo elemento. (A los compadres.) Esta vez sólo fue una pavesa del purgatorio.
    SIEBEL
    ¿Qué es eso? Espera. La va a pagar. Me parece que no sa¬béis quiénes somos.
    FROSCH
    ¡Que no se atreva a hacerlo por segunda vez!
    ALTMAYER
    Creo que lo mejor es decirle que se vaya de aquí.
    SIEBEL
    ¿Qué pasa, señor? ¿Os divierten vuestros juegos de ma¬gia?
    MEFISTÓFELES
    Cállate ya, viejo tonel de vino.
    SIEBEL
    Palo de escoba, ¿aún quieres insultarnos?
    BRANDER
    Espera, que te va a caer una lluvia de palos.
    ALTMAYER (Quita un tapón de la mesa y le viene fuego en¬cima.)
    Me quemo, me quemo.
    SIEBEL
    Brujería. Vamos a por él, se ha abierto la veda.

    (Sacan las navajas y se acercan a MEFISTÓ¬FELES.)
    MEFISTÓFELES (Con ademanes serios.)
    ¡Falsos dichos e imágenes
    que trastornáis los sentidos!
    ¡Estad aquí y allá!
    (Se quedan aturdidos mirándose unos a otros.)
    ALTMAYER
    ¿Dónde estoy? ¡Qué bello país!
    FROSCH
    ¿Es cierto que estoy viendo viñas?
    SIEBEL
    Y los racimos están a mano.
    BRANDER
    Aquí, en esta verde vegetación, ¡mirad qué racimos!, ¡mi¬rad qué uvas! (Agarra a SIEBEL por la nariz; los otros lo hacen mutuamente y levantan las navajas.)
    MEFISTÓFELES (Como antes.)
    Error, quítales la venda de los ojos. Ahora comprobad cómo se divierte el demonio. (Desaparece con FAUSTO mientras los compadres se separan unos de otros.)
    SIEBEL
    ¿Qué es esto?
    ALTMAYER
    ¿Cómo?
    FROSCH
    ¿Era esta tu nariz?
    BRANDER (A SIEBEL.)
    Y la tuya la tengo en la mano.
    ALTMAYER
    Este golpe me ha hecho estremecer los miembros. Traed¬me una silla, que me caigo.
    FROSCH
    No; dime ¿qué ha pasado?
    SIEBEL
    ¿Dónde está ese tipo? Si lo encuentro, no se me ha de es¬capar vivo.
    ALTMAYER
    Yo lo he visto salir por la puerta cabalgando sobre un to¬nel. Mis pies pesan como el plomo. (Volviendo a la mesa.) Y no sigue manando ese vino.
    SIEBEL
    Fue todo un engaño. Mentira y apariencia.
    FROSCH
    Pues a mí me parece como si hubiera bebido vino.
    BRANDER
    Y ¿qué era aquello de las uvas?
    ALTMAYER
    Y ahora, que alguien me diga que no hay que creer en mi¬lagros.

    [align=center]
    COCINA DE BRUJA[/align]

    (En un hogar bajo hay una gran marmita sobre el fuego. En los vapores que salen hacia arriba se vislumbran diver¬sas formas. Una mona está sentada ante la marmita espu¬mándola y cuidando de que no rebose su contenido. Él, con sus crías, está sentado a su lado calentándose. Las paredes y el techo están adornados con el más raro instrumental de brujería.)

    (FAUSTO junto a MEFISTÓFELES.)
    FAUSTO
    ¡Me repugna esta estúpida brujería! ¿Y tú me prometes que voy a curarme en este caos de locura? ¡Pedir consejos a una vieja! ¿Y estas cochambrosas artes culinarias me quitarán treinta años de encima? ¡Pobre de mí si es que no sabes algo mejor! ¿No habrá encontrado la naturaleza, o tal vez un espíritu noble, el bálsamo adecuado?
    MEFISTÓFELES
    Amigo, vuelves a hablar con perspicacia. Para hacerte más joven hay un medio natural, pero viene en otro libro y es un capítulo muy raro.
    FAUSTO
    ¡Quiero saberlo!
    MEFISTÓFELES
    Un medio que no requiere ni dinero, ni médico, ni hechi¬zos: sal inmediatamente al campo y ponte a escarbar y a cavar; manténte a ti y a tu pensamiento dentro de un círculo muy limitado; aliméntate de comidas no muy sa¬zonadas; vive junto al rebaño y como parte del rebaño, y no creas excesivo abonar el terreno en el que hiciste la re¬colecta. ¡Créeme, ese es el modo de llegar joven a los ochenta!
    FAUSTO
    No estoy acostumbrado, no podría habituarme a tomar la azada en mi mano. No me va vivir con estrecheces.
    MEFISTÓFELES
    De ahí que tenga que entrar en danza la bruja.
    FAUSTO
    ¿Y por qué ha de hacerlo precisamente la vieja?, ¿no pue¬des tú mismo preparar la pócima?
    MEFISTÓFELES
    ¡Menuda pérdida de tiempo! Prefiero, entretanto, cons¬truir mil puentes. No sólo hacen falta arte y ciencia, tam¬bién se precisa paciencia para realizar la obra. Un espíritu tranquilo está activo muchos años; sólo el tiempo provee de poderes a un sutil fermento. Y todos los ingredientes son sorprendentes. Aunque el demonio le ha enseñado, el demonio no lo puede hacer. (Reparando en LOS ANIMALES.)

  3. ¡Mira qué diminuta y agradable especie! Aquí está la sir¬vienta; allí el criado. (Mirando a LOS ANIMALES.) Al pare¬cer, la señora no está en casa.
    LOS ANIMALES
    Está comiendo fuera de casa; salió ponla chimenea.
    MEFISTÓFELES
    Decidme, ¿cuánto tiempo emplea, de ordinario, en sus di¬versiones?
    LOS ANIMALES
    El mismo que empleamos nosotros en calentarnos las patas.
    MEFISTÓFELES
    ¿Qué te parecen estos tiernos animales?
    FAUSTO
    ¡Del peor gusto que he visto nunca!
    MEFISTÓFELES
    No; una charla como esta es precisamente la que más me gusta tener. (A LOS ANIMALES.) Entonces decidme, muñe¬cos malditos, qué es ese puré que se cocina en la olla que rondáis. .
    LOS ANIMALES
    Estamos cocinando una gran sopa para pobres.
    MEFISTÓFELES
    Entonces tendréis mucho público.
    EL MONO (Acercándose y adulando a MEFISTÓFELES.)
    ¡Juguemos a los dados!
    Quiero hacerme rico.
    ¡Haz que gane mi apuesta!
    El asunto va mal.
    Si tuviera dinero,
    tendría inteligencia.
    MEFISTÓFELES
    ¡Qué feliz se sentiría este mono si pudiera jugar a la lotería.

    (Entretanto, las pequeñas crías de mono se han puesto a jugar con una gran bola do¬rada y la hacen rodar.)
    EL MONO
    El mundo es así,
    va subiendo y bajando
    y no deja de rodar.
    Resuena cual cristal
    que quebradizo es.
    Por dentro está vacío.
    Mucho brilla aquí,
    y allí aún más.
    Estoy lleno de vida.
    Hijo de mi amor,
    ten cuidado con él.
    Al final morirás.
    El mundo es de barro,
    se pulverizará.
    MEFISTÓFELES
    ¿Para qué sirve la criba?
    EL MONO (Descolgándola.)
    Si fueras un ladrón te reconocería. (Corre hacia donde está LA MONA y la hace mirar a través de la criba.)
    ¡Mira bien por la criba!
    ¿Conoces al ladrón
    y no puedes nombrarlo?
    MEFISTÓFELES (Acercándose al fuego.)
    ¿Y este puchero?
    EL MONO Y LA MONA
    Es estúpido y simple.
    No conoce el puchero.
    No conoce la marmita.
    MEFISTÓFELES
    ¡Qué animal tan mal educado!
    EL MONO
    Toma este soplillo
    y en el sillón siéntate.
    (Insta a MEFISTÓFELES a sentarse.)
    FAUSTO (Que entretanto ha estado frente al espejo, tan pronto acercándose como alejándose 
      de él.)
    ¿Qué veo? ¿Qué visión celestial se refleja en este espejo mágico? ¡Oh amor, préstame tus alas más ligeras y llé¬vame a su país! Ah, si me quedara aquí, si me atreviera a acercarme. ¡Esta es la más bella imagen de mujer! ¿Es posible que una mujer sea tan hermosa? ¿Es posible que, en el cuerpo tendido de esta mujer, esté reunida toda la belleza de los cielos? ¿Existirá algo así sobre la tierra?
    MEFISTÓFELES
    Claro, si un Dios se afana durante seis días y al último se vitorea a sí mismo, tiene que haber dado lugar a algo muy logrado. Por esta vez, mira hasta saciarte. Sabré hacerte hallar este pequeño tesoro, y feliz el que tenga la buena suerte de llevársela a casa como esposa. (FAUSTO se sigue mirando al espejo. MEFISTÓFELES, arrellanándose en el sillón y jugando con el soplillo, continúa hablando.) Aquí estoy, sentado como el rey en el trono. Aquí empuño el cetro, sólo me falta la corona.
    LOS ANIMALES (Que hasta entonces han hecho todo tipo de movimientos, le traen a
      MEFISTÓFELES una corona ha¬ciendo gran griterío.)
    Oh, haznos el favor,
    con sudor y con sangre
    péganos la corona.

    (Caminando torpemente con la corona, ME¬FISTÓFELES la rompe en dos pedazos, con los que dan vueltas y saltan.)
    Ya ha ocurrido.
    Hablamos y vemos,
    rimamos y oímos.
    FAUSTO (Frente al espejo.)
    Ay de mí! Casi me estoy volviendo loco.
    MEFISTÓFELES (Señalando a los animales.)
    También a mí me empieza a flaquear la cabeza.
    LOS ANIMALES
    Si tenemos suerte
    y todo concuerda,
    tendremos ideas.
    FAUSTO (Como antes.)
    Mi pecho empieza a arder. Alejémonos cuanto antes.
    MEFISTÓFELES (Con la postura anterior.)
    Bueno, al menos hay que reconocer que son unos poetas muy sinceros.

    (La marmita que LA MONA ha dejado hasta ahora descuidada empieza a rebosar; sale una gran llama que sube por la chimenea. LA BRUJA baja a través de la llama dando unos gritos espantosos.)

    LA BRUJA
    Ay, ay, ay. Maldito animal, condenada puerca. Has des¬cuidado la caldera, has chamuscado a tu señora. Maldito animal. (Mirando a FAUSTO y a MEFISTÓFELES.)
    ¿Qué ha pasado aquí?
    ¿Quiénes sois vosotros dos?
    ¿Qué es lo que queréis?
    ¿Quién os hizo entrar?
    ¡Que el fuego del infierno arda en vuestros huesos!
    (Mete la espumadera en la marmita y empieza a salpicar con llamas a FAUSTO, MEFISTÓFELES y a LOS ANIMALES. LOS ANIMALES aúllan.)
    MEFISTÓFELES (Que le da la vuelta al soplillo que tiene en la mano y golpea las vasijas de cristal y
    las ollas.)
    Por el suelo, por el suelo,
    ahí está tu brebaje,
    ahí están tus vasijas.
    Esto es sólo una broma,
    puta vieja, es el ritmo
    propio de tu melodía.
    (Mientras LA BRUJA retrocede llena de horror y espanto.) ¿Me reconoces, esqueleto?, ¿eh, espantajo? ¿Reconoces a tu señor y maestro? No sé qué me impide golpearos y des¬trozaros a ti y a tus espíritus animales. ¿Le has perdido el respeto al jubón rojo? ¿Ya no puedes reconocer la pluma de gallo? ¿He ocultado mi rostro? ¿Tengo que anunciarme por mi nombre?
    LA BRUJA
    Oh, señor, perdona este grosero saludo, pero no he visto ningún pie de caballo. ¿Dónde están vuestros dos cuer¬nos?
    MEFISTÓFELES
    Por esta vez saldrás del apuro, pues es cierto que hace mucho tiempo que no nos vemos. También la cultura, que a todo el mundo barniza, se ha extendido al demo¬nio. Ya no es posible ver al fantasma nórdico. ¿Dónde están los cuernos, la cola y las garras? Y en cuanto al pie, del que no puedo prescindir, sé que me causaría cierto perjuicio entre la gente. Por ello, como algunos hombres jóvenes, me sirvo desde hace muchos años de falsas pan¬torrillas.
    LA BRUJA (Bailando.)
    Casi pierdo el sentido y el entendimiento. He aquí de nuevo al noble señor Satán.
    MEFISTÓFELES
    Mujer, no vuelvas a repetir ese nombre.
    LA BRUJA
    ¿Por qué?, ¿qué daño os hace?
    MEFISTÓFELES
    Hace ya tiempo que fue escrito en el libro de las fábulas, sin que por eso los hombres hayan mejorado. Están libres del Maligno, pero los males se han quedado. Llámame se¬ñor Barón; así queda mejor. Soy un caballero igual que otros. Tú no dudarás de mi sangre azul. Mira, estas son mis armas. (Hace un gesto obsceno.)
    LA BRUJA (Ríe con desmesura.)
    ¡Ja!, ¡ja! Ese es vuestro estilo. Seguís siendo un pícaro, como lo habéis sido siempre.
    MEFISTÓFELES (A FAUSTO.)
    Amigo, echa cuenta de esto; este es el modo de tratar con las brujas.
    LA BRUJA
    Ahora, decidme, señores, qué deseáis.
    MEFISTÓFELES
    Un buen vaso del conocido jugo. Pero quiero que sea del más añejo. Con los años redobla su efecto.
    LA BRUJA
    ¡Con mucho gusto! Aquí tengo una botella de la que me gusta de vez en cuando beber y que no apesta en absoluto. Os daré un vasito con gran placer. (En voz baja.) Pero si este hombre bebe sin estar preparado, sabéis que no vivirá ni una hora.
    MEFISTÓFELES
    Es un buen amigo y le sentará muy bien. Quiero que dis¬frute de lo más escogido de tus artes culinarias. Traza tu círculo, pronuncia tus ensalmos y dale una taza llena.

    (LA BRUJA, con extraños gestos, traza un círculo y va depositando dentro de su con¬torno cosas extrañas. Entretanto, los vasos empiezan a tintinear, las marmitas a reso¬nar y a hacer música. Finalmente trae un li¬bro, coloca a los monos dentro del círculo. Estos le sirven de pupitre y le sostienen la antorcha. Hace un gesto a FAUSTO para que se acerque a ella.)

    FAUSTO (A MEFISTÓFELES.)
    No; dime ¿a qué va a dar lugar esto? Esos trucos absurdos, esos gestos locos, este engaño de mal gusto ya son bastante conocidos y odiados por mí.
    MEFISTÓFELES
    ¡Ea, qué tontería! Esto es sólo una broma. No seas tan es¬tricto. Como médico, ella debe hacer un ensalmo para que el jugo le salga bien. (Apremia a FAUSTO a entrar en el círculo.)
    LA BRUJA (Empieza a declamar con énfasis un párrafo del libro.)
    Debes entender.
    Haz de uno diez
    y réstale dos
    e iguálalo a tres.
    Serás rico así.
    Quítale el cuatro.
    Con cinco y seis,
    te avisa la bruja,
    siete y ocho harás.
    Llegó ya el final:
    nueve es igual a uno
    y diez no es ninguno.
    Esta es la tabla de multiplicar de la bruja.
    FAUSTO
    Me parece que esta vieja delira.
    MEFISTÓFELES
    Pues todavía falta mucho para que esto acabe. Sé muy bien que así suena el libro entero; he perdido mucho tiempo con él. Una contradicción perfecta es tan misteriosa para los lis¬tos como para los tontos. Amigo mío, el arte es viejo y nuevo. Con él se difundió para la posteridad el error en lugar de la verdad: con el tres y el uno y con el uno el tres. Así se charla y se enseña sin trabas. ¿Quién se ocupa de los locos? Cuando el hombre oye palabras, cree habitualmente que es¬tas ofrecen materia para pensar.
    LA BRUJA (Continúa.)
    La enorme fuerza
    que tiene la ciencia
    queda oculta al mundo.
    Pero el que no piensa
    que le es brindada
    la obtiene de balde.
    FAUSTO
    ¿Qué tonterías nos está diciendo? Pronto me estallará la cabeza. Me parece estar escuchando un coro de cien mil dementes.
    MEFISTÓFELES
    Ya basta, ya basta, perfecta sibila. Trae la bebida y llena la copa hasta los bordes. Este jugo no le hará daño a mi amigo: es un hombre con muchos grados que otros tra¬gos ha tenido ya que beber.

    (LA BRUJA, muy ceremoniosamente, escan¬cia la bebida en una copa; al llevársela FAUSTO a la boca, surge una tenue llama.)
    ¡Venga, adentro!, ¡de un trago! ¿Estás hablando de tú a tú con el diablo y te asusta el ver una llama?

    (LA BRUJA rompe el círculo. FAUSTO sale.) ¡Venga afuera!, ¡no debes quedarte quieto!
    LA BRUJA
    Que os aproveche el trago.
    MEFISTÓFELES
    Si puedo hacerte algún favor, pídemelo por Walpurgis.
    LA BRUJA
    ¡Esta es una canción! Si la cantáis de vez en cuando, nota¬réis ciertos efectos.
    MEFISTÓFELES
    Vamos, deprisa, deja que te guíe. Tienes que sudar para que te invada su fuerza por dentro y por fuera. A partir de ahora te enseñaré a apreciar el ocio noble y pronto nota¬rás con íntimo placer cómo Cupido despierta y vuelve a saltar.
    FAUSTO
    Deja que me mire en el espejo. ¡Esa imagen de mujer era tan bella!
    MEFISTÓFELES
    ¡No, no! Pronto verás en persona el modelo de toda  mujer. (En voz baja.) Con esta bebida en el cuerpo ve¬rás pronto a Helena encarnada en cada una de las mu¬jeres.

    [align=center]CALLE[/align]

    (FAUSTO. MARGARITA se cruza con él.)
    FAUSTO
    Mi bella señorita, ¿podría atreverme a ofrecerle mi brazo y mi compañía?
    MARGARITA
    No soy señorita ni bella, y puedo volver a casa sin compa¬ñía de nadie. (Se zafa de él y sigue andando.)
    FAUSTO
    ¡Por el cielo, qué niña más hermosa! Nunca he visto nada igual. Llena de bondad y de virtud, al tiempo que muestra cierto desdén. Tiene rojos los labios y luminosas las meji¬llas. ¡No los podré olvidar en este mundo! Se ha grabado en mi pecho la forma en que bajó la mirada y el momento en que me replicó brevemente; qué entusiasmo sentí. (En¬tra MEFISTÓFELES.) Tienes que conseguirme a esa mu¬chacha.
    MEFISTÓFELES
    ¿A cuál?
    FAUSTO
    A esa que acaba de pasar.
    MEFISTÓFELES
    ¿Aquella? Vuelve de hablar con su confesor, que le per¬donó todos sus pecados. Me oculté en el confesonario y pude ver que es una inocente que confiesa faltas insignifi¬cantes. No tengo ningún poder sobre ella.
    FAUSTO
    Pero tiene al menos catorce años.
    MEFISTÓFELES
    Hablas como un auténtico calavera que deseara poseer to¬das las flores y se enorgulleciera de que para él no hay ho¬nor ni bien que no se puedan lograr. Pero esto no siempre ocurre.
    FAUSTO
    No, elogioso maese; no me vengas a hablar de la ley. Te lo digo claro y alto: si esta noche no siento el palpitar de su joven sangre al tenerla entre mis brazos, a medianoche nos separaremos.
    MEFISTÓFELES
    ¡Piensa en todo lo que hay que hacer y deshacer! Al me¬nos necesito dos semanas para encontrar la ocasión.
    FAUSTO
    Si tuvieras siete horas disponibles, no necesitaría del de¬monio para la seducción de esa criaturita. MEFISTÓFELES
    Ya habláis casi como un francés, pero no os enojéis. ¿De qué sirve obtener el placer de inmediato? Nunca es tan grande el gozo, ni con mucho, como cuando poco a poco, con todo tipo de embustes, vas encadenando y poniendo en suerte a tu muñequita, tal como ocurre en algunos cuentos extranjeros.
    FAUSTO
    Aun sin eso, me apetece.
    MEFISTÓFELES
    Ya sin bromas ni chanzas. Te digo que con esa bella niña no se puede ir tan rápido. Con el empuje no podrás conse¬guir nada. Tendremos que servirnos de la astucia.
    FAUSTO
    ¡Tráeme algo de su tesoro angélico! ¡Llévame a su lugar de descanso! ¡Haz de su pecho mi pañuelo, hazle una liga con mi deseo amoroso!
    MEFISTÓFELES
    Para que veas que ante tu pena quiero ser diligente y ser¬vicial, no perderemos ni un instante y hoy te llevaré a su cuarto.
    FAUSTO
    ¿Y podré verla?; ¿y será mía?
    MEFISTÓFELES
    No. Ella estará en casa de una vecina. Mientras tanto po¬drás hacerte con esperanzas de futuras alegrías en el aire donde ella respira.
    FAUSTO
    ¿Podemos ir ya?
    MEFISTÓFELES
    Todavía es muy pronto.
    FAUSTO
    Consígueme un regalo para llevarle. (Se va.)
    MEFISTÓFELES
    ¡Regalos ya! ¡Muy bien! ¡Lo acabará consiguiendo! Co¬nozco lugares adecuados donde están enterrados algunos vie¬jos tesoros. Tengo que volver a echarles un vistazo. (Se va.)

    [align=center]AL ATARDECER[/align]

    (Un cuarto pequeño y pulcro.)
    MARGARITA (Haciéndose sus coletas.)
    Daría cualquier cosa por saber quién era el caballero de antes. Con aquel aspecto tan gallardo, seguro que es de casa noble; se lo noté en la frente. De no ser así, no hu¬biera tenido tanta audacia. (Se va.)

    (MEFISTÓFELES y FAUSTO entran.)
    MEFISTÓFELES
    ¡Adentro!, ¡sin hacer ruido!, ¡adentro!
    FAUSTO (Después de una pausa.)
    Te lo ruego, déjame solo.
    MEFISTÓFELES (Fisgoneando.)
    No todas las muchachas son tan aseadas. (Se va.)
    FAUSTO (Mirando alrededor.)
    Bien llegada seas, dulce luz del crepúsculo que te filtras en este santuario penetrándolo. Apodérate de mi corazón, dulce pena de amor, que vives consumiéndote en el rocío de la esperanza. ¡Qué sentimiento de serenidad, de orden, de contento se respira! ¡Qué plenitud en esta pobreza!, ¡qué felicidad en esta prisión! (Se deja caer en el sillón de cuero situado junto a la cama.) Acógeme tú que, en la ale¬gría y el dolor, recibiste con los brazos abiertos a sus ante¬pasados. ¡Cuántas veces se subieron los niños a este trono paternal! Quizá aquí, mi pequeña amada, con las mejillas gordezuelas y agradecida por el aguinaldo navideño, besó la marchita mano del abuelo. Siento, muchacha, cómo me envuelve tu espíritu ordenado y generoso que, maternal, te enseña diariamente a extender pulcramente el mantel sobre la mesa y a alisar la arena a tus pies. Oh, mano amada, semejante a la de los dioses, esta choza se convierte gra¬cias a ti en un reino celestial. ¡Y aquí…! (Abre una de las colgaduras de la cama.) … ¿Qué frenesí se apodera de mí? Aquí querría pasarme horas enteras; aquí, naturaleza, has formado en leve sueño a este ángel hecho carne; aquí está la niña durmiendo, su pecho lleno de calor y vida; aquí, con textura limpia y pura, se crea la imagen divina. Pero, ¿qué es lo que te ha traído aquí? ¡Me siento conmo¬vido en mi interior! ¿Qué quieres? ¿Por qué está tan grave tu alma? Pobre Fausto, ya no te reconozco. ¿Un aroma de encanto me rodea? Me impulsó a venir la satisfacción de un placer inmediato y ahora me deshago en un sueño amoroso. ¿Somos un juguete ante cada golpe de aire? Y si ella apareciera ahora, ¡cómo expiarías tu sacrilegio! Qué diminuto se haría, incluso, el gran libertino; se fundiría echándose a sus pies.
    MEFISTÓFELES
    Rápido. La veo bajar.
    FAUSTO
    ¡Vamos!, ¡vamos! ¡Jamás he de volver!
    MEFISTÓFELES
    Aquí hay un cofrecito bien pesado que encontré no sé dónde. Pónselo en el armario y te prometo que perderá el sentido. Metí en él varias cosas para conseguir otra. Y es que los niños son siempre niños y el juego siempre es juego.
    FAUSTO
    No sé si debo.
    MEFISTÓFELES
    ¿Aún te lo preguntas? ¿Pretendes guardarte este tesoro? Entonces le recomiendo a Su Avaricia que no me haga per¬der el día y que me dispense de esfuerzos venideros. No creí que fueras avaro. Me rasco la cabeza y me froto las manos. (Coloca la cajita en el armario y vuelve a cerrar la puerta.) ¡Venga! ¡Deprisa! Yo intento someter el deseo y la voluntad de tu corazón a esta joven y dulce niña y tú estás ahí, como si fueras a entrar al aula y, grises, en carne y hueso, te esperaran la física y la metafísica. Vamos.
    (Salen.)
    MARGARITA (Con una lámpara.)
    ¡Qué bochorno!, ¡qué humedad hay aquí! (Abre la ven¬tana.) Sin embargo, no hace calor fuera, pero siento calor no sé por qué. Me gustaría que volviera mamá a casa. Siento un escalofrío que me recorre todo el cuerpo. Creo que soy una mujer miedosa y tonta. (Empieza a cantar mientras se va desnudando.)
    Había una vez un rey en Thule,
    fiel hasta la sepultura,
    al que su amada, muriendo,
    regaló una áurea copa.
    Era su mayor tesoro;
    la llevaba a los banquetes;
    se humedecían sus ojos
    cuando de ella bebía.
    Al estar su muerte próxima,
    calculó su gran fortuna
    y a su heredero la legó,
    mas no su querida copa.
    Celebró regio banquete,
    flanqueado de caballeros,
    en el antiguo salón
    del castillo junto al mar.
    Allí el viejo bebedor
    tomó su último sorbo
    y arrojó su amada copa
    al albur de las mareas.
    La vio caer y hundirse
    en aquel profundo mar.
    Los ojos se le apagaron,
    nunca volvió a beber.
    (Abre el armario para ordenar sus vestidos y ve el cofrecito de joyas.) Cómo ha llegado hasta aquí este cofrecillo si es¬toy segura de haber cerrado muy bien el armario. ¡Qué raro! ¿Qué podrá haber dentro? Quizá lo haya traído al¬guien en prenda, para pedir un préstamo a mi madre. Cuelga una llavecita de la cinta. Me parece que lo voy a abrir ahora mismo. ¿Qué es esto? ¡Dios de los cielos! Mira, no he visto nunca nada igual en mi vida. Unas joyas con las que cual¬quier dama de la nobleza podría asistir a la mayor de las solemnidades. ¿Cómo me sentaría esta cadena? ¿A quién pertenece esta maravilla? (Se adorna con las joyas y se pone ante el espejo.) ¡Si tan sólo fueran míos los pendien¬tes, ya tendría otro aspecto! ¿De qué sirven la belleza y la juventud? Todo ello puede ser muy bueno y muy bonito, pero ahí se queda y se alaba casi por compromiso. Mas to¬dos persiguen el oro y todo pende del oro. ¡Ay, pobres de nosotras!

    [align=center]PASEO[/align]

    (FAUSTO, pensativo, va andando de un lado a otro. Se le acerca MEFISTÓFELES.)

    MEFISTÓFELES
    Por todo el amor desdeñado, por todos los elementos in¬fernales; ¡quisiera saber lo más ofensivo posible para po¬der maldecir!
    FAUSTO
    ¿Qué te pasa?, ¿qué mosca te ha picado? No he visto peor cara en mi vida.
    MEFISTÓFELES
    Me daría ahora mismo a los diablos si no fuera yo uno de ellos.
    FAUSTO
    ¿Estás perturbado? La verdad es que te da empaque po¬nerte como un loco.
    MEFISTÓFELES
    Las joyas que reuní para Margarita se las ha llevado un cura. La madre, en cuanto vio aquello, empezó a sentir miedo. La mujer tiene un fino olfato, pues siempre tiene las narices dentro del misal, y empieza a oler todos los muebles a ver si son sagrados o profanos, y cuando vio las joyas comprendió al momento que no tenían muchas ben¬diciones. Ella exclamó: «Hija mía, este bien injusto apresa el alma y consume la sangre. Lo consagraremos a la madre de Dios y quedaremos satisfechos con el Maná del Cielo». La pequeña Margarita torció el gesto, pensó que era caba¬llo regalado y que no era ningún impío el que lo había traí¬do con tanta finura. La madre hizo llamar a un cura que, en cuanto presintió el placer, se dejó agradar la vista. El dijo: «Está muy bien pensado, el que supera la prueba gana. La Iglesia tiene un buen estómago, ha devorado países ente¬ros y nunca se ha empachado hasta ahora. Sólo la Iglesia, estimadas señoras, puede digerir bienes injustos».
    FAUSTO
    Ese es un uso general. El judío y el rey hacen lo mismo.
    MEFISTÓFELES
    Se llevó el prendedor, el collar y los anillos como si fue¬ran bagatelas, y sin dar más gracias que por un cesto lleno de avellanas, les prometió la recompensa celestial y ellas se sintieron muy edificadas.
    FAUSTO
    ¿Y Margarita?
    MEFISTÓFELES
    Ahora está intranquila, no sabe lo que quiere ni lo que debe hacer; día y noche se acuerda de las joyas y piensa aún más en quién se las dejaría allí.
    FAUSTO
    Me duele la preocupación de mi pequeña amada. ¡Consí¬guele nuevas joyas! Las primeras valían poca cosa.
    MEFISTÓFELES
    Sí claro, para el señor todo es un juego de niñas.
    FAUSTO
    Hazlo y dispónlo a mi voluntad. Pégate a su vecina. De¬monio, no seas blandengue y trae nuevas joyas. MEFISTÓFELES
    Sí, gran señor, lo haré con gusto y de corazón.

    (FAUSTO se va.)

    Así es cómo un loco enamorado hace estallar el sol, la luna y las estrellas para la diversión de la amada. (Sale.)

    [align=center]LA CASA DE LA VECINA[/align]

    MARTA (Sola.)
    ¡Que Dios perdone a mi marido! No me hizo ningún bien. Se ha ido a recorrer el mundo y me dejó sola en la esta¬cada. Yo no hice nada que le molestara. Dios sabe que le amé de veras. (Llora.) Quizás esté muerto. ¡Qué pena! Si al menos tuviera un certificado de defunción.

    (Viene MARGARITA.)
    MARGARITA
    ¡Señora Marta!
    MARTA
    ¿Qué hay de nuevo, Margarita?
    MARGARITA
    Las piernas me tiemblan tanto, que apenas puedo perma¬necer de pie. He vuelto ha encontrar un cofrecito en mi armario; es de ébano y contiene alhajas mucho más valio¬sas que las del primero.
    MARTA
    Ni una palabra a tu madre o se las volverá a dar al confesor.
    MARGARITA
    ¡Mírelas, mírelas tan sólo!
    MARTA (Adorna a MARGARITA con las joyas.)
    ¡Criatura dichosa!
    MARGARITA
    Por desgracia, no puedo dejarme ver con ellas en la calle ni en la iglesia.
    MARTA
    Ven a visitarme con frecuencia y ponte las joyas a escon¬didas. Pasea durante una hora delante del espejo. ¡Será una buena diversión para nosotras! Luego ya habrá alguna ocasión; alguna fiesta donde poco a poco podrás dejarte ver ante la gente, primero una cadenita, luego los pen¬dientes de perlas… Probablemente no lo vea tu madre o podamos engañarla con algo.
    MARGARITA
    Quién habrá traído los dos cofrecitos. Esto no me huele muy bien. (Llaman a la puerta.) ¡Dios mío, puede que sea mi madre!
    MARTA (Observando por la mirilla.)
    Es un caballero desco¬nocido. ¡Adelante!

    (Entra MEFISTÓFELES.)

    MEFISTÓFELES
    He de pedir excusas a las damas por haberme tomado la libertad de entrar. (Retrocede respetuosamente ante MAR¬GARITA.) Busco a la señora Marta Schwerdtlein.
    MARTA
    Soy yo, ¿qué queréis de mí?
    MEFISTÓFELES (Hablándole en voz baja.)
    Por ahora me basta con conocerla. Tiene usted una visita distinguida. Perdone la confianza que me tomo, pero vol¬veré por la tarde.
    MARTA (En voz alta a MARGARITA.)
    ¡Mira qué cosa más particular!… Ese caballero te toma por una encopetada señorita.
    MARGARITA (En voz alta.)
    Soy una muchacha de sangre hu¬milde. ¡Válgame Dios!, sois demasiado amable, señor. Las joyas y las alhajas no son mías.
    MARTA
    ¿Qué noticias trae de mi marido? ¿Me pide mucho dinero?
    MEFISTÓFELES
    Me gustaría traer mejores noticias. Espero que no me re¬proche por ello. Su marido murió y le manda recuerdos.
    MARTA
    ¿Ha muerto? Pobre de mi fiel corazón. Oh, dolor. ¡Mi ma¬rido ha muerto! ¡Me desmayo!
    MARGARITA
    Ah, estimada señora, no desesperéis.
    MEFISTÓFELES
    Escuchad mi triste relato.
    MARTA
    No volveré a amar a nadie. La pérdida me desolará hasta la muerte.
    MEFISTÓFELES
    La alegría ha de tener pena y la pena alegría.
    MARTA
    Contadme cómo fue su final.
    MEFISTÓFELES
    Está enterrado en Padua, junto a San Antonio. En un lugar sacrosanto obtuvo el frío y eterno lecho.
    MARTA
    ¿No habéis traído nada más para mí?
    MEFISTÓFELES
    Sí, un favor grande y difícil: qué mandéis decir trescien¬tas misas por él. Por lo demás, mis bolsillos están vacíos.
    MARTA
    ¿Cómo? ¿Ni un medallón?, ¿ni una alhaja? ¡Ni eso que el más modesto de los trabajadores manuales guarda en el fondo del saco como recuerdo, conservándolo aunque tenga que pasar hambre y mendigar!
    MEFISTÓFELES
    Señora, lo siento en el alma, pero él no ha malgastado su dinero. También se arrepintió muy profundamente de sus pecados y se lamenta todavía más de su mala suerte.
    MARGARITA
    ¡Por qué seremos tan míseros los seres humanos! Sí, haré que por él digan muchos Réquiem.
    MEFISTÓFELES
    Merecéis llegar pronto al matrimonio. Sois una amable niña.
    MARGARITA
    Todavía no es tiempo de eso.
    MEFISTÓFELES
    Si no es un marido, puede ser entretanto un amante. Es un don del cielo tener algo tan bello entre los brazos.
    MARGARITA
    No es esa la costumbre del país.
    MEFISTÓFELES
    Sea o no sea la costumbre, se hace.
    MARTA
    ¡Contadme!
    MEFISTÓFELES
    Estuve en su lecho de muerte, que casi era de inmundicia, era de paja semipodrida; él murió como cristiano y vio que había dejado muchas deudas sin saldar. Exclamó: «Tengo que odiarme profundamente por haber dejado mi trabajo y a mi mujer. Este recuerdo me mortifica. Si al menos pudiera perdonarme en vida».
    MARTA (Llorando.)
    El buen hombre. Hace ya mucho tiempo que lo he perdo¬nado.
    MEFISTÓFELES
    «Pero, bien sabe Dios que ella es más culpable que yo.»
    MARTA
    ¡Eso es mentira! ¡Vaya! ¡Mintiendo al filo de la tumba!
    MEFISTÓFELES
    Aunque yo no entiendo mucho de eso, creo que en sus úl¬timos momentos deliraba: «No he podido», dijo, «malgastar el tiempo. Primero vinieron los hijos y luego tuve que conseguirles el pan, el pan en todos los sentidos, y ni siquiera pude comer mi parte en paz».
    MARTA
    ¡Así olvidó mi fidelidad y mi amor, las fatigas que pasé día y noche!
    MEFISTÓFELES
    Ah, no, él pensó de corazón en usted. Dijo: «Al salir de Malta recé con fervor por mi mujer y mis hijos, y el Cielo nos fue propicio, pues nuestra nave hizo presa a una ga¬lera turca que llevaba un tesoro del gran Sultán. La valen¬tía tuvo recompensa, yo también recibí, como era justo, mi parte bien medida».
    MARTA
    ¿Cómo?, ¿dónde?, ¿lo habrá enterrado tal vez?
    MEFISTÓFELES
    ¿Quién sabe dónde se lo habrá llevado el viento? Una linda dama se prendó de él al andar por Nápoles errante y le dio tanto amor y fidelidad que la tuvo presente hasta el fin.
    MARTA

  4. Ese pícaro, ese ladrón de sus hijos. Ni toda la miseria ni la escasez le impidieron llevar a cabo su vergonzosa vida.
    MEFISTÓFELES
    Veis; por eso ha muerto. Si estuviera en vuestro lugar, le guardaría un recatado año de luto mientras me buscaba un nuevo amado.
    MARTA
    Ah, Dios. Difícilmente encontraría uno como mi primer marido. Apenas podrá haber un loco más enternecedor. Sólo era aficionado al mucho errar, a las mujeres extranjeras, al vino extranjero y al condenado juego de los dados.
    MEFISTÓFELES
    Bien, yo veo así la cosa. Con la condición de ser más o menos tan tolerante como lo fue con él, cambiaría con us¬ted los anillos.
    MARTA
    ¡Vaya, al caballero le gusta bromear!
    MEFISTÓFELES (Para sí.)
    Voy a marcharme ahora mismo. Esta es capaz de tomarle la palabra al mismo diablo. (A MARGARITA.) ¿Y a vuestro corazón, cómo le va?
    MARTA
    ¿Qué quiere decir el señor con eso?
    MEFISTÓFELES (Para sí.)
    ¡Niña buena e inocente! (En voz alta.) ¡Adiós, señoras!
    MARGARITA
    ¡Adiós!
    MARTA
    Pero decidme antes algo. Me gustaría tener un documento de dónde y cómo está enterrado mi esposo. Siempre he sido amiga del orden, e incluso me gusta ver las esquelas de las gacetas semanales.
    MEFISTÓFELES
    Sí, buena mujer; por boca de dos testigos se establece la verdad. Tengo un distinguido compañero al que os pondré frente al juez. He de traerlo aquí.
    MARTA
    ¡Oh, hacedlo!
    MEFISTÓFELES
    ¿Estará aquí la doncella? Él es un buen muchacho. Ha via¬jado mucho y ha mostrado su cortesía a muchas jóvenes damas.
    MARGARITA
    Ante él enrojecería de vergüenza.
    MEFISTÓFELES
    No deberías hacerlo ante ningún rey de la tierra.
    MARGARITA
    Detrás de mi casa, en mi jardín, esperaremos esta tarde a los señores.

    [align=center]UNA CALLE[/align]

    (FAUSTO y MEFISTÓFELES.)
    FAUSTO
    ¿Cómo va todo?, ¿se avanza?, ¿lo lograremos?
    MEFISTÓFELES
    ¡Ah, bravo! ¿Estás en ascuas? En poco tiempo Margarita será tuya. Esta noche la verás en casa de su vecina Marta. Una mujer que ni pintada para celestineos y gitanerías.
    FAUSTO
    ¡Bien!
    MEFISTÓFELES
    Pero se exige algo de nosotros.
    FAUSTO
    Bien merece la pena devolver un favor por otro.
    MEFISTÓFELES
    Hemos de dar fe de que los restos de su esposo descansan en Padua y están enterrados en tierra sagrada.
    FAUSTO
    ¡Muy inteligente! Entonces tendremos que viajar primero allí.
    MEFISTÓFELES
    ¡No se trata de eso; sancta sinplicitas! Hay que atesti¬guarlo sin informarse previamente.
    FAUSTO
    Si no hay otro camino, el plan ha fracasado.
    MEFISTÓFELES
    Oh, santo varón, ¿con esas sales? ¿Es esta la primera vez en tu vida que das falso testimonio? ¿No has dado defini¬ciones más fuertes sobre Dios, el mundo y lo que en él se mueve, sobre el hombre y sobre lo que en el interior de su corazón se agita?, ¿y no lo hiciste con pecho audaz y mente disipada? Si miras en tu interior, ¿no has de confe¬sar que sabes tanto de eso como de la muerte del señor Schwerdtlein?
    FAUSTO
    Eres y serás un mentiroso, un sofista.
    MEFISTÓFELES
    ¡Ah, si no se supiera un poco más! Pues mañana, con todo el honor, ¿no irás a aturdir a la pobre Margarita jurándole un amor profundo?
    FAUSTO
    ¡Lo haré de corazón!
    MEFISTÓFELES
    ¡Muy bonito! Luego hablarás de la eterna lealtad, amor de un único deseo todopoderoso. ¿Y todo eso saldrá del co¬razón?
    FAUSTO
    ¡Sí saldrá! ¡Déjalo ya! Si siento algo y busco nombre para el sentimiento y el fuego en el que ardo, y no lo encuentro y ando por el mundo para alcanzar las palabras más eleva¬das, y a ese fuego que me quema lo llamo infinito, ¿es esto un juego y un engaño diabólico?
    MEFISTÓFELES
    Pero tengo razón.
    FAUSTO
    Escucha y atiéndeme, y sobre todo no me fatigues más: quien se empeña en tener razón, si se apoya en la elocuen¬cia, acaba teniendo razón. Vamos, ya estoy harto de tanto cotorreo. Tienes razón, sobre todo porque no me queda más remedio.

    [align=center]JARDÍN
    (MARGARITA del brazo de FAUSTO. MARTA y MEFISTóFE¬LES paseando de arriba abajo.)[/align]
    MARGARITA
    Ya noto que el señor es muy amable y que se rebaja a ha¬blar conmigo para avergonzarme. El que ha viajado ya, está acostumbrado a aceptar todo por cortesía. Sé muy bien que mi modesta conversación no podrá entretener a un hombre tan experto.
    FAUSTO
    Una mirada y una palabra tensa deleitan más que toda la sabiduría del mundo. (Le besa la mano.)
    MARGARITA
    ¡No se moleste! ¿Cómo la puede besar?, es tan fea y tan áspera. En qué no habré tenido que trabajar. Mi madre es tan estricta.

    (Pasan a un lado.)
    MARTA
    ¿Y usted, señor, va siempre de viaje?
    MEFISTÓFELES
    El negocio y el deber me llevan. Con qué dolor se dejan algunos lugares, y sin embargo uno no se puede detener.
    MARTA
    En los años briosos está muy bien dar vueltas por el mundo de esa manera. Sin embargo, llegan los malos tiempos, y bajar a la tumba solterón no le ha sentado bien a nadie.
    MEFISTÓFELES
    Lo contemplo con terror desde la lejanía.
    MARTA
    Entonces, estimado señor, decidíos mientras aún estéis a tiempo.

    (Pasan a un lado.)
    MARGARITA
    Sí, ojos que no ven, corazón que no siente. Usted se ma¬neja bien con la cortesía, pero tendrá muchas amistades por ahí, y a buen seguro más inteligentes que yo.
    FAUSTO
    ¡Ah, mi preferida! Créeme, lo que se toma por inteligen¬cia suele ser vanidad y tontería.
    MARGARITA
    ¿Cómo?
    FAUSTO
    La sencillez y la inocencia no saben apreciar su sagrado valor. No saben que la modestia y la humildad son supre¬mos dones de la generosa naturaleza.
    MARGARITA
    Si pensarais un momento en mí, yo tendría tiempo para recordaros.
    FAUSTO
    ¿Debes estar muy sola?
    MARGARITA
    Sí, nuestra casa es pequeña, pero hemos de atenderla. No te¬nemos criada: he de guisar, barrer, coser, zurcir, correr desde la mañana hasta la noche, pues mi madre es muy exigente en todo. No es que tengamos que guardar mucha estrechez; mi padre nos dejó un buen capital, una casa y un huerto en las afueras. Pero ahora estoy bastante tranquila; mi hermano es soldado y está en el frente y mi hermanita está muerta. Tuve mucho trabajo con la niña, aunque me gustaría volver a pasar fatigas por ella, pues la quería mucho.
    FAUSTO
    Si se parecía a ti, sería un ángel.
    MARGARITA
    Yo la crié y ella se encariñó conmigo. Nació tras la muerte de mi padre. A mi madre la dimos por perdida de tan mal como estuvo, pero se recuperó poco a poco, muy despa¬cio. Por eso no pudo ni pensar en dar el pecho al pobre gusanito, y por eso yo sola la críe con leche y agua y ella se hizo mía. Entre mis brazos y en mi regazo se sentía a sus anchas, pateaba, fue creciendo.
    FAUSTO
    Sin duda has tenido la alegría más grande.
    MARGARITA
    Pero también horas muy difíciles. Por las noches, colo¬caba la cuna de la pequeña junto a mi cama y, apenas se movía, yo me despertaba. Le tenía que dar el alimento o la acostaba a mi lado. Si no se callaba, tenía que levan¬tarme de la cama a ir meciéndola de un lado a otro del cuarto, y al amanecer iba a lavar y al mercado, y cuidaba del fuego del hogar, y así un día y otro también. Así, señor mío, no siempre se está de buen humor, pero saben mejor la comida y el sueño.

    (Pasan a un lado.)

    MARTA
    Las pobres mujeres lo tenemos muy mal. Es muy difícil que un soltero dé su brazo a torcer.
    MEFISTÓFELES
    Si se tratara de alguien como usted, me haría tomar el buen camino.
    MARTA
    Señor, dígame, ¿no tiene usted todavía a nadie? ¿Nadie le ha atado el corazón en ningún sitio?
    MEFISTÓFELES
    Dice el refrán: «Un lugar propio y una buena mujer son más valiosos que las perlas y el oro».
    MARTA
    Le pregunto si no tuvo nunca el deseo.
    MEFISTÓFELES
    Siempre se me ha recibido cortésmente.
    MARTA
    Quiero decir que si nunca se ha tomado a nadie en serio.
    MEFISTÓFELES
    A las mujeres no puede uno tomarlas a broma.
    MARTA
    Ay, no me entiende.
    MEFISTÓFELES
    Lo siento de veras, pero entiendo que es usted muy amable. (Pasan a un lado.)
    FAUSTO
    Ángel mío, ¿no me reconociste cuando entré en el jardín?
    MARGARITA
    ¿No lo vi? Bajé los ojos y los cerré.
    FAUSTO
    ¿Me perdonas la libertad que me tomé?, ¿la osadía que tuve cuando salías de la catedral?
    MARGARITA
    Quedé abrumada. Nunca me había ocurrido eso. Nadie ha podido nunca decir nada malo de mí. Pensé que había visto en mis maneras algo desvergonzado e indecente. Pa¬recía que se acercaba a tratar con una mozuela, en seguida y por las buenas. Pero he de confesarlo, no sé lo que em¬pezó a actuar a su favor. Sólo sé que me reproché no sen¬tir mayor hostilidad hacia usted.
    FAUSTO
    Dulce amor.
    MARGARITA
    ¡Un momento! (Arranca una margarita y le va quitando los pétalos uno tras otro.)
    FAUSTO
    ¿Qué vas a hacer con eso?, ¿un ramillete?
    MARGARITA
    No, es sólo un juego.
    FAUSTO
    ¿Cómo? MARGARITA Apártese, que se reirá de mí. (Sigue arrancando hojas y murmurando.)
    FAUSTO
    ¿Qué murmuras?
    MARGARITA (A media voz.)
    Me quiere, no me quiere.
    FAUSTO
    ¡Dulce cara angelical!
    MARGARITA (Continúa.)
    Me quiere, no me quiere; me quiere, no me quiere. (Arran¬cando el último pétalo llena de alegría.) Me quiere.
    FAUSTO
    Sí, niña, toma la palabra de esa flor por un oráculo. Él te ama. ¿Comprendes lo que eso significa? Él te ama. (Le toma las manos en las suyas.)
    MARGARITA
    Siento un escalofrío.
    FAUSTO
    No tiembles. Deja que esta mirada y que la presión de mis manos te digan lo inexpresable: entregarse y sentir una dicha que debe ser eterna. Eterna, y su fin sería la desespe¬ración. No debe haber ningún final, ningún final.

    (MARGARITA le estrecha las manos y se va corriendo. Él se queda un momento pensa¬tivo y luego la sigue.)

    MARTA (Llegando.)
    Ya está anocheciendo.
    MEFISTÓFELES
    Tenemos que marcharnos.
    MARTA
    Por mí le diría que se quedara, pero en la ciudad la gente es mala. Es como si nadie tuviera mejor ocupación que acechar los pasos del vecino. Y si uno se pone a tiro, siem¬pre levanta habladurías. ¿Y nuestra parejita?
    MEFISTÓFELES
    Por aquel emparrado se marcharon. ¡Animadas aves vera¬niegas!
    MARTA
    Parece que él la quiere.
    MEFISTÓFELES
    Y ella a él. ¡Así sigue su curso el mundo!

    [align=center]INVERNADERO EN EL JARDÍN[/align]

    MARGARITA (Entra de un salto, cierra la puerta con el dedo en los labios y mira por la rendija.)
    ¡Ya viene!
    FAUSTO
    Así me engañas, pícara. Te atrapé. (La besa.)
    MARGARITA (Abrazándolo y devolviéndole el beso.)
    Amor mío, te quiero.

    (Llama MEFISTÓFELES.)

    FAUSTO (Dando un pisotón en el suelo.)
    ¿Quién va?
    MEFISTÓFELES
    ¡Un buen amigo!
    FAUSTO
    Un animal.
    MEFISTÓFELES
    Ya va siendo hora de separarse.
    MARTA (Llegando.)
    Sí, ya es tarde, señor mío.
    FAUSTO
    ¿No puedo acompañarte?
    MARGARITA
    Mi madre me… Adiós.
    FAUSTO
    Entonces tengo que irme… Adiós.
    MARTA
    Adiós.
    MARGARITA
    Hasta muy pronto.

    (FAUSTO y MEFISTÓFELES se van.)

    ¡Dios mío! ¿Cómo pudo un hombre así pensar en todo eso? Estoy avergonzada ante él y le digo sí a todo. Pero soy una niña pobre e ignorante. No sé lo que habrá visto en mí. (Se va.)

    [align=center]BOSQUE Y CAVERNA[/align]

    FAUSTO (Solo.)
    Espíritu sublime, tú me has dado todo cuanto te pedí. Tú no has hecho que volviera en vano mi rostro hacia el fuego. Me has dado a la magnífica naturaleza por reino y fuerza para sentirla y disfrutarla. No sólo me concedes una visita fría y pasiva. Me permites mirar en su hondo pecho como en el pecho de un amigo. Haces pasar ante mí el conjunto de lo viviente y me enseñas a conocer a mis hermanos en las tranquilas frondas, en el aire y en el agua. Y cuando en el bosque brama y gime la tormenta, cuando los enormes pinos, agitándose, aplastan y tumban las ramas y los troncos vecinos, cuando con su caída re¬tumba sorda y hueca la colina, tú me llevas a una segura caverna y allí me muestras a mí mismo y se me desvelan los secretos prodigios de mi corazón. Al subir ante mi nú¬rada la suave luna, que todo lo apacigua, flotan sobre mí, por el húmedo bosque, en las laderas rocosas, formas pla¬teadas que dulcifican el deseo de contemplación.
    Ah, ya noto que no hay nada perfecto para el hombre. Además de este placer que me acerca a los dioses cada vez más, me diste el compañero al que no puedo renun¬ciar, por más que, frío y descarado, me humille ante mí mismo y, con su palabrería, reduzca a nada todos tus do¬nes. Él atiza en mi pecho el fuego salvaje que quiere atra¬par esa bella imagen. Así me tambaleo yendo del deseo al placer y, una vez en el placer, ansío el deseo.
    MEFISTÓFELES
    ¿Ya has vivido bastante este tipo de vida? ¿Cómo puede gustarte por tanto tiempo? Es bueno probar; pero después hay que volver a buscar lo nuevo.
    FAUSTO
    Preferiría que tuvieras otra cosa que hacer que moles¬tarme en un precioso día.
    MEFISTÓFELES
    ¡Bien! ¡Con gusto te dejo descansar! No hace falta que te pongas tan serio para decírmelo. No se pierde mucho de¬jando a un acompañante tan ineducado, loco y melancó¬lico como tú. ¡Ya estoy bastante ocupado el día entero! Por la cara nunca se le adivina al caballero que es lo que le gusta y que no hay que tocar.
    FAUSTO
    ¡Así es como hay que tratarte! ¡Aún quieres que te agra¬dezca que me estorbes!
    MEFISTÓFELES
    Pobre hijo de la tierra, ¿cómo podrías haber vivido sin mí? Te he curado hace mucho tiempo de los devaneos de la imaginación y si no fuera por mí ya habrías sido ba¬rrido de la esfera terráquea. ¿Por qué vas a sentarte en las cavernas y en las grietas de las rocas como un búho?, ¿qué alimento absorbes como un sapo del blando musgo y de las rocas húmedas? ¡Valiente pérdida de tiempo! Aún lle¬vas dentro al Doctor.
    FAUSTO
    ¿Comprendes qué nueva fuerza vital me concede este ca¬minar por el desierto? Si lo supieras serías suficiente¬mente diabólico como para quitarme esta dicha.
    MEFISTÓFELES
    ¡Un placer sobrenatural! Tenderte en los montes por las no¬ches, al relente; abarcar la tierra y el cielo con deleite y cre¬cer hasta convertirse en un dios; penetrar con el impulso de un presentimiento el tuétano del mundo y sentir en el pecho los seis días de la creación; disfrutar con no sé qué orgulloso poder; fundirse con todo disfrutando de emoción y luego concluir la alta intuición (Hace un gesto.) inefable.
    FAUSTO
    ¡Qué vergüenza!
    MEFISTÓFELES
    No te place esto, entonces bien podrías decir un educado: «¡Qué vergüenza!». No se debe mencionar ante oídos cas¬tos aquello a lo que los castos corazones no pueden renun¬ciar. Para abreviar: te dejo tu placer de engañarte de vez en cuando, pero no ha de durarte mucho tiempo. Estás otra vez a la deriva y, si sigues así, encallarás en la locura o en el miedo y el horror. Basta ya. Si tu amada entra ahí, todo le parecerá angosto y turbio. No sales de tus pensamientos y te amas sin medida. Al principio se desbordó la furia de tu amor como crece un arroyo en el deshielo, y después de verterlo en el alma, tu arroyuelo fluye tranquilo. Creo que después de ser entronizado en los bosques, el gran señor bien podría premiar por su amor a ese pobre animalito ado¬lescente. El tiempo se le hace insoportablemente largo, se asoma a la ventana, ve las nubes sobre las antiguas murallas de su ciudad. Ella canta «¡Si yo fuera un pajarillo!» el día entero y hasta medianoche. De pronto está animada, casi siempre triste. A veces llora hasta no poder más, luego al parecer se tranquiliza y siempre está enamorada.
    FAUSTO
    Ah, serpiente, serpiente.
    MEFISTÓFELES (Para sí.)
    De acuerdo, con tal que pueda atraparte…
    FAUSTO
    ¡Malvado! Aléjate y no te atrevas a pronunciar el nombre de esa bella mujer. No vuelvas a despertar en mis sentidos medio trastornados el deseo de poseer su tierno cuerpo.
    MEFISTÓFELES
    ¿Qué lograrás con esto? Ella cree que has huido y más o menos tiene razón.
    FAUSTO
    Estoy cerca de ella y, aunque estuviera lejos, no podría ol¬vidarla ni perderla. Incluso envidio el Cuerpo de Cristo cuando al tomarlo lo roza con sus labios.
    MEFISTÓFELES
    ¡Muy bien, amigo! Yo muchas veces te he envidiado por esos mellizos que pacen entre las rosas.
    FAUSTO
    ¡Apártate!, ¡alcahuete!
    MEFISTÓFELES
    ¡Bien! Me insultas y tengo que reírme. El Dios que creó al muchacho y la muchacha reconoció como el más noble oficio buscarles la ocasión. ¡Pero menuda calamidad te es¬pera! Tienes que ir al cuarto de tu amada, no a la muerte.
    FAUSTO
    ¿Qué gozo celestial siento entre sus brazos? Déjame que me abrigue en el calor de su pecho. ¿No siento siempre su tribulación? ¿No soy el fugitivo sin refugio, el monstruo sin objetivo ni descanso que, en cascada y de roca en roca, cae al abismo, iracundo y lleno de deseos? Y ella, a un lado, con su sensualidad infantil y apagada vivía en su chocita de los Alpes con todos los cuidados domésticos reunidos en su pequeño mundo. Y yo, el odiado de Dios, ¿no tenía suficiente con llevarme conmigo las rocas y convertirlas en escombros? ¡Tuve también que sepultar su paz! Infierno, querías este sacrificio. Demonio, acorta el tiempo de mi angustia. Lo que ha de ser, que sea ahora mismo. ¡Que su destino caiga sobre mí y ella sucumba conmigo!
    MEFISTÓFELES
    ¡Cómo vuelves a hervir y a arder de nuevo! Ve a con¬solarla, demente. Cuando un imbécil no ve la salida, se imagina que todo ha concluido. ¡Bravo por aquel que no pierde el valor! Tú ya estás bastante endemoniado y no he visto nada más ridículo que un demonio presa de la deses¬peración.

    [align=center]CUARTO DE MARGARITA [/align]
    MARGARITA(Sola junto a la rueca.)
    Se disipó mi paz,
    me pesa el corazón.
    No encuentro la calma,
    se perdió para siempre.
    Desde que no lo tengo
    estoy en una tumba,
    todo el universo
    lóbrego me parece.
    Pobrecita cabeza,
    estás enloqueciendo.
    Pobrecitos sentidos,
    os estáis extraviando.
    Se disipó mi paz,
    me pesa el corazón.
    No encuentro mi calma,
    se perdió para siempre.
    Por la ventana miro
    por si quiere volver.
    Y si salgo a la calle
    solamente es por él.
    Sus elegantes pasos,
    su gallarda figura,
    su boca cuando ríe,
    el poder de sus ojos,
    y ese fluir mágico
    de sus nobles palabras,
    el roce de sus manos
    y ante todo sus besos.
    Se disipó mi paz,
    me pesa el corazón.
    No encuentro mi calma,
    se perdió para siempre.
    Mi único deseo
    es encontrarlo al fin.
    Si hasta él llegase
    y pudiera abrazarlo,
    y pudiera besarlo
    tanto como deseo,
    en el mar de sus besos
    feliz me perdería.

    [align=center]JARDÍN DE MARTA[/align]

    [align=center](MARGARITA y FAUSTO.)[/align]

    MARGARITA
    Prométemelo, Enrique.
    FAUSTO
    Con todas mis fuerzas.
    MARGARITA
    Di, ¿cómo estás con la religión? Aunque eres un hombre bueno de corazón, me temo que no le das mucha impor¬tancia.
    FAUSTO
    ¡Déjalo, niña! Ves que para ti soy bueno: por mi amor doy cuerpo y sangre; no quiero sustraerle a nadie sus senti¬mientos ni su Iglesia.
    MARGARITA
    Eso no me gusta, se debe tener fe.
    FAUSTO
    ¿Se debe?
    MARGARITA
    Si tuviera algún poder sobre ti… No veneras los Santos Sacramentos.
    FAUSTO
    Los venero.
    MARGARITA
    Jamás los pides. Hace mucho tiempo que no oyes misa ni te confiesas. ¿Crees en Dios?
    FAUSTO
    Amada niña, ¿quién puede decir: yo creo en Dios? Pre¬gunta a los sacerdotes y doctores; su respuesta parece sólo burla de quien pregunta.
    MARGARITA
    Entonces, ¿no crees?
    FAUSTO
    ¡No me comprendas mal, mujer de tierna mirada! ¿Quién puede nombrarlo?, ¿quién puede confesar que cree en Él?, ¿quién puede percibir y quién atreverse a decir: yo no creo? El que todo lo abarca, el que todo lo sostiene, ¿nos abarca y sostiene a ti, a mí y a sí mismo? ¿No se aboveda el cielo sobre nosotros? ¿No está firme la tierra aquí de¬bajo? ¿No se asoman, mirándonos con simpatía, las estre¬llas eternas? ¿No te miro a los ojos y se agolpa todo en tu corazón y en tu cabeza, flotando en un misterio eterno, vi¬sible e invisible, junto a ti? Llena tu corazón en toda su grandeza, y si tu sentimiento es de alegría, llámalo como
    quieras. Llámalo felicidad, corazón, amor, Dios. No tengo nombre para ello. Todo es sentimiento. Los nombres son un humo y un eco que envuelven en niebla el fuego celestial.
    MARGARITA
    Todo eso está bastante bien y es bonito. El sacerdote dice más o menos lo mismo, pero con diferentes palabras.
    FAUSTO
    Todos los corazones lo dicen en todas partes a la luz del día. Cada cual en su lengua. ¿Por qué no yo en la mía?
    MARGARITA
    Cuando se oye eso no suena nada mal, pero hay algo que no casa del todo y es que no eres cristiano.
    FAUSTO
    ¡Niña amorosa!
    MARGARITA
    Hace tiempo que me duele verte en tal compañía.
    FAUSTO
    ¿De quién?
    MARGARITA
    Odio desde lo más profundo al hombre que te acompaña. En mi vida nada me ha dañado más el corazón que la ho¬rrible mirada de ese hombre.
    FAUSTO
    Querida muñeca, no sientas temor.
    MARGARITA
    Su presencia me agita la sangre. Con todos los demás suelo ser buena, pero lo mismo que me gusta verte, siento un te¬rror incomprensible ante ese hombre y además me parece un bribón. ¡Que Dios me perdone si no lo juzgo bien!
    FAUSTO
    También tiene que haber gente extraña.
    MARGARITA
    ¡No me gustaría vérmelas con uno como él! En cuanto llega por la puerta tiene el mismo ademán burlón, medio encolerizado. Se le nota que no le importa nada. Lleva es¬crito en la cara que no puede querer a nadie. Me encuen¬tro tan bien en tus brazos, tan libre y entregada; pero al verlo siento una opresión en mi interior.
    FAUSTO
    Ángel lleno de presentimientos.
    MARGARITA
    Esta sensación se ha apoderado tanto de mí que, apenas se acerca a nosotros, empiezo a sentir que ya no te quiero. Cuando él está delante no puedo rezar y eso me devora el corazón. Te tiene que pasar lo mismo, Enrique.
    FAUSTO
    Sólo le tienes antipatía.
    MARGARITA
    Debo marcharme ya.
    FAUSTO
    ¿Jamás podré descansar una hora en tu seno, acercar pe¬cho contra pecho y unir nuestras almas?
    MARGARITA
    Si durmiera sola, dejaría abiertos los cerrojos, pero mi madre tiene muy ligero el sueño y, si nos sorprendiera, me moriría allí mismo.
    FAUSTO
    Ángel mío, por eso no te inquietes. Aquí hay un pequeño frasco. Sólo con tres gotas en su bebida la Naturaleza la envolverá propicia en un profundo sueño.
    MARGARITA
    ¿Qué no haría por ti? Confío en que no le hará daño.
    FAUSTO
    ¿Te lo daría entonces, amada mía?
    MARGARITA
    Sólo al verte, amor mío, no sé qué me sujeta a tu voluntad; he hecho tanto por ti que no me queda casi nada por hacer.

    (Se va. Entra MEFISTÓFELES.)
    MEFISTÓFELES
    ¿Se ha marchado ya la mona?
    FAUSTO
    ¿Has vuelto a fisgonear?
    MEFISTÓFELES
    Lo he escuchado todo con detalle. Han estado catequizando al doctor. Espero que le siente bien. Los muchachos están muy interesados en que sea piadoso y bueno a la antigua usanza. Piensan: si cede en esto, nos seguirá en todo.
    FAUSTO
    Monstruo, no comprendes que esa alma leal, enamorada y llena de fe, que es lo único que le da alegría, se atormenta y le da por creer que su amado se encuentra en perdición.
    MEFISTÓFELES
    Sensual y suprasensible galán, esa muchachita te está mangoneando.
    FAUSTO
    Grotesco engendro de fuego y escoria.
    MEFISTÓFELES
    Y de fisonomía entiende mucho. En mi presencia se siente aturdida. Mi disfraz no oculta ciertas intenciones. Ella presiente que soy un genio, o quizás el mismo demonio. Así, ¿conque esta noche?…
    FAUSTO
    ¿Y a ti que te importa?
    MEFISTÓFELES
    Yo también disfrutaré con ello.

    [align=center]JUNTO A LA FUENTE

    (MARGARITA y LISA con sus cántaros.)[/align]
    LISA
    ¿Has sabido algo de Bárbara?
    MARGARITA
    ¡Ni palabra! No frecuento a mucha gente.
    LISA
    Pues Sibila me lo ha contado hoy. Ha acabado por dejarse seducir. Esto es lo que trae tanta presunción.
    MARGARITA
    ¿De verdad?
    LISA
    ¡Ya huele! Ahora alimenta a dos cuando come y bebe.
    MARGARITA
    ¡Ay!
    LISA
    Así se ha llevado su merecido. Tanto tiempo colgada de aquel mozo. Muchos paseos, mucho llevarlo al baile y que ella sería en todo la primera. Siempre la convidaba a vino y pastas. Ella se regodeaba en su belleza; a la descarada no la avergonzaba aceptar regalos de él. Imagino un beso, luego una caricia, y así perdió la flor.
    MARGARITA
    ¡Pobrecilla!
    LISA
    Y la compadeces… Mientras nosotras nos quedábamos hi¬lando y nuestra madre, de noche, no dejaba que bajára¬mos a la calle, ella estaba dulcemente apoyada en la puerta de su casa y luego, en el pasaje oscuro, el tiempo no se le hacía largo. Pues que se humille y haga peniten¬cia con su sayo de perdida.
    MARGARITA
    Seguro que él la hará su esposa.
    LISA
    ¡Sería un tonto entonces! Un chico despierto todavía po¬dría tener mucho juego en otro lugar. Por lo demás, se ha marchado.
    MARGARITA
    Eso no está bien.
    LISA
    Aunque le atrape, le irá mal. Los mozos la despojarán de su guirnalda y las mozas le pondremos paja en la puerta
    MARGARITA (Volviendo a casa.)
    ¿Cómo podía yo antes criticar tan tranquila los pasos en falso de una pobre chica? Creía que era vergonzoso, y cuando pensaba en ello, más vergonzoso me parecía; me parecía negro. Entonces me santiguaba y me enorgullecía. Ahora yo estoy llena de ese pecado. Pero, Dios, lo que a él me llevó, era tan bueno y agradable.

  5. [align=center]EN LA MURALLA

    (En una hornacina excavada en la muralla hay una imagen de la Mater Dolorosa con unos jarrones de flores delante.) [/align]

    MARGARITA (Poniendo flores frescas en los jarrones.)
    Tú que estás llena de dolor, inclina con piedad tu rostro hacia mí y mi sufrimiento.
    Con una espada atravesando tu corazón y un dolor infi¬nito, contemplaste la muerte de tu Hijo. Tú puedes ver al Padre y le envías al Cielo suspiros de dolor por las penas de tu Hijo y los tuyos.
    Nadie sabe cuánto dolor siento en mi interior. Sólo tú sabes lo que atenaza mi corazón, lo que le hace temblar, lo que anhela.
    Adondequiera que vaya siento dolorido mi pecho. Ape¬nas me encuentro sola, empiezo a llorar y llorar y el cora¬zón se me va quebrando.
    Rocié los tiestos de mi ventana con lágrimas cuando hice este ramo.
    Cuando el sol estaba claro en mi cuarto, me senté en la cama para llorar mi desamparo.
    ¡Ayúdame! ¡Sálvame de la infamia y la muerte! Tú, que estás llena de dolor, inclina con piedad tu rostro hacia mí y mi sufrimiento.

    [align=center]DE NOCHE

    (En la calle, ante la puerta de MARGARITA.)[/align]

    VALENTÍN (Soldado hermano de MARGARITA.)
    Cuántas veces estuve en festines donde tantos gustan de jactarse. En ellos mis compañeros proclamaban a gritos la hermosura de sus enamoradas y se brindaba por ellas con el vaso lleno. Y yo, acodado sobre la mesa, me sentía tran¬quilo y, al escuchar tanta baladronada, me alisaba la barba con la mano, tomaba el vaso y decía: «Que cada cual diga lo que quiera, pero no hay nadie en todo el país como mi hermana Margarita. ¿Hay alguien que le llegue a la suela de los zapatos?» «Claro, claro», clin, clan, resonaban las copas. Unos gritaban: «Tiene mucha razón, ¡es la gloria de todas las mujeres!» Y los que presumían se callaban. Y hoy, ¡es para tirarse de los pelos!, ¡es para darse de golpes contra un muro! ¡Cualquier bribón podría avergonzarme con indirectas e insultos! ¡Tendré que sudar como un mo¬roso ante la más mínima insinuación! Y aunque pudiera aniquilarlos a todos, no podría llamarlos mentirosos. ¿Quién va ahí? ¿Quién está fisgoneando? Si no me equi¬voco son dos. Si es él, lo agarraré por las solapas y no sal¬drá con vida de aquí. (Entran FAUSTO y MEFISTÓFELES.)
    Como por la ventana de la sacristía va saliendo el ful¬gor de la lámpara perpetua y este se va extinguiendo poco a poco mientras la oscuridad nos atrapa, mi pecho está lleno de noche.
    MEFISTÓFELES
    Pues yo me siento como el gato flaco que se desliza por la escalerilla de incendios y luego ronda silenciosamente las murallas. Me siento virtuoso: con un poco de ganas de robar y otro poco de fornicar. Ya empieza a estreme¬cer todo mi cuerpo la maravillosa noche de WalpurgisLa  Es pasado mañana. Ahí sí que se sabe bien por qué se vela.
    FAUSTO
    ¿Entretanto extraeremos el tesoro que veo refulgir allá de¬trás?
    MEFISTÓFELES
    Pronto tendrás el placer de sacar ese caldero. Hace poco le eché una ojeada, está llena de táleros con la efigie de un león.
    FAUSTO
    ¿Ni una alhaja, ni un anillo para adornar a mi amada?
    MEFISTÓFELES
    Me pareció ver algo semejante a un pequeño collar de perlas.
    FAUSTO
    Eso está bien, lamentaría venir a verla y no traerle un re¬galo.
    MEFISTÓFELES
    Tampoco le vendría nada mal gozar de alguna cosa de balde. Ahora que el cielo arde lleno de estrellas, ella oirá una auténtica obra de arte. Le cantaré una canción moral para dejarla aún más embelesada de lo que lo está. (Canta acompañándose de una cítara.)
    Pequeña Catalina,
    ¿qué haces ante la puerta
    de tu amor, tan temprano?
    ¡No cruces ese umbral!
    ¡No se te ocurra hacerlo!
    Doncella entrarás.
    Doncella no saldrás.
    Tened mucho cuidado,
    una vez que lo logren
    os dirán: «bien, adiós».
    Muchachas desdichadas,
    mantened el honor.
    No dejéis que os ame
    ningún joven truhán
    sin antes desposarse.
    VALENTÍN (Adelantándose.)
    ¿A quién pretendes engañar? ¡Diantre! Condenado caza¬dor de ratas. Primero mandaré al diablo el instrumento y luego mandaré al diablo al cantante.
    MEFISTÓFELES.
    La cítara está partida en dos y ya no tiene arreglo.
    VALENTÍN
    ¡Y ahora le toca a tu cabeza!
    MEFISTÓFELES (A FAUSTO.)
    Señor doctor, no ceda, ¡ánimo! ¡Venga a mi lado, que yo lo llevo! ¡Con todo su brío! Dele fuerte, que yo pararé sus golpes.
    VALENTÍN
    ¡Para este!
    MEFISTÓFELES
    ¿Por qué no?
    VALENTÍN
    ¡Y este!
    MEFISTÓFELES
    ¡Claro!
    VALENTÍN
    ¡Es como si esgrimiera el diablo! Pero ¿qué es esto? Mi brazo empieza a perder fuerza.
    MEFISTÓFELES (A FAUSTO.)
    ¡Clávaselo a fondo!
    VALENTÍN (Cae.)
    ¡Oh, dolor!
    MEFISTÓFELES
    Ya se le han bajado los humos. Pero, desaparezcamos, es¬tán gritando que ha habido un crimen y yo puedo arreglár¬melas bien con la policía, pero no puedo esquivar a la jus¬ticia criminal.
    MARTA (En la ventana.) ¡
    Socorro!
    MARGARITA (En la ventana.)
    ¡Luz aquí!
    MARTA
    Se han insultado, se han gritado y se han batido en duelo.
    LA GENTE
    Aquí hay uno muerto.
    MARTA (Saliendo.)
    ¿Han escapado los asesinos?
    MARGARITA (Saliendo.)
    ¿Quién ha caído?
    LA GENTE
    El hijo de tu madre.
    MARGARITA
    ¡Dios todopoderoso! ¡Qué desgracia!
    VALENTÍN
    ¡Me estoy muriendo, sí! Se dice pronto, pero más pronto aún llega. ¿Qué hacéis ahí, mujeres, aullando y gritando? Venid y escuchadme. (Todas le rodean.) Todavía eres jo¬ven, Margarita, no tienes suficiente experiencia y no te haces bien. Ahora sólo te digo en confianza: ya que eres una ramera, sé una buena ramera.
    MARGARITA
    ¡Hermano! ¿Cómo me dices eso? Ay, Dios mío.
    VALENTÍN
    ¡No mezcles a Dios es esta farsa! A lo hecho, pecho, y sólo se podrá hacer lo que se pueda. Empezaste con uno a escondidas, pronto vendrán más y, una vez que te posean, serás de toda la ciudad. Cuando nace la infamia, entra en el mundo a hurtadillas; le ponen el velo de la noche tapán¬dole la cara y querrían asesinarla a escondidas. Pero, luego, cuando crece y se hace grande, sale descubierta a la luz del día y entonces no se ha hecho más hermosa. Cuanto más feo es su rostro, más busca la luz del día. Ya veo llegar el tiempo en el que los buenos ciudadanos se apartarán de ti, ramera, como de un cadáver putrefacto. El corazón te temblará en el cuerpo cuando te miren a los ojos. Ya nunca llevarás cadena de oro y no podrás estar en la Iglesia ante el altar. No podrás volver a sentirte bien con tu cuello de encaje en un baile. Te esconderás en un miserable rincón con pobres y mendigos. Y, aunque luego Dios te perdone, serás maldita para siempre en este mundo.
    MARTA
    ¡Pide a Dios misericordia por tu alma! ¿O prefieres car¬garla de blasfemias?
    VALENTÍN
    Si pudiera golpear tu seco cuerpo, desvergonzada al¬cahueta, todos mis pecados obtendrían el esperado per¬dón.
    MARGARITA
    ¡Hermano, mío! ¡Qué pena infernal!
    VALENTÍN
    Deja ya de llorar. Cuando renunciaste a la honra, me ases¬taste la más fuerte puñalada en el corazón. Voy hacia Dios, pasando por el sueño de la muerte, como un vale¬roso soldado. (Muere.)

    [align=center]CATEDRAL

    (Oficio religioso, órgano y cántico. El ESPÍRITU MALIGNO detrás de MARGARITA.)[/align]

    ESPÍRITU MALIGNO
    ¿Qué diferente era todo, Margarita, cuando llena de ino¬cencia te acercabas al altar y balbucías oraciones de tu gastado librito? Era a medias un juego de niños, pero tam¬bién a medias llevabas a Dios en el corazón. ¿Dónde está tu cabeza, Margarita? ¿Qué crimen escondes en ese cora¬zón? ¿Ruegas por tu difunta madre, a la que tú hiciste pa¬sar del sueño a la larga, larga pena? Y ¿de quién es la san¬gre en tu umbral? ¿No se mueve bajo tu corazón algo que va creciendo y se angustia y te angustia con una presencia cargada de presagios?
    MARGARITA
    ¡Ay de mí! ¡Si pudiera liberarme de los pensamientos que dan vueltas y pasan y vuelven contra mí!
    CORO
    Dies irae dies illa.
    Salvet saeculum in favilla.

    (Suena el órgano.)

    ESPÍRITU MALIGNO
    ¡La cólera te envuelve! ¡Resuena la trompeta! ¡Se agitan los sepulcros! También tu alma resurge de las cenizas y arde en un tormento flameante. ¡Ahora, resucita agitada!
    MARGARITA
    ¡Querría irme de aquí! Es como si el órgano me quitara el aliento y los cantos disolvieran mi corazón en lo más pro¬fundo.
    CORO
    Judex ergo cum sedebit
    quidquid latet adparebit
    nil inultum remanebit.
    MARGARITA
    Todo se me hace angosto. Estoy apresada por las colum¬nas de los muros. La bóveda me aplasta. Aire, aire, que me ahogo.
    ESPÍRITU MALIGNO
    ¡Escóndete! El pecado y la vergüenza no quedan ocultos. ¿Aire? ¿Luz? Pobre de ti.
    CORO
    Quid sum miser tunc dicturus?
    Quem patronem rogaturus?
    Cum vix justus sit securus?
    ESPÍRITU MALIGNO
    Hasta los mismos santos apartan el rostro de ti. Los puros temen tenderte su mano. ¡Ay de ti!
    CORO
    Quid sum miser tunc dicturus?
    MARGARITA
    ¡Vecina!, ¡las sales!

    [align=center]NOCHE DE WALPURGIS

    (Cordillera del Harz. Comarca de Schierke y Elend.
    FAUSTO y MEFISTÓFELES.)[/align]

    MEFISTÓFELES
    ¿No quieres un palo de escoba? Yo desearía el más recio macho cabrío. Por este camino aún estamos lejos de nues¬tro destino.
    FAUSTO
    Mientras sienta fuerza en mis piernas, este bastón nudoso será suficiente. ¿De qué sirve abreviar este camino? Cru¬zar el laberinto de los valles para escalar después estos peñascos de donde brota en manantial la eterna fuente. El placer anima esta senda. La primavera flota sobre los abe¬dules y ya los pinos la empiezan a sentir. ¿No tonificará entonces nuestros miembros?
    MEFISTÓFELES
    La verdad, no noto nada de eso. En mi cuerpo es invierno, y desearía nieve y escarcha a mi paso. ¡Qué triste se eleva el imperfecto disco de la encarnada luna con su fulgor tar¬dío! Brilla tan poco que a cada paso tropezamos con árbo¬les y rocas. Permíteme que llame a un fuego fatuo. Ahí veo que centellea juguetón. ¡Eh, amigo!, ¿vendrías con nosotros? ¿Qué haces ahí brillando inútilmente? Sé ama¬ble e ilumina nuestra ascensión.
    FUEGO FATUO
    Espero, por respeto, ser capaz de dominar mi frívola natu¬raleza. Nuestro camino suele ir en zigzag. MEFISTÓFELES
    Ay, este quiere imitar a los hombres. Anda derecho, en nombre del Diablo, o soplo y extingo tu trémula vida.
    FUEGO FATUO
    Ya veo que eres el señor de nuestra casa y con gusto me ajustaré a lo que dices. Pero tened en cuenta que el monte está lleno de hechizos y, si os ha de guiar el paso un fuego fatuo, no podéis ser muy exigentes con él.
    FAUSTO, MEFISTÓFELES y el FUEGO FATUO (cantan alterna¬tivamente las estrofas.)
    En las esferas del sueño y la magia,
    al parecer, estamos penetrando.
    Guíanos bien y hónrate en la empresa,
    para que, avanzando, lleguemos pronto
    a esos parajes amplios y desiertos.
    Mira qué rápido atrás dejamos
    un árbol tras otro en nuestro paseo
    y cómo las rocas nos reverencian
    y las largas narices de las peñas
    hacen sonar con fuerza sus ronquidos .
    A través de las piedras y praderas
    bajan rápidos río y arroyo.
    ¿Escuchas su rumor?, ¿tal vez su canto?
    ¿Escuchas tiernas quejas de amor,
    resuenan esos días celestiales?
    ¡Toda nuestra esperanza y amor!
    Y como en aquella vieja leyenda
    otra vez se hace escuchar el eco.
    Uju, suju, se escuchan más y más
    al grajo, la lechuza y la avefría.
    ¿Han permanecido todos en vela?
    ¿Está la salamandra en los matojos?
    ¡Qué largas patas y qué grande el vientre!
    Las raíces, como si fueran sierpes,
    se retuercen por arenas y rocas
    y extienden sus fabulosos brazos
    para asustarnos y apresarnos.
    Desde tupidos nudos animados,
    estiran sus tentáculos de pólipo
    contra el caminante. Y los ratones
    forman un abigarrado ejército
    y marchan por el musgo y la pradera.
    Las luciérnagas vuelan por el aire
    y su compañía nos desorienta.
    Pero, ¿es que debemos detenernos?,
    ¿no habrá más bien que continuar?
    Todo parece girar y girar.
    Rocas y árboles hacen gestos,
    mientras los juguetones fuegos fatuos
    siguen creciendo y multiplicándose.
    MEFISTÓFELES
    Agárrate bien a mi capa. Hemos llegado a la mitad de la subida a la cumbre. Aquí verás con sorpresa cómo en el monte fulge incandescente Mammón.
    FAUSTO
    Qué extraño resplandor despide, desde el fondo, esa tur¬bia luz de la aurora. El fulgor llega retumbando hasta la profunda garganta del abismo. Por aquí sube el vapor, por allí se espesa el vaho, y de la bruma y su velo surge un fuego incandescente que luego brota como un manan¬tial. Por allí serpentea un largo trecho con cien venas cru¬zando todo el valle, y aquí, en el augusto rincón, se queda aislado de una vez. Entonces las chispas centellean en sus proximidades, como arena dorada llevada por el viento. Y ¡mira!, en toda su altura se incendia esa pared de roca.
    MEFISTÓFELES
    ¿Acaso no adorna con todo boato el señor Mammón su palacio para la fiesta? Suerte que lo hayas visto, ya pre¬siento que llegan los fogosos invitados.
    FAUSTO
    ¡Qué rápido vuela la novia del viento por el aire! ¡Qué fuertes golpes me da en la nuca!
    MEFISTÓFELES
    Agárrate a las viejas grietas de las rocas o te arrojará en esta garganta, que será tu tumba. La niebla hace densa la noche. ¡Oye cómo se estremece el bosque! Los búhos hu¬yen espantados. Oye cómo se astillan las columnas del eterno palacio de verdor, cómo las ramas gimen y se rom¬pen, cómo los troncos retumban, poderosos, y las raíces crujen y bostezan. En impresionante y confusa caída, los árboles ceden agolpándose unos contra otros, y apenas permiten que se filtre el viento, que silba y aúlla al pasar por los atestados barrancos. ¿No oyes voces en las alturas, que suenan aquí lejos y allá cerca? Sí, a lo largo de todo el monte, truena iracundo un ensalmo.
    LAS BRUJAS (A Coro.)
    Las brujas suben al Brocken, la mies es verde y el rastrojo amarillo. Allí está reunido el gran montón y el señor Urián está sentado encima. Todo va a pedir de boca. ¡Que suelte cuescos la bruja! ¡Que hieda el macho cabrío!
    UNA VOZ
    Allí viene sola la vieja Baubo a lomos de una cerda ma¬dre.
    CORO
    Honor, pues, a quien merece los honores. Señora Baubo, adelantaos y guiadnos. Una cerda ejemplar, la madre en¬cima y el ejércirto de brujas detrás.
    UNA VOZ
    ¿Por dónde habéis venido?
    OTRA VOZ
    Por el Ilsen. Allí vi al búho en su nido. ¡Qué mirada te¬nía!
    UNA VOZ
    ¡Vete al infierno! ¿Por qué vas cabalgando tan de prisa?
    OTRA VOZ
    Aquella me dio un arañazo. Mira las heridas.
    BRUJAS (A coro.)
    El camino es ancho y largo. ¿Por qué esa prisa sin sen¬tido? ¡Que la horquilla pinche!, ¡que la escoba desgarre! ¡Que el niño se ahogue!; ¡que el útero reviente!
    BRUJOS (En semicoro.)
    Vamos lentos como caracoles. Las mujeres van todas de¬lante, pues en el camino a la mansión del mal, las mujeres nos llevan miles de pasos de ventaja.
    EL OTRO SEMICORO
    No nos tomemos esto muy en serio, ya que lo que consi¬gue la mujer con mil pasos, cuando puede apresurarse, lo consigue el hombre de un salto.
    UNA VOZ (Desde arriba.)
    ¡Venid aquí! ¡Salid de ese mar de rocas!
    VOCES (Desde abajo.)
    Querríamos acompañaros a las alturas. Nos lavamos y quedamos blancos y relucientes, pero estamos para siem¬pre estériles.
    AMBOS COROS
    Calla el viento, la estrella huye, la nebulosa luna se oculta. El coro mágico despide miles de pavesas.
    VOZ (Desde abajo.)
    ¡Alto!, ¡alto!
    VOZ (Desde arriba.)
    ¿Quién llama desde la hendidura de las rocas?
    VOZ (Desde abajo.)
    ¡Llevadme con vosotros! Hace trescientos años que subo y nunca puedo alcanzar la cima. Con lo feliz que estaría con mis semejantes.
    AMBOS COROS
    Con la escoba, con el bastón, con la horquilla y con el ca¬brón. El que hoy no pueda subir aquí es hombre perdido para siempre.
    MEDIO-BRUJA
    Las persigo desde hace mucho tiempo. ¡Qué lejos están las otras! En casa no dejo de afanarme y, sin embargo, no las alcanzo.
    CORO DE LAS BRUJAS
    El ungüento da bríos a las brujas, para hacer una vela es suficiente con un harapo. Cualquier artesa sirve de barco. ¡Que no vuele nunca el que no vuele hoy!
    AMBOS COROS
    Y cuando vayamos llegando a la cumbre, nos arrastrare¬mos por el suelo y llenaréis la pradera a lo largo y a lo an¬cho con vuestro pulular brujeril. (Se echan por el suelo.)
    MEFISTÓFELES
    ¡Qué choques!, ¡qué empujones, qué sonsonete! ¡Qué chispas, qué hedor, qué brillo, qué ardor! Esta es la autén¬tica brujería. Pero agárrate a mí, que no nos separen. ¿Dónde estás?
    FAUSTO (Lejos.)
    ¡Aquí!
    MEFISTÓFELES
    ¿Qué? ¿Ya te han arrastrado hasta allí? Haré uso de mis derechos de dueño. ¡Abrid paso!, que va el Hacendado Voland, ¡paso!, ¡dulce plebe!, ¡paso! Venga, Doctor, y en un momento nos escaparemos de este tumulto, es de¬masiado loco incluso para uno de mi género. Allí brilla algo con extraño fulgor que me atrae hacia aquellos mato¬rrales. ¡Ven!, ¡ven! Entraremos con disimulo.
    FAUSTO
    ¡Oh, espíritu de la contradicción! De acuerdo, puedes guiarme; pero no me parece bien haber hecho la peregri¬nación al Brocken en la noche de Walpurgis para aislar¬nos ahora por nuestra cuenta.
    MEFISTÓFELES
    Pues ¡mira qué colorido de llamas! Se ha reunido un ani¬mado club. En la intimidad nunca se está solo.
    FAUSTO
    Pero preferiría estar ahí arriba. Allí veo alzarse el fulgor y el humo, allí la multitud se agolpa yendo hacia el Maligno y se deben resolver muchos enigmas.
    MEFISTÓFELES
    Pero también se formarán otros nuevos. Deja que el mundo se desquicie y agite; nos quedaremos aquí en so¬siego. Está establecido ya hace mucho que pequeños mundos se creen en el grande. Allí veo jóvenes brujitas desnudas y otras viejas que se cubren con astucia. Al me¬nos por mí, sed simpáticas; a poco que os esforcéis será grande el placer. Pero escucho el tañer de instrumentos. ¡Maldito ruido! Habrá que acostumbrarse. ¡Ven con¬migo!, ¡ven! No hay más remedio. Te llevaré conmigo, te presentaré y harás nuevos lazos. ¿Qué te parece, amigo? Esta explanada no es pequeña. Mira, apenas se ve el fin. Hay cien hogueras ardiendo en fila; se baila, se hacen chanzas, se cocina, se bebe, se ama… Dinos si puede ha¬ber algo mejor.
    FAUSTO
    Y para introducirme, ¿te presentarás como demonio o como mago?
    MEFISTÓFELES
    Estoy acostumbrado a ir de incógnito. Mas el día de gala hay que poner las condecoraciones. No me adorna la Jarretierra, pero el pie de caballo encuentra aquí todos los honores. ¿Ves ese caracol? Viene despacio, mas con sus cuernos ha visto y olido algo especial en mí. Aunque quisiera, no puedo negarme aquí. Ven, vamos del fuego hacia el fuego. Tú serás el galán y yo tu valedor. (A unos que están sentados junto a unas ascuas mortecinas.) ¿Qué hacéis aquí, dignos ancianos? Sería mejor que os senta¬rais en el centro, en medio de la disipación juvenil; ya tiene cada uno suficiente soledad en su casa.
    GENERAL
    ¿Quién se puede fiar de las naciones, por mucho que por ellas se haya hecho? Pues, para el pueblo como para la mujeres, la juventud tiene preferencia.
    MINISTRO
    Ya estamos demasiado lejos de la Justicia. Celebro a los buenos veteranos, pues, cuando mandábamos en todo, es¬tábamos en la auténtica Edad de Oro.
    ADVENEDIZO
    Pues nosotros tampoco fuimos tontos, aunque a menudo hicimos lo que no debíamos; pero ahora todo está cam¬biando, justo cuando esperábamos agarrarlo con firmeza.
    AUTOR
    ¿Quién querría leer hoy un escrito de contenido más o me¬nos perspicaz? Y por lo que a los jóvenes respecta, nunca fueron tan sabihondos.
    MEFISTÓFELES (Que de repente parece muy viejo.)
    Veo que están preparados para el Juicio Final. Como es el último día que escalo el monte de las brujas y, puesto que de mi barril sólo mana vino turbio, me parece que el mundo también está tocando fondo.
    BRUJA REVENDEDORA
    ¡Señores míos, no pasen de largo! ¡No dejen escapar la ocasión! Miren con atención mis mercancías, hay cosas muy variadas y, con todo, nada en este puesto deja de es¬tar relacionado con objetos que alguna vez hayan contri¬buido al daño de los hombres. Ni un puñal que no haya hecho derramar sangre, ni una copa que no haya vaciado en un cuerpo un veneno ardiente y degenerativo, ni una joya que no haya seducido a una mujer adorable, ni una espada que no haya quebrantado algún acuerdo y herido por la espalda a un adversario.
    MEFISTÓFELES
    ¡Querida tía!, comprendéis mal el tiempo. Lo pasado, pa¬sado está: dedicaos a las novedades, sólo las novedades saben atraernos.
    FAUSTO
    ¡Que no pierda aquí el sentido! ¡Esto sí que es una feria!
    MEFISTÓFELES
    El remolino entero asciende. Tú crees que empujas y en realidad eres empujado.
    FAUSTO
    ¿Ese quién es?
    MEFISTÓFELES
    Obsérvala bien. Es Lilith.
    FAUSTO
    ¿Quién?
    MEFISTÓFELES
    La primera mujer de Adán. Cuídate de su bonita me¬lena, la única joya que la adorna. Una vez que atrapa a un joven con esta, no logra escapar fácilmente.
    FAUSTO
    Allí hay dos sentadas. La vieja con la joven. ¡Seguro que ya han brincado mucho!
    MEFISTÓFELES
    Estas hoy no podrán tener reposo. Empieza un nuevo baile, ¡ven, unámonos!
    FAUSTO (Bailando con la joven.)
    Una vez tuve un sueño muy hermoso.
    Ante mis ojos había un manzano,
    dos bellas manzanas resplandecían,
    me atrajeron y decidí subir.
    LA BELLA
    A ellas les gustan las manzanas
    desde el paraíso terrenal.
    Me siento conmovida de alegría,
    pues en mi huerto crece esa fruta.
    MEFISTÓFELES
    Una vez tuve un sueño tenebroso,
    ante mis ojos, un árbol reseco
    tenía una [enorme hendidura].
    A pesar de su [anchura] me gustó.
    LA VIEJA
    Brindo mis respetuosos saludos
    al caballero del pie de caballo.
    Que tenga preparado [su tapón]
    si no tiene miedo [al gran agujero].
    PROCTOFANTASMISTA
    ¡Maldita ralea! ¿Qué decís aquí? ¿No se ha demostrado ya hace tiempo que un espíritu no puede andar sobre pies ordinarios? Y no obstante bailáis como nosotros.
    LA BELLA (Bailando.)
    ¿Qué quiere este en nuestro baile?
    FAUSTO (Bailando.)
    ¡Sí, a este se le encuentra en todas partes! Él ha de juzgar lo que otros bailan y si no se ha mofado de cada paso, es como si ese paso no hubiera sido dado. Lo que más le mo¬lesta es que avancemos. Si os apetece dar vueltas como él, en su propio círculo, como en su viejo molino, él dirá en cualquier caso que está bien y si le saludáis mientras, me¬jor

    PROCTOFANTASMISTA
    ¡Seguís ahí! ¡Esto es inaudito! ¡Desapareced de aquí! ¡Ya lo hemos aclarado! A estos demonios les dan igual las re¬glas; aunque somos sensatos, hay duendes en Tegel. ¡Cuánto tiempo hemos estado luchando contra la locura y nunca conseguimos que esté todo limpio! ¡Es inaudito!
    LA BELLA
    Pues deje ya de molestarnos.
    PROCTOFANTASMISTA
    Os lo digo a la cara, espíritus. No acepto el despotismo de los espíritus: mi espíritu no puede instruirlos ni adiestrar¬los. (Siguen bailando.) Hoy veo que no voy a conseguir nada, pero llevo siempre conmigo un Viaje, y espero, antes de dar mi último paso, someter a demonios y poetas.
    MEFISTÓFELES
    Se sentará en seguida en un pantano, es su mejor modo de solazarse, y cuando las sanguijuelas se relaman en sus po¬saderas, se curará de los espíritus y del espíritu. (A FAUSTO, que ha salido del baile.) ¿Por qué dejas marchar a esa muchacha que tan seductoramente te cantaba du¬rante la danza?
    FAUSTO
    Ay, en mitad del canto le saltó un ratoncillo rojo de la boca.
    MEFISTÓFELES
    ¡Bien está eso! No hay que tomárselo tan a pecho. Basta con que el ratón no fuera gris. ¿Quién se fija en eso en la hora del idilio?
    FAUSTO
    ¿Allí veo…?
    MEFISTÓFELES
    ¿Qué?
    FAUSTO
    Mefisto, ¿ves allí a una bella niña de tez pálida, sola y en la lejanía? Parece andar muy despacio, parece no mover los pies. Debo confesar que me parece igual que mi buena Margarita.
    MEFISTÓFELES
    ¡Déjalo estar! ¡Eso no le sienta bien a nadie! Es una ima¬gen de hechizo; no tiene vida, es un ídolo. No es bueno encontrarse con ella. Su mirada estática paraliza la sangre del hombre y pronto quedan convertidos en piedra; tú ya has oído hablar de Medusa.
    FAUSTO
    Es verdad, parecen los ojos de una muerta que una mano cariñosa no cerró. Pero este es el pecho que me ofreció Margarita, este es el dulce cuerpo que gocé.
    MEFISTÓFELES
    Es un hechizo, hombre fácil de engañar. Todos creen querer a su amada.
    FAUSTO
    ¡Qué delicia!, ¡qué sufrimiento! No puedo separarme de sus ojos; pero qué extraño que aquel hermoso cuello sea adornado por una sola cadenita roja, no más ancha que el corte de un cuchillo.
    MEFISTÓFELES
    Cierto, también lo veo. Igual podría pasear la cabeza bajo el brazo, porque Perseo se la cortó… Pero siempre tendrás este afán imaginativo. Sube por la pequeña colina; allí hay tanta diversión como en el Prater. Y si yo no estoy hechi¬zado también, veo allí un teatro. ¿Qué representan?
    SERVIBILIS
    Ahora mismo comenzamos. Una nueva obra. La nueva obra de un serie de siete. Aquí es costumbre ser tan gene¬roso. La ha escrito un aficionado y la representan aficio¬nados. Perdónenme, señores, me retiro. Mi afición es levantar el telón.
    MEFISTÓFELES
    ¡Me place encontrarle en el Blocksberg! Pues este es el lugar que le corresponde.

    SUEÑO DE LA NOCHE DE WALPURGIS O BODAS DE ORO DE OBERÓN Y TITANIA

    [align=center]Intermezzo[/align]

    EMPRESARIO
    Descansemos por hoy, valerosos hijos de Mieding. El alto monte y el húmedo valle serán todo nuestro escena¬rio.
    HERALDO
    Si han de ser bodas de oro, tienen que haber pasado cin¬cuenta años; pero acabemos con la polémica, me gusta el dorado.
    OBERÓN
    Estad allá donde yo esté, espíritus, y en esta hora se mos¬trará cómo el rey y la reina renuevan sus lazos.
    PUCK
    Aquí viene Puck y da vueltas y arrastra sus pies hacia el baile. Otros cien lo siguen para divertirse con él.
    ARIEL
    Ariel entona el canto con su son celeste y puro. Su canto anima a muchachas feas y también atrae a las bellas.
    OBERÓN
    Aprended de nosotros dos, cónyuges que queréis vivir en armonía. Para que dos se amen, basta con separarlos.
    TITANIA
    Si el hombre gruñe y la mujer grita, cogedlos con rapidez. Llevadla a ella al Mediodía y a él al confín del Norte.
    ORQUESTA TUTTI (Fortissimo. )
    Ahí están las moscas con sus trompas y los mosquitos con sus aguijones y todos sus parientes. ¡Rana entre las hojas caídas y grillo entre la hierba, tampoco perdáis el compás. ¡He ahí los músicos!
    SOLO
    Mirad, viene la gaita, es la burbuja de jabón. Escuchad el tururú que sale de su chata nariz.
    ESPÍRITU (Que se está empezando a formar.)
    ¡Dadle patas de araña, panza de batracio y alitas al duen¬decito! Aunque no hay un animal similar, sí hay un pe¬queño poema.
    UNA PAREJITA
    Gran salto y paso corto entre aromas, y un rocío con olor a miel. Aunque tus pasos son suficientes para mí, no con¬sigo volar.
    VIAJERO CURIOSO
    ¿No es esta la mofa de una mascarada? Si he de dar cré¬dito a mis ojos, aquí veo a Oberón, el hermoso dios.
    ORTODOXO
    No tiene garras, no tiene rabo!, pero no hay duda. Al igual que existen los dioses griegos, existe el diablo. ARTISTA NÓRDICO
    Lo que percibo hoy sólo está en boceto, pero estoy prepa¬rándome para mi viaje a Italia.
    PURISTA
    Mi desdicha me trae aquí. ¡Qué putrefacción reina en este lugar! De entre todo este ejército de brujas, sólo hay dos que van empolvadas.
    BRUJA JOVEN
    Los polvos de maquillaje, lo mismo que los mantos, son para las ancianitas, yo voy desnuda sobre mi macho ca¬brío enseñando mi macizo cuerpecito.
    MATRONA
    Tenemos modales demasiado buenos como para empezar a ponernos de morros, pero espero que, lo mismo que hoy estás tierna y joven, un día te pudrirás.
    DIRECTOR DEL CORO
    Trompas de moscas y aguijones de mosquito, no vayáis en enjambre contra la desnuda. ¡Rana entre las hojas caídas y grillo entre la hierba, tampoco perdáis el com¬pás!
    VELETA (Girando a un lado.)
    Esta es la mejor compañía posible. ¡Novias auténti¬camente puras! Los muchachos también, uno por uno, son de mucho porvenir. (Al otro lado.) Si no se abre el suelo para tragárselos a todos, saltaré frenética en el in¬fiemo.
    XENIAS
    Somos como insectos, vamos en pequeñas bandadas, va¬mos con nuestros aguijones preparados para honrar, se¬gún sus merecimientos, a nuestro padre, Satán.
    HENNINGS

  6. Mirad cómo bromean ingenuamente, con las filas apreta¬das. Al final dirán que tienen buen corazón.
    MUSAGETA
    Me gusta mucho perderme en el tropel de las brujas, pues seguro que podría conducirlas mejor que las musas.
    CI-DEVANT, GENIO DE LA ÉPOCA
    Con la gente honrada siempre se llega a algo. Ven, agá¬rrate a mis faldas. Tanto el Blocksberg como el Parnaso alemán tienen una cumbre amplia.
    VIAJERO CURIOSO
    Decidme, ¿quién es ese hombre tan estricto? Anda con paso muy altivo. Va buscando lo que pueda encontrar. ¡Va tras la pista de jesuitas!
    GRULLA
    Me gusta pescar en agua clara y también en la revuelta; por eso veis a ese hombre piadoso mezclándose con demonios.
    HIJO DEL MUNDO
    Sí, para los piadosos, creedme, todo es un buen instru¬mento. Incluso en el Blocksberg han hecho conventículos.
    BAILARÍN
    ¿Viene un nuevo coro? ¡Oigo tambores lejanos! ¡Tranqui¬los!, es el ruido del viento en las cañas.
    MAESTRO DE BAILE
    ¡Cómo mueve los pies a todos! Cada uno hace lo que puede. El flaco salta, el gordo brinca. Nadie pregunta qué parece.
    VIOLINISTA
    Es odioso ese grupo de andrajosos. A uno le gustaría darse un descanso. Es como si la gaita los reuniera a todos, como hacía la lira de Orfeo con las bestias.
    DOGMÁTICO
    No dejo que me extravíen con gritos, ni con críticas, ni con dudas. Pese a todo, el demonio ha de ser algo, pues ¿cómo si no va a haber demonios?
    IDEALISTA
    La fantasía tiene esta vez demasiado poder sobre mis sen¬tidos. Cierto, si lo soy todo, hoy soy un loco.
    REALISTA
    Me atormenta ese ser y me siento muy apenado. Por pri¬mera vez me tambaleo sobre mis pies. SUPERNATURALISTA
    Aquí estoy, divirtiéndome mucho y disfrutando con estos; de la existencia de los demonios puedo deducir la de los buenos espíritus.
    ESCÉPTICO
    Siguen la estela de las llamas y se creen cerca de tesoros. Duda sólo rima con demonio, por eso este es mi lugar.
    DIRECTOR DEL CORO
    Rana entre las hojas caídas, grillo entre la hierba, maldi¬tos dilettantes. Trompas de moscas y aguijones de mos¬quitos, sois auténticos músicos callejeros.
    LOS HÁBILES
    Sanssouci es el nombre del tropel de alegres criaturas. Si ya no podemos ir de pie, iremos de cabeza.
    LOSINEPTOS
    Antes disfrutábamos de buenos bocados, pero hoy, Dios nos ayude, nuestros zapatos de bailar están gastados y va¬mos con los pies descalzos.
    LOS FUEGOS FATUOS
    Venimos del pantano de donde surgimos, pero aquí nos parecemos a esos brillantes galanes.
    ESTRELLA ERRANTE
    Desde las alturas he caído con fulgor de estrella y de fuego y quí estoy tendida en la tierra. ¿Quién me ayuda a ponerme en pie?
    LAS MASAS
    ¡Dejad sitio!, ¡abrid paso!, ¡que se inclinen las hierbas! Ahora vienen los espíritus, pero tienen miembros pesa¬dos.
    PUCK
    No avancéis con esa torpeza de crías de elefante. ¡Que hoy sea el más tosco de todos, el más macizo, el mismí¬simo Puck!
    ARIEL
    Como la naturaleza amable y el espíritu os dieron alas, se¬guid mi leve rastro hasta la colina de las rosas. ORQUESTA (Pianissimo.)
    Las nubes y la niebla van aclarando. Viento en las hojas y entre las cañas. Todo se desvanece.

    [align=center]DÍA NUBLADO. CAMPO

    (FAUSTO, MEFISTÓFELES.)[/align]

    FAUSTO
    ¡En la miseria! ¡Desesperada! Tristemente errante por el mundo durante mucho tiempo, y ahora presa, esa dulce e infeliz criatura encerrada como una criminal en una pri¬sión y sometida a horribles tormentos. Hasta ahí ha lle¬gado, hasta ahí. Espíritu traicionero e indigno, me lo has ocultado. Quédate ahí. Sí, revuelve con rabia reconcen¬trada tus diabólicos ojos en sus órbitas. Sí, quédate y es¬pántame con tu insoportable presencia. ¡Está prisionera! ¡Está sumida en una desgracia irreparable! Está abando¬nada a los espíritus malignos y a la implacable justicia hu¬mana. Y tú, mientras, me llevas a degeneradas distraccio¬nes, me ocultas su miseria cada vez mayor y dejas que se pierda sin que nadie la socorra.
    MEFISTÓFELES
    ¡No es la primera!
    FAUSTO
    Pero, ¡monstruo abominable! ¡Oh espíritu infinito, de¬vuélvele, devuélvele a este gusano su figura perruna, esa que tenía cuando por la noche le gustaba correr delante de mí y meterse entre los pies del inofensivo caminante para echarse sobre su espalda cuando cayera! Devuélvele su forma predilecta para que se retuerza ante mí, con su vientre sobre el polvo, y pueda aplastarle con el pie de este condenado. «¡No es la primera!» Desgracia, desgra¬cia que ningún alma humana puede comprender: que exista más de una criatura que se haya sumido en esa des¬gracia; que no bastara que la primera se retorciera ante los ojos del Eterno Redentor para expiar la culpa de todas las demás. La vida se me consume hasta el tuétano de los huesos sólo con ver el destino de esta, y tú te regodeas ha¬ciendo muecas al ver el destino de miles.
    MEFISTÓFELES
    Ya hemos llegado al límite de nuestro talento, al lugar en el que los hombres perdéis el sentido. ¿Por qué quieres mi compañía si no eres capaz de soportarla? ¿Quieres volver y el vértigo te hace sentirte inseguro? ¿Fui yo el que me acerqué a ti o tú a mí?
    FAUSTO
    ¡No rechines contra mí tus dientes voraces! ¡Me repugna! Gran y magnífico Espíritu que te dignaste aparecer ante mí, que conoces mi corazón y mi alma, ¿por qué me has encadenado a este vergonzoso compañero que se com¬place en el daño y se recrea en la perdición?
    MEFISTÓFELES
    ¿Has terminado?
    FAUSTO
    ¡Sálvala o ay de ti! Que caiga sobre ti la más nefasta mal¬dición a través de los siglos.
    MEFISTÓFELES
    Yo no puedo soltar las cadenas que ha puesto el Venga¬dor. No puedo descorrer sus cerrojos. Sálvala. ¿Quién fue el que la llevo a la perdición?, ¿yo o tú?

    (FAUSTO mira en torno a sí, perturbado.)

    ¿Te gustaría echar mano de los truenos? ¡Menos mal que no se os ha concedido eso a los miserables mortales! Ha¬cer pedazos al inocente que se tiene delante es vuestra tiránica costumbre para buscar alivio en la confusión.
    FAUSTO
    Llévame allí. Ella tiene que quedar libre.
    MEFISTÓFELES
    ¿Y el peligro al que te vas a exponer? Recuerda que aún tienes pendiente en la ciudad un delito de sangre, re¬cuerda que por el lugar del crimen flotan espíritus vengado¬res que están al acecho esperando la llegada del asesino.
    FAUSTO
    ¿Y tú me lo dices? ¡Que caiga sobre ti el crimen y la muerte del mundo entero, monstruo! Te digo que me lle¬ves allí y la salves.
    MEFISTÓFELES
    Te llevaré, y escucha lo que puedo hacer. ¿Acaso tengo poder sobre el cielo y la tierra? Envolveré en niebla el sentido del carcelero; ¡apodérate de las llaves y sácala tú con manos humanas! Yo vigilaré. Los caballos encanta¬dos estarán dispuestos y os ayudarán a huir. Eso es lo que puedo hacer.
    FAUSTO
    ¡Vamos allá!

    [align=center]POR LA NOCHE. LLANURA

    (FAUSTO y MEFISTÓFELES montados en caballos negros.)[/align]

    FAUSTO
    ¿Qué están haciendo en ese patíbulo?
    MEFISTÓFELES
    No sé lo que están cocinando.
    FAUSTO
    Suben, bajan, se inclinan y se agachan.
    MEFISTÓFELES
    Es una reunión de brujas.
    FAUSTO
    Hacen libaciones y conjuros.
    MEFISTÓFELES
    ¡Adelante!, ¡adelante!

    [align=center]PRISIÓN[/align]

    FAUSTO (Con un manojo de llaves y una lámpara, delante de una puertecita de hierro.)
    Se ha apoderado de mí un terror fuera de lo común. Sufro en este instante toda la miseria de la humanidad. Aquí está ella, tras estos muros húmedos, y todo su crimen fue un dulce desvarío. Vacilas en llegar a su presencia; temes volver a verla. Pero, ade¬lante. Tu vacilación hace avanzar a la muerte. (Toma el candado y dentro se oye cantar.)
    MARGARITA
    La puta de mi madre
    fue la que me mató
    y mi padre, el pícaro,
    luego me devoró.
    Mi pequeña hermanita
    mis huesos enterró
    en húmedo lugar.
    Me convertí en un pájaro.
    Mírame cómo vuelo.
    FAUSTO (Abriendo.)
    No presiente que su amado la está escuchando ni oye el chirriar de las cadenas y el crujir de la paja. (Entra.)
    MARGARITA (Escondiéndose en el camastro.)
    Ay, ya viene. ¡Amarga muerte!
    FAUSTO (En voz baja.)
    Tranquila, tranquila, vengo a liberarte.
    MARGARITA (Retorciéndose ante él.)
    Si eres hombre, siente mi desgracia.
    FAUSTO
    Vas a despertar al vigilante. (Toma las cadenas para qui¬társelas.)
    MARGARITA (De rodillas.)
    ¿Quién te ha dado ese poder sobre mí, verdugo? Ya a me¬dianoche vienes a llevarme. Ten piedad de mí y déjame vivir. ¿No es mañana lo bastante pronto? (Se incorpora.) ¡Soy tan joven!, ¡tan joven! Y tengo que morir. Fui tam¬bién bella y esa fue mi perdición. Mi amigo estuvo cerca y ahora está lejos. La guirnalda está destrozada y desper¬digadas están las flores. ¡No me agarres con tanta fuerza! ¡Trátame con cuidado! ¡Qué te he hecho! No me hagas que te suplique inútilmente. No te he visto en mi vida.
    FAUSTO
    ¿Podré soportar tanto dolor?
    MARGARITA
    Ahora estoy en tu poder. Pero déjame darle el pecho al niño. Toda la noche he estado acariciándolo: me lo quita¬ron para hacerme daño y ahora dicen que lo he matado yo. Nunca volveré a estar alegre. Me cantan cancioncillas, ¡qué mala es la gente! Así es como acaba un viejo cuento… ¿Quién les manda contarlo?
    FAUSTO (Arrodillándose.)
    A tus pies hay un hombre que te quiere, que viene a li¬brarte del dolor.

    MARGARITA (Se arrodilla a su lado.)
    ¡De rodillas, recemos a los santos! Mira, debajo de esos escalones, pasado el umbral, brilla el fuego del infierno. El Maligno prorrumpe en estruendo con espantosa cólera.
    FAUSTO (En voz alta.)
    ¡Margarita!, ¡Margarita!
    MARGARITA (Con atención.)
    ¡Esa era la voz de aquel amigo! (Se pone en pie de un salto. Caen las cadenas sueltas.) ¿Dónde está? Lo he oído lla¬marme. Soy libre. Nadie habrá de sujetarme. Iré volando a abrazarlo y descansaré junto a su pecho. Me ha llamado. «¡Margarita!» Y estaba en el umbral. Entre los aullidos y el crepitar del infierno, a pesar de las burlas y las muecas de los diablos, reconozco el dulce y amoroso sonido.
    FAUSTO
    Soy yo.
    MARGARITA
    ¡Tú, eres tú! ¡Dilo otra vez! (Abrazándole.) ¡Es él! ¡Es él! ¿Adónde se han ido todas las penas? ¿Adónde el miedo de la cárcel y los hierros? ¡Eres tú y has venido a sal¬varme! ¡Estoy salvada! Otra vez vuelve a estar ante mí la calle donde te vi por primera vez y el jardín alegre donde Marta y yo te esperábamos.
    FAUSTO (Intentando llevársela.)
    ¡Ven conmigo!
    MARGARITA
    ¡Oh, espera!, pues mientras estoy contigo, me encuentro muy bien. (Acariciándolo.)
    FAUSTO
    ¡Date prisa! Si no, lo pagaremos caro.
    MARGARITA
    ¿Cómo? ¿No puedes ya besarme? Hace tan poco tiempo que te marchaste y ya no sabes besarme. ¿Por qué tengo tanto miedo abrazada a ti, cuando antes tus palabras me llevaban al cielo y me besabas como si quisieras aho¬garme? Bésame o te besaré yo. (Lo abraza.) Pobre de mí, tus labios están fríos, están mudos. ¿Dónde quedó tu amor? ¿Quién me lo ha quitado? (Le vuelve la espalda.)
    FAUSTO
    ¡Venga! Sígueme, amor mío. Ten valor. Te querré con un fuego mil veces más ardiente, pero ahora sígueme, te lo suplico.
    MARGARITA (Dándole otra vez la cara.)
    ¿Y entonces eres tú? ¿Eres tú de veras?
    FAUSTO
    Sí soy yo. Ven conmigo.
    MARGARITA
    Has roto las cadenas y me estrechas de nuevo contra tu pecho. ¿Cómo es que no tienes miedo de mí? ¿Sabes, amigo, a quién estás liberando?
    FAUSTO
    ¡Ven! Que ya la oscuridad de la noche empieza a disiparse.
    MARGARITA
    He matado a mi madre. He ahogado a mi hijo. ¿No era un don tuyo y mío? ¡También tuyo! ¡Eres tú! Apenas puedo creerlo. Dame tu mano. Esto no es un sueño. ¡Tu mano querida! Pero… está húmeda. ¡Sécatela! Me parece que hay sangre en ella. Ah, Dios mío, qué has hecho. Guarda ya tu daga, te lo suplico.
    FAUSTO
    Lo pasado, pasado está. No me mates.
    MARGARITA
    No, debes seguir vivo. Te diré cómo serán las sepulturas que deberás cuidar a partir de mañana. Para mi madre debe ser la mejor y a su lado mi hermano. Yo debo estar un poco aparte y junto a mi seno derecho, el pequeño. ¡Nadie más yacerá junto a mí! Unirme a ti fue una tierna alegría. Pero ya no lo consigo, parece como si tuviera que forzarme para ir hacia ti y tú me rechazaras, aunque si¬gues siendo tú tan bueno y tan noble.
    FAUSTO
    Si me ves así, ven conmigo.
    MARGARITA
    ¿Fuera?
    FAUSTO
    Sí, a la libertad.
    MARGARITA
    Fuera está la tumba y la muerte nos aguarda, vamos. Va¬yamos de aquí al lecho eterno y no demos ni un paso más. ¿Vas entonces? Oh, Enrique, voy contigo.
    FAUSTO
    ¿Puedes? Pues ven, la puerta está abierta.
    MARGARITA
    No puedo, para mí ya no hay esperanza. ¿Para qué huir? Me acecharán. Es tan horrible tener que mendigar, y ade¬más con remordimiento de conciencia. Es terrible vagar por tierra extraña, y me apresarán de todos modos.
    FAUSTO
    Entonces me quedaré contigo.
    MARGARITA
    ¡Huye!, ¡huye! Salva a tu pobre hijo. Sigue el camino que lleva arriba al arroyo. Atraviesa el puente, adéntrate en el bosque y ve a la izquierda, donde está el entablado, en el remanso. Sácalo, quiere salir y aún está pataleando. ¡Sál¬valo!, ¡sálvalo!
    FAUSTO
    Pero vuelve en ti. Un paso y serás libre.
    MARGARITA
    Si hubiera pasado ya el trance… Ahí, sobre una piedra, está sentada mi madre… Siento que se me congela la san¬gre. Ahí está mi madre, sentada sobre una piedra, y no mueve la cabeza, ni asiente ni deniega con ella. Hace tiempo que duerme, nunca despertará. Ella durmió para que nosotros gozáramos. ¡Qué tiempos más felices!
    FAUSTO
    Si las palabras y las súplicas no sirven, te llevaré a la fuerza.
    MARGARITA
    ¡Déjame! No soporto la violencia. No me agarres como si fuera un criminal. Yo lo habría hecho todo por amor.
    FAUSTO
    ¡El día está despuntando, amor mío!
    MARGARITA
    ¡De día! ¡Ya es de día! ¡Ya está llegando mi último día! ¡Tendría que haber sido el día de mi boda! No le digas a nadie que estuviste con Margarita. Ay de mi guir¬nalda, todo acabó. Nos volveremos a ver, pero no bai¬lando. La multitud se agolpa y no se oye nada. La plaza y las callejuelas no pueden contenerla. La campana repica y ya se ha quebrado la varilla. ¡Cómo me atan y me agarran! Ya soy llevada al asiento de la muerte. Todas las nucas se estremecen ante el filo que va a cortar la mía. El mundo está mudo como una tumba.
    FAUSTO
    Ojalá no hubiera nacido.
    MEFISTÓFELES (Apareciendo desde fuera.)
    Vamos, o estáis perdidos. ¡Qué inútiles vacilaciones! ¡Qué irresolución! ¡Cuánta palabra! Mis caballos empiezan a estremecerse. Ya clarea la mañana.
    MARGARITA
    ¿Qué es lo que está saliendo por el suelo? Es ese; échalo. ¿Qué hace en lugar sagrado? ¡Ha venido a buscarme!
    FAUSTO
    Has de vivir.
    MARGARITA
    ¡Juicio de Dios, a ti me he encomendado!
    MEFISTÓFELES (A FAUSTO.)
    ¡Ven, o te dejo con ella en la estacada!
    MARGARITA
    ¡Soy tuya, padre! ¡Sálvame! Vosotros, ángeles, ejército sacro, rodeadme para protegerme. ¡Enrique, siento horror por ti!
    MEFISTÓFELES
    Está condenada.
    VOZ (Desde arriba.)
    Está salvada.
    MEFISTÓFELES (A FAUSTO.)
    Ven conmigo. (Desaparece con FAUSTO.)
    VOZ DE MARGARITA (Desde dentro resonando.)
    ¡Enrique!, ¡Enrique!

    [align=center]LA TRAGEDIA

    SEGUNDA PARTE
    (En cinco actos)

    ACTO PRIMERO

    LUGAR AGRADABLE[/align]

    (FAUSTO, tendido sobre el céspedforido; fatigado e inquieto, intenta conciliar el sueño. Anochece. Un círculo de espíritus se mueve sobre él haciendo graciosas figuritas.)

    ARIEL (Canto acompañado de arpas eólicas.)
    Cuando en la primavera llueven flores,
    estas flotan y caen sobre todo.
    Cuando la verde bendición del campo
    reluce para los hijos terrenos,
    elfos pequeños e inmateriales
    acuden adonde puedan ser útiles.
    Ellos compadecen al desgraciado,
    ya sea este santo o pecador.
    Vosotros que rodeáis a este hombre haciendo círculos en el aire, mostrad aquí la noble naturaleza de los elfos, suavizad la airada guerra que él entabla en su corazón, evitadle los dardos amargos y ardientes del reproche. Cua¬tro son los períodos de la noche, haced que los disfrute sin demora. Primero, reclinad su cabeza sobre fresco almoha¬dón; después, bañadlo en el rocío del Leteo: pronto se harán flexibles sus miembros entumecidos y estáticos, cuando vuelva a mirar, ya repuesto, la luz del día. Cum¬plid el deber más hermoso de los elfos: devolvedle la sa¬grada luz.
    CORO (Cantando de uno en uno, de dos en dos, en grupos, alternanado o a la vez.)
    Cuando el aire tibio va inundando
    grandes prados llenos de verdor,
    bajan también al atardecer
    tenues neblinas y suaves aromas.
    ¡Que susurros de agradable paz
    mezan su corazón como a un niño
    y a sus ojos de hombre agotado
    tenga el día cerradas sus puertas!
    Ya, por fin, ha caído la noche;
    una a una vienen las estrellas.
    Grandes luces y pequeñas chispas
    rielan cerca y resplandecen lejos.
    Rielan reflejándose en el mar;
    resplandecen en el claro cielo.
    Y, sellando la calma dichosa,
    reina el esplendor de la luna.
    Las horas ya se han extinguido;
    dolor y gozo se han disipado.
    ¡Presiéntelo! Vas a sanar pronto.
    Confía en la luz del nuevo día.
    Verdean valles, crecen los cerros,
    crecen hasta dar umbría calma,
    y en cimbreantes olas plateadas
    tremolan al aire los sembrados.
    Para alcanzar todos los deseos,
    mira hacia allá, mira la luz.
    Sin darte cuenta quedarás preso.
    Despréndete del velo del sueño.
    No vayas ahora a acobardarte
    cuando la gente vacile y tema.
    Todo lo puede el alma noble
    que rápida comprende y actúa.
    (Un enorme estruendo anuncia que el sol se aproxima.)
    ARIEL
    Escuchad cómo retumban las Horas
    dentro de los oídos del espíritu.
    El nuevo día acaba de nacer.
    Las puertas se abren con un gran estrépito,
    con bríos avanza el carro de Febo.
    ¡Qué tronar acompaña a la luz!
    Hay ruido de tambores y trompetas.
    Ojos cegados, oídos aturdidos;
    sólo deja de oírse lo inaudito.
    Id a refugiaros a las corolas,
    adentraos profundamente en ellas
    y en el follaje que hay bajo las rocas.
    Si os llega a alcanzar, quedaréis sordos.
    FAUSTO
    El pulso de la vida vuelve a latir fresco y reanimado al salu¬dar con suavidad a la etérea aurora. Tú, Tierra, también fuiste constante esta noche, me diste aliento reviviendo a mis pies. Ya empiezas a rodearme de nuevo de deseo, esti¬mulas y excitas la poderosa decisión de buscar constante¬mente una existencia mejor. Con la luz de la aurora se abre el mundo. En el bosque resuena una vida que emite mil vo¬ces.Del valle y hacia el valle surgen vaharadas de niebla, pero la claridad del cielo llega hasta el fondo. Los troncos y las ramas brotan renovados del aromático abismo en el que, hundidos, dormían. Un color tras otro va saliendo de las profundidades, y temblorosas perlas gotean sobre las flores y las hojas. Un paraíso se va creando a mi alrededor.
    ¡Mira arriba! Los gigantescos picos de las montañas anuncian ya la hora de la máxima solemnidad. Ellos po¬drán pronto disfrutar de la luz de lo eterno, que más tarde bajará hacia nosotros. Ya los verdes prados, que hacen hondonada junto a los Alpes, reciben la nueva luz y la cla¬ridad, que gradualmente van descendiendo ¡Ya aparece!, y ya estoy cegado. Me aparto con los ojos doloridos.
    Es como una esperanza anhelante que se abre paso, confiada, hacia el más alto deseo y halla abierta de par en par la puerta de la realización; pero desde esos fondos eternos se levanta una gran cantidad de llamas que nos deja atónitos. Quisiéramos encender la antorcha de la vida y nos rodea un mar de fuego, ¡y vaya fuego! ¿Es odio o amor? Con ardor nos rodean, alternando terriblemente, el dolor y el goce, de modo que de nuevo miramos a la Tie¬rra para quedar ocultos por el velo más joven.
    ¡Quede, pues, a mi espalda el Sol! Me paro a contem¬plar con creciente fascinación la catarata que atraviesa rá¬pida el desfiladero. De salto en salto, forma ahora mil re¬molinos y luego se derrama en mil torrentes que borbotean lanzando al aire su espuma que cae sobre más espuma. Aprovechando esta caída, se tensa en bóveda, magnífico, el cambiante y permanente arco iris, tan pronto nítido como difuminado en el aire, que va difundiendo una lluvia fresca y olorosa. Con él se simboliza el es¬fuerzo del hombre. Reflexiona sobre este y comprenderás que en el colorido reflejo de la luz está la vida.

    [align=center]PALACIO IMPERIAL. SALA DEL TRONO[/align]

    (Consejo de Estado aguardando la llegada del EMPERADOR. Trompetas. Cortesanos de todo tipo, lujosamente vestidos. El EMPERADOR llega al trono, a su derecha el ASTRÓLOGO.)

    EMPERADOR
    Saludo a mis amados y leales que han acudido aquí de cerca y de lejos. Veo que mi sabio está a mi lado, pero ¿dónde ha quedado mi bufón?
    NOBLE
    Iba junto a la cola de tu manto, pero se cayó por las esca¬leras. Se llevaron su cuerpo grasiento. No se sabe si ha muerto o estaba borracho.
    NOBLE SEGUNDO
    De inmediato, con increíble rapidez, ha venido otro a ocu¬par su lugar. Va muy lujosamente vestido, pero de modo tan grotesco que a todos sorprende. La guardia le ha dado el alto ante el umbral poniéndole en aspa las alabardas; pero ahí llega este loco audaz.
    MEFISTÓFELES (Arrodillándose ante el trono.)
    ¿Quién es el maldecido o siempre bienvenido? ¿Quién el anhelado y siempre rechazado? ¿Quién es siempre puesto bajo protección? ¿Quién es censurado con fuerza y grave¬mente acusado? ¿A quién no puedes llamar a tu lado? ¿A quién os gusta a todos oír nombrar? ¿Quién se acerca al escalón de tu trono? ¿Quién se ha puesto a sí mismo en entredicho?.
    EMPERADOR
    ¡Por esta vez ahórrate las palabras! Este no es lugar para acertijos; eso es competencia de estos señores… Resuél¬velos tú, pues me gustará oír tu solución; mi bufón se fue, me temo que muy lejos. Ocupa su lugar; ven a mi lado.

    (MEFISTÓFELES sube y se pone a su iz¬quierda.)

    MURMULLOS DE LA MULTITUD
    Un nuevo bufón para nuestra desgracia. ¿Cómo vino? ¿Cómo entró? Cayó el viejo y se malogró. Si aquel era un tonel, este es un palillo.
    EMPERADOR
    Entonces, amados y leales, bienvenidos aquí qué, proce¬dentes de cerca y de lejos, os habéis congregado bajo una buena estrella en la que está escrita nuestra suerte y nues¬tra dicha. Pero pregunto: ¿por qué en estos días, en que nos despojamos de nuestras preocupaciones, nos pone¬mos máscaras y sólo querernos distraernos confiada¬mente, tenemos que torturarnos reuniéndonos en Con¬sejo? Pero si decís que no cabe otro remedio y así se ha dispuesto, así sea.
    CANCILLER
    La suprema virtud adorna como una aureola la cabeza del emperador. Sólo él puede ejercerla convenientemente: es la justicia, la que todos aman, exigen, desean y a la que difícilmente renuncian. Depende de él que esta se le ga¬rantice al pueblo. Pero ¿de qué sirven la razón humana, la bondad de corazón y la buena voluntad cuando todo el Estado está en febril desolación y cada mal da lugar a nue¬vos males? A aquel que desde esta alta sala divisa el Im¬perio le parece encontrarse en una pesadilla en la que los engendros crean nuevos engendros. La ilegalidad campa legalmente por sus respetos desplegando un mundo de terror.
    Aquel roba un rebaño y aquel otro una mujer o el cáliz, la cruz y los candelabros de los altares, y se jacta de su robo durante algunos años con el pellejo a salvo y el cuerpo intacto. Ahora van los demandantes al tribunal, el juez se pavonea en su escaño mientras sube en colérica riada el creciente tumulto del desorden. Uno puede alar¬dear de vergüenza y crimen y otro encuentra apoyo en su cómplice y se oye la sentencia «culpable» donde la ino¬cencia, sola, se defendía. El mundo entero se está ha¬ciendo pedazos y se aniquilará lo que está bien. ¿Cómo podrá desarrollarse el único sentido que nos llevará ante lo justo? Hasta el hombre de bien acabará inclinado a la adulación y el soborno, y el juez, que no es capaz de cas¬tigar, acabará aliándose con el criminal. Lo pinto todo ne¬gró, pero me gustaría aún echar más negro en mi pintura. (Pausa.) No se puede dejar de tomar medidas cuando to¬dos dañan, todos sufren y hasta se pierde la grandeza.
    MARISCAL DE LOS EJÉRCITOS
    ¡Qué furia en estos días de locura! Todos quieren herir y, sin embargo, son heridos, pero hacen oídos sordos a las órdenes. El ciudadano del burgo, tras las murallas, y el noble, en su nido de roca, se han conjurado para hacernos frente y mantienen sus fuerzas con firmeza. El mercenario se impacienta, exige su paga con destemplanza y si no le debiéramos nada, huiría corriendo de aquí. Si a alguien se le ocurre prohibirles lo que quieren, es como si agitara un avispero. Y, mientras, el Imperio que tendrían que prote¬ger queda asolado y devastado. Se les ha dejado desatar su furia destructora y ya la mitad del mundo está malo¬grada. Es verdad que hay reyes, pero todos actúan como si el asunto no les afectara.
    TESORERO
    ¿Y quién puede fiarse de los aliados? Los subsidios que nos prometieron se han quedado tan estancados como el agua de las cañerías 9. Y por lo demás, ¿qué ha sido de la propiedad en vuestros vastos dominios? Por todas partes surgen usurpadores que quieren vivir por su cuenta y ¡hay que ver cómo lo logran! Hemos renunciado ya a tantos derechos, que casi no nos quedan. Tampoco son muy de fiar los partidos -que así se hacen llamar-, lo mismo si censuran que si alaban es indiferente su odio o su amor. Tanto los gibelinos como los güelfos se ocultan para to¬marse un respiro; ¿quién se ocupa hoy de su vecino? Cada cual tiene suficiente con lo suyo. Las puertas del tesoro público están condenadas. Todos cavan, hurgan y reúnen, pero nuestras arcas permanecen vacías.
    SENESCAL
    ¡Qué desgracias he de sufrir yo también! Todos los días trato de ahorrar, pero al día siguiente tengo que ahorrar aún más y así va creciendo mi preocupación. Los cocine¬ros no sufren privaciones: jabalíes, venados, liebres, cor¬zos, pavos, gallinas, gansos y patos. Los pagos en especie, que siempre son ingresos seguros, se reciben regular¬mente, pero al foral siempre falta vino, y eso que antes en las bodegas amontonábamos barril contra barril de las me¬jores viñas y vendimias. Mas ahora el eterno empinar el codo de los nobles acaba hasta con la última gota. Hasta el concejo despacha de sus bodegas, se bebe con grandes copas y con cazos y el festejo se celebra bajo la mesa. Luego yo tengo que pagarlo todo y el judío no me per¬dona nada. Él me concede anticipos que año tras año se devoran por anticipado. Los cerdos no llegan a estar ceba¬dos; ya está empeñado el colchón de la cama y ni el pan que llega a la mesa está pagado.
    EMPERADOR (Después de meditar, a MEFISTÓFELES.)
    Bufón, ¿tienes tú también desgracias que contarme?
    MEFISTÓFELES
    De ninguna manera. ¡Es algo maravilloso veros en vues¬tro esplendor a ti y a los tuyos! ¿Puede faltar confianza donde su Majestad, inexorable, ejerce su fuerza para ven¬cer al enemigo? ¿Qué se tendría que conjugar para nues¬tra desgracia y para llevarnos a la oscuridad, donde bri¬llan esas estrellas?
    MURMULLO
    ¡Vaya un pícaro!, este sí que entiende… Mentirá mientras pueda… Ya sé lo que esconde… ¿Con qué nos vendrá ahora? Con un plan.
    MEFISTÓFELES
    ¿Dónde no hay carencias en este mundo? A uno le falta esto, al de más allá le falta lo otro y aquí lo que hace falta es dinero. Es verdad que este no se puede sacar del empe¬drado, pero la sabiduría puede extraer lo más hondo. En filones y en las bases de las murallas hay oro en bruto y acuñado. Y si me preguntáis quién puede sacarlo a la luz, yo os contesto: la poderosa naturaleza y el poderoso espí¬ritu del hombre bien dotado.
    EMPERADOR
    ¡Naturaleza, espíritu!… Así no se les habla a los cristia¬nos. Por decir eso se quema a los ateos, y es que dichos discursos son peligrosos. La naturaleza es el pecado, el espíritu es el diablo, entre los dos engendran la Duda, su híbrida hija ¡No es así entre nosotros! El Imperio sólo cría en sus tierras dos linajes, que sustentan dignamente su trono: los santos y los caballeros. Estos soportan todas las tormentas y por ello reciben en pago el Estado y la Igle¬sia. A ellos les hace resistencia la mente plebeya con sus confusos espíritus, de ahí salen los herejes y los brujos que arruinan las ciudades y los campos. Con tus bromas quieres infiltrarlos en estas altas esferas. Te unes a cora¬zones tan degenerados porque tu locura está cercana a la suya.
    MEFISTÓFELES
    Así se reconoce a los sabios. Cuando no palpáis algo, es que no está aquí. Lo que no podéis agarrar no existe. Lo que no podéis calcular creéis que no es verdadero. Lo que no podéis poner en la balanza no tiene peso para vosotros. Sólo creéis que vale lo que acuñáis.
    EMPERADOR
    Con eso no arreglaremos nuestros problemas, ¿de qué nos sirve tu sermón cuaresmal? Estoy harto de escuchar «cómo» y «cuándo»; que falta dinero, pues, muy bien, ¡consíguelo!
    MEFISTÓFELES
    Conseguiré lo que queréis y mucho más. Aunque es fácil, lo fácil es difícil. El dinero está ahí y es fácil de obtener, pero para ello hace falta un arte y ¿quién será capaz de ponerlo en práctica? Pensad en los tiempos catastróficos, cuando riadas de gente inundan los países, ha habido mu¬chos que, asustados, han dejado por aquí y por allá escondidos sus bienes más preciados. Así pasaba con los roma¬nos y así ha ocurrido hasta la fecha. Todo esto se halla en¬terrado bajo el suelo y, como el suelo es del emperador, todo debe pasar a ser de su propiedad.
    TESORERO
    Para ser un bufón habla muy bien, esa es una prerrogativa imperial por tradición.
    CANCILLER
    Satán os tiende sus lazos con el oro. ¡No se consigue nada siendo piadoso y justo!
    SENESCAL
    Si a la corte nos trae dones preciados, gustoso acepto un poco de injusticia.
    MARISCAL DE LOS EJÉRCITOS
    ¡Astuto bufón!, ofrece algo que a todos puede ser útil. No será el soldado quien pregunte por su origen.
    MEFISTÓFELES
    Y si creéis que os engaño, preguntad al astrólogo: él en¬tiende. Él es capaz de encontrar en las esferas de los as¬tros las horas y las casas astrales. Preguntadle, pues, qué ve en los cielos.
    MURMULLOS
    Son dos granujas, ya están de acuerdo… El loco y el visio¬nario tan cerca del trono… Esta es una vieja canción, el loco hace de apuntador en el discurso del sabio.
    ASTRÓLOGO (Habla mientras MEFISTÓFELES va apuntán¬dole.)
    El mismo Sol es oro puro. Mercurio, el enviado, nos sirve con mercedes y premios. La mujer, Venus, os ha embele¬sado a todos al miraros con dulzura tanto de día como por la noche. La casta Luna tiene un humor cambiante. Marte no os hiere, pero os amenaza. Y Júpiter tiene el más bello fulgor. Aunque Saturno sea grande, es pequeño y distante a la vista, además no lo apreciamos mucho como metal, pues es poco valioso y muy pesado. Cuando la Luna se reúne sutilmente con el Sol y se convierten en oro platea¬do, en el mundo reina la serenidad. Todo lo demás puede conseguirse: palacios, jardines, mejillas rojas, pechos ju¬veniles. Todo está al alcance del hombre sabio, que puede más que nadie entre nosotros.
    EMPERADOR
    Escucho con redoblada atención y, sin embargo, no me convence.
    MURMULLOS
    ¿Qué nos importa? Esto es una diversión gastada. Tanto calendarito, tanta alquimia de pacotilla. Ya he oído esto muchas veces. Ya he confiado vanamente en ello. Y si viene ese sabio, seguro que es un loco.
    MEFISTÓFELES
    Ahí están todos pasmados en torno. No confían en el gran hallazgo. Uno delira hablando de la mandrágora, otro del perro negro. Uno hace chistes pase lo que pase, otro le echa la culpa de todo a la brujería y no le importa que le piquen las plantas de los pies y note que le falte el paso firme. Todos sentís algún influjo oculto de la siempre dominante naturaleza y desde las esferas inferiores se abre paso un indicio de vida. Si sentís un cosquilleo por todo vuestro cuerpo y, estando en un lu¬gar concreto, os sobreviene la inquietud, cavad y remo¬ved la tierra con decisión. Allá donde está el juglar, está el tesoro.

  7. MURMULLO
    Siento en los pies un peso de plomo… Tengo un calambre en el brazo… Eso es gota… Tengo un hormigueo en el pul¬gar… Me duele toda la espalda… Según estas señales, se¬guro que aquí está la más rica reserva de tesoros.
    EMPERADOR
    Entonces, ¡adelante! No vuelvas a escaparte. Pon aprueba tus cuentos y mentiras. Voy a dejar a un lado la espada y el cetro y, si no mientes, yo mismo acabaré este trabajo con mis nobles manos. Pero si mientes, te arrojaré al in¬fierno.
    MEFISTÓFELES
    En todo caso ya sabría yo encontrar el camino… Pero no soy capaz de decir todo lo que hay aquí sin dueño y a la es¬pera de uno. El labrador, abriendo surcos con su arado, saca un caldero de oro y buscando salitre en las paredes llenas de barro, encuentra, con alegría temblorosa, oro en¬tre sus manos. ¡Cuántos sótanos hay que abrir! ¡En qué enorme cantidad de pasadizos y cavernas ha de penetrar el entendido en tesoros hasta llegar a la cercanía de los in¬fiernos! En amplias cámaras subterráneas encontrará api¬lados en filas, grandes copas, bandejas y platos de oro. En¬contrará también copas con rubíes engastados y, si quiere beber con ellas, encontrará a su lado vinos antiquísimos. Pero, si hay que creer al entendido, se pudrió la madera de las duelas y fue el tártaro del vino el que rehízo el tonel. Las esencias de tales nobles vinos, que acompañan al oro y las joyas, están sumidas en la noche y el horror. Aquí el sabio investiga infatigablemente. Lo que se conoce de día es una broma. Los misterios habitan en la oscuridad.
    EMPERADOR
    Te la dejo a ti. ¿De qué sirven las tinieblas? Si algo tiene valor ha de salir a la luz. ¿Quién es capaz de reconocer al pícaro en la profunda noche? Entonces todas las vacas son negras y todos los gatos pardos ¡Hinca tú el arado y saca a la superficie todos esos pucheros llenos de oro!
    MEFISTÓFELES
    Coge la pala y el azadón y cava tú mismo. Te hará bien el trabajo de campesino, y un rebaño de becerros de oro sal¬drá del suelo. Entonces, sin vacilar y alegre, podrás ador¬narte tú mismo y adornar a tu amada. El brillo del oro y de las piedras preciosas enaltece la belleza y la majestad.
    EMPERADOR
    Pues, adelante, ¡ya estoy impaciente!
    ASTRÓLOGO (Igual que antes.)
    Señor, modera esa perentoria codicia. ¡Deja que pasen las alegres fiestas! La mente distraída no nos permite alcanzar meta alguna. Primero hemos de moderarnos para, con lo que hagamos aquí arriba, merecernos lo que hay allí abajo.
    EMPERADOR
    ¡Pase, pues, este tiempo en regocijo! Y llegue el deseado Miércoles de Ceniza, después que festejemos con más jú¬bilo aún el loco carnaval.

    (Trompetas. Exeunt.)

    MEFISTÓFELES
    Estos idiotas nunca entenderán cómo van encadenados méritos y suerte. Si tuvieran la piedra filosofal, a la piedra le faltaría el filósofo.

    [align=center]AMPLIA SALA CON CÁMARAS CONTIGUAS

    (Dispuesta y adornada para el carnaval.)[/align]

    HERALDO
    Por estar dentro de las fronteras de Alemania, no penséis en danzas de diablos, de locos y de muertos, pues os espera una regocijante fiesta. Nuestro señor, en sus viajes a Roma y habiendo cruzado los altos Alpes, se ha granjeado las sim¬patías de un alegre reino por necesidad propia y para placer vuestro. Él, el emperador, fue a pedir ante las Santas San¬dalias el derecho al poder y, al ir allí a recoger la corona, se trajo consigo los gorros de carnaval. Ahora es como si acabáramos de nacer; cualquier hombre de mundo se lo pone con gusto en la cabeza, ajustándoselo a las orejas. Con él se asemeja a un loco de remate, pero, aun así, está tan cuerdo como puede. Ya veo cómo se reúnen en grupos, se separan dudando, se emparejan confiadamente y luego van juntándose unos coros con otros ¡ No tengáis reparo en en¬trar o salir! Al final todo quedará como al principio: el mundo, con sus cien mil bufonadas, seguirá siendo un loco.
    JARDINERAS (Cantan, acompañándose de mandolinas.)
    Esperando obtener vuestro aplauso,
    nos hemos arreglado esta noche,
    nosotras, jóvenes florentinas,
    en la espléndida corte alemana.
    En nuestros rizos castaños van
    prendidas encantadoras flores.
    Los hilos y los copos de seda
    también contribuyen al conjunto.
    Pues consideramos meritorio
    y digno de alabanza sin más
    que nuestras flores artificiales
    mantengan su esplendor todo el año.
    Retazos de diversos colores
    van simétricamente dispuestos.
    Los detalles pueden no gustar,
    pero el conjunto os atraerá.
    Resulta agradable contemplarnos,
    jardineras galantes y jóvenes,
    pues lo natural en la mujer
    está emparentado con el arte.
    HERALDO
    Dejadnos ver los ricos canastos que lleváis sobre vuestras cabezas o que apoyáis en vuestros brazos. ¡Que cada cual elija lo que quiera! ¡Pronto!, que en la hierba y los sende¬ros se cree un jardín. Son tan dignas de alabanza las ven¬dedoras como las mercancías.
    JARDINERAS
    Venid a este lugar ameno.
    Mas no pretendáis regatear,
    con pocas y sensatas palabras,
    sepa cada cual lo que se lleva.
    RAMA DE OLIVO CON FRUTOS
    No me da envidia ninguna flor.
    Evito todas las controversias,
    repugnan a mi naturaleza;
    yo soy la médula de la tierra
    y además soy prenda y garantía,
    en todos los lugares, de paz.
    Hoy espero tener la fortuna
    de engalanarte, bella cabeza.
    GUIRNALDA DE ESPIGAS (Dorada.)
    El don de Ceres al adornarnos,
    por su gracia, seguirá dándosenos;
    ¡que lo más ansiado en la escasez
    se convierta en vuestro bello adorno!
    GUIRNALDA DE FANTASÍA
    Flores coloridas, como malvas,
    prodigio floral hecho de musgo.
    En la naturaleza es raro,
    pero la moda lo hace normal.
    RAMILLETE DE FANTASÍA
    Teofrasto no se atrevería
    a determinar cuál es mi nombre
    y se podrá decir que no a todas,
    pero a más de una agradaré
    que dueña mía se quiera hacer
    para así prenderme en sus cabellos
    cuando se haya decidido a dejarme
    un rinconcito en su corazón.
    CAPULLOS DE ROSA (Provocativos.)
    Las fantasías abigarradas
    perviven, mientras dura la moda,
    con formas prodigiosas y raras
    de carácter sobrenatural.
    Tallos verdes, campanillas de oro,
    entre grandes rizos nos contemplan.
    Nosotros nos quedamos ocultos,
    feliz quien nos ve en flor.
    Cuando el verano empieza a anunciarse,
    se encienden los capullos de rosa,
    ¿quién se privará de tal placer?
    Las promesas y su cumplimiento,
    que imperan en el reino de Flora:
    corazón y, a la vez, buen sentido.

    [align=center](Las JARDINERAS colocan graciosamente sus mercancías bajo verdes emparrados.) [/align]

    JARDINEROS (Canto acompañado de tiorbas.)
    Las flores van brotando serenas
    y adornan vuestras nobles frentes.
    Los frutos no quieren seducir,
    todos disfrutamos comiéndonoslos.
    Aunque no ofrezcan muy buena cara
    ni cerezas ni melocotones
    ni ciruelas, cómpralos; el ojo
    no es buen juez de paladar y lengua.
    Venid a comer con gusto y gozo
    las sabrosas y maduras frutas.
    A las rosas se cantan poemas,
    mas las manzanas hay que morderlas.
    Permitidnos, pues, emparejarnos
    a vuestra flora joven y rica
    y realzaremos estos puestos
    con nuestra madura mercancía.
    A la sombra de alegres guirnaldas,
    en una adornada bóveda verde,
    todo a la vez se puede encontrar:
    capullos, hojas, flores y frutos.

    ([align=center]En cántico alternativo, con acompaña¬miento de guitarras y tiorbas, los dos coros siguen tocando, ofreciendo sus mercancías en montones que elevan sucesivamente.)[/align]

    (Una MADRE con su hija.)
    MADRE
    Niña, cuando viniste a la vida,
    te adorné con gorros de lana.
    Era tan preciosa tu carita
    y tu cuerpo de formas tan tiernas.
    En seguida te vi como novia
    y desposada con el más rico,
    pensé que eras su mujercita.
    Pero ya han pasado muchos años
    y, la verdad, me temo que en vano.
    Ya los variopintos pretendientes
    se han sucedido uno tras otro.
    Y es que mientras bailabas con uno,
    a otro ibas haciendo señas
    dándole en su codo con el tuyo.
    Todas las fiestas que celebramos
    no nos dieron el deseado fruto.
    Ni en las prendas ni en el tercer hombre
    pudimos cazar a tu marido.
    Hoy los locos ya van por su cuenta,
    mas si te mantienes a la espera,
    de ti alguno se prendará.

    ([align=center]Unas compañeras de juegos, jóvenes y be¬llas, se reúnen y se oye cada vez con más fuerza su confiada charla.)

    (Pescadores y tramperos de pájaros con re¬des, anzuelos, varetas y otros instrumentos entran y se mezclan con las bellas mu¬chachas. Los alternativos intentos de atra¬parse, escaparse y retenerse dan lugar a los más gratos diálogos.)[/align]

    LOS LEÑADORES (Entrando impetuosos y toscos.)
    Dejadnos paso. No lo impidáis,
    necesitamos mucho espacio.
    Estamos haciendo caer árboles
    que dan contra el suelo con estruendo.
    Y al llevarlos sobre nuestros hombros,
    a veces se producen fuertes golpes.
    Para que podamos trabajar,
    despejad el lugar. Dispersaos.
    Pues si no trabajaran los toscos
    en las arduas labores del campo,
    ¿cómo podrían, pues, arreglárselas
    las personas cultas y exquisitas
    aun contando con todo su ingenio?
    Así pues, de una vez aprended:
    gracias a que nosotros sudamos,
    vosotros no os morís de frío.
    POLICHINELAS (Torpes, con un aspecto bastante necio.)
    Vosotros sois unos tontos
    que nacisteis encorvados.
    Nosotros somos los listos
    que jamás cargaron nada.
    Y es que llevar nuestros gorros,
    chaquetillas y colgajos
    es una fácil tarea.
    Estamos ociosos siempre.
    Calzados con las pantuflas,
    engrosamos multitudes,
    caminamos sin destino
    y nos quedamos pasmados,
    para luego berrear.
    Y al oírse tal estrépito,
    huimos entre el tumulto
    como ágiles anguilas.
    Juntos vamos a saltar,
    unidos vociferamos.
    Ora podéis alabarnos,
    ora podéis censurarnos,
    que bien nos parecerá.
    PARÁSITOS (Aduladores y codiciosos.)
    Esos recios portadores
    y sus parientes cercanos,
    los activos carboneros,
    son realmente nuestros hombres.
    Y es que toda reverencia,
    todos los asentimientos
    y las retorcidas frases
    que tienen doble sentido,
    nos dan frío o calor
    según cómo los tomemos.
    ¿A quién pueden importarle?
    Si no tuviéramos leña,
    ni existencias de carbón
    con las que avivar pudiéramos
    el fuego de nuestro hogar,
    el cielo entonces tendría
    que mandarnos desde arriba
    una monstruosa llama.
    Aquí se cuece y se asa,
    allá hierven y cocinan.
    Aquel que siempre disfruta,
    el que rebaña los platos,
    suele hacer el asado,
    el pescado lo presiente
    y con su comer activa
    la mesa del anfitrión.
    BEBEDOR (Inconsciente.)
    No me llevéis la contraria.
    Me siento libre y sincero,
    canto alegre y jubiloso,
    para eso he venido aquí.
    Así bebo, bebo y bebo.
    ¡Chocad los vasos! Clin, clin.
    Ven aquí tú que estás lejos.
    Brindemos ya de una vez.
    Mi mujer grita indignada,
    tuerce el gesto al ver mi máscara
    y aunque intento agarrarla
    me pega con mi bastón.
    Así bebo, bebo y bebo.
    ¡Chocad los vasos! Clin, clin.
    Bastón pega cuanto quieras.
    Brindemos ya de una vez.
    No digáis que me equivoco.
    Estoy donde yo deseo.
    No fían los taberneros,
    ¡ya me fiará la criada!
    Así bebo, bebo y bebo.
    ¡Chocad los vasos! Clin, clin.
    Juntaos unos con otros.
    Brindemos ya de una vez.
    Siempre que me pongo alegre,
    esto puede suceder:
    quiero tumbarme en un sitio
    no puedo tenerme en pie.
    CORO
    Así bebo, bebo y bebo.
    ¡Chocad los vasos! Clin, clin.
    Túmbate bajo la mesa.
    Brindemos ya de una vez.

    ([align=center]El HERALDO anuncia a diversos poetas: poetas de la naturaleza, cantantes de la corte y la caballería tanto sentimentales como entusiastas. Con el tumulto que for¬man al intentar competir entre sí, no hay ninguno que pueda tomar la palabra. Uno consigue hacerse oír.)[/align]

    SATÍRICO
    ¿Sabéis qué me gustaría
    conseguir como poeta?
    Poder decir y cantar
    lo que nadie quiere oír.

    [align=center](Los poetas de la noche y de los sepulcros se disculpan porque acaban de meterse en una interesantísima conversación con un vampiro recién creado, de la que podría re¬sultar un nuevo estilo poético; el HERALDO tiene que dejarlos a su aire e invocar a la mitología griega, que aun con su moderno disfraz no pierde carácter ni encanto.)[/align]

    [align=center](Las GRACIAS.)[/align]

    AGLAIA
    Le damos gracia a la vida.
    Poned gracia cuando deis.
    HEGEMONE
    Recibid también con gracia.
    Obtener algo es muy grato.
    EUFROSINE
    Durante un día sereno
    tenga la gratitud gracia.

    (Las PARCAS.)

    ATROPOS
    A hilar me han invitado
    hoy a mí, que soy la más vieja:
    hay mucho que reflexionar
    al hilo sutil de la vida.
    Para que resulte flexible,
    este hilo he desbastado:
    fino, alisado e igual
    lo pusieron mis diestros dedos.
    Si durante el placer y el baile
    no contuvierais los excesos,
    no olvidaos del fin del hilo
    y ¡cuidaos!: puede romperse.
    CLOTO
    Sabed que durante estos días,
    las tijeras se me confiaron,
    pues no era ejemplar el obrar
    de mi vieja compañera.
    Tenía tejidos inútiles
    mucho tiempo al aire y la luz
    y esperanzas de grandes logros
    eran cortadas y enterradas.
    Por su parte la juventud
    hizo que perdiera mi rumbo,
    hoy, para no extralimitarme,
    en mi costurero hay tijeras.
    Y así con gusto estoy sujeta
    contemplando alegre el lugar,
    vosotros, contando con tiempo,
    no dejáis de fantasear.
    LAQUESIS
    A mí, la única sensata,
    me han encargado del orden.
    Mi siempre accionada tortera
    nunca se apresura en exceso.
    Los hilos se van devanando
    y ninguno dejo perderse.
    Envío todos a donde deben,
    para que se teja la trama.
    Si alguna vez me distrajera,
    el mundo se estremecería;
    pasen las horas, pasen los años
    y que el tejedor los recoja.
    HERALDO
    Aunque estéis versados en viejas escrituras, no conoceréis a las que ahora vienen. A pesar de los daños que ocasio¬nan, al ver su aspecto las tendréis por las más esperadas huéspedes.
    Es posible que nadie nos crea, pero estas, tan guapas, con tan buena figura, tan amigables y jóvenes, son las Fu¬rias. Eso sí, entablad relaciones con ellas y veréis cómo estas palomas dan mordeduras de serpiente.
    Es cierto que son astutas, pero hoy en día, cuando todos los locos se jactan de sus carencias, ellas no pretenden te¬ner fama de ángeles y reconocen ser la desolación de las ciudades y los campos.

    (Las FURIAS.)

    ALECTO
    No podréis nada contra nosotras. Os inspiraremos con¬fianza, pues somos jóvenes, guapas y zalameras. Si al¬guno de vosotros tiene una amada a la que valora como un tesoro, murmuraremos de ella a vuestro oído. Y luego os diremos a la cara que ella le hace guiños a ese o a aquel, que es tonta, jorobada, cojea y que, además, sería una mala esposa.
    También sabremos acosar a la novia; le diremos que hace pocas semanas su novio habló despectivamente de ella. Aunque se reconcilien, siempre de la calumnia algo queda.
    MEGERA
    Eso no será nada, pues, cuando se casen, me ocuparé de ellos y sabré agriar la mayor felicidad con las manías. Ya se sabe que los humanos, lo mismo que las horas, son de ánimo desigual.
    Nadie abraza firmemente lo deseado, pues siempre es¬túpidamente deseará otra cosa con más fuerza dejando de gozar de aquello a lo que se ha acostumbrado. Es como aquel que huyendo del sol pretende calentar la escarcha.
    Me manejo muy bien en estos asuntos y envío a Asmo¬deo, mi fiel servidor, para esparcir a tiempo la desgra¬cia. Así arruino a la especie humana por parejas.
    TISÍFONE
    Ofrezco, en lugar de malas lenguas,
    puñal y veneno contra el malhechor.
    Si amas a otro, antes o después,
    la perdición se hará dueña de ti.
    Lo más dulce que tenga aquel instante
    se transformará en amarga hiel.
    Aquí se actúa sin ninguna indulgencia:
    lo que se cometió debe expiarse.
    Que nadie le haga cantos al perdón,
    yo elevo mis quejas ante las rocas,
    y mira que dice el eco: ¡Venganza!
    El adúltero no debe vivir.
    HERALDO
    Tened la amabilidad de apartaros, pues lo que viene no es de vuestra especie. Observad cómo avanza una montaña que tiene las laderas cubiertas con alfombras de muchos colores, tiene una cabeza con muchos colmillos y una trompa que serpentea. Si esto os resulta enigmático, yo os daré la solución. Sobre su nuca hay una mujer tierna y hermosa que la guía con precisión con una fina vara. La otra que arriba va en lucido orgullo, está rodeada de un brillante halo que me deslumbra. A su lado andan dos mu¬jeres encadenadas, una tiene miedo y la otra está contenta.
    Aquella desea y la otra se siente libre. ¡Que cada cual re¬vele quién es!.
    TEMOR
    Humeantes antorchas, luces, lámparas,
    fulgen tenues en la confusa fiesta.
    En medio de estos rostros engañosos,
    las cadenas me mantienen sujeta.
    Seguid con vuestras ridículas risas,
    vuestras muecas me hacen sospechar.
    Parece que todos mis enemigos
    han decidido acecharme esta noche.
    Un amigo se ha hecho mi enemigo,
    su máscara ya me lo revelaba.
    Aquel otro quería asesinarme;
    y ahora, descubierto, se ha escapado.
    ¡Ay, con cuánto gusto me escaparía,
    tomando cualquier rumbo, por el mundo!
    Mas la perdición allí amenaza
    y entre horror y tiniebla me retiene.
    ESPERANZA
    Queridas hermanas, sed saludadas:
    ayer y hoy os habéis divertido
    con vuestras máscaras y con disfraces.
    Mas mañana todas con seguridad
    quedaréis al fin desenmascaradas.
    Y si, alumbrados por estas antorchas,
    no nos halláramos bastante a gusto,
    aprovechando días más alegres,
    a nuestra voluntad completamente,
    ya sea en soledad o en compañía,
    andaremos por hermosas praderas
    descansando cuando lo deseemos.
    Y en una vida exenta de cuidados,
    sin renuncias a todo aspiraremos.
    PRUDENCIA
    A dos enemigos de los humanos,
    temor y esperanza, encadené.
    Los he apartado de todos vosotros.
    Abridme paso, que ya estáis salvados.
    Ved cómo guío a este gigante,
    ved cómo va cargado con su torre
    y va caminando sin tropezar
    por el sendero abrupto paso a paso.
    Ahí en todo lo alto de la torre
    se halla la diosa de ágiles alas
    que extiende para ir a cualquier lugar
    donde se pueda encontrar la ganancia.
    Nos va llenando de esplendor y gloria,
    su brillo se extiende a todas partes,
    ante todos se hace llamar Victoria,
    la diosa de toda actividad.
    ZOILO-TERSITES
    Uh, uh, vengo aquí, precisamente, a criticar a todos sin piedad. Sin embargo, hoy tengo como escogido objetivo a doña Victoria, que está ahí arriba. Con ese par de alas blancas se cree un águila y, a donde quiera que acuda, son suyas las naciones y las tierras. Pero siempre que se con¬sigue algo glorioso, nace la furia en mí. ¡Arriba lo que está en las profundidades!, ¡abajo lo que está arriba!, en¬derezo lo curvo y curvo lo recto. Esto es lo único que me hace estar a gusto y lo hago por toda la faz de la Tierra.
    HERALDO
    ¡Perro andrajoso!, que te golpee con un toque magistral la santa vara, te encorvarás y te retorcerás al momento. Esta doble figura enana pronto se convierte en una bola, en un bulto asqueroso. Pero, ¡oh prodigio!, el bulto se convierte en un huevo que se hincha y se divide en dos mitades de las que salen una pareja de mellizos, son la víbora y el murciélago; una avanza arrastrándose por el polvo, el otro vuela negro por los tejados; salen rápidos para unirse. En esa unión yo no querría ser el tercero.
    MURMULLO
    ¡Pronto!, ya bailan allí atrás… ¡No!, preferiría alejarme… ¿Sientes cómo nos rodea con su vuelo esa raza espectral? Noto un roce por el pelo, no siento suelo firme bajo mis pies… Ninguno de nosotros está herido, pero todos esta¬mos aterrados… Se echó a perder el ambiente festivo, esto es lo que querían estas bestias.
    HERALDO
    Desde que se me encomendaron las funciones de heraldo, vigilo estrictamente la entrada para que nada malo se cuele en este lugar de diversión. Nunca he vacilado, ni he cedido. Pero me temo que por las ventanas han entrado fantasmas aéreos y no sabría libraros ni de encantos ni de hechizos. El enano se ha hecho sospechoso y ahora atrás hay fuerzas en torrente. Como heraldo me gustaría desve¬laros el significado de estas figuras. Pero lo que no logro comprender no sé explicarlo tampoco: ¡ayudadme a en¬tenderlo! ¿Lo veis abrirse paso entre la gente? En lujosa cuadriga va avanzando entre todos; pero el gentío no le abre camino, ni veo en ningún sitio que se agolpen. Lejos hay centelleos de colores, mientras brillan errantes visto¬sas estrellas como en una linterna mágica y todo avanza resoplando con la fuerza de una tempestad. ¡Paso, sitio! ¡Me siento estremecer!
    MUCHACHO COCHERO
    ¡Alto!, ¡plegad vuestras alas, corceles!, sentid el acostum¬brado tirón de riendas, dominaos igual que yo os domino e id rápido cuando os impulse. ¡Honremos estos sitios! Mirad cómo aumenta alrededor el número de los que con¬templan, círculo tras círculo. ¡Vamos, Heraldo! Antes de que nos vayamos de vuestra presencia, empieza a nom¬brarnos y a describirnos a tu manera, pues somos alego¬rías y, como tales, nos debes conocer.
    HERALDO
    No sabría cómo llamaros, pero sí que podría describirte.
    MUCHACHO COCHERO
    Pues inténtalo.
    HERALDO
    Por lo pronto hay que reconocer que eres joven y her¬moso. Aunque eres un mozo a medio crecer, a las mujeres les gustaría verte ya hecho. Veo que en el futuro vas a ser un galán, un auténtico seductor.
    MUCHACHO COCHERO
    ¡Puede ser! Sigue y averigua la linda solución del acer¬tijo.
    HERALDO
    El brillo negro de los ojos, la noche de los rizos alegrada por una diadema. ¡Qué hermoso ropaje fluye y cae desde los hombros hasta los tobillos con un espléndido borde de púrpura! Se podría pensar que eres una muchacha, pero para tu suerte o tu desgracia, lo pasarás bien entre mu¬chachas y ellas te enseñarán el ABC.
    MUCHACHO COCHERO
    ¿Y aquel que, con espléndida figura, va en el trono del co¬che, luciéndose?
    HERALDO
    Parece un soberano magnánimo y rico; ¡dichoso aquel que obtenga su favor! No tendrá ya nada por lo que porfiar; si algo falta lo advierte su mirada y la pura alegría que siente al regalar es para él más importante que la posesión y la fortuna.
    MUCHACHO COCHERO
    No puedes quedarte ahí, tienes que seguir describiéndolo.
    HERALDO
    Lo digno no se puede describir. ¡Qué rostro más sano, con forma de luna llena, con esa boca gruesa y esas mejillas sonrosadas que relucen bajo las joyas del turbante; qué ri¬queza en los pliegues de su manto! Y ¿qué voy a decir de su elegancia? Me parece reconocer que es un rey.
    MUCHACHO COCHERO
    Se llama Pluto, es el dios de la riqueza. Viene en persona con todo lujo porque el Emperador desea verlo. HERALDO
    ¡Di tú mismo el cómo y el porqué!
    MUCHACHO COCHERO
    Yo soy el derroche, yo soy la poesía, soy el poeta que llega a la plenitud al derrochar su propia posesión. Yo soy también inmensamente rico y me considero en esto igual a Pluto; yo le animo y adorno sus festines y le sé procurar lo que le falta.
    HERALDO
    La presunción te queda muy bien, pero muéstranos tus ar¬tes.
    MUCHACHO COCHERO
    Me basta un chasquear de los dedos para que el coche bri¬lle y en torno a él surja un fulgor. ¡Mirad, de ahí sale un collar de perlas! (Sigue chasqueando los dedos a un lado y a otro.) ¡Tomad broches de oro para el cuello y las ore¬jas!, ¡también tengo diademas y peinetas sin defectos y valiosas joyas en forma de anillo! De vez en cuando lanzo algunas llamas aguardando que prendan en alguien.
    HERALDO
    Cómo se afana la buena gente por cogerlas. Casi aplastan al mismo que las da. Lanza joyas como quien chasquea los dedos, parece un sueño, y en la amplia sala todos se pelean. Pero estoy viendo ya otro nuevo truco: lo que con tanta avidez agarraron les reporta una mala recompensa, el regalo se disuelve y se deshace. Aquel collar de perlas se convierte en escarabajos que pululan por la mano. El pobre necio se los sacude y ahora le zumban por la ca¬beza. Y los demás, en vez de cosas sólidas, atrapan pérfi¬das mariposas. El pícaro que tanto prometía sólo concede brillo de oropel.
    MUCHACHO COCHERO
    Veo que sabes anunciar las máscaras, pero explorar la esen¬cia que hay tras lo externo no es cosa de heraldos de la corte, eso exige una vista más aguda. Pero no quiero entrar en discusiones; a ti, señor, dirigiré mis palabras y mis pre¬guntas. (Volviéndose hacia PLUTO.) ¿No me encomendaste tú la borrasca que es esta cuadriga? ¿No la guío felizmente como tú mandas? ¿No estoy allí donde tú indicas? ¿Y no supe hallar con impulsos audaces la palma para ti? Siempre que luché por ti me sonrió la suerte. Cuando adornó el lau¬rel tu frente, ¿acaso no lo trencé con sentido y destreza?
    PLUTO
    Si es necesario dar testimonio de ti, lo daré con gusto: tú eres espíritu de mi espíritu. Actúas constantemente con¬forme a mi sentir. Eres más rico que yo. Aprecio, como paga de tus méritos, la rama verde más que todas mis co¬ronas. En verdad os digo a todos: hijo amado, en ti me complazco.
    MUCHACHO COCHERO (A la multitud.)
    Los mayores regalos de mi mano, ¡mirad!, están esparci¬dos a mi alrededor. En esta o aquella cabeza ha prendido una llamita que he encendido yo. Esta salta de una a otra, se para en una, salta luego a aquella y raramente prende y sube a lo alto, ardiendo rauda en breve florecer; pero, en cambio, se les extingue a muchos antes de darse cuenta, tristemente.
    CHARLOTEO DE MUJERES

  8. El que está en el coche de caballos
    es sin duda alguna un charlatán,
    lleva un mamarracho a sus espaldas
    que parece padecer sed y hambre.
    Como nunca lo llegó a ver nadie,
    le da igual aunque lo pellizquen.
    EL ENTECO
    Apartaos de mi cuerpo, asqueroso mujerío. Sé que nunca me entenderé con vosotras. Cuando aún se ocupaba la mujer del hogar, yo me llamaba Avaricia, entonces todo andaba bien en nuestra casa, entraba mucho y no salía nada. Yo me ocupaba con celo de las arcas y los armarios; ¡que a esto se le llame pecado! Pero como en los tiempos más recientes, las mujeres no suelen ahorrar y, como toda mala pagadora, tiene más deseos que dinero; al hombre le falta mucho por aguantar; allá donde mira encuentra deu¬das. Lo que puede reunir, ella lo gasta, en su cuerpo o en su amante; y también come mejor y bebe más con el mi¬serable ejército de galanteadores. Esto aumenta en mí el ansia de oro: soy masculino, soy el afán.
    CORIFEA DE LAS MUJERES
    Que el dragón sea avaro con los dragones. Al fin todo es mentira y engaño. Este viene a excitar a los hombres y ya son suficientemente molestos.
    MUJERES EN MASA
    Dadle una bofetada a ese espantapájaros.
    ¿Por qué nos amenaza con la cruz del martirio?
    Él es tan sólo una caricatura espantosa.
    Esos dragones son de madera y de cartón.
    Adelante, golpeadle con toda la fuerza.
    HERALDO
    ¡Obedeced mi vara!, ¡estaos quietas! Pero ya veo que ape¬nas necesitáis de mi ayuda; mirad cómo los monstruos lle¬nos de ira han conseguido hacerse sitio y despliegan sus dos parejas de alas. Enfurecidos se agitan los dragones,. llenos de escamas y escupiendo fuego; la multitud huye y queda libre el sitio.

    (PLUTO baja del coche.)

    ¡Qué regiamente ha descendido! Hace señas, los dragones se mueven y han traído del coche un cofre lleno de oro y  de codicia. Ya está a sus pies. Es un prodigio cómo ha su¬cedido.
    PLUTO (Al COCHERO.)
    Ya que te has desprendido de ese horrible peso y estás li¬bre y sin trabas, ¡corre a tu esfera! No es la de aquí. Aquí, confusas, agitadas y salvajes, nos rodean visiones grotes¬cas. Sólo allí donde miras claro a la noble claridad, y eres dueño de ti y en ti confías, ve allí donde lo bello y lo bueno agrada, ve a la soledad y haz allí tu mundo.
    MUCHACHO COCHERO
    Por estimarme digno embajador te quiero como próximo pariente. Donde tú permaneces hay abundancia; donde es¬toy, todos notan magníficas ganancias. Él duda frecuente¬mente en la paradójica vida. ¿Debe entregarse a ti o a mí? Es verdad que los tuyos pueden dormir ociosamente, mas quien me sigue siempre tiene algo que hacer. Yo no hago mis acciones ocultamente, sólo con respirar ya me he re¬velado. ¡Adiós, pues! Tú me otorgas ya mi dicha, pero bastará que suspires para que vuelva de inmediato. (Se va como vino.)
    PLUTO
    Ya es hora de dejar libres los tesoros. Al tocar los canda¬dos con la vara del heraldo, ¡mirad!, ¡se abren! En ollas de bronce se crea y bulle una flora dorada: los ornamentos de coronas, cadenas, anillos. Todo va creciendo y parece que va a ser tragado al fundirse.
    GRITERÍO ALTERNO DE LA GENTE
    Mirad qué ricamente mana aquí.
    El arca está rellena hasta los bordes.
    Los dorados recipientes se funden.
    Salen rodando discos acuñados.
    Recién labrados, los ducados saltan.
    Siento en mi pecho la agitación.
    Mis ojos ven lo siempre deseado.
    Todo está esparcido por el suelo.
    Si se os ofrece, usadlo en seguida.
    Con sólo agacharos seréis ricos.
    Nosotros, rápidos como el relámpago,
    nos apoderaremos de ese cofre.
    HERALDO
    ¿Qué pretendéis, locos?, ¿cómo me hacéis esto? Esta no¬che no se deben tener más deseos. Es sólo una broma de la mascarada. ¿Creéis que os van a dar oro y piedras pre¬ciosas? En este juego ya sería demasiado que os regalaran calderilla. Necios, ¿una apariencia hábilmente tramada puede ser igual que la rotunda verdad? ¿Significa la ver¬dad algo para vosotros? Una obstinada locura se ha apo¬derado de vuestras cabezas. Tú, Pluto disfrazado, héroe de máscaras, ¡aparta de mi camino a todos estos!
    PLUTO
    Tu vara es la apropiada a tal efecto; préstamela un mo¬mento, con rapidez la sumergiré en el hervor que bulle. Ahora, máscaras, atención, ¡mirad cómo centellea y se di¬lata echando chispas! La vara ya está al rojo vivo y quien se acerque mucho quedará abrasado sin misericordia. Ahora comienzo mi ronda.
    GRITERÍO Y TUMULTO
    ¡Ay!, viene contra nosotros.
    ¡Que huya quien pueda hacerlo!
    ¡Atrás! ¡Atrás los del fondo!
    ¡Siento que me arde la cara!
    ¡Me oprime esa vara ardiente!
    ¡Todos estamos perdidos!
    ¡Atrás, tumulto de máscaras!
    ¡Atrás, demente gentío!
    ¡Volaría si pudiera!
    PLUTO
    El corro ya se ha echado atrás y nadie, al parecer, se ha abrasado. La gente ha ido cediendo, está muy asustada. Pero, para asegurar tal orden, voy a trazar un círculo invi¬sible.
    HERALDO
    Has cumplido un gran trabajo, he de agradecerlo a tu pru¬dente fuerza.
    PLUTO
    Todavía hay que tener paciencia, noble amigo: aún ame¬nazan muchos tumultos.
    AVARICIA
    Si se desea, se puede contemplar ese corro con todo pla¬cer, pues siempre van delante las mujeres por si hay algo que curiosear o de qué cotillear. Una bella mujer es siem¬pre bella y, ahora, como no me cuesta nada, voy a preten¬der a alguna con audacia. Pero como este sitio está rebo¬sante, no todos los oídos son sensibles a cada una de las palabras. Con prudencia me aventuraré a expresarme por medio de un pantomima. No bastan pies, manos y adema¬nes, y tengo que emprender alguna farsa. Trataré el oro como arcilla blanda, pues con este metal se puede hacer de todo.
    HERALDO
    ¿Qué está diciendo ese loco enteco? ¿Es posible que al¬guien con hambre tenga humor? Está convirtiendo todo el oro en pasta que se deshace entre las manos; y por más que lo aprieta y le da vueltas, sigue siempre sin forma. Ahora se dirige a las mujeres: todas gritan y quieren esca¬parse, y le hacen ademanes de rechazo. El pícaro está dis¬puesto a hacer el mal, temo que incluso se divierte si puede quebrantar las buenas costumbres. No puedo per¬manecer callado al verlo, ¡dame mi vara, que voy a expul¬sarlo!
    PLUTO
    ¡No presiente lo que puede amenazarnos desde fuera!, ¡dejadle hacer locuras! No le quedará sitio para sus tonte¬rías, pues si la ley tiene fuerza, más fuerza tiene la esca¬sez.
    ESTRÉPITOS Y CANTOS
    Viene el ejército salvaje
    desde las cimas y los valles.
    Irresistiblemente avanzando,
    cantan alegres al gran Pan.
    Saben lo que todos ignoran
    y entran en el vacío círculo.
    PLUTO
    Os conozco muy bien a vosotros y a vuestro gran Pan. Juntos habéis dado atrevidos pasos. Yo sé lo que no todos saben. Y os abro respetuosamente este estrecho círculo. ¡Ojalá les acompañe siempre la buena suerte! No saben hacia dónde les llevan sus pasos, no lo han previsto.
    CANTO SALVAJE
    La gente elegante de las lentejuelas
    va vestida ahora tosca y rudamente,
    sus altos brincos y rápida carrera
    le dan un aspecto recio y vigoroso.
    FAUNOS
    La horda de los faunos está en baile placentero con guir¬naldas de hojas de encina sobre sus cabellos rizados y con las orejas finas y puntiagudas que asoman entre los rizos. Tienen nariz chata y la cara ancha, lo cual nunca desa¬grada a las mujeres. Es difícil que la más bella de todas niegue el baile cuando el fauno la toma del brazo.
    SÁTIRO
    Detrás viene el sátiro brincando con pezuña de chivo y patas entecas; estas tienen que ser delgadas y fibrosas. En la cumbre del monte, como una gamuza, se divierte mi¬rando alrededor. Se siente reconfortado por el aire de la li¬bertad y se burla de los niños, los hombres y las mujeres, que, hundidos en la niebla del valle, creen que también vi¬ven muy a gusto. Mientras tanto a él pertenece el mundo de las alturas, sin trabas y en toda su pureza.
    GNOMOS
    Aquí viene un pequeño grupo al trote, no les gusta andar a pares; con su traje musgoso y lamparitas rélucientes se mueven deprisa, entremezclándose y atendiendo cada cual a lo suyo, lo mismo que un enjambre de luciérnagas. Pululan activos de aquí para allá y en su laboriosidad se entrecruzan.
    Somos parientes de los enanitos buenos, somos los co¬nocidos cirujanos del monte. Sangramos los más altos montes, los sangramos a vena abierta, sacando metales a montones, después de saludarnos y desearnos «¡Buena suerte!, ¡buena suerte!». Esto es absolutamente bien inten¬cionado: somos amigos de los hombres buenos. Pero sa¬camos el oro a la luz para que con él haya robos y corrup¬ción. No le falta hierro al orgulloso que proyecta matar a gran escala. Y quien desprecia los tres mandamientos tam¬poco tiene en cuenta los demás. Pero no es culpa nuestra, por eso, tened paciencia como nosotros.
    GIGANTES
    A nosotros nos llaman los hombres salvajes y somos co¬nocidos en los montes del Harz; con toda la fuerza y des¬nudos con naturalidad avanzamos gigantescos todos jun¬tos. Llevamos un tronco de pino por bastón, un abultado cinturón en torno al cuerpo y un tosco mandil de ramas y hojas. Somos una guardia personal mejor que la del Papa.
    NINFAS A CORO (Rodeando al gran PAN.)
    El también viene aquí:
    el todo de este mundo
    está representado
    en el grandioso Pan.
    Las más alegres rodeadle,
    emboscadle en la zarabanda,
    porque siendo sincero y bondadoso,
    quiere que todos estemos contentos
    y bajo la bóveda azul del cielo
    se mantuvo constantemente en vela;
    pero a sus pies corrieron los arroyos
    mientras la suave brisa lo arrullaba.
    Y cuando está durmiendo al mediodía,
    no se mueven las hojas en las ramas.
    ¡Balsámico aroma de sanas plantas,
    llena ese quedo silencio del aire!
    La ninfa no puede ya estar despierta
    y si lo intenta, se queda dormida.
    Entonces, con violencia y brusquedad,
    se escucha retumbar la voz de Pan
    como un rugido de un rayo o del mar.
    Nadie sabe cuál es su procedencia.
    El valiente ejército se dispersa,
    el estruendo hace que el héroe tiemble.
    ¡Honremos pues al que se lo merece
    y salve a aquel que hasta aquí nos trajo!
    DELEGACIÓN DE LOS GNOMOS (Ante el gran PAN.)
    Cuando el espléndido filón
    surge en venas en el abismo,
    sólo una varita mágica
    nos sacará del laberinto.
    Cavamos en oscuras grutas
    nuestras troglodíticas casas,
    y a los aires puros del día,
    compartimos nuestros tesoros.
    Ahora descubrimos al lado,
    ¡oh, prodigio!, una fuente
    que promete dar, cómodamente,
    lo que apenas puede lograrse.
    Tú sí puedes llevarlo a cabo,
    ponlo bajo tu protección:
    estando el tesoro en tus manos
    a todos beneficiará.
    PLUTO (Al HERALDO.)
    Hemos de mantener elevado el ánimo y ver pasar confia¬dos lo que ocurra; siempre tuviste el más recio valor. Ahora va a pasar algo espantoso, el mundo y la posteridad lo negarán, pero tú anótalo fielmente en tus anales.
    HERALDO (Tomando la vara que tiene PLUTO en la mano.)
    Los duendes llevan silenciosos al gran Pan al manantial de fuego que bulle en el más profundo hondón de paso hacia un abismo que mantiene abierta su boca y en el que el magma hierve. El gran Pan se acerca animoso a disfru¬tar del extraño espectáculo de perlas de espuma borbollando a izquierda y derecha. ¿Cómo puede confiar en tal cosa…? Se inclina a mirar las profundidades. Pero, mirad, su barba cae dentro. ¿Quién será el del rostro lampiño? La mano nos lo oculta a la mirada. Ahora ocurre una gran desgracia: la barba se enciende y vuela subiendo por donde cayera, y abrasa la corona, la cabeza y el pecho. El placer se transforma en dolor. La gente acude para apagar el incendio, pero nadie se libra de las llamas y cuanto más se manotea y más golpes se dan, más llamas se levantan. Sumido en el ardiente elemento se ha abrasado todo un montón de máscaras.
    Pero, ¿qué escucho que nos dicen? ¿Qué se cuchichea por todos los oídos y va de boca en boca? Oh noche eter¬namente desgraciada, ¿qué dolor nos trajiste? El inme¬diato día anunciará lo que nadie oirá con agrado, pero es¬cucho por todas partes: «El Emperador sufre grandes penas». ¡Oh, si fuera verdad algo distinto! Arde el Empe¬rador con su séquito. Caiga la maldición sobre aquella que le indujo, adornada con guirnalda resinosa, a alborotar en cantos desatados para ruina y catástrofe de todos. Oh, ju¬ventud, juventud, ¿no limitarás nunca el regocijo a su justa medida? Oh Majestad, oh Majestad, ¿no ha de ser jamás tu sensatez como tu fuerza? El bosque ya está en llamas, que con puntiagudas lenguas se levantan y lamen el artesonado del techo; un incendio universal nos ame¬naza. Ya reina una aflicción sin medida, no sé quién nos salvará. Todo el lujo imperial será mañana el montón de cenizas que hizo una noche.
    PLUTO
    El miedo ya se ha extendido.
    Sólo necesito ayuda.
    Golpea fuerte, vara sacra.
    ¡Que el suelo tiemble y se estremezca!
    ¡Tú, aire espacioso y abierto,
    llena todo con fresco aroma!
    ¡Venid aquí y concentraos,
    densas nieblas, cirros preñados,
    a apagar este gran incendio!
    ¡Pequeñas nubes, encrespaos!
    Exhalando vuestra humedad
    luchad para extinguir el fuego,
    vosotras las reconfortantes.
    Convertid en luz de tormenta
    ese vano juego de llamas.
    Si amenazan los espíritus,
    recurriremos a la magia.

    [align=center]JARDÍN DE RECREO

    (Mañana de sol.)[/align]

    [align=center](El EMPERADOR y la corte. FAUSTO y MEFISTÓFELES
    distinguidos, sin llamar la atención, vestidos según los usos
    vigentes y ambos de rodillas.)[/align]

    FAUSTO
    ¿Perdonarás, Señor, ese juego de ilusionismo con llamas?
    EMPERADOR (Haciéndoles señas de que se levanten.)
    Me gustan mucho las bromas de ese estilo. De pronto me hallé dentro de una ardiente esfera. Casi creía que era Plu¬tón. En un abismo de tinieblas y carbón abierto, en las ro¬cas ardían pavesas. De esta y aquella sima se alzaban mi¬les de salvajes llamaradas en remolino, que se unían en su parte superior formando una bóveda. Las lenguas subían hasta la cúpula más alta, que continuamente estaba for¬mándose y deshaciéndose. En la lejanía, por entre las re¬torcidas columnas de fuego, veía conmovido largas hile¬ras de gente que se acercaban en ancho cerco y me homenajeaban como habitualmente. De mi corte reconocí a unos cuantos. Parecía el rey de mil salamandras.
    MEFISTÓFELES
    Lo eres, Señor, pues cada uno de los elementos reconoce incondicionalmente tu majestad. Ya has comprobado la obediencia del fuego. Arrójate en el lugar del mar donde más furia tengan las olas, y apenas pises un fondo rico en perlas, en torno a ti se formará una espléndida esfera y ve¬rás fluctuar ondas de color verde claro con una espumosa cresta color púrpura para hacerte a ti, su centro, la más be¬lla mansión. A cada paso que des, los palacios te acompa¬ñarán. Los mismos muros disfrutarán de vida, se moverán con un hormigueo rápido como de flecha acá y allá. Los monstruos marinos se agolparán para contemplar la nueva y grata visión, se lanzarán hacia ella, pero no podrán pe¬netrar en su interior. Juguetearán allí dragones de escamas doradas llenos de colorido, el tiburón abrirá la boca y tú te reirás ante sus fauces. Aunque hoy la corte esté fascinada ante ti, jamás verá a tu alrededor semejante tumulto. Pero no por eso te verás privado de lo más encantador. Las Ne¬reidas, curiosas, se acercarán a tu magnífica mansión por entre el frescor eterno. Las más jóvenes, tímidas y vo¬luptuosas, las de más edad, prudentes. Pronto lo sabrá Te¬tis, que ofrecerá su mano y sus labios al segundo Peleo… Después vendrá el sitio en las regiones del Olimpo…
    EMPERADOR
    Te dejo a ti los espacios aéreos. A ese trono se sube dema¬siado rápido.
    MEFISTÓFELES
    Y la Tierra, altísimo Señor, la tienes ya.
    EMPERADOR
    ¡Qué feliz destino te trajo aquí directamente venido de las Mil y una noches! Si en fecundidad te asemejas a Shere¬zade, te garantizo que contarás con el mejor de mis favo¬res. Pero permanece dispuesto para cuando tu mundo mo¬nótono me aburra como suele ser habitual en mí.
    SENESCAL (Entrando apresuradamente.)
    Serenísimo Señor, en mi vida he imaginado tener que anunciar una dicha más grande que esta que ahora me congratula y que me trae alegre a vuestra presencia. Cuenta tras cuenta ha sido pagada y se han apartado de nosotros las garras de la usura. Me he liberado de esa pena infernal, en el Cielo no podría sentirme mejor.
    MARISCAL DE LOS EJÉRCITOS (Siguiendo con precipitación.)
    Hemos pagado a cuenta la soldada; todo el ejército ha vuelto a alistarse, el lansquenete siente renovada su san¬gre y el posadero y las fulanas están de enhorabuena.
    EMPERADOR
    ¡Cómo respiráis con el pecho ensanchado!, ¡qué aliviada se ve vuestra cara llena de arrugas!, ¡con cuánta rapidez acudís!
    TESORERO (Uniéndose a los demás.)
    Pregúntales a estos que han realizado la obra.
    FAUSTO
    Eso debe exponerlo el Canciller.
    CANCILLER (Que viene avanzando despacio.)
    Bastante contento estoy en mi vejez. Oíd y ved este papel fatídico que ha transformado la pena en dicha. (Lee.) «Para todo aquel que le concierna, sépase que este billete tiene valor de mil coronas. Como garantía lleva en prenda un sinfín de tesoros enterrados en territorio imperial. Se ha ordenado, que una vez extraídos, se canjeen por aquel.»
    EMPERADOR
    Presiento que aquí se ha cometido un crimen, una mons¬truosa farsa. ¿Quién falsificó aquí la firma del Empera¬dor? ¿Ha de quedar impune ese delito?
    TESORERO
    Recuerda que tú mismo esta noche lo firmaste. Hacías el papel de gran Pan y el Canciller se acercó a ti acompañado de nosotros. «Asegúrate el gran placer de la fiesta, procura el bienestar del pueblo con unos pocos trazos de pluma.» Firmaste con claros trazos y esa misma noche los grabado¬res lo imprimieron á miles. Para que el beneficio llegara a todos por igual, timbramos la serie entera enseguida. Ya te¬nemos dispuestos los billetes de diez, de treinta, cincuenta y cien. No sabéis el bien que se le ha hecho al pueblo. Re¬cuerda cómo estaba antes tu ciudad enmohecida por la muerte y vé cómo, ahora, todo vive y bulle alegremente. Aunque tu nombre ya reportaba alegría a todo el mundo, nunca ha sido hasta hoy mejor considerado. Ahora el alfa¬beto está de más, con este signo todo el mundo es feliz.
    EMPERADOR
    ¿Y mi gente lo acepta como si fuera oro? ¿A la corte y el ejército les sirve de paga? Aunque me extraña, he de dejar que esto siga adelante.
    SENESCAL
    Estos papeles no podrían frenarse; se han diseminado con la rapidez del rayo. Las casas de cambio están abiertas día y noche y en ellas se hace honor a cada papel con oro y plata, aunque, es cierto, con descuento. De allí se va en¬tonces al carnicero, al panadero y a la bodega. La mitad del mundo parece sólo pensar en festines y el otro medio presume con su traje nuevo. El pañero corta tela, el sastre cose. Al grito de «Viva el Emperador» mana el vino en las bodegas, allí se asa, se cuece y se hace chascar los platos.
    MEFISTÓFELES
    Quien a solas pasea por las terrazas percibe a la mujer más bella magníficamente ataviada, con uno de sus ojos cubier¬tos por un soberbio abanico de plumas de pavo real. Nos sonríe y con la vista sigue uno de esos billetes que, con más rapidez que todo ingenio y elocuencia, nos darán los mejo¬res dones del amor. No habrá ya que torturarse acarreando bolsas ni talegas, es fácil llevar un papelito en el pecho y este hace muy buena pareja con los billetes amorosos. El sacerdote lo lleva en el breviario con piedad, y el soldado, para gastarlo con más presteza, se desabrocha rápido el cinturón prieto a sus riñones. Perdone, su Majestad, si pa¬rezco rebajar su obra y presentarla insignificante.
    FAUSTO
    La abundancia de tesoros que permanecen intactos y ente¬rrados en vuestras tierras, yacen sin utilizarse. El pensa¬miento de más alcance resulta miserablemente limitado al tratar de concebir tal riqueza. La fantasía en su más alto vuelo se esfuerza y no lo logra nunca. Con todo, los espí¬ritus dignos de contemplar lo profundo confían ilimitada¬mente en lo ilimitado.
    MEFISTÓFELES
    Un papel de esos, en lugar del oro y las perlas, es tan có¬modo. Con ellos se sabe lo que se tiene. No hacen falta ni regateos ni cambios para embriagarse de vino y de amor. Si se quiere metal, siempre hay cambistas. Si este falta, se cava durante un tiempo. Las copas y las cadenas se ofer¬tan en subasta y el papel se amortiza para vergüenza del escéptico, que se ríe de nosotros. Nada es mejor en cuanto uno se ha acostumbrado. Desde hoy en las tierras del im¬perio habrá suficientes joyas, oro y papel.
    EMPERADOR
    Mi imperio te agradece este alto bien. Si es posible, mi premio será de igual valor que tu servicio. Te confío el subsuelo del imperio; serás un digno custodio de los teso¬ros. Conoces su riqueza grande y bien guardada y, siem¬pre que se cave, se hará siguiendo tus consejos. Poneos de acuerdo, encargaos de nuestros tesoros, desempeñad con alegría las responsabilidades de vuestro cargo, donde fe¬lizmente se unen el mundo superior y el de abajo.
    TESORERO
    No tendremos entre nosotros ni la más mínima disputa. Me gusta el hechicero de colega. (Sale con FAUSTO.)
    EMPERADOR
    Ofreceré obsequios a cada uno de los miembros de la corte, si me dicen en qué los emplearán.
    PAJE (Recibiendo el obsequio.)
    Viviré con placer, tranquilidad y disfrutaré de las cosas buenas.
    OTRO (Igualmente.)
    Yo mismo le conseguiré a mi amada sortijas y una cadena.
    UN CHAMBELÁN (Lo mismo.)
    Desde ahora beberé vinos el doble de buenos.
    OTRO (Lo mismo.)
    Ya empieza a escocerme tener los dados en el bolsillo.
    PORTAESTANDARTE (Con circunspección.)
    Libraré de deudas mi castillo y mis tierras.
    OTRO (Igual.)
    A este tesoro añadiré tesoros.
    EMPERADOR
    Esperaba de vosotros afán y alientos nuevos, pero el que os conoce sabe bien adivinar vuestras intenciones. Bien lo advierto: en medio de estas florecientes riquezas, seguís siendo igual que antes.
    BUFÓN (Llegando.)
    Estáis prodigando obsequios, donadme alguno a mí tam¬bién.
    EMPERADOR
    ¿Estás aún vivo? Seguro que te los beberás.
    BUFÓN
    ¡Son hojas mágicas! No entiendo muy bien.
    EMPERADOR
    Cógelas, pues te han tocado en suerte. (Se va.)
    BUFÓN
    Me habrían tocado cinco mil coronas.
    MEFISTÓFELES
    Así que has resucitado, odre bípedo.
    BUFÓN
    Eso me sucede a menudo, pero nunca ha estado tan bien como hasta ahora.
    MEFISTÓFELES
    Te alegras tanto que sudas.
    BUFÓN
    ¿Lo que hay aquí tiene valor de moneda?
    MEFISTÓFELES
    Con eso tienes para todo lo que les apetezca a la barriga y al gaznate.
    BUFÓN
    ¿Puedo comprar tierra, casa y ganado?
    MEFISTÓFELES
    ¡Está claro! Sólo pide, que no te faltará nada.
    BUFÓN
    ¿Y castillo con bosque, caza y un arroyuelo con pesca?
    MEFISTÓFELES
    ¡Sin duda! Cómo me gustaría verte hecho un gran señor.
    BUFÓN
    Esta misma tarde me pavonearé en mis dominios. (Se va.)
    MEFISTÓFELES (Solo.)
    ¿Quién duda del ingenio de este bufón?

    [align=center]GALERÍA OSCURA

    (FAUSTO. MEFISTÓFELES.)[/align]

    MEFISTÓFELES
    ¿Por qué me traes a estos oscuros pasadizos? ¿No hay su¬ficiente alegría ahí, y en el tumulto abigarrado de la corte no hay ocasión para la broma y el engaño?
    FAUSTO
    Deja ya eso, desde siempre ese ha sido tu estilo y lo has gastado hasta las suelas. Pero ahora tu ir y venir sólo es para no soltarme prenda. Con todo, se me incita a hacer algo: el Senescal y el Chambelán me empujan; el Empe¬rador quiere que le haga ver al momento a Helena y Paris. Quiere ver nítida y delimitada la figura de los arquetipos del hombre y la mujer. ¡Vamos!, ¡manos a la obra! No puedo faltar a mi palabra.
    MEFISTÓFELES
    No tuvo sentido hacer tan frívolamente una promesa.
    FAUSTO
    Compañero, no te has dado cuenta a donde nos han lle¬vado tus artificios. Antes le hemos enriquecido, ahora le tenemos que divertir.
    MEFISTÓFELES
    Es una locura pensar que eso se puede arreglar de un mo¬mento para otro. Aquí nos encontramos ante escalones más empinados. Entrando en dominios absolutamente ex¬traños, contraes con temeridad nuevas deudas. ¿Piensas que es tan fácil producir a Helena como a ese fantasma del papel moneda? Si quieres brujas, sombras de fantas¬mas o enanos con paperas puedo servirte enseguida. Mas las amantes del diablo, sin ánimo de ofenderlas, no pue¬den servir de heroínas.
    FAUSTO
    ¡Ya estamos otra vez con la vieja cantinela! Contigo siem¬pre se va a parar a lo incierto. Eres el padre de todos los obstáculos. Por cada favor quieres nueva remuneración. Bastará un murmullo y lo lograrás; seguro que después de volverme de espaldas un momento, estará ante mí.
    MEFISTÓFELES
    Los paganos me resultan ajenos; habitan en su propio in¬fierno; pero hay un medio.
    FAUSTO
    ¡Habla sin demora!
    MEFISTÓFELES
    No me gusta descubrir tan alto misterio. Hay diosas que reinan sentadas en soledad en sus tronos. A su alrededor no hay espacio, ni mucho menos tiempo. Hablar de ellas es muy dificultoso. Son las Madres.
    FAUSTO (Asustado.)
    ¡Las Madres!
    MEFISTÓFELES
    ¿Sientes miedo?
    FAUSTO
    ¡Las Madres!, ¡Madres! ¡Suena tan extraño!
    MEFISTÓFELES
    Y lo es. Son diosas desconocidas por vosotros, los morta¬les, y a las que a nosotros no nos gusta nombrar. Para lle¬gar a su morada habrás de cavar hasta lo más profundo. Tú tienes la culpa de que tengamos que recurrir a ellas.
    FAUSTO
    ¿Por dónde está el camino que hay que tomar?
    MEFISTÓFELES
    ¡No hay ningún camino! Vas adonde nadie pisó ni podrá pisar; vas a lo que no se ha accedido y permanece inacce¬sible. ¿Estás preparado? Allí no hay cerraduras ni cerrojos que remover; estarás sumido en la soledad. ¿Has llegado a concebir lo que son el desierto y el aislamiento?
    FAUSTO
    Podrías ahorrarte esas palabras, pues esto me huele a co¬cina de bruja, a una época lejana del pasado. ¿No he te¬nido que entrar en contacto con el mundo? ¿No he tenido que aprender lo que es el vacío y enseñar el vacío? Cuando me parecía hablar razonablemente, la contradic¬ción resonaba con redoblada fuerza; por eso, ante tanta contradicción, tuve que huir hacia la soledad, hacia lo no transitado, y para no estar completamente sólo tuve que entregarme al diablo.
    MEFISTÓFELES
    Aunque cruzaras a nado el océano y miraras en él lo ilimi¬tado, en él al menos verías venir ola tras ola. Aunque te¬mieras sucumbir e irte al fondo, algo verías. Seguro que verías deslizarse delfines en la mansedumbre del mar en calma. Verías las nubes, el Sol, la Luna y las estrellas. Pero no verás nada en la lejanía eternamente vacía, no oirás los pasos que des ni encontrarás nada firme para descansar.
    FAUSTO
    Hablas como el primero de los mistagogos que haya en¬gañado a fieles neófitos; sólo que a la inversa. Me mandas al vacío para que aumente mi arte y mi fuerza. Me tratas como al gato aquel, para ver si te saco las castañas del fuego. Pero vamos, profundicemos, en la nada espero encontrar el todo.
    MEFISTÓFELES
    Te alabo ahora, antes de que te separes de mí. Veo que co¬noces bien al diablo. Toma esta llave.
    FAUSTO
    ¡Qué pequeñez!
    MEFISTÓFELES
    ¡Tómala y no la tengas en poco!
    FAUSTO
    ¡Crece en mi mano, resplandece, destella!
    MEFISTÓFELES
    ¿Notas ya cuánto posees al tenerla? La llave te ayudará a intuir cuál es el camino adecuado. Síguela en tu descenso, te llevará hasta las Madres.
    FAUSTO (Estremecido.)
    ¡Las Madres!, ¡siempre que lo escucho es como si me die¬ran un golpe!
    MEFISTÓFELES
    ¿Eres tan limitado que una nueva palabra te aturde? ¿Sólo quieres oír aquello que ya has oído? Aunque siga so¬nando, que no te trastorne. Ya estás habituado a las cosas más extrañas.
    FAUSTO
    Pero mi salvación no está en lo estático, el estremecerse es lo más noble que hay en el hombre. Por muy caro que le haga pagar el sentimiento el mundo, es en la emoción donde el hombre alcanza a intuir lo inconmensurable.
    MEFISTÓFELES
    ¡Desciende, pues!; aunque también podría decirte: ¡as¬ciende! Es lo mismo. Huye de lo que tiene existencia y ve hacia el libre reino de las formas. Goza de aquello que hace mucho tiempo que es inaccesible. El torbellino se enrosca como hileras de nubes. Mueve la llave y manténla lejos del cuerpo.
    FAUSTO (Fascinado.)
    ¡Bien!, al empuñarla con fuerza siento un nuevo vigor. Se me ensancha el pecho y se apresta a emprender grandes obras.
    MEFISTÓFELES
    Un trípode ardiente te dará a conocer que habrás llegado al fondo, al fondo más profundo. Con ayuda de su fulgor, verás a las Madres. Unas están sentadas, otras están de pie y andan según el azar las lleve. Y siempre, formación y transformación, el eterno sentido del juego eterno. Rodea¬das de las formas de todas las criaturas, ellas no te verán, pues sólo ven esquemas. Ten entonces valor, porque el peligro es grande, corre al trípode y tócalo con la llave.

    (FAUSTO, con la llave en la mano, hace un ademán resuelto e imperativo.)

    ¡Muy bien! El trípode se une a ti, te sigue como si fuera tu fiel criado. Asciendes tranquilo, la fortuna te eleva, y an¬tes de que ellas lo noten, estarás de vuelta con él. Al traer¬lo, haz un conjuro para que salgan de la noche el héroe y la heroína. Tú eres el primero que osaste acometer tal em¬presa, está hecha y tú la has llevado a cabo. Acto seguido, después de unas prácticas mágicas, la neblina del incienso se transformará en dioses.
    FAUSTO
    ¿Y ahora qué?
    MEFISTÓFELES
    Haz un esfuerzo para que tu ser descienda. Húndete dando un puntapié en el suelo; dando otro subirás.

    (FAUSTO da un puntapié en el suelo y se hunde.)

    ¡Si la llave le fuera de provecho! Tengo curiosidad por sa¬ber si volverá.

    [align=center]SALAS INTENSAMENTE ILUMINADAS

    (El EMPERADOR y los PRÍNCIPES, la corte en movimiento.)[/align]

    CHAMBELÁN (A MEFISTÓFELES.)
    Aún nos debéis la escena de las apariciones. ¡Aprestaos a hacerla! El soberano está impaciente.
    SENESCAL
    Eso mismo solicitaba Su Graciosa Majestad. No vaciléis para escarnio de la Corona.
    MEFISTÓFELES
    Precisamente para conseguirlo ha partido mi compañero. Él sabe cómo se ha de proceder y trabaja silencioso y re¬concentrado. Tiene que aplicarse especialmente; pues el que quiere desenterrar el tesoro, la Belleza, debe servirse del arte supremo, la Magia de los sabios.
    SENESCAL
    Igual da qué artes hagan falta. El Emperador quiere que todo se ultime.
    UNA RUBIA (A MEFISTÓFELES.)
    Una palabra, caballero. Ya veis que mi rostro es claro, pero no es así en el fastidioso verano. Entonces me salen cientos de pecas de color rojo parduzco que, para disgusto mío, cubren mi blanca tez. ¡Procuradme un remedio!
    MEFISTÓFELES
    Es una pena que un tesoro tan radiante esté tan moteado en mayo como vuestros cachorros de pantera. Toma hue¬vos de rana y lenguas de sapo, purifícalos, destílalos con gran cuidado en el plenilunio y cuando la luna entre en su fase menguante, aplícatelo sobre la piel. Al llegar la pri¬mavera, las motas habrán desaparecido.
    UNA MORENA
    La multitud se agolpa para rodearos. Os suplico que me deis un remedio. Tengo un pie helado y me estorba tanto al pasear como al bailar y hasta me muevo con torpeza al saludar.
    MEFISTÓFELES
    Permíteme que te dé un pisotón.
    LA MORENA
    Bien, es lo habitual entre enamorados.
    MEFISTÓFELES
    La pisada de mi pie, niña, tiene mayor importancia. «Lo semejante con lo semejante», sea lo que sea lo que nos duela. El pie cura al pie y así ocurre con todos los miem¬bros. Vamos, presta atención, pero no lo debes devolver.
    LA MORENA
    Ay, ¡qué dolor!, ¡cómo quema! Fue un pisotón muy fuerte, como el de un casco de caballo.
    MEFISTÓFELES
    Te llevas contigo la curación. De ahora en adelante podrás ejercitar el baile cuando te apetezca y darte puntapiés en la mesa con tu amor.
    DAMA (Acercándose entre la multitud.)
    ¡Paso, paso! Mis dolores son demasiado fuertes. Con su ardor hacen que me hierva el corazón; hasta ayer, él bus¬caba su felicidad en mi mirada, ahora charla con ella y me ha vuelto la espalda.
    MEFISTÓFELES
    Es lamentable, pero escúchame. Acércate con tiento a él. Toma este carbón y traza una línea por sus mangas, en su capa, en su espalda, donde sea, sentirá en el corazón el suave aguijón del arrepentimiento. Pero luego tienes que tragarte el carbón sin llevarte a los labios ni vino ni agua: él llorará a tu puerta esta noche.
    DAMA

  9. ¿No será venenoso?
    MEFISTÓFELES (Indignado.)
    ¡Respeta a quien se debe! Habrías de ir muy lejos para en¬contrar un carbón similar. Lo he traído de una hoguera que atizamos con gran afán en otro tiempo.
    UN PAJE
    Yo estoy enamorado, pero no me consideran hombre he¬cho y derecho.
    MEFISTÓFELES (Aparte.)
    Ya no sé a quién tengo que atender. (Al PAJE.) No cifres tu dicha en la conquista de la más joven. Te sabrán apreciar las maduras. (Otros se acercan a él.) Otros nuevos. ¡Qué lucha más dura! Por fin voy a zafarme de esto apelando a la verdad. Es el peor de los recursos, pero la necesidad es muy grande. Oh, Madres, Madres, dejad libre a Fausto. (Mira alrededor.) Las luces ya se enturbian en la sala, toda la corte se ha estremecido a la vez. Solemnemente van en fila allá, por largos pasillos y distantes galerías. Bien, ya se reúnen en la amplia y antigua sala de los caballeros. Los tapices cubren amplias paredes y en los nichos y en las esquinas se han colocado armaduras. Aquí entiendo yo que no hay necesidad de invocaciones, los espíritus se presentan por sí mismos en ese lugar.

    [align=center]SALA DE LOS CABALLEROS

    (Poca iluminación.)[/align]

    [align=center](Han entrado el EMPERADOR y la corte.)[/align]

    HERALDO
    Mi antigua función de anunciar el espectáculo ha sufrido menoscabo por el misterioso influjo de los fantasmas. En vano trato de explicar por causas sensatas la confusa si¬tuación. Ya están dispuestas las butacas y las sillas. El Emperador está ante la pared, así podrá contemplar cómo¬damente las batallas de la época gloriosa. Aquí están sen¬tados todos, el Soberano y la corte. Las banquetas están allá al fondo agolpadas. E incluso en esta hora tan som¬bría, la amada se sienta al lado de su amante. Y ya que to¬dos han encontrado confortable sitio, estamos dispuestos: los espíritus pueden aparecer.

    (Toque de trompetas.)
    ASTRÓLOGO
    Que, al punto, comience el drama su curso. Lo manda el Señor, ¡muros, abríos! Ya no hay estorbo alguno. Aquí te¬nemos la magia a nuestra disposición. Los tapices se en¬roscan como si el fuego los encogiera, en los muros se ha¬cen hendiduras y dan vueltas sobre sí: un profundo teatro se presenta y un fulgor misterioso nos alumbra, yo me subo al proscenio.
    MEFISTÓFELES (Asomando la cabeza por la concha del apuntador.)
    Desde aquí lograré la complacencia general del público; apuntar es, de las artes oratorias, la propia del demonio. (Al ASTRÓLOGO.) Conoces el compás que siguen los as¬tros en su marcha; también comprenderás magistralmente mi susurro.
    ASTRÓLOGO
    Por el poder de la magia aparece ante los ojos de todos un antiguo templo bastante imponente. Semejantes a Atlas, que antaño sostenía el Cielo, aquí hay muchas columnas en hilera. Bien pueden bastar para sostener esta gran mole de roca, cuando con dos se sostendría un gran edificio.
    ARQUITECTO
    Eso sería clásico. Yo no sabría apreciarlo, habría que lla¬marlo tosco y sobrecargado. Se llama noble a lo que está en bruto, grandioso a lo torpemente ejecutado. Yo quiero finas columnas, atrevidas, sin límite: una punta de ojiva eleva el alma, una construcción así nos edifica sobrema¬nera.
    ASTRÓLOGO
    ¡Recibid con respeto las horas marcadas por los astros, que por los ensalmos quede atada la razón y que, por el contrario, la magnífica y atrevida fantasía emprenda un amplio y libre vuelo. Ved ahora con vuestros ojos lo que osadamente anheláis: es imposible y por lo mismo digno de ser creído.

    (FAUSTO surge del suelo en el otro lado del proscenio.)

    En traje sacerdotal y con una guirnalda, un hombre prodi¬gioso lleva ahora a cabo lo que confiadamente empezó. Un trípode sube con él de una hueca cavidad. Ya presiento el aroma de incienso que sale del recipiente. Se apresta a bendecir la gran obra que en adelante no traerá otra cosa que fortuna.
    FAUSTO (Con magnificencia.)
    ¡En vuestro nombre, Madres que reináis sobre lo ilimi¬tado, siempre solas, pero con compañía! ¡En torno de vuestra cabeza flotan las imágenes de la vida, en movi¬miento, pero sin vida! Lo que hubo alguna vez, se mueve allí con esplendor y brillo, pues aspira a hacerse eterno. Y vosotras, fuerzas todopoderosas, lo enviáis al pabellón del día, a la bóveda de las noches. A unas las atrapa el suave curso de la vida, a otras las busca el osado hechicero; pró¬digo y lleno de confianza deja ver lo que todos desean y es digno de un milagro.
    ASTRÓLOGO
    Apenas la incandescente llave toque el recipiente, una os¬cura niebla empezará a llenar el espacio; se deslizará, se acumulará formando nubes, se extenderá, se redondeará, se abrirá, se dividirá. ¡Y ahora, ved qué obra maestra han realizado los espíritus! Al andar, dejan oír música. De los aéreos sonidos mana algo indeterminado; a su paso, todo se hace melodía. Suenan la columnata y los triglifos, creo que canta todo el templo. Cede la sombra y, entre la leve niebla, sale siguiendo un compás un bello adolescente. Aquí callo mi oficio, no me hace falta mencionarlo, ¿quién no conoce al noble Paris?

    (Aparece PARIS.)

    DAMA
    ¡Qué brillante y floreciente fuerza juvenil!
    SEGUNDA DAMA
    ¡Fresco y jugoso como un melocotón!
    TERCERA DAMA
    ¡Qué bello trazo tienen sus labios ligeramente abultados!
    CUARTA DAMA
    ¿Te gustaría beber a pequeños sorbos de ese vaso?
    QUINTA DAMA
    Es muy bello, aunque no precisamente fino.
    SEXTA DAMA
    Pero podría tener un poco más de soltura.
    UN CABALLERO
    Creo oler aquí a pastorcillo; nada de príncipes y nada de modales de la corte.
    OTRO CABALLERO
    Medio desnudo sí es guapo el muchacho, pero tendríamos que verlo en armadura.
    DAMA
    Se sienta dulce y cómodamente.
    CABALLERO
    Sobre sus rodillas estarías muy a gusto, ¿verdad?
    OTRA DAMA
    Apoya tan graciosamente el brazo sobre la cabeza…
    CHAMBELÁN
    ¡Qué vulgaridad! Me parece inadmisible.
    UNA DAMA
    Los hombres siempre halláis algo censurable.
    CHAMBELÁN
    ¡Tumbarse así ante el Emperador!…
    LA DAMA
    No hace nada más que un papel. Se cree que está solo.
    CHAMBELÁN
    El espectáculo aquí debe consistir en ser decoroso.
    LA DAMA
    El sueño se ha apoderado dulcemente de este noble mu¬chacho.
    CHAMBELÁN
    ¡Y ahora se pondrá a roncar y os parecerá perfecto!
    JOVEN DAMA (Entusiasmada.)
    ¿Qué aroma se ha mezclado con los vapores del incienso que me refresca hasta lo más íntimo el corazón?
    UNA DAMA DE MÁS EDAD
    ¡Es cierto!, mi alma está llena con un hálito que procede de él.
    LA DAMA MÁS VIEJA DE TODAS
    Es la flor del desarrollo que se convierte en ambrosía en este joven y se difunde por la atmósfera que lo rodea.

    [align=center](Aparece HELENA.)[/align]

    MEFISTÓFELES
    ¿Y esta es? No me causa ninguna inquietud. Es cierto que es guapa, pero no me dice mucho.
    ASTRÓLOGO
    Por esta vez no tengo más que hacer. Lo confieso y reco¬nozco como hombre de palabra que soy. La beldad avanza y ojalá tuviera lenguas de fuego. De toda la vida se ha cantado mucho sobre la belleza… y a quien se le aparece se queda extasiado; aquel de quien ella se adueñó fue ex¬tremadamente dichoso.
    FAUSTO
    ¿Tengo aún ojos? ¿Se muestra en lo más profundo de mi alma la fuente de la belleza brotando con generosidad? Mi pavoroso viaje me ha reportado la más feliz recom¬pensa. Para mí el mundo estaba cerrado y era mezquino. ¿Y qué es ahora desde que asumí este sacerdocio? Por vez primera lo veo deseable, cimentado, duradero. ¡Que se extinga la fuerza de mi aliento si alguna vez me hastío de ti! ¡La hermosura que primero me encantó hechizándome con el mágico reflejo, fue sólo la sombra de esta belleza! ¡Tú eres a lo que consagro el impulso de todas mis fuer¬zas, el contenido de toda mi pasión, mis inclinaciones, mi amor, mi adoración, mi locura!
    MEFISTÓFELES (Desde la concha del apuntador.)
    ¡Contente!, y no te salgas del papel.
    LA DAMA DE CIERTA EDAD
    Es alta y tiene buen tipo, pero su cabeza es muy pequeña.
    UNA DAMA JOVEN
    Mirad sus pies, ¡no podrían ser más toscos!
    DIPLOMÁTICO
    He visto a princesas semejantes. Es hermosa de pies a ca¬beza.
    CORTESANO
    Se acerca al durmiente, amorosa y con astucia.
    DAMA
    ¡Qué fea resulta ante esa imagen de pureza juvenil!
    UN POETA
    Él es iluminado por la belleza de ella.
    LA DAMA
    Parecen Endimión y la Luna. Forman un verdadero cuadro.
    EL POETA
    ¡Muy bien! La diosa parece descender, se inclina sobre él para recibir su aliento. ¡Es digno de envidia! ¡Un beso!… La medida está colmada.
    SEÑORA DE COMPAÑÍA
    ¡Ante toda la concurrencia!, ¡esto es una locura!
    FAUSTO
    ¡Qué terrible favor ha recibido el joven!
    MEFISTÓFELES
    ¡Calma!; ¡silencio! ¡Deja al fantasma hacer lo que le plazca!
    EL CORTESANO
    Ella se escapa con pie ligero, él se despierta.
    LA DAMA
    Ella vuelve la cabeza, ya me lo figuraba yo.
    EL CORTESANO
    Él se asombra. Es un prodigio lo que le está pasando.
    LA DAMA
    Para ella no es ningún prodigio lo que tiene delante.
    EL CORTESANO
    Se vuelve con distinción hacia él.
    LA DAMA
    Ya veo que le está enseñando la lección. En estos casos todos los hombres son tontos. Él también sin duda cree ser el primero.
    UN CABALLERO
    No me neguéis su valía. ¡Es majestuosamente fina!
    LA DAMA
    ¡La pécora! Eso lo llamo yo vulgar.
    UN PAJE
    ¡Cómo me gustaría encontrarme en su lugar!
    EL CORTESANO
    ¿Quién no caería atrapado en esa red?
    LA DAMA
    Esa joya ha rodado por tantas manos que el baño de oro está bastante desgastado.
    OTRA DAMA
    Desde los diez años ya no tiene valor.
    EL CABALLERO
    Cuando llega la ocasión cada cual toma para sí lo mejor. Yo me conformo con estos bellos restos.
    ERUDITO
    La veo con nitidez y confieso francamente que no sé si es genuina. Tenerla presente nos lleva a exagerar; yo sobre todo me atengo a lo escrito. Leo que ella en Troya real¬mente agradó a todas las barbas canas; y me parece que esto se ajusta perfectamente: como yo no soy joven, ella me gusta.
    ASTRÓLOGO
    No es ya un mozalbete. Es un héroe audaz que la sujeta sin que ella pueda defenderse, con brazo fuerte la levanta en vilo. ¿Intentará raptarla?
    FAUSTO
    ¡Loco osado! ¡Cómo te atreves!… ¡Detente! ¡Es dema¬siado!
    MEFISTÓFELES
    Pero si has sido tú el creador de ese juego fantasmagó¬rico.
    ASTRÓLOGO
    No diré más que una palabra. Después de todo cuanto ha ocurrido, yo titulo la obra el rapto de Helena.
    FAUSTO
    ¡Qué rapto! ¿Entonces no cumplo ninguna misión aquí? ¿Acaso esta llave no está en mi mano? Ella me llevó a tra¬vés del horror, de los vaivenes y del oleaje de las soleda¬des, a tierra firme. ¡Aquí hago pie!, ¡aquí encuentro reali¬dades! Desde aquí el espíritu puede lidiar con los espíritus y asegurarse el gran y doble imperio. Ella, que estaba tan lejos, ¿cómo puede estar más cerca? La salvaré y será dos veces mía. Me atreveré. ¡Madres, Madres, concedédmelo! Quien la ha conocido no puede renunciar a ella. ASTRÓLOGO
    ¿Qué estás haciendo, Fausto? ¡Fausto!… La ha agarrado con violencia, ya empieza a hacerse borrosa la figura… Vuelve la llave hacia el muchacho, ¡lo toca! ¡Ay de noso¬tros! ¡Ahora, ahora mismo!

    (Explosión. FAUSTO queda tendido en el suelo. Los espíritus se disuelven en la nie¬bla.)

    MEFISTÓFELES (Tomando a FAUSTO sobre sus hombros.)
    ¡Ahí lo tenéis! Cargar con un loco acaba dañando hasta al diablo.

    (Oscuridad. Tumulto.)

    [align=center]ACTO II

    HABITACIÓN GÓTICA, ESTRECHA Y DE ALTAS BÓ¬VEDAS
    EN OTRO TIEMPO PROPIEDAD DE FAUSTO,
    EN LA ACTUALIDAD SIN CAMBIO ALGUNO[/align]

    (MEFISTÓFELES sale de detrás de una cortina. Mientras él sale y mira atrás ve a FAUSTO tendido en un lecho que fue de sus antepasados.)

    MEFISTÓFELES
    ¡Reposa, desdichado, que fuiste seducido difícilmente por solubles lazos de amor! Aquel al que Helena dejó inmóvil no recobra fácilmente la razón. (Mirando en torno.) Miro arriba, miro a un lado y a otro. Nada ha cambiado, todo está intacto; me parece, eso sí, que los paneles de colores están más turbios, las telarañas se han multiplicado, la tinta se ha secado, el papel amarillea, pero todo sigue en su lugar. Está aquí hasta la pluma con que Fausto pactó con el diablo. En las profundidades de su cañón ha cuajado una gotita de san¬gre que le extraje. Le desearía al mejor coleccionista que consiguiera una pieza tan singular como esta. La vieja pe¬lliza cuelga todavía de esa percha y me recuerda los dispa¬rates que le conté a aquel jovenzuelo que hoy, ya algo ma¬yor, tal vez sigan consumiéndolo. Verdaderamente siento el deseo de envolverme en ti, tosca y caliente envoltura, para jactarme de nuevo dándome aires de profesor, como alguien que supone tener razón en todo. Los sabios en esto son entendidos, pero al diablo se le pasaron las ganas hace mucho tiempo. (Sacude la pelliza después de descolgarla, y de ella escapan cigarras, escarabajos y polillas.)
    CORO DE INSECTOS
    ¡Bienvenido, bienvenido,
    antiguo señor y dueño!
    Vamos volando y zumbando
    y ya te reconocemos.
    Tú a todos nos sembraste.
    Vamos llegando a millares,
    padre, en alegre danza.
    La picardía en el pecho
    se disimula tan bien
    que antes en la pelliza
    se descubren los piojos.
    MEFISTÓFELES
    ¡Qué sorpresa más agradable me produce esta reciente creación! Basta sembrar y luego se cosecha. Volveré a sa¬cudir la vieja piel. Todavía salta algún insecto y revolotea de aquí para allá. ¡Id arriba!, ¡en todas direcciones! Apre¬suraos y escondeos allá donde están los viejos arcones, venid aquí a oscurecidos pergaminos y fragmentos polvo¬rientos de pucheros o a las cuencas de los ojos de las cala¬veras. En una vida tan confusa y tan pútrida siempre debe haber grillos. (Se envuelve con la pelliza.) Ven, cúbreme una vez más las espaldas. Hoy vuelvo a ser el rector. Aun¬que de qué me sirve llamarme de ese modo. ¿Dónde está la gente que por tal me reconoce? (Agita la campana que deja oír un sonido agudo y penetrante con el que resue¬nan las paredes y se abren las puertas.)
    FÁMULO(Llega tambaleándose por el oscuro pasillo.)
    ¡Qué sonido! ¡Qué tormenta! La escalera vacila, tiemblan las paredes. Veo los fulgores de la tormenta a través de los paneles de colores de la vidriera. El pavimento se levanta y desde arriba caen cal y cascotes como si fueran granizo. Y la puerta cerrada con fuertes candados se ha abierto por arte de magia. ¡Qué veo, horror! ¡Un gigante está ahí apostado con la vieja pelliza de Fausto! Sus señas y sus miradas hacen que incline las rodillas. ¿Debo huir o que¬darme? ¿Qué será de mí?
    MEFISTÓFELES (Haciéndole señas.)
    Adelante, amigo, ¿no os llamáis Nicodemus?
    FÁMULO
    Honorabilísimo señor, ese es mi nombre. Oremus.
    MEFISTÓFELES
    ¡Eso dejémoslo!
    FÁMULO
    ¡Qué alegría que me conozcáis!
    MEFISTÓFELES
    Y os conozco muy bien, entrado en años y todavía estu¬diante, rancio señor. Hasta un hombre erudito sigue estu¬diando si no puede hacer otra cosa. Así uno se construye un modesto castillo de naipes, que ni un gran ingenio llega a edificar del todo. Pero vuestro amo sí que es un hombre entendido, ¿quién no conoce al famoso doctor Wagner, hoy día el primero en el mundo de la sabiduría? Él es el único que lo sostiene, el que hace crecer la sabiduría día tras día. Oyentes y discípulos con ansia de un saber total se reúnen en torno a él. Sólo él resplandece desde su cáte¬dra, maneja las llaves como san Pedro, abre lo de abajo y lo de arriba. Son tales su brillo y su esplendor que nadie lo supera en fama y en gloria, incluso el nombre de Fausto queda por él oscurecido. Él es el único que realmente ha inventado algo.
    FÁMULO
    Perdonad, honorabilísmo señor, si os digo algo, si es que por otra parte puedo contradeciros: no se trata de eso, la modestia es su don más personal. Él no ha sabido reponerse a la misteriosa desaparición de aquel insigne hombre y es¬pera encontrar con su retorno consuelo y alivio. El gabinete, como en tiempos del doctor Fausto, permanece in¬tacto desde que él se marchó y espera a su antiguo dueño. Apenas me aventuro a entrar en él. ¿Cuál será la hora que marquen los astros? Me parece que tiemblan las paredes, las jambas de las puertas vibran, saltan los cerrojos: de otro modo no podríais haber entrado.
    MEFISTÓFELES
    Pero, ¿dónde se ha metido ese hombre? Llévame hasta él o tráemelo.
    FÁMULO
    ¡Ah!, su prohibición es demasiado estricta. No sé si de¬biera atreverme. Meses enteros vive en el más sigiloso aislamiento, en aras de su gran obra. Él, que es el más de¬licado de los sabios, tiene aspecto de carbonero; tiznado de la nariz a las orejas, sus ojos están rojos de tanto atizar el fuego. Así va consumiendo cada instante y el chascar de las pinzas es su música.
    MEFISTÓFELES
    ¿Me negaría él la entrada? Soy el hombre que puede ade¬lantar la llegada de su dicha. (El FÁMULO se va; MEFISTÓ¬FELES se sienta con gravedad.) Apenas he ocupado el si¬tio, veo allá un huésped que me es conocido. Pero en esta ocasión es de los más modernos y se comportará con des¬medido atrevimiento.
    BACHILLER (Acercándose impetuosamente por el corredor.)
    He encontrado abiertos el portal y la puerta. Espero al fin que este hombre que se encontraba vivo entre la podre¬dumbre no siga decayendo como un muerto, atrofiándose y muriendo en la vida misma. Estos muros, estos tabiques, se inclinan y amenazan al final con caerse, y si no huimos pronto, su caída y su ruina nos alcanzarán. Soy audaz como ningún otro, pero nadie puede obligarme a dar un paso más. Pero, ¿qué tengo que aprender hoy? ¿No fue aquí donde vine, hace ya muchos años, siendo un bienin¬tencionado estudiante de primer curso temeroso y cohi¬bido? ¿No fue aquí donde me confié a esos barbudos para instruirme con sus paparruchas? Pertrechados con sus li¬bracos me dijeron tantas mentiras como cosas sabían, pues no creían en lo que sabían y así consumieron su vida y la mía. ¿Cómo? Allí en el claroscuro de esa celda toda¬vía hay alguien sentado. Al acercarme, veo con asombro que está metido aún en su pelliza parda; está tal como lo dejé, envuelto en ese tosco abrigo de pieles. La verdad es que entonces me pareció muy capaz, cuando yo no tenía suficiente juicio. Pero esta vez no me atrapará, iré a abor¬darlo con decisión. (A MEFISTÓFELES.) ¡Viejo señor!, si no fue bañada tu cabeza calva e inclinada hacia delante por las aguas del Leteo, reconoced en mí al estudiante emancipado ya de las ligaduras académicas. Os encuentro tal como os conocí; sin embargo, yo soy otro.
    MEFISTÓFELES
    Me alegra que os atrajera mi llamada, por aquel entonces no os minusvaloré: el gusano y la crisálida anuncian lo que será la futura mariposa. Con vuestros rizos y vuestro cuello de encaje, sentíais un placer infantil. ¿Nunca os de¬jasteis crecer coleta? Hoy veo que lleváis el cabello a lo sueco. Tenéis un aspecto resuelto y dinámico, pero no os vayáis a casa tan incondicionado.
    BACHILLER
    Mi viejo señor, estamos de nuevo aquí. Sin embargo, te¬ned en cuenta cómo corren los tiempos modernos y abste¬neos de palabras de doble sentido, ahora atendemos a co¬sas muy diferentes. Os burlasteis sin ningún esfuerzo de un muchacho bueno y confiado, algo que hoy nadie se atreve a hacer.
    MEFISTÓFELES
    Quien le dice a la juventud la pura verdad no agrada a los pichones, pero, pasados unos años, cuando la han sufrido en su propio pellejo, se jactan de haberla obtenido por ellos mismos y dicen entonces que su maestro era un im¬bécil.
    BACHILLER
    ¡O, tal vez, un pícaro! Pues, qué maestro nos dice la ver¬dad a la cara. Todos saben magnificarla o menguarla, en serio o en broma, ante los buenos chicos.
    MEFISTÓFELES
    Sin duda hay un tiempo para aprender; ya noto que estáis preparados para enseñar. Desde unas cuantas lunas y desde algunos soles, la plenitud de la experiencia os ha colmado.
    BACHILLER
    ¡Experiencia!, ¡la experiencia es espuma y polvo! No está a la misma altura del espíritu. Confesad que lo que se ha sabido en todo tiempo no era digno de saberse.
    MEFISTÓFELES (Después de una pausa.)
    ¡Hace mucho que lo pienso! Antes yo era un loco, ahora me parece que soy vacuo y necio.
    BACHILLER
    ¡Me alegro! Por fin escucho algo sensato, sois el primer anciano razonable que conozco.
    MEFISTÓFELES
    Buscaba un tesoro con piezas de oro enterrado y extraje horribles carbones.
    BACHILLER
    Confesad: ¿vuestro cráneo y vuestra calva valen mucho más que los de esas huecas calaveras?
    MEFISTÓFELES
    ¿Sabes lo grosero que resultas, amigo?
    BACHILLER
    En alemán se miente cuando se es educado.
    MEFISTÓFELES (Que, con su sillón de ruedas, ha avanzado hacia proscenio, acercándose más al patio de butacas.)
    ¡Aquí arriba me quitan el aire y la luz! ¿Llegaré a encon¬trar acomodo entre vosotros?
    BACHILLER
    Es muy pretencioso que, en el más negativo de los perío¬dos, se pretenda ser algo cuando ya no se es nada. Toda vitalidad está en la sangre y ¿dónde fluye la sangre mejor que en el adolescente? La sangre viva con fuerzas renova¬das es la que crea nueva vida de la vida. Allí todo se anima, allí todo se hace, lo débil decae, lo capaz prospera. En tanto que nosotros hemos conquistado medio mundo, ¿qué habéis hecho vosotros? Habéis dado cabezadas, ha¬béis cavilado, soñado, considerado: planes y sólo planes. Sin duda alguna, la vejez es una fiebre álgida que hace sentir la escarcha de una impotencia caprichosa. El que ha pasado de los treinta años es como si ya estuviera muerto. Tal vez lo mejor sería que os quitarais la vida a tiempo.
    MEFISTÓFELES
    El diablo no tendría nada que añadir a eso.
    BACHILLER
    Si yo quiero, puede que no haya diablo.
    MEFISTÓFELES (Aparte.)
    Sin embargo, en breve el diablo te hará tropezar.
    BACHILLER
    Esta es la misión más noble de la juventud. Antes de yo crearlo, no existía el mundo. Yo hice salir al Sol del mar; conmigo la Luna comenzó el curso de sus fases; bastó un gesto mío, la primera de las noches, para que las estrellas desplegaran todo su esplendor. ¿Quién sino yo os libró de las ataduras del pensamiento filisteo? Yo, en cambio, sólo escucho hablar al espíritu y persigo mi luz interior y ando raudo, con íntimo entusiasmo; la luz está ante mí y la oscuridad a mis espaldas. (Se va.)
    MEFISTÓFELES
    Extravagante, vete jactancioso. ¡Cómo dañaría tu seguri¬dad saber que nadie piensa nada necio o cuerdo que no haya sido ya pensado antes! Pero este no me causa preo¬cupación, en pocos años cambiará. Aunque el mosto fer¬mente de manera impredecible, al final tendrá que dar vino. (A los jóvenes del público que no aplauden.) Mis palabras os pueden dejar fríos, pero yo os lo tolero, bue¬nos muchachos. Tened en cuenta que el diablo es viejo y habréis de envejecer para entenderle.

    [align=center]LABORATORIO

    (Al estilo de la Edad Media, lleno de enormes y toscos apa¬ratos confines fantásticos.)[/align]

    WAGNER (Junto al fogón.)
    Suena la campana, la terrible, su tañido resuena en los muros llenos de hollín. La incertidumbre no puede durar más tiempo, ya las oscuridades se aclaran; en el fondo de la redoma empieza a estar incandescente el carbón enroje¬cido, parece el más magnífico de los carbunclos y despide destellos a través de la oscuridad. Aparece una luz clara y blanca. Ah, ¡que no lo pierda otra vez! Oh, Dios, ¿qué produce ese ruido en la puerta?
    MEFISTÓFELES (Entrando.)
    ¡Saludos!, es con buena intención.
    WAGNER (Con miedo.)
    ¡Salud a la estrella de esta hora! Pero callad y contened la respiración. Está a punto de consumarse una gran obra.
    MEFISTÓFELES (Más bajo.)
    ¿Qué está ocurriendo?
    WAGNER (Más bajo aún.)
    Se está dando forma a un ser humano.
    MEFISTÓFELES
    ¿A un hombre? Y ¿a qué pareja de enamorados has me¬tido en el hueco de la chimenea?
    WAGNER
    ¡Dios me libre! Declaro que el estilo antiguo de procrear es una vana necedad. El delicado punto del que brotaba la vida, la suave fuerza que surgía del interior, recibía y daba, para darse forma a sí misma y asimilarse primero a lo más cercano y luego a lo extraño, está ya privado de su dignidad. Aunque el animal todavía se solaza con ello, el hombre, mucho mejor dotado, ha de tener en el futuro un origen más noble y más elevado. (Volviéndose hacia el fuego del horno.) ¡Ved cómo brilla!… Ahora sí que se puede confiar en que, por la mezcla de cientos de ingre¬dientes -pues esto es una mezcla-, compondremos la materia humana, la encerraremos herméticamente en un alambique y la destilaremos en su justa medida. Así, sere¬namente, la obra habrá sido culminada. (Volviéndose ha¬cia el fuego del horno.) ¡Todo va saliendo! La masa se va aclarando, mi convicción se confirma cada vez más. Aquello que se considera secreto en la naturaleza, voy a probarlo de modo racional, con osadía, y lo que ella antes organizaba por su cuenta, ahora lo voy a hacer cristalizar.
    MEFISTÓFELES
    Aquel que ha vivido mucho, ha tenido muchas experien¬cias. No puede encontrarse con nada nuevo en este mundo. En mis años de viaje he visto ya muchos pueblos cristalizados.
    WAGNER (Siempre muy atento a la redoma.)
    Esto sube, centellea, se conglomera; en un momento es¬tará hecho. Un gran proyecto siempre parece al principio obra de un demente, pero riámonos del azar, un cerebro que puede pensar bien, creará con el tiempo un pensador. (Observando entusiasmado la redoma.) Una suave fuerza hace que resuene el vidrio; se enturbia, se aclara, por lo tanto tiene que surgir. Ya veo un hombrecito moviéndose graciosamente. ¿Qué más queremos?, ¿qué más nos exige el mundo? El misterio ha sido desvelado y está a plena luz. Prestad oídos a este sonido, se va a convertir en voz, se va a hacer lenguaje.
    HOMÚNCULO (Dirigiéndose a WAGNER desde la redoma.)
    ¿Qué tal, papaíto? Ya veo que no ha sido una broma. ¡Ven y abrázame con ternura contra tu pecho!, pero no lo hagas muy fuerte, no sea que se rompa el vidrio. Fijaos en la natu¬raleza de las cosas: mientras a lo natural ni siquiera parece bastarle el mundo, lo artificial sólo requiere un reducido es¬pacio. (A MEFISTÓFELES.) Primo, ¿te ha dado por llegar en el momento justo, eh, sinvergüenza?; te lo agradezco. La buena suerte te ha traído aquí con nosotros. Ya que existo, he de mostrarme activo. Quiero afanarme enseguida a trabajar. Tú eres capaz de acortarme el camino.
    WAGNER
    ¡Sólo una palabra! Hasta hoy tuve que avergonzarme, pues los viejos y los jóvenes me atormentaban con problemas. Por ejemplo, nadie ha podido entender cómo el alma y el cuerpo, compenetrándose tan bien y estando tan estrecha¬mente unidos que al parecer nadie puede separarlos, estén siempre amargándose mutuamente la vida. Además…
    MEFISTÓFELES
    ¡Alto ahí! Yo preferiría preguntar: ¿por qué el marido y la mujer se llevan tan mal? Esto, amigo mío, nunca llegarás a aclararlo. Aquí hay mucho que hacer, y trabajar es preci¬samente lo que quiere el pequeño.
    HOMÚNCULO
    ¿Qué hay que hacer?
    MEFISTÓFELES (Señalando una puerta lateral.)
    ¡Muestra aquí tu aptitud!
    WAGNER (Sin dejar de mirar la redoma.)
    ¡Eres verdaderamente el más encantador de los mucha¬chos!

    (La puerta lateral se abre y se ve a FAUSTO tendido en el lecho.)

    HOMÚNCULO (Sorprendido.)
    ¡Impresionante!

    (La redoma se escapa de las manos de WAGNER, flota sobre FAUSTO y lo ilumina.)

    Está rodeado por lo bello. En las aguas cristalinas y en las tupidas arboledas, unas mujeres se desnudan. ¡Son las más hermosas y deseables! Esto cada vez es mejor. Pero hay una que se distingue esplendorosamente de todas. Ella pone su pie sobre la translúcida claridad. La suave llama de la vida que anima ese noble cuerpo se atempera en el lábil cristal de las ondas. Pero, ¿qué es ese ruido de alas agitadas?, ¿qué agitar y qué chapoteo de alas perturba este pulido espejo? Las muchachas huyen asustadas, pero sola se queda la reina mirando y ve, con orgulloso placer femenino, cómo el príncipe de los cisnes se aprieta con impertinente mansedumbre contra sus rodillas. El parece familiarizarse. De repente un vapor se empieza a elevar y los cubre con un tupido manto. Es la más bella de todas las escenas.
    MEFISTÓFELES
    ¿Qué no nos contarás? Con todo lo pequeño que eres, tie¬nes una gran fantasía. Yo no veo nada.
    HOMÚNCULO
    Y lo creo. Tú eres del norte y creciste en la época de las nieblas, en un desolado paraje de caballería y entusiasmo clerical, ¡cómo iba a estar libre tu mirada! Sólo te sientes bien entre tinieblas. (Mirando alrededor.) ¡Piedra rene¬grida, enmohecida, repugnante, arcos ojivales, volutas, todo ruin! Si este se despertara, habría otro problema, pues moriría de inmediato. Los manantiales del bosque, los cisnes, las bellas desnudas, ese era su sueño lleno de presentimientos. Yo, el más acomodaticio de los seres, apenas podría haberlo soportado. Partamos ahora con él.
    MEFISTÓFELES
    Seguro que el viaje será de mi agrado.
    HOMÚNCULO –
    ¡Manda al guerrero al combate!, ¡lleva a la muchacha al baile!, y así todo quedará arreglado. Ahora que lo re¬cuerdo, precisamente hoy es la noche clásica de Walpur¬gis. No hay mejor ocasión para llevar todo a su propio elemento.
    MEFISTÓFELES
    Jamás oí hablar de tal cosa.
    HOMÚNCULO
    ¿Cómo podría haber llegado a tus oídos? Tú sólo conoces a los fantasmas románticos, un auténtico fantasma ha de ser también clásico.
    MEFISTÓFELES
    Entonces, ¿adónde he de emprender el viaje? Ya estoy hastiado de mis colegas de la Antigüedad.
    HOMÚNCULO
    Satán, al noroeste está tu región preferida, pero esta vez navegaremos rumbo hacia el sureste. Por un amplio valle fluye libre el Peneo formando tranquilos y húmedos re¬mansos rodeados de árboles y matorrales; la llanura se ex¬tiende hasta alcanzar los montes y las gargantas, y arriba, vieja y nueva a la vez, está Farsalia.
    MEFISTÓFELES
    ¡Oh, no!, ¡déjate de eso!, y no me hables de luchas de la tiranía contra la esclavitud. Eso me enfada, pues apenas ya todo se ha tratado, ellos empiezan de nuevo, pero nadie se da cuenta que es Asmodeo el que está detrás. Se ba¬ten, según dicen, por el derecho a la libertad, pero si se mira bien es una lucha de siervos contra siervos.
    HOMÚNCULO
    ¡Deja al hombre con sus discordias! Cada cual debe de¬fenderse como puede desde niño y así aprenderá a hacerse hombre. Ahora tan solo se trata de saber si este hombre puede sanar. Si dispones de un remedio, haz aquí mismo la prueba; si no puedes hacer nada, déjamelo a mí.
    MEFISTÓFELES

  10. Se podría probar con algo del Brocken, pero a todo ello le han echado el candado pagano. El pueblo griego nunca valió mucho, pero os deslumbra con el libre juego de los sentidos y seduce el corazón humano con alegres peca¬dos, mientras que los nuestros siempre se verán tenebro¬sos. Y ahora, ¿qué hay que hacer?
    HOMÚNCULO
    Tú no eres apocado y si te hablo de las hechiceras de Te¬salia, creo que esto te dirá algo.
    MEFISTÓFELES (Con lascivia.)
    ¡Las hechiceras de Tesalia! ¡Muy bien!, son personas de las que me informé hace mucho tiempo. Vivir con ellas noche tras noche no creo que sea agradable, pero sí que se puede intentar hacerles una visita…
    HOMÚNCULO
    Trae aquí la capa y envuelve al caballero adormecido. Ese guiñapo os llevará, como siempre, a uno y a otro; yo iré delante alumbrándoos.
    WAGNER (Con temor.)
    ¿Y yo?
    HOMÚNCULO
    Tú, mientras tanto, quédate en casa y haz algo importante. Desenrolla los viejos pergaminos, reúne elementos vitales según las prescripciones y añade con cuidado unos a otros. Mientras yo, al recorrer el mundo, tal vez descubra el punto sobre la i. Entonces habré alcanzado el premio, hay que esforzarse por tal recompensa: oro, honor, fama, una vida sana y larga, y también quizá ciencia y virtud. ¡Adiós!
    WAGNER (Desolado.)
    ¡Adiós!, siento el corazón oprimido. Me temo que no vol¬veré a verte nunca más.
    MEFISTÓFELES
    Bajemos el Peneo. Habrá que hacer caso al primo. (A los espectadores.) Al final, dependemos de las criaturas que hemos hecho.

    [align=center]NOCHE DE WALPURGIS CLÁSICA

    (Campos de Farsalia.)

    (Oscuridad.)[/align]

    ERICTO
    A la horrible fiesta de esta noche, como otras veces, vengo yo, Ericto, la oscura, la sombría. No soy tan repugnante como los insolentes poetas, exagerando, me achacan. Ellos no dejan jamás de elogiar y vituperar. El amplio va¬lle palidece ante la gris onda de las tiendas de campaña como si fuera el recuerdo de la noche más turbadora y si¬niestra. ¡Cuántas veces se repite y se renovará eterna¬mente! Nadie cede su dominio a otro, y este no lo cede a otro que lo ha obtenido por la fuerza y por la fuerza lo do¬mina. No hay nadie que, incapaz de dominarse a sí mismo, no desee dominar la voluntad del vecino siguiendo un terco afán. Aquí mismo, con la guerra, se dio buena mues¬tra de cómo a la violencia se opuso una violencia mayor, de cómo se destroza la hermosa guirnalda de mil flores de la libertad, de cómo el recio laurel se dobla para colocarse sobre la cabeza del dominador. Aquí soñaba Pompeyo el Magno con el primer florido día de grandeza. Allí César velaba atento observando el fiel de la balanza. Iban a me¬dirse y sabe el mundo a quién le sonrió la suerte.
    Los fuegos de la guardia refulgen despidiendo llamas rojizas, el suelo exhala el vaho de la sangre vertida y, atraí¬da por el extraño resplandor de la noche, se reúne la le¬gión del mito helénico. En torno a las hogueras, se cierne o se detiene la agradable imagen fabulosa de la época an¬tigua. La luna, aunque no está llena, se eleva difundiendo su tenue brillo por todas partes. El espejismo de las tien¬das de campaña desaparece, los fuegos arden con llamas azuladas. Pero, encima de mí, ¿qué meteoro inesperado se cierne sobre mí? Un globo corpóreo despide su luz e ilu¬mina. Siento la vida. En este caso no debo acercarme a un ser viviente pues soy fatal para él. Esto me ha dado mala fama y no me reportará ningún beneficio. Ya desciende. Después de pensarlo bien, me voy. (Se aleja.)

    (Los que viajan por el aire están arriba.)

    HOMÚNCULO
    Flota en círculo otra vez,
    sobre las llamas y el miedo,
    en el valle y el abismo,
    todo parece espectral.
    MEFISTÓFELES
    Desde mi vieja ventana
    en el solitario Norte
    veo espantosos fantasmas.
    Estoy tan bien como en casa.
    HOMÚNCULO
    Mira aquella procesión
    que avanza ante nosotros.
    MEFISTÓFELES
    Es como si se asustaran
    al ver que vamos volando.
    HOMÚNCULO
    Déjalos, pon en el suelo
    a tu caballero, pronto
    a la vida volverá
    desde su reino de fábula.
    FAUSTO (En contacto con el suelo.)
    ¿Dónde está ella?
    HOMÚNCULO
    No sabríamos decírtelo, pero tal vez se pueda averiguar. Dándote prisa, si quieres, puedes seguir su rastro de llama en llama antes de que amanezca. Aquel que se ha atrevido a llegar hasta las Madres, no tiene ya nada que superar.
    MEFISTÓFELES
    Yo también vengo aquí por interés. Por eso no se me ocu¬rre nada mejor para nuestro éxito que cada cual tiente su propia aventura. Luego, para reunirnos, enciende y haz que suene tu linterna, pequeño.
    HOMÚNCULO
    Tan pronto como luzca, sonará.

    (El vidrio suena y brilla con intensidad.)

    Ahora busquemos prestos nuevas maravillas.
    FAUSTO (Solo.)
    ¿Dónde está? Dejaré de preguntar.. Si no era este el suelo que pisaba, si no era esta la ola que rompía a sus pies, este es el aire que hablaba su lenguaje. ¡Aquí!, ¡por un prodi¬gio!, ¡aquí en Grecia! Enseguida sentí el suelo que pisé. Desde que, en mi sueño, un espíritu me enardeció, mi ánimo es el de un Anteo, y, aunque encontrara lo más extraño aquí reunido, recorrería de un lado a otro este la¬berinto de llamas. (Se aleja.)

    [align=center]EN EL ALTO PENEO[/align]

    MEFISTÓFELES (Buscando un rastro.)
    Yendo de uno a otro de estos pequeños fuegos, me en¬cuentro totalmente extraño; casi estoy totalmente des¬nudo, sólo llevo una camisa. Las esfinges descaradas, los grifos desvergonzados y qué sé yo cuántos seres mele¬nudos y alados se reflejan en el ojo por delante y por de¬trás… Es cierto que nosotros también somos indignos, pero la Antigüedad me parece demasiado frívola: habría que controlarla siguiendo el gusto más moderno y reves¬tirla, variopinta, a la moda. ¡Qué gente más repugnante!, pero, no por ello podré dejar de saludarla, ya que soy su nuevo huésped. ¡Salud a las bellas mujeres, salud a los sa¬bios ancianos!
    UN GRIFO (Rugiendo.)
    No somos ancianos, somos grifos. A nadie le gusta ser lla¬mado anciano. Las palabras suenan según sea su proce¬dencia, que es la que las determina: «gris», «grimoso», «gruñón», «gruta», «grito» son etimológicamente seme¬jantes, pero nos resultan malsonantes.
    MEFISTÓFELES
    Y, sin desviarnos del tema, «garra» va muy bien con el tí¬tulo nobiliario de «grifo».
    GRIFO (Sigue rugiendo.)
    ¡Naturalmente! Se ha probado la afinidad: se ha afir¬mado ya muchas veces, pero ha sido aún más alabada. No hay más que echarle la garra a las muchachas, a las coronas, al oro: la mayoría de las veces la fortuna sonríe al rapaz.
    HORMIGAS (De un tamaño colosal.)
    Ya que habláis de oro, os diremos que hemos reunido mu¬cho y lo acumulamos en rocas y cavernas. El pueblo de los Arimaspos lo descubrió y se ríen por habérselo llevado.
    GRIFO
    ¡Ya haremos que confiesen!
    ARIMASPOS
    Pero que no sea en esta noche de júbilo. De aquí a ma¬ñana lo habremos derrochado todo. Esta vez nos saldre¬mos con la nuestra.
    MEFISTÓFELES (Que se ha situado entre las ESFINGES.)
    ¡Qué fácilmente y con qué gusto me acostumbro a esto! Los voy conociendo uno por uno.
    UNA ESFINGE
    Exhalamos nuestro grito espiritual y vosotros le vais dando cuerpo. Ahora nómbrate para que te conozcamos mejor.
    MEFISTÓFELES
    La gente cree nombrarme con multitud de nombres. ¿Hay aquí británicos? Como suelen viajar tanto en busca de campos de batallas, saltos de agua, muros derruidos, mo¬numentos clásicos cubiertos de musgo, este sería para ellos un lugar digno de visitarse. También atestiguarían que, en las antiguas obras teatrales, desempeñaba el papel de «old Iniquity».
    LA ESFINGE
    Y ¿cómo se llegó a eso?
    MEFISTÓFELES
    No sé cómo.
    LA ESFINGE
    Puede ser. ¿Entiendes algo de estrellas? ¿Qué dices de la hora presente?
    MEFISTÓFELES (Mirando al cielo.)
    La estrella persigue a la estrella, la luna, que ya no está llena, brilla con luz clara, y yo me encuentro muy bien en este sitio agradable, calentándome junto a tu piel de león. Sería una lástima subir hasta esas alturas. Propón algún enigma o por lo menos una charada.
    LA ESFINGE
    Defínete sólo a ti mismo. Eso será ya un enigma. Intenta revelarte en lo íntimo. «Tan necesario para el piadoso como para el malvado; para uno es una coraza con que ejercitarse en la esgrima ascética; para el otro, un compa¬ñero que le ayuda a cometer locuras, y lo uno y lo otro sólo para divertir a Zeus.»
    PRIMER GRIFO (Rugiendo.)
    Ese tipo no me gusta.
    SEGUNDO GRIFO (Rugiendo más fuerte.)
    ¿Qué está buscando aquí?
    AMBOS A LA VEZ
    Ese mamarracho está de más aquí.
    MEFISTÓFELES (Brutalmente.)
    ¿Crees tal vez que las uñas del huésped no arañan tan bien como tus afiladas garras? ¡Pruébalo y verás!
    ESFINGE (Afable.)
    Puedes quedarte cuanto quieras, pero tú mismo te aparta¬rás de nosotros. En tú país te encontrarás a gusto, pues, si no me equivoco, aquí no te sientes muy bien.
    MEFISTÓFELES
    Eres muy atractiva mirada desde arriba, pero la bestia que hay abajo me espanta.
    ESFINGE
    ¡Farsante! Vas a cumplir tu amarga penitencia, pues nues¬tras garras están sanas; tú, por tu parte, con esa pata coja de caballo no encontrarás acomodo en nuestra sociedad.

    (Las SIRENAS preludian desde arriba.)

    MEFISTÓFELES
    ¿Cuáles son los pájaros que están meciéndose en las ra¬mas de los álamos del río?
    ESFINGE
    ¡Ten cuidado! Ese canturreo ya trajo la perdición a los mejores.
    SIRENAS
    ¿Por qué os echáis a perder
    rodeados de monstruos deformes?,
    hemos venido en grandes grupos,
    oíd los armoniosos cantos
    que son propios de las sirenas.
    ESFINGES (Mofándose de ellas con la misma melodía.)
    ¡Obligadlas a descender!
    Están ocultando en las ramas
    sus horribles garras de azor
    para atraparos sin piedad,
    si es que oídos les prestáis.
    SIRENAS
    Dejemos los odios y envidias.
    Reunamos las alegrías
    esparcidas por todo el cielo.
    ¡Tanto la tierra como el agua
    den la bienvenida al gran huésped
    con su semblante más sonriente!
    MEFISTÓFELES
    He aquí las buenas nuevas; el sonido de la garganta y el de las cuerdas que se funden uno con otro. Para mí los gorjeos ya se acabaron; me provocan un cosquilleo en los oídos, pero no me llegan al corazón.
    ESFINGES
    No hables del corazón. Es vano. Una desgastada bolsa de cuero es lo que mejor le va a tu cara.
    FAUSTO (Entrando.)
    ¡Qué maravilla! El espectáculo me llena de satisfacción. En medio de lo monstruoso veo trazos grandes y vigoro¬sos. Presiento una suerte favorable. ¿Adónde me lleva esta imponente visión? (Señalando a las ESFINGES.) Ante estas estuvo Edipo. (Señalando a las SIRENAS.) Ante estas se retorció Ulises con sus ataduras de cáñamo. (Señalando. a las HORMIGAS.) Estas acumularon el más grande de los tesoros. (Señalando a los GRIFOS.) Y estos lo custodiaron fielmente y sin tacha. Me encuentro poseído por un nuevo espíritu, las figuras son grandes y los recuerdos también.
    MEFISTÓFELES
    En otra ocasión los hubieras ahuyentado con maldiciones, pero ahora parece interesarte, pues allá donde se busca a la mujer amada hasta los monstruos son bienvenidos.
    FAUSTO (A las ESFINGES.)
    Vosotras, imágenes de mujeres, debéis contestarme: ¿al¬guna de vosotras ha visto a Helena?
    ESFINGES
    No llegamos a vivir en su época. Hércules mató a la úl¬tima de nosotras. Podrías informarte por Quirón, que anda galopando por aquí en esta noche espectral. Si se detiene por ti, ya habrás avanzado mucho.
    SIRENAS
    Pero eso no te haría falta.
    Ulises pasó a nuestro lado
    despacio y lanzando improperios,
    mas mucho podría contarte.
    Todo te lo revelaremos
    cuando te afinques con nosotras
    en el reino del verde mar.
    UNA ESFINGE
    No te dejes engañar, noble señor. En vez de atarte como Ulises, lígate a nuestros buenos consejos; si puedes en¬contrar al magnífico Quirón, sabrás lo que te prometí.

    (FAUSTO se aparta.)

    MEFISTÓFELES (Desolado.)
    ¿Qué aves pasan graznando y batiendo las alas? Van tan rápido que apenas se puede ver, siempre una detrás de otra, agotarían a cualquier cazador.
    LA ESFINGE
    Comparables a los golpes de viento en tempestad, apenas son sólo alcanzables por las flechas de Alcides. Son las veloces Estinfálidas, con su pico de buitre y sus patas de ganso. Les gustaría mostrarse en nuestros círculos como parientes nuestras.
    MEFISTÓFELES (Como azorado.)
    Hay otra cosa que silba por ahí.
    LA ESFINGE
    No temas por esos. Son las cabezas de la Hidra de Ler¬na. Están separadas del tronco y se creen algo. Pero di, ¿qué te pasa?, ¿qué gestos más nerviosos?, ¿adónde quie¬res ir? ¡Vete si quieres! Ya veo que ese coro hace que vuel¬vas la cara. No te fuerces. Ve a mirar esas bellas caras. Son las lamias, refinadas y deliciosas rameras, con la sonrisa en los labios y rostros insolentes, como les gusta a los sátiros. Tu pie de cabrón puede aventurarse sin miedo en ese terreno.
    MEFISTÓFELES
    Pero, vosotras, ¿os quedaréis aquí para que os encuentre?
    ESFINGES
    Sí, mézclate con esa gente alegre, nosotras que somos de Egipto, estamos ya acostumbradas desde hace mucho tiempo a reinar durante miles de años. Respetad nuestra posición y así seguiremos regulando el paso de los días y las fases lunares.

    Nos sentamos delante de las pirámides
    como supremo tribunal de los pueblos;
    a pesar de ver riadas, paz y guerra,
    nada varía nuestro rostro impertérrito.

    [align=center]EN EL BAJO PENEO[/align]

    (PENEO rodeado de corrientes de agua y NINFAS.)
    PENEO
    ¡Avívate, susurro que te filtras por entre los juncos! iSo¬pla suave, hermana de las cañas; zumbad, matas ligeras junto a los sauces; habladme al oído, cimbreantes ramas de los álamos, cuando continúe mi sueño interrumpido! Un estruendo terrible me ha despertado, es un temblor que todo lo sacude, me priva de mi paz y me obliga a salir de mi undosa corriente.
    FAUSTO (Avanzando hacia el río.)
    Si no he oído mal, debo creer que, detrás de esta cerrada vegetación, de estas ramas, de estos matorrales, suena algo parecido a la voz humana. La ondulación de las aguas crea un parloteo, las brisas parecen bromear.
    NINFAS (A FAUSTO.)
    Lo que debes hacer
    es tenderte sereno,
    reposar en fresco lecho
    tus miembros fatigados,
    disfrutar de esa paz
    que siempre te rehúye.
    A tu lado estaremos
    dulces y susurrantes.
    FAUSTO
    Ya despierto. Dejad que reinen estas formas incomparables tal como están dispuestas ahí a mi vista. ¡Estoy tan maravi¬llosamente rodeado! ¿Esto son sueños o recuerdos? En otra ocasión ya te sentiste igual de afortunado. Las corrientes de agua se deslizan por la frescura de los espesos arbustos mansamente movidos. Las aguas no corren raudas, apenas avanzan. De todos los puntos brotan cientos de fuentes que se reúnen en un hondo y calmado remanso que invita al baño. Sanos cuerpos de mujer, duplicados por el húmedo espejo, deleitan la mirada. Luego se bañan juntas con ale¬gría, unas nadando atrevidas, otras braceando temerosas y todo acaba con un gran griterío y una batalla en el agua. De¬biera satisfacerme y bastarme esto, mis ojos debieran rego¬cijarse, pero mi pensamiento me impulsa a ir más lejos. Mi mirada se dirige con agudeza a la rica envoltura vegetal tras la que se esconde la distinguida reina. ¡Es maravilloso! También vienen cisnes que proceden de los hondones de los arroyos y avanzan majestuosos. Se balancean con suavidad, son delicadamente sociables, pero orgullosos y seguros de sí mismos. Ved cómo mueven la cola y el pico. Pero hay uno de ellos que parece pavonearse con especial osadía y complacencia y navega adelantando a todos. Su plumaje se ahueca hinchándose y se convierte en una ola que, aumen¬tando el ondular de las aguas, se acerca al santo lugar. Los otros van de acá para allá con un plumaje liso y brillante, pero pronto entablan una viva y aparatosa lucha para apar¬tar a las muchachas de allí, pues no quieren ponerse al ser¬vicio de ellas, sino sólo preservar su propia seguridad.
    NINFAS
    Arrimad el oído, hermanas,
    a la orilla y su pendiente verde.
    Creo no equivocarme. Resuena
    un eco de cascos de caballo.
    ¡Si supiera quién traerá esta noche
    el rápido y esperado mensaje!
    FAUSTO
    Me parece como si la tierra temblara resonando al trote de un caballo. ¡Mira ahí, vista mía! ¿Debe llegar ya a mí un destino favorable? ¡Oh, maravilla sin igual! Viene un ji¬nete al trote, parece virtuoso de espíritu y lleno de valor, lo lleva un caballo de deslumbrante blancura. No me equi¬voco, lo conozco, es el famoso hijo de Filira. ¡Deténte, Quirón!, ¡alto!, ¡tengo que decirte…!
    QUIRÓN
    ¿Qué ocurre?, ¿qué pasa?
    FAUSTO
    Modera tu paso.
    QUIRÓN
    No me detendré.
    FAUSTO
    Entonces, por favor, llévame contigo.
    QUIRÓN
    Sube, así podré preguntarte a mi manera: ¿adónde vas? Te encuentras en esta orilla. Estoy dispuesto a llevarte, cru¬zándolo, al otro lado del río.
    FAUSTO
    Adonde quieras. Por siempre te estaré agradecido. A ti, al gran hombre, al noble pedagogo que, para su gloria, educó a una generación de héroes, la ilustre estirpe de los nobles argonautas y todos cuantos fundaron el mundo del poeta.
    QUIRÓN
    Dejemos eso en su lugar. La misma Palas no mereció ho¬nores cuando hizo las veces de Mentor. Al final, los dis¬cípulos se comportan como si no hubieran sido educados.
    FAUSTO
    Al médico que nombra cada planta, que conoce las raíces, que da salud al paciente y alivio al herido, yo le abrazo estrechamente el alma y el cuerpo.
    QUIRÓN
    Cuando a mi lado caía herido un héroe, sabía auxiliarlo y aconsejarlo, pero al final confié mi arte a curanderas y sa¬cerdotes.
    FAUSTO
    Tú eres de verdad el gran hombre que no puede escuchar alabanzas. Procura esquivarlas modestamente y hace como si hubiera iguales a él.
    QUIRÓN
    Me pareces diestro en el fingir y para adular tanto al prín¬cipe como al pueblo.
    FAUSTO
    Con todo, tendrás que confesar que has visto a los más grandes de tu época, que rivalizaste en proezas con el más valioso y que tu vida fue casi la de un dios. Pero entre las figuras heroicas, ¿quién fue para ti el más grande?
    QUIRÓN
    Entre los argonautas cada cual fue valiente a su modo y según la fuerza que tenía podía bastarse allí donde a los demás la fuerza les faltaba. Los Dióscuros siempre ven¬cieron donde prevalecían la plenitud juvenil y la belleza. La decisión y la diligencia en la acción fue la mejor de las cualidades de los Boréades. Reflexivo, enérgico, listo y presto al consejo, así mandaba Jasón, muy atractivo para las mujeres. Orfeo, tierno y siempre tímidamente discreto, superó a todos tañendo la lira. Linceo, con su penetrante vista, tanto de día como de noche, condujo la nave entre escollos y ante las playas. El peligro sólo se corre en co¬mún. Cuando uno de ellos actúa, los demás lo alaban.
    FAUSTO
    ¿No vas a decir nada de Hércules?
    QUIRÓN
    ¡Oh, dolor! No renueves mis pesares… Nunca había visto a Febo ni a Ares ni a Hermes, como se les llama, cuando vi ante mis ojos al que todos los hombres ensalzan como divino. Era rey de nacimiento, era magnífico contem¬plarlo de joven, pero estaba sometido a su hermano ma¬yor y también a las mujeres más bellas. Gea no volverá a engendrar a un segundo Hércules, ni Hebe lo llevará al Empíreo; en vano se afana la poesía y en vano se ator¬menta a la piedra.
    FAUSTO
    Por mucho que se fatiguen los escultores, nunca llegará a tener un aspecto tan impresionante. Ya has hablado del hombre más hermoso, ¡habla ahora de la mujer más be¬lla!
    QUIRÓN
    La belleza femenina no significa nada; con demasiada fre¬cuencia es una imagen estática que mana felicidad y ale¬gría de vivir. La belleza se satisface a sí misma, la gracia es lo que la hace irresistible, como ocurrió con Helena cuando la llevé.
    FAUSTO
    ¿Tú la llevaste?
    QUIRÓN
    Sí, sobre estos lomos.
    FAUSTO
    ¿Acaso no estoy ya suficientemente fascinado para que ocupar tal lugar me colme de alegría?
    QUIRÓN
    Ella se agarraba a mi cabellera como tú lo haces.
    FAUSTO
    ¡Oh!, yo me pierdo por completo. ¡Cuéntame cómo ocu¬rrió! Ella es mi único anhelo. ¿Dónde la recogiste y a qué lugar la llevaste?
    QUIRÓN
    Es fácil contestar a tu pregunta. Los Dióscuros habían li¬berado en aquel tiempo a su pequeña hermana de sus rap¬tores. Estos, no acostumbrados a ser vencidos, cobraron energías y se lanzaron con fuerzas sobre ellos. Los panta¬nos de las cercanías de Eleusis atajaron la rápida carrera de los hermanos, ellos los vadearon, y yo haciendo chapo¬tear el agua, nadé hasta la orilla opuesta. Entonces ella saltó a tierra y, pasando la mano por mis crines mojadas, me acarició y me dio las gracias con discreta amabilidad y desenvoltura. ¡Qué atractiva! ¡Era una delicia para los ojos de un anciano!
    FAUSTO
    ¡Y tan sólo tenía diez años!
    QUIRÓN
    Los filólogos te han llevado al error en el que ellos están inmersos. Es singular lo que ocurre con esta mujer mito¬lógica; el poeta la representa como le conviene hacerlo: nunca es mayor de edad, nunca envejece, siempre tiene un apetecible aspecto; es raptada de joven y de vieja es aún galanteada. En una palabra, el poeta no está atado a ningún tiempo.
    FAUSTO
    Bien, que tampoco a ella le imponga sus ligaduras el tiempo. Cuando Aquiles la encontró en Feres estaba fuera de todo tiempo. ¡Qué rara dicha es haber obtenido el amor contra el destino! ¿No podría yo, anhelante energía, darle vida a esa forma única, esa criatura eterna, del mismo origen que los dioses, tan grande como tierna, tan majestuosa como amable? Tú la viste hace mucho, yo la he visto hoy, tan bella como atractiva, tan anhelada como bella. Ella ha hecho fuertemente presa de mi pensamiento y mi ser. No puedo vivir, si es que no puedo obtenerla.
    QUIRÓN
    Estimado extranjero, como hombre, estás fascinado, pero entre los espíritus das la impresión de tener trastornada la cabeza. Por fortuna, todo parece coincidir para ponerse a tu favor; pues todos los años, sólo durante un breve tiempo, acostumbro a ir a casa de Manto, hija de Escula¬pio. En silenciosa oración, ella implora a su padre para que, a fin de encontrar su gloria, ilumine por fin la razón de los médicos y los aparte del homicidio temerario. De todas las sibilas ella es la que más aprecio; no se mueve grotescamente, es discreta y benefactora. Si te quedas aquí algún tiempo, ella te curará valiéndose de las propie¬dades de las raíces.
    FAUSTO
    No quiero ser curado. Mi espíritu es poderoso. Si me cura¬ran sería tan vulgar como los demás.
    QUIRÓN
    No desaproveches la curación que procede de tan rico ma¬nantial. Apéate ya. Hemos llegado.
    FAUSTO
    Dime, ¿a qué lugar de tierra firme me has traído en medio de la tétrica noche y a través de orillas arenosas?
    QUIRÓN
    Aquí, con el Peneo a la derecha y el Olimpo a la iz¬quierda, Roma y Grecia pugnaron por el vastísimo reino que se pierde ante la vista. El rey huye, el ciudadano triunfa. Levanta la vista. Aquí cerca e iluminado por la claridad de la luna, se muestra imponente el templo eterno.
    MANTO (Dentro del templo, soñando.)
    Cascos de caballo resuenan en el suelo sagrado. Parecen acercarse aquí unos semidioses.
    QUIRÓN
    Justamente, ¡abre los ojos!
    MANTO (Despertando.)
    ¡Bienvenido! Ya veo que no faltas a tu cita.
    QUIRÓN
    ¿Sigue aún en pie el templo que te sirve de morada?
    MANTO
    ¿Continúa tu infatigable vagabundeo?
    QUIRÓN
    ¿Sigues viviendo en el reposo mientras yo gusto de dar vueltas por ahí?
    MANTO
    Yo persisto en mi posición. El tiempo va dando vueltas alrededor de mí. ¿Y ese quién es?
    QUIRÓN
    La malhadada noche, en su torbellino, le ha traído aquí. Piensa locamente en Helena, a Helena quiere conquistar y no sabe cómo ni por dónde empezar. Está mucho más ne¬cesitado que otros de una cura de Esculapio.
    MANTO
    Amo al que desea lo imposible. (QUIRÓN se ha marchado ya.) Entra, temerario, debes alegrarte. Esta oscura senda lleva a la mansión de Perséfone. En la hueca base del Olimpo, está atenta esperando la visita prohibida. Aquí en otro tiempo introduje a Orfeo. ¡Aprovéchalo más! ¡Ade¬lante! Con valor.

    (Los dos descienden.)

    [align=center]EN EL ALTO PENEO[/align]

    SIRENAS
    ¡Lanzaos a la corriente del Peneo! Es muy agradable na¬dar chapoteando en sus aguas y entonar canción tras can¬ción para el bien del desgraciado pueblo. No hay salva¬ción sin el agua. Vayamos formando un espléndido ejército con rapidez hacia el mar Egeo y allí tendremos todos los placeres.

    (Tiembla la tierra.)

    Vuelve otra vez la ola con toda su espuma, ya no fluye ba¬jando por la pendiente de su lecho. El fondo del río se re¬mueve, el agua hace empuje, la masa de arena y la playa se agrietan humeantes. ¡Huyamos! ¡Vamos todas juntas, vamos! Lo extraordinario no le aprovecha a nadie. Id, vi¬sitantes nobles y alegres, a las alegres fiestas marinas, id refulgentes a ver cómo las olas temblorosas al romperse en la orilla se hinchan ligeramente. Allí donde luce la luna con redoblado brillo y nos refresca con su sagrado rocío. Allí hay una vida que se mueve con toda libertad, aquí hay un angustioso terremoto. Huyan todos los que sean prudentes. El horror reina en este lugar.
    SEÍSMOS (Rugiendo y haciendo ruido.)
    Empujemos con fuerza una vez más; elevemos los hom¬bros. Así llegaremos a lo alto, donde todo ha de sucumbir ante nosotros.
    ESFINGES
    Qué temblor más repulsivo, qué horrible y aborrecible tormenta. Qué estremecimiento, qué oscilación, qué bam¬boleo nos lleva de acá para allá. ¡Qué fastidio más insufri¬ble! Sin embargo, no nos cambiaríamos de sitio aunque se desatara toda la fuerza del infierno. Ahora se eleva una bóveda maravillosa. Es él mismo, ese viejo hace mucho tiempo encanecido que hizo surgir la isla de Delos de las olas del mar por el amor de una mujer parturienta. Con esfuerzos, apretones y haciendo firmemente empuje con los brazos rígidos y la espalda encorvada, semejante a un Atlas en sus movimientos, elevó el suelo, la hierba, la ar¬cilla, los terrenos pantanosos y los terrones, la arena y el barro, los lechos que reposan en nuestra orilla. Así desga¬rra, de un lado a otro, la serena alfombra del valle. Esfor¬zándose al máximo, sin cansarse nunca, como una colosal cariátide, lleva a cuestas un entramado de piedras hun¬dido en el suelo hasta la cintura. Pero las cosas no segui¬rán adelante, las esfinges ya han ocupado su sitio.
    SEÍSMOS
    Se reconocerá al fin que yo he logrado esto. Si yo no me hubiera estremecido y conmovido, ¿cómo podría ser tan bello el mundo? ¿Cómo se habrían remontado las monta¬ñas al éter puro y azul, si no las hubiera elevado para que ofrecieran un aspecto pintoresco y encantador? Cuando en presencia de nuestros primeros antepasados, la Noche y el Caos, yo me porté con bravura, jugué en compañía de los titanes ,con el Pelión y el Osa. En nuestro ardor juve¬nil, seguimos haciendo locuras, hasta que fatigados al fin, como unos canallas, le colocamos al Parnaso dos montes como si fueran un sombrero de dos picos. Apolo mora allí rodeado del alegre coro de las musas, y a Júpiter y a las flechas de sus rayos yo les erigí un alto trono. Ahora, con un enorme esfuerzo, he surgido del abismo e invito a una nueva vida a sus alegres habitantes.
    ESFINGES
    Habría que reconocer que esta montaña es antiquísima si es que nosotras mismas no la hubiéramos visto surgir del suelo. Un frondoso bosque se extiende hacia arriba, pero aún se oprimen unas peñas contra otras. Pero una esfinge no se inmutará por ello; nosotras desde nuestro asiento sa¬grado no nos dejaremos turbar.
    GRIFOS
    Oro en panes, oro en láminas veo vibrar a través de las grietas. No os dejéis robar un tesoro tan valioso. Venga, hormigas, a extraerlo.
    CORO DE HORMIGAS
    Como aquellos gigantes
    lograron extraerlo,
    vosotras, pies inquietos,
    subid hasta la cumbre.
    Entrad y salid rápido.
    En esas hendiduras,
    todas las migajitas
    son dignas de buscarse.
    Hasta lo diminuto
    tenéis que descubrir
    con vuestra gran presteza
    en todos los rincones.
    Debes ser diligente,
    multitud pululante.
    Apilad sólo el oro.
    Dejad atrás la escoria.
    GRIFOS
    ¡Adentro, adentro! ¡Todo el oro en montones! Pondremos nuestras garras encima. Estas son los mejores cerrojos. Así queda a buen recaudo el mayor de los tesoros.
    PIGMEOS
    Ya ocupamos verdaderamente nuestro sitio y no sabemos cómo ha ocurrido. No preguntéis de dónde venimos, puesto que al fin y al cabo estamos ahí. Para vivir con alegría todo país es apto; cuando se ve una grieta en las rocas, allí está el enano dispuesto a todo. El enano y la enana están prestos a trabajar, cada pareja de ellos es un modelo ejemplar. No sa¬bemos si todo esto sería igual en el paraíso, pero nos en¬contramos estupendamente aquí y con gratitud bendecimos nuestra estrella, pues tanto en el Este como en el Oeste la madre Tierra sigue con gusto engendrando.
    DÁCTILOS
    Si en una sola noche
    dio a luz a los pequeños,
    engendrará a los mínimos
    junto a sus semejantes.
    EL MÁS VIEJO DE LOS PIGMEOS
    Deprisa, ocupad
    el sitio más propicio.
    Deprisa, al trabajo,
    más rapidez que fuerza.
    Todavía hay paz.
    Fabricad en la fragua
    vuestros arneses y armas.
    Formemos un ejército.
    Que todas las hormigas,
    multitud diligente,
    nos consigan metales.
    Y a vosotros, los dáctilos,
    numerosos y mínimos,
    se os da el mandato
    de recoger madera.
    ¡Haced luego una hoguera,
    de misteriosas llamas,
    procuradnos carbón!
    GENERALÍSIMO DE LOS PIGMEOS
    Con el arco y las flechas,
    poneos ya en marcha.
    En el estanque aquel
    abatid esas garzas
    que en gran número anídan
    con orgullo jactándose.
    Hacedlo de un golpe,
    así todos nosotros
    ornaremos al fin
    nuestro yelmo y penacho.
    LAS HORMIGAS Y LOS DÁCTILOS
    ¿Quién nos defenderá?
    Extraemos el oro,
    ellos forjan cadenas.
    Para la libertad
    no ha llegado el momento,
    sigamos siendo dóciles.
    LAS GRULLAS DE IBICO
    Gritos y lamentos de muerte,
    angustioso batir de alas.
    ¡Qué suspiros, qué gimoteos
    se elevan para nuestro escarnio!
    Todos han sido aniquilados.
    Su sangre tiñó el mar de rojo.
    Una monstruosa codicia
    roba a las garzas sus adornos.
    El viento agita los penachos
    de esos ventrudos patizambos.
    Aliadas de nuestro ejército
    que surcáis el mar en hileras,
    os llamamos a la venganza
    pues esta es también nuestra causa.
    Que nadie reserve su sangre.
    Guerra eterna contra esa chusma.

    (Las GRULLAS se dispersan graznando.)

    MEFISTÓFELES (En la llanura.)
    Sé muy bien cómo manejar a las brujas del norte, pero con esos espíritus extranjeros no me encuentro a gusto. El Blocksberg sigue siendo un sitio muy cómodo, donde¬quiera que vaya uno se halla como en familia. La señora Ilse vela por nosotros desde su piedra, desde sus alturas se eleva Enrique alegremente. Es cierto que los Roncadores hablan en tono grosero a la Miseria, aunque todo está ase¬gurado por miles de años. Pero aquí, ¿quién sabe adónde va y dónde está, o si debajo de él el suelo no va a estallar? Me dejo llevar despreocupado por un agradabla valle y, de pronto, detrás de mí, se alza una montaña, que, a decir ver¬dad, no parece una montaña, y que es lo suficientemente alta como para separarme de mis esfinges. Aquí se agitan muchos fuegos que bajan por el valle y llamean en tomo a esta aventura. Aún danza y revolotea ante mí el galante coro, que me atrae mientras se aparta de mí de una forma burlesca. Sin embargo, calma. El que está acostumbrado a los caprichos, siempre busca algo que atrapar.
    LAMIAS (Atrayendo hacia ellas a MEFISTÓFELES.)
    Aprisa, más aprisa,
    ven cada vez más lejos.
    Luego, al detenernos,
    sin parar charlaremos.
    Es algo tan gracioso
    provocar la atracción
    del viejo pecador.
    Con su pie atrofiado
    se acerca cojeando
    y arrastrando su pierna,
    entretanto nosotras
    de él nos alejamos.
    MEFISTÓFELES (Deteniéndose.)
    Maldita suerte. Hombrecitos engañados, infelices seduci¬dos desde los tiempos de Adán. Nos volvemos viejos, pero quién sé vuelve juicioso. ¿No tienes ya suficientemente perdida la cabeza? Bien se sabe que no se puede obtener nada bueno de esas que llevan el corsé ceñido al cuerpo y las caras maquilladas. No tienen nada sano que ofrecernos, por donde quiera que se las agarre, sus miembros se des¬componen. Ya se sabe, se ve, y aunque pueda palparlo con las manos, uno baila el son que esas putas nos tocan.
    LAMIAS
    ¡Alto!, piensa y vacila, se detiene. Id a su encuentro para que no nos rehúya.
    MEFISTÓFELES (Continúa.)
    Vamos y no te dejes apresar estúpidamente en la red del titubeo, pues, si no hubiera ninguna bruja, ¿quién querría ser diablo?
    LAMIAS (Con extremada gracia.)
    Demos vueltas alrededor de este héroe. Seguro que el amor por alguna de nosotras llamará a la puerta de su co¬razón.
    MEFISTÓFELES
    Verdaderamente, iluminadas por esta luz trémula, pare¬céis hermosas damas y así no me gustaría agraviaros.
    EMPUSA (Entrando en el corro.)

  11. A mí, siendo de las vuestras, ni siquiera me dejáis formar parte de vuestro corro.
    LAMIAS
    Esa está de más entre nosotras; siempre hecha a perder nuestro juego.
    EMPUSA (A MEFISTÓFELES.)
    ¡Te saluda Empusa, tu primita, tu colega con pies de asno! Tú sólo tienes un casco de caballo, pero, con todo, recibe mi saludo, primo.
    MEFISTÓFELES
    Aquí creí que sólo había desconocidos, pero por desgra¬cia encuentro parientes próximos: esto es como hojear un viejo libro, no hago nada más que encontrar primos, del Harz hasta la Hélade.
    EMPUSA
    Yo sé obrar decidida y con rapidez. Podría transformarme en muchas cosas, pero ahora, en honor vuestro, me he puesto la cabeza de burro.
    MEFISTÓFELES
    Parece que para esta gente el parentesco es algo muy im¬portante. Pero pasara lo que pasara, me negaría a llevar cabeza de asno.
    LAMIAS
    Deja a ese ser repugnante que provoca espanto. Todo aquello que se adivina y puede ser agradable y bueno de¬saparece en cuanto ella irrumpe.
    MEFISTÓFELES
    También me resultan sospechosas esas primitas tiernas y delicadas; detrás de esas mejillas como rosas presiento metamorfosis.
    LAMIAS
    Haz la prueba. Somos muchas. Echa mano de una de no¬sotras… Y, si tienes suerte, te llevarás lo mejor. ¿A qué vienen esas cancioncillas lascivas? Eres un pretendiente miserable, por mucho que te enorgullezcas y te pavonees. Ahora se mete entre nosotras. Quitaos las máscaras y que vea nuestro verdadero ser.
    MEFISTÓFELES
    He elegido a la más bonita. (Al abrazarla.) ¡Qué escoba desgastada! (Echando mano de otra.) Y esta, qué cara más horrible.
    LAMIAS
    No te creas que te mereces algo mejor.
    MEFISTÓFELES
    Quisiera asegurarme la más pequeña… Es como si un la¬garto se me escapara de las manos, y su trenza de pelo liso parece una sierpe. En lugar de esta agarraré a la alta… Agarro un tieso con una piña en su extremo por cabeza. ¿Qué saldrá de todo esto? Todavía queda una rolliza con la que tal vez disfrutaré. ¡Haré un último intento! ¡Ade¬lante! Muy gordinflona, mofletuda. Esto lo pagan los orientales a alto precio. Pero, ay, el hongo ha reventado.
    LAMIAS
    Disgregaos, temblad y flotad por el aire. Con la rapidez del rayo rodead como una bandada de aves negras al in¬truso hijo de la bruja. Trazad círculos imprecisos y que provoquen pavor, murciélagos de alas silenciosas. ¡De¬masiado bien librado ha salido!
    MEFISTÓFELES (Moviéndose de un lado para otro.)
    No parece que haya despabilado mucho. Todo es ab¬surdo aquí y todo es absurdo en el norte. Aquí, lo mismo que allí, hay grotescos fantasmas, pueblo y poetas de mal gusto; aquí todo es una mascarada, una danza sen¬sual como en todas partes. Tenté bellas máscaras y abracé seres que me espantaron. Bien me hubiera gus¬tado que el engaño no se disipara, que durara algo más. (Perdiéndose entre las rocas.) Pero, ¿dónde estoy?, ¿qué va a salir de esto? Esto era una senda y ahora es un ho¬rrible montón de escombros. Llegué aquí por un camino liso y ahora sólo veo guijarros ante mí. En vano escalo y desciendo la montaña, ¿dónde volveré a encontrar las esfinges? Nunca me hubiera figurado una cosa tan extra¬vagante. Subir una montaña de esas en sólo una noche. Eso parece una cabalgata de brujas que llevan consigo su Blocksberg.
    UNA OREADA(Saliendo de una roca.)
    Sube aquí, la sierra donde moro es muy antigua, pero con¬serva su forma originaria. Honra estas estribaciones del Pindo. Ya estaba yo así impasible cuando Pompeyo huyó cruzándome. Al lado está el producto de la ilusión que se desvanecerá cuando cante el gallo. A menudo veo nacer y de inmediato desaparecer quimeras de ese tipo.
    MEFISTÓFELES
    Honor a ti, noble cumbre adornada por la vegetación cir¬cundante de robustas encinas. La claridad extremada de la luz de la luna no se atreve a adentrarse en tu penumbra. Pero junto a los matorrales brilla tímidamente una luz. Todo parece ser propicio. Caramba, si es el homúnculo. ¿De dónde vienes, pequeño colega?
    HOMÚNCULO
    Voy revoloteando de un lado para otro y me gustaría na¬cer en el mejor sentido de la palabra. Estoy ansioso por romper mi vidrio, pero a la vista de lo ocurrido, no me gustaría arriesgarme. Pero, para decírtelo en confianza, estoy en busca de dos filósofos, yo los escuché decir «¡Naturaleza!, ¡naturaleza!». No quiero apartarme de ellos, pues deben conocer la esencia de lo terrestre y aca¬baré sabiendo cuál de las posiciones es la más sabia.
    MEFISTÓFELES
    Eso hazlo por ti mismo, pues allá donde reinan los fantas¬mas es también bienvenido el filósofo. Para que la gente goce de su arte y favor, crea al instante una docena de nue¬vos fantasmas. Si no te equivocas, nunca llegarás a com¬prender. Si quieres nacer, hazlo por ti mismo.
    HOMÚNCULO
    Nunca se debe despreciar un buen consejo.
    MEFISTÓFELES
    Vete entonces. Ya veremos.

    (Se separan.)

    ANAXÁGORAS (A TALES.)
    Tu terco espíritu no se doblega. Hace falta algo más para convencerte.
    TALES
    La onda se doblega con gusto a todos los vientos, pero se mantiene lejos de la escarpada roca.
    ANAXÁGORAS
    Por las emanaciones del fuego estas rocas están aquí.
    TALES
    Lo viviente nació de lo húmedo.
    HOMÚNCULO (Entre los dos.)
    Permitidme marchara vuestro lado, tengo vivos deseos de nacer.
    ANAXÁGORAS
    ¿Has hecho salir del fango en una noche, oh Tales, una montaña como esta?
    TALES
    Nunca la naturaleza en su vivo fluir estuvo sujeta al día, a la noche y a las horas. Ella construye regularmente todas las formas y ni en lo grande hay violencia alguna.
    ANAXÁGORAS
    Pero aquí la hubo. Hubo un horrible fuego plutónico. Re¬sonaron con fuerza los estallidos de vapores eólicos y rompieron la vieja costra del suelo llano y una nueva montaña surgió de inmediato.
    TALES
    ¿Y qué se deduce de eso? Está y ahí se queda. Sea como fuere, ahí está la montaña. Con esas discusiones se pierde el tiempo y la paz y se enreda a la gente para llevarla al redil que uno desea.
    ANAXÁGORAS
    Pronto de la montaña empiezan a surgir mirmidones que acuden a habitar la hendiduras de las peñas, la familia de los pigmeos, las hormigas, los gnomos y otros diminutos y diligentes seres. (Al HOMÚNCULO.) Tú nunca aspiraste a lo grande, has vivido solitario y aislado. Si te acostumbras a la jerarquía, te coronaré rey.
    HOMÚNCULO
    ¿Qué dice a esto, Tales?
    TALES
    Yo no te lo aconsejaría, con lo pequeño se hacen peque¬ños logros. Mira ahí, mira esa nube negra de grullas. Ame¬naza a ese pueblo agitado y amenazaría a su propio rey. Con sus puntiagudos picos y sus patas con terminaciones afiladas se lanzan sobre los pequeños. Ya resplandece en el cielo la tormenta del destino. Por medio de un crimen murieron las garzas que vivían a las orillas del tranquilo y pacífico lago. Pero aquella lluvia de mortales venablos dio lugar a que se urdiera una cruel y sangrienta venganza, despertó la ira de las parientes cercanas contra la criminal ralea de los pigmeos. ¿De qué os sirven ahora el escudo, el yelmo y la lanza? ¿Qué ayuda les prestan a los enanos los penachos de garza? ¡Cómo se esconden los dáctilos y las hormigas! ¡Su ejército flaquea, huye, sucumbe!
    ÁNAXÁGORAS (Solemnemente después de una pausa.)
    Si hasta aquí pude celebrar a las potencias subterráneas, en esta ocasión me he de dirigir hacia arriba. Tú, situada arriba, eterna y que nunca envejecerás. Tú, que tienes tres nombres y tres formas. Te invoco ante el dolor de mi pue¬blo: ¡Diana, Luna, Hécate!. Tú, que ensanchas el pecho y reflexionas con la más extremada profundidad, tranquila en apariencia, violenta en tu interior, abre el impresio¬nante abismo de tus sombras, que se muestre tu antiguo poder.

    (Pausa.)

    ¿He sido escuchado demasiado pronto?
    ¿Acaso mi súplica
    hacia las alturas
    ha trastornado el gran orden natural?
    Y se acerca y se ve cada vez más grande y más grande el trono circular de la diosa. Temible para los ojos, inmenso, su fuego al rojo se va oscureciendo. No te acerques más, círculo amenazante y poderoso. ¿Vas a llevar a su final al mar y a la tierra? ¿Entonces sería cierto que algunas mu¬jeres de Tesalia, con una impía confianza en la magia, te hicieron abandonar tu trayectoria y extraer de ti el peor de los influjos? El luminoso escudo se ha oscurecido. En un momento se ha rasgado, brilla y centellea. ¡Qué es¬truendo! ¡Qué zumbido de viento! Humildemente me pos¬tro ante el trono. ¡Perdón!, yo he invocado esto. (Se arroja de cara contra el suelo.)
    TALES
    Qué no habrá visto u oído este hombre. No sé muy bien qué nos ha pasado. Tampoco he percibido lo que él sentía. Confesemos que son horas locas y la luna se mece pláci¬damente en su sitio igual que antes.
    HOMÚNCULO
    Mirad la morada de los pigmeos. La montaña antes era re¬donda y ahora es puntiaguda. He sentido un enorme re¬tumbar. La roca ha caído precipitándose desde la Luna y de inmediato ha matado, sin hacer distingos, tanto a ami¬gos como a enemigos. De todas formas he de alabar estas artes que dieron lugar en una noche a la creación de una montaña.
    TALES
    Tranquilízate, sólo fue una ilusión. ¡Que se vaya de aquí esa repugnante raza! Afortunadamente para ti no has sido su rey. ¡Vayamos ahora a la alegre fiesta marina! Allí se espera y se honra a prodigiosos huéspedes.

    (Se alejan.)

    MEFISTÓFELES (Trepando por el lado opuesto.)
    No tengo más remedio que ascender por empinados esca¬lones de roca y arrastrarme por viejas encinas de recias raíces. En mi Harz, el aroma resinoso tiene un cierto ma¬tiz de pez que es de mi gusto, en él predomina el azufre… Aquí, entre estos griegos, apenas si hay rastro de estos olores. Tengo curiosidad por averiguar con qué avivan los tormentos y las llamas del infierno.
    DRÍADA
    En tu país podrás ser inteligente, pero en el extranjero no eres suficientemente diestro. No debieras pensar tanto en tu patria, debieras venerar la dignidad de las encinas sa¬gradas.
    MEFISTÓFELES
    Aquello a lo que uno está acostumbrado es un paraíso. Pero decidme: ¿Qué es aquel ser de triple figura que se ve acurrucada en esa hendidura de la montaña?
    DRÍADA
    Son las Fórcidas. Acércate a ellas y háblales si no te es¬pantan.
    MEFISTÓFELES
    ¿Por qué no? Yo veo algo y me asombro. Con lo orgulloso que soy, debo reconocer que nunca he visto nada igual. Son más horrorosas que las figuras de la mandrágora. ¿Es posible encontrar algo de mayor fealdad en los más repro¬bables pecados que en ese engendro triple? No podríamos soportarlas ni en los márgenes de nuestros infiernos. Aquí echa raíces en el país de la belleza. ¿Y esto recibe el nom¬bre de clásico?… ¡Se mueven! Parecen advertir mi presen¬cia. Dan silbidos agudos como los murciélagos vampiros.
    UNA FÓRCIDA
    Dadme el ojo, hermanas, para ver quién se aventura a acercarse tanto a nuestros templos.
    MEFISTÓFELES
    Respetabilísimas damas. Permitidme acercarme a voso¬tras y recibid vuestra triple bendición. Yo me presento to¬davía como un desconocido, pero, si no me equivoco, soy un pariente lejano. He visto dioses viejos y dignos. Ya me he inclinado ante Ope y Rea. Ayer vi a las Parcas, her¬manas del caos y vuestras, las vi ayer… o anteayer; y con todo no he visto a nadie igual que a vosotras. Ahora callo y permanezco fascinado ante vuestra presencia.
    FÓRCIDA
    Parece que tiene inteligencia este espíritu.
    MEFISTÓFELES
    Me sorprende que no haya ningún poeta que os aprecie. Y decidme: ¿qué pasó, qué pudo ocurrir para que ninguna estatua os representara a vosotras, las más dignas de ser inmortalizadas? Que el cincel intente esculpiros a voso¬tras y no a Juno, a Palas o similares.
    FÓRCIDA
    Sumidas en la soledad y en la más calmada noche, nuestra tríada jamás pensó en ello.
    MEFISTÓFELES
    Pero, ¿cómo puede ser que estéis apartadas del mundo y a nadie veáis y nadie os vea? Deberíais ir a vivir en los lu¬gares donde la magnificencia y el arte estaban sentados en el mismo trono, allá donde todos los días, veloz y con paso redoblado, un bloque de mármol cobra vida con la figura de un héroe, donde…
    FÓRCIDA
    Calla tu boca y no nos inspires deseos. ¿Qué nos ayudaría saber algo más a nosotras, nacidas en la noche, emparen¬tadas con lo tenebroso y casi desconocidas para nosotras mismas?
    MEFISTÓFELES
    En estos casos no hay mucho que decir. También se puede expresar uno a sí mismo. A vosotras tres os basta con un ojo y con un diente. Así pues, según la mitología, sería posible reunir en dos la esencia de tres y que me dejarais la figura de la tercera por poco tiempo.
    UNA FÓRCIDA
    ¿Qué os parece?, ¿es posible eso?
    LAS OTRAS
    Lo intentaremos, pero sin ojo y sin diente.
    MEFISTÓFELES
    Pues entonces prescindiríais de lo mejor. ¿Cómo podría ser perfecta la imagen?
    UNA FÓRCIDA
    Cierra un ojo, eso es fácil, deja luego ver un solo colmi¬llo, y visto de perfil conseguirás parecerte a nosotras como un hermano a unas hermanas.
    MEFISTÓFELES
    Es un honor. ¡Que así sea!
    FÓRCIDAS
    ¡Que así sea!
    MEFISTÓFELES (Imitando a las FÓRCIDAS de perfil.)
    Aquí estoy yo, el hijo preferido del caos.
    FÓRCIDAS
    Nosotras somos las hijas del caos y de eso no hay duda al¬guna.
    MEFISTÓFELES
    Oh vergüenza, ahora se me representará como un herma¬frodita.
    FÓRCIDAS
    Qué belleza hay en la nueva tríada de las hermanas, ahora tenemos dos ojos y dos dientes.
    MEFISTÓFELES
    Ahora tendré que esconderme de los ojos de todos para ir a asustar a los demonios en el abismo del infierno.

    [align=center]CALAS ROCOSAS EN EL MAR EGEO

    (La Luna está en su cenit.)[/align]

    SIRENAS (Tocando música y cantando en las rocas.)
    Si en una pavorosa noche
    unas mujeres de Tesalia
    te atrajeron sacrílegamente,
    mira desde tu curvatura
    serena las trémulas olas,
    hormigueo suave y brillante,
    e ilumina el tenue bullicio
    que hacen la olas al romper.
    Estamos siempre a tu servicio.
    Luna, danos tu favor siempre.
    NEREIDAS Y TRITONES (Conforma de monstruos marinos.)
    Emitid fuertes y agudos
    sonidos que el mar atraviesen,
    llamad al pueblo del abismo.
    El arremolinado mar,
    nos incita a retroceder
    a profundidades más tranquilas.
    Un dulce canto nos atrajo.
    Ved cómo, estando fascinados,
    nos ponemos cadenas de oro,
    una corona de diamantes,
    broche y pasador enjoyados.
    Vuestro trabajo lo labró.
    Los tesoros de aquel naufragio
    los atrajeron vuestros cantos,
    demones de esta bella cala.
    SIRENAS
    En el grato frescor del mar
    los peces mucho se complacen
    de una vida serena y libre;
    mas vosotros, tropel festivo,
    hoy nos gustaría saber
    si sois algo más que los peces.
    NEREIDAS Y TRITONES
    Antes de que hasta aquí llegáramos,
    ya lo teníamos pensado.
    Hermanos y hermanas, deprisa.
    Valdrá con el más breve viaje
    para demostrar plenamente
    que somos mucho más que peces.

    (Se alejan.)

    SIRENAS
    Se han marchado en un instante
    nadando rumbo a Samotracia;
    el viento propició su marcha.
    ¿Qué pretenderán hacer ellos
    en el reino de los Cabires?
    Son dioses, y muy singulares,
    que se engendran continuamente
    a sí mismos sin conocerse.
    TALES (En la orilla hablando al HOMÚNCULO.)
    No me importaría llevarte ante el viejo Nereo, pues no estamos lejos de su cueva, pero es muy tozudo, avina¬grado y arisco. Nadie en el mundo entero hace nada a gusto del viejo gruñón. Sin embargo, sabe leer el futuro y por eso se ha ganado el respeto de todos y todos le honran en su retiro, además ha hecho bien a más de uno.
    HOMÚNCULO
    Hagamos la prueba y llamemos a su puerta. No creo que me cueste el vidrio y la llama.
    NEREo
    ¿Son voces humanas las que perciben mis oídos? ¡Qué ira siento en el fondo de mi corazón! Son criaturas que pre¬tenden llegar a ser dioses y están condenadas, sin em¬bargo, a semejarse siempre a sí mismas. Desde hace años podría estar disfrutando de un descanso divino y con todo sentía el impulso de hacer bien a los mejores de los hom¬bres. Y cuando veía lo que habían hecho, me percataba de que daba igual lo que les hubiera aconsejado.
    TALES
    Y a pesar de ello, oh anciano del mar, se confía en ti. Tú, que eres sabio, no nos expulses de aquí. Mira esta llama, aunque tiene forma humana, se entrega enteramente a tu consejo.
    NEREO
    ¿Qué? ¿Un consejo? ¿Ha tenido en cualquier ocasión al¬gún consejo valor para un hombre? Una palabra sensata se atrofia en un oído duro. A pesar de que la mayoría de las veces todos se reprochan despiadadamente por sus errores, la gente sigue igual de recalcitrante. ¡Cuántas pa¬ternales advertencias le hice a Paris antes de que su pa¬sión enredara a una mujer extranjera! En la playa griega estaba él lleno de audacia, yo le anuncié lo que veía en mi espíritu: el aire estaba cargado, todo se inundaba de un rojo vivo, un maderamen abrasado, debajo la masacre y la muerte; era el día de la sentencia de Troya, inmortalizado por los versos y tan horrendo como famoso durante miles de años. La palabra del viejo le pareció un juego al desca¬rado muchacho. Él siguió los dictados de su deseo e Ilión cayó. Era un cadáver gigantesco yacente después de un largo tormento que sirvió de festín para el águila del Pindo. ¿No le predije también a Ulises contra los manejos de Circe y la crueldad del Cíclope? ¿No le hablé de su propia irresolución y del frívolo espíritu de los suyos y qué sé yo de cuántas cosas más? ¿Sacó él algún beneficio de esto? Ninguno, hasta que, bien zarandeado, las olas lo llevaron a una costa hospitalaria.
    TALES
    Para el hombre sabio este proceder es un tormento, con todo, el bondadoso prueba una vez más. Un dracma de agra¬decimiento contará más para llenarlo de gozo que una arroba de ingratitud. Y es que no es poco lo que tenemos que suplicar: este muchacho que está a mi lado quiere nacer.
    NEREO
    No turbéis uno de mis rarísimos buenos momentos. Hoy es¬toy a la espera de algo muy diferente: mandé venir aquí a to¬das mis hijas, las gracias del mar, la dóridas. Ni el Olimpo, ni vuestra tierra ha dado lugar a un conjunto que se mueva con tanto donaire. Con los más graciosos gestos, se lanzan desde el dragón marino a los caballos de Neptuno. Están tan unidas tiernamente al líquido elemento, que incluso la misma espuma parece sostenerlas. Realzando el juego de colores del carro de moluscos de Venus viene Galatea, la más bella de todas, quien desde que Cipris se alejó de no¬sotras es adorada en Pafos como diosa. Y por eso hace ya mucho tiempo que este noble ser posee, en su condición de heredera, la ciudad del templo y el trono del carro.
    Marchaos de aquí. Es la hora de los goces paternales, que el odio abandone el corazón, que las imprecaciones se alejen de la boca. Id ante Proteo. Preguntad a ese ha¬cedor de milagros cómo puede uno nacer y transformarse.
    (Se aleja en dirección al mar.)
    TALES
    No hemos adelantado nada dando este paso. Apenas se en¬cuentra a Proteo, ya ha desaparecido, y si se detiene ante vosotros, no dice más que frases sorprendentes que lo dejan a uno perplejo. Pero de todas maneras, como estás tan ne¬cesitado de consejo, lo intentaremos y cambiaremos nues¬tro rumbo.

    (Se alejan.)

    SIRENAS (En lo alto de las rocas.)
    ¿Qué vemos en la lejanía
    dejando tras de sí las olas?
    Se asemejan a blancas velas
    que rinden obediencia al viento.
    ¡Qué transfigurado esplendor
    el de las señoras del mar!
    Bajemos por aquellas rocas.
    Escuchad atentas sus voces.
    NEREIDAS Y TRITONES
    Lo que llevamos en las manos
    debe a todos agradar.
    El gran escudo de Quelona
    refleja una imagen severa,
    son deidades que aquí traemos.
    Hay que cantar sublimes cantos.
    SIRENAS
    Pequeños de talla
    mas de gran poder.
    Salvan a los náufragos,
    su culto es remoto.
    NEREIDAS Y TRITONES
    Hemos traído a los Cabires
    para una serena fiesta,
    pues allá donde ellos están,
    Neptuno se muestra propicio.
    SIRENAS
    Siempre en todo nos superáis,
    cuando una embarcación encalla
    con una fuerza insuperable
    salváis a la tripulación.
    NEREIDAS Y TRITONES
    A tres traemos con nosotros.
    El cuarto no quiso venir.
    Él dijo que era el verdadero,
    que pensaba por los demás.
    SIRENAS
    Un dios de otro dios
    puede burlarse.
    Alabad sus gracias,
    temed sus castigos.
    NEREIDAS Y TRITONES
    En realidad son siete.
    SIRENAS
    ¿Dónde están los otros tres?
    NEREIDAS Y TRITONES
    No sabríamos decíroslo.
    En el Olimpo preguntad.
    Allí también mora el octavo,
    en el que nunca nadie pensó.
    Dispuestos siempre a los favores,
    aunque no todos todavía.
    Estos seres incomparables
    siempre desean algo más,
    siempre nostálgicos o ávidos
    de aquello que es inalcanzable.
    SIRENAS
    Estamos acostumbradas
    a alabar a cualquier rey
    bajo la luna y el sol.
    Nos resulta provechoso.
    NEREIDAS Y TRITONES
    Nuestra fama se hace mayor
    por organizar esta fiesta.
    SIRENAS
    Los héroes de la antigüedad
    carecían de toda fama
    mírese por donde se mire.
    Consiguieron el vellocino,
    mas vosotros a los Cabires.

    (Repetido en coro.)

    NEREIDAS, TRITONES Y SIRENAS
    Consiguieron el vellocino,
    mas vosotros / (nosotros) a los Cabires.

    (Las NEREIDAS y los TRITONES siguen ade¬lante.)

    HOMÚNCULO
    Esos engendros me parecen
    ollas de barro mal cocido.
    Los sabios se encuentran con ellos
    y rompen sus cabezas duras.
    TALES
    Esto es precisamente lo que se desea. La pátina hace va¬liosa la moneda.
    PROTEO (Sin ser observado.)
    Así me gusta, viejo charlatán, cuanto más raro, más res¬petable.
    TALES
    Proteo, ¿dónde estás?
    PROTEO (Hablando como un ventrílocuo, unas veces cerca y otras lejos.)
    ¡Aquí y aquí!
    TALES
    Te perdono esta vieja broma, pero no le hables vanamente a un amigo. Sé que hablas desde un lugar incierto.
    PROTEO (Como si estuviera en la lejanía.)
    Adiós.
    TALES
    Está muy cerca. Brilla con fuerza. Es curioso como un pez y dondequiera que esté, bajo una u otra forma, es atraído por la llama.
    HOMÚNCULO
    Derramaré enseguida mucha luz, pero tendré cuidado, no vaya a romper la linterna.
    PROTEO (Con la forma de una enorme tortuga.)
    ¿Qué es eso que reluce con tan hermoso fulgor?
    TALES (Ocultando al HOMÚNCULO.)
    Bueno, si lo deseas, puedes verlo más de cerca. No te sien¬tas agobiado por ese pequeño esfuerzo. Y muéstrate como un humano, sobre dos pies. El que quiera ver lo que oculto, que lo consiga por nuestro favor, por nuestra voluntad.
    PROTEO (Con noble figura.)
    Todavía dominas las sutilezas filosóficas.
    TALES
    Y a ti te sigue causando placer el cambio de forma. (En esto descubre al HOMÚNCULO.)
    PROTEO (Extrañado.)
    ¡Un enanito luminoso!, ¡nunca vi nada igual!
    TALES
    Solicita consejo y le gustaría nacer. Según he sabido, vino al mundo de manera muy extraordinaria, aunque sólo a medias. No le falta ninguna capacidad espiritual, pero le faltan muchas propiedades tangibles. Hasta ahora lo único que le da consistencia es el vidrio, pero le gustaría estar dotado de cuerpo.
    PROTEO
    Eres un auténtico hijo de virgen. Antes de haber nacido, has nacido ya.
    TALES (En voz baja.)
    Por otra parte, el caso parece crítico, es probable que se trate de un hermafrodita.
    PROTEO
    Entonces tendremos más posibilidades de triunfar. De cualquier modo, que se presente la cosa, todo se arreglará. Pero no es hora de muchas cavilaciones. Deberás encon¬trar tu origen en el vasto mar. Allí uno empieza siendo pe¬queño y le encuentra gusto a engullir a los diminutos, de este modo se va creciendo poco a poco y se adquiere forma para emprender acciones más elevadas.
    HOMÚNCULO
    Aquí sopla un airecillo muy suave, esto enverdece y el aroma me agrada.
    PROTEO
    Ya lo creo, delicioso jovencito. Más lejos te sentirás mucho mejor; en esa estrecha lengua de playa rodeada por el mar, la atmósfera es inenarrable. Ahí enfrente vemos bastante cerca a la multitud que llega flotando. Acompañadme.
    TALES
    Yo voy contigo.
    HOMÚNCULO
    Paseo de espíritus triplemente digno de verse.

    (Los TELQUINOS DE RODAS llegan monta¬dos sobre caballos de mar y dragones mari¬nos, manejando el tridente de Neptuno.)

    CORO DE TELQUINOS
    Hemos forjado a Neptuno el tridente con que apacigua las más embravecidas olas. Si el Dueño de los truenos des¬pliega las nubes llenas de tormentas, Neptuno responde al pavoroso rumor del trueno. Y si de las alturas se descar¬gan rayos de línea quebrada, desde abajo se levanta una oleada tras otra. Y aquello que en medio ha luchado sin¬tiendo el miedo, y que durante mucho tiempo ha sido za¬randeado, es tragado por el profundo abismo. Por eso él nos ha concedido hoy el cetro. Y ahora flotamos festiva¬mente, tranquilos y libres.
    SIRENAS
    Vosotros, consagrados a Helios, benditos ante la luz del día, salud en esta hora que invita
    a venerar a la suave Luna.
    TELQUINOS
    Tú, diosa, que eres la más amable de todas y estás en la bóveda celeste. Tú oyes cómo se celebra con entusiasmo a tu hermano. Prestas atención a lo que se oye en la privi¬legiada Rodas, de allí surge un himno eterno. Al empezar el día y cuando este se acerca a su fin, nos echa una mi¬rada de fuego. Las montañas, las ciudades, las orillas, las olas le gustan al dios, pues son agradables y luminosas. No hay niebla en torno a nosotros; si un poco de ella se desliza, basta un rayo de luz y una brisa leve para que quede pura la isla. Allí, el Supremo se contempla en cien formas: como adolescente, como gigante, grandioso, be¬néfico. Nosotros fuimos los primeros en representar el po¬der del dios con una digna forma humana.
    PROTEO (Al HOMÚNCULO.)
    Déjalos cantar, déjalos jactarse de sus logros. Para los sa¬grados y vivificadores rayos del sol, las obras muertas son una broma. Su luz funde infatigablemente dando forma a todo. Ellos, por haberlos fundido en metal, piensan que han hecho una proeza. Pero, ¿qué les pasó al fin a estos soberbios? Las imágenes de los dioses fueron imponente¬mente erigidas, pero una sacudida de tierra las destruyó y hubo que refundirlas hace mucho tiempo. Todo aquello que se hace en la Tierra no es más que un afán vano. La ola es mucho más provechosa para la vida; al reino de las aguas eternas te va a llevar Proteo-delfín. (Se transforma.) Ya está hecho. Esto debe beneficiarte, montarás sobre mi lomo y te desposaré con el océano.
    TALES
    Cede a ese loable deseo de empezar tu creación desde un momento anterior. Permanece dispuesto a una rápida ac¬ción. Allí te moverás según leyes eternas, cambiarás mil y diez mil veces de forma. Hasta llegar a ser hombre tienes tiempo.

    (El HOMÚNCULO se monta sobre PROTEO¬DELFÍN.)

    PROTEO
    Acompáñame, ser inmaterial, a la húmeda inmensidad. Allí te moverás a tus anchas y por donde quieras. Sólo te ruego que no quieras remontarte a un orden más elevado, pues cuando llegues a ser hombre, todo acabará para ti.
    TALES
    Eso según y cómo, pues es muy digno ser un esclarecido hombre de la propia época.
    PROTEO (A TALES.)
    Es bueno ser uno de tu estilo, pero eso sólo dura un mo¬mento, pues desde hace ya cientos de años, te veo ya ro¬deado de pálidas legiones de espíritus.
    SIRENAS (Desde las rocas.)
    ¿Qué anillo de nubes rodea tan deliciosamente la Luna? Son palomas encendidas de amor, con plumas blancas de una claridad pareja a la luz. Ha sido enviada desde Pafos esta bandada en celo. Nuestra fiesta está completa, en su alegre deleite, pleno y puro.
    NEREO (Avanzando hasta TALES.)
    Un viajero nocturno llamaría a esa corte que se ha for¬mado en torno a la Luna fenómeno aéreo, pero nosotros los espíritus somos de un parecer muy diferente, y esta¬mos en lo cierto. Son palomas que forman el cortejo de mi hija, llevado por su carro de conchas de molusco, que vuela admirablemente al estilo de la escuela antigua.
    TALES
    Estimo que lo mejor es lo que le place al hombre ilustre cuando en el nido tranquilo y cálido se mantiene vivo algo sagrado.
    PSILOS Y MARSOS (A lomos de toros, becerros y carneros marinos.)
    En las agrestes cuevas de Chipre, no sepultadas por el dios del mar y no derruidas por Seísmos, nosotros, rodeados por las eternas brisas, y, como en los viejos tiempos, con una tranquila satisfacción, guardamos el carro de Cipris, y el susurro de la noche, a través del adorable tejido que ha¬cen, entremezclándose, las olas, hasta aquí conducimos, invisibles para la nueva generación, a la más encantadora de tus hijas. Silenciosamente activos, no tememos ni al Águila ni al León alado, ni a la Cruz ni a la Media Luna, nos importa muy poco cómo viven y quién go¬biema allá arriba, ellos se agitan y se mueven alternati¬vamente, se diseminan y se matan, saquean las mieses, asuelan ciudades. Nosotros, como siempre, seguimos lle¬vando a cuestas a nuestra magnífica diosa.
    SIRENAS
    Con movimientos suaves y rapidez discreta,
    formando, en torno al carro, uno y otro círculo,
    enlazadas unas a otras formando filas,
    colocadas en una serpenteante hilera,
    acercaos hasta aquí vigorosas Nereidas,
    recias mujeres, de salvaje y agreste encanto,
    conducid y portad, tiernas y gráciles Dóridas
    a Galatea, la viva imagen de su madre.
    Grave su semblante, similar al de los dioses,
    es dueña de una respetable inmortalidad,
    pero, al igual que las nobles mujeres mortales,
    atesora una muy atractiva gentileza.
    DÓRIDAS (Pasando en coro ante NEREO, todas sobre delfines.)
    ¡Luna, préstanos tu luz y tu sombra!,
    ¡dona claridad a esta joven flor!,
    pues aquí presentamos, suplicantes

  12. ante el dios, a los amantes esposos.
    (A NEREO.)
    He aquí unos jóvenes muchachos
    que salvamos de la rompiente cruel,
    tendimos en lechos de junco y musgo
    y nuestro calor la luz les devolvió.
    Ahora, dándonos cálidos besos,
    deben agradecérnoslo cordialmente.
    Mira propicio a estos nobles jóvenes.
    NEREO
    Es digna de ser tenida en cuenta esa doble ventaja: poder ser compasivas y al mismo tiempo deleitarse.
    DÓRIDAS
    Padre, si apruebas nuestro proceder,
    nos das una merecida alegría.
    Estrechémoslos, pues, inmortalmente
    contra nuestro eternamente joven pecho.
    NEREO
    Podéis disfrutar de esa buena presa, haced del muchacho un hombre, pero no puedo daros aquello que sólo Zeus puede garantizar. La ola en la que os mecéis y columpiais no permite que el amor perdure. Cuando el juego de la atracción haya terminado, tendréis que depositarlos apaci¬blemente en la orilla.
    DÓRIDAS
    Nobles muchachos, tenéis nuestro amor,
    mas tristes deberemos separarnos.
    Queríamos fidelidad eterna,
    pero los dioses no nos la toleran.
    JÓVENES
    Con tal que sigáis así, recreándonos
    a nosotros, valerosos marinos…
    No hemos disfrutado tanto nunca
    y no aspiramos a disfrutar más.

    (GALATEA se acerca con su carro de con¬chas de molusco.)

    NEREO
    Eres tú, mi pequeña.
    GALATEA
    ¡Oh, padre!, ¡qué fortuna! Deteneos, delfines, que esa mi¬rada me cautiva.
    NEREo
    Ya están lejos, pasan de largo como un torbellino que hace círculos. ¿Qué les importa el estremecimiento interno del corazón? ¡Ojalá me llevaran consigo! Pero tan sólo una mirada me deleita resarciéndome por todo el año.
    TALES
    ¡Salve!, ¡salve otra vez! Me alegro y florezco, invadido por lo bello y lo verdadero. Todo surge del agua y todo se mantiene vivo gracias al agua. Océano, favorécenos con tu eterno poder. Si no enviaras las nubes y no derramaras ricos arroyos, si no dirigieras los ríos hacia un lado u otro, si no dieras acabado a los torrentes, ¿qué serían entonces, las montañas, las llanuras y el mundo? Tú eres el que mantiene la siempre fresca vida.
    ECO (Con coro de todos los círculos.)
    Tú eres el que mantiene la siempre fresca vida.
    NEREO
    Se retiran a la lejanía, balanceándose. Sus miradas ya no se encuentran con las mías. Formando extensas cadenas circulares, va serpenteando la innumerable multitud para mostrar maneras festivas. Pero sigo y seguiré viendo el trono de conchas de molusco de Galatea. Luce como una estrella por entre la multitud. A través de ese tropel reluce el objeto amado. Incluso desde la lejanía, se ve su clari¬dad, siempre cercana y verdadera.
    HOMÚNCULO
    En esta noble humedad todo lo que ilumino tiene una agradable belleza.
    PROTEO
    En esta humedad vital, tu luz empieza a refulgir con mag¬nífica armonía.
    NEREO
    ¿Qué nuevo misterio, en medio de las multitudes, quiere revelarse ante nuestros ojos? ¿Qué es lo que reluce entre las conchas de los moluscos a los pies de Galatea? Tan pronto arde con violencia, tan pronto con suavidad, tan pronto con dulzura, como si fuera movido por las pulsa¬ciones del amor.
    TALES
    El homúnculo ha sido seducido por Proteo… Estos son los signos de una dominante nostalgia. Presiento el gemido de una sacudida angustiosa, va a estrellarse contra el bri¬llante trono. Ahora despide llamas, echa chispas, se está derramando.
    SIRENAS
    ¿Qué ardiente prodigio ilumina las olas que rompen cen¬telleantes unas contra otras? Eso reluce, se mece y lo inunda todo de fulgor. Los cuerpos se abrasan en una huida nocturna y todo queda cercado de fuego. Que reine
    Eros, que a todo dio comienzo.
    Salve al mar, salve a las olas,
    rodeados del sacro fuego.
    Salve al agua, salve al fuego.
    Salve a ti, rara aventura.
    TODOSJUNTOS
    Salve, aire que te meces.
    Salve, gruta misteriosa.
    Aquí se os alaba a todos
    vosotros, cuatro elementos.

    [align=center]ACTO III

    ANTE EL PALACIO DE MENELAO EN ESPARTA

    (Entra HELENA acompañada de troyanas cautivas.
    PANTA¬LIS es la CORIFEA.)[/align]

    HELENA
    Yo, Helena, a la que mucho se ha admirado y a la que mucho se le ha reprochado, vengo de la primera playa que pisamos después de saltar a tierra. Vengo todavía ebria por el vivo agitarse a modo de columpio de las olas que nos trajeron, por la gracia de Poseidón y la fuerza de Euro, sobre su dorso erizado, desde las llanuras frigias hasta las bahías de la patria. Allá abajo, en este momento, el rey Menelao está celebrando su vuelta junto a los más valientes de sus guerreros. ¡Dame la bienvenida, noble morada que mi padre, Tíndaro, a su retorno, se mandó construir junto a la falda de la colina de Palas! Mientras yo jugaba con Clitemnestra fraternalmente y alegre¬mente con Cástor y Pólux, mi padre decoró esta mansión con mayor boato que todas las casas de Esparta. Os sa¬ludo, hojas de la puerta de bronce. Un día vuestra amplia y hospitalaria abertura dio paso a Menelao, que vino res¬plandeciente a mi encuentro, elegido entre un gran nú¬mero de candidatos, como mi prometido. Abríos de nuevo para que pueda cumplir un apremiante mandato del rey, como es propio de una esposa. Permitidme que entre y que deje detrás de mí todo lo que fatalmente me sumió en la tormenta. Hace tiempo que despreocupada¬mente abandoné este lugar para ir al templo de Citerea y así satisfacer una exigencia sagrada. Allí, un raptor, el frigio, me sustrajo y desde entonces han ocurrido tantas cosas que los hombres gustan de contar con amplitud y detalle, pero que no agrada oír a quien ha visto cómo su propia historia se ha convertido en una fábula a fuerza de exageraciones.
    CORO
    No desdeñes, magnífica mujer,
    la posesión del noble bien supremo,
    para ti será la mejor fortuna:
    la suprema fama de la belleza.
    Al héroe, el nombre siempre lo precede
    y así avanza lleno de altivez,
    pero el hombre más recio se doblega
    ante tu belleza subyugadora.
    HELENA
    Basta, navegué con mi marido en el viaje de vuelta y ahora he sido enviada por delante de él. Mas no adivino cuáles pueden ser sus pensamientos. ¿Vengo como es¬posa? ¿Vengo como reina? ¿Vengo como víctima del amargo dolor del soberano y de la desventura tanto tiempo sufrida por el pueblo griego? Se han apoderado de mí, mas no sé si vengo aquí como cautiva. Y es que los in¬mortales determinaron para mí hace tiempo, de un modo ambiguo, la celebridad y el destino, malos acompañantes de la belleza que incluso ante este umbral están a mi lado con un semblante amenazador. Ya en la hueca embarca¬ción mi marido me miraba sólo raramente y no me decía ni una sola palabra de consuelo; estaba sentado junto a mí como si meditara una represalia. Mas luego, una vez re¬montada la profunda ría del Eurotas y cuando las proas de las naves delanteras empezaban a saludar tierra firme, él dijo, como poseído por los dioses: «Que mis valientes guerreros desciendan aquí. Yo les pasaré revista en esta playa cercana al mar. Adelántate tú por tu parte, sigue avanzando por entre las feraces orillas del sagrado Euro¬tas, guía los corceles por la húmeda pradera hasta que puedas alcanzar la bella llanura donde se erigió Lacede¬monia, en otro tiempo un amplio campo rodeado de adus¬tas montañas. Entra luego en el palacio real de altas torres y pasa revista a las doncellas jóvenes que dejé allí junto a la vieja ama. Ella te mostrará la rica colección de teso¬ros tal y como la dejó tu padre en la guerra y yo en la paz aumenté. Todo lo encontrarás en orden, ya que es una prerrogativa del soberano que vea a su vuelta todo intacto y en el mismo sitio donde lo dejó, pues el siervo no tiene la potestad de cambiar nada».
    CORO
    ¡Deleita, con los tesoros reales,
    que siempre aumentan, los ojos y el pecho!
    Las diademas y collares espléndidos
    moran ahí plácidos y presumen,
    pero cuando entres y los provoques,
    ellos aceptarán el desafío.
    Me alegra ver a la belleza en lucha
    contra el oro, las perlas y las gemas.
    HELENA
    Luego continuaron así las palabras del soberano: «Cuando, al final, lo hayas examinado por orden todo, consigue unos trípodes, tantos como creas necesarios, y toma algunos recipientes de aquellos donde se portan los sacrificios para las fiestas. Toma calderos, copas y cráte¬ras redondas. Deposita agua de las fuentes sagradas en al¬tas ánforas. Después prepara leña seca de la que recibe bien las llamas. Que tan poco falte al fin un cuchillo bien afilado. Todo lo demás que haga falta lo dejo a tu cui¬dado». Así me habló conminándome a partir. Pero el que esto me dijo no mencionó nada dotado de aliento vital que pretendiera inmolar como ofrenda a los olímpicos. Esto da que pensar; con todo, no me inquieto por ello, que todo sea remitido a los altos dioses para que le den el fin que les parezca. Ya sea bueno o malo a juicio de los hombres, nosotros, los mortales, lo habremos de soportar. No pocas veces, el que presentaba el sacrificio levantaba el pesado cuchillo para asestar un golpe sobre la cerviz de la res tumbada en el suelo y no podía realizarlo por impedirlo la cercanía del enemigo o la mediación del dios.
    CORO
    No te imaginas lo que va a ocurrir.
    Reina, avanza con el paso firme
    y con el más decidido de tus ánimos.
    Lo bueno y lo malo se presentarán
    sin avisar ante el género humano;
    no damos crédito a los oráculos.
    Por eso ardió Troya, aunque viéramos
    la vil y cruel muerte ante nuestros ojos.
    ¿No estamos ante ti aquí presentes,
    acompañándote y a tu servicio?
    ¿No contemplamos el sol cegador,
    no escoltamos a la mayor belleza,
    a ti, benevolente con nosotras?
    HELENA
    Que sea lo que tenga que ser. Sea lo que fuere lo que me esté deparado, conviene que suba sin demora a la man¬sión real. Mansión que tanto he echado de menos, que me hizo sentir tanta nostalgia y casi perdí por ligereza. Man¬sión que de nuevo está ante mis ojos, no se cómo. Los pies ya no me hacen subir resueltamente los altos escalones que saltaba cuando era niña. (Se marcha.)
    CORO
    Vosotras, oh, hermanas, arrojad
    todo el dolor hasta la lejanía.
    Compartid la fortuna de la reina.
    Participad del destino de Helena.
    Ella se acerca hacia el hogar paterno.
    Es cierto que vuelve con pasos lentos,
    mas cuanto más lentos, más seguros.
    En el fondo ella está llena de gozo.
    Glorificad con respeto a los santos
    dioses que nos van guiando a la patria
    y nos permiten recobrar el ánimo.
    Quien disfruta de libertad planea,
    cual si le hubieran crecido unas alas,
    por los más abruptos de los parajes,
    mientras, el preso, lleno de nostalgia,
    intenta asomarse por una almena
    y estira angustiosamente los brazos.
    De ella un mal día un dios se apoderó,
    pasó a ser entonces una expatriada,
    pero, desde los escombros de llión,
    él la devolvió a la casa paterna.
    Y, tras muchas penurias y alegrías,
    recuerda aliviada su juventud.
    PANTALIS (Como CORIFEA.)
    ¡Abandonad ahora la senda del canto siempre flanqueada de alegría y dirigid vuestra mirada a las hojas de la puerta! ¿Qué es lo que veo, hermanas mías? ¿No vuelve la reina hacia nosotras agitada y con paso vivo? ¿Qué ocurrió, gran reina? ¿Con qué te encontraste en el recinto de tu ho¬gar que en lugar de brindarte su bienvenida te estremeció? No lo ocultas, en tu frente veo la indignación, una noble ira que lucha con la sorpresa.
    HELENA (Aparece emocionada dejando tras de sí abiertas las hojas de la puerta.)
    A la hija de Zeus no le corresponde sentir un temor vul¬gar, la mano ligera y ágil del miedo no llega a rozarla. Sin embargo, el espanto que surge del regazo de la vieja no¬che desde el remoto comienzo de los tiempos, ese espanto que se revuelve y sube, adoptando muchas formas, desde las hendiduras ardientes de la montaña, ese espanto in¬cluso estremece el pecho del héroe. Los estigios marca¬ron mi entrada en la casa de una manera tan terrorífica que, al igual que un huésped despedido, me gustaría apar¬tarme de ese umbral tantas veces pisado y tanto tiempo añorado. Pero no. He retrocedido aquí a la luz y no me obligaréis a dar un paso más vosotras, potencias, quien quiera que seáis. Quiero centrarme en el sacrificio y luego, una vez purificada, la llama del hogar saludará tanto a la señora como al señor de la casa.
    CORIFEA
    Noble mujer, revela a tus servidoras, que siempre están respetuosamente a tu servicio, lo que has encontrado.
    HELENA
    Tendríais que ver lo que he visto con vuestros propios ojos si es que la vieja noche no ha vuelto a tragarse esa imagen en su profundo seno maravilloso. De todas for¬mas, para que lo sepáis, os lo diré con palabras: cuando entro solemnemente en el severo recinto de la casa real, pensando en la más inmediata obligación, me sorprende el silencio que reina en aquellos vacíos corredores. Nin¬gún rumor de personas que por allí corrieran diligente¬mente llega al oído; no hay signos de apresuramiento a la vista, no aparece ante mí ninguna gobernanta, ninguna ca¬marera, ellas, que de ordinario saludan incluso a los extra¬ños. Pero cuando me acerco al hogar, junto al tibio resto de los rescoldos casi extinguidos, veo a una mujer alta, cubierta con el velo, que no parece dormir, sino que más bien tiene una postura reflexiva. Con palabras imperati¬vas, la insto a trabajar tomándola por la gobernanta, a la que quizá la previsión de mi marido habría avisado entre¬tanto; pero ella permanece inmóvil, sentada y acurrucada. Finalmente, sólo después de mis amenazas, mueve el brazo derecho como si quisiera expulsarme de las cerca¬nías del hogar y de la sala misma. Me aparté iracunda de ella y corrí rápidamente hasta la tarima sobre la que se en¬cuentra el tálamo adornado, muy cercano a la cámara de los tesoros. Pero, de pronto, aquel prodigio se levanta del suelo cerrándome el paso de forma imperiosa. Se muestra en toda su estatura, descarnada, con la mirada hundida, sangrienta y turbia; es una extraña figura que turba el ojo y el espíritu. Pero es como si le estuviera hablando al aire, pues, por más que se esfuerce la palabra en describirla, lo hace en vano. Pero miradla. Aún se atreve a aparecer en plena luz. Aquí mandamos nosotras, mientras que el rey y el señor lleguen. Febo, el amigo de la belleza, envía a los horribles engendros de la noche a las cavernas o los do¬mina.

    (Aparece FÓRCIDA en el umbral, entre las jambas de la puerta.)

    CORO
    He vivido mucho, aunque mis rizos
    ondean juveniles en mis sienes.
    He presenciado multitud de horrores;
    el dolor de la guerra, aquella noche
    en la que cayó llión.
    Entre las nubes y aquel gran estrépito
    de guerreros en lucha, la llamada
    de los dioses se oyó y la discordia
    de ronca voz resuena por los campos
    y también se oye extramuros.
    ¡Ay!, las murallas de llión aguantaban,
    pero aquel terrible ardor de las llamas
    iba avanzando de una casa a otra,
    se iba extendiendo, todo lo inundaba.
    Lo llevaba consigo la tormenta,
    que azotaba aquella noche la ciudad.
    Huyendo, entre el humo y llamaradas
    como amenazantes lenguas de fuego,
    vi acercarse a los dioses airados.
    Eran prodigiosos y gigantescos,
    y avanzaban por aquella sombría
    y densa bruma cercada por llamas.
    ¿Lo he visto o me ha llevado
    mi espíritu lleno de angustia
    al engaño? Jamás sabré.
    Pero que he visto a ese monstruo
    con mis ojos, es la verdad.
    Con mis manos la cogería,
    si el temor por el gran peligro
    no me contuviera los pasos.
    ¿Cuál de las hijas
    de Forcis eres?
    Pues debes ser
    de esa ralea.
    Grea, seguro:
    nacida cana,
    con sólo un ojo
    y sólo un diente
    que compartís.
    ¿Te atreves, monstruo,
    junto a lo bello
    a presentarte
    ante el gran Febo?
    Sigue avanzando,
    pues la fealdad
    él no la advierte.
    Sus sacros ojos
    no ven las sombras.
    Pero nosotras, mortales, sufrimos,
    por desgracia, una fatalidad:
    nuestra vista se siente dolorida
    ante lo repulsivo y lo funesto,
    porque somos amantes de lo bello.
    Así, pues, escúchanos, si contestas
    con frescura, oirás la maldición,
    caerán sobre ti todas las injurias,
    dejará de ser propicia la boca
    de las criaturas hechas por los dioses.
    FÓRCIDA
    Aunque el dicho es antiguo, su sentido sigue manteniendo su vigencia y su dignidad: la honestidad y la belleza nunca van de la mano por el verde sendero de la Tierra. Muy arraigado habita en ambas un antiguo odio, de tal manera que cuando se encuentran, las dos dan la espalda a su opo¬nente y cada cual se apresura a seguir su camino hacia otro lugar; la honestidad, circunspecta, la belleza, con fri¬volidad hasta que al fin la atrapa la oscura noche del Orco, si es que antes no fue sometida por la vejez. Os encuentro ahora, descaradas, venidas del extranjero, de¬rramando insolencia, como una bandada de grullas rui¬dosa y alborotada, formando una gran nube sobre las ca¬bezas, envía abajo sus graznidos que incitan al tranquilo paseante a mirar arriba, pero ellas siguen su camino y él el suyo.
    ¿Quiénes sois vosotras para gritar de esa manera ante el palacio real, como si fuerais ménades y estuvieseis ebrias? ¿Quiénes sois vosotras para recibir a la gobernanta de la casa ladrando, como reciben los perros a la luna? ¿Creéis que no sé de qué ralea sois? Jóvenes engendradas durante la guerra y criadas durante el combate. Ansiosas de hombres, seducidas y seductoras, debilitáis tanto la fuerza del guerrero como la del ciudadano. Al veros así agrupadas me parecéis un enjambre de langostas que cae sobre el campo y cubre sus mieses verdes. ¡Destructoras del esfuerzo ajeno! ¡Ávidas devoradoras del bienestar cre¬ciente! ¡Mercancía usada, objeto de trueque, desgastada!
    HELENA
    Quien en presencia de la dueña de la casa riñe a sus sir¬vientas, usurpa ilegítimamente el derecho doméstico de la señora, pues sólo a ella le corresponde encarecer lo que es digno de elogio y castigar lo reprochable. Además, estoy contenta del servicio que ellas me prestaron cuando la gran fuerza de Ilión fue acorralada y sucumbió. No menos satisfecha quedé cuando en nuestro errante viaje soporta¬mos angustias y agobios, en la que normalmente cada cual siempre empieza mirando por sus propios intereses. Ahora también espero algo parecido de esta animada mul¬titud. Al amo no importa lo que es el servidor, sino cómo sirve. Por ello, cállate y deja de hacer feas muecas. Has¬ta este momento has cuidado bien de la casa del rey en ausencia de la señora, y esto habla en favor tuyo, pero ahora ella ha venido aquí en persona. Así que retírate para que el merecido premio no se trueque en castigo.
    FÓRCIDA
    Amenazar a la servidumbre es un noble derecho al cual la distinguida consorte del soberano, favorecida por los dio¬ses, se ha hecho digna por una acertada dirección durante muchos años. Y, como tú, ya reconocida, vuelves a ocupar tu antiguo puesto de reina y señora de la casa, empuña las riendas hace ya muchos años aflojadas; haz posesión del te¬soro y con él de todas nosotras. Pero, sobre todo, protégeme a mí, la vieja, de esa bandada que junto a tu belleza de cisne parecen unas ocas graznadoras de plumaje defectuoso.
    CORIFEA
    ¡Qué horrible, al lado de la belleza, resulta la fealdad!
    FÓRCIDA
    ¡Qué estúpida, al lado de la discreción, resulta la necedad!

    (A partir de este momento responden las CO¬RÉTIDAS saliendo una tras otra del CORO.)

    CORÉTIDA 1.a
    Haznos saber de tu padre, Erebo, y de tu madre, la Noche.
    FÓRCIDA
    Habla tú de Escila, tu prima hermana.
    CORÉTIDA 2.a
    En tu árbol genealógico hay más de un monstruo.
    FÓRCIDA
    ¡Vete al Orco! Allí encontrarás tu parentela.
    CORÉTIDA 3.a
    Todos los que allí viven son demasiado jóvenes para ti.
    FÓRCIDA
    Vete a coquetear con el viejo Tiresias.
    CORÉTIDA 4.a
    La nodriza de Orión fue tu tataranieta.
    FÓRCIDA
    Me temo que las arpías te criaron en basura.
    CORÉTIDA 5.a
    ¿Con qué sustentas esa delgadez tan aseada?
    FÓRCIDA
    No es con sangre, de la que tan ávida estás.
    CORÉTIDA 6.a
    Estás hambrienta de cadáveres, tú, asqueroso cadáver.
    FÓRCIDA
    Los dientes de vampiro destacan en tu insolente boca.
    CORIFEA
    Yo, si digo quién eres, te taparé la boca.
    FóRCIDA
    Pues di primero tu nombre y entonces se resolverá el enigma.
    HELENA
    No con ira, pero sí con tristeza, me interpongo entre voso¬tras y os prohibo esta agria disputa, pues nada hace tanto daño al señor y dueño como la soterrada discordia de sus fieles servidores. El eco de sus mandatos ya no retorna en forma de acto rápidamente ejecutado, sino que, rugiente y obstinado, gira en torno a sí lleno de confusión e intenta en vano poner orden. Y no sólo esto: con vuestra indecorosa cólera habéis evocado aquí horribles imágenes de engen¬dros que me sumen en la angustia y me hacen sentir que soy llevada al Orco dejando atrás los campos de mi patria. ¿Es esto un recuerdo? ¿Fue una ilusión que se apoderó de mí? ¿Fui yo todo eso? ¿Lo soy? ¿Lo seré en el futuro? ¿Seré esta visión de sueño y espanto de esta destructora de ciudades? Las muchachas tiemblan, pero tú, la más vieja, estás imperturbable. Habla con palabras sensatas.
    FÓRCIDA
    A quien recuerda los largos años de muchas y distintas alegrías, la suprema dicha de los dioses le acaba pare¬ciendo un sueño. Mas tú, favorecida sin medida ni límite, encontraste en tu vida sólo amantes llenos de pasión que, inflamados, se atrevieron a actos audaces de todo tipo. Ya Teseo, hombre fuerte como Hércules y admirablemente bien formado, te atrapó siendo tú niña, poseído de un fuerte deseo.
    HELENA
    Él me raptó siendo una esbelta cervatilla de diez años, me encerró en la fortaleza de Afidno en el Ática.
    FÓRCIDA
    Pero liberada en breve por Cástor y Pólux, fuiste reque¬rida por un selecto grupo de héroes.
    HELENA
    Mas con preferencia a todos ellos, he de confesar gustosa que fue Patroclo el que obtuvo mi favor, viva imagen de Peleo.
    FóRCIDA
    Sin embargo, por voluntad de tu padre, te uniste a Mene¬lao, el audaz surcador de los mares y asimismo guardián de su casa.
    HELENA
    Él le dio a su hija y le confió el cuidado del reino. De esta unión conyugal nació Hermione.
    FÓRCIDA
    Pero mientras en la lejanía obtenía luchando con valentía los derechos sucesorios de Creta, a ti, solitaria, se te pre¬sentó un huésped excesivamente bien parecido.
    HELENA
    ¿Por qué me traes a la memoria aquella viudez a medias y la cruel perdición que de ello resultó?
    FóRCIDA
    También para mí, cretense nacida libre, aquella expedi¬ción supuso el cautiverio y una larga esclavitud. HELENA
    Luego te nombró gobernanta, confiándote un buen nú¬mero de cosas, la mansión y el tesoro audazmente obte¬nido.
    FÓRCIDA
    Que tú abandonaste ansiosa de los inagotables goces del amor en dirección a Ilión, la ciudad rodeada de torres.
    HELENA
    No me recuerdes esos goces. La acre inmensidad del do¬lor se derramó en mi pecho y mi cabeza.
    FÓRCIDA
    Se dice que fuiste vista con doble imagen, una en Ilión y otra en Egipto.
    HELENA
    No provoques la total confusión de un espíritu errabundo. Ahora mismo no sé ni quién soy.
    FÓRCIDA
    Cuentan también que, saliendo del reino de las sombras, Aquiles se unió a ti apasionadamente tras haberte amado contra todo designio del destino.
    HELENA
    Como sombra me uní a él, que era una sombra también. Aquello fue un sueño, como lo dice la tradición. Yo me desvanezco y me convierto en una sombra. (Se desmaya y cae en brazos del semicoro.)
    CORO
    Silencio, silencio, ya cállate,
    siniestra, maledicente,
    de tu boca de sólo un diente,
    de esas fauces tan monstruosas,
    ¿qué es lo que puede salir?
    Pues el malvado, engañoso,
    ira de lobo, piel ovina,
    es para mí mucho peor
    que un gran perro de tres cabezas.
    Ansiosas queremos saber
    ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿cómo surgió
    este prodigio del espanto
    siempre presto a las asechanzas?
    No traes alivio ni consuelo
    como las aguas del Leteo,
    reanimas lo pasado
    rebuscando entre lo peor
    y lo más sombrío de todo.
    Oscureces al mismo tiempo
    el brillo que tiene el presente
    y la suave y centelleante
    esperanza del porvenir.
    Silencio, silencio, ya cállate.
    Que el alma de la soberana,
    ya presta a escapar de aquí,
    se quede por fin detenida
    y conserve su egregia forma,
    la más bella que hay bajo el sol.

    (HELENA ha vuelto en sí y de nuevo se man¬tiene en medio del CORO.)

    FÓRCIDA
    Sal de entre las nubes efímeras, soberano sol de este día que aún velado ya nos fascinaba y ahora reina con brillo deslumbrante. Tú misma contemplas con dulce mirada cómo se despliega el mundo ante ti. Por más que ellas me tachen de fea, no dejo de reconocer lo bello.
    HELENA
    Salgo temblorosa del vacío en que estuve sumida llena de vértigo. Me encantaría ponerme a descansar otra vez: es¬tán tan fatigados mis miembros… Con todo, tanto a las reinas como al conjunto de los humanos conviene domi¬narse y cobrar aliento, por muy grande que sea el peligro que les sorprenda.
    FÓRCIDA
    Ahora te muestras en toda tu grandeza y tu belleza, tu mi¬rada dice que mandas; ¿qué es lo que mandas? Dilo.
    HELENA
    Disponeos a recuperar el tiempo que perdisteis con vues¬tras rencillas.
    FÓRCIDA
    Todo está ya preparado en casa: la copa, el trípode, el ha¬cha afilada, hay agua para asperjar, ya se puede incensar cualquier cosa. Sólo falta la víctima del sacrificio.
    HELENA
    El rey no reveló cuál es.
    FÓRCIDA
    No lo dijo. ¡Oh palabra funesta!
    HELENA
    ¿Qué sentimiento funesto te embarga?
    FÓRCIDA
    Reina, tú eres la designada.
    HELENA
    ¿Yo?
    FÓRCIDA
    Tú y esas.
    CORO
    Dolor y calamidad.
    FÓRCIDA
    Sobre ti caerá el hacha.
    HELENA
    Es horroroso, pero lo esperaba, pobre de mí.
    FÓRCIDA
    Yo diría más bien que es inevitable.
    CORO
    Y nosotras, ¿qué será de nosotras?
    HELENA
    Ella morirá de noble muerte. Vosotras penderéis de esa alta viga sobre la que se sostiene el techo, como un fardo de tordos.

    (HELENA y el CORO muestran su sorpresa y su espanto formando un grupo expresivo y bien dispuesto.)

    FÓRCIDA
    ¡Fantasmas!… Estáis ahí como imágenes estáticas. Tenéis miedo de despediros del día que no os pertenece. Los hombres, todos ellos fantasmas, igual que vosotras, tam¬poco renuncian sin reservas a la majestuosa luz del sol, pero nadie los dispensa y los salva de su fin. Todos lo sa¬ben, pero a muy pocos les gusta. No hay nada que hacer: estáis perdidas. Pronto, manos a la obra. (Da unas palma¬das, y acto seguido aparecen en la puerta unos enanos enmascarados que ejecutan con presteza las órdenes que se formulan.) Ven acá, monstruo sombrío y de formas re¬dondas. Rodad hacia este lado, aquí se puede hacer daño. Haced sitio para el ara del sacrificio de cuernos de oro. Que la cuchilla esté colocada sobre el filo de plata. Lle¬nad las jarras de agua, hay que lavar la horrible mancha de sangre negra. Extended sobre el polvo la preciosa al¬fombra para que la víctima se arrodille con regias mane¬ras y envuelta en su mortaja ya decapitada, como es bien sabido, sea distinguida y dignamente sepultada, aunque, al fin y al cabo, sepultada.
    CORIFEA
    La reina se ha apartado ligeramente y está pensativa; las jóvenes se marchitan como la hierba segada de los pra¬dos. Pero me parece mi deber que yo, la más vieja del grupo, te dirija unas palabras a ti, la más vieja de las vie¬jas. Eres experta y sabia y pareces bien intencionada con nosotras, por más que descocadamente y por desconoci¬miento el grupo te insultara. Dinos, pues, todo lo que po¬damos hacer por nuestra salvación.
    FÓRCIDA
    Lo diré de inmediato: sólo depende de la reina salvarse a ella misma y salvaros a vosotras. Hace falta decisión y la mayor diligencia posible.
    CORO
    Tú, la más venerable de las Parcas, tú la más sabia de las Sibilas, mantén cerradas las áureas tijeras y anúncianos la salvación y la luz del día. Empezamos a sentir con desa¬zón cómo nuestros delicados miembros pronto penderán en el aire y estarán oscilando y bamboleándose. A ellos bien les gustaría estar primero en danza para luego acabar junto al pecho del amado.
    HELENA
    Deja que tiemblen. Siento dolor, pero no miedo. Sin em¬bargo, si tú conoces el medio de salvación, te será acep¬tado con gratitud. Sin duda, al inteligente y al previsor lo imposible se le hace muchas veces posible. Habla e indí¬came.
    CORO
    Habla e indícanos, dinos cómo saldremos de aquí, cómo escaparemos a los horribles y repulsivos lazos que están alrededor de nuestros cuellos amenazantes pero con el as¬pecto de funestas joyas. Pobres de nosotros, presentimos que perdemos el aliento, presentimos nuestra muerte por ahogamiento si tú, Rhea, noble madre de todos los dioses, no te apiadas de nosotras.
    FÓRCIDA
    ¿Tendréis paciencia para escuchar serenas el largo curso de mi relato? Es un buen cúmulo de historias.
    CORO
    Tenemos suficiente paciencia. Mientras escuchamos, vi¬vimos.
    FÓRCIDA
    Aquel que, estando quieto en casa, guarda un tesoro y sabe revocar los altos muros de la casa y asegurar el te¬jado contra el empuje de la lluvia, ese pasará feliz todos los días de su vida. Pero aquel que temerariamente atra¬viesa el sacro límite de su umbral con pies ligeros, cuando vuelva a su vieja casa lo encuentra todo cambiado, si no destruido.
    HELENA
    ¿A qué vienen tantos dichos conocidos? Tú querías con¬tarnos algo, deja ya lo enojoso.
    FÓRCIDA
    Esto es histórico, no es un buen reproche. Menelao na¬vegó de bahía en bahía pirateando: estuvo enemistado con todos en lucha por la costa y las islas y volvió con el botín que está ahí guardado. Ante las murallas de Ilión luchó durante diez años, no se sabe cuánto tiempo invirtió en el viaje de vuelta. Pero ¿cómo va todo en las cercanías de la distinguida casa de Tíndaro?, ¿qué hay del reino que la rodea?
    HELENA
    ¿Se ha encarnado tan fuertemente en ti la injuria que no puedes mover la boca si no es para insultar?
    FÓRCIDA
    Esos años quedó abandonado el valle rodeado de la sierra que se eleva al norte de Esparta dejando a la espalda el Taigeto, donde como arroyo vivaz baja hacia el Eurotas y luego por nuestro valle se ensancha entre las cañas y nutre a nuestros cisnes. Allí, en ese sereno valle entre monta¬ñas, una audaz estirpe se ha asentado llegando desde la noche cimbria y ha construido una fortaleza inexpugna¬ble, desde el que a placer oprimen al país y a las gentes.
    HELENA
    ¿Cómo pudieron hacerlo?, parece imposible.
    FÓRCIDA
    Tuvieron tiempo para ello, hace veinte años que están aquí.

  13. HELENA
    ¿Tienen jefe?, ¿son muchos bandidos aliados?
    FÓRCIDA
    No son bandidos, pero sí que uno de ellos es el jefe. Me ha hostigado muchas veces, pero no se lo reprocho. Aun¬que pudo llevárselo todo, se contenta con pequeños pre¬sentes a los que llama tributos.
    HELENA
    ¿Qué aspecto tiene?
    FÓRCIDA
    Nada malo. A mí sí me gusta. Es un hombre despierto, va¬liente, de buenas proporciones corporales como pocos hay en Grecia; es un hombre lleno de sensatez. Se tilda a este pueblo de bárbaro, pero no creo que ninguno se compor¬tara con tanta crueldad como lo hicieron algunos héroes que ante las puertas de Troya llegaron al canibalismo. Yo admiro su grandeza y confío en él. ¡Y su palacio!… ¡Te¬néis que verlo con vuestros propios ojos! Es diferente de esa construcción tosca, que vuestros padres, cada cual por su lado, ciclópeos como cíclopes, hicieron amontonando piedra sobre piedra. Por el contrario, allí todo es vertical u horizontal y regular. ¡Hay que verlo desde su exterior!: todo tiende en él hacia las alturas, hacia el cielo, es sólido y está bien trabado, brilla como el acero. Al intentar enca¬ramarse en él, incluso el pensamiento resbala. Dentro hay varios patios muy amplios rodeados de obras de todas las clases y todos los fines posibles. Allí se ven columnas y arcos de mayor y menor tamaño, corredores y galerías que dan al exterior y al interior. También hay blasones.
    CORO
    ¿Qué son blasones?
    HELENA
    Ayax llevaba ya la serpiente enroscada en su escudo como pudisteis ver vosotras. Los siete que fueron contra Tebas, llevaban ya signos en sus escudos llenos de significación: allí estaban la luna y las estrellas sobre el azul cielo de la noche, también la diosa, el héroe y las escaleras de asalto, las espadas, las antorchas y todo aquello que amenaza a la ciudad. Nuestros héroes llevan esas pinturas de refulgen¬tes colores desde tiempos antiguos. Allí veréis leones, águilas y también garras y picos, después veréis cuernos de búfalo, alas, rosas, colas de pavo real, incluso franjas doradas y negras, y de plata, azur y rojo. Blasones de ese tipo cuelgan dispuestos en filas ordenadas, dentro de salas de tamaño ilimitado, tan grandes como el mundo. ¡Allí sí que podríais bailar!
    CORO
    Dinos, ¿también allí hay bailarines?
    FÓRCIDA
    Los mejores, un ejército de muchachos jóvenes de rizos de oro. Huelen a juventud. Así olía también Paris cuando llegó a las cercanías de la reina.
    HELENA
    Te sales del papel. Di la última palabra.
    FÓRCIDA
    Tú eres quien la dirá; di «sí» de forma audible y te prote¬geré rodeándote de ese castillo.
    CORO
    Oh, di esa corta palabra y sálvate a ti y a nosotras a la vez.
    HELENA
    ¿Cómo? ¿He de temer que el rey Menelao sea tan cruel conmigo que me quiera hacer daño?
    FÓRCIDA
    ¿Olvidas con qué furia mutiló a tu Deífobo, el hermano de Paris, caído en combate, que te cortejó cuando eras una viuda paralizada por el dolor y te convirtió en su concu¬bina? Le cortó las orejas, la nariz y algo más: era un horror mirarlo.
    HELENA
    Al hacérselo a aquel lo hizo por mi causa.
    FÓRCIDA
    Por causa de aquel, él te hará lo mismo. ¿Quién comparte la belleza? El que la ha poseído prefiere destruirla antes que gozarla a medias.

    (Trompetas en la lejanía: el CORO se estre¬mece. )

    Qué cortantes resuenan las trompetas en los oídos y las entrañas. Así hieren los celos en el corazón del hombre que nunca olvida lo que fue suyo y, una vez perdido, no volverá a recuperar.
    CORO
    ¿No oyes sonar los cuernos? ¿No ves brillar las armas?
    FÓRCIDA
    Recibe la bienvenida, señor y rey, gustosa te anunciaré.
    CORO
    ¿Pero qué será de nosotras?
    FÓRCIDA
    Ya lo sabéis, cercana está su muerte y con ella la vuestra. No, ya no se os puede ayudar.

    (Pausa.)

    HELENA
    He pensado cuál puede ser mi más inmediato atrevi¬miento. Eres un demonio hostil, lo sé bien. Me temo que puedes convertir en malo lo que es bueno. Con todo, acepto seguirte al castillo, lo demás ya lo sé; es a todos inaccesible aquello que la reina lleva profundamente oculto en su pecho. Adelante, vieja.
    CORO
    Con qué alegría vamos
    marchando con paso vivo;
    dejando atrás la muerte,
    de nuevo estamos delante
    de la recia fortaleza
    de muros inexpugnables,
    tan bien resguardada está
    como la ciudad de Ilión,
    que sólo fue al fin tomada
    merced a una vil argucia.

    (La niebla se extiende y vela a su voluntad lo lejano y lo cercano.)

    Pero, ¿cómo?, pero, ¿cómo?
    Hermanas, mirad en torno.
    ¿No había un día claro?
    Suben ráfagas de niebla
    desde el sacro río Eurotas,
    ya no se avista la orilla
    bella y ornada de juncos,
    también dejé ya de ver
    los libres y altivos cisnes
    que delicadamente iban
    deslizándose graciosos.
    A pesar de los pesares
    escucho aún su canto,
    sonido vivo y lejano
    que nos anuncia la muerte,
    la salvación prometida
    se torna fatal caída.
    Oh, pobres de nosotras,
    semejantes a los cisnes,
    bellas y de cuello blanco
    y pobre hija del cisne.
    Todo se está cubriendo ya
    de una bruma envolvente
    No nos vemos ni a nosotras.
    ¿Qué es lo que ocurre? ¿Nos vamos?
    ¿Ahora estamos flotando?
    ¿Nuestros pies dejan el suelo?
    ¿No ves nada? ¿No es Hermes el
    de ahí? ¿No luce su cetro
    de oro señalando al Hades?
    ¿A esa horrorosa visión
    de un rebosante lugar
    eternamente vacío?

    Sí, de pronto todo se llena de tinieblas. Sin fulgor al¬guno se disipa la niebla de color gris oscuro o tal vez pardo oscuro. Ante nuestra mirada se eleva de pronto una muralla. ¿Es un palacio o es una profunda fosa? Es horri¬ble en todo caso. Hermanas, estamos presas, tan prisione¬ras como nunca estuvimos.

    [align=center]PATIO INTERIOR DE UNA FORTALEZA

    (Rodeado de ricas construcciones fantásticas
    de la Edad Media.)[/align]

    CORIFEA
    Apresuradas y atolondradas, todo un ejemplo de compor¬tamiento femenino. Esclavas del instante, juguetes de los cambios de tiempo, de la fortuna y del infortunio. No sa¬béis aguantar con un ánimo estable. La una siempre se opone a la otra, lo hace con acritud y choca con las demás: en la alegría y el dolor, vuestra risa y vuestros gimoteos se oyen igual. Ahora callad y ved qué tiene a bien, con su no¬ble ánimo, decidir la reina para ella y para nosotras.
    HELENA
    ¿Dónde estás, pitonisa, como quiera que te llames? De es¬tas bóvedas surge una tenebrosa fortaleza. Si has ido a anunciarme al maravilloso héroe para que me haga un buen recibimiento, te lo agradezco. Mas llévame pronto hacia él, pues quiero que acabe mi camino errabundo. Sólo deseo paz.
    CORIFEA
    En vano buscas con tu mirada en todas direcciones, reina. La monstruosa figura ha desaparecido. Acaso se quedó en la niebla de cuyo seno, no sé cómo, hemos venido. He¬mos venido ligeras, sin dar un paso. Tal vez yerra titu¬beante por el laberinto de este castillo, prodigiosa unidad constituida por otros muchos edificios, pidiéndole a su se¬ñor una acogida principesca. Pero mirad, allí se apresta rauda la numerosa servidumbre en las galerías, los pórti¬cos y las ventanas: esto anuncia una acogida grata y hos¬pitalaria.
    CORO
    Se me abre el corazón. Ved sólo con qué solemnidad y con qué paso más lento desciende ese cortejo de noble digni¬dad juvenil en hilera uniforme. ¿Al mandato de quién obe¬dece, aparece tan bien alineado y formado ese grupo de adolescentes? ¿Qué es lo que admiro más? Su gracioso paso, tal vez la ensortijada cabellera sobre su frente, tal vez su par de mejillas con el rubor de un melocotón y asi¬mismo cubiertas de un vello suave como terciopelo. Me gustaría morder, pero siento temor, pues en casos tales, la boca se llena, aunque es horrible decirlo, de cenizas.
    Pero los más hermosos
    se acercan hasta aquí.
    ¿Qué es lo que están portando?
    La tarima del trono,
    más su alfombra y asiento,
    colgaduras y adornos
    con aspecto de tienda.
    Él ahora corona
    con lucida guirnalda
    a nuestra bella reina.
    Él la ha invitado
    a ocupar su cojín
    lujoso; subid, pues,
    uno y otro escalón,
    mantened seriedad.
    Digna, tres veces digna,
    bendita esta acogida.

    (Todo cuanto va diciendo el CORO se va eje¬cutando sucesivamente.)
    (Después de que los donceles y los escuderos han bajado, aparece FAUSTO en la parte su¬perior de la escalera. Lleva un traje de caba¬llero medieval y baja lenta y dignamente.)

    CORIFEA (Mirándolo con atención.)
    Si, como suelen hacer, los dioses no le han prestado a este por muy poco tiempo su admirable figura, su sublime dis¬tinción, su adorable presencia, todo lo que emprenda lo conseguirá, ya sea en batallas con otros hombres, ya sea en las pequeñas contiendas por las más bellas mujeres. Ciertamente este es superior a muchos otros que yo había considerado de alto valor. Con paso lento y grave, digno y contenido, veo bajar al soberano. ¡Vuélvete! Oh, reina.
    FAUSTO (Avanza con un hombre encadenado a su lado.)
    En vez del más solemne saludo que aquí era lo debido y en vez de bienvenida respetuosa te traigo a este esclavo ahe¬rrojado por férreas cadenas que, faltando a su deber, me ha hecho faltar al mío. Arrodíllate aquí a confesar tu culpa de¬lante de tan alta señora. Oh soberana sublime, este es el hombre que ha sido colocado por la prodigiosa agudeza de su vista en la torre para mirar los alrededores, para abarcar atento el horizonte y lo ancho de la tierra, para ver qué puede presentarse, para ver qué es lo que baja por la ca¬dena de montículos que nos rodean hacia el valle y se acerca a la fortaleza, ya sean oleadas de ganado o desplie¬gue de ejércitos; aquel lo protegemos, este lo rechazamos. Y hoy, ¡menudo bochorno! Vienes tú y no nos lo anuncia. ¡Nos faltó hacer una acogida propia para tan alta visita! De modo temerario ha perdido el derecho a la vida, tendría que haber recibido ya su merecida muerte; pero sólo tú se¬rás competente para castigarlo o indultarlo como plazcas.
    HELENA
    Aunque me parece que sólo me la concedes para ponerme a prueba, esta tan alta dignidad que me brindas, ser soberana y juez, la ejerzo en primer lugar para cumplir la primera obligación de un juez: oír al acusado. Así pues, habla.
    LINCEO, EL VIGÍA DE LA TORRE
    Deja que me arrodille y contemple.
    Déjame morir o seguir vivo.
    Pues ya estoy tan sólo encomendado
    a la mujer traída por dioses.
    Esperando la bondad del alba
    y oteando a Oriente su venida,
    repentina y prodigiosamente
    el sol naciente vino del sur.
    Allí se dirigió mi mirada.
    En lugar de llanuras y cimas,
    en vez del confín de tierra y cielo,
    la pude ver a ella, la única.
    Tengo una vista privilegiada,
    la de un lince encaramado a un árbol;
    pero entonces debí esforzarme
    como si saliera de un hondo sueño.
    No sabía dónde me encontraba.
    ¿En la almena? ¿Tal vez en la torre?
    Se disipó y se fue la niebla,
    y tras ella apareció la diosa.
    Le consagré vista y corazón,
    absorbí aquel tenue fulgor,
    aquella deslumbrante belleza
    me cegó, pobre infeliz de mí.
    Olvidé mi deber de vigía
    y el cuerno sobre el que yo juré.
    Aunque tal vez ella me condene,
    su belleza aplaca toda ira.
    HELENA
    No puedo castigar el mal que yo misma causé. ¡Ay de mí! ¿Qué severo destino me hace aturdir así el corazón de los hombres hasta el punto de que acaban no respetándose ni a ellos mismos ni a nada? Me raptan, me intentan seducir, se baten en duelo, me llevan de un sitio a otro. Semi¬dioses, héroes, dioses y aun demonios me llevaron al des¬carrío aquí y allá. De forma única turbé al mundo, dupli¬qué, tripliqué y cuadrupliqué los desastres. Aleja a ese buen hombre, libéralo. Que no caiga la vergüenza sobre aquel al que deslumbraron los dioses.
    FAUSTO
    Asombrado, oh, reina, veo al mismo tiempo la que hiere con acierto y aquí al que fue herido. Veo el arco que lanzó su flecha contra aquel hombre. Las flechas suceden a las flechas y me alcanzan a mí. De todas partes las presiento, emplumadas y silbando de un lado a otro por la fortaleza y su recinto espacio. ¿Qué soy ahora? De golpe se rebelan mis leales servidores y mis murallas parecen desvencijadas e inseguras. Y así, temo ya que mi ejército obedece a la mu¬jer victoriosa e invicta. ¿Qué me resta hacer más que entre¬garme a mí mismo y darte todo lo que creía mío? Deja que a tus pies, libre y fiel, yo te reconozca como soberana a ti. A la que, con su sola presencia, adquirió un reino y un trono.
    LINCEO (Con un pequeño cofre y seguido de otros.)
    Aquí me tienes de vuelta, reina.
    El rico suplica una mirada.
    Al verte él se siente a la vez
    un mendigo y el más rico príncipe.
    ¿Qué fui antes?, ¿ahora qué soy?
    ¿Qué debo querer?, ¿qué debo hacer?
    ¿Para qué la vista más aguda?
    Ante tu presencia se deslumbra.
    Desde Oriente hemos llegado aquí
    y Occidente ya quedó atrás.
    De pueblos hemos visto un buen número.
    Primero y último se ignoraban.
    Cae el primero, resiste el segundo,
    el tercero empuñaba su lanza,
    cada uno iba con un centenar,
    sin notarlo murieron a miles.
    Nos abalanzamos presurosos.
    De todo lugar nos adueñamos.
    Y donde hoy soy el soberano
    mañana otro roba y saquea.
    Mirábamos con mucha presteza.
    Uno abusaba de la más bella.
    Para otro era aquel recio buey.
    Todos se llevaban los caballos.
    A mí me gustaba ir a buscar
    lo más raro que pudiera verse.
    Lo que pudiera poseer otro
    era para mí hierba reseca.
    Iba tras el rastro de tesoros,
    obedecí sólo a mi mirada,
    hurgué dentro de todo bolsillo,
    los arcones eran transparentes.
    Para mí fueron montones de oro
    y las más ricas piedras preciosas.
    Sólo la esmeralda se merece
    relucir verde junto a tu pecho.
    Que oscile entre la oreja y la boca
    esa gota del fondo del mar.
    Los rubíes sienten gran vergüenza,
    palidecen ante las mejillas.
    Y así el mayor de los tesoros
    lo he colocado junto a tu trono,
    a tus pies puedes observar
    la cosecha de muchas batallas.
    He arrastrado aquí muchos arcones
    mas aún quedan otros de hierro.
    Déjame seguir tu camino
    y llenaré de oro todas las cámaras.
    Apenas subes la grada del trono,
    te reverencian y ante ti se postran
    poder, riqueza e inteligencia,
    ante tu presencia sin igual.
    Todo esto lo guardé para mí
    pero ahora a ti te lo revelo,
    lo creía digno, verdadero y noble,
    ahora es insignificante.
    Lo que poseí se ha perdido,
    es hierba segada y ya marchita.
    Devuélvele con una mirada
    todo su originario valor.
    FAUSTO
    Aparta rápidamente esta carga audazmente obtenida, no te será censurada, pero tampoco premiada. Suyo es ya todo lo que la fortaleza encierra en su seno; ofrecerle algo especial es inútil. Apila ordenadamente tesoros sobre te¬soros. Muestra un espectáculo soberbio, tan magnífico que nunca se vio. Haz que brillen las bóvedas como un cielo despejado; crea paraísos de vida inanimada. Adelán¬tate rápido a sus pasos y desenrolla una tras otras las flori¬das alfombras. Que sus pies anden sobre un suelo mullido, y su mirada, que sólo a los dioses no deslumbra, resplan¬dezca con el máximo fulgor.
    LINCEO
    No es difícil lo que manda el señor,
    pronto lo cumplirá el servidor,
    pues sobre todo el bien y la nobleza
    reina siempre tu magna belleza.
    Ya está todo el ejército domado,
    sus lanzas y espadas han declinado.
    Incluso el Sol, mustio y frío está
    junto a tu figura, pura beldad.
    El reino de tu rostro florece,
    mas a su lado todo se envanece.
    HELENA (A FAUSTO.)
    Deseo hablarte, pero ven junto a mí. Este sitio vacío le co¬rresponde a su dueño y me asegura el mío.
    FAUSTO
    Ante todo, noble mujer, acepta gustosa el homenaje que de rodillas te consagro. Permite que bese la mano que me lleva a tu lado. Confírmame, junto a ti, como regente de tu imperio que no conoce límites: obtén un admirador, protector, esclavo, todo en uno.
    HELENA
    He visto y he oído muchos prodigios. El asombro me in¬vade, quisiera hacer muchas preguntas. Pero quisiera que me dijeras ante todo por qué el habla de ese hombre me suena tan rara, tan rara y tan amigable. Un sonido pa¬rece adaptarse al otro. Apenas una palabra había llegado a los oídos, venía otra a acariciarla.
    FAUSTO
    Si te agrada ya el modo de hablar de nuestros pueblos se¬guro que también te fascinará su canto. Este sacia profun¬damente el alma y los oídos. Pero lo mejor es que nos ejercitemos en él enseguida: el diálogo alternado lo atrae y lo provoca.
    HELENA
    Explícame cómo diré yo algo hermoso.
    FAUSTO
    Es cosa fácil: debe salir del corazón.
    Y cuando de ansias lleno el corazón está,
    inquietos preguntamos…
    HELENA
    … quién también lo tendrá.
    FAUSTO
    Espíritu, no mires adelante ni atrás,
    si tú afrontas el presente,…
    HELENA
    … sobra lo demás.
    FAUSTO
    Este tesoro no lo merece un humano;
    ¿quién aun así nos lo procurará?
    HELENA
    ¡Mi mano!
    CORO
    ¿Quién puede reprochar a nuestra soberana
    que se muestre abierta, cercana y amigable
    con el dueño y señor de esta gran fortaleza?
    Pues confesad, todas nosotras, sin dudarlo,
    estamos presas como tantas otras veces
    desde la ignominiosa caída
    de llión y nuestro errar atribulado y afligido
    por una ruta tortuosa y laberíntica.
    Las acostumbradas al amor de los hombres,
    no pueden normalmente hacer una elección,
    pero sin duda conocen bien el asunto.
    Tanto a unos bellos pastores de rizos de oro
    como a unos faunos de negro y crespo vellón,
    según se ofrezca, se presente o se requiera,
    conceden ellas igualmente sus favores
    sobre la posesión de sus túrgidos miembros.
    Están cada vez sentados más y más cerca,
    se van apoyando unos sobre los otros,
    hombro contra hombro, rodilla contra rodilla,
    cogidos de las manos se van acercando
    al trono en el que se mecen dulcemente
    en el muy mullido esplendor de los cojines.
    La majestad y la nobleza no rehúyen
    la abierta exhibición de los goces más íntimos
    ante los atónitos ojos de su pueblo
    y con toda generosidad de detalles.
    HELENA
    Me siento tan lejos y, sin embargo, tan cerca, y tan sólo digo gustosa: estoy aquí, aquí.
    FAUSTO
    Apenas respiro, mi voz tiembla, esto es un sueño que hace que se desvanezcan el tiempo y el espacio.
    HELENA
    Me parece haber envejecido y, sin embargo, me siento re¬juvenecer al estar contigo y serte fiel, desconocido.
    FAUSTO
    No sondees el destino sin par. Existir es un deber aunque sólo sea por un momento.
    FÓRCIDA (Entrando impetuosamente.)
    Deletreáis en el abecedario del amor, vuestros devaneos sólo os llevan a la carantoña, ociosos os acariciáis dulce¬mente, pero no hay tiempo para ello. ¿No sentís una sorda tormenta? ¿No escucháis la trompeta? El desastre está cercano. Llevando a su pueblo en oleadas, Menelao se acerca hasta vosotros. Armaos para la lucha. Rodeado por el ejército triunfador, mutilado como Deífobo, expiarás tu afición a la compañía femenina. Cuando en el aire os¬cile esta ligera mercancía, a la otra le estará reservada en el altar una nueva y afilada cuchilla.
    FAUSTO
    ¡Qué temeraria interrupción! Entra aquí inoportuna. Ni si¬quiera en los peligros me gusta la desatinada agitación. Una horrible noticia afea al más agraciado de los mensa¬jeros. A ti que eres la más fea posible tan solo te gusta dar malas noticias. Pero esta vez no lo lograrás; tu hueco aliento conmueve los aires. Aquí no hay peligro, el peli¬gro no sería sino una vana amenaza.

    (Señales, explosiones entre las torres, toque de clarines y cornetas; se oye música militar y se ve el desfile de un poderoso ejército.)

    No, ahora verás reunido el inseparable círculo de los hé¬roes, sólo este recibe el favor de las mujeres, el más pode¬roso sabe cómo defenderlas. (A los jefes del ejército que se separan de las columnas dando un paso adelante.) Con ese furor contenido y sereno que os deparará, con toda se¬guridad, la victoria, ya aparecen; la Tierra se estremece, avanzan, todo retumba. Desembarcaremos en Pilos, Néstor ya no estará y el indómito ejército romperá las pe¬queñas alianzas de los reyes. No tardéis en rechazar a Me¬nelao y en devolverlo al mar. Allí podrá errar, robar y es¬tar al acecho, como en él es propensión natural. Os he de nombrar grandes señores, me lo ordena la reina de Es¬parta. Ponedle ahora a sus pies los montes y los valles y vuestra será la conquista del Imperio. Tú, germano, de¬fiende las bahías de Corinto con vallados y baluartes. A ti, godo, te confío Acaya con sus cien desfiladeros. Que se dirijan a Elida las huestes de los francos, Mesenia les ha tocado a los sajones. Que el normando limpie los mares y engrandezca la Argólida. Entonces cada cual habitará su hogar y enviará su fuerza y sus rayos hacia el exterior, pero Esparta, la antigua residencia de la reina, deberá re¬gir sobre vosotros. Cada cual debe disfrutar del país donde nunca falta el bienestar, buscáis confiados a sus pies refrendo, prerrogativas y claridad.

    (FAUSTO baja; los PRÍNCIPES se reúnen en torno a él para recibir órdenes con mayor atención.)
    CORO
    El que quiera obtener a la más hermosa
    que ante todo se fíe a su habilidad,
    que con sabiduría se procure armas,
    con sus halagos obtendrá para sí
    lo más elevado que se puede ver,
    pero no lo poseerá muy tranquilo.
    Habrá pícaros que la seducirán.
    Habrá ladrones que la querrán raptar.
    Que esté siempre alerta para así impedirlo.
    Por eso yo alabo a nuestro magno príncipe,
    lo valoraré por encima de todo.
    Se ha impuesto con tamaña valentía
    que los más fuertes se inclinan ante él
    atentos a cualquier gesto de los suyos,
    para ejecutar fielmente sus mandatos,
    cada uno lo hace por su propio interés,
    así como por el generoso premio
    y de esa manera conseguir la gloria.
    ¿Quién será ahora capaz de quitársela
    a él, el más poderoso poseedor?
    Ella es su posesión a él consagrada.
    Que le sea doblemente concedida
    por nosotras, encerradas tras los muros
    en cuyo exterior hay un potente ejército.
    FAUSTO
    Los dones que les hemos dado a estos -una tierra fértil a cada uno- son grandes y magníficos: ahora dejémoslos marchar. Nosotros nos mantendremos en el centro. Ellos te defenderán con valor, península rodeada por olas por doquier, unida por una no muy pronunciada cadena de colinas a las últimas estribaciones de las montañas de Europa Este país, que recibe los rayos del sol antes que todos los países, sea por siempre propicio para toda estirpe, ahora que ha sido conquistado para mi reina, en hora temprana elevo a ella la mirada cuando el rumor que resuena en los cañaverales del Eurotas salió radiante de la cáscara deslumbrando a su distinguida madre y a sus her¬manos. Este país vuelto sólo hacia ti, brinda el más es¬pléndido de sus florecimientos. Prefiere tu patria al orbe terrestre de la que tú eres dueña. Aunque en el dorso de tus montes es herido por la afilada punta de las frías fle¬chas del sol, se ven allí reverdecer las peñas y la ávida ca¬bra recibe allí una pequeña parte de su sustento. El agua brota del manantial, los arroyos que se precipitan se jun¬tan, los barrancos, las pendientes, los prados empiezan a estar verdes; sobre una llanura quebrada por cientos de colinas se ven diseminados lanosos rebaños. Repartidas por doquier, con un paso grave y precavido, reses de ga¬nado vacuno provistas de cuernos van subiendo hasta el borde abrupto, mas allí hay refugio para todos, pues la pa¬red de roca se aboveda formando cien grutas. Allí, Pan los protege y las ninfas de la vida viven en el fresco recinto de los frondosos ahuecamientos, y los árboles, deseando remontarse a regiones más altas, son muy ramosos y se agolpan uno contra otro. Son antiguos bosques. El roble se yergue impertérrito y poderoso y las ramas se entrela¬zan caprichosamente. El tierno arce, lleno de dulce savia, se eleva puro y juega con su carga. Y, bajo la sombra, mana maternal leche tibia para el niño y el cordero. La fruta, ese manjar que nos depara la llanura, no está muy lejana, y hay miel en la oquedad del tronco. Aquí, el bie-nestar es hereditario, la mejilla está risueña al igual que la boca, cada uno es inmortal en su lugar, todos están con¬tentos y sanos. Así, a la luz del día, el buen muchacho se desarrolla hasta llegar a cobrar la fuerza paterna. Nos ad¬miramos ante ellos; sin embargo, siempre queda abierta la pregunta de sin son hombres o son dioses. Tan similar era Apolo a los pastores que parecía el más bello de todos, pues allí donde la naturaleza reina en su esfera, todos los mundos se reúnen. (Sentándose junto a HELENA.) Tanto tú como yo lo hemos conseguido. Lo pasado ha quedado detrás de nosotros. Siente que procedes de un dios su¬premo, tú perteneces tan sólo al primer mundo. En nin¬guna fortaleza debes ser confinada. En las cercanías de Esparta se encuentra, eternamente joven, la Arcadia, invi¬tándonos a una estancia venturosa. Estás llamada a vivir en un lugar feliz y por eso huyes hacia el destino más li¬sonjero. Los tronos se convierten en follaje. Que, como en Arcadia, nuestra dicha sea libre.

    (La escena cambia totalmente. En una serie de grutas abiertas en los peñascos hay tupi¬dos matorrales. Un pequeño bosque llega hasta las escarpadas peñas dispuestas en círculo. No se ve a FAUSTO ni a HELENA. El CORO, diseminado, yace dormido.)
    FÓRCIDA
    No sé cuánto tiempo hace que duermen esas jóvenes. También desconozco si han llegado a ver en sueños lo que yo he visto clara y distintamente. Por ello las despierto. La gente joven debe asombrarse al igual que vosotros, barbudos que permanecéis ahí sentados, esperando ver definitivamente la resolución de unos verosímiles prodi¬gios. Arriba, arriba, sacudid vuestros rizos. Apartad el sueño de vuestros ojos, no pestañeéis así y escuchadme.
    CORO
    Habla pues, cuéntanos los prodigios que han ocurrido. Nos gustaría oír lo que no podemos creer de ninguna ma¬nera, pues estamos aburridas de mirar esas rocas.
    FÓRCIDA
    ¿Apenas os habéis desperezado y ya sentís fastidio? Sa¬bed que en estas cavernas y estas grutas, bajo esta fron¬dosa vegetación encontraron refugio, como pareja idílica, nuestro soberano y nuestra soberana.
    CORO
    ¿Cómo? ¿Ahí dentro?
    FÓRCIDA
    Están retirados del mundo y sólo me han llamado a mí para servirles en silencio. Me siento altamente honrada por estar a su lado; con todo, como es propio de los confi¬dentes, buscaba en los alrededores otras cosas, iba de aquí para allá recogiendo raíces, musgo, cortezas, como cono¬cedora de todas sus propiedades, y así se quedaron solos.
    CORO
    Pero hablas como si ahí hubiese mundos enteros: bosques y praderas, arroyos y mares. ¿Qué cuentos te estás inven¬tando?
    FÓRCIDA
    ¡Inexpertas!, sin duda alguna allí hay profundidades no exploradas, una sala tras otra, un patio tras otro. Yo iba re¬corriéndolos cavilosa, cuando de pronto resonó una riso¬tada en el interior de la gruta. Miro allí y veo saltar un niño del regazo de la madre hacia el padre y del padre ha¬cia la madre. Las caricias, las carantoñas, las pequeñas tonterías amorosas, los gritos de alborozo y las exclama¬ciones de júbilo me aturden. Desnudo, un genio sin alas, una especie de fauno privado de bestialidad, salta sobre el suelo firme; pero el suelo, reaccionando, lo lanza a las al¬turas y al segundo o tercer salto toca la bóveda. La madre le dice llena de miedo: «Salta cuanto quieras, pero cuídate de volar, el vuelo libre te está vedado». Y así le aconseja su buen padre: «En la tierra está la fuerza que te lanza ha¬cia arriba; no toques el suelo más que con el dedo gordo del pie, te fortalecerás como Anteo, el hijo de la Tierra». Y así, el niño sigue saltando sobre esta enorme peña desde uno de sus bordes hasta el otro. Pero de pronto desaparece por una de las grietas y parece perdido. La madre lo llora, el padre la consuela y yo estoy encogida y asustada. En¬tonces, ¡qué aparición! ¿Hay tesoros allí escondidos? Va dignamente ataviado con un vestido de flores. Unos fle¬cos cuelgan de sus brazos, prendidas de su pecho, unas cintas revolotean, lleva en la mano su lira de oro lo mismo que un pequeño Febo, avanza confiado hacia el borde, ha¬cia el punto más saliente; nos sorprendemos. Los padres, muy emocionados, se abrazan. Mas, ¡cómo reluce lo que lleva en su cabeza! Es difícil saber qué es. ¿Es oro?, ¿es una llama de enorme fuerza espiritual? De esta manera se mueve anunciándose ya de niño como futuro maestro de todo lo bello, por cuyos miembros se agita la eterna mú¬sica; así lo oiréis y así lo veréis con admiración sin igual.
    CORO
    ¿Y tú te admiras de esto?
    ¿Tú, la nacida en Creta?
    ¿No oíste la instructiva
    poesía de Jonia?
    ¿Tampoco las leyendas
    eternas de la Hélade
    con sus dioses y héroes?
    Todo lo que sucede
    en estos, nuestros tiempos,
    sólo es el más triste eco
    de los antepasados.
    ¿Tu relato no es par
    a las bellas mentiras,
    todas muy verosímiles
    del raudo hijo de Maya?
    Al niño gracioso, pero fuerte,
    un lactante apenas nacido,
    lo envuelven en pañales de felpa,
    lo oprimen con apretadas fajas
    las excesivas preocupaciones
    de unas cuantas chismosas nodrizas.
    Sin embargo, él, hábil, con maña
    y con picardía, al fin saca
    sus miembros elásticos y fuertes.
    Deja luego tras de sí también
    la opresiva envoltura de púrpura
    que lo mantenía aprisionado
    como si fuera una mariposa,
    que, liberada de la crisálida,
    despliega sus alas, se desliza

  14. y atraviesa con audacia el éter
    para alcanzar los rayos del sol.
    Es extremadamente despierto,
    ayuda a los ladrones y pícaros,
    pero también busca el bien de todos,
    es el genio siempre benefactor,
    nos lo demuestra inmediatamente
    haciendo uso de sus diestras artes.
    Con una rapidez sorprendente
    le roba el tridente al soberano
    del mar, a Ares le desenvaina
    la espada con toda habilidad,
    a Febo le quita su arco y flechas
    y a Hefesto sus grandes tenazas
    incluso a Zeus, a Zeus, el supremo,
    le roba el rayo; no teme el fuego,
    vence a Eros en artera pugna
    cuando le pone la zancadilla
    y a Cipris le roba el cinturón
    mientras aún dormita en sus brazos.

    (Se oye, proveniente de la cueva, una mú¬sica de cuerda de atractivo sonido. Todos lo notan y parecen íntimamente conmovidos. Desde aquí hasta la próxima pausa, acom¬pañamiento completo de música.)

    FÓRCIDA
    Escuchad esos sones encantadores. Libraos pronto de las fábulas, libraos de vuestra vieja multitud de dioses, ya está acabado. Nadie quiere ya comprenderos. Pedimos un tributo más elevado, porque es preciso que del corazón salga lo que hace que el corazón se accione. (Se retira hasta la roca.)
    CORO
    Si a ti, horrible criatura,
    te conmueve esta melodía.
    Nosotras estamos renacidas,
    y de alegría vertemos lágrimas.
    El sol se oculta en la mejor hora,
    cuando el alma empieza a renacer.
    Encontramos en el corazón
    lo que el mundo nos está negando.

    (HELENA, EUFORIÓN y FAUSTO con el ves¬tido antes descrito.)

    EUFORIÓN
    Si escucháis cantos infantiles, enseguida tendréis vuestra propia fiesta; si me veis saltar acompasadamente, vuestro corazón paterno se agita.
    HELENA
    El amor, para hacer feliz a los humanos, liga a una noble pareja, pero para el entusiasmo de los dioses crea un deli¬cioso trío.
    FAUSTO
    Ya nada nos falta. Yo soy tuyo y tú eres mía y así estare¬mos unidos, no puede ser de otra manera.
    CORO
    Una dicha de muchos años,
    por la belleza del muchacho,
    ha disfrutado esta pareja.
    Oh, qué conmovedora unión.
    EUFORIÓN
    Ahora, dejadme brincar, dejadme saltar. Mi deseo, que ya empieza a apoderarse de mí, es llegar hasta los aires.
    FAUSTO
    Con mesura, con mesura. No seas temerario: que la caída y el desastre no te afecte, que no nos lleve a la desgracia este hijo querido.
    EUFORIÓN
    No quiero quedarme más tiempo en el suelo. Soltadme los brazos, soltadme los rizos, soltadme los vestidos, son míos.
    HELENA
    Piensa a quién perteneces, cuánto nos dolería que destru¬yeras aquello que obtuvimos con tanto trabajo y que es mío, tuyo y suyo.
    CORO
    Me temo que esta unión muy pronto va a romperse.
    HELENA Y FAUSTO
    Tente, tente por el bien de los padres, esos excesos de vi¬talidad, esos violentos impulsos. Sé el ornamento de la calmada llanura.
    EUFORIóN
    Para complaceros me detendré. (Entremezclándose en el CORO y obligándolo a bailar.) Más ligero me muevo aquí, junto al sexo alegre. ¿Son ahora la melodía y el compás los adecuados?
    HELENA
    Sí, ahora todo es como debe ser; conduce a las bellas en una danza artística.
    FAUSTO
    ¿Cuándo acabará todo esto? Las bufonerías nunca me agradarán.

    (EUFORIÓN y el CORO, danzando y cantando, se mueven en hileras que se entrelazan.)

    CORO
    Cuando tus dos brazos
    graciosos se mueven,
    tus dorados rizos
    sacudes enérgico.
    Cuando tu pie grácil
    se mueve y desliza,
    una y otra vez
    tus miembros se elevan.
    Niño encantador,
    tu fin has logrado:
    tuyos son ya al fin
    nuestros corazones.

    (Pausa.)

    EUFORIÓN
    Sois tantas, ciervas de ligero paso. ¡Vamos a divertirnos! Alejaos de aquí, yo soy cazador, vosotras sois la caza.
    CORO
    Si quieres atraparnos
    no seas tan ansioso,
    pues no queremos nada
    más que abrazarnos a ti
    y a tu bella figura.
    EUFORIÓN
    Venga, dispersaos por el bosque. Id hacia los troncos y las piedras. No me gusta lo que puede obtenerse sin dificulta¬des, sólo me agrada lo que se obtiene con violencia.
    HELENA Y FAUSTO
    ¡Qué temeridad!, ¡qué locura! De él no podemos esperar mesura alguna. Parecen oírse cuernos de caza que resue¬nan por el valle y el bosque. ¡Qué alboroto!, ¡qué griterío!
    CORO (Las CORÉTIDAS entran una a una con rapidez.)
    Rápido ha pasado,
    con desdén y desprecio.
    De entre nosotras sólo
    arrastra a la esquiva.
    EUFORIÓN (Trayendo consigo a una joven.)
    Arrastro aquí a esta brava pequeña a un goce forzado. Para mi deleite, para mi placer, oprimo este pecho huraño, beso esta boca reacia.
    LA JOVEN
    ¡Déjame en paz! Bajo este aspecto externo hay ánimo y fuerza de espíritu. Nuestra voluntad es parecida a la tuya y no es tan fácil de doblegar. ¿Crees que ya estoy atrapada? Confías demasiado en tu brazo; aprieta y verás cómo me escapo jugando contigo, estúpido. (Ella se eleva en el aire despidiendo fuego.) Sígueme por el aire ligero, sígueme por las pétreas grutas, persigue la presa que se desvanece.
    EUFORIÓN (Sacudiéndose las últimas llamas.)
    Montón de rocas en medio del bosque. ¿Qué tiene que ver conmigo la estrechez si soy joven y resuelto? El viento re¬sopla, las olas rugen, aunque a ambos los oigo lejanos, me gustaría estar cerca. (Va saltando de roca en roca su¬biendo cada vez más arriba.)
    HELENA, FAUSTO Y CORO
    ¿Quieres imitar a las gamuzas? Nos da horror tu caída.
    EUFORIÓN
    He de ascender escalando más y más. Siempre he de mi¬rar más lejos. Ahora sé dónde estoy. En medio de la isla, en medio de Pélope, emparentada tanto con la tierra como con el mar.
    CORO
    Si no vives contento
    en el monte y el bosque,
    busquemos alineadas
    vides en las colinas,
    luego higos y manzanas.
    En una dulce tierra
    dulcifica tu espíritu.
    EUFORIÓN
    ¿Soñáis días de paz? Que sueñe en ellos quien pueda. «Guerra» es la palabra clave. Que el eco diga «victoria».
    CORO
    Quien viviendo en la paz
    desea guerrear,
    se verá despojado
    de la alegre esperanza.
    EUFORIÓN
    Que obtengan su ganancia todos los que este país engendró en el peligro y para el peligro y a los que hizo libres y de valor sin límites para derrochar su sangre; que la obtengan todos los que tienen un sagrado sentimiento que nada puede difuminar; que la obtengan todos los combatientes.
    CORO
    Mirad dónde ha llegado y
    no parece pequeño.
    Está bajo el arnés
    de metal refulgente.
    EUFORIóN
    No hagáis zanjas, ni muros. Que cada cual cuide de sí mismo. Una fortaleza muy resistente es el coriáceo pecho de un hombre. Si no queréis que nadie os conquiste, id al campo de batalla con armas ligeras. Que las mujeres se hagan amazonas y que todos los niños se hagan héroes.
    CORO
    Sagrada poesía,
    que subes hasta el cielo,
    que el astro más hermoso
    ascienda a lo más alto.
    Seguirás alcanzándonos,
    todavía se escucha
    y nos gusta oírla.
    EUFORIÓN
    No, no me he presentado como un niño. Soy un adoles¬cente y vengo armado; estoy aliado con los fuertes, con los libres, con los audaces he avivado mi espíritu. Ade¬lante, más allá. Allí se abre el camino que nos conduce a la gloria.
    HELENA Y FAUSTO
    Apenas empezaste a vivir, apenas expuesto a la luz del día, empiezas a ansiar desde vertiginosas alturas un lugar de dolorosa caída. ¿Es que no somos nada para ti? ¿Es un sueño esta dulce unión?
    EUFORIÓN
    ¿Oís cómo retumban los truenos sobre el mar? Hacen eco resonando en un valle tras otro; en una nube de polvo y por las olas llegan aquí uno y otro ejércitos, van impulso tras impulso, hacia el dolor y el tormento. Como se com¬prende, luchar a muerte es la orden que les han dado.
    HELENA, FAUSTO Y CORO
    ¡Qué horror!, ¡qué espanto!, ¿tu consigna es la muerte?
    EUFORIÓN
    ¿Debiera mirarla de lejos? No, yo comparto afanes y ries¬gos.
    HELENA, FAUSTO Y CORO
    La temeridad y el peligro son un destino fatal. EUFORIÓN
    Mas un par de alas se despliegan. Allí, allí debo ir. De¬jadme emprender el vuelo. (Se lanza a los aires; los vesti¬dos lo sostienen durante un instante; su cabeza resplan¬dece y le sigue una estela de luz.)
    CORO
    ¡Oh!, ¡oh!, ¡Ícaro!, ¡Ícaro!,
    ¡se acabó el tormento!

    (Un bello adolescente cae a los pies de sus padres, que creen reconocer en el muerto una figura conocida; pero lo corporal desa¬parece enseguida, la aureola asciende al cielo como un cometa. La ropa, el manto y la lira quedan en el suelo.)

    HELENA Y FAUSTO
    La alegría es sucedida por una iracunda pena.
    VOZ DE EUFORIÓN (Desde las profundidades.)
    Madre, no me dejes solo en el reino de las tinieblas.
    CORO (Canto fúnebre.)
    Donde quiera que vayas, no estarás solo,
    pues nosotras sabremos reconocerte.
    Aunque hayas dejado la luz del día,
    ningún corazón se apartará de ti.
    Sin embargo, no debemos lamentarnos,
    cantamos envidiosas de tu destino.
    En los días claros como en los sombríos,
    tu canto y tu ánimo fueron espléndidos.
    Naciste para la alegría terrena
    de nobles ancestros y con gran vigor.
    Por desgracia, no pudiste disfrutar
    de tu soberbia juventud floreciente.
    Tu mirada observadora y penetrante
    sentía simpatía por lo impulsivo;
    el ardoroso amor de bellas mujeres
    era tuyo y cantabas sin igual.
    Sin que nadie consiguiera detenerte,
    te lanzaste por tu voluntad al vacío.
    Violenta y disipadamente rompiste
    con todas las leyes y con las costumbres,
    pero el pensamiento, lleno de nobleza,
    le prestó al fin gravedad a tu ánimo.
    Quisiste obtener una meta magnífica
    pero a la postre no llegaste a alcanzarla.
    ¿Quién la ha obtenido? Oscura pregunta
    cuya contestación oculta el destino,
    cuando en los momentos más malhadados
    acalla la voz de un pueblo desangrándolo.
    No permanezcáis por más tiempo inclinadas,
    pues la Tierra volverá a engendrar
    seres de este tipo como siempre hizo.

    (Pausa completa. Cesa la música.)

    HELENA (A FAUSTO.)
    Por desgracia, una antigua profecía que me hicieron se cumple: que la belleza y la fortuna nunca van de la mano por mucho tiempo. Se ha roto el vínculo con la vida y con el amor. Añorando los dos, me despido con tristeza y por última vez me echo en tus brazos… ¡Perséfone, toma al niño y tómame a mí!

    (Se abraza a FAUSTO. La presencia corpo¬ral se desvanece. La vestidura y el velo que¬dan en manos de FAUSTO.)

    FÓRCIDA (A FAUSTO.)
    Ten presente todo lo que te quedó de ello. No te despren¬das del vestido. Los demonios tiran ya de sus orlas y qui¬sieran llevárselo al infierno. Tente firme. Ya no está aquí la diosa que perdiste, pero lo que aquí tienes es divino. Aprovéchate del alto e incalculable favor que recibiste y elévate. Esto te llevará hacia el éter, por encima de todo lo vulgar, por todo el tiempo que vivas. Nos volveremos a ver lejos, muy lejos de aquí. (Los vestidos de HELENA se remontan hacia las nubes, envuelven a FAUSTO, lo elevan en el aire y se lo llevan. FÓRCIDA toma el vestido, el manto y la lira de EUFORIÓN de la tierra, se acerca al proscenio y, levantando en el aire los despojos, habla.) Esto siempre es un feliz hallazgo. Es cierto que la llama ha desaparecido, pero no lo siento por el mundo. Aquí hay suficiente para que los poetas canten, para despertar la en¬vidia de los gremios artesanales, si yo no puedo otorgar talentos, al menos mantendré estas ropas conmigo.
    PANTALIS
    Daos prisa, niñas. Estamos libres del hechizo, estamos li¬bres de la opresión del ánimo que ejercía sobre nosotros esa vieja de Tesalia. Ya estamos libres del rechinar de aquel ruido aturdidor que confundía el oído y mucho más aún el sentido interior. Bajemos al Hades, la reina ha ba¬jado con solemne paso. Que las huellas de sus pies sean secundadas inmediatamente por sus servidoras. La encon¬traremos junto al trono de la Inescrutable.
    CORO
    Las reinas se hallan a gusto en todas partes,
    también en el Hades reciben favores,
    orgullosas de encontrarse con sus pares
    y al abrigo de la amistad de Perséfone.
    Mas nosotras, sumidas en lo profundo
    de las llanuras repletas de asfódelos,
    entre álamos de pronunciada altura
    unidos a hileras de sauces estériles,
    ¿cuál podrá ser allí nuestra diversión?
    Tal vez musitar, como hacen los murciélagos,
    un murmullo fantasmal y no amistoso.
    PANTALIS
    Quien no ha conquistado para sí un nombre ni persigue lo más noble, pertenece a los elementos. Así pues, partid. Ardo en deseos de ver a la reina. No sólo el mérito, sino también la fidelidad, nos garantizan la conservación de la persona. (Se va.)
    TODO EL CORO
    Hemos sido devueltas a la luz del día.
    Hemos perdido nuestra forma de personas.
    Lo sabemos, lo lamentamos, lo sentimos,
    pero nunca más volveremos al Hades.
    La eternamente viva naturaleza
    ejercerá legítimamente siempre
    su derecho sobre nosotras, espíritus,
    al igual que lo ejerceremos sobre ella.
    UNA PARTE DEL CORO
    En el temblor susurrante de este millar de ramas
    hacemos que el manantial de la vida se remonte
    desde las raíces hasta aquí, como hojas o flores.
    Adornémonos el pelo que el soplo del aire abulta.
    El fruto cae y los pueblos se aprestan a recogerlo.
    Lo quieren asir, lo quieren comer, por eso vienen.
    Se inclinan ante nosotras como ante el dios supremo.
    OTRA PARTE DEL CORO
    Al reflejo espléndido de estas paredes de roca
    suave y deliciosamente nos hemos adherido.
    Estamos atentas al rumor del ave, del junco,
    aun al hosco Pan estamos prestas a contestar.
    También a los zumbidos y, si hay truenos, retumbamos.
    Doblamos, triplicamos, centuplicamos los ruidos.
    UNA TERCERA PARTE
    Hermanas, nosotras, de espíritu más agitado,
    iremos con los arroyos en pos de las colinas,
    siempre hacia abajo, siempre a lo hondo, formando meandros.
    Ahora en la pradera, luego el jardín y la dehesa.
    La senda nos la indican las copas de los cipreses
    que se elevan hacia el éter sobre ondas y orillas.
    UNA CUARTA PARTE
    Ondulad a placer que nosotras rodearemos
    la fértil colina cultivada hasta sus confines
    de vides en las que la gran pasión del viñador
    nos hace ver el fruto del mayor de los afanes.
    Ya sea con azadón o con laya, va podando
    e invoca entre todos los dioses al supremo Sol.
    Baco, refinado, desatiende a sus servidores,
    retoza en cuevas flanqueado de los faunos más jóvenes,
    lo que necesita para su parcial embriaguez
    lo encuentra en odres, jarras y todo tipo de vasos,
    apilado a la derecha e izquierda de la gruta.
    Como los dioses en general, y ante todo Helios,
    airean, dan jugo y calientan el grano de vid,
    allá donde labora el viñador la vida surge
    y bulle en los pámpanos, los emparrados y estacas.
    Crujen los cuévanos, las banastas, también la tina;
    ya está aquí la fornida danza del pisador.
    Así, la santa abundancia de los granos jugosos
    es triturada sin piedad en un mar de espuma.
    Ahora en los oídos chirrían fuerte los címbalos,
    pues Dionisos ha desvelado todos sus misterios;
    acompañado de sátiros derriba a las sátiras
    mientras el orejudo animal de Sileno grita.
    Sin cuidado, las pezuñas arruinan las costumbres,
    el vértigo se adueña del cuerpo, se ensordece.
    Los borrachos tienen panzas y cabezas cargadas.
    Algunos van con cuidado, mas se unen al tumulto,
    pues para guardar el mosto se vacía el odre viejo.

    (Cae el telón. En el proscenio FÓRCIDA apa¬rece con gigantesca figura, se despoja de los coturnos, deja caer la máscara y el velo y se muestra Como MEFISTÓFELES, para comen¬tar, si fuera necesario, la pieza en el epí¬logo.)

    [align=center]ACTO IV

    ALTA MONTAÑA

    (De impertérritas y escarpadas cumbres rocosas. Una nube se acerca a la montaña, se queda junto a ella y va descen¬diendo para, al llegar a un repecho saliente, detenerse y abrirse.)[/align]

    FAUSTO (Apareciendo.)
    Al contemplar bajo mis pies la más profunda de las soleda¬des, piso animado el borde de estas cumbres, abandonando la nube que me trajo en días claros por encima de la tierra y el mar. Se va separando de mí sin disiparse. La abombada masa marcha hacia Oriente, los ojos la van siguiendo con asombro, ella se divide al ir avanzando, va dando lugar a ondulaciones, se modifica. Pero está tomando cierta forma… Los ojos no me engañan. En estas cimas llenas de sol veo imponentemente tumbada una imagen de mujer se¬mejante a los dioses. Parecida a Juno, a Leda, a Helena, qué majestuosa aparece ante mis ojos. Ah, se está desbara¬tando, pierde la forma, se va extendiendo, se acumula en montones, se empieza a depositar en Oriente como si fuera una lejana montaña llena de nieve, y refleja deslumbrante el recuerdo de efímeros días. En torno a mí flota, alrededor de mi pecho y de mi frente, una ráfaga de neblina que me rego¬cija con su frescor y su caricia. Ahora sube ligera y vacilante más y más arriba, y allí se va concentrando. ¿Me engaña una encantadora imagen como si fuera aquel supremo bien sólo disfrutado en la juventud y hace tanto tiempo perdido? Los tempranos tesoros brotan de las profundidades del co¬razón. Esto me impulsa al amor de la aurora de ligero vuelo, me lleva a aquella visión rápidamente percibida y apenas comprendida, que, una vez que perduró, superó el brillo de todos los tesoros. Al igual que la belleza del alma, esta noble figura se eleva, no se disipa, se eleva hasta el éter y se lleva consigo lo mejor de mí.

    (Una pisada de bota de siete leguas retumba en el suelo; a esta sucede otra. MEFISTÓFE¬LES baja de ellas. Las botas siguen su ca¬mino ascendente.)

    MEFISTÓFELES
    Esto sí que es avanzar. Pero, dime qué se te pasa por la ca¬beza. ¿Has bajado lleno de esos pesares por peñascos de bocas cruelmente entreabiertas y bostezantes? Conozco bien eso, pero no de este lugar, sino del fondo del infierno.
    FAUSTO
    Gustas de prodigar el relato de delirantes leyendas. ¿Vas a contarme una de ellas?
    MEFISTÓFELES
    Cuando Dios, el Señor -bien conozco yo las razones-, nos hizo emigrar del aire a las más hondas profundidades, allá donde en el centro arde un fuego eterno, nos encontrá¬bamos ante un excesivo fulgor, muy apretados e incómo¬dos. Los diablos empezamos a toser todos a la vez, el in¬fierno se inundó de hedor de azufre y ácido. Se formó un gas tan horrible que la corteza de la tierra de los continentes estalló, en todo su grosor. Ahora hemos pasado al otro ex¬tremo, lo que antes era abismo ahora es cumbre. En eso se funda la recta doctrina de variar lo más bajo por lo más alto. Entonces, de la abrasadora esclavitud pasamos al aire libre. Este es un patente misterio, bien guardado, que sólo se re¬velará a los pueblos más tarde (Efes., 6, 12).
    FAUSTO
    La masa de montañas permanece distinguidamente silen¬ciosa ante mí. No pregunto ni de dónde procede ni por qué está ahí… Cuando la naturaleza se construyó a sí misma, el globo terráqueo tomó por sí mismo una per¬fecta forma redonda; luego se solazó creando picos y ba¬rrancos, luego plácidamente modeló las colinas y suavizó las pendientes en el valle. Allí todo verdea y crece y para entretenerse no necesita hacer locuras.
    MEFISTÓFELES
    Eso es lo que tú piensas y te parece tan claro como la luz del sol, pero el que estuvo allí presente sabe que fue de forma diferente. Allí estaba cuando la masa hirviente del abismo borboteando se hinchó despidiendo una tormenta de llamas, cuando el martillo de Moloc, fundiendo unas rocas con otras, arrojaba a gran distancia los escombros del monte. En la tierra están aún inmóviles esas extrañas masas. ¿Quién puede explicar la fuerza de ese impulso? El filósofo no puede explicarla. La roca está allí y hay que dejarla, lo hemos meditado hasta perder la cabeza. El pue¬blo sencillo es el único que comprende sin caer en el des¬varío. La sabiduría ha tenido mucho tiempo para madurar en él. Este es un prodigio que se debe atribuir a Satanás. Mi peregrino cojeando y apoyándose en su bastón se acerca a la piedra del diablo y al puente del diablo.
    FAUSTO
    Es curioso observar cómo contemplan los diablos la natu¬raleza.
    MEFISTÓFELES
    ¿Y a mí eso qué me importa? Que la naturaleza sea como le plazca. Esta es una cuestión de honor, allí estaba el dia¬blo. Somos los indicados para lograr grandes cosas. Tu¬multo, violencia y delirio; he ahí la señal. Pero, hablando en serio, ¿no hay nada en la superficie que te haya gus¬tado? Abarcaste con la mirada lo que no tenía medida. «Los reinos del mundo en su esplendor» (Mateo, 4). Pero, insaciable como eres, ¿no has tenido nunca algún deseo?
    FAUSTO
    Claro que lo he tenido. Algo grande me ha atraído. ¡Adi¬vina lo que es!
    MEFISTÓFELES
    Pronto te lo conseguiré. Escogería para mí una capital así: en el centro los lugares donde obtienen su sustento los ciu¬dadanos, callejuelas estrechas y tortuosas, fachadas con pináculos, un reducido mercado con coles, nabos, cebo¬llas, puestos de carne donde pululan las moscas para atibo¬rrarse de grasa de carne. Allí encontrarás en todo momento hedor y actividad. Después, amplias plazas, calles anchas para mostrar cierta apariencia distinguida. Finalmente, allá donde los límites de las puertas se han superado, encontra¬rás arrabales sin fin. Allí me deleitaré con el rodar de los carruajes, con el vaivén del tráfico, con las idas y venidas del tránsito de un bullicioso hormiguero. Y allá donde vaya, andando o cabalgando, yo siempre parecería el cen¬tro venerado por centenares de miles de personas.
    FAUSTO
    Eso no me puede contentar. A uno le alegra que la gente se multiplique, que se alimente bien y a su gusto, incluso que se eduque y que se instruya… sin embargo, no se da lugar más que a rebeldes.
    MEFISTÓFELES
    Luego, en un agradable lugar, me construiría un palacio de recreo de estilo grandioso, como bien sé yo hacerlo. El bosque, las colinas, las llanuras, las praderas, la campiña, todo estaría dispuesto como un espléndido jardín. Ante muros de verde, rectilíneas avenidas, enramadas artificia¬les, cascadas que se precipitan a pares sobre las piedras y fuentes de todas las clases; allí, el agua brota majestuosa pero a los lados va saliendo susurrante y haciendo mil fili¬granas. Luego, a las más bellas de las mujeres les cons¬truiría una acogedora y cómoda casita y pasaría allí el tiempo sin fin, en un retiro disfrutado en buena compañía. Digo «mujeres» pues, de una vez por todas, las bellas me gustan en plural.
    FAUSTO
    Perverso y moderno Sardanápalo.
    MEFISTÓFELES
    ¿Se podrá llegar a saber a qué aspirabas? Seguro que era algo sublime y audaz. ¿Te remontaste flotando tan cerca de la Luna, te llevó tu ansia allí?
    FAUSTO
    ¡En absoluto! La esfera terrestre ofrece aún campo para grandes logros. Todavía puedo lograr lo digno de admira¬ción. Me siento con fuerzas para un audaz empeño.
    MEFISTÓFELES
    ¿Y así pretendes obtener la fama? Se nota que has estado entre heroínas.
    FAUSTO
    Obtendré la jerarquía, la propiedad. La acción lo es todo, la fama no es nada.
    MEFISTÓFELES
    Pero, sin duda, habrá poetas que darán cuenta a la posteri¬dad de tu brillantez invocando a la locura con locura.
    FAUSTO
    Todo eso es ajeno para ti. ¿Qué sabes tú de los deseos del hombre? ¿Qué sabe tu repugnante, amargo y áspero ser de las necesidades del hombre?
    MEFISTÓFELES
    ¡Que todo sea según tu voluntad! Confíame hasta dónde llegan tus delirios.
    FAUSTO
    Mis ojos miran a alta mar. Esta se hinchaba para alcanzar lo más alto, luego se hundía para romper, abarcando la ex¬tensión de la orilla. Y me apenó cómo el orgullo, a impul¬sos de una sangre inquieta y apasionada, lleva al espíritu libre, que respeta todos los derechos, a un sentimiento de malestar. Esto me pareció obra de la casualidad, agucé mi vista, la ola se detuvo, retrocedió y se alejó del punto que orgullosamente había alcanzado; llegada la hora, repitió su juego.
    MEFISTÓFELES (A los espectadores.)
    En ello no hay nada nuevo que aprender para mí. Ya lo conozco desde hace cien mil años.
    FAUSTO (Continúa hablando apasionadamente.)
    La masa va deslizándose estéril y difusora de la esterilidad en mil lugares. Ahora se hincha, crece y rueda cubriendo el yermo terreno de la desierta playa. Allí ejerce su dominio ola sobre ola, se retira sin haber creado nada, lo cual me produce espanto hasta la desesperación. Es una fuerza de elementos desencadenados que no tiene fin alguno. Aquí mi espíritu intenta ir más allá de sí mismo, quiero luchar, deseo vencer. ¡Y es posible!, por mucho que suba la ma¬rea, el mar cede ante cualquier colina; es posible que se siga agitando altivo, pero una pequeña altura aplaca su or¬gullo, una pequeña hendidura lo atrae fuertemente. Enton¬ces fui concibiendo un plan tras otro: logra, me dije, el gran placer de sustraer al soberano mar de sus orillas, reducir sus enormes y húmedos límites y hacer que se vaya ence¬rrando en sí. He sabido poco a poco ir madurando esto. Este es mi deseo, atrévete a propiciar su consecución.

    (Se oyen tambores y música de guerra desde la lejanía, que proviene de la parte derecha del escenario.)

    MEFISTÓFELES
    ¡Qué fácil! ¿No escuchas los tambores en la lejanía?
    FAUSTO
    ¡De nuevo hay guerra! Al hombre juicioso no le agrada oír eso.
    MEFISTÓFELES
    En guerra o en paz, lo apropiado es sacar partido de las circunstancias. Hay que perseguir el momento, saber cuándo llega. La ocasión está ahí. Fausto, aprovéchala.
    FAUSTO
    Deja ya esa maraña de enigmas y dime lo que significan.
    MEFISTÓFELES
    Durante mis viajes no ha quedado para mí inadvertido que el buen Emperador está pasando apuros. Tú ya lo cono¬ces. Cuando nosotros le pusimos en sus manos una falsa riqueza, para él todo el mundo estaba en venta. Cuando era joven aún, le correspondió en suerte el trono y llegó a la falaz conclusión de que podían ir de la mano -pues era deseable y bonito- reinar y divertirse a un tiempo.
    FAUSTO
    Ese es un grave error. Aquel que manda debe encontrar en el mandato su dicha. Su pecho ha de estar lleno de una alta voluntad, pero aquello que él desee debe ser insonda¬ble para todos. Lo que susurra al oído a los más fieles ya está hecho y todo el mundo queda sorprendido. Él siem¬pre tiene que ser el supremo y el más digno; la diversión nos hace vulgares.
    MEFISTÓFELES
    Él no es así. Él mismo se entregó al placer y ¡de qué ma¬nera lo hizo! Entretanto, el imperio cayó en una anarquía en la que el grande y el pequeño se peleaban por aquí y por allá, en la que los hermanos se perseguían y se mata¬ban, fortaleza contra fortaleza, ciudad contra ciudad, los gremios se rebelaban contra la nobleza, el obispo contra el cabildo y la comunidad; bastaba que uno mirase a otro para que ambos se hicieran enemigos. En las iglesias eran habituales la muerte y el asesinato; ante las puertas de las ciudades, todos los comerciantes y mercaderes estaban perdidos. En todos aumentaba no poco la osadía, pues vi¬vir significaba defenderse. Todo, en fin, seguía su curso.
    FAUSTO
    Más que seguir su curso, cojeaba, caía, volvía a incorpo¬rarse, después se desplomó y rodó como un bulto.
    MEFISTÓFELES
    Nadie podía condenar aquella situación. Todos podían, to¬dos querían hacerse valer. El más pequeño aspiraba a todo, pero al foral todo se hizo insoportable para los me¬jores. Los más esclarecidos se levantaron pujantes y dije¬ron: «El Señor es el que nos depara consuelo. El Empera¬dor no puede y no quiere. Elijamos un nuevo Emperador, demos nueva vida al imperio y mientras él nos resguarda a todos, aunemos en un mundo nuevo paz y justicia».
    FAUSTO
    Esto suena muy clerical.
    MEFISTÓFELES
    También había allí clérigos, ellos aseguraban su estómago bien alimentado. Estaban más implicados que otros. El le¬vantamiento creció, el levantamiento fue bendecido y el Emperador, al que hicimos feliz, viene aquí en retirada, tal vez para su última batalla.
    FAUSTO
    Me da lástima, pues me parecía bueno y franco.
    MEFISTÓFELES
    Vamos, veamos la situación. Mientras hay vida, hay espe¬ranza. Librémoslo de su encierro en este estrecho valle. Salvándolo una vez, lo habremos salvado mil. ¿Quién sabe cómo caerán a partir de ahora los dados? Si tiene suerte, también tendrá vasallos.

    (Suben a un monte de mediano tamaño y ob¬servan la formación del ejército en el valle. Los tambores y la música guerrera resuenan y llegan hasta la cima del monte.)

    Veo que la posición está bien tomada. Con una interven¬ción nuestra, la victoria será completa.
    FAUSTO
    ¿Con qué vendrás ahora?, ¿con el engaño?, ¿con artificios mágicos?, ¿con vacuas apariencias?
    MEFISTÓFELES
    Con una astucia guerrera que nos ayudará a ganar bata¬llas. Concibe grandes ideas, mientras que piensas en tu fin. Si le conservamos al Emperador su trono y sus domi¬nios, te bastará arrodillarte y recibirás en donación la ili¬mitada playa.
    FAUSTO
    Tú ya has conseguido muchas cosas. A ver si ahora consi¬gues ganar una batalla.
    MEFISTÓFELES
    No, serás tú el que la gane. En esta ocasión serás tú el ge¬neral en jefe.
    FAUSTO
    Esto sería un auténtico timbre de gloria para mí: dar órde¬nes sobre algo de lo que no entiendo.
    MEFISTÓFELES
    Tú déjale eso al estado mayor, y así el mariscal quedará a salvo. Desde mucho tiempo atrás he presentido el hedor de la inmundicia bélica y al instante formé por adelantado el gabinete de guerra sirviéndome de la primitiva fuerza de los rudos primitivos de las montañas. Afortunado aquel que consigue reunirlos.
    FAUSTO
    ¿Qué veo allí equipado con armas? ¿Has conseguido po¬ner en pie de guerra a la gente de las montañas? MEFISTÓFELES
    No, pero al igual que Peter Squenz he conseguido extraer la quintaesencia de esta ralea inmunda.

    (Entran LOS TRES VIOLENTOS; Sam. II, 23,8).

    He aquí a mis muchachos. Son de edades muy diversas y llevan distinto armamento y vestimenta. No te llevarás mal con ellos. (A los espectadores.) A cada uno de ellos les gusta el arnés y la gola de caballero, y aunque estos andrajos son alegóricos, se sienten muy bien con ellos.
    MATÓN (Joven pertrechado con armas ligeras y vestido con un traje de mucho colorido.)

  15. Si alguien me mira a los ojos, le suelto un puñetazo en sus morros y al cobarde que huya lo cojo por sus cabellos.
    RATERO (Viril, bien armado, ricamente vestido.)
    Eso son vanas bravatas, con ellas se pierde el tiempo. Ocúpate sólo de apropiarte de cosas, pregunta después por lo demás.
    FORZUDO (Añejo, muy armado, sin vestido.)
    Tampoco se ha ganado mucho con eso. Un gran capital rápidamente se deshace al paso de la corriente de la vida. Aunque está muy bien tomar mucho, mejor es conservar. Haz caso a tu canoso colega y nadie podrá quitarte nada.

    (Todos van descendiendo.)

    [align=center]A LOS PIES DE LA MONTAÑA

    (Resuenan tambores y música militar que viene de abajo.
    Se arma la tienda del EMPERADOR.)[/align]

    (El EMPERADOR, el GENERAL EN JEFE y la ES¬COLTA IMPERIAL.)

    GENERAL EN JEFE
    Me sigue pareciendo bien trazado el plan de replegar al ejército en bloque en este bien situado valle. Espero que esta sea una buena elección.
    EMPERADOR
    Ya se verá el resultado. Me molesta esta especie de huida, este retroceder.
    GENERAL EN JEFE
    Observad, soberano, nuestro flanco derecho. Es un em¬plazamiento pintiparado para la estrategia bélica. Las colinas, aunque no son escarpadas, tampoco son accesi¬bles del todo, resultan propicias para los nuestros y una trampa para el enemigo. Estando nosotros semiescondi¬dos en la ondulada llanura, la caballería no osará aden¬trarse.
    EMPERADOR
    No me queda más remedio que aplaudir; aquí se probará la fuerza de los brazos y los corazones.
    GENERAL EN JEFE
    Aquí en los anchos espacios del centro de la llanura ve¬rás a la falange dispuesta para luchar. Las picas cente¬llean en el aire al fulgor del sol que se filtra por los va¬pores de la niebla de la mañana. ¡Qué sombrío ondea el poderoso cuadrado! Hay millares de hombres dispues¬tos para una gran hazaña. Podrás reconocer la fuerza de la masa, confío en que sabrán dispersar las fuerzas ene¬migas.
    EMPERADOR
    Por primera vez veo algo tan bello de un golpe de vista. Un ejército así vale por dos.
    GENERAL EN JEFE
    Nada he de decir de nuestra izquierda. El inmóvil peñasco está ocupado por valientes héroes. La roca en la que ahora reluce el brillo de las armas defiende el importante paso del estrecho desfiladero. Ya presiento que, inesperada¬mente, aquí fracasarán las fuerzas enemigas en una san¬grienta empresa.
    EMPERADOR
    Por allí van los falsos parientes que, llamándome tío, primo y hermano, se permitían siempre nuevas libertades. Ellos me quitaron el poder del cetro y la veneración que le corresponde al trono. Después, divididos entre sí, devas¬taron el imperio y ahora reunidos se vuelven contra mí. La multitud fluctúa indecisa, mas al final va como un río allá donde la corriente la lleva.
    GENERAL EN JEFE
    Un hombre fiel, enviado como informador, baja apresura¬damente por los riscos. ¡Ojalá haya tenido suerte!
    PRIMER EXPLORADOR
    Nuestra trama ha salido tan bien que hemos avanzado acá y allá, pero son poco gratas las nuevas que traemos. Mu¬chos te prometen pleno vasallaje, como gran parte de la fiel mesnada, pero disculpan su inactividad por la agita¬ción interior, por el peligro que supone el pueblo.
    EMPERADOR
    La doctrina del egoísmo es y seguirá siendo guardarse a sí mismo, no lo es ni la gratitud ni el deber ni el respeto ¿No os dais cuenta de que cuando vuestra medida se haya col¬mado el incendio de la casa del vecino os consumirá?
    GENERAL EN JEFE
    Ahí se acerca el segundo explorador bajando muy despa¬cio. A este hombre fatigado le tiemblan todos los miem¬bros.
    SEGUNDO EXPLORADOR
    Primero disfrutamos viendo el errar loco de ese tumulto asalvajado. De pronto, inesperadamente, aparece un nuevo Emperador y, por sendas ya marcadas, lleva a la muchedumbre por la llanura: todos siguen las engañosas banderas desplegadas con su naturaleza de cordero.
    EMPERADOR
    Por mi bien, viene a mí un Antiemperador. Ahora empiezo a sentir que soy el Emperador. Antes sólo me puse el ar¬nés como soldado, ahora me lo pondré con fines más al¬tos. Todas las fiestas, aunque fueran lucidas y en ellas no faltara de nada, me hacían echar de menos el peligro. Cuando empezabais el juego de ensartar el anillo en la lanza, el corazón me latía, yo comenzaba a respirar el aire propio del torneo y, si no me hubieseis desaconsejado guerrear, ya resplandecería yo por mis propias heroicida¬des. Sentía en mi pecho el sello de la independencia cuando me vi reflejado en el reino del fuego. Este ele¬mento se lanzó cruelmente contra mí. Sólo era una apa¬riencia, pero la apariencia era grande. Confusamente he soñado con triunfos y gloria. Voy a reparar lo que, olvi¬dando mi honra, desatendí.

    (LOS HERALDOS son enviados para amena¬zar al Antiemperador. FAUSTO está provisto de un arnés y un casco con la visera entre¬abierta. LOS TRES VIOLENTOS, armados y vestidos como se describía más arriba.)
    FAUSTO
    Nos presentamos con la confianza de no ser reprendidos; aun sin necesidad, la previsión ha tenido su premio. Sabes que la gente de la montaña piensa y discurre; han estu¬diado en el libro de la naturaleza y las rocas. Los espíri¬tus, que hace mucho emigraron de la Tierra, sienten más querencia que nunca por la rocosa sierra. Obran en silen¬cio por las laberínticas grietas de las montañas en medio del gas de ricas emanaciones metálicas. En la continua escisión, la continua prueba, la continua unión, su único impulso es descubrir algo nuevo. Con la mano ligera de los poderes espirituales, ellos labran formas diáfanas y después miran en el cristal los fenómenos eternamente si¬lentes del mundo superior.
    EMPERADOR
    He oído hablar de ello y te creo, ¿pero a qué viene eso, hombre valeroso?
    FAUSTO
    El nigromante de Norcia, el sabino, es tu fiel y honrado servidor. ¡Qué horrible suerte lo amenazaba con crueldad! Los ramajes secos empezaban a chisporrotear, el fuego empezaba a arder en forma de lenguas mezclado con pez y con azufre. Ni un hombre ni Dios ni el demonio lo po¬dían salvar. Tu majestad rompió aquellas cadenas canden¬tes. Esto ocurrió en Roma y él quedó en gran deuda con¬tigo y siempre sigue atento cómo marchan tus asuntos. Desde entonces, se ha olvidado de sí mismo, sólo hace preguntas acerca de ti a las estrellas y a las profundidades. Nos encargó, como principal cometido, estar a tu lado. Las fuerzas de la montaña son grandes, allí la naturaleza actúa con libertad y con gran poder. La obtusa inteligen¬cia de los clérigos llama a eso brujería.
    EMPERADOR
    En día de contento, cuando saludamos a los huéspedes que despreocupados vienen a disfrutar alegres, nos com¬placemos al ver cómo todos se empujan y oprimen y la entrada de un hombre tras otro va estrechando el aforo de las salas, pero se le debe dar un buen recibimiento al hombre leal cuando se presenta enérgico ante nosotros para apoyarnos en el amanecer que inquietante se ave¬cina, pues sobre él se cierne la balanza del destino. Pero ahora, en este importante momento, retirad la mano de la presta espada, respetad la hora en que miles claman por luchar a favor o en contra de mí. El hombre es uno mismo. El que aspire al trono y la corona ha de ser perso¬nalmente digno de esos honores. Que nuestro puño lleve al reino de los muertos al fantasma que se ha alzado con¬tra nosotros proclamándose a sí mismo Emperador y dueño de nuestras tierras, jefe de nuestros ejércitos y se¬ñor de nuestra nobleza.
    FAUSTO
    Sin duda sería muy glorioso que realizaras esa hazaña. Pero no me parece bien que expongas así tu cabeza. yNo está adornado tu yelmo con su cimera y su penacho? El es quien defiende la cabeza que nos aviva. ¿De qué servirían los miembros privados de cabeza? Si ella se adormeciera, todos se entumecerían. Si ella es herida, todos son inme¬diatamente dañados. Si ellos se reavivan, es porque ella se ha curado. Rápidamente sabe el brazo defender su firme derecho, eleva el escudo para defender el cráneo. La es¬pada cumple con decisión su cometido, desvía el golpe y lo devuelve. El ágil pie toma parte en su fortuna asentán¬dose sobre la nuca del adversario derribado.
    EMPERADOR
    Así es mi ira, así me gustaría tratarlo: hacer de su orgu¬llosa cabeza un escabel.
    LOS HERALDOS (Vienen de vuelta.)
    No hemos disfrutado de mucho honor ni de mucha autori¬dad. Se han reído de nuestra enérgica embajada: «Vuestro Emperador -decían- se ha desvanecido como el eco en un estrecho valle. Si en alguna ocasión nos acordamos de él, decimos como en el cuento: Érase una vez…».
    FAUSTO
    Las cosas han sucedido según el deseo de los mejores que se mantuvieron fieles a tu lado. Allí se acerca el enemigo, los tuyos esperan llenos de ardor. Ordena el ataque, el mo¬mento es propicio.
    EMPERADOR
    Delego el mando. (Al GENERAL EN JEFE.) En tus manos encomiendo la responsabilidad.
    GENERAL EN JEFE
    Entonces, que entre en acción el ala derecha. La izquierda del enemigo, que está subiendo ahora mismo, antes de ha¬ber dado el último paso, debe caer ante una pujanza juve¬nil de una fidelidad puesta a prueba.
    FAUSTO
    Permite que este dinámico héroe retorne sin tardanza a tus filas, que se integre fuertemente en ellas y así, asociado, emplee su fuerza. (Va señalando a la derecha.)
    MATÓN (Adelantándose.)
    Quien me mira a la cara no la vuelve sin las mandíbulas rotas. Al que me da la espalda, le dejo descalabrados el cuello y la cabeza tirándole brutalmente de los pelos cer¬canos a la nuca, y si hieren tus hombres con la espada y la maza, como hago yo, el enemigo caerá, hombre a hom¬bre, ahogándose en su propia sangre. (Se va.)
    GENERAL EN JEFE
    Que la falange, de nuestro centro salga quedamente, pero con astucia y todo su poder, para hacer frente al enemigo; que se desplace un poco a la derecha y allí, embravecida, nuestra fuerza de choque desbaratará su plan.
    FAUSTO (Señalando al medio.)
    Que este también obedezca tu palabra. Es vehemente y todo se lo lleva por delante.
    RATERO (Adelantándose.)
    A la bravura heroica de las tropas imperiales debe aña¬dirse la sed de botín. Que a todos se les ponga como obje¬tivo la rica tienda del Antiemperador. Él no volverá a pa¬vonearse más en su sitial, me pondré al frente de la falange.
    URRACA (Cantinera, se pega al RATERO.)
    Aunque no estoy casada con él, es para mí el más adora¬ble galán. Para nosotros ha madurado esta cosecha. La mujer es tremenda cuando toma algo, no tiene reparo en robar. A la victoria, que todo está permitido.

    (Ambos se van.)

    GENERAL EN JEFE
    Como estaba previsto, su derecha ha chocado con nuestra izquierda. Hombre a hombre resistirán el furioso intento de ganar el estrecho paso entre las rocas.
    FAUSTO (Indicando a la izquierda.)
    Os pido, señor, que también tengáis cuidado ahí. No es malo reforzar lo que ya es fuerte.
    FORZUDO (Adelantándose.)
    En lo que toca al ala izquierda, que nadie se preocupe. Donde yo estoy se conservan las posesiones. En ella se acredita el viejo. Ningún rayo hiende lo que yo mantengo. (Se va.)
    MEFISTÓFELES (Bajando lentamente.)
    Mira ahora cómo, por detrás de cada uno de los huecos de entre las rocas, salen hombres armados para hacer aún más estrecho el angosto paso; con sus yelmos, sus arne¬ses, sus espadas, sus escudos forman a nuestras espaldas un muro que está esperando una señal para el ataque. (Ha¬blando en voz baja a los que están advertidos.) No debéis preguntar de dónde viene eso. La verdad es que no me he hecho el remolón, he dejado vacías las salas de armas de los alrededores. Allí estaban ellos a pie y a caballo, como si fueran los señores de la Tierra. Antes eran caballeros, reyes, emperadores, hoy no son más que conchas vacías de caracol. Un duende se ha colado por ahí y ha reavivado la Edad Media. El diablillo que ahí se esconde, quien quiera que fuese, por esta vez conseguirá su propósito. (En alto.) Escuchad cómo se enfurecen de antemano, cómo se empujan unos contra otros al choque de sus cora¬zas. En los estandartes ondean jirones de bandera que es¬peraban, impacientes, airecillos frescos. Pensad que aquí hay un viejo pueblo dispuesto a tomar parte en un com¬bate moderno.

    (Sonido impresionante de trompetas que viene desde arriba. En el ejército enemigo hay una visible vacilación.)

    FAUSTO
    El horizonte se ha oscurecido. Sólo aquí y allá se distin¬gue el expresivo centelleo de una luz roja llena de presen¬timientos, las armas relucen sangrientas. Con ellas se en¬tremezclan los peñascos, el bosque, la atmósfera y todo el cielo.
    MEFISTÓFELES
    El flanco derecho se mantiene firme; entre los que ahí lu¬chan veo cómo destaca Juan Matón, el ávido gigante, muy concentrado en sus quehaceres.
    EMPERADOR
    Primero vi cómo se elevaba un brazo, luego cómo se ele¬vaban doce llenos de furia, esto no parece natural.
    FAUSTO
    ¿No has oído hablar de unas ráfagas de niebla que viajan por la costa de Sicilia? Allí flotan nítidamente en plena luz del día, se elevan hasta la región media del aire, se re¬flejan en algunos vahos y aparecen extrañas visiones, van y vienen ciudades. Los jardines se elevan y bajan, se ve cómo las imágenes van quebrando una y otra vez el éter.
    EMPERADOR
    Pero, ¡qué raro! Veo centellear todas las puntas de las lan¬zas de altas picas, sobre ellas danzan pequeñas llamas, esto me parece propio de espíritus.
    FAUSTO
    Perdona, señor, son los vestigios de naturalezas espiritua¬les desaparecidas, un reflejo de los Dióscuros, por los que juraban todos los navegantes. Aquí han reunido sus úl¬timas fuerzas.
    EMPERADOR
    Mas dime, ¿de quién somos deudores de que la natura¬leza, que vela por nosotros, reúna a nuestro favor lo más extraordinario?
    MEFISTÓFELES
    ¿De quién sino del maestro que ha decidido acoger en su seno tu destino? Él está agitado por las violentas amena¬zas de tus enemigos. Su gratitud quiere verte salvado, aunque él mismo tuviera que morir en el envite.
    EMPERADOR
    El pueblo se congratulaba cuando me llevaba con gran pompa. Por aquel entonces yo era algo; quise hacer la prueba y, sin pensármelo mucho, encontré la ocasión de darle aire fresco a aquella barba blanca. Le hice la pascua al clero, y eso no me granjeó precisamente su simpatía. ¿Debo ahora, después de tantos años, experimentar el efecto de una buena acción?
    FAUSTO
    Un buen servicio reporta beneficios. Dirige tu mirada ha¬cia delante. Me parece que quiere enviarnos un signo. Presta atención porque este se dará a conocer enseguida.
    EMPERADOR
    Un águila flota por las alturas. Un grifo la persigue ame¬nazándola brutalmente.
    FAUSTO
    Date cuenta. Esto me parece muy favorable. El grifo es un animal fabuloso. ¿Cómo podría olvidarse tanto de su na¬turaleza como para medirse con un águila verdadera?
    EMPERADOR
    Ahora dan vueltas sobre sí mismos describiendo círculos muy amplios. En un mismo instante se lanzan uno contra otro para desgarrarse los pechos y los cuellos.
    FAUSTO
    Observa ahora cómo el nefasto grifo, sacudido y trasqui¬lado, sólo encuentra dolor y, con su cola de león entre las piernas y siendo arrojado al bosque que cubre la falda del monte, desaparece.
    EMPERADOR
    Que se cumpla todo como se ha anunciado. Lo acepto con admiración.
    MEFISTÓFELES (Vuelto hacia la derecha.)
    Nuestros adversarios deben retroceder ante nuestros gol¬pes insistentes y repetidos, y en una lucha titubeante se desplazan en tropel hacia la derecha, desordenando en el combate a su flanco izquierdo, que es su principal fuerza. La sólida vanguardia de nuestra falange se dirige a la derecha y, rápida como un relámpago, ataca el punto débil. Ahora, como si se tratara de una ola provocada por la tempestad, echando chispas, ambas fuerzas cho¬can furibundas una contra otra en doble combate. No se puede imaginar nada más grandioso, hemos ganado la batalla.
    EMPERADOR (A la izquierda de FAUSTO.)
    Mirad, aquel punto me parece muy problemático. Nuestra posición es peligrosa. No veo que se lance ninguna pie¬dra, las rocas de los pies de la montaña están siendo esca¬ladas. Las de más arriba han sido ya abandonadas. El ene¬migo, en masa, va avanzando cada vez más. Tal vez haya conquistado ya el paso. Este ha sido el resultado final de unos impíos manejos. ¡Vuestras artes se han mostrado inútiles!

    (Pausa.)

    MEFISTÓFELES
    Ahí vienen mis dos cuervos, ¿qué mensaje me traerán? Me temo que nos va mal.
    EMPERADOR
    ¿Qué hacen aquí estas aves de mal agüero? Vienen, pla¬neando con sus negras alas, desde el ardiente combate que se libra entre las rocas.
    MEFISTÓFELES (A los cuervos.)
    Posaos a la altura de mis oídos. A quien vosotros prote¬géis no está perdido, pues vuestro consejo siempre es acertado.
    FAUSTO (Al EMPERADOR.)
    Seguro que has oído hablar de unas palomas que proce¬den de los países más lejanos y vuelven para hacer su nidada y lograr su sustento. Aquí ocurre lo mismo, pero con alguna diferencia. Las palomas traen mensajes de paz, mientras que los mensajes de guerra son el cometido de los cuervos.
    MEFISTÓFELES
    Se anuncia un desastre. ¡Ved! Mirad los apuros de nues¬tros héroes que rodean esa pared de roca. Las posiciones más altas han sido tomadas, nos encontraríamos en una difícil situación si los otros logran conquistar el paso.
    EMPERADOR
    Finalmente he sido engañado. He caído atrapado en vues¬tra red, me estremezco al verme preso en ella. MEFISTÓFELES
    ¡Ante todo, mantén alto el ánimo! Aún no está todo per¬dido. Ten paciencia y astucia hasta el último nudo. Nor¬malmente al foral es cuando aparecen las mayores dificul¬tades. Tengo a mis fieles mensajeros. Encomendadme el mando.
    GENERAL EN JEFE (Que entretanto ha llegado.)
    Te has ligado a estos y desde entonces me ha apenado. Los juegos de ilusión no dan lugar a una fortuna duradera. Ya no sé hacer nada para cambiar el curso de la batalla. Ellos la empezaron, así que deben acabarla. Yo depongo mi bastón de mando.
    EMPERADOR
    Guárdalo hasta horas mejores en las que tal vez nos dará más suerte. Me da horror este tenebroso consejero y su in¬timidad con los cuervos. (A MEFISTÓFELES.) No puedo confiarte el bastón, no me pareces el adecuado para ello. Con todo, manda y sálvanos, que ocurra lo que tenga que ocurrir. (Se retira a la tienda con el GENERAL EN JEFE.)
    MEFISTÓFELES
    ¡Puede que a él le proteja ese bastón mocho! A nosotros no nos serviría de nada, pues lleva inscrita una cruz.
    FAUSTO
    ¿Qué hay que hacer?
    MEFISTÓFELES
    Ya está hecho. Ahora, negros primos prestos al servicio, id al lago de la montaña. Saludad de mi parte a las ondi¬nas y pedidles que formen la apariencia de una riada. Me¬diante casi insondables artes de mujer, ellas saben separar lo patente de lo aparente y todos jurarían que se tata de lo patente.

    (Pausa.)

    FAUSTO
    Nuestros cuervos deben de haber lisonjeado totalmente a esas jóvenes dueñas de las aguas, allí se ve cómo estas empiezan a manar. En varios lugares en los que predomi¬nan rocas desnudas y áridas, brota un persistente y raudo manantial. Y la victoria para los otros es ya algo inalcan¬zable.
    MEFISTÓFELES
    Ese es un saludo singular. Los escaladores más audaces están confundidos.
    FAUSTO
    Un arroyo cae dando lugar a muchos arroyos, y al salir de las barrancas doblan su caudal. Un torrente se precipita en forma de arco; de pronto, se extiende sobre una llanura de rocas y empieza a formar espuma, yendo de allá para acá, y gradualmente se va derramando por el valle. ¿De qué sirve una resistencia valiente y heroica? La fuerte ondula¬ción corre veloz y los arrastra consigo, a mí mismo me horroriza esta iracunda crecida.
    MEFISTÓFELES
    No veo nada de esas ilusiones acuáticas. Sólo los ojos hu¬manos se dejan engañar. Este extraño fenómeno me llama la atención. Están cayendo a montones. Estos necios creen estar ahogándose pues respiran con dificultad en tierra firme y hacen grotescos movimientos de nado. Reina la confusión general.

    (Los cuervos han vuelto.)

    Os elogiaré ante el gran Maestro. Si queréis demostrar vuestra competencia como maestros, volad hasta la can¬dente fragua donde el pueblo de los duendes golpea el me¬tal y la piedra haciendo que salgan chispas de ellos. Pedid¬les, con largos discursos, un fuego tan luminoso, brillante y crepitante como puedan encender. Puede ocurrir que en una noche de verano se vean relámpagos o la caída de una es¬trella fugaz en la lejanía, pero no es tan fácil ver relámpa¬gos y estrellas que pasan silbando sobre el suelo húmedo en unos tupidos y enmarañados bosquecillos. Así que, sin mucha molestia, debéis primero pedir y luego ordenar.

    (Los cuervos se van. Se cumple la orden.)

    Densas tinieblas para los enemigos y que sus tímidos pa¬sos y avances los lleven a tierra de nadie. Que centellas errantes procedentes de todos los rincones formen una luz que los deslumbre. Todo esto sería maravilloso, pero to¬davía es necesario un ruido horrible.
    FAUSTO
    Las vacías armaduras sacadas de esos sepulcros que son las salas vuelven a cobrar vida al aire libre. Allí arriba se oyen crujidos y traqueteos desde hace ya un tiempo; es un estruendo maligno e iracundo.
    MEFISTÓFELES
    Muy bien. Ya nada puede contenerlos. Ya se oye el ruido de justas caballerescas como en los buenos y viejos tiem¬pos. Los brazales y las grebas de los güelfos y los gibeli¬nos reanudan su eterna lucha. Firmes, como es habitual en los de su estirpe, se muestran irreconciliables. El rugido resuena ya con amplitud e intensidad. En definitiva, en to¬das las fiestas diabólicas, el odio entre los partidos llega a la crueldad más extremada. Esto hace que un pánico re¬pulsivo mezclado con un estremecimiento estridente y agudamente satánico se extienda por el valle.

    (Tumulto guerrero en la orquesta, que luego se convierte en alegre música militar.)

    [align=center]LA TIENDA DEL ANTIEMPERADOR

    (Trono de rica ornamentación.)
    (RATERO y URRACA.)[/align]

    URRACA
    Así que somos los primeros en llegar.
    RATERO
    Ningún cuervo vuela tan rápido como nosotros.
    URRACA
    ¡Oh, qué tesoro hay aquí acumulado! ¿Por dónde empe¬zar, por dónde concluir?
    RATERO
    Estando esto tan lleno no sé dónde echar la mano.
    URRACA
    El tapiz ese me vendría muy bien, mi lecho es a menudo demasiado incómodo.
    RATERO
    De aquí cuelga una maza de acero. Estoy buscando algo así desde hace tiempo.
    URRACA
    Siempre he soñado con algo como ese manto de rojo ribe¬teado de oro.
    RATERO (Tomando el arma.)
    Con esto se arregla todo muy rápido. Se mata a uno de un golpe y se sigue adelante. Has cargado ya mucho el saco y no has metido en él nada de valor. Deja en su lugar esas baratijas y llévate uno de estos cofrecillos. Esta es la paga del ejército. En su vientre no hay nada más que oro.
    URRACA
    Esto tiene un peso descomunal. No lo puedo levantar, no puedo llevarlo.
    RATERO
    Inclínate de inmediato. Tienes que agacharte. Yo lo car¬garé sobre tus fornidas espaldas.
    URRACA
    ¡Ay!, ¡ay! No puedo más. El peso me rompe el espinazo.

    (El cofrecillo cae al suelo y se abre.)

    RATERO
    Aquí hay oro bermejo a montones. Date prisa y apílalo.
    URRACA (Agachándose.)
    Pronto, métemelo en la falda. Habrá suficiente para siem¬pre.
    RATERO
    Y sobrará, vámonos.

    (Ella se pone en pie.)

    Oh, el delantal tiene un agujero. Donde quiera que estés o que vayas siembras tesoros al despilfarrarlos.
    ESCOLTA DE NUESTRO EMPERADOR
    ¿Qué hacéis en este sitio sagrado? ¿Qué rebuscáis en el tesoro imperial?
    RATERO
    Hemos arriesgado nuestros miembros y venimos a reco¬ger nuestra parte del botín. Es lo que habitualmente se hace en el campamento del enemigo y nosotros también somos soldados.
    ESCOLTA
    No es lo habitual entre nosotros ser soldado y ladrón al mismo tiempo. Aquel que se acerque a nuestro Empera¬dor ha de ser un probo soldado.
    RATERO
    Es cosa bien sabida: la honradez se llama contribución. Todos actuáis igual, «dame» es el lema de vuestro gre¬mio. (A URRACA.) Date prisa y llévate arrastrando lo que tienes. Aquí no somos huéspedes bienvenidos.

    (Se van.)

    PRIMER SOLDADO
    Di, ¿por qué no le diste un tortazo a ese sinvergüenza?
    SEGUNDO SOLDADO
    No lo sé, me faltaron las fuerzas. Tenían un aspecto algo fantasmal.
    TERCER SOLDADO
    Mis ojos se cegaron, todo temblaba, no veía bien.
    CUARTO SOLDADO
    No sabría cómo decirlo: ha hecho todo el día un calor tan bochornoso, tan espeso, tan insoportable. Uno estaba de pie, el otro caía, íbamos a tientas y al mismo tiempo gol¬peábamos. A cada golpe era derribado un adversario, de¬lante de los ojos flotaba un halo. Después todo empezó a chirriar, a crepitar y a silbar en el oído, y así continuó. Ahora estamos aquí y no sabemos cómo ha podido ser.

    (EMPERADOR con cuatro PRÍNCIPES. La ES¬COLTA se retira.)

    EMPERADOR
    Sea como fuere, hemos ganado. En su desordenada fuga, el enemigo se dispersa por el campo de batalla. Aquí está el trono vacío. Un tesoro pérfidamente obtenido y recu¬bierto de tapices reduce el espacio. Dignamente flanquea¬dos por nuestra propia escolta, esperamos, en nuestra con¬dición imperial, la venida de los enviados de los pueblos. De todos los lugares llegan buenas noticias, el imperio está pacificado, y se pliega gustosamente a nosotros. Aun¬que en nuestro guerrear se inmiscuyó el ilusionismo, al fi¬nal luchamos solos. Es cierto que hubo sucesos que favo¬recieron al combatiente: del cielo cayó una piedra, al enemigo le llovió sangre encima, desde las oquedades de las rocas sonaron poderosos ruidos que hicieron que nues¬tro pecho estuviera henchido y el del enemigo se enco¬giera. Cayó el vencido en medio de una mofa intermi¬nable; el vencedor, resplandeciente, canta a su dios favorecedor. Y, sin que nadie dé la orden, al unísono, mi¬llones de gargantas proclaman estas palabras: «Dios sea loado». Pero aparto mi mirada piadosa de la más alta de las alabanzas y la dirijo al propio pecho. Un joven y diná¬mico soberano puede que desperdicie su tiempo, pero los años le enseñarán a valorar el significado de cada mo¬mento. Por ello, sin dilación, me uno a vosotros cuatro, hombres dignos, por el bien de la Casa, de la Corte y del Imperio. (Al primero.) A ti, príncipe, se debe la hábil or¬denación del ejército y después, en el momento adecuado, una heroica y audaz dirección. En la paz actúa como lo requiera el tiempo. Te nombro Archimariscal y te lego la espada.
    GRAN MARISCAL
    Cuando tu leal ejército, hasta el momento ocupado en el interior, consiga en la frontera afianzarte en el trono, que nos sea permitido prepararte el banquete el día de fiesta en la sala de la espaciosa fortaleza de tu padre. Llevaré desenvainada la espada, la llevaré a tu lado, para la perpe¬tua protección de la suprema Majestad.
    EMPERADOR (Al segundo.)
    Tú, que te mostraste agradable y complaciente, serás Chambelán supremo; tu cargo no será fácil. Eres cabeza de toda la servidumbre de la casa, me parece que, debido a sus disensiones internas, encuentro muchos malos servi¬dores. Que tu ejemplo sea honrosamente mostrado como el de alguien que agrada a su Señor, a la Corte y a todos.
    CHAMBELÁN SUPREMO
    Servir a mi inteligente señor me reporta beneficios: el de serle útil al mejor, el de no hacerle daño al peor, y a su vez el de ser franco sin astucia y sereno sin artificio. El que tú, Señor, me mires, ya es bastante ¿Puede la fantasía conce¬bir una alegría igual? Cuando vayas a la mesa, yo te daré el vaso de oro, te guardaré los anillos para que, en ese mo¬mento de placer, tu mano esté descansada y tu mirada me llene de regocijo.
    EMPERADOR
    Es cierto que me siento demasiado adusto para fiestas, pero que así sea: un comienzo alegre siempre es benefi¬cioso. (Al tercero.) Te nombro Cocinero mayor, te encar¬garás de la caza, las aves del corral y la casa de labranza. Haz que se me preparen cuidadosamente mis platos prefe¬ridos, en todo momento y según los meses.
    COCINERO MAYOR
    Que un extremado ayuno sea para mí el deber más grato hasta que situado ante ti esté un exquisito manjar que te deleite. La servidumbre de la cocina debe unirse a mí para traer lo lejano y así adelantar las estaciones. No es de tu gusto engalanar la mesa ni con lo exótico ni con lo tem¬prano. Lo sencillo y lo sustancioso es lo que tu gusto de¬manda.
    EMPERADOR (Al cuarto.)
    Como inevitablemente aquí estamos metidos en fiestas, conviértete para mí, joven héroe, en Copero. Copero ma¬yor, cuida de que nuestra bodega esté siempre provista de buen vino. Sé moderado, no te dejes llevar por la tenta¬ción más allá de la serena alegría.
    COPERO MAYOR
    Soberano, cuando se tiene confianza en los jóvenes, se convierten en hombres hechos y derechos antes de que uno se haya dado cuenta. Yo iré también a esa gran fiesta; adornaré de la mejor manera el aparador imperial, con lujosos vasos, todos ellos de oro y plata; pero antes elegiré para ti la mejor copa: una de fino cristal veneciano donde el placer reside y en el que el sabor del vino se hace más intenso pero sin embriagar. A este maravilloso tesoro uno se confía a veces demasiado. Pero tu templanza, Sobe¬rano, es más protectora aún.
    EMPERADOR
    Sabed que los cargos que os he otorgado en esta hora so¬lemne os los concedió una boca fiable. La palabra del Em¬perador es grande y asegura todos los dones, pero para que todo sea confirmado hace falta un valioso escrito con la fuma. Veo llegar al hombre adecuado en el momento opor¬tuno. (El ARZOBISPO [CANCILLER] entra.) Cuando se hace descansar una bóveda sobre una piedra clave, perma¬necerá construida hasta la eternidad. Ahí tienes a cuatro se¬ñores principales. Ante todo hemos observado lo que más puede beneficiar a la Casa y a la Corte. Pero ahora, que todo cuanto contiene el Imperio sea, con poder y autoridad, encomendado al número cinco. Deben destacar en cuanto a la posesión de tierras y por ello ampliaré los límites de sus posesiones sirviéndome de las heredades de los que de no¬sotros se apartaron. A vosotros, los fieles, os lego estas be¬llas tierras y el derecho de extenderos más allá, según las circunstancias, por sucesión, compra y permuta. Que ade¬más os sea concedido expresamente el ejercer sin trabas los derechos que a vosotros, señores de la tierra, os correspon¬den. Como jueces dictaréis las sentencias definitivas, no podrá hacerse ninguna apelación ante vuestros altos minis¬terios. También serán vuestros los impuestos, los intereses, los tributos en especie, los feudos, los derechos de aduanas, las concesiones sobre las minas, la sal y la acuñación de moneda. Para acreditaros mi reconocimiento, os he elevado a la jerarquía inmediatamente inferior a la Majestad.
    ARZOBISPO
    En nombre de todos, recibe nuestro más sentido agradeci¬miento. Nos fortaleces y afianzas y así vas haciendo más fuerte tu poder.
    EMPERADOR
    A vosotros cinco os quiero otorgar un honor aún mayor. Ahora vivo para mi Imperio y tengo ganas de vivir así. Pero la cadena de nobles antepasados desvía la mirada pensativa de la febril ambición para fijarla en lo que nos amenaza. Llegado el tiempo, me separaré de mis seres queridos, entonces habrá llegado el tiempo de que elijáis a mi sucesor. Después de coronado, ensalzadle llevándolo al santo altar, y acabad pacíficamente lo que tan tor¬mentoso fue.
    CANCILLER
    Con orgullo en lo más profundo de mi corazón y con hu¬mildad en el semblante, los príncipes, los primeros de la Tierra, están inclinados ante ti. Mientras la sangre fiel anime nuestras venas, seremos el cuerpo que ejecute las órdenes de tu voluntad.
    EMPERADOR
    En definitiva, que todo lo que sea dispuesto, sea confir¬mado por escrito y con mi rúbrica. En realidad, como se¬ñores, dispondréis de vuestra posesión como os plazca, pero con la condición de que sea indivisible. Y de igual modo todo incremento de nuestro legado deberá ser here¬dado por vuestro primogénito.
    CANCILLER
    Dichoso, plasmo en el pergamino este importantísimo es¬tatuto, tan ventajoso para nosotros y para el Imperio. La copia y el sello se encargarán a la cancillería, con la sa¬grada firma, tú, Señor, lo acreditarás.
    EMPERADOR
    Retiraos, pues, para que todos podáis meditar, concentra¬dos, la grandeza de este día.

    (Los PRÍNCIPES seglares se retiran.)

    ARZOBISPO (Se queda y habla con patetismo.)
    El Canciller se ha marchado, el obispo se ha quedado y ha de hacerte una severa advertencia. Su corazón paternal está agitado por tu causa.
    EMPERADOR
    ¿Qué te agita en esta feliz hora? ¡Habla!
    ARZOBISPO
    ¡Con qué amargo dolor veo tu cabeza supremamente sa¬cra coligada con Satanás! Parece evidente que te has afianzado en el trono, pero, por desgracia, escarneciendo a Dios Padre y al Santo Padre, el Papa. Si este se llega a dar cuenta, rápidamente condenará tu Imperio asolándolo con su santo rayo. Porque él no ha olvidado cómo en el momento supremo, en el día de tu coronación, mandaste liberar a aquel hechicero. El primer rayo de gracia que sa¬lió de tu diadema fue a parar a aquella cabeza maldita en perjuicio de la cristiandad. Pero date golpes en el pecho en señal de penitencia y expía tu sacrílega fortuna ofre¬ciendo un modesto óbolo al santuario. El vasto terreno ro¬deado de colinas donde acampaste y en donde los malos espíritus se aliaron para tu defensa y donde prestaste oído obediente al príncipe de la mentira, conságralo ahora, pia¬dosamente inspirado, a una obra santa. Conságralo junto al monte y al tupido bosque, tan lejos como estos se ex¬tiendan, junto a las cumbres que se cubren de verdor, ofre¬ciendo su pasto, junto a los claros lagos ricos en pesca y una cantidad interminable de arroyuelos, que, formando anillos como el cuerpo de una serpiente, se precipitan en el valle. Consagra también junto a ellos, en definitiva, el mismo ancho valle, con sus praderas, sus comarcas, sus hondonadas. Así expresarás tu contrición y así encontra¬rás tu gracia.
    EMPERADOR
    Me siento tan estremecido por mi grave pecado que tú mismo fijarás el límite según tu criterio.
    ARZOBISPO
    En primer lugar: el espacio profanado deberá ser, tan rá¬pidamente como se pueda, dedicado al servicio del Altí¬simo. Ya veo elevarse con forma espiritual sólidos mu¬ros. La mirada del sol matutino ilumina el coro, el edifi¬cio en construcción se extiende en forma de cruz. La nave se prolonga y se eleva para el gozo de los fieles que afluyen ya, llenos de fervor, por el digno portal. La pri¬mera llamada de las campanas ha resonado a través del monte y del valle, proceden de las altas torres y parecen subir al cielo. Viene el penitente buscando el comienzo de una nueva vida. En el gran día de la consagración -que ojalá llegue pronto- tu presencia será la que realce todo.
    EMPERADOR
    Que una obra tan grande haga patente el piadoso deseo de dar alabanza a Dios Nuestro Señor, así como de expiar mis pecados. Basta, ya veo cómo se eleva mi espíritu.
    ARZOBISPO
    Como canciller voy a activar la formalización y expedi¬ción del documento.
    EMPERADOR
    Cuando presentes el documento, siguiendo la forma re¬glamentada, lo firmaré con gusto.
    ARZOBISPO (Se ha despedido, pero se vuelve cuando está a punto de salir.)
    Tan pronto como se empiece a construir la obra, dedicarás a ella diezmos, censos y tributos a perpetuidad. Es nece¬sario un buen montante para una digna manutención, y una administración cuidadosa supondrá unos gastos muy grandes. Para que se lleve a cabo una rápida construcción en un lugar desierto, consíguenos cierta cantidad de oro de las arcas del botín. Además, y no he de callarlo, harían falta maderas exóticas, cal, pizarra y otros materiales si¬milares. El pueblo, aleccionado desde el púlpito, se encar¬gará del porte. La Iglesia bendecirá a aquellos que se pon¬gan a su servicio. (Se va.)
    EMPERADOR
    Es muy grande el pecado con el que cargo. Los misera¬bles brujos me han causado un gran quebranto.
    ARZOBISPO (Vuelve de nuevo y hace la más profunda reve¬rencia.)
    Perdóname, señor. A ese hombre de mala fama se le han cedido las playas del Imperio, pero sobre este caerá el anatema si no concedes, contrito, los diezmos, censos y prerrogativas de esos territorios.
    EMPERADOR (Malhumorado.)
    Ese territorio todavía no existe, está aún en el fondo del mar.
    ARZOBISPO
    Al que le corresponden unos derechos y tiene paciencia le llega también su tiempo. Que vuestra palabra mantenga en vigor este acuerdo.
    EMPERADOR
    Un poco más y tendré que donar todo el Imperio.

  16. [align=center]ACTO V

    (Campo abierto.)[/align]

    CAMINANTE
    Sí, ahí están los umbríos tilos, robustos y adultos. Y pen¬sar que he de encontrarlos ahora, después de tan largo ca¬mino. Ahí está el viejo lugar, aquella cabaña que me co¬bijó cuando las olas tempestuosas me arrojaron hasta las dunas. Quisiera desear salud a mis serviciales y activos huéspedes, mas no creo que los vuelva a encontrar, pues por aquel entonces eran ya ancianos. ¡Sí eran gente de bien! ¿Golpearé la puerta o los llamaré a voces? Recibid mi saludo si con vuestra habitual hospitalidad aún disfru¬táis de la dicha de procurar bienestar.
    BAUCIS (Buena mujer, muy anciana.)
    Apreciado forastero, no hagas ruido. Manténte en silen¬cio, deja descansar a mi marido. Un sueño prolongado de¬para al anciano pronta actividad en una breve vigilia.
    CAMINANTE
    Di, buena mujer, ¿estás aún aquí para recibir mi agradeci¬miento?, ¿eres tú la misma que ayudaste junto a tu marido a un joven hace ya mucho tiempo?, ¿eres Baucis, la que dili¬gentemente reavivaste el aliento de un moribundo? (Entra el marido.) ¿Eres tú Filemón, el que con valor consiguió arrancarle mi tesoro a las olas? Una rápida hoguera y el ar¬gentino son de vuestra esquila fueron la solución que bus¬casteis para aquella arriesgada aventura. Ahora, dejad que avance para ver el mar sin confines, dejad que rece, siento el pecho muy oprimido. (Avanza por las dunas.)
    FILEMl1N (A BAUCIS).
    Date prisa y pon la mesa en el sitio más florido de nuestro jardincito. Déjale que corra, déjale que se asombre, pues no se creerá lo que va a ver. (Se queda junto al viajero.) Mira, el mar que tan fieramente te trató, salvaje y espu¬mante, míralo ahora cultivado como un jardín, míralo ahora convertido en un cuadro paradisiaco. Como era viejo, ya no estaba capacitado para echar una mano, y cuando mis fuerzas se desvanecieron, la ola estaba lejos también. Los audaces servidores de hábiles maestros cavaron fosas e hi¬cieron diques, redujeron los derechos del mar para ser se¬ñores, los señores de sus dominios. Mira cómo verdea una pradera tras otra, mira la dehesa, el jardín, el pueblo y el bosque. Ven y disfruta, pues el sol se despedirá pronto. Allí en la lejanía se extienden velas que buscan en la noche un puerto seguro, y es que las aves conocen bien su nido. Así verás en lontananza la espuma azul del mar y a tu derecha y a tu izquierda un terreno densamente poblado.

    (Sentados a la mesa en el jardincito.)

    BAUCIS
    ¿Estás silencioso? ¿No llevas ningún bocado a tu boca re¬seca?
    FILEMÓN
    Tal vez quiera enterarse de cómo se obró este prodigio. Tú que con tanto placer hablas, dale cuenta de todo.
    BAUCIS
    Realmente aquí ha tenido lugar un prodigio, y desde que este se manifestó no he vuelto a sentir sosiego, pues todo ello no se hizo de un modo natural.
    FILEMÓN
    ¿Pudo estar tan sumido en el pecado el Emperador que le ofreció a él las orillas? ¿No lo anunció un heraldo reso¬plando su trompeta al pasar por aquí? En un lugar no muy lejano de nuestras dunas se asentó: tiendas, cabañas… Y en medio del verdor erigió su palacio.
    BAUCIS
    De día e inútilmente sus servidores hacían mucho ruido con los azadones y las palas, golpe a golpe; allí donde revolo¬teaban pequeñas llamas por la noche, al día siguiente había un dique construido. Debió haber sacrificios sangrientos, pues durante la noche resonaban los gemidos de dolor. Cuando en dirección al mar corría fuego ardiente, al día si¬guiente había un canal. Ese hombre no teme a Dios, ambi¬ciona nuestra cabaña y nuestro soto y aun cuando se las da de vecino, siempre hay que mostrar sumisión ante él.
    FILEMÓN
    Él nos ha ofrecido buena tierra en otro lugar.
    BAUCIS
    No te fíes del enviado del mar, manténte firme a tu al¬tura.
    FILEMÓN
    Vamos a la capilla a ver los últimos rayos del sol, toque¬mos la campana, arrodillémonos, recemos. Encomendé¬monos al viejo Dios.

    [align=center]PALACIO

    (Amplio jardín de recreo. Un gran canal, en línea recta.
    FAUSTO, anciano, paseando meditabundo.)[/align]

    LINCEO EL VIGÍA (Por un altavoz.)
    El sol se pone, los últimos navíos arriban al puerto sur¬cando el mar con premura. Una gran nave está a punto de llegar aquí por el canal. Los abigarrados gallardetes on¬dean alegres. En los enhiestos mástiles están desplegadas las velas. De ti se enorgullece el navegante, en el mo¬mento supremo te sonríe la fortuna.

    (Suena la esquila en las dunas.)

    FAUSTO (Enfurecido.)
    ¡Maldito ruido! Produce una herida vergonzante, como un tiro disparado arteramente. Ante mis ojos mi reino no tiene límites, el enojo me atormenta a mis espaldas. Con un envi¬dioso tañido me recuerda que mis posesiones no están lim¬pias, en esa arboleda de tilos, la choza oscura, la ruinosa er¬mita, no son míos. Y cuando quiero descansar allí, las sombras extrañas me estremecen. Es una espina clavada en mis ojos y en mis pies. Oh, ojalá estuviera lejos de aquí.
    LINCEO (También por altavoz.)
    Con qué brío navega hacia acá la nave de vivos colores, al impulso del fresco viento de la tarde. Cómo se van api¬lando, al tiempo que ella prosigue su rauda marcha, co¬fres, cajas y sacos.

    (Nave magnífica, cargada de multitud de productos de tierras lejanas.)

    (Entran MEFISTÓFELES y LOS TRES VIO¬LENTOS.)

    CORO
    Aquí ya arribamos.
    Aquí desembarcamos.
    Salve al señor.
    Salve al patrón.

    (Desembarcan. Las mercancías son lleva¬das a tierra.)

    MEFISTÓFELES
    Así nos hemos puesto a prueba; estaremos contentos si el patrón lo alaba. Partimos con sólo dos naves y a puerto hemos vuelto con veinte. Nuestras hazañas son puestas de manifiesto por nuestro cargamento. El libre mar presta su libertad al espíritu; ¿quién sabe allí lo que es cavilar? De la única forma que allí se prospera es con una garra rá¬pida. Se pesca un pez, se atrapa una nave y se es pronto dueño de tres; se atrae con garfios a una cuarta y ya le em¬pieza a ir mal a la quinta. Si se tiene fuerza, se tienen de¬rechos. Se nos exigen fines, no buenos medios. No me hace falta saber el arte marino: la gue-ra, el comercio y la piratería son una trinidad inseparable.
    LOS TRES VIOLENTOS
    Ni gracias, ni saludo, ni saludo, ni gracias. Es como si le trajéramos a nuestro señor algo pestilente. Él nos pone cara de asco, no le halaga este bien regio.
    MEFISTÓFELES
    No esperéis recompensa alguna más. Ya tomasteis vuestra parte de botín.
    LOS TRES VIOLENTOS
    Esto fue sólo para no aburrirnos, todos reclamamos partes iguales.
    MEFISTÓFELES
    Ordenad primero arriba, en una sala y otra, todos los obje¬tos preciosos. Y cuando él vea tanta riqueza y la valore con más detalle, no se mostrará tacaño y dará a la tripula¬ción fiesta tras fiesta. Las aves de muchos colores llega¬rán mañana y yo cuidaré de ellas de la mejor de las for¬mas. (La carga es apartada de allí. A FAUSTO.) Con frente adusta y mirada sombría recibes tu gran fortuna. La elevada sabiduría está coronada. Las orillas están en ar¬monía con el mar. De la orilla recibe el mar complaciente a las naves prestas a una rápida travesía. Confiesa que desde aquí, desde este palacio, tu brazo abarca todo el mundo. De aquí todo surgió, aquí pusimos la primera ba¬rraca de tablas, se abrió una pequeña zanja allá donde ahora trabaja el remo diligente. Tu brillante idea y el es¬fuerzo de tus partidarios se hicieron merecedores del pre¬mio: el mar y la tierra. Desde aquí fue…
    FAUSTO
    Ese «aquí», este lugar maldito es mi gran pesar. Te lo debo decir a ti que tan capaz eres; es algo que me punza el co¬razón, es algo insufrible para mí. Y como te dije, me aver¬güenza. Los viejos de allí arriba deben marcharse, yo de¬searía para mí vivir a la sombra de esos tilos, esos pocos árboles que no son míos me impiden la plena posesión del mundo. Allí, para poder mirar en todos los contornos, me gustaría construir armazones de madera de rama en rama, quisiera abrirle a mi mirada un amplio campo de visión para poder ver todo cuanto hice, para de un solo golpe de vista abarcar esta obra maestra del espíritu humano que, activándose inteligentemente, ha ganado amplias tierras para que las habitara la gente. Por eso nos tortura con mu¬cha más fuerza, en esta abundancia, aquello de lo que ca¬recemos. El sonido de la esquila, el aroma de los tilos, me envuelven como si estuviera en una iglesia o en la tumba. El libre juego de la voluntad se quiebra en esta arena de playa. ¿Cómo conseguiré extinguir este pensamiento? Cuando suena la esquila, la ira se desata en mí.
    MEFISTÓFELES
    Naturalmente, es normal que ese gran disgusto te haga se¬gregar bilis. ¿Cómo negarlo? A todo noble oído ese tinti¬neo le parece odioso. Ese maldito resonar de campanas ensombrece el cielo claro del atardecer, se mezcla con cada acontecimiento, desde el primer baño hasta la sepul¬tura. Es como si, entre vuelta y vuelta de campana, la vida se convirtiera en un sueño evanescente.
    FAUSTO
    La resistencia y la obstinación arruinan el mayor de los logros, por ello y para mi tormento he de dejar de ser justo.
    MEFISTÓFELES
    ¿Por qué tienes que sentirte abrumado? Hace tiempo ten¬drías que haber llevado a cabo esa colonización.
    FAUSTO
    Ve entonces y apártalos de mí. Ya sabes cuál es la bella y pequeña hacienda que escogí para los ancianos.
    MEFISTÓFELES
    Se los saca de allí y se los transporta, antes de que nos de¬mos cuenta, estarán repuestos. Después de haber sopor¬tado un poco de violencia, una buena mansión los desa¬graviará. (Lanza un silbido agudo. LOS TRES VIOLENTOS vuelven.) Venid a la llamada del señor y mañana habrá fiesta para la tripulación.
    LOS TRES VIOLENTOS
    El señor no nos recibió debidamente, la tripulación se me¬rece una fiesta.
    MEFISTÓFELES (A los espectadores.)
    También va a ocurrir aquí, lo que sucede desde hace tiempo, pues hubo una vez un tal Nabot que tuvo una viña (Reyes, I, 21).

    [align=center]NOCHE PROFUNDA[/align]

    LINCEO (Cantando desde su puesto de vigía en el castillo.)
    Nacido para escrutar,
    encargado de mirar.
    Siempre ligado a la torre
    y en contemplación del mundo.
    Atisbo las lejanías.
    Sé todo lo que está cerca.
    Conozco luna y estrellas
    también los bosques y ciervos.
    Distingo en lo que veo
    todo el encanto que tiene,
    y complacido de todo
    me alegro conmigo mismo.
    Vosotros, felices ojos,
    todo lo que habéis visto
    en todas las situaciones
    fue muy bello en realidad.
    (Pausa)
    No sólo para recrearme
    estoy tan alto situado.
    Un estremecimiento cruel
    viene desde la oscuridad,
    veo chisporrotear fuego
    bajo las sombras de los tilos,
    un incendio que crece y crece
    atizado por la corriente
    prende la mohosa cabaña.
    Se comienza a gritar «auxilio»,
    mas nadie atiende la llamada.
    ¡Ah!, ¡qué pena dan los ancianos!
    Siempre tan atentos al fuego
    son víctimas de la humareda.
    ¡Qué horrorosa situación!
    La llama arde con fulgor rojo.
    La cabaña está ya tiznada.
    Si al menos pudieran salvarse
    del infierno allí desatado.
    Las lenguas de fuego se elevan.
    Por entre las hojas y ramas
    el ramaje chisporrotea.
    Prende y cae rápidamente.
    ¿Por qué yo he de percibirlo?
    ¿Ha de ser tan larga mi vista?
    La capilla se está cayendo,
    la derrumba el peso del techo.
    Llamas serpenteantes suben
    y ya están llegando a las copas.
    Se queman hasta la raíz
    troncos candentes como púrpura.
    (Larga pausa. Canto.)
    Un regalo para los ojos
    ha desaparecido hoy.
    FAUSTO (En la terraza situada frente a las dunas.)
    ¿Qué lamentos oigo cantar? El canto y la melodía llegan aquí muy tardíos. Mi vigía se lamenta. Dentro de mí siento turbación por estos actos impacientes. Pero como el bosque de tilos fue eliminado y quedó convertido en unos horribles troncos medio carbonizados, pronto podrá ser construida una atalaya para poder mirar a la inmensidad. Así veré la nueva casa que cobijará a esa pareja que, conmovida por mi generosa reparación, disfrutará alegre de sus últimos días.
    MEFISTÓFELES Y LOS TRES VIOLENTOS (Desde abajo.)
    Venimos al trote largo. ¡Perdonad!, pero no nos ha ido bien. Golpeamos en la puerta, pero nadie nos abría. La empujamos, la sacudimos y la carcomida puerta se vino abajo. Llamamos a voces, proferimos serias amenazas, pero no encontramos acogida alguna. Como ocurre en es¬tos casos, ni nos escucharon, ni quisieron hacerlo. Noso¬tros no hemos titubeado y te hemos librado de ellos. La pareja no ha sufrido mucho, ante la agitación cayeron exá¬nimes. Un extranjero que estaba allí oculto y pretendió re¬sistirse con la espada quedó tendido. Unas ascuas que en poco tiempo se esparcieron aventadas por la encarnizada lucha prendieron la paja. Ahora todo arde libremente como un montón de leña para ellos tres.
    FAUSTO
    ¿Fuisteis sordos a mis palabras? Yo quería una permuta, no un expolio. Maldigo vuestra acción salvaje y loca y compartiréis vuestra culpa.
    CORO
    Hay un dicho, un viejo dicho: obedece diligentemente al poder. Y si eres valiente y tenaz, arriesga tu casa, tu ha¬cienda y a ti mismo

    (Se van.)

    FAUSTO (En el balcón.)
    Las estrellas y su fulgor se ocultan, el fuego decrece y sus llamas son pequeñas. Sopla un viento que me causa esca¬lofrío; el humo y la niebla se ciernen sobre mí. Fue una orden muy precipitada, que fue cumplida con mayor pre¬cipitación aún. ¿Qué es lo que se mueve en el aire con ese aspecto fantasmal?

    [align=center]MEDIANOCHE[/align]

    [align=center](Cuatro mujeres canosas.)[/align]

    LA PRIMERA
    Mi nombre es Escasez.
    LA SEGUNDA
    Mi nombre es Culpa.
    LA TERCERA
    Mi nombre es Inquietud.
    LA CUARTA
    Mi nombre es Necesidad.
    LAS TRES (Menos la INQUIETUD.)
    La puerta está cerrada, no podemos entrar. Ahí vive un rico y no se nos deja paso.
    INQUIETUD
    Yo me convertiré en una sombra.
    CULPA
    Yo me extinguiré.
    NECESIDAD
    De mí apartan la vista, pues sólo la tienen acostumbrada a lo bueno.
    INQUIETUD
    Hermanas, ni podéis ni debéis entrar. La inquietud se des¬lizará por la cerradura.

    (La INQUIETUD desaparece.)

    ESCASEZ
    Hermanas canosas, marchaos de aquí.
    CULPA
    Iré detrás de ti, mas muy cerca.
    NECESIDAD
    Pisándote los talones te seguirá la Necesidad.
    LAS TRES
    Las nubes se disipan, las estrellas se extinguen. Allá atrás, allá atrás, desde la lejanía, desde la lejanía, de ahí viene nuestra hermana, la Muerte.
    FAUSTO (En el palacio.)
    Vi venir a cuatro, sólo tres se fueron. No entendí el sen¬tido de sus palabras. Sonó algo parecido a «necesidad» o tal vez a «muerte». Era un sonido hueco, fantasmal y vaporoso. Todavía no me he abierto paso hasta mi libera¬ción. Si pudiera quitar de mi paso toda la magia y olvidar todos los ensalmos, ante ti, Naturaleza, sólo habría un hombre, entonces merecería la pena ser un hombre.
    Eso es lo que era, antes de buscar en la oscuridad y con¬denar a la maldición, con palabras sacrílegas, a mí y al mundo. Ahora el aire está tan lleno de esos fantasmas que no se sabe cómo evitarlos. Aun en los días en que el cielo despejado me sonríe, la noche me enreda en una madeja de lúgubres sueños. Vuelvo de la pradera recientemente reverdecida y grazna un pájaro. ¿Qué nos anuncian sus graznidos? Infortunio. Tarde o temprano, enredado por la superstición, todo se convierte en sucesos significativos, todo son avisos, todo son presagios, y así atemorizado, estoy solo. La puerta rechina, pero nadie entra. (Atemori¬zado.) ¿Hay alguien ahí?
    INQUIETUD
    Esa pregunta reclama un sí.
    FAUSTO
    ¿Quién eres tú?
    INQUIETUD
    Yo ya estoy aquí.
    FAUSTO
    ¡Aléjate!
    INQUIETUD
    Estoy en el lugar que me corresponde.
    FAUSTO (Hablando para sí, primero colérico, luego apaci¬guado.)
    Andate con cuidado y no hagas conjuros.
    INQUIETUD
    Aunque ningún oído me escuche, tengo eco en los cora¬zones y en ellos retumbaría. Con una figura transformada, ejerzo sobre ellos mi violencia. En los caminos de la tie¬rra y sobre las olas del mar, me convierto en el horrible compañero que, aunque nunca se busca, siempre se en¬cuentra y soy tan adulado como imprecado y maldito. ¿Nunca conociste la inquietud?
    FAUSTO
    Solo he recorrido el mundo y adquirí el placer por los cabellos; soltaba lo que no me satisfacía y dejaba correr aquello que no podía alcanzar. No he hecho otra cosa que tener deseos y realizarlos, para luego volver a desear, y así, poderoso, pasé mi tumultuosa vida; pero ahora pro¬curo que esta discurra con sabiduría y prudencia. Ya el orbe me resulta suficientemente conocido. La visión del más allá nos está vedada. Es un insensato aquel que di¬rige allí la mirada deslumbrándose e imagina que su igual está allí entre las nubes. Que permanezca firme y mire sólo en derredor. Este mundo para el hombre inteli¬gente no es mudo. ¿Para qué necesita él andar errante por la eternidad? Aquello que reconozca se dejará apre¬hender. ¡Que prosiga así su camino durante la jornada de la vida! ¡Que continúe su marcha, aunque los espíritus se ciernan fantasmales! ¡Que en su avance él, descontento en todos los instantes, se tope con el sufrimiento y la for¬tuna!
    INQUIETUD
    A aquel que está en mi poder, el mundo no le sirve de nada. Una eterna oscuridad se cierne sobre él. El sol, para él, ni saldrá ni se pondrá, aunque sus sonidos externos es¬tén en plenas facultades; las tinieblas habitarán en su inte¬rior. No podrá apoderarse de ningún tesoro. Tanto la for¬tuna como el infortunio lo turbarán, pasará hambre en la abundancia, tanto el placer como el pesar los remitirá al mañana, y así nunca estará satisfecho.
    FAUSTO
    ¡Basta ya! De esta manera no podrás atraparme. No quiero escuchar esas incongruencias. ¡Vete! Esa nefasta letanía podría aturdir al más capaz de entre los hombres.
    INQUIETUD
    ¿Debe ir? ¿Debe venir? Se ha hecho un irresoluto. Por un camino trillado anda a tientas y vacilante. Se va perdiendo y hundiendo cada vez más, las cosas las ve más y más complicadas, acaba por hacerse odioso para sí mismo y para los demás, respirando se ahoga, no está ahogado, pero está privado de vida; no está desesperado, pero tam¬poco se resigna. Es un imparable rodar, una dolorosa re¬nuncia, un deber que repugna, mitad liberador, mitad opresivo, un sueño a medias, un mal descanso. Colocadlo en su sitio y preparadlo para el infierno.
    FAUSTO
    ¡Fantasmas nefastos!, así tratáis mil veces al género hu¬mano. Incluso los días indiferentes los transformáis en un horrible revoltijo de cuitas encadenadas. Yo sé bien que uno se libra difícilmente de los tormentos. La estrecha li¬gadura de lo espiritual no se puede cortar. Pero yo no re¬conoceré tu poder, Inquietud, que te vas engrandeciendo.
    INQUIETUD
    Fíjate con qué rápidez me alejo de ti maldiciéndote. A lo largo de la vida los hombres están ciegos, ahora, Fausto vas a estarlo tú. (Le sopla en el rostro.)
    FAUSTO (Cegado.)
    La noche parece hacerse cada vez más oscura, pero en mi interior brilla una clara luz. Me apresuro a realizar aquello que imaginé. La palabra del señor es la única que tiene autoridad. Servidores, poneos en pie, salid del lecho uno por uno. Haced que pueda ver lo que audazmente concebí. Empuñad las herramientas, dad labor a vuestras palas y azadones. Lo propuesto debe ser cumplido de inmediato. Un orden estricto y una rápida actividad procuran la me¬jor de las recompensas. Para que la obra más grande de todas se realice, un solo ingenio les basta a mil manos.

    [align=center]GRAN PATIO DELANTE DEL PALACIO

    (Iluminado con antorchas.)[/align]

    MEFISTÓFELES (Como capataz, al frente de todos.)
    Venid, venid aquí bamboleantes lémures, seres incom¬pletos, seres formados por ligamentos, tendones y huesos.
    LÉMURES (A coro.)
    Nos ponemos de inmediato a tus órdenes y por lo que cree¬mos entender, hemos de recibir en posesión unas amplias tierras. Ahí están las puntiagudas estacas, la larga para me¬dir. Hemos olvidado el motivo por el que nos llamaron.
    MEFISTÓFELES
    No se trata de hacer ninguna obra de arte. Proceded según os permita vuestra naturaleza. Que el más alto de vosotros se tienda tan largo como sea y los otros despejad de hierba sus alrededores. Como lo hicieron para nuestros padres, haced un hoyo en forma de cuadrado alargado. Del pala¬cio hasta esta estrecha morada, ved el desenlace tan estú¬pido que tiene todo.
    LÉMURES (Cavando con gestos irónicos.)
    Cuando era joven y vivía y amaba, me parecía que todo era dulce, allí donde sonaba alegre la música y había jol¬gorio, mis pies se empezaban a mover. Pero ahora, la edad tramposa me hirió con su muleta y me he golpeado contra la puerta de la tumba; por qué estaría abierta ahora.
    FAUSTO (Saliendo del palacio, palpando a tientas el quicio de la puerta).
    Cómo me agrada el ruido de los azadones. Es la multitud que trabaja a mi servicio, que reconcilia a la tierra con¬sigo misma, que le pone límites a las olas y que retiene al mar con una sólida atadura.
    MEFISTÓFELES (Aparte.)
    Tan sólo has trabajado para nosotros con tus diques y ma¬lecones, pues le estás preparando a Neptuno, el demonio de las aguas, un banquete. De todas maneras estáis perdi¬dos. Los elementos están confabulados con nosotros y todo corre hacia su perdición.
    FAUSTO
    ¡Capataz!
    MEFISTÓFELES
    Aquí estoy.
    FAUSTO
    Reúne una multitud de obreros tan grande como sea posi¬ble, aliéntalos con ganancias y rigor, págales, atráelos, ex¬prímelos. Cada día quiero tener noticias de cómo avanza la ya emprendida obra del foso.
    MEFISTÓFELES (A media voz.)
    Si mis noticias no son inexactas, no se me habló de un foso, sino de una fosa.
    FAUSTO
    Ahora se extiende hasta el pie de la montaña una ciénaga que apesta todo lo que ya se ha conseguido. Cuando desa¬güemos esa charca pestilente, habremos alcanzado el más alto logro. Abro espacios a millones de hombres, espacios en los que tal vez no estén seguros, pero sí podrán estar activos y libres. La campiña es verde y fértil, los hombres y los rebaños se han aposentado en esta novísima tierra junto a la parte más sólida de esta colina levantada por un pueblo audaz y laborioso. Aquí en el interior hay un pa¬raje paradisiaco, si allá afuera sube rauda la marea hasta el borde y con sus dentelladas violentas hace un boquete en el dique, se apresurarán a cerrarlo. Vivo entregado a esta idea, es la culminación de la sabiduría: sólo merece la vida y la libertad aquel que tiene que conquistarlas to¬dos los días. Y así, rodeados de peligros, el niño, el adulto y el anciano viven provechosamente sus años. Quiero ver una multitud así, vivir en una tierra libre con un pueblo li¬bre. Entonces podría decir a este instante: «Detente, eres tan bello». Así la huella de mis días no se perderá en los eones. En el presentimiento de esta gran alegría, disfruto, ahora, del instante supremo.

    (FAUSTO cae de espaldas. LOS LÉMURES lo toman y lo colocan en el suelo.)

    MEFISTÓFELES
    No le sacia ningún placer, no le contenta ninguna felici¬dad, va sin cesar en busca de formas cambiantes. El pobre quiere apresar ese último, ese mísero, ese vano momento. El que tanto se me opuso ha sido vencido por el tiempo. El viejo yace en la arena. El reloj se ha parado.
    CORO
    Se ha parado. Está callado como la medianoche.
    La ajorca cae.
    MEFISTÓFELES
    Cae. Todo está consumado.
    CORO
    Se ha acabado.
    MEFISTÓFELES
    ¡Acabado!, ¡qué estúpida palabra! ¿Por qué acabado? Lo acabado y la pura nada son exactamente lo mismo. ¿Para qué nos sirve el eterno crear? Para que lo creado se disipe en la nada. ¿Qué se puede decir de algo si se ha acabado? Que es como si no hubiera existido y sin embargo circu¬lara como si existiese. En lugar de ello, preferiría el vacío eterno.

    [align=center]SEPULTURA[/align]

    LÉMUR (Solo.)
    ¿Quién construyó tan mal esta casa con palas y con aza¬dones?
    LOS LÉMURES (A coro.)
    Para ti, enmohecido huésped con vestimenta de cáñamo, es incluso demasiado buena.
    LÉMUR (Solo.)
    ¿Quién cuidó tan mal esta sala? ¿Dónde están la mesa y las sillas?
    LOS LÉMURES
    Las habían prestado por poco tiempo. Hay tantos acree¬dores…
    MEFISTÓFELES
    El cuerpo yace y si el espíritu quiere huir, le enseñaré el pacto escrito en sangre. Pero desgraciadamente hay tantos medios de robarle las almas al diablo. Por la vieja senda tro¬pezábamos, por la nueva tampoco somos bienvenidos. En otro tiempo yo hubiera hecho esto solo, hoy tengo que recurrir a la ayuda de otros. Todo nos va mal. Costumbres tradicionales, antiguo derecho, ya no se puede confiar en nada. Antes el alma volaba con el último suspiro, yo me ponía al acecho y, ¡zas!, igual que hace el gato con el más ágil ratón, la tenía bien apresada en mis garras. Ahora va¬cila y se resiste a abandonar el oscuro lugar, la repugnante morada que es el horrible cadáver. Hasta que al final los elementos, que la odian, la arrojan humillantemente de allí. Y aunque yo me pregunto durante horas y durante días «¿Cuándo?», «¿Cómo?» y «¿Dónde?», lo lamentable es que la vieja muerte ha perdido su rápido poder. Incluso es dudoso, por mucho tiempo, si se está muerto o no. A menudo vi rígidos miembros y sólo era una apariencia, se movían, se reanimaban. (Haciendo fantásticos ademanes de conjuro, como si fuera un gastador.) Vamos pronto, redoblad el paso, vosotros los de los cuernos rectos y vo¬sotros los de los cuernos retorcidos, diablos de antigua al¬curnia, con vosotros traéis las fauces mismas del infierno. Es cierto que el infierno tiene muchas, muchas fauces, y engulle según conviene a la condición y dignidad de cada cual, pero en el último juego y, de aquí en adelante, no nos andaremos con tantos remilgos.

    (A la izquierda se abre la horrible boca del infierno.)

    Los dientes puntiagudos rechinan, del abovedado abismo brota iracunda una tormenta de fuego, y en la hirviente humareda del fondo veo la ciudad de las llamas en perpe¬tua incandescencia. El rojo incendio se precipita llegando hasta los dientes; algunos condenados, esperando la sal¬vación, llegan a nado, pero la hiena los tritura colosal¬mente, y angustiosamente recorren de nuevo la ardiente vía. En los rincones queda aún por descubrir muchos ho¬rrores en un reducido espacio. Hacéis muy bien en aterrar a los pecadores, pues ellos tienen eso por mentira, engaño y sueño. (A los diablos gordinflones de cuernos cortos y rectos.) Gañanes ventrudos de carrillos ardientes, estáis enardecidos y bien alimentados por el azufre del infierno y tenéis el cuello corto e inmóvil como un leño. Mirad aquí abajo, por si veis arder fósforo: esta es la pequeña alma, psique con sus alas, si la priváis de ellas, queda con¬vertida en un mísero gusano; quisiera imponerle mi sello, lleváosla al torbellino de fuego. Vigilad las regiones infe¬riores, cueros de vino, esa será vuestra misión. No se sabe bien si le gustará vivir allí. Le gustó asentarse en el om¬bligo, tened cuidado no se os vaya a escapar por allí. (A los diablos flacos de cuernos retorcidos.) Vosotros, ato¬londrados y grotescos gastadores, ensayad constante¬mente asiendo el aire. Mantened los brazos abiertos y en¬señad vuestras afiladas garras, para que podáis apresar a la voladora fugitiva. Seguro que se siente mal en su anti¬gua morada y el genio quiere subir en seguida.

    (UNA GLORIA baja desde la derecha.)

    MILICIA CELESTE
    Seguid, enviados,
    criaturas del Cielo,
    vuestro vuelo plácido
    para salvar almas
    y avivar el polvo.
    Ese amable vuelo,
    el noble flotar,
    va dejando huella
    por la Creación.
    MEFISTÓFELES
    Oigo sonidos discordantes, una cantinela desagradable, viene de arriba, junto con una intempestiva claridad diurna; son una mezcla de muchachas y jovenzuelos que resulta muy agradable al gusto santurrón. Sabéis que, en horas de profunda impiedad, planeamos la aniquilación del género humano, lo más miserable que hemos urdido se acomoda a su devoción. Ahí llegan con toda hipocresía esos muchachuelos. Así nos han arrebatado a alguno, lu¬chan contra nosotros con nuestras propias armas. Ellos también son diablos, pero enmascarados. Perder este en¬vite sería una vergüenza eterna. Rodead la tumba y man¬teneos firmes en sus bordes.
    CORO DE ÁNGELES (Lanzando rosas.)
    Rosas deslumbrantes
    de aroma balsámico,
    mientras vais flotando
    dais secreta vida,
    con tallos por alas
    y hermosos capullos.
    ¡Floreced al fin!
    MEFISTÓFELES (A los demonios.)
    ¿Por qué os inclináis y os encogéis? ¿Es esa la costumbre del infierno? Manteneos firmes aunque dejen caer rosas. Cada cantárida a su capullo. Tal vez creen que apaga¬rán el ardor de los diablos con ese derroche floral. Vuestro hálito las marchitará y ajará. Soplad ahora, sopladores. Basta, basta. Ante vuestras exhalaciones palidece todo el cortejo. No seáis tan violentos, tapaos la boca y la nariz. Habéis soplado demasiado fuerte, no conocéis la justa medida. Eso no sólo se ha arrugado, se tuesta, se deseca, prende. Ya flota despidiendo luminosas y envenenadas llamas. Hacedles frente, apretaos con fuerza todos unidos. La fuerza se va. Los diablos se dejan embriagar por extra¬ños perfumes lisonjeros.
    CORO DE ÁNGELES
    Gloriosas flores,
    llamas gozosas,
    cread amor,
    dadnos placer.
    Corazón, ábrete,
    veraz palabra,
    claridad del éter,
    magno el ejército,
    por siempre día.
    MEFISTÓFELES
    ¡Que caiga la maldición y la vergüenza sobre esos imbé¬ciles! ¡Los diablos están cabeza abajo, los gordos caen ro¬dando y se precipitan a reculones en el infierno!
    Que os aproveche el merecido baño caliente que os vais a dar, pero yo permaneceré en mi puesto. (Revolviéndose contra la lluvia de rosas.) ¡Atrás, fuegos fatuos! Tú, por muy vivo que brilles, una vez que se te atrapa no eres más que un fango viscoso. ¿Por qué revoloteas así? ¿Quieres marcharte? Esto se pega a mi nuca como si fuera pez o azufre.
    CORO DE ÁNGELES
    Lo que no os pertenece
    lo tenéis que evitar.
    Lo que os dé turbación
    no lo habréis de sufrir.
    Si penetra violento,
    hemos de tener fuerza.
    El amor deja entrar
    solamente a quien ama.
    MEFISTÓFELES
    Me arde la cabeza, en el corazón y en el hígado ha pren¬dido un elemento más poderoso que el diabólico, mucho más vivo que el fuego infernal. Por eso os lamentáis tanto, amantes desairados que, con el cuello torcido, buscáis a la mujer amada. Algo así me está pasando. ¿Qué me obliga a mirar a ese lado al que tengo juradas mis hostilidades? Esta visión me hería agudamente. ¿Se ha apoderado completamente de mí algo extraño? Me gusta ver a esos mu¬chachos encantadores. ¿Qué es lo que me retiene, qué me impide huir?… Y si yo me dejo embaucar, ¿quién no será loco a partir de ahora? Esos muchachos de las nubes a quienes odio, me parecen ahora deliciosos. Bellos niños, contadme: ¿no sois de la estirpe de Lucifer? Sois muy be¬llos, la verdad es que me gustaría besaros, parece como si llegarais en el momento justo. Resulta todo tan agradable y tan natural como si lo hubiera visto ya mil veces, es todo como una caricia al sedoso pelaje de un gato. Cada vez que os miro os veo más bellos, acercaos, concededme tan solo una mirada.
    LOS ÁNGELES
    Estamos aquí, ¿por qué retrocedes? Nos acercamos a ti. Permanece, si puedes, en tu sitio. (Los ÁNGELES se ex¬tienden dominando todo el espacio.)
    MEFISTÓFELES (Que ha sido repelido hasta el proscenio.)
    Nos tacháis de espíritus réprobos cuando vosotros sois los auténticos brujos, pues seducís al hombre y la mujer. ¡Qué maldita aventura! ¿Es este el elemento del amor? Todo mi cuerpo está tan enardecido que apenas siento que me arde la nuca. Vais oscilando de aquí para allá, bajad, moved vuestros nobles miembros de un modo más mundano. Sin duda, la seriedad os sienta muy bien, pero me gustaría ve¬ros sonreír, sería para mí un placer eterno. Me gustaría una sonrisa como la de un enamorado, con un ligero plie¬gue en la boca. Tú, el más crecido, eres el que más me gusta, esas maneras clericales no te van nada bien, mí¬rame de un modo algo más lascivo. También podríais ir distinguidamente desnudos. Ese largo manto es excesiva¬mente casto. Ahora se vuelven para dejarse ver por detrás. Esos pícaros son muy apetitosos.
    LOS ÁNGELES
    Id hacia la claridad
    muy amorosas llamas,
    a los que se condenan
    los salva la verdad.
    Así podrán del mal
    alegres liberarse
    y así todos unidos
    ser bienaventurados.
    MEFISTÓFELES
    ¿Qué me pasa? Como a Job, se me hacen llagas en las llagas. Soy como aquel que se horrorizaba de sí mismo y al mismo tiempo triunfaba cuando miraba a fondo, cuando tenía confianza en sí mismo y su linaje; se ha sal¬vado la parte noble del diablo. El fantasma del amor se adueña de la piel. Ya se han extinguido las ominosas lla¬mas y, como es propio de mí, os maldigo a todos juntos.
    CORO DE ÁNGELES
    Sois llamas sagradas.
    A quien rodeáis
    se empieza a sentir
    bien con los más buenos.
    Uníos, pues, todos.
    Proclamad, alzaos.
    El aire es hoy puro,
    inhalad Espíritu.

    (Se elevan llevándose la parte inmortal de FAUSTO.)

    MEFISTÓFELES (Mirando en derredor.)
    Pero… ¿cómo? ¿Adónde se han ido? Grupo de adolescen¬tes, me has sorprendido, has huido al Cielo llevándote el botín, por eso bajaron al foso. He perdido un tesoro único; la noble alma que se me dio en prenda me ha sido sustraí¬da en una distracción. ¿A quién podré apelar? ¿Quién me restituirá lo que me corresponde? Has sido engañado en los días de tu vejez, te lo has merecido, te irá rematada¬mente mal. Me he comportado vergonzosamente. He he¬cho un gran dispendio, ¡qué indignidad! Un placer vulgar, un deseo absurdo alteró al baqueteado diablo. Si el listo y experimentado diablo se ha entretenido con esta tonta lo¬cura, no es pequeña la estupidez que al fin se ha apode¬rado de él.

    [align=center]BARRANCOS[/align]

    [align=center](Bosque, roca, soledad.)
    (Santos anacoretas diseminados por la montaña
    y acampados en las gargantas.)[/align]

    CORO Y ECO
    El bosque flota acercándose,
    se siente el peso de las rocas,
    las raíces se hunden en la tierra,
    los troncos están agolpándose,
    ola tras ola rompe aquí.
    Somos protegidos por las grutas.
    Los leones andan a tientas,
    amistosos pasan de largo.
    Respetar el lugar sagrado,
    santo cobijo del amor.
    PATER ECSTATICUS(Flota subiendo y bajando.)
    Eterno fuego de delicias,
    fervoroso lazo de amor,
    hirviente dolor en el pecho,
    espumoso placer divino.
    Flechas, atravesadme al fin.
    Lanzas, haceos dueñas de mí.
    Mazas, tenéis que desmembrarme.
    Rayos, caed con toda furia.
    Que todo lo vano se extinga,
    así como todo lo efímero.
    Que luzca la estrella perenne,
    núcleo profundo del amor.
    PATER PROFUNDUS (Región baja.)
    Al igual que este barranco a mis pies
    descansa sobre un abismo profundo,

  17. mil arroyos corren brillantes
    al precipicio del torrente.
    Con vigor, por su propio impulso,
    el tronco se yergue en el aire:
    este es el poderoso amor
    que todo lo alienta y lo forma.
    Un zumbido horrible resuena,
    como si bosque y suelo temblaran,
    con todo, cae con un suave rumor
    el caudal del arroyo en la garganta;
    regar el valle será su misión.
    El rayo ardiente se precipita
    para que la atmósfera se despeje,
    pues hay vapores tóxicos en ella.
    Son mensajeros de amor y nos anuncian
    lo que, rodeándonos, siempre actúa.
    Quisiera que mi pecho se encendiera,
    donde el espíritu confuso y frío
    se atormenta, apresado en los sentidos
    con estricta cadena de dolor.
    Oh, Dios, apaga mis tribulaciones,
    inunda ya de luz mi corazón
    PATER SERAPHICUS (Región intermedia.)
    ¡Flota una nubecilla matinal
    sobre la cabellera del abeto!
    ¿Presiento lo que vive en mi interior?
    Es un coro de jóvenes espíritus.
    CORO DE NIÑOS BIENAVENTURADOS
    Padre, dinos adónde vamos,
    dinos, gran bondad, quiénes somos.
    Nosotros estamos felices,
    nuestra existencia es agradable.
    PATER SERAPHICUS
    Niños nacidos a medianoche,
    de alma y sentidos semiabiertos.
    Pronto os perdieron vuestros padres
    para ganancia angelical.
    Presentís a quien os da amor,
    por eso, acercaos aquí.
    Mas de los caminos terrenos
    nada sabéis, afortunados.
    Descended, pues, hasta mis ojos,
    órgano terrestre y mundano.
    Servíos, sin problema, de ellos.
    y contemplad este paisaje.
    (Va acogiendo a los niños en su interior.)
    Esto son flores, eso árboles.
    Un torrente se precipita
    y con un poderoso salto
    acorta la escarpada senda.
    NIÑOS BIENAVENTURADOS (Desde dentro.)
    Es un paraje imponente,
    mas también tenebroso;
    nos da miedo y horror,
    déjanos salir, Padre.
    PATER SERAPHICUS
    Subid a esferas más altas,
    creced y no daos cuenta,
    y así de un modo puro,
    Dios os dará la fuerza.
    Pues así se alimentan
    en el éter las almas:
    revelando el amor
    que da la salvación.
    CORO DE NIÑOS BIENAVENTURADOS (Girando alrededor de las cumbres más elevadas.)
    Enlacemos las manos
    en un alegre corro;
    moveos y cantad
    con sacros sentimientos.
    Así aleccionados
    podréis ya confiar.
    Si a Él adoráis,
    lo podréis ver al fin.
    ÁNGELES (Flotando en una atmósfera más alta y llevándose la parte inmortal de FAUSTO.)
    Está salvada la parte más noble,
    el espíritu está libre del mal.
    «Quien siempre desea, aspira y lucha,
    merece recibir la salvación.»
    Y si el buen amor desde las alturas
    toma además partido por su casa,
    el coro de los bienaventurados,
    acogedor, lo recibe en su seno.
    LOS ÁNGELES JÓVENES
    Estas rosas que trajeron las manos
    de unas penitentes llenas de amor,
    nos ayudaron en nuestra victoria
    y a completar la sagrada labor
    de ganar el tesoro que es esta alma.
    Se apartó el Maligno al esparcirlas,
    los demonios huyeron al tocarlas.
    En lugar de las penas infernales,
    sufrieron los tormentos del amor;
    incluso el viejo y experto Satán
    sintió profundo e intenso dolor.
    ¡Alegraos!, lo hemos conseguido.
    UNOS ÁNGELES MÁS PERFECTOS
    Nos queda un residuo terreno,
    y cargamos con él con pena,
    y como si fuera de asbesto
    dentro de él no hay pureza.
    Cuando el poderoso espíritu
    absorbió los elementos
    y los hizo parte suya,
    ningún ángel pudo nunca
    escindir su doble ser.
    Sólo el gran y eterno Amor
    llegará a separarlo.
    LOS ÁNGELES JÓVENES
    Al igual que esa niebla
    que rodea las peñas,
    caen cual suave lluvia
    gran cantidad de espíritus.
    Las nubecillas se abren,
    veo en movimiento
    a bienaventurados,
    libres ya de la tierra.
    Reunidos en círculo
    están ya disfrutando
    de la flor y belleza
    del mundo superior.
    Que para empezar bien
    y también mejorar
    se una él a este grupo.
    LOS NIÑOS BIENAVENTURADOS
    Llenos de gran alegría
    tomamos esta crisálida,
    y así al fin obtenemos
    una prenda angelical.
    Quitadle los ropajes
    vulgares que lo visten.
    La santidad engrandece
    y embellece su ser.
    DOCTOR MARIANUS (Desde la celda más elevada y pura.)
    La vista es aquí libre,
    se ennoblece el espíritu.
    Allí pasan mujeres
    que a las alturas flotan.
    En medio, la magnífica
    Soberana del Cielo,
    de estrellas coronada,
    nos muestra su esplendor.
    (Extasiado.)
    Suprema reina del mundo,
    déjame ver el azul
    desplegado pabellón
    del Cielo y tus misterios.
    Aviva las aspiraciones
    que ennoblecen al hombre,
    pues las eleva a ti
    con aliento amoroso.
    Somos insuperables
    cuando tú nos animas;
    se aplaca nuestro ardor
    cuando tú lo mitigas.
    Virgen pura y santísima,
    Madre muy venerable,
    eres reina entre todas
    y similar a dioses.
    A su alrededor
    hay pequeñas nubes,
    son las penitentes,
    un afable grupo
    que ante tus rodillas
    está aspirando éter
    e implora piedad.
    Para ti, la Inviolable,
    no es una prohibición
    dar tu misericordia
    a los ya seducidos.
    Los caídos en la flaqueza
    son difíciles de salvar.
    ¿Quién puede romper las cadenas
    que pone la concupiscencia?
    ¿Quién evitará escurrir
    por un suelo resbaladizo?
    ¿A quién no aturde una mirada
    un saludo, una caricia?

    (La MATER GLORIOSA avanza flotando.)

    CORO DE PENITENTES
    Te elevas a las alturas
    de los reinos infinitos,
    atiende ya nuestras súplicas,
    Tú, mujer inigualable,
    siempre presta a la piedad.
    MAGNA PECCATRIX(San Lucas, 7, 36.)
    Por el amor que hizo correr
    lágrimas por los pies de tu Hijo,
    aliviándolos como un bálsamo
    a pesar de los fariseos.
    Por el frasco que generoso
    su perfume dejó caer.
    Por los cabellos que, sedosos,
    enjugaron los santos miembros.
    MULIER SAMARITANA (San Juan, 4.)
    Por el pozo al que en otros tiempos
    Abraham llevó sus rebaños.
    Por el cántaro que rozaron
    los labios del gran Salvador.
    Por el prístino manantial
    que se desborda caudaloso,
    eternamente claro y limpio,
    a través de todos los mundos.
    MARíA AEGYPTIACA (Acta Sanctorum.)
    Por el consagrado lugar
    donde el Señor fue sepultado.
    Por el brazo que ante la puerta
    me indicó que me detuviera.
    Por cuarenta años que pasé
    de penitencia en el desierto.
    Por la sagrada despedida
    que dejé escrita en la arena.
    LAS TRES
    Tú, que no niegas cercanía
    a las más grandes pecadoras
    y que en los Cielos engrandeces
    al que sincero se arrepiente.
    Concede a esta noble alma
    que se abandonó una vez
    sin sospechar que se perdía
    el perdón que se ha merecido.
    UNA POENITENTIUM (Antes llamada Margarita, uniéndose a las otras).
    Vuélvete, por favor,
    Tú, inigualable,
    Tú, siempre radiante,
    vuelve tu rostro para mi fortuna.
    Aquel al que amé,
    ya despreocupado,
    vuelve a mí de nuevo.
    NIÑOS BIENAVENTURADOS (Acercándose haciendo círculos.)
    Él ya nos aventaja
    por sus potentes miembros.
    Nos recompensará
    por nuestra compañía.
    Pronto nos apartamos
    de los coros vitales,
    mas este sí que sabe
    y nos enseñará.
    UNA POENITENTIUM (Antes llamada Margarita.)
    Rodeado de estos nobles espíritus
    apenas se reconoce a sí mismo;
    no presiente aún su nueva vida,
    ya se parece mucho a ese coro.
    ¡Cómo se despoja de lo terreno!
    Se desprende de la vieja envoltura.
    Con su nueva vestidura etérea
    recupera su noble juventud.
    Permite que yo sea su instructora.
    Todavía están cegados sus ojos.
    MATER GLORIOSA
    Ven, elévate a mis esferas.
    Te seguirá al presentirte.
    DOCTOR MARIANUS (Adorando postrado.)
    Alzad los ojos al Salvador,
    tiernas almas, en arrepentimiento,
    para así poder al fin transformaros
    y sentir eterno agradecimiento.
    Que los más nobles propósitos ya
    se pongan para siempre a tu servicio.
    Virgen, Madre, Suprema Soberana,
    ¡oh, Diosa!, Concédenos tu piedad.
    CHORUS MYSTICUS
    Todo lo que ha ocurrido
    es sólo una parábola.
    Lo que es inalcanzable
    se convierte en suceso.
    Lo que es indescriptible
    se ha realizado aquí.
    Lo eterno-femenino.
    nos permite avanzar.

    [align=center]
    FINIS[/align]

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