Respaldo de material de tanatología

EL IDEALISMO

EL IDEALISMO

La innegable complejidad conceptual e histórica que presenta el problema del idealismo puede inducir a pensar que la forma mejor de exponer esta cuestión se cifre en una especie de clasificación de los «tipos» de idealismo (a partir de ahora “i.”) que se han dado. Evitaremos aquí esa mera clasificación y trataremos de expresar o explicar la «transición» de unos aspectos a otros en el concepto de i.

Génesis de los idealismos. Ante todo resulta esclarecedor de la esencia del i. el examen de sus orígenes. Cabe afirmar, en primer lugar, que el i. es por completo extraño a la actitud natural del entendimiento y del conocimiento, la cual se caracteriza precisamente por su orientación ineludible a lo real, al mundo exterior. En su «ingenuidad», palabra que no comporta aquí desde luego ningún matiz peyorativo, la actitud natural está animada por lo que llama Hartmann la intentio recta, esto es, por un movimiento justamente «natural» de extroversión, de trascendencia; quizá sea discutible que esta actitud natural pueda llamarse en rigor «realismo», porque más que una concepción, siquiera sea una concepción prefilosófica, se trata de una efectiva entrega al mundo, de una vivencia más que de un pensamiento. Pero de lo que no cabe duda es de que para que surja un i., de cualquier tipo que sea, la actitud natural del conocimiento, o ingenuidad «realista», ha de ser rota, o mejor suspendida, por un acto de reflexión forzado. En esta vuelta de la subjetividad a sí misma, en esta intentio obliqua, por emplear de nuevo el término de Hartmann, se configura el i., por la forma de atribuir al sujeto una anterioridad metódica, basada en el supuesto de que sólo los hechos de conciencia pueden recabar para sí un criterio de legitimación, una evidencia, totalmente indubitable.

Y por este camino llegó Descartes, considerado usualmente como padre del i. moderno, a la idea de fundar la filosofía como mathesis universalis en el cogito. Lo que hay de i. en el planteamiento cartesiano es el asociar el «método filosófico seguro» con el tomar como punto de partida no mi experiencia de las cosas, sino mi experiencia de mí mismo, considerando que sólo de ésta es imposible una duda, siquiera sea una duda «imaginaria», metódica. En efecto, según Descartes, puedo dudar de que corresponda alguna realidad exterior a mi percepción, pero de esta percepción en cuanto tal no puedo dudar. Pero esto no quiere decir que Descartes atribuya a la res cogitans (sustancia o sujeto pensante) un carácter absoluto; como dice Millán Puelles: «La evidencia de los hechos de conciencia es en efecto absoluta. Quien no es absoluta es la conciencia misma» (o. c. en bibl., 22). De manera que el paso que lleva a Descartes desde el i. «metódico» al realismo ontológico no comporta contradicción alguna. Descartes pretende salir del cogito, llegar a una afirmación del ser transobjetivo, trascendente, no ya al cogito sino a los cogitata, así, pues, a un ser «en sí», que se presenta en el objeto pero que justamente no se agota en ser objeto, es decir, algo «puesto a» un sujeto.

Si se dice que en Descartes esta afirmación de la trascendencia de las cosas está mediada por la forma un tanto artificial de que hay un Dios que «garantiza» el valor objetivo de la experiencia, hay que aclarar que al fin y al cabo el modo como llega a Dios es a través de la finitud que ha aprehendido en el cogito.

Idealismo metafísico y especulativo. Y se muestra esta relación de la finitud y el realismo, indirectamente, y como «en negativo», en la clásica definición hegeliana de i.: Idealismo es pensar lo finito como ideal, esto es, como no-independiente.

Llegamos así al i. metafísico y especulativo, que alcanza su máxima expresión en el i. alemán de Fichte, Schelling y Hegel. Sobre todo en este último se consumará la tendencia a «disolver» la subjetividad finita en una totalidad en la que no quepa distinguir la razón de la realidad, el logos del ser, pues, según él, todo lo real es racional y todo lo racional es real. Y no es extraño que Hegel aprecie a Spinoza ?«ser spinozista es el comienzo del filosofar»?, llega a decir, pues ya el pensador holandés se había opuesto a la «diferencia» entre el cogito y las cosas exteriores (la res extensa) establecida por Descartes: «El orden y conexión de las ideas es el orden y conexión de las cosas». en el i. hegeliano lo finito «se niega y se supera» en la dialéctica, y en virtud de su transparencia (la de lo finito), deja ver tras sí lo infinito, la totalidad que le da sentido. La filosofía, según Hegel, debe borrar de la realidad toda sombra de irracionalidad, de contingencia. El principio de la trascendencia que lleva consigo la idea de una cierta opacidad en las cosas, de algo irreductible al logos en la realidad, debe ser anulado por el principio de la inmanencia. Ya no se plantea la cuestión de cómo es posible que el pensamiento tenga un valor objetivo, puesto que el logos, la razón, es el principio intrínseco de la realidad. Todo ello equivale a una especie de panteísmo.

No es por ello extraño que en el i. se encuentren elementos incompatibles con el cristianismo (aunque para Hegel, Jesucristo era como el «gozne» de la historia universal), y con cualquier válida filosofía. Según Fabro, los principios del i. moderno ?se refiere no sólo al i. hegeliano, sino a toda la filosofía que surge desde Descartes?, que son los principios de lo trascendental y de lo inmanente, se oponen a las exigencias del cristianismo, y de una recta filosofía, fundadas en el principio de la trascendencia. Efectivamente, según Hegel, la subjetividad, toda subjetividad, no está «medida» por el ser, sino que es más bien «mensurante», lo que mide las cosas, en virtud de la intrínseca logicidad de las mismas, o, dicho dialécticamente, en virtud de la superación de la oposición entre lo lógico y lo ontológico. Con ello se traspone a toda subjetividad lo que en una válida filosofía realista y en el cristianismo sólo puede atribuirse propiamente a Dios; así, dice, por ejemplo, Tomás de Aquino, aunque la realidad es medida por el entendimiento divino, ella es a su vez la que mide al entendimiento humano. Puede resultar esclarecedora esta contraposición: en el realismo lo esencial de la subjetividad es su receptividad (derivada de su finitud); en el i. lo esencial de la subjetividad es su creatividad y espontaneidad.

Desde aquí cabría hacer una consideración sobre el i. platónico, pues en efecto constituye un elemento esencial en la filosofía de Platón la idea de una correspondencia perfecta entre lo más real y lo más cognoscible, o, con otras palabras, la idea de la logicidad interna del ser. Nótese que con ello aludimos menos a la hipóstasis de las ideas, tal como se expresa en los Diálogos llamados de madurez, que a la dialéctica que desarrolla en los últimos Diálogos, especialmente en el Parménides y en El Sofista, en los cuales se intenta, por así decirlo, una «logificación» de la realidad, de forma que no quede en ésta ningún residuo irracional. Desde este punto de vista puede recibir alguna luz el realismo de Aristóteles mediante la consideración siguiente: lo que para éste es la «primera sustancia», lo más real, es decir, el ser individual, no tiene propiamente definición, es irreductible en cierto modo al logos.

Idealismo empírico y psicológico. Si la equivocada anulación de la oposición o diferencia entre ser y pensar cobra en el i. metafísico hegeliano la forma de una mutua relación entre sujeto y objeto, en el i. empírico, también llamado psicológico, tal anulación se cifra en una simple disolución de la cosa exterior en los datos inmanentes al sujeto. Según Berkeley, que es el representante típico de este i., la idea de algo exterior, de un ser en-sí de las cosas es, no ya dudosa o problemática, sino simplemente absurda; el ser de las cosas no es distinto del ser de las ideas: esse est percipi (ser es ser percibido). El inmanentismo berkeleyano no es la unión de la realidad y el pensamiento, sino la reducción de las cosas a las sensaciones. Es curioso que esta teoría fuera presentada por el filósofo irlandés como la única forma de exterminar el escepticismo; pero en realidad su obra sería un elemento importante en la formación del funesto escepticismo fenomenista de Hume. Según Hume, la afirmación de la realidad exterior sólo podemos basarla en una simple creencia o belief, que concedemos a ciertas sensaciones por su fuerza y vivacidad; error que lleva consigo el de considerar que la diferencia entre la imaginación y la percepción sería sólo de grado y no de esencia.

Kant mantuvo con insistencia la diferencia entre su i. formal y el i. que llama «material» de Berkeley. El autor de la Crítica de la Razón Pura no ponía en duda el sentido trascendente de la experiencia, su referencia a algo extrasubjetivo. Pero para que esta experiencia sea posible es necesario que la subjetividad aporte unas formas a priori; formas a priori que no encuentran, sin embargo, su sentido más que en su aplicación a la experiencia. Se falsearía, por consiguiente, el significado del «giro copernicano» que trae consigo el criticismo kantiano si se dijera que consiste en un «subjetivismo», o en negar la trascendencia del conocimiento. Cuando Kant insiste en que sólo podemos conocer los fenómenos, y no la cosa en-sí, no afirma ni mucho menos que aquellos sean inmanentes a la conciencia, sino tan sólo que la razón, en su uso teórico, si ha de tener un valor objetivo, debe limitarse a la experiencia. El fenómeno no se distingue de la cosa en-sí porque el uno sea intrasubjetivo y la segunda trascendente, sino porque el fenómeno es accesible a la intuición empírica, receptiva, que es la única posible para el hombre, mientras que la cosa en-sí, lo nouménico, sólo se aprehendería en una intuición intelectual (intuitus originarius), que, según Kant, es imposible para el hombre.

Resulta paradójico ver acusado de «subjetivista» y de negador de la trascendencia del conocimiento al autor de una de las más profundas refutaciones del idealismo. Kant se refiere en ella explícitamente al i. que llama «problemático» de Descartes, según el cual sólo es absolutamente indudable la intuición interna, quedando siempre la posibilidad de dudar de la intuición externa, esto es, considerando a ésta problemática. La idea esencial de esta «refutación» es que la experiencia interna no es posible más que bajo la suposición de la externa, o, con otras palabras, que la experiencia externa no es «segunda», mediata, sino inmediata. Ello está en conexión esencial con el hecho de que aprehendemos nuestra existencia necesariamente como determinada en el tiempo. Ahora bien, para que pueda percibir mi determinabilidad en el tiempo, la serie de representaciones que constituyen el curso de mi experiencia interna ha de referirse a un sustrato permanente diferente de ella; por consiguiente, la conciencia de mi existencia en el tiempo está unida a la conciencia de una realidad fuera de mí,

Derivaciones y repercusiones. Esta conexión esencial entre la temporalidad y la experiencia recibe una nueva profundización en Husserl: «La conciencia primitiva del tiempo funciona de suyo como una conciencia perceptiva» (Ideas, 266). Es cierto que parece innegable la presencia de tendencias idealistas en la filosofía husserliana: al menos en el sentido de que es una filosofía trascendental y «reflexiva», pues trata de remontarse, a los orígenes, para clarificar así el modo en que la realidad se constituye para la conciencia; la fenomenología  es ante todo una filosofía de la subjetividad. Pero esto no quiere decir que la fenomenología quede encerrada en el cogito, o que reduzca el mundo a una mera apariencia subjetiva. Precisamente un tema capital de la fenomenología es la intencionalidad: ese carácter peculiar de la conciencia que hace que toda conciencia sea conciencia de algo. Y así, justamente mediante la «reducción trascendental», método fenomenológico por el que se pone entre paréntesis toda afirmación de trascendencia se esclarece el sentido de aquella señalada esfera de actos noéticos, a los que «por una necesidad esencial inmanente, es inherente este maravilloso ser conscientes de algo determinado o determinable, y dado de tal o cual manera, que es relativamente a la conciencia misma algo frontero, en principio extraño, no ingrediente, trascendente» (Ideas, 238-239). Lo esencial del i. husserliano reside en su idea de la correlatividad fundamental de la conciencia y el mundo. Para Husserl la idea de un mundo absoluto y en-sí es absurda: «una realidad en sentido estricto y absoluta es exactamente lo mismo que un cuadrado redondo» (Ideas, 130). Puede decirse, por tanto, que el mundo es «relativo», pues presupone la conciencia absoluta; en lugar de que la conciencia encuentre su sentido en su contacto con el mundo, resulta más bien que el mundo recibe su sentido desde la subjetividad.

Y, sin embargo, serán pensadores fenomenólogos, o al menos muy próximos a la escuela fenomenológica, como Heidegger, Merleau-Ponty o Sartre, quienes verán lo esencial de la subjetividad humana justamente en su ser-en-el-mundo. Y es de nuevo revelador de las consecuencias interpretativas de aquella conexión, mencionada más arriba, entre el i. y la afirmación de lo infinito y necesario en el logos, el hecho de que uno de los temas más característicos de estos pensadores «existencialistas» sea la finitud y contingencia humanas, en general interpretadas en forma materialista, o tendiendo al materialismo.

Aunque se den materialismos de distintos signos, así el de algunos existencialistas y el de Marx, y con pretensiones de un realismo radical, es interesante notar cómo el materialismo viene a ser con frecuencia en el fondo una forma de panteísmo, es decir viene a caer en una forma de idealismo. Ello se aprecia al considerar el error fundamental del i. típico, que está en su misma base u origen, en su punto de partida gnoseológico, y que es poner en duda, o negar, bien como método, bien como principio, la realidad exterior al pensamiento humano; lo cual viene a ser equivalente a la pretendida superación del i. consistente, según el materialismo, en la afirmación exclusiva de la realidad exterior, negando la subjetividad humana, o reduciendo aquélla a ésta. En realidad les es común algo que caracteriza al i.: la no suficiente distinción entre el yo humano y la realidad material, en definitiva la no distinción entitativa entre Creador, criatura espiritual y criatura material, o, dicho de otro modo, la errónea afirmación de la univocidad del ser frente a la real analogía del ser.

Las consecuencias y derivaciones, y coincidencias, de estos dos tipos de i. en diversos campos pueden ser a veces nefastas. Señalemos únicamente que en el terreno de la filosofía social o sociológica pueden girar alrededor de totalitarismos colectivistas, como el socialismo y el comunismo (disolución o negación del sujeto individual en la «realidad total» o «totalidad social»), o alrededor de la negación de la misma realidad social o sociedad con los individualismos y subjetivismos consiguientes (disolución o limitación de la realidad a cada individualidad subjetiva). Aplicado al campo de la Estética, de la Lingüística y filosofía del lenguaje, el i. dio origen a interesantes estudios, parciales en algunos aspectos, pero que se enfrentaron con las no menos parciales tesis del positivismo en este campo.

La New Age

    New Age

    Sus fieles no la reconocen como una religión, contestan que antes bien es una “espiritualidad”; tampoco aceptan ser considerados como una escuela filosófica,
    antes bien prefieren que se lo considere como un camino de “expansión de la conciencia”.

    Por esto, la presentación más acertada quizás sea la que da el Cardenal Danneels: “No es una religión, pero es por lo menos religiosa; no es una filosofía, pero es por lo menos una visión del hombre y del mundo, así como una clave de interpretación; no es una ciencia, pero se apoya en leyes “científicas”, aunque haya que ir a buscarlas entre las estrellas. New Age es una nebulosa que contiene esoterismo y ocultismo, pensamiento mítico y mágico respecto de los secretos de la vida, y una pizca de cristianismo, todo revuelto con ideas que proceden de la astrofísica.”

    Una visión del hombre, del mundo y de la divinidad, con aspiraciones de científica, que puede describirse a partir de un conjunto de pilares o fuentes de inspiración:

    – Una subestructura mítica pretendidamente científica.

    – El recurso a las religiones orientales.

    – La inminencia del “fin de los tiempos”.

    La cosmología de la Nueva Era: una subestructura mítica pretendidamente científica

    La crisis ecológica, el temor a la contaminación radiactiva, las dificultades para controlar y detener enfermedades terminales, la aparición de nuevos problemas como consecuencias no deseadas del progreso tecnológico han sido, entre otros tantos, algunos de los factores determinantes que han conducido a un replanteo del optimismo cientificista que suponía como principio indemostrable que todo podía ser solucionado y alcanzado por el progreso científico.

    Paralelamente, el pensamiento científico se encuentra enredado en un enjambre de teorías e hipótesis, de informes y comunicaciones producto de su propia actividad, que hacen cada día más necesaria la colaboración interdisciplinaria, el acotamiento de los campos de investigación, el fluído intercambio de información.

    Esta colaboración interdisciplinaria ha sido fecunda sobre todo al generar puntos de coincidencia entre áreas del pensamiento científico que en algún momento pudieron considerarse como totalmente diversas. Es así como se han ido tejiendo coincidencias desde campos tan dispares como la física cuántica, la acústica, la neurología, la óptica y la psiquiatría.

    Estos principios de coincidencia han servido básicamente para alimentar y alentar el deseo de reencontrar la primitiva unidad del saber perdida en el proceso de diversificación de las ciencias, pero sobre todo para propiciar la apertura (desdichadamente no siempre encaminada con igual acierto) de las ciencias naturales a lo trascendente, a lo divino, a una visión de totalidad.

    A partir de estos presupuestos se habla de una ‘nueva ciencia’, más humana, más ecológica, cuyos principios fundamentales Josef  Sudbrack sintetiza en dos:

  # La “holonomía”: todo el universo se encuentra regido por un principio de relación recíproca, todo está unido, interconectado, y aún más que eso, cada parte de este universo es en sí misma una imagen de la totalidad; y esto porque el cosmos entero es una unidad compenetrada e influenciada recíprocamente. El todo está en cada uno y cada uno está en el todo. Todos los seres están hermanados y forman una única familia con diferentes grados de evolución. El hombre, no sería más que una parte de ese todo, de esa intrincada y extensa red; un microcosmos que es en sí mismo una imagen acabada de toda la creación.
    Aquí encuentra su fundamento el monismo de la Nueva Era: en definitiva, todo es el mismo ser, la misma imagen, sin distinción.
  # La calidad dinámica de la realidad: todo es un permanente cambio, todo está regido por un movimiento inmanente de evolución, por un principio intrínseco e inevitable de desplegamiento y replegamiento que abarca desde el todo hasta la más ínfima de las partes y que hace que todo intento de comprensión de la
    realidad que no esté regido por la asimilación a este mismo movimiento esté condenado a no ser más que una instancia muy imperfecta de conocimiento. La distancia entre nuestro conocimiento analítico-científico y la realidad sería la misma que hay entre la contemplación de unos fuegos artificiales, y su fotografía.

    Estos dos principios surgen de la extrapolación de elementos tomados de la física atómica, según la cual la realidad última y auténtica del cosmos no está constituída por cosas y cuerpos sólidos tal como podrían hacernos suponer erróneamente nuestra conciencia cotidiana, sino por vibraciones, energías, movimientos ondulatorios. El elemento constitutivo de la materia no es algo sólido sino que son vibraciones.

    De aquí deducen rápidamente que nuestra realidad diaria es sólo apariencia, superficie débil del ser, que en realidad es un todo vibrante. La misma divinidad es interpretada como vibración. Los minerales, los seres vivos, el alma del hombre y Dios en esta interpretación, son todas vibraciones aunque cada una de ellas ”en distintas frecuencias”.

    La Nueva Era elabora así una visión propia del universo, al que considera como una gran masa energética en permanente oscilación, vibración que confunde con la vida y que deja sólo lugar a meras diferencias cualitativas.

    Desde esta perspectiva, los planetas, las galaxias, son seres vivos dotados de afectos y pasiones -vibraciones de frecuencias diversas-, capaces de responder a la agresión o el cuidado de los hombres.

    Por otro lado, esta característica vibracional de todo lo existente, es concebida como una hermandad de origen ya que todo el cosmos está constituído por una misma materia: la vibración primera, divina, de la que todo ha emanado. Todo es variación de una única y primigenia vibración; no hay verdadera distinción entre el ser divino y el ser de las creaturas, no hay un acto creador.

    En estos aspectos, los seguidores de Acuario se manifiestan claramente como continuadores del más antiguo gnosticismo.

    Una teología New Age: el recurso a las religiones orientales

    Detrás de este gran cambio cultural que impulsa la Nueva Era, subyace la necesidad del hombre contemporáneo de alcanzar una síntesis capaz de cubrir sus espectativas en los campos afectivo, intelectual y religioso, desde una perspectiva de unidad. Necesidad que al no encontrar satisfacción, ha generado en la cultura urbana del fin del presente milenio un cúmulo de tensiones de muy difícil resolución fuera del contexto de una fe cristiana integralmente vivida, celebrada y comprendida.

    En realidad, la concepción de la realidad y del hombre propugnada por la Nueva Era es en gran medida es incompatible con la fe cristiana, ya que la New Age busca sus fundamentos en una teología de origen oriental.

    – El concepto de Dios

    El origen de buena parte del esquema conceptual religioso implícito en las propuestas de la Nueva Era puede encontrarse facilmente en las religiones nacidas a las orillas del Ganges, pero interpretadas al modo particular de los occidentales.

    Su concepción de lo divino como un todo impersonal en el que se identifican como en una unidad absoluta el ser y la nada, el dios y la creatura, la luz y la oscuridad, es de origen claramente oriental.

    – La espiritualidad

    De esta concepción de Dios surge una espiritualidad que se funda más en la experiencia sensible que en la razón y que antepone el sentimiento a la verdad. De este modo, la “espiritualidad” queda reducida a la esfera de lo sensitivo e irracional: al “sentirse bien”, a una búsqueda excluyente del propio bienestar individual.

    Así, la oración deja ya de ser un diálogo interpersonal con el Dios trascendente, para convertirse en un mero monólogo interior, en una búsqueda introspectiva del propio yo.

    Lo más profundo del hombre ya no es el “interior intimo meo” de San Agustín, sino el propio yo. Dios no es la Trinidad Personal, sino que se lo hallaría en la inmanencia del propio “sí mismo”.

    El hombre queda así abandonado, en completa soledad ante sí mismo.

    – El pecado

    En la propuesta de la Nueva Era lo humano se confunde e identifica con lo divino, por lo que la realidad del pecado pierde sentido, incluso llega a considerarse al hombre como incapaz de pecar.

    Lo que en una visión más tradicional podría aparecer como pecado es interpretado por la Nueva Era como imperfecciones provocadas por la falta de evolución del individuo, que han de superarse a través de la toma de conciencia de su “yo soy”.

    – La reencarnación

    La evolución de la que se habla, no es por supuesto la evolución personal tal como habitualmente solemos comprenderla, sino una supuesta evolución espiritual que se daría a través de los distintos ciclos del karma, es decir, a través de sucesivas reencarnaciones hasta alcanzar un estado de divinización pleno.

    No hay que olvidar que para la Nueva Era, el hombre es un “espíritu” o energía divina, una partícula del todo cósmico, en contínua evolución hacia la divinización.

    Los “Diez Mandamientos” de la Nueva Era

    1. Tú esperarás con impaciencia la Era de Acuario.
    2. Tú creerás firmemente en la gran mutación.
    3. Despertarás atentamente tu nivel de conciencia.
    4. De tu cuerpo te ocuparás activamente ya que es una parte del todo cósmico.
    5. Tú seguirás a los gurú con respeto.
    6. Creerás firmemente en lo irracional.
    7. Venerarás religiosamente a la diosa Gaia.
    8. Severamente rechazarás las religiones tradicionales.
    9. A los espíritus les hablarás con toda naturalidad.
    10. De la muerte te reirás, serenamente.

    (según Jean Vernette)

    La inminencia del fin de los tiempos

    A los cuatro elementos o pilares enunciados hasta aquí, es oportuno agregar un último ingrediente que es preciso no olvidar al referirnos a la Nueva Era: su tono mesiánico.

    Cada grupo y autor, de modo diverso, ha de hacer referencia – en cualquiera de sus versiones- al fin de la historia, del eón presente, a la catástrofe planetaria o al llamado “plan de evacuación planetaria”.

    En este punto hallamos una gran dispersión de opiniones: desde los que son optimistas y afirman que de un modo u otro el planeta encontrará su equilibrio, hasta los abiertamente pesimistas que consideran casi inevitable destrucción del planeta.

    Es en este punto donde la referencia al fenómeno O.V.N.I. se hace más fuerte y recurrente, ya que se apela a naves y seres extra o intra terrestres para afirmar que estamos siendo custodiados, observados o impulsados en nuestro devenir histórico por una inteligencia ajena a nuestro tiempo y espacio.

    Serían ellos los que con sus enseñanzas guían y advierten al género humano acerca de los cambios por venir, los que intervienen en la historia nuestra autodestrucción, e incluso los que tendrían a su cargo la evacuación del planeta en la eventualidad de un cataclismo planetario.

    Este desarrollo de la referencia a fenómenos extra-terrestres ha llegado ha recubrirse con características casi religiosas: se habla de tener “fe” en los O.V.N.I.s y en los E.T.; se buscan referencias bíblicas de intervenciones similares a las planeadas apelando a la figura de los ángeles.

    A partir de aquí, se ha creado un universo entero de “espíritus ascendidos” con sus nombres, a los cuales se presta veneración y respeto, y cuya enseñanza, supuestamente canalizada a través de diversos “canalizadores”, se adopta como revelación de los dinamismos de la energía divina sobre el destino de la humanidad.

    Basado en http://es.catholic.net/secciones/articulo.phtml?ts=29&ca=593&te=1516&id=15151

LA ESTÉTICA

LA ESTÉTICA

Según Platón, todos los hombres están sometidos a dos “Fuerzas”, estas son el placer (nos enseña a vivir) y el dolor (nos enseña a sobrevivir). Estas dos “Fuerzas”, unen y crean generalización ante toda la humanidad, ya que todos los seres sienten dolor y placer alguna vez en su vida, y a la vez crean particularización por cada ser, porque no todos los seres sienten el mismo dolor o placer bajo una misma causa. Esto da a entender que lo que nos separa, a la vez nos personaliza.

Con la palabra “placer”, no solo se quiere hacer evidencia a la satisfacción física, sino también a cualquier tipo de acción que nos conmueve, que toque nuestros sentimientos, de tal forma que también podamos sentir placer.

Un ejemplo de placer físico, sería cuando en verano hace mucho calor y te das una ducha de agua fría. Un ejemplo de placer “de sentimientos”, cuando escuchamos una música muy agradable para nosotros, una música que nos llena por dentro.

Para poder disfrutar de lo “hermoso”, tienes que hacer uso de los sentidos y además de la razón.

La belleza es algo que realmente no se sabe explicar con exactitud, algo en lo que tú no aprecies nada agradable, y tampoco sea moralmente aceptable, puedes incluso llegar a verlo hermoso, bello, aunque tú no sepas porque, aunque quizá sea por la estética que este “algo” pueda presentar.

Kant asegura que el deleite producido por la belleza es el único verdaderamente desinteresado y libre. Lo “agradable” nos atrae porque cumple las características finales que todo ser vivo busca. Lo “bueno” lo impone la razón, debido a que esta reconoce los derechos de toda vida humana.

Aunque los hombres no solo buscan satisfacer sus necesidades, sino que además también les interesa de que las cosas sean hermosas, por lo menos para ello, Kant a este tipo de interes le denomina “interés deshinteresado”

Un ejemplo muy bueno está en los prehistóricos, cuando fabricaban vasos de barro, ¿Qué finalidad tenía el adornarlos con figuras geométricas?, se piensa que buscaban el hacer mas bellos, más bonitos esos vasos de barro.

Kant afirmó que es bello todo aquello que complace universalmente sin concepto. Cuando alguien dice que una flor o un poema es hermoso, se refiere a que para todo el mundo que sepa mirar adecuadamente, obsevará lo hermoso que esconde ese poema o esa flor, en cambio cuando alguien dice: “a mi me gusta la paella”; eso es algo muy concreto, y no todo el mundo tiene porque tener los mismos gustos. Para Kant se le denomina “bello” solo aquello que tiene el mérito suficiente para ser reconocido como bello por todo el mundo.

Entre las afirmaciones de Kant también se nombra la de: “lo bello no tiene concepto”; el concepto es lo que nos permite diferenciar algo y presenta una regla para poder juzgarlo y decir porque es bello. Para Kant existen dos tipos de belleza:

-Belleza libre o vaga: La que no presenta ningún fin, se sabe que es bello, pero no se sabe explicar porqué. Es un tipo de belleza sin sentido ni concepto, aunque son los que más placer aportan. Ej: Pintura abstracta.

-Belleza adherente: Belleza cuyo objetivo conocemos, se sabe explicar porqué es bello. Ej: Un palacio

Cuando se pronuncia la palabra “bello”, rápidamente viene a la mente la idea de algo bueno, algo “atrayente”, algo que es superior a la media normal. Pero la palabra “bello” siempre ha estado ligado a la noción de bueno, pero no siempre a la de bien. Kant distingue 3 categorias:

-Lo bello
-Lo bueno
-Lo agradable

Estas tres categorías quizás tengan la misma finalidad, o sea la finalidad de hacer la vida humana mejor ante un momento que a todos nos tiene que llegar, la muerte.

Santayana, era un filósofo español, este al igual que Kant espone sus ideas sobre la estética y son las siguientes:

Los valores estéticos pueden ser diferenciados del resto de los valores humanos, pero no pueden ser separados. Lo bello de la vida está ligado a lo bueno de ésta.

Es una locura decir que algo es estéticamente bueno pero moralmente malo y viceversa. Si una cosa es fea, no puede ser completamente buena; y si una cosa es buena es que es hermosa a la vez porque un concepto llama al otro. Los griegos pensaban que la felicidad era estética y la belleza era moral.

Platón era capaz de distinguir entre belleza (bueno y verdadero) y la hermosura a la que aspiran los artistas.

En algunos paises, las obras de arte llegaban a estar prohibidas porque el gobierno veía como había gente que basaba el arte en dinero. Al estar prohibido, también se perseguían a artistas del nivel de Homero, Esquilo, Sófocles, etc. todos ellos creadores de la edad de oro artística.

Para Platón y Kant, la belleza no hay que buscarla como hacen los artistas creadores de la belleza artística, estos de vez en cuando podrán llegar a disfrutar de una belleza adherente, que sin ninguna duda es inferior a la belleza verdadera de la que hablan Platón y Kant. La belleza verdadera, es algo natural, y en cambio, muchas veces, se aprecia más, algo con belleza artística que algo con belleza natural; para explicar esto se da el ejemplo de que un genuino amante de lo bello podría no entrar nunca en un museo.

Platón tene argumentos antiartísticos de forma que intenta desterrar a los artistas de su ciudad ideal. Platón, desconfía de los artistas, porque sabe que estos tienen una gran capacidad de fuerza o seducción. La fuerza de estos se basa en su habilidad para producir placer. Esto implicaría que un artista puede “hacer real lo irreal” sin que nosotros nos percatemos de ello. Si se lo propone, puede llegar a dominar la educación de la ciudadania. Todos nos podriamos dar cuenta de la fuerza de estos artistas si pusiéramos atención, pero desgraciadamente en la mayoría de las ocasiones cuando hay algo que presenta placer, el hombre se deja llevar por ello.

Los dramatizadores artísticos, en general, tienen una influencia más perniciosa que beneficiosa, debido a que los artistas tienen que “crear” cosas que no sean monótonas, tienen que crear algo que divierta a la gente, que de alguna manera la entretenga, esto lo han hecho basándose en la estética, ya que la ética lleva todas las de perder frente a la estética en tema de diversión, porque la ética enseña cuales son las cualidades de una persona buena, de una persona que no se salta ninguna regla, esto a la gente le aburre porque realmente ya saben los pasos que se tienen que seguir, así que los artistas es cuando empiezan a crear algo que entretenga a la gente, en el caso del cine, (violencia, sexo, robos, matanzas…) porque un hombre bueno siempre se sabe como va a reaccionar, en cambio un hombre malo es imprevisible, porque puede hacer muchas más cosas.

El arte es algo que sacia los caprichos humanos. El arte depende del poder de convencimiento que tenga el artista, mientras que la filosofía cuenta la realidad de una forma impersonal y se vasa en el verdadero conocimiento.

Los artistas mediante su capacidad seductora pueden objetivar universalmente su mera subjetividad, o sea, pueden decir algo que en un principio es subjetivo y transformarlo mediante la seducción en algo objetivo, mientras que el filósofo se apropia subjetivamente por medio del conocimiento de la universidad objetiva, es decir, el filósofo desarrolla ideas subjetivas a partir de una base universal objetiva.

Realmente da más satisfacción comprender a un filósofo que a un artista, porque sí que es verdad que cuesta mucho más comprender a un filósofo, pero cuando lo haces comprendes la realidad, en cambio, el artista nos da lo que nosotros queremos oir, o ver, no nos esforzamos por ir más alla, por eso es mucho más fácil de entender, pero el resultado que nos da un artista generalmente es erróneo.

Platón no descarta el denominado arte popular, que se basa en las artesanías tradicionales y en la música tonificante. La pretensa platónica hacia los artistas, también es atacable; otros pensadores de alto rango como puede ser Aristóteles y otros muchos pensaron que los artistas no son un obstáculo para llegar al verdadero conocimiento de la realidad sino que son imprescindibles para desarrollarlo eficazmente.

Los artistas no solo quieren divertir y satisfacer las pasiones del público, también han ayudado y ayudan a aumentar el conocimiento. Porque por supuesto el conocimiento de la humanidad también ha sido agrandado por muchos artistas como Leonardo de Vinci, Picasso, Velázquez y muchos otros con los mismos méritos.

Schillen, poeta, autor dramático e historiador, fue el pensador que con mayor decisión se enfrentó a Platón. El argumento que Schillen propone, es el siguiente:

La estética, hace que los ciudadanos sean capaces de vivir y participar en una sociedad no autoritaria. La obra de arte más perfecta es el establecimiento de una verdadera libertad política. La estética, sirve como complemento moral e intelectual para el ciudadano, y le dispone para decidir por si mismo.

La belleza no nos descubre una verdad, ni realiza ningún fin, lo que consigue la cultura estética es poner al hombre en disposición de hacer por sí mismo lo que quiera, devolviendole la libertad de ser lo que deba ser.

Schillen relaciona la vocación artística con una dimensión de la actividad humana habitual: el juego. El supuesto orden del universo, se puede comparar a un juego infantil como protagonistas los niños sustituyendo a los dioses o al azar.

Un hombre solo juega cuando es hombre y solo es plenamente hombre cuando juega, es decir, la vida es como el jugar, cuando se es hombre y se juega, es porque ya se tiene capacidad para tomar decisiones propias, por eso, los niños cuando juegan, lo único que hacen mediante esos gestos y movimientos corporales es prepararse para cumplir las tareas de la vida adulta.

La causa de que a los artistas se les denomine “creadores”, no es porque sus obras las saquen de la nada, ellos siempre utilizan algún elemento para crearlas. El nombre de creadores les viene porque cuando hacen una obra, su obra no puede ser explicada sin ellos (sin su vocación y personalidad). La obra que hace un artista, no puede ser separada de este, porque entonces no tiene sentido, es decir, un atleta puede batir un récord, pero ese récord, antes o después será otra vez batido por alguien diferente a él; Si Colón no hubiera existido, América, antes o despues habría sido descubierta por otro, pero si no hubiera existido Velázquez, seguro que no hubieran existido Las Meninas, o si no hubiera existido Mozart, seguro que nadie habría compuesto la Flauta Mágica. El artista se le llama creador, porque trae algo al mundo que es único, este algo que crea un artista es en el que se representa la personalidad y el carácter del artista, estos elementos son los que hacen que una obra de arte sea única en el mundo.

La obra de un artista no siempre es bonita y bella, en muchas ocasiones, la hermosura de una obra, se basa, en lo querealmente quiere decir esa obra. Un ejemplo claro, está en el pintor italiano Giongiere, creador de muchas obras de gran belleza, pero también creador de cuadros como por ejemplo Col Tempo (con el tiempo), en el que se representaba una vieja desdentada que en sus tiempos tuvo que ser bella. El cuadro a simple vista nos puede resultar feo, incluso desagradable y realmente lo es, pero esconde algo más, que es lo que hace que sea hermoso, esconde el ciclo de la vida; como una mujer bella, había podido llegar a tan lamentable estado físico a causa del tiempo.

Muchas veces la belleza que expresa una obra, tiene poco que ver con el sentimiento de agrado o con la placidez de lo decorativo.

Alain, un filósofo pensador, mantiene que lo bello no gusta ni disgusta, sino que nos detiene. El principal objetivo estético es fijar la atención distraida que resbala sobre la superficie de las cosas, las forman los sentimientos y los sonidos, esto da a entender, que en todo lo que no tenemos más remedio que fijarnos, es hermoso. El arte reclama nuestra atención.

Otro pensador actual, Theodor W. Adorno, dice que el logro estético, se transmite como algún tipo de escalofrío, como si la piel de gallina fuese la primera imagen estética.

En el arte moderno, cada vez resulta más complicado apreciar la belleza de los cuadros, porque cada vez la esconden más, basándose en lo malo, lo falso y lo feo. La trayectoria del arte se basa en formas tan abstractas de representación estética que requieren la aceptación de disquisiciones teóricas para digerir lo que resulta sensorial o emotivamente arbitrario, es decir, la trayectoria del arte se enfoca en obras de arte a simple vista “raras” estéticamente, y que necesitan una exposición teórica que el autor para poder llegar a apreciar todo su contenido.

Para la belleza, para nosotros, en definitiva, para todo lo real, el tiempo se niega a detenerse o a retroceder.

¿ Qué es el Budismo ?

¿ Qué es el Budismo ?

    Budismo es el nombre dado en Occidente a un movimiento de liberación espiritual creado cinco siglos antes del comienzo de la era cristiana por Shakyamuni Buda. “Buddha”  es un término sánscrito que significa “el que ha despertado”.

    Shakyamuni Buda alcanzó esta experiencia de despertar llamada “iluminación” mediante la práctica de una meditación exacta y poderosa, basada en el aquietamiento del cuerpo y de la mente y en una profunda introspección.

    Después de su iluminación, Buda Shakyamuni enseñó las Cuatro Nobles Verdades:

  1. La Verdad del Sufrimiento. La existencia es sufrimiento.
  2. La Verdad de la Causa del Sufrimiento.El deseo, el apego y la ignorancia son sus causas.
  3. La Verdad de la Cesación del Sufrimiento.Los seres humanos podemos experimentar un estado de conciencia exento de sufrimiento.
      La Verdad del Camino hacia la Cesación del Sufrimiento. A este Camino se le llama el Noble Sendero Óctuple, porque está formado por ocho aspectos:

    * Visión correcta
    * Pensamiento correcto
    * Palabra correcta
    * Acción correcta
    * Medio de existencia correcto
    * Esfuerzo correcto
    * Atención correcta
      Meditación correcta

    Todas las formas de Budismo tienen su fuente original en esta primera enseñanza dada por Shakyamuni Buda en el Parque de las Gacelas de Benarés, poco tiempo después de su iluminación.

    La enseñanza del Buda ha aparecido en este mundo para indicar a los seres humanos el camino que conduce desde el sufrimiento, a la liberación del sufrimiento.

    La doctrina Buddhista es un elaborado sistema filosófico para llegar a la verdad última. Pero a pesar de que los textos son importantes en cierta etapa de la vida del practicante Buddhista, la práctica en si misma es insustituible.

    La cadena de doce eslabones de la Causalidad explica la totalidad de los procesos de la vida, y el origen del sufrimiento.  El Agama Sutra contiene la siguiente descripcion: “Esto es, con la Ignorancia como condición las acciones surgen; con las acciones como condición, la conciencia; con la conciencia como condición, el nombre y la forma; con nombre y forma como condición, las seis entradas; con las seis entradas como condición, el contacto; con el contacto como condición, la sensación; con la sensación como condición, el deseo (apego); con el apego como condición, la adquisición; con la adquisición como condición, la existencia; con la existencia como condición, el nacimiento; con el nacimiento como condición, el envejecimiento, muerte, pena, lamentación, tristeza, desesperación surgen.  Tal es el origen de toda esta masa de sufrimiento.”

    En el mismo Sutra, se describe el orden inverso para llegar a Nirvana, a la extinción de todas las causas del sufrimiento.  La práctica es el camino a Nirvana.  Cada momento de práctica estamos cortando alguno de estos eslabones, y la cadena en su totalidad es cortada.  La práctica se renueva momento a momento.  Cada momento podemos dar surgimiento a la rueda del Samsara o cortar con la ignorancia.  Por eso es necesario practicar bajo la guía de un maestro, que puede ver cual es la práctica adecuada para cada estudiante.  Desde los tiempos de Shakyamuni Buddha, la transmisión es realizada de Maestro a discípulo.

    Texto sacado de la pagina: http://personales.com/espana/albacete/BUDISMOTIBETANO/

    ACTITUDES FUNDAMENTALES
    para el ÉXITO de la PRÁCTICA de la MEDITACIÓN

    CONCIENTIACIÓN

    en un lenguaje simple y claro

    Venerable  H.GUNARATANA MAHATHERA

    1. NO ESPERE NADA  Sólo siéntese y observe lo que sucede. Trate todo como una experiencia e interésese en ella pero no se distraiga por las expectativas acerca de los resultados.  Deje que la meditación se desarrolle en una velocidad y dirección propia. Deje que la meditación le enseñe aquello que usted desea aprender. La atención proveniente de la meditación hace que veamos la realidad tal cual es. Si eso corresponde o no a nuestras expectativas, requiere una suspensión temporaria de todas nuestras ideas y prejuicios. Debemos retirar nuestras imágenes, opiniones e interpretaciones a algún lugar de nuestra mente durante esta práctica, de lo contrario se tropezará con ellas.

    2. NO EXAGERE EN SU ESFUERZO  La meditación no es agresiva. Solo deje que su esfuerzo sea relajado, sin tensión y estable.

    3. NO SE ABALANCE SOBRE LA PRÁCTICA No hay apuro, tómese su tiempo. Siéntese en su almohadón como si fuera a meditar todo el día. Cualquier cosa valiosa toma su tiempo para aparecer. Paciencia, paciencia, paciencia.

    4. NO SE APEGUE A NADA Y NO RECHACE NADA  Deje venir lo que venga y acomódese a esto, sea lo que sea. Si surgen buenas imágenes, muy bien. Si surgen malas imágenes, también. Mire a todo esto de la misma manera y siéntase cómodo con cualquier cosa que suceda. No pelee con su experiencia, sólo obsérvela conscientemente.

    5. NO SE PREOCUPE    Aprenda a fluir en los cambios que surgen. Suéltese y relájese.

    6. ACEPTE TODO LO QUE SURJA    Trate de ejercitar una aceptación desinteresada en todo momento con respecto a todo lo que siente. Acepte sus sentimientos aún los que a usted no le gustaría sentir. Acepte sus experiencias, aún las que usted odia. No se condene por tener apegos humanos y fracasos. Aprenda a ver todos los fenómenos en su mente como siendo naturales y comprensibles.

    7. SEA GENTIL CONSIGO MISMO    Sea cariñoso. Usted puede no ser perfecto, pero es con lo que cuenta para trabajar. El proceso de llegar a ser lo que usted quiere se comienza con la tal aceptación de quien usted es.

    8. INVESTÍGUESE A USTED MISMO  Cuestiónese todo.  No tome nada como seguro. No crea en nada porque parezca inteligente o piadoso o porque lo dijo algún ser religioso. Examínelo usted mismo. Esto no significa que deba ser cínico, impúdico o irreverente. Esto significa que debe ser empírico. Someta los conceptos a la prueba de su propia experiencia y deje los resultados ser la guía a la verdad. La meditación perceptiva se desarrolla de un deseo interior de despertar a lo que es real y de obtener una percepción liberadora de la verdadera estructura de la existencia. La práctica se basa totalmente en el deseo de despertar a la verdad. Sin esto, la práctica es superficial.

    9. VEA LOS PROBLEMAS COMO DESAFIOS Observe lo negativo surgiendo como oportunidades para aprender y crecer. No escape a ellas, lleve su peso o entiérrelo dentro de usted en un silencio santo. ¿Tiene algún problema? Mejor. Servirá de experiencia. Rejubílese, sumérjase en él e investíguelo.

    10. NO PIENSE DEMASIADO    No necesita evaluar todo. El pensamiento dialéctico lo va a desviar del camino.  En meditación, la mente es purificada naturalmente por la concentración; por la atención sin palabras.  La conversación sobre los problemas que lo afligen no es necesaria. Todo lo que es necesario es una percepción clara, no conceptual de sus problemas, cuales son y como ellos trabajan sobre usted.  Esto solamente es necesario para disolverlos. Los conceptos y el razonamiento solo mantienen el problema. No piense. Observe.

    11. NO PERMANEZCA EN LOS CONTRASTES Las personas son diferentes, pero es peligroso hacer hincapié en ello. Si son usados descuidadamente llevan directo a la super valorización del ego. El hombre ordinario piensa guiado por la codicia, los celos y el orgullo. Cuando un hombre ve a otro en la calle piensa inmediatamente: ?Él es mejor que yo? El resultado inmediato es la envidia o la vergüenza. Una mujer cuando ve a otra puede pensar: ?soy más linda que ella?. El resultado inmediato es el orgullo. Este tipo de comparación es un hábito mental, y lleva directamente a un sentimiento enfermizo de un tipo u otro: codicia, envidia, orgullo, celos y odio. Es un estado mental perjudicial, pero lo hacemos todo el tiempo. Comparamos nuestra apariencia con la de otros, nuestro éxito, nuestros logros, nuestra riqueza, posesiones o nivel de inteligencia; y todo esto nos lleva al mismo lugar: barrera entre las personas y malos sentimientos. El trabajo del que medita es cancelar este hábito perjudicial examinarlo todo profundamente y reemplazarlo por otro. Más que fijarnos en las diferencias con los otros, el que medita debe entrenarse para notar las semejanzas. Centrar su atención en aquellos factores que son universales para todas las vidas, cosas que nos van a acercar a los otros. Estas comparaciones llevan a sentimientos de afinidad más que a sentimientos de aversión. El respirar es un proceso universal. Todos los vertebrados respiran casi de la misma manera. Todos los seres vivientes intercambian gases con su medio ambiente en alguna forma u otra. Esta es una de las razones por la cual la respiración es elegida como foco de la meditación. El que medita debe utilizar el procesos de su propia respiración como vehículo para realizar su propia conexión con el resto de los seres vivientes. Esto no significa que debemos cerrar nuestros ojos a todas las diferencias alrededor de nosotros. Las diferencias existen. Esto significa que no debemos enfatizar los contrastes y sí los factores universales similares.

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