Respaldo de material de tanatología

DUELO POR LA MUERTE DE UNA MASCOTA

Cuando hablamos de mascotas, solemos referirnos a su tipo, raza, color, carácter, belleza e infinidad de otras características. No obstante, un tema que inevitablemente tendremos que tocar es el del duelo por su pérdida: para muchos seres humanos su primera experiencia real de muerte ocurre en la infancia, cuando se les muere una mascota.

Los animales realizan muchas tareas para los humanos y los lazos afectivos que se forman entre ellos pueden llegar a ser muy fuertes. Estos estrechos lazos se asocian especialmente a perros y gatos, pero de hecho, todas las mascotas, desde los caballos hasta los hámsteres, los pájaros y los peces, pueden despertar fuertes sentimientos de apego. Por eso, muchas personas se sorprenden ante la profundidad de los sentimientos que experimentan ante la muerte de su mascota. La verdad es que una mascota querida es más que una compañía, es un miembro valioso de la familia y una parte de su vida diaria.

Su afecto incondicional, su hacer y sus enseñanzas hacen que se gane su espacio en nuestra familia y en nuestros corazones. Su compañía nos permite expresar emociones y aliviar el estrés. Nuestra mascota nos enseña a:

1. Aprender a cuidar de otros.
2. Manifestar los afectos, desarrollar mejor la sensibilidad, la ternura y el cariño hacia un tercero.
3. Jugarse en un amor más profundo.
4. Educar (aprendemos a enseñar hábitos y normas a los demás y ponemos en práctica lo que nos han enseñado).
5. Entender el ciclo de la vida (especialmente en el caso de los niños, pues aprenderán que todos nacemos y moriremos alguna vez).

Las mascotas viven vidas relativamente cortas. Y para muchos de los que las amamos, su muerte puede afectarnos tanto o más que la de ciertos familiares o amigos. Sin duda, son muy pocos los que no son tocados por la muerte de un animal doméstico. Los animalitos simbolizan diferentes cosas en  cada uno de nosotros: pueden ser el niño que todavía no hemos concebido, o quizás el que todos llevamos dentro; puede reflejar al compañero o al padre ideal, siempre fiel, paciente, que nos da la bienvenida al llegar a casa y nos ama incondicionalmente. Es como un amigo y un hermano al mismo tiempo. Nos refleja a nosotros mismos, al incorporar nuestras actitudes negativas y positivas. Un mismo animal puede ser todo esto al mismo tiempo, dependiendo del día y de la persona con que trate.

Su pérdida puede dejar un enorme vacío, el cual puede ser tan grande como el que se siente con la muerte de un amigo humano o de un familiar; es una cosa para la que la mayoría de la gente no está preparada o no quiere estarlo. Se dice que San Francisco de Asís (conocido como el patrono y protector de los animales), respetaba y quería a los animales por el solo hecho de ser hijos de Dios y de venir del Creador.

En algunos países cada 4 de Octubre (Día de San Francisco de Asís) cientos de personas llevan sus perros a distintos lugares para buscar la bendición de este santo para cada una de sus mascotas.

La pérdida del compañero de andanzas es un dolor único e irrepetible, una experiencia que hay que vivir para poder entender; echamos de menos su olor, sus ladridos, sus juegos. Pocas pérdidas duelen tanto como la de la mascota: son años de complicidad, de entrega mutua y de compañerismo. Buscamos en todos los rincones de la casa, y, al no encontrarla, nos invade un vacío profundo. El dolor se agolpa en el pecho y, aunque intentamos controlarlo, las lágrimas comienzan a rodar por nuestra cara.

Es una experiencia que jamás se olvida, no solo porque a menudo desarrollamos relaciones particularmente cercanas con las mascotas, sino porque los animales pueden jugar un papel importante en nuestro desarrollo emocional, además de proveer una fuente de compañía, de afecto sin prejuicios, de seguridad y estabilidad en nuestras vidas. Así, no es extraño ver caminar por las calles a dos viejos amigos, una está con correa y el otro camina a paso lento y posiblemente ayudado por un bastón.

La pérdida de una mascota puede ser devastadora para un adulto mayor y es fácil que caiga en la absoluta tristeza. Muchos, particularmente aquellos que viven solos, establecen profundos lazos emocionales con sus mascotas y pueden experimentar un sentimiento de pérdida significativo cuando éstas mueren; para algunas parejas sin hijos, el animal puede incluso asumir el rol de un hijo.

La muerte de la mascota también puede actualizar sentimientos de dolor por viejos conflictos no resueltos en el pasado, por un cónyuge fallecido, un hijo muerto o algún otro pariente o amigo, y es un recuerdo tangible de la propia mortalidad. El apoyo y la comprensión por parte de las personas que rodean al anciano son muy importantes y algunos pueden necesitar la reafirmación de ser todavía personas valiosas para su comunidad. De igual forma, cuando se muere el animal, el niño necesita que se le consuele, ame y respalde y que se le brinde afecto, en lugar de darle complejas explicaciones médicas o científicas.

El duelo por la pérdida
Después de la muerte de una mascota, es probable que experimente un amplio espectro de emociones, desde incredulidad, dolor, rabia, culpa y ansiedad hasta, finalmente, aceptación. Es normal sentirse deprimido y hasta físicamente indispuesto los días posteriores al fallecimiento de su mascota. Los síntomas de depresión que probablemente lleguen a sentirse incluyen llanto, falta de interés en la vida, trastornos del sueño, pérdida del apetito, sentimientos de desesperación y sensación de abandono, dolores de cabeza y fatiga. Algunas personas incluso pueden llegar a experimentar algún grado de desorientación durante su duelo y no es raro para algunos el imaginar que pueden escuchar a sus mascotas haciendo ruido en la casa, o sentir su toque en sus manos o piernas.

Estas reacciones son normales y naturales; sólo permitiéndose a sí mismo el sentir dolor, podrá aceptar eventualmente la pérdida y, con tiempo, la tristeza desaparecerá.

En este difícil momento, se necesita la ayuda y el apoyo de amigos, familiares y compañeros de trabajo. Sin embargo, muy a menudo esto no se consigue tan fácilmente como pareciera, ya que muchas personas no entienden cuánto puede significar la muerte de un animal para otras personas, difícilmente pueden sentir la profunda tristeza que abarca nuestro ser o sencillamente pueden sentirse avergonzadas y no saber cómo reaccionar. Lo cierto es que el proceso de duelo por su muerte, no es diferente al que se realiza por el fallecimiento de un ser humano.

Permitirse expresar sus sentimientos libremente y discutirlos con alguien que simpatice con usted es muchas veces la mejor manera: hable con su veterinario acerca de las circunstancias de la enfermedad y muerte de su mascota y pídale que lo ponga en contacto con un grupo de autoayuda local conformado por profesionales y por gente que padece su mismo problema. Si se le dificulta asistir a un grupo de apoyo, bien sea porque prefiere llevar su duelo en privado o porque siente que nadie es capaz de entenderlo, puede resultar de ayuda el escribir sus pensamientos o expresarse a través de la poesía.

Gradualmente, usted comenzará a adaptarse a la vida sin su mascota, a aceptar su muerte y los sentimientos de tristeza, rabia y dolor. Durante este tiempo, a algunas personas les resultar difícil el recordar constantemente la ausencia de su mascota y prefieren desechar sus pertenencias o guardarlas hasta otro momento. Otras, en cambio, prefieren mantener la memoria de su mascota viva exhibiendo fotografías u otros recuerdos. Cuando sea capaz de recordar a su mascota con felicidad y afecto, sin tanta tristeza y dolor, estará en condiciones de tomar una decisión racional sobre si debe o no obtener una nueva mascota.

Vivir el dolor de la pérdida es el principio de la curación. Si uno no lo vive y evita por todos los medios el duelo, comienza un duelo enfermizo que genera en la persona una rigidez emocional que podría llevarla a no querer tener más una mascota para no volver a sentir esa tristeza.

Es muy importante recobrar su cariño a través de las innumerables anécdotas que se vivieron con él. Debemos aceptar este sentimiento de tristeza, no negarlo, y, por ende, darse espacio para llorar. También es esencial rodearse de un buen círculo afectivo, pues, como sabemos, una pena compartida y expresada es media pena. Hablar del tema alivia el corazón y nos permite integrar la muerte a la vida.

Las mascotas y los niños
Cuando la mascota muere, la respuesta del niño dependerá no sólo de la fuerza del lazo emocional entre ellos, sino también de la edad del niño y de la manera en la que se maneja la pérdida. Es natural que intentemos proteger a nuestros hijos de las situaciones adversas y dolorosas. Sin embargo, muchos adultos se sorprenden al ver lo bien que los niños asumen estas experiencias, sobre todo cuando se les dan explicaciones claras y honestas y se les permite expresar su dolor. Apóyelos reconociendo su dolor. La muerte de una mascota puede ser una buena oportunidad para demostrarle la seguridad que usted puede otorgar a su familia en situaciones extremas.

Los niños pueden experimentar tristeza, ira, temor, negación y culpabilidad cuando se muere su mascota. También pueden ponerse celosos de los amigos que todavía tienen sus respectivos animales.

A los niños se les debe tranquilizar diciéndoles que la muerte del animal no tiene ninguna relación con algo que hayan dicho o hecho. Es muy común que los más pequeños, de 2 a 3 años, acepten fácilmente a otro animal en reemplazo del que ha fallecido. Entre los 4 y los 6 años, pueden crear que el animal se fue a vivir debajo de la tierra, que continúa comiendo, respirando, y jugando; también pueden pensar que está dormido. Otros creen que la muerte será contagiosa y lo afectará a él o a algún miembro de la familia, por lo que también aquí deben dárseles explicaciones amplias y claras. A los niños muy pequeños se les debe decir que cuando se muere un animal éste deja de moverse, ya no puede oír ni ver y no se va a volver a despertar. Puede que ellos necesiten el que se les repita varias veces esta explicación. De los nueve años en adelante, la mayoría de los niños pueden experimentar el mismo rango de emociones que los adultos después de la muerte de su mascota.

Hay muchas formas mediante las cuales los padres pueden decirle a sus niños que se ha muerto su mascota. A veces ayuda el poner a los niños lo más cómodamente posible (usar una voz calmada, tomarles las manos y ponerles el brazo alrededor de ellos) y el decírselos en un ambiente familiar. Es también importante ser sincero cuando se le dice al niño que se ha muerto su animal. Tratar de proteger al niño con explicaciones vagas o inexactas puede crearle ansiedad, confusión y desconfianza.

A menudo los niños tienen dificultad en aceptar la muerte de sus mascotas y el dolor, si es extremo, puede resultar en problemas físicos o de conducta. Ellos pueden experimentar todos los síntomas de depresión que muestran los adultos, pero las alteraciones en el sueño o en los patrones de conducta también pueden ser más aparentes, como aferrarse en exceso a las personas, mojar la cama, tener pesadillas, mostrar una conducta desobediente o reflejar inhabilidad para concentrarse en la escuela. La muerte del animal puede hacer que el niño recuerde otras pérdidas dolorosas o eventos inquietantes.

Es importante animar a los niños a hablar sobre sus sentimientos si lo desean. El escribir historias o dibujar, son otras maneras en las que los niños son capaces de expresarse. Sea honesto con ellos en relación con la muerte de su mascota, utilizando un lenguaje que puedan entender y permítales que compartan el dolor de la familia. Si fuese necesario recurrir a la eutanasia, trate de involucrar a los niños en el proceso de decisión, si son lo suficientemente mayores para entender. Los niños pueden experimentar resentimiento con otros, y hasta con ellos mismos, ya que pueden no entender que existen muchos factores que deben ser tomados en cuenta, como los conceptos de “enfermedad incurable”, “calidad de vida” y “falta de presupuesto para llevar a cabo el tratamiento”. Sea cuidadoso al utilizar la frase “poner a dormir” para describir la eutanasia ya que esto puede causar confusiones y miedos en los niños quienes pueden relacionar en sus mentes las palabras “dormir” y “morir”.

Los niños a menudo tienen muchas preguntas después de que se muere su mascota, incluyendo: ¿Por qué se murió?, ¿Fue culpa mía?, ¿A dónde va a parar su cuerpo? ¿Volveré a verlo? Si yo lo deseo mucho y me porto muy bien, ¿puedo hacer que regrese? ¿La muerte dura para siempre? Es muy importante contestar tales preguntas de manera sencilla, breve y sincera.

Cuando el animal está muy enfermo o se está muriendo, saque el tiempo necesario para hablar con su hijo acerca de sus sentimientos, miedos y angustias. Si posible, es de gran ayuda el que el niño le diga adiós al animal antes de que éste muera. Los padres pueden servir de modelos de rol al compartir sus sentimientos con los niños. Permita que su hijo se dé cuenta de que es normal sentirse triste y extrañar al animal después de su muerte; estimule a su niño a que venga donde usted con sus preguntas o para buscar consuelo y alivio. Hablar acerca del animal con amigos y familiares ayuda.

No hay formas preferibles, buenas o malas, en la cual los niños lamenten a sus mascotas; en el duelo no hay cosas buenas o malas, más bien, cosas útiles y cosas no tan útiles. Ellos necesitan que se les dé tiempo para recordar a sus animales y libertad para hacerlo en su propio estilo. Después que el animal se muere los niños pueden querer enterrarlo, llevar a cabo un acto conmemorativo o tener una ceremonia. Otros niños pueden escribir poemas e historias o hacer dibujos de su animal. No es adecuado el reemplazar al animal muerto enseguida; debe permitírsele al niño el espacio y el tiempo necesario para que se aflija por su mascota muerta. Él será quien dicte la pauta.

La despedida
Al igual que con la muerte de un ser humano, el duelo por una mascota implica aceptar que alguien significativo se ha ido para no volver más. Se trata de un proceso que hay vivirlo como tal. Para ello, es fundamental celebrar un rito de despedida para nuestro querido amigo, ya sea enterrándolo en el jardín de la casa, rezando una oración o llevándolo a algún cementerio. Recuerde que la despedida es un acto de agradecimiento que usted hace hacia su mascota y no olvide que los niños y los ancianos pueden tener necesidades diferentes a las suyas y reaccionar de muy diferente manera ante la muerte de una mascota.

El lugar de descanso final de una mascota e, incluso, la posibilidad de reemplazarla, son algunas de las muchas cosas que debe considerar en estos difíciles momentos. Si la muerte es repentina o inesperada, puede haber mucha confusión y dificultad para decidir cómo disponer del cuerpo del animal. En los casos en que sea posible, debe discutir este tema con antelación y conseguir un consenso familiar que más tarde no sea motivo de arrepentimiento. Su veterinario le explicará las opciones disponibles, opciones que, en general, están dentro de cuatro categorías principales: (1) Entierro en el hogar (no permitido en algunos países), (2) Entierro en un cementerio de mascotas, (3) Cremación Individual (donde las cenizas le son devueltas en un ataúd) y (4) Cremación Comunal, la forma más común de disposición de las mascotas fallecidas. Existen muchas limitaciones que pueden influir en la decisión, tal como costos, normas legales o falta de espacio. Cualquiera que sea la decisión que se tome, asegúrese de que el resultado final sea aceptado por todos los involucrados.

Si fuera necesario practicar la eutanasia, a algunas personas les gusta acompañar a sus mascotas mientras se lleva a cabo el procedimiento. Esto es usualmente posible, pero incluso si usted no puede estar allí, se le permitirá ver o quizá pasar un rato con su mascota una vez realizado el procedimiento. Esto le dará la oportunidad de decirle adiós y de confirmar en sus propios términos que su mascota en realidad ha fallecido. Para algunos el llevar a cabo un simple funeral para su mascota puede ser de gran ayuda; esto es especialmente útil para ayudar a los niños a aceptar la muerte, además de que se les deja saber que ellos no son los únicos que sienten la pérdida. Recuerde que los niños no deben ser forzados a atender a estos servicios si no lo desean.

Reemplazar la mascota
Perder una mascota puede ser muy traumático. La mayoría de las personas necesitarán atravesar por un período de duelo antes de poder pensar en adquirir un nuevo animal. En los primeros días, muchos desearán nunca tener otra mascota pues no pueden soportar la idea de volver a padecer una pérdida semejante. Para otros, estos sentimientos desaparecen con el tiempo y, eventualmente, buscarán un reemplazo para su mascota. Sin embargo, antes de hacer esto, es importante aceptar la muerte de la mascota original y terminar todos los asuntos pendientes con ella. De otro modo, se pueden generar dificultades al intentar aceptar a una nueva mascota. Por esta razón, no es aconsejable que familiares o amigos, sin consentimiento previo, regalen un nuevo animal a otra persona que está sufriendo por una pérdida previa.

Para algunas personas, el dolor y la vida sin una mascota puede ser intolerable y necesitarán encontrar un reemplazo cuanto antes para su mascota muerta unos pocos días antes. Si la persona se siente de esta forma, tal respuesta es perfectamente aceptable y de ninguna forma se debe hacer sentir culpable a esta por este legítimo deseo; tampoco debe considerarse que se esté traicionando la memoria de la mascota muerta con esta actitud. Si se decide reemplazar a la mascota muerta, se deben considerar las actuales circunstancias pues éstas pueden haber cambiado desde que adquirió la primera mascota: es posible que ahora sea más apropiada otra raza o aún una especie diferente. También se debe decidir si se es capaz de controlar el entrenamiento y el ejercicio requeridos por un animal joven, o si sería más adecuado adquirir uno adulto.

Cada uno de nosotros experimentará el duelo de forma diferente. Algunos lo  vivirán de una forma muy privada y lenta, mientras que otros se recuperan rápida y abiertamente. En todo caso, no se apure a tomar un animal como reemplazo. Dese tiempo apara asimilar el duelo. Finalmente, es importante recordar que la nueva mascota es un individuo con personalidad propia, que al principio tomará tiempo construir una nueva relación y que puede ser muy difícil evitar hacer comparaciones con la mascota muerta.

La decisión sobre si reemplazar o no a una mascota puede ser particularmente difícil para una persona mayor. Existen muchos factores que deben ser tenidos en cuenta, factores que antes no era necesario considerar, como, por ejemplo, nivel de ejercicio que requiere el animal, espacio, facilidades disponibles, costo y habilidad física para cuidar al animal. El adulto mayor también puede ser consciente de la posibilidad de que su mascota viva más tiempo que ellos. Estos factores influirán en la selección de la especie, el tamaño, la edad y la raza de la mascota. Al tomar esta decisión, no se debe olvidar que el bienestar del animal es de la mayor importancia.

Razones para la eutanasia
Nunca estamos preparados para la muerte de una mascota, tanto si llega de una forma rápida e inesperada, como si viene luego de un doloroso y largo proceso. Nuestra actitud y compromiso en el resultado final puede incluso ser muy pasiva. Tal vez deseemos no darle a nuestra vieja mascota un tratamiento médico que solo alargue su agonía; aunque, si su enfermedad no tiene cura, también podríamos evitarle que viva el resto de sus días con sufrimiento.

Todos esperan y desean que el último día del animal sea en absoluta calma, sin muchos quejidos, encontrarlo ya muerto en su cama como si estuviera dormido, al día siguiente. No obstante, cuando hay que tomar la decisión y debemos recurrir a la eutanasia, el impacto por su muerte es doblemente mayor.

La eutanasia se puede definir como la introducción a la muerte sin necesidad de sufrir dolor. En la práctica, suele administrarse mediante una inyección intravenosa con una dosis concentrada de anestesia. El animal solo sentirá un leve malestar cuando la aguja le atraviesa la piel, pero esta dolencia no será mayor que la de cualquier inyección que haya recibido. La inyección toma solo unos segundos para provocar la perdida de sentido, a la que inmediatamente le seguirá una depresión respiratoria, un paro cardíaco y la muerte.

Como todo médico, los veterinarios no suelen inclinarse por esta opción tan fácilmente. Primero agotan todas las posibilidades de diagnósticos y tratamiento para encontrar alguna forma de mantener al animal con vida y sin sufrimiento. Conocen muy bien la diferencia entre alargar la vida y prolongar el sufrimiento. La eutanasia es el último recurso con que se cuentan para acabar con el dolor de un animal que sufre.

Solicitar la eutanasia para nuestras mascotas es probablemente una de las decisiones más duras que tenemos que tomar durante nuestras vidas. Se vendrán encima todas las etapas del duelo y se sentirá un gran enojo con el animal, con nuestra familia, con el veterinario y con la vida por obligarnos a tomar esta decisión. Estaremos tentados a posponer la decisión, esperando que en algún momento ya no sea necesario tomarla. Por muy difícil y dolorosa que sea, el sufrimiento del animal debe primar sobre los sentimientos de culpa que tomar esta decisión pueda generar.

Para decidir si tomar o no la decisión de la eutanasia, tómese su tiempo; hable y aclare dudas con su veterinario: ¿Qué opción le ofrece menos dolor una vez que su mascota haya muerto? Considere las siguientes preguntas como orientación:

1. Respecto a la mascota:
? ¿Cuál es su calidad de vida?
? ¿Sufre de dolores constantes?
? ¿Come bien y sin dificultad?
? ¿Continúa siendo juguetón y cariñoso?
? ¿Se interesa o tiene ánimos por seguir haciendo las cosas que le gustaba hacer antes?
? ¿Se lo nota agotado y triste la mayor parte del tiempo?

2. Respecto a usted mismo:
? ¿Tiene alguna otra alternativa para aliviarle su sufrimiento?
? ¿Es legítima su decisión o se relaciona con su enojo por las restricciones que le ha impuesto a su vida?
? ¿Consultó previamente con algún veterinario al respecto?
? ¿Su sufrimiento está afectando mucho su vida y la de sus familiares?
? ¿Desea estar presente durante la aplicación de la eutanasia o prefiere esperar en la recepción o en un pasillo?
? ¿Desea estar solo o acompañado en ese momento?
? ¿Prefiere recuperarse de esa pérdida antes de considerar adquirir otra mascota?

3. Respecto a las mascotas:
? ¿Desea que el veterinario conserve su cuerpo hasta que decida que hacer?
? ¿Quiere tomar medidas especiales para el entierro, la cremación o la lápida?
? ¿Desea adoptar de forma inmediata a otra mascota?
? ¿Tomarán medidas especiales respecto a algún acto de memorialización?

Sobreviviendo el vacío el día después de que la mascota ha muerto
Un tiempo tradicionalmente para la familia nos recuerda quién o qué es lo que hemos perdido. Para recuperarse de la pérdida de una mascota y sobrevivir a los festivos recuerde:

1. Reconozca que tiene un duelo con todas sus características y que puede tener algunas dificultades emocionales durante los festivos; aunque parezca obvio, no lo olvide.
2. Permítase afligirse sin temor o vergüenza de otros.
3. Comparta sus sentimientos con otras personas de su confianza. Si no encuentra ayuda en su círculo de amistades o familiares, asista o forme grupos de ayuda-mutua o apoyo en línea.
4. Aprecie y valore sus recuerdos, tanto fotográficos como de video, y utilícelos en momentos de nostalgia.
5. Haga algo simbólico, por ejemplo, un regalo a un refugio de animales u organización de defensa de éstos, encienda una vela, ponga una media con el nombre de la mascota, escriba una nota o diseñe una página en internet para ese propósito.
6. Hágase un regalo: duerma y coma bien y haga ejercicio. Recuerde que el duelo exige de mucha energía.
7. Ayude a alguien.
8. Confíe en su sistema de creencias individuales.
9. Resista la tentación de conseguir una nueva mascota prematuramente para llenar el vacío dejado por la previa. Recuerde que ninguna relación puede ser duplicada. El tiempo para conseguir una nueva mascota depende de muchas variables, si bien será cada persona quien así o considerará.
10.  Recuerde que los festivos son temporales.

Bibliografía
http://www.enplenitud.com/nota.asp?articuloID=2440: La parte triste de tener una mascota.
Los niños y la muerte de una mascota. Child Psychiatry. American Academy of Child and Adolescent Psychiatry, 2004
http://www.mypetstop.com/ARG/Fish/Relationship/Grief+Support/: Sustituyendo a una mascota
http://www.vidadeperros.cl/anterior/rev18b.htm: Todos los perros se van al cielo
http://www.homestead.com/montedeoya/duelos.html: Sobreviviendo al vacío el día después de que la mascota ha muerto

Fuente: http://montedeoya.homestead.com/mascota.html

MUERTE POR SUICIDIO: Un caso de Duelo Complicado

“El que se mata por sus propios deseos comete suicidio”.
Abate Francois Desfontaines, 1735 (creador del término)

“La persona que se suicida deposita todos sus secretos en el corazón del sobreviviente, le sentencia a afrontar muchos sentimientos negativos y, es más, a obsesionarse con pensamientos relacionados con su papel, real o posible, a la hora de haber precipitado el acto suicida o de haber fracasado en evitarlo. Puede ser una carga muy pesada”.
(Caín, 1972, página X, citado por Worden, J.W., 1997)

En la muerte por suicidio es preciso separar la forma de la muerte del muerto mismo; hay que rescatarlos de ésta, rescatar su vida de la forma de morir. Es necesario realizar este desdoblamiento para que se de el proceso de sanación.
Lo que realmente importa no es la forma de morir, sino el hecho de que YA NO ESTÁN. El trabajo de recuperación debe hacerse por su ausencia, no por su forma de morir.
J. Montoya Carrasquilla (2004)

ANTECEDENTES
A lo largo de la historia, las culturas que han poblado el planeta han considerado el suicidio de distinta manera. Aunque algunas de ellas son muy parecidas, las mismas culturas han incluso modificado su propio acercamiento al mismo con el paso de los años, retomando o abandonando posturas anteriores.

El impacto de tales consideraciones aún persiste de forma más o menos importante hoy día. Algunos de sus antecedentes son:

La Antigüedad
Los Galios consideraron razonable el suicidio por vejez, por muerte de los esposos, por muerte del jefe o por enfermedad grave o dolorosa. De igual forma, para Celtas Hispanos, Vikingos y Nórdicos, la vejez y la enfermedad eran causas razonables. En los pueblos germánicos (Visigodos), el suicidio buscaba evitar la muerte vergonzosa (“kerlingedale”), lo cual era loable y bien visto. En la China (1.800 ac) se llevaba a cabo por lealtad, en Japón se trataba de un acto ceremonial, por expiación o por derrota, y en la India por motivos litúrgicos o religiosos, así como por muerte de los esposos (éste último considerado hoy día un delito criminal).

Las Tribus Africanas consideraban maligno y terrible el contacto físico con el cuerpo del suicida, incluso se quemaba la casa y el árbol donde se hubiese ahorcado éste; el suicidio reflejaba la ira de los antepasados y se consideraba asociado a brujería; por otra parte, el cuerpo se enterraba sin los ritos habituales.

En los Antiguos Cristianos el suicidio era muy raro pues atentaba contra el V mandamiento. En La Biblia aparecen 8 referencias a suicidios: 3 de guerreros para no entregarse al enemigo, 2 en defensa de la patria, 1 al ser herido por una mujer, y 2 por decepción (Ajitófel y Judas). Existe también la referencia a dos suicidios colectivos, uno de 40 personas en un subterráneo de Jerusalén y el suicido de la fortaleza sitiada de Massada.

En Grecia y Roma las referencias a los suicidios son innumerables y por diversos motivos: por conducta heroica y patriótica, por vínculos societarios y solidarios, por fanatismo, por locura, por decreto (Sócrates), suicidio asistido por el senado. Durante la antigüedad clásica el suicidio del enfermo de “enfermedad incurable por necesidad” fuese una alternativa razonable; en Roma sólo se penaba el suicidio irracional. Prevalecía la idea de que quién no era capaz de cuidar de sí mismo, tampoco cuidaría de los demás, por lo que se despreciaba el suicidio sin causa aparente. Se consideraba que el enfermo “terminal” que se suicidaba tenía motivos suficientes. Se aceptaba pues el suicidio provocado por “la impaciencia del dolor o la enfermedad”, ya que según decían se debía al “cansancio de la vida (…), la locura o el miedo al deshonor”. La idea de “bien morir” (Eu thanatos) era un Summun bonum: “(…) porque es mejor morir de una vez que tener que padecer desdichas un día tras el otro” (Esquilo, Prometeo encadenado). Es más, “no es de buen médico entonar conjuros a una herida que reclama amputación (Sófocles, Áyax).

Las filosofías de los estoicos, pitagóricos, platónicos, aristotélicos y epicúreos tuvieron una gran influencia sobre el concepto romano del suicidio como liberación de un sufrimiento insoportable. Para los romanos y los griegos, morir decentemente, racionalmente y al mismo tiempo con dignidad, era muy importante. En cierto modo, la forma de morir era la medida del valor final de la vida, en especial para aquellas vidas consumidas por la enfermedad, el sufrimiento y el deshonor: “¿Seguimos o no aceptando el principio de que lo importante no es vivir sino vivir bien? (…) ¿Y que vivir bien, vivir honradamente y de acuerdo con la justicia, constituyen la misma cosa? (Platón: Critón)”. Aristóteles lo consideraba una injusticia sino era autorizado por el Estado: “Entonces eran rehusados los honores de la sepultura normal y la mano derecha era cortada y apartada del cuerpo”.

En los primeros tiempos republicanos, Tarquino el Soberbio ordenó poner en cruz los cadáveres de los suicidas y abandonarlos como presas de los pájaros y animales salvajes para combatir una epidemia de suicidios. No dar sepultura a los suicidas era habitual. Para Séneca, “el suicidio era un acto enérgico, por el que tomamos posesión de nosotros mismos y nos libramos de inevitables servidumbres”. Celebró el suicidio de Catón como “el triunfo de la voluntad humana sobre las cosas”.

El Neoplatonismo, la filosofía de la felicidad más influyente en la antigüedad clásica, consideraba que el hombre no debía abandonar voluntariamente el lugar asignado por Dios. El suicidio, por lo tanto, afectaba al alma negativamente después de la muerte. San Agustín (354 430 d.c.) describió el suicidio como “detestable y abominable perversidad”. Agustín afirmaba que dios otorgaba la vida y los sufrimientos, y que por lo tanto se tenían que soportar. De igual forma, el Islamismo lo condena de tal forma que lo considera un hecho más grave que el homicidio.

Edad Media
Durante esta época el suicidio es penado rígidamente por las leyes religiosas. El Concilio de Arlés (452) declaró que el suicidio era un crimen. El Concilio de Braga (563) lo sancionó penalmente al dictaminar que el suicida no fuera honrado con ninguna conmemoración en la liturgia, excluido del camposanto. Lo mismo sucedió en el Concilio de Auxerre (578). El cuerpo de los suicidas era trasladado con escarnio, enterrado en la encrucijada de los caminos, su memoria difamada y sus bienes confiscados.

Renacimiento
Es variable, aumenta y disminuye según el período, siendo muy notable durante el romanticismo (llamado “mal del siglo”). Persisten las sanciones religiosas.

Hoy día
Varios hechos se esgrimen hoy día como elementos importantes que favorecen la actitud suicida: una salud psicológica quebrantada, la superioridad de lo material sobre lo espiritual, la ambición desmesurada del hombre por el poder, la frialdad del cientificismo tecnológico, el estrés de la vida, la vejez desprotegida e institucionalizada, la disolución familiar, la pérdida de vínculos, la falta de valores morales, la masificación, la soledad del hombre, la pérdida de roles y valores.

Por otra parte y de enorme trascendencia en las culturas cristianas, el Catecismo de la Iglesia Católica, edición 1992, señala que “La iglesia ora por las personas que han intentado contra su vida”, asumiendo así una actitud más pastoral que antaño y teniendo en cuenta la actitud mental y psicológica del suicida y las consecuencias sobre la familia.

FACTORES DESENCADENANTES
Varios factores se consideran implicados en el suicidio:

1. Sociales
El estilo de vida moderno, cultura “light”, consumismo exagerado, falta de autoridad, manipulación, fácil, falta de valores y referencias, desarraigos graves, disolución familiar, tecnicismo avasallador, ausencia de significatividad religiosa, sexualidad deshumanizada, alto grado de agresividad. Algunos autores hablan del suicidio anómico (el que tiene lugar después de una ruptura social importante), el altruista (para salvar el honor familiar o personal o para que otros no se hagan cargo de su persona) y el egoísta (los que nunca estuvieron integrados en la sociedad y que no pertenecen a ella).
2. Factores psicológicos
Personalidad impulsiva y con baja tolerancia al fracaso, dependientes y con expectativas excesivamente ambiciosas o irreales.
3. Factores patológicos
Trastornos del ánimo (depresión, enfermedad bipolar, distimia), trastornos psicóticos, obsesivo-compulsivos, trastorno limítrofe.
4. Factores biológicos
Trastorno neuroquímico.
5. Factores clínicos
Enfermedad terminal, cirugía reciente sin éxito, dolor no controlado, tumores (especialmente craneales), deformaciones (especialmente faciales), amputaciones graves e invalidantes.
6. Factores demográficos
(a) Edad: Aumenta con la edad: mayor riesgo en los mayores de 65 años; 70% de los intentos en menores de 40 años.
(b) Sexo: Más frecuente en mujeres pero más efectivo en hombres.
(c) Estado civil: Variable, puede ser más frecuente en solteros, viudos o separados.
(d) Ocupación: Variable, en desempleados y trabajos de mucha responsabilidad y estrés.
(e) Razas: Más frecuente en raza blanca, presencia de fenómenos de contaminación cultural; para 1996 UNICEF-, el mayor índice de suicidio fue en países como Finlandia, Lituania, Nueva Zelanda, Federación Rusa y Eslovenia.
(f) Grupos sociales: Variable según el país; los países más desarrollados tienen los índices más altos de suicido: Suecia, Japón, Suiza, USA.
(g) Religión: Una vida espiritual sana y consecuente parece ser un factor protector.
(h) Zona geográfica: Variable según el país.
(i) Período del año: Variable, parecen existir ciclos, más frecuentes en primavera y otoño y los días lunes.
7. Antecedentes familiares
Mayor riesgo cuando hay antecedentes por posible contaminación psicológica y/o historia de enfermedad psiquiátrica (enfermedad bipolar). Se destacan mala comunicación, alcoholismo, lazos familiares rotos.
8. Factores etiológicos agudos
Depresión grave, desesperación, pérdida significativa (muerte, separación, pérdida económica, etc.), interrupción de medicación, intoxicación por alcohol o drogas.
9. Triángulo letal de Schneiderman
Síntomas característicos que acompañan a la persona cuando está a punto de cometer suicidio:
a) Baja auto-estima.
b) Agitación extrema en la cual la persona se encuentra muy pensionada y no discierne claramente; las decisiones intelectuales se transforman en decisiones impulsivas de orden afectivo: ¨El dolor de ellos es más superable que el que yo tengo ahora¨.
c) “Visión en túnel” (“no se ve otra cosa que la muerte como salida”) o limitación en las posibilidades intelectuales que determinan que el sujeto no puede discernir serenamente más allá de la situación inmediata.

LOS ESTADOS DEL PROCESO SUICIDA

Primer Estado
Fase sintomática disfórica (malestar), surge la primera idea de suicidio, si bien la reacción inicial es de oposición.
Segundo Estado
La idea va tomando cuerpo. No ve otra salida. El 40% lo comunica al médico, psicólogo o sacerdote y el 80% a familiares y conocidos.
Tercer Estado
Tranquilidad y calma antes de la tormenta. Ya está decidido el cómo, el cuándo y el dónde.

FACTORES ETIOLÓGICOS POR EDADES

1. Niños
Problemas severos de incomunicación, huida de la agresión física o sexual, fracaso o humillación en el colegio, antecedentes de suicidio en la familia o en un amigo, muerte reciente de un familiar, padres separados con relaciones conflictivas (70% mayor de incidencia), traslados de domicilio, pérdidas de amigos, incapacidad de adaptación a nuevos estilos de vida, experiencias tempranas traumáticas.
2. Adolescentes
Padres divorciados, alcohólicos o depresivos, embarazos no deseados, pérdida de autoestima (por discusión familiar, humillación, fracaso escolar, homosexualidad, inadaptación y rechazos sociales, etc.), abuso de alcohol o drogas, trastorno de la conducta, fracaso del noviazgo, contacto con familiares o sobrevivientes de suicidio (alto grado de contaminación), traslados de domicilio, pérdidas de amigos, incapacidad de adaptación a nuevos estilos de vida, carencia de estructura o límites familiares, amputación del futuro (“ya nada me ilusiona”), deseo fantasiosos de castigar o manipular a los seres queridos.
3. Estudiantes universitarios
Presión para el éxito, fracaso académico.
4. Adultos
Depresión o trastorno de la personalidad, desempleo o inestabilidad laboral, duelo (reunificación mágica, urgencia de sustraerse al dolor), infidelidad y problemas sexuales, divorcio, violencia familiar, abortos, prisión.
5. Ancianos
Depresión, soledad, aislamiento social, problemas económicos, pérdida de autonomía e independencia, problemas de salud, nido vacío, insomnio, maltrato.

EL SUICIDIO Y LOS NIÑOS
Como factor de riesgo conocido, es difícil decidir el momento adecuado para hablarle a un niño sobre el suicidio. El mejor momento para hacerlo parece ser el de la muerte misma, antes de que los conflictos e inquietudes hayan adoptado la forma de síntomas o problemas de comportamiento y antes de que otros niños lo comenten. Los niños comprenden mejor el asesinato que el suicidio, porque conocen y están familiarizados con sus sentimientos agresivos. Si el padre superviviente opta por mantener el secreto o deformar la realidad de los hechos (comunicación distorsionada), el niño se dará cuenta de que hay algo que se le oculta o es incongruente con la realidad que aprecia, lo cual levantará una barrera en la comunicación entre padre e hijo, precisamente en un momento en que el niño necesita expresar sus ambivalentes y conflictivas emociones.

Cuatro aspectos de carácter general, y relacionados con el suicidio, permiten estudiar las consideraciones comunes y generales de las reacciones de los niños al suicidio paterno:

(1) Cada suicidio posee características únicas;
(2) Las circunstancias familiares en el marco del suicidio son únicas;
(3) La estructura de la personalidad del niño y su nivel de desarrollo en el momento del suicidio hacen que la reacción sea absolutamente individualizada en cada caso;
(4) En muchos casos, antes del suicidio, ya existían problemas de desarrollo en los niños.

Además de ello, los niños están frecuentemente involucrados en algunos aspectos del acto mismo del suicidio. El sentimiento dominante originado por el suicidio de uno de sus padres es el de culpabilidad; su origen es diverso:

a. Dado que la forma de pensar de los niños es eminentemente concreta y caracterizada por un concepto deformado de causalidad, egocentrismo y pensamiento mágico al interpretar las realidades psíquicas, muchos niños creen que determinados incidentes inmediatamente anteriores al suicidio -sobre todo quejas de sus padres por su mala conducta- son la causa directa de aquel.
b. En muchos casos el padre deprimido ha hecho sentirse culpables y parcialmente responsables de su desesperación a los miembros de la familia, por lo que éstos se sienten aún más culpables al producirse el suicidio.
c. Dadas las características de los trastornos que habitualmente se asocian a conductas autolíticas, se advierte reiteradamente al niño de que tenga cuidado de no indisponer o preocupar a uno de ellos, con lo cual se deposita la responsabilidad de su bienestar psicológico sobre el crío.

El sentimiento de culpabilidad del niño se suele concentrar también en el propio acto de suicidio y es matizado por cuestionamientos del tipo “¿Cómo pudo, cómo debió evitarlo”? Este sentimiento de culpa es intenso y agobiante, y sus efectos son claramente visibles en el niño: declaraciones insistentes y directas de culpabilidad y auto-reproche, depresión, comportamiento provocativo, auto-castigo, conducta obsesiva, pensamientos cargados de culpabilidad y esfuerzos desesperados para defenderse demostrando que es absolutamente bueno, que no hace daño a nadie y que no es malo ni peligroso.

Las implicaciones del suicidio paterno, y sus graves consecuencias a largo plazo sobre la estructura psíquica del niño, exigen una cuidadosa y continuada vigilancia a todo lo largo del duelo desde una perspectiva multidimensional y multidisciplinaria

EL SUICIDIO O EL DESEO DE MORIR EN EL ENFERMO TERMINAL
La desesperanza es la variable clave que une la depresión al suicidio, y es significativamente mejor predictor de suicidio consumado que la depresión sola. La soledad, el abandono, la pérdida de control interno y externo, así como la sensación de desamparo o impotencia ante la enfermedad -habituales compañeros del paciente con enfermedad terminal- son factores muy destacables asociados a una mayor vulnerabilidad al suicidio. Por otra parte, el dolor es la primera causa de morbilidad en el enfermo moribundo; la gran mayoría de los suicidios en el marco oncológico se presentan en pacientes con dolor grave mal controlado y pobremente tolerado.

Los trastornos confusionales son también una causa importante de suicidio, especialmente en pacientes hospitalizados; su presencia  asociada a una pérdida en la capacidad de control de impulsos  puede conducir a un “acting out” (impulso) de pensamientos autolíticos en un paciente, por lo demás, deprimido, gravemente enfermo y confuso. La fatiga psicoemocional y el agotamiento físico, financiero, espiritual, familiar, comunitario y de los recursos de salud son otros de los elementos trascendentes en la motivación del suicidio en el enfermo terminal o moribundo. Para algunas personas, particularmente desde una perspectiva filosófica, el suicidio en los enfermos que afrontan una enfermedad fatal es visto como “razonable” y provisto de un significado positivo: retomar el control de la propia vida y mantener la seguridad de una “muerte digna”. Las posturas habitualmente defendidas comportan elementos más emocionales que científicos.

En cualquier caso, no es raro que el enfermo moribundo pida algo que acabe con sus sufrimientos; a menudo reconsideran la idea cuando el médico comprende la legitimidad de su opción y la necesidad de mantener un sentido de control sobre aspectos de su muerte. El objetivo no es prevenir el suicidio a toda costa, sino prevenir aquel que se debe a la desesperación, a la soledad y aislamiento, y a un inapropiado control de los síntomas.

MITOS ERRÓNEOS ACERCA DEL SUICIDIO
1. La persona que amenaza con suicidarse en realidad no lo va a hacer y quien desea seriamente hacerlo no avisa.
2. La familia siempre es contenedora.
3. La persona histérica no se suicida.
4. El suicidio es un problema solo de viejos.
5. Hablar de suicidio con la persona que ha pensado o intentado hacerlo induce al acto.
6. Solo los locos o raros se suicidan.
7. Cuando alguien planea suicidarse, nada ni nadie puede detenerlo.
8. La pobreza es el mayor desencadenante del suicidio.
9. La gente que intenta suicidarse realmente quiere morirse, antes o después.
10. Solo se suicidan los cobardes.
11. Todos escriben cartas antes de suicidarse (solo uno de cada 6 suicidas deja una carta a los seres queridos).

RELACIÓN DE ACOMPAÑAMIENTO CON LOS SOBREVIVIENTES
El suicidio de un ser querido es una tragedia devastadora que deja despedazada la vida de los sobrevivientes y produce un duelo muy traumatizante. Algunos elementos propios del suicidio, incluyen:

1. Sentimiento de traición y abandono
“¿Qué le hice para que me hiciera tanto daño?”, “¿Cómo pudo hacerme esto?”, “¿Acaso no pensó en mi, en los niños, en su mamá?”, “¿Porqué no pudimos llenar su vida?”, “¿Porqué lo hizo?”, “¿Estaba enojado conmigo?”. El suicidio despierta un angustiante y molesto sentido de traición por tantos años de paciencia y cariño que se brindó.
2. Sentimiento de culpa
La muerte por suicidio no implica solo su ausencia sino que, además, la muerte se vivencia como una acusación por lo que se hizo o no se hizo, se dijo o no se dijo. Es común a toda pérdida pero más acusada en suicidio.
3. Fracaso de rol
Muy unido al sentimiento de culpa, el suicidio produce un angustiante sentimiento de fracaso de rol, muy notable entre las madres.
4. Preguntas sin respuesta
Hay mucha confusión y no hay respuestas. Existe una urgente necesidad de encontrar una justificación racional al mismo, una causa medianamente aceptable.
5. Muerte sin adiós
Queda la sensación angustiante de haber sido abandonados de forma unilateral e injusta.
6. Rabia
El suicidio produce un intenso sentimiento de rechazo hacia aquel ser querido que terminó con su vida (amor-odio contra el objeto amado), resentimiento por haberse dado por vencido, contra nosotros por no habernos dado cuenta, hacia Dios por no haber evitado la tragedia. La rabia, como sentimiento, es un intento de sacar el dolor de sí mismos.
7. El estigma
Aun cuando las condenas históricas han desaparecido en gran parte, el suicidio estigmatiza gravemente a la familia: “Ahí va la madre el suicida”, “Qué sería lo que le hicieron”, etc. La condena es tanto hacia la familia como hacia el mismo suicida. Los supervivientes suelen experimentar menos apoyo social que sus contrapartes y sienten más necesidad de comprensión que en otras muertes. La vergüenza asociada al estigma es uno de los sentimientos más difíciles de sobrellevar.
8. Miedo
Es muy frecuente, tanto por lo anterior como por el reconocimiento de los propios sentimientos autodestructivos, incluso pueden arrastrar con ellos una sensación de destino o predestinación. Además, existe el constante miedo sobre el futuro “más allá de la muerte” de su ser querido (condenación, infierno, etc.).
9. Pensamiento distorsionado
Se presenta por la necesidad de ver la conducta de la víctima, no como un suicidio sino como una muerte accidental, creándose un patrón de comunicación distorsionada en las familias. La familia crea así un mito respecto a lo que realmente le ocurrió a la víctima, y si alguien cuestiona la muerte llamándola por su nombre real, produce un gran enojo y rechazo de los demás, aquellos que necesitan verla como una muerte accidental o natural. Así, es frecuente que los miembros de familia oculten la causa de la muerte y sepan quién sabe y quién no la verdad.

ELEMENTOS DEL ASESORAMIENTO PARA SUPERVIVIENTES DE SUICIDIOS

1. Educación en duelo y en suicidio (libros, artículos, películas).
2. Intervenciones precoces antes de que se establezcan patrones disfuncionales como los pensamientos distorsionados.
3. Intervención sintomática
A. Confrontar con la realidad la culpabilidad hacia uno mismo y hacia los otros (diferenciar entre culpa racional e irracional);
B. Ayudar a corregir las negaciones y distorsiones (afrontar la realidad del suicidio, utilizar las palabras difíciles como “se suicidó”, “se ahorcó”, etc., corregir distorsiones);
C. Trabajar el enfado y la rabia (extraerlo de sí mismo y dirigirlo constructivamente hacia afuera);
D. Confrontar la sensación de traición y abandono con la realidad;
E. Explorar fantasías de futuro (efecto de la muerte sobre su futuro);
F. Manejo grupal del estigma y la vergüenza.
4. Intervención relacional
A. Explorar las funciones de rol y la vivencia de fracaso del mismo.
B. Confrontar la necesidad de encontrar una justificación racional al mismo (una causa medianamente aceptable).
5. Establecer un ritual de despedida.
6. Terapia individual y terapia grupal.
7. Encuentros mixtos de personas que intentaron suicidarse y supervivientes de suicidios.

BIBLIOGRAFÍA
1. Bautista, M y Correa, M: Relación de ayuda ante el Suicidio. Editorial San Pablo. Buenos Aires, 1996
2. Doka, K.J. (Editor): Living with grief alter sudden loss. Hospice Foundation of America, 1996
3. Montoya Carrasquilla, J.: Guía para el Duelo. Editorial Piloto, Funeraria San Vicente. Medellín. 2000-2003.
4. Montoya Carrasquilla, J.: El Arte del Bien Morir: http://www.artemorir.homestead.com/index.html
5. Montoya Carrasquilla, J.: El enfermo con cáncer avanzado: el suicidio o el deseo de morir. Anales de Psiquiatría, 8 (5): 188-191; 1992
6. Montoya Carrasquilla, J.: El duelo del anciano. Geriátrika, 8 (4): 180-184; 1992
7. Montoya Carrasquilla, J.: Cáncer avanzado. Control de síntomas. Editado por el Departamento de Publicaciones de Laboratorios Delagrange. Madrid. 1992
8. Worden, J.W.: El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia. Editorial Pailón. Barcelona, 1997

CRITERIOS REVISADOS DE DUELO COMPLICADO (CRDC)
Criterio A (estrés por la separación afectiva que conlleva la muerte).
Presentar, cada día o en grado acusado, 3 de los 4 síntomas siguientes: 1. Pensamientos intrusos -que entran en la mente sin control- acerca del fallecido. 2.  Añoranza -recordar su ausencia con enorme y profunda tristeza- del fallecido. 3.  Búsqueda -aún sabiendo que está muerto- del fallecido. 4. Sentimientos de soledad como resultado del fallecimiento.
Criterio B (estrés por el trauma psíquico que supone la muerte).
Presentar, cada día o en grado acusado, y como consecuencia del fallecimiento, 4 de los 8 síntomas siguientes: 1. Falta de metas y/o tener la sensación de que todo es inútil respecto al futuro. 2. Sensación subjetiva de frialdad, indiferencia y/o ausencia de respuesta emocional. 3. Dificultad para aceptar la realidad de la muerte (p.ej., no terminar de creérselo). 4. Sentir que la vida está vacía y/o que no tiene sentido. 5. Sentir que se ha muerto una parte de si mismo. 6. Asumir síntomas y/o conductas perjudiciales del fallecido, o relacionadas con él. 7. Excesiva irritabilidad, amargura, y/o enfado en relación con el fallecimiento. 8. Tener alterada la manera de ver e interpretar el mundo (p.ej: haber perdido la sensación de seguridad, la sensación de control, la confianza en los demás).
Criterio C (cronología).
La duración del trastorno -los síntomas arriba indicados- es de al menos 6 meses.
Criterio D (deterioro).
El trastorno causa un importante deterioro de la vida social, laboral u otras actividades significativas de la persona en duelo.

Bibliografía
Landa V, García-García JA. El proceso de duelo. En: De la Revilla L, Montoso R, eds. Atención familiar en el enfermo crónico, inmovilizado y terminal. Granada: Fundación para el Estudio de la Atención a la Familia; 2000.
García-García JA, Landa V, Grandes G, Mauriz A, Andollo I. Cuidados Primarios de Duelo (CPD). El nivel primario de atención al doliente. Sestao: Grupo de Estudios de Duelo de Vizcaya; 2001. p 17-8.
Prigerson HG, Shear MK, Jacobs SC, Reynolds III CF, Maciejewski PK, Davidson JRT et al. Consensus criteria for traumatic grief. A preliminary empirical test. Br J Psychiatry 1999; 174: 67-73.
Prigerson HG, Jacobs SC. Traumatic Grief as a distinct disorder: a rationale, consensus criteria, and empirical test. In: Stroebe MS, Hansson RO, Stroebe W, Henk Schut. Handbook of Bereavement Research. Consequences, coping, and care. Washington DC: American Psychological Association; 2001. p 613-48.
Prigerson HG, Jacobs SC. Caring for bereaved patients. “All the doctors just suddenly go”. JAMA 2001; 286: 1369-76.

Fuente: http://montedeoya.homestead.com/suicidio.html

RITUALES FUNERARIOS

RITUALES FUNERARIOS.
La sepultura de los cadáveres “según leyes anteriores a todo escrito e inmutables, pues esas leyes divinas no están vigentes ni por lo más remoto, sólo desde hoy ni desde ayer, sino permanentemente y en toda ocasión, y no hay quién sepa en que fecha aparecieron” (Sófocles, Antígona)- era necesaria para que pudieran darse las lamentaciones funerarias, lamentaciones que, a modo de herencia, eran una forma de “darse a conocer” a las generaciones futuras. Así, enterrar a los muertos estaba por encima de todo: era una labor muy preciada por los dioses. En este sentido, la más hermosa defensa del enterramiento de los muertos puede encontrarse en Antígona, quien está dispuesta a morir por ver enterrado a su hermano, pues “(…) es más largo el tiempo durante el que debo agradar a los de abajo que el tiempo durante el que debo agradar a los de aquí arriba, pues allí yaceré por siempre”. Para Teucro (Sófocles, Áyax) “no trates mal a los muertos, pues, si así lo haces, sábete que te harás daño a ti mismo”.
Antecedentes
La muerte señala en la comunidad que ha pasado algo, y hay grandes y fastuosas pausas. La muerte de un individuo afecta en todo la continuidad del ritmo social: en la ciudad nada continua igual.
El presente
La muerte olvidada, oculta, triste y solitaria. Ni en la ciudad ni en la comunidad, ni en el mismo vecindario pasa nada.
INTRODUCCIÓN
La muerte parece un ejemplo paradigmático de lo que puede llamarse un “hecho social”. Sabemos que la muerte tiene lugar en un contexto social, en función de organizaciones, definiciones profesionales de rol social, interacción y significado social.

El significado de la muerte se define socialmente, y la naturaleza de los rituales funerarios, del duelo y el luto reflejan la influencia del contexto social en donde ocurren. Así, diferentes culturas manejan el problema de diferente manera. Las pequeñas diferencias serán impuestas por el muy personal concepto de muerte de cada uno. Por otra parte, el tipo de muerte (“buena” o “mala” muerte) se corresponde también con un estilo funerario particular (ver tabla).

En la sociedad occidental, históricamente, el luto ha dejado de ser una costumbre donde se especificaba indumentaria, comportamiento y límites de interacción y tiempo. Al parecer existe una rápida caída de prestigio y desacreditación de la persona en duelo. Esto ha llevado a que muchas de las dificultades actuales para recuperarse de la pérdida de un ser amado se debe, en parte, a la ausencia de rituales establecidos y patrones estructurados de duelo. No debemos olvidar que la interacción social es un elemento central que permite que el deudo comience a reconstruir su realidad con un significado e identidad en la vida.
Modelos de “Buena Muerte” y “Mala Muerte” a lo largo de la historia

Período:  Antiguedad Clásica
Buena Muerte: Se acepta la muerte por suicidio como razonable en caso de enfermedad o dolor. La forma de morir es la medida del valor final de la vida. La “Euthanasia” es “Summun Bonum”.
Mala Muerte: Vida consumida por la enfermedad y el sufrimiento. Muerte sin sepultura.

Período: Edad Media
Buena Muerte: Muerte lenta y anunciada; muerte asistida.
Mala Muerte: Muerte repentina e imprevista; muerte clandestina.

Período: Siglos XIV  XVIII
Buena Muerte: La muerte del justo, de aquel que piensa poco cuando viene pero que ha pensado en ella toda la vida. La agonía dolorosa y el dolor adquieren un notable valor religioso. Se pierde el temor a la muerte repentina. El “ángel guardián” conserva su libro, y el diablo, confundido, se arroja a los infiernos.
Mala Muerte: La muerte del no preparado. La muerte tranquila, sin dolor. El diablo presenta “su libro” y el ángel guardián, afligido, le abandona.

Período: Siglos XVIII  XIX
Buena Muerte: Muerte testada y preparada espiritualmente (recursos salvíficos)
Mala Muerte: Muerte sin testamento; retorna la muerte imprevista.

Período: Segunda mitad Del siglo XIX
Buena Muerte: Muerte en la ignorancia de la misma.
Mala Muerte: Morir consciente de que se muere.

Período: Siglo XX (a partir de 1914-18)
Buena Muerte: Muerte repentina e imprevista; se refuerza la muerte en la ignorancia.
Mala Muerte: Muerte lenta, llena de sufrimiento y dolor (delirium, dolor, disnea, respiración estertórea); muerte consciente, muerte en la UCI-UVI.

La forma en la que se moría y la actividad del difunto durante la vida era lo que daba al ritual mortuorio sus características esenciales y lo que determinaba el sitio final en el que residiría el alma del fallecido.

Esto ha llevado a una práctica común en nuestra sociedad, que en cierto modo sustituye la costumbre de llevar insignias visibles de luto, y es la de que el superviviente, en el periodo de aflicción aguda, se aísle durante un período de tiempo suficientemente largo, actualmente cada más reducido, como para que a su retorno al ambiente social habitual se haya disipado la importancia de la  muerte, y tanto él como otros puedan manejar la interacción con menos tensión y de una forma más normal.

Si bien la muerte se considera un “asunto de familia”, la ocasión del duelo puede constituir un modo en que se rompen las reglas generales de convivencia; con bastante frecuencia la “casa de los deudos” suele permanecer “abierta” durante los días que siguen inmediatamente a la muerte. Así, uno se encuentra en tales circunstancias tal mezcla de familiares, amigos, conocidos, compañeros y vecinos que, en virtud de la tan extremadamente variable perspectiva que los presentes tienen del difunto, tal reunión se convierte en verdaderos “momentos sociales”. Con todo, hoy día la muerte ha dejado de ser un momento eminentemente familiar.

En nuestro tiempo, la muerta causa tanto miedo que ya no nos atrevemos a decir su nombre (usamos multitud de eufemismos), miedo que, a su vez, es considerado normal y necesario. Actualmente domina en los países industrializados una concepción de muerte que puede designarse como “muerte invisible” y que ha llegado también a los países en desarrollo. A partir de la primera mitad del siglo XX la muerte comienza a desaparecer de la vida pública (en Colombia solo queda la parte fea de la muerte, el homicidio o el accidente). El duelo también desaparece como práctica, los funerales se hacen breves (a veces de minutos pues el difunto pasa directamente de la casa a una “cajita” en cuestión de minutos según la “influencia” que la familia tenga) y la cremación se vuelve cada vez más frecuente.

Nuestra sociedad, mercantil y triunfalista, tiene pocos hábitos y actitudes compartidas, cosa a la que la muerte obliga. Sin embargo, se ha unificado en una respuesta de vergüenza frente a la muerte. Admitirla pareciera ser admitir un fracaso en el mandato social de ser felices y tener éxito. La muerte, hecho esencial a la existencia humana, pasa a ser un acontecimiento absurdo y que molesta a los demás.

SENTIDO Y PORQUÉ DE LOS RITUALES
Entre los pueblos primitivos, la muerte constituía una seria amenaza a la cohesión y, por tanto, a la supervivencia de todo el grupo; ésta podía desencadenar una explosión de temor y variadas expresiones irracionales de defensa. La solidaridad del grupo se salvaba entonces haciendo de este acontecimiento natural un rito social. Así, la muerte de un miembro del grupo se transforma en una ocasión para una celebración excepcional: de esta forma la muerte pone en marcha una serie de obligaciones sociales.

En la mayoría de las sociedades hoy día, los rituales funerarios benefician a los vivos y a los muertos: ayudan a los sobrevivientes a aceptar la realidad de la muerte (todos los rituales del luto sirven para reforzar la realidad y reducir la sensación de irrealidad que favorece la esperanza de retorno del difunto), recordar al difunto y darse soporte el uno al otro. El sentido y porqué de los rituales funerarios se ha asociado pues a:

1. Como un medio de certificar la muerte -es decir, de confirmar la muerte del otro, “de que está bien muerto”- y por necesidades higiénicas.
2. Para facilitarle el camino, regreso y arribo al muerto a su lugar de destino. En la cultura egipcia también tenía la utilidad de permitir la realización del denominado gesto “KA” destinado a mantener la energía creadora que tenía que sobrevivir a la nada. En la cultura griega, antecedente directo de nuestra actual cultura “occidental y cristiana”, se creía en una cierta vida después de la muerte, por ello los muertos eran objeto de atenciones durante los primeros días sucesivos a su deceso.
3. Como una forma de alejar y espantar los malos espíritus. Los habituales cantos, gestos y gritos pretendían asustar y confundir al alma del difunto de forma que no volviera y trajera malas energías sobre sus deudos. En la antigua Grecia, los fantasmas tenían derecho a tres días de presencia en la ciudad… Todo el mundo se sentía mal en esos días. Al tercero, se invitaba a todos los espíritus a entrar en las casas, se les servía entonces una comida preparada a propósito; después, cuando se consideraba que su apetito estaba saciado, se les decía con firmeza: “Espíritus amados, ya habéis comido y bebido, ahora marcharos”. Tanto en Roma como en Grecia el entierro de los muertos era un deber sagrado. Negar sepultura a un cadáver era condenar al alma a errar sin descanso y, en consecuencia, crear un peligro real para los vivos, pues esas “almas en pena” eran maléficas. Siempre se ha temido la presencia de los aparecidos, motivo por el cual se ha procurado que los ritos funerarios se cumplan sin fallos, para evitar el regreso de los muertos al mundo de los vivos.
4. Desde la más remota antigüedad se tiene la creencia de que los difuntos ejercen de mediadores entre las deidades y los seres vivos, siempre y cuando cumplan unos ritos que han sido transmitidos de generación en generación hasta nuestros días.
5. Para facilitar el proceso de adaptación de los que quedan vivos a este período de convalecencia. No solo los rituales pretenden que los vivos estén más tranquilos al aplacar los espíritus, también sirven para ayudar a los deudos a aceptar la realidad de la muerte y obtener el apoyo de la comunidad. Los rituales contemplados deben desarrollar un equilibrio entre el reconocimiento realista de la tristeza y la alegría sincera por el hecho de que los creyentes que se ausentan del cuerpo están ahora con la entidad superior particular y propia de cada mito. Un funeral bien planeado puede facilitar el proceso de recuperación tras la pérdida de un ser querido y ayudar a disminuir la probabilidad de un duelo patológico. La importancia de los rituales funerarios de cara al proceso de recuperación del duelo puede verse en la triste situación de los desaparecidos y la necesidad de realizar rituales funerarios simbólicos para dar resolución a un duelo no iniciado.
6. Otros fines contemplados son: para cumplir con una tradición, servir de escaparate social (antiguamente las familias daban más importancia al funeral que al matrimonio), como actividad económica y como manifestación espiritual general.

El hecho de la conmemoración de la muerte de una persona ha hecho que sea considerado necesario el funeral como una forma extrema de la importancia social de ese hecho y no hacerlo representa su negación, algo así como un ostracismo o abandono social. De aquí se desprende que en varios países la gente, aunque muy pobre, siempre guarda dinero para recibir una sepultura decente.

Así pues, los rituales funerarios son más que un ritual de despedida y pone en juego una serie de símbolos que otorgan elementos de integración al grupo social.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS
Aunque el culto a los muertos se viene practicando desde el neolítico (o desde las fases finales del paleolítico), al menos dos aspectos históricos destacan por su interés en los orígenes de la respuesta a la pérdida de algo amado. El primero de ellos proviene de los registros arqueológicos: uno de los primeros datos que ofrecen señalan la existencia de prácticas de enterramiento; esto, al menos en parte, permite suponer la conciencia de la muerte y el dolor por la pérdida de algo querido. El segundo, mucho más tardío, proviene del desarrollo del concepto de responsabilidad personal y la atribución de la conducta humana a causas totalmente internas; este no aparece hasta aproximadamente el año 500 a.c., en las obras de los dramaturgos griegos (“por ello, dice el poeta, el hombre pregunta qué divinidad es la que ha causado una determinada enfermedad, guerra, muerte o pérdida”).

Los últimos hallazgos realizados en el principal yacimiento paleontológico de Europa (Sierra de los Huesos de Atapuerca, en la sierra de Burgos, España) confirman que los homínidos que habitaban esta zona de la provincia de Burgos hace 300.000 años, conocidos como “Homo Antecesor”, realizaba de forma conciente y con un comportamiento ritual y simbólico los enterramientos de sus congéneres.

El corazón de los dioses sólo se alegraba cuando los hombres cumplían fielmente los múltiples mandatos que ellos les habían impuesto; de no ser así, enviaban sobre los mortales su castigo, habitualmente bajo la forma de infortunios, dolor, angustia moral o enfermedad (actitud muy general que aún persiste en ciertas culturas y/o niveles culturales); no obstante, tal pérdida podía deberse a la lucha o los celos entre los mismos dioses, siendo sus protegidos los afectados (duelo).

LA ANTIGÜEDAD: Lo Clásico y lo Mitológico
Es en la antiquísima narración babilónica de la aventura del mítico héroe de Sumeria Gilgamesh  el Poema de Gilgamesh es la epopeya cronológicamente más antigua de la historia del mundo; fue redactada o compilada en 12 tablas de arcilla hace más o menos 4000-5000 años , donde encontramos la más primitiva descripción del proceso del duelo humano y de los rituales respectivos. Con todo, nunca hubo en la historia del hombre otro período durante el cual los rituales funerarios y la expresión del duelo cobrara tal dramatismo y realidad como durante el largo período de la antigüedad, expresiones que rayan, ciertamente, en lo mitológico. La muerte señala en la comunidad que ha pasado algo, y hay grandes y fastuosas pausas (p.ej., los juegos fúnebres). La muerte de un individuo afecta en todo la continuidad del ritmo social: en la ciudad nada continua igual.

El primer rasgo que salta a la vista es su dramatismo; las manifestaciones del duelo, rituales de carácter dramático y violento, son frecuentes -casi la norma- en la antigüedad clásica (pueden verse ya en el poema de Gilgamesh). Así, tenemos como más frecuentes: llanto intenso, desvanecimientos, rasgado de vestidos, gemidos de agudos trinos, golpes en la cabeza y en el pecho (rito de plañideras cisias), arrancamiento de pelos de la barba y la cabeza, heridas en el rostro producto de violentos arañazos, gritos agudos, arrastrarse por el suelo, golpear la tierra con las dos manos, etc. Por otro lado, en los funerales podían tener lugar sacrificios humanos y de animales.

De estos rituales, dos merecen especial atención: el primero tiene relación con la ofrenda de cabellos que en los hombres se trataba sólo de un rizo, en las viudas de raparse la cabeza (la parte más noble de la persona), y en las demás mujeres, durante el cortejo fúnebre, llevar el cabello suelto. Recuérdese que, mágicamente, el pelo representa a la persona. La ofrenda de cabellos que hacían los amigos y familiares del muerto significaba el deseo de seguir íntimamente unidos con él. Por otro lado, en los funerales se le ofrece también un mechón de cabellos de la persona muerta a Perséfone (Proserpina), diosa de los infiernos, para que fuese bien acogido por la diosa. Por otra parte, ya el luto riguroso también podía apreciarse:

Sófocles, y los actores que iban a representar una tetralogía, enterados del fallecimiento del gran dramaturgo (Eurípides), se presentaron ante el público de luto riguroso, desprovisto de las coras rituales (Francesc-Lluís Cardona, Prólogo y Presentación de Eurípides: Las Troyanas, Las Bacantes, Edicomunicaciones, S.A. Barcelona, 1993; José Vara Donado, 1991. En: Sófocles: Tragedias Completas. Ed. Cátedra, Madrid. 1991). Electra, hermana de Orestes, se encamina ataviada de luto a la tumba de Agamenón (Francesc-Lluís Cardona, Prólogo y Presentación de Eurípides: Las Troyanas, Las Bacantes, Edicomunicaciones, S.A. Barcelona, 1993).

En las culturas precolombinas el color negro representa el principio femenino-nocturno -inframundano y el rojo el principio masculino-diurno-terrenal.

El segundo ritual de interés son los juegos fúnebres que se llevaban a cabo durante los primeros nueve días tras el fallecimiento: la carrera de carros, el pugilato, la lucha, la carrera, el combate, el lanzamiento del peso, el juego del arco y el lanzamiento de jabalina (véase La Ilíada, canto XXIII, “Los funerales de Patroclo”. La Eneida, libro V).

Algunos de los juegos fúnebres más célebres son los realizados en honor de Patroclo, Ofeltes (los primeros Juegos Nemeos, cuyos jueces vistieron siempre túnicas negras en señal de duelo), Aquiles, Pelias, Layo, Anquises (llamados Juegos Troyanos y celebrados en Roma hasta el Imperio), Azán, Cícico, Heracles, Paris (celebrados aún estando vivo éste), Sinis (bandido que murió a manos del héroe Teseo; son los llamados Juegos Ístmicos; otra tradición considera que estos juegos conmemoraban la muerte de Escirón, otro bandido muerto por Teseo), Abdero (incluían las competiciones acostumbradas con excepción de la carrera de carros) y los celebrados por Teutámides en honor de su padre, en los que, durante su celebración, Perseo mató accidentalmente a su abuelo Acrisio.

Finalmente, el tercer rasgo más sobresaliente es su duración, que solía ser corta pero intensa (de 1, 7 y 9 días) en épocas más antiguas, y más larga (hasta un año) en épocas posteriores (La Ilíada, canto XIX, “Reconciliación de Aquiles y Agamenón”; Séneca, Cartas Morales a Lucilio, carta LXIII).

La actitud general ante la muerte de un ser querido (o, más usualmente, un amigo o un héroe) bien puede expresarse con estas palabras de Eurípides: “¡Cuán dulce para los desgraciados es llorar, gemir lúgubremente y cantar sus males! (…) Pero para los desgraciados es un consuelo lanzar lúgubres gemidos” (Eurípides: Las Troyanas), aunque, si bien se fomenta la expresión del dolor, se aprecian algunas manifestaciones de rechazo del duelo muy ocasionales: “No quería el rey Príamo el llanto; en silencio, afligidos dentro del corazón, a la pira los muertos llevaron …. (La Ilíada, canto VII, La Tregua. Construcción del muro).

Es en Séneca donde encontramos la necesidad de una mayor moderación en las expresiones del duelo, si bien a su vez estimula una expresión natural y no fingida de la tristeza y las lágrimas (cartas XCIX y LXIII). También en Séneca encontramos una clara visión social del duelo y del deudo, tal como Sudnow lo haría 20 siglos después:

“No es virtud, sino inhumanidad, esto de contemplar el entierro de los suyos con los mismos ojos que cuando estaban vivos y no conmoverse en el primer momento de su separación. Aun suponiendo que te lo prohibiese, hay cosas que permanecen fuera de todo dominio: las lágrimas fluyen aun en aquel que intenta detenerlas, y procuran alivio al espíritu. ¿Qué haremos, pues? Les permitiremos que caiga, pero sin forzarlas a ello; que fluyan las que derramen el sentimiento, no las que exijan la imitación. Pero no añadamos nada a la tristeza ni debemos aumentarla con el ejemplo ajeno”. “La ostentación del dolor es más exigente que el dolor mismo. ¿Cuántos hay que están tristes para sí solos? Cuando pueden ser escuchados, gimen con mayor violencia, pero más calladamente, con mayor serenidad, en secreto; en cuanto ven a alguien, se siente excitados a nuevos lloros. Entonces se golpean la cabeza, cosa que hubiesen podido hacer más libremente cuando nadie podía impedirlo; entonces invocan a la muerte y se revuelven sobre el lecho; el espectador se va, y cesa todo aquel dolor. También en ésta, como en otras cosas, caemos en el vicio de comportarnos según el ejemplo de la mayoría y de no atender a lo que conviene, sino a lo que se acostumbra”. “Nos apartamos de la Naturaleza y nos entregamos al arbitrio del pueblo, que no suele ser ejemplo de nada bueno, y en esta cosa, como en tantas otras, se muestra lleno de inconsecuencia. Ve a alguien entero en su dolor, y le califica de poco afectivo y áspero; ve a alguien caído en tierra y abrazado al cadáver, y le llama afeminado y flojo. Es menester, por lo tanto, regular todo según la razón (carta XCIX: Consolaciones por la muerte de un hijo)”.

Hoy día sucede un tanto de lo mismo: llorar se ha vuelto sospechoso; si la persona llora mucho, según se dice, “… es porque tiene remordimientos”. Si, por el contrario, no llora “… es porque no le quería”. Ante esta situación las personas optan por una postura intermedia: llanto moderado visible a sus vecinos y ocultación en la soledad de su intimidad, donde ya siente que puede hacerlo con la intensidad necesaria, si bien pierde el beneficio del reconocimiento social de su dolor.

UN FUNERAL ROMANO
Tanto en Roma como en Grecia el entierro de los muertos era un deber sagrado. Negar sepultura a un cadáver era condenar al alma a errar sin descanso y, en consecuencia, crear un peligro real para los vivos, pues esas “almas en pena” eran maléficas. Los romanos practicaban simultáneamente los dos grandes ritos funerarios, la cremación y la inhumación. Una vez que se comprobaba la muerte, el hijo mayor cerraba los ojos de su padre y lo llamaba por su nombre por última vez. Luego se lavaba el cadáver, se lo adornaba, se lo revestía con la toga praetexta y se lo exponía en el atrium sobre un lecho mortuorio, en medio de flores y guirnaldas. Durante varios días, mujeres flautistas y plañideras a sueldo tocaban una música fúnebre. Luego, legado el momento, se formaba un cortejo para acompañar el cadáver fuera del recinto de la ciudad, en donde se erigía la pira (primitivamente en la noche, posteriormente en las mañanas). Detrás de los músicos y de las plañideras caminaban hombres que llevaban representaciones de lo que había sido la vida del difunto.

Si el difunto era noble (patricio), aparecían clientes o actores que llevaban el rostro cubierto por una máscara que imitaba los ancestros del muerto, de manera que todo el linaje parecía haber venido a recibir a su descendiente (acto conocido como “jus imaginum o “derecho de imágenes”); luego venía el cadáver transportado sobre una camilla con el rostro descubierto. Lo seguían parientes y amigos, los hombres con toga de color oscuro, las mujeres con los cabellos sueltos y en desorden. En los funerales de los nobles, la oración fúnebre para el muerto (laudatio) la rezaba en el foro su pariente más cercano. Finalmente se llegaba hasta la pira en la que se depositaba el cadáver entre perfumes y presentes. Mientras duraba la cremación, los parientes no debían alejarse. Luego, se recogían los huesos calcinados en medio de las cenizas calientes, se les lavaba con vino y se les ponía dentro de una urna, depositada a su vez en una tumba.

Si los Vitalia conciernen a la vita del difunto y a todo lo que está destinado a protegerla, los Parentalia remiten a las honras que son debidas a los parientes muertos y a la solemne ceremonia con la cual los vivientes le manifiestan su cariño. A los nueve días del sepelio tenía lugar el banquete fúnebre conocido como novendalia.

En torno a la muerte los romanos desarrollaron complejos ritos. Cuando una persona estaba a punto de morir, su cuerpo se ponía en el suelo, uno de sus seres queridos le daba el último beso y cerraba los ojos. Al morir, se producía la conclamatio por la que los presentes invocaban el nombre del difunto. Las mujeres de la casa y los trabajadores de pompas fúnebres preparan el cadáver limpiándolo con agua caliente y aplicándole ungüentos para vestirlos con sus mejores galas. La presencia de los ritos funerarios de ceremonias de purificación que incluían banquetes fúnebres posteriores a la muerte, junto a las comidas y ceremonias con motivo de las fiestas anuales de las Parentalia y las Lemuria entre los romanos, justificaban la necesidad de edificios sepulcrales y motivaban la agrupación de los menos favorecidos en asociaciones funerarias que les garantizasen los ritos sociales que debían acompañar su muerte.

LOS ANTIGUOS CRISTIANOS
Durante este período, el fenómeno de las “plañideras” -ya “alquiladas” o “pagadas” para hacer más intenso el duelo- estaba muy extendido; así lo apoyan dos aportaciones del antropólogo francés P. Ariés: San Juan Crisóstomo se indignaba contra los cristianos que “alquilaban a mujeres, a paganas como plañideras, para hacer más intenso el luto y atizar el fuego del dolor sin escuchar a San Pablo”. Por otra parte, los Canones del Patriarcado de Alejandría también reprobaban estas manifestaciones: “los que están de duelo deben limitarse a la iglesia, al monasterio, a la casa, silenciosos, calmos y dignos, como deben serlo los que creen en la verdad de la resurrección”.

Por principio y por tradición popular, el duelo durante esta época debía sobrepasar la medida; se condenaba menos su carácter mercenario que el exceso que manifestaban, puesto que se descargaba sobre otros la expresión de un dolor que no se sentía lo bastante personalmente. No obstante, tal manifestación debía mantenerse con esplendor, aunque el precio fuese muy alto.

PRIMERA EDAD MEDIA
En la primera Edad Media los ritos de la muerte estaban dominados por la familia y amigos del difunto, quienes protagonizaban las escenas del duelo y acompañamiento. Estos ritos eran fundamentalmente civiles y el papel de la iglesia se reducía a la absolución ántuma y póstuma.

La escena del duelo se hallaba dividida en dos actos sucesivos e inmediatos: durante el primero, las manifestaciones eran salvajes (al más puro estilo antiguo) o así debían parecerlo: “a penas se constataba la muerte, a su alrededor estallaban violentas manifestaciones de desesperación”, circunstancia que contrastaba con la calma y sencillez del moribundo en espera de la muerte. Tales gestos de pena y dolor sólo eran interrumpidos por el elogio del difunto, segundo acto de esta escena; habitualmente existía un “guía” del duelo quien se encargaba de las palabras de despedida, haciéndose especial hincapié en la espontaneidad de los acompañantes (familiares, amigos, señores y vasallos del difunto).

El duelo solía durar algunas horas, el tiempo de la vela, a veces el tiempo del entierro: un mes como máximo en las grandes ocasiones; las gentes se vestían de rojo, de verde, de azul, del color de los vestidos más hermosos para honrar al muerto.

SEGUNDA EDAD MEDIA
Las convenciones sociales ya no tendían a expresar la violencia del dolor y se inclinaban desde el momento de la muerte hacia la dignidad y el control de uno mismo: ya no parecía tan legítimo ni tan poco tan usual perder el control de uno mismo para llorar a los muertos. El duelo medieval expresaba la angustia de la comunidad visitada por la muerte. Las visitas del duelo rehacían la unidad del grupo, recreaban el calor de los días de fiesta (retorno a lo antiguo): las ceremonias del entierro se convertían también en una fiesta de la que no estaba ausente la alegría, donde la risa hacía que con frecuencia las lágrimas desaparecieran.

Allí donde las manifestaciones tradicionales del dolor subsistían, como en la España de los siglos XIV y XV (aún persistían las plañideras y el duelo tenía por objeto descargar el sufrimiento de los supervivientes), su apariencia de espontaneidad y su dolorismo se han atenuado; lo que no se quería decir mediante palabras o gestos, se significaba entonces por el traje y el color: “En el siglo XII, Baudry, abad de Bourgueil, señalaba como rareza extraña que los españoles se vistieran de negro al morir sus parientes”.

En la segunda Edad Media, y más particularmente después del establecimiento de las ordenes mendicantes (carmelitas, agustinos, capuchinos y dominicos), la ceremonia del duelo, el velatorio y el entierro cambió de naturaleza; la familia y los amigos, ahora silenciosos, han dejado de ser los principales actores de una acción desdramatizada. En adelante, y probablemente a partir de los siglos XII y XIII, los principales papeles estarán reservados a los sacerdotes (ordenes mendicantes especialmente), a personas semejantes a monjes, laicos con funciones religiosas, como las ordenes terceras o los cofrades, es decir, a los nuevos especialistas de la muerte.

Así, el acompañamiento se convierte en una solemne procesión escolástica: los parientes y amigos no fueron desde luego apartados, pero en los cortejos ordinarios son tan discretos que llega a dudarse de su presencia; pobres y niños de hospital (expósitos o abandonados) empiezan a integrar el cortejo según la riqueza y generosidad del difunto, al tiempo que intercederían en favor suyo ante la corte celestial.

La procesión solemne del séquito se convierte así en la imagen simbólica de la muerte y los funerales; el orden y composición del séquito eran fijados por el muerto en el testamento (costumbre que persiste en los siglos XVI-XVIII): “Desde su último suspiro, el muerto no pertenece ya ni a sus iguales o compañeros, ni a su familia, sino a la iglesia; la lectura del oficio de los muertos a sustituido a las antiguas lamentaciones”.

SIGLOS XVI, XVII y XVIII
Hay suficientes pruebas para concluir que los rituales mortuorios, propios de siglos anteriores, habían entrado en crisis; el abundante cortejo religioso así como las representaciones de caridad y pobreza (comunidades mendicantes, hermandades, pobres, etc.) tendieron a volverse más sencillas, “sin fasto ni pompa”, las procesiones se hicieron menos numerosas y las exequias barrocas comienzan a ser mal vistas.

Así, las manifestaciones del duelo se relacionaban con la sencillez: los testadores piden humildad, tanto en la casa como en la iglesia. A pesar de ello, el duelo con plañideras subsistía en algunas regiones.

Las noticias de una muerte se acogen con frialdad: “quién pierde a su marido o a su mujer busca rápidamente alguien que lo reemplace”; en otros casos el superviviente se “retira del mundo” y espera su propio fin. La expresión de dolor sobre el lecho de muerte ya no se admite; en cualquier caso, es pasada en silencio. El que está demasiado afligido como para volver a una vida normal tras el breve lapso concedido por la costumbre, no tiene más remedio que el retirarse al convento, al campo, fuera del mundo en que es conocido. Para Ariés, la voluntad de simplificar los ritos de la muerte, de reducir la importancia afectiva de la sepultura y del duelo fue inspirada por una causa religiosa, por un ejercicio de humildad cristiana, pero ésta se confundió rápidamente con un sentimiento más ambiguo. Desde entonces el duelo comienza a perder definitivamente su significado de “liberación”, de expresión de sentimientos. Por otra parte, el uso del negro se hace general a partir del siglo XVI.

SIGLOS XIX y XX
En el siglo XIX, la muerte era algo muy familiar y natural, que no se escondía y que no se revestía de gran dramaticidad. Había incluso una reticencia a dar nombre a los niños al nacer, se esperaba un tiempo prudencial hasta ver si iban a sobrevivir. Esta actitud de resignación ante la muerte de los niños como un hecho posible puede observarse entre comunidades pobres dentro de las cuales la lucha por la sobrevivencia es grande y la muerte una de las posibilidades cotidianas. No es raro escuchar con total naturalidad a un padre o a una madre de familia que tuvieron un cierto número de hijos de los cuales sobrevivió otro cierto número.

Las manifestaciones públicas del duelo, así como una expresión privada demasiado insistente y lánguida, son ya de naturaleza morbosa: las crisis de lágrimas y las manifestaciones dramáticas se convierten en “crisis de nervios”. Después de la muerte se clava en la puerta de la casa del difunto una “esquela de duelo”, sustituyendo así a la antigua costumbre de exposición del difunto o del ataúd; el período de duelo se convierte en un “período de visitas”: visitas de la familia al cementerio, visitas de los parientes y amigos de la familia, etc.

El abandono del duelo, según Ariés, se inicia a partir de finales del siglo XIX, y su prohibición, a partir de 1914. Sin embargo, tal frivolidad no se debe a los supervivientes, sino a una coacción despiadada de la sociedad: el superviviente queda aplastado entre el peso de su pena y el de la prohibición de la sociedad.

GITANOS
Los gitanos romá de Chile manifiestan un gran respeto por sus difuntos. De hecho, el peor insulto entre ellos consiste en ofender a los muertos. Cuando un gitano fallece se le vela en una carpa 3 días. Bajo el ataúd se colocan aquellas cosas que más le gustaban (café, cigarrillos, vino, frutas, etc.). Sus familiares deben cumplir con un duelo que consiste en no usar jabón, no afeitarse, no usar ropa nueva, no escuchar música, no asistir a las fiestas de la comunidad (no bailar ni cantar), no pintar, etc. Los gitanos hombres deben usar una pequeña cinta de color negro en la camisa como señal externa del luto (esta debe quemarse una vez terminado el luto). La duración de estas restricciones dependen del parentesco (desde una semana a un año). Una tradición mantenida hasta el día de hoy es el banquete fúnebre que se realiza en memoria del gitano fallecido: se celebra a los 7 días, a los 6 meses y al año después de la muerte.  Se comen las comidas que especialmente le gustaban al difunto y se deja un espacio en la mesa reservado para él. Los alimentos que sobran deberán botarse. En la visita al cementerio (limoria) se llevan frutas, flores, velas y se encienden cigarrillos. Pueden realizarse promesas a cumplir una vez el fallecimiento (por ejemplo, no beber licor durante un tiempo determinado), promesas que son de carácter sagrado; en caso de no cumplirlas, quedará prókleto (maldito) y será marginado y despreciado por la comunidad. Por otra parte, no se permiten las autopsias. Los gitanos deben enterrarse tal y como fallecieron, con todas sus pertenencias, si tenían joyas, se les entierra con sus joyas, a menos que él en vida haya dicho otra cosa.
LOS IGBO (Nigeria)
Cuando muere una persona importante en la comunidad, su cuerpo es llevado a un recinto funerario especial (Oto Kwbu) para ser lavado. Realizan una fiesta fúnebre durante toda la noche entre cantos y lamentaciones. Se pintan la cara con tinte negro y se ponen ropa de luto durante 10 meses. Mujeres y hombres se afeitan la cabeza, excepto las viudas que no deben cortarse el pelo ni cubrir su cabeza durante 10 meses. 10 meses después del entierro se celebra otra ceremonia (Kopinai), gran fiesta con variedad de comidas y bebidas. Su ritual es muy elaborado y rico.

ELEMENTOS QUE COMPONEN LOS RITUALES FUNERARIOS
Relacionados con el cuerpo
-Presentes y ofrendas
-Lavado y preparación del cuerpo
-Perfumado
-Ropaje (lienzo, papel, algodón)
-Sacrificios
-Mortajas: El uso el hábito de San Francisco como mortaja es una costumbre que se remonta a la Edad Media europea pues San Francisco era habitualmente representado usando la cuerda de su hábito para rescatar las almas del purgatorio; así, el propósito era ayudar al difunto a cruzar con éxito el camino del purgatorio.
-Toques de campana
-Velas
-Flores: Crisantemos, siempre viva
-Crucifijos
-Escapulario: El escapulario daba a quién lo llevaba durante toda su  vida la certidumbre de una buena muerte y, cuando menos, una abreviación de su tiempo de purgatorio.
-Quemado de la ropa del difunto
-Conclamatio: A partir del 1600 (hasta 1800), la comprobación jurídica de la muerte se hacía a través del llamado “conclamatio”, por la que el notario invocaba tres veces el nombre del difunto: “se le llamará varias veces para asegurarse de que está bien muerto”.
Relacionados con la ceremonia
-Cláusula pía
-Entierro o cremación
-Elogio o sermón fúnebre
-Recepción de los asistentes a las puertas de la Iglesia
-Cortejo: Variable según los tiempos, la cultura y el poder económico del difunto.
-Máscaras
-Recordatorio
-Bulas
-Foto con el difunto
-Ceremonia de “levantar el duelo”: Una costumbre colonial que se mantuvo durante largos años fue la de retornar a la casa del difunto y permanecer en ella largas horas, hasta que alguno se atrevía a levantarse y despedirse, momento en que se concluía esta ceremonia y todos se despedían y se retiraban. Generalmente a las 8 de la noche era el momento apropiado para “levantar el duelo”. Se reconocía incluso, posteriormente, aquella “persona encargada de levantar el duelo”.
-Carrozas, coches y carros fúnebres
-Saludo al final de la misa: “Duelo que se despide con etiqueta”.
-Música fúnebre
-Oración fúnebre
-Banquete fúnebre o Novendalia: Se repite 1 a 3 veces en el año en períodos de tiempo variables según la cultura.
-Esquelas
-Tablones
-Prohibición de pronunciar el nombre del difunto
-Plañideras
-Testamento: Los testamentos, documentos que manifiestan los cambios de actitud frente a la muerte, expresaban los sentimientos, ideas y voluntades de quien se sentía próximo a morir. En estos, había una sección muy importante, la denominada “Cláusula Pía” donde el testador indicaba con todo detalle cómo debía ser su sepultura, los servicios religiosos o limosnas y las rentas que debían destinar para solventar los gastos de estos servicios, así como las limosnas que se debían destinar para hacer actos de caridad. Sin embargo, a partir de la segunda mita del siglo XVIII, las cláusulas pías, las elecciones de sepultura, fundaciones de misas y servicios religiosos, así como las limosnas, desaparecieron en todo el occidente cristiano-protestante o católico, quedando el documento como un simple instrumento legal de transmisión de bienes. Este cambio radical refleja una laicización de los testamentos en el mundo occidental pero también una nueva concepción sobre la familia al depositar en ella la confianza suficiente como para que ya no sea necesario dejar la voluntad del testador en un documento. Todo o relacionado a la ceremonia fúnebre y la distribución de bienes para las misas del difunto será comunicado oralmente a los familiares y ellos pasarán a encargarse de estas tareas.
-Libro de los muertos
-Ayunos: Sea a causa de la pena, sea por el principio higiénico-religioso que considera impuro los cadáveres, se imponía la prohibición de comer hasta después del entierro. De ahí que en muchas culturas (en Galicia, por ejemplo) se celebrase un banquete llamado “duelo” después del entierro. El ayuno cuaresmal (cuaresma=40) empezó siendo en el cristianismo de 40 horas y luego pasó a 40 días.
Relacionados con el duelo
-Visita de pésame o condolencia
-Misas de aniversario
-Sufragios o cartas de condolencia
-Avisos de agradecimiento

FUNERALES CATÓLICOS
La muerte es siempre dolorosa pero para el cristiano no es el fin sino el pasaje a la vida eterna. Dar entierro es una de las obras de misericordia. El lugar del entierro debe ser un cementerio, preferentemente católico, ya que estos han sido consagrados como lugar santo de reposo y manifiestan el respeto que los católicos le tienen a la vida y a la muerte de Cristo. Las funciones litúrgicas son las prácticas rituales de la Iglesia durante el entierro de sus hijos. La Constitución sobre la Liturgia del Concilio Vaticano Segundo instruyó que se revisaran los servicios de funeral para que “estos expresaran más claramente el carácter pascual de la muerte de Cristo; y que se incluyera una “Misa especial al rito para el funeral de los niños”. Ambas cláusulas se implementaron en el nuevo rito promulgado por el Papa Paulo VI que tomó efecto el 1º de Junio de 1970. Éste hace un mayor énfasis en la esperanza Cristiana en la vida eterna y en la resurrección final de entre los muertos.

Los funerales pueden ser sencillos pero siempre guardando el respeto y la dignidad del cuerpo humano. Lo importante es acudir al Señor en oración, lo cual es la razón para celebrar los ritos fúnebres católicos: la vigilia, la liturgia funeral, el rito de despedida y el entierro. Por medio de ella se expresa la fe y se encomienda el difunto a la misericordia de Dios.

Artículo 2: Las Exequias Cristianas
1680. Todos los sacramentos, principalmente los de la iniciación cristiana, tienen como fin último la Pascua definitiva del cristiano, es decir, la que a través de la muerte hace entrar al creyente en la vida del Reino. Entonces se cumple en él lo que la fe y la esperanza han confesado: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro” (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
I. La última Pascua del cristiano
1681. El sentido cristiano de la muerte es revelado a la luz del Misterio Pascual de la muerte y la resurrección de Cristo, en quien radica nuestra única esperanza. El cristiano que muere en Cristo Jesús “sale de este cuerpo para vivir con el Señor” (2 Co 5,8).
1682. El día de la muerte inaugura para el cristiano, al término de su vida sacramental, la plenitud de su nuevo nacimiento comenzado en el Bautismo, la “semejanza” definitiva a “imagen del Hijo”, conferida por la Unción del Espíritu Santo y la participación en el Banquete del Reino anticipado en la Eucaristía, aunque pueda todavía necesitar últimas purificaciones para revestirse de la túnica nupcial.
1683. La Iglesia que, como Madre, ha llevado sacramentalmente en su seno al cristiano durante su peregrinación terrena, lo acompaña al término de su caminar para entregarlo “en las manos del Padre”.
II. La celebración de las exequias
1684. Las exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia. El ministerio de la Iglesia pretende expresar también aquí la comunión eficaz con el difunto, hacer participar en esa comunión a la asamblea reunida para las exequias y anunciarles la vida eterna.
1685. Los diferentes rito de las exequias expresan el carácter pascual de la muerte cristiana y responden a las situaciones y a las tradiciones de cada región, aún en lo referente al color litúrgico (cf SC 81).
1686. El Ordo exequiarum (OEx) o Ritual de los Funerales de la liturgia romana propone tres tipos de celebración de las exequias, correspondientes a tres lugares de su desarrollo (la casa, la iglesia, el cementerio), y según la importancia que les presten la familia, las costumbres locales, la cultura y la piedad popular. Por otra parte, este desarrollo es común a todas las tradiciones litúrgicas y comprende 4 momentos principales:
1687. La Acogida de la Comunidad: El saludo de fe abre la celebración. Los familiares del difunto son acogidos con una palabra de “consolación” (en el sentido el Nuevo Testamento: la fuerza del Espíritu Santo es la esperanza; cf 1 Ts 4,18). La comunidad orante que se reúne espera también “las palabras de vida eterna”. La muerte de un miembro de la comunidad (o el aniversario, el séptimo o el trigésimo día) es un acontecimiento que debe hacer superar las perspectivas de “este mundo”  y atraer a los fieles a las verdaderas perspectivas de la fe en Cristo resucitado.
1688. La Liturgia de la Palabra. La celebración de la Liturgia de la Palabra en las exequias exige una preparación, tanto más atenta cuanto que la asamblea allí presente puede incluir fieles poco asiduos a la liturgia y amigos del difunto que no son cristianos. La homilía, en particular, debe “evitar” el género literario de elogio fúnebre (OEx 41) y debe iluminar el misterio de la muerte cristiana a la luz de Cristo resucitado.
1689. El Sacrificio Eucarístico. Cuando la celebración tiene lugar en la Iglesia, la Eucaristía es el corazón de la realidad pascual de la muerte cristiana (cf OEx 1). La Iglesia expresa entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio y resurrección de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus consecuencias y que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino (cf OEx 57). Así celebrada la Eucaristía, la comunidad de fieles, especialmente la familia del difunto, aprende a vivir en comunión con quien “se durmió en el Señor”, comulgando con el Cuerpo de Cristo, de quien es miembro vivo, y orando luego por él y con él.
1690. El Adiós (“a Dios”) al difunto es “su recomendación a Dios” por la Iglesia. Es el “último adiós por el que la comunidad cristiana despide a uno de sus miembros antes que su cuerpo sea llevado a su sepulcro” (OEx 10). La tradición bizantina lo expresa con el beso de adiós al difunto: “Con este saludo final se canta por su partida de esta vida y por su separación, pero también porque existe una comunión y una reunión. En efecto, una vez muertos no estamos en absoluto separados unos de otros, pues todos recorremos el mismo camino y nos volvemos a encontrar en un mismo lugar. No nos separaremos jamás, porque vivimos para Cristo y ahora estamos unidos a Cristo, yendo hacia él… estaremos todos juntos en Cristo” (S. Simeón de Taselónica, De ordine ep).
2300. Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo.
2301. La autopsia de los cadáveres es moralmente admisible cuando hay razones de orden legal o de investigación científica. El don gratuito de órganos después de la muerte es legítimo y puede ser meritorio. La Iglesia permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la resurrección del cuerpo.

EL DÍA DE MUERTOS O DE LOS SANTOS DIFUNTOS
No se trata de una fiesta con rasgos netamente prehispánicos, es una mezcla de elementos culturales indígenas y españoles que alcanza su máxima expresión en México (México y la India deben estar presentes en cualquier recuento referido a los rituales fúnebres). Los días que se lleva a cabo la celebración no son para todos los pueblos el 1 y 2 de Noviembre, como lo marca el calendario católico, pues mucho grupos indígenas comienzan la conmemoración a sus familiares fallecidos el 28 de Octubre y la terminan el 3 de Noviembre. Esta festividad se divide realmente en 2 partes: una destinada a los “muertecitos”, niños o angelitos (Octubre 31 y Noviembre 1) y la de los adultos (Noviembre 1 y 2).

Son muy pocas las referencias de las festividades dedicadas a los muertos en la época prehispana, si bien estas se realizaban en diferentes meses ya que al mismo tiempo se rendía culto al dios de la fiesta. Estas festividades eran muy solemnes, se entonaban cantos, se danzaba, se ofrecían todo tipo de ofrendas a las imágenes de los dioses y a las sepulturas de los muertos (flores, frutas, gallinas, maíz, vestidos, mantas, legumbres, incienso, etc.), incluso se llegaban a realizar sacrificios humanos en algunas comunidades indígenas. Algunas culturas diferenciaban las fiestas para sus muertos, ya fueran estos niños (p.ej., fiesta de los muerecitos), la cual se realizaba con antelación, y la fiesta de los muertos adultos. Después de la Conquista, ambas fiestas comenzaron a celebrarse conjuntamente el día de Todos los Santos. Algunas culturas conservan, sin embargo, otras festividades dedicadas a los muertos en otros meses del año (véase cultura mexicana), por ejemplo, en el día de las madres, día de los niños, etc.

Es interesante señalar que la festividad dedicada a los difuntos tiene especial importancia dentro de la localidad, por ello muchos de los habitantes comienzas a hacer sus ahorros económicos para dicha fiesta, pero esto no basta pues los muertos no vienen a ver cuánto dinero se tiene si no a compartir los productos producidos por los vivos. Uno de los aspectos de esta tradicional fiesta es la concentración de los vecinos en el cementerio para arreglar las tumbas de sus muertos, pues “las almas de los difuntos retornan a su lugar”. En este bullicio, las sepulturas se cubren de flores, veladoras, fruta, comida, dándose el trueque de los artículos en algunos casos o simplemente el compartir y acercarse a saludar. Es decir, se trata de un momento comunitario, un acercamiento en la igualdad de la muerte.

Con relación a España, para aquellos del siglo XVI la celebración del día de difuntos era muy semejante, es decir, ofrenda de alimentos pues los muertos regresaban a la tierra a visitar y compartir los alimentos con sus parientes vivos, si bien no se trata de una creencia totalmente española sino de costumbres chinas y egipcias que les fueron heredadas a través de los árabes. Esta creencia estaba tan arraigada en la antigüedad que en algunos pueblos durante la víspera de la llegada de las benditas ánimas las familias no hacían la cama con el fin de que las almas de sus parientes pudieran descansar después de su largo viaje a este mundo.

PRESENTE Y FUTURO
Hoy día, si usted es el responsable de hacer los planes para alguien que ha muerto, entonces usted necesitará definir lo siguiente:

A. El Certificado de Defunción.
Es de obligada presentación.
B. Póliza de servicios funerarios.
C. ¿Qué tipo de servicio desea para la disposición del cuerpo?
Primero investigue si el difunto dejó una carta de instrucciones; si este es el caso, siga las instrucciones lo mejor que pueda; en caso contrario, su asesor/director funerario podrá ayudarle, o hacer usted algunas gestiones; tómeselo con calma, no permita que le presionen y demande tiempo extra para hacer los preparativos. Ninguna institución está autorizada para sacar un cadáver sin el consentimiento del familiar más próximo. Si van a haber donaciones del cuerpo o de órganos, deberá ponerse en contacto con la institución respectiva rápidamente.
Los tipos de servicio actualmente disponibles son:
1. Servicio Funerario: Usualmente se lleva a cabo en la Iglesia o en la funeraria, con el cuerpo presente, y se hace prontamente después de la muerte.
2. Servicio Memorial: Un memorial se lleva a cabo sin el cuerpo presente y puede tener lugar días o semanas después de la muerte. Puede realizarse en una Iglesia, en una funeraria o en un lugar público como un parque.
3. Servicio Fúnebre: Se realiza junto al sitio de la tumba justo antes del entierro, o en una capilla justo antes de la cremación.
4. Cremación: Cuando se elige la cremación, pueden tenerse los servicios descritos anteriormente, solo que el cuerpo es llevado al cuarto de incineramiento.
5. Servicio de Envío: Para enviar un cadáver a otra ciudad o país.
6. Servicio de Recibo:  Para recibir un cadáver de otro departamento o país.
7. Elección de ataúdes, contenedores alternativos y urnas: Los ataúdes están disponibles en diferentes materiales: madera, acero, cobre, aleaciones, etc.; los contenedores alternativos pueden ser cajas de cartón o de madera en forma de ataúd para las cremaciones; las urnas para las cenizas pueden ser de cerámica, madera, granito, mármol, etc.
8. Disposición del cuerpo: Usualmente es en un cementerio; dispone de varias alternativas: lote, bóveda, placa conmemorativa, cripta/mausoleo, columbario, con los gastos de mantenimiento respectivos.

D. Ceremonias según las diferentes tradiciones religiosas
Cristiano Ortodoxo: Un entierro tradicional con servicio en la iglesia.
Católico: Misa en la iglesia. La mayoría de los católicos eligen un entierro tradicional con un día de velorio y visitas.
Judío Ortodoxo: Se exige el entierro del cuerpo en las primera 24 horas de ocurrida la muerte, sin embalsamamiento ni velación; ataúdes de madera.
Griega Ortodoxa: Un entierro tradicional con servicio en la iglesia.
Evangélica: Entierro tradicional con velorio y visitas.
Musulmán: Servicio tradicional de velorio y visitación con servicio en una iglesia o en una funeraria; los miembros de la comunidad acostumbran vestir y maquillar el cuerpo; entierro del cuerpo en las primera 24 horas de ocurrida la muerte.
Hindú/Islámico: Cremación de manera tradicional el mismo día y visitación.

E. ¿Posee la persona fallecida algún beneficio en particular? (p.ej., militar, policía).

Como una forma de reaccionar a la tradición funeraria, y con el ánimo de expresar nuevas formas de pensamiento y expresión artística fúnebre, surge en Europa (Amsterdan, Holanda) el “Funeral Alternativo”, considerado por algunos como la nueva Ars Moriendi. Sus elementos más característicos son:

Ataúdes en forma de cuna o pintados con motivos florales, fuegos artificiales (cohetes conocidos como Last Rest Rocket)  que esparcen en el cielo las cenizas del difunto, Funeraire Café (café funerario donde se reúnen artistas, intelectuales y empresarios del ramo), oficinas y representaciones de funerarias y crematorios que ofrecen paquetes de entierros y cremaciones a medida, galerías especializadas en arte funerario, armarios-ataúdes, lápidas inusuales (incluidas las lápidas de miga de pan), ataúdes ensamblables, funerales “hágalo-usted-mismo”, funerales ecológicos (sin lápidas ni recordatorios, solo se planta una flor o un árbol), casas de banquetes fúnebres organizados, esculturas o adornos recordatorios en lugar de lápidas que pueden ser colocados en interiores o jardines.

Como hemos vistos, un funeral bien planeado puede facilitar el proceso de recuperación tras la pérdida de un ser querido y ayudar a disminuir la probabilidad de un duelo patológico. Además, es evidente la considerable dificultad que los deudos tienen para manejar los elementos de su propia situación; como parte de la fase inicial de shock y aturdimiento, frecuentemente no saben reiniciar las actividades de la vida diaria que abandonaron antes de la muerte y el ir-muriéndose de su ser querido. Una gran parte de estos problemas deriva de su propio “status”, que les deja libre la posibilidad de ser tratados con demostraciones de pesar, sin importar como haya sido su comportamiento inicial.

De todos es conocido que durante la fase inicial del duelo predominan sentimientos de incredulidad, aturdimiento, confusión, inquietud y trastornos de memoria transitorios (relacionados con una afectación temporal de la capacidad de concentración y de la atención). Debido a estos trastornos, y a que el deudo suele estar más hipersensible a la información que proviene de la comunicación infraverbal que de la verbal, el mejor reconocimiento de la realidad de la pérdida durante esta fase inicial del duelo dependerá mucho de la información obtenida visualmente.

Por otra parte, sabemos que la negación de la muerte y el duelo, y la simplificación de los rituales funerarios, se asocia a una mayor dificultad en la recuperación por la pérdida de un ser querido, debemos entonces recuperar, potenciar y/o rehabilitar aquellos rituales que ofrezcan al deudo mayor información visual importante para facilitar su reconocimiento de la realidad.

Ante el deterioro de las costumbres funerarias, tan necesarias para el proceso de recuperación, debemos entonces conservar lo poco que aún se tiene e intentar encontrar otros recursos (fundamentalmente comunitarios) que nos permitan recuperarnos de la pérdida de nuestros familiares.

Fuente: http://montedeoya.homestead.com/rituales.html

BOTIQUIN DE PRIMEROS AUXILIOS ESPIRITUALES-1344

De la misma forma que en situaciones de urgencia física  (por ejemplo, ante una herida o quemadura) acudimos a nuestro botiquín personal, familiar o empresarial de primeros auxilios, igualmente debemos implementar nuestro “botiquín de primeros auxilios espirituales” en caso de dolor TOTAL. He aquí algunas ideas aportadas por los grupos de duelo:

1. Pañuelos desechables

2. Devocionario o Biblia

3. Libro preferido

4. Teléfonos de amigos que nos pueden ayudar y que saben escuchar

5. Fotos que nos traen gratos recuerdos

6. Frases célebres o reflexiones escritas o grabadas

7. Objetos personales del fallecido

8. Cartas personales

9. Música preferida por el fallecido o por uno mismo

10. Radio-grabadora para escuchar o reproducir

11. Grabación de audio o imagen (VHS)

12. Libreta y bolígrafo para tomar apuntes

13. Vela, veladora o velón

Fuente: http://montedeoya.homestead.com/botiquin.html

Superar la ansiedad

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Superar la ansiedad – Primera Parte

PRIMERA PARTE

Desde hace ya unos cuantos años la palabra ansiedad ocupa espacios cada vez mayores en los medios de comunicación masiva. Vocablo bastante técnico, salido del ámbito de la psicología clínica, nos llega dando una voltereta extraña. Se trata de la traducción del inglés anxiety , para el que en castellano ya contábamos con la expresión angustia. La diseminación masiva de múltiples modalidades de la angustia como fenómeno social, desvinculada de eventos catastróficos, y en cambio incluida en la cotidianeidad, es el elemento más novedoso cuando nos ponemos a considerar la angustia contemporánea. Precisamente, la inclusión de muy altos niveles de ansiedad en nuestra vida diaria pareciera querer mostrarnos que algo hemos hecho con nuestra existencia que la ha tornado inhumana. Veamos qué queremos decir. Conocimos la angustia existencial en los años cuarenta gracias a la enorme difusión que lograron las ideas de los filósofos existencialistas. Asimismo experimentamos, como sociedad, angustia en numerosísimas oportunidades, atravesando catástrofes y tragedias que nunca faltan. Sin embargo, la angustia que se ha transformado en problema de salud pública en nuestras sociedades modernas, no es ni aquella mentada por los existencialistas como relativa a nuestra percepción de la finitud de la vida, ni la que proviene del horror de las tragedias. No. La angustia contemporánea está ligada a la opresión y al sinsentido que experimentamos al darnos una vida plagada de sobre-exigencias, urgencias, apremios y una honda separación de aquello que desde siempre ha representado la fuente de la alegría y el sentido del vivir: nuestros afectos, el cultivo amoroso de los vínculos íntimos, la conexión con la Naturaleza y el cuidado de lo viviente. Es así que la angustia, o ansiedad, como queráis llamarla, es hoy hija de ese otro fenómeno paradigmático del mundo contemporáneo: el stress.

Esta palabra también salió del laboratorio para instalarse en medio de las conversaciones familiares. Originalmente designó los cambios biológicos que los científicos detectaban al estudiar un organismo atravesando alguna situación acuciante. Por lo tanto lo llamaron síndrome general de adaptación, en donde la palabra adaptación se refiere a los ajustes necesarios para salir de una situación riesgosa. Claro, se supone que una vez que la lucha o la fuga permiten deshacerse del peligro, el organismo en cuestión recupera su anterior estado calmo. Pero ¿qué sucede si esa situación riesgosa se prolonga por mucho tiempo?, o ¡incluso indefinidamente! Estamos preparados, orgánicamente, para enfrentar momentos graves o peligrosos, pero nos deterioramos mucho si el estado de sobre-exigencia no cesa jamás. Esa es la situación típicamente humana y contemporánea de stress a que nos referimos en este artículo.

La vivencia de amenaza, la sensación de peligro, generan un estado particular de angustia que se conoce como angustia señal , o simplemente miedo. El miedo promueve toda una cascada de dispositivos nerviosos y hormonales que preparan nuestro cuerpo para escapar o para luchar. Esos dispositivos son muy precisos y eficaces, así como perjudiciales si se prolongan exageradamente en el tiempo. En un primer momento de la situación de stress producimos grandes cantidades de adrenalina con lo que se eleva nuestra presión arterial, nuestro corazón late más fuerte, se dilatan las pupilas y así también muchos otros ajustes fisiológicos muy importantes. Un momento después otra hormona de la glándula suprarrenal, el cortisol, comienza a segregarse en grandes cantidades, lo que refuerza y profundiza el estado anterior. Si la situación se mantiene, y entramos en un estado de stress crónico nuestro organismo comienza a sufrir y a tornarse más vulnerable. Los elevados niveles de cortisol en la sangre nos hacen proclives a que ese estado que comenzó con stress y siguió con angustia entre ahora en la depresión. En efecto, la depresión es muchas veces el resultado del stress crónico y la angustia sostenidos durante tiempos exageradamente prolongados. El exceso de cortisol también deprime nuestras defensas volviéndonos más susceptibles de contraer enfermedades infecciosas. Como esas defensas son las mismas que nos protegen del crecimiento de células tumorales, aumenta la predisposición al cáncer. El panorama se torna desolador, más si consideramos que los estados de ansiedad desmesuradamente elevados, capaces de introducirnos en estos laberintos fisiológicos, en los cuales es más fácil entrar que encontrar el camino de salida, inciden en porcentajes muy altos de la población. Estadísticas coincidentes en muchos países aseguran que casi el 50% de la población urbana padecerá en algún momento de su vida alguna forma de trastorno por ansiedad, y que en el 10% de los casos se tratará de crisis de pánico. La presencia simultánea de síntomas de ansiedad y depresión se da en el 58% de los pacientes con trastornos por ansiedad, según muestran las estadísticas más estrictas. Aparece así un conjunto, de presentación harto frecuente, constituido por stress-ansiedad-depresión-enfermedad orgánica, que exige nuestra más cuidadosa atención.

Ni la angustia ni el miedo son nuestros enemigos. El miedo nos protege de riesgos y peligros. La angustia es el resultado de no ser ignorantes ni tontos: sabemos que el dolor, el sufrimiento y la muerte existen, que son parte de nuestra vida y que deberemos verles la cara en más de un momento. Nuestros enemigos son la angustia desbordada y el miedo disfuncional, frutos ambos de conflictos psicológicos que se nos escapan, de relaciones tóxicas en las que nos involucramos o de la desmesura con que conducimos nuestra vida. Sobre ellos debemos actuar.

La ansiedad se presenta casi siempre como un trastorno del cuerpo. Sobreviene un mareo, o la sensación de percibir intensamente los latidos del corazón. Se nubla la vista, aparece dificultad de respirar o una indefinible sensación gástrica que nos impide disfrutar de la comida. El cuerpo y sus sensaciones devienen amenazantes. Anuncian el abismo. Algunos pensamientos pueden acompañar el descalabro: â??me estoy volviendo locoâ?, â??tengo miedo que esto vuelva a repetirse, ya no lo soportoâ?, â??algo horrible está por ocurrirâ?, â??esto se me va de las manos, temo perder el controlâ?, â??me da mucha vergüenza que alguien note que estoy tan asustadoâ?. A esta situación, finalmente, puede llegarse por muchos caminos diferentes, de acuerdo con la personalidad de cada quién. Tal como a un infierno personal, puede arribarse allí por un camino asfaltado de buenas intenciones. A la angustia neurótica también podemos llegar montados sobre nuestras más personales características. Si bien la ansiedad a nadie es ajena, se nos hará más patente si nos instalamos en algunas actitudes en particular, que muchas veces nos parecen perfectamente virtuosas. Veamos si no. Carmen se vanagloria de ser notablemente puntillosa y perfeccionista y cae fácilmente en la desesperación al querer controlarlo todo, deslizándose como por un tobogán hacia la impotencia y el descontrol. Juan Carlos no logra discriminar entre la responsabilidad propia y la ajena y se echa en la mochila el destino de media familia y algún que otro conocido, la culpa neurótica y paralizante le hará temer todo el tiempo la inminencia de catástrofes. Julieta permanece ávidamente dependiente de la aprobación continua de los otros y persiguiendo el éxito como su único alimento se aleja tanto de su propia naturaleza que se vuelve incapaz de interpretar las sabias señales que provienen de su propio cuerpo. Magdalena se desprecia, comparándose siempre desventajosamente con medio mundo. En lo que supone es afán de superación, descalifica lo que es y lo que hace, esa errónea actitud por mejorarse, inhibe su auténtica expresividad llenándola de síntomas y dolencias. Eugenio cree que todo aquello percibido como propio, que no coincide con los ideales transmitidos por sus padres, denota alguna especie de naturaleza maligna que anida en su interior, interpreta muchos de sus impulsos y tendencias como peligros incontrolables a cuya merced está, y termina debatiéndose interminablemente entre el hipercontrol y las explosiones de ira. Federico se propone ideales inalcanzables, que no toman en cuenta sus verdaderos recursos y posibilidades, sometiéndose a estados de insatisfacción permanente, una especie de sed existencial que nunca logra saciarse. La lista podría tornarse interminable. Tal vez nos sirva para darnos cuenta que cuando los síntomas de la angustia se hacen claramente presentes, nos están señalando que ha llegado la hora de revisar qué estoy haciendo con mi vida, y comenzar a considerar si no habrá cambios para instrumentar.

Dr. Alejandro Napolitano
Junio 2005
www.bairesgestalt.com.ar

http://www.bairesgestalt.com.ar/mentesana1.htm

Acerca de la Dependencia Psicológica

MATERIAL BIBLIOGRÁFICO

Acerca de la Dependencia Psicológica – Primera Parte

Una tarde apacible de verano, ver llover sobre las plantas, en la galería de la casa. Caminar descalzo sobre el césped recién cortado. Sentarse a comer ese plato favorito en la compañía deseada. Deslizarse con el auto por la carretera escuchando la música de mi juventud. La dulce e intensa intimidad de una noche amorosa que se demora hasta el amanecer. El sobresalto al leer, ensimismado, viajando en el metro, el remate rotundo de ese poema de Borges. El aroma del café, que está siendo preparado para mí, percibido apenas, mientras no acabo de remolonear en la cama.

Experiencias de placer. Momentos ajenos al dolor y al deber, guardados por la memoria como representantes de la felicidad. Hay quien asegura que la felicidad es eso, un registro de la memoria: nos damos cuenta que hemos sido felices.

Detenerse en el placer, demorarlo, anticiparlo, provocarlo, intentar repetirlo, ¿qué tiene eso de malo? O es acaso que debiéramos procurarnos el dolor, eso que la vida trae sola y sin ayuda. O sólo atender al deber y la obligación, acreditando activos en una cuenta, que vaya a saber cuándo y en qué condiciones pasaremos a cobrar.

Es fácil evocar en casi cualquier persona la experiencia del placer a partir de los ejemplos que imaginamos más arriba, todos ellos tienen algo de universales. No obstante el placer nos llega muchas veces por vericuetos enrevesados. Si lo observamos detenidamente veremos que muchísimas cosas y situaciones nos pueden provocar placer, y, con el debido adiestramiento, casi todo puede llegar a ser placentero, hasta el sufrimiento mismo, hasta lo destructivo. ¿Cómo es esto posible? Se trata de uno de los problemas más complejos que ha enfrentado la Psicología desde sus inicios, y resolverlo, aún parcialmente, ha desvelado a muchos estudiosos, hasta el día de hoy. Hay cosas que nos gustan, y que además nos gusta que nos gusten. Los atardeceres sobre el mar por ejemplo. Nos gusta reconocernos y ser reconocidos como personas sensibles, capaces de conmoverse por los matices del naranja y el rojo del sol hundiéndose en el mar. Hay cosas que no nos gustan, pero nos gustaría que nos gustasen, la música contemporánea podría ser el caso. Eso nos mostraría como personas cultas, de intereses estéticos diversos, capaces de encontrar la belleza donde todos hallan ruidos incomprensibles. Hay cosas que nos gustan, a veces muchísimo, pero no nos gusta que nos gusten, como ese programa chabacano de la TV, o hurgarnos con la lengua la oquedad de una muela. Demuestra que tenemos aspectos que juzgamos tontos u ordinarios y no nos gusta mostrarlos. Mantenemos así, una colección privada de placeres secretos, casi nunca compartidos. Vemos entonces, que la relación con nuestro placer es a veces armónica y a veces conflictiva. Muchas veces no acuerdo con ese placer intenso que siento surgir desde una profundidad en mí que no quiero reconocer como propia.

Hay también en el placer un elemento que debemos considerar, y es lo que llamábamos antes el adiestramiento o la educación para el placer. A todos nos gusta espontáneamente, desde niños, lo dulce, pero los sabores amargos o ácidos de algunas bebidas o alimentos, debemos aprender a gustarlos, probándolos de a poco, hasta que logramos apreciarlos intensamente. Puede suceder que algo llegue a gustarnos sólo después de un largo aprendizaje que incluye un gran esfuerzo, emprendido tan sólo porque estamos convencidos que aquello es algo bueno, bello o muy nutritivo. Por ejemplo, disfrutar de poder correr diez kilómetros, o de tocar la serie completa del Clave Bien Temperado de Bach. Curiosamente, también puedo entrenarme, con gran ahínco, para encontrar placer en producirme pequeños cortes con una navaja en el antebrazo, si tengo éxito los cortes serán cada vez mayores. ¿En qué momento de mi historia y bajo cuáles circunstancias logré anudar el goce con esa actitud autodestructiva? Difícil saberlo, pero es harto frecuente hallar situaciones humanas en las cuales el placer, el dolor y la autodestrucción se hallan entretejidas en una trama de apariencia indisoluble. El placer es â??hacia la vidaâ? en algunos de nuestros ejemplos, y â??hacia la muerteâ? en otros. Parece ser, entonces, que sólo el placer, él y por sí mismo, si bien necesario, no es suficiente para informarnos acerca de aquello, que a falta de una expresión mejor, llamaremos â??lo bueno de la vidaâ?.

La psicología nos ha enseñado, desde hace mucho tiempo, que existe una tendencia espontánea y universal en nuestro psiquismo que alimenta la esperanza ilusoria de mantener estables e indefinidamente prolongados en el tiempo, estados carentes de conflictos y por lo tanto de sufrimiento. Estados en los cuales todos nuestros deseos pueden cumplirse sin generar desacuerdos ni confrontaciones de ningún tipo. Esta fantasía infantil, anidada en lo profundo de nuestra mente inconsciente, se resiste a incluir la alternancia entre placer y dolor como una regla básica del estatuto de la existencia humana. Llevar esta convicción al extremo, suele conducir a las personas a atrincherarse en las mil variantes de los paraísos artificiales, algunas más peligrosas que otras. Al cabo, el dolor que se intentó evitar, irrumpe multiplicado e inmanejable. Esta creencia, a todas vistas un poco loca, forma parte de la raíz y naturaleza de nuestro ego. Han sido las psicologías derivadas del pensamiento de algunas de las culturas de Oriente quienes mejor nos han señalado la vía de salida de esta trampa ilusoria, al enseñarnos que tanto el placer como el dolor son experiencias alternantes e impermanentes, que deben ser transitadas (no descartadas sino trascendidas) para alcanzar la verdadera naturaleza de nuestro ser.

Los seres humanos somos muy complejos. Si nos comparamos con nuestros hermanos los animales, esa complejidad de nuestro funcionamiento mental y de nuestro comportamiento la vemos proviniendo de una mayor complejidad en el desarrollo cerebral. A medida que esa complejidad fue desplegándose en el comportamiento y en la cultura, la satisfacción de las necesidades y la obtención de placer fue haciéndose cada vez más sofisticada y comenzó a alejarse de los primitivos objetos y situaciones capaces de proporcionar satisfacción. Así es como el puro hambre biológico dio lugar a los diversos y refinados apetitos satisfechos por el arte culinario, o como el ritmo de la actividad sexual dejó de estar marcado por el celo y la necesidad reproductiva, para devenir en un fin en sí mismo, en el cual la necesidad a satisfacer es la obtención de placer misma. Accedemos así entonces, a lo que Foucault llama el uso de los placeres . La palabra uso , alude a la posibilidad de acceder al placer en la misma forma en que uno lo hace a cualquier instrumento que esta allí para ser utilizado, según mi necesidad y conveniencia: un destornillador, un CD, un automóvil o un software. Semejante posibilidad de manejo del placer implica una verdadera revolución en la historia de los seres vivos, y es exclusivamente humana. Se originan así entonces una nueva serie de problemas y preocupaciones acerca de cuáles son las mejores maneras de administrar y regular ese poder sobre el placer, ya que, tempranamente se advierte que, librado a su antojo puede resultar nocivo. Todas las religiones, sistemas morales e ideologías, cada una en su momento, han tenido algo para decir sobre este espinoso asunto.

Es importante que aclaremos que cuando hablamos de uso en cuestiones referidas a la conducta humana, surge la posibilidad de considerar el pasaje al abuso y a la dependencia . Es así que uso, abuso y dependencia representan un tríptico de progresivos pasos posibles en la relación de los seres humanos con la búsqueda y administración del placer, y (¡a no olvidarlo!) con la evitación del dolor. Las situaciones de dependencia quedan establecidas cuando la persona comienza a vivir por y para el objeto de su placer. El hombre, a lo largo de la evolución histórica, ha tenido acceso a operar en forma, a veces directa y a veces mediatizada, sobre lo que conocemos hoy en día, desde la neurobiología, como circuitos de recompensa. Los circuitos de recompensa son conexiones estables de nuestro cerebro, cuya activación produce vivencia de placer. Su funcionamiento, aunque no las consecuencias del mismo, permanece por debajo del nivel de la conciencia. Las sustancias desde antiguo conocidas como adictivas (cocaína, heroína, marihuana, etc.) producen (con algunas diferencias) la puesta en marcha de estos circuitos. El uso sostenido de las mismas desarrolla (con variaciones entre las diferentes sustancias) tolerancia (necesidad de aumentar la dosis para obtener igual efecto) y dependencia. La dependencia es algunas veces psicológica (necesidad impostergable de volver a vivir la sensación placentera) y otras veces, además de psicológica, física, ya que las sustancias en cuestión pasan a formar parte del propio metabolismo cerebral, no pudiendo ser interrumpida bruscamente su administración, sino a costo de provocar intensísimos síntomas desagradables, que a veces pueden poner en riesgo la vida (síndrome de abstinencia). Cuando se llega a ese punto el tejido nervioso ya no puede trabajar en ausencia de la sustancia extraña, iniciándose un proceso de deterioro progresivo. Es conocido el experimento hecho en ratas de laboratorio que ilustra la situación. Se implantan electrodos en el cerebro del roedor que al ser activados producen el efecto placentero. Se le enseña al animal a activarlos mediante una palanca que puede accionar con la pata. Llegados a este punto los animales se autoestimulan interminablemente. Dejan de comer y beber y mueren exhaustos. La activación antojadiza de estos circuitos de recompensa es un ejemplo inmejorable de aquella situación humana inmortalizada en la historia del aprendiz de brujo. Un joven estudiante aprende, espiando al viejo brujo, cómo hacer para que los cubos de agua se llenen y vacíen solos, y la escoba barra por sí misma, sin que él deba ocuparse de manejarla. Cuando le toca asear el gabinete echa mano de las palabras mágicas y pone en funcionamiento el hechizo. Todo funciona bien hasta que se da cuenta que no conoce el conjuro para detenerlos. El viejo brujo llega, para frenar el caos, evitando justo a tiempo que el infeliz aprendiz muera ahogado. En la historia de las adicciones, muchas veces el viejo brujo no llega a tiempo.

No obstante los ribetes trágicos que pueden adquirir las situaciones humanas de adicción a sustancias, la historia de las adicciones y la dependencia está menos ligada, en su génesis, al uso de químicos que a la actitud psicológica que hemos caracterizado en este artículo. La utilización de sustancias químicas o alcohol le añade un elemento dramático al complicar la salud corporal en el descalabro, y empeorar el pronóstico, pero el puntapié inicial está dado por una tendencia a resolver los conflictos a través de una actitud infantil regresiva y negadora, a evitar enfrentar el dolor, a conducirse omnipotente y mágicamente con los deseos, a refugiarse en la fantasía de resoluciones ilusorias y evasivas de los problemas que la vida trae. Es así que podemos tornarnos dependientes en una cantidad interminable de situaciones. Podemos establecer vínculos de uso abuso y dependencia, entregando nuestra vida a un vivir por y para el juego, una relación de pareja simbiótica, las compras compulsivas, el trabajo, el sexo, internet, y cuanta cosa se cruce en nuestro camino.

Dr. Alejandro Napolitano
Enero 2006
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REHABILITACIÓN

La dependencia psicológica y la entrega de la libertad
De Anarcopedia
por Juan Morillo

La legitimidad del Estado y sus gobernantes no se basa principalmente en la represión, sino en la condescendencia de sus ciudadanos. Son ellos los que hacen que sea soberano, es decir, que sus decisiones sean \”finales\”.

El sometimiento no es físico, sino psíquico. La estabilidad social depende del hecho de que los hombres se encuentren en una situación psíquica que los arraigue a una situación social concreta.

La esfera política puede influir y fomentar esta condescendencia consiguiendo que se perpetúe en el individuo adulto la situación psíquica que experimentó en la infancia cuando no podía sobrevivir sin su familia, y cuyos impulsos vitales se adhirieron primeramente a los objetos que le daban protección y satisfacción frente al desamparo: su madre y su padre.

La dependencia psíquica infantil que se promueve hace que el Estado se imponga en el inconsciente del individuo como una figura paterna. Lo cual lleva consigo una evidente adoración y veneración hacia las políticas estatales intervencionistas. Principalmente en todo lo relativo a los derechos positivos, es decir, los derechos que supuestamente tiene una persona a que se le cubran una serie de necesidades: salud, vivienda, trabajo, alimentación e incluso una renta fija mínima.

El individuo adulto espera que el Estado, cumpliendo con su función paterna, elimine la crueldad y la incertidumbre del destino, además de compensarlo por los sufrimientos, las frustraciones y las necesidades que acarrean una vida civilizada en común.

El extremo es el hedonista político (que diría Strauss), que llega incluso a reverenciar a los representantes políticos ya que los considera sabios y cree que desean su bien y su felicidad. Entiende que es un buen ciudadano porque cumple con todo lo estipulado por la élite política sin ningún espíritu crítico, creyendo que es lo apropiado y lo justo, de la misma forma que de niño acataba sin más las afirmaciones de su padre. Su docilidad consigue un premio o recompensa: el elogio de éstos. Además, esto refuerza a la clase política y a toda la maquinaria estatal, ya que la culpabilidad de sus acciones no recaerá en ellos, sino en los propios ciudadanos, que asumirán toda la responsabilidad.

El hombre necesita darse cuenta que esta situación desemboca en una eterna infancia, en donde lo único que busca el individuo adulto es evadirse de sus responsabilidades.

El objetivo del hombre adulto es deshacerse de estas cadenas políticas. Debe romper esa dinámica para ser verdaderamente libre; debe sustituir la dependencia por autonomía; debe cortar esos vínculos primarios porque impiden su desarrollo humano completo; debe realizar su individualidad y no subordinarse a un poder exterior a sí mismo; debe, en definitiva, creer que le es posible autogobernarse y tomar sus propias decisiones, en vez de estar ansioso de entregar su libertad.