Respaldo de material de tanatología

Muchas vidas, muchos maestros brian Weiss

Muchas Vidas, Muchos Maestros
Brian Weiss

PREFACIO

Sé que hay un motivo para todo. Tal vez en el momento en que se produce un hecho no contamos con la penetración psicológica ni la previsión necesarias para comprender las razones, pero con tiempo y paciencia saldrán a la luz.
Así ocurrió con Catherine. La conocí en 1980, cuando ella tenía veintisiete años. Vino a mi consultorio buscando ayuda para su ansiedad, sus fobias, sus ataques de pánico. Aunque estos síntomas la acompañaban desde la niñez, en el pasado reciente habían empeorado mucho. Día a día se encontraba más paralizada emocionalmente, menos capaz de funcionar. Estaba aterrorizada y, comprensiblemente, deprimida.
En contraste con el caos de su vida en esos momentos, mi existencia fluía con serenidad. Tenía un matrimonio feliz y estable, dos hijos pequeños y una carrera floreciente.
Desde el principio mismo, mi vida pareció seguir siempre un camino recto. Crecí en un hogar con amor. El éxito académico se presentó con facilidad y, apenas ingresado en la facultad, había tomado ya la decisión de ser psiquiatra.
Me gradué en la Universidad de Columbia, Nueva York, en 1966, con todos los honores. Proseguí mis estudios en la escuela de medicina de la Universidad de Yale, donde recibí mi diploma de médico en 1970. Después de un internado en el centro médico de la Universidad de Nueva York (Bellevue Medical Center), volví a Yale para completar mi residencia como psiquiatra. Al terminarla, acepté un cargo en la Universidad de Pittsburgh. Dos años después me incorporé a la Universidad de Miami, para dirigir el departamento Psicofarmacológico. Allí logré renombre nacional en los campos de la psiquiatría biológica y el abuso de drogas. Tras cuatro años fui ascendido al rango de profesor asociado de psiquiatría y designado jefe de la misma materia en un gran hospital de Miami, afiliado a la universidad. Por entonces ya había publicado treinta y siete artículos científicos y estudios de mi especialidad.
Los años de estudio disciplinado habían adiestrado mi mente para pensar como médico y científico, moldeándome en los senderos estrechos del conservadurismo profesional. Desconfiaba de todo aquello que no se pudiera demostrar según métodos científicos tradicionales. Tenía noticias de varios estudios de parapsicología que se estaban realizando en universidades importantes de todo el país, pero no me llamaban la atención. Todo eso me parecía descabellado en demasía.
Entonces conocí a Catherine. Durante dieciocho meses utilicé métodos terapéuticos tradicionales para ayudarla a superar sus síntomas. Como nada parecía causar efecto, intenté la hipnosis. En una serie de estados de trance, Catherine recuperó recuerdos de «vidas pasadas» que resultaron ser los factores causantes de sus síntomas. También actuó como conducto para la información procedente de «entes espirituales» altamente evolucionados y, a través de ellos, reveló muchos secretos de la vida y de la muerte. En pocos y breves meses, sus síntomas desaparecieron y reanudó su vida, más feliz y en paz que nunca.
En mis estudios no había nada que me hubiera preparado para algo así. Cuando estos hechos sucedieron me sentí absolutamente asombrado.
No tengo explicaciones científicas de lo que ocurrió. En la mente humana hay demasiadas cosas que están más allá de nuestra comprensión. Tal vez Catherine, bajo la hipnosis, pudo centrarse en esa parte de su mente subconsciente que acumulaba verdaderos recuerdos de vidas pasadas; tal vez utilizó aquello que el psicoanalista Carl Jung denominó «inconsciente colectivo»: la fuente de energía que nos rodea y contiene los recuerdos de toda la raza humana.
Los científicos comienzan a buscar estas respuestas. Nosotros, como sociedad, podemos beneficiarnos mucho con la investigación de los misterios que encierran el alma, la mente, la continuación de la vida después de la muerte y la influencia de nuestras experiencias en vidas anteriores sobre nuestra conducta actual. Obviamente, las ramificaciones son ilimitadas, sobre todo en los campos de la medicina, la psiquiatría, la teología y la filosofía.
Sin embargo, la investigación científicamente rigurosa de estos temas está todavía en mantillas. Si bien se están dando grandes pasos para descubrir esta información, el proceso es lento y encuentra mucha resistencia tanto por parte de los científicos como de los legos.
A lo largo de la historia, la humanidad siempre se ha resistido al cambio y a la aceptación de ideas nuevas. Los textos históricos están llenos de ejemplos. Cuando Galileo descubrió las lunas de Júpiter, los astrónomos de su época se negaron a aceptar su existencia e incluso a mirar esos satélites, pues estaban en conflicto con las creencias aceptadas. Así ocurre ahora entre los psiquiatras y otros terapeutas, que se niegan a examinar y evaluar las considerables pruebas reunidas acerca de la supervivencia tras la muerte física y sobre los recuerdos de vidas pasadas. Mantienen los ojos bien cerrados.
Este libro es mi pequeña contribución a la investigación en el campo de la parapsicología, sobre todo en la rama que se refiere a nuestras experiencias antes del nacimiento y después de la muerte. Cada palabra de lo que aquí se va a contar es cierta. No he agregado nada y sólo he eliminado las partes repetitivas. He alterado ligeramente la identidad de Catherine para respetar su intimidad.
Me llevó cuatro años decidirme a escribir sobre lo ocurrido, cuatro años reunir valor para aceptar el riesgo profesional de revelar esta información, nada ortodoxa.
De pronto, una noche, mientras me duchaba, me sentí impelido a poner esta experiencia por escrito. Tenía la fuerte sensación de que era el momento correcto, de que no debía retener la información por más tiempo. Las lecciones que había aprendido estaban destinadas también a otros; no me habían sido dadas para que las mantuviera en secreto. El conocimiento había llegado por medio de Catherine, y ahora debía pasar a través de mí. Comprendí que, de cuantas consecuencias pudiera sufrir, ninguna sería tan devastadora como no compartir el conocimiento adquirido sobre la inmortalidad y el verdadero sentido de la vida.
Salí a toda carrera del baño y me senté ante mi escritorio, con el montón de cintas grabadas durante mis sesiones con Catherine. En las horas de la madrugada, pensé en mi viejo abuelo húngaro, que había muerto durante mi adolescencia. Cada vez que yo confesaba tener miedo de correr un riesgo, él me alentaba amorosamente, repitiendo su expresión favorita en nuestro idioma: «¿Qué diablos? ?decía, con su acento extranjero?, ¿qué diablos?»

1

Cuando vi a Catherine por primera vez, ella lucía un vestido de color carmesí intenso y hojeaba nerviosamente una revista en mi sala de espera. Era evidente que estaba sofocada. Había pasado los veinte minutos anteriores paseándose por el pasillo, frente a los consultorios del departamento de Psiquiatría, tratando de convencerse de que debía asistir a su entrevista conmigo en vez de echar a correr.
Fui a la sala de espera para saludarla y nos estrechamos la mano. Noté que las suyas estaban frías y húmedas, lo cual confirmaba su ansiedad. En realidad, había tenido que reunir valor durante dos meses para pedir esa cita conmigo, pese a que dos médicos del personal, hombres en quienes ella confiaba, le habían aconsejado insistentemente que me pidiera ayuda. Finalmente, allí estaba.
Catherine es una mujer extraordinariamente atractiva, de ojos color avellana y pelo rubio, medianamente largo. Por esa época trabajaba como técnica de laboratorio en el hospital donde yo era jefe de Psiquiatría; también se ganaba un sobresueldo como modelo de trajes de baño.
La hice pasar a mi consultorio y la conduje hasta un gran sillón de cuero que había tras el diván. Nos sentamos frente a frente, separados por mi escritorio semicircular. Catherine se reclinó en su sillón, callada, sin saber por dónde empezar. Yo esperaba, pues prefería que fuera ella misma quien eligiera el tema inicial; no obstante, al cabo de algunos minutos empecé a preguntarle por su pasado. En esa primera visita, comenzamos a desentrañar quién era ella y por qué acudía a verme.
En respuesta a mis preguntas, Catherine reveló la historia de su vida. Era la segunda de tres hijos, criada en el seno de una familia católica conservadora, en una pequeña ciudad de Massachusetts. Su hermano, tres años mayor que ella, era muy atlético y disfrutaba de una libertad que a ella nunca se le permitió. La hermana menor era la favorita de ambos padres.
Cuando empezamos a hablar de sus síntomas se puso notablemente más tensa y nerviosa. Comenzó a hablar más deprisa y se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en la mesa. Su vida siempre había estado repleta de miedos. Tenía miedo del agua; tenía tanto miedo de asfixiarse que no podía tragar píldoras; también la asustaban los aviones, y la oscuridad; la aterrorizaba la idea de morir. En los últimos tiempos, esos miedos habían comenzado a empeorar. A fin de sentirse a salvo solía dormir en el amplio ropero de su apartamento. Sufría dos o tres horas de insomnio antes de poder conciliar el sueño. Una vez dormida, su sueño era ligero y agitado; se despertaba con frecuencia. Las pesadillas y los episodios de sonambulismo que habían atormentado su infancia empezaban a repetirse. A medida que los miedos y los síntomas la iban paralizando cada vez más, mayor era su depresión.
Mientras Catherine hablaba, percibí lo profundo de sus sufrimientos. En el curso de los años, yo había ayudado a muchos pacientes como ella a superar el tormento de los miedos; por eso confiaba en poder prestarle la misma ayuda. Decidí que comenzaríamos por ahondar en su niñez, buscando las raíces originarias de sus problemas. Por lo común, este tipo de indagación ayuda a aliviar la ansiedad. En caso de necesidad, y si ella lograba tragar píldoras, le ofrecería alguna medicación suave contra la ansiedad, para que estuviera más cómoda. Era el tratamiento habitual para sus síntomas, y yo nunca vacilaba en utilizar sedantes (y hasta medicamentos antidepresivos) para tratar las ansiedades y los miedos crónicos y graves. Ahora recurro a ellos con mucha más moderación y sólo durante breves períodos, si acaso. No hay medicamento que pueda llegar a las verdaderas raíces de estos síntomas. Mis experiencias con Catherine y otros pacientes como ella así me lo han demostrado. Ahora sé que se puede curar, en vez de limitarse a disimular o enmascarar los síntomas.
Durante esa primera sesión yo trataba, con suave insistencia, de hacerla volver a la niñez. Como Catherine recordaba asombrosamente pocos hechos de sus primeros años, me dije que debía analizar la posibilidad de utilizar la hipnoterapia como una posible forma de abreviar el tratamiento para superar esa represión. Ella no recordaba ningún momento especialmente traumático de su niñez que explicara esos continuos miedos en su vida.
En tanto ella se esforzaba y abría su mente para recordar, iban emergiendo fragmentos aislados de memoria. A los cinco años había sufrido un ataque de pánico cuando alguien la empujó desde un trampolín a una piscina. No obstante, dijo que incluso antes de ese incidente no se había sentido nunca cómoda en el agua. Cuando Catherine tenía once años, su madre había caído en una depresión grave. El extraño modo en que se alejaba de su familia hizo que fuera necesario consultar con un psiquiatra y someterla a electrochoque. Debido a ese tratamiento a su madre le costaba recordar cosas. La experiencia asustó a Catherine, pero aseguraba que, cuando su madre mejoró y volvió a ser como siempre, esos miedos se disiparon. Su padre tenía un largo historial de excesos alcohólicos; a veces, el hijo mayor tenía que ir al bar del barrio para recogerlo.
El creciente consumo de alcohol lo llevaba a reñir frecuentemente con la madre de Catherine, quien entonces se volvía retraída y malhumorada. Sin embargo, la muchacha consideraba eso como un patrón familiar aceptado.
Fuera de casa todo iba mejor. En la escuela secundaria salía con muchachos y mantenía un trato fácil con sus amigos, a la mayoría de los cuales conocía desde varios años atrás. Sin embargo, le resultaba difícil confiar en la gente, sobre todo en quienes no formaban parte del reducido círculo de sus amistades.
En cuanto a la religión, para ella era simple y no se planteaba dudas. Se le había enseñado a creer en la ideología y las prácticas católicas tradicionales, sin que ella pusiera realmente en tela de juicio la verdad y validez de su credo. Estaba segura de que, si una era buena católica y vivía como era debido, respetando la fe y sus ritos, sería recompensada con el paraíso; si no, sufriría el purgatorio o el infierno. Un Dios patriarcal y su Hijo se encargaban de esas decisiones definitivas. Más tarde descubrí que Catherine no creía en la reencarnación; de hecho, sabía muy poco de ese concepto, aunque había leído algo sobre los hindúes. La idea de la reencarnación era contraria a su educación y su comprensión. Nunca había leído sobre temas metafísicos u ocultistas porque no le interesaban en absoluto. Estaba segura de sus creencias.
Terminada la escuela secundaria, Catherine cursó dos años de estudios técnicos, que la capacitaron como técnica de laboratorio. Contando con una profesión y alentada por la mudanza de su hermano a Tampa, Catherine consiguió un puesto en Miami, en un gran hospital asociado con la Universidad de Miami. Ciudad a la que se trasladó en la primavera de 1974, a la edad de veintiún años.
La vida de Catherine en su pequeña ciudad había sido más fácil que la que tuvo que llevar en Miami; sin embargo, le alegraba haber escapado a sus problemas familiares.
Durante el primer año que pasó allí conoció a Stuart: un hombre casado, judío y con dos hijos; diferente en todo de los hombres con quienes había salido. Era un médico de éxito, fuerte y emprendedor. Entre ellos había una atracción irresistible, pero las relaciones resultaban inestables y tempestuosas. Había algo en él que despertaba las pasiones de Catherine, como si la hechizara. Por la época en que ella inició la terapia, su relación con Stuart iba por el sexto año y aún conservaba todo su vigor, aunque no marchara bien. Catherine no podía resistirse a él, aunque la trataba mal y la enfurecía con sus mentiras, sus manipulaciones y sus promesas rotas.
Varios meses antes de su entrevista conmigo, Catherine había sufrido una operación quirúrgica de las cuerdas vocales, afectadas por un nódulo benigno. Ya estaba ansiosa antes de la operación, pero al despertar, en la sala de recuperación, se encontraba absolutamente aterrorizada. El personal de enfermería se esforzó horas enteras por calmarla. Después de reponerse en el hospital, buscó al doctor Edward Poole. Ed era un bondadoso pediatra a quien Catherine había conocido mientras trabajaba en el hospital. Entre ambos surgió un entendimiento instantáneo, que se fue convirtiendo en estrecha amistad. Catherine habló francamente con Ed; le contó sus temores, su relación con Stuart y su sensación de estar perdiendo el control de su vida. Él insistió en que pidiera una entrevista conmigo, personalmente, no con alguno de mis asociados. Cuando Ed me llamó para ponerme al tanto de ese consejo, agregó que, por algún motivo, le parecía que sólo yo podía comprender de verdad a Catherine, aunque los otros psiquiatras también tenían una excelente preparación y eran terapeutas capacitados. Sin embargo, Catherine no me llamó.
Pasaron ocho semanas. Como mi trabajo como jefe del departamento de Psiquiatría me absorbe mucho, olvidé la llamada de Ed. Los miedos y las fobias de Catherine empeoraban. El doctor Frank Acker, jefe de Cirugía, la conocía superficialmente desde hacía años y solía bromear con ella cuando visitaba el laboratorio donde trabajaba. Él había notado su desdicha de los últimos tiempos y percibido su tensión. Aunque había querido decirle algo en varias oportunidades, vacilaba. Una tarde, mientras iba en su coche a un hospital apartado donde debía dar una conferencia, vio a Catherine, que volvía en su propio automóvil a casa, cercana a ese pequeño hospital. Siguiendo un impulso, le indicó por señas que se hiciera a un lado de la carretera.
?Quiero que hables ahora mismo con el doctor Weiss ?le gritó por la ventanilla?. Sin demora.
Aunque los cirujanos suelen actuar impulsivamente, al mismo Frank le sorprendió su rotundidad.
Los ataques de pánico y la ansiedad de Catherine iban siendo más frecuentes y duraban más. Empezó a sufrir dos pesadillas recurrentes. En una, un puente se derrumbaba mientras ella lo cruzaba al volante de su automóvil. El vehículo se hundía en el agua y ella quedaba atrapada, ahogándose. En el segundo sueño se encontraba encerrada en un cuarto totalmente oscuro, donde tropezaba y caía sobre las cosas, sin lograr hallar una salida.
Por fin, vino a verme.

* * *

Durante mi primera sesión con Catherine yo no tenía la menor idea de que mi vida estaba a punto de trastrocarse por completo, de que esa mujer asustada y confundida, sentada frente a mi escritorio, sería el catalizador, ni de que yo jamás volvería a ser el mismo.

2

Pasaron dieciocho meses de psicoterapia intensiva; Catherine venía a verme una o dos veces por semana. Era buena paciente: verbalmente expresiva, capaz de penetrar en lo psíquico y muy deseosa de mejorar.
En ese tiempo exploramos sus sentimientos, sus ideas y sus sueños. El hecho de que supiera reconocer los patrones de conducta recurrentes le proporcionaba penetración y entendimiento. Recordó muchos otros detalles importantes de su pasado, tales como las ausencias de su padre, que era marino mercante, y sus ocasionales arrebatos violentos después de beber en exceso. Comprendía mucho mejor sus relaciones turbulentas con Stuart y expresaba el enojo de manera más apropiada. En mi opinión, por entonces debería haber mejorado mucho. Los pacientes mejoran casi siempre cuando recuerdan influencias desagradables de su pasado, cuando aprenden a reconocer y corregir patrones de conducta inadaptada y cuando desarrollan la capacidad de ver sus problemas desde una perspectiva más amplia y objetiva. Pero Catherine no había mejorado.
Aún la torturaban los ataques de ansiedad y pánico. Continuaban las vividas pesadillas recurrentes y todavía la aterrorizaban el agua, la oscuridad y estar encerrada. Aún dormía de manera interrumpida, sin descansar. Sufría palpitaciones cardíacas. Continuaba negándose a tomar medicamentos por temor a ahogarse con las píldoras. Yo me sentía como si hubiera llegado a un muro: por mucho que hiciera, el muro seguía siendo tan alto que ninguno de los dos podía franquearlo. Sin embargo, este sentimiento de frustración me dio todavía mayor decisión: de algún modo ayudaría a Catherine.
Y entonces ocurrió algo extraño. Aunque tenía un intenso miedo a volar y debía darse coraje con varias copas al subir a un avión, Catherine acompañó a Stuart a un congreso médico que se realizó en Chicago, en la primavera de 1982. Mientras estaban allí, insistió para que él la llevara a visitar la exposición egipcia del museo de arte, donde hicieron un recorrido en grupo con un guía.
Catherine siempre había sentido interés por los objetos y las reproducciones de reliquias provenientes del antiguo Egipto. No se la podía considerar erudita en el tema y nunca había estudiado ese período histórico, pero en cierto modo las piezas le parecían familiares.
Cuando el guía comenzó a describir algunos de los objetos expuestos, ella se descubrió corrigiéndolo… ¡y tenía razón! El guía estaba sorprendido; Catherine, atónita. ¿Cómo sabía esas cosas? ¿Por qué estaba tan segura de tener razón como para corregir al hombre en público? Tal vez eran recuerdos olvidados de la infancia.
En su visita siguiente me contó lo ocurrido. Meses antes yo le había sugerido la hipnosis, pero ella tenía miedo y se resistía. Debido a su experiencia en la exposición egipcia, aceptó, aunque a regañadientes.
La hipnosis es una excelente herramienta para que un paciente recuerde incidentes olvidados durante mucho tiempo. No encierra misterio alguno: se trata sólo de un estado de concentración enfocada. Siguiendo las instrucciones de un hipnotista bien preparado, el paciente relaja el cuerpo, con lo que la memoria se agudiza. Yo había hipnotizado a cientos de pacientes; me resultaba útil para reducir la ansiedad, eliminar fobias, cambiar malos hábitos y ayudar a rememorar material reprimido. Ocasionalmente había logrado la regresión de algún paciente a la primera infancia, hasta cuando tenía dos o tres años de edad, despertando así recuerdos de traumas muy olvidados que trastornaban su vida. Confiaba en que la hipnosis ayudaría a Catherine.
Le indiqué que se tendiera en el diván, con los ojos entrecerrados y la cabeza apoyada en una almohadita. Al principio nos concentramos en su respiración. Con cada exhalación liberaba tensiones y ansiedad acumuladas. Al cabo de varios minutos, le dije que visualizara sus músculos relajándose progresivamente: desde los de la cara y la mandíbula, pasando por los del cuello, los hombros, los brazos, la espalda y el estómago, hasta los de las piernas. Ella sentía que todo su cuerpo se hundía más y más en el diván.
Luego le di instrucciones de visualizar una intensa luz blanca en lo alto de su cabeza, dentro de su cuerpo. Más adelante, después de haber hecho que la luz se extendiera poco a poco por su cuerpo, la luminosidad relajó por completo todos los músculos, todos los nervios, todos los órganos, el cuerpo entero, llevándola a un estado de relajación y paz cada vez más profundo. Gradualmente sentía más sueño, más paz, más serenidad. A su debido tiempo, siguiendo mis indicaciones, la luz llenó completamente su cuerpo y la envolvió.
Conté hacia atrás, lentamente, de diez a uno. A cada número, Catherine entraba en un nivel de mayor relajación. Su trance se hizo más profundo. Podía concentrarse en mi voz, excluyendo cualquier otro ruido. Al llegar a uno, estaba ya en un estado de hipnosis moderadamente profundo. Todo el proceso había requerido unos veinte minutos.
Al cabo de un rato comencé a iniciarla en la regresión, pidiéndole que rememorara recuerdos de edades cada vez más tempranas. Podía hablar y responder a mis preguntas, siempre manteniendo un profundo nivel de hipnosis. Recordó una experiencia traumática con el dentista, ocurrida cuando ella tenía seis años. Tenía vívida memoria de la aterrorizadora experiencia de los cinco años, al ser empujada a una piscina desde un trampolín; en aquella ocasión había sentido náuseas, y había tragado agua hasta asfixiarse; mientras lo narraba, empezó a dar arcadas en mi consultorio. Le indiqué que la experiencia había pasado, que estaba fuera del agua. Las arcadas cesaron y la respiración se hizo normal. Aún estaba en trance profundo.
Pero lo peor de todo había ocurrido a los tres años de edad. Recordó haber despertado en su dormitorio, a oscuras, consciente de que su padre estaba en el cuarto. Él apestaba a alcohol en aquel momento, y Catherine volvía a percibir ahora el mismo olor. El padre la tocó y la frotó, incluso «ahí abajo». Ella, aterrorizada, comenzó a llorar; entonces el padre le tapó la boca con una mano áspera, que no la dejaba respirar. En mi consultorio, en mi diván, veinticinco años después, Catherine sollozaba.
Tuve la certeza de que ya contábamos con la información, que ya teníamos la clave de lo que sucedía. Estaba seguro de que sus síntomas se aliviarían con enorme rapidez. Le indiqué, suavemente, que la experiencia había terminado: ya no estaba en su dormitorio, sino descansando apaciblemente, aún en trance. Los sollozos cesaron. La llevé hacia delante en el tiempo, hasta su edad actual. La desperté después de ordenarle, por sugestión posthipnótica, que recordara todo cuanto me había dicho.
Pasamos el resto de la sesión analizando ese recuerdo, súbitamente vivido, del trauma ocasionado por su padre. Traté de ayudarla a que aceptara y asimilara su «nuevo» conocimiento. Ahora ella podía comprender su relación con el padre, por qué provocaba en él determinadas reacciones y frialdad, por qué ella le tenía miedo. Cuando salió del consultorio aún estaba temblando, pero yo sabía que la comprensión ganada compensaba el haber sufrido un malestar pasajero.
En el drama de descubrir sus dolorosos recuerdos, profundamente reprimidos, había olvidado por completo buscar la posible conexión infantil con los objetos egipcios. Pero, cuando menos, comprendía mejor su pasado. Había recordado varios acontecimientos aterrorizantes. Yo esperaba una importante mejoría de sus síntomas.
Pese a esa nueva comprensión, a la semana siguiente me informó de que sus síntomas se mantenían intactos, tan graves como siempre. Eso me sorprendió. No lograba entender qué fallaba. ¿Era posible que hubiera ocurrido algo antes de los tres años? Habíamos descubierto motivos sobrados para que temiera a la asfixia, al agua, a la oscuridad y al estar encerrada; sin embargo, los miedos penetrantes, los síntomas, la ansiedad desmedida aún devastaban su vida consciente. Sus pesadillas eran tan terroríficas como antes. Decidí llevarla a una regresión mayor.
Mientras estaba hipnotizada, Catherine hablaba en un susurro lento y claro. Gracias a eso pude anotar textualmente sus palabras y las he citado sin alteraciones. (Los puntos suspensivos representan pausas en su relato no correcciones u omisiones de mi parte. No obstante, parte de las repeticiones no han sido incluidas.)
Poco a poco, llevé a Catherine hasta la edad de dos años, pero no recordó nada importante. Le di instrucciones firmes y claras:
?Vuelve a la época en que se iniciaron tus síntomas.
No estaba en absoluto preparado para lo que sucedió a continuación:
?Veo escalones blancos que conducen a un edificio, un edificio grande y blanco, con columnas, abierto por el frente. No hay puertas. Llevo puesto un vestido largo… un saco hecho de tela tosca. Tengo el pelo rubio y largo, trenzado.
Yo estaba confundido. No estaba seguro de lo que estaba ocurriendo. Le pregunté qué año era ése, cuál era su nombre.
?Aronda… Tengo dieciocho años. Veo un mercado frente al edificio. Hay cestos… Esos cestos se cargan en los hombros. Vivimos en un valle… No hay agua. El año es 1863 a. de C. La zona es estéril, tórrida, arenosa. Hay un pozo; ríos, no. El agua viene al valle desde las montañas.
Después de escucharla relatar más detalles topográficos, le dije que se adelantara varios años en el tiempo y que me narrara lo que viera.
?Hay árboles y un camino de piedra. Veo una fogata donde se cocina. Soy rubia. Llevo un vestido pardo, largo y áspero; calzo sandalias. Tengo veinticinco años. Tengo una pequeña llamada Cleastra… Es Rachel. (Rachel es actualmente su sobrina, con la que siempre ha mantenido un vínculo muy estrecho.) Hace mucho calor.
Yo me llevé un sobresalto. Tenía un nudo en el estómago y sentía frío. Las visualizaciones y el recuerdo de Catherine parecían muy definidos. No vacilaba en absoluto. Nombres, fechas, ropas, árboles… ¡todo visto con nitidez! ¿Qué estaba ocurriendo ahí? ¿Cómo era posible que su hija de entonces fuera su actual sobrina? Pero la confusión era mayor que el sobresalto. Había examinado a miles de pacientes psiquiátricos, muchos de ellos bajo hipnosis, sin tropezar jamás con fantasías como ésa, ni siquiera en sueños. Le indiqué que se adelantara hasta el momento de su muerte. No sabía con seguridad cómo interrogar a un paciente en medio de una fantasía (¿o evocación?) tan explícita, pero estaba buscando hechos traumáticos que pudieran servir de base a sus miedos y sus síntomas actuales. Los acontecimientos que rodearan la muerte podían ser especialmente traumáticos. Al parecer, una inundación o un maremoto arrasaba la aldea.
?Hay olas grandes que derriban los árboles. No tengo hacia dónde correr. Hace frío; el agua está fría. Debo salvar a mi niña, pero no puedo… sólo puedo abrazarla con fuerza. Me ahogo; el agua me asfixia. No puedo respirar, no puedo tragar… agua salada. La pequeña me es arrancada de los brazos.
Catherine jadeaba y tenía dificultad para respirar. De pronto, su cuerpo se relajó por completo; su respiración se volvió profunda y regular.
?Veo nubes… Mi pequeña está conmigo. Y otros de la aldea. Veo a mi hermano.
Descansaba; esa vida había terminado. Permanecía en trance profundo. ¡Yo estaba estupefacto! ¿Vidas anteriores? ¿Reencarnación? Mi mente clínica me indicaba que Catherine no estaba fantaseando, que no inventaba ese material. Sus pensamientos, sus expresiones, su atención a los detalles en particular, todo se diferenciaba de su estado normal de conciencia. Por la mente me cruzó toda la gama de diagnósticos psiquiátricos posibles, pero su estado psíquico y su estructura de carácter no explicaban esas revelaciones. ¿Esquizofrenia? No; Catherine nunca había dado muestras de trastornos cognitivos o de pensamiento. Nunca había sufrido alucinaciones auditivas ni visuales (no oía voces ni tenía visiones estando despierta), ni ningún tipo de episodios psicopáticos. Tampoco se trataba de una ilusión (perder el contacto con la realidad). No tenía personalidad múltiple ni escindida. Sólo había una Catherine, y su mente consciente tenía perfecta conciencia de eso. No demostraba tendencias sociopáticas o antisociales. No era una actriz. No consumía drogas ni sustancias alucinógenas. Su consumo de alcohol era mínimo. No padecía enfermedades neurológicas o psicológicas que pudieran explicar esa experiencia vivida e inmediata en estado de hipnosis.
Ésos eran recuerdos de algún tipo, pero ¿de dónde procedían? Mi reacción instintiva era que acababa de tropezar con algo de lo que sabía muy poco: la reencarnación y los recuerdos de vidas pasadas.
«No puede ser», me decía; mi mente, científicamente formada, se resistía a aceptarlo. Sin embargo, estaba ocurriendo delante de mis ojos. Aunque no pudiera explicarlo, tampoco me era posible negar su realidad.
?Continúa ?dije, algo nervioso, pero fascinado por lo que ocurría?. ¿Recuerdas algo más?
Ella recordó fragmentos de otras dos vidas.
?Tengo un vestido de encaje negro y encaje negro en la cabeza. Mi pelo es oscuro, algo canoso. Es 1756 (d. de C.). Soy española. Me llamo Luisa y tengo cincuenta y seis años. Estoy bailando. Hay otros que también bailan. (Larga pausa.) Estoy enferma; tengo fiebre, sudores fríos… Hay mucha gente enferma; la gente se muere… Los médicos no lo saben, pero fue por el agua.
La llevé hacia delante en el tiempo.
?Me recobro, pero aún me duele la cabeza; aún me duelen los ojos y la cabeza por la fiebre, por el agua… Muchos mueren.
Más adelante me dijo que en esa vida era prostituta, pero que no me había dado esa información porque la avergonzaba. Al parecer, en estado de hipnosis podía censurar algunos de los recuerdos que me transmitía.
Puesto que había reconocido a su sobrina en una vida anterior, le pregunté impulsivamente si yo estaba presente en alguna de sus existencias. Sentía curiosidad por conocer mi papel, si acaso lo tenía, en sus recuerdos. Me respondió con prontitud, en contraste con las evocaciones anteriores, muy lentas y pausadas.
?Tú eres mi maestro; estás sentado en un saliente de roca. Nos enseñas con libros. Eres anciano, de pelo gris. Usas un vestido blanco (una toga) con bordes dorados… Tú te llamas Diógenes. Nos enseñas símbolos, triángulos. Eres realmente muy sabio, pero yo no comprendo. El año es 1568 a. de C.
(La fecha era aproximadamente mil doscientos años anterior al famoso Diógenes, filósofo cínico de Grecia. El nombre no era muy insólito.)
La primera sesión había terminado. Le sucederían otras aún más asombrosas.

* * *

Cuando Catherine se hubo ido, y durante varios días más, reflexioné mucho en los detalles de la regresión hipnótica. Reflexionar es natural en mí. Muy pocos de los detalles que emergieran de una hora de terapia, incluso de las «normales», escapaban a mi obsesivo análisis mental, y esa sesión difícilmente podía considerarse «normal». Por añadidura, era muy escéptico con respecto a la vida después de la muerte, la reencarnación, las experiencias de abandono del cuerpo y los fenómenos de ese tipo. Después de todo, según pensaba la parte lógica de mi persona, eso podía ser fantasía de Catherine. En realidad, me sería imposible demostrar la veracidad de sus aseveraciones o visualizaciones. Pero yo también tenía conciencia, aunque mucho más difusa, de un pensamiento menos emocional. «Mantén la mente abierta ?me decía ese pensamiento?, la verdadera ciencia comienza por la observación.» Sus «recuerdos» podían no ser fantasías ni imaginación. Podía haber algo más de lo que estaba a la vista… o al alcance de cualquier otro sentido. «Mantén la mente abierta. Consigue más datos.» Otro pensamiento me importunaba. Catherine, tan propensa a temores y ansiedades desde siempre, ¿no tendría demasiado miedo de volver a someterse a la hipnosis? Resolví no llamarla. Que ella también digiriera la experiencia. Esperaría a la semana siguiente.

3

Una semana después, Catherine entró alegremente en mi consultorio para la siguiente sesión de hipnosis. Hermosa de por sí, estaba más radiante que nunca. Me anunció, feliz, que su eterno miedo a ahogarse había desaparecido. El miedo a asfixiarse era algo menor. Ya no la despertaba la pesadilla del puente que se derrumbaba. Aunque había recordado los detalles de su vida anterior, aún no tenía el material realmente asimilado.
Los conceptos de vidas pasadas y reencarnación eran extraños a su cosmología; sin embargo, sus recuerdos eran tan vívidos, las visiones, los sonidos y los olores tan claros, tan poderosa e inmediata la certeza de estar allí, que debía haber estado. La experiencia era tan abrumadora que ella no lo ponía en duda. Pero se preguntaba cómo conciliar eso con sus creencias y su educación.
Durante esa semana, yo había repasado el libro de texto de un curso de religiones comparadas que había seguido en mi primer año en la Universidad de Columbia. Había, ciertamente, referencias a la reencarnación en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. En el año 325 d. de C., el emperador romano Constantino el Grande, junto con Helena, su madre, había eliminado las referencias a la reencarnación contenidas en el Nuevo Testamento. El segundo Concilio de Constantinopla, reunido en el 553, confirmó ese acto y declaró herética la idea de la reencarnación. Al parecer, consideraban que esta idea debilitaría el creciente poder de la Iglesia, al conceder a los seres humanos demasiado tiempo para buscar la salvación. Sin embargo, las referencias originarias habían existido; los primeros padres de la Iglesia aceptaban el concepto de la reencarnación. Los primitivos gnósticos ?Clemente de Alejandría, Orígenes, san Jerónimo y muchos otros? estaban convencidos de haber vivido anteriormente y de que volverían a hacerlo.
Pero yo no había creído nunca en la reencarnación. Ni siquiera había pensado mucho en el tema. Aunque mi temprana educación religiosa hablaba de una vaga existencia del «alma» después de la muerte, la idea no me convencía.
Yo era el mayor de cuatro hijos, todos los cuales se llevaban tres años entre sí. Pertenecíamos a una conservadora sinagoga judía de Red Bank, una pequeña ciudad próxima a la costa de Nueva Jersey. Yo era el pacificador y el hombre de estado de la familia. Mi padre se dedicaba más a la religión que el resto de nosotros. La tomaba muy en serio, como todo en la vida. Los éxitos académicos de sus hijos eran las grandes alegrías de su existencia. Cualquier discordia doméstica lo alteraba con facilidad; entonces se retiraba, dejando que yo interviniera como mediador. Aunque ésa resultó ser una excelente práctica preparatoria para hacer carrera en la psiquiatría, mi niñez estuvo más cargada de responsabilidades de lo que yo, retrospectivamente, habría querido. Salí de la infancia convertido en un joven muy serio, habituado a tomar sobre sí demasiadas responsabilidades.
Mi madre se pasaba la vida mostrando amor. No había límites que se le interpusieran. Era más simple que mi padre; utilizaba la culpa, el martirio, la pena llevada al extremo y la identificación con sus hijos como instrumentos de manipulación, todo sin segundas intenciones. Pero rara vez se mostraba triste o malhumorada y siempre se podía contar con su amor y su apoyo.
Mi padre tenía un buen trabajo como fotógrafo industrial; pero, aunque siempre tuvimos comida en abundancia, el dinero escaseaba mucho. Peter, mi hermano menor, nació cuando yo tenía nueve años. Tuvimos que repartir a seis personas en un pequeño apartamento de dos dormitorios con un jardín en la planta baja.
En esa pequeña vivienda, la vida era febril y ruidosa. Yo buscaba refugio en mis libros. Cuando no leía interminablemente, jugaba al béisbol o al baloncesto, las otras pasiones de mi niñez. Sabía que el estudio era el modo de salir de esa pequeña ciudad, por cómoda que fuera, y siempre ocupaba el primer o el segundo puesto de mi clase.
Cuando la Universidad de Columbia me otorgó una beca completa, yo era ya un joven serio y estudioso. El éxito académico siguió siendo fácil. Terminé los estudios de química y me gradué con honores. Decidí entonces dedicarme a la psiquiatría, pues esa actividad combinaba mi interés por la ciencia con la fascinación que sentía por el funcionamiento de la mente humana. Por añadidura, la carrera médica me permitía expresar mi interés y mi compasión por el prójimo. Mientras tanto, había conocido a Carole durante unas vacaciones pasadas en un hotel de Catskill Mountain, donde yo trabajaba de camarero y ella se hospedaba. Ambos experimentamos una inmediata atracción mutua, una fuerte sensación de familiaridad y bienestar. Intercambiamos cartas, nos frecuentamos, nos enamoramos y, cuando empecé mi carrera, ya estábamos comprometidos. Ella era inteligente y hermosa. Todo parecía estar acomodándose. Pocos jóvenes se preocupan por la vida, la muerte y la vida después de la muerte, menos aún cuando todo marcha con facilidad.
Yo no era la excepción. Estaba dedicado a la ciencia; aprendía a pensar de manera lógica y desapasionada, a exigir demostraciones.
La carrera de medicina y la residencia en la Universidad de Yale hicieron que cuajara todavía más en mí el método científico. Mi tesis de investigación versó sobre la química del cerebro y el papel de los neurotransmisores, que son los mensajeros químicos del tejido cerebral. Me incorporé a la nueva raza de psiquiatras biológicos, los que mezclaban las teorías psiquiátricas tradicionales y sus técnicas con la nueva ciencia de la química cerebral. Escribí muchos artículos científicos, di conferencias locales y nacionales y me convertí en un verdadero personaje dentro de mi especialidad. Era un poco obsesivo, empecinado e inflexible, pero estos rasgos resultaban útiles para un médico. Me sentía completamente preparado para tratar a quienquiera que se presentara en mi consultorio en busca de terapia.
Y en aquel momento Catherine se convirtió en Aronda, una joven que había vivido en el año 1863 a. de C. ¿O acaso era al revés? Y allí estaba otra vez, feliz como nunca la había visto antes.
Una vez más, temí que Catherine tuviera miedo de continuar. Sin embargo, se dispuso, ansiosamente para la hipnosis y se distendió rápidamente.
?Estoy arrojando guirnaldas de flores al agua. Es una ceremonia. Tengo el pelo rubio y trenzado. Llevo un vestido pardo y dorado y sandalias. Alguien ha muerto, alguien de la casa real… la madre. Yo soy una sirvienta de la casa real y ayudo con la comida. Ponemos los cuerpos en salmuera durante treinta días. Cuando se secan, se extraen las partes. Lo huelo, huelo los cadáveres.
Había vuelto espontáneamente a la vida de Aronda, pero a una parte diferente, en la que su función consistía en preparar los cadáveres después de la muerte.
?En un edificio aparte ?continuó?, puedo ver los cuerpos. Estamos envolviendo cadáveres. El alma pasa al otro lado. Cada uno se lleva sus pertenencias, a fin de prepararse para la vida siguiente, más grandiosa.
Estaba expresando algo que parecía el concepto egipcio de la muerte y el más allá, diferente de todas nuestras creencias. En esa religión, uno podía llevarse sus pertenencias consigo.
Dejó esa vida y descansó. Hizo una pausa de varios minutos antes de entrar en un tiempo que parecía antiguo.

Vive con tus muertos que viven René Trossero

Vive con tus muertos que viven

René Trossero

Mirándola de frente, sin negarla, una muerte esperada se hace amiga; ella trae al final de la jornada recompensa feliz a quien camina, teniendo en su horizonte la esperanza, en Dios que nos espera en la alegría.
—– = 0 = —-
A todos los que creen que morir
no es dormirse en un sueño final,
sino despertar definitivamente
a una Vida plena y feliz.
A todos los que quisieran creerlo,
y sufren porque no pueden.
Y a todos los que no lo creen
y lo niegan;
pero se sentirán felices
cuando al morir constaten,
que lo que negaron era cierto.

No te mueras con tus muertos; vive con tus muertos que viven.
Mis queridos lectores:
Escribo estas páginas para todos ustedes, pero van especialmente dirigidas a los que ya me permitieron hacer camino juntos, aceptando que los acompañara con mis escritos. De modo particular tengo presentes a los que sobrellevan en el alma el peso de un duelo, y se ayudan con mi librito NO TE MUERAS CON TUS MUERTOS. Muchos de ustedes me dieron la alegría de comunicarme, verbalmente o por escrito, que mis palabras les habían ayudado a vivir con esperanza, en medio del dolor. Quiero recordar con todos ustedes a esa mujer anónima que, en un lugar que ya no recuerdo, me abrazó llorando, mientras me decía: “¡Gracias! ¡Usted me salvó la vida! Porque murió mi esposo y, desesperada, tenía tomada la decisión de suicidarme. Una amiga me regaló NO TE MUERAS CON TUS MUERTOS, y yo decidí seguir viviendo”. Gracias, mujer, porque tu testimonio justifica por sí solo, mi esfuerzo por redactar aquellas páginas. Muchos me pidieron que les escribiera algo más sobre este tema; y me negué hasta ahora, por temor de repetirme. Y hoy decido satisfacer aquel pedido con el deseo y la esperanza de seguir acompañándolos en el camino de la vida, compartiendo las cosas que pienso para mí mismo. En NO TE MUERAS CON TUS MUERTOS puse el acento en la necesidad de aprender a aceptar la muerte de los seres queridos, sin dejar de pensar en el desafío de aceptar la propia, viviendo auténticamente acompañados por quienes ya alcanzaron la meta. En estas páginas quiero acentuar lo segundo.
René Juan Trossero.
“Si esperas y crees que la vida continuará más allá de la muerte…” 

VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN
¿Por qué titulé así estas páginas? Te lo cuento. Myrian una mujer madura, me comentó su pesar, pese a los diecinueve años transcurridos, por la pérdida de un hijo, a causa de un accidente. Me permití sugerirle que leyera mi librito, NO TE MUERAS CON TUS MUERTOS. Y con espontánea inmediatez me respondió: “¡Ah no, yo no me muero con mis muertos, YO VIVO CON MIS MUERTOS!” Y me pareció una afirmación muy acertada, capaz de transmitir el mensaje que quiero comunicar con este libro. Si piensas que al morir todo acaba en la destrucción y en la nada, no sólo este título, sino todo el libro, te resultará increíble y chocante. Pero si crees y esperas que la vida continúe más allá de la muerte, la invitación a vivir con tus muertos te resultará aceptable y alentadora. Abierto a la trascendencia, aceptando esta otra etapa de la vi da, tú crees seguramente en Dios, y no rechazas la invitación a buscarlo, a tenerlo presente, y a vivir en él y con él, aunque no lo veas. Ahora bien, si admites que esto es posible, ¿por qué no aceptar que también puedes vivir con tus muertos que viven? Además, si tus muertos no hubieran muerto, sino emigrado a un lejano y desconocido lugar, sin ninguna posibilidad de comunicarte con ellos, los llevarías en tu memoria y en tu corazón aun sin verlos. ¡No dejarías de saber que viven, que los amas y te aman!
Y si crees que tus muertos viven, ¿por qué, pese al dolor de no verlos, no ha de ser posible vivir con ellos, recordándolos con amor? 

Silencio
El Maestro solía hacer prolongados silencios, cuando conversaba con sus discípulos. Uno de ellos lo interrogó:
– Maestro, ¿por qué guardas tantos momentos de silencio, cuando nos confías tus reflexiones?El maestro respondió:
– El silencio es el tiempo que el que habla necesita, para decirse primero a sí mismo, lo que luego comunicará al otro. Porque cuando se habla sobre la vida, no se es veraz, auténtico y coherente, si no se comienza escuchándose a uno mismo. Y el silencio para el que escucha, es el tiempo necesario para que se disponga, como la tierra, para recibir la semilla.

Repeticiones
El Maestro hablaba poco, lo necesario, y con frecuencia repetía sus enseñanzas. Un discípulo le preguntó:
– Maestro, ¿por qué repites tantas veces tus máximas o tus consejos?Y escuchó esta respuesta:
– El hombre que martilla un clavo no lo golpea para darle tres o diez golpes, sino que lo hace para que se clave en la madera. Yo no digo por decir, ni enseño por enseñar, sino para que lo que enseño diciendo sea comprendido y vivido.

¡VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN!
Sé como la madre parturienta,
que grita su dolor
mientras alumbra,
para vivir después
su indecible alegría cuando estrecha,
con sus brazos sobre el pecho,
la vida que entregó
y que, devuelta,
la alegra mucho más que antes de darla.

PORQUE EL AMOR
ES MAS FUERTE
QUE LA MUERTE,
y todo lo que entrega no lo pierde,
porque lo recupera acrecentado,
precisamente
por haberlo dado.
Cuando naciste, dijeron:
“Te dieron a luz”,
“Te alumbraron”.
Pero tú cerraste los ojos
encandilado, enceguecido.
Cuando mueras cerrarán tus ojos,
y dirán: “Se durmió en paz”.
Y tú estarás como nunca,
con los ojos abiertos a la Luz,
como nunca despierto.
¡Para siempre!

En el silencio solitario de una cabaña, oculta entre la tupida arboleda, el Maestro conversaba con tres discípulos.
– Hoy vamos a meditar sobre la realidad de la muerte. Quiero comenzar sabiendo qué es para cada uno de
ustedes… Tómense su tiempo…
Después de un momento de hondo silencio, surgieron las respuestas.

– Para mí, la muerte no existe. Yo no pienso en ella – dijo el primero.

– La muerte es el final de todo… Y todo acaba con ella – afirmó el segundo.
– La muerte es un cambio en el modo de vivir… Es el final de esta etapa y el comienzo de otra, que es eterna –
finalizó el tercero.

El Maestro permaneció callado largo rato, como dándoles tiempo a sus discípulos para que rumiaran el sentido de sus respuestas. Con una rama seca trazaba enigmáticas figuras sobre el piso de tierra. Y al final se dirigió al primero, diciendo:
– Un hombre decidió explorar la espesura de la selva. Un amigo le advirtió: “Cuídate del león. Mira que puede
sorprenderte y atacarte”.
El explorador se fue internando sigilosamente hacia el corazón enmarañado de la selva. El temor de verse
enfrentado con el león le quitaba la paz, llenándolo de pánico. Y decidió aliviarse, diciéndose a sí mismo: “El
león no existe”.
Unas horas después oyó voces o ruidos extraños. “¡El león!”, le gritó su pensamiento. Pero el hombre se
tranquilizó al instante. “No. ¡El león no existe!” Y siguió su camino. Los rugidos se oyeron más claros y
cercanos. Pero el hombre se repetía: “El león no existe”.
Como el explorador no regresó a su aldea, los amigos salieron a buscarlo. Y regresaron con sus ropas hechas
jirones.
El Maestro respiró profundamente y guardó silencio. El discípulo lo miraba atento, como esperando que
continuara su relato. Pero el Maestro se limitó a mirarlo preguntando:

– ¿Comprendes?
– Creo que sí – fue la respuesta vacilante del discípulo.

– El león no deja de estar acechando en la selva, porque tú lo niegues.Más vale pregúntate cómo lo encararás, cuando te ataque – concluyó el Maestro. Luego echó una mirada hacia
lo alto, como buscando algo, para después mirar a los otros dos discípulos.

-Dos caminantes se encontraron en un cruce de caminos – comenzó diciéndoles. Fatigados por lo andado, se
sentaron ambos a la sombra de un árbol para descansar. Sacaron de sus alforjas sus provisiones y
compartieron una frugal comida. Mientras comían, el primero preguntó al otro:

– ¿Hacia adónde vas?
– Voy hacia el puente final.
– ¿Y para qué?
– ¡Hombre! – respondió con impaciencia el segundo – voy para caminar. Yo disfruto del camino, hasta que se
acabe. ¿Y tú?

-Yo voy al mismo lugar que tú, me dirijo al puente final. Pero no voy como tú, para caminar… , ¡yo voy para
llegar!

– ¿Y cuál es la diferencia, si ambos caminamos y ambos vamos hacia el puente final?
El interpelado vaciló un instante y respondió con una pregunta:

– ¿Y qué harás tú cuando llegues al puente final?

-¡Nada! Porque me han dicho que cuando se llega hasta él, termina el camino y desaparece el caminante.
Acaso tú, ¿esperas encontrar algo distinto?

-¡Sí!, mi amigo – concluyó el segundo. Yo camino hasta el puente final, donde muere esta senda. Pero espero
pasar a la otra orilla, donde nace otro Camino, que nunca se acaba, y se recorre con dicha y sin fatigas…
Y aquí concluyó el Maestro su relato.
En silencio trazó con su rama sobre la tierra un camino estrecho, que llegaba hasta un puente y en la orilla
opuesta trazó una ancha avenida, que se prolongaba indefinidamente.
Los discípulos aguardaron silenciosos y recogidos, con la seguridad de que el Maestro cerraría su relato con
alguna reflexión. Y le escucharon decir:

– En el camino de la vida, algunos caminan para caminar, y otros caminan para llegar… Algunos van dispuestos a perderlo todo, y otros van esperanzados en alcanzar todo… ¡Unos van hacia la muerte resignados a terminar
y otros, van hacia ella, con la esperanza de comenzar…!

Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte.
1ª carta de Juan 3,14.
¿No te parece que muchas veces
vivimos con temor de la muerte final,
y vivimos como muertos
porque no amamos?
Porque la vida del hombre no se mide
por su salud corporal o psíquica,
sino por la intensidad
y la hondura de su amor.
¿Entiendes?
Para los animales vivir es durar,
para las personas vivir es amar…

Más allá del silencio de la muerte, Oigo voces cantándole a la vida, Recordando que es esa nuestra suerte, Inmortal, y que en vez de ser vencida, Renovada en amor será más fuerte.

¡VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN!
Mira que de ti depende
cómo recordarlos
Tú decides imaginarlos
muertos y en el pasado,
para llorarlos ausentes,
o eliges imaginarlos
vivientes hoy,
para sentir la cercanía
de su presencia.
¿O no sabes acaso por tu experiencia,
que cuando te proyectas
una película de terror,
vives aterrorizado,
y que cuando eliges una de amor,
vibras con ternura?

PORQUE EL AMOR
ES MAS FUERTE
QUE LA MUERTE:
y la muerte que tu amor
no pudo evitar,
puede vencerla y superarla,
haciéndote vivir en comunión
con tus seres queridos.

Mientras caminas en la noche,
aguardando el amanecer
para ver la plenitud del sol,
contemplas el esplendor sereno de la luna
y gozas de la luz lejana de las estrellas.
Mientras peregrinas
en medio de las penurias del tiempo,
en pos de la felicidad anhelada,
puedes gozar intensamente
de las pequeñas alegrías cotidianas.

El Maestro y su discípulo caminaban en el bosque a la hora del ocaso. El discípulo formulaba sus preguntas,
exponiendo sus inquietudes e incertidumbres ante la vida. Y llegaron a conversar sobre la muerte.
El Maestro suspendió la conversación y se detuvo mirando hacia el oeste. En ese momento el sol caía detrás
de la línea del horizonte, y sólo dejaba ver sus rayos, surcando el cielo en abanico luminoso.
El discípulo se acopló a su actitud contemplativa, porque sabía que el Maestro extraía una lección para la vi da,
de todo lo que observaba.
Y le dijo:

– Maestro, ¿no te causa cierta pena la muerte del sol en la hora del ocaso? Tomándolo del brazo, el Maestro le indicó el camino de regreso hacia la cabaña. Y ambos caminaron lentamente.
Detenidos ante la puerta, antes de ingresar, el Maestro de dijo:

– Me hablaste de la muerte del sol en el ocaso. El sol murió solamente para tus ojos, porque tú dejaste de verlo. Mañana, al amanecer, miraremos juntos hacia el oriente, y te convencerás de que no había muerto.

                  Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él.
                                                                                                                                                            Romanos 6,9
Antes de resucitar, tuvo que morir.
Pero después de resucitar,
ya no muere más.
¿Comprendes?
¡Se habla de un muerto
que vive para siempre,
porque ya no muere más!
¡Ojalá puedas mirar desde esta óptica,
en la fe y en la esperanza,
la muerte de los que amas
y la tuya!

Moriré y será para sembrarme
Una vez para siempre y encontrarme,
En el Dios que me espera para darme
Rebosante alegría al abrazarme;
Todo bien, que por siempre ha de durarme,
En los brazos de Aquel que quiso amarme.

¡VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN!
Aprende del mar,
que cuando el sol calienta su rostro,
se despide de sus aguas,
en el vapor que sube al cielo.
Pero no llores por él
las aguas despedidas;
míralas con él flotar en el espacio,
jugando con los vientos,
y aguárdalas con esperanza,
porque mañana serán lluvia,
y por el cauce de algún río
volverán hacia tu encuentro.

PORQUE EL AMOR
ES MAS FUERTE
QUE LA MUERTE,
y si sabes amar con esperanza,
verás que morir
no es terminar de vivir,
sino comenzar a vivir
de otra manera.

Si no tienes una meta
que justifique tu andar,
vagarás por distintos caminos,
pero no los caminarás con alegría.

Si una Meta te espera,
como respuesta a tus fatigas,
peregrinarás dichoso,
sin que puedan las tormentas del camino
apagar la llama de tu alegría.

El Maestro se acercó, durante la mañana, al pequeño poblado para hacer la compra de sus austeras provisiones. En una de las polvorientas calles, se encontró con un cortejo fúnebre. Un grupo de familiares y amigos acompañaban los restos mortales de un varón, al lugar donde serían sepultados. Una mujer, esposa del difunto que había visitado al Maestro en su cabaña, lo reconoció.
– Maestro, ¿qué sentido tiene la vida, si al final todo se pierde con la muerte?
El maestro apoyó paternalmente su brazo sobre los hombros de la dolorida mujer, y la invitó a seguir al cortejo, al cual él también se unió. Así llegaron al cementerio, sin que el Maestro pronunciara una palabra. Es que en su sabiduría había descubierto que, en los momentos más intensos de la vida, muchas veces las palabras sobran.
Cuando los encargados de la dura tarea arrojaron sobre el ataúd sepultado las últimas paladas de tierra, la mujer, en medio del llanto, volvió a interpelar al Maestro.
– Maestro, ¿qué sentido tiene esta vida?
Sin quitar su brazo de los hombros de la viuda, el Maestro respondió:
– La vida tiene el sentido que tú le das. Y el sentido que le das a tu vida, incluye el que le das a tu muerte. Tú debes decidir para qué morirás, si quieres saber para qué vives.
– Pero, Maestro – suspiró la mujer – ¿y si todo se acaba con la muerte?

-Si fuera así, tu esposo no se enteraría para sufrirlo, y tampoco lo padecerás tú cuando mueras. Pero si no todo se acaba, sino que todo recomienza en la plenitud de la felicidad, ¿por qué no eliges vivir en la alegría esperanzada?
Con un dejo de acentuado dolor y de no disimulada irritación, le replicó la mujer:
– ¿Pero quién me asegura que todo ha de seguir mejor, después de la muerte?
– La misma autoridad que te asegura, que todo termina con la muerte. ¿Me comprendes? ¡Esa autoridad eres tú!

La fortuna no sirve de nada en el día de la ira, pero la justicia libra de la muerte. Cuando muere el malvado, se desvanece toda esperanza y se esfuma la confianza puesta en las riquezas. Proverbios 11, 4 y 7.
Un día deberás ser trasplantado,
y será tanto menor el sufrimiento
y más grande tu alegría,
cuanto menos atado y arraigado te sientas
en la posesión de lo que tienes.

Velarás sin sentido si es que velas
Esta noche de duelos y de penas,
Lamentando una triste despedida,
Al llorar sin consuelo tu desdicha.
Todo cambia si velas esperando
Otra vida que surge cual milagro,
Retoñando en eterna primavera;
Informándote a ti, que cuando mueras,
Otra vez nacerás con vida nueva.

¡VIVE CON TUS MUERTOS QUE VIVEN!
Cuando llegue la noche de la muerte,
no te quedes mirando hacia el ocaso
del recuerdo y de la despedida.

En medio de la oscuridad de tu duelo,
mira hacia el oriente,
con la esperanza puesta
en la seguridad del amanecer.

PORQUE EL AMOR
ES MAS FUERTE
QUE LA MUERTE,
y lo que pierdes con tristeza
en los ocasos,
lo recuperas con alegría
en las auroras.

Mientras no sepas para qué murieron
tus seres queridos,
no sabrás para qué morirás tú;
y mientras no sepas para qué morirás tú,
no podrás saber para qué vives.

Porque el hombre tiene hambre y sed

7
de lo eterno y lo infinito,
y toda meta que se muere
con los límites del tiempo
es como un espejismo,
ilusoria promesa en el desierto,
y tú necesitas caminar
con la esperanza del oasis.

El Maestro meditaba solitario y silencioso, sentado sobre el tronco de un árbol caído. Un joven, cuyo padre había muerto, aconsejado por sus amigos, se acercó buscando consuelo y consejo en su sabiduría. Invitado a caminar, el joven se iba desahogando, con el detallado relato de los hechos y de sus penas. El Maestro solía ser de muy pocas palabras, y así lo fue escuchando atentamente hasta que llegaron por el sendero ante la casa de un campesino, amigo del Maestro. El hombre cavaba la tierra con una pala, para hacer un pozo. Su hijo de cuatro años, junto a él, lloraba desconsoladamente.
– ¿Hombre, por qué llora tu hijo? – preguntó el Maestro.
– Mira – respondió el hombre, mientras le mostraba una nuez, que había sacado de su bolsillo -, se la regalaron esta mañana en la escuela. Somos pobres y quiero sembrarla para tener un nogal. Pero él…
– Gracias, amigo – interrumpió el Maestro, e invitó al joven a seguir caminando.
Después de un largo trecho andado en el silencio del monte, sólo interrumpido por el trino de los pájaros, el Maestro preguntó:
– ¿Comprendiste?
– ¿Qué? – interrogó a su vez el joven sorprendido.

-Que cuando el Padre Dios siembra una nuez para tener un nogal, el hombre niño, sin comprender, llora la nuez perdida…
Más vale ir a una casa donde hay duelo que asistir a un banquete, porque ese es el fin del hombre y allí reflexionan los vivientes. Más vale la tristeza que la risa, porque el rostro serio ayuda a pensar. El corazón del sabio está en la casa del duelo y el del necio, en el lugar de diversión.
Eclesiastés 7, 2-4.

Cuando el surco recibe la semilla,
Esperamos pacientes una espiga;
Misteriosa confianza del que siembra,
Esperando seguro la cosecha.
No es un campo de muerte el cementerio,
Triste fin para el hombre sin consuelo;
Es más bien tierra virgen y abonada,
Receptora de siembras de esperanza,
Inmortal como el hombre que no muere,
O al morir se eterniza de otra suerte.

El poder del ahora Tolle

EL PODER DEL AHORA

UN CAMINO HACIA LA REALIZACIÓN ESPIRITUAL

ECKHART TOLLE

CONTRATAPA

El poder del Ahora es un libro para releer una y otra vez, y cada vez que lo haga, usted logrará profundizar más y encontrar nuevos significados. Muchas personas querrán estudiarlo toda la vida, pues es una guía, un curso completo de meditación y realización. Es un libro con el poder de cambiar vidas, de despertarnos para comprender plenamente quiénes somos. El mensaje de Tolle es el mismo que Cristo y Buda enseñaron: se puede alcanzar un estado de iluminación, de realización espiritual, aquí y ahora. Es posible liberarnos del sufrimiento, de la ansiedad y la neurosis de la vida diaria. Para lograrlo sólo tenemos que llegar a comprender que la causa de nuestros problemas no son los demás, ni “el mundo de allá afuera”, sino nuestra propia mente, aparentemente incapaz de concentrarse en el ahora por estar siempre pensando en el pasado y preocupándose por el futuro.
Como dice Marc Allen, el editor de la edición norteamericana, en el Prefacio, “sin estar alineado con ninguna religión, doctrina o gurú particular, la enseñanza de Tolle proviene del corazón, de la esencia de todas las demás tradiciones y no contradice a ninguna de ellas. Tolle es capaz de hacer lo que todos los grandes maestros han hecho: mostrarnos con un lenguaje simple y claro que el camino, la verdad y la luz están dentro de nosotros”.
Escrito en un formato de preguntas y respuestas que lo hace muy accesible, El poder del Ahora es una invitación a la reflexión, que le abrirá las puertas a la plenitud espiritual y le permitirá ver la vida con nuevos ojos y empezar a disfrutar del verdadero poder del ahora. Eckhart Tolle nació en Alemania, donde vivió hasta los trece años. Se graduó de la Universidad de Londres y fue investigador de la Universidad de Cambridge. A los 29 años una profunda transformación espiritual cambió el rumbo de su vida. En los años siguientes se dedicó con devoción a entender, integrar y profundizar esa transformación que marcó el inicio de un intenso viaje interior. Durante los últimos diez años ha sido consejero y maestro espiritual y trabaja con personas indepen¬dientes o grupos pequeños en Europa y Norte América.
Su página web es: www.namastepublishing.com

?Este libro puede verse como una nueva exposición para nuestro tiempo de la enseñanza espiritual atemporal que es la esencia de todas las religiones. No se deriva de fuentes externas, sino del interior de la verdadera Fuente, así que no contiene ni teoría ni especulación. Hablo desde mi experiencia interna, y si a veces soy fuerte en lo que digo, es para poder cortar las gruesas capas de resistencia mental y así llegar al lugar en su interior donde usted sabe de verdad, así como sé yo, y donde la verdad se reconoce tan pronto se escucha.
Entonces allí hay una sensación de exaltación y vida intensa, como si algo dentro de usted dijera: Sí, sé que esto es cierto”.

¬Eckhart Tolle

ÍNDICE

Prefacio del editor
Prólogo
Introducción
El origen de este libro
La verdad que hay dentro de usted

CAPÍTULO UNO. Usted no es su mente
El mayor obstáculo para la iluminación
Liberarse de su mente
La iluminación: elevarse por encima del pensamiento
La emoción: la reacción del cuerpo a su mente

CAPÍTULO DOS. La conciencia: el escape del dolor
No crear más dolor en el presente
El sufrimiento pasado: disolver el cuerpo del dolor
Identificación del ego con el cuerpo del dolor
El origen del miedo
La búsqueda del ego de la totalidad

CAPÍTULO TRES. Avanzar profundamente hacia el Ahora
No busque su propio ser en la mente
Terminar con la ilusión del tiempo
Nada existe fuera del Ahora
La clave de la dimensión espiritual Acceder al poder del Ahora
Dejar ir el tiempo psicológico
La locura del tiempo psicológico
La negatividad y el sufrimiento tienen sus raíces en el tiempo
Encontrar la vida que hay oculta en su situación vital
Todos los problemas son ilusiones de la mente
Un salto cuántico en la evolución de la conciencia
La alegría de ser

CAPÍTULO CUATRO. Estrategias de la mente para evitar el Ahora
La pérdida del Ahora: el engaño fundamental
Inconsciencia ordinaria e inconsciencia profunda
¿Qué están buscando?
Disolución de la inconsciencia ordinaria
La liberación de la infelicidad
Donde esté, esté plenamente allí
El propósito interno del viaje de su vida
El pasado no puede sobrevivir en su presencia

CAPÍTULO CINCO. El estado de presencia
No es lo que usted cree que es
El significado esotérico de “esperar’.
En la quietud de su presencia surge la belleza
Realizar la conciencia pura
Cristo: la realidad de la presencia divina que hay en usted

CAPÍTULO SEIS. El cuerpo interior
Su yo más profundo es Ser
Mire más allá de las palabras
Encontrar su realidad invisible e indestructible
Conectarse con el cuerpo interior
La transformación a través del cuerpo
El sermón sobre el cuerpo
Tenga raíces interiores profundas
Antes de entrar en el cuerpo, perdone
Su vínculo con lo No Manifestado
Hacer más lento el proceso de envejecimiento
Fortalecer el sistema inmunológico
Deje que la respiración lo introduzca en el cuerpo
El uso creativo de la mente
El arte de escuchar

CAPÍTULO SIETE. Puertas de entrada a lo No Manifestado
Entrar profundamente en el cuerpo
La fuente del Chi
El dormir sin sueños
Otras puertas
El silencio
El espacio
La verdadera naturaleza del espacio y del tiempo
La muerte consciente

CAPÍTULO OCHO. Relaciones iluminadas
Entre en el Ahora desde donde esté
Relaciones de amor/odio
La adicción y la búsqueda de la plenitud
De las relaciones adictivas a las relaciones iluminadas
Las relaciones como práctica espiritual
Por qué las mujeres están más cerca de la iluminación
Disolver el cuerpo del dolor colectivo de las mujeres
Renuncie a la relación consigo mismo

CAPÍTULO NUEVE. Más allá de la felicidad y la infelicidad hay paz
El bien superior más allá del bien y del mal
El final del drama de su vida
La impermanencia y los ciclos de la vida
Usar y abandonarla negatividad
La naturaleza de la compasión
Hacia un orden de realidad diferente

CAPÍTULO DIEZ. El significado de la entrega
La aceptación del ahora
De la energía mental a la energía espiritual
La entrega en las relaciones personales
Transformar la enfermedad en iluminación
Cuando el desastre golpea
Transformar el sufrimiento en paz
El camino de la cruz
El poder de elegir
Agradecimientos

Tú estás aquí para permitir que el divino propósito del universo se despliegue.
¡Esa es tu importancia!

¬-Eckhart Tolle

PREFACIO DEL EDITOR

POR MARC ALLEN
Autor de Visionary Business y A Visionary Life

Quizá solamente una vez cada diez años o incluso una vez cada generación surge un libro como El poder del Ahora. Es más que un libro; hay en él una energía vital que probablemente usted puede sentir en cuanto lo toma en sus manos. Tiene el poder de crear una experiencia en los lectores y de cambiar su vida para bien.
El poder del Ahora se publicó por primera vez en Canadá, y la editora canadiense, Connie Kellough, me dijo que había oído múltiples historias de cambios positivos e incluso milagros que han ocurrido cuando la gente se ha adentrado en el libro. “Los lectores llaman”, dijo, “y muchos me hablan de las maravillosas curas, transformaciones e inmenso gozo que están experimentando porque han seguido este libro”.
El libro me hace consciente de que cada momento de mi vida es un milagro. Esto es absolutamente cierto, me dé cuenta de ello o no. Y El poder del Ahora me muestra cómo hacerme consciente de ello una y otra vez.
Desde la primera página de su obra, resulta claro que Eckhart Tolle es un maestro contemporáneo. No está alineado con ninguna religión, doctrina o gurú particulares; su enseñanza proviene del corazón, de la esencia de todas las demás tradiciones y no contradice a ninguna de ellas, sean la cristiana, la hindú, la budista, la musulmana, la indígena o cualquier otra. Es capaz de hacer lo que todos los grandes maestros han hecho: mostrarnos con un lenguaje simple y claro que el camino, la verdad y la luz están dentro de nosotros.
Eckhart Tolle empieza por presentarnos brevemente su historia, una historia de depresión y desesperación tempranas, que culminó en una tremenda experiencia de despertar una noche no mucho después de haber cumplido veintinueve años. Durante los últimos veinte años ha reflexionado sobre esa experiencia, meditado y profundizado su comprensión.
En la década pasada se convirtió en un maestro universal, un gran espíritu con un gran mensaje, el mismo que Cristo y Buda enseñaron: se puede alcanzar un estado de iluminación aquí y ahora. Es posible vivir libre del sufrimiento, libre de la ansiedad y la neurosis. Para lograrlo sólo tenemos que llegar a comprender nuestro papel de creadores de nuestro dolor; nuestra propia mente causa nuestros problemas, no son los demás, ni “el mundo de allá afuera”. Es nuestra propia mente, con su corriente casi constante de pensamientos, pensando sobre el pasado, preocupándose por el futuro. Cometemos el gran error de identificarnos con nuestra mente, de pensar que eso es lo que somos, cuando de hecho somos seres mucho más grandes.
Una y otra vez Eckhart Tolle nos muestra cómo conectarnos con lo que él llama nuestro Ser:

El Ser es la Vida Una, eterna, siempre presente, que está más allá de las miles de formas de vida que están sujetas al nacimiento y a la muerte. Sin embargo, el Ser no sólo está más allá sino también profundamente en el interior de cada forma como su esencia más invisible e indestructible. Esto significa que es accesible a usted ahora, como su propio ser más profundo, como su verdadera naturaleza. Pero no busque asirlo con su mente. No trate de comprenderlo. Sólo puede conocerlo cuando la mente se ha acallado, cuando usted está presente, completa e intensamente en el Ahora… Recuperar la conciencia del Ser y permanecer en ese estado de ‘sensación-¬realización’ es la iluminación.

Es casi imposible leer de corrido El poder del Ahora; usted necesita dejarlo periódicamente y reflexionar sobre lo que dice y aplicarlo a su experiencia. Es una guía, un curso completo de meditación y realización. Es un libro para releerlo una y otra vez, y cada vez que lo haga, usted obtendrá más profundidad y significado. Es un libro que muchas personas, incluyéndome a mí, querrán estudiar toda la vida.
El poder del Ahora tiene un número creciente de lectores devotos. Ya es considerada una obra maestra; se diga lo que se diga, es un libro con el poder de cambiar vidas, de despertarnos para comprender plenamente quiénes somos.

Marc Allen Novato, California Agosto de 1999

PRÓLOGO

POR RUSSELL E. DICARLO
Autor de Towards a New World View

Cobijados por un cielo azul, los rayos anaranjados del sol poniente pueden, en ocasiones especiales, obsequiarnos un momento de belleza tan considerable, que nos encontramos momentáneamente pasmados, con la mirada congelada. El esplendor del momento nos deslumbra de tal modo que nuestras compulsivas mentes charlatanas hacen una pausa, como para no llevarnos mentalmente a un lugar diferente del aquí y el ahora. Bañados en luz, parece que se abre una puerta a otra realidad, siempre presente, pero raras veces presenciada.
Abraham Maslow las llamaba “experiencias cumbre” puesto que representan los momentos más altos de la vida, cuando nos encontramos gozosamente catapultados más allá de lo mundano y lo ordinario. Podía igualmente haberlas llamado experiencias de “atisbo”. Durante estas ocasiones de expansión vislumbramos un destello del reino eterno del Ser. Aunque sólo sea por un breve momento, llegamos al hogar de nuestro Verdadero Ser.
“Ah” podría uno suspirar, “Tan grandioso… si pudiera quedarme aquí. ¿Pero cómo tomar residencia permanente?” Durante los últimos diez años, me he aplicado a averiguarlo. Durante mi búsqueda, he tenido el honor de entablar diálogos con los más osados, inspiradores y penetrantes “pioneros de paradigmas” de nuestro tiempo: en medicina, ciencia, psicología, negocios, religión/espiritualidad y potencial humano. Este diverso grupo de individuos tienen en común la percepción de que la humanidad está dando un salto cuántico hacia adelante en su desarrollo evolutivo. Este cambio va acompañado de un giro en la visión del mundo, la imagen básica que tenemos de “cómo son las cosas”. Una visión del mundo busca contestar dos preguntas fundamentales: “¿Quiénes somos?” y “¿Cuál es la naturaleza del Universo en el que vivimos?” Nuestras respuestas a esas preguntas determinan la calidad y las características de nuestras relaciones personales con la familia, los amigos y los jefes/empleados. Cuando se consideran en una escala mayor, definen las socieda¬des.
No es sorprendente que la visión del mundo que está emergiendo ponga en duda muchas de las cosas que la sociedad occidental considera verdaderas:

MITO # 1 La humanidad ha alcanzado el pináculo de su desarrollo.

El cofundador de Esalen, Michael Murphy, rastreando estudios de religiones comparadas, medicina, antropología y deportes, ha sacado la estimulante conclusión de que hay etapas más avanzadas de desarrollo humano. En la medida en que una persona alcanza esos niveles avanzados de madurez espiritual, empiezan a florecer extraordinarias capacidades de amor, vitalidad, personalidad, conciencia personal, intuición, percepción, comunicación y voluntad.
Primer paso: reconocer que existen. La mayoría de las personas no lo reconoce. Sólo entonces, se pueden emplear métodos con intención consciente.

MITO # 2 Estamos completamente separados unos de otros, de la naturaleza y del cosmos.

Este mito del “distinto de mí” ha sido responsable de las guerras, el asolamiento del planeta y de todas las formas y expresiones de la injusticia humana. Después de todo ¿quién en su sano juicio haría daño a otro si experimentara a esa persona como parte de sí mismo? Stan Grof, en su investigación de estados no ordinarios de conciencia, resume diciendo que “la psique y la conciencia de cada uno de nosotros es, al fin y al cabo, correspondiente con “Todo Lo Que Es”, porque no hay fronteras absolutas entre el cuerpo/ego y la totalidad de la existencia”.
La medicina Era¬-3 del doctor Larry Dossey, en la que los pensamientos, las actitudes y las intenciones de curación de un individuo pueden influir en la fisiología de otra persona (en contraste con la Era-¬2, en la que prevalece la medicina mente-¬cuerpo), está muy bien sustentada por estudios científicos sobre el poder curativo de la oración. Ahora bien, esto no puede ocurrir de acuerdo con los principios conocidos de la física y con la visión del mundo de la ciencia tradicional. Sin embargo la abundancia de las evidencias sugiere que de hecho ocurre.

MITO # 3 El mundo físico es todo lo que hay.

Atada a la materia, la ciencia tradicional asume que cualquier cosa que no pueda ser medida, examinada en un laboratorio o comprobada por los cinco sentidos y sus extensiones tecnológicas, simplemente no existe. Es “irreal”. La consecuencia: toda la realidad se ha reducido a la realidad física. La dimensión espiritual, o lo que yo llamaría dimensiones no físicas de la realidad han sido desterradas.
Esto choca con la “filosofía perenne”, ese consenso filosófico que se extiende a través de épocas, religiones, tradiciones y culturas, que describe dimensiones de la realidad diferentes, pero continuas. Estas van de las más densas y menos conscientes ¬ -lo que llamaríamos ‘materia’- ¬ a las menos densas y más conscientes -que llamaríamos dimensiones espirituales-.
Curiosamente, este modelo extendido, multidimensional, de la realidad es sugerido por teóricos cuánticos tales como Jack Scarfetti, que describe el viaje superluminal. Otras dimensiones de la realidad se usan para explicar los viajes que ocurren a velocidad mayor que la de la luz, el último de los límites de velocidad. O considere el trabajo del legendario físico David Bohm con su modelo multidimensional de la realidad desarrollada (física) e implicada (no física).
Esto no es mera teoría: el Experimento Aspect de 1982 en Francia demostró que dos partículas cuánticas que habían estado conectadas alguna vez, cuando eran separadas por vastas distancias permanecían conectadas de alguna manera. Si se cambiaba una

Anthony de Mello: Redescubrir la vida Anthony de Mello

Redescubrir la vida

Anthony de Mello

Tabla de contenido

I 3
La capacidad de escuchar 3
La vida está donde menos se la espera 5
Esa extraña cosa: la mente humana 6
Donde empieza el camino 7
¿Enseñar a cantar a los cerdos…? 8
Estamos “sentados” sobre una mina de diamantes y no lo sabemos 9
No es demasiado tarde 9
Preferimos ser desdichados 10
La felicidad está en uno mismo 11
La fórmula de la felicidad 12
El sufrimiento y el apego. 13
El origen de todos los conflictos 13
El verdadero progreso 14
El amor y el apego 14
La fórmula de la felicidad 15
La libertad 16
II 17
Peces que tienen sed y temen ahogarse 17
Nadie nos quitó la libertad que buscamos 18
Los problemas no existen en la realidad… 19
… sólo existen en la mente humana 19
Convencido de que moriría, murió 20
Perturbación y espiritualidad 21
Perturbación y autocastigo 22
Felicidad y cambio 23
No culpar a nadie 24
¿Quién te perturba? 25
Cómo “arreglar” las cosas 25
Las relaciones humanas y la perturbación 26
III 28
La religión que nos preocupa 28
La felicidad de no depender 29
¿Son humanas las relaciones humanas? 31
¿Cambiar o amar? 32
No dejes que los demás te perturben 32
Cómo nos controlan y manejan 33
¿Amar sólo a quien te ama? 34
Cuando éramos niños nos “drogaron” 35
Hemos perdido la capacidad de amar 35
Estar solo, no solitario 36
La parábola final 36
¿Ser oveja o león? 36

I

Diez, doce años atrás, hice un descubrimiento  que trastrocó y  revolucionó mi vida,
convirtiéndome en un hombre nuevo. Descubrí una formula que permite ser feliz
por el resto de la vida, que permite disfrutar de cada minuto de la vida. Redescubrir
la vida.
Al escuchar esto, alguien podrá asombrarse y preguntarme:
-¿Como se entero solo diez o doce años atrás? ¿No ha leído usted los Evangelios?
¡Por supuesto que leí los Evangelios!
¡Pero no la había visto! La  formula estaba allí, en los Evangelios, pero yo no la había
comprendido. Mas tarde, cuando ya la había descubierto, la halle en los textos sagrados de las principales religiones y me asombre: la había leído y no la había visto, no la
había comprendido. Ojalá la hubiera descubierto cuando era mas joven. ¡Que diferente habría sido todo!
  ¿Cuanto tiempo me llevara transmitir a otros esa formula? ¿Todo un día? Voy a ser
honesto: solo un par de minutos. No creo que requiera mas de dos minutos transmitir-
la.  Captarla  o  comprenderla  llevaría…¿veinte años?, ¿quince años?, ¿diez años?,
¿diez minutos?, ¿un día?, ¿tres días? ¡Quien sabe! Eso depende de cada uno.
               
La capacidad de escuchar

  Es necesaria una cualidad para captar aquello que yo descubrí de repente diez
años atrás y que revoluciono mi vida: la cualidad de escuchar, de comprender, de
“ver”. Creo que; si mil personas me oyen y una escucha, si mil me leen y una ve, es un
promedio bastante bueno.
¿Es difícil comprender a formula? Es tan sencilla que puede comprenderla un niño de siete años; ¿no es asombroso? En realidad cuando pienso en eso hoy, me pregunto:
¿Porqué no la comprendí antes? No lo sé. No sé porqué no la comprendí antes. Pero así fue. Puede ser que cualquiera esté en condiciones de comprenderla hoy, aunque sea en parte  ¿Que se necesita para comprenderla?  Una sola cosa: la capacidad de escuchar Eso es todo. ¿Eres capaz de escuchar? Si lo eres, podrás comprenderla.
Ahora bien, escuchar no es tan fácil como podría parecer: La razón es que siempre escuchamos a partir de conceptos establecidos, de posiciones y fórmulas establecidas, de prejuicios…Escuchar no significa “tragar”; eso es credulidad:
– Él lo dice, yo lo acepto.
No quiero que nadie me tenga fe cuando me escucha o me lee, las enseñanzas de la Iglesia o la Biblia se pueden tomar con fe, Deseo que cuestionen todo lo que digo, que reflexionen sobre mis opiniones.
Escuchar no significa ser crédulo. Pero tampoco significa atacar. Lo que voy a plantear es algo tan nuevo que algunos pensarán que estoy loco, que no estoy en mi sano juicio. Por consiguiente, van a sentirse tentados de atacar. Si se le dice a un marxista que algo anda mal dentro del marxismo, lo primero que probablemente haga es atacar.  Si se le dice a un capitalista que algo no está bien en el capitalismo, se alza en armas. Si se le dice a un norteamericano que en los Estados Unidos hay algo que no está bien, se enfurece. Y lo mismo sucede con los indios, si se ataca a la India, etcétera.
Escuchar no significa creer ciegamente, ni tampoco atacar o simplemente estar de acuerdo Me contaron acerca de un superior jesuita que tenía mucho éxito. Alguien le preguntó:
-¿Cómo es que usted tiene tanto éxito como superior?
– Muy sencillo; la receta es sencilla: estoy de acuerdo con todos – respondió
¡Estaba de acuerdo con todos! Le objetaron:
-¡No hable tonterías! ¿Cómo puede usted tener éxito como superior estando de acuerdo con todos?
– Es cierto, ¿cómo puedo tener éxito como superior estando de acuerdo con todos? – fue su respuesta.
De modo que escuchar no significa estar de acuerdo conmigo; puedes discrepar conmigo y entenderlo, ¿no es asombroso?.
Escuchar significa estar alerta. Si estás alerta, estás observando, estás escuchando con una especie de mente virgen. No es fácil escuchar con una mente virgen, sin prejuicios, sin fórmulas establecidas. .
Alguien me contó la historia de una persona que llevó a la práctica el famoso refrán: “Quien por día una manzana come, al  médico a distancia pone.” Bien, esta persona tenía un affaire con la esposa de un médico, … y comía una manzana por día. Es decir, ¡había entendido todo al revés! Había partido de una fórmula establecida, de una posición mental rígida.
Me contaron también acerca de un sacerdote que estaba tratando de convencer a un feligrés alcohólico de que dejara la bebida. Para ello llenó un vaso con alcohol puro y tomó una lombriz, dejándola caer en el vaso. La pobre lombriz comenzó a retorcerse y murió. Y el sacerdote le dijo al feligrés:
– ¿Comprendiste el mensaje, Juan?
– Sí, padre, comprendí el mensaje, . . .comprendí el mensaje,… ¿Sabe?, si se tiene un bicho en el estómago, hay que tomar alcohol.
¡Ay!  ¡Vaya si comprendió el mensaje!
Juan no comprendió el mensaje porque no estaba escuchando.
Conozco otro caso en el que era el sacerdote el que no  estaba escuchando. En efecto, cuentan acerca de un alcohólico que fue a ver al cura párroco, el cual, como estaba leyendo el diario, no quería que lo molestaran.
– Disculpe, padre.
El padre, fastidiado, lo ignoraba.
– Eh, disculpe, padre.
-¿Qué pasa? – preguntó el párroco.
-¿Me podría decir qué produce artritis, padre?
El padre seguía fastidiado:
-¿Qué produce artritis? Beber produce  artritis; eso es lo que produce artritis. Salir  con mujeres fáciles produce artritis, eso es  lo que produce artritis. Dedicarse al juego  produce artritis, eso es lo que produce artritis.
¿Porqué me lo preguntas?
– Porque aquí en el diario, dice que el  Santo Padre tiene artritis.
El párroco no había estado escuchando.
Bueno, si estás preparado para oír algo  nuevo, sencillo, inesperado, opuesto a casi  todo aquello que te han contado hasta ahora, entonces quizás escuches lo que tengo  que decir, quizás lo comprendas. Cuando Jesús enseñaba la Buena Nueva, creo que fue atacado no sólo porque lo que enseñaba era bueno, sino porque era nuevo.
– No quiero oír nada nuevo, denme las cosas viejas.
No nos gusta lo nuevo; es demasiado molesto, demasiado liberador. Si rechazamos lo nuevo, no estamos dispuestos a escuchar. Pero si lo aceptamos sin discriminar, tampoco estamos escuchando. Buda lo dijo de una manera muy hermosa: “Monjes y discípulos no deben aceptar mis palabras por respeto, sino que deben analizarlas, de la misma manera que un orfebre trabaja el oro: seccionando, raspando, frotando, fundiendo.” Así debe ser también con mis palabras.

La vida está donde menos se la espera

¿Qué es eso que llamamos “nuestra vida”? Echa una mirada al mundo y luego te invitaré a echar una mirada a tu propia vida. Echa una mirada al mundo: pobreza por doquier. Leí en el New York Times que los obispos de los Estados Unidos afirman que hay 33 millones de personas en el país que viven por debajo del umbral de pobreza, trazado por el propio gobierno. Si crees que eso es pobreza, deberías ir a otros países a ver la consunción, la suciedad, la miseria. ¿A eso se puede llamar vida?
Pero hay algo asombroso. Te mostraré que la vida existe aun en esas condiciones.
Alrededor de 12 años atrás me presentaron, en Calcuta, a un hombre que arrastraba un ricksha, un vehículo de tres ruedas de tracción humana… ;Es terrible! Se trata de un ser humano; no es un caballo el que tira, sino un ser humano. Estos pobres seres no duran mucho tiempo; viven 10 a 12 años después de que comienzan a tirar del ricksha,  pues enferman de tuberculosis.
Pese a su trabajo, Ramchandra – que así se llamaba este hombre -, tenía esposa e hijos, e incluso televisión. En ese entonces había un pequeño grupo de personas dedicadas a una actividad ilegal llamada “exportación de esqueletos”, que finalmente fueron apresadas.
¿Sabes qué hacían? Si una persona era muy pobre, ellos se le acercaban y le compraban el esqueleto por el equivalente de unos 10 dólares. Así fue como le preguntaron a Ramchandra:
-¿Desde cuánto tiempo atrás trabajas en la calle?
– Desde hace diez años… – respondió Ramchandra.  Entonces  ellos  pensaron:
“No va a vivir mucho más…” Y dijeron:
– Muy bien, aquí está tu dinero.
En el momento en que la persona moría, se apoderaban del cuerpo, se lo llevaban y, luego, cuando el cuerpo estaba descompuesto, mediante un proceso que tenían, descarnaban todo el esqueleto. Ramchandra había vendido el suyo, tanta era su miseria; estaba rodeado de consunción, pobreza,  desgracia,  incertidumbre.  Nunca creerías posible encontrar la felicidad allí, ¿no es cierto?
A este hombre, al que nada parecía molestarlo que estaba perfectamente bien, al que nada parecía preocuparlo, le pregunté un día:
-¿No estás preocupado?
-¿Por qué?
-¿Sabes?, por tu futuro, por el futuro de los niños…- agregué
– Bueno,  hago  lo  mejor que  puedo, pero el resto está en manos de Dios…
– Pero – dije yo – ¿y qué hay de tu enfermedad?; te hace sufrir, ¿no es cierto?
– Un poco; tenemos que tomar la vida como viene – fue su respuesta.
Jamás lo vi de mal ánimo. Pues bien, un día, cuando estaba hablándole, me di cuenta de repente que estaba en presencia de un místico, me di cuenta que estaba en presencia de la vida. ;Él estaba allí! ¡Estaba vivo! Yo estaba muerto… Era un hombre que era plenamente él mismo, de acuerdo con aquellas bellas palabras de Jesús: “Mirad los cuervos  del  cielo,  que  no  siembran  ni cosechan…; mirad los lirios del campo, que no hilan ni tejen…” (Lc  12,  24 y 27;Mt 6, 26); ellos no se preocupan ni por un momento del futuro; no como tú. Ramchandra estaba allí mismo. No sé, hoy seguramente  estará  muerto.  Mi  encuentro con él fue muy breve, en Calcuta; y después seguí hasta donde vivo ahora, hacia el sur de la India.
¿Qué le sucedió a este hombre? No lo sé. Pero sé que conocí a un místico. Era una persona extraordinaria; descubrió la vida, la redescubrió.

Esa extraña cosa: la mente humana

Muchas veces pensé qué cosa tan extraña es la mente humana. Ha inventado la computadora, ha desintegrado el átomo, ha hecho posible enviar naves al espacio pero, no ha solucionado el problema del sufrimiento humano, de la angustia, la soledad, la depresión, el vacío, la desesperación! Honestamente no creo que tú estés libre de todos esos sentimientos. ¿Cómo puede ser que no hayamos encontrado la solución para ellos? Hemos logrado toda clase de adelantos tecnológicos. ¿Ha elevado esto nuestra calidad de vida en una sola pulgada?
¡No!, ni en una pulgada. Tenemos – eso  sí – más comodidad, más velocidad, más  placeres, más entretenimientos, más erudición mayores adelantos tecnológicos. Pero,  ¿se ha logrado superar en algo la soledad, el  vacío, la congoja, la avaricia, el odio, los conflictos? ¿Hay menos lucha, menos crueldad? Yo pienso que estamos peor…
La tragedia es, tal como lo descubrí diez  o doce años atrás, que ¡el secreto se ha encontrado! Tenemos la solución a mano.
¿Por qué no la usamos? No la queremos.
Ese es el motivo, ¿lo crees? ¡No la queremos! ¡No la queremos! Imagina que yo le diga a alguien:
– Mira, voy a darte una fórmula que te  va a hacer feliz por el resto de tu vida; disfrutarás cada minuto del resto de tu vida…
Imagina que te digo eso a ti… Te lo diré; te daré la fórmula. ¿Sabes lo que probablemente me responderás?:
– ¡No me la diga! ¡Basta! No quiero oírlo.
La mayoría de la gente no quiere escuchar la fórmula, aunque ni siquiera debe  aceptarla por fe… Voy a demostrarte que  es así.
Alrededor de seis meses atrás, el verano  pasado, estuve en Saint Louis, Missouri,  para dar una especie de seminario de fin de  semana. Había allí un sacerdote, que se me  acercó y me dijo:
– Acepto cada una de las palabras que  usted ha dicho durante estos tres días, cada  una de las palabras…, ¿y sabe por qué? No  porque haya hecho lo que usted nos alentó a hacer: seccionar, frotar, raspar y analizar.
No.
Y explicó:
– Unos tres meses atrás, asistí a una víctima del sida en su lecho de muerte. Y el hombre me contó lo siguiente: “Padre, hace seis meses, el doctor me dijo que yo tenía seis meses de vida y yo le creí.” ¡Cuánta razón había tenido!, pues el hombre se estaba muriendo. “¿Sabe algo, padre? Éstos han sido los seis meses más felices de toda mi malgastada vida… ¡los más felices!
En realidad, nunca había sido feliz hasta estos seis meses. He descubierto la felicidad.”
Y agregó: “Ni bien el doctor me lo dijo, abandoné la tensión, la presión, la ansiedad, la esperanza y, en lugar de caer en la desesperación, finalmente fui feliz.”
Y el sacerdote concluyó:
– ¿Sabe?, muchas veces he reflexionado sobre las palabras de aquel hombre.
Cuando lo escuché a usted este fin de semana, pensé: “Este hombre ha vuelto a vivir. Usted está diciendo exactamente lo que él dijo…”

Donde empieza el camino

Otro hombre también sabía esto. En la Epístola a los Filipenses  san Pablo dice:
“He aprendido a contentarme con lo que tengo…” (Flp 4, 11). ¡Está en la Biblia! La fórmula está en la Biblia. Yo te explicaré cómo ponerla en práctica, aunque la manera de hacerlo está allí también; la fórmula está completa… Esto es lo que dice san Pablo: “He aprendido a contentarme con lo que tengo… he aprendido a ser autosuficiente.”(Me achacarán quizás que la Biblia no dice “autosuficiente”; pero este no será más que el comienzo de los ataques.)
“He aprendido a ser autosuficiente” significa: “Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre, a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en Aquel que me conforta.”
Un poco antes dice san Pablo: “Regocijaos en el Señor, siempre  regocijaos. ‘ Yo lo repito:  “Regocijaos.”  Pienso en Ramchandra en Calcuta, pienso en aquella víctima del sida en Saint Louis. A eso se refiere San Pablo. ¡Lo había leído durante toda mi vida y nunca lo había entendido! Sus palabras se dirigían a mí y yo no las había comprendido. Bueno, supongamos que tú quieres comprenderlas, ¿qué debes hacer?
Primero, deberás entender un par de verdades acerca de ti mismo. Luego, te arrojaré la fórmula, para que hagas lo que quieras con ella.
¿Qué debes entender acerca de ti mismo? Ante todo, que tu vida es un enredo.
¿No te gusta oírlo? Bueno, quizás eso prueba que es cierto. Tu vida es un enredo. Quizás me dirás:
– Puede ser.
Si eres como la persona promedio con la que me tropecé siempre, tu vida es un enredo. Me dirás:
– ¿Qué significa eso de que mi vida es un enredo? Me va muy bien en mis estudios, tengo padres buenos, tengo buenas relaciones con mi familia, tengo un novio (o una novia, según sea el caso), todos me quieren, me va bien en el deporte y tengo una carrera muy brillante por delante.
– Oh, ¿sí?
– Sí.
– ¿Piensas que tu vida no es un enredo?
Respondes:
– No.
– Oh, dime – aquí está la prueba de  fuego -, ¿nunca te sientes solo?, ¿tienes alguna congoja?, ¿alguna vez te alteras por  algo?
-¿Quiere decir que no debemos alterar
-¿Quieres la respuesta limpia, clara y sencilla?
-¡Sí!
-¡No!
-¿Quiere decir: no alterarse por nada?
– Correcto, me oíste: ¡no!
-¡Cállese! No quiero escuchar más.
-¿Comprendes lo que quiero decir?
– No.
Como la mayoría de la gente, tienes una teoría: “Debes perturbarte o no eres humano.” Muy bien, adelante entonces, pertúrbate. Buena suerte: ¡Adiós!

¿Enseñar a cantar a los cerdos…?

Hay un delicioso refrán de un autor norteamericano que cito frecuentemente: “No le enseñes a cantar a un cerdo; pierdes el tiempo e irritas al cerdo”. He tenido que aprender la lección y he abandonado mis intentos de enseñar a cantar a los cerdos.
Ahora planteo:
-¿No quieres escuchar lo que digo?
¡Adiós! …
Ninguna discusión. No discuto. Estoy listo para explicar, listo para aclarar: ¿por qué tratar de discutir? No vale la pena. De modo que pregunto:
-¿Alguna vez sufriste algún conflicto interno? ¿Quieres decir que todas tus relaciones están bien?, ¿con todos?
– Bueno, no.
– Tu vida es un enredo. ¿Quieres decir que disfrutas de cada minuto de tu vida?
– Bueno, no del todo.
-¿Comprendes lo que te dije?: … es un enredo.
-¡Eh! Espere un minuto, ¡la encarnación…!
– Sí, sí, … ¡Adiós! “Después te veo, bicho feo.”
¿Por qué discutir? Mejor afirmar:
– No estoy interesado en discutir contigo. Punto. Lo sé porque lo estuve haciendo todo el tiempo. No estoy interesado en discutir. O enfrentas el hecho de que tu vida es un enredo o no lo haces. ¿No quieres enfrentarlo? No tengo nada que decirte. Y “tu vida es un enredo” significa que estás acongojado, por lo menos ocasionalmente, te sientes solo, este vacío te está mirando fijamente, estás asustado… ¿estás asustado?
– Sí.
– Tu vida es un enredo.
– ¿Quiere decir que se supone que no debemos tener miedo?
– No, señor (o señora, según sea el caso); ¡no! se supone que no debemos tener miedo.
– ¿De nada?
– De nada.
– Pero Mahoma…
– Perdón, nos ocuparemos de Mahoma   luego, ¿está bien? Hablemos de ti…¿No sabes lo que significa ser intrépido, no tener miedo? La tragedia es que no crees que  lo puedes lograr. Sin embargo, ¡es tan fácil!
Como te dijeron que no se puede lograr, nunca tratas de ser intrépido. Pero a lo largo de toda la Biblia está dicho que es posible y tú no lo comprenderás, porque te han dicho que no se puede lograr.
-¿Estás angustiado por el futuro? ¿Tienes algún resabio de angustia, de preocupación, de desconcierto?
– Sí.
-¡Estás en un enredo! ¿Qué te parece?
¿Quieres aclararlo? Yo podría aclararlo en cinco minutos, si tu grado de preparación es adecuado. No tienes que mudarte de esa silla; sentado en ella podrías resolverlo en cinco minutos. No se trata de un recurso publicitario. Lo digo en serio,  es algo tan sencillo y tan terriblemente importante que la gente no le acierta. Y tú lo puedes alcanzar.

Estamos “sentados” sobre una mina de diamantes y no lo sabemos

  ¿Sabes cómo se descubrieron las minas de diamantes en Sudáfrica? Es una historia muy interesante; la he leído hace algún tiempo. Un hombre blanco, sentado en la choza del jefe de una aldea de nativos, en Sudáfrica, vio como los chicos jugaban con cosas parecidas a bolitas. De pronto, su corazón se sobresaltó al darse cuenta de que, en realidad, eran diamantes. Recogió un par de ellos, . . . ¡diamantes! Entonces, le dijo al jefe de la aldea:
-¿Podría darme alguna de estas bolitas? ¡ Usted sabe! , tengo chicos en casa que también juegan a esta clase de juego, y las suyas son algo diferentes.. 
-¿Podría usted…?
A cambio, yo estaría dispuesto a darle una bolsa de tabaco.
El jefe rió y dijo:
– Mire, eso sería un abuso de mi parte, quiero decir, sería un verdadero robo aceptar su tabaco a cambio de estas cosas. Tenemos miles de ellas aquí.
Y le dio una canasta llena. Luego el blanco regresó a su país, volvió con mucho dinero, compró todas las tierras del lugar y en diez años fue el hombre más rico del mundo. Esta historia real es como una parábola.
Reflexiono sobre mi propia vida y pienso: “¿Por qué la desperdicié?” ¡La desperdicie en toda clase de cosas maravillosas, ¡créeme!: ministerios pastorales, emprendimientos teológicos, servicios litúrgicos, etcétera. Nosotros, los sacerdotes, cuanto más ocupados, estamos en las cosas de Dios, más probable es que olvidemos lo que significa Dios, y más probable es que nos volvamos más complacientes. (¡Esa es la historia de Jesús! ¿Quiénes hicieron a un lado a Jesús? Los sacerdotes. ¿Quién más? la gente religiosa.) Entonces, ahora pienso: “¡Desperdicié la vida! No tengo ni un minuto para arrepentirme. ¡Para qué perder siquiera un minuto en lamentar el pasado!” ¿No es así? Pero el hecho es que la desperdicié.

Percepción de la muerte a lo largo de la vida

Percepción de la muerte a lo largo de
la vida

Indice
1. Introducción
2. Percepción de la muerte del infante
3. Percepción de la muerte del adolescente
4. Percepción de la muerte en adultos jóvenes
5. Percepción de la muerte de un adulto intermedio
6. Percepción de la muerte en ancianos
7. Enfrentar la muerte
8. La pena de muerte y el duelo
9. Terapia para el dolor
10. Significado de la muerte
11. A modo de conclusión
12. Bibliografía

1. Introducción.

Cada día hay más personas que manifiestan interés por saber algo, hacer algo más, experimentar, por leer algo… sobre la muerte. De hecho, hablar de la muerte es algo delicado y complejo, y a la vez absolutamente simple ya que es el final ineludible de nuestras vidas. Depende de la madurez y reflexiones previas de cada persona. En este trabajo voy a hablar del espacio que ocupa la muerte en nuestras sociedades, y de la manipulación ideológica de que es objeto. Además de la forma en que la muerte es vivida en diferentes etapas de la vida y cómo podemos ayudar desde nuestra naturaleza humana a las personas que viven cercenas a la muerte y cómo, a su vez, podemos permitir que ellos nos ayuden a nosotros mismos, enseñándonos cómo el sentido de la muerte puede dirigir nuestras vidas hacia una expresión enriquecedora de la muerte y el dolor. 

El miedo que tenemos a enfrentar a la muerte es un miedo a algo desconocido, la muerte es una experiencia que nadie jamás en vida podrá conocer a ciencia cierta, por lo cual nos genera gran ansiedad. Nuestra tendencia es a alejar  a la muerte de nuestro espectro de vida, sentenciarla al encierro hospitalario, o a los cementerios cada vez más compactos.
Si bien es cierto, tanto la muerte  como el nacimiento están indicados por importantes cambios biológicos y culturales que puntúan la existencia de cada persona. En la muerte misma es la biología quien impone sus leyes entrópicas, no obstante  nuestra cultura tradicional ha sabido encontrar elementos para postergar la muerte, el avance tecnológico ha producido el desplazamiento de la muerte principalmente al final del ciclo vital, cuando antes lo fue constante en cualquier periodo de la vida. Esto repercutió en nuestra conciencia de ella, y convirtió a la muerte en algo fuera de nuestra cotidianeidad. Dejo de hablarse de la muerte, por lo tanto se perdió la posibilidad de enfrentarla  cara a cara. A cambio de eso encontramos a la televisión inundando de información distorsionada sobre la muerte a nuestros hijos, se produce así una paradoja, en la cual por temor a el impacto que pueda causarle el acontecimiento a nuestros niños le ocultamos la información, sin embargo permitimos que por medio de la televisión accedan a información contaminada con violencia que genera a su vez mayor ansiedad.
A lo mejor nuestro rechazo a la muerte es algo que se ha construido junto con nuestra evolución cultural, en el sentido que, nuestro desarrollo cultural occidentalizado se ha planteado en términos de seguridad planificada y predictibilidad, que se refuerzan en la matriz valórica, y de significaciones culturales que consideramos esenciales para vivir. La muerte ataca la misma raíz fundamental de los valores que estamos persiguiendo en nuestras sociedades. Se ve atacada la necesidad humana de vivir en un mundo predecible ( fundamento de la ciencia) y que sea seguro, conocido lo cual va muy ligado al concepto de revelar los misterios antaño desconocidos por el hombre y hoy asequibles por la ciencia.
La muerte entonces es socialmente rechazada, en cuanto atenta con nuestro mundo material, el único que existe. Nos vemos culturalmente motivados a dedicarle menos tiempo a la muerte, por que el morir perjudica la productividad, la tristeza debe resolverse lo antes posible, dado que el mundo ?real? requiere de los cuerpos y las mentes limpias de los que trabajan para su crecimiento. Esta vida en sociedad exige ciertos sacrificios, entre ellos el desconocer a la muerte como parte de este mundo, cerrar los ojos aún cuando el sol se retira cada anochecer para volver al día siguiente iluminándolo todo, cuando en cada otoño muere el mundo vegetal para verlo renacer a la primavera siguiente. El significado de la muerte se expresa claramente en la vida, pero la gente ve lo que los demás quieren que vean. Cuando por fin entiendan que en la muerte hay mucho mas que aprender sobre la vida que en la evitación permanente de la naturaleza, cuando por fin sean capaces de aceptar la muerte sin maquillarla de juventud, cuando nuestra tanatofobia seda paso al compartir con los muertos, solo entonces podremos comenzar a vivir, por que la única postura coherente y sólida ante la muerte, como ante cualquier otro evento o conflicto de la vida humana, es encararla, tomar consciencia de ella, conocerla hasta donde sea humanamente posible ; respetar y observar frente a frente es la fórmula para librarse de ello.

2. Percepción de la muerte del infante

El desarrollo psicológico del niño lo imposibilita para darse realmente cuenta del fenómeno de la muerte y sus implicaciones. Su aparato psíquico se encuentra en esta etapa centrado en su propia perspectiva y en la realidad vivenciada desde sí mismo, por lo cual su pensamiento presenta las características de egocentrismo y animismo entre otras, que distorsionan sus experiencias en la formación de su realidad configurada particularmente.
La falta de introspección y la incompleta cimentación de su individualidad, que aún está en desarrollo hacen que la muerte para el niño tenga un significado libre en gran medida de angustia y crueldad, por lo cual difiere de la significación adulta de la muerte. Sin embargo, el niño vivencia el fenecer como un viaje o un abandono, por lo que puede experimentarlo con mucha ansiedad y considerar esta dolorosa separación como un acto de agresividad contra él, ej.  ?la persona se murió por que no quiere estar conmigo?.
Los niños asocian la muerte principalmente a la pérdida de su objeto amoroso más preciado, su madre, y con ella todas las garantías de cuidado y amor incondicional que solían protegerlo del mundo desconocido y hostil. Todo esto, además de temor le produce ira, pues como ya dijimos, el niño cree que la muerte es una afrenta contra él, dado que el morir es para él dejarse morir sin perder la vida, sino solamente alejándose como en un viaje. A su vez desconocen la posibilidad de su propia muerte dado que ésta constituye algo externo, ajeno, situación en la cual no hay amenaza vital. En este sentido los niños tienden a ver la muerte como algo remoto en cuanto la aversión que les provoca los obliga a alejarla hasta el punto que quede fuera de nuestra realidad. Ellos creen que el que evita la muerte, engañándola, no muere. Esta es una característica de su pensamiento egocéntrico, el cual no le permite entender la muerte por que va más allá de su experiencia personal, y además es consecuencia de que los niños tienen en parte la noción de la inevitabilidad de la muerte, sin embargo, desarrollan defensas psicológicas tales como el pensamiento mágico, para sobreponerse al sentimiento de indefensión que le produce.
Los psicólogos abocados a la investigación de la ontogénesis de las distintas capacidades a lo largo del desarrollo humano, han realizado diversos trabajos con niños. Ellos en sus distintos estudios encontraron que a los 4 años la idea de muerte es muy limitada, y el hecho de que ésta ocurra o se mencione su concepto no supone una emoción intensa, ni tanto positiva como negativa. Antes de esta edad el niño tiene ciertas nociones ligadas a la muerte, pero éstas se traducen en intuiciones emocionales ligadas a la ausencia de la madre.
Entre los 5 y los 7 años, los niños comienzan a entender que la muerte es irreversible, universal, o sea que todas las cosas que están vivas inevitablemente tienen que morir, también comprenden que todas las funciones de la vida terminan con la muerte. Según Piaget estas características se desarrollan cuando los niños pasan del pensamiento preoperacional al operacional concreto. Durante esta etapa el niño busca reafirmar su conocimiento objetivo, y vuelca sus esfuerzos al entendimiento de las pautas de su cultura. En este sentido los códigos de significación cultural constituyen una buena base para la elaboración más acabada del concepto de muerte. Las explicaciones fantasticas ya no le son funcionales, pasando de un razonamiento mágico a un pensamiento materialista positivo. Aún más, en esta etapa la muerte adquiere una connotación emocional mucho más intensa para el niño, que comienza a temer la muerte de sus seres queridos. El hecho de morir se tiñe en su mente con las ansiedades de su cultura, y pese a no tener conciencia de la posibilidad objetiva de morir, si reconoce a la muerte como una clara experiencia humana.
Ya a la edad de 8- 10 años acepta que todos moriremos, asimila con todo realismo el hecho de tener que morir más adelante.
No todos los autores concuerdan en cuanto al grado de consciencia real que tienen los niños sobre las diferentes dimensiones de éste acontecimiento, y prefieren hablar de etapas no tan marcadas y otorgar un poco más de flexibilidad en el desarrollo de la elaboración de un concepto tan complejo como lo es la muerte. De esta manera hablar de etapas sin referentes en el plano etario es útil para captar la secuencia del desarrollo o formación del concepto. Diversos autores reconocen ésta secuencia de etapas como adecuadas :

1. 1º  etapa en que el niño es incapaz de comprender el problema de la muerte.
2. 2º etapa  en que la muerte se relaciona con una ausencia provisional.
3. 3º etapa en que la muerte se integra en una imagen del mundo mediante elementos culturales.
4. 4º etapa en que el niño elabora la idea de su irremediable destrucción.
El hecho de que la cultura otorgue un espacio dentro de su dinámica donde el dolor y la muerte se resuelvan, mantienen la armonía de su continuidad.
Una cultura debe estructurar este dolor por que su sentido se configura a través de las historias personales que la atraviesan. El orden y la continuidad de la misma depende de la construcción simbólica de rituales que orienten la identidad de todos los individuos a la conformación de la unidad estructural y funcional de la cultura.
Ahora bien, basta dar una mirada hacia el interior de nuestra cultura  y nos encontramos con la sobreexaltación de la vida, basada en su energía, en su dinámica y en su desarrollo, una cultura que esconde a sus moribundos en hospitales donde no logren infectarnos con la muerte y que reducen las tumbas en los cementerios donde cada domingo cientos de personas caminan sobre los cuerpos de nuestros ancestros que simbólicamente yacen extendidos en el césped. Nuestra cultura no acepta la muerte, la arroja lo más lejos de sí para no entorpecer su funcionamiento. En esta cultura la muerte debe ser un proceso rápido, dado que se ha convertido en un tabú, así como alguna vez lo fue el sexo. Esta situación disminuye las posibilidades de que logremos un duelo verdadero, dado que el duelo negado es el peor de los duelos.
El niño quiere saber que ocurre cuando está frente a la muerte, busca la respuesta en sus padres quienes no confían en su capacidad de entender la situación, y creyendo protegerlo lo envuelven en un manto de fantasía. Nuestra cultura nos enseña a proteger a nuestros hijos de algo que es tan natural como la vida misma y lo único que logramos es condenarlos a una vida a medias, una vida orientada al absurdo de la imposible eternidad, una ansiedad perpetua, una vida irreal.
Entonces el niño calla al ver la cara de sus padres timoratos ante la muerte y calla para protegerlos, el sabe que odiamos a la muerte y lo que le espera como herencia es este odio, quien odia la muerte odia a la vida y por lo tanto se odia a sí mismo y vive temiendo.
Un niño solo requiere expresar sus emociones, sus temores, sus inquietudes, solo requiere de un adulto capaz de escucharlo y saber explicar con palabras simples y sensibles qué es lo que ocurre, sin mentiras. En este sentido la religión puede ser muy beneficiosa, siempre y cuando su acción esté dirigida a resolver  los conflictos humanos existenciales en la forma más honesta, evitando la sobreexplotación  de artificios y que pueda brindar un soporte espiritual para el niño.
Desde el punto de vista del psicoanálisis, la muerte es tan poderosa que nuestros impulsos dirigidos a ella constituyen parte de nuestra personalidad. Estos impulsos no son privativos del hombre, dado que operan en todas las criaturas vivientes y tienden a reducir la vida a su materia inerte original, estos impulsos son los responsables de las tendencias destructivas  y agresivas. Esto se traduce en que parte de nuestra naturaleza busca la muerte, se dirige a ésta como también se dirige al amor. Esta dualidad posee al niño en su corporalidad y en su psiquis, por eso a temprana edad inician su exploración con la muerte de pequeños seres vivos, buscando la forma para asegurarse a sí mismo su individualidad y su potencia, actuando con superioridad ante estos seres, pero a la vez reteniendo sus impulsos agresivos e identificándose proyectivamente con sus víctimas. Esta experiencia condiciona de manera inevitable una buena parte de las respuestas del niño y su desarrollo cognitivo respecto al concepto de muerte.
En la medida en que el niño va desarrollando más destrezas tanto en el área biológica, social, cognitiva y emocional  el concepto de muerte va evolucionando hacia causas más abstractas, como ?enfermedades?, ?hacerse mayor?, etc. el punto de cambio para esta parte del concepto de algo concreto a algo abstracto parece situarse alrededor de los 7 años. A esta edad se produce en el niño un gran temor en cuanto a su salud dado que la relación que establece entre la enfermedad y la muerte lo atormenta cuando él está enfermo, cualquier síntoma; fiebre, catarro, estornudos, etc. le hacen creer que se va a morir.
Los niños que se ven enfrentado al hecho de la muerte presentan una serie de reacciones, que si bien  pueden no darse en un orden específico, ni aparecer todas ellas, si nos sirven para comprender el cómo lo vivencian en general:
1.  La negación: el niño niega que la muerte haya ocurrido y parece que ésta no le ha afectado. Normalmente esto significa que la pérdida ha sido demasiado grande para él y que sigue pretendiendo que la persona en cuestión está viva.

2.  Aflicción corporal: la muerte produce en el niño un estado de ansiedad que se expresa en síntomas físicos y/o emocionales.
3.  Reacciones hostiles contra el difunto: el niño toma la muerte de una persona o animal como una afrenta personal por parte del difunto, que lo ha abandonado.
4.  Reacciones hostiles hacia otros: el niño, generalmente, culpa a otros de la muerte acaecida.
5.  Sustitución: el niño rápidamente comienza a buscar el afecto de otros con el fin de sustituir la figura del difunto.
6.  El niño asume las maneras del difunto, intentando conseguir sus mismas características.
7.  Idealización: el niño sobrevalora las cosas buenas del difunto y elimina los recuerdos de sus defectos, llegando incluso a falsear los recuerdos respecto al carácter y la vida real del difunto.
8.  Reacciones de ansiedad y de pánico, preocupándose por quién le cuidará en el futuro.
9. Reacciones de culpa: el niño puede pensar que la muerte tiene que ver con que «es malo» o ha tenido mal comportamiento, y elaborar a partir de aquí fantasías de muerte.

El dato esencial es que toda muerte requiere un duelo, y esta es una ley de la naturaleza, dado que si bien la estructura cultural de la vivencia varía, el sentido de la perdida es universal, con distinto matiz connotativo emocional, pero que no obstante revela su cualidad netamente humana.
El niño debe poder desidentificarse de la causa de la muerte y estar desprovisto de todo deseo de muerte inconsciente (los cuales llevan en sí sentimientos de culpabilidad o remordimiento) además debe elaborar y aceptar a través de su experiencia la propia muerte futura en tanto que destino.

3. Percepción de la muerte del adolescente.

La adolescencia se expresa en las siguientes necesidades: mayor autonomía, necesidad de estabilidad y seguridad, reconocimiento del grupo de amigos y necesidad de diferenciación. Estos podrían considerarse un buen marcador de la etapa, sin embargo la falta de un hito psicológico que determine el cambio de etapa hace necesario un espacio social de soporte para el adolescente en su lucha por integrar su identidad, este espacio estaría constituido por la familia. La falta de este soporte trae graves consecuencias al adolescente quien ve como se ve absorbido por situaciones que escapan de su control, apareciendo sentimientos de incontrolabilidad ante factores sociales, políticos y económicos para construir un proyecto de vida. Las características de esta etapa hacen del adolescente un ser muy vulnerable a sentimientos ligados a la autodestrucción. La muerte en estos casos puede presentarse como una alternativa favorable en pos de darle fin al dolor psicológico que abruma al adolescente. El considerarse solos, alienados, que no son amados pueden constituir motivos suficientemente fuertes como para elegir extinguirse, para comprender esto es necesario pensar en que el joven está esencialmente volcado hacia las relaciones con otros y su aceptación, por lo que hasta los fracasos académicos adquieren una fuerza desconocida dado que en estas actividades sociales el joven va configurando su autoconcepto. Otros puntos de vista versan sobre el suicidio adolescente no como una fuerza o tendencia a la autodestrucción, sino más bien como una súplica por llamar la atención y pedir ayuda, por lo que prefieren hablar de prevención considerando el mejor modo de hacerlo, el tomar conciencia del cuidado del adolescente y ser sensible a sus peticiones.   
En otro sentido, el adolescente vivencia la muerte como un hecho romántico, entregando su vida  por la lucha por ideales, el ejercito, etc. a los jóvenes les importa mucho más la calidad de la vida que la cantidad, este es otro factor que acerca a los jóvenes al suicidio. Dentro de su desarrollo mantienen una idea egocéntrica  llamada ?fábula personal? la cual les hace creer que pueden tomar cualquier clase de riesgos dado que a ellos jamás les ve a ocurrir nada, manejan imprudentemente, toman decisiones descabelladas, experimentan potentes drogas y formas de placer.
Cuando los adolescentes se encuentran cara a cara con la muerte reaccionan de maneras sorprendentes y contradictorias, elevando algunos las cuotas de misticismo o religiosidad. O bien otros jóvenes enfermos optan por negar su condición y hablan como si se fuesen a recuperar aunque tienen la certeza de que eso no será así. Sin embargo pese a lo dramático de esta situación y a los problemas que acarrea la utilización de mecanismos de defensa en cuanto a la elaboración e integración de los hechos sin distorsión, la negación y la represión de las emociones constituyen  herramientas útiles que ayudan a muchos jóvenes enfermos a tratar y superar este golpe agobiante para sus expectativas de vida. Los jóvenes enfermos por lo general están más enfadados y disgustados que reprimidos. Ocupan mucho menos tiempo en pensar en el suicidio en comparación a adultos de la misma condición, y probablemente están mucho más dispuestos en buscar a alguien a quien culpar.
Las distintas maneras de reaccionar ante el hecho de la muerte inminente está supeditada en gran medida al estilo de personalidad.

4. Percepción de la muerte en adultos jóvenes.

Los adultos jóvenes están abocados al término de sus tareas sociales, y se encuentran ansiosos por desarrollar sus planes de vida, para lo cual ya se encuentran capacitados. Su gran tarea es lograr la intimidad para lo cual destinan una no menospreciable cantidad de su tiempo y energía. La muerte es algo lejano, asumido como algo inevitable, sin embargo con una certeza inconsciente de que a uno jamás le va a pasar, comienza la carrera por la consecución de lo que uno pueda llegar a ser, y junto a quienes ame, construir una vida plena de satisfacción.
Para un individuo que se encuentra en esta etapa de la vida, la aparición de una enfermedad catastrófica se vivencia como algo muy frustrante y difícil de llevar debido a la imposibilidad de conquistar las metas anheladas. Su trabajo no ha valido de nada y esta injusticia lo enfurece, es el paciente más conflictivo y el más lábil emocionalmente, a esto se suma la dificultad del personal que por lo general tiene la misma edad que el paciente para tratar asertivamente a un desahuciado de su mismo grupo etáreo.
Estos adultos piensan de manera evasiva, rehuyen de la muerte pues es un tema que no les agrada.

5. Percepción de la muerte de un adulto intermedio

En esta edad se produce la defunción de los padres, y este hecho constituye el motivo por el cual es en esta etapa donde se instala la certeza de la muerte en nuestros corazones, en esta etapa sabemos muy adentro que de veras moriremos. Sin embargo este no es el único dato sobre su condición que recibirá en esta época; los obituarios comenzaran a llenarse con nombres conocidos, los organismos e instituciones enviaran información sobre nuestra condición y se encargará además de hacernos saber que tan aceptados seremos en el mundo en el que supuestamente nosotros (los de esta etapa) tenemos el poder. Los adultos intermedios cambian  el referente de su cuenta de edad, pues ahora los días que faltan son mucho menos que los que ya han pasado. Esta sensación de limite impulsa al sujeto a buscar sacarle provecho a lo que le resta de vida, y nace un nuevo ímpetu por hacer mayores cambios en su vida. La evaluación a la que se someten será crucial en cuanto una vida satisfactoria propugna integridad y autoestima, y por el contrario la inconformidad genera desesperanza, frustración y un sentimiento de vacuidad.

6. Percepción de la muerte en ancianos.

La muerte puede sobrevenir en cualquier etapa de la vida, sin embargo el orden natural supone que se produzca al final del ciclo completo, cuando su cercanía forma ya parte de la experiencia cotidiana. En esta edad casi la mayoría del tiempo está destinada a la solución de asuntos acerca de la muerte y están significativamente menos ansiosos que los adultos intermedios con respecto a la muerte.
Es necesario considerar que el mundo frente al cual se enfrenta el anciano es un mundo distinto, irreconocible, perturbador, obviamente que nuestra es la responsabilidad de que no le sea hostil. Antes su mundo estaba poblado por determinadas personas que fueron muy significativas en su vida. Con el correr de los años todo eso de alguna manera, por no decir literalmente, ha desaparecido. Es probable que los problemas cotidianos de hoy le resulten algo abrumador e inexplicable. Ante esta situación uno puede entender el por qué los abuelos están cansados de la vida, y por qué es tan natural que muchas veces los inunde la tristeza.
La gran tarea del anciano es reorganizar sus pensamientos y sentimientos para aceptar su propia muerte. Los problemas físicos impiden que el anciano vea las cosas de un modo  alentador y placentero, al contrario, esto se suma a la lista de estímulos que lo abandonan a la muerte.
Cuando la persona ha construido un autoconcepto estable y satisfactorio, y cuando ha sido rodeada de amor logra concebir de manera más tranquila su propia muerte, aceptando este final natural.

7. Enfrentar la muerte.

La forma en que nos dispongamos frente a la muerte definirá nuestro proceso de muerte, por que ¿qué es la muerte, sino un nacer a otra cosa ? como plantea la doctora E. Kübler-Ross ; quien dice que la muerte no es más que un pasaje hacia otra forma de vida. Esta profesional de la salud supo comprender el real significado del término ?salud? y lo aplicó a sus moribundos, esos tantos que lejos de ser sustancias en desecho, son verdaderos maestros de la vida, por que allí donde  ésta se extingue aflora todo su esplendor, al acompañar la muerte se nos regala la belleza de la vida, cuando el último aliento adorna nuestras caras con expresiones de felicidad por que algo se ha descubierto, en nosotros mismos.
Volviendo a lo nuestro, Kübler-Ross después de realizar una cantidad de estudios de campo inimaginable sobre enfermos terminales , dio a conocer la existencia de 4 etapas de la muerte y la agonía, las cuales serían :
1. negación : cuando una persona se entera de que sufre una enfermedad mortal su primera reacción es la negación, aquel mecanismo de defensa que ante la evidencia nos hace decir ?no, no puede ser?, esto constituye una  autosugestión que implica la no aceptación de la condición, la persona se convence de que ha habido errores en los resultados de laboratorios o radiografías y cambiando de médico para obtener otra respuesta. La negación es un mecanismo normal que nos ha acompañado a lo largo de toda nuestra vida  en relación al tema de la muerte, y la negación parcial de ésta hasta se hace necesaria para asumir algunos riesgos, pero ante la noticia de una muerte inminente se hace total. La negación permite una tregua entre la psiquis y la realidad, le otorga el tiempo al individuo para pensar su muerte de manera más distanciada, buscando la adaptación del evento  que ha asaltado su psiquismo de manera muy abrupta. La negación constituye un mecanismo de amortiguación del efecto.
Es importante destacar que la negación, a su vez, no es un fenómeno absolutamente individual, dado que nuestra cultura poco a poco ha ido negando los eventos de la muerte, no se habla de ella, los velatorios se trasladaron de la cama de la propia casa donde se era acompañado por gran cantidad de familiares y amigos, a una camilla de terapia intensiva, con restricción de visitas y con la soledad que un lugar tan descarnado como ese provoca.
2.  ira : cuando el enfermo acepta por fin la realidad se rebela contra ella, y nace la pregunta ¿por qué yo ? la envidia comienza a corroer el alma, que injusto es que me haya tocado a mi morir, deseos de tener la vida de los demás, su ira inunda todo a su alrededor, nada le parece bien, nada le conforma. Todo lo que ve le produce un agudo dolor, recordar su condición le inunda de odio y rencor, esta etapa se caracteriza por la negación de dios, los insultos. Su autosestima  está atropellada por no ser él el elegido para permanecer con vida. Los enfermos en esta etapa necesitan expresar su rabia para librarse de ella.
3.  pacto o negociación : se asume la condición, pero aparece una tentativa por negociar el tiempo, se intenta hacer un trato, dado que en vida este recurso más de alguna vez lo sacó de algún apuro, aunque la realidad le indique que para eso es demasiado tarde, ej. El eterno fumador que cuando se entera que tiene cáncer promete no fumar nunca más. Los adultos en estas circunstancias se vuelven regresivos, pidiendo tiempo a cambio de buena conducta. La gran mayoría de estos pactos son secretos y sólo quienes los hacen tienen consciencia de ello.
4.  depresión : esta aparece cuando se tiene conciencia de  que todos los pasos anteriores fracasan ante el desarrollo de la enfermedad que provoca gran invalidez, dolores u hospitalizaciones continuas. Las consecuencias psicosociales que acarrea una enfermedad catastrófica, entre ellas ; decadencia física, imposibilidad de trabajar o desempeñarse en tareas habituales, problemas económicos y familiares, sensación de inutilidad y de constituir una carga innecesaria, provocan en el enfermo un estado natural de depresión. La depresión es producto de lo ya perdido, pero también un proceso de preparación ante la propia muerte. En esta etapa, es saludable para el enfermo expresar la profundidad de su angustia en vez de esconder su dolor.
5.  aceptación :  requiere que la persona haya tenido el tiempo necesario para superar las fases anteriores. La persona ha trabajado con la muerte a través de la ansiedad y la cólera, y ha resuelto sus asuntos incompletos. A esta etapa se llega muy débil, cansado y en cierto sentido anestesiado afectivamente. En su lucha por desprenderse del mundo y de las personas prefiere estar solo, preparándose para morir, durmiendo demasiado, a lo mejor en un proceso de evaluación mnémica que es una experiencia privada y personal. El paciente ha comenzado a morir, a renunciar a su vida en paz y armonía, en esta etapa no hay ni felicidad ni dolor, solo paz, el dolor está en quienes rodean al enfermo, éste solo desea el silencio para terminar sus días con un sentimiento de paz con sigo mismo y con el mundo.
Estas etapas no se dan rigurosamente como una secuencia invariable, alguien puede morir enojado con el mundo, o sin jamás aceptar la muerte por que su amor a la vida es más fuerte que su paz interior, por lo general quien no desea morir llegando su hora ha dejado algo pendiente, resolver sus asuntos de la mejor forma puede ser un incentivo para el buen morir. Lo importante es que a través de estas etapas Kübler-Ross supo plasmar una anatomía psíquica de la muerte, acompañada de todo su carácter emocional, ahora algo podemos entender el proceso de la muerte, para poder aceptar su llegada de mejor manera.

8. La pena de muerte y el duelo.

Como ya he repetido antes toda muerte exige un duelo, o sea una elaboración e integración del acontecimiento de la muerte como parte de la vida de un sujeto, se debe asimilar hasta el punto de reconstruir la vida sin el ser amado, recordándole con amor y cariño, y  comenzar el desarrollo de una vida normal, cumpliendo con todas la exigencias sociales.
La muerte es un hecho muy duro, tanto como para quien lo vive como para los que lo rodean (sobrevivientes). Estos últimos  deben aceptar su aflicción, o sea el hecho objetivo de la perdida y el cambio de su condición social de vida en cuanto a la desaparición de la persona muerta. Así una esposa debe asumir su condición de viuda, por ejemplo.
Una cultura debe estar dispuesta a resolver el problema del dolor de sus miembros por medio de rituales y ceremonias, y en resumen por medio de espacios para elaborar la pérdida con un gran soporte social. Por ello sus condiciones de luto serán primordiales para lo que a salud mental se refiere. Esta acción eminentemente cultural permite abordar la muerte desde una mirada social de reconocimiento de sus miembros, como una pérdida total de la cultura y no una difusión particular sin importancia. Las culturas deben estructurar el dolor por medio de tradiciones y ritos que ayuden a sobrellevar el dolor.
La forma en que sentimos la pérdida como algo muy doloroso tiene gran importancia. La persona afligida debe aceptar la dolorosa realidad, para ello debe dejar el vínculo con la persona fallecida, organizar la vida sin esa persona y desarrollar nuevos intereses y relaciones. Para poder describir una pena normal debemos mencionar las etapas que subyacen en ella:
? Fase inicial: (varias semanas) la muerte se vive como algo impactante e increíble, los sobrevivientes se sienten muy abrumados, aturdidos y confundidos. Estas condiciones constituyen en algún aspecto una defensa de los dolientes para protegerse de sus reacciones intensas. Todo este periodo está acompañado de un fuerte correlato fisiológico, emocional y psicológico  que vulnerabiliza en demasía al individuo. Tiene accesos de nauseas y un profundo sentimiento de vacuidad por la impotencia ante la vida.
? 2º fase: (6 meses o más) persiste la preocupación por la persona fallecida. Realiza un gran esfuerzo por entender la muerte sin lograrlo debido a que no es capaz de aceptarla, en esta etapa hay mucho llanto, insomnio, fatiga, pérdida de apetito, etc. este periodo de crisis es necesario, pues en medio de este dolor se evalúa emocionalmente la relación que en vida tuvo con el fallecido. Para elaborar la muerte esto es esencial, dado que en este periodo se rescata la intensidad de las emociones compartidas y se tiñen los recuerdos para revivirlos hasta la eternidad.
? Fase final: el tiempo es muy variable, esta es el periodo de la resolución, la persona reanuda el interés por sus actividades diarias, recordando al muerto con cariño y tristeza en vez de dolor y nostalgia. Se asume la idea de que la vida continúa y de que existen otros motivos por los cuales luchar.
Cuando deformamos el dolor que sentimos por el fallecido nos arriesgamos a vivir una pena patológica, es muy probable que a la base de ésta exista un desorden de la personalidad o una relación altamente dependiente u hostil con el fallecido. Muchas veces se vivencia la pena de esta manera debido a las circunstancias traumáticas en que pudo ocurrir el episodio de muerte y la prestancia social de apoyo deficiente que pudo sufrirse. Esta forma distorsionada de elaborar la pérdida puede traer con sigo la presencia de hiperactividad conpulsiva, identificación patológica con la persona muerta, deterioro físico, depresión, culpa, ira, etc.

9. Terapia para el dolor.

La Tanatologia, como disciplina de ayuda profesional, concibe integralmente a la persona en su ser bio-sico-social-espiritual, para vivir en plenitud. Proporciona ayuda profesional al enfermo terminal y a sus familiares, a personas con ideas suicidas y a todo individuo que haya tenido una pérdida significativa.

El apoyo de la tanatología como alternativa para revalorar la vida descansa en el principio de la condición mortal de todo ser humano. ¿Cómo condiciona o determina la vida de un individuo este principio del cual no existe la menor duda? La respuesta es variable de acuerdo a las convicciones y circunstancias personales, pero de una u otra forma tiene que asimilarse este hecho. De ahí la importancia de aprender a elaborar el propio duelo no como una carga lóbrega sino como un acontecimiento necesario en la vida, y, en base a ello, vivir plenamente el “mas acá” de la muerte. Se sugieren dos caminos para aproximarse a ella: por la vía teleológica en base a la propia imaginación y por la reflexión de acontecimientos de muerte – como las enfermedades incurables -, la misma muerte de familiares o amigos muy queridos o del dolor que se experimenta por separación del ser amado, que es una forma de vivir la muerte.
El cómo ayudar a las personas a resolver la muerte constituye una tarea ardua, y más aún en una sociedad donde la muerte se suele ocultar. Es primeramente necesario comenzar por la educación infantil, ayudando a los niños a disminuir su ansiedad hacia la muerte, o sea se debe educar al niño a nivel cognitivo impersonal por medio de la enseñanza  cultural (escuela) y a un nivel emocional personal (en el seno familiar).
La tanatología cumple un papel fundamental, su nombre proviene de Thanatos: muerte; y Logos: que quiere decir tratado, constituye una disciplina que proporciona ayuda profesional al enfermo terminal y a sus familiares, a personas con ideas suicidas y a todo individuo que haya tenido una pérdida significativa.
La ideología de esta disciplina versa sobre los siguientes puntos:
A) La muerte y el miedo a la muerte son fuente de muchos de los problemas humanos. Eliminar estos miedos es dar vida: vida a plenitud, vida llena de calidad.

B) El suicidio es un mal que se puede prevenir. En la mayoría de los casos, quienes tienen ideas suicidas prefieren recibir ayuda adecuada, en lugar de fabricar su propia muerte.

C) Por último, de acuerdo con Kubler Ross, creo que el amor incondicional es un ideal asequible.

En suma, la meta última del tanatólogo es orientar al enfermo hacia la aceptación de su realidad, aceptación que se traduce en ESPERANZA REAL. En ella está contenida el verdadero sentido de la vida. Esto incluye una mejor calidad de vida, la muerte digna y en paz. 
La educación para la muerte  tiene ciertos objetivos que vale la pena revisar, entre ellos están; ayudar a crear en las personas sistemas de creencias propios sobre la vida y la muerte, pero no en un sentido de fantasía enajenante, sino como una revelación intima del sentido de la muerte que presupone su aceptación como algo natural, también tiene por uno de sus objetivos el preparar a la gente para asumir la muerte propia y la de las personas cercanas  al individuo, enseñar a tratar humana e inteligentemente a quienes están cercanos a la muerte. Entender la dinámica de la pena desde un punto de vista muy humano, donde se acentúe la importancia de las emociones más que cualquier otro aspecto de la psicología.
?Por último, la tanatología se propone con su educación y trabajo, hacer de la agonía una actitud lo más positiva posible, destacando la importancia de minimizar el dolor, ofreciendo cariño, cuidado personal, involucrando a la familia y a los amigos cercanos, en el cuidado de la persona agónica y siendo susceptible a los deseos y necesidades del moribundo.??
Una terapia para el dolor debe contemplar la expresión de la pena y sus sentimientos de pérdida y culpa , apoyar en el moribundo la revisión de sus relaciones, e integrar la muerte dentro de la vida. A su vez debe brindar ayuda práctica y emocional, por medio del encuentro de personas que sufren un proceso parecido, y con la confianza de que al ser un proceso natural las personas disponen de las herramientas para superar esta situación.
Es muy importante para las personas explorar sus actitudes hacia la muerte, involucrarse afectiva y cognitivamente con ella ayuda a descubrir cuáles son nuestros temores frente a ella  y como podemos superarlos.

10. Significado de la muerte.

El sentido de la muerte se encuentra en la vida misma, en cuanto sabemos que vamos a morir, dirigimos nuestros esfuerzos hacia la vida intensamente vivida, el morir nos enseña a amar, querer, recordar. La muerte postergada hacia la eternidad no puede sino constituir el mas absurdo de los absurdos. En cuanto ésta dejaría de ser fuente de vida, vivir en el más acá, requiere la certeza de la finitud. La muerte es un espejo en el cual contemplamos nuestra vida entera, la historia personal se perfila hacia un proyecto común de todos los hombres, de los que están y los que vendrán, el dialogo del espíritu con el corazón, resuelven su acuerdo de vida en un instante, el corazón ofrece energía para la acción, y el espíritu ofrece un viaje hacia el crecimiento. Entender esto, significa entender que la vida misma no es más que un periodo pequeño de nuestra existencia.
La vida cobra sentido en cuanto se revela como un transito, morir es cambiar de estado y el bien morir puede ser entendido en términos de desprenderse finalmente de todo lo material que nos confina a este mundo para facilitarnos el paso a la eternidad. El bien morir es estar dispuesto con humildad a despedirse de la vida, entregar la existencia que nos fue dada, sin rencores ni arrepentimientos, sin culpa y sin dolor.
¿por que vivir si sabemos que vamos a morir ?
por que en la vida encontramos el significado de la existencia y en la muerte encontramos el significado de la vida, el convencimiento de nuestra muerte nos impulsa a trabajar, a hacer, a producir, sin posponer inútilmente nuestro destino. La presencia de la  muerte nos pone frente a nuestra responsabilidad, que es la de hacer de la vida el sentido mismo de la existencia.

11. A modo de conclusión

Quisiera, a partir de este pequeño análisis de la muerte abordar un tema muy conflictivo, a modo de conclusión, en lo que se refiere a la sociedad ante el problema de la muerte. Se trata de la eutanasia definida como una teoría o práctica que defiende la licitud de acortar la vida de un enfermo incurable, para poner fin a sus sufrimientos físicos y psicológicos. A partir de las ?ventajas? entregadas por la tecnología podemos alargar la vida aún en condiciones de extremo daño físico, sin embargo muchas personas defienden la idea de la eutanasia pues asumen que es necesario que prevalezcan los criterios de calidad de vida por sobre los de cantidad de vida.
El día 9 de noviembre de 1999 se realizó, en el auditorio de la facultad de medicina de la universidad de la Frontera de Temuco, una charla con respecto a este tema llamada ?eutanasia: el derecho de morir o asesinato? en esta sala se reunieron las opiniones de un médico el doctor Arturo Pinto, un asistente jurídico la sta. Claudia Turra, desde el plano de la ética se presentó la sra. Margarita Zeggy y como representante de la religión se presento el padre Luis Acuña.
La posición del doctor Pinto estaba sustentada en la ética profesional del médico, y dado que el hombre constituye una unidad, los valores que como médico había jurado defender estaban a su vez en el seno de los valores que como ser humano lo definen. El doctor pregunta: ¿matar tiene justificación? yo creo que no, y mucho menos como profesional de la salud. Es necesario, comenta, que se tome en cuanta la importancia de esta situación, dado que la relación del médico con el paciente está basada en la confianza del segundo que deposita su vida en las manos del primero, a su vez el médico a jurado luchar por la vida de las personas a toda costa, haciendo lo posible por ayudarlo en su condición de enfermo. Si el médico ofrece la muerte se quiebra el vínculo entre paciente y médico.
El doctor finaliza con una reflexión, ¿es lícito decidir ser esclavo ? no, no lo es estamos condenados a nuestra libertad, tampoco debe de sernos licito decidir morir, pues estamos condenados a la vida.
La sta. Claudia Turra plantea el término de eutanasia como una figura delictual que recibe una sanción penal por parte del estado. El estado modera la interacción de las personas y dirige su actuar en forma bastante  determinante, esto significa que el estado con su pena, priva de libertad, por que existe un bien jurídico afectado que el estado trata de proteger mediante el castigo.
Sin embargo, al considerar la eutanasia como el derecho a bien morir, asumimos el hecho de que nuestra vida nos pertenece en nuestra corporalidad y el derecho penal defiende nuestra vida de la acción de otros. La decisión de morir pasa por el sujeto solamente evitando de esta manera entrar en criterios utilitaristas de la eutanasia.
El problema que se suscita en la legislación de la eutanasia es el responder a su cuestión ética ¿puede un tercero intervenir en la muerte, aún siendo consentida por el actor ?, jurídicamente la respuesta es no . la muerte consentida se puede extrapolar al asesinato consentido, o sea al aprobar mi propia muerte cualquiera que yo desee puede matarme.
Por eso la eutanasia requiere un análisis contextual, si la causa de la motivación a morir es una falta de cuidado, o una carencia afectiva, la muerte no se puede permitir.
La sra Margarita Zeggy considera que la discusión sobre este tema pasa por el bien morir y el bien vivir, en este sentido el amor propio nos puede impulsar al deseo de muerte. Al hombre hay que entregarle la libertad que posee como derecho propio, por que se confía en él, pues es perfectamente capaz de evaluar sus propias condiciones de vida  como para asumir este tipo de responsabilidad.
La eutanasia se enmarca en un plano multidimensional que toma aspectos ; emocionales, de consciencia, costumbres, valores, y además es un problema eminentemente social por lo que debe resolverse en esta esfera. El cómo resolver estos problemas asumiendo que engloba aspectos que van mucho más allá del individuo, pasa por el otorgar la importancia que le corresponde a la emoción en la toma de decisiones a este respecto. 
El ambito de los derechos humanos apunta a los derechos a la vida, buscando reafirmar la condición humana, en este sentido la ética se plantea en dirección a la calidad de la vida, el derecho a morir como se ha vivido. Aunque esto signifique el cese de la vida, se reafirma el derecho a vivir y morir bajo nuestras propias convicciones.
Desde la religión el padre Luis Acuña plantea que el hombre está constituido a imagen y semejanza de Dios, es más somos parte de dios. La muerte es un evento natural, es la voluntad de Dios, tenemos acaso el derecho supremo de contradecir los dictados del señor.
El valor de la vida humana es el fundamento de la convivencia, no se puede sujetar a consenso, por que no puede estar en manos de nadie, sino sólo de Dios (lo que Dios creó, solo Dios puede destruirlo).
El proferir la propia muerte niega el deber que tenemos para con los demás, por que yo no solo vivo para mí. La vida es un bien aquí en la tierra y es útil en la relación entre nosotros los hermanos. El suicidio, por que eutanasia yace en el limite entre el suicidio y el asesinato, es el rechazo a la soberanía de dios, es la renuncia a lo humano, es la ruptura del compromiso para con el otro y para con la sociedad.
Desde mí punto de vista, las opiniones vertidas en el foro tienen mucho de razón, considerando que todas, aún siendo contradictorias, se apoyan en el derecho y el deber a la vida. Sin embargo, me inclino a la idea de libertad planteada en el discurso de la sra Margarita, dado que creo en el hombre, y aún cuando muchos crean que detrás de una decisión como la eutanasia existan intereses alternativos, es inevitable pensar en el sufrimiento del que muere. Compartir su dolor es comprenderlo, sí, es cierto su vida fue un regalo, pero es igual de cierto que la vida sin libertad es una condena del alma. La eutanasia se inscribe en la problemática social y en tanto sea así, las opiniones siempre van a divergir, es necesario  considerar la vida particular de los individuos, para tomar una decisión humana y razonable.

12. Bibliografía.

? Silvia Di Segni De Obiols, ?psicología: unos y los otros.? Argentina. 1997. A. Z. Editores
? Craig, Grace. ?Desarrollo Psicológico?. México.1997. E.d prentice- hall
? Papalia, Diane. ?Desarrollo Humano? . México.1988. editorial Mcgraw-hill
? Laplanche, Jean. ?Vida y muerte en psicoanálisis?. Argentina.1973. Amorrotu Editores
? Revista de la asociación española de neuropsiquiatría (A.E.N) Nº 65 Enero/Marzo 1998
? http//caramuto.com/tanatolo.htm
? http//www.pangea.org.

Trabajo enviado y realizado por:
Boris Isla Molina
isla@telsur.cl                                       
Estudiante de psicología de la universidad de la Frontera,
Temuco Chile,
Asignatura Desarrollo psicológico

No te mueras con tus muertos Renne Trossero

Me acerco a ti, hermano…

Con el religioso respeto con que se ingresa a un templo; con la cálida ternura con que se acaricia a un niño; y con la cuidadosa delicadeza con que se cura una herida, me acerco a ti, hermano que estás de duelo y sufres el desgarrón de la despedida, provocado por la muerte, para entregarte estas simples palabras.

Algunas te servirán de alivio y de consuelo otras te irritarán, ¡seguramente!, porque no dicen lo que tú sientes ahora. No te impacientes;
acéptalas como indicadoras de un camino, que hay que recorrer con tiempo, y no como preceptoras de un deber que ya debieras haber cumplido.

Si algo te choca hoy, déjalo, y tal vez lo leas mejor mañana.
Estas palabras mías no te dirán lo mismo en los comienzos, en el medio o al final del largo camino de tu duelo.

Tú tienes por delante un camino largo y doloroso, y el presentarte la meta no es para impacientarte, ni para reprocharte pomo haber llegado, sino para alentarte a seguir andando. Tú caminas por tu desierto y el sol y las arenas enardecen tu sed; si yo te hablo de un oasis no es para culparte
por no haberlo alcanzado, sino para alentar tus pasos. ¡Tal vez concluyas tu duelo cuando estemos de acuerdo, y hayas encontrado el oasis..!

Junto con lo escrito, estas páginas tienen espacios en blanco. Riégalos con tus lágrimas, llénalos escribiendo lo tuyo, lo que pienses y lo que sientas, tus propuestas, tu dolor, tus enojos y tus rebeldías..; y, en su momento, también tu aceptación y tu alegría.

quisiera compartir contigo…

Amigo:
tu propia muerte te asusta,
y la muerte de tus seres queridos te duele.
No voy a escribir una sola palabra para superar tu miedo o suprimir tu dolor, porque no tengo esa palabra mágica.
Tu verás cómo enfrentar tu propia muerte.
Yo sólo quisiera compartir contigo algunas cosas simples, para que te duelas sanamente y hagas tu dolor más llevadero, ante la muerte de los tuyos. Y eso es todo.

Que te duelas, dije, sanamente, a causa de tus muertos, que te deprimas un tanto y un tiempo, pero no que no puedas vivir, que te dejes morir porque murió tu madre, tu padre o tu hermano, tu esposo o tu esposa, tu hijo o tu amigo… Yo quisiera ayudarte, si me es posible y si tú quieres, a que sufras sanamente, para seguir viviendo; porque he visto a muchos MORIRSE CON SUS MUERTOS.

Tus muertos ya murieron, y en tu mente ya lo sabes. Pero tu corazón necesita tiempo para saber y aceptar que ya partieron. Por eso tu dolor resurge como nuevo, ante esa mesa familiar donde un lugar quedó vacío, en esa Navidad donde alguien falta, en ese nacimiento sin abuelo, en ese año nuevo en que se brinda y alguien ya no levanta la copa…

Así es el corazón humano:
siempre vive de a poco lo que la razón sabe de golpe. ¡Para la mente los muertos mueren una vez; para el corazón mueren muchas veces…!

resucitarán ?para ti?…

? Tus muertos resucitarán ?para ti?, cuando hayas aceptado que ?murieron para ti?; sólo los recuperas en su regreso, cuando aceptaste su partida. ¡No es posible la alegría del reencuentro, sin sufrir el dolor de la despedida!

? No te mueras con tus muertos; ¡llora la siembra de ayer con la esperanza puesta en la cosecha de mañana!

? Acepta que la muerte de tus seres queridos te despierta mucha rabia, aunque no sepas por qué y aunque no quieras sentirla. Tu resistencia ante la muerte te hace rebelarte, aunque no sepas del todo contra quién hacerlo… ¿Contra Dios…? ¿Contra tus muertos…porque te abandonaron?
¿Contra…?

? No te mueras con tus muertos; ¡déjalos dormir su tiempo como duerme la oruga en la crisálida, esperando la primavera para hacerse mariposa!

? Dios no es menos Dios, más justo o más injusto,
más bueno o más malo, cuando naces que cuando mueres.
O crees en El siempre, o no crees nunca;
pero una cosa es creer en El y otra es creer en tus explicaciones.
¡Ante la muerte se acaban tus explicaciones!

? No te tortures sintiéndote culpable ante tus muertos. ¡Los muertos no cobran deudas! ¡Además, si hoy resucitaran, volverías a ser con ellos como fuiste! ¿O no sabías con certeza que un día iban a morir?

? No te mueras con tus muertos; ¡muéstrales más bien, que como el árbol podado en el invierno, lejos de morirte, retoñas vistiendo tu desnudez, devolviendo frutos por heridas!

? Acepta y date cuenta, que tus muertos te plantean un serio desafío: el de tener una respuesta para el sentido de tu vida. Porque mientras no sabes para qué murieron ellos, tampoco sabes para qué vives tú. ¿O no piensas morir?

…la vida y la esperanza

? Ante tus muertos queridos tu corazón tiene mil interrogantes y tu razón, ninguna respuesta.
Resolverás mejor la cosa, cuando preguntes menos
y aceptes más.

? Las flores que regalas a tus muertos hablan de la vida y la esperanza.
También en tu corazón duermen la vida y la esperanza, esperando que tú las despiertes
para seguir viviendo esperanzado.

? No te mueras con tus muertos; ¡míralos marchar por su camino, hacia su meta, y aprende la lección que ellos te dejan, diciendo que tu andar de peregrino, también tiene un final, al que te acercas…!

? Más que con la frialdad de los mármoles, más que con suntuosos monumentos y grandilocuentes discursos, honra a tus muertos con una vida digna. ¡Piensa qué esperas para ti cuando hayas muerto!

? Aprende de tus muertos una lección para la vida:
es mejor amar a los tuyos mientras viven, que quitarte culpas por no haberlos amado, cuando ya se fueron.

? No te mueras con tus muertos; ¡despídelos, como despides las aguas del río que van al mar, sabiendo que volverán mañana nubes, y serán lluvias sobre tu rostro!

? Así como los cirios encendidos se queman y derriten dando luz y calor en la despedida de tus muertos, que tu corazón no se derrita en vano, quemándose en el fuego del dolor sino que arda en las llamas del amor y en la luz de la esperanza.

? No te mueras con tus muertos; ¡vive este invierno de dolor, que te desnuda como quitándote la vida; pero, recuerda que la savia duerme para retoñar y florecer en primavera!

? Parte del dolor que te golpea, cuando despides a tus muertos, se debe a una pregunta que golpea en tu interior, interrogando por el sentido de la vida. Si respondes de verdad, sincera y frontalmente, gracias a la muerte de tus muertos tú vivirás más plena y auténticamente.

Muertes inesperadas Grecco

Muertes inesperadas

Manual de autoayuda para los que quedamos vivos

Eduardo H. Grecco
Muertes Inesperadas
?2000, Ediciones Continente Corrección: Susana Rabbufeti Diseño de cubierta: Estudio Tango Digitalizador: ? Hernán (Rosario, Arg.) L-68 ? 20/10/03

PRÓLOGO
por Claudio María Domínguez
PRÓLOGO II
por Jorge Llambías
INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN A LA SEGUNDA EDICIÓN
1. MUERTES ANUNCIADAS, MUERTES SORPRESIVAS
2.LA MUERTE COMO POLARIDAD
3. ESTACIONES: SORPRESA, DOLOR Y DESPEDIDA
4.CUENTAS PENDIENTES, PROYECTOS TRUNCADOS
1. 5. EL DESGARRO
2. 6. EL APEGO
3. 7. ES POSIBLE DECIR ADIÓS Y SEGUIR RECORDANDO
4. 8. ENFRENTAR LA MUERTE INESPERADA
5. 9. VIVE PARA QUE VIVAN

10.CÓMO PODEMOS AYUDARNOS
APÉNDICE

La muerte es una experiencia. A veces aparece de un modo progresivo, en otros casos de manera inesperada, pero anunciada o sorpresiva, siempre llega a tiempo. Cada persona muere como vive y como crece; de modo inconsciente, cada ser humano planea su propia forma y momento de morir.
La muerte es inevitable y puede ocurrir de mil maneras, pero en lo que nunca debe convertirse es en una muerte sin sentido, ya que toda muerte trae consigo un mensaje para los que quedamos vivos. Aprender la lección que nos enseña evita que una muerte sea un sacrificio inútil.
Eduardo H. Grecco, a partir de la propia experiencia y de haber ayudado a personas desgarradas por la pena de la pérdida sorpresiva de alguien amado, ha escrito este libro, lleno de fuerza y de esperanza, pero sin falsos espejismos ni consuelos. Un libro de autoayuda para sanar el dolor, la tristeza y el apego, y para comprender la muerte desde el punto de vista de “los que quedamos vivos”.
¿Es posible pensar otra cosa que en la muerte de quien murió? La muerte de un ser querido hace entrar en crisis el apego y fortalece el amor o hace entrar en crisis el amor y fortalece el apego. Es necesario vi vir todo el proceso, del cual el dolor forma parte, pero ese dolor tiene una significación que hay que descubrir. El poder dolerse por la “muerte en sí” y no por la “muerte de” es un paso crucial del trabajo de despedida. Es la diferencia que media entre el amor y el apego.
El punto de partida es comprender que la muerte siempre posee un sentido; que morimos como vivimos y crecimos, que construimos nuestra propia muerte y que una muerte puede ser inesperada pero nunca debe ser inútil. La muerte inesperada es una experiencia que puede transformarse en aprendizaje. Este libro nos enseña a no perder esta oportunidad que la vida ofrece. ..
Eduardo Horacio Grecco, formado en el campo de la Psicopatología, está dedicado desde hace más de una década a la investigación y la docencia de la Terapia Floral, campo sobre el cual ha escrito varios libros. La preocupación central de sus obras se orienta hacia la comprensión del sufrimiento del hombre y el sentido de su presencia en la vi da. Así han surgido textos como Los afectos están para ser sentidos y el presente. Otras obras del mismo autor publicadas por esta editorial son: Terapia Floral y Psicopatología, Volver a Jung, Lo no revelado de la Novena Revelación e Interpretación iniciática de la Décima Revelación.
Este libro está dedicado a la memoria de Mónica Morán, Mónica Kloster y Carlos Moreira, tres amigos que a lo largo de mi vida murieron inesperadamente. De cada uno de ellos aprendí algo, por lo cual les estoy agradecido y los recuerdo con amor a cada a uno. Han desaparecido de esta tierra como seres visibles, pero sé que moran como ángeles guardianes de las vidas de todos los que los amamos. Al recordarlos, coincido con Antoine de Saint: “Merecemos todos nuestros encuentros, han sido concedidos a nuestro destino y tienen un sentido que cada uno deberá descubrir”.

El gran temor del mundo occidental se dirige a la incertidumbre de la muerte. Nos paralizamos en vida tantas veces por el temor a la partida.
Morir vamos a morir todos, el tema es morir bien. Muere bien, quien vive bien.
La gran diferencia entre Oriente y Occidente, con respecto al enfoque de la muerte, es simple y llanamente el hecho del cambio de ropaje y de plano, que para los hermanos orientales es algo claro e intuido, y para nosotros, una utopía lejana y en el mejor de los casos, una ilusión de la vapuleada nueva era.
No es el temor a la muerte el que nos impide vivir. Si permitimos que la máscara se derrita, nos damos cuenta de que es el temor a la incertidumbre, el secreto final, aquél que nos inmoviliza hasta la deses¬peración.
Si comenzamos por intuir qué es la vida, nos será más fácil llegar a comprender el modo en que a todo fenómeno vital le sigue un declive y un nuevo comienzo.
Obviamente, para quien cree que sólo somos un cuerpo o una mente, la muerte se presenta como el corolario de la finitud.
Para aquél que sabe que hay un espíritu inmanente que guía todo movimiento físico y mental y que permanece como el auténtico espectador de la película, viendo cómo las imágenes externas desfilan por la pantalla, la muerte, incluso, se presenta como una aliada bendita de descanso v evolución, como ese remanso ansiado que permite un renovar de fuerzas y aprendizajes.
¿Cómo hablar de la muerte sin apego?
¿Cómo encarar la grandeza de la partida con claridad?
¿Cómo reemplazar el miedo y la queja patética por la confianza en la esencia divina que nos nutre y alienta?
Planteándonos el eterno interrogante de la existencia y sabiendo escuchar la consiguiente, y muchas veces, instantánea respuesta del alma: “¿Quién soy yo?, ¿quién soy yo?”.
El universo se alza en una sola voz y le responde al buscador genuino, al que pide con la convicción de ser escuchado: “Somos seres divi nos destinados a la evolución y protagonistas de la sublime aventura, en la cual nacemos y morimos, para seguir avanzando en ese camino hacia la comprensión de lo que realmente somos”.
El libro de Eduardo excede con creces todo esperado comentario de consuelo y realismo.
Se mete con sabiduría y compasión en los vericuetos del ser. Focaliza el tema de las muertes inesperadas, para partir desde esa prueba de la cual nadie está exento y proyectarse hacia el temario completo del sentido de la vida.
Eduardo nos habla de cuerpo y espíritu, de grandezas y miserias, de apego y sufrimiento, de desapego y goce con serena humanidad; avanzando sin pudores lanza saetas que dan de lleno en el centro de nues¬tros miedos ancestrales y al desacralizarlos, nos libera de ellos.
Su libro es una caricia sensible y al mismo tiempo un golpe rotundo, que nos permite valorarnos y apreciar en forma intensa, cada momento presente al lado de los compañeros de trayecto que la vida nos presta.
Mas aún, nos hace vibrar en plenitud ante la visión del camino que siguen quienes dejan este plano y continúan su viaje hacia la luz. Libro sereno, rotundo, imprescindible…
Su autor, tocado por la gracia, comunica con fluidez ideas que siempre estuvieron en nosotros y no nos permitimos explorar; ahora esas ideas son expuestas en estas páginas de un modo tan entrañable que es imposible no abrir la cabeza y el corazón y decir: ¡Gracias! ¡Gracias porque existimos y porque somos parte del milagro!
El texto de Eduardo es un testimonio del alma, que al acercarnos a lo mejor de nosotros, cumple con creces su misión en el plan perfecto de amor y servicio, en el cual todos estamos avanzando.
Es verdad que algunos lo hacen mucho más rápido que otros.
Leer este libro es un estímulo para lograrlo con entusiasmo y bendiciones.
Uno se va adonde quiere irse; lo demás es parte del juego del Señor. ¿Por qué no jugarlo junto a Él?
Lo que durante tanto tiempo nos detuvo y estancó, en forma dolorosa, ahora se revela frente a nosotros, en forma clara y accesible.
En esta obra tenemos la posibilidad de transmutar el dolor en aceptación y armonía, para merecernos, cuando el equilibrio divino disponga, volver a estar con las energías de luz que hemos amado tanto, pero viviendo otro estado de amor, más completo, más radiante, perfecto.
CLAUDIO MARÍA DOMÍNGUEZ

No es frecuente encontrar en las librerías trabajos sobre la muerte: se trata de un tema tabú, cuanto más alejado de nuestra conciencia y sumergido en la “sombra” esté, pensamos que es mucho mejor.
Eduardo Grecco no sólo se anima a colocar el tema sobre la mesa, sino que lo hace con una delicadeza y conciencia propias de quien habla desde el corazón, después de haber recorrido muchos caminos.
Nuestra “compañera de viaje”, la muerte, es presentada a lo largo del libro como maestra para quienes somos testigos de su acontecer. No se trata de un tratado idealista, no se trata de negar su dureza; se trata de tomar conciencia, de percibirla con “nuevos mapas”: es la aventura de un cambio de percepción.
La muerte inesperada, la que viene como un ladrón a robarnos la paz ya establecida, es analizada y desmenuzada, con prolijidad y paciencia, con ternura y comprensión, presentando cada capítulo un nuevo matiz, que enriquece la imagen holográfica y total que nos deja el libro.
Este “Manual de autoayuda para los que quedamos vivos” viene a llenar un vacío en la literatura abierta a los nuevos paradigmas. Con claridad enfrenta la delicada problemática que invade a quienes pierden a un ser muy querido: la pérdida, la depresión, el apego, el recuerdo purificado.
Grecco vuelca aquí toda su experiencia como terapeuta y todo lo aprendido como persona humana, inquieta y buscadora, como guerrero impecable, que busca su misión en el presente de este tramo de nuestra vivencia.
Por eso, esta invitación al crecimiento, este canto a la vida renovada, viene a constituirse en un bálsamo reconfortante, en una eficaz guía para cuando nos toque pasar por situaciones de desgarro ante la muerte de alguien próximo.
JORGE LLAMBÍAS

Dicen que la distancia es el olvido pero yo no concibo esa razón.
ROBERTO CANTORAL
La muerte es una separación. Una experiencia de desprendimiento tanto para el que muere como para los que quedan vivos. Es un adiós de las almas a los apegos terrenales: afectos, personas, lugares, objetos.
Morir no es sólo perder el cuerpo, es algo más profundo y doloroso, que implica siempre la posibilidad de un aprendizaje. Morir es aprender a despedirse y lo curioso es que el hombre sabe desde niño que la muerte ocupa un lugar en su vida y en cierto modo se prepara para ese acontecer, pero la muerte, por mejor dispuesto que se esté hacia ella, siempre sorprende.
Sin embargo, es bien diferente la resonancia de una muerte súbita a una cita esperada. La última permite cierto espacio de preparación, de ir cortando lazos v cerrando historias, mientras que la muerte repentina acontece con un sabor de hecho incomprensible, irreparable e inexplicable, con una carga de fatalidad v de destino que reviste un cierto sabor de “injusticia”.
La muerte inesperada no da espacio para saldar cuentas pendientes, decir adioses, limar rencores o dar un abrazo más. Muchas veces hace nacer, en los que quedamos vivos, sentimientos de bronca, indignación e impotencia que se aceptan sólo con resignación. Uno se ve obligado a aprender de golpe, y todo junto, algo para lo cual aún no estaba preparado.
La muerte inesperada es una cirugía sin anestesia, algo parecido a la ruptura de un orden natural. Y es común que nos preguntemos, frente a ella, ¿por qué?, ¿por qué esto?, ¿por qué ahora?, ¿por qué él
o ella?
Es que ocurre, al principio, que la muerte inesperada nos deja sin “sentido”. En su doble significación: por una parte, con la conciencia aturdida, desmayado nuestro psiquismo, vulnerada nuestra seguridad y, por otra, sin entender y comprender el significado de lo acontecido. Como vacíos de respuestas.
La muerte inesperada de alguien amado nos desgarra el corazón y nos arranca parte de nuestra alma. Sabemos que morir es un viaje, tanto para el que se va como para los que quedamos. Pero se trata de recorridos por continentes diferentes. Salidas sin aviso previo que truncan los proyectos que teníamos para realizar con el otro y nos enfrentan con la pérdida, la soledad y el desapego.
¿Se puede estar preparado, alguna vez, para recibir, aceptar, asimilar y trasmutar esta vivencia en crecimiento, aprendizaje y sabiduría interior? No creo que nadie pueda llegar a estarlo totalmente, pero sí puede conseguir llevar el proceso del duelo de una manera que lo haga arribar a un buen puerto y hacer que lo vivido no haya sido en vano.
En esta dirección está la intención original de este libro, en donde he intentado volcar mi experiencia personal, así como la de muchas otras personas que han atravesado la situación de perder a alguien amado de una manera sorpresiva.
Me ha parecido oportuno iniciarlo con algunas ideas sobre los imaginarios que acerca de la muerte solemos tener los seres humanos. Puede llegar a resultar un tema interesante, porque muchas de las diferentes reacciones que solemos tener ante el suceso de la muerte se deben al modo como, cada uno, está parado frente él, como lo percibe, como lo siente y como lo valora. Hay un “mapa mental de la muerte” dentro de cada uno de nosotros, que construimos a lo largo de la vida, y que nos hace ver este suceso, a cada quien, de diversas maneras.
Hoy, al volver sobre sus páginas, tengo una fuerte sensación de haber liberado algunos de los fantasmas que me atormentaban y de estar brindando una renovada esperanza de ayuda a quienes están pasando o han pasado por la experiencia del dolor, frente a una muerte inesperada de alguien querido o cercano.
Al escribirlo he tenido, necesariamente, que viajar por los repliegues de mi alma, buceando en mis recuerdos, mis miedos y mis anhelos, preparando imaginariamente mi partida, que ha de ocurrir cuando haya concluido lo que he venido a hacer. Dios es sabio y me espera en el momento más oportuno para mí.
La muerte es un tránsito y un descanso, un amanecer y un anochecer, una despedida y un encuentro, una realización y una promesa, una partida y una llegada. En suma, una polaridad como todo el resto del universo. Una oposición, no entre nacer y morir o entre morir y vivir, sino entre dos situaciones de una misma existencia, tan plenas, completas y necesarias ambas, que sólo cuando miramos una a la contraluz de la otra puede comprenderse totalmente la razón de sus presencias.
Nuestra vida no comienza cuando nacemos y no termina cuando morimos. Sólo es pasar un tiempo para madurar y crecer un poco. Avanzar un paso, tener la oportunidad de evolucionar un escalón más en el proceso hacia la realización plena como seres perfectos. Quien muere repentinamente es porque eligió este acontecimiento como la mejor manera de recorrer esta experiencia y, aunque resulte inentendible, tiene una razón.
La muerte inesperada es la presencia de un sentido que, oscurecido por lo sorpresivo, revela lo que nosotros, los que quedamos, tenemos que aprender. Es un mensaje personal para los que seguimos vivos, un legado que nuestros seres queridos nos dejan, como enigmas, junto con su lejanía, para que descifremos.
Quiero agradecer a Ediciones Continente por su fe en mi escritura y, en particular, a Susana Rabbufeti, Mora Digiovanni y Jorge Gurbanov por su trabajo para hacer posible este libro.
EDUARDO H. GRECCO Otoño de 1997

La verdad es que no puedo echarte de menos porque estoy lleno de ti.
ANTHONY DE MELLO
Han pasado casi tres años de haber plasmado en palabras este libro y casi dos de su publicación. Cuando lo escribí lo hice llevado por una fuerza interior y misteriosa, como una respuesta en acto al anhelo de poner en voz una experiencia por la que había transitado en mi vida y que necesitaba comprender.
Nació de un modo impensado, como una especie de “mapa de viaje de mi alma” desde el sufrimiento a la luz, desde la pena a la alegría y desde la resistencia a la aceptación. Sin proponérmelo, resultó ser un camino sanador de mis heridas y una manera de reconciliarme con la vida. Luego, por la acción de las cosas, se transformó en un texto que se independizó de mí y comenzó a rodar tocando a las almas de otras personas atravesadas por una historia similar.
Muchas de ellas se acercaron, de diversas maneras, para contarme que al leer el libro se habían sentido identificadas con lo escrito, como si mi texto hablara de ellas, o bien para decirme que su lectura las había ayudado en el proceso de sanar su dolor.
A todas y a cada una las sentí como hermanas con quienes compartíamos una misma historia y a sus palabras como una caricia generosa de la vida que me devolvía con creces la ayuda que Muertes inesperadas, al parecer, había derramado.
Sin embargo, en cada nuevo encuentro el borrador de una idea se iba transformando en una firme certeza: hay vivencias arquetípicas sobre la muerte, inscriptas en el corazón de los seres humanos, que se repiten una y otra vez. Que, independientemente de la singularidad de cada relato y cada historia, existe un repertorio común y restringido de posibilidades que se actualizan en cada presente, como modos diferentes de una misma estructura, que delatan la esencia universal de la condición humana. Que al vivir la que nos toca estamos reviviendo algo que yace dormido en el espíritu del hombre esperando su
momento. Que cada muerte evoca todas las muertes, y que cada lágrima derramada a causa de la partida
de un ser querido es un llanto por todos los muertos, aunque nuestra conciencia lo ignore.
Esta certeza me hizo descubrir que la muerte nos une y que la vida es lo que, a veces, nos separa. Que la muerte nos enseña a repensar la vida como una red y no como un muro. Que la vida es un coincidir sin coincidencias, que todo lo que nos sucede es lo que la vida nos ofrece porque es lo que debemos enfrentar. Que no hay errores en la existencia, sino aciertos. Que lo que vivimos, muchas veces, sólo podemos comprenderlo después de trascurrido, cuando la conciencia se serena y se abre a lo que el alma dice en emociones y vínculos y a lo que el cuerpo grita con sus síntomas.
Entonces, con la conciencia serena, podemos dejar de mirar a la muerte inesperada de un ser querido desde el ombligo de nuestro propio yo para verla desde la perspectiva del alma. Podemos dejar de tener con la muerte una relación tormentosa, de lamentarnos con la vida y de llorar por su injusticia, para comprender que aquélla es siempre significante, don, revelación y profecía, una experiencia que hay que saber interpretar y de la cual hay mucho que aprender.
Al tiempo de escribir estas líneas he recibido nuevamente el renovado dolor de una pérdida, pero me he dado cuenta de que el trabajo realizado no ha sido en vano. Que mi corazón ha reaccionado de otro modo y que, a diferencia de tiempo atrás, mi alma responde en paz al llamado de lo inesperado y espera confiada y que mi conciencia ha aprendido a tener fe en la vida. Que la muerte ha dejado de ser, para mí, un sacrificio inútil, para convertirse en un mensaje, y que la adversidad es un modo que tiene la vida para despertar mi conciencia a sus enseñanzas.
He agregado, en esta edición, un nuevo capítulo que intenta mostrar cómo la muerte inesperada de un ser querido reabre la herida esencial que cada quien trae en esta vida y cómo nos conecta con la
*
dimensión arquetípica y transpersonal del hombre.
Quiero agradecer la generosidad de Claudio María Domínguez al prologar esta nueva edición y la
energía que su presencia agrega como valor a este libro, a mis editores, y a mis seres queridos,
especialmente a mi madre, que me ha ayudado, a su modo, en estos años, a reencontrar mi camino
en la vida.

EDUARDO H. GRECCO
Primavera de 2000

Victor Frank El hombre en busqueda de sentido

VIKTOR E. FRANKL

EL HOMBRE EN BUSCA
DE SENTIDO
Con un prefacio de Gordon W. Allport

BARCELONA
EDITORIAL HERDER
1991

Versión castellana de DIORKI, de la obra de VIKTOR FRANKL

Duodécima edición 1991

© 1646, 1959, 1962 by Viktor E. Frankl
Primeramente publicada en Alemania con el título “Ein Psychologe erlebt das Konzntrationslager” y en ingles con los títulos  “From Death-Camp to Existentialism” y  “Man’s Search for Meaning” respectivamente.

© 1979 Editorial Herder S.A., Provenza 388, Barcelona

ISBN 84-254-1101-7

Es PROPIEDAD_______________DEPÓSITO LEGAL: B. 40.664-1990____________PRINTED IN SPAIN
LITOGRAFÍA ROSES S.A. – Cobalt, 7 – 08004 Barcelona

INDICE

Prefacio 5

PARTE PRIMERA:
UN PSICÓLOGO EN UN CAMPO DE CONCENTRACIÓN
Selección activa y pasiva 9
El informe del prisionero n.° 119.104: ensayo psicológico 10

Primera Fase: Internamiento En El Campo 12
Estación Auschwitz 12
La primera selección 13
Desinfección 14
Nuestra única posesión: la existencia desnuda 15
Las primeras reacciones 16
¿?Lanzarse contra la alambrada”? 17

Segunda Fase: La Vida En El Campo 19
Apatía 19
Lo que hace daño 20
El insulto 21
Los sueños de los prisioneros 23
El hambre 23
Sexualidad 25
Ausencia de sentimentalismo 25
Política y religión 25
Una sesión de espiritismo 26
La huida hacia el interior 26
Cuando todo se ha perdido 27
Meditaciones en la zanja 28
Monólogo al amanecer 29
Arte en el campo 29
El humor en el campo 30
¡Quién fuera un preso común! 31
Suerte es lo que a uno no le toca padecer 32
¿Al campo de infecciosos? 33
Añoranza de soledad 34
Juguete del destino 34
La ultima voluntad aprendida de memoria 35
Planes de fuga 36
Irritabilidad 39
La libertad interior 40
El destino, un regalo 41
Análisis de la existencia provisional 43
Spinoza, educador 44
La pregunta por el sentido de la vida 46
Sufrimiento como prestación 47
Algo nos espera 47
Una palabra a tiempo 48
Asistencia psicológica 48
Psicología de los guardias del campamento 49

Tercera Fase: Después De La Liberación 52
El desahogo 53

PARTE SEGUNDA:
CONCEPCTOS BÁSICOS DE LOGOTERAPIA
Voluntad de sentido 56
Frustración existencial 58
Neurosis noógena 58
Noodinámica 59
El vacío existencial 60
El sentido de la vida 61
La esencia de la existencia 62
El sentido del amor 63
El sentido del sufrimiento 63
Problemas metaclínicos 65
Un logodrama 65
El suprasentido 66
La transitoriedad de la vida 67
La logoterapia como técnica 68
La neurosis colectiva 71
Crítica al pandeterminismo 72
El credo psiquiátrico 73
La psiquiatría rehumanizada 73

SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA SOBRE LOGOTERAPIA
Libros 75
Capítulos de libros 76
Artículos periodísticos 76
Películas y cintas magnetofónicas 77

PREFACIO

El Dr. Frankl, psiquiatra y escritor, suele preguntar a sus pacientes aquejados de múltiples padecimientos, más o menos importantes: “¿Por qué no se suicida usted?” Y muchas veces, de las respuestas extrae una orientación para la psicoterapia a aplicar: a éste, lo que le ata a la vida son los hijos; al otro, un talento, una habilidad sin explotar; a un tercero, quizás, sólo unos cuantos recuerdos que merece la pena rescatar del olvido. Tejer estas tenues hebras de vidas rotas en una urdimbre firme, coherente, significativa y responsable es el objeto con que se enfrenta la logoterapia, que es la versión original del Dr. Frankl del moderno análisis existencial.
En esta obra, el Dr. Frankl explica la experiencia que le llevó al descubrimiento de la logoterapia. Prisionero, durante mucho tiempo, en los bestiales campos de concentración, él mismo sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda. Sus padres, su hermano, incluso su esposa, murieron en los campos de concentración o fueron enviados a las cámaras de gas, de tal suerte que, salvo una hermana, todos perecieron. ¿Cómo pudo él ?que todo lo había perdido, que había visto destruir todo lo que valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto del exterminio?, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna de vivirla ? El psiquiatra que personalmente ha tenido que enfrentarse a tales rigores merece que se le escuche, pues nadie como él para juzgar nuestra condición humana sabia y compasivamente. Las palabras del Dr. Frankl tienen un tono profundamente honesto, pues se basan en experiencias demasiado hondas para ser falsas. Dado el cargo que hoy ocupa en la Facultad de Medicina de Viena y el renombre que han alcanzado las clínicas de logoterapia que actualmente van desarrollándose en los distintos países tomando como modelo su famosa Policlínica Neurológica de Viena, lo que el Dr. Frankl tiene que decir adquiere todavía mayor prestigio.
Es difícil no caer en la tentación de comparar la forma que el Dr. Frankl tiene de enfocar la teoría y la terapia con la obra de su predecesor, Sigmund Freud. Ambos doctores se aplican primordialmente a estudiar la naturaleza y cura de las neurosis. Para Freud, la raíz de esta angustiosa enfermedad está en la ansiedad que se fundamenta en motivos conflictivos e inconscientes. Frankl diferencia varias formas de neurosis y descubre el origen de algunas de ellas (la neurosis noógena) en la incapacidad del paciente para encontrar significación y sentido de responsabilidad en la propia existencia. Freud pone de relieve la frustración de la vida sexual; para Frankl la frustración está en la voluntad intencional. Se da en la Europa actual una marcada tendencia a alejarse de Freud y una aceptación muy extendida del análisis existencial, que toma distintas formas más o menos afines, siendo una de ellas la escuela de logoterapia. Es característico del abierto talante de Frankl el no repudiar a Freud, antes bien construye sobre sus aportaciones; tampoco se enfrenta a las demás modalidades de la terapia existencial, sino que celebra gustoso su parentesco con ellas.
El presente relato, aun siendo breve, está elaborado con arte y garra. Yo lo he leído dos veces de un tirón, incapaz de desprenderme de su hechizo. En alguna parte, hacia la mitad del libro, Frankl presenta su propia filosofía de la logoterapia: lo hace como sin solución de continuidad y tan quedamente que sólo cuando ha terminado el libro el lector se percata de que está ante un ensayo profundo y no ante un relato más, forzosamente, sobre campos de concentración.
Es mucho lo que el lector aprende de este fragmento autobiográfico : aprende lo que hace un ser humano cuando, de pronto, se da cuenta de que no tiene “nada que perder excepto su ridícula vida desnuda”. La descripción que hace Frankl de la mezcla de emociones y apatía que se agolpan en la mente es impresionante. Lo primero que acude en nuestro auxilio es una curiosidad, fría y despegada, por nuestro propio destino. A continuación, y con toda rapidez, se urden las estrategias para salvar lo que resta de vida, aun cuando las oportunidades de sobrevivir sean mínimas. El hambre, la humillación y la sorda cólera ante la injusticia se hacen tolerables a través de las imágenes entrañables de las personas amadas, de la religión, de un tenaz sentido del humor, e incluso de un vislumbrar la belleza estimulante de la naturaleza: un árbol, una puesta de sol.
Pero estos momentos de alivio no determinan la voluntad de vivir, si es que no contribuyen a aumentar en el prisionero la noción de lo insensato de su sufrimiento. Y es en este punto donde encontramos el tema central del existencialismo: vivir es sufrir; sobrevivir es hallarle sentido al sufrimiento. Si la vida tiene algún objeto, éste no puede ser otro que el de sufrir y morir. Pero nadie puede decirle a nadie en qué consiste este objeto: cada uno debe hallarlo por sí mismo y aceptar la responsabilidad que su respuesta le dicta. Si triunfa en el empeño, seguirá desarrollándose a pesar de todas las indignidades. Frankl gusta de citar a Nietzsche: “Quien tiene un porque para, vivir, encontrará casi siempre el como”.
En el campo de concentración, todas las circunstancias conspiran para conseguir que el prisionero pierda sus asideros. Todas las metas de la vida familiar han sido arrancadas de cuajo, lo único que resta es “la última de las libertades humanas”, la capacidad de “elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias”. Esta última libertad, admitida tanto por los antiguos estoicos como por los modernos existencialistas, adquiere una vivida significación en el relato de Frankl. Los prisioneros no eran más que hombres normales y corrientes, pero algunos de ellos al elegir ser “dignos de su sufrimiento” atestiguan la capacidad humana para elevarse por encima de su aparente destino.
Como psicoterapeuta que es, el autor quiere saber cómo se puede ayudar al hombre a alcanzar esta capacidad, tan diferenciadoramente humana, por otra parte. ¿Cómo puede uno despertar en un paciente el sentimiento de que tiene la responsabilidad de vivir, por muy adversas que se presenten las circunstancias? Frankl nos da cumplida cuenta de una sesión de terapia colectiva que mantuvo con sus compañeros de prisión.
A petición del editor, el Dr. Frankl ha añadido a su autobiografía una breve pero explícita exposición de los principios básicos de la logoterapia. Hasta ahora casi todas las publicaciones de esta “tercera escuela vienesa de psicoterapia” (son sus predecesoras las escuelas de Freud y Adler) se han editado preferentemente en alemán, de modo que el lector acogerá con agrado este suplemento del Dr. Frankl a su relato personal.
A diferencia de otros existencialistas europeos, Frankl no es ni pesimista ni antirreligioso; antes al contrario, para ser un autor que se enfrenta de lleno a la omnipresencia del sufrimiento y a las fuerzas del mal, adopta un punto de vista sorprendentemente esperanzador sobre la capacidad humana de trascender sus dificultades y descubrir la verdad conveniente y orientadora.
Recomiendo calurosamente esta pequeña obrita, por ser una joya de la narrativa dramática centrada en torno al más profundo de los problemas humanos. Su mérito es tanto literario como filosófico y ofrece una precisa introducción al movimiento psicológico más importante de nuestro tiempo.

GORDON W. ALLPORT

Gordon W. Allport, antiguo profesor de psicología de la Universidad de Harvard, fue uno de los escritores y docentes más prestigiosos de los Estados Unidos. Publicó numerosas obras originales sobre psicología y fue director del ‘Journal of Abnormal and Social Psycbology”. Precisamente a través de la labor pionera del profesor Allport la trascendental teoría del Dr. Frankl se ha introducido en aquel país; más aún, el interés que ha despertado la logoterapia ha crecido a pasos agigantados debido en parte a su reputación.

PARTE PRIMERA

UN PSICÓLOGO EN UN CAMPO DE

CONCENTRACIÓN

“Un psicólogo en un campo de concentración”. No se trata, por lo tanto, de un relato de hechos y sucesos, sino de experiencias personales, experiencias que millones de seres humanos han sufrido una y otra vez. Es la historia íntima de un campo de concentración contada por uno de sus supervivientes. No se ocupa de los grandes horrores que ya han sido suficiente y prolijamente descritos (aunque no siempre y no todos los hayan creído), sino que cuenta esa otra multitud de pequeños tormentos. En otras palabras, pretende dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo incidía la vida diaria de un campo de concentración en la mente del prisionero medio?
Muchos de los sucesos que aquí se describen no tuvieron lugar en los grandes y famosos campos, sino en los más pequeños, que es donde se produjo la mayor experiencia del exterminio. Tampoco es un libro sobre el sufrimiento y la muerte de grandes héroes y mártires, ni sobre los preeminentes “capos” ?prisioneros que actuaban como especie de administradores y tenían privilegios especiales? o los prisioneros de renombre. Es decir, no se refiere tanto a los sufrimientos de los poderosos, cuanto a los sacrificios, crucifixión y muerte de la gran legión de víctimas desconocidas y olvidadas, pues era a estos prisioneros normales y corrientes, que no llevaban ninguna marca distintiva en sus mangas, a quienes los “capos” realmente despreciaban. Mientras estos prisioneros comunes tenían muy poco o nada que llevarse a la boca, los “capos” no padecían nunca hambre; de hecho, muchos de estos “capos” lo pasaron mucho mejor en los campos que en toda su vida, y muy a menudo eran más duros con los prisioneros que los propios guardias, y les golpeaban con mayor crueldad que los hombres de las SS. Claro está que los “capos” se elegían de entre aquellos prisioneros cuyo carácter hacía suponer que serían los indicados para tales procedimientos, y si no cumplían con lo que se esperaba de ellos, inmediatamente se les degradaba. Pronto se fueron pareciendo tanto a los miembros de las SS y a los guardianes de los campos que se les podría juzgar desde una perspectiva psicológica similar.

Selección activa y pasiva

Es muy fácil para el que no ha estado nunca en un campo de concentración hacerse una idea equivocada de la vida en él, idea en la que piedad y simpatía aparecen mezcladas, sobre todo al no conocer prácticamente nada de la dura lucha por la existencia que precisamente en los campos más pequeños se libraba entre los prisioneros, del combate inexorable por el pan de cada día y por la propia vida, por el bien de uno mismo y por la propia vida, por el bien de uno mismo y por el de un buen amigo. Pongamos como ejemplo las veces en que oficialmente se anunciaba que se iba a trasladar a unos cuantos prisioneros a un campo de concentración, pero no era muy difícil adivinar que el destino final de todos ellos sería sin duda la cámara de gas. Se seleccionaba a los más enfermos o agotados, incapaces de trabajar, y se les enviaba a alguno de los campos centrales equipados con cámaras de gas y crematorios. El proceso de selección era la señal para una abierta lucha entre los compañeros o entre un grupo contra otro. Lo único que importaba es que el nombre de uno o el del amigo fuera tachado de la lista de las víctimas aunque todos sabían que por cada hombre que se salvaba se condenaba a otro. En cada traslado tenía que haber un número determinado de pasajeros, quien fuera no importaba tanto, puesto que cada uno de ellos no era más que un número y así era como constaban en las listas. Al entrar en el campo se les quitaban todos los documentos y objetos personales (al menos ése era el método seguido en Auschwitz), por consiguiente cada prisionero tenía la oportunidad de adoptar un nombre o una profesión falsos y lo cierto es que por varias razones muchos lo hacían. A las autoridades lo único que les importaba eran los números de los prisioneros; muchas veces estos números se tatuaban en la piel y, además, había que llevarlos cosidos en determinada parte de los pantalones, de la chaqueta o del abrigo. A ningún guardián que quisiera llevar una queja sobre un prisionero ?casi siempre por “pereza”? se le hubiera ocurrido nunca preguntarle su nombre; no tenía más que echar una ojeada al número (¡y cómo temíamos esas miradas por las posibles consecuencias!) y anotarlo en su libreta.
Volvamos al convoy a punto de partir. No había tiempo para consideraciones morales o éticas, ni tampoco el deseo de hacerlas. Un solo pensamiento animaba a los prisioneros: mantenerse con vida para volver con la familia que los esperaba en casa y salvar a sus amigos; por consiguiente, no dudaban ni un momento en arreglar las cosas para que otro prisionero, otro “numero”, ocupara su puesto en la expedición.
De lo expuesto hasta ahora se desprende que el proceso para seleccionar a los “capos” era de tipo negativo; para este trabajo se elegía únicamente a los más brutales (aunque había algunas felices excepciones). Además de la selección de los “capos”, que corría a cargo de las SS y que era de tipo activo, se daba una especie de proceso continuado de autoselección pasiva entre todos los prisioneros. Por lo general, sólo se mantenían vivos aquellos prisioneros que tras varios años de dar tumbos de campo en campo, habían perdido todos sus escrúpulos en la lucha por la existencia; los que estaban dispuestos a recurrir a cualquier medio, fuera honrado o de otro tipo, incluidos la fuerza bruta, el robo, la traición o lo que fuera con tal de salvarse. Los que hemos vuelto de allí gracias a multitud de casualidades fortuitas o milagros ?como cada cual prefiera llamarlos? lo sabemos bien: los mejores de entre nosotros no regresaron.

El informe del prisionero n.° 119.104: ensayo psicológico

Este relato trata de mis experiencias como prisionero común, pues es importante que diga, no sin orgullo, que yo no estuve trabajando en el campo como psiquiatra, ni siquiera como médico, excepto en las últimas semanas. Unos pocos de mis colegas fueron lo bastante afortunados como para estar empleados en los rudimentarios puestos de primeros auxilios aplicando vendajes hechos de tiras de papel de desecho. Yo era un prisionero más, el número 119.104, y la mayor parte del tiempo estuve cavando y tendiendo traviesas para el ferrocarril. En una ocasión mi trabajo consistió en cavar un túnel, sin ayuda, para colocar una cañería bajo una carretera. Este hecho no quedó sin recompensa, y así justamente antes de las Navidades de 1944 me encontré con el regalo de los llamados “cupones de premio”, de parte de la empresa constructora a la que prácticamente habíamos sido vendidos como esclavos: la empresa pagaba a las autoridades del campo un precio fijo por día y prisionero. Los cupones costaban a la empresa 50 Pfenning cada uno y podían canjearse por seis cigarrillos, muchas veces varias semanas después, si bien a menudo perdían su validez. Me convertí así en el orgulloso propietario de dos cupones por valor de doce cigarrillos, aunque lo más importante era que los cigarrillos se podían cambiar por doce raciones de sopa y esta sopa podía ser un verdadero respiro frente a la inanición durante dos semanas. El privilegio de fumar cigarrillos le estaba reservado a los “capos”, que tenían asegurada su cuota semanal de cupones; o quizás al prisionero que trabajaba como capataz en un almacén o en un taller y recibía cigarrillos a cambio de realizar tareas peligrosas. Las únicas excepciones eran las de aquellos que habían perdido la voluntad de vivir y querían “disfrutar” de sus últimos días. De modo que cuando veíamos a un camarada fumar sus propios cigarrillos en vez de cambiarlos por alimentos, ya sabíamos que había renunciado a confiar en su fuerza para seguir adelante y que, una vez perdida la voluntad de vivir, rara vez se recobraba.
Lo que realmente importa ahora es determinar el verdadero sentido de esta empresa. Muchos recuentos y datos sobre los campos de concentración ya están en los archivos. En esta ocasión, los hechos se considerarán significativos en cuanto formen parte de la experiencia humana. Lo que este ensayo intenta describir es la naturaleza exacta de dichas experiencias; para los que estuvieron internados en aquellos campos se trata de explicar estas experiencias a la luz de los actuales conocimientos y a los que nunca estuvieron dentro puede ayudarles a aprehender y, sobre todo a entender, las experiencias por las que atravesaron ese porcentaje excesivamente reducido de los prisioneros supervivientes y su peculiar y, desde el punto de vista de la psicología, totalmente nueva actitud frente a la vida. Estos antiguos prisioneros suelen decir: “No nos gusta hablar de nuestras experiencias. Los que estuvieron dentro no necesitan de estas explicaciones y los demás no entenderían ni cómo nos sentimos entonces ni cómo nos sentimos ahora.”
Es difícil intentar una presentación metódica del tema, ya que la psicología exige un cierto distanciamiento científico. ¿Pero es que el hombre que hace sus observaciones mientras está prisionero puede tener ese distanciamiento necesario? Sólo los que son ajenos al caso pueden garantizarlo, pero es mucha su lejanía para que lo que puedan decir sea realmente válido. Únicamente el que ha estado dentro sabe lo que pasó, aunque sus juicios tal vez no sean del todo objetivos y sus estimaciones sean quizá desproporcionadas al faltarle ese distanciamiento. Es preciso hacer lo imposible para no caer en la parcialidad personal, y ésta es la gran dificultad que encierra este tipo de obras: a veces se hará necesario tener valor para contar experiencias muy íntimas. El auténtico peligro de un ensayo psicológico de este tipo no estriba en la posibilidad de que reciba un tono personal, sino en que reciba un tinte tendencioso.
Dejaré a otros la tarea de decantar hasta la impersonalidad los contenidos de este libro al objeto de obtener teorías objetivas a partir de experiencias subjetivas, que puedan suponer una aportación a la psicología o psicopatología de la vida en cautiverio, investigada después de la primera guerra mundial, y que nos hizo conocer el síndrome de la “enfermedad de la alambrada de púas”. Debemos a la segunda guerra mundial el haber enriquecido nuestros conocimientos sobre la “psicopatología de las masas” (si puedo citar esta variante de la conocida frase que es el título de un libro de LeBon), al regalarnos la guerra de nervios y la vivencia única e inolvidable de los campos de concentración.
Llegado a este punto desearía hacer una observación. En un principio traté de escribir este libro de manera anónima, utilizando tan solo mi número de prisionero. A ello me impulsó mi aversión al exhibicionismo. Una vez terminado el manuscrito comprendí que el anonimato le haría perder la mitad de su valor, ya que la valentía de la confesión eleva el valor de los hechos. Decidí expresar mis convicciones con franqueza, y por esta razón me abstuve de suprimir algunos de los pasajes, venciendo incluso mi desagrado hacia el exhibicionismo.

EL LIBRO DE CRIS

PORQUÉ EL LIBRO DE CRIS

Porque si él no hubiera existido, esto no tendría razón de ser. ¿ Quién me hubiera enseñado todo lo que he aprendido de la vida?
Para que haya un aprendiz, es necesario un maestro.
Por eso este libro le pertenece.
Porque Cristhian Ezequiel existió y sigue existiendo en nosotros, en la memoria colectiva.
Cuando Cristhian era un bebé, para dormirlo solía poner un tema musical y lo apretaba contra mi pecho, mientras bailaba con él al compás de la música.
Casi diez años después, un frío domingo de Diciembre escuché el mismo tema. Esta vez colocaba un mensaje en un globo, junto a otros padres del grupo Renacer , para padres que han perdido hijos. Ahora Cris no necesitaba dormir. Era yo quien necesitaba despertar de un sueño que a veces se transformaba en pesadilla.
Siempre damos todo por sentado. Se nos enseña desde chicos que tendremos una buena familia, un buen trabajo, ganaremos bien y tendremos hijos que nos harán abuelos y luego nos enterrarán.
No se nos prepara para otra cosa. Se nos dice que toda vida tiene un ciclo, pero no que ese ciclo puede alterarse, o mejor dicho, que los ciclos no son todos iguales, que las vidas no duran lo mismo en los seres humanos. 
Obligatoriamente tendrían que enseñarnos  las dos caras de la moneda, ya que la muerte se ve como algo que les pasa a los otros, o a los viejos, y en esa idea crecemos, a veces con la suerte de que nada contradice esa regla, otras, con el duro choque que sufrimos contra la pared de la realidad.
Podemos no ser felices en nuestra vida de pareja, nuestro trabajo puede no ser del todo bueno, o podemos no ser abuelos, ni siquiera tener hijos, debiendo en cada caso ir adaptándonos a las circunstancias e improvisando sobre la marcha, algunos hasta intentarán nuevamente alcanzar la felicidad que no tuvieron, o cambiar de trabajo, o adoptar un niño.
Pero?y si todo se nos cumple, excepto la parte que dice que tendremos hijos que nos enterrarán?
A veces los padres tenemos que sobrevivir a nuestros hijos.
De eso trata este libro.

Pabloy yo un relato de la vida real

Enrique V. Conde

PABLO Y YO

Un Relato de la Vida Real
                                                                   A ti Pablito y a ti Enriquito,
                                                                que inspiraron estas páginas.                                     
                                   “El amor es la fuente última de la vida cósmica”
                                                                                     Daisaku Ikeda
                                      Introducción
       “La felicidad no llegará a ti a través de todos los libros del mundo,
éstos sólo te guiarán, en silencio, hasta tu reino interior.”
                   
                                                                                   Hermann Hesse

PRIMERA PARTE
ENRIQUITO
                “En lugar de lamentar que la rosa tenga espinas, deberíamos     celebrar que un arbusto espinoso como el rosal, pueda dar capullos tan hermosos.”
                                                                                        Carl Hilty

Una Llamada

     El 16 de setiembre de 1993, a eso de las dos de la tarde, estaba podando la parra, cuando de pronto se acercó mi vecina Marta diciéndome que en su teléfono había una llamada urgente de mi sobrina Anita.
     Yo me sobresalté, pues no era la hora habitual en que podía recibir un llamado de la  familia de mi hermano que vive en Pinamar y menos aún de mi sobrina Anita que a esa hora estaría trabajando.
     Con el nerviosismo propio de la circunstancia, me acerqué tenso al aparato.
     De inmediato la voz de Anita, entrecortada por el llanto,  confirmó mis temores, pues, en medio de su angustia, le oí aquellas fatídicas palabras: “Enriquito se quitó la vida”…
     En mi mente todo sucedió como en el vértigo de una pesadilla ¿cuándo?… ¿cómo era posible?… ¡Dios mío! 
     Sólo atiné a decir, “salgo inmediatamente para allá”.
     Hoy, a la distancia, me imagino la angustia de esa hermana enfrentada a dar la noticia de la trágica muerte de su hermano…
     Aturdido como estaba, cargué un poco de ropa en un pequeño bolso, le di instrucciones a Juana para que atendiera a algún cliente que ocasional-mente pudiera venir al “Hospedaje 25” y me dirigí de inmediato a la terminal de ómnibus, con la esperanza puesta en que saliera algún coche con destino a Montevideo.
     Ya en el ómnibus, nuevamente escuchaba la voz lastimera de Anita, “fue recién”… “estaba muy deprimido”.
     Durante el viaje, el llanto de Anita martirizaba mi mente.       
     Mientras mis pensamientos recorrían, en detalle, las veces que estuve con Enriquito, su rostro se me presentaba sonriente…
     ¡No tenía manera de pensar en algo distinto!       
     Enriquito era muy chiquito cuando en el año 1962 yo vine para Rivera y estando a quinientos kilómetros de Montevideo, cuando aún la actual ca-rretera era tan solo un camino de balasto, lleno de piedras, se hizo muy difícil que nos pudiéramos ver a menudo, en consecuencia, nuestros con-tactos no fueron muy frecuentes.   

Sus Sueños

     Tanto Ana, mi cuñada, como mi hermano,
siempre contaban que de niño, Enriquito se dirigía a la escuela con andar cansino, arrastrando su cartapacio como si éste pesara toneladas y cual-quier causa le era válida para enlentecer su marcha y no permitía que ninguno de sus hermanos menores, Héctor o Anita, se le adelantaran en el camino.
     Era como si buscara no llegar nunca… y si encontraba una excusa, todos debían detenerse a esperarlo.
     Una tarde dijo: “Paren, tengo que rascarme una pierna”.
     Sus movimientos, para ir y venir de la escuela, hacer los deberes y volver a prepararse para la clase del día siguiente, realizados en cámara lenta, no ocultaban su desencanto por esa forma de vida, reglamentada al ritmo del reloj.
     Pese a su carácter dócil, en esas circunstancias, parecía dominado por un sentimiento de rebeldía.
     Su actitud cambiaba al sacase la túnica y alejarse de los libros, entonces, se le veía con ritmo de vértigo, arriesgado, alegre, seguro de sí mismo, creativo… libre…
     Era como si desde muy pequeño, hubiera captado y comprendido que la libertad es el principal requerimiento del espíritu humano.
     El circo lo fascinaba de una manera casi indescriptible y    petrificado en su asiento, se sentía ora trapecista, ya malabarista, o traga-fuego; el tigre, el león, el elefante, el caballo, el oso, el mono, en fin, toda el arca de Noé, le obedecía, en su fantasía, sin necesidad de látigo… entonces, sus ojos negros brillaban en su rostro cetrino, reflejando  las luces de colores.
     Imbuido de la magia del circo, luego repetía  en el fondo de la casa, los papeles desempeñados bajo la carpa del circo, y, aún de grande, sus ojos se volvían a iluminar como las luces del arco iris y en su rostro relampa-gueaba una sonrisa al recordarlo.
     Así, en plena libertad, sin tablas ni reglas gramaticales, sin horarios ni limitaciones de espacio, su fantasía volaba libérrima, aunque más no fuera por un instante.
     El canto atrajo su atención y su timbrada voz, repetía, sonoramente, “La de vestido celeste”, “Solita estaba en la arena”, “Que bonita flor”, “Taba-reeé…”, “Gurisito pelo chuzo”, que él interpretaba poseído por esos perso-najes que lo acercaban a su ansiada libertad, etérea como el pentagrama… sin peso ni dimensión…
     Como el estudio, aún el de solfeo, no entraba en sus cálculos, su experiencia musical naufragó en la orilla.
     De esa etapa, sólo le quedaron las letras de algunas canciones que yo le oí repetir, modificadas a su antojo, cambiando, por ejemplo, el vestido celeste por una prenda femenina íntima del mismo color… y así por el estilo, agregando a su repertorio otras canciones tales como “Mi pollera amarilla” de la “bomba” tucumana.
     Pese a que sus manos se mostraban torpes e inseguras frente a las “b”, las, “d” y las “p”, sin embargo, volaban hábilmente en los trabajos manuales, y así, mientras  sus manos se manchaban de tinta en el  banco de la escuela, esas mismas manos se vestían con los colores del arco iris en la clase de cerámica, dando rienda suelta a su fantasía…
     Según cuenta mi hermano, él era quien saltaba primero del auto, cuando pinchaba un neumático y desde pequeño se las ingeniaba para cambiar solo una cubierta.
     Con imaginación de inventor, no lo detenían problemas mecánicos; su vista parecía penetrar en la carcasa que cubre mecanismos, y a través de ella descubría cual era su funcionamiento. Nació así su afición por las herramientas, con las que realizaba toda clase de trabajos, no sujetos a horarios, plazos ni condiciones.
     Su destreza física lo llevó a las canchas de fútbol y de la misma manera que su imaginación volaba tras sus fantasías, su físico también volaba tras un balón con ansias de gol, atrapándolo junto al palo o descolgándolo de un ángulo.
     También allí los límites lo constriñieron.
     El hubiera querido ser, a la vez, en un mismo partido, quien evitara los goles como arquero y  también quien, como delantero, los convirtiera para su equipo.
     Como si el reloj de su mente marchara adelantado, ansiaba resultados pronto, pero como la vida está reglamentada en otro tiempo, al no coincidir los hechos con sus ilusiones, se sentía con las manos vacías, campo propicio para que, cuando alguien un día susurrara a su oído: “ya deberías haber triunfado… otros a tu edad ya lo han hecho”… decidiera, sin más, abandonar la práctica del fútbol a los 19 años.
     Luego, cuando las hojas del almanaque lo enfrentaron a las responsabilidades de la vida, la rutina lo sujetó a normas rígidas, absurdas para él, y lo hizo sentir como la locomotora, que sola, se siente libre silbando alegre al viento, pero ligada a los vagones y ceñida a su camino de hierro, arrastra tras de sí una pesada carga, haciéndola gemir en medio del vapor y el humo que van nublando su camino.
     Enriquito siempre soñó con la libertad plena, como la del ave que vuela por encima de los volcanes.
     Él intuía que por el camino de la libertad, el mismo camino por el que un día la humanidad erradicó del planeta la servidumbre y por el que luego también se extirparía la esclavitud, la humanidad lograría sacudir el yugo de la sumisión de los humildes frente a los poderosos y lograría la dignificación del hombre en el trabajo.
     Si no hubiera, decía, quienes buscaran sacudir ese yugo, la humanidad podría caer sumida, otra vez, en la esclavitud o el servilismo.
     Su peor enemigo era el péndulo del reloj que, marcando implacable el curso de un tiempo perentorio, se agota a cada instante, convirtiendo cada segundo del presente en  pasado que sólo le dejaba la amargura de su tiranía, productora de apuros, de ambiciones, de injusticias, de pretensiones y de egoísmos que avasallando al individuo, lo hacen esclavo de las cosas, en desmedro del valor de los ideales.
     En ese ambiente de falso presente, en un gesto de defensa y de rebeldía a la vez, se calzó los zapatos de buzo que, como cuando niño, hicieron lentos sus movimientos, como queriendo permanecer dueño de ese tiempo que se le fugaba a cada instante.                                       
      Para él no había otro tiempo que el tiempo eterno, aquel en que nacen, florecen y dan fruto las ideas, intangible a la prepotencia, a los juicios apresurados, a las conveniencias, a las pasiones o a los intereses manejados por el egoísmo.
     El tiempo eterno, aquel en que el viento transforma en arena las rocas del desierto, aquel en que el río labra su lecho, aquel en que la gota orada la piedra, aquel en que el mar forma la playa de arena fina, batiendo contra la roca furiosas olas, o rompiendo mansamente en la orilla.
     Empero, mientras su mente volaba en busca de nuevos horizontes de libertad, sus pies debían posarse sobre el fango de la incomprensión y de la falsedad.
     Uncido a un yugo invisible, transitaba mansamente, mientras sus ojos ostentaban el fulgor de los que tienen sueños de libertad.
     “El Manso” le llamaron sus compañeros de trabajo.
     Pero, pese a sentirse encadenado a la roca de su cuerpo, él quería volar por todos los espacios, sin límites, sin vallas ni ataduras, en busca de la vida, en busca del amor, en busca de la libertad, en busca de la eter-nidad…
     Todo su ser parecía decir, quiero viajar al azul del infinito cielo, y, surcando el firmamento, extasiarme con el titilar de las estrellas… y en la grandiosidad de los astros, dormir… dormir flotando en el espacio, liberado de la gravedad…   
     Visitar al cóndor en la cima de la montaña, y de la nieve, sentir su frío cortando mi cara, y oír el silbido del viento, y el tronar de la tormenta, y el rugir de la avalancha y, luego… escuchar de la nube que pasa, su silencio de paz… y ver el sol que asoma, transformando la blanca alfombra en agua que corre silenciosa y cristalina hacia el valle… y bañarme entonces de inmensidad…
     Y dormir… dormir mecido por la brisa…
     Vivir en el valle con sus vastas praderas, que como alfombras de esmeralda, se extienden al infinito, salpicadas de flores, y bañarme en el lecho del río… y desde la escarpada roca, zambullirme temerario una y otra vez, y sentir el agua ahogando mi respiración… y luego… tendido sobre la blanda arena, gozar de la caricia del sol en la playa desierta, y admirar el follaje de los árboles, escuchar el canto de los pájaros, ver el majestuoso volar de las aves, el ir y venir de la mariposa… y acariciar las flores… sintiendo la tersura de sus pétalos…
     Y dormir… dormir a la vera del río arrullado por el murmullo del agua que pasa cantando…     
     Quisiera llegar a lo profundo del océano… y sentir el mudo andar de los peces rondando junto al arrecife de coral y hundido en la oscura profundidad del silencio, olvidar la luz, y sentir la ausencia, allí  donde el tiempo sea eterno… 
     Y dormir… dormir acunado por el silencio…
     Ir al encuentro del amor, con el corazón  lleno de fantasía yo quisiera… y que en el cielo gris de mi alma, sólo ella brillara, rompiendo la oscuridad, y que el silencio sea el único testigo, cuando trémula me abrace… e, incrédulo, mis labios busquen sus labios… y al sentir la tierna y tibia caricia de su boca, despierte en mi el deseo de que sea mía… y que también lo pueda leer en sus ojos turbios de pasión…   
     Y… cuando venga la noche y el silencio…  temblantes y ansiosos…  acariciar sin ropaje nuestro amor…
     Así eran sus sueños…                           

Sus Desencantos

     En una oportunidad, cuando pasé un tiempo en casa de mi hermano, aprendimos a apreciarnos mutuamente; Enriquito me decía “bubuchi” por una gorra que yo usaba parecida a la del oso Yoggi y yo “Yogurcito”, pues le decía que había sido hecho con leche de descarte, lo que daba motivo a que él también me llamara, a veces, “Yogur”; esto da idea de cual era nuestro trato, siempre jovial.
     Sin embargo, la última vez que nos vimos, no lo noté tan activo como en otras circunstancias, sin embargo, mantenía su carácter alegre, dispuesto siempre a una chanza.
     La vida, igual que a mí, lo había golpeado duramente; también a él como a mí, lo había traicionado su mujer.
     Cuando, en medio de mi enfermedad, ella me abandonó con la promesa de reencontrarnos en la intimidad, yo, ¡crédulo de mí!, decía, fui a su encuentro pero en esos días nunca podía.
     Cada vez que iba le llevaba algo de lo que había dejado en casa de mis padres, una vez el tapado de piel, otra el video, otras veces otras cosas, pero ella nunca estaba dispuesta a cumplir su promesa de intimidad.
     Entonces supe que era mentira, pues cuando le llevé todas las cosas, me dijo que prefería no verme más.
     Un día que llamé a mi casa para hablar con mis hijos, cuando aún no había transcurrido mucho tiempo de mi última frustrada visita, descubrí que allí, en mi propia casa, estaba con un tipo.
     “Es un amigo que está arreglando una canilla del baño”… dijo ella…
     ¡Y lo hacía en mi cama!, así me lo contó el nene, él lo sabe y quizá lo recuerde por siempre.
     ¡En qué hogar se van a criar mis hijos!
     En las noches, yo me abrazo con los fantasmas, mientras ella  lo hace con ese tipo, en mi propia cama… decía, y lo inundaba el silencio… y la tristeza…
     Luego supe de sus últimas palabras a su madre:
     “Mientras yo me revuelco en esta cama sin poder conciliar el sueño… ella se revuelca con su macho ¡en mi casa, en mi propia cama!”   
     El pasado lo acechaba con sus fantasmas y el futuro lo espantaba con  la incertidumbre…
     Se sentía encadenado a esa roca que era su cuerpo… mientras, en sus ojos, se leía  el clamor de su alma… en busca de libertad…           
     ¡Ese soy yo! dijo una vez leyendo el siguiente fragmento:
             
     “No me hieras removiendo las cenizas de un amor que no dio llama…
     Hoy me nubla el humo oscuro del recuerdo.
     ¡Negros tizones sin luz, ni calor!     
     A mis ojos convocan lágrimas de dolor.
     Y mis manos se crispan hiriendo mi carne, sin sentido.
     ¿Por qué he de arrastrar este dolor que me corta las alas, cuando mis ojos, con ansias de cielo, buscan la ruta para volar?
     Anclas que me apegan al pasado.
     Cenizas que el viento llevó…         
     Vivir el presente yo quisiera, sin el temor del ayer, sin la zozobra del mañana, y descubrir que hay un lugar en el mundo donde caben mis ansias…     
     El lugar maravilloso de los sueños… suspendido en el tiempo y en el espacio…
     Un tiempo eterno… donde se conjugue el amor… la paz… y la libertad…”

     Quizá Enriquito pensó que cuando no tuviera  su cuerpo se sentiría libre de su dolor.
     En su fantasía, se reflejaba el signo de la muerte…
     Su alma mustia y abatida, no encontró consuelo… por eso lo de hoy…
     Almas errantes, pensé, que van por el mundo buscando a tientas donde apoyarse y el mundo les es esquivo, traicionero y efímero.
     Yo sabía que cuando huye el amor, el corazón se inunda de pena, el dolor anida como para siempre… una negra noche te envuelve de silen-cio… y los miedos desgarran el alma, que vaga triste como una sombra por los rincones…
     Y un negro pensamiento de muerte te asalta, empujándote paso a paso, hacia la tumba… que se orna con flores arrancadas al corazón.
     De sus ojos negros y profundos, parecía escaparse un lamento:

“Ahora… en mi derredor todo es silencio…
Un día acaricié el pétalo de una rosa,
sentí el perfume de madreselvas y jazmines,
y me inundó la caricia de tus manos…
     
Yo, quería ir a lo profundo del insondable mar,
y en la soledad del silencio oír tu voz…
Yo, quería ir a la cumbre nevada de la montaña,
junto al agua cristalina que corre hacia el valle…

Yo, quería llegar con mis manos al cielo
y abrazar, trémulo, la nube que pasa silenciosa…
Yo, quería vivir en el valle junto a la rosa,
y sentir en mi cuerpo el dolor de las espinas…

Hoy, evanecidas la rosa, la flor, y tus manos…
¿Qué fue del perfume de la flores?
¿Dónde está aquella rosa?     
¿Qué de las caricias de tus manos?

Ahora, aquí, en la soledad  de mi alma,
lejos el mar, la  montaña, la nube y la rosa,
de silencio de mi alma rebosa…

Yo no sé, si cuando mañana,
yazca mi cuerpo inerte,
podré, en la soledad la tumba,
convocar al silencio de la muerte.”
                 
*

      Así eran sus desencantos…