Respaldo de material de tanatología

El éxito de los placebos revela el poder de la mente

De: Alias de MSNoleMEW  (Mensaje original) Enviado: 11/05/2004 8:51

El éxito de los placebos revela el poder de la mente

Los científicos investigan los mecanismos biológicos que intervienen en las respuestas positivas

Muchos médicos conocen la historia de Wright, a quien le diagnosticaron un cáncer en 1957 y le dieron apenas unos días de vida. Hospitalizado en Long Beach, California, con tumores del tamaño de naranjas, se enteró de que se había descubierto un suero de caballo, el krebiozen, que podía ser eficaz contra el cáncer. Su médico, Philip West, accedió a administrárselo un viernes por la tarde. El lunes siguiente, fuera de su “lecho de muerte”, el paciente bromeaba con las enfermeras, y días después constató que los tumores “se habían fundido como bolas de nieve”.
Dos meses después, Wright leyó unos informes que calificaban el suero como un remedio de curandero. Sufrió una inmediata recaída. El médico dijo entonces a Wright: “No crea lo que lea en los periódicos”, y le inyectó agua diciéndole que era una versión “doblemente eficaz del medicamento”. Una vez más, el tumor se fundió. Wright fue “la viva imagen de la salud” durante dos meses más, hasta que leyó un informe definitivo en el que se decía que el krebiozen era inútil. Murió dos días después.

Esta historia es considerada uno de esos casos raros que la medicina no puede explicar. Pero ahora los científicos observan que el efecto placebo es más poderoso de lo que se creía y estudian los mecanismos biológicos que pueden convertir un pensamiento en un cambio celular. También se están dando cuenta de que gran parte de la percepción humana no se basa en el flujo de información que llega al cerebro desde el mundo exterior, sino en lo que el cerebro espera que ocurra.

Complacer

Un placebo -del latín placere- siempre ha sido un falso tratamiento que un médico administra para complacer o tranquilizar. Unos médicos de Tejas llevaban a cabo un estudio de cirugía artroscópica de la rodilla, para la que se utiliza anestesia general, en el que se asigna a pacientes con rodillas doloridas y desgastadas una de estas tres operaciones: raspar la articulación de la rodilla, limpiar la articulación o no hacer nada.

En la operación que consistía en no hacer nada, los médicos anestesiaban al paciente, hacían tres pequeños cortes en la rodilla como si fueran a insertar los instrumentos habituales y después fingían que operaban. Dos años después de la intervención, los pacientes que se habían sometido a la cirugía falsa revelaron el mismo alivio del dolor y la hinchazón que aquellos que habían sido realmente operados. Una reciente revisión de un estudio sobre medicamentos antidepresivos reveló que los resultados de los placebos no eran inferiores a los de los fármacos.

Irving Kirsch, el psiquiatra de la Universidad de Connecticut que llevó a cabo la revisión, afirma: “Si uno espera ponerse mejor, lo consigue”. Sus descubrimientos fueron recibidos con gran escepticismo. Pero un estudio reciente de un remedio contra la calvicie reveló que en un 86% de los hombres que lo utilizaron se detuvo la caída del cabello, al igual que en el 42% de aquellos a quienes se había administrado placebo.

Algunos estudios tratan de explorar específicamente la efectividad de los placebos. En Coche Island, Venezuela, se hizo oler vainilla a unos niños asmáticos y se les administró un medicamento broncodilatador dos veces al día. Después, solamente el olor a vainilla sirvió para aumentar la función pulmonar en un 33% de los casos.

Kirsch afirma que los placebos son entre un 55% y un 60% aproximadamente tan eficaces como la mayor parte de los medicamentos activos en el tratamiento del dolor. Además, los placebos que alivian el dolor se pueden bloquear con un medicamento, el naloxone, que también bloquea la morfina. Durante un tiempo, muchos científicos pensaron que los placebos podían funcionar al liberar unas sustancias naturales del organismo parecidas a la morfina llamadas endorfinas. Pero Kirsch afirma que ésa no es la única explicación.

Los placebos pueden actuar globalmente en el organismo, pero también pueden tener efectos muy específicos. Por ejemplo, en Japón se llevó a acabo un estudio en 13 personas que eran alérgicas a la hiedra venenosa. Se frotó a cada una de ellas con una hoja inofensiva, pero se les dijo que era venenosa y se les tocó el otro brazo con hiedra venenosa diciéndoles que era inofensiva. Las 13 tuvieron un sarpullido en el lugar donde se frotó la hoja inofensiva. Sólo dos reaccionaron ante las hojas venenosas.

Las explicaciones sobre por qué funcionan los placebos se pueden encontrar en un nuevo campo de la neuropsicología cognitiva llamado teoría de las expectativas: lo que el cerebro piensa acerca del futuro inmediato. Como la teoría del condicionamiento de Pavlov, las expectativas implican un aprendizaje asociativo. Kirsch afirma que los tratamientos médicos que se reciben durante la vida son pruebas condicionantes que hacen que esperemos un alivio. Este aprendizaje previo muestra cómo se adquieren las expectativas, pero no explica la fuerza y persistencia de los efectos del placebo. Kirsch añade que estas respuestas se dan casi instantáneamente, sin pensamiento consciente y, por tanto, conectadas con el cerebro.

El palo y la serpiente

El mundo está lleno de ambigüedad. Un objeto largo y delgado visto a media luz podría ser un palo o una serpiente. Pero como el instinto de supervivencia indica que no es seguro tomarse el tiempo necesario para averiguarlo, el organismo desarrolla un mecanismo automático para prever lo que va a ocurrir. Como si fuera una serpiente. Esta expectativa acelera el procesamiento de las percepciones a expensas de la exactitud. Como en el mundo exterior, los estados internos de las personas tienen también una gran ambigüedad. Por eso, cuando en un experimento se administró a diferentes personas un fármaco que aumentaba la adrenalina, unas interpretaron que sentían ira; otras, euforia, y otras, nada en absoluto, dependiendo de lo que se les había dicho que debían esperar.

Psicosomática

               
Wilider Penfield (1891-1976), famoso neurocirujano canadiense, estaba fascinado. Su paciente acababa de describir, hasta el más mínimo detalle, una escena de su primera infancia. Aplicó el electrodo en otro lugar del cerebro, y miss B., el nombre en clave de la enferma, entonó una bella canción. Otro toque, y miss B. olfateó el aire cloroformizado del quirófano con auténtica delicia: ?¡huele a rosas!?, exclamó complacida. Después de muchas experiencias similares, Penfíeld empezó a dibujar la anatomía funcional del cerebro humano, señalando los núcleos nerviosos desde donde se gobiernan las más diversas actividades.  Pero, ¿quién gobierna? ¿De dónde salen las órdenes? Poco antes de morir, Penfield escribió: ?¡La mente estimula puntos precisos del cerebro, como el cirujano con su escalpelo… el cerebro es un ordenador y la mente, su programador!? Nunca se ha podido aclarar qué es la mente. ¿Se trata de un principio inmaterial, una energía esotérica que viene de una fuente exterior, como creía Penfield? ¿Es sólo una más de las muchas y desconocidas funciones del cerebro humano? ¿Es una creación personal, que adquiere vida propia a partir de cierto momento?  No sabemos. Lo que sí sabemos es que cuanto más se utiliza una parte del cerebro, más se desarrolla.  No es casual que, en el ?homúnculo de Penfield?, las partes del cuerpo que más se utilizan, como las manos y la boca, tengan las mayores proyecciones cerebrales.  Es cierto que todos nuestros actos, pensamientos, conducta, sentimientos, responden a la actividad de unas diminutas células cerebrales. Pero resulta mucho más importante saber que, en recorrido inverso, nuestros sentimientos y pensamientos influyen y modifican esas mismas células.
               
El premio Nobel español Santiago Ramón y Cajal, primer científico en describir las neuronas, demostró que sus terminaciones o dendritas se desarrollan más o menos según la estimulación y la actividad del organismo.  Auténticos cables vivos, las neuronas se organizan en complicadas redes de intercomunicación, que codifican y responden a todas nuestras experiencias. Ya el mero hecho de estar leyendo este artículo aumenta el metabolismo en algún lugar del cerebro, y está haciendo ramificarse a algunas dendritas, que buscan a otras en un estado parecido.  Si de repente tiene usted la impresión de comprender algo nuevo, es que sus dendritas acaban de encontrarse. Este es el primer proceso psicosomático: la modificación de la estructura física neuronal como efecto de una experiencia mental.  Cómo se produce, es un misterio. Pero el fenómeno parece dar la razón a Cajal cuando dijo: ?¡Toda persona, si se lo propone, puede ser el arquitecto de su propio cerebro!?
               
Todo el funcionamiento corporal está regulado y dirigido desde el cerebro: desde el sueño a la tensión arterial, pasando por la secreción de hormonas y la digestión de la comida. Un órgano diminuto, el hipotálamo, es la estrella de este mecanismo de regulación. Pero no está solo.  Por arriba, recibe conexiones del sistema límbico, responsable de la experiencia emocional.  De más arriba aún, los dos reciben instrucciones de la superevolucionada corteza cerebral, donde reside el poder de pensar y de ser consciente de sí mismo.
               
La salud y el bienestar sólo son posibles si estos tres sistemas se entienden y se ajustan entre sí, y, sobre todo, si no se dedican a desequilibrarse mutuamente. Un pensamiento mantenido con persistencia, el recuerdo de un agravio, por ejemplo, influye en el sistema límbico, que producirá un sentimiento de cólera sorda. Y, muy coherentemente, a través del hipotálamo, el mismo sistema límbico preparará al cuerpo para entrar en combate. Por eso, mucha gente tranquilamente sentada en una mesa de despacho, puede estar, en realidad, sobrecargando su organismo. Cantidad de hipertensiones, lesiones cardiacas y problemas musculares se fraguan así.

Este salto de los pensamientos y emociones a las funciones orgánicas constituye el segundo proceso psicosomático. Encontramos un buen ejemplo de ello en el estrés. Una vez que una situación ha quedado registrada como experiencia estresante, los efectos subsecuentes alteran en cadena todo el organismo, a través de dos sistemas que salen del hipotálamo: el nervioso autónomo o neurovegetativo, de acción muy rápida, y el neuroendocrino, algo más lento, pero de efectos más sostenidos. El primero es responsable de todos los movimientos internos, desde la dilatación de las pupilas hasta los latidos del corazón, pasando por las contracciones del intestino, la vasoconstricción de las arterias y mil funciones automáticas más que mantienen nuestro cuerpo funcionando. El segundo se encarga de la secreción de hormonas, primero en la glándula directora general, la hipófisis, y, a partir de allí, en todos los demás órganos endocrinos. El sistema neurovegetativo es el que hace que nos pongamos colorados o pálidos de emoción, o que nos entren palpitaciones.  El neuroendocrino es el que corta la regla y disminuye la libido en períodos de estrés y de depresión, por poner uno sólo de los muchos ejemplos posibles.

Mente y hormonas: sus relaciones a la luz de una nueva ciencia

               
La psiconeuroendocrinología, una nueva ciencia que estudia las relaciones entre los procesos mentales y las secreciones hormonales, está descubriendo cosas tan interesantes como el mecanismo que lleva a jóvenes ilusionadas por tener un cuerpo esbelto a padecer anorexia nerviosa, o la manera en que el estrés aumenta la vulnerabilidad a toda clase de enfermedades.

Pero las investigaciones psicosomáticas más sorprendentes van de la mano de la psiconeuroinmunología, que estudia los efectos de la mente en el sistema inmunitario, la red interna que mantiene la integridad del organismo. Este sistema detiene y destruye los microbios que entran desde el exterior, evitando así que produzcan enfermedades infecciosas, pero también vigila las células propias. De manera ocasional, en cualquier parte del cuerpo, por razones muy diversas, siempre hay alguna célula que se divide de manera aberrante, produciendo células anormales, que pueden llegar a ser cancerosas. El sistema inmunitario está al tanto, y si todo funciona bien, interviene inmediatamente, eliminando esas células atípicas. La gran sensibilidad al estrés de este sistema autodefensivo explica cosas tan extraordinarias como, por ejemplo, que sea mucho más fácil resfriarse cuando uno está triste o preocupado que cuando está en perfecta armonía psíquica.

En un reciente experimento norteamericano, un grupo de estudiantes de odontología permitió que se les hiciera una pequeña herida en el brazo, con un instrumento automático milimetrado para hacer siempre un corte de la misma longitud y profundidad.  Pues bien, la cicatrización de la herida tardó un 40% más de tiempo cuando el corte se hizo en periodos de exámenes que cuando se hizo en épocas de calma y relax.
               
Las células principales del sistema inmunitario, los linfocitos, tienen una pared de estructura muy parecida a una de las neuronas. Ambas son las únicas células del cuerpo capaces de almacenar información y de actuar consecuentemente, o sea, de aprender. Las más avanzadas investigaciones psicosomáticas sobre la actividad eléctrica y magnética de estas células nos están permitiendo ya elaborar hipótesis que parecen de ciencia-ficción: nuestra mente crea un campo electromagnético que hace vibrar a su ritmo a las estructuras dotadas de receptores para sintonizarlo.
                                 
Para terminar, no debemos pensar que estas relaciones psicosomáticas son siempre automáticas e impersonales. El cerebro utiliza todo el cuerpo como vía de expresión y comunicación. Cuando algo importante se crea mentalmente, una fuerza interior parece forzar su manifestación externa. Si no conseguimos expresarle con palabras, o con nuestra conducta, o a través de una obra de arte, puede que no nos quede más camino que el lenguaje de la enfermedad.

El efecto placebo (y nocebo)

                  En casi todas las investigaciones sobre la bondad de un nuevo fármaco es costumbre dar a un grupo de enfermos, llamado control, una sustancia inactiva o placebo, que puede ser, por ejemplo, miga de pan o pasta de almidón.  Lo sorprendente es que casi siempre se dan curaciones en este grupo, en ocasiones hasta del 30 o 40%.  Es el llamado “efecto placebo”, una curación que sucede sólo porque el enfermo cree que tiene que ocurrir. Pero las enfermedades imaginarias no son las únicas que responden a este efecto. Mucha gente se cura las verrugas,

Por ejemplo, untándolas con saliva o arrojando piedras por encima del hombro. En el extremo opuesto, está el “efecto nocebo”, reacciones negativas producidas por una sustancia inerte o por el condicionamiento o asociación automática de determinado estado, no terapéutico en sí mismo, con otro que sí lo es.           

Que estos efectos placebo y nocebo no tienen necesariamente que ver con la voluntad del sujeto, fue demostrado por Ader, el padre de la psiconeuroinmunologia, hace ya casi 25 años (ver dibujo). Dio a beber a unas ratas agua edulcorada, a la que se había añadido ciclofosfamida, un medicamento anticanceroso que induce molestias digestivas y además disminuye la respuesta inmunitaria. Cuando se recuperaron, volvió a poner agua edulcorada a las mismas ratas, esta vez sin ciclofosfamida.

Naturalmente, los animales no querían beber, pero al cabo de un tiempo lo hacían obligados por la sed. Aunque el agua era inocua, las ratas volvían a tener diarrea y vómitos y, mucho más interesante, su respuesta inmunológica se deprimió otra vez.
 
http://perso.wanadoo.es/jupin/filosofia/psicosomatica.html