Respaldo de material de tanatología

william Shakespeare- El rey Lear

William Shakespeare
EL REY LEAR

DRAMATIS PERSONAE

 

LEAR, rey de Britania
El REY DE FRANCIA
El DUQUE DE BORGOÑA
GONERIL, hija mayor de Lear
REGAN, hija segunda de Lear
CORDELIA, hija menor de Lear
El Duque de ALBANY, esposo de Goneril
El Duque de CORNWALL, esposo de Regan
El Conde de KENT
El Conde de GLOSTER
EDGAR, hijo de Gloster
EDMOND, hijo bastardo de Gloster
El BUFÓN
OSWALD, mayordomo de Goneril
CURAN, cortesano
Un ANCIANO, siervo de Gloster
Un CAPITÁN
Un HERALDO

Caballeros, criados, mensajeros, soldados, acompañamiento.

LA TRAGEDIA DEL REY LEAR

I.i Entran [los Condes de] KENT y [de] GLOSTER, y EDMOND.

KENT
Creí que el rey estimaba más al Duque de Albany que al de Comwall.
GLOSTER
Eso creíamos nosotros. Pero ahora que divide su reino, no está claro a cuál de los dos aprecia más, pues los méritos están tan igualados que ni la propia minuciosidad sabría escoger entre uno y otro.
KENT
Señor, este joven, ¿no es hijo vuestro?
GLOSTER
Su crianza ha estado a mi cargo. Reconocerle me ha dado siempre tal sonrojo que ahora ya estoy curtido.
KENT
No concibo…
GLOSTER
Pues su madre sí que concibió. Por eso echó vientre y se encontró con un hijo en la cuna antes de tener un marido en la cama. ¿Se huele a pecado?
KENT
No quisiera corregirlo, viendo el feliz resultado.
GLOSTER
También tengo otro hijo, señor, de legítimo origen, un año mayor que éste, pero no más querido. y aunque este mozo vino al mundo por la vía del vicio sin que nadie lo llamase, su madre era hermosa, gozamos al engendrarlo y el bastardo debe ser reconocido. ??Edmond, ¿conoces a este noble caballero?
EDMOND
No, señor.
GLOSTER
El Conde de Kent. Recuérdale siempre como mi honorable amigo.
EDMOND
A vuestro servicio, señor.
KENT
Os doy mi amistad y aspiro a conoceros mejor.
EDMOND
Señor, me afanaré por merecerlo.
GLOSTER
Lleva fuera nueve años y se marcha otra vez.

Clarines.

Llega el rey.

Entran el rey LEAR, [los Duques de] CORNWALL y de ALBANY, GONERIL, REGAN, CORDELIA y acompañamiento.

LEAR
Gloster, traed a los Señores de Francia y de Borgoña.
GLOSTER
Sí, majestad.

Sale.

LEAR
Mientras, voy a revelar mi propósito secreto
Dadme ese mapa. Sabed que he dividido
en tres mi reino y que es mi firme decisión
liberar mi vejez de tareas y cuidados,
asignándolos a sangre más joven, mientras yo,
descargado, camino hacia la muerte.
Mi yerno de Cornwall y tú, mi no menos querido
yerno de Albany, es mi voluntad en esta hora
hacer pública la dote de mis hijas
para evitar futuras disensiones. Los príncipes
de Francia y de Borgoña, rivales pretendientes
de mi hija menor, hacen amorosa permanencia
en esta corte y es forzoso responderles.
Decidme, hijas mías, puesto que renuncio
a poder, posesión de territorios
y cuidados de gobierno, cuál de vosotras
diré que me ama más, para que mi largeza
se prodigue con aquélla cuyo afecto
rivalice con sus méritos. Goneril,
mi primogénita, habla tú primero.
GONERIL
Señor, os amo más de lo que expresan las palabras,
más que a vista, espacio y libertad,
mucho más de lo que estimen único o valioso;
no menos que a una vida de dicha, salud,
belleza y honra; tanto como nunca
amara hijo o fuese amado padre;
con un amor que apaga la voz y ahoga el habla.
Mucho más que todo esto os amo yo.
CORDELIA [aparte]
¿Qué dirá Cordelia? Amará en silencio.
LEAR
De todas estas tierras, desde esta raya a ésta,
ricas en umbrosas florestas y campiñas,
ríos caudalosos y muy extensos prados,
te proclamo dueña. Sean de los descendientes
tuyos y de Albany a perpetuidad. ?
¿Qué dice mi segunda hija,
mi muy querida Regan, esposa de Cornwall?
REGAN
Yo soy del mismo metal que mi hermana
y no me tengo en menos: en el fondo de mi alma
veo que ha expresado la medida de mi amor.
Pero se ha quedado corta, pues yo me declaro
enemiga de cualquier otro deleite
que alcancen los sentidos en su extrema
perfección y tan sólo me siento venturosa
en el amor de vuestra amada majestad.
CORDELIA [aparte]
Entonces, ¡pobre Cqrdelia!
Aunque no, pues sin duda mi cariño
pesará más que mi lengua.
LEAR
Quede para ti y los tuyos en herencia perpetua
este magno tercio de mi hermoso reino,
tan grande, rico y placentero
como el otorgado a Goneril. ??Y ahora, mi bien,
aunque última y menor, cuyo amor juvenil
las viñas de Francia y los pastos de Borgoña
pretenden a porfía, ¿qué dirás por un tercio
aún más opulento que el de tus hennanas?. Habla.
CORDELIA
Nada, señor.
LEAR
¿Nada?
CORDELIA
Nada.
LEAR
De nada no sale nada. Habla otra vez.
CORDELIA
Triste de mí, que no sé poner
el corazón en los labios. Amo a Vuestra Majestad
según mi obligación, ni más ni menos.
LEAR
Vamos, vamos, Cordelia. Corrige tus palabras,
no sea que malogres tu suerte.
CORDELIA
Mi buen señor, me habéis dado vida,
crianza y cariño. Yo os correspondo como debo:
obedezco, os quiero y os honro de verdad.
¿Por qué tienen marido mis hennanas,
si os aman sólo a vos? Cuando me case,
el hombre que reciba mi promesa
tendrá la mitad de mi cariño, la mitad
de mi obediencia y mis desvelos. Seguro
que no me casaré como mis hermanas *.
LEAR
Pero, ¿hablas con el corazón?
CORDELIA
Sí, mi señor.
LEAR
¿Tan joven y tan áspera?
CORDELIA
Tan joven, señor, y tan franca.
LEAR
Muy bien. Tu franqueza sea tu dote,
pues, por el sacro resplandor del sol,
por los ritos de Hécate y la noche
y toda la influencia de los astros
que rigen nuestra vida y nuestra muerte,
reniego de cariño paternal,
parentesco y consanguinidad,
y desde ahora te juzgo una extraña
a mi ser y mi sentir. El bárbaro escita,
o aquél que sacia el hambre devorando
a su progenie, hallará en mi corazón
tanta concordia, lástima y consuelo
como tú, hija mía que fuiste.
KENT
Majestad…
LEAR
¡Silencio, Kent!
No te pongas entre el dragón y su furia.
La quise de verdad y pensaba confiarme
a sus tiernos cuidados. ??¡Fuera de mi vista! ?
Así como mi muerte será mi descanso,
así le niego ahora el corazón de un padre. ?
¡Llamad al Rey de Francia! ¡De prisa!
¡Y al Duque de Borgoña! ??Cornwall y Albany,
añadid su tercio al de mis otras dos hijas.
Que la case su orgullo, que para ella es franqueza.
A los dos conjuntamente os invisto
con mi poder, supremacía y magnos atributos
que rodean a la realeza. Yo me reservaré
cien caballeros, que habréis de mantener,
y residiré con vosotros
por turno mensual. No conservaré
más que el título y los honores de un monarca;
el mando, rentas y ejercicio del poder,
queridos hijos, vuestros son. Para confirmarlo,
compartid entre los dos esta corona.
KENT
Regio Lear, a quien siempre
honré como mi rey, quise como a un padre,
seguí como señor, recordé como patrón
en mis plegarias…
LEAR
El arco está tenso; esquiva la flecha.
KENT
Pues que se dispare, aunque la punta
me traspase el corazón. Kent será irreverente
si Lear está loco. ¿Qué pretendes, anciano?
¿Tú crees que el respeto teme hablar
cuando el poder se pliega a la lisonja?
Si la realeza cae en la locura,
el honor ha de ser franco. Conserva tu poder
y, con mejor acuerdo, frena
tu odioso arrebato. Respondo con mi vida
de que tu hija menor no te ama menos
y de que no están vacíos aquéllos
cuya voz apagada no resuena en el vacío.
LEAR
¡Kent, por tu vida, basta!
KENT
Mi vida siempre tuve por apuesta
en las partidas contra tus enemigos
y no temo perderla por salvarte.
LEAR
¡Fuera de mi vista!
KENT
Mira bien, Lear, déjame que sea
por siempre la guía de tus ojos.
LEAR
¡Por Apolo?!
KENT
Pues, por Apolo, rey,
que invocas a tus dioses en vano.
LEAR
¡Miserable, descreído!
ALBANY y CORNWALL
¡Deteneos, señor!
KENT
Mata a tu médico y da la paga
a la inmunda enfermedad. Anula tu regalo
o, mientras pueda gritar esta garganta,
te diré que eres injusto.
LEAR
¡Óyeme, traidor, por tu lealtad escúchame!
Por intentar que falte a mi promesa,
cual yo nunca osé, e interponerte
con soberbia entre mi decisión y mi poder,
que ni mi carácter ni mi condición
pueden consentir, en prueba de mi potestad
aquí tienes tu premio. Cinco días te concedo
para que te proveas contra los males
de este mundo y el sexto vuelvas tu odiada espalda
a mis dominios. Si el séptimo día
encuentran en mi reino tu cuerpo desterrado,
será tu muerte. ¡Fuera! ¡Por Júpiter,
que no habrá revocación!
KENT
Ya te dejo, rey, si ése es tu deseo;
fuera hay libertad y aquí está el destierro.
[A CORDELIA]
Los dioses, muchacha, te otorguen su amparo,
pues con tanto acierto piensas y has hablado.
[A GONERIL y REGAN]
Que vuestra elocuencia se pruebe en la acción,
y puedan dar fruto palabras de amor.??
Príncipes, adiós. En nuevo lugar
su viejo camino Kent proseguirá.

Sale.

¡Clarines. Entra [el Conde de] GLOSTER con [el REY DE] FRANCIA, [el DUQUE DE] BORGOÑA y acompañamiento.
CORNWALL
Majestad, los príncipes de Francia y de Borgoña.
LEAR
Mi señor de Borgoña, me dirijo
a vos primero, rival con este rey
en la mano de mi hija. ¿Qué mínimo
aceptáis en pago de su dote
para no renunciar a vuestra petición?
DUQUE DE BORGOÑA
Excelsa Majestad, no pido más
de lo que habéis ofrecido, ni vos
queréis dar menos.
LEAR
Muy noble duque, cuando ella
tenía mi cariño, cara fue su dote.
Mas ahora ha caído su precio. Ahí está:
si algo de este ser tan insignificante
o todo él, con mi disgusto añadido,
y nada más, satisface a Vuestra Alteza,
ahí la tenéis, es vuestra.
DUQUE DE BORGOÑA
No sé qué responder.
LEAR
Con todas sus flaquezas, sin amigos,
adoptada por mi odio, con la dote
de mi maldición y el rechazo de mi juramento,
¿la tomáis o la dejáis?
DUQUE DE BORGONA
Perdón, Majestad. En tales circunstancias
no es posible decidir.
LEAR
Entonces dejadla, pues por los dioses
que me hicieron, ésos son sus bienes. ??,
Gran rey, de vuestro afecto no osaría
desviarme para uniros con quien odio
y os ruego que pongáis vuestro cariño
en ser más digno que esta desgraciada
a quien la naturaleza se avergüenza
de reconocer por propia.
REY DE FRANCIA
Es extraodinario que quien sólo hace un momento
era vuestro bien, objeto de vuestro elogio,
bálsamo de vuestra vejez, la mejor y predilecta,
en un instante incurra en tal atrocidad
que quede despojada de toda vuestra gracia.
O ha cometido una ofensa tan atroz
o vuestro afecto declarado caerá en falta.
y creer eso de ella requiere tanta fe
que sin milagro no lo admite la razón.
CORDELIA [a LEAR]
Suplico a Vuestra Majestad
que, si es porque no tengo labia ni soltura
para decir lo que no siento, pues lo que pretendo
lo hago antes de hablar, hagáis saber
que no es ninguna mancha, crimen o vileza,
indecencia, ni acto ignominioso
lo que me priva de vuestra gracia y favor,
sino algo cuya falta me enriquece:
mirada obsequiosa y una lengua
que me alegra no tener, aun cuando no tenerla
me haya costado vuestro afecto.
LEAR
Más te valdría no haber nacido,
antes que haberme contrariado.
REY DE FRANCIA
¿Sólo es eso, un encogimiento
que a veces no pennite demostrar
lo que pretende? Mi señor de Borgoña,
¿tomáis a la dama? No es amor
lo que se mezcla con cuestiones
ajenas a su objeto. ¿La tomáis?
Ella misma es una dote.
DUQUE DE BORGOÑA
Majestad, dad la parte que vos mismo
propusisteis y tomo a Cordelia por esposa
y Duquesa de Borgoña.
LEAR
¡Nada! Lo he jurado y lo mantengo.
DUQUE DE BORGOÑA
Me apena que por perder a vuestro padre
también perdáis un marido.
CORDELIA
Quede en paz el Duque de Borgoña.
Si su amor es el rango y la fortuna,
yo no seré su esposa.
REY DE FRANCIA
Hermosa Cordelia, tan rica por ser pobre,
excelsa por rechazada, querida por desairada,
te acojo con todas tus virtudes.
Si es lícito, me llevo lo que otros desechan.
¡Oh, dioses! ¡Qué extraño que tal desamor
encienda en mi afecto tanta admiración!??
Tu hija sin dote, a mí abandonada,
es, rey, nuestra reina de la bella Francia.??
La tibia Borgoña no ha dado hombre egregio
que pueda comprarme esta joya sin precio.??
Por mal que te traten, di adiós, mi Cordelia.
Ganarás con creces todo lo que pierdas.
LEAR
Ya la tienes, rey, pues tuya ahora es
la que fue mi hija, y no volveré
a verle la cara. ??Vete sin que yo
te dé mi cariño ni mi bendición.
Venid, Duque de Borgoña.

Clarines. Salen [todos menos el REY DE FRANCIA y las hermanas].

REY DE FRANCIA
Despídete de tus hermanas.
CORDELIA
Alhajas de mi padre, Cordelia os deja
con ojos llorosos. Sé bien lo que sois, aunque,
como hermana, no puedo llamar a vuestras faltas
por su nombre. Quered a nuestro padre:
lo encomiendo a vuestro amor declarado.
Mas, ¡ay!, si gozase yo aún de su afecto,
le depararía otro alojamiento.
Así que adiós a las dos.
REGAN
No nos dictes nuestra obligación.
GONERIL
Tú pon todo tu empeño en complacer
a tu señor, que te acoge cual limosna
de Fortuna. Por falta de obediencia
mereces que te nieguen lo que niegas.
CORDELIA
El tiempo mostrará toda doblez:
si encubre, luego ríe con desdén.
¡Ventura tengáis!
REY DE FRANCIA
Vamos, mi bella Cordelia.

Salen [el REY DE] FRANCIA y CORDELIA.
GONERIL
Hermana, tengo cosas que decirte de lo que tanto nos concierne. Creo que nuestro padre se va esta noche.

REGAN
Desde luego, y contigo. El mes que viene, conmigo.
GONERIL
Ya ves qué veleidosa es la vejez. Y lo que hemos presenciado ha sido poco. Siempre quiso más a nuestra hermana y ahora está a la vista con qué insensatez la rechaza.
REGAN
Es lo malo de la edad. Aunque la verdad es que nunca supo dominarse.
GONERIL
Si en su época mejor fue siempre arrebatado, de su vejez ya podemos esperar no sólo los vicios de un carácter arraigado, sino también la tozudez que trae consigo la débil e iracunda ancianidad.
REGAN
Nos exponemos a arranques tan imprevistos como el destierro de Kent.
GONERll..
Ya sólo queda el acto de despedida al Rey de Francia. Pongámonos de acuerdo. Si nuestro padre conserva autoridad de la manera que ha mostrado, su renuncia nos dará disgustos.
REGAN
Lo pensaremos.
GONERIL
Hay que hacer algo, y ya.

Salen.

I.ii Entra [EDMOND, el] bastardo.
EDMOND
Naturaleza, tú eres mi diosa; a tu ley
ofrendo mis servicios. ¿Por qué he de someterme
a la tiranía de la costumbre y permitir
que me excluyan los distingos de las gentes
porque soy unos doce o catorce meses menor
que mi hermano? ¿Por qué «bastardo» o «indigno»,
cuando mi cuerpo está tan bien formado,
mi ánimo es tan noble y mi aspecto tan gentil
como en los hijos de una dama honrada?
¿Por qué nuestra marca de «indigno»,
de «indignidad, bastardía…indigno, indigno»,
cuando engendramos en furtivo deleite natural
nos da más ardor y energía
que la que en cama floja y desganada
emplean entre el sueño y la vigilia
para crear una tribu de memos?
Conque, legítimo Edgar, tus tierras serán mías.
El amor de nuestro padre se reparte
entre el bastardo Edmond y el legítimo.
¡Valiente palabra, «legítimo»! Pues bien,
mi «legítimo», si esta carta surte efecto
y se realiza mi plan, Edmond el indigno
será el legítimo. Medro. Prospero.
y ahora, dioses, ¡asistid a los bastardos!

Entra GLOSTER.
GLOSTER
¿Kent desterrado así? ¿Y el rey de Francia
marchó enfurecido? ¿Y el rey se fue anoche,
con su poder limitado y reducido a un subsidio?
¿Y todo de golpe? ¿Qué hay, Edmond? ¿Alguna noticia?
EDMOND
Con vuestro permiso, ninguna.
GLOSTER
¿Por qué te afanas tanto en guardar esa carta?

EDMOND
No tengo noticias, señor.
GLOSTER
¿Qué papel leías?
EDMOND
Nada, señor.
GLOSTER
¿No? Entonces, ¿a qué viene esa prisa por meterla el bolsillo? La nada es de tal índole que no le hace falta esconderse. A ver. ¡Vamos! Si no es nada, no tendré que leerla.
EDMOND
Perdón, señor, os lo ruego. Es una carta de mi hermano que no he terminado de ver y, por lo que dice, no creo conveniente que vos la leáis.
GLOSTER
Dame la carta.
EDMOND
Será tanto agravio retenerla como dárosla. Por lo q he leído, lo que dice es censurable.
GLOSTER
¡Vamos, dámela!
EDMOND
Espero que le justifique el haberla escrito para probar mi virtud.
GLOSTER [lee]
«Este hábito de venerar la vejez nos amarga los mejores años de nuestra vida y nos priva de nuestros bien hasta que la edad no nos deja gozarlos. Esta opresión de la tiránica vejez empiezo a sentirla como una servidumbre estúpida y vana, pues domina no por su poder sino porque la sufrimos. Ven a verme y hablaremos más de esto. Si nuestro padre se durmiera hasta que le despertase, tú disfrutarías de la mitad de sus rentas para siempre y vivirías en el afecto de tu hermano

Edgar.»

¡Mm…! ¡Conspiración! «Si se durmiera hasta que yo le despertase, tú disfrutarías de la mitad de sus rentas». ¡Mi hijo Edgar! ¿Tuvo mano para escribir esto? ¿Corazón y cerebro para concebirlo? ¿Cuándo te llegó? ¿Quién la trajo?
EDMOND
No me la trajeron, señor. Ahí está la astucia. La echaron por la ventana de mi cuarto.
GLOSTER
¿Reconoces la letra de tu hermano?
EDMOND
Señor, si se tratara de algo bueno, juraría que es la suya, pero siendo lo que es, yo diría que no.
GLOSTER
Es la suya.
EDMOND
Señor, es su letra; aunque espero que su corazón no esté en la carta.
GLOSTER
¿Nunca te ha sondeado en este asunto?
EDMOND
Nunca, señor. Pero a menudo le he oído decir que es justo que si el hijo está en su plenitud y el padre decae, el padre debe ser tutelado por el hijo y el hijo administrar las rentas.
GLOSTER
¡Ah, infame, infame! ¡La misma idea que en la carta! ¡Miserable! ¡Canalla desnaturalizado, odioso, brutal! ¡Peor que brutal! ¡Vamos, búscale! Voy a detenerle. ¡lnfame aborrecible! ¿Dónde está?
EDMOND
No lo sé de cierto, señor. Si tenéis a bien suspender vuestro furor contra mi hermano hasta poder cercioraros con él mismo de su intento, iríais sobre seguro; en cambio, si procedéis con vehemencia contra él, interpretándole mal, abriréis una gran brecha en vuestra honra y romperéis su obediencia hasta la entraña. Apostaría mi vida a que ha escrito eso para probar mi afecto por vos y no con un fin perverso.
GLOSTER
¿Eso crees?
EDMOND
Si Vuestra Señoría lo estima oportuno, os situaré donde nos oigáis hablar de ello y, tras la prueba auditiva, quedaréis convencido. Y todo esta misma tarde.
GLOSTER
No puede ser un monstruo así.* Edmond, búscale. Te lo ruego, insinúate con él. Dispón el asunto según tu criterio. Renunciaría a mi condición por estar seguro.
EDMOND
Señor, voy a buscarle. Llevaré el asunto con los medios a mi alcance y os informaré.
GLOSTER
Los recientes eclipses de sol y de luna no nos auguran nada bueno. Aunque la razón natural lo explique de uno u otro modo, el afecto sufre las consecuencias: el cariño se enfría, la amistad se quebranta, los hermanos se desunen; en las ciudades, revueltas; en las naciones, discordia; en los palacios, traición; y el vínculo entre el hijo y el padre se rompe. Este canalla de hijo encaja en el augurio: es el hijo contra el padre. El rey traiciona un instinto natural: es el padre contra el hijo. Atrás quedan ya nuestros años mejores. Intrigas, doblez, perfidia y desórdenes nos siguen inquietantes a la tumba. Edmond, sonsaca a ese infame; tú no expones nada. Hazlo con cuidado. ¡Y el noble y leal Kent, desterrado! ¡Su culpa, la honradez! Sorprendente.

Sale.
EDMOND
La estupidez del mundo es tan superlativa que, cuando nos aquejan las desgracias, normalmente producto de nuestros excesos, echamos la culpa al sol, la luna y las estrellas, como si fuésemos canallas por necesidad, tontos por coacción celeste; granujas, ladrones y traidores por influjo planetario; borrachos, embusteros y adúlteros por forzosa sumisión al imperio de los astros, y tuviésemos todos nuestros vicios por divina imposición. Prodigiosa escapatoria del putero, achacando su lujuria a las estrellas. Mi padre se entendió con mi madre bajo la cola del Dragón y la Osa Mayor presidió mi nacimiento, de donde resulta que soy duro y lascivo. ¡Bah! Habría salido el mismo si me bastardean mientras luce la estrella más virgen de todo el firmamento.

Entra EDGAR.

Aquí llega a punto, como en la catástrofe de las viejas comedias. Haré el papel del melancólico fatal, con suspiros de lunático. ??¡Ah, esos eclipses predicen estas discordancias! Fa, sol, la, mi.
EDGAR
¿Qué hay, Edmond? ¿En qué meditación estás sumido?
EDMON
Estoy pensando, hermano, en una predicción que leí el otro día sobre lo que traerían los eclipses.
EDGAR
¿Te ocupan esas cosas?
EDMOND
Te aseguro que esos vaticinios se cumplen fatalmente. ¿Cuándo viste a nuestro padre por última vez?
EDGAR
Anoche.
EDMOND
¿Hablaste con él?
EDGAR
Sí, dos horas seguidas.
EDMOND
¿Os despedisteis en paz? ¿No observaste malestar en sus palabras o en sus gestos?
EDGAR
En absoluto.
EDMOND
Intenta recordar en qué has podido faltarle y, te lo su¬plico, evítale por algún tiempo hasta que se temple el ardor de su ira, pues ahora está tan furioso que no le detendrá ni el daño a tu persona.
EDGAR
Esto es obra de un infame.
EDMOND
Es lo que me temo. Te lo ruego, contente y evítale hasta que se frene su enojo; y, como digo, ven a mi aposento, desde donde yo te llevaré oportunamente para que le oigas. Vete, te lo ruego. Aquí tienes la llave. Y si sales, ve armado.
EDGAR
¿Armado?
EDMOND
Hermano, te aconsejo lo mejor. Si te miran con buenas intenciones yo soy un farsante. Y lo que has oído no es mas que un relato piadoso de todo, no su verdad y su horror. ¡Anda, vete!
EDGAR
¿Me darás noticias pronto?
EDMOND
Tú cuenta con mi apoyo en este asunto.

Sale [EDGAR].

Un padre crédulo y un hermano noble, tan incapaz de hacer daño por naturaleza que no sospecha ninguno; en cuya necia honradez cabalgan bien mis intrigas. Lo veo muy claro: si no cuna, astucia me depare tierras, que todo me sirve si a buen fin me lleva.

Sale.

I.iii Entran GONERIL y [OSWALD, su] mayordomo.

GONERIL
¿Que mi padre le pegó a mi gentilhombre por repren¬der a su bufón?
OSWALD
Sí, señora.
GONERIL
Me agravia día y noche; no pasa hora
sin que cometa algún desmán
que a todos nos enfrenta. No voy a soportarlo.
Sus caballeros alborotan y él mismo
nos riñe por minucias. Cuando vuelva de cazar,
no pienso hablar con él. Di que no estoy bien.
Si le resultas menos servicial
que de costumbre, mejor. Yo respondo de tu falta.
OSWALD
Ya viene, señora; le oigo.
GONERIL
Afectad dejadez y negligencia,
tú y tus compañeros. Dad lugar al comentario.
Si no le gusta, que se vaya con mi hermana,
que sé bien que conmigo está de acuerdo.*
Recuerda lo que he dicho.
OSWALD
Sí, señora.
GONERIL
Y a sus hombres tratadlos con frialdad.
Lo que ocurra no importa. Díselo a tus compañeros.*
Ahora mismo le escribo a mi hermana
para que siga mi rumbo. Que preparen la comida.

Salen.

I.iv Entra KENT [disfrazado].

KENT
Si disfrazo también el acento
y desfiguro mi modo de hablar, podré
llevar adelante la buena intención
que me ha hecho cambiar de apariencia.
Bien, desterrado Kent, si consigues servir
al que te ha condenado, acaso consigas
que tu amo querido aprecie tu esfuerzo.

Trompas dentro. Entra LEAR y acompañamiento.

LEAR
Que no tenga que esperar la comida. ¡Corred a prepa¬rarla!

[Sale un criado.]

¡Vaya! ¿Quién eres tú?
KENT
Un hombre, señor.
LEAR
¿Qué oficio tienes? ¿Qué quieres de mí?
KENT
Mi oficio es no ser menos de lo que parezco, serviR fielmente a quien confía en mí, estimar al honrado, tra¬tarme con el sabio y discreto, temer al que juzga, luchar cuando debo y no comer pescado.
LEAR
¿Quién eres?
KENT
Un hombre de buena fe y tan pobre como el rey.
LEAR
Si tú siendo súbdito eres tan pobre como él siendo rey, desde luego eres pobre. ¿Qué quieres?
KENT
Servir.
LEAR
¿A quién quieres servir?
KENT
A vos.
LEAR
¿Tú me conoces, amigo?
KEN

Gibrán Khalil Gibrán: LOS SECRETOS DE CORAZÓN

Gibrán Khalil Gibrán  LOS SECRETOS DEL CORAZON  (1931)

La majestuosa mansión se encontraba bajo las alas de la noche silente, como la Vida bajo la envoltura de la Muerte. En su interior, una doncella sentada ante un escritorio de marfil, reclinada su bella cabeza sobre suave mano, como una lila marchita sobre sus pétalos. Miraba, alrededor de sí y se sentía una miserable prisionera que lucha por atravesar los muros del calabozo para contemplar a la Vida, marchando en el cortejo de la Libertad.
Las horas pasaban como los espectros de la noche, como una procesión entonando el fúnebre canto de su pena, y la doncella se sentía segura derramando sus lágrimas en angustiosa soledad. Cuando no pudo resistir más su sufrimiento y se sintió en plena posesión de los secretos de su corazón, tomó la pluma y, mezclando lágrimas y tinta sobre el pergamino, escribió:

Amada hermana:

Cuando en el corazón se apiñan los secretos, y arden los ojos por las quemantes lágrimas, y las costillas parecen estallar con el creciente confinamiento del corazón, no se puede hallar otra expresión de ese laberinto salvo una oleada de liberación como ésta.
Las personas melancólicas gozan lamentándose, y los amantes hallan alivio y condolencia en sus sueños, y los oprimidos se deleitan cuando causan conmiseración. Te escribo porque me siento como un poeta que imagina la belleza de las cosas y compone en versos sus impresiones, presa de un poder divino… Soy como el niño del hambriento que llora por su alimento, haciendo caso omiso de la condición de su pobre y piadosa madre y de su fracaso en la vida.
Escucha mi dolorosa historia, querida hermana, y llora conmigo, pues sollozar es como una plegaria y las lágrimas de piedad son caridad porque surgen de un alma buena y sensible y no se derraman en vano. Fue la voluntad de mi padre que me casara con un hombre noble y rico. Mi padre era como la mayoría de los hombres ricos que, por temor a la pobreza, sólo gozan de la vida cuando pueden acrecentar su riqueza y agregar más oro a sus cofres, para ganar con su esplendor el favor de la nobleza, anticipándose así a los ataques de los días aciagos… Y ahora descubro que soy, con todo mi amor y mis sueños, una víctima sobre un altar de oro que odio, y dueña de un honor heredado que desprecio.
Respeto a mi esposo porque es amable y generoso con todos; trata de hacerme feliz y gasta su oro para complacer mi corazón, pero he descubierto que todas estas cosas no valen lo que un momento de verdadero y divino amor. No te burles de mí, hermana, pues ahora soy una persona muy instruida acerca de los anhelos del corazón de una mujer -ese palpitante corazón como un pájaro en el vasto cielo del amor-, como una copa vuelta a colmar con el vino de los tiempos, añejado para las almas sedientas… como un libro en cuyas páginas se leen capítulos de felicidad y desventura, regocijo y dolor, alegría y pesar. Nadie puede leer este libro, excepto el verdadero compañero que es la otra mitad de la mujer, y que ha sido creado para ella desde el principio del mundo.
Sí, me he convertido en la más sabia de las mujeres en lo que atañe al objeto del alma y el sentido del corazón, porque he descubierto que mis magníficos corceles y carruajes y relucientes cofres de oro y sublime nobleza no valen lo que una mirada de ese pobre joven que espera pacientemente, sufriendo los tormentos de la aflicción y la desventura… Ese joven oprimido por la cruel voluntad de mi padre, prisionero en la estrecha y melancólica celda de la Vida…
Por favor, querida mía, no urdas nada para consolarme, pues la calamidad por medio de la cual he descubierto el poder de mi amor es mi gran consuelo. Ahora miro hacia adelante a través de mis lágrimas, y espero la llegada de la Muerte, que me llevará donde pueda encontrarme con la otra mitad de mi alma, para abrazarlo como lo hacía antes de llegar a este extraño mundo.
No pienses mal de mí, porque cumplo con mi deber de esposa fiel y acato con paciencia y tranquilidad las leyes y reglas del hombre. Lo honro con mi mente, lo respeto con mi corazón y lo venero con mi alma. Pero Dios hizo que diera parte de mí a mi amado antes de conocer a mi esposo.
El cielo ha querido que pasara mi vida junto a un hombre que no me estaba destinado, y mis días se consumen en silencio de acuerdo con la voluntad divina, pero si no se abren las puertas de la Eternidad, continuaré con la bella mitad de mi alma y volveré la vista hacia el Pasado, y ese Pasado es este Presente… Miraré a la vida como la Primavera mira al Invierno, contemplaré a los obstáculos de la Vida como aquél que ha llegado a la cima de la montaña después de trepar por la senda más escarpada.

En ese momento, la doncella dejó de escribir y, ocultando el rostro en el hueco de sus manos, sollozó amargamente. Su corazón se negaba a confiar a la pluma sus más sagrados secretos, pero aceptaba derramar estériles lágrimas que se dispersaban rápidamente, confundiéndose con el éter, refugio de las almas de los amantes y del espíritu de las flores. Después de un momento retomó la pluma y añadió:
¿Recuerdas a ese joven? ¿Recuerdas los destellos que emanaban de sus ojos, y los signos de pesar en su rostro? ¿Recuerdas su risa, que hablaba de las lágrimas de una madre separada de su único hijo? ¿Puedes reconstruir su voz serena, como el eco de un distante valle? ¿Lo recuerdas cuando meditaba, escrutando nostálgica y plácidamente los objetos y hablando de ellos con extrañas palabras, para luego agachar la cabeza suspirando como si temiera revelar los grandiosos secretos de su corazón? ¿Recuerdas sus sueños y creencias? ¿Recuerdas todo esto de un joven a quien la humanidad contaba entre sus hijos, y a quien mi padre miraba con ojos de superioridad porque estaba por encima de la voracidad terrenal y era más noble que la grandeza heredada?
Debes saber, querida hermana, que soy una mártir de este mundo insignificante, y una víctima de la ignorancia. ¿Te condolerás de una hermana que se sienta en el silencio de la horrible noche para verter todo lo que su yo interior encierra, y revelarte los secretos de su corazón? Estoy segura que te condolerás de mí, porque sé que el Amor ha visitado tu corazón.

Llegó el alba, y la doncella se rindió al Sueño, esperando hallar sueños más dulces y placenteros que los que había hallado en la vigilia…

COMPATRIOTAS

¿Qué buscáis, Compatriotas?
¿Deseáis acaso que construya para
Vuestros gloriosos palacios, decorados
Con palabras vacías de sentido, o
Para vuestros templos techados con sueños?
¿O me ordenáis que destruya aquello
Que los mentirosos y tiranos han construido?
¿Debo desarraigar con mis manos
Aquello que los hipócritas y los malvados
Han implantado? ¡Decid cuál es vuestro insensato
Deseo!

¿Qué querríais que hiciera,
Compatriotas? Debo ronronear como
Un gatito para satisfaceros, o debo rugir
Como un león para complacerme? He
Cantado para vosotros, pero vosotros no habéis
Danzado; ante vosotros he llorado, pero
No habéis sollozado. ¿Debo acaso cantar
Y llorar al mismo tiempo?

Vuestras almas sufren los tormentos
Del hambre, y sin embargo el fruto del
Conocimiento es más feraz que
Las piedras de los valles.
Vuestros corazones se marchitan de
Sed, y sin embargo las fuentes de la
Vida manan junto a vuestros
Hogares. ¿Por qué no bebéis?

Tiene el mar sus flujos y reflujos,
La Luna, crecientes y menguantes
Fases, y las Épocas sus
Inviernos y veranos, y todas las
Cosas varían como la sombra
De un Dios futuro oscilando entre
La tierra y el sol, pero la Verdad no
Puede cambiarse, ni tampoco disiparse;
¿Por qué, entonces, intentáis
Desfigurar su semblante?

Os he llamado en el silencio
De la noche para mostraros la
Gloria de la luna y la dignidad
De las estrellas, pero habéis salido,
Sobresaltados, de vuestro letargo y cogiendo
Con temor vuestras espadas, habéis gritado:
“¿Dónde está el enemigo? ¡A él debemos matar
Primero!” Al alba, cuando
El enemigo llegó, os volví a llamar,
Pero no salisteis esta vez
De vuestro letargo, porque estabais
Encerrados en el miedo, luchando contra
Las procesiones de espectros de
Vuestros sueños.

Y os dije: “Trepemos a
La cima de la montaña y veamos la
Belleza del mundo.” Y me
Respondisteis diciendo: “En las profundidades
De ese valle vivieron nuestros padres,
Y a su sombra vivieron, y en
Sus grutas fueron sepultados. ¿Cómo podríamos
Abandonar este lugar por otro
Que ellos no honraron?

Y os dije: “Vayamos a la
Llanura cuya magnificencia llega hasta
El mar.” Y tímidamente me hablasteis,
Diciendo: “El rugido del abismo
Atemorizaría nuestros espíritus, y el
Terror a las profundidades consumiría
Nuestros cuerpos.”

Os he amado, Compatriotas, pero
Mi amor por vosotros es doloroso para mí
E inútil para vosotros; y hoy os
Odio, y el odio es un diluvio
Que arrasa con las hojas secas
Y las temblequeantes casas.

He tenido lástima de vuestra debilidad,
Compatriotas, pero mi lástima sólo ha servido
Para aumentar vuestras flaquezas, exaltando
Y nutriendo la pereza, que
Es inútil a la Vida. Y veo hoy
Vuestra enfermedad, a la que mi alma aborrece
Y teme.

He llorado por vuestra humillación
Y sumisión; y aunque manaron mis lágrimas
Cristalinas, no pudieron encrespar
Las turbias aguas de vuestra debilidad;
Quitaron, sin embargo, el velo de mis ojos.
Mis lágrimas nunca han llegado a
Vuestros petrificados corazones, pero
Han disipado la oscuridad dentro de mí.
Me burlo hoy de vuestro sufrimiento
Pues la risa es como el airado trueno que
Precede a la tempestad, y que nunca ruge
Cuando la tempestad ha pasado.

¿Qué deseáis, Compatriotas?
¿Queréis que os muestre
El espectro de vuestro semblante sobre
El rostro de las quietas aguas? ¡Venid,
Ahora y ved cuán horrible sois!
¡Mirad y meditad! El miedo
Ha tornado vuestros cabellos grises como las
Cenizas, y la disipación ha marcado
Vuestros ojos convirtiéndolos en
Negros agujeros, y la cobardía
Ha tocado vuestras mejillas que parecen
Ahora tenebrosos despeñaderos del
Valle, y la Muerte ha besado
Vuestros labios, dejándolos amarillos
¿Qué buscáis, Compatriotas?
¿Qué pedís de la Vida a quien ya no os
Cuenta más entre sus hijos?

Vuestras almas se hielan en las
Garras de los sacerdotes y
Hechiceros, y tiemblan vuestros
Cuerpos ante las zarpas de los
Déspotas y los derramadores de
Sangre, y vuestro país se estremece
Bajo las botas en marcha del
Enemigo conquistador; ¿qué podéis, entonces,
Esperar, aunque estéis orgullosamente erguidos
Ante el rostro del sol? Vuestras espadas se
Herrumbran en sus vainas, y están rotas
Vuestras lanzas, y resquebrajados
Vuestros escudos; ¿por qué, entonces,
Permanecéis en el campo de batalla?

La hipocresía es vuestra religión, y la
Falsedad vuestra vida, y la
Nada vuestro fin; ¿por qué vivís,
Entonces? ¿No es acaso la
Muerte el único solaz
Para los miserables?

La vida es la determinación que
Acompaña a la juventud, y la diligencia
Que sucede a la madurez, y la
Sabiduría que persigue a la senilidad; pero
Vosotros, Compatriotas, habéis nacido viejos
Y débiles. Y se marchitó vuestra piel
Y se consumió vuestro cráneo, y luego os
Convertisteis en niños, que juegan
En el fango y se arrojan piedras
Unos a otros.

El conocimiento es una luz que enriquece
El calor de la vida, y todos los que la buscan
Pueden ser parte de ella; pero vosotros,
Compatriotas, perseguís la oscuridad
Y evitáis la luz, esperando que el agua
Mane de las rocas, y la
Miseria de vuestra nación es
Vuestro crimen… No perdono
Vuestros pecados, porque vosotros sabéis
Lo que hacéis.

La humanidad es un río brillante
Que canta en su cauce, llevando
Los secretos de la montaña hasta
El corazón del mar; pero vosotros,
Compatriotas, sois turbios
Pantanos infectados de insectos
Y serpientes.

El Espíritu es una sagrada antorcha
Azul, que quema y devora las
Plantas mustias, que crece en
La tormenta e ilumina
Los rostros de las diosa’!; pero
Vosotros, Compatriotas… vuestras almas
Son como cenizas que el viento
Dispersa en la nieve, y que
Las tempestades esparcen para siempre
Sobre los valles.

No temáis al fantasma de la Muerte,
Compatriotas, pues su grandeza
Y piedad se negarán a acercarse
A vuestra pequeñez; no os atemoricéis
Ante la Daga, porque rehusará
Alojarse en vuestros huecos corazones.
Os odio, Compatriotas, porque
Vosotros odiáis la gloria y la grandeza.
Os desprecio porque vosotros os despreciáis.
Soy vuestro enemigo, porque os negáis
A daros cuenta de que sois
Los enemigos de las diosas.

LA ENCANTADORA HURÍ

¿Hacia dónde me llevan, Oh Encantadora
Hurí, y cuánto más debo seguirte
Por este ríspido camino sembrado de
Espinas? ¿Por cuánto tiempo nuestras almas
Ascenderán y descenderán penosamente por este sinuoso
Sendero rocoso?

Como un niño que sigue a su madre, así
Te sigo, asido a tus ropas
Olvidando mis sueños y
Admirando tu belleza; mis ojos,
Presa de tu hechizo, están ciegos a la
Procesión de espectros que se cierne sobré
Mí, y me atrae hacia ti una fuerza
Interior que no puedo negar.

Detente y momento y déjame ver
Tu semblante; y mírame un
Momento: quizá descubra los
Secretos de tu corazón en tus extraños
Ojos. Detente y descansa, pues estoy fatigado,
Y tiembla mi alma de miedo al transitar
Esta horrible senda. Detente, pues
Hemos arribado a esa terrible encrucijada
Donde la Muerte abraza a la Vida.
¡Oh, Hurí, escúchame! Yo era libre
Como los pájaros, explorando valles y
Bosques, y volando por el vasto
Cielo. Al atardecer reposaba sobre las
Ramas de los árboles, meditando sobre los
Templos y palacios de la Ciudad de las
Coloridas Nubes, que el Sol edifica
En la mañana y destruye antes del
Anochecer.

Yo era como un pensamiento, caminando solo
Y en paz de Este a Oeste del
Universo, regocijándome con la
Belleza y alegría de la Vida, y cuestionando
El magnífico misterio de la
Existencia.

Yo era como un sueño que se deslizaba bajo
Las amistosas alas de la noche,
Penetrando por las ventanas cerradas
En los aposentos de las doncellas, retozando
Y despertando sus esperanzas… Luego me
Sentaba junto a los jóvenes y alborotaba sus
Deseos… Luego exploraba los cuartos
De los mayores y me adentraba en sus pensamientos
De plácido contentamiento.

Entonces tú cautivaste mi fantasía, y desde
Ese hipnótico momento me sentí como un
Prisionero arrastrando sus cadenas e
Impelido hacia un hogar desconocido…
Tu dulce vino, que ha robado mi voluntad,
Me ha intoxicado. y ahora descubro
Que mis labios besan la mano
Que con rigor me golpea. ¿Acaso no puedes
Ver con los ojos de tu alma la
Opresión de mi corazón? Detente un
Momento: estoy recobrando mis fuerzas
Y liberando mis cansados pies de las
Pesadas cadenas. He destruido la
Copa de la que bebí tu
Gustosa ponzoña… Pero ahora estoy
En tierra extraña, y perplejo:

¿Qué camino he de seguir?
He recuperado mi libertad, ¿Me aceptarás
Ahora como dispuesto acompañante,
Que mira el Sol con vidriosos
Ojos, y empuña el fuego
Con firmes dedos?

He desplegado mis alas y estoy
Pronto a descender, ¿Acompañarás a
Un joven que pasa sus días vagando
En las montañas como el águila solitaria y
Malgasta sus noches deambulando en los
Desiertos como el león inquieto?

¿Te contentarás con el
Afecto de uno que considera al amor
Sólo como un anfitrión y se niega
A aceptarlo como amo?

¿Aceptarás a un corazón que ama
Pero jamás se rinde? ¿Y que arde, pero
Jamás se funde? ¿Estarás cómoda
Con un alma que se estremece ante la
Tempestad, pero jamás se somete a ella?
¿Aceptarás como compañero a uno
Que ni esclaviza ni es un
Esclavo? ¿Serás mi dueña, pero sin
Poseerme, tomando mi cuerpo pero no mi corazón?
Entonces aquí está mi mano… estréchala
Con tu bella mano; y aquí está mi
Cuerpo… abrázalo con tus amantes
Brazos; y aquí están mis labios… prodígales
un beso profundo y embriagador.

MUERTOS ESTABAN LOS MÍOS
(Escrito en el exilio, durante el hambre en Siria)
PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Los míos se han ido, pero yo aún existo
Llorándolos en soledad…
Muertos están mis amigos y por su
Muerte mi vida es nada más que un gran
Desastre.

Las colinas de mi país están inmersas
En lágrimas y sangre, pues se han ido los míos
y mis amados, y yo estoy aquí
Viviendo como lo hacía cuando los míos y mis
Amados disfrutaban de la vida y sus
Alegrías, y cuando las colinas de
Mi país estaban benditas y rodeadas
Por la luz del sol.
Los míos murieron de hambre, y aquel que
No pereció de inanición fue despedazado
Por la espada; y aquí estoy yo
En esta tierra distante, vagando
Entre gente feliz que duerme
Sobre lechos mullidos y que sonríe al día,
Y el día les sonríe.

Los míos tuvieron una muerte dolorosa
Y vergonzosa, y aquí estoy yo viviendo en la paz
Y la abundancia… Es esta una gran tragedia
Siempre representada en el escenario de mi
Corazón; a muy pocos les importa presenciar el
Drama, pues los míos son como pájaros
Con las alas rotas que la bandada deja atrás.

Si estuviera hambriento y viviera entre mi
Famélico pueblo, y si fuera perseguido junto con
Mis oprimidos compatriotas, la carga
De estos días negros pesaría menos
Sobre mis desasosegados sueños, y la
Oscuridad de la noche sería menos
Sombría ante mis hundidos ojos y mi
Apesadumbrado corazón y mi alma herida.

Porque aquel que comparte con los suyos
Los pesares y agonías sentirá el
Supremo alivio que sólo el sufrimiento
Y el sacrificio engendran. Y estará
En paz consigo mismo cuando muera,
Inocente junto a sus compañeros inocentes.

Pero no vivo con mi hambriento
Y perseguido pueblo, que camina
En el cortejo de la muerte hacia el
Martirio… Estoy aquí, al otro lado
Del ancho mar, viviendo a la sombra de la
Tranquilidad, y a la luz de la
Paz… Estoy distante de la triste
Arena y de los acongojados, y de nada
Puedo enorgullecerme, ni siquiera de mis propias
Lágrimas.

¿Qué puede hacer un hijo exilado por
Su hambriento pueblo, y de qué vale
Para su pueblo el lamento de un
Poeta ausente?

Si yo fuera una mazorca de maíz plantada en la tierra
De mi país, los niños hambrientos me
Seguirían para alejar con mis granos
La mano de la Muerte de su alma. Si fuera
Un fruto maduro de los jardines de mi país
Las hambrientas mujeres me arrancarían
Para alimentar la vida. Si fuera
Un pájaro volando en el cielo de mi país,
Mis hambrientos hermanos me darían caza y
Con la carne de mi cuerpo alejarían de
Sus cuerpos la sombra de la tumba.

Pero ¡Ay de mí! No soy una mazorca de maíz
Plantada en las llanuras de Siria, ni un
Maduro fruto de los valles del Líbano:
Esta es mi desventura, la muda calamidad
Que me humilla ante mi alma
Y ante los fantasmas de la noche…

Esta es la dolorosa tragedia que atiesa mi lengua
Y maniata mis brazos y me apresa, despojado
de fuerza, acción y voluntad.
Esta es la maldición marcada a fuego
Sobre mi frente
Ante Dios y ante los hombres.

Y a menudo me han dicho:
“La desventura de tu país no es
nada comparada con la calamidad que aqueja
Al Mundo, y las lágrimas y la sangre vertidas
Por tu pueblo no son nada comparadas
con los ríos de sangre y lágrimas
Derramados cada día y cada noche en los
Valles y llanuras de la tierra.

Sí, pero la muerte de los míos es
Una silenciosa acusación; es un crimen
Concebido por la mente de invisibles
Serpientes… Una tragedia sin
Música ni decorados… Y si los míos
Hubieran atacado a los déspotas
Y opresores para morir como rebeldes,

Yo hubiera dicho: “Morir por
La libertad es más noble que vivir a la
Sombra de la débil sumisión, porque
Aquel que abrace a la muerte con la espada
De la Verdad en la mano, se eternizará
En la Eternidad de la Verdad, pues la Vida
Es más débil que la Muerte, y la Muerte
Más débil que la Verdad.

Si mi nación hubiera participado en la guerra
De todas las naciones y hubiera muerto en el
Campo de batalla, yo diría que fue
La rugiente tempestad quien quebró
Con su furia las tiernas ramas; y una
Muerte violenta bajo un cielo de
Tormenta es más noble que morir
Lentamente en los brazos de la senilidad.
Pero no hubo salvación de esas
Fauces… Los míos cayeron
Y lloraron con los sollozantes ángeles.

Si un terremoto hubiera desgarrado
A mi país en dos y la tierra hubiera
Engullido a los míos en su seno,
Yo hubiera dicho: “Una gran ley misteriosa
Ha actuado por voluntad de la fuerza divina,
Y sería una locura si nosotros
Frágiles mortales, intentáramos escudriñar
Sus profundos secretos…”

Pero los míos no murieron en rebeldía;
No los mataron en el campo
De batalla; ni tampoco un terremoto
Destrozó mi país para avasallarlos.
La muerte fue su único salvador, y
El hambre su único menoscabo.

Los míos murieron en la cruz…
Murieron con las manos
Extendidas hacia Oriente y Occidente,
Mientras los despojos de sus ojos
Miraban la oscuridad del
Firmamento… Murieron en silencio.
Pues la humanidad había cerrado sus oídos
A sus gritos. Murieron por no
Favorecer a su enemigo.
Murieron por amar a sus
Vecinos. Murieron por depositar
Su confianza en la humanidad.
Murieron por no oprimir
Al opresor. Murieron
Porque eran las flores
Aplastadas, y no los aplastantes pies.
Murieron porque eran pacíficos.

Perecieron de hambre en una tierra
Rica en leche y miel.
Murieron porque se levantaron
Los monstruos del infierno y destruyeron
Todo lo que crecía en sus campos,
Y devoraron sus últimas reservas…
Murieron porque las víboras y
Los hijos de las víboras escupieron veneno
En el espacio donde los Cedros Sagrados y
Las rosas y el jazmín exhalaban

Gibrán Khalil Gibrán: LA VOZ DEL MAESTRO

Gibrán Khalil Gibrán
LA VOZ DEL MAESTRO
(1959)

I

EL MAESTRO Y EL DISCÍPULO

1. VIAJE DEL MAESTRO A VENECIA

Y sucedió que el Discípulo vio al Maestro pasear en silen¬cio arriba y abajo del jardín, y en su pálido semblante mostrá¬banse señales de profunda .tristeza. El Discípulo saludó al Maestro en nombre de Alá y le preguntó cuál era la causa de su dolor. El Maestro hizo un ademán con el báculo y rogó al Discípulo que se sentase en la piedra junto al estanque de los peces. Así lo hizo el Discípulo, preparándose a escuchar la voz del Maestro.

Y éste dijo:

Quieres que te relate la tragedia que mi Memoria repite cada día y cada noche en el escenario de mi corazón. Estás cansado ya de mi prolongado silencio y del secreto que no te revelo, y te atribulas ante mis suspiros y -lamentaciones. Te dices a tí mismo: “Si el Maestro no me admite en el templo de sus tristezas, ¿cómo voy a poder penetrar jamás en la morada de sus afectos?”
Escucha mi historia… Préstame oído, pero no me compa¬dezcas, porque la piedad es parados débiles, y yo estoy fuerte todavía en medio de mi aflicción.
Desde los días de mi juventud me ha venido persiguiendo en el sueño y en la vigilia el fantasma de una extraña mujer. La veo cuando estoy a solas por la noche, sentada junto a mi lecho. En el silencio de la medianoche escucho, su dulce voz. Muchas veces, al cerrar los ojos, siento el tacto de sus suaves dedos en mis labios; y cuando abro los ojos, el miedo me invade y repentinamente empiezo a escuchar el susurro de los ecos de la Nada…
Frecuentemente me siento desorientado y me digo: “¿No será mi fantasía la que me hace dar vueltas hasta parecer que me pierdo entre las nubes? ¿No habré forjado yo desde lo más hondo de mis sueños una nueva divinidad de voz melo¬diosa y manos tibias? ¿He perdido acaso los sentidos y, en medio de mi locura, he creado esta cara y amada compañera? ¿Me he retirado de la sociedad de los hombres y del bullicio de la ciudad para poder estar a solas con el objeto de mi ado¬ración? ¿Habré cerrado los ojos y los oídos a las formas y rumores de la Vida, para poder admirarla mejor y escuchar su melodiosa voz?
Me pregunto a mí mismo muchas veces: “¿Soy un loco a quien le place estar solo, y que de los fantasmas de su soledad modela una compañera y esposa para su alma?”
Te hablo de una Esposa y te asombra el oír esta palabra. Pero, ¿cuántas veces nos desconcertamos ante una experien¬cia extraña que rechazamos como imposible, aunque su reali¬dad no puede borrarse de nuestra mente por mucho que lo intentemos?
Esta mujer de mis visiones ha sido en realidad mi esposa, y ha compartido conmigo los gozos y sinsabores de la vida. Cuando me despierto por la mañana, la veo reclinada sobre mi almohada, mirándome con ojos rutilantes de bondad y amor maternal. Está conmigo cuando planeo cualquier empresa y me ayuda a realizarla. Cuando me siento a comer, ella toma asiento junto a mí e intercambiamos ideas y pala¬bras. Al anochecer, está conmigo de nuevo y me dice:
-Llevamos mucho tiempo encerrados en este lugar. Salga¬mos a caminar por los campos y las praderas.
Entonces dejo mi trabajo y la sigo por el campo, nos sentamos en una piedra elevada y contemplo el horizonte distante. Ella me señala la nube dorada y me hace notar la canción que gorjean los pájaros antes de retirarse a pasar la noche, agradeciendo al Señor por la dádiva de su libertad y de su paz.
De cuando en cuando viene a mi habitación, en mis momentos de ansiedad y tribulación. Pero, en cuanto la diviso, todos mis cuidados y zozobras se truecan en alegría y calma. Cuando mi espíritu se subleva contra la injusticia del hombre para el hombre, y veo su rostro entre otros rostros de los cuales estoy dispuesto a huir, sosiégase la tem¬pestad de mi corazón, a la que sucede su voz celestial de paz. Cuando estoy sólo y los crueles dardos de la vida despedazan mi corazón y me encadenan a la tierra los grilletes de la vida, observo que mi compañera me mira con los ojos llenos de amor, y mi amargura se torna en mansedumbre, y la Vida se me antoja un Edén de felicidad.
Acaso me preguntes cómo puedo estar contento con esta existencia tan rara, y cómo un hombre como yo, en plena primavera de la vida, es capaz de encontrar alegría en fantas¬mas y ensueños. Pero yo te digo que los años que he pasado en tal estado constituyen la piedra angular de cuanto he llega¬do a conocer sobre la vida, la Belleza, la Dicha y la Paz.
Porque la compañera de mi fantasía y yo hemos sido como pensamientos que flotan libremente ante la luz del Sol o sobre la superficie de las aguas, entonando un cántico a la luz de la Luna… Un cántico de paz que endulza el espíritu y conduce a la belleza inefable.
Vida es lo que vemos y experimentamos a través del espíritu; pero llegamos a conocer el mundo que nos rodea a través de nuestro entendimiento y de nuestra razón. Y ese conocimiento nos produce gran alegría o tristeza. Yo estaba destinado a experimentar la tristeza antes de llegar a los treinta años. Ojalá hubiese muerto antes de alcanzar los años que secaron la sangre de mi corazón y la savia de mi vida, deJ andome como un árbol seco con ramas que ya no se columpian a la dulce brisa, y en las que no construyen sus nidos los pájaros.
El Maestro se calló y sentándose junto a su Discípulo, continuó:

Hace veinte años, el gobernador del Monte Líbano me mandó a Venecia en una misión de estudio, con una carta de recomendación para el alcalde de la ciudad, a quien había conocido en Constantinopla. Zarpé del Líbano a borde de una nave italiana en el mes de Nisán. El aire primaveral era fragante y las nubes blancas se cernían sobre el horizonte como hermosas pinturas. ¿Con qué palabras podré describir¬te el júbilo que sentí durante la travesía? Todas son muy pobres y muy escasas para expresar los sentimientos que laten en el corazón del hombre.
Los años que pasé con mi etérea compañera estuvieron llenos de gozo, de delicias y de paz. Jamás sospeché que el Dolor estuviese esperándome, ni que el Sufrimiento acechase en el fondo de mi copa de Alegría.
Cuando el vehículo me apartaba de mis montañas y valles nativos y me acercaba a la costa, mi compañera iba sentada a mi lado. Estuvo conmigo los tres días jubilosos que pasé en Beirut, recorriendo la ciudad junto a mí, deteniéndose donde yo me detenía, sonriendo cuando me topaba con algún amigo.
Cuando me senté en el balcón del hotel que dominaba la ciudad, ella se incorporó a mis sueños.
Pero un gran cambio se efectuó -en mí cuando estaba a punto de embarcarme. Sentí una mano misteriosa que me agarraba y tiraba de mí hacia atrás; y oí en mi interior una voz, que murmuraba:
– ¡Regresa! ¡No te vayas! ¡Vuélvete al puerto antes de que se dé el barco a la vela!
Pero yo no quise escuchar aquella voz. Cuando izaron las velas, me sentí como un pájaro que de repente hubiera caído entre las garras de un halcón y que lo arrebataba a lo alto del cielo.
Al anochecer, cuando las montañas y las colinas del Líba¬no no se perdían en el horizonte, me encontré solo en la popa de la embarcación. Miré en torno, buscando a la mujer de mis sueños, a la mujer que amaba mi corazón, a la esposa de mis días, pero ya no estaba junto a mí. La hermosa doncella cuyo semblante veía cada vez que miraba al cielo, cuya voz escuchaba en el sosiego de la noche, cuya mano sostenía cuando vagaba por las calles de Beirut… ya no estaba junto a mí.
Por vez primera en mi vida me encontré completamente solo en un bajel que surcaba el mar profundo. Me puse a pasear por cubierta, llamándola desde el fondo de mi cora zón, mirando a las olas con la esperanza de descubrir su rostro. Pero todo fue en vano. A medianoche, cuando todos los pasajeros se habían retirado, yo seguía en cubierta, solo, atormentado y lleno de ansiedad.
De repente levanté los ojos, ¡y allí estaba la compañera de mi vida, por encima de mí, en una nube, a corta distancia de la proa! Salté de gozo, abrí anchurosamente los brazos y exclamé:
-¡Por qué me has abandonado, amada mía! ¿Adónde te has ido? ¿Dónde has estado? ¡Acércate amorosamente a mí y ya no me dejes solo jamás!
Pero ella no se movió. En su cara advertí señales de pena y amargura, que jamás hasta entonces había visto. Hablando quedamente y en tono triste, me dijo:
-He surgido de las profundidades del mar para verte una vez más. Vete ahora a tu camarote y duérmete,. entr.egado al sueño.
Dichas estas palabras, se fundió con las nubes y se desva¬neció. La llamé a gritos frenéticamente, como un niño hambriento. Abrí los brazos en todas las direcciones, pero lo único que estrecharon fue el aire nocturno, denso de humedad. Bajé a mi litera, sintiendo dentro de mí el flujo y el reflu¬jo de los furiosos elementos. Era como si estuviese a bordo de otra nave completamente distinta, agitado por las ríspidas marejadas de la Perplejidad y la Desesperación.
Por extraño que parezca, en cuanto toqué con el rostro la almohada, me quedé profundamente dormido.
Soñé, y en mi sueño vi un manzano en forma de cruz, pendiente de la cual, como crucificada, estaba la compañera de mi vida. De sus manos y pies manaban gotas de sangre, que caían sobre las flores marchitas del árbol.
La embarcación bogaba día y noche, pero yo me sentía como en trance, no sabiendo si era un ser humano que viajaba a un clima distinto o un espectro que se movía a través de un cielo encapotado. En vano imploré a la Providencia para que me concediese oír el rumor de su voz, o ver un atisbo de su sombra, o gozar la suave caricia de sus frágiles dedos sobre mis labios.
Transcurrieron catorce días y seguía todavía solo. El día decimoquinto, a la luz de la Luna, avistamos la costa de Italia a lo lejos y entre dos luces arribamos al puerto. Un gentío a bordo de góndolas ornamentadas con insignias salió al encuentro de la nave para dar la bienvenida de la ciudad a los pasajeros.
La ciudad de Venecia está situada sobre muchas pequeñas islas, próximas la una a la otra. Sus calles son canales y sus numerosos palacios y residencias están construidas sobre el agua. Las góndolas son su único medio de transporte.
Mi gondolero me preguntó adónde iba, y cuando le dije, que quería visitar al alcalde de Venecia, me miró con extraño misterio. Según nos internábamos por los canales, la noche fue extendiendo su manto negro sobre la ciudad. Brillaban luces en las ventanas abiertas de los palacios y de las iglesias, y sus reflejos en el agua daban a la ciudad el aspecto de algo entrevisto en la visión fantasmagórica de un poeta, hechicera y encantadora a la vez.
Cuando la góndola llegó a la confluencia de los canales, escuché de pronto el trágico tañido de las campanas de una iglesia. Aunque estaba en trance espiritual, ausente total¬mente de la realidad, los ecos se hundieron en mi corazón y me deprimieron el espíritu.
La góndola atracó y quedó amarrada al pie de una esca¬linata de mármol que llevaba a una calle enlosada. El gondo¬lero señaló hacia un suntuoso palacio que se erguía en medio de un jardín, y me dijo:
-Aquí está tu destino.
Lentamente fui subiendo los peldaños que conducían hasta el palacio, seguido por el gondolero que cargaba mis pertenencias. Al llegar a la puerta, le pagué y despedí, dándo¬le las gracias.
Llamé y la puerta se abrió. Cuando entré, me saludaron rumores de llantos y sollozos. Me estremecí y me quedé estupefacto. Se me acercó un anciano criado de la casa que me preguntó en tono sombrío qué deseaba.
-¿Es éste el palacio del alcalde? -le pregunté.
Me dijo que sí con una inclinación de cabeza. Entonces le entregué la misiva que me diera el gobernador del Líbano. La miró y se retiró solemnemente hacia la puerta que comu¬nicaba con el salón de recepciones.
Me volví hacia el criado joven y le pregunté la causa de la tristeza que se cernía sobre la habitación. Me contestó que ese mismo día había muerto la hija del alcalde, y mientras decía estas palabras, se cubrió el rostro y derramó lágrimas amargas.
Imagínate lo que podía sentir un hombre que acababa de surcar el océano, fluctuando entre la esperanza y la desespe¬ración y que-, al terminar su viaje, se encontraba a la puerta de un palacio poblado por los crueles fantasmas de la consterna¬ción y el llanto. Imagínate los sentimientos de un extranjero que busca hospitalidad y descanso en un palacio, y que sólo se halla con las alas blancas de la muerte.
No tardó en regresar el viejo criado, y con una inclinación me dijo¬:
-El álcalde os espera.
Me acompañó hacia otra puerta que había al extremo de un pasillo y con un ademán me invitó a pasar. Allí me encon¬tré con un conjunto de sacerdotes y otros dignatarios, hundi¬dos en el más profundo silencio. En el centro de la estancia me recibió un hombre anciano de luenga barba blanca, que me estrechó la mano y me dijo:
-Tenemos la desgracia de daros la. bienvenida cuando venís de tierras tan remotas, en un día que lloramos la pérdi¬da de nuestra amadísima hija. Sin embargo, confío en que nuestra pena no interfiera para nada con vuestra misión, que puedo aseguraros haré lo posible por atender.
Le di las gracias por su bondad y expresé mis condolen¬cias más sinceras. Tras lo cual me señaló un asiento y yo me incorporé al austero y silencioso grupo.
Al contemplar los tristes rostros de los presentes y escu¬char sus sollozos ahogados, sentí que el corazón se me agobia¬ba de abatimiento y dolor.
No tardaron en marcharse uno tras otro los dolientes y sólo quedamos el atribulado padre y yo. Cuando también yo hice ademán de retirarme, me retuvo y me dijo:
-Amigo mío, os suplico que no os vayáis, Sed nuestro huésped, si es que no tenéis inconveniente en acompañarnos en nuestro luto.-Sus palabras me conmovieron hondamente, asentí con un ademán y él siguió diciendo:-Los hombres del Líbano son sumamente hospitalarios con los extranjeros; no debemos dejarnos ganar en bondad y cortesía por nuestro invitado del Líbano.
Tocó una campanilla y apareció un mayordomo, vestido con un magnífico uniforme.
-Muestra a nuestro huésped el aposento del ala oriental -le dijo- y haz que lo atiendan como se merece mientras está con nosotros.
El mayordomo me condujo a una habitación espaciosa y amueblada con lujo. En cuanto se retiró, me dejé caer en el diván y empecé a reflexionar sobre mi situación en esta tierra extranjera. Pasé revista á las primeras horas que había pasado en ella, tan lejos de mi patria nativa.
A los pocos minutos regresó el mayordomo, trayéndome la cena en una bandeja de plata. Después de comer, me puse a pasear por la estancia, asomándome de cuando en cuando a la ventana para contemplar el cielo veneciano y escuchar las voces de los gondoleros y el rítmico batir de sus remos. No tardé en sentirme adormilado y, reclinando mi fatigado cuerpo en la cama, me entregué completamente a un olvido de todo, en que se mezclaba el aturdimiento del sueño con el despejo de la vigilia.
No sé cuántas horas estaría sumido en este estado, porque hay grandes espacios de la vida que atraviesa el espíritu y no seríamos capaces de medir con el tiempo, ese invento del hombre. Lo único que sentí entonces y siento todavía es la poco venturosa condición en que me encontraba.
De pronto advertí qué un fantasma flotaba sobre mí; era un espíritu sutil que me llamaba, aunque no con señales sensibles. Me levanté y me dirigí hacia el pasillo, como impe¬lido o arrastrado por alguna fuerza divina. Caminaba sin voluntad, como en sueños y se me antojaba que me movía en un mundo más allá del tiempo y del espacio.
Cuando llegué al fondo del corredor, abrí una puerta y me encontré en una antecámara de vastas proporciones, en cuyo centro se levantaba un féretro rodeado de cirios llamean¬tes y guirnaldas de flores blancas. Me arrodillé junto al ataúd y miré a la figura que yacía inerte en él. Allí, delante de mí, cubierta por el velo de la muerte, estaba la faz de mi adora¬da, de la compañera de mi vida. Era la mujer a quien tanto amara, yerta ahora en el frío de la muerte, envuelta en un sudario blanco, rodeada de blancas flores y velada por el silencio de los siglos.
¡Oh Señor del Amor, de la Vida y de la Muerte! Tú eres el creador de nuestras almas. Tú guías nuestros espíritus hacia la luz y hacia las tinieblas. Tú calmas nuestros corazones y los sobresaltas de dolor o de esperanza. Tú me acabas de mostrar a la compañera de mi juventud en esta forma helada e inerte. Señor, Tú me has arrancado de mi patria para llevarme a otra y me has revelado el poder de la muerte sobre la vida y del dolor sobre la alegría. Tú has plantado un lirio blanco en el desierto de mi quebrantado corazón y me has trasladado a un valle remoto para enseñarme otro lirio seco.
¡Oh amigos de mi soledad y mi destierro! Dios ha queri¬do que apure el cáliz amargo de la vida. Hágase su voluntad. No somos más que frágiles átomos en el cielo infinito; y sólo nos cabe obedecer y acatar la voluntad de la Providencia.
Si amamos, ese amor no es de nosotros ni para nosotros. Si nos regocijamos, nuestro gozo no está en nosotros sino en la vida misma. Si padecemos, nuestro sufrimiento no está en nuestras heridas, sino en el corazón mismo de la Naturaleza. No estoy lamentándome al narrarte esta historia, porque el que se lamenta duda de la vida, y yo soy un firme creyente. Creo en el valor de las hieles que van mezcladas en cada brebaje que apuro en la copa de la vida. Creo en la belleza del dolor que penetra y satura mi corazón. Creo en la compa¬sión última de estos dedos de acero que me despedazan el alma.
Esta es mi historia. ¿Cómo voy a poder terminarla, cuando en realidad no tiene fin?
Me quedé arrodillado ante el féretro, hundido en el silen¬cio y estuve contemplando aquél semblante angelical hasta que llegó la aurora. Entonces me levanté y volví a mi aposen¬to, abatido bajo el peso abrumador de la Eternidad y soste¬nido por el dolor de toda la humanidad sufriente.
Tres semanas después abandoné Venecia y regresé al Líbano. Antojábaseme que había vivido miles de años en las vastas y mudas profundidades del pasado.
Pero la visión me siguió. Aunque la volví a encontrar muerta, en mí continuaba viva aún. A su sombra he padecido y he aprendido. Tú sabes perfectamente bien, discípulo mío, cuáles han sido mis sufrimientos.
Me he esforzado por comunicar a mi pueblo y a sus gobernantes el conocimiento y la sabiduría: Llevé a Al-Haris, gobernador del Líbano, el llanto de los oprimidos que esta¬ban siendo vejados y aplastados por las injusticias y perversi¬dades de los funcionarios de su Estado y de los dignatarios de la iglesia.
Le aconsejé que siguiese el camino de sus antepasados y tratase a sus súbditos como ellos, con clemencia, caridad y comprensión. Le dije: “El pueblo es la gloria de nuestro reino y la fuente de su prosperidad.” Díjele más todavía: “Cuatro cosas hay que un gobernante debe desterrar de su reino: la ira, la avaricia, la mentira y la violencia.”
Por estas y otras enseñanzas, fui castigado, desterrado y excomulgado por la Iglesia.
Pero llegó una noche en que Al-Haris, con el corazón atribulado, no podía conciliar el sueño. De pie ante su venta¬na contemplaba el firmamento. ¡Qué maravilla! ¡Cuántos cuerpos celestes perdidos en el infinito! ¿Quién creó este mundo misterioso y admirable? ¿Quién dirige las trayectorias de estas estrellas? ¿Qué relación tienen estos remotos cuerpos con el nuestro? ¿Quién soy yo y por qué estoy aquí? Todas estas preguntas se formulaba Al-Haris a sí mismo.
Entonces se acordó de mi destierro y se arrepintió del duro trato a que me había sometido. Inmediatamente mandó a buscarme, implorando mi perdón. Me hizo merced de un manto oficial y me proclamó su consejero ante todo el pueblo, mientras me colocaba una llave de oro en la mano. No siento la menor pesadumbre por mis años de destie¬rro. El que quiera buscar la verdad y anunciarla a la humanidad tiene que sufrir. Mis dolores me han enseñado a comprender los de mi prójimo; ni la persecución ni el destierro han empa¬ñado la visión que palpita dentro de mí.
Y ahora estoy fatigado…

Terminada su historia, el Maestro despidió a su Discípulo, que se llamaba Almuhtada, lo cual quiere decir “el Converso”, y se dirigió a su retiro para reposar en cuerpo y alma del cansancio de los viejos recuerdos.

2. MUERTE DEL MAESTRO

Dos semanas después, el Maestro enfermó y una multitud de admiradores suyos acudió a la ermita para preguntar por su salud. Cuando llegaron a la puerta del jardín, vieron que salían de las habitaciones del Maestro un sacerdote, una monja, un médico y Almuhtada. El Discípulo amado anunció la muerte del Maestro. El gentío empezó a llorar y a sollozar, pero Almuhtada no derramó una sola lágrima ni habló una palabra.
Quedóse algún tiempo hundido en sus propios pensa¬mientos, hasta que por fin se irguió sobre la piedra del estan¬que de los peces y habló:
Hermanos y compatriotas: acaban todos de escuchar la triste noticia de la muerte del Maestro. El inmortal Profeta del Líbano se ha entregado al sueño eterno y su alma bien¬ aventurada se eleva por encima de nosotros en los cielos del espíritu, más allá de la tristeza y de la pesadumbre. Su alma se ha desprendido de la esclavitud del cuerpo,y ha arrojado las cargas y la fiebre de esta vida terrenal.
El maestro ha abandonado este mundo material, ataviado con las vestiduras de la gloria y ha pasado a otro mundo libre de penalidades y aflicciones. Ahora está donde nuestros ojos no pueden verlo ni nuestros oídos escucharle. Mora en el mundo del espíritu, cuyos habitantes lo necesitan acuciosa¬mente. Está ahora adquiriendo el conocimiento de un nuevo cosmos, cuya historia y hermosura siempre lo han fascinado y cuya lengua él se ha esforzado siempre por aprender.
Su vida en esta tierra constituyó una larga cadena de hechos gloriosos. Fue una vida de meditación constante, porque el Maestro no descansaba más qué en el trabajo. Amaba el trabajo, que definió como amor visible.
Fue la suya un alma inquieta, que no podía descansar sino en el regazo de la vigilia. Fue el suyo un corazón amante que rebosaba de bondad y de celo.
Tal fue la vida que llevó en esta tierra…
Era un manantial de sabiduría que brotaba del seno de la Eternidad, una corriente pura de ese conocimiento que riega y vivifica la mente del Hombre.
Y ahora ese río ha desembocado en las playas de la Eter¬nidad. ¡Que ningún intruso lo llore ni derrame lágrimas por su partida!
Debe tenerse presente que sólo los que han estado frente al Templo de la Vida, sin hacer fructificar la tierra con una gota de sudor de su frente, se hacen acreedores a las lágrimas y a las lamentaciones cuando la abandonan.
Pero, ¿no pasó por ventura el Maestro todos los días de su vida trabajando en beneficio de la Humanidad? ¿Hay entre los presentes alguno que no haya bebido de la fuente pura de su sabiduría? Por eso, el que desee honrarlo que ofrezca a su alma bienaventurada un himno de alabanza y acción de gracias, no los ecos lúgubres de sus lamentos. El que desee rendirle el homenaje que se merece, que asimile el conoci¬miento en los libros llenos de sabiduría que ha legado al mundo.
¡Al genio nada se le da, sólo se recibe de él! Sólo así debe honrárselo. No hay que llorar por él, sino alegrarse y beber de lo hondo de su sabiduría. Solamente así podrá pagársele el tributo que se le debe.

Después de oír las palabras del Discípulo, la muchedum¬bre se retiró y todos volvieron a sus casas con una sonrisa en los labios y con cánticos de acción de gracias en el corazón.
Almuhtada quedó solo en este mundo, pero la soledad jamás tomó posesión de su corazón, porque la Voz del Maestro resonó siempre en sus oídos, exhortándolo a seguir trabajando y a sembrar las palabras del Profeta en los cora¬zones y mentes de cuantos querían escucharlo por su libre voluntad. Pasaba muchas horas en el jardín meditando a solas sobre los pergaminos que le entregara el Maestro, y en los cuales había dejado escritas sus palabras de sabiduría.
A los cuarenta días continuos de meditación, Almuhtada abandonó el retiro de su Maestro y empezó a peregrinar por los villorios, aldeas y ciudades de la Antigua Fenicia.
Un día que cruzaba la plaza del mercado de la ciudad de Beirut, lo siguió una muchedumbre. Se detuvo en un paseo público, el gentío se agolpó en torno suyo y él les habló con la voz del Maestro, diciendo:

El árbol de mi corazón está cargado de frutos; venid, vosotros los hambrientos y recogedlos. Comed y saciaos… Venid y recibid de la abundancia de mi corazón y aliviadme la carga. Mi alma se abate bajo el peso del oro y de la plata. Venid, buscadores de tesoros ocultos, llenad vuestras bolsas y aligerad mi peso…
Mi corazón rebosa hasta los bordes con el vino de los siglos. Venid, todos los sedientos, bebed y apagad vuestra sed. El otro día vi a un rico de pie a la puerta del templo, extendiendo sus manos llenas de piedras preciosas a los transeúntes, mientras los llamaba y decía:
Tengan piedad de mí. Quítenme estas joyas de encima, porque han debilitado mi alma y endurecido mi corazón. Compadézcanse de mí, llévenselas y devuélvanme la salud.
Pero ninguno de los fieles prestaba oídos a sus súplicas. Me quedé mirando al hombre y dije para mis adentros: Seguramente sería mejor que fuese un mendigo, que vagase por las calles de Beirut alargando su mano temblorosa, pidien¬do limosnas y que se volviese a casa por la noche con las manos vacías.
He visto a un acaudalado y generoso jeque de Damasco plantar sus tiendas en el desierto árido de Arabia y en las laderas de las montañas. Al anochecer enviaba a sus esclavos a buscar viajeros para darles albergue y acogida en sus tiendas. Pero los ásperos caminos estaban solitarios y los criados no le llevaron jamás invitado alguno.
Y reflexioné sobre la suerte del triste jeque y el corazón me habló, diciendo: “Indudablemente, sería, mejor que fuese un pordiosero, con un báculo en la mano y una escudilla colgándole del brazo y que compartiese al mediodía el pan de la amistad con sus compañeros junto a los montones de basu¬ra de las afueras de la ciudad…”
Vi en Líbano a la hija del gobernador, que se levantaba del lecho ataviada con un manto precioso. Llevaba la cabelle¬ra ungida de almizcle y su cuerpo estaba envuelto en perfu¬mes. Paseaba por el jardín del palacio de su padre en busca de un enamorado. Las gotas de rocío que humedecían la hierba mojaban la orla de su vestido. ¡Pero ay! Entre todos los súbditos de su padre no había quien la amase.
Al reflexionar sobre el ánimo atribulado de la hija del gobernador, mi alma me advirtió, diciéndome: “¿No sería mejor para ella acaso ser la hija de un oscuro labrador, que condujese al pasto las ovejas de su padre y las volviese al aprisco al anochecer, entre las fragancias de la tierra y de las viñas, con su tosco vestido de pastora?” Por lo menos, por mal que le fuesen las cosas, podría huir furtivamente de la cabaña de su padre y en el silencio de la noche salir en busca de su amado, que la esperaría junto al arroyuelo murmurante.
El árbol de mi corazón está cargado de frutos. Venid, almas hambrientas, recogedlos, comed y saciaos. Mi espíritu rebosa de vino añejo. Venid, corazones sedientos, bebed y apagad vuestra sed…
Ojalá fuera yo un árbol que no floreciese ni diese fruto; porque el dolor de la fertilidad es más cruel que la amargura de la infecundidad; y el sufrimiento del generoso acaudalado es más terrible que la miseria del pobre mendigo…
Ojalá fuera yo un pozo seco, para que la gente arrojase piedras a mis profundidades. Porque es preferible ser un pozo vacío -que una fuente de agua pura, no tocada por labios sedientos.
Pediría a Dios ser una caña rota, pisoteada por el pie del hombre, porque eso es mejor que ser una lira en casa de alguien que tenga los dedos llagados y todos los miembros de su hogar sean sordos.
Oídme, hijos e hijas de mi patria; meditad sobre estas palabras que os han llegado a través de la voz del Profeta. Haced un hueco para ellas en los senos de vuestro corazón y que la semilla de la sabiduría germine en el jardín de nuestra alma. Porque este es el don precioso del Señor.

Y la fama de Almuhtada se extendió por toda la tierra y mucha ‘gente acudía a rendirle homenaje de otros países y a escuchar al vocero del Maestro.
Acosábanle médicos, letrados, poetas y filósofos con diversas preguntas, dondequiera que lo encontraban, lo mismo en la calle que en la iglesia, en la mezquita, en la sinagoga o en cualquier lugar en que se, congregasen los hombres. Sus mentes quedaban enriquecidas con sus hermo¬sas palabras, que pasaban de boca en boca.
Les hablaba de la Vida y de la Realidad de la Vida, dicién¬doles así:

El hombre es como la espuma del mar, que flota sobre la superficie del agua. Cuando sopla el viento, se desvanece como si nunca hubiese existido. Así son nuestras vidas arre¬batadas por el soplo de la Muerte…
La Realidad de la Vida es la Vida misma, que no comien¬za en el vientre de la madre ni termina en la tumba.
Porque los años que pasan no son más que un momento en la vida eterna; y el mundo de la materia y cuanto en él hay no es sino un sueño comparado con el despertar que llama¬mos el terror dula Muerte.
El éter propaga todos los ecos de nuestra risa, todos los suspiros que exhalan nuestros corazones y conservan su reso¬nancia, que responde a cada veso nacido de la alegría.
Los ángeles llevan la cuenta de cada lágrima derramada por la tristeza, y llevan a los oídos de los espíritus que flotan en el cielo del Infinito cada canción de Alegría emanada de nuestros afectos.
Allí, en el mundo futuro, vamos a ver y sentir todas las vibraciones de nuestras emociones y todos los movimientos de nuestro corazón. Comprenderemos el significado de la divinidad que hay dentro de nosotros y a la que no presta¬mos atención porque estamos arrastrados por la Desespera¬ción.
Esa acción que, en medio de nuestra culpa, llamamos hoy flaqueza, aparecerá mañana como eslabón esencial de la cade¬na completa del Hombre.
Las tareas crueles por las que no hemos recibido compen¬sación vivirán con nosotros e irradiarán su esplendor y serán heraldos de nuestra gloria; y las penalidades que hemos sopor¬tado serán como una guirnalda de laurel en nuestras cabezas glorificadas…

Después de pronunciar estas palabras, estaba el Discípulo a punto de retirarse de la muchedumbre para descansar corporalmente de los afanes del día, cuando divisó a un joven que miraba a una hermosa doncella con ojos en los cuales se reflejaba la perplejidad.
Y el discípulo se dirigió a él, diciendo:

¿Estás preocupado por los numerosos credos que profesa la Humanidad? ¿Estás extraviado en el valle de-las creencias contrarias? ¿Crees que el estar libre de energía es menos grave y pesado que el yugo de la sumisión, y que la opcion a disen¬tir proporciona al hombre más seguridad que el baluarte del asentimiento?
Si estás en este caso; haz de la Belleza tu religión y adóra¬la como si fuese tu diosa; porque es la obra visible, manifies¬ta y perfecta de las manos de Dios. Aléjate de los que han jugado con lo divino como si fuese una farsa y se han asocia¬do con la codicia y el orgullo; cree en cambio en lo divino de la belleza, que es al mismo tiempo el comienzo de nuestro culto a la Vida y la fuente de nuestra hambre de Felicidad.
Haz penitencia ante la Belleza y expía por tus pecados, porque la Belleza acerca más tu corazón al trono de la mujer, que es el espejo de tus afectos y la maestra de tu corazón en los secretos de la Naturaleza, hogar de tu vida.
Y antes de despedir al gentío que lo rodeaba, añadió:
En este mundo hay dos linajes de hombres: los hombres de ayer y los hombres de mañana. ¿A cuál de ellos pertene¬céis, hermanos . míos? Venid, permitidme que os observe y averiguad si sois de los que entran en el mundo de la luz, o de los que avanzan por el país de las tinieblas. Venid, decidme quién sois y qué sois.
¿Eres un político que dice para sus adentros: “Voy a valerme de mi patria en beneficio propio?” Entonces, no eres sino un parásito que vive de los demás. O bien, ¿eres un patriota sinceró, que susurra al oído de su yo interior: “Me gusta entregarme al servicio de mi país como ciudadano fiel?” En ese caso, eres un oasis en el desierto, dispuesto a apagar la sed del caminante.
¿O eres un mercader que te aprovechas y explotas las necesidades de la gente, acumulando bienes para revenderlos a precios exhorbitantes? Si es así, eres un réprobo; y lo mismo da que mores en un palacio o que tu casa sea la cárcel. ¿O eres un hombre honrado que facilitas al labrador y al tejedor dar salida a sus productos, medias entre comprador y vendedor y permites que ganen también los demás y no tú solo? Entonces, eres un hombre justo; y no importa que te colmen de elogios o de ignominia.
¿Eres un líder religioso, que tejes con la sencillez y simplicidad de los creyentes un manto escarlata para tu cuerpo, y con su bondad una corona de oro para tu cabeza y aunque te aprovechas de la abundancia de Satanás, vas predicando el odio a Satanás? En ese caso eres un hereje y lo mismo da que ayunes todo el día y’reces toda la noche. ¿O eres el hombre fiel que ve en la bondad del pueblo una base para el mejoramiento de toda la nación y en cuya alma está la escala de la perfección que lleva hasta el Espí¬ritu Santo? Si eres de esos, vienes a ser como un lirio en el jardín de la Verdad; y no importa que tu fragancia se propa¬gue entre los hombres o se disipe en el aire, porque allí será conservada eternamente.
¿O eres un periodista que vende sus principios en los mercados de esclavos y se realiza en la calumnia, en la desven¬tura de la gente y en el crimen? Entonces eres como un buitre voraz que trata de hartarse de carne putrefacta.
¿O eres un maestro que se asoma al escenario de la histo¬ria e inspirado en las glorias del pasado, predica a la humani¬dad y obra de conformidad con lo que predica? Si es así, constituyes un remedio para la humanidad doliente y un bálsamo para los corazones dolidos.
¿Eres acaso un gobernador que mira por encima del hombro a sus gobernados y que no se afana más que por exprimirles la bolsa y explotarlos en beneficio propio? Pues entonces, eres como cizaña en el granero de la Nación.
¿Eres un servidor público dedicado, que ama al pueblo y está siempre alerta para proporcionarles bienestar y eres celoso por su prosperidad? Si es así, eres una verdadera bendi¬ción en los campos de pan de la nación.
¿O eres uno de esos maridos que se considera con dere¬cho a cometer toda clase de atropellos, pero estima ilegal cúalquier acción reprensible de su esposa? En ese caso, eres como los salvajes ya desaparecidos, que vivían en las cavernas y se tapaban la desnudez con pieles de alimañas.
O bien, ¿eres un compañero fiel, cuya esposa está siempre a tu lado, compartiendo cada uno de tus pensamientos, de tus alegrías y de tus triunfos? Si eres así, vienes a ser como el que camina al amanecer al frente de una nación hacia el mediodía de la justicia, de la razón y de la sabiduría.
¿Eres un escritor que yergue ufanamente su cabeza por encima del vulgo, mientras su cerebro se empantana en el abismo del pasado, lleno de andrajos y desechos inútiles de las edades?. Si es así, eres como un charco de agua estancada, ¿O eres uno de esos pensadores profundos que escudriñan su yo interior, eliminando lo que es inútil, gastado y malo, para quedarse únicamente con lo que es útil y bueno? En ese caso, eres maná para el hambriento y agua clara y fresca para el sediento.
¿Eres un poeta lleno de ruido y vacío de ecos musicales? Entonces eres como uno de esos payasos que nos hacen reír cuando lloran y nos hacen llorar cuando ríen.
¿O eres una de esas almas privilegiadas en cuyas manos ha puesto Dios un laúd para que solaces el espíritu de los hombres con sones celestes y lleves a tus prójimos hacia la Vida y la Belleza de la Vida? Si te cabe esa suerte, eres como una antorcha que ilumina nuestro camino, una dulce inspira¬ción para nuestros tristes corazones y una revelación de lo divino en nuestros sueños.
Por lo tanto, la humanidad está dividida en dos largas hileras, una integrada por los ancianos y tullidos, que se apoyan en débiles bastones y van jadeando al avanzar por el camino de la Vida como si estuviesen escalando la cumbre de una montaña cuando, en realidad están descendiendo al abismo.
Y la otra hilera está integrada por jóvenes que parecen correr con alas en los pies, cantando como si tuviesen cuerdas argentinas en sus gargantas y ascienden hacia las cumbres como arrastrados por algún poder mágico e irresistible.
¿A cuál de estos dos grupos pertenecéis, hermanos míos? Formulaos vosotros mismos esta pregunta, cuando estéis solos en el silencio de la noche.
Juzgad por vosotros mismos si pertenecéis a los Esclavos del Ayer o a los Hombres Libre del Mañana.

Y Almuhtada se volvió a su retiro y no se dio a ver en muchos meses, porque se entregó a la lectura y a la reflexión de las sabias palabras que su Maestro dejara escritas en los pergaminos de que lo hizo heredero. Aprendió mucho, sobre todo muchas cosas que jamás había oído de los labios de su Maestro y de las cuales no tenía la menor idea. Hizo voto de no abandonar la ermita hasta haber estudiado y dominado a fondo cuanto el Maestro había dejado en la tierra, para podérselo comunicar, a sus conciudadanos. De esta manera Almuhtada se impuso en las doctrinas de su Maestro, olvida¬do de sí mismo y de cuanto lo rodeaba, así como de todos aquellos hombres que habían escuchado su palabra en los mercados y calles de Beirut.
En vano intentaron sus seguidores localizarlo y llegar hasta donde estaba, cuando empezaron a preocuparse por su suerte. El mismo gobernador del Monte dirigiéndose a los funcionarios del estado, se encontró con que declinaba tal honor con el mensaje siguiente:
“Volveré pronto a verte y traeré un mensaje especial para todo el pueblo.”
El gobernador decretó que todos los ciudadanos saliesen a recibir a Almuhtada el día que iba a aparecer en público, para darle la bienvenida con todo género de honores en sus casas, en las iglesias, mezquitas, sinagogas y centros de estu¬dio y que estuviesen dispuestos a escuchar con reverencia sus palabras, porque su voz era la voz del Profeta.
El día en que por fin salió Almuhtada de su retiro para dar comienzo a su misión se convirtió en una jornada de rego¬cijo y celebración popular. Almuhtada se expresó con toda libertad y sin rebuscamientos ni rodeos de ningún género, predicó el evangelio del amor y de la hermandad. Nadie se atrevió a amargarlo siquiera con el destierro del país, ni con las excomuniones de la Iglesia. ¡Cuán otro había sido el sino triste de su Maestro, al cual habían desterrado y exco¬mulgado, sin otorgarle un perdón eventual y sin volverlo a llamar de su exilio!
La voz de Almuhtada resonó bajo los cielos de todo el Líbano. Pasando el tiempo, sus palabras se imprimieron en un libro en forma de.epístolas, que se distribuyó por la Antigua Fenicia y otros países árabes. Algunas de las epístolas estaban redactadas con las palabras mismas del Maestro; pero otras fueron rescatadas por Maestro y Discípulo de volúmenes antiguos de sabiduría y tradiciones populares.

 

II LA VOZ DEL MAESTRO 1. DE LA VIDA

La Vida es una isla en un océano de soledad, una isla cuyos macizos de rocas son esperanza, cuyos árboles son sueño, cuyas flores son soledad y cuyos arroyuelos son sed.
Vuestra vida, hombres compañeros míos, es una isla sepa¬rada de todas las demás islas y regiones. Por muchas que sean las naves qué zarpan de vuestras costas rumbo a otros climas, por muchas que sean las embarcaciones que tocan vuestras playas, seguís siendo una isla solitaria que adolece de las angustias de la soledad y de ansia de felicidad. Sois descono¬cido para vuestros semejantes y estáis muy lejos de su simpa¬tía y de su comprensión.
Hermano mío, yo te he visto sentado sobre tu montaña dorada, regodeándote en tus riquezas, ufano de tus tesoros y seguro en tu fe ciega de que cada puñado de oro qué has amasado constituye un eslabón invisible que une los deseos y pensamientos de los demás hombres con los tuyos.
Te he visto con los ojos de mi mente como a un gran conquistador que acaudillase sus tropas, empeñado en destruir las fortalezas de sus enemigos. Pero, al mirarte de nuevo, no he encontrado más que un corazón solitario ancla¬do en tus arcones, un pájaro sediento encerrado en una jaula dorada, con su vasija de agua vacía.
Te he visto, hermano mío, encaramado al trono de la gloria, mientras tu pueblo te rodeaba aclamando tu majestad, cantando las glorias de tus grandes hazañas, encomiando tu sabiduría y alzando hacia ti sus ojos con la expresión de quien mira a un profeta, exultantes y jubilosos sus espíritus hasta el mismo pabellón de los cielos.
Y cuando paseabas la mirada sobre tus súbditos, observé en tu faz las señales de la felicidad y del poder y del triunfo, como si fueses tú el alma de su cuerpo.
Pero, al volver a mirarte, he aquí que te encontré solo en tu soledad, de pie junto a tu trono, como un desterrado que alarga su mano en todas direcciones, suplicando compasión y piedad a espectros invisibles, mendigando albergue, aunque sólo haya dentro de él un poco de calor y amistad.
Te he visto, hermano mío, enamorado de una hermosa mujer, entregando el corazón ante el altar de su belleza. Cuando sorprendí la mirada de ternura y amor maternal que te lanzaba, me dije: “¡Viva el Amor que ha desterrado la soledad de este hombre y ha unido su corazón con otra!” Pero, cuando levanté nuevamente hacia ti mis ojos, vi dentro de tu amante corazón otro corazón solitario, derra¬mando en vano amargas lágrimas por revelar sus secretos a una mujer; y tras tu alma transida de amor, otra alma soli¬taria que era como una nube vagarosa, deseaba en vano disol¬verse en lágrimas que anegasen los ojos de tu amada.
Tu vida, hermano mío, es una morada solitaria separada de las viviendas de los demás hombres. Es una casa en cuyo interior no puede penetrar la mirada del vecino. Si se hundie¬ se en las tinieblas, la lámpara de tu vecino no podría alum¬brarla. Si estuviese vacía de provisiones, no podrían llenarla las despensas de tus vecinos. Si estuviese en un desierto, no podrías pasar a los jardines de los demás hombres, labrados y cuidados por otras manos. Si se levantase en la cumbre de una montaña, no podrías bajarla al valle hollado por los pies de otros hombres.
El espíritu de tu vida, hermano mío, está asediado por la soledad y si no fuese por esa soledad y ese abandono, tú no serías tú, ni yo sería yo. De no ser por esta soledad y este abandono desolado, llegaría a creer, al oír tu voz, que era la mía; y al ver tu rostro, que era yo mismo mirándome en un espejo.

 

2. MÁRTIRES DE LA LEY DEL HOMBRE

¿Has nacido acaso en la cuna del dolor y criado en el regazo de la desventura y en la casa de la opresión? ¿Estás comiendo un mendrugo seco, humedecido sólo con tus lágri¬mas ?
¿Eres un soldado a quien la dura ley del hombre obliga a abandonar a tu esposa y a tus hijos, para lanzarte al campo de batalla a defender la Avaricia, que tus gobernantes llaman falsamente Deber?
¿Eres un poeta contento con las migajas de la vida, feliz con tu posesión de pergamino y tinta, que habitas como un extranjero en tu patria, desconocido para tus semejantes?
¿Eres un prisionero, aherrojado en oscura celda por algún delito insignificante y condenado por quienes tratan de reformar al hombre, corrompiéndole?
¿Eres una joven a la que Dios ha otorgado el don de la belleza, pero víctima de la torpe licencia del rico que te enga¬ñó y compró tu cuerpo, pero no tu corazón y te abandonó a la miseria y a la desgracia?
Si eres uno de estos seres, eres mártir de la ley del hombre. Eres un desdichado y tu desdicha es fruto de la iniquidad del fuerte y de la injusticia del tirano, de la brutalidad del rico y del egoísmo del libertino y del avaro.
¡Animo, dolientes amados míos, porque tras este mundo de materia hay un Gran Poder, un Poder que es todo justicia, misericordia, piedad y amor!
Sois como una flor que crece a la sombra; la suave brisa llega y se lleva nuestra semilla a la luz del Sol, donde volveréis a vivir en la belleza.
Sois como el árbol desnudo que se encorva bajo las nieves del invierno. ¡Llegará la Primavera y extenderá sobre voso¬tros sus lozanas ropas verdes! ¡Y la Verdad rasgará el velo de lágrimas que oculta nuestra brisa! Yo os meto dentro de mí, afligidos hermanos míos, yo os amo y desprecio a vuestros opresores.

Gibrán Khalil Gibrán: JESÚS, EL HIJO DEL HOMBRE

GIBRÁN KHALIL GIBRÁN

JESÚS, EL HIJO DEL HOMBRE
(1928)
SANTIAGO, HIJO DE ZEBEDEO

El reinado de la Tierra

Era un día primaveral el día en que Jesús llegó a un parque de Jerusalén, y comenzó a dialogar con la multitud sobre el Reinado del Cielo.
Graves acusaciones en contra de fariseos y escribas que colocaban trampas y cavaban pozos en el sendero de quienes buscaban el Reino Celestial, apostrofándolos y recriminándolos con acritud. Entre la multitud se hallaban personas que defendían a los escribas y fariseos, y planearon. arrestar a Jesús, y a nosotros con él. Pero Jesús logró burlar sus ardides y escapar por el portal de la ciudad que mira hacia el Norte. Allí nos contempló y dijo:
-Todavía no ha llegado la hora en que me prendan. Aún tengo mucho de que hablaros, y mucho es también lo que tengo que hacer entre vosotros antes de pensar en entregarme-. -Y después añadió, su voz teñida de felicidad:-Vayamos hacia el Norte, hacia la primavera. Subid conmigo a los montes, pues el invierno ha terminado y la nieve del Líbano está cayendo hacia los valles, agregando su preludio a las sinfonías de los arroyos. Las llanuras y las viñas han alejado todo sueño, y han despertado para recibir al Sol con lujuriosos higos y frescas uvas.
Estaba siempre a la. cabeza de la columna que conformaban los suyos, todo ese día y también el siguiente. En el atardecer del tercero habíamos escalado la cima del monte Hermón. En lo alto de una meseta se detuvo a observar las aldeas esparcidas por el llano. Se le iluminó la cara, que en ese instante parecía oro bruñido. Nos tendió las manos.
-Ved cómo el suelo se ha vestido con sus verdes vestiduras -dijo- y de qué manera los arroyos han bordado sus faldas con brillante hilo de plata. La Tierra es hermosa, verdad, y todo lo que es y existe encima de ella es encantador; pero, atrás de todo lo que veis se encuentra un Reino del cual yo seré monarca y gobernante. Si podéis amar y encariñaros con el corazón iréis conmigo a ese Reino, a gobernar a mi lado. En ese lugar vuestro rostro y el mío no estarán velados; no llevarán vuestras diestras puñales ni cetros. Nuestros gobernados vivirán en la tranquilidad sin sentir hacia nosotros miedo u horror.
De esa forma habló Jesús, pero yo estaba ciego y no podía ver el Reino de esta Tierra, ni las grandiosas ciudades fortificadas y amuralladas. No moraba en mi espíritu más que una sola ansia: ir junto al Maestro hasta aquel otro Reino. En ese instante había llegado Judas Iscariote, que se puso junto a Jesús y le dijo:
-Los reinados de los seres humanos son muchos y extensos; las huestes de Salomón y de David vencerán al fin a los romanos. Si es tu deseo llegar a ser rey de los judíos, nuestras lanzas y puñales estarán a tu servicio para expulsar a los extranjeros y triunfar sobre ellos.
Al escuchar esto Jesús, su faz se indignó, y le respondió con voz estentórea y resonante:
-¡Fuera de aquí, demonio! ¡Podrás creer, por azar, que mi llegada entre las legiones de los milenios es para gobernar, un solo día, sobre un hormiguero de personas. Mi trono no llegará a tu poca inteligencia, pues quien trata de abarcar la Tierra con sus alas, no tratará de buscar un lugar de refugio en un nido abandonado y destruido! ¿Se siente honrada o enaltecida, quizás, una aldea porque sus moradores visten mortajas? Mi Reino no es de este mundo y mi trono no se erguirá sobre las calaveras de vuestros ancestros. Si anheláis un reino que no sea el Reino del Alma, más os valiera abandonarme aquí y emprender el descenso a las cuevas de vuestros muertos, donde, desde tiempos remotos, los seres de testa coronada llaman a conciliábulo en sus sepulcros, para glorificar la osamenta de vuestros antepasados. ¡Cómo te atreves a tentarme con un trono de infecta materia, cuando mi frente ansía la corona de los astros o vuestras espinas! Pero, de no ser por un sueño de un pueblo casi olvidado, no hubiera permitido que vuestro sol tuviera su aurora en mi paciencia, ni que vuestra luna refleje y alargue mi sombra en vuestro camino. De no haber sido yo un ansia pura, por la que tiritó y se emocionó el alma de una madre alba e inmaculada, me habría desembarazado de mis pañales y hubiera vuelto a lo infinito. Y de no ser por el profundo dolor que impera en las entrañas de todos vosotros, no me hubiera quedado en este lugar para sollozar y gemir. ¿Quién eres y qué es lo que deseas de mí, oh Judas Iscariote? Habrás calculado mi peso en alguna balanza para encontrarme digno de dirigir un ejército de enanos y de conducir una deforme escuadra en contra de un enemigo que no se acuartela más que en vuestras inquinas, temores. y fantasmas. Varios son los insectos que hormiguean a mis pies, pero yo los venceré. Estoy harto de sus burlas y sus chanzas, y cansado está mi espíritu de toda compasión con los animales o insectos que me consideran cobarde, porque mi camino no se encuentra entre sus murallas y fortalezas. Uno de los fines de la piedad es mi necesidad de misericordia hasta el final. ¡Oh!, cómo quisiera, si pudiera lograrlo, encaminar mis pasos en dirección a un mundo más grande, en el que moran seres muy superiores a los de este mundo; pero… ¿De qué manera podrá conseguirlo? Vuestro rey y vuestro sacerdote piden mi vida. Ya lograrán su propósito antes de encaminarme hacia ese otro mundo. No quebrantaré el curso de las Leyes ni esclavizaré a la ignorancia. Permitid que la ignorancia se cultive a sí misma hasta hartar a sus descendientes. Permitid que los ciegos lleven a los enceguecidos a la fosa. Permitid que los muertos sepulten a los cadáveres hasta que se ahogue la tierra bajo el perfume de esos amargos capullos. Mi reino no es de este mundo, no. Es y será en el lugar en el que tres de vosotros se reúnan con amor, con veneración, idolatrando a la hermosura de la vida, con felicidad y con placer ante mi recuerdo.
En el momento de terminar su discurso dirigió bruscamente su vista a donde se encontraba Judas Iscariote y lo exhortó diciéndole:
-¡Fuera de mi vista, hombre! los reinos de vosotros nunca estarán dentro del mío.
Ya era tarde. Se dirigió a nosotros y dijo:
-Vayámonos de este lugar, pues la noche ya se avecina y está casi encima de nosotros. Caminemos mientras haya luz. Descendió del monte seguido por nosotros. Bastante atrás, lejos y a la zaga, Judas nos seguía despacio. Al arribar al llano ya había anochecido. En ese instante Tomás, el hijo de Theófanos, se dirigió a Jesús diciéndole:
-Maestro, la noche está muy oscura y ninguno de nosotros llega ya a distinguir el verdadero sendero. Si lo deseas podemos ir en dirección a las luces de aquella aldea, en donde quizá podamos hallar algo de comer y un lecho.
Jesús entonces le respondió:
-Os he dirigido hacia lo alto cuando teníais apetito, pero ahora que os he llevado a la llanura vuestra necesidad se ha multiplicado. ¡Es triste que no pueda estar entre vosotros esta noche, pero es que quiero estar a solas!
Entonces se adelantó Simón Pedro y le habló:
-No nos abandones en la tiniebla de la noche; déjanos pasar esta noche a tu lado en este estrecho sendero; pues tanto la noche como sus fantasmas no harán demasiado extensa su visita si con nosotros estás; mejor aún, estaremos cómo iluminados por un Alba si con nosotros te quedas. Jesús le respondió:
-En esta noche los chacales estarán en sus cuevas y madrigueras, en sus nidos los pájaros del cielo, pero el Hijo del Hombre no hallará dónde reposar su cabeza. En verdad es mi deseo estar a solas esta noche. Pero si ese es vuestro deseo podréis, por segunda vez, encontrarme en la orilla donde os he hallado.
Lo abandonamos con el alma dolorida, pues no deseábamos irnos y dejarlo solo. A cada momento volvíamos nuestra mirada hacia el lugar donde Jesús se encontraba en la gloria de su soledad, camino al oeste. El único que quiso echar hacia atrás la cabeza, para ver al Maestro en su perfecta soledad, fue Judas Iscariote. Desde ese momento Judas se convirtió en otro, se tornó malhumorado e hipócrita. Su mirada se vio oscurecida por una densa niebla de odio, maldad y felonía.

ANA, MADRE DE MARÍA

El nacimiento de Jesús

Mi nieto nació aquí, en Nazareth, en el mes de enero. La noche del nacimiento de Jesús unos hombres que venían de Levante nos visitaron. Se trataba de unos extranjeros que habían llegado de Asdrolón con las caravanas que mercan con Egipto. Nos solicitaron hospitalidad en nuestro hogar, pues en el albergue no encontraban lugar para pasar la noche. Les di la bienvenida y les informé:
-Mi hija acaba de dar a luz un varón; vosotros, sin lugar a dudas, me disculparéis si no os hago las cumplimentaciones que merece vuestra permanencia aquí.
Me agradecieron el haberles dado hospedaje, y, luego de cenar me dijeron:
-Es nuestro deseo conocer al recién nacido.
El hijo de María era un bebé muy hermoso; ella misma era muy bella y atrayente. Ni bien los extranjeros vieron a María y a mi nieto, extrajeron de sus bolsas oro y plata y lo dejaron a los pies del niño. Luego le ofrendaron incienso y mirra y prosternándose, más tarde oraron en un idioma que no comprendimos.
En el momento de conducirlos al aposento que había preparado para que reposaran, penetraron en el mismo con un aire de recogimiento, como maravillados por lo que acababan de ver. Cuando salió el sol se marcharon para continuar su camino hacia Egipto; mas antes de partir me dijeron:
-A pesar de tener su nieto un día de edad hemos podido ver en su mirada la luz del Dios que adoramos, y hemos visto también Su sonrisa a flor de labios. Por eso, le rogamos que cuide de Él como para que Él la cuide después.
Y luego de decir esto, montaron en sus dromedarios y nunca más los hemos vuelto a ver.
En lo que respecta a María su felicidad no era, con todo, tan grande como su asombro y admiración ante su vástago. Detenía la mirada largamente sobre su rostro, y después la perdía en el horizonte, a través de la ventana, absorta como si estuviera contemplando una revelación del cielo.
El niño fue creciendo en edad y en espíritu, y se mostraba absolutamente distinto de sus compañeros de juegos, pues buscaba la soledad y no permitía que se le mandara, y nunca pude poner mis manos sobre él.
Y era muy amado por todos los habitantes de Nazareth. Luego de unos años supe el porqué y el motivo de ese cariño y apoyo. Varias veces se llevaba la comida y la regalaba a los extranjeros que pasaban, y si yo alguna vez le daba un trozo de golosina, lo ofrecía a sus compañeros sin comer de él ni siquiera un trozo.
Trepaba a los árboles frutales de nuestra huerta y le llevaba los frutos a los que no tenían en la suya. Y varias veces le he visto jugar carreras con los chicos de la aldea; cuando se daba cuenta que alguno se le había adelantado, disminuía, a propósito, la velocidad de su marcha para que pudieran ganar sus contendientes. Y cuando lo conducía por la noche a su cama para que descansara acostumbraba decir:
-Dile a mi madre y a las otras que únicamente mi cuerpo descansa, pero mi espíritu las acompaña hasta que el de ellas se asome a mi Alba.
Y muchas otras cosas más, como por ejemplo esa hermosa parábola que me contaba cuando aún era un pequeño, pero que ahora, en mi vejez, la memoria me impide acordarme con fidelidad de ella.
Hoy me han dicho que no volveré a verlo nunca, mas… ¿cómo podré creerles? Si ahora mismo sigo oyendo su risa y el eco de sus pisadas todavía resuena en el patio de nuestra casa, y si beso el rostro de mi hija percibo aún el aroma de sus besos derretirse sobre mi alma; como también siento su hermoso cuerpo flotar estrechado contra mi pecho. Mas, ¿no es cierto que es extraño que María no haya hablado nunca más de su hijo cuando yo estaba presente? Varias veces creí sentir que ella misma tenía necesidad de verlo, pero como una estatua de metal, de esa manera se inmovilizaba ella meditando ante la luz diurna, de tal forma que mi alma se derretía y corría por mi pecho como si fuera un río.
Pero, quién sabe; quizás ella sepa más que yo; y ruego al cielo que me cuente todo lo que sabe del misterio que no alcanzo a descubrir.

ASSAF, ORADOR DE TIRO

El Verbo de Jesús

¿Qué es lo que puedo hablar de su Verbo? Sin lugar a dudas, una enorme fuerza oculta dentro de él mismo llenaba sus parábolas de un encanto particular que seducía a sus oyentes. Quizá también fuera porque era bello e irradiaba simpatía. Tal vez el gentío prestaba más atención a su rostro perfecto que a sus charlas y discursos. Pero él muchas veces hablaba con la irresistible potencia de un espíritu elevado, y ese Espíritu poseía un dominio absoluto sobre todo aquel que lo estuviera escuchando.
Cuando yo era un muchacho tuve ocasión de escuchar a oradores de Roma, Atenas y Alejandría, mas el Nazareno era totalmente distinto a cualquiera de ellos. La preocupación mayor de aquéllos era ordenar las palabras en forma espectacular, mas en cuanto oyes hablar al Profeta de Nazareth, sientes que el alma se escapa de ti y sale a recorrer regiones distantes y extrañas. Él relata una historia o inculca enseñanzas con parábolas o anécdotas. En toda la historia de Siria nadie había escuchado parábolas como las de Jesús, parecía que las tejía con hilos de estaciones, igual como el tiempo trama sus tejidos con los hilos de las eras y de los milenios. Ved aquí algunos ejemplos de cómo él comenzaba generalmente sus sermones:
“Un día un labrador salió a sembrar”, o “Un hombre pudiente poseía muchos viñedos”, o “Al caer la tarde, un pastor contando sus ovejas cayó en cuenta que le faltaba una..”. Esta manera de hablar hace trasladar a sus oyentes hasta sus egos simplificados y a sus ayeres apacibles y tranquilos. En verdad cada uno de nosotros es como un agricultor, todos amamos los viñedos, y en las llanuras de nuestra memoria existe un Pastor, un rebaño y una oveja perdida.
En ese lugar también hay un Arado, una Artesa y una Era. En efecto, el Nazareno ha comprendido las fuentes de nuestro Yo más antiguo, e inspeccionado los hilos con que Dios fabricó la tela de la cual estamos hechos. Los oradores de Grecia y de Roma se han dirigido a la muchedumbre, hablándoles sobre la vida de la misma forma como la concibe el pensamiento; pero el Nazareno les habló sobre un anhelo que nace en lo profundo del espíritu. Los primeros han visto y contemplado la vida con mirada quizá más turbia que la tuya o la mía; pero el Nazareno ha visto la vida a la luz de Dios. Y varias son las ocasiones en que he pensado que hablaba a sus oyentes como si el peñasco hablara a la infinita llanura. Y en su verbo existía un empuje al que nunca hubieran llegado los discursos de los oradores atenienses y romanos.

MARÍA MAGDALENA

Sus encuentros con Jesús

Era el mes de junio cuando lo vi por vez primera. Paseaba en medio de la sementera con mis esclavas y doncellas. Jesús estaba solo. El ritmo de sus pasos resonando en el camino era distinto al de los hombres comunes; pero, movimiento igual que el de su cuerpo nunca pude ver otro parecido. Los demás hombres no poseían su forma de caminar, y aún ahora no sé si lo hacía lentamente o con rapidez. Mis esclavas y doncellas lo señalaban con el índice susurraban entre sí excitadas. Me detuve un momento y levanté mi mano en ademán de saludo, que él no contestó ni siquiera mirándome. En ese momento lo detesté y pude sentir cómo mi sangre se agostaba en mis venas por el odio que hizo presa de mí en ese instante. Me quedé fría. Temblaba, helada, igual como si me encontrara en medio de una horrible nevada. Esa noche soñé con él, y a la mañana siguiente mi camarera me contó que grité terriblemente en sueños, y no pude descansar en toda la noche.
La segunda vez que pude verlo fue en agosto. Se encontraba descansando a la sombra del ciprés que está frente al jardín de mi casa. Lo observaba a través de la ventana. Su figura irradiaba paz y majestad; parecida a esas estatuas de piedra que se ven en Antioquía y otras ciudades norteñas. En ese instante llegó una de mis doncellas, la egipcia, y me dijo:
-Ahí está otra vez ese hombre, sentado frente al jardín. Lo observé con detenimiento y se emocionó mi espíritu hasta lo más profundo de mí misma, porque era realmente hermoso. Su cuerpo era incomparable.
Todas sus líneas se habían uniformado armoniosamente, tanto que me parecieron estar enamoradas unas de otras. En ese momento me atavié con mi mejor traje damasquino para ir a hablarle. ¿Era mi soledad la que me llevó hasta él o fue el perfume de su cuerpo? ¿Acaso era la codicia de mis ojos que anhelaban la belleza, o era su belleza lo que buscaban mis ojos? Hasta hoy no lo he podido saber. Del vestido perfumado que yo llevaba, surgían mis pies calzados con las sandalias doradas que el general romano me había obsequiado, sí, eran las mismas sandalias. Y cuando hube llegado hasta él, lo saludé diciéndole:
-Buenos días.
-Buenos días, María -me respondió.
Luego me miró. Sus ojos negros vieron en mí lo que no vio hombre alguno antes que él. Ante sus miradas me sentí como desnuda y sentí vergüenza de mí misma. No habiéndome dicho, entretanto, más que ese “buenos días, María”, le dije
-¿Quieres venir a mi casa?
-¿No estoy ahora acaso en tu casa? -replicó.
No comprendí sus palabras en aquél momento, pero ahora sí que las entiendo.
-¿Quieres compartir conmigo mi vino y mi pan? -insistí.
-Sí, María, pero no ahora.
“Pero no ahora, no ahora”, así me dijo. En estas palabras había la voz del océano, del huracán y del bosque. Y cuando me las dijo, hablaron simultáneamente la Vida con la Muerte.
Acuérdate, amigo mío, y no te olvides, que yo. estaba muerta; que era una mujer que se había divorciado de sí misma y vivía lejos de este Yo que hoy ves en mí. Había sido poseída por todos los hombres sin ser de ninguno. Me llamaban mujer libertina y decían que tenía siete demonios. Todos me maldecían y todos me envidiaban; pero cuando el atardecer de sus ojos alboreó en los míos, desaparecieron y se apagaron todos los astros de mis noches y me volví María, únicamente María: una mujer que se había extraviado sobre la tierra que conocía, para luego encontrarse a sí misma en nuevos mundos. Y volví a insistir:
-Ven a mi casa y comparte mi pan y mi vino.
-¿Por qué insistes que yo sea tu huésped? -respondió.
Y le contesté:
-Te ruego que entres en mi casa.
Mientras yo le hablaba, sentía que todo lo que tenía de la tierra y del cielo se reunía en mis palabras y en mis súplicas. Entonces me observó fijamente, y sobre mi espíritu alumbró la luz de sus ojos. Y me dijo:
-Tú tienes muchos amantes, en cambio soy yo el único que te ama. Los demás hombres se aman a sí mismos a tu lado, pero yo quiero y amo tu alma. Los demás hombres ven en ti una belleza que se marchita antes de la terminación de sus años, pero la hermosura que yo veo en ti no se marchitará jamás. En el otoño de tus días no temerá aquella Belleza mirarse a sí misma en un espejo, y nadie podrá acusarla ni denigrarla. Sólo yo amo lo que es invisible en ti.
Y luego me dijo en voz baja:
-Sigue ahora tu camino, y si no quieres que yo me siente a la sombra de este ciprés tuyo, seguiré yo también el mío.
Y le supliqué llorando:
-Maestro, ven y entra en mi casa. Allí tengo incienso que quemaré ante ti, y una jofaina de plata para lavar tus pies.
Eres un extranjero, pero no lo eres aquí. Por eso te suplico que entres en mi casa.
No bien hube terminado, se levantó y me miró como cuando miran las Estaciones al campo; sonrió y me dijo nuevamente
-Todos los hombres se aman a sí mismos a tu lado, mas yo sólo te amo para tu salvación.
Dijo esto y siguió su camino; pero nadie hubiera podido caminar como él. ¿Habrá nacido en mi jardín algún soplo divino y luego se fue hacia el Levante? ¿Fue una tempestad
que vino a sacudir todas las cosas para volverlas a sus verdaderos cimientos?
No lo supe en ese entonces, -pero en aquel día el atardecer de sus ojos mató la bestia que vivía en mí. Y por eso me volví una mujer, María, María Magdalena.

FILEMÓN, BOTICARIO GRIEGO

Jesús, el príncipe de los médicos

El Nazareno era el príncipe de los médicos, tanto en su pueblo como en los pueblos aledaños. Ningún otro hombre ha conocido como él nuestros cuerpos, sus elementos y sus propiedades. Ha curado a mucha gente de muchas y extrañas enfermedades que ni los griegos ni los egipcios conocían. Dicen que ha resucitado a los muertos. No importa que esto sea o no verdad; el hecho es que él manifiesta su fuerza, porque todas las cosas y acontecimientos importantes no pueden ser atribuidos sino a aquel que toma a su cargo cosas de tanta magnitud e importancia.
Dicen también que Jesús ha visitado la India, Asiria y Babilonia, y que los sacerdotes de aquellas regiones le habían enseñado sus ciencias ocultas y la sabiduría que está escondida en las profundidades nuestras. Pero… ¡quién sabe! Tal vez los dioses se lo hayan revelado directamente, sin intermedio de los sacerdotes, pues lo que los dioses ocultan a todos los hombres, durante muchos siglos, a menudo lo revelan en un solo instante a un solo hombre, tanto que si Apolo pasara su mano sobre el corazón de un humilde desconocido, lo volvería hecho un sabio y un gran señor.
Muchas puertas se han abierto ante los hijos de Tiro y del Tibet. Allí había muchas puertas que estaban cerradas y selladas, y, sin embargo, se abrieron al paso de este hombre que consiguió penetrar en el Templo del Alma, que es el cuerpo, y descubrir los espíritus malignos que conspiran contra nuestras fuerzas y nuestro valor, separándolos de los espíritus bondadosos que tejen sus hilos en la quietud y calma de sus horas.
A mi forma de ver, Jesús curaba los enfermos por medio de la oposición y la resistencia, porque ese sistema empleado por él no era conocido entre nuestros filósofos. Sorprendía a la fiebre con su tacto glacial y la ahuyentaba; y los órganos inutilizados se volvían sanos ante la fuerza de su serenidad maravillosa.
Sí; el Nazareno ha descubierto la savia pasajera en la corteza de nuestro árbol carcomido y marchito, pero ¿cómo llegó a tocar aquella savia con sus dedos? No lo sé. También alcanzó a descubrir el acero puro cubierto por la oxidación; pero ningún ser humano nos puede explicar cómo libró a la espada de su óxido y le devolvió el brillo.
Muchas veces se me ocurrió creer que él llegaba hasta los males más hondos que padecen todos los seres que viven bajo del sol, mitigando esos dolores, fortificando y ayudando a aquellos seres, no sólo con su sabiduría, sino señalando el camino de su propia fuerza para levantarse y despojarse de sus dolores sanos y curados.
Y no obstante eso, jamás se ocupó de su propio poder como médico. Toda su atención estaba concentrada en las cuestiones religiosas y políticas de este país. Y esto me hace sufrir porque, antes que nada, debemos ser sanos de cuerpo. Pero estos sirios, cuando son atacados por algún mal, no buscan su panacea, sino más bien se entregan a las discusiones y a las polémicas especulativas y teológicas. Y su mayor desgracia es que su más grande médico renunció a su útil profesión y prefirió ser orador en la plaza pública.

SIMÓN PEDRO

Cómo fue llamado, con su hermano, por Jesús

Estaba yo a la orilla del lago cuando vi por vez primera a Jesús, mi Maestro y Señor. Mi hermano Andrés estaba conmigo y los dos andábamos pescando. Las olas estaban embravecidas y agitadísimas, y debido al mal estado del tiempo nuestra pesca era muy exigua. Nos encontrábamos transidos por el dolor que traspasaba nuestros corazones. De repente se detuvo Jesús frente a nosotros como si hubiera, en ese momento, llegado de la nada; por cuanto no lo vimos venir de ningún lado. Luego nos llamó a cada uno por su nombre y dijo:
-Si me seguís os conduciré a una ensenada -cerca de la costa de abundante pesca.
Cuando lo miré, la red se escapó de mis manos, porque una luz alumbró mi interior y lo reconocí; pero mi hermano Andrés le dijo:
-Nosotros conocemos todas las abras de estas orillas; también sabemos que en estos días muy ventosos los peces buscan las profundidades, donde no pueden llegar nuestras redes.
A lo que contestó Jesús:
-Seguidme, pues, a las orillas del mar Mayor y os haré pescadores de los hombres, y vuestras redes jamás se retirarán vacías.
Entonces abandonamos nuestra barca y nuestras redes y lo seguimos; reas yo le seguí guiado por una fuerza invisible que le acompañaba. Caminaba yo a su lado sin respirar, inundado por el asombro, mientras mi hermano Andrés venía detrás, no menos admirado y maravillado. Y mientras caminábamos sobre las arenas cobré ánimo y le dije:
-Señor, yo y mi hermano te seguiremos, y a donde tú vayas te acompañaremos; si es tu deseo visitar nuestra casa esta noche, ésta se llenaría de bendiciones. Sólo comerías platos frugales y sencillos. Mas,, si entras en nuestra choza la convertirías en palacio, y si compartes nuestro pan, seremos envidiados por todos los príncipes de la tierra.
Y respondió Jesús:
-Sí, seré vuestro huésped esta noche.
Mi corazón se alegró hondamente al oír sus palabras. Así lo hemos seguido en silencio hasta llegar a la. casa. Cuando pisamos el umbral, Jesús dijo:
-La paz sea en esta morada y con sus habitantes.
Luego entró y lo seguimos. Una vez dentro de la casa fue agasajado por mi mujer, mi suegra y mi hija. Todas se prosternaron delante de él y besaron los bordes de su manto. ¡Estaban maravilladas por tan honroso hospedaje al Señor, el Elegido que vino a dormir bajo nuestro techo! También porque ellas lo conocieron en el Jordán, cuando Juan el Bautista reveló su poder a la multitud. De inmediato, mi esposa y mi suegra se dieron a la tarea de preparar la cena.
En cuanto a mi hermano Andrés, de naturaleza tímido y vergonzoso, su fe en Jesús era más honda que la mía.
Mi hija, que a la sazón tenía doce años, se colocó junto a Jesús y lo cogió de un pliegue de su manto, temiendo que nos dejara para volver a emprender viaje bajo el cielo oscuro.
Se había aferrado a él como un cordero que ha encontrado su buen pastor. Y a la hora de la cena nos sentamos a la mesa todos juntos. Tomó en sus manos el pan, y luego de haber servido el vino nos miró y dijo:
-Amigos míos, bendecidme y acompañadme en esta comida, tanto como nuestro Padre nos ha bendecido al otorgárnosla.
Dijo todo esto antes de probar un solo bocado, porque de este modo quiso respetar las antiguas costumbres y las tradiciones, que hacían del huésped querido un señor de la casa.
Y cuando estuvimos sentados a la mesa, sentimos en lo más profundo de nuestro ser hallarnos sentados en el banquete de un gran rey.
Mi hija Petronila, la inocente pequeñuela, miraba extasiada la cara del Señor y seguía con atención los movimientos de sus manos y sus ademanes. Una nube de lágrimas empañaba sus ojos. Y cuando Jesús se hubo levantado de la mesa, salió seguido por todos nosotros y se ubicó debajo del gran parral. Mientras nos hablaba, nosotros lo escuchábamos con los corazones hondamente emocionados.
Nos habló de la segunda venida del Hijo del Hombre, de las puertas del cielo que en ese entonces se abrirá, y de los ángeles cuando bajan trayendo la paz y la alegría a todos los hombres, y cuando se elevan llevando a Dios sus anhelos y sus ansias.
En esa circunstancia me miró en los ojos y con su mirada llegó hasta lo más hondo de mi ser y dijo:
-Te he elegido junto con tu hermano y es preciso que me sigáis. Habéis trabajado mucho hasta el cansancio; ahora os haré descansar. Llevad mi yugo y aprended de mí, por cuanto mi alma desbórdase de paz, y en él hallarán vuestras almas su patria y sus necesidades cumplidas.
Al terminar estas palabras nos pusimos de pie y dije: -Maestro, te seguiremos hasta el fin del mundo, y si nuestra carga es pesada cual una montaña, la llevaremos en nuestro camino del cielo, aceptándola gustosos y satisfechos. Y luego mi hermano:
-Maestro, queremos ser hilos entre tus manos y en tu telar, para que hagas de nosotros cuando quieras, un lienzo que usarás en tu divino manto.
Después alzó mi mujer su cabeza y exclamó, mientras surcaban sus mejillas lágrimas de alegría:
-¡Bendito seas tú que vienes en nombre de Dios! ¡Bendito sea el Vientre que te concibió y el Pecho que te amamantó! Mi hija estaba echada a sus pies, abrazándolos contra su pecho; empero mi suegra, sentada en el umbral de la puerta, estaba callada; pero lloraba en su silencio, mojando así su manto. Jesús llegó hasta ella y alzándole la cabeza la miró en los ojos y le dijo:
-Tú eres la madre de todos estos amigos. Ahora que lloras de alegría, yo sabré guardar tus lágrimas en mis recuerdos.
En esa hora vimos asomar la bella luna; Jesús la miró detenidamente y nos dijo:
-Larga fue nuestra velada. Retiraos a vuestros lechos y que Dios vele vuestros sueños y vuestro reposo. En cuanto a mí, quiero permanecer bajo este parral hasta que nazca el día. Hoy he tirado mi red y pescado dos hombres, lo que me conforma y satisface. Que paséis buena noche.
Mi suegra le dijo
-Señor, te hemos preparado el lecho, ruego entres y descanses.
A lo que respondió Jesús:
-La verdad te digo que -necesito reposo; pero no bajo ningún techo. Dejadme dormir esta noche bajo el dosel de la viña y la luz de las estrellas. Y ahora hasta siempre.
Se apresuró mi suegra para sacar y preparar el lecho afuera. Era un colchón, una almohada y un cobertor. Jesús la miró dulcemente y dijo:
-Descansaré sobre un lecho que se hizo dos veces. Entonces lo dejamos solo y entramos en la casa. Mi hija fue la última en entrar. Lo miraba con insistencia hasta que cerró la puerta.
Así he conocido a mi Rabí y Señor por primera vez, y no obstante haber esto pasado hace muchos años, lo recuerdo como si hubiera sido hoy.

CAIFÁS, SUMO SACERDOTE

Lo hemos matado con la conciencia serena y pura

Es indispensable, al hablar de este hombre Jesús, de su vida y de su muerte, recordar dos realidades irrefutables: la conservación del Torá en nuestras manos y la salvación del Estado, para que permanezca en las fuertes manos de los romanos. Ese hombre constituía un peligro para nosotros y para Roma. Ha envenenado al pueblo ingenuo y cándido, y lo ha conducido, mediante un sortilegio admirable, a rebelarse contra el César y contra nosotras.
Hasta mis esclavos, hombres y mujeres, al oírlo hablar en la plaza pública, se llenaron de ideas subversivas y se tornaron muy díscolos y disconformes. Muchos de ellos abandonaron mi casa y regresaron al desierto de donde vinieron.
El Torá es la base de nuestra fuerza y la cúspide de nuestro triunfo. Ningún hombre puede destruirnos mientras en nuestras manos tengamos esta fuerza invicta, como ninguno puede reducir a escombros a Jerusalén, cuyas murallas y paredes están levantadas sobre las viejas rocas que con sus propias manos colocó David.
Si es necesario que la sementera de Ibrahim crezca y fructifique, nada más justo que esta tierra permanezca pura; y ese hombre Jesús trataba de mancillarla incitando a la rebelión. Es por eso que lo hemos muerto, cargando, a conciencia, con toda la responsabilidad. Y así mataremos a todo aquel que ose violar la ley de Moisés o profanar nuestro sagrado patrimonio.
Nosotros, juntamente con Pilatos, hemos advertido al pueblo el peligro que había en ese hombre, y vimos que era prudente poner fin a su vida. Mas ahora estoy poniendo todo el poder que está a mi alcance para castigar a sus discípulos, de igual manera como lo hice con él, para así destruir sus enseñanzas y su doctrina.
Si el judaísmo quiere sobrevivir, es necesario entonces reducir a polvo a quien lo persiga, y antes de que muera el judaísmo cubriría mi blanca cabeza con cenizas, igual que el profeta Samuel; rompería este manto y esta dalmática santa que he heredado de Harón; y me pondría el cilicio hasta el fin de mi vida.

JONÁS, MUJER DEL GUARDIA DE HERODES

Los hijos

Jesús no era casado y no se casó jamás; pero era amigo y defensor de las mujeres. Las comprendió tal como debieron comprenderlas todos los hombres en el Amor puro.
Amaba a los niños tal como debieron los hombres haberlos amado, con la fe y la comprensión. En sus ojos había la ternura del padre, el cariño del hermano y la abnegación del hijo. Tomaba a un niñito y, al colocarlo sobre sus rodillas, decía:
-En este niño se encuentra vuestra fuerza y vuestra libertad; con él formaréis el reino del Espíritu.
Dicen que Jesús desdeñaba la ley de Moisés y perdonaba a las pecadoras de Jerusalén y de los países adyacentes. En aquel tiempo yo misma era pecadora a los ojos de la gente porque amé a un hombre que no era mi esposo. Era un saduceo. Un día llegaron los saduceos hasta mi hogar, hallándose mi amante conmigo; me prendieron y me encarcelaron. Cuando fueron en busca de mi amante éste había desaparecido dejándome sola. Después de un tiempo me condujeron a la plaza pública, en donde Jesús enseñaba a la multitud. Me llevaron a su presencia, con el propósito deliberado de tentarlo y prepararle una artimaña, mas Jesús no me juzgó; por el contrario, avergonzó a mis acusadores y los llenó de reproches. Después me ordenó que me fuera en paz.
Después de aquella escena, todos los frutos insulsos de la vida cobraron sabor en mi boca. Y las rosas que nunca tuvieron aroma perfumaron mi corazón.
Y fui una mujer a quien nunca volvieron a acosar los malos pensamientos. Y me sentí libre, y jamás volví a bajar ante nadie mi frente.

REBECA

Novia de Caná

Sucedió esto antes que lo hubiera conocido el pueblo. Estaba en el jardín de mi madre, cuidando las flores, cuando Jesús se detuvo frente a nuestro portal y dijo:
-Tengo sed. ¿Quieres, muchacha, darme de beber de tu pozo?
Corrí adentro y luego de haber llenado de agua una copa de plata, vertí en ella unas gotas del ánfora de esencia de jazmín. Aplacó su sed y vi que estaba satisfecho. Luego me miró a los ojos y dijo:
-Vengan a ti mis bendiciones.
Cuando dijo eso sentí la sensación de un viento llegar de las alturas y vibrar todo mi cuerpo. -Perdí mi timidez, cobré ánimo y le dije:
-Soy ¡oh, mi Señor!, la prometida de un joven de Caná, de Galilea. En el cuarto día de la semana entrante me desposaré con él. ¿Quieres asistir a mi boda y de esa manera bendecir con tu presencia mi matrimonio?
A lo que me contestó:
-Sí, hija mía, asistiré.
No olvidaré nunca esas palabras: “¡hija mía!” Era él joven y yo frisaba los veinte años. Luego siguió su camino; en tanto yo permanecía en el portón del jardín, hasta que escuché la voz de mi madre que me llamaba.
En el día cuarto de la semana siguiente fui conducida por mi familia a la casa de mi novio, y allí me entregaron a él.
Y vino Jesús junto a su madre y su hermano Santiago. Se ubicaron alrededor de la mesa con los demás invitados, en el momento que las mozas de Galilea, las compañeras de mi mocedad, entonaban las canciones que para la boda de las vírgenes compuso el rey Salomón.
Jesús comía de nuestros platos, bebía nuestro vino y sonreía a todos los presentes, oía las canciones que el amante dedicaba a su amada a la hora que la acompañaba a su cabaña; los cánticos y coplas alegres del joven viñatero que amó a la hija del dueño de las viñas y la llevó a la casa de su madre; los poemas del príncipe que, locamente enamorado de la pobre campesina, la coronaba con la diadema y el cetro de sus padres. Creo también que escuchaba otras canciones; pero desde mi sitio de novia no podía oír ni precisar bien.
Al declinar la tarde vino el padre de mi novio y susurró al oído de la madre de Jesús las siguientes palabras:
-Ya no nos queda vino para nuestros huéspedes, y el día de la boda aún no ha concluido.
Oyó Jesús lo que a su madre fue dicho en secreto y respondió:
-El copero sabe que todavía hay en los jarrones bastante vino para beber.
Y así fue en verdad, pues hubo vino en abundancia durante toda la noche. Entonces comenzó Jesús a hablar. Nos habló de los milagros de la Tierra y del Cielo. Nos explicó el misterio de las flores del Cielo que abren sus pétalos cuando la noche se cierra sobre la Tierra; y de las rosas que florecen cuando los luceros se ocultan en la luz del día. Nos enseñó con parábolas y ejemplos y nos relató cuentos. Su dulce voz conmovía los corazones de todos los oyentes, y cuando lo mirábamos profundamente en los ojos, nos parecía que veíamos visiones del Cielo, y nos olvidábamos de los manjares y de las canciones. Y mientras yo lo escuchaba me sentía en una tierra extraña y distante.
Pasado un momento, dijo un comensal al padre de mi novio
-Has dejado el mejor vino para el final del banquete de boda, y no todos lo hacen así.
Todos los presentes en la casa se convencieron y creyeron en un milagro, y bebieron al finalizar el festín mejor vino que al comienzo.
Yo también creí en la maravilla del vino que Jesús hizo, mas no me asombré, porque en su voz escuchaba muchos milagros y muchas maravillas. Y así me acompañó su voz, desde aquella vez hasta el nacimiento de mi primogénito.
Y todavía la gente de nuestra aldea y pueblos cercanos recuerda las palabras de aquel querido huésped, diciendo constantemente
-El Espíritu de Jesús el Nazareno es mejor y más añejo que cualquier vino.

UN FILÓSOFO PERSA EN DAMASCO

Las deidades de antes y de ahora

Yo no puedo predecir lo que mañana será de ese hombre. Tampoco podré pronosticar lo que sucederá a sus discípulos, porque la semilla oculta en el corazón de la manzana es un árbol invisible, pero si esa semilla cae sobre una roca, no podrá germinar.
Por eso digo que el antiguo Israel es cruel y desconoce la piedad; por ello debe buscarse para Israel una nueva divinidad; un dios dulce y clemente que lo trate con piedad y ternura; un dios que descienda con los rayos del sol y camine por sus estrechos senderos, en reemplazo de esa deidad suya, ya envejecida, sentada eternamente sobre el trono de su tribunal, pesando errores y midiendo culpas.
Israel necesita un dios de quien la envidia no haya conocido ningún camino a su corazón, y en cuyo recuerdo no se hayan registrado las faltas y las culpas de su pueblo. Un dios que no se vengue de su pueblo castigando a los hijos por culpas de los padres hasta la tercera y cuarta generación.
El hombre de Siria es igual que su hermano de cualquier lugar. Se mira en el espejo de sus conocimientos y allí encuentra a su dios. Crea los dioses a su imagen y semejanza, y adora lo que sobre su faz refleja la imagen. Pero el ser humano, en verdad, ora a sus ansias lejanas para que se despierten y se cumplan todos sus deseos. En el cosmos no hay cosa más profunda que el alma del hombre. El alma es la hondura que se busca a sí misma, porque en ella no hay otra voz que hable ni otros oídos que oigan.
Nosotros mismos, en Persia observamos nuestras caras en el disco del sol y vemos nuestros cuerpos danzando en el fuego que encendemos en nuestros altares. Es por esa razón que el Dios de Jesús, que él llamó Padre, no será extraño en medio del pueblo de este Maestro. Por ello creo que satisfará sus anhelos.
Las divinidades de Egipto han arrojado las piedras que llevaban a cuestas y huyeron al desierto de Nubia, para vivir libres entre los que aún viven libres de conocimientos.
El Sol de los Dioses de Grecia y Roma marcha hacia su crepúsculo. Ellos eran muy parecidos a los hombres en cuyos pensamientos y meditaciones no pudieron vivir. Y el bosque
a cuya sombra ha nacido su magia, lo talaron las hachas de los atenienses y alejandrinos.
También en esta tierra vemos que los de altos sitiales bajan de sus elevados rangos para confundirse con la humildad y la modestia de los legisladores de Beirut y los ermitaños de Antioquía. Tú no ves más que los ancianos y mujeres decrépitas ir caminando a los templos de sus padres y abuelos; sólo buscan el comienzo del sendero aquellos que se extraviaron en su final.
Pero este hombre Jesús, este prodigioso nazareno, ha hablado de un dios que cabe en todas las almas y cuya sabiduría se elevó hasta escapar a todo castigo, y cuyo amor se sublimó tanto que rehuye nombrar los pecados de sus criaturas.
Y el dios de ese nazareno pasará por el umbral de todos los hijos de la tierra y se sentará a su lado, cerca del hogar, y será una bendición dentro de sus casas y luz en sus caminos.
Mas yo tengo un dios que es el dios de Zoroastro. Un dios que es sol en el cielo, fuego sobre la tierra y luz en el regazo del hombre. Me conformo con él, y fuera de él no necesito otra deidad.

DAVID, CORRELIGIONARIO DE JESÚS

Jesús práctico

No llegué a comprender el sentido de sus sermones hasta después de habernos dejado. No entendí nada de sus parábolas hasta que ellas cobraron forma ante mis ojos, naciendo, por reacción propia, en cuerpos que ahora escoltan las legiones de mis días.
He aquí lo que me ha sucedido: una noche estaba sentado en mi casa, pensando y recordando en éxtasis sus palabras y actos para registrarlos en el Libro de mi vida, cuando en ese instante entraron tres ladrones. No obstante percibir su presencia no pude levantarme e ir a su encuentro esgrimiendo la espada, ni preguntarles: “¿qué hacéis aquí?”, porque estaba invadido por la Fe y por el Espíritu, que se mantenían hondamente en mi meditación.
Continué escribiendo mis memorias sobre el Maestro, y cuando los ladrones se hubieron retirado, recordé sus palabras: “A quien te pidiere tu capa, dale tu vestidura también”. Y las entendí…
Cuando estaba registrando sus ejemplos y sus parábolas, no había en la tierra una persona capaz de interrumpir mi labor, aún a costa de perder todos mis bienes, porque no obstante el interés natural que tengo en protegerlos y defenderme, sabía en qué lugar se hallaba aquel otro Gran Tesoro.

LUCAS

Los hipócritas

Despreció Jesús a todos los hipócritas y los recriminó duramente. Su ira contra ellos caía cual rayo fulminante. En sus oídos, la voz de Él era como un trueno cuyo estampido hacía temblar los corazones. Pidieron su muerte por el miedo espantoso que le tenían. Eran como topos; trabajaban en sus oscuras cuevas conspirando contra su vida, pero Él jamás se dejó caer en sus trampas y ardides; se compadecía de su ignorancia, por cuanto sabía que no podían burlarse del Espíritu ni encaminarse al abismo.
Tomaba en sus manos un espejo y desde su fondo veía a los perezosos, los cojos, los desafortunados y los caídos a la orilla del camino rumbo a su tumba. Y tuvo compasión de todos, y su anhelo era elevarlos hasta su cabeza y cargarse con sus fardos. Sí; varias veces ha querido que sus debilidades y flaquezas se apoyaran sobre su brazo fuerte y firme.
En sus fallos no era tan severo contra el impostor, el ladrón y el homicida, tanto como en sus juicios contra los hipócritas, que enmascaraban sus rostros y ocultaban sus manos; con éstos era implacable, muy severo y terminante. En tantas ocasiones me puse a pensar en aquel corazón que recibía con toda

Gibrán Khalil Gibrán: EL PROFETA

Gibrán Khalil Gibrán
EL PROFETA
(1923)

El Profeta

Almustafá, el elegido y bienamado, el que era un amanecer en su propio día, había esperado doce años en la ciudad de orfalese la vuelta del barco que debía devolverlo a su isla natal.
A los doce años, en el séptimo día de Yeleol, el mes de las cosechas, subió a la colina, más allá de los muros de la ciudad, y contempló él mar. Y vio su barco llegando con la bruma.
Se abrieron, entonces, de par en par las puertas de su corazón y su alegría voló sobre el océano. Cerró los ojos y oró en los silencios de su alma.
Sin embargo, al descender de la colina, cayó sobre él una profunda tristeza, y pensó así, en su corazón. ¿Cómo podría partir en paz y sin pena? No; no abandonaré esta ciudad sin una herida en el alma.
Largos fueron los días de dolor que pasé entre sus muros y largas fueron las noches de soledad y, ¿quién puede separarse sin pena de su soledad y su dolor?
Demasiados fragmentos de mi espíritu he esparcido por estas calles y son muchos los hijos de mi anhelo que marchan desnudos entre las colinas. No puedo abandonarlos sin aflicción y sin pena.
No es una túnica la que me quito hoy, sino mi propia piel, que desgarro con mis propias manos.
Y no es un pensamiento el que dejo, sino un corazón, endulzado por el hambre y la sed.
Pero, no puedo detenerme más.
El mar, que llama todas las cosas a su seno, me llama y debo embarcarme.
Porque el quedarse, aunque las horas ardan en la noche, es congelarse y cristalizarse y ser ceñido por un molde. Desearía llevar conmigo todo lo de aquí, pero, ¿cómo lo haré?
Una voz no puede llevarse la lengua y los labios que le dieron alas. Sola debe buscar el éter.
Y sola, sin su nido, volará el águila cruzando el sol. Entonces, cuando llegó al pie de la colina, miró al mar otra vez y vio a su barco acercándose al puerto y, sobre la proa, los marineros, los hombres de su propia tierra.
Y su alma los llamó, diciendo:
Hijos de mi anciana madre, jinetes de las mareas; ¡cuántas veces habéis surcado mis sueños! Y ahora llegáis en mi vigilia, que es mi sueño más profundo.
Estoy listo a partir y mis ansias, con las velas desplegadas,, esperan el viento.
Respiraré otra vez más este aire calmo, contemplaré otra vez tan sólo hacia atrás, amorosamente.
Y luego estaré con vosotros, marino entre marinos. Y tú, inmenso mar, madre sin sueño.
Tú que eres la paz y la libertad para el río y el arroyo. Permite un rodeo más a esta corriente, un murmullo más a esta cañada.
Y luego iré hacia ti, como gota sin límites a un océano sin límites.

Y, caminando, vio a lo lejos cómo hombres abandonaban sus campos y sus viñas y se encaminaban apresuradamente hacia las puertas de la ciudad.
Y oyó sus voces llamando su nombre y gritando de lugar a lugar, contándose el uno al otro de la llegada de su barco. Y se dijo a sí mismo:
¿Será el día de la partida el día del encuentro? ¿Y será mi crepúsculo, realmente, mi amanecer?
¿Y, qué daré a aquel que dejó su arado en la mitad del surco, o a aquel que ha detenido la rueda de su lagar?
¿Se convertirá mi corazón en un árbol cargado de frutos
que yo recoja para entregárselos?
¿Fluirán mis deseos como una fuente para llenar sus copas?
¿Será un arpa bajo los dedos del Poderoso o una flauta a través de la cual pase su aliento?
Buscador de silencios soy ¿qué tesoros he hallado en ellos que pueda ofrecer confiadamente?
Si es este mi día de cosecha ¿en qué campos sembré la semilla y en qué estaciones, sin memoria?
Si esta es, en verdad, la hora en que levante mi lámpara, no es mi llama la que arderá en ella.
Oscura y vacía levantaré mi lámpara.
Y el guardián de la noche la llenará de aceite y la encenderá.
En palabras decía estas cosas. Pero mucho quedaba sin decir en su corazón. Porque él no podía expresar, su más profundo secreto.
Y, cuando entró en la ciudad, toda la gente vino a él, llamándolo a voces.
Y los viejos se adelantaron y dijeron:
No nos dejes.
Has sido un mediodía en nuestros crepúsculo y tu juventud nos ha dado motivos para soñar.
No eres un extraño entre nosotros; no eres un huésped, sino nuestro hijo bienamado.
Que no sufran aún nuestros ojos el hambre de su rostro.

Y los sacerdotes y las sacerdotisas le dijeron:
No dejes que las olas del mar nos separen ahora, ni que los años que has pasado aquí se conviertan en un recuerdo. Has caminado como un espíritu entre nosotros y tu sombra ha sido una luz sobre nuestros rostros.
Te hemos amado mucho. Nuestro amor no tuvo palabras y con velos ha estado cubierto.
Pero ahora clama en alta voz por ti y ante ti se descubre. Siempre ha sido verdad que él amor no conoce su hondura hasta la hora de la separación.
Y vinieron otros también a suplicarle. Pero él no les respondió. Inclinó la cabeza y aquellos que estaban a su lado vieron cómo las lágrimas caían sobre su pecho.
El y la gente se dirigieron, entonces, hacia la gran plaza ante el templo.

Y salió del santuario una mujer llamada Almitra. Era una profetisa.
Y él la miró con enorme ternura, porque fue la primera que lo buscó y creyó en él cuando tan sólo había estado un día en la ciudad.
Y ella lo saludó, diciendo:
Profeta de Dios, buscador de lo supremo; largamente has escudriñado las distancias buscando tu barco.
Y ahora tu barco ha llegado y debes irte.
Profundo es tu anhelo por la tierra de tus recuerdos y por el lugar de tus mayores deseos y nuestro amor no te atará, ni nuestras necesidades detendrán tu paso.
Pero sí te pedimos que antes de que nos dejes, nos hables y nos des tu verdad.
Y nosotros la daremos a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos, y así no perecerá.
En tu soledad has velado durante nuestros días y en tu vigilia has sido el llanto y la risa de nuestro sueño. Descúbrenos ahora ante nosotros mismos y dinos todo lo que existe entre el nacimiento y la muerte, como te ha sido mostrado.
Y él respondió:
Pueblo de Orfalese ¿de qué puedo yo hablar sino de lo que aún ahora se agita en vuestras almas?

El Amor

Dijo Almitra: Háblanos del Amor.

Y él levantó la cabeza, miró a la gente y una quietud descendió sobre todos. Entonces, dijo con gran voz:
Cuando el amor os llame, seguidlo.
Y cuando su camino sea duro y difícil.
Y cuando sus alas os envuelvan, entregaos. Aunque la espada entre ellas escondida os hiriera.
Y cuando os hable, creed en él. Aunque su voz destroce nuestros sueños, tal cómo el viento norte devasta los jardines.

Porque, así como el amor os corona, así os crucifica.
Así como os acrece, así os poda.
Así como asciende a lo más alto y acaricia vuestras más tiernas ramas, que se estremecen bajo el sol, así descenderá hasta vuestras raíces y las sacudirá en un abrazo con la tierra.

Como trigo en gavillas él os une a vosotros mismos.
Os desgarra para desnudaros.
Os cierne, para libraros de vuestras coberturas.
Os pulveriza hasta volveros blancos.
Os amasa, hasta que estéis flexibles y dóciles.
Y os asigna luego a su fuego sagrado, para que podáis convertiros en sagrado pan para la fiesta sagrada de Dios.

Todo esto hará el amor en vosotros para que podáis conocer los secretos de vuestro corazón y convertiros, por ese conocimiento, en un fragmento del corazón de la Vida.

Pero si, en vuestro miedo, buscáreis solamente la paz y el placer del amor, entonces, es mejor que cubráis vuestra desnudez y os alejéis de sus umbrales.
Hacia un mundo sin primaveras donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas.
El amor no da nada más a sí mismo y no toma nada más que de sí mismo.
El amor no posee ni es poseído.
Porque el amor es suficiente para el amor.

Cuando améis no debéis decir: “Dios está en mi corazón”, sino más bien: “Yo estoy en el corazón de.Dios.”
Y pensad que no podéis dirigir el curso del amor porque él si os encuentra dignos, dirigirá vuestro curso.

El amor no tiene otro deseo que el de realizarse.
Pero, si amáis y debe la necesidad tener deseos, que vuestros deseos sean éstos:
Fundirse y ser como un arroyo que canta su melodía a la noche.
Saber del dolor de la demasiada ternura.
Ser herido por nuestro propio conocimiento del amor. Y sangrar voluntaria y alegremente.
Despertarse al amanecer con un alado corazón y dar gracias por otro día de amor.
Descansar al mediodía y meditar el éxtasis de amar. Volver al hogar con gratitud en el atardecer.
Y dormir con una plegaria por el amado en el corazón y una canción de alabanza en los labios.

El Matrimonio

Entonces, Almitra habló otra vez: ¿Qué nos diréis sobre el Matrimonio, Maestro?

Y él respondió, diciendo:

Nacisteis juntos y juntos para siempre.
Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte esparzan vuestros días.
Sí; estaréis juntos aun en la memoria silenciosa de Dios. Pero dejad que haya espacios en vuestra cercanía.
Y dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros. Amaos el uno al otro, pero no hagáis del arnor una atadura.
Que sea, más bien, un mar movible entre las costas de vuestras almas.
Llenaos uno al otro vuestras copas, pero no bebáis de una sola copa.
Daos el uno al otro de vuestro pan, pero no comáis del mismo trozo.
Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea independiente.
Las cuerdas de un laúd están solas, aunque tiemblen con la misma música.
Dad vuestro corazón, pero no para que vuestro compañero lo tenga.
Porque sólo la mano de la Vida puede contener los corazones.
Y estad juntos, pero no demasiado juntos. Porque los pilares del templo están aparte.
Y, ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble.

Los niños

Y una mujer que sostenía un niño contra su seno pidió: Háblanos de los niños.

Y él dijo:

Vuestros hijos no son hijos vuestros.
Son los hijos y las hijas de la Vida, deseosa de sí misma. Vienen a través vuestro, pero no vienen de vosotros.
Y, aunque están con vosotros, no os pertenecen.

Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos.
Porque ellos tienen sus propios pensamientos.
Podéis albergar sus cuerpos, pero no sus almas.
Porque sus almas habitan en la casa del mañana que vosotros no podéis visitar, ni siquiera en sueños.
Podéis esforzaros en ser como ellos, pero no busquéis el hacerlos como vosotros.
Porque la vida no retrocede ni se entretiene con el ayer. Vosotros sois el arco desde el que vuestros hijos, como flechas vivientes, son impulsados hacia delante.
El Arquero ve el blanco en la senda del infinito y os doblega con Su poder para que Su flecha vaya veloz y lejana. Dejad, alegremente, que la mano del Arquero os doblegue. Porque, así como El ama la flecha que vuela, así ama también el arco, que es estable.

El dar

Entonces, un hombre rico dijo: Háblanos del dar.

Y él contestó:

Dais muy poca cosa cuando dais de lo que poseéis.
Cuando dais algo de vosotros mismos es cuando realmente dais.
¿Qué son vuestras posesiones sino cosas que atesoráis por miedo a necesitarlas mañana?
Y mañana, ¿qué traerá el mañana al perro que, demasiado previsor, entierra huesos en la arena sin huellas mientras sigue a los peregrinos hacia la ciudad santa? ¿Y qué es el miedo a la necesidad sino la necesidad misma?
¿No es, en realidad, el miedo a la sed, cuando el manantial está lleno, la sed inextinguible?

Hay quienes dan poco de lo mucho que tienen y lo dan buscando el reconocimiento y su deseo oculto malogra sus regalos.
Y hay quienes tienen poco y lo dan todo.
Son éstos los creyentes en la vida y en la magnificencia de la vida y su cofre nunca está vacío.

Hay quienes dan con alegría y esa alegría es su premio.
Y hay quiénes dan con dolor y ese dolor es su bautismo.
Y hay quienes dan y no saben del dolor de dar, ni buscan la alegría de dar, ni dan conscientes de la virtud de dar.
Dan como, en el hondo valle, da el mirto su fragancia al espacio.
A través de las manos de los que como esos son, Dios habla y, desde el fondo de sus ojos, El sonríe sobre la tierra.

Es bueno dar algo cuando ha sido pedido, pero es mejor dar sin demanda, comprendiendo.
Y, para la mano abierta, la búsqueda de aquel que recibirá es mayor goce que el dar mismo.
¿Y hay algo, acaso, que podáis guardar? Todo lo que tenéis será dado algún día.
Dad, pues, ahora que la estación de dar es vuestra y no de vuestros herederos.

Decís a menudo: “Daría, pero sólo al que lo mereciera.” Los árboles en vuestro huerto no dicen así, ni lo dicen los rebaños en vuestra pradera.
Ellos dan para vivir, ya que guardar es perecer.
Todo aquel que merece recibir sus días y sus noches, merece, seguramente, de vosotros todo lo demás.
Y aquel que mereció beber el océano de la vida, merece llenar su copa en vuestro pequeño arroyo.
¿Y cuál será mérito mayor que el de aquel que da el valor y la confianza -no la caridad- del recibir?
¿Y quiénes sois vosotros para que los hombres os muestren su seno y os descubran su orgullo para que así veáis sus merecimientos desnudos y su orgullo sin confusión?
Mirad primero si vosotros mismos merecéis dar y ser un instrumento del dar.
Porque, a la verdad, es la vida la que da a la vida, mientras que vosotros, que os creéis dadores, no sois sino testigos.

Y vosotros, los que recibís -y todos vosotros sois de ellos- no asumáis el peso de la gratitud, si no queréis colocar un yugo sobre vosotros y sobre quien os da.
Eleváos, más bien, con el dador en su dar como en unas alas.
Porque exagerar vuestra deuda es dudar de su generosidad, que tiene el libre corazón de la tierra como madre y a Dios como padre.

El comer y el beber

Entonces, un viejo que tenía una posada dijo: Háblanos del comer y del beber.

Y él respondió:

Ojalá pudiérais vivir de la fragancia de la tierra y, como planta del aire, ser alimentados por la luz.
Pero, ya que debéis matar para comer y robar al recién nacido la leche de su madre para apagar vuestra sed, haced de ello un acto de adoración.
Y haced que vuestra mesa sea un altar en el que lo puro y lo inocente, el buque y la pradera sean sacrificados a aquello que es más puro y aún inocente que el hombre.
Cuando matéis un animal, decidle en vuestro corazón: “El mismo poder que te sacrifica, me sacrifica también; yo seré también destruido.
La misma ley que te entrega en mis manos me entregará a mí en manos más poderosas.
Tu sangre y mi sangre no son otra cosa que la savia que alimenta el árbol del cielo.”

Y, cuando mordáis una manzana, decidle en vuestro corazón:
“Tus semillas vivirán en mi cuerpo.
Y los botones de tu mañana florecerán en mi corazón. Y tu fragancia será mi aliento.
Y gozaremos juntos a través de todas las estaciones.”
Y, en el otoño, cuando reunáis las uvas de vuestras vides para el lagar, decid en vuestro corazón:
“Yo soy también una vid y mi fruto será llevado al lagar. Y, como vino nuevo será guardado en vasos eternos.”
Y, en el invierno, cuando sorbáis el vino, que haya en vuestro corazón un canto para cada copa.
Y que haya en ese canto un recuerdo para los días otoñales y para la vid y para el lagar.

El trabajo

Entonces, dijo el labrador: Háblanos del trabajo.

Y él respondió, diciendo:

Trabajáis para seguir el ritmo de la tierra y del alma de la tierra.

Porque estar ocioso es convertirse en un extraño en medio de las estaciones -y salirse de la procesión de la vida, que marcha en amistad y sumisión orgullosa hacia el infinito.

Cuando trabajáis, sois una flauta a través de cuyo corazón el murmullo de las horas se convierte en música.
¿Cuál de vosotros querrá ser una caña silenciosa y muda cuando todo canta al unísono?

Se os ha dicho siempre que el trabajo es una maldición y la labor una desgracia.
Pero yo os digo que, cuando trabajáis, realizáis una parte del más lejano sueño de la tierra, asignada a vosotros cuando ese sueño fue nacido.
Y, trabajando, estáis, en realidad, amando a la vida.
Y amarla, a través del trabajo, es estar muy cerca del más recóndito secreto de la vida.
Pero si, en vuestro dolor, llamáis al nacer una aflicción y al soportar la carne una maldición escrita en vuestra frente, yo os responderé que nada más que el sudor de vuestra frente lavará lo que está escrito.

Se os ha dicho también que la vida es oscuridad y, en vuestra fatiga, os hacéis eco de la voz del fatigado.
Y yo os digo que la vida es, en verdad, oscuridad cuando no hay un impulso.
Y todo impulso es ciego cuando no hay conocimiento. Y todo saber es vano cuando no hay trabajo.
Y todo trabajo es vacío cuando no hay amor.
Y cuando trabajáis con amor, os unís con vosotros mismos, y con los otros, y con Dios.
¿Y qué es trabajar con amor?
Es tejer la tela con hilos extraídos de vuestro corazón como si vuestro amado fuera a usar esa tela.
Es construir una casa con afecto, como si vuestro amado fuera a habitar en ella.
Es plantar semillas con ternura y cosechar con gozo, como si vuestro amado fuera a gozar del fruto.
Es infundir en todas las cosas que hacéis el -aliento de vuestro propio espíritu.
Y saber que todos los muertos benditos se hallan ante vosotros observando.

He oído a menudo decir, como si fuera en sueños: “El que trabaja en mármol y encuentra la forma de su propia alma en la piedra es más noble que el que labra la tierra.”
“Aquel que se apodera del arco iris para colocarlo en una tela transformada en la imagen de un hombre es más que el que hace las sandalias para nuestros pies.”
Pero, yo digo, no en sueños, sino en la vigilia del mediodía, que el viento no habla más dulcemente a los robles gigantes que a la menor de las hojas de la hierba.
Y solamente es grande el que cambia la voz del viento en una canción, hecha más dulce por-u propio amor.
El trabajo es el amor hecho visible.
Y si no podéis trabajar con amor, sino solamente con disgusto, es mejor que dejéis vuestra tarea y os sentéis a la puerta del templo y recibáis limosna de los que trabajan gozosamente.
Porque, si horneáis el pan con indiferencia estáis horneando un pan amargo que no calma más que a medias el hambre del hombre.
Y si refunfuñáis al apretar las uvas, vuestro murmurar destila un veneno en el vino.
Y si cantáis, aunque fuera como los ángeles, y no amáis el cantar, estáis ensordeciendo los oídos de los hombres para las voces del día y las voces de la noche.

La Alegría y el Dolor

Entonces, dijo una mujer: Háblanos de la Alegría y del Dolor.

Y él respondió:

Vuestra alegría es vuestro dolor sin máscara.
Y la misma fuente de donde brota vuestra risa fue muchas veces llenada con vuestras lágrimas.
Y ¿cómo puede ser de otro modo?
Mientras más profundo cave el dolor en vuestro corazón, más alegría podréis contener.
¿No es la copa que guarda vuestro vino la misma copa que estuvo fundiéndose en el horno del alfarero?
¿Y’ no es el laúd que apacigua vuestro espíritu la misma madera que fue tallada con cuchillos?
Cuando estéis contentos, mirad en el fondo de vuestro corazón y encontraréis que es solamente lo que,os produjo dolor, lo que os da alegría.
Cuando estéis tristes, mirad de nuevo en vuestro corazón y veréis que estáis llorando, en verdad, por lo que fue vuestro deleite.

Algunos de vosotros decís: “La alegría es superior al dolor” y otros: “No, el dolor es más grande.”
Pero yo os digo que son inseparables.
Vienen juntos y, cuando uno de ellos se sienta con vosotros a vuestra mesa, recordad que el otro está durmiendo en vuestro lecho.
En verdad, estáis suspensos, como fiel de balanza, entre vuestra alegría y vuestro dolor.
Sólo cuando vacíos estáis quietos y equilibrados.
Cuando el tesorero os levanta para pesar su oro y su plata, es necesario que vuestra alegría o vuestro dolor suban o bajen.

Gibrán Khalil Gibrán – El loco

Gibrán Khalil Gibrán

EL LOCO
(1918)

Me preguntáis como me volví loco. Así sucedió:
Un día, mucho antes de que nacieran los dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que me habían robado todas mis máscaras -si; las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que llevé en siete vidas distintas-; corrí sin máscara por las calles atestadas de gente, gritando:
-¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!
Hombres y mujeres se reían de mí, y al verme, varias personas, llenas de espanto, corrieron a refugiarse en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de pie en la azotea de su casa, señalándome gritó:
-Miren! ¡Es un loco!
Alcé la cabeza para ver quién gritaba, y por vez primera el sol besó mi desnudo rostro, y mi alma se inflamó de amor al sol, y ya no quise tener máscaras. Y como si fuera presa de un trance, grité:
-¡Benditos! ¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!
Así fue que me convertí en un loco.
Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser.
Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón.

DIOS

En los días de mi más remota antigüedad, cuando el temblor primero del habla llegó a mis labios, subí a la montaña santa y hablé a Dios, diciéndole:
-Amo, soy tu esclavo. Tu oculta voluntades mi ley, y te obedeceré por siempre jamás.
Pero Dios no me contestó, y pasó de largo como una potente borrasca.
Y mil años después volví a subir a la montaña santa, y volví a hablar a Dios, diciéndole:
-Creador mío, soy tu criatura. Me hiciste de barro, y te debo todo cuanto soy.
Y Dios no contestó; pasó de largo como mil alas en presuroso vuelo.
Y mil años después volví a escalar la montaña santa, y hablé a Dios nuevamente, diciéndole:
-Padre, soy tu hijo. Tu piedad y tu amor me dieron vida, y mediante el amor y la adoración a ti heredaré tu Reino. Pero Dios no me contestó; pasó de largo como la niebla que tiende un velo sobre las distantes montañas.
Y mil años después volví a escalar la sagrada montaña, y volví a invocar a Dios, diciéndole:
-¡Dios mío!, mi supremo anhelo y mi plenitud, soy tu ayer y eres mi mañana. Soy tu raíz en la tierra y tú eres mi flor en el cielo; junto creceremos ante la faz del sol.
Y Dios se inclinó hacia mí, y me susurró al oído dulces palabras. Y como el mar, que abraza al arroyo que corre hasta él, Dios me abrazó.
Y cuando bajé a las planicies, y a los valles vi que Dios también estaba allí.

AMIGO MÍO

Amigo mío… yo no soy lo que parezco. Mi aspecto exterior no es sino un traje que llevo puesto; un traje hecho cuidadosamente, que me protege de tus preguntas, y a ti, de mi
negligencia.
El “yo” que hay en mí, amigo mío, mora en la casa del silencio, y allí permanecerá para siempre, inadvertido, inabordable.
No quisiera que creyeras en lo que digo ni que confiaras en lo que hago, pues mis palabras no son otra cosa que tus propios pensamientos, hechos sonido, y mis hechos son tus propias esperanzas en acción.
Cuando dices: “El viento sopla hacia el oriente”, digo: “Sí, siempre sopla hacia el oriente”; pues no quiero que sepas entonces que mi mente no mora en el viento, sino en el mar.
No puedes comprender mis navegantes pensamientos, ni me interesa que los comprendas. Prefiero estar a solar en el mar.
Cuando es de día para tí, amigo mío, es de noche para mí; sin embargo, todavía entonces hablo de la luz del día que danza en las montañas, y de la sombra purpúrea que se abre paso por el valle; pues no puedes oír las canciones de mi oscuridad, ni puedes ver mis alas que se agitan contra las estrellas, y no me interesa que oigas ni que veas lo que pasa en mí; prefiero estar a solas con la noche.
Cuando tú subes a tu Cielo yo desciendo a mi infierno. Y aún entonces me llamas a través del golfo infranqueable que nos separa: ” ¡Compañero! ¡Camarada!” Y te contesto:
” ¡Compañero! ¡Camarada!, porque no quiero que veas mi Infierno. Las llamas te cegarían, y el humo te ahogaría. Y me gusta mi Infierno; lo amo al grado de no dejar que lo visites. Prefiero estar solo en mi Infierno.
Tu amas la Verdad, la Belleza y lo Justo, y yo, por complacerte, digo que está bien, y simulo amar estas cosas. Pero en el fondo de mi corazón me río de tu amor por estas entidades. Sin embargo, no te dejo ver mi risa: prefiero reír a solas.
Amigo mío, eres bueno, discreto y sensato; es más: eres perfecto. Y yo, a mi vez, hablo contigo con sensatez y discreción, pero… estoy loco. Sólo que enmascaro mi locura. Prefiero estar loco, a solas.
Amigo mío, tú no eres mi amigo. Pero, ¿cómo hacer que lo comprendas? Mi senda no es tu senda y, sin embargo, caminamos juntos, tomados de la mano.

EL ESPANTAPÁJAROS

-Debes de estar cansado de permanecer inmóvil en este solitario campo- dije en día a un espantapájaros.
-La dicha de asustar es profunda y duradera; nunca me cansa- me dijo.
Tras un minuto de reflexión, le dije:
-Es verdad; pues yo también he conocido esa dicha. -Sólo quienes están rellenos de paja pueden conocerla -me dijo.
Entonces, me alejé del espantapájaros, sin saber si me había elogiado o minimizado.
Transcurrió un año, durante el cual el espantapájaros se convirtió en filósofo.
Y cuando volví a pasar junto a él, vi que dos cuervos habían anidado bajo su sombrero.

LAS SONÁMBULAS

En mi ciudad natal vivían una mujer y sus hija, que caminaban dormidas.
Una noche, mientras el silencio envolvía al mundo, la mujer y su hija caminaron dormidas hasta que se reunieron en el jardín envuelto en un velo de niebla.
Y la madre habló primero:
– ¡Al fin! -dijo-. ¡Al fin puedo decírtelo, mi enemiga! ¡A ti, que destrozaste mi juventud, y que has vivido edificando tu vida en las ruinas de la mía! ¡Tengo deseos de matarte!
Luego, la hija habló, en estos términos:
– ¡Oh mujer odiosa, egoísta .y vieja! ¡Te interpones entre mi libérrimo ego y yo! ¡Quisieras que mi vida fuera un eco de tu propia vida marchita! ¡Desearías que estuvieras muerta!
En aquel instante cantó el gallo, y ambas mujeres despertaron.
-¿Eres tú, tesoro? -dijo la madre amablemente.
-Sí; soy yo, madre querida -respondió la hija con la misma amabilidad.

EL PERRO SABIO

Un día, un perro sabio pasó cerca de un grupo de gatos. Y viendo el perro que los gatos parecían estar absortos, hablando entre sí, y que no advertían su presencia, se detuvo a escuchar lo que decían.
Se levantó entonces, grave y circunspecto, un gran gato, observó a sus compañeros.
-Hermanos -dijo-, orad; y cuando hayáis orado una y otra vez, y vuelto a orar, sin duda alguna lloverán ratones del cielo.
Al oírlo, el perro rió para sus adentros, y se alejó de los gatos, diciendo:
-¡Ciegos e insensatos felinos! ¿No está escrito, y no lo he sabido siempre, y mis padres antes que yo que lo que llueve cuando elevamos al Cielo súplicas y plegarias son huesos, y no ratones?

LOS DOS ERMITAÑOS

En una lejana montaña vivían dos ermitaños que rendían culto a Dios y que se amaban uno al otro.
Los dos ermitaños poseían una escudilla de barro que constituía su única posesión.
Un día, un espíritu malo entró en el corazón del ermitaño más viejo, el cual fue a ver al más joven.
-Hace ya mucho tiempo que hemos vivido juntos -le dijo-. Ha llegado la hora de separarnos. Por tanto, dividamos nuestras posesiones.
Al oírlo, el ermitaño más joven se entristeció.
-Hermano mío -dijo-, me causa pesar que tengas que dejarme. Pero si es necesario que te marches, que así sea. Y fue por la escudilla de barro, y se la dio a su compañero, diciéndole
-No podemos repartirla, hermano; que sea para ti.
-No acepto tu caridad -replicó el otro-. No tomaré sino lo que me pertenece. Debemos partirla.
El joven razonó:
-Si rompemos la escudilla, ¿de qué nos servirá a ti o a mí? Si te parece, propongo que la juguemos a suerte.
Pero el ermitaño persistió en su empeño.
-Sólo tomaré lo que en justicia me corresponde, y no confiaré la escudilla ni mis derechos a la suerte. Debe partirse la escudilla.
El ermitaño más joven, viendo que no salían razones, dijo:
-Está bien: si tal es tu deseo, y si te niegas a aceptar la escudilla, rompámosla y repartámosla.
Y entonces el rostro del ermitaño más viejo se descompuso de ira, y gritó:
– ¡Ah, maldito_ cobarde! no te atreves a pelear, ¿eh?

DEL DAR Y EL RECIBIR

Había una vez un hombre que poseía todo un valle lleno de agujas. Y un día, la madre de Jesús acudió a aquel hombre y le dijo:
-Amigo mío, la túnica de mi hijo se rasgó, y tengo que remendársela antes de que salga para el templo. ¿Quieres darme una de tus agujas?
Pero, en vez de darle la aguja, aquel hombre pronunció un erudito discurso acerca Del dar y del recibir, para que María se lo repitiera a su Hijo antes de que éste saliera para el templo.

LOS SIETE EGOS

En la hora más silente de la noche, mientras estaba yo acostado y dormitando, mis siete egos sentáronse en rueda a conversar en susurros, en estos términos:
Primer Ego: -He vivido aquí, en este loco, todos estos años, y no he hecho otra cosa que renovar sus penas de día y reavivar su tristeza de noche. No puedo soportar más mi destino, y me rebelo.
Segundo Ego: -Hermano, es mejor tu destino que el mío, pues me ha tocado ser el ego alegre de este loco. Río cuando está alegre y canto sus horas de dicha, y con pies alados danzo sus más alegres pensamientos. Soy yo quien se rebela contra tan fatigante existencia.
Tercer Ego: – ¿Y de mi qué decís, el ego aguijoneado por el amor, la tea llameante de salvaje pasión y fantásticos deseos? Es el ego enfermo de amor el que debe rebelarse contra este loco.
Cuarto Ego: -El más miserable de todos vosotros soy yo, pues sólo me tocó en suerte el odio y las ansias destructivas. Yo, el ego tormentoso, el que nació en las negras cuevas del infierno, soy el que tiene más derecho a protestar por servir a este loco.
Quinto Ego: -No; yo soy, el ego pensante, el ego de la imaginación, el que sufre hambre y sed, el condenado a vagar sin descanso en busca de lo desconocido y de lo increado… soy yo, y no vosotros, quien tiene más derecho a rebelarse.
Sexto Ego: -Y yo, el ego que trabaja, el agobiado trabajador que con pacientes manos y ansiosa mirada va modelando los días en imágenes y va dando a los elementos sin forma contornos nuevos y eternos… Soy yo, el solitario, el que más motivos tiene para rebelarse contra este inquieto loco.
Séptimo Ego: – ¡Qué extraño que todos os rebeléis contra este hombre por tener a cada uno de vosotros una misión prescrita de antemano! ¡Ah! ¡Cómo quisiera ser uno de vosotros, un ego con un propósito y un destino marcado! Pero no; no tengo un propósito fijo: soy el ego que no hace nada; el que se sienta en el mudo y vacío espacio que no es espacio y en el tiempo que no es tiempo, mientras vosotros os afanáis recreándoos en la vida. Decidme, vecinos, ¿quién debe rebelarse: vosotros o yo?
Al terminar de hablar el Séptimo Ego, los otros seis lo miraron con lástima, pero no dijeron nada más; y al hacerse la noche más profunda, uno tras otro se fueron a dormir, llenos de una nueva y feliz resignación.
Sólo el Séptimo Ego permaneció despierto, mirando y atisbando a la Nada, que está detrás de todas las cosas.

LA GUERRA

Una noche, hubo fiesta en palacio, y un hombre llegó a postrarse ante el príncipe; todos los invitados se quedaron mirando al recién llegado, y vieron que le faltaba un ojo, y que la cuenca vacía sangraba. Y el príncipe le preguntó a aquel hombre:
-¿Qué te ha sucedido?
– ¡Oh príncipe! -respondió el hombre-, mi profesión es ser ladrón, y esta noche, como no hay luna, fui a robar la tienda del cambista, pero mientras subía y entraba por la ventana cometí un error, y entré en la tienda del tejedor, y en la oscuridad tropecé con el telar del tejedor, y perdí un ojo. Y ahora, ¡oh príncipe! suplico justicia contra el tejedor.
El príncipe mandó traer al tejedor y, al llegar éste al palacio, el soberano decretó que le vaciaran un ojo.
– ¡Oh príncipe! -dijo el tejedor-, el decreto es justo. No me quejo de que me hayan sacado un ojo. Sin embargo, ¡ay de mí!, necesitaba yo los dos ojos para ver los dos lados de la tela que hago. Pero tengo un vecino de oficio zapatero, que tiene los dos ojos sanos, y en su trabajo no necesita los dos ojos…
El príncipe entonces, envió por el zapatero. Y éste acudió, y le sacaron un ojo.
¡Y se hizo justicia!

LA ZORRA

Al amanecer, una zorra miró su sombra, y se dijo:
-Hoy almorzaré un camello. -Y pasó toda la mañana buscando camellos. Pero al mediodía volvió a mirar su sombra, y se dijo: -Bueno… me conformaré con un ratón.

EL REY SABIO

Había una vez, en la lejana ciudad de Wirani, un rey que gobernaba a sus súbditos con tanto poder como sabiduría. Y le temían por su poder, y lo amaban por su sabiduría.
Había también un el corazón de esa ciudad un pozo de agua fresca y cristalina, del que bebían todos los habitantes; incluso el rey y sus cortesanos, pues era el único pozo de la ciudad.
Una noche, cuando todo estaba en calma, una bruja entró en la ciudad y vertió siete gotas de un misterioso líquido en el pozo, al tiempo que decía:
-Desde este momento, quien beba de esta agua se volverá loco.
A la mañana siguiente, todos los habitantes del reino, excepto el rey y su gran chambelán, bebieron del pozo y enloquecieron, tal como había predicho la bruja.
Y aquel día, en las callejuelas y en el mercado, la gente no hacía sino cuchichear:
-El rey está loco. Nuestro rey y su gran chambelán perdieron la razón. No podemos permitir que nos gobierne un rey loco; debemos destronarlo.
Aquella noche, el rey ordenó que llenaran con agua del pozo una gran copa de oro. Y cuando se la llevaron, el soberano ávidamente bebió y pasó la copa a su gran chambelán, para que también bebiera.
Y hubo un gran regocijo en la lejana ciudad de Wirani, porque el rey y el gran chambelán habían recobrado la razón.

AMBICIÓN

Una vez sentáronse a la mesa de una taberna tres hombres. Uno de ellos era tejedor, el otro carpintero, y el tercero sepulturero.
-Hoy vendí una fina mortaja de lino en dos monedas de oro -dijo el tejedor-. Por tanto, bebamos todo el vino que nos plazca.
-Y yo -dijo el carpintero-, vendí mi mejor ataúd. Además del vino, que nos traigan un suculento asado.
-Yo sólo cavé una tumba -dijo el sepulturero-, pero mi amo me pagó el doble. Que nos traigan también pasteles de miel.
Y durante toda aquella noche hubo gran movimiento en la taberna, pues los tres amigos a menudo pedían más vino, carne y pasteles. Y estaban muy contentos.
Y el tabernero se frotaba las manos, sonriendo a su mujer, pues los huéspedes gastaban espléndidamente.
Al salir los tres amigos de la taberna la luna ya estaba en lo alto; iban caminando los tres felices cantando y gritando. El tabernero y su mujer parados a la puerta de la taberna, miraron complacidos a sus huéspedes.
– ¡Ah! – ¡qué caballeros tan generosos y alegres! -exclamó la mujer-. Ojalá que nos trajeran suerte y todos los días fueran así; nuestro hijo no tendría que trabajar de tabernero, ni tendría que afanarse tanto: podríamos darle una buena educación, para que fuera sacerdote.

EL NUEVO PLACER

Anoche inventé un nuevo placer. y me disponía a probarlo por vez primera cuando un ángel y un demonio llegaron presurosos a mi casa. Ambos se encontraron en mi puerta y disputaron acerca de mi placer recién creado; uno de los dos gritaba:
-¡Es un pecado!
Y el otro, en igual tono aseguraba: – ¡Es una virtud!

EL OTRO IDIOMA

A los tres días de nacido, mientras yacía en mi cuna forrada de seda, mirando con asombrada desilusión el nuevo mundo que me rodeaba, mi madre dijo a mi nodriza: -¿Cómo está mi hijo?
-Muy bien, señora -mi nodriza le contestó-, lo he alimentado tres veces, y nunca he visto a un niño tan alegre, no obstante lo tierno que es.
Y yo me indigné, y lloré, exclamando
-No es verdad, madre: porque mi lecho es duro, la leche que he succionado es amarga, y el olor del pecho es desagradable a mi nariz, y soy muy desgraciado.
Pero mi madre no me comprendió, ni la nodriza; pues el idioma en que había yo hablado era el del mundo del que yo procedía.
Y cuando cumplí veintiún días de vida, mientras me bautizaban, el sacerdote le dijo a mi madre:
-Debe usted ser muy feliz, señora, de que su hijo haya nacido cristiano.
Me asombré mucho al oír aquello, y le dije al sacerdote:  -en ese caso, la madre de usted, no está en el Cielo, debe ser muy infeliz, pues usted no nació cristiano.
Pero el sacerdote tampoco entendió mi idioma.
Y siete lunas después, cierto día, un adivino me miró y le dijo a mi madre:
-Su hijo será un estadista, y un gran líder de los hombres.
-¡Falso! -grité yo-. Esa es una falsa profecía; porque yo seré músico, y nada más que músico!
Y tampoco en esa ocasión y teniendo yo esa edad entendían mi idioma, lo cual me asombraba mucho.
Y después de treinta y tres años, durante los cuales han muerto ya mi madre, mi nodriza y el sacerdote (la sombra de Dios proteja sus espíritus), sólo sobrevive el adivino. Ayer lo vi cerca de la entrada del templo, y mientras conversábamos, me dijo:
-Siempre supe que serías músico; que llegarías a ser un gran músico. Eras muy pequeño cuando profeticé tu futuro.
Y le creí, pues ahora yo también he olvidado el idioma de aquel otro mundo.

LA GRANADA

Una vez, mientras vivía yo en el corazón de una granada, oí que una semilla decía;
-Algún día me convertiré en un árbol, y cantará el viento en mis ramas, y el sol danzará en mis hojas, y seré fuerte y hermoso en todas las estaciones.
Luego, otra semilla habló, y dijo: -Cuando yo era joven, como tú ahora, yo también pensaba así; pero ahora que puedo ponderar mejor todas las cosas, veo que mis esperanzas eran vanas.
Y una tercera semilla se expresó así: -No veo en nosotras nada que prometa tan brillante futuro.
Y una cuarta semilla dijo: – ¡Pero que ridícula sería nuestra vida, sin la promesa de un futuro mejor!
La quinta semilla opinó: -.¿Para qué disputar acerca de lo que seremos, si ni siquiera sabemos lo que somos?
Pero la sexta semilla replicó: -Seamos lo que seamos, lo seremos siempre.
Y la séptima semilla comentó: -Tengo una idea muy clara acerca de cómo serán las cosas en lo futuro, pero no la puedo expresar con palabras.
Y luego habló una octava semilla, y una novena, y luego una décima, y luego muchas, hasta que todas hablaban a un tiempo y no pude distinguir nada de lo que decían todas esas voces.
Así pues, aquel mismo día me mudé al corazón de un membrillo, donde las semillas son escasas y casi mudas.

LAS DOS JAULAS

En el jardín de mi padre hay dos jaulas. En una está encerrado un león, que los esclavos de mi padre trajeron del desierto de Ninavah; en la otra vive un gorrión que no canta. Al amanecer, todos los días, el gorrión le dice al león: -Buenos días, hermano prisionero.

LAS TRES HORMIGAS

Tres hormigas se encontraron en la nariz de un hombre que estaba tendido, durmiendo al sol. Y después de saludarse cada hormiga a la manera y usanza de su propia tribu, se detuvieron allí, a conversar.
-Estas colinas y estas llanuras -dijo la primera hormiga- son las más áridas que he visto en mi vida; he buscado todo el día algún grano, y no he encontrado nada.
-Yo tampoco he encontrado nada -comentó la segunda hormiga- aunque he visitado todos los escondrijos. Esta es, supongo, la que llama mi gente la blanda tierra móvil donde no crece nada.
-Amigas mías -dijo la tercera hormiga, alzando la cabeza-, estamos paradas ahora en la nariz de la Suprema Hormiga, la poderosa e infinita Hormiga, cuyo cuerpo es tan grande que no podemos verlo, cuya sombra es tan vasta que no podemos abarcar, cuya voz es tan potente que no podemos oírla; y esta Hormiga es omnipresente.
Al terminar la tercera hormiga de decir esto, las otras dos se miraron, y rieron.
En ese momento el hombre se movió, y en su sueño alzó la mano para rascarse la nariz, y aplastó a las tres hormigas.

EL SEPULTURERO

Una vez, mientras yo estaba enterrando a uno de mis egos, se acercó a mí el sepulturero, para decirme:
-De todos los que vienen aquí a enterrar a sus egos muertos, sólo tú me eres simpático.
-Me halagas mucho -le repliqué-; pero, ¿por qué te inspiro tanta simpatía?
-Porque todos llegan aquí llorando -me contestó el sepulturero-, y se van llorando; sólo tú llegas riendo, y te marchas riendo, cada vez.

EN LA ESCALINATA DEL TEMPLO

Ayer tarde, en la escalinata de mármol del templo vi a una mujer sentada entre dos hombres. Una de las mejillas de la mujer estaba pálida, y la otra, sonrojada.

LA CIUDAD BENDITA

Era yo muy joven cuando me dijeron que en cierta ciudad todos sus habitantes vivían con apego a las Escrituras.
Y me dije: “Buscaré esa ciudad y la santidad que en ella se encuentra”. Y aquella ciudad quedaba muy lejos de mi patria. Reuní gran cantidad de provisiones para el viaje, y emprendí el camino. Tras cuarenta días de andar divisé a lo lejos la ciudad, y al día siguiente entré en ella.
Pero, ¡oh sorpresa! vi que todos los habitantes de esa ciudad sólo tenían un ojo y una mano. Me asombró mucho aquello, y me dije: “¿Por qué tendrán los habitantes de esta santa ciudad sólo un ojo, y sólo una mano?”
Luego, vi que también ellos se asombraban, pues les maravillaba que yo tuviera dos manos y dos ojos. Y como hablaban entre sí y comentaban mi aspecto, les pregunté:
-¿Es esta la Ciudad Bendita, en la que todos viven con apego a las Escrituras?
-Sí, esta es la Ciudad, Bendita -me contestaron. Y añadí-; ¿Qué desgracia os ha ocurrido, y qué sucedió a vuestros ojos derechos y a vuestras manos derechas?
Toda la gente parecía conmovida.
-Ven; y observa por ti mismo -me dijeron.
Me llevaron al templo, que estaba en el corazón de la ciudad. Y en el templo vi una gran cantidad de manos y ojos, todos secos.
-¡Dios mío! -pregunté-, ¿qué inhumano conquistador ha cometido esta crueldad con vosotros?
Y hubo un murmullo entre los habitantes. Uno de los más ancianos dio un paso al frente, y me dijo:
-Esto lo hicimos nosotros mismos: Dios nos ha convertido en conquistadores del mal que había en nosotros.
Y me condujo hasta un altar enorme; todos nos siguieron. Y aquel anciano me mostró una inscripción grabada encima del altar. Leí: “Si tu ojo derecho peca, arráncalo y apártalo de ti; porque es preferible que uno de tus miembros perezca, a que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha peca, córtatela y apártala de ti, porque es preferible que uno de tus miembros perezca, a que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno”.
Entonces comprendí: Y me volví hacia el pueblo congregado, y grité: “¿No hay entre vosotros ningún hombre, ninguna mujer con dos ojos y dos manos?”
Me contestaron: “No; nadie; sólo quienes son aún demasiado jóvenes para leer las Escrituras y comprender su mandamiento”.
Y al salir del templo inmediatamente abandoné aquella Ciudad Bendita, pues no era yo demasiado joven, y sí sabía leer las Escrituras.

EL DIOS BUENO Y EL DIOS MALO

El Dios Bueno y el Dios Malo se entrevistaron en la cima de la montaña.
-Buenos días, hermano -dijo el Dios Bueno. El Dios Malo no contestó el saludo.
Y el Dios Bueno prosiguió: -Estás hoy de mal humor.
-Si -dijo el Dios Malo-, porque últimamente me confunden contigo, me llaman por tu nombre y me tratan como si fuera tú, y esto me desagrada mucho.
–Pues has de saber que también a mi me han llamado por tu nombre -dijo el Dios Bueno.
Al oir esto, el Dios Malo siguió su camino, y se fue maldiciendo la estupidez de los hombres.

DERROTA

Derrota, mi derrota, mi soledad y mi aislamiento: Para mí eres más valiosa que mil triunfos,
Y más dulce para mi corazón que toda la gloria mundanal.
Derrota, mi derrota, mi conocimiento de mi mismo y mi desafío.
Tú me has enseñado que soy joven aún y de pies ligeros y a no dejarme engañar por laureles vanos.
Y en ti he encontrado la dicha de estar solo Y la alegría de ser alejado y despreciado.
Derrota, mi derrota, mi fulgurante espada y mi escudo:
En tus ojos he leído que ser entronizado es ser esclavizado, y que ser comprendido es ser derribado. Y que ser apresado es llegar a la propia madurez Y como un fruto maduro, caer y ser objeto de consumo.
Derrota, mi derrota, mi audaz compañera:
Oirás mis cantos, mis gritos y silencios, y nadie mas que tú me hablará del batir de las alas. De la impetuosidad de los mares. Y de montañas que arden en la noche.
Y sólo tú escalarás mi inclinada y rocosa alma. Derrota, mi derrota, mi valor indómito inmortal. Tú y yo reiremos juntos con la tormenta.
Y juntos cavaremos tumbas para todo lo que muere en nosotros. Y hemos de erguirnos al sol, como una sola voluntad. Y seremos peligrosos.

LA NOCHE Y EL LOCO

Soy como tú, ¡oh Noche!, oscuro y desnudo; camino por la flameante senda que está por encima de mis sueños diurnos, y siempre que mi planta toca la tierra brota de ella un roble.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues aún te vuelves a ver cuán grande es la huella de tus pasos en la arena.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, silente y profundo, y en el corazón de mi soledad yace una diosa en trabajo de parto; y en el ser que de ella está naciendo el Cielo toca al infierno.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues te estremeces aún antes de sentir el dolor, y el canto del abismo te aterroriza.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, salvaje y terrible; pues mis oídos perciben los gritos de naciones conquistadas y suspiros de olvidadas tierras.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues aún consideras a tu pequeño ego un compañero, y no puedes ser amigo de tu monstruoso ego.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, cruel y terrible, pues mi pecho está alumbrado por barcos que arden en el mar, y mis labios están húmedos de sangre de guerreros degollados.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues aún está en tí el anhelo de encontrar a tu alma gemela, y no has llegado a ser ley para ti mismo.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, gozoso y alegre; pues quien mora en mi sombra está ahora ebrio de vino virgen, y quien me sigue va pecando con regocijo.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues tu alma está envuelta en el velo de los siete pliegues, y no llevas en la mano el corazón.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, paciente y apasionado; pues en mi pecho están enterrados mil amantes muertos, envueltos en sudarios de marchitos besos.
Loco, ¿de veras piensas que eres como yo? ¿Te pareces a mí? ¿Puedes cabalgar en la tempestad como un potro salvaje, y asir el relámpago cual si fuera una espada?
-Sí; como tú, ¡oh Noche!, como tú, soy poderoso y alto, y mi trono se asienta sobre montañas de dioses caídos; y también ante mí desfilan los días para besar la orla de mi veste, sin atreverse a mirarme al rostro.
-¿Piensas que eres como yo, tú, el hijo de mi más oscuro corazón? ¿Puedes pensar mis indómitos pensamientos y hablar mi vasto lenguaje?
-Sí; somos hermanos gemelos, ¡oh Noche!; pues tú revelas el espacio, y yo revelo mi alma.

ROSTROS

He visto un rostro con mil semblantes, y un rostro que tenía sólo un semblante, como si estuviera contenido en un molde inmutable.
He visto un rostro cuyo brillo podía ver a través de la fealdad que lo cubría, y un rostro cuyo brillo tuve que apartar, para ver cuán hermoso era.
He visto un viejo rostro lleno de arrugas de la nada, y un rostro lozano en el que estaban grabadas todas las cosas. Conozco todos los rostros, porque los veo a través de la urdimbre que mis ojos van tejiendo, y miro la realidad que está detrás del tejido.

EL MAR MAYOR

Mi alma y yo fuimos a bañarnos al gran mar. Y al llegar a la playa, empezamos a buscar un sitio solitario y escondido.
Pero mientras caminábamos por la playa vimos a un hombre sentado en una roca gris, que tomaba de un saco puñados de sal y los arrojaba al mar.
-Este es el pesimista -dijo mi alma-. Vámonos de aquí, pues no podemos bañarnos en presencia del pesimista. Seguimos caminando, hasta llegar a una caleta; allí vimos, de pie en una roca blanca, a un hombre que llevaba un cofre enjoyado, del que tomaba azúcar para arrojarla al mar.
-Y este es el optimista -dijo mi alma-, tampoco él debe ver nuestros cuerpos desnudos.
Seguimos caminando. Y en otro lugar de la playa vimos a un hombre que tomaba con la mano peces muertos, y los devolvía al agua.
-Tampoco podemos bañarnos enfrente de este hombre -dijo mi alma-, pues este es el filántropo.
Y seguimos nuestro camino.
Luego nos encontramos a un hombre que trazaba el contorno de su sombra en la arena. Llegaban grandes olas y borraban el trazo; sin embargo, aquel hombre seguía una y otra vez dibujando su sombra.
-Este es el místico -dijo mi alma-. Apartémonos de él.
Y seguimos caminando, hasta que en otra calmada ensenada vimos a otro hombre, que recogía espuma del mar y la vertía en un vaso de alabastro.
-Este es el idealista -dijo mi alma-. De ninguna manera debe ver nuestra desnudez.
Y seguimos caminando. De pronto, oímos una voz, que gritaba:
– ¡Este es el mar; el vasto y poderoso mar!
Y al acercarnos vimos que era un hombre que daba la espalda al mar y que aplicaba un caracol a su oído, para oír el murmullo marino.
-Pasemos de largo -dijo mi alma-. Este es el realista; el que da la espalda a todo lo que no puede abarcar de una mirada, y se contenta con un fragmento del todo.
Y pasamos de largo. Y en un lugar lleno de maleza, entre las rocas, un hombre había enterrado su cabeza en la arena. Y le dije a mi alma:
-Nos podemos bañar aquí, pues este hombre no puede vernos.
-No -dijo mi alma-. Porque éste es el más mortífero de todos los hombres; es el puritano. -Luego, una gran tristeza se reflejó en el rostro de mi alma, y también entristeció su voz. -Vámonos de aquí -dijo-. Pues no hay ningún solitario y oculto lugar donde podamos bañarnos. No dejaré que este viento juegue con mi cabellera de oro, ni dejaré que este viento acaricie mi seno desnudo, ni que esta luz descubra mi sagrada desnudez.
Y luego abandonamos aquel mar, para ir en busca del Mar Mayor.

CRUCIFICADO

– ¡Quisiera ser crucificado! -grité a los hombres.
-¿Por qué habría de caer tu sangre sobre nuestras cabezas? -me respondieron.
Y yo respondí:-¿De qué otra manera podríais ser exaltados, sino crucificando a los locos?
Y ellos asintieron, y me crucificaron. Y la crucifixión me apaciguó.
Y cuando pendía entre el cielo y la tierra alzaron la cabeza para mirarme. Y estaban exaltados, pues nunca habían alzado la cabeza.
Pero mientras estaban allí, en pie, mirándome, uno de ellos gritó:
-¿Qué estás tratando de expiar?
Y otro hombre gritó:-¿Por qué causa te sacrificas?
Y un tercer hombre dijo: -¿Crees que a ese precio adquirirás la gloria del mundo?
Y luego dijo un cuarto hombre:- ¡Mirad cómo sonríe! ¿Puede perdonarse tal dolor?
Y yo les contesté a todos, diciendo:
-Recordad sólo que he sonreído. No estoy expiando nada, ni sacrificándome, ni deseo la gloria: y no tengo que perdonar nada. Yo tenía sed y les supliqué me dieran de beber mi sangre. Porque, ¿qué puede saciar la sed de un loco, sino su propia sangre? Estaba yo mudo, y les pedí que me hirieran, para tener bocas. Estaba yo prisionero en vuestros días y en vuestras noches, y busqué una puerta hacia más vastos días y más vastas noches.
“Y ahora, me voy, como se han ido ya otros crucificados. Y no penséis que nosotros los locos estamos cansados de tanta crucifixión. Pues debemos ser crucificados por hombres cada vez más grandes, entre tierras más vastas y cielos más espaciosos.

EL ASTRÓNOMO

A la sombra del templo mi amigo y yo vimos a un ciego, sentado allí, solitario.
-Mira -dijo mi amigo-: ese es el hombre más sabio de nuestra tierra.
Me separé de mi amigo y me acerqué al ciego. Lo saludé. Y conversamos.
Poco después le dije:
-Perdona mi pregunta: ¿desde cuándo eres ciego? -Desde que nací -fue su respuesta.
-¿Y qué sendero de sabiduría sigues? -le dije entonces.   
-Soy astrónomo -me contestó el ciego. -Luego, se llevó la mano al pecho, y dijo:-Sí; observo todos estos soles, y estas lunas, y estas estrellas.

EL GRAN ANHELO

Aquí estoy, sentado entre mi hermana la montaña y mi hermana la mar.
Los tres somos uno en nuestra soledad, y el amor que nos une es profundo, fuerte y extraño. En realidad, este amor es más profundo que mi hermana la mar y más fuerte que mi hermana la montaña, y más extraño que lo insólito de mi locura.
Han pasado eones y más eones desde que la primera alborada gris nos hizo visibles uno al otro; y aunque hemos visto el nacimiento, la plenitud y la muerte de muchos mundos, aún somos vehementes y jóvenes.
Somos jóvenes y vehementes, y no obstante estamos solos y nadie nos visita, y a pesar de que yacemos en un abrazo casi completo y sin trabas, no hemos hallado consuelo. Pues, decidme: ¿qué consuelo puede haber para el deseo controlado y la pasión inexhausta? ¿De dónde vendrá el flamígero dios que dé calor al lecho de mi hermana la mar? ¿Y qué torrentes aplacará el fuego de mi hermana la montaña? ¿Y qué mujer podrá adueñarse de mi corazón?
En el silencio de la noche, en sueños, mi hermana la mar susurra el ignoto nombre del dios flamígero, y mi hermana la montaña llama a lo lejos al fresco y distante dios-torrente. Pero yo no sé a quién llamar en mi sueño.
Aquí estoy sentado, entre mi hermana la montaña y mi hermana la mar. Los tres somos uno en nuestra soledad, y el amor que nos une es en verdad profundo, fuerte, y extraño…

DIJO UNA HOJA DE HIERBA

Dijo una mata de hierba a una hoja de otoño:
– ¡Al caer haces tanto ruido, que espantas a todos mis sueños invernales!
-Ser de baja cuna y de miserable morada -dijo la hoja, indignada-, ser malhumorado y sin canto: ¡tú no vives en la región alta del aire, y desconoces el sonido del canto!
Luego, la hoja de otoño cayó sobre la tierra, y se durmió. Y al llegar la primavera, la hoja despertó nuevamente, y se convirtió en una mata de hierba.
Y cuando el otoño llegó, y la mata de hierba comenzó a adormecerse con el sueño invernal, las hojas del otoño, meciéndose en el viento, iban cayendo sobre ella. Entonces se dijo, enojada: “¡Ah, estas hojas de otoño! ¡Cuánto ruido hacen! ¡Espantan a todos mis sueños invernales!”

EL OJO

Un día dijo el Ojo:
-Más allá de estos valles veo una montaña envuelta en azul velo de niebla. ¿No es hermosa?
El Oído oyó esto, y tras escuchar atentamente otro rato, dijo:
-Pero; ¿dónde está esa montaña? No la oigo… Luego, la Mano habló, y dijo:
-En vano trato de sentirla o tocarla; no encuentro ninguna montaña.
Y la Nariz dijo:
-No hay ninguna montaña por aquí; no la huelo.
Luego, el Ojo se volvió hacia el otro lado, y los demás sentidos empezaron a murmurar de la extraña alucinación del Ojo. Y decían entre sí: ” ¡Algo debe de andar mal en el Ojo!”

LOS DOS ERUDITOS

Vivían en la antigua ciudad de Aflcar dos eruditos que odiaban y despreciaban cada uno el saber del otro: Porque uno de ellos negaba que los dioses existieran, y el otro era creyente.
Un día ambos se encontraron en el mercado, y en medio de sus partidarios empezaron a discutir acerca de la existencia o de la no existencia de los dioses. Y separáronse tras horas de acalorada disputa.
Aquella noche, el incrédulo fue al templo y se postró ante el altar, y pidió a los dioses que le perdonaran su antigua impiedad.
Y a la misma hora, el otro erudito, el que había defendido la existencia de los dioses, quemó todos sus libros sagrados, pues se había convertido en incrédulo.

CUANDO NACIÓ MI TRISTEZA

Cuando nació mi Tristeza, le prodigué mil cuidados, y la vigilé con amorosa ternura.
Y mi Tristeza creció como todos los seres vivientes, fuerte y hermosa y llena de maravillosas gracias.
Y mi tristeza y yo nos amábamos, y amábamos al mundo que nos rodeaba. Pues mi Tristeza era de corazón bondadoso, y el mío también era amable cuando estaba lleno de Tristeza.
Y cuando hablábamos, mi Tristeza y yo, nuestros días eran alados y nuestras noches estaban engalanadas de sueños; porque mi Tristeza era elocuente, y mi lengua también era elocuente con la Tristeza.
Y cuando mi Tristeza y yo cantábamos juntos, nuestros vecinos sentábanse a la ventana a escucharnos; pues nuestros cantos eran profundos como el mar, y nuestras melodías estaban impregnadas de extraños recuerdos.
Y cuando caminábamos juntos, mi tristeza y yo, la gente nos miraba con amables ojos, y cuchicheaba con extremada dulzura. Y también había quien nos envidiara, pues mi Triste za era un ser noble, y yo me sentía orgulloso de mi Tristeza. Pero murió mi Tristeza, como todo ser viviente, y me quedé solo, con mis reflexiones.
Y ahora, cuando hablo, mis palabras suenan pesadas en mis oídos.
Y cuando canto, mis vecinos ya no escuchan mis canciones.
Y cuando camino solo por la calle, ya nadie me mira. Sólo en sueños oigo voces que dicen compadecidas: “Mirad: allí yace el hombre al que se le murió su Tristeza”.

Y CUANDO NACIÓ MI ALEGRÍA…

Y cuando nació mi Alegría, la alcé en brazos y subí con ella a la azotea de mi casa, a gritar:
– ¡Venid, vecinos! ¡Venid a ver! Porque hoy ha nacido mi Alegría: venid a contemplar este ser placentero que ríe bajo el sol.
Pero qué grande mi sorpresa porque ningún vecino mío acudió a contemplar mi Alegría.
Y todos los días, durante siete lunas, proclamé el advenimiento de mi Alegría desde la azotea de mi casa, pero nadie quiso escucharme. Y mi Alegría y yo estábamos solos, sin nadie que fuera a visitarnos.
Luego, mi Alegría palideció y enfermó de hastío, pues sólo yo gozaba de su hermosura, y sólo mis labios besaban sus labios.
Luego, mi Alegría murió, de soledad y aislamiento.
Y ahora sólo recuerdo a mi muerta Alegría al recordar a mi muerta Tristeza. Pero el recuerdo es una hoja de otoño que susurra un instante en el viento, y luego no vuelve a oírse más.

“EL MUNDO PERFECTO”

Dios de las almas perdidas, tú que estás perdido entre los dioses, escúchame:
Vivo entre una raza de hombres perfecta, yo, el más imperfecto de los hombres.
Yo, un caos humano, nebulosa de confusos elementos, deambulo entre mundos perfectamente acabados; entre pueblos que se rigen por leyes bien elaboradas y que obedecen un orden puro, cuyos pensamientos están catalogados, cuyos sueños son ordenados, y cuyas visiones están inscritas y registradas.
Sus virtudes, ¡oh Dios!, están medidas, sus pecados están bien calculados por su peso, y aun los innumerables actos que suceden en el nebuloso crepúsculo de lo que no es pecado ni virtud están registrados y catalogados.
En este mundo, las noches y los días están convenientemente divididos en estaciones de conducta y están gobernados por normas de impecable exactitud.
Comer, beber, dormir, cubrir la propia desnudez, y luego cansarse, todo a su debido tiempo.
Trabajar, jugar, cantar, bailar, y luego yacer tranquilo, cuando el reloj da la hora para ello.
Pensar esto, sentir aquello, y luego dejar de pensar y de sentir cuando cierta estrella se alza en el horizonte.
Robar al vecino con una sonrisa, dar regalos con un gracioso ademán, elogiar prudentemente, acusar con cautela, destruir un alma con una palabra, quemar un cuerpo con el aliento, y luego lavarse las manos, cuando se ha terminado el trabajo del día.
Amar según el orden establecido, entretenerse en lo mejor de uno mismo según cierta manera prefabricada, rendir culto a los dioses con el debido decoro, intrigar y engañar a los demonios diestramente, y luego olvidarlo todo, como si la memoria hubiese muerto.
Imaginar con un motivo determinado; proyectar con consideración; ser feliz dulcemente; sufrir con nobleza; y luego, vaciar la copa, de manera que mañana podamos llenarla otra vez.
Todas estas cosas, ¡oh Dios!¡, están concebidas con preclara visión, han nacido con un propósito firme, se mantienen con esmero y exactitud, se gobiernan según las normas y la razón, y luego se asesinan y se entierran según el método prescrito. Y aun sus silenciosas tumbas que yacen dentro del alma humana, cada una tiene su marca y su número.
Es un mundo perfecto; de maravillas; el más maduro fruto del jardín de Dios; el pensamiento rector del universo.
Pero dime, ¡oh Dios!, ¿por qué tengo que estar allí, yo, semilla de pasión insatisfecha, loca tempestad que no va en pos del oriente ni del occidente, aturdido fragmento de un planeta que pereció en las llamas?
¿Por qué estoy aquí, ¡oh Dios! de las almas perdidas? Dímelo tú, oh Dios, que te encuentras perdido entre los demás dioses…