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Superar la ansiedad – Primera Parte
PRIMERA PARTE
Desde hace ya unos cuantos años la palabra ansiedad ocupa espacios cada vez mayores en los medios de comunicación masiva. Vocablo bastante técnico, salido del ámbito de la psicología clínica, nos llega dando una voltereta extraña. Se trata de la traducción del inglés anxiety , para el que en castellano ya contábamos con la expresión angustia. La diseminación masiva de múltiples modalidades de la angustia como fenómeno social, desvinculada de eventos catastróficos, y en cambio incluida en la cotidianeidad, es el elemento más novedoso cuando nos ponemos a considerar la angustia contemporánea. Precisamente, la inclusión de muy altos niveles de ansiedad en nuestra vida diaria pareciera querer mostrarnos que algo hemos hecho con nuestra existencia que la ha tornado inhumana. Veamos qué queremos decir. Conocimos la angustia existencial en los años cuarenta gracias a la enorme difusión que lograron las ideas de los filósofos existencialistas. Asimismo experimentamos, como sociedad, angustia en numerosísimas oportunidades, atravesando catástrofes y tragedias que nunca faltan. Sin embargo, la angustia que se ha transformado en problema de salud pública en nuestras sociedades modernas, no es ni aquella mentada por los existencialistas como relativa a nuestra percepción de la finitud de la vida, ni la que proviene del horror de las tragedias. No. La angustia contemporánea está ligada a la opresión y al sinsentido que experimentamos al darnos una vida plagada de sobre-exigencias, urgencias, apremios y una honda separación de aquello que desde siempre ha representado la fuente de la alegría y el sentido del vivir: nuestros afectos, el cultivo amoroso de los vínculos íntimos, la conexión con la Naturaleza y el cuidado de lo viviente. Es así que la angustia, o ansiedad, como queráis llamarla, es hoy hija de ese otro fenómeno paradigmático del mundo contemporáneo: el stress.
Esta palabra también salió del laboratorio para instalarse en medio de las conversaciones familiares. Originalmente designó los cambios biológicos que los científicos detectaban al estudiar un organismo atravesando alguna situación acuciante. Por lo tanto lo llamaron síndrome general de adaptación, en donde la palabra adaptación se refiere a los ajustes necesarios para salir de una situación riesgosa. Claro, se supone que una vez que la lucha o la fuga permiten deshacerse del peligro, el organismo en cuestión recupera su anterior estado calmo. Pero ¿qué sucede si esa situación riesgosa se prolonga por mucho tiempo?, o ¡incluso indefinidamente! Estamos preparados, orgánicamente, para enfrentar momentos graves o peligrosos, pero nos deterioramos mucho si el estado de sobre-exigencia no cesa jamás. Esa es la situación tÃpicamente humana y contemporánea de stress a que nos referimos en este artículo.
La vivencia de amenaza, la sensación de peligro, generan un estado particular de angustia que se conoce como angustia señal , o simplemente miedo. El miedo promueve toda una cascada de dispositivos nerviosos y hormonales que preparan nuestro cuerpo para escapar o para luchar. Esos dispositivos son muy precisos y eficaces, así como perjudiciales si se prolongan exageradamente en el tiempo. En un primer momento de la situación de stress producimos grandes cantidades de adrenalina con lo que se eleva nuestra presión arterial, nuestro corazón late más fuerte, se dilatan las pupilas y así también muchos otros ajustes fisiológicos muy importantes. Un momento después otra hormona de la glándula suprarrenal, el cortisol, comienza a segregarse en grandes cantidades, lo que refuerza y profundiza el estado anterior. Si la situación se mantiene, y entramos en un estado de stress crónico nuestro organismo comienza a sufrir y a tornarse más vulnerable. Los elevados niveles de cortisol en la sangre nos hacen proclives a que ese estado que comenzó con stress y siguió con angustia entre ahora en la depresión. En efecto, la depresión es muchas veces el resultado del stress crónico y la angustia sostenidos durante tiempos exageradamente prolongados. El exceso de cortisol también deprime nuestras defensas volviéndonos más susceptibles de contraer enfermedades infecciosas. Como esas defensas son las mismas que nos protegen del crecimiento de células tumorales, aumenta la predisposición al cáncer. El panorama se torna desolador, más si consideramos que los estados de ansiedad desmesuradamente elevados, capaces de introducirnos en estos laberintos fisiológicos, en los cuales es más fácil entrar que encontrar el camino de salida, inciden en porcentajes muy altos de la población. Estadísticas coincidentes en muchos países aseguran que casi el 50% de la población urbana padecerá en algún momento de su vida alguna forma de trastorno por ansiedad, y que en el 10% de los casos se tratará de crisis de pánico. La presencia simultánea de síntomas de ansiedad y depresión se da en el 58% de los pacientes con trastornos por ansiedad, según muestran las estadísticas más estrictas. Aparece así un conjunto, de presentación harto frecuente, constituido por stress-ansiedad-depresión-enfermedad orgánica, que exige nuestra más cuidadosa atención.
Ni la angustia ni el miedo son nuestros enemigos. El miedo nos protege de riesgos y peligros. La angustia es el resultado de no ser ignorantes ni tontos: sabemos que el dolor, el sufrimiento y la muerte existen, que son parte de nuestra vida y que deberemos verles la cara en más de un momento. Nuestros enemigos son la angustia desbordada y el miedo disfuncional, frutos ambos de conflictos psicológicos que se nos escapan, de relaciones tóxicas en las que nos involucramos o de la desmesura con que conducimos nuestra vida. Sobre ellos debemos actuar.
La ansiedad se presenta casi siempre como un trastorno del cuerpo. Sobreviene un mareo, o la sensación de percibir intensamente los latidos del corazón. Se nubla la vista, aparece dificultad de respirar o una indefinible sensación gástrica que nos impide disfrutar de la comida. El cuerpo y sus sensaciones devienen amenazantes. Anuncian el abismo. Algunos pensamientos pueden acompañar el descalabro: â??me estoy volviendo locoâ?, â??tengo miedo que esto vuelva a repetirse, ya no lo soportoâ?, â??algo horrible está por ocurrirâ?, â??esto se me va de las manos, temo perder el controlâ?, â??me da mucha vergüenza que alguien note que estoy tan asustadoâ?. A esta situación, finalmente, puede llegarse por muchos caminos diferentes, de acuerdo con la personalidad de cada quién. Tal como a un infierno personal, puede arribarse allí por un camino asfaltado de buenas intenciones. A la angustia neurótica también podemos llegar montados sobre nuestras más personales características. Si bien la ansiedad a nadie es ajena, se nos hará más patente si nos instalamos en algunas actitudes en particular, que muchas veces nos parecen perfectamente virtuosas. Veamos si no. Carmen se vanagloria de ser notablemente puntillosa y perfeccionista y cae fácilmente en la desesperación al querer controlarlo todo, deslizándose como por un tobogán hacia la impotencia y el descontrol. Juan Carlos no logra discriminar entre la responsabilidad propia y la ajena y se echa en la mochila el destino de media familia y algún que otro conocido, la culpa neurótica y paralizante le hará temer todo el tiempo la inminencia de catástrofes. Julieta permanece ávidamente dependiente de la aprobación continua de los otros y persiguiendo el éxito como su único alimento se aleja tanto de su propia naturaleza que se vuelve incapaz de interpretar las sabias señales que provienen de su propio cuerpo. Magdalena se desprecia, comparándose siempre desventajosamente con medio mundo. En lo que supone es afán de superación, descalifica lo que es y lo que hace, esa errónea actitud por mejorarse, inhibe su auténtica expresividad llenándola de síntomas y dolencias. Eugenio cree que todo aquello percibido como propio, que no coincide con los ideales transmitidos por sus padres, denota alguna especie de naturaleza maligna que anida en su interior, interpreta muchos de sus impulsos y tendencias como peligros incontrolables a cuya merced está, y termina debatiéndose interminablemente entre el hipercontrol y las explosiones de ira. Federico se propone ideales inalcanzables, que no toman en cuenta sus verdaderos recursos y posibilidades, sometiéndose a estados de insatisfacción permanente, una especie de sed existencial que nunca logra saciarse. La lista podría tornarse interminable. Tal vez nos sirva para darnos cuenta que cuando los síntomas de la angustia se hacen claramente presentes, nos están señalando que ha llegado la hora de revisar qué estoy haciendo con mi vida, y comenzar a considerar si no habrá cambios para instrumentar.
Dr. Alejandro Napolitano
Junio 2005
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http://www.bairesgestalt.com.ar/mentesana1.htm