El duelo de los niños no es un problema aislado de las pérdidas identificadas del niño; es endémico y global. Nuestro objetivo es aprender a identificar su duelo y trabajar con él constructivamente. Nosotros necesitamos proteger y preparar a nuestros jóvenes para vivir en su mundo y hacerlo nuestro mundo también. Cuanto más neguemos su duelo, tanto más se sentirán solos y vulnerables. Al reconocer su pérdida, estaremos reconociendo su realidad como verdadera y válida (Goldman, L.: Life & Loss. A guide to help grieving children. 2nd Edition, Accelerated Development Inc. 2000)
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EL NIÑO Y LA MUERTE
Qué hacer cuando la muerte ocurre en la familia y tenemos niños pequeños.
Ayudando a los niños a enfrentar la muerte de un ser querido.
Aunque los adultos suelen tratar con franqueza los aspectos relacionados con la muerte y el duelo (su dolor, su tristeza, su angustia, la forma de expresar sus sentimientos), los niños, como grupo, suelen estar excluidos de tener que expresarse de una manera determinada (se les deja solos o se les evita, por todos los medios posibles, toda expresión de dolor).
Comúnmente se cree que los niños de nuestra cultura no sufren a penas disgustos (o se pretende que no tengan ninguno), y cuando sufren una pérdida, se ofrece rápidamente un sustituto (algo que se pretende sustituya al objeto perdido), negándoles así la posibilidad de apreciar los beneficios que obtenían del objeto perdido y de la expresión, vivencia o afrontamiento de su dolor. El “sustituto” -ya no como “amortiguador” de su pena y dolor- se convierte en un “distractor” de la realidad que ha observado y que no le permiten considerar y analizar según sus propias posibilidades, pues ?hay que evitarles todo dolor?.
Sabemos, por puro sentido común y por experiencia, que cuando un niño hace una pregunta cualquiera, se suele referir a un suceso o a algo que ha observado; no obstante, cuando las preguntas se refieren a la muerte, en lugar de respuestas sencillas y sinceras, provoca una aprensión indebida en el adulto (se preocupan indebidamente) en lugar de la comprensión y el cariño que otras preguntas habitualmente desencadenan; se olvida que la vida cotidiana -o la televisión y los modernos video juegos- le ofrecen repetidamente a los niños bastantes situaciones en las que experimentar sensación de pérdida con diversos grados de aflicción; la muerte de una mascota suele ser un ejemplo clásico.
La forma en que el niño se adapta a la pérdida de algún objeto real o imaginario depende de muchos factores:
(1) La edad del niño en el momento de la pérdida;
(2) Características del objeto perdido: si se trata del padre, de la madre, del hermano, de la mascota, del juguete, etc.;
(3) Relación particular del niño con el objeto perdido (grado de apego o familiaridad con lo perdido);
(4) Las características de la pérdida (repentina, lenta o violenta);
(5) Sensibilidad y ayuda de los miembros supervivientes de la familia ante sus sentimientos y necesidades emocionales;
(6) Su propia experiencia de pérdidas anteriores;
(7) Su herencia familiar, enseñanza religiosa y cultural;
(8) Actitud que ha adquirido (aprendido) a través de la observación de la reacción de sus padres, otros adultos y compañeros ante la muerte de otros (aprendizaje vicario).
Por otra parte, cuando se produce una muerte en la familia se presenta un fenómeno muy común (y en algunos sectores la norma): aquel en el cual los niños son extraídos del entorno familiar inmediato (se les lleva a otra parte para que ?no presencien el dolor y no se angustien?) mientras los adultos se dedican a sufrir su propia pena, prescindiendo de consolarlos.
TIPOS DE PÉRDIDAS EN LA INFANCIA
Desde la pérdida de un diente en la infancia hasta la muerte de un padre, nos afligimos por lo que perdemos y deseamos que retorne, ya sea un juguete, una madre, una mascota o nuestra dignidad y respeto. Las pérdidas en la infancia pueden caer en una de las siguientes categorías:
1. Relacional
2. Ambiental
3. Habilidades y destrezas
4. Pérdida de futuro/protección del mundo de los adultos
5. Objetos externos
6. De si mismo
7. Hábitos
Pérdida de Relaciones
1. Muerte del padre, abuelo, hermano, amigo, compañero de clase, mascota.
2. Ausencia del profesor, padre, hermano, amigo.
3. No disponibilidad del padre por alcoholismo, drogadicción, prisión o divorcio.
Pérdida de objetos externos
1. Pérdida del juguete u objeto favorito (cobija, oso de peluche).
2. Pérdida por robo o extravío (diario, regalo especial).
3. Perder cosas de valor puede ser muy doloroso para un niño.
¿Qué podemos hacer por el niño?
1. Validar los sentimientos del niño por la pérdida de su posesión personal, una compañía verdaderamente importante.
2. Participar activamente en la búsqueda del objeto perdido.
3. Activamente utilizar un grupo de auto-ayuda.
Pérdida en el ambiente
1. Fuego, inundaciones, huracanes y otros desastres naturales.
2. Mudanzas, cambio de escuela, cambio de la estructura familiar.
3. Separación familiar.
La separación de la familia puede ser un proceso doloroso para un niño pequeño.
¿Qué podemos hacer por el niño?
1. Preparar al niño para la separación del padre. Si el padre se va una hora, un día, una semana, indefinidamente o para siempre, el niño necesita conocer los hechos. La discusión abierta disminuye la ansiedad.
2. Si la separación tiene una fecha definitiva, haga un calendario con el niño que le muestre cuánto tiempo queda para la separación, y déjelo en su habitación; así el niño puede marcar los días que van pasando.
3. Deje una foto del padre al lado de la cama del niño.
4. Use una grabadora para que el niño hable al padre o trabaje sus sentimientos respecto a la marcha del padre.
5. Deje el número de teléfono de otro adulto-cuidador que pueda apoyar al niño.
6. Informe al profesor de lo que ha pasado o pasará en la casa del niño.
Pérdida de sí mismo
1. Pérdida de partes físicas del cuerpo (un diente, un brazo, un ojo).
2. Pérdida de auto-estima; Abuso físico, sexual, emocional o deprivacional.
Los síntomas conductuales del duelo no siempre son pelea, llanto o expresiones exteriores; los niños pueden aislarse, señalar o despersonalizar la vida para escapar de aspectos del duelo muy dolorosos que si no sienten o no hablan son la única forma de sobrevivir.
¿Qué podemos hacer por el niño?
Con los niños menores de 3 años el primer objetivo es satisfacer sus necesidades primarias, físicas y de confort, que lo abracen, lo carguen y que le permitan regresiones apropiadas. Los adultos que abusan de los niños necesitan guía en trabajar con su rabia para que esté más libre y amen a sus hijos. Es importante que:
1. Animarle a no auto-culparse.
2. Animarle a contar una y otra vez la historia.
3. Asegurar el total alivio del abuso.
4. Mantener la privacidad.
5. Controlar su rabia acerca del abuso.
6. Ofrecer protección.
7. Recordar que algunas veces no hay signos visibles del abuso.
8. Reconocer sus malos sentimientos acerca del abuso.
Pérdida relacionada a habilidades y destrezas
1. Retrazarse en la escuela.
2. No ser escogido para el equipo de deportes.
3. Sobrepeso, trauma, enfermedad, incapacidad física.
4. Dislexia, Déficit de atención y otras diferencias del desarrollo.
¿Qué podemos hacer por los niños?
1. Reconocer los hechos y su lugar en el colegio
2. Permitir al niño la oportunidad de discutir su retención o pérdida abiertamente.
3. Incorporar los pensamientos y sentimientos del niño en experiencias creativas de escritura y lenguaje.
4. Aceptar al niño donde ellos se encuentre académica, atlética o físicamente usando proyectos y tareas diseñadas a su nivel de confort. Ver el crecimiento como un progreso individual y no como una comparación según estándares dónde el niño debería estar.
5. Crear un proyecto donde el niño pueda lucirse. Por ejemplo, debido a que el niño ha repetido el segundo grado y es el mayor de la clase, usar su mayor madurez de forma creativa (juegos, murales, proyectos de servicio).
6. Use cada oportunidad para estimular su auto-estima.
Pérdida relacionada a los hábitos
1. Chuparse el dedo, comerse las uñas, enrollarse el pelo en los dedos.
2. Cambio de patrones alimentarios o rutinas diarias.
3. Empezar o terminar la escuela.
¿Qué podemos hacer por los niños en caso de un accidente escolar?
1. Mantener los niños juntos para discutir los sentimientos acerca de su experiencia traumática.
2. Permitirle a cada niño el tiempo y el espacio para contar su propia versión de la historia. Esto les ayudará ver dónde necesitan apoyo y clarificación.
3. Deje que cada niño marque en un diagrama dónde se encontraba en el momento de los hechos y qué fue lo que vio.
4. Reconozca cualquier trauma que el niño sufrió.
5. Discuta los sentimientos de culpa que algún niño pueda sentir si éste no ha presentado ninguna herida física.
6. Identifique temores asociados a futuras actividades semejantes a la acaecida. Reasegure que se hará todo lo posible por su seguridad.
7. Haga una reunión escolar y discuta lo sucedido. Anime la discusión y la realización de preguntas. Esto permitirá a los niños que no estuvieron en el suceso responder a sus necesidades.
8. Informe a los padres de todos los niños en la escuela. Envíe a casa algunos datos del suceso y cómo manejarlo con los niños.
9. Escuche y responda con afecto, debido a que los niños a menudo se refieren a su asustadiza experiencia en sus conversaciones o juegos muchos meses después de acaecido el suceso. Hacer esto es normal y saludable.
10. Reasegure al niño que fue un accidente, que están bien y que todo irá bien.
11. Construya una red de apoyo telefónica para que los niños hablen unos con otros y compartan sus sentimientos.
12. Separe un espacio de tiempo durante el horario escolar para que los niños que compartieron el suceso puedan continuar compartiendo sus sentimientos.
Pérdida de futuro/protección del mundo de los adultos
1. Pérdida del modelo de rol.
2. Miedo de la escuela como un lugar peligroso.
3. Falta de motivación para el trabajo escolar.
4. Elección de la violencia como una forma de solucionar los problemas.
¿Qué podemos hacer por los niños?
1. Anime a la policía, entrenadores, hermanos/as mayores y ancianos a ser voluntarios como mentores y modelos de rol para los niños afligidos.
2. Fomente la conciencia del vecindario para crear programas de vigilancia para la protección de los niños antes y después del colegio.
3. Mantenga programas, reuniones y políticas escolares en relación con el comportamiento matón, la violencia y las armas en la escuela.
4. Los padres y el personal docente escolar pueden crear un espacio para que los niños hablen de sus temores y preocupaciones acerca de la violencia y el trauma que puede rodear sus vidas.
5. Facilite las reuniones de clase para que los niños puedan discutir con seguridad sus temores.
6. Utilice guías diseñadas por sistemas escolares para trabajar con niños que han experimentado violencia, abuso, muerte y otros traumas.
DESARROLLO DEL CONCEPTO DE MUERTE EN EL NIÑO
Qué entiende el niño por muerte según su edad
A pesar de los estudios que se han realizado sobre el concepto infantil de la muerte, no hay una idea clara de las respuestas de un niño menor de 4 años; sin embargo, para los mayores de esta edad existen algunos conceptos de interés para aquellos que de algún modo directo o indirecto se ven en la necesidad de tratar con la aflicción y el dolor de un niño. En este sentido, la edad del niño en el momento de la pérdida es el factor más importante debido a que la edad determina su comprensión de la muerte.
Entendiendo el complejo mundo del desarrollo del pensamiento del niño
Primera infancia (0-6 años)
Durante el primer año de edad el niño está ocupado en distinguir entre él mismo, el entorno que le rodea y la persona que lo atiende. Antes de 6 meses no es aún consciente de dónde acaba él y dónde empieza el resto; entre los 6 y los 12 meses distingue entre su madre y el resto de las personas que le rodean, manifestando una extraordinaria ansiedad al ser separado de ella, o de la persona que habitualmente se ocupa de él.
De 0 a 10 meses: Los bebés
Reacciones comunes a la muerte: lo que ellos saben y sienten acerca de la muerte
Reaccionan con angustia ante la pérdida de la principal persona que los cuidaba (usualmente la madre). Además, es posible que capten el dolor de quienes les rodean cuando éste toma forma de llantos, de cambios en el programa y en las rutinas, y de ruidos y estímulos adicionales en el ambiente del hogar. La ausencia de rostros sonrientes y de períodos de juegos, y el hecho de que ya no lo sostengan en brazos, puede tener un efecto acumulativo.
¿Qué hacer?
Intente mantener la misma rutina a la que el bebé está acostumbrado; minimice los sonidos y los sucesos inusuales que ocurran cerca de él (llantos, voces altas, gran cantidad de desconocidos), hasta que el ambiente familiar vuelva a ser, en la medida de lo posible, como era antes de que ocurriera la muerte.
A partir del año estará muy ocupado explorando su entorno con su recientemente adquirida actividad motriz (caminar); un paso significativo en el desarrollo del conocimiento (de su pensamiento) es la consciencia de la permanencia de un objeto que esté fuera de su campo visual (es decir, que aunque no lo vea, existe), que se produce al final del primer año; hasta que esto ocurra, los objetos que “no están a la vista”, no están en la mente. A partir de entonces, se verifica (se crea) una representación o imagen mental del objeto captado en su campo visual (lo que puede ver); a los 24 meses dará sus primeros pasos en el proceso de separación e individualización (de ser ?personita?), que no será alcanzado hasta el final de la adolescencia.
Antes de los 3 años: Los más pequeños
Reacciones comunes a la muerte
Llanto, apegamiento (conducta aferrada, se ?pega? al cuidador), trastornos del sueño y la alimentación, conducta regresiva (se orina en la cama, se chupar dedo), juego o lenguaje muy repetitivo.
Lo que ellos saben y sienten acerca de la muerte
Poca comprensión de su causa o finalidad, reaccionan a la separación, responden a los cambios en su mundo inmediato, curiosidad acerca de dónde van las cosas (?si algo no está visible, no existe?), la muerte es igualada a inmovilidad.
¿Qué decir y hacer?
a. Ofrezca explicaciones simples y en pocas palabras, y utilice elementos de la naturaleza en sus analogías. Relacione la información con el propio mundo del niño, en términos del sentido y actividades de la vida diaria: comer, dormir, oler, escuchar, correr, hablar, cantar y reír. Espere preguntas repetidas una y otra vez, como si la información no se le hubiera dicho antes.
b. Reasegure al niño de que ellos serán cuidados y que los adultos estarán siempre a su alrededor para cuidarlos hasta que ellos sean lo suficientemente mayores como para cuidar de ellos mismos. Mantenga las rutinas tanto como sea posible. Tranquilícelo y confórtelo en formas que sean familiares para él (mecerlo, acariciarlo, cantarle, jugar). Mantenga límites. Involúcrelos en el juego. Use fotos y libros de cuentos para explicarle los conceptos que estén a su nivel.
Los juegos simbólicos (sus juegos de la vida diaria) permiten al pre-escolar de 3-6 años exhibir (mostrar) su activo mundo de fantasía interior; por otra parte, a esta edad se ocupa sólo de su propio provecho. La actividad cognoscitiva del pre-escolar (su pensamiento y análisis del mismo) se caracteriza por su egocentrismo, pensamiento mágico, animismo, artificialismo y participación (pensamiento “operacional” según Piaget). Su comprensión del mundo se concibe desde una perspectiva bastante limitada: su propia experiencia.
El egocentrismo se entiende como la impresión de que es él el centro de todo lo que ocurre en el mundo; su lenguaje suele ser característico de esta forma de pensamiento: repite muchas veces lo que ya ha sido establecido por otros y establece dinámicos monólogos no dirigidos a nadie, aun cuando se halle en presencia de otras personas. El pensamiento mágico hace referencia a la idea que tiene el niño de que un suceso exterior cualquiera lo puede interpretar como resultado directo de sus deseos interiores, atribuyéndose un poder que muchas veces le resulta aterrador. El animismo se refiere al aspecto del pensamiento que atribuye consciencia a cosas o sucesos naturales. El artificialismo se refiere a la idea que posee el niño de que todos los objetos están construidos con un propósito determinado y la participación describe la idea de que todos los actos humanos y los procesos naturales interaccionan entre sí. El animismo, el artificialismo y la participación son tres de los aspectos más importantes para el posterior desarrollo del concepto de muerte en el niño.
Un aspecto fundamental y trascendental para las posteriores fases del desarrollo, y que describe otro aspecto del egocentrismo, es el mencionado pensamiento mágico; el niño, como origen de toda actividad en su mundo, se siente responsable de las consecuencias de sus ideas y fantasías en el mundo, de manera que un suceso exterior cualquiera lo puede interpretar como resultado directo de sus deseos interiores, atribuyéndose un poder que muchas veces le resulta aterrador; sus implicaciones en la construcción de un concepto de muerte, y en los sentimientos de culpa durante el duelo, son evidentes.
Su vocabulario cuenta con la palabra “morir” (y sus variantes) a la edad de 2 años y medio, y “vivir” a los 3 años. El niño pequeño sabe que el perrito está vivo, no así la silla. El pre-escolar posee ideas muy variadas en cuanto a lo que integra la vida, simultáneamente con lo que significa la muerte.
De 3 a 5 años: Pre-escolares
Reacciones comunes a la muerte
Miedo a la separación de los padres y otros seres queridos. Aferramiento, rabietas y explosiones de irritabilidad. Comportamiento de lucha, llanto y aislamiento. Conducta regresiva (se orina en la cama, se chupar el dedo). Trastornos del sueño (pesadillas, dificultad para dormir solo). Incremento en los temores usuales (oscuridad, monstruos). Pensamiento mágico. Creer que la persona reaparecerá. Actúa y habla como si la persona no estuviera enferma o todavía estuviera viva.
Lo que ellos saben y sienten acerca de la muerte
Se enfocan en detalles concretos. Personalizan la experiencia y creen que pueden haberla causado (?la muerte es un castigo por malas acciones o palabras?). Buscan el control de la situación. Igualan la muerte con las cosas que están inmóviles y la vida con las cosas que se mueven. Incapacidad para manejar el tiempo y el concepto de finalidad. Creen que la muerte es reversible. Creen que la persona muerta conserva cualidades de las personas vivas.
¿Qué decir y hacer?
a. Corrija la información errónea y las fantasías. Sea honesto y claro en sus respuestas; use explicaciones simples a cerca de la causa del evento o muerte (?algunas personas hacen cosas peligrosas?, ?cuando la gente muere no podemos verlas más pero podemos mirar sus fotos y recordarlas?). Relacione experiencias similares con la actual. Haga claras distinciones entre la experiencia del niño y la del familiar fallecido. Use un vocabulario real para referirse a la muerte y evite eufemismos. Use términos concretos para describir los lugares y las situaciones presentadas.
b. Ayúdele a clasificar y rotular sus reacciones y sentimientos. Refuerce el hecho de que el niño no es culpable, que sus pensamientos, comportamientos o palabras no hacen que la gente se lastime o muera. Refuerce el hecho de que la muerte no es una forma de castigo. Acepte fluctuaciones en su humor. Acepte su conducta regresiva pero ayúdele a recuperar el control. Proporciónele límites para conductas inapropiadas (?no puedes estar hasta las 10 de la noche despierto, acuéstate hasta que te de sueño?).
c. Establezca un cuidado consistente, seguro y estable. Permita la participación y elección del niño para asistir a las actividades del funeral y los servicios de recuerdo (memorial). Espere preguntas repetidas una y otra vez, como si la información no se le hubiera dicho antes. Espere que piensen que cuando alguien muere puede regresar. Cuéntele historias y muéstrele fotos de la persona que murió para crear una conexión y solidificar los recuerdos. Busque y anime la expresión de sentimientos en el juego, pintura, gritar, romper o rayar papel, etc. Use otros recursos externos, tales como libros.
El niño menor de 6 años percibe la muerte como separación de sus seres queridos, lo cual le resulta espantoso. No obstante, “cuando su madre le lee un cuento en el que Blanca Nieves espera al príncipe que le devolverá a la vida con un beso, cuando la televisión le muestra personajes que son golpeados, aplastados, reventados por explosiones, acribillados a balazos y ahogados muchas veces en cada episodio, cuando el “héroe del oeste” que muere de un disparo aparece momentos después en una propaganda, para él el ?estar muerto? es una especie de continuidad de la vida, una simple merma de la vitalidad que puede ser interrumpida al igual que el sueño, un fenómeno reversible. Su pensamiento mágico confunde fantasía y realidad; el concepto temporal del “para siempre” no existe: piensa de una manera concreta, y los primeros pensamientos se dirigen hacia el acto del entierro.
Si bien está bastante claro que el pre-escolar se entristece, también es cierto que no pueden tolerar tales sentimientos dolorosos durante largos períodos de tiempo, de forma que su aflicción es intensa y breve, a la vez que recurrente. Usualmente molestará a los padres durante la reunión familiar por la muerte de uno de sus miembros para salir alegre a la calle a jugar. Habitualmente las muestras de su aflicción se manifestarán en su comportamiento jugando o con el dibujo.
Concepto de muerte en el niño
Menor de 6 años
El niño menor de 6 años percibe la muerte como separación de sus seres queridos, lo cual le resulta espantoso. Para él el ?estar muerto? es una especie de continuidad de la vida, una simple merma de la vitalidad que puede ser interrumpida al igual que el sueño, un fenómeno reversible. Su pensamiento mágico confunde fantasía y realidad; el concepto temporal del “para siempre” de la muerte no existe. Por otra parte, no pueden tolerar tales sentimientos dolorosos durante largos períodos de tiempo, de forma que su aflicción es intensa y breve, a la vez que recurrente.
Entre los 5 y los 9 años más del 60% de los niños personifican a la muerte como a un ser con existencia propia, o la identifican con una persona muerta: la muerte es invisible pero acecha a escondidas en la noche, especialmente en las zonas donde hay cadáveres, como los cementerios.
6 a 12 años
El niño mayor de 6 años percibe la muerte como un ?castigo por malas acciones?; comienzan a aparecer las consecuencias de su educación religiosa, social y familiar. Sin embargo, la etiología de la muerte no es consistente; sus respuestas van encaminadas a causas específicas más que a procesos generales: flechas, pistolas, cuchilladas, explosiones, ataque al corazón, vejez, etc. Durante este período hay una auténtica curiosidad por ver lo que ocurre después de la muerte.
Entendiendo el complejo mundo del desarrollo del pensamiento del niño
Infancia media (6-12 años)
El niño mayor de 6 años comienza a considerar al mundo y a interpretar sus experiencias desde un punto de vista exterior -el de los compañeros del colegio, profesores, otros adultos, personajes de sus lecturas, etc. Su lenguaje es más comunicativo y menos egocéntrico; el pensamiento mágico aún persiste pero es mayor su habilidad para percibir la realidad.
Se trata de la etapa absolutista en su juicio moral (Piaget) en el que las reglas son sagradas e inmutables (p.ej., con sus juegos). Paralelamente a esta fase se da el realismo moral (Piaget) en el que el niño tiende a determinar la culpabilidad en función de la cantidad de daño infringido. Sin embargo, el niño comienza a considerar la intención, hasta llegar al punto en que distingue entre rotura accidental o intencionada.
La persistencia del pensamiento mágico y del egocentrismo se refleja en la concepción de muerte como un castigo por malas acciones; comienzan a aparecer las consecuencias de su educación religiosa, social y familiar. Sin embargo, la etiología de la muerte no es consistente; sus respuestas van encaminadas a causas específicas más que a procesos generales: flechas, pistolas, cuchilladas, explosiones, ataque al corazón, vejez, etc.
Durante este período hay una auténtica curiosidad por ver lo que ocurre después de la muerte (p.ej., desenterramiento de la mascota para seguir el proceso de descomposición); parece mostrar un control de los detalles como un mecanismo muy efectivo de competencia con la situación.
Entre los 5 y los 9 años más del 60% personifican la muerte como un ser con existencia propia, o la identifican con una persona muerta: la muerte es invisible pero acecha a escondidas en la noche, especialmente en las zonas donde hay cadáveres, como los cementerios.
De 6 a 9 años: Escolares tempranos
Reacciones comunes a la muerte
Rabia, pelea, comportamiento envalentado (de matón), negación, irritabilidad, culpa, fluctuaciones en el humor; miedo a la separación, a estar solo o a que recurran los hechos. Aislamiento, regresión, quejas físicas (dolor de estómago o de cabeza). Problemas escolares (ausentismo, dificultades académicas, dificultades de concentración).
Lo que ellos saben y sienten acerca de la muerte
Fascinación por los detalles, aumenta su vocabulario y su compresión de los conceptos. Mayor comprensión respecto a la propia salud personal y seguridad. Personificación de la muerte (cree en el ?hombre del saco?, en el ?chucho?). Relación dispareja entre las emociones y su comprensión de la muerte. Pensamiento mágico. Presencia del ?Síndrome del niño perfecto? (el niño que previene o corrige la muerte) o del ?Síndrome del niño malo? (ser malo como castigo por muertes pasadas y anticipación de futuros castigos). Deseos de reunirse con el muerto.
¿Qué decir y hacer?
a. Proporcione información clara y honesta, describiendo lo que usted sabe y, aún, admitiendo que no conoce la respuesta a ciertas preguntas. Describa cómo sucedieron los hechos, con detalle, según él los solicite; evite lo grotesco. Pregunte y conozca qué es lo que el niño piensa y sabe acerca de lo sucedido; no emita juicios sobre sus necesidades sin conocerlas. Sea muy concreto y, si es necesario o apropiado, use fotos o dibujos para explicar las cosas. Prepare/anticipe al niño futuros cambios y hable acerca de lo que esto significa para el niño.
b. Prepara al niño para cambios en sus rutinas o en el funcionamiento de la casa y deje que el niño conozca los diferentes arreglos. Anime la comunicación de sentimientos confusos y no placenteros. Valide y normalice sus reacciones y dificultades en la escuela, con los compañeros y en la familia. Permita la repetición de preguntas y la búsqueda de respuestas. Sea sensible a los mensajes de culpa del niño y corrija mitos y concepciones erróneas. Monitoree los cambios en otras áreas de su vida (académica, social, deporte, etc.).
c. Coopere con otros adultos de la red de apoyo al niño y que pueden ayudarle con los cambios en su vida (profesores, entrenadores, padres de un amigo, etc.). Anime su participación en actividades relacionadas con los servicios conmemorativos de acuerdo a los deseos del niño y a su horario, y entérese de cómo y cuándo el niño quiere contribuir a la realización de éste. Déle permiso para retirarse y volver a entrar en las reuniones familiares cuando así lo necesite. Use carteleras para visualmente describir, predecir y planear los eventos normales.
d. Anime el compromiso en actividades recreativas familiares y sociales apropiadas a la edad. Anime la expresión de sentimientos (verbalmente, en el juego, con arte, o privadamente, con los padres o compañeros). Ayude al niño a relacionarse con otros; discuta sus preferencias respecto al deseo de mantener sus pensamientos en privado; practique lo que dice cuando le explique la situación. Use recursos externos para la explicación de la información y los sentimientos (p.ej., libros).
En necesario que el niño adquiera cinco conceptos previos para poder comprender el abstracto concepto de muerte tal cual lo entendemos los adultos, ideas que no son por supuesto adquiridas todas de una vez:
1. Criterio de No-Funcionalidad: cuando el cuerpo se muere ya no funciona más: no tiene dolor, frío, hambre, no tiene que ir al baño, no tiene que respirar o comer, etc.
2. Es Permanente: es para siempre.
3. Es Inevitable: nadie puede evitarla.
4. Es Irreversible: no puede uno devolver o devolverse a la vida.
5. Es Universal: le sucede a todo lo que está vivo, nadie escapa de ella.
De 9 a 12 años: Escolares tardíos (pre-adolescentes)
Reacciones comunes a la muerte
Llanto, nostalgia, agresividad, irritabilidad, comportamiento envalentado (de matón) o de payaso, resentimiento, tristeza, soledad, aislamiento, miedos, ansiedad, pánico; supresión emocional, negación, evitación, culpa, vergüenza; trastornos del sueño, preocupaciones acerca de su salud, quejas físicas; problemas o declinar académico, rechazo escolar, trastornos de memoria; pensamientos repetitivos o hablar persistente con los compañeros, demanda exagerada de preocupación y necesidad de ayuda.
Lo que ellos saben y sienten acerca de la muerte
Comprensión madura de la muerte (es permanente, reversible, inevitable, universal y no funcional). Respuestas tipo adulto. Exagerados intentos por proteger/ayudar a los cuidadores y miembros de la familia. Sentido de responsabilidad en los conflictos familiares y deseo de continuar con el compromiso social. Sensación de ir de forma subterránea. Sentirse diferente a otros que no han experimentado una muerte.
¿Qué decir y hacer?
a. Anime una discusión más específica acerca de la causa de la muerte e invítele a hacer preguntas; permita que el niño exprese su relato personal de los hechos. Busque oportunidades para manejar sentimientos cuando el niño esté listo o cuando una situación diferente se origine; deje que el niño escoja su propio ritmo. Apoye y acepte la expresión de todo tipo de sentimientos. Eduque al niño acerca de las reacciones comunes (tristeza, soledad, dolor, rabia, etc.) y los riesgos involucrados al evitar los sentimientos difíciles.
b. Ofrezca o busque a otras personas o salidas que le ayuden a la expresión de sus emociones; recuerde algunos niños se siente incómodos expresando emociones fuertes a sus padres por miedo a trastornarlos o lastimarlos. Discuta los cambios que ocurrirán en la casa; pídale sugerencias cuando negocie nuevas formas de manejar la situación; evite cambios innecesarios. Anime la discusión acerca de cómo manejar nuevas responsabilidades. Pregúntele al niño cómo y qué quieren ellos decirle a otros respecto a lo sucedido (compañeros, amigos, profesores).
c. Acepte la ayuda de otras personas. Anime y permita el compromiso en actividades externas. Anime la conmemoración de la persona que murió de forma que sea para ellos personalmente significativo. Comparta aspecto de sus propias respuestas y formas de luchar.
REACCIONES DEL NIÑO: SU AFLICCIÓN
Las reacciones de aflicción que presentan los niños son variables; usualmente incluyen:
1. Tristeza, depresión.
2. Ansiedad (la ansiedad y la tensión interna pueden adoptar la forma de hiperactividad o de un comportamiento excesivamente activo, inquieto o agresivo).
3. Rabia.
4. Culpa.
5. Desorganización de su comportamiento que puede llegar incluso a la delincuencia.
6. Un sentido de vulnerabilidad e inseguridad personal, aislamiento.
7. Problemas conductuales y trastornos disciplinarios (en casa y en el colegio).
8. Trastornos del sueño, de la atención y de la concentración.
La reacción casi inmediata de un niño mayorcito cuando se entera de la muerte de un ser querido gira entorno a tres preguntas: ¿la causé yo?, ¿me puede ocurrir a mí, a papá o a mamá?, ¿quién cuidará de mi? Cualquier tipo de intervención o ayuda por parte de un adulto debe tratar con estas tres preguntas, y explicarle al niño todo lo referente a la enfermedad para que pueda establecer las diferencias pertinentes entre él y el difunto, y entre la causa real de muerte y la fantaseada (recordemos que el pensamiento mágico hace pensar al niño que él pudo tener algo que ver con la muerte de su ser querido; por tanto, deberá investigarse siempre cualquier idea de responsabilidad que el niño tenga y aclarársela).
A menudo los niños muy pequeños no presentan reacciones graves inmediatas a la muerte, aunque se haya verificado o presentado la correspondiente aflicción (sentimientos anteriormente descritos). Si este comportamiento persiste varias semanas (más de 4), deberá buscarse consejo profesional para ayudar eficazmente al niño; por otra parte, si el niño es incapaz de dominar la experiencia traumatizante de la muerte (le es muy doloroso), puede quedarse fijo o estancado en el nivel de desarrollo que poseía cuando aquella se produjo (es decir, el niño deja de crecer psicológicamente hablando y se comporta como un niño más pequeño que para su edad correspondiente). Esto habitualmente sucede cuando las fantasías infantiles y el pensamiento mágico no son corregidos por experiencias pertenecientes a la realidad (cuando se deja sin aclarar su responsabilidad y la causa de la muerte, permitiendo que el pensamiento mágico actúe sin un adulto que se lo corrija). En tales casos es imprescindible la intervención profesional. Los niños, como los adultos, experimentarán la pérdida de nuevo en días especiales (reacciones de aniversario en fechas especiales).
Reacciones ante la muerte de un hermano
Las reacciones de los niños ante la muerte de un hermano pueden variar desde ninguna respuesta aparente hasta la presencia de pesadillas, agresiones y problemas somáticos (molestias o dolores en el cuerpo); los niños expresan una gran variedad de sentimientos y reacciones aun cuando se mostrasen previamente bien adaptados a la enfermedad de sus hermanos.
Entre las molestias, quejas o comportamientos que pueden presentar, están:
(1) Enuresis (se orina en la cama), que aparece de primera vez o empeora si antes existía.
(2) Jaquecas (dolor de cabeza), que aparece de primera vez o empeora si antes existía.
(3) Deficiente rendimiento escolar, que aparece de primera vez o empeora si antes existía.
(4) Fobia escolar (no quieren ir al colegio), que aparece de primera vez o empeora si antes existía.
(5) Depresión, que aparece de primera vez o empeora si antes existía.
(6) Ansiedad grave, que aparece de primera vez o empeora si antes existía.
(7) Diversas quejas somáticas (dolores, molestias), que aparecen de primera vez o empeoran si antes existían.
(8) Preocupación por la responsabilidad de la muerte del hermano, que aparece de primera vez o empeora si antes existía.
(9) Temor de que ellos mismos morirán, que aparece de primera vez o empeora si antes existía.
(10) Resentimiento hacia los padres por pasar mucho tiempo con el hermano enfermo.
(11) Enojo con sus padres por dejarle morir, que aparece de primera vez o empeora si antes existía.
(12) Preocupaciones con fantasías acerca de la muerte, que aparecen de primera vez o empeoran si antes existían.
Cada una de estas molestias, quejas o comportamientos deberán se tratados (analizados con el niño o con la ayuda de un profesional en duelo) individualmente y paso a paso.
Un investigador americano describe la situación clínica del hermano superviviente de forma muy comprensiva y resumida con las siguientes palabras:
?La niña de 4 años, hermana de un niño leucémico, responderá a la muerte de éste con muchas emociones distintas, que pueden ir desde la tristeza al júbilo. El alivio al recobrar la actividad familiar normal, abandonando el centro médico y volviendo a casa, y el placer que experimenta ante la mayor atención que se le presta, pueden hacerse evidentes. Puede tener temores y, consecuentemente, sentimientos de culpa por todas las veces que posiblemente deseara la muerte de su hermano a causa de un favoritismo de los padres, real o imaginario, los días que se libró de la escuela o los tratos especiales de que fue objeto en el hospital. Si los padres no han preparado el duelo por anticipado (aflicción anticipatoria), el niño superviviente puede experimentar no sólo la pérdida de un compañero de juegos sino también la atención de sus padres. La pena de los padres puede ser interpretada como disgusto por sus pensamientos anteriores?.
El cáncer es la principal causa de muerte en la infancia en los países desarrollados después de los accidentes; esta sola circunstancia puede implicar dos consecuencias importantes para el duelo del hermano superviviente:
1. En primer lugar está lo relacionado con la aflicción anticipatoria (duelo o dolor previo, anticipado como una forma de prepararse para la muerte y el dolor real); las visitas al hermano enfermo suelen ser muy útiles mientras pueda ocurrir una interacción significativa y siempre y cuando el niño lo desee; esto les ayuda a reducir el potencial de culpa irracional (de que ellos han sido los culpables). Por otra parte, el resultado del duelo puede verse favorecido cuando la familia comparte el cuidado terminal, incluyendo a los hermanos.
2. En segundo lugar, y debido a que el niño enfermo puede permanecer la mayor parte de su enfermedad en el domicilio, incluso durante las fases terminales de la enfermedad, el impacto sobre el hermano superviviente puede ser mayor.
Los esfuerzos del niño superviviente por tratar de remplazar al hermano muerto, disminuyendo así el dolor de los padres -que, por otra parte, pueden estar afligidos a tal punto que el niño superviviente reciba poca atención-, es un fenómeno habitual; otras veces, los padres responden de forma sobreprotectora sobre la salud de este.
En aquellas familias cerradas y rígidas, con relaciones en extremo intrincadas, que no permiten la más mínima intervención de otros, la aflicción del niño puede verse complicada; los padres pertenecientes a una familia de este tipo tienden a reaccionar excesivamente ante cualquier signo de manifestación emocional aflictiva de alguno de sus hijos, de modo que una discusión habitual y carente de importancia entre hermanos puede interpretarse como un conflicto significativo relacionado con la muerte del hermano, o una pregunta inocente del niño provoca una explicación minuciosa y detallada que le producirá más ansiedad de la necesaria. Similarmente, en estas familias los niños son más propensos a asumir los problemas de otros, considerándose tal vez responsables de la enfermedad y muerte de su hermano.
Intervenciones precoces y preventivas con el niño superviviente (consejo profesional), sólo o con otros miembros de la familia, puede producir un resultado más apropiado del duelo, evitando o disminuyendo así dificultades y conflictos futuros.
DUELO EN EL ADOLESCENTE
Debido a la mayor madurez de su personalidad, los adolescentes pueden enfrentar en mejores condiciones las consecuencias de la muerte. A diferencia de los niños, no dependen por completo de sus padres para desarrollarse; no obstante, si pierden a uno de estos pueden presentar problemas muy peculiares a causa de la etapa del desarrollo en que se encuentran.
Las ocupaciones predominantes en la adolescencia son librarse de la estrecha dependencia a los padres, dirigiendo sus emociones hacia otros individuos y adultos ajenos a la familia, y lograr una identidad consistente (una personalidad propia).
La desaparición de uno de los padres o hermanos no conduce, sin embargo, necesariamente a reacciones patológicas. Las consecuencias del fallecimiento en su desarrollo emocional dependen del nivel de desarrollo que halla alcanzado, la calidad de sus relaciones personales y el grado de madurez que posea antes de la muerte.
Si bien en esta etapa la actitud del adolescente es muchas veces marcadamente hostil hacia los padres, existe siempre la opción de regresar a su cuidado como un niño, como en épocas anteriores. Como un elemento primordial y normal de su proceso de crecimiento existe un interés peculiar por la inmortalidad y temas afines, interés que le puede servir para defenderse del horror de la muerte, evitar la tristeza y perpetuar la fantasía de la reunión en un plano físico con la persona perdida; si el concepto de vida eterna es utilizado desde una perspectiva negativa, una muerte significativa puede provocar sentimientos suicidas. Por otra parte, si el adolescente es incapaz de diferenciarse del difunto (de separarse de este, de diferenciar sus personalidad, de cortar el lazo), puede interferirse el logro de una identidad consistente (de una personalidad propia). En ambas situaciones es recomendable el consejo profesional.
Aunque la pérdida en sí no es patogénica (no es, de hecho, peligrosa para su desarrollo), puede constituir el núcleo o la base en torno a la cual se agrupen elementos patológicos de conflictos anteriores o futuros (es decir, puede ser el disparador de una personalidad complicada en la vida adulta).
De 13 a 18 años: Adolescentes
Reacciones comunes a la muerte
Entumecimiento, re-experimentación del hecho, evitación de sentimientos, resentimiento, pérdida de confianza, culpa, vergüenza, depresión, pensamientos suicidas, distanciamiento, aislamiento, ansiedad, pánico, disociación, oscilaciones del humor, irritabilidad, rabia, auto-implicación, exagerada euforia, ?acting out? (involucrarse en actividades de riesgo, antisociales o ilegales), abuso de sustancias; miedo a eventos similares, a la enfermedad, muerte o el futuro; trastornos el apetito y del sueño, quejas o cambios físicos, declinar académico, rechazo escolar.
Lo que ellos saben y sienten acerca de la muerte
Reacción de duelo tipo adulto, presión para ser responsable e involucrarse en un comportamiento de adulto y/o resentimiento o enojo por ello, temor de expresar emociones fuertes, ansiedad por sentirse abrumado o en situación embarazosa, cambios en su sentido de identidad y propósito en la vida, pensamientos acerca del futuro (mortalidad personal, eventos importantes sin el ser querido, etc.).
¿Qué decir y hacer?
a. Involucre al adolescente en las actividades familiares relacionadas a la muerte, pero tenga precaución cuando pida su participación por un largo período de tiempo. Resista el esperar o asignar responsabilidades de adulto. Discuta los cambios en la familia y trabajen juntos para encontrar soluciones. Tenga precaución acerca de cualquier cambio que el adolescente pueda querer hacer durante el trauma o inmediatamente después de una muerte. Considere cómo el evento o la muerte pueden estar influenciando la conducta usualmente difícil del adolescente y manéjela directamente.
b. Eduque al adolescente acerca del duelo y de los riesgos potenciales de la conducta ?acting out?. Sea sensible a sus mensajes respecto a actividades de riesgo o ilegales. Espere variabilidad del humor y de la conducta. Espere la tendencia reactiva a llegar a ser excesivamente cercano o, por el contrario, extremadamente distante. Anime al adolescente a confiar en alguien fuera de la familia. Permita el desarrollo de las conductas normales de independencia. Mantenga límites, consistencia y un sentido de estabilidad. Sea razonable con las reglas y con las expectativas conductuales y académicas.
La actitud ambivalente (de amor y odio) con que los adolescentes se relacionan normalmente con los adultos debe ser tenida en cuenta cuando se analicen sus reacciones ante la muerte de uno de sus padres; ciertamente una cosa es intentar ser independiente cuando se sabe que ambos padres siguen estando disponibles y otra muy distinta intentarlo cuando la muerte arrebata a uno de estos en pleno proceso de emancipación. Con frecuencia, el adolescente afligido por la perdida de un ser querido habla incesantemente de las cualidades del fallecido, olvidando las características que tan solo unos meses antes constituían la base para una crítica intensa. La idealización (“era un santo”) se produce incluso en familias en las que el adulto fallecido era, en verdad, un padre inoperante (un padre que no ejercía ningún papel activo en la crianza de los hijos).
Durante el duelo, los adolescentes suelen consultar al médico por un dolor, una erupción o cualquier otra molestia (cosa que antes no solían hacer; si lo hacían, entonces es posible que lo hagan con más frecuencia); si bien, lo que generalmente suelen estar buscando es que se les tranquilice acerca de su salud, y quizás una sustitución del padre desaparecido (representada por el profesional de la salud). Pueden presentarse también, como en el adulto, empeoramiento de enfermedades previas.
El adolescente también necesita bastante apoyo emocional y la oportunidad de expresar verbalmente sus preocupaciones de forma que las falsas interpretaciones en relación con la muerte puedan ser aclaradas (necesita expresar su dolor y sus inquietudes respecto a la muerte).
EL DUELO COMPLICADO
Variaciones de la respuesta normal a la pérdida de un ser querido
Teniendo en cuenta las variables anteriormente señaladas, y el hecho de que la educación de los adultos en cómo manejar este difícil asunto ha sido casi nula o inexistente, la adaptación de los niños a la pérdida de sus seres queridos puede ser inadecuada en un gran número de casos; estas respuestas inadecuadas (duelo complicado) pueden continuar por años e interferir con su adaptación social y escolar y/o asociarse a problemas psiquiátricos en la vida adulta. Por otra parte, el proceso de adaptación a la pérdida puede verse retrasado si el niño se ve obligado, además, a defenderse de otros cambios en su vida cotidiana (crisis concurrentes) secundarios a la muerte: cambio de domicilio, ciudad, colegio, amistades, etc.
La muerte de la madre es un factor que puede complicar aún más su situación y retrasar el proceso de cicatrización del duelo. No obstante, la calidad de la relación con el cuidador sustituto del niño es el factor más significativo en determinar el resultado del duelo, incluso más que la misma pérdida.
Duelo en caso de muerte por suicidio
Se trata de uno de los factores de riesgo más reconocidos de duelo complicado en los niños, adolescentes e incluso en adultos. Uno de los aspectos más difíciles es decidir el momento adecuado para hablarle a un niño sobre el suicidio paterno.
El mejor momento para hacerlo es en el de la muerte misma, antes de que los conflictos e inquietudes hayan adoptado la forma de síntomas o problemas de comportamiento y antes de que otros niños lo comenten. Los niños comprenden mejor el asesinato que el suicidio, porque conocen y están familiarizados con sus sentimientos agresivos. Si el padre superviviente opta por mantener el secreto o deformar la realidad de los hechos, el niño se dará cuenta de que “hay algo” que se le oculta o es incongruente con la realidad que aprecia, lo cual levantará una barrera en la comunicación entre padre e hijo, precisamente en un momento en que el niño necesita expresar sus ambivalentes y conflictivas emociones (recordemos el pensamiento mágico del niño).
Muchos niños creen que determinados incidentes inmediatamente anteriores al suicidio -sobre todo quejas de sus padres por su mala conducta, no hacer lo que se les dijo que hicieran, hacer mucho ruido, ser desordenados, etc.- son la causa directa del suicidio.
Cuatro aspectos de carácter general -relacionados al suicidio- permiten estudiar las consideraciones comunes y generales de las reacciones de los niños al suicidio paterno: